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Buck Pearl S. - La Buena Tierra 1

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libro la buena tierra

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    2

    LA BUENA TIERRA

    PEARL S. BUCK EDITORIAL JUVENTUD, S. A. Titulo original: THE GOOD EARTH Traduccin de Elisabeth Mulder Dcima edicin, julio 1977 Impreso en Espaa

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    3

    I

    Era el da de las bodas de Wang Lung. Por el momento, al abrir los ojos en la sombra de

    las cortinas que rodeaban su cama, no acertaba a explicarse por qu razn aquel amanecer le pareca distinto de los otros. La casa permaneca silenciosa. nicamente turbaba su quietud la tos del padre anciano, cuya habitacin estaba frente por frente de la de Wang Lung, al otro lado del cuarto central. La tos del viejo era el primer ruido que se oa en la casa cada maana. Generalmente, Wang Lung la escuchaba acostado en la cama y as permaneca hasta que la tos iba acercndose y la puerta del cuarto de su padre giraba sobre los goznes de madera. Pero esta maana no se entretuvo esperando. Dio un salto y apart las cortinas del lecho.

    Aurora sombra y bermeja. A travs de un agujero cuadrado, que haca las veces de ventana, y en el que tremolaba un papel en jirones, se entrevea una parcela de cielo broncneo. Wang Lung se acerc al agujero y arranc el papel.

    Es primavera, y no necesito esto murmur.

    Le daba vergenza expresar en alta voz su deseo de que la casa estuviera hoy arreglada y limpia.

    El agujero permita apenas el paso de la mano, que sac por l para sentir el contacto del aire. Un viento leve soplaba blandamente del Este, un viento suave y murmurante, grvido de lluvia. Era un buen augurio. Los campos necesitaban lluvia para fructificar, y aunque no la hubiera hoy, la habra dentro de unos das si aquel viento continuaba. Bien, bien... Ayer le haba dicho su padre que si este sol bronceado y refulgente persista, el trigo no iba a cuajar en la espiga. Y ahora era como si el cielo hubiese escogido este da precisamente para derramar sus bendiciones. La tierra dara fruto.

    Se apresur a entrar en el cuarto central ponindose los pantalones mientras andaba, y atndose alrededor de la cintura su cinturn azul de tela de algodn. De la cintura arriba quedse desnudo mientras calentaba el agua para baarse.

    Dirigise a la cocina, que era un cobertizo apoyado contra la casa. Emergiendo de la sombra, un buey, que se hallaba en el rincn junto a la puerta, volvi la cabeza, y al ver a su amo comenz a mugir profundamente.

    La cocina de Wang Lung, como la casa, estaba construida de ladrillos de tierra, grandes cuadrilteros de tierra de sus propios campos, y techada con paja de su propio trigo. De la misma tierra, el padre haba construido el horno en su juventud, un horno que ahora estaba tostado y negro por los muchos aos de uso. Sobre el horno posbase un caldero de hierro, redondo y profundo.

    Wang Lung llen parte de este caldero del agua que iba sacando con una calabaza, de una tinaja de tierra cercana al fogn. Pero la sacaba con cuidado, porque el agua era una cosa de mximo valor. Luego, tras una corta vacilacin, levant la tinaja y verti todo su contenido en el caldero. En un da as iba a baarse ntegramente. Nadie, desde los tiempos en que era un chiquillo a quien la madre sentaba en sus rodillas, haba visto el cuerpo de Wang Lung. Hoy, alguien lo vera, y para esa persona quera tenerlo limpio.

    Dio la vuelta al horno, cogi un puado de ramas y de hierbas secas que se hallaban en un rincn de la cocina y las arregl con esmero en la boca del horno, procurando sacar el mayor partido posible de cada brizna. Luego, con un viejo pedernal y un hierro, prendi una chispa, que introdujo en la paja, y una llamarada alzse en seguida del combustible.

    Esta era la ltima maana en que tendra que encender el fuego. Lo haba encendido diariamente desde que muri su madre, haca seis aos. Una vez encendido el fuego, herva el agua y se la llevaba a su padre en una escudilla. El viejo tosa, sentado en la cama, y tanteaba en busca de sus zapatos. As haba esperado cada maana, durante estos seis aos, la llegada del hijo con el agua caliente para aliviarle la tos. Pero ahora, padre e hijo podran descansar, pues en la casa habra una mujer. Ya nunca ms tendra Wang Lung que levantarse al amanecer, invierno y verano, para encender el fuego. Se quedara en la cama esperando: y a el tambin le traeran una escudilla con agua, y, si la tierra daba fruto, en el agua habra hojas de te. Algunos aos, as ocurra.

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    Y si la mujer se agotaba, ah estaran sus hijos para encender el fuego. Muchos, muchos hijos le dara esta mujer a Wang Lung.

    Se detuvo de pronto, pensando en los nios que correran por las tres habitaciones de la casa. Siempre le haba parecido que eran demasiadas habitaciones para ellos dos. La casa estaba medio vaca desde que muri la madre y continuamente tenan que resistir a los intentos de invasin de parientes que vivan ms apurados que ellos. Su to, con sus incontables vstagos, exclamaba:

    Como pueden dos hombres solos necesitar tanto sitio? No puede el hijo dormir con el padre? El calor del joven hara bien a la tos del viejo.

    Pero el padre replicaba:

    Reservo mi cama para mi nieto. El me calentar los huesos en mi ancianidad.

    Y ahora los nietos iban a venir. Nietos y ms nietos! Tendran que poner camas a lo largo de las paredes y en el cuarto central. La casa entera estara llena de camas.

    Las llamaradas del horno se extinguieron y el agua del caldero empez a enfriarse mientras Wang Lung pensaba en todos los lechos que habra en aquella casa medio vaca. Y en el umbral de la puerta apareci borrosamente la figura del viejo que se sujetaba sus ropas sin abrochar y tosa, escupa.

    Por qu suspir el anciano no tengo todava el agua para calentar mis pulmones?

    Wang Lung se le qued mirando, volvi en s y se sinti avergonzado.

    El combustible est hmedo murmur tras el fogn. Este viento mojado...

    El viejo continu tosiendo perseverantemente y no ces hasta que el agua empez a hervir. Wang Lung verti parte del agua en una escudilla, cogi un frasco barnizado que haba en un borde del fogn, sac de el aproximadamente una docena de hojas secas y retorcidas y las ech en el agua. Los ojos del viejo se abrieron glotonamente, pero en seguida comenz a lamentarse:

    Por qu derrochas as? Beber t es como comer plata.

    Un da es un da replic Wang Lung con una risa breve. Bebe y reconfrtate.

    Murmurando, dando pequeos gruidos, el viejo cogi el tazn con sus dedos arrugados y quedse mirando cmo las hojas diminutas se desrizaban sobre la superficie del agua. Y no se atreva a beber el preciado lquido.

    Se va a enfriar dijo Wang Lung.

    Cierto, cierto, repuso el viejo, alarmado.

    Comenz a tragar el t caliente a grandes sorbos, con una satisfaccin animal, lo mismo que un nio fascinado por la comida. Pero no se abstrajo tanto que no viera a Wang Lung echar temerariamente el agua del caldero en una honda tina de madera. Levanto la cabeza y contempl a su hijo.

    Aqu hay agua suficiente para hacer madurar una cosecha dijo de repente.

    Wang Lung continu echando el agua hasta la ltima gota y no contesto.

    Vaya, vaya! grit el padre.

    No me he lavado el cuerpo, todo de una vez, desde el Ao Nuevo dijo Wang Lung en voz baja.

    Le daba vergenza decirle a su padre que deseaba estar limpio para que la mujer pudiese verle. Cogi la tina de madera y se la llev a su cuarto. La puerta, ligeramente afianzada en un torcido marco de madera, no se cerr hermticamente, y el viejo entr bambolendose en el cuarto central, acerc la boca al espacio abierto y chillo:

    Mala cosa si acostumbramos a la mujer as: t en el agua matinal y todos estos lavajes!

    Un da es un da -grit Wang Lung. Y aadi: Cuando termine, echar el agua en la tierra y as no se habr desperdiciado todo.

    El viejo se call al or esto, y Wang Lung, desabrochndose el cinturn, se quit las ropas. A la luz del foco cuadrado que penetraba por el agujero de la pared, empap una toalla en el agua humeante y comenz a frotarse vigorosamente el cuerpo oscuro y delgado. A pesar

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    de que el aire le haba parecido tibio, al estar mojado senta fro y se mova con rapidez, metiendo y sacando la toalla del agua hasta que de todo el cuerpo se escap una leve nube de vapor. Entonces se dirigi a un arca que haba sido de su madre y sac de ella un traje limpio de algodn azul. Tal vez sentira un poco de fresco sin sus ropas de invierno, pero sbitamente se daba cuenta de que no podra sufrirlas ahora, sobre su carne limpia. Aquellas ropas estaban rotas, sucias, y la entretela asomaba por los agujeros mugrienta y gris. No quera que la mujer le viese as por primera vez. Ms tarde tendra que lavar, que remendar, pero no el primer da. Sobre los pantalones de algodn azul se ech una tnica larga confeccionada con el mismo material, su sola tnica larga, que usaba nicamente en los das de fiesta, o sea diez o doce veces al ao. Luego, con dedos giles, deshizo la larga trenza de cabello que le colgaba a la espalda y comenz a peinarla con un peine que cogi del cajn de una pequea mesa vacilante.

    Su padre se acerc y grit por la abertura de la puerta:

    Es que no he de comer hoy? A mi edad, los huesos se hacen agua por las maanas hasta que se les alimenta.

    Ya voy dijo Wang Lung, trenzndose el cabello lisa y rpidamente y tejiendo entre los cabos un cordn de seda negra. Luego se quit la tnica y, enroscndose la trenza alrededor de la cabeza, cogi la tina de agua y sali afuera. Se haba olvidado por completo del desayuno. Hara una papilla de harina de maz y se la dara a su padre, porque lo que es l no poda comer. Avanz con la tina hasta la entrada y verti el agua sobre la tierra ms prxima a la puerta; pero mientras lo haca record que haba empleado toda el agua del caldero para el bao y que tendra que encender el fuego otra vez. Y sinti una oleada de clera hacia su padre.

    Esa vieja cabeza no piensa ms que en su comida y en su bebida murmur a la boca del horno.

    Pero en voz alta no dijo nada. Era la ltima maana en que tendra que preparar la comida para el viejo. Puso en el caldero un poco de agua, que llev, en un cubo, del pozo cercano a la puerta, prepar la comida y se la dio al viejo.

    Padre mo dijo-, esta noche comeremos arroz. Mientras tanto, aqu est el maz.

    No queda ms que un poco de arroz en el cesto exclam el viejo sentndose a la mesa del cuarto central y removiendo con los palillos la pasta amarillenta.

    Entonces, comeremos un poco menos en la fiesta de la primavera dijo Wang Lung.

    Pero el viejo, ocupado en comer ruidosamente de la escudilla, no le oa.

    Wang Lung regreso a su cuarto, se puso otra vez la larga tnica azul y se solt la trenza. Pasndose la mano por las sienes rasuradas y por las mejillas, se pregunt si no le convendra afeitarse. Apenas haba salido el sol. Podra pasar por la calle de los Barberos y hacerse afeitar antes de ir a la casa donde la mujer le esperaba. De tener bastante dinero, as lo hara.

