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BURKE, Peter (2006 [2004]), ¿Qué es la historia cultural?, Ediciones Páidos Ibérica, S.A. Barcelona. 170 págs. Como muchos de los procesos históricos de los que somos contemporáneos, la aparición de múltiples cátedras encargadas de estudiar la historia alterna o no oficial al interior de las sociedades es un proceso que contrario a lo que pueda parecer abarca cerca de dos siglos de desarrollo disciplinar. Este trasiego humanístico es lo que encontramos sucintamente desarrollado en What is Cultural History? (Polity Press, 2004) de Peter Burke, que a modo de una Historia desde dentro de la disciplina describe, teoriza y realiza una crítica de lo que se ha llamado Historia cultural, o que se asocia de forma más corriente en nuestro contexto con la Historia Popular o los Estudios Culturales y que Burke describe desde la tradición de estudios sobre lo popular en el romanticismo del siglo XVIII hasta los estudios más recientes de la Nueva Historia Cultural (NHC). El texto inicia señalando dos hechos relevantes para la concepción de la disciplina. El primero, la aparición de la escuela de la sospecha a finales del siglo XIX y principios del XX que removió el estatuto de las ciencias y su conciencia de la verdad y que ha señalado de manera muy interesante ya antes Kuhn en su ya famoso libro “La estructura de las revoluciones científicas”. El segundo hecho es la ampliación del concepto de cultura, ya no para designar como en el pasado una parte de los saberes y prácticas usualmente asociados con las élites o la alta cultura, sino para abarcar también distintas ramas de estudio y de prácticas sociales, lo que a su vez generó un cambio en los métodos y discursos de la disciplina histórica. Los orígenes de esta nueva disciplina los encuentra Burke en una serie de autores clásicos que inicialmente estudian el arte como parte de la composición histórica, y siguiendo en líneas generales a Hegel y su concepto de Zeitgeist (espíritu de la época) desarrollaron una labor distinta a la de sus antecesores. Como principales iniciadores encontramos a Jacobo Burckhardt (La cultura del Renacimiento en Italia, 1860) y Johan Huizinga (El otoño de la Edad Media de 1919) –ya clásicos, valga repetirlo- quienes en sus libros

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BURKE, Peter (2006 [2004]), ¿Qué es la historia cultural?, Ediciones Páidos Ibérica, S.A. Barcelona. 170 págs.

Como muchos de los procesos históricos de los que somos contemporáneos, la aparición de múltiples cátedras encargadas de estudiar la historia alterna o no oficial al interior de las sociedades es un proceso que contrario a lo que pueda parecer abarca cerca de dos siglos de desarrollo disciplinar. Este trasiego humanístico es lo que encontramos sucintamente desarrollado en What is Cultural History? (Polity Press, 2004) de Peter Burke, que a modo de una Historia desde dentro de la disciplina describe, teoriza y realiza una crítica de lo que se ha llamado Historia cultural, o que se asocia de forma más corriente en nuestro contexto con la Historia Popular o los Estudios Culturales y que Burke describe desde la tradición de estudios sobre lo popular en el romanticismo del siglo XVIII hasta los estudios más recientes de la Nueva Historia Cultural (NHC).

El texto inicia señalando dos hechos relevantes para la concepción de la disciplina. El primero, la aparición de la escuela de la sospecha a finales del siglo XIX y principios del XX que removió el estatuto de las ciencias y su conciencia de la verdad y que ha señalado de manera muy interesante ya antes Kuhn en su ya famoso libro “La estructura de las revoluciones científicas”. El segundo hecho es la ampliación del concepto de cultura, ya no para designar como en el pasado una parte de los saberes y prácticas usualmente asociados con las élites o la alta cultura, sino para abarcar también distintas ramas de estudio y de prácticas sociales, lo que a su vez generó un cambio en los métodos y discursos de la disciplina histórica.

