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fj BUSCÁNDOLE EL RABO AL DEMONIO Reseña Luis Villoro, en un memorable ensa- yo, que después de la toma de Guanajuato por los insurgentes, andaban por las calles algunos indios de las huestes de Hidalgo bajándole los pantalones a los realistas muertos. El sentido de tal investigación no era robar a los gachupines difuntos, sino averiguar si era cierto lo que se decía, que los defensores de Gua- najuato eran demonios, porque solo los diablos podían querer defender tanto abuso e injusticia y maldad pura, y la cosa era comprobable por- que deberían tener rabo. Todavía estamos los mexicanos en esta danza macabra, buscando el rabo a los demonios y toda- vía es mucha nuestra decepción y desconcierto, al igual que la de los indígenas del ejército insurgen- te, al encontrarnos tantas nalgas rosadas sin rabo. 57

BUSCÁNDOLE EL RABO AL DEMONIO - historiazcapo · de los cañones de los realistas aunque Trujillo cambió el orden de defensa y volvió a frenar el ... la mayoría indios armados

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fjBUSCÁNDOLE EL RABO

AL DEMONIO

Reseña Luis Villoro, en un memorable ensa-yo, que después de la toma de Guanajuato porlos insurgentes, andaban por las calles algunosindios de las huestes de Hidalgo bajándole lospantalones a los realistas muertos.

El sentido de tal investigación no era robara los gachupines difuntos, sino averiguar si eracierto lo que se decía, que los defensores de Gua-najuato eran demonios, porque solo los diablospodían querer defender tanto abuso e injusticiay maldad pura, y la cosa era comprobable por-que deberían tener rabo.

Todavía estamos los mexicanos en esta danzamacabra, buscando el rabo a los demonios y toda-vía es mucha nuestra decepción y desconcierto, aligual que la de los indígenas del ejército insurgen-te, al encontrarnos tantas nalgas rosadas sin rabo.

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EL MONTE DE LAS CRUCES

Por la mañana llegó un inglés que dijo que sa-bía mucho de cañones y el cura le dijo que sehiciera cargo de la artillería, que al fin y al ca-bo no era gran cosa.

Luego mandó incautar un centenar de chi-vos y borregos y unas vacas y nueve muías y ledio recibo al hacendado por ellos.

Era todo lo que el ejército tenía para comer.Eso, lo que cada cual llevaba y cuatro cargas demanzanas.

La plebe cantaba:,5 Quién al gachupín humilla?Costilla.¿ Quién alpobrísimo defiende?Allende.¿ Quién su libertad aclama?Aldama.

Era un 30 de octubre y estaba en Tianguis-tenco. Frente al ejército del cura se abría el ca-mino a la Ciudad de México, que descendía delvalle de Toluca por el camino de Cuajimalpa.Durante los últimos días sus vanguardias ha-bían estado chocando contra un ejército rea-lista al que le habían ganado las posicionesobligándolo dos veces a replegarse. Ahora pa-recía que se iba a dar el combate.

Al frente de los gachupines venía un te-niente coronel, Torcuato Trujillo, un mili-tar que acababa de llegar a la Nueva Españacon el virrey Venegas. Convencido de que en-frentaba a una horda mal armada y confiandoen la disciplina y poder de fuego de sus tro-pas, había cerrado el camino con un pequeñoejército de unos dos mil hombres con algunoscañones y cuatrocientos dragones* de caba-llería, soldados profesionales españoles, en-tre los que estaba un capitán que sería famosoen los próximos años: Agustín de Iturbide. Sehabían acodado en un recodo del camino, unlugar llamado el Monte de las Cruces, un bos-que cerrado, con las piezas de artillería biencubiertas. Recibieron en la mañana un peque-ño refuerzo de trescientos criados de las ha-ciendas de Gabriel del Yermo.

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Entre los dirigentes de la bola había habidonuevas discrepancias: Allende quería dejar fue-ra del combate a los millares de indios armadoscon cuchillos, hondas, chuzos, garrotes, palosy piedras y usar a los tres mil soldados que ha-bían desertado de los regimientos provinciales,que contaban con fusiles aunque mal municio-nados, para constituir con ellos la fuerza fun-damental de ataque. A eso habrían de sumarselos varios miles de rancheros de a caballo ar-mados con lanzas y machetes. El cura impusosu opinión de que se dejara combatir a los in-dios que suplirían su falta de organización, ar-mamento y disciplina con las ganas.

Hacia las once comenzó el enfrentamien-to cuando una columna de soldados insurgen-tes avanzó hacia el centro de la posición realista.El fuego bien organizado de los defensores hizoestragos. La artillería disparaba metralla, los in-dios se adelantaban y sufrían enormes estragos.