    Saco del cinturn un bolsillo pequeo y grasiento, de tela gris, y cont el dinero que posea. Seis dlares de plata y dos puados de monedas de cobre.

    Todava no le haba dicho a su padre que haba invitado a unos amigos a cenar aquella noche. Los invitados eran: su primo, el hijo menor de su to; su to, en atencin a su padre, y tres labradores vecinos que vivan con l en el pueblo. Haba pensado traer aquella maana de la ciudad carne de cerdo, un pescado pequeo, de pantano, y un puado de castaas. Y quiz comprara hasta unos brotes de bamb del sur y un poco de buey para hervir con las coles que l mismo haba cultivado en su huerto. Pero esto nicamente si le quedaba algn dinero despus de adquirido el aceite y la salsa de las judas. Si se afeitaba, tal vez no podra comprar la carne de buey... Sbitamente, decidi afeitarse.

    Dej al viejo sin decir palabra y sali a la luz de la maana naciente. A pesar del rojo oscuro de la aurora, el sol ascenda por las nubes del horizonte y brillaba sobre el roco del trigo tierno y de la cebada. Wang Lung, que tena verdaderamente alma de campesino, se recre un momento contemplando las pequeas cabezas en formacin. An estaban vacas y en espera de la lluvia. Oli el aire y mir ansiosamente al cielo. All, en el vientre de aquellas nubes negras que pasaban sobre el viento, se encerraba la lluvia. Y Wang Lung se dijo que

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    comprara un bastoncito de incienso para ofrecerlo al dios de la tierra. En un da as, hara esta ofrenda.

    Sigui adelante, por el camino estrecho que se retorca entre los campos. No muy lejos se alzaba la muralla gris de la ciudad. Al otro lado de la puerta por la que l deba pasar se hallaba la Casa Grande, la casa de los Hwang. En ella haba servido de esclava, desde nia, la mujer que iba a ser suya. Haba quien deca: "Ms vale vivir solo que casarse con un mujer que ha sido esclava de una casa grande". Pero cuando Wang Lung le pregunt a su padre: "He de estar sin mujer toda mi vida?", ste haba contestado: "Las bodas cuestan caras en estos tiempos, y las mujeres exigen anillos de oro y vestidos de seda. Lo nico que queda para las pobres son las esclavas".

    Su padre se haba movido entonces y haba ido a la Casa de Hwang a preguntar si no les sobraba alguna esclava.

    Una que no sea muy joven haba dicho. Y, sobre todo, que no sea bonita.

    A Wang Lung le mortificaba que la esclava no hubiera de ser bonita. Le habra gustado tener una linda esposa, por la que los otros hombres pudieran felicitarle. Pero su padre, al ver la expresin rebelde del rostro, le haba dicho:

    Y qu es lo que vamos a hacer con una mujer bonita? Necesitamos una mujer que cuide la casa y produzca hijos mientras trabaja en los campos. Har estas cosas una mujer bonita? Se pasar el tiempo pensando en vestidos que hagan juego con su cara! No; de ninguna manera ha de haber una mujer as en nuestro hogar. Nosotros somos gente labradora. Adems, quin ha odo hablar de una esclava hermosa y perteneciente a una gran casa, que fuera virgen? Todos los jvenes seores se habran servido ya de ella, y mejor es ser el primero con una mujer fea que el centsimo con una beldad. Te imaginas que a una mujer bonita le pareceran tus manos de campesino tan agradables como las manos suaves del hijo de un rico, y tu cara, negra del sol, tan hermosa como la piel dorada de los otros que antes que t han buscado en ella su placer?

    Wang Lung comprendi que su padre tena razn, pero, as y todo, tuvo que luchar consigo mismo antes de contestar. Y al hacerlo, dijo violentamente:

    Al menos, no quiero una mujer picada de viruelas o que tenga el labio superior hendido.

    Veremos lo que hay para escoger replico el padre.

    Bien, la mujer no era picada de viruelas ni tena el labio superior hendido. Es todo lo que saba de ella. Su padre y l haban comprado dos anillos de plata con bao de oro, y unos pendientes, tambin de plata, que su padre haba entregado al dueo de la esclava en seal de esponsales. Aparte esto, nada ms saba de aquella mujer que iba a ser suya, excepto que hoy poda ir a buscarla.

    Atraves la puerta de la ciudad y su fresca penumbra. Los aguadores acababan de aparecer, con sus angarillas cargadas de grandes tinajas de agua: iban y venan todo el da, y el agua saltaba de las tinajas salpicando las piedras. Se estaba siempre hmedo y fresco en el tnel que formaba la puerta bajo la gruesa muralla de tierra y ladrillos. Se estaba fresco hasta en un da de verano, tanto, que los vendedores de melones colocaban sus frutos sobre las piedras, abiertos, para que absorbiesen la frescura hmeda del tnel. Como la estacin no estaba suficientemente adelantada, an no haba melones, pero a lo largo de las paredes se vean cestos con unos melocotones pequeos, duros y verdes. Los vendedores gritaban:

    Los primeros melocotones de la primavera, los primeros! Comprad, comed, limpiad vuestro intestino de los venenos del invierno!

    Wang Lung se dijo:

    Si a la mujer le gustan, le comprar un puado de melocotones cuando regresemos.

    Apenas poda darse cuenta de que, cuando regresara, una mujer caminara tras l.

    Al traspasar la puerta, dobl a la derecha y no tard en encontrarse en la calle de los Barberos. Haba pocos clientes antes que l: slo unos labradores que haban llevado sus productos a la ciudad la noche anterior, con el fin de vender los vegetales en los mercados al amanecer y poder estar de regreso en los campos a tiempo para el trabajo del da. Haban dormido, encogidos y temblorosos, sobre sus cestos, aquellos cestos que estaban ahora vacos a sus pies. Wang Lung los esquiv para evitar que alguno de los labradores le reconociera. No

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    quera que le gastasen bromas en un da como ste. En lnea, a lo largo de la calle, se hallaban los barberos, en pie tras los mostradores. Wang Lung se dirigi al ms lejano, se sent en el taburete y le hizo sea al oficial, que estaba de charla con un vecino. El barbero acudi presuroso, cogi un pote de sobre el hornillo de carbn y comenz a llenar de agua caliente una palangana de lata.

    Afeitado completo? pregunt, profesionalmente.

    Cara y cabeza replic Wang Lung.

    Limpiar nariz y orejas? pregunt el barbero.

    Cunto ms costar eso? quiso saber Wang Lung.

    Cuatro peniques respondi el barbero, comenzando a meter y sacar del agua un pao negro.

    Le doy dos dijo Wang Lung.

    Entonces limpiar una oreja y media nariz replic el otro prontamente. Que lado de la cara prefiere?

    Y le hizo una mueca al barbero vecino, que solt una risotada. Wang Lung comprendi que haba cado en manos de un guasn, y sintindose inferior, como de costumbre, a estos habitantes de la ciudad, a pesar de que eran slo barberos y gente de la ms baja, dijo prestamente:

    Como quiera..., como quiera...

    Y cedi al barbero, que le enjabon, frot y afeit, y que siendo, a pesar de todo, un buen hombre, y generoso, le hizo gratis unas cuantas manipulaciones hbiles en los hombros y en la espalda para dar elasticidad a los msculos. Mientras le afeitaba la cabeza a Wang Lung, coment:

    Este labrador no estara mal si se cortase el pelo. La nueva moda manda suprimir la trenza.

    Y la navaja pas tan cerca del crculo de cabello en la coronilla de Wang Lung, que ste grit:

    Sin el permiso de mi padre no puedo cortarme el pelo!

    El barbero se ech a rer y orill el circulo de cabello.

    Cuando la operacin hubo terminado, Wang Lung cont el dinero en la mano arrugada y hmeda del barbero. Y tuvo un momento de pnico: tanto dinero! Pero, al echar a andar calle abajo, sintiendo la fresca caricia del aire sobre la piel afeitada, se dijo:

    Un da es un da.

    Se fue al mercado y compr dos libras de carne de cerdo, mirando cmo el carnicero la envolva en una hoja de loto seca. Dud un instante y compr tambin media libra de buey y unas porciones de requesn fresco que temblaba como gelatina sobre las hojas. Luego fue a una cerera, adquiri dos bastones de incienso, y se dirigi, tmidamente, hacia la Casa de Hwang.

    En la entrada, sinti que un terror invencible se apoderaba de el. Cmo haba venido solo? Deba haberle pedido a su padre, a su tao, o hasta a Ching, su vecino ms prximo, que le acompaase. Nunca haba estado en una gran casa. Cmo iba a entrar en sta, con su festn de bodas al brazo, y decir: "Vengo a buscar una mujer"?

    Durante un rato se qued a la puerta, mirndola. Estaba bien cerrada; los dos grandes batientes de madera, pintados de negro, asegurados y tachonados de hierro, firmemente ajustados uno sobre otro. Dos leones de piedra montaban la guardia, uno a cada lado. No haba nadie ms. Wang Lung retrocedi. Imposible decidirse! Senta una sbita debilidad y decidi comprar primeramente algo que comer. No haba tomado nada an; haba olvidado su comida.

    Fue a un pequeo restaurante callejero y, poniendo dos peniques sobre una mesa, se sent. Un chico sucio, con un delantal negro y lustroso, se acerc a l, y Wang Lung le pidi: "Dos escudillas de fideos!", y cuando se las trajo se las comi glotonamente, empujando los fideos boca adentro con los palillos de bamb mientras el chico haca girar los cobres entre sus dedos negruzcos.

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    Quiere ms? pregunt el chico indiferentemente.

    Wang Lung movi la cabeza, se enderez y mir alrededor. No haba nadie conocido suyo en aquella habitacin pequea, oscura, llena de mesas. Slo se hallaban sentados unos cuantos hombres, que coman o beban t. Era un lugar para pobres, y entra ellos Wang Lung se vea pulcro, limpio y casi rico, tanto, que un mendigo que pasaba se dirigi a l.

    Tenga corazn, maestro, y dme una monedita! Tengo hambre! se lament.

    Jams un mendigo le haba pedido limosna a Wang Lung, jams nadie le haba llamado "maestro". Se sinti satisfecho y ech en el platillo del mendigo dos moneditas, que valan la quinta parte de un penique. El pobre alarg con prontitud su mano ennegrecida, semejante a una garra, y, cogiendo la limosna, la escondi entre sus harapos.

    Wang Lung continuaba sentado, mientras el sol iba ascendiendo. El chico, daba vueltas impacientemente, y por fin le dijo a Wang Lung, con descaro:

    Si es que no compra nada ms, tendr que pagar alquiler por el taburete.

    A Wang Lung le irrit esta impertinencia, y de buena gana se habra levantado y hubiera partido; pero cuando pensaba que tena que ir a la gran Casa de Hwang, a preguntar por una mujer, rompa a sudar por todo el cuerpo como si estuviera trabajando en los campos.

    Treme t le dijo dbilmente al chico.

    Y antes de que tuviera tiempo de volver la cabeza, all estaba el t, y el chico preguntaba con viveza:

    Y el penique?