Los orígenes de esta nueva disciplina los encuentra Burke en una serie de autores clásicos que inicialmente estudian el arte como parte de la composición histórica, y siguiendo en líneas generales a Hegel y su concepto de Zeitgeist (espíritu de la época) desarrollaron una labor distinta a la de sus antecesores. Como principales iniciadores encontramos a Jacobo Burckhardt (La cultura del Renacimiento en Italia, 1860) y Johan Huizinga (El otoño de la Edad Media de 1919) –ya clásicos, valga repetirlo- quienes en sus libros sobre el renacimiento y la edad media respectivamente, trataron de reconstruir la época que escogieron antes de decir qué sucedió en el pasado, como un cúmulo de acciones, es decir, hubo un giro más hacia lo narrativo en sacrificio de lo enumerativo. Tras este aporte aparece la visión desde la perspectiva de la sociología de la mano de Max Weber (La ética protestante y el espíritu del capitalismo, 1904) en la que observamos la relación de la ideología protestante en la formación del espíritu de la nación americana y Norbert Elias (El proceso de la civilización,1939) quien desarrolla una relación entre el uso de los cubiertos y las prácticas de autocontrol. Avanzando en el tiempo y justo en aquella época, el movimiento intelectual que se exilia de Alemania al Reino Unido y a Estados Unidos desarrolló la perspectiva disciplinar en estos países, influenciados por la visión marxista de la cultura, siguiendo en líneas generales uno que otro planteamiento de Huizinga y Burckhardt; se desarrollan, por citar algunos ejemplos, los trabajos de Gombrich, F.R. Leavis y Hauser, y en una línea dedicada ya más a la denomidada “cultura popular” (la volkskultur de algunos alemanes del siglo XVIII) Hobsbawm y Edward Thompson.

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Aunque pueda parecer entonces un catálogo de textos que tienen en común perspectivas de estudio, en realidad en los textos citados y explicados por Burke se puede notar una transformación en la Historia cultural, en sus métodos y configuraciones. Además, todos son clásicos de los estudios humanísticos actuales y siguen entregando interpretaciones y significaciones sobre los apartados que cada estudio dedicó en su momento.

Es precisamente al final de este somero catálogo que es posible observar que la disciplina ha logrado cierta madurez y relevancia justo en la década del sesenta donde se desarrollará y ganará prestigio académico. Quizá por eso Burke dedica su segundo capítulo a estudiar los desarrollos después de mediados del siglo XX y a revisar algunos de los problemas generados al interior del canon de su disciplina, para mostrar que la apertura a estas preguntas y la búsqueda de posibles respuestas guiarán el camino de la disciplina en el resto del siglo. Inicialmente hay una revaloración de las fuentes usadas por los clásicos, quienes las valoraban como espejo de la tradición cultural que estudian. Por influencia de la cultura popular, el corpus de fuentes aumenta y se amplía, generando visiones nuevas y distintas a las de sus predecesores. Otro aporte, propio del desarrollo de la estadística como disciplina y parte de la cultura en el siglo XX, es la revisión desde esta perspectiva de temas o usos lingüísticos. Por otra parte, el cuestionamiento al método viene de la visión marxista, quienes observaban que el estudio clásico carecía de bases económicas o sociales, sobreestimaba la hegemonía cultural y además no observaba la diferencia entre zonas temporales que en un estudio más minuciosos arrojaría resultados distintos según la época, por ejemplo en la historia de los sentimientos o de los sentidos. Por otra parte aparece la paradoja del concepto de tradición, que aunque sirve de piedra de toque a los estudiosos, en sí misma puede no resultar tan pura y develar que toda continuación de una tradición es degenerativa, cambia con el tiempo y los actores. Finalmente el último problema es la propia historia popular, que por un lado en su visión genera un estatuto de diferencia con cierta cultura de élite, y que en el estudio de la época resulta difícil de diferenciar dichas categorías. Es todo ello lo que le permite a Burke presentar un concepto distinto de cultura, más global, que engloba un vasto repertorio de objetos y prácticas, un concepto de cuño más etnográfico o antropológico.

Es entonces el tercer capítulo el que le permite a Burke exponer el desarrollo en los sesentas y los años posteriores, que es la época durante la cual los estudios culturales ganan influencia y fama, naciendo con ellos el concepto de Nueva Historia Cultural y cada vez más debido al cambio en el uso de concepto de cultura que al ampliarse en sí mismo permite el desarrollo de la historia de distintas prácticas que le atañen (cultura de los medios, cultura política, cultura de las armas, etc.) a la par que los estudios adquieren mayor influencia antropológica. A la vez una serie de textos comienzan a desarrollar explicaciones culturales para comprender fenómenos políticos o sociales; el autor clave sigue siendo Claude Levi-Strauss y la influencia de su visión de estructura tomada de la lingüística aplicada a las sociedades; a su vez al interior de la antropología, aparece un concepto que será fundamental en el desarrollo de la disciplina posteriormente, de la mano de Cliford Geertz, para muchos padre de la antropología moderna. Geertz señala un concepto de cultura algo diferente al planteado ya antes de él, resaltando el papel de la transmisión simbólica y su papel en la construcción de las sociedades. Adaptando a su modo las propuestas de Levi-Strauss y de Yuri