Allende perdió el caballo y perdería otro esamisma mañana; las balas lo buscaban pero noterminaban de encontrarlo. Ordenó a Jiménezque con un millar de indios tomara las alturas delbosque y los flanqueara. Vereda arriba se fueroncargando a lomos de hombre y con reatas un ca-ñón. La cosa salió bien porque destruyeron uno

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de los cañones de los realistas aunque Trujillocambió el orden de defensa y volvió a frenar elataque. Repuestos los indios de Jiménez fueronbuscando el cuerpo a cuerpo, y donde el rifle nopodía, el cuchillo servía. Los mineros de Gua-najuato traían dagas y tranchetes y si lograbanacercarse serían temibles. Pero las balas y la arti-llería seguían frenándolos.

El cura mandó entonces una comisión aparlamentar pero luego de haberlos aceptadocon un momentáneo alto el fuego, Trujillo dioinstrucciones a su tropa de que les quitaran elestandarte guadalupano que llevaban y ordenódisparar a quemarropa.

Al caer la tarde y a pesar de las bajas, queeran muchas, el cerco se iba cerrando sobre laposición realista y Trujillo mal organizó la re-tirada perseguido por algunas caballerías in-surgentes que se mezclaban con sus tropasconvenciéndolos de desertar.

Al llegar a Cuajimalpa reorganizó sus fuer-zas antes de salir volando hacia la Ciudad deMéxico. Le quedaban cincuenta hombres.

Por la noche los insurgentes enterraban a suscientos de muertos en el Monte de las Cruces.

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HIDALGO NO ERA DOCTORPERO SU CABEZA ALGO VALÍA

Con la insurrección en marcha, las institucio-nes se deslindaban velozmente del cura loco.La universidad enviaba una carta al virrey, pi-diendo que la hiciera pública, en la que acla-raban que Miguel Hidalgo nunca había sidodoctor por esa Universidad ni por la de Gua-dalajara, dijérase lo que se dijera.

El acto habría de ser comentado años des-pués por Fray Servando quien decía que pocoimportaba porque «lejos de enseñarse nada, enla Universidad se va a perder el tiempo.»

Curiosamente la devaluada cabeza del cu-ra sin título universitario habría de revaluarse,porque por esos mismos días el virrey le po-nía precio y ofrecía diez mil pesos al que se lacortara.

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Jlüí

¡NI SANTO GACHUPÍN!

En el camino hacia Toluca la horda es recibi-da con júbilo en Ixtlahuaca, donde el cura deXocotitlán le muestra a Hidalgo los edictosde excomunión, del Abad y del Santo Oficio.Los cuntas de pueblo que iban en la comitivase encabronaron y los rompieron en pedazosmientras gritaban: «¡Échenme cuarenta de esosque aquí viene entre nosotros quien absuelvede las excomuniones del Santo Oficio!»

Y se corría el rumor de que el 2 de noviem-bre Hidalgo estaría en la Ciudad de México alfrente del ejército, y la plebe ya tenía desig-nado el itinerario: primero iría al Palacio Vi-rreinal, luego a la catedral y luego a aclararcuentas con el Santo Oficio.

Y se decía: «Ni inquisidor gachupín, ni ar-zobispo gachupín, ni virrey gachupín». Y ya

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se comenzaba a decir: «Ni rey gachupín». Yllegaban mucho más allá cuando proponían:«¡Ni santo gachupín!»

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17LA CONSPIRACIÓN DE LOSINSURGENTES APODADOS

El 2 de junio de 1811 en Antequera (Oaxaca)el comandante de la Séptima Brigada el ejér-cito realista y el intendente José María Lasorecibieron la visita de un misterioso persona-je que pidió que se mantuviera en secreto suidentidad, accediendo a lo cual registraron enla denuncia que les ofrecía la «supresión de sunombre y demás generales que corre por la víareservada.»

El soplón les proporcionó la lista de un mo-tín popular en gestación en la ciudad de Oaxacaque, según él, capitaneaban un cura de veinti-siete años apellidado Ordoño, y el Arribeño,también sacerdote y llamado así porque acaba-ba de llegar de Guatemala.

Participaban de manera destacada la gentede los barrios y el mercado encabezada por Gil

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J Ü

Saucedo, alias el Cabezón, del barrio de Los Al-zados, dueño de una pulquería; Pablo Ramírezel Chilaques, barbero de dieciocho años del ba-rrio del Peñasco (no confundir con el tambiénconspirador José Vicente Ramírez, sastre, aliasel Pelón Chiláquez); el Perro Carmona, curti-dor; Hilario González, alias Challo, que levan-taría el barrio del Carmen; y Rito Pensamiento,borreguero del barrio de Coyula. La cosa estabagrave porque además en el asunto participabandos españoles como organizadores, Felipe Ti-noco, empleado de Hacienda de veintidós añosy José Mariano Sánchez, el Chato, que era sub-oficial de la guardia.