    Wang se dio cuenta, con horror, de que no tena ms remedio que sacar de su cinturn otro penique ms.

    Es un robo murmur de mal talante.

    Pero en esto vio entrar a su vecino, al que haba invitado para la fiesta de la noche, y puso rpidamente el penique sobre la mesa, se trag el t y se fue muy aprisa por la puerta lateral. Se hallaba en la calle una vez ms.

    Hay que hacerlo se dijo con desesperacin. Y, lentamente, dirigi sus pasos hacia la gran entrada.

    Esta vez, como era ya plena maana, la puerta estaba entreabierta y el guardin, despus del almuerzo, vagaba por la entrada, limpindose los dientes con una astilla de bamb. Este guardin era un hombre alto, con un gran lunar en la mejilla izquierda, del que colgaban tres pelos largos y negros que jams haban sido cortados. Al ver a Wang Lung, le grit speramente, creyendo, por el cesto que llevaba, que haba venido a vender algo:

    Qu hay?

    Wang Lung replic con gran dificultad:

    Soy Wang Lung, el labrador.

    Bueno, y Wang Lung, el labrador, qu hay? replic el guardin, que slo era atento con los opulentos amigos de sus seores.

    He venido..., he venido... tartamude Wang Lung.

    Eso ya lo veo replic el portero con deliberada paciencia, retorcindose los tres pelos del lunar.

    Es por una mujer dijo Wang Lung.

    Y, a pesar de sus esfuerzos, la voz se le iba apagando hasta convertirse en un murmullo. A la luz del sol, la cara le brillaba, hmeda. El guardin se ech a rer.

    De modo que eres t! exclam l. Me haban avisado que hoy vendra el novio, pero no te hubiera reconocido, con ese cesto al brazo...

    Son slo unos manjares dijo Wang Lung excusndose, y crey que el guardin le iba a conducir ahora al interior de la casa.

    Pero el hombre no se movi, y al fin Wang Lung pregunt con ansiedad:

    He de entrar solo?

    El guardin hizo ver que se sobrecoga de horror.

    El Venerable Seor te matara!

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    Y, viendo la inocencia del rstico, insinu:

    Un poco de plata es una buena llave...

    Wang Lung acab por ver que lo que el hombre quera era dinero.

    Soy un pobre dijo suplicante.

    A ver lo que llevas en el cinturn contest el guardin.

    Y sonri al ver la simplicidad de Wang Lung, que puso el cesto sobre las piedras y, levantndose la tnica, sac el bolsillo que llevaba en el cinturn y ech en su mano izquierda cuanto dinero le haba quedado despus de efectuadas sus compras. Haba slo una pieza de plata y catorce peniques de cobre.

    Coger la plata dijo el guardin tranquilamente, y, antes de que Wang Lung pudiera protestar, se haba metido la moneda en la manga y se adentraba hacia la casa gritando:

    El novio, el novio!

    Wang Lung, a pesar de su clera por lo ocurrido y de su horror al ser anunciado de tan estentrea manera, no pudo hacer otra cosa que coger el cesto y seguir al guardin. Iba derecho, sin mirar a un lado ni a otro.

    Aunque era la primera vez que haba entrado en una gran casa, despus no poda acordarse de nada. Con la cara ardiendo y la cabeza inclinada, atraves patio tras patio, oyendo los gritos del guardin precedindole, escuchando el retiir de risas por todos lados. Y, de pronto, cuando le pareca que haba atravesado cien estancias, el guardin le empuj a un saloncito de espera y desapareci hacia alguna habitacin interior, regresando al cabo de un momento para anunciar:

    La Venerable Seora dice que puedes aparecer ante ella. Wang Lung dio un paso hacia delante, pero el guardin le grit:

    No puedes presentarte ante una gran seora con ese cesto al brazo! Un cesto lleno de cerdo y de requesn! Cmo vas a hacer la reverencia?

    Cierto, cierto... dijo Wang Lung muy agitado.

    Pero no se atreva a dejar el cesto en el suelo, por miedo a que le robasen algo. Wang Lung no poda comprender que no todo el mundo no deseara cosas tan exquisitas como dos libras de cerdo, media libra de buey y un pequeo pescado de pantano.

    El guardin vio su temor y grit con desprecio:

    En una casa como sta alimentamos a los perros con esas carnes!

    Y, cogiendo el cesto, lo ech detrs de la puerta y empuj a Wang Lung hacia delante.

    Descendieron por una galera larga y angosta, de techo sostenido por columnas delicadamente talladas, y penetraron en un saln cual jams haba visto Wang Lung. Una docena de casas como la suya se hubieran perdido en l, tanta capacidad tena y tanta altura. Levantando la cabeza para contemplar las vigas talladas y pintadas, tropez en el umbral de la puerta, y se hubiera cado si el guardin no le hubiese cogido por un brazo, exclamando:

    Bueno, a ver si sabrs hacer la reverencia ante la Venerable Seora.

    Y Wang Lung, volviendo en si, y muy avergonzado, mir adelante, y en el centro de la habitacin, sobre un estrado, vio a una seora muy vieja, pequea y fina, vestida de satn gris muy brillante; a su lado, en una banqueta baja, quemaba, sobre la lamparilla, una pipa de opio. La seora mir a Wang Lung con sus ojillos negros, penetrantes, tan vivos y hundidos en el rostro delgado y lleno de arrugas como los de un simio. La piel de la mano que sujetaba el extremo de la pipa apareca tirante sobre los huesos menudos, lisa y amarilla como el oro de un dolo. Wang Lung cay de rodillas y golpe con la cabeza el suelo.

    Levntalo dijo gravemente la seora al guardin. Estas reverencias no son necesarias. Ha venido a buscar la mujer?

    Si, Venerable Seora replic el guardin.

    Y por qu no habla? pregunt la dama.

    Porque es un imbcil, Venerable Seora respondi el guardin, retorcindose los pelos del lunar.

    Estas palabras sublevaron a Wang Lung, que mir al guardin con indignacin.

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    Soy solamente un rstico, Alta y Venerable Seora dijo, y no s qu palabras emplear ante vuestra presencia.

    La seora se le qued mirando con intensa gravedad; hizo como si fuera a hablar, pero su mano se cerr sobre la pipa, que una esclava haba estado atendiendo, y pareci olvidarlo. Se inclin un poco, fumando con glotonera durante unos momentos; la viveza desapareci de sus ojos y una niebla de olvido se extendi sobre ellos. Wang Lung permaneci en pie ante ella, hasta que su mirada lo advirti de nuevo.

    Qu hace aqu este hombre? pregunt la seora con un enfado sbito.

    Dirase que se haba olvidado de todo. El guardin no deca nada y su rostro continuaba impasible.

    Estoy esperando la mujer, Alta Seora dijo Wang Lung asombrado.

    La mujer! Qu mujer...? comenz a decir la seora, pero la esclava se inclin y le dijo algo que la hizo recordar. Ah, si! Me haba olvidado... Una nimiedad... Vienes por la esclava llamada O-lan. Recuerdo ahora que se la habamos prometido en matrimonio a un labrador. Eres t?

    Yo soy replic Wang Lung.

    Llama a O-lan en seguida orden la seora a la esclava.

    Pareca, de pronto, impaciente por concluir aquel asunto y porque la dejaran sola con su pipa de opio en la quietud del saln.

    La esclava regres trayendo de la mano una figura cuadrada, bastante alta, vestida con pantalones y casaca de algodn azul, muy limpia. Wang Lung le dio una ojeada rpida y en seguida mir a otro sitio. El corazn le palpitaba aceleradamente. Esta era su mujer!

    Ven aqu, esclava dijo la seora con ligereza. Este hombre ha venido a buscarte.

    La mujer se adelant y qued en pie ante la seora, con la cabeza baja y las manos juntas.

    Ests preparada? pregunt la dama.

    La mujer respondi, lentamente y como un eco:

    Estoy preparada.

    Wang Lung tena a la mujer delante, y al or por primera vez su voz, que era agradable: ni aguda, ni melosa, ni spera, la mir de nuevo. Llevaba el cabello bien peinado y liso, y la casaca pulcra. Vio con cierta desilusin que no tena los pies prensados, pero no pudo reflexionar sobre esto, porque la seora le deca al guardin:

    Llvale el cofre a la puerta y que se vayan. Y volvindose hacia Wang Lung, exclam: Ponte junto a ella mientras hablo.

    Cuando Wang Lung se adelant, la seora le dijo:

    Esta mujer entr en nuestra casa cuando era una nia de diez aos, y aqu ha vivido hasta ahora, que tiene veinte. La compr en un ao de hambre, cuando sus padres bajaron hacia el Sur porque no tenan qu comer. Eran gente del Norte, de Shantung, y all se volvieron. No he vuelto a saber de ellos. Como ves, O-lan tiene el cuerpo vigoroso y el rostro cuadrado de su raza. Trabajar bien en los campos y sacando agua, y en todo lo que quieras. No es bonita, pero eso no te hace falta; slo los ricos necesitan mujeres hermosas para que les diviertan. Tampoco es inteligente, pero hace bien lo que se le manda y tiene buen carcter. Que yo sepa, es virgen. Aunque no hubiera estado siempre en la cocina, no posee suficiente belleza para haber tentado a mis hijos y nietos. Si algo le ha pasado, ha tenido que ser con un criado, aunque, habiendo en la casa tantas esclavas bonitas, dudo mucho que nadie se haya fijado en sta. Llvatela y emplala bien. Es una buena esclava, y si yo no hubiese deseado hacer mritos para mi existencia futura, trayendo al mundo vida nueva, la hubiera conservado. Pero siempre caso a mis esclavas, si alguien las quiere y los seores no las desean.

    Y a la mujer le dijo:

    Obedcele y dale hijos y ms hijos. Treme la primera criatura para que yo la vea.

    Si, Venerable Seora respondi la mujer sumisamente. Y se quedaron all, dudando; Wang Lung estaba muy confuso y sin saber si tena que hablar o no.

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    11

    Bueno, marchaos! dijo la seora, irritada, y Wang Lung salud rpidamente, volvise y sali.

    La mujer le segua, y tras la mujer, el guardin con el cofre. Pero al llegar a la habitacin donde estaba el cesto de Wang Lung, se neg a llevarlo ms tiempo, lo dej en el suelo y desapareci sin decir palabra.

    Entonces, Wang Lung volvise y se encar con la mujer por primera vez. Tena un rostro cuadrado y franco, la nariz corta, ancha, con las fosas nasales grandes y oscuras; la boca dilatada y semejante a una incisin. Los ojos, pequeos, de un negro sin brillo, tenan una tristeza velada, no expresada claramente. Produca aquel rostro una impresin de hermetismo y silencio, como si no pudiera hablar aunque quisiese.

    La mujer soport la mirada de Wang Lung con paciencia, sin mostrarse confusa ni, a su vez, curiosa. Esper simplemente a que l la hubiera mirado.

    Y Wang Lung pudo comprobar que, en efecto, no era bonito aquel rostro moreno, vulgar y paciente. Pero en la piel oscura no haba seales de viruelas, ni tena la boca un labio partido. Advirti luego que la mujer llevaba puestos sus pendientes, los pendientes con un bao de oro que l le haba comprado, y los anillos. Se volvi con una secreta satisfaccin. Bien, ya tena mujer!