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Lotman y usando los conceptos de Keneth Burke, el crítico literario inglés, Geertz al estudiar la sociedad balinesa describe ciertas prácticas como parte de una dramatización, es decir, la acción como una analogía dramatúrgica. Esta concepción la continuarán otros teóricos como Robert Dantón (la matanza de los gatos). Esta nueva forma de hacer historia ilumina los autores pasados que ya habían hecho aportes a ella, y a la vez genera una serie de estudios dedicados cada vez más a la representación social en la cultura o los rituales. Por otra parte, la crítica a esta nueva moda genera avances en otras perspetivas y crecen los estudios dedicados a la Microhistoria –o la historia de pequeñas comunidades- en la orilla opuesta de los estudios que se pretenden más generales; aparece el Post-colonialismo, en oposición a la mirada usualmente más occidental, con base en las propias comunidades, cuyo ya famoso representante es Edward Said y los estudios feministas que propenden por la visión particular de género, que a la contemporaneidad gana cada vez más espacio.

Así entonces, la nueva historia cultural (NHC) se reconoce como una disciplina que dialoga más que sus antecesoras con la antropología, al mismo tiempo que se torna una disciplina más intuitiva porque ello responde a la búsqueda de respuestas a los cuestionamientos nacidos en su interior. Estamos a finales de los años 70 y Burke observa que este desarrollo se alcanza y continúa de la mano de cuatro teóricos, Mijail Bajtin, Norbert Ellias, Michel Foucault y Pierre Bourdieu que, a la par de los que citábamos al inicio de este texto, ya son clásicos de las ciencias sociales y a la vez se han convertido en paradigmas de la NHC. Respecto al primero, son inestimables sus estudios como predecesores del estructuralismo antropológico, y sus libros sobre Rabelais y Dostoievsky, ambos presentando una visión conceptual central: la polifonía o multiplicidad de voces, visiones, también llamada heteroglosía. Respecto a Elias, de quien ya señalamos algo, en este parte Burke rescata que su visión sobre los hábitos, las costumbres y los señalamientos nacidos al interior de la sociedad permiten comprender y explicar de una manera novedosa conceptos como civilización o cultura y que serán fundamentales para entender muchos, sino la mayoría de los estudios posteriores sobre prácticas similares o parecidas. Precisamente los primeros trabajos de Michel Foucault, quien parece ser el tótem de la filosofía posmoderna, van un paso más allá que Elias respecto al estudio de las prácticas de control y autoridad, pero además desde una perspectiva de sujetos excluidos. A su vez, desde una visión muy personal, describe las prácticas de autoridad (lo que describe como la microfísica del poder) que explican y construyen objetos y mentalidades, como el panóptico tantas veces citado. Toda la teoría de Foucault parece habitar en una concepción muy radical sobre la relación entre las palabras y las cosas, su aparente ruptura y lo que esta ha producido al interior de la concepción de mundo, que recuerda un poco a la analogía dramatúrgica que señalábamos antes y que sin duda contiene algunas trazas de Nietzche y Kierkegard. Finalmente el francés Pierre Bourdieu en sus varias obras al ver de Burke señala varios conceptos fundamentales, como el de campo (un espacio autónomo dentro de la cultura que genera sus propias convenciones), la idea de reproducción cultural (proceso mediante el cual un grupo reproduce prácticas culturales para mantener su posición, usualmente la élite) y la noción de distinción (el modo en que un grupo se diferencia de otros a través de unas estrategías de conducta nacidas en momentos concretos de las prácticas, a lo que llama Bourdieu habitus).

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Todo ello lleva a Burke a afirmar que la NHC está cada vez más interesada en las prácticas y representaciones de los sujetos y las sociedades. Respecto al primer concepto, ya no se estudia la historia de hechos concretos, historia del libro por ejemplo, sino de las prácticas que se hacen con esos objetos o cosas, entonces ahora se haría historia de la lectura. Es esta historia la que toma Burke de ejemplo para señalar como se han generado estos cambios y cómo la recepción y los sujetos antes pasivos –los lectores- que en realidad eran los más activos en los procesos ganan parte en la historia: sus notas, los libros que compraban o hasta el mobiliario que se usaba, es decir, el hecho como una práctica y menos como una recopilación o una imagen plana. Luego, en relación con el segundo concepto, la representación, la NHC ha encontrado que es necesario darse cuenta que muchas de las imágenes que hay sobre el pasado, sobre la prganización social o sobre la realidad, son representaciones de una parte de la sociedad, es decir, realidades construidas que a veces tienen el poder de modificarse entre sí o imponerse a otras; parece obvio que es esta perspectiva la que cobija a libros como Orientalismo de E. Said, o haya un énfasis nuevo en la historia de la memoria –qué recuerda, quién, en qué materiales, con qué intención-, en la historia del cuerpo –sucio, hermoso, reprimido- y de lo que “representa” la cultura material –la ropa, los pañuelos, los cubiertos como Elias- y porqué es importante tenerla en cuenta a la hora de estudiar una época o un proceso. Al mismo tiempo son estas prácticas que pueden parecer iluminadoras y excesivas a la vez, o poco rígidas a la visión de la historia más tradicional las que originarán una nueva crítica a esta disciplina.