    Ah estn ese cofre y ese cesto le dijo rudamente.

    Ella se inclin en silencio, cogi el cofre por un extremo y se lo carg a la espalda, tambalendose bajo su peso al tratar de incorporarse. Wang Lung, que la miraba, exclam de pronto:

    Yo coger el cofre. Toma el cesto.

    Y carg el cofre sobre su propia espalda, sin cuidarse de que llevaba puesta su mejor tnica, mientras la mujer, siempre silenciosa, coga el asa del cesto.

    Pensando en las cien estancias que deban atravesar y en su figura absurda bajo aquella carga, Wang Lung dijo:

    Si hubiera alguna salida lateral...

    La mujer asinti, tras unos instantes de meditacin, como si no hubiera entendido de pronto las palabras de Wang Lung. Luego le condujo a un patio pequeo, adonde se iba poco, lleno de hierbas y con un estanque cegado; all, bajo las ramas de un pino inclinado, haba una puerta vieja y redonda. Levant la aldaba, abri la puerta y se encontraron en la calle.

    Una o dos veces, Wang Lung volvise para mirar a la mujer, cuyos grandes pies la conducan tras l firme y segura como si en toda su vida no hubiera hecho otra cosa. Su rostro conservaba su impenetrabilidad caracterstica.

    Al llegar a la puerta de la muralla, Wang Lung se detuvo, irresoluto. Con una mano sostena el cofre sobre los hombros y con la otra comenz a tantear en su cinturn, buscando las monedas que le haban quedado. Sac dos peniques y compr seis melocotoncitos verdes.

    Para ti le dijo a la mujer con aspereza. Cmetelos.

    Como una nia, ella alarg la mano ansiosamente y los cogi, apretndolos en silencio. Cuando Wang Lung volvi a mirarla, mientras bordeaban un campo de trigo, vio que mordisqueaba uno de los melocotones, lenta, cautamente, y en cuanto advirti que era observada, lo escondi de nuevo en la mano y mantuvo las mandbulas en perfecta inmovilidad.

    Y as anduvieron hasta que llegaron al campo del Oeste, donde se hallaba el templo a la tierra. Este templo era un edificio pequeo, no ms alto que los hombros de un individuo; estaba construido de ladrillos grises y tena el techo embaldosado. El abuelo de Wang Lung, que cultiv los campos donde ahora Wang Lung pasaba la vida, haba edificado aquel templo, llevando los ladrillos, desde la ciudad, en una carretilla. Exteriormente, las paredes estaban cubiertas con yeso sobre el que un artista de pueblo, contratado para el caso, haba pintado un paisaje de colinas y bambes. Pero la lluvia que haba cado durante generaciones esfum el paisaje, y ya no quedaba de l ms que los bambes, reducidos a sombras con apariencia de plumas. Las colinas haban desaparecido casi por completo.

    Dentro del templo, bien acomodadas bajo el techo, se encontraban dos figuras pequeas y solemnes, hechas de tierra, de la tierra que circundaba el templo. Estas figuras

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    12

    representaban al propio dios y su compaera, y estaban vestidas con unas tnicas de papel rojo dorado. El dios ostentaba un bigote escaso y cado, de cabello autntico. Cada ao, por Ao Nuevo, el padre de Wang Lung compraba hojas de papel rojo y, cuidadosamente, cortaba y pegaba un traje nuevo para la pareja. Y cada ao, la lluvia, la nieve, el sol, se los estropeaban.

    Actualmente, sin embargo, los trajes estaban en buen estado, ya que el ao era joven an, y Wang Lung se sinti satisfecho de su elegancia. Cogi el cesto de manos de la mujer y busc, bajo la carne de cerdo, los dos bastones de incienso que haba comprado. Senta cierta inquietud, miedo de que se hubieran roto, lo cual sera de mal augurio. Pero estaban enteros, y cuando los encontr los puso, uno junto a otro, entre la ceniza de otros bastones de incienso amontonados ante los dioses, pues todo el vecindario reverenciaba a las dos figurillas de tierra. Luego, cogiendo su hierro y pedernal, y sirvindose de una hoja seca como mecha, prendi una llama y encendi el incienso.

    Hombre y mujer permanecan juntos ante los dioses de sus campos. Miraba la mujer cmo los extremos del incienso se volvan rojos, y luego grises; cuando la ceniza fue formando una cabeza, se acerc y, con el dedo, la hizo caer. En seguida, como asustada de lo que haba hecho, dirigi a Wang Lung una rpida mirada, con sus ojos inexpresivos. Pero haba algo en el gesto de la mujer que a Wang Lung le fue grato. Era como si considerase que el incienso les perteneca a los dos; era un gesto matrimonial.

    Y as permanecieron, uno al lado del otro, mirando cmo los bastones se convertan en ceniza, hasta que, al advertir que el sol declinaba ya, Wang Lung se ech el cofre al hombro y tom el camino de la casa.

    El viejo estaba a la puerta, tomando los ltimos rayos del sol. No hizo el menor movimiento al ver acercarse a Wang Lung con su mujer, pues hubiera sido impropio descender a notar su presencia. En lugar de esto, aparent un gran inters en las nubes y exclam:

    Ese nubarrn que cuelga sobre el cuerno izquierdo de la luna creciente anuncia lluvia. No pasar de maana sin que llueva.

    Y al ver que Wang Lung coga el cesto que llevaba la mujer, exclam:

    Has gastado dinero?

    Habr invitados esta noche dijo Wang Lung brevemente, y, dejando el cesto sobre la mesa, llev el cofre al cuarto donde l dorma y lo puso en el suelo, junto al cofre dentro del que guardaba su propia ropa, y se lo qued mirando con extraeza. Pero el viejo se acerc a la puerta y grit:

    No se hace ms que gastar dinero en esta casa!

    ntimamente, estaba contento de que su hijo tuviera invitados, pero, delante de su nuera, no quera dejar escapar la ocasin de quejarse, pues no era cosa de acostumbrarla al derroche.

    Wang Lung no contest. Fue en busca del cesto y lo llev a la cocina, adonde la mujer le sigui, y, sacando los comestibles pieza por pieza, los coloc en el borde del fogn apagado y dijo a la mujer:

    Aqu hay cerdo, buey y pescado. Seremos siete a comer. Sabes cocinar?

    Mientras hablaba, evitaba mirar a la mujer, lo cual no hubiera sido decoroso. Ella contest, con voz llana:

    Estuve en la cocina, de esclava, desde que entr en la Casa de Hwang. Y se guisaban carnes para todas las comidas.

    Wang Lung movi la cabeza y sali de la cocina. Ya no volvi a ver a la mujer hasta que llegaron los invitados: su to, jovial, socarrn y hambriento; el hijo de su to, un muchacho de quince aos, muy descarado, y los labradores, torpes, cohibidos y sonriendo con timidez. Dos de ellos eran hombres del pueblo con los que a veces, en tiempos de cosecha, Wang Lung permutaba semillas y labor. El otro era su vecino Ching, un hombre pequeo, quieto, que no hablaba como no le obligasen a ello.

    Cuando estuvieron instalados en el cuarto central, titubeantes y sin prisa en tomar asiento, por educacin, Wang Lung entr en la cocina y orden a la mujer que sirviera. Y se sinti halagado cuando ella le dijo:

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    13

    Te pasar los platos si quieres colocarlos t en la mesa. No me gusta aparecer ante los hombres.

    Wang Lung pens con orgullo que esta mujer era suya, que no tema presentarse ante l, pero si ante los otros.

    Cogi las escudillas que ella le tenda, las puso en la mesa del cuarto central y exclam:

    Comed, to; comed, hermanos.

    El to, que era muy bromista, le pregunt:

    Es que no vamos a ver a la novia?

    Wang Lung contest con firmeza:

    Todava no somos uno. No es decente que otros hombres la vean hasta que el matrimonio est consumado.

    Y les inst a que comieran, y ellos comieron, con buen apetito y en silencio. Y uno alab la rica salsa negra del pescado, y otro el cerdo, bien condimentado y sabroso. Wang Lung repeta:

    La comida no vale nada. Y est mal hecha...

    Pero se senta muy satisfecho de aquellos platos, pues con las viandas que haba entregado a la mujer, ella combin azcar, vinagre y un poco de vino, confeccionando una salsa que haca la carne doblemente deliciosa. Wang Lung jams haba probado nada parecido en las mesas de sus amigos.

    Aquella noche, mientras los invitados se entretenan tomando t y haciendo bromas, la mujer permaneca tras el fogn. Pero ms tarde, cuando el ltimo invitado se despidi y Wang Lung entr en la cocina, la encontr agazapada en un montn de paja, dormida junto al buey. En el cabello tena briznas de paja. Cuando Wang Lung la llam, se cubri rpidamente la cara con el brazo, como para defenderse de un golpe, y, al fin, al abrir los ojos, se le qued mirando con una mirada tan vaga y callada que Wang Lung tuvo la sensacin de hallarse ante una nia.

    Cogindola por la mano, la condujo a la habitacin en donde aquella misma maana se haba baado para ella, y encendi una vela roja que haba sobre la mesa. A la luz de esta vela se sinti de pronto cohibido, intimidado al verse all solo con su mujer. Tuvo que aconsejarse a si mismo:

    "Bueno, aqu est esta mujer, y he de hacerla ma."

    Y comenz a desvestirse con obstinada decisin, mientras silenciosamente ella se preparaba para el lecho tras la cortina. Wang Lung le orden con rudeza:

    Antes de acostarte, apaga la luz.

    Y se meti en la cama, cubrindose los hombros con la gruesa colcha, e hizo ver que dorma. Pero no dorma. Estaba estremecido, con los nervios vibrantes.

    Despus de un momento interminable, el cuarto qued a oscuras y, con una exaltacin capaz de romperle todas las fibras del cuerpo, sinti el movimiento silencioso, lento, rastreante, de la mujer que se tenda a su lado. Wang Lung ri en la oscuridad, con una risa spera, y le ech los brazos.

    II

    A la maana siguiente, Wang Lung permaneci en el lecho, observando a la mujer ya plenamente suya. O-lan se levant, cise sus sueltas ropas al cuello y a la cintura con lentos ademanes; luego meti los pies en los zapatos de tela y se los puso, sujetndolos con las cintas que colgaban detrs. La estra de luz que penetraba por el pequeo agujero de la pared le dio en el rostro y Wang Lung pudo vrselo vagamente. Se sorprendi al no descubrir en ella la menor transformacin. Le pareca que a l la noche anterior le haba cambiado y no poda comprender que esta mujer se levantase ahora de su cama como si lo hubiera hecho todos los das de su vida.

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    14

    La tos del viejo son quejumbrosamente en el turbio clarear, y Wang Lung dijo a la mujer:

    Llvale primeramente a mi padre una escudilla de agua caliente para sus pulmones.

    Ella pregunt, la voz exactamente como ayer:

    Con hojas de t?

    Esta sencilla pregunta turb a Wang Lung. Le habra gustado responder: "Con hojas de t, naturalmente. Te crees que somos unos mendigos?" Su gusto hubiera sido que la mujer viese la poca importancia que le daban al t en aquella casa. En la Casa de Hwang, seguramente que cada tazn verdeaba con las aromticas hojas. All, tal vez ni aun las esclavas beberan agua sola. Pero Wang Lung saba que su padre habra de disgustarse si ya el primer da le daba la mujer t en lugar de agua. Adems, realmente, no eran ricos. As, pues, replic con negligencia:

    T? No, no; le empeora la tos.

    Y se qued en la cama, satisfecho y confortable, mientras la mujer encenda el fuego y herva el agua en la cocina. Ahora que poda, le hubiera gustado dormir, pero su organismo, habituado desde tantos aos a despertarse temprano, se negaba ahora a darse al sueo. Quedse, pues, acostado y despierto, saboreando, paladeando mental y materialmente el lujo de aquella indolencia.

    Todava estaba medio avergonzado de pensar en la mujer. Parte del tiempo tuvo sus pensamientos ocupados en los campos, en el trigo, en lo que sera la cosecha si llova y en el precio de la semilla de nabos blancos que deseaba comprarle a su vecino Ching si se ponan de acuerdo sobre el precio. Pero, entre todos estos pensamientos que ocupaban su mente cada da, pasaba, trenzndose y destrenzndose, esta nueva nocin de lo que ahora era su vida. Y de pronto, pensando en la noche anterior, se le ocurri preguntarse si l le gustara a la mujer.

    Esto era una nueva curiosidad para Wang Lung. Se haba preguntado hasta ahora slo si ella le gustara a l y si le resultara satisfactoria en su casa y en su lecho. A pesar del rostro vulgar de la mujer y de la spera piel de sus manos, tena suave y virginal la carne de su cuerpo robusto. Wang Lung, al pensar en ello, se ri con aquella misma risa que lanz en la oscuridad de la noche pasada. Los seores, pues, no haban visto ms all del rostro de la esclava! Y el cuerpo era hermoso; amplio y grande, pero suave, curvado. Sbitamente, dese agradarle como esposo, mas al instante se sinti avergonzado.

    Abrise la puerta y O-lan penetr en la estancia con su andar silencioso, llevando en las manos un tazn humeante. Wang Lung se sent en la cama y lo cogi. En el tazn, sobre la superficie del agua, flotaban unas hojas de t. Wang Lung alz rpidamente la cabeza y mir a la mujer, que se asust en el acto y dijo:

    No le llev t al anciano... Hice como ordenaste... Pero a ti...

    Wang Lung, al percatarse de que la mujer tena miedo, se sinti satisfecho. Sin dejarla terminar, exclam:

    Me gusta..., me gusta... llevndose en seguida el t a la boca con sonoras aspiraciones de placer.

    Y haba en l una exaltacin que aun a si mismo le daba vergenza confesar. Se deca: "A esta mujer ma, le gusto!"

    En los meses siguientes, le pareci a Wang Lung que no haca otra cosa que observar a esta mujer suya, aunque en realidad trabajaba como siempre haba trabajado. Azada al hombro, parta hacia sus parcelas de tierra, cultivaba las hileras de legumbres, unca el buey al arado y labraba el campo del Oeste, donde deban cosecharse las cebollas y los ajos. Pero el trabajo resultaba ahora un lujo, pues cuando el sol llegaba al cenit, poda ir a su casa y encontrar la comida a punto; la mesa, limpia, y las escudillas y los palillos, colocados ordenadamente sobre ella. Hasta entonces, el mismo tena que confeccionarse el yantar al regresar del trabajo, cansado como estaba, a menos que el viejo sintiese hambre antes de tiempo y preparase un poco de comida u hornease un trozo de pan raso y sin levadura para acompaar unas cabezas de ajos.

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    15

    Ahora, lo que hubiese que comer estaba dispuesto y no tena ms que sentarse en el banco junto a la mesa y servrselo. El suelo de tierra se hallaba barrido; la pila del combustible, bien alta. Cuando l se marchaba por las maanas, la mujer coga el rastrillo de bamb y una cuerda y rondaba con ellos por los contornos, segando aqu un poco de hierba, all una ramita o un puado de hojas, y regresaba al medioda con suficiente combustible para hacer la comida. Le placa a Wang Lung que ya no tuviesen que comprar ms lea.

    Por la tarde, la mujer se echaba al hombro una azada y un cesto y marchaba al camino principal, que conduca a la ciudad y por el que pasaban continuamente mulas, burros y caballos acarreando cosas de una parte a otra, all recoga los excrementos de los animales y los llevaba a la casa, amontonando el estircol en el patio para fertilizar con l los campos. Estas cosas las haca en silencio y sin que nadie le ordenase hacerlas; y al terminar el da no descansaba hasta haber dado de comer al buey, en la cocina, y sacado agua, que le acercaba al hocico, para que el animal bebiese cuanto tuviera gana.

    Remend y arregl las ropas harapientas de los dos hombres con hilo que ella misma haba hilado aprovechando un copo de algodn con un huso de bamb. As quedaron adecentados los vestidos de invierno. Las ropas de cama las sac a la entrada, las puso al sol y, descosiendo la cobertura de los cubrecamas acolchados, los lavo y colg de un bamb para que se secaran, sacudiendo y aireando el algodn, limpindolo de los insectos que haban anidado entre sus pliegues y solendolo todo.

    Da tras da se ocupaba en una cosa o en otra, hasta que las tres habitaciones tuvieron una apariencia pulcra y casi prspera.

    La tos del viejo mejor, y el anciano tomaba apaciblemente el sol junto a la pared de la casa orientada al Sur, siempre medio dormido, caliente y feliz.

    Pero esta mujer jams hablaba, excepto en ocasiones de estricta necesidad. Wang Lung, observando cmo se mova, firme y lentamente, por las habitaciones de la casa, al paso seguro de sus grandes pies, observando su rostro cuadrado y estlido y la inexpresiva y medio temerosa mirada de sus ojos, no saba qu pensar de ella. De noche, conoca bien la suave firmeza de su cuerpo, pero de da, vestida, la tnica y los pantalones de basto algodn azul cubran cuanto el conoca y la mujer era entonces como una criada muda, una criada y nada ms. Pero no estaba bien que l le dijera: "Por qu no hablas?" Bastaba que cumpliera con su deber.

    A veces, trabajando los terrones del campo, ocurra que Wang Lung comenzaba a divagar sobre ella. Qu habra visto en aquellas cien estancias? Qu haba sido de su vida, aquella vida que nunca comparta con l? No saba qu pensar. Y en seguida se senta avergonzado de su inters y curiosidad por O-lan. Al fin y al cabo, era slo una mujer.

    Pero tres habitaciones y dos comidas diarias no son suficientes para mantener ocupada a una mujer que ha sido esclava de una gran casa, y acostumbrada a trabajar desde el alba hasta medianoche.

    Una vez, cuando Wang Lung, muy atareado a la sazn con el trigo, lo cultivaba da tras da hasta que la espalda le dola de fatiga, la sombra de O-lan cay a travs del surco sobre el que se inclinaba, y la vio a su lado, con una azada al hombro.

    No hay nada que hacer en la casa hasta el anochecer dijo brevemente.

    Y sin ms comenz a trabajar el surco hacia la izquierda, labrando con energa.

    Comenzaba el verano y el sol caa sobre ellos con crudeza. Pronto el rostro de la mujer empez a chorrear sudor. Wang Lung trabajaba desnudo de cintura arriba, pero a ella el vestido ligero, mojado de sudor, se le pegaba al cuerpo como una epidermis ms. Se movan ambos con un ritmo perfecto, hora tras hora, en silencio, y para Wang Lung aquella concordancia haca indoloro el esfuerzo. Su mente no daba cabida a ms realidad que esta del movimiento acorde: nada ms que al cavar y revolver de aquella tierra suya, que abran al sol: aquella tierra de la que sacaban su sustento, de la que estaba construido su hogar y sus dioses. Rica y oscura, caa ligeramente de la extremidad de los azadones. A veces apartaban de ella un trozo de ladrillo, una astilla de madera. Nada. En algn tiempo, en alguna poca remota, cuerpos de hombres y mujeres habran sido enterrados aqu, y se haban levantado casas que haban cado y vuelto a la tierra. As volveran a ella sus propios cuerpos y su propia

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    casa. Cada cual su turno. Y trabajaban juntos, movindose juntos, arrancando juntos el fruto de esta tierra, en el silencioso comps de su ritmo al unsono.

    Al ponerse el sol, Wang Lung se enderez despacio y mir a la mujer. Tena esta la cara hmeda, con estras de tierra, y estaba tan morena como los mismos terrones. El oscuro vestido se le pegaba al cuerpo sudoroso. Alis despacio el ltimo surco y luego, simple y sbitamente, con voz que son ms opaca que nunca en el silencio del anochecer, dijo:

    Estoy preada.

    Wang Lung se qued muy quieto. Qu poda replicar a esto? Se bajo a coger un pedazo de ladrillo roto y lo ech fuera del surco. La mujer haba dicho aquello como si dijera: "Te he trado te", o: "Vamos a comer". Pareca que fuese para ella una cosa corriente. Pero... para l! l no poda expresar lo que senta; su corazn se hinchaba y se detena como si hubiera encontrado sbitas limitaciones. Bien, era el turno de ellos en esta tierra! De pronto, le quit la azada a la mujer y dijo:

    Basta por hoy. Ya ha terminado el da. Vamos a darle la noticia al viejo.

    Y echaron a andar hacia la casa: ella, como corresponde a una mujer, media docena de pasos detrs del marido.

    El viejo se hallaba en la puerta, hambriento y aguardando la cena, que, desde que llegara la mujer a casa, no quera ya preparar l. Estaba impaciente, y al verlos grit:

    Soy demasiado viejo para que me hagan esperar as la comida!

    Pero Wang Lung, al pasar junto a l para entrar en la habitacin, dijo:

    Esta preada ya.

    Trat de decir esto con sencillez, como podra uno decir: "Hoy he sembrado en el campo del Oeste", pero no lo consigui. A pesar de que hablaba en voz baja, tena la sensacin de haber dicho aquellas palabras a gritos.

    El viejo pestae un momento: luego, comprendiendo, se ech a rer, con una risa que era como un cloqueo.

    Je, je, je! exclam al ver entrar a su nuera. De modo que hay cosecha a la vista!

    No poda verle el rostro, esfumado en la sombra, pero la oy contestar simplemente:

    Ahora preparar la comida.

    S..., s... Comida... replic el viejo con ansia.

    Y la sigui a la cocina, como una criatura.

    As como la perspectiva de un nieto le haba hecho olvidar la comida, la perspectiva del yantar, otra vez despertada en su mente, le hizo olvidar al nieto.

    Pero Wang Lung se sent en el banco, ante la mesa, y en la oscuridad, cruz los brazos y apoy la cabeza en ellos. De su propio cuerpo, de sus propias entraas, una vida!

    III

    Al acercarse la hora del nacimiento, Wang Lung le dijo a la mujer:

    Tendremos que llamar a alguien para que ayude cuando llegue el momento... Alguna mujer...

    Pero ella movi la cabeza. Se hallaba retirando las escudillas, despus de la cena; el viejo se haba ido a acostar y estaban los dos solos, sin ms luz que la que caa sobre ellos, en llama vacilante, de una pequea lmpara de hojalata, llena de aceite de habichuela, en la que flotaba una torcida de algodn que serva de mecha.