Esta nueva influencia del constructivismo evidencia una realidad más borrosa, dialogada, construida, que muestra que los hechos pasados a su vez pueden devenir de mentalidades temporales o de época. Es Hayden White y su texto Metahistoria quien presenta los textos históricos como los elementos que construyen el pasado desde distintas perspectivas, lo que lleva a una avalancha de textos y estudios que deciden intentar construir la historia desde el silencio, es decir, desde las mujeres, los pobres o las culturas excluidas, pero al mismo tiempo recaban en la construcción de estos conceptos, poniéndoles en emergencia. También cabe señalar que ciertas mentalidades e historias mucho más importantes como las nacionales o las comunidades, resultan siendo comunidades imaginadas, como los escoceses por ejemplo, y su tradición nacida en el siglo XVIII pero puesta desde dentro en la edad media. Ello lleva a pensar que la construcción histórica es capaz de producir una serie de escenificaciones o una serie de acciones e identidades; como señala Burke en un libro de su propia cosecha sobre el rey Luis XVI, y la imagen que se presentaba en distintos tiempos y contextos, auqnue haya sido sólo una la que la historia haya reproducido y valorado. Además, al final de la historia ha comenzado la deconstrucción su propio camino, generando dudas y señalando a la realidad y a la historia incluida como algo más movible o para usar la metáfora de Baugman, como una entidad líquida, es decir, términos como historia, representación, transmisión o identidad se encuentran en contínua creación.

En su último capítulo Burke desafía al propio paradigma de la NHC proponiendo un interesante programa al futuro, es decir, plantea el futuro de la disciplina más allá del giro cultural. Señala que es necesario que gracias a estos nuevos enfoques la alta cultura y la popular comiencen a dialogar, en vez de discernir cada vez más como ha venido ocurriendo. Al mismo tiempo, la NHC ha recibido

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críticas por al parecer ver de una manera demasiado objetiva o alejada campos más delicados como la política, la violencia y las emociones, observándolos desde el lente de la cultura, pero ello a pesar de todo abre nuevos campos y nuevas perspectivas. Por su parte, la hermana de la NHC la Historia Social y el diálogo teórico que tienen, entabla una serie de críticas que a visión de Burke permiten abrir nuevas perspectivas a futuro, sobre todo en la intención de hacer que cada vez la historia sea más historia cultural de la sociedad. Fundamentalmente se le crítica que no haya un método claro pues la idea de la cultura como texto plantearía cualquier lectura y no parecen haber parámetros para decidir las adecuadas; por otra parte el amplio campo de estudio da la imagen de que la disciplina se ha fragmentado en múltiples y variados campos. Aunque no radicalmente Burke plantea que el concepto de zonas de frontera o encuentro permitiría la relación y comprensión de estos estudios que parecen no estar tan claros, uniendo en la búsqueda de concepciones cada vez más completas, distintos enfoques históricos, es decir una historia más completa.

La imagen entonces con la que nos quedamos es que la historia cultural nace como un cuestionamiento constante a la historia clásica y también a sí misma reelaborándose para abrir cada vez más el campo de estudio y hacerlo así más amplio y profundo; al mismo tiempo, como todo trabajo teórico posee problemas y tiene preguntas por resolver a futuro. Sin duda, aunque lo presentado hasta aquí no haya sido más que una imagen muy general, es de valorar que el texto de Burke, nacido desde la experiencia como teórico, historiados y profesor de la disciplina que le cobija, presenta una imagen bastante completa y además parece dotarla de una autonomía y una propiedad propia de las disciplinas más tradicionales; es más, al final el libro deja la impresión de haber usado el estilo más tradicional precisamente para producir ese efecto. Por otra parte, es un libro fundamental para comprender y desarrollar cualquier perspectiva teórica o práctica en este campo, lo que a pesar del poco tiempo que tiene, lo sitúa como un texto crucial para comprender desde qué perspectivas es posible seguir desarrollando los derroteros de la historia cultural.