    Ninguna mujer? pregunt Wang Lung consternado.

    Empezaba ahora a habituarse a estas conversaciones con la mujer, conversaciones en las que la parte de ella se limitaba a un movimiento de cabeza, a un gesto de la mano o, en ocasiones, a una palabra salida involuntariamente de sus labios. El haba terminado por acostumbrarse a la parquedad de este curioso conversar.

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    17

    Pero va a ser muy extrao, con slo dos hombres en la casa! continu. Mi madre haca venir a una mujer del pueblo. Yo no entiendo nada de estas cosas. No hay nadie en la casa grande, alguna esclava con quien hubieras tenido amistad, que quisiera venir?

    Era la primera vez que mencionaba la casa de donde ella haba salido ya mujer. Se volvi hacia l como jams la haba visto, con las pupilas dilatadas y el rostro animado de una clera sorda.

    Nadie de esa casa! grit.

    A Wang Lung se le cay la pipa, que estaba llenando, y mir a la mujer con estupor. Pero ya a su rostro haba vuelto la expresin de siempre. O-lan recoga los palillos como si no hubiera hablado.

    Bueno, he aqu un caso! dijo Wang Lung con asombro.

    Pero ella no contest, y l, entonces, continu argumentando:

    Nosotros dos no tenemos habilidad en partos. Mi padre no est bien que entre en tu habitacin, y en cuanto a mi, ni siquiera he visto nunca parir a una vaca. Mis manos podran estropear a la criatura por torpeza. Pero si alguien de la casa grande, donde las esclavas estn continuamente dando a luz...

    O-lan, que haba amontonado ordenadamente los palillos sobre la mesa, mir a Wang Lung y luego dijo:

    Cuando yo vuelva a esa casa, ser con mi hijo en los brazos. Y mi hijo llevar una tnica roja y pantalones rojos floreados, un sombrero con un pequeo Buda dorado cosido al frente, y en los pies unos zapatos atigrados. Y yo llevar zapatos nuevos y una tnica nueva de satn negro. Y entrar en la cocina donde pas mi vida, y en el saln donde est sentada la Anciana con su opio, y mostrar mi hijo a los ojos de todos.

    Jams le haba odo Wang Lung decir tantas palabras. Fluan de sus labios seguras y sin interrupcin, aunque lentamente, y se dio cuenta de que todo esto lo tena ella planeado con anticipacin. Mientras trabajaba en los campos, a su lado, haba planeado todo esto. Qu sorprendente era! l hubiera dicho que apenas pensaba en la criatura, tan tranquilamente realizaba su labor, da tras da. Y, sin embargo, haba imaginado ya a la criatura nacida y vestida, y a s misma se haba visto ya como la madre de aquella criatura y con una tnica nueva. Por primera vez, el propio Wang Lung se qued sin palabras. Apret diligentemente el tabaco entre el pulgar y el ndice, haciendo una bola y, recogiendo la pipa del suelo, la llen.

    Supongo que necesitars algn dinero dijo al fin, con aparente aspereza.

    Si quisieras darme tres piezas de plata... contest ella temerosamente. Es mucho dinero, pero he contado todo con cuidado y no desperdiciar nada. Har que el comerciante en telas me entregue hasta el ltimo centmetro de cada metro.

    Wang Lung ech mano a su cinturn. El da anterior haba vendido en el mercado de la ciudad una carga y media de juncos del pantano que posea el campo del Oeste, y tena en su poder un poco ms de lo que ella necesitaba. Puso las tres piezas de plata sobre la mesa y luego, tras breve duda, aadi una cuarta pieza, que guardaba haca tiempo por si deseaba jugar un poco, cualquier maana, en la casa de t. Pero, temeroso de perder, no jugaba nunca; vagaba nicamente en torno a las mesas y miraba los dados golpear en las tablas. Generalmente, acababa por irse a pasar sus horas de ocio a la barraca del cuentista. All poda escuchar una vieja historia y slo tena que dar por ello una moneda de cobre cuando el hombre pasaba su escudilla.

    Ms vale que cojas tambin esta otra pieza dijo, soplando rpidamente en la torcida de papel que empezaba a arder y con la que encendi la pipa. Puedes tambin hacer el abrigo del nio de un pequeo retazo de seda. Al fin y al cabo, es el primero.

    O-lan no tom el dinero en seguida, pero se qued mirndolo con el rostro impvido e inexpresivo. Y murmur:

    Es la primera vez que tengo plata en mis manos.

    De pronto cogi las monedas, las apret con fuerza y ech a correr hacia el dormitorio. Wang Lung se qued sentado, fumando y pensando en el dinero que haba puesto sobre

    la mesa. Ese dinero sala de la tierra, de aquella tierra que l labraba y remova, desgastndose sobre ella, y de la que su vida se sustentaba. Gota a gota, el sudor de su frente

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    le arrancaba fruto, y de aquel fruto provena la plata. Antes de ahora, cada vez que se haba despojado de ella para drsela a alguien, era como si le arrancasen un pedazo de su propia vida para ponerlo en otras manos indiferentemente. Pero ahora, por primera vez, no senta el dolor de aquella entrega, porque vea la plata, no en la mano de un mercader de la ciudad, sino metamorfoseada en algo an de ms valor que la plata misma: en ropas para cubrir el cuerpo de su hijo.

    Y esta extraa mujer suya, que trabajaba sin decir nada, sin, al parecer, percatarse de nada, esta mujer haba visto ya al nio as vestido!

    Cuando lleg el momento, no quiso a nadie a su lado. Fue un anochecer, temprano, cuando apenas se haba puesto el sol. O-lan se hallaba trabajando junto a su marido. El trigo haba sido cosechado; el campo, inundado y sembrado de arroz, que daba ahora fruto; las espigas aparecan maduras y pletricas tras las lluvias estivales, tras el tibio y dorado sol otoal. Juntos haban estado haciendo gavillas todo el da, doblados, cortndolas con unas hoces de mango corto. O-lan se inclinaba rgidamente, por la carga que llevaba, y se mova con ms lentitud que Wang Lung, de manera que segaban con desigualdad: la hilera de l ms avanzada que la de ella. Wang Lung se volvi a mirarla con impaciencia, y entonces la mujer se detuvo, enderezse y dej caer la hoz. Su rostro estaba empapado en sudor, en el sudor de una agona nueva.

    Ya ha llegado dijo. Voy a entrar en la casa. No vayas al cuarto hasta que yo llame. Pero treme un junco recin pelado y afilado, para que yo pueda separar la vida del nio de la ma.

    Y atraves los campos en direccin a la casa como si nada ocurriera. El se la qued mirando, y luego fue al pantano, escogi un junco verde y flexible y lo afin con el filo de su hoz. La rpida sombra otoal comenz entonces a cerrar el crepsculo, y Wang Lung, echndose la hoz al hombro, se encamin hacia la casa.

    Al llegar a ella encontr la cena caliente sobre la mesa, y al viejo, comiendo. La mujer se haba detenido a prepararles comida!

    Y se dijo que una mujer as no se encontraba fcilmente. Dirigise al dormitorio y desde la puerta grit:

    Aqu est el junco!

    Y esper, creyendo que ella le contestara que se lo llevase. Pero no fue as, sino que se acerc ella misma a la puerta, sac la mano por la abertura y cogi el junco. No pronunci palabra, pero l la oy jadear como jadea un animal despus de haber corrido mucho.

    El viejo levant la cabeza de su escudilla y dijo:

    Come, o va a estar todo fro y aadi: No te preocupes todava. Hay para rato. Me acuerdo de que cuando naci mi primer hijo, antes de que todo hubiera concluido era ya de da. Ay de m! Pensar que de todos los hijos que yo engendr y tu madre concibi (uno tras otro..., tantos, que ni me acuerdo), slo t has vivido! Comprendes por qu una mujer ha de parir y parir?

    Y dijo otra vez, como si acabase de percatarse de ello:

    Maana, a estas horas, puedo ser abuelo de un chico!

    Se puso a rer de pronto, ces de comer y se qued cloqueando largamente en la penumbra del cuarto.

    Pero Wang Lung, de pie junto a la puerta, estaba slo atento a aquel jadeo de animal que vena del dormitorio. Un olor a sangre caliente lleg hasta l, un olor mareante que le asust. El jadeo de la mujer se hizo rpido y sonoro, como gritos apagados, pero ninguna voz se escap de sus labios. Y cuando ya Wang Lung no poda ms y estaba a punto de penetrar en el dormitorio, oy un llanto fino, punzante, y se olvid de todo.

    Es un hombre? grit importunamente, sin acordarse de O-lan. Y repiti: Es un hombre? Dime esto al menos: es un hombre?

    La voz de la mujer contest, tan dbilmente como un eco:

    Un hombre!

    Entonces, Wang Lung fue a sentarse a la mesa. Qu rpido haba sido todo! La comida estaba fra y el viejo se haba dormido en el banco, pero qu rpido haba sido todo!

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    Sacudi al viejo por los hombros.

    Es un nio! grit triunfalmente. Eres abuelo, y yo padre!

    El viejo se despert de pronto y empez a rer como se haba redo al quedarse dormido.

    Si.... si... Naturalmente cloque. Abuelo, abuelo.

    Y levantndose, se fue a la cama, todava riendo.

    Wang Lung cogi la escudilla de arroz y empez a comer. De repente se le haba despertado un hambre terrible, y no poda llevarse la comida a la boca con bastante rapidez. En el dormitorio, la mujer se mova y el llanto de la criatura era continuo y punzante.

    "Supongo que ya no tendremos ms tranquilidad en esta casa", se dijo con orgullo.

    Cuando hubo comido cuanto tena gana, regres a la puerta y, como la mujer le dijese que entrase, entr.

    El olor de la sangre derramada todava llenaba, denso y caliente, la atmsfera, pero no haba huella alguna de aquella sangre, excepto en la tina de madera. Pero en esta tina la mujer haba echado agua y estaba escondida bajo la cama, de manera que Wang Lung apenas poda verla. La vela roja estaba encendida, y O-lan, pulcramente cubierta, se hallaba echada sobre la cama. A su lado, envuelto en unos pantalones viejos del padre, como era costumbre en esta parte del pas, yaca su hijo.

    Wang Lung se acerc y, por el momento, ninguna palabra acudi a sus labios. El corazn le brinc en el pecho al acercarse a mirar al nio. Tena una carita redonda y arrugada, muy morena, y el cabello, largo, hmedo y negro. Haba cesado de llorar y cerraba los ojos con fuerza.

    Wang Lung mir a su esposa y ella le mir a l. Sus estrechas pupilas estaban hundidas, y su cabello, mojado an por el sudor de la angustia; aparte de esto, era la misma de siempre, ms para Wang Lung, vindola all postrada, O-lan resultaba emocionante. El corazn se le iba hacia aquellos dos seres, y exclam, no sabiendo qu otra cosa decir:

    Maana ir a la ciudad y comprar una libra de azcar encarnado para echarlo en agua hirviendo y que t lo bebas.

    Y, mirando al nio otra vez, brot de l esta exclamacin, como si fuese algo que acabase de ocurrrsele:

    Tendremos que comprar un buen cesto de huevos y teirlos de rojo, para los del pueblo. As, todo el mundo sabr que tengo un hijo!

    IV

    Al da siguiente de haber nacido el nio, la mujer se levant como de costumbre y prepar la comida, pero no fue a los campos con Wang Lung, de manera que l trabaj solo hasta despus de medioda. Entonces se puso su traje azul y se fue a la ciudad, dirigindose al mercado, donde compr cincuenta huevos. No eran recin puestos, pero estaban bastante frescos y costaban un penique cada uno. Tambin compr papel rojo para hervir en el agua con los huevos y teirlos. Luego, con ellos en un cesto, entr en una confitera y adquiri algo ms de una libra de azcar encarnado, mirando cmo se lo envolvan cuidadosamente en un papel pardo. Bajo el bramante de paja que lo sujetaba, el tendero pas una tira de papel rojo, y al hacerlo sonde.

    Es, acaso, para la madre de un recin nacido?

    De un hijo primognito dijo Wang Lung con orgullo.

    Ah, buena suerte! respondi el hombre indiferentemente, dirigiendo la vista a un cliente bien vestido que acababa de entrar.

    Estas palabras las haba dicho otras muchas veces, casi cada da se las deca a alguien, pero a Wang Lung le parecieron una atencin especial, y, contento por la cortesa del tendero, inclinse y salud, repitiendo el saludo al abandonar la tienda. Al salir al crudo sol de la polvorienta calle, le pareci a Wang Lung que no haba en el mundo nadie ms afortunado que l.

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    Pens en esto con alegra y luego con una punzada de temor, porque en esta vida no es bueno ser demasiado afortunado. El aire y la tierra estaban llenos de espritus malignos que no podan sufrir la felicidad de los mortales, especialmente de los pobres. Se resolvi a penetrar en la cerera, donde tambin vendan incienso, y compr cuatro bastones, uno por cada persona de su casa, y con estos cuatro bastones dirigise al pequeo templo de los dioses de la tierra y los puso entre las fras cenizas de aquel otro incienso que l y su mujer haban ofrendado. Mir arder los cuatro bastones y, reconfortado, parti hacia su casa. Estas dos figurillas, sentadas gravemente bajo su reducida techumbre, qu poder tenan!

    Y ocurri que, antes de que pudiera darse cuenta del nuevo estado de cosas, la mujer se hallaba otra vez a su lado, trabajando en los campos. Ya haban recogido la cosecha y batan el grano en la era, que constitua asimismo el patio de entrada de la casa. Lo batan con mayates, l y la mujer a un tiempo. Una vez, batido, lo cernan, echndolo al aire desde los planos cestos de bamb, recogiendo el grano al caer, mientras la broza volaba al viento como una nube. Y haba tambin que plantar nuevamente los campos con el trigo de invierno, y cuando Wang Lung hubo uncido el buey y labrado la tierra, la mujer sigui tras l con una azada, deshaciendo los terrones de los surcos.

    Trabajaba ahora todo el da. El nio, entre tanto, dorma sobre una vieja colcha, en el suelo. Cuando se despertaba, la mujer interrumpa su labor y le daba el pecho, sentada en el suelo, mientras el sol caa sobre ellos, ese recalcitrante sol de otoo que conserva el ardor del verano hasta que los primeros fros invernales le fuerzan a soltarlo. La mujer y el nio estaban tan morenos como la arcilla y parecan dos figuras de tierra. El polvo de los campos se posaba sobre el cabello de la madre y en la cabeza negra y suave de la criatura.

    Pero del seno amplio y oscuro, la leche que alimentaba al hijo flua tan blanca como la nieve. Y cuando la criatura succionaba un pecho, manaba del otro, y la mujer dejbale manar. Tena ms de la necesaria para el sustento del nio, a pesar de su glotonera, y descuidadamente la dejaba perderse, segura de su abundancia. Haba siempre ms y ms. A veces levantaba el seno y, para no mancharse, lo dejaba fluir sobre la tierra, que se empapaba, formndose en ella una mancha oscura y suave. La criatura estaba gorda, tena buen carcter y su vida se nutra abundantemente del alimento inextinguible que la madre le daba.

    Lleg el invierno y los hall preparados contra l. Las cosechas haban sido esplndidas como nunca, y las tres habitaciones de la casa estaban repletas. Del techo de paja colgaban, atadas a las vigas, ristras de ajos y cebollas, y en el cuarto central, y en el del viejo, y en el de ellos mismos, haba esterillas de juncos trabajadas en forma de grandes tinajas y llenas de trigo y de arroz. Parte del grano sera vendido, pero Wang Lung era un hombre frugal y no gastaba su dinero, como muchos lugareos, en jugar o en comidas demasiado delicadas para ellos, de modo que no se vea obligado, como los otros, a vender en tiempo de cosecha, cuando los precios eran bajos, sino que almacenaba el grano y lo venda cuando haba nieve, o por Ao Nuevo, poca en que la gente de las ciudades pagaba los comestibles a cualquier precio.

    Su to estaba siempre vendiendo el grano aun antes de que madurara. A veces, por obtener un poco de dinero contante, lo venda en el mismo campo, para ahorrarse la molestia de desgranar y rastrillar. Pero la esposa de su to era una mujer tonta, gorda y holgazana, eternamente pidiendo exquisiteces, comida de esta y de esa otra clase y zapatos nuevos comprados en la ciudad. La mujer de Wang Lung se haca ella misma los zapatos, y los de su marido, del viejo y del nio. Wang Lung se habra quedado atnito si O-lan hubiese querido comprar zapatos!

    En la vieja y ruinosa casa de su to no colgaba jams cosa alguna de las vigas, pero en la suya haba hasta una pierna de cerdo que comprara a Ching, su vecino, cuando ste mat el cerdo porque le pareci que el animal presentaba sntomas de enfermedad. Muerto el cerdo antes de que perdiera carnes, la pierna era gorda, y O-lan la sal bien y la colg para que se secase. Tenan tambin dos de sus propios pollos, muertos y secados sin desplumar y dentro rellenos de sal.

    En medio, pues, de esta abundancia permanecieron en casa cuando los vientos invernales llegaron del desierto situado al Noroeste, vientos speros y mordientes.

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    Pronto el nio pudo sentarse. Cuando cumpli un mes y tuvo de existencia una luna entera, lo festejaron con un plato de fideos, que significa larga vida. Y Wang Lung invit a todos los que haban acudido a su boda y les dio huevos de los que haba teido, y tambin a la gente del pueblo que vena a felicitarle: dos huevos a cada uno. Y todos le envidiaban su hijo, una criatura enorme, con cara de luna y los altos pmulos de su madre. Ahora, mientras el invierno avanzaba, el nio se sentaba sobre la colcha, en el suelo de tierra, en lugar de permanecer en los campos. Abran la puerta al Sur para que entrase la luz, y el aire del Norte bata en vano contra los gruesos muros de tierra de la casa. El rbol que creca a la entrada qued desnudo de hojas, y lo mismo los sauces y los perales cercanos a los campos. nicamente los bambes que crecan formando un grupo de verdura hacia el lado este de la casa conservaban sus hojas, agarradas fuertemente a los tallos que doblegaba el viento.

    Pero aquel viento seco no dejaba germinar la semilla de trigo que yaca en la tierra, y Wang Lung esperaba la lluvia ansiosamente. De pronto, un da apacible y gris, en que el viento haba cedido a un aire quieto y tibio, la lluvia hizo su aparicin, y Wang Lung y los suyos permanecieron en la casa pletrica de bienestar, viendo caer el agua sobre los campos cercanos a la entrada, empapndolos, mirndola gotear de los extremos del techo de paja que sobresalan de la puerta. El nio estaba asombrado y extenda la mano para coger los hilos plateados de la lluvia, y se rea, y con el se rean los dems. El viejo se agazap en el suelo, junto al nio, y dijo:

    No hay otra criatura como sta en doce pueblos a la redonda. Esos cros de mi hermano no se dan cuenta de nada hasta que andan.

    Y en los campos el trigo germinaba y echaba briznas de un verde delicado sobre la tierra morena y hmeda.

    En pocas como sta haba mucho visiteo, porque cada labrador vea que, por una vez, el cielo se cuidaba del trabajo del campo y las cosechas eran regadas sin que ellos tuvieran que romperse la espalda efectundolo, cargando de un lado a otro cubos suspendidos de los extremos de un palo que llevaban atravesado sobre los hombros. Y se reunan por las maanas en una casa o en otra, bebiendo t aqu y all y yendo de un sitio al otro con los pies desnudos por el angosto camino que cruzaba los campos, bajo grandes sombrillas de papel aceitado. Las mujeres se quedaban en casa y hacan zapatos o remendaban la ropa, si eran econmicas, y pensaban en los preparativos para la fiesta de Ao Nuevo.

    Pero Wang Lung y su esposa no visitaban con frecuencia. En aquel pueblecillo de media docena de casas, pequeas y diseminadas, ninguna haba tan llena de calor y abundancia como la de ellos, y Wang Lung se daba cuenta de que si intimaba demasiado con los otros pronto vendran las peticiones de prstamos. El Ao Nuevo se aproximaba y quin tena suficiente dinero para la nueva ropa y para las fiestas? Se qued en su casa, y mientras la mujer cosa y remendaba, l sac sus rastrillos de bamb y los examin detenidamente: donde hallaba una fibra deshecha teja otra nueva, confeccionada del camo que l mismo cultivaba, y cuando hallaba un diente roto lo sustitua hbilmente con un nuevo trozo de bamb.

    Y esto que l haca con sus utensilios de labranza, lo haca la mujer con los utensilios domsticos. Si uno de los potes de barro goteaba, no lo arrojaba y peda uno nuevo, como hacan otras mujeres, sino que mezclaba arcilla y yeso, soldaba la hendidura, la pona a calentar lentamente y el pote quedaba como nuevo.

    Se quedaban en casa, pues, y complacanse en la mutua aprobacin, aunque sus conversaciones no eran nunca mucho ms que palabras sueltas, como stas:

    "Reservaste la semilla de la calabaza grande para el nuevo planto?" O: "Venderemos la paja del trigo y emplearemos la broza de las habichuelas para quemar en la cocina". O, en raras ocasiones, Wang Lung deca: "Este plato de fideos est bueno". Y O-lan contestaba: "Este ao tenemos buena harina de los campos".

    Del producto de este ao afortunado le quedaba a Wang Lung, cubiertas sus necesidades, un puado de dlares de plata, que no se atreva a llevar en el cinturn, ni a decir a nadie, excepto a su mujer, que los posea. Buscaron un lugar donde esconder el dinero, y al fin a la mujer se le ocurri hacer un agujero en la pared interior, detrs de la cama, y lo metieron en el. Luego con un terrn de tierra tap el agujero. Nadie hubiera dicho que hubiese all cosa alguna, pero tanto a Wang como a O-lan aquello les daba una secreta sensacin de

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    riqueza y de reserva. Wang Lung, consciente de que posea ms dinero del que necesitaba gastar, caminaba entre sus compaeros en paz consigo mismo y con el mundo.

    V

    El Ao Nuevo se avecinaba y en cada casa del pueblo se efectuaban preparativos. Wang Lung fue a la cerera de la ciudad y compr unos cuadrilteros de papel rojo en los cuales haba inscripciones doradas: la letra que llamaba a la felicidad, y la que llamaba a la riqueza. Estos cuadros de papel los peg en sus instrumentos de labor para que le trajesen buena suerte en el Ao Nuevo. Los peg en el azadn, y en el horcajo del buey, y en los dos cubos donde trasegaba los abonos y el agua. Y en todas las puertas de su casa adhiri largas tiras de papel rojo como epgrafes de buena fortuna, y sobre su puerta coloc una cenefa de papel muy fina recortada hbilmente figurando flores. Y an compr ms papel para los vestidos nuevos de los dioses, que, confeccion el abuelo con mucha gracia, teniendo en cuenta sus viejas manos temblorosas; Wang Lung cogi estos vestidos y se los puso a los dos pequeos dolos del templo a la tierra, quemando ante ellos un poco de incienso en honor del Ao Nuevo. Y, con destino a su casa, adquiri dos velas rojas para colocarlas encima de la mesa y encenderlas en la vspera del ao, bajo la imagen de un dios que estaba pegada a la pared del cuarto central, sobre la mesa.

    Otra vez, volvi Wang Lung a la ciudad y compr manteca de cerdo y azcar blanco. La mujer trabaj la manteca hasta dejarla suave y blanca, y cogiendo harina de arroz de su propia cosecha, que haban molido en su molino, al que podan uncir el buey cuando era preciso, y el azcar blanco, y la manteca, mezcl y amas riqusimos pasteles de Ao Nuevo, llamados pasteles de luna, igual que los que se coman en la Casa de Hwang. Cuando Wang Lung vio los pasteles sobre la mesa, en lnea, dispuestos para ser horneados, sinti que el corazn le estallaba de orgullo.

    En todo el pueblo no haba otra mujer que pudiese hacer lo que la suya haba hecho: aquellos pasteles semejantes a los que se comen en las fiestas de los ricos. Algunos dulces los haba decorado con tiras de pequeas acerolas rojas y con discos de ciruelas verdes, secas, formando flores y dibujos.

    Es una lstima comer estos pasteles dijo Wang Lung. El viejo husmeaba en torno a la mesa, contento como un chiquillo con los brillantes colores.

    Llama a mi hermano, tu to dijo, y a sus hijos. Que vean esto!

    Pero Wang Lung se haba vuelto prudente con la prosperidad. Saba que no poda invitar a gente hambrienta nada ms que a ver pasteles. Y se apresur a decir:

    Trae mala suerte mirar dulces antes de Ao Nuevo.

    La mujer, con las manos polvorientas de la delicada y rica harina, y pegajosas de manteca, exclam:

    Estos pasteles no son para comerlos nosotros, excepto uno o dos de los sencillos, para que los prueben los invitados. Nosotros no somos bastante ricos para comer azcar blanco y manteca. Los estoy preparando para la Venerable Seora de la casa grande. Ir con el nio en el segundo da del Ao Nuevo y llevar los pasteles como regalo.

    Entonces los dulces adquirieron ms importancia que nunca, y Wang Lung se sinti satisfecho de que a aquel saln donde l haba entrado con tanta timidez y tan pobremente, fuera su esposa ahora como una visita, llevando a su hijo vestido de rojo, y unos pasteles como aqullos, hechos de la mejor harina, azcar y manteca.

    Al lado de esto, todo lo dems del Ao Nuevo cay en la insignificancia. El abrigo negro, de tela de algodn, que O-lan le haba hecho, slo sirvi para que Wang Lung se dijese:

    Me lo pondr cuando los acompae hasta la puerta de la casa grande.

    E incluso pas desidiosamente el primer da del Ao Nuevo, en que su to y sus vecinos, muy turbulentos por lo que haban bebido y lo que haban comido, entraron en la casa para felicitarles a su padre y a l. Personalmente haba cuidado de que los pasteles fuesen guardados en el cesto, no fuera cosa que hubiera de ofrecerlos a gente ordinaria, pero le cost

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    un gran esfuerzo, cuando los dulces sencillos, los blancos, fueron alabados, no gritar: Habrais de ver los de color!

    Pero no lo hizo, porque ms que ninguna otra cosa deseaba entrar en la casa grande orgullosamente.

    En el segundo da del Ao Nuevo es costumbre que las mujeres se visiten unas a otras, habiendo los hombres comido y bebido a su antojo el da anterior.

    Se levantaron al alba, y O-lan visti al nio, ponindole la tnica roja y los zapatos atigrados que ella misma le haba hecho. Y en la cabeza, afeitada por Wang Lung en el ltimo da del Ao Viejo, le coloc el sombrero rojo, sin copa, en cuya parte delantera estaba cosido el pequeo Buda dorado. Puso al nio sobre la cama y entonces Wang Lung empez a vestirse rpidamente, mientras su esposa se peinaba el largo cabello negro, lo recoga con la peineta de cobre y bao de plata que l le haba comprado y se pona su nueva tnica negra, confeccionada de la misma tela que la de l. Ocho varas de buen material para las dos, y otra vara ms para colmar la medida, como era costumbre en las tiendas de telas. Y en seguida, llevando l el nio y ella el cesto con los pasteles, emprendieron la marcha por el camino que cruzaba los campos, infructuosos ahora en la esterilidad invernal.

    Al llegar a la gran entrada de la Casa de Hwang, Wang Lung se vio recompensado, pues cuando el portero acudi a la llamada de la mujer, abri mucho los ojos al verlos, se retorci los tres pelos del lunar y dijo:

    Oh, Wang el labrador! Esta vez tres en lugar de uno!

    Y viendo las ropas nuevas que llevaban todos, y la criatura, que era un nio, aadi:

    No hay necesidad de desearte ms suerte en este ao de la que has tenido en el pasado.

    Wang Lung contest indiferentemente, como se le habla a un hombre que apenas es un igual: "Buenas cosechas..., buenas cosechas...", y atraves la entrada confiadamente.

    El portero estaba impresionado por todo lo que vea, y le dijo a Wang Lung:

    Sintate en mi miserable cuarto mientras yo anuncio a tu mujer y a tu hijo adentro.

    Y Wang Lung les vio cruzar el patio a su mujer y a su hijo, llevando regalos para la cabeza de una gran familia. Era todo en honor suyo, y cuando se fueron achicando en la larga perspectiva de los patios construidos uno tras otro, perdindoles al fin de vista por completo, entr en la casa del portero y all acept el sitio de honor, a la izquierda de la mesa del cuarto central, que le ofreca la esposa del guardin, una mujer picada de viruelas, y tambin acept, con slo una leve inclinacin de cabeza, el tazn de t con que lo obsequi, y que Wang Lung coloc ante s, pero sin beberlo, como si no considerase la calidad de las hojas de te suficientemente buenas para l.

    Le pareci que pasaba mucho tiempo hasta que el portero regres nuevamente, trayendo a la mujer y el nio. Wang Lung mir el rostro de la mujer intensamente durante un momento, tratando de leer en l si todo iba bien, porque haba ya aprendido a descubrir en aquella fisonoma impasible pequeos cambios que al principio le pasaban inadvertidos. Pero vio en ella una expresin de hondo contentamiento y en seguida se sinti impaciente por orle contar lo que haba sucedido en aquellas estancias de las seoras, en las que l no poda entrar, y que le interesaban ahora que estaba en relacin con ellas.

    As es que saludando escuetamente al portero y a su tosca mujer picada de viruelas, se llev a O-lan y cogi en brazos al nio, que se haba dormido y estaba hecho un ovillo dentro de su abrigo nuevo.

    Y bien...? pregunt dando vuelta a la cabeza y mirando a O-lan, que le segua. Por vez primera su lentitud le impacientaba. Ella se le acerc un poco ms y dijo bajito:

    Me parece que este ao estn apurados en esa casa. Hablaba en un tono escandalizado, como se podra hablar de que los dioses tuvieran hambre.

    Qu quieres decir? dijo Wang Lung, animndola.

    Pero ella no se precipitaba. Para ella, las palabras eran cosas que se deban coger una a una y soltar con dificultad.

    La Venerable Seora llevaba la misma tnica que el ao pasado. Yo no haba visto nunca ocurrir esto. Y las esclavas no tenan vestidos nuevos.

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    Tras una pausa, aadi entonces:

    No he visto una sola esclava que llevase una tnica nueva como la ma.

    Y tras otro silencio, dijo nuevamente:

    Y en cuanto a nuestro hijo, no haba una sola criatura de entre las de las concubinas del propio Anciano Seor que se pudiese comparar a l en belleza y atavo.

    Una sonrisa lenta se esparci por su rostro, y Wang Lung comenz a rer y apret al nio contra su corazn. Qu bien le haban ido las cosas!

    De pronto, su exaltacin qued estrangulada por una rfaga de terror. Qu locura andar, as, bajo el cielo, con un hermoso hijo varn en los brazos, para que cualquier espritu maligno que pasase pudiera verlo! Se abri el abrigo rpidamente, escondi la cabeza del nio en su seno y dijo en voz alta:

    Qu lstima que nuestra criatura sea una hembra, que no puede interesar a nadie, y adems con viruelas! Pidamos al Cielo que se muera.

    S..., si... dijo su esposa tan aprisa como le fue posible, comprendiendo vagamente lo que haban hecho.

    Y confortado con estas precauciones, Wang Lung interrog nuevamente a su esposa:

    Te has enterado de por qu se estn empobreciendo?

    Solamente pude hablar un momento en privado con la cocinera bajo cuyas rdenes trabajaba replic ella, pero me dijo: "Esta casa no puede continuar as toda la vida, con los cinco jvenes seores gastando el dinero en otros lugares como si fuese agua y mandando a casa mujer tras mujer segn se van cansando de ellas, y el Anciano Seor, en su propio hogar, aadiendo una concubina o dos cada ao, y la Venerable Seora consumiendo diariamente opio suficiente para llenar dos zapatos de oro".

    Es as? pregunt Wang Lung, boquiabierto.

    Adems, la tercera hija se casar en la primavera continu O-lan y su dote vale lo que el rescate de un prncipe y bastara para comprar un puesto oficial en una gran ciudad. Sus ropas sern del satn ms fino, con dibujos especiales tejidos en Soochow y en Hangchow, y de Shanghai le mandarn un sastre con todo un squito de oficiales para que su ajuar no sea menos elegante que el de las damas de otros lugares.

    Con quin va a casarse, entonces, que hacen todo ese gasto? dijo Wang Lung, lleno de admiracin y horrorizado por aquel derroche.

    Con el hijo segundo de un magistrado de Shanghai contest la mujer, y tras una larga pausa aadi: Se deben estar empobreciendo, porque la misma Venerable Seora me dijo que queran vender tierras: algunos de los terrenos que hay al sur de la casa, al otro lado de la muralla de la ciudad, donde cada ao plantaban arroz, porque es buena tierra y fcilmente irrigada por el foso que circunda la muralla.

    Vender la tierra! exclam Wang Lung, convencido. Entonces, realmente se estn volviendo pobres. La tierra es nuestra carne y nuestra sangre.

    Medit un instante y de pronto le asalt un pensamiento y se golpe la sien con la mano.

    No se me haba ocurrido! grit volvindose