El plan consistía en alzar los barrios el día8, asaltar el cuartel e ir hacia la cárcel y liberara los presos.

En versión del denunciante, Rito Pensamien-to andaba diciendo que además de las armas, ensu barrio «tenían dos cuchillos cada uno». JoséCatarino Palacio, un español de veintiún añosque los conspiradores habían reclutado en lacárcel, decía que se les daría a los léperos medioo un real para que jalaran. Ignacio Pombo, aliasPombito, ofrecía cien personas y Tinoco habla-ba con la plebe y les contaba que se trataba de le-vantar Oaxaca contra los gachupines.

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Liberadas las órdenes de aprehensión laconspiración fue desbaratada y solo se fugaronel Arribeño, que «parecía un fantasma», Chi-laques y Rito Pensamiento, que se fueron muycapulinas por los cerros y las montañas parahacer la guerra por la libre.

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LA INDECISIÓN

Las hogueras de un ejército de cien mil hom-bres y mujeres, la mayoría indios armados depalos, piedras, cuchillos de cocina, arcos y fle-chas, machetes mal afilados, hondas, arden enla noche en Cuajimalpa.

Se dice que su resplandor puede ser vistodesde la Ciudad de México.

El ejército insurgente cena manzanas.El pánico cunde en la ciudad. La capital de la

Nueva España, de ciento cincuenta mil habitan-tes, se sabe condenada. No todos. En algunos ba-rrios populares los pobres afilan los cuchillos.

Hidalgo envía a una comisión pidiendo larendición. Luego se retira a soñar en vela cómopuede ser la terrible victoria.

El virrey, que ha recibido la petición envia-da por Hidalgo, la rechaza y deposita su bas-

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ton de mando ante una imagen de la virgen enla catedral. Al día siguiente convence a su juntade jefes de que se retiren.

Casi doscientos años más tarde los historia-dores seguimos discutiendo con don Miguel.No nos convence eso de que el ejército de Ca-lleja se acercaba viajando a matacaballo desdeSan Luis Potosí, o lo de que no se contaba conartillería porque no se tenían municiones. In-tuirnos que tenía miedo al degüello, al saqueo,a la barbarie. No podemos saberlo.

Dejará incumplida su promesa de llegar alZócalo, hacer suyo el Palacio Virreinal y luegoirle a pedir cuentas al tribunal de la Santa In-quisición.

Lástima.

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IMÁGENES

Parece ser que en vida Miguel Hidalgo nun-ca fue retratado. Ni siquiera en el breve lapsode su cruzada independiente se produjo un di-bujo, un grabado. La única imagen tomada delpersonaje es una estatuilla del imaginero Terra-zas, posiblemente realizada en Guadalajara, enla que aparece el personaje de una manera har-to confusa, cuyos rasgos fisonómicos no sonclaros. El rostro se percibe como anguloso, lanariz prominente, está cubierto por un som-brero de copa y un amplio gabán.

Bustamante divulgó una litografía que lue-go reproduciría Lucas Alamán porque le resul-taba parecido. No más que eso.

Los retratos verbales de varios personajesque lo conocieron parecen coincidir en que erade mediana estatura, cargado de espaldas, ca-

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beza caída sobre el pecho. Todos ellos asegu-ran que parecía más viejo que sus cincuentalargos años. Todos coinciden en que era muymoreno. En lo que no hay acuerdo es en el co-lor de los ojos. Alamán dice que tenía los ojosverdes y Baz, al igual que Zarate, dice que eranazules; y en el segundo retrato de Ramírez ha-bría de tener ojos cafés. Un padre de la patriade ojos múltiples.

Y entonces uno se pregunta, ¿de dónde hansalido tantas estarnpitas, dibujitos, estatuas, cua-dros? Entre tanta mistificación no es lícito unsector que recree a un cura Hidalgo con pelo.

Es curioso y paradójico que la imagen clá-sica, la que habremos de heredar los mexica-nos, haya de ser fabricada durante el imperiode Maximiliano. El emperador, urgido de dar-le a su corte prosapia republicana eácargó a unpintor cortesano, Joaquín Ramírez, un copistaque de vez en cuando pintaba grandes escenasbíblicas, la realización de un retrato de Hidal-go que habría de presidir uno de los salonesde Chapultepec. Ramírez viajó a Dolores, su-puestamente a interrogar a los que habían co-nocido a Hidalgo, pero esto sucedía cincuentaaños después de la muerte del iniciador de laindependencia; pocos testigos fiables debe ha-

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ber encontrado. Ramírez hizo el primer retratodel que han salido la mayoría de las imágenesposteriores, y más tarde realizó un segundo enel que Hidalgo había envejecido y el color desus ojos había cambiado nuevamente.

Paradoja de las paradojas. La imagen delhombre que rompió amarras con el imperio es-pañol se nos ha impuesto heredada por el otroimperio.

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m-«

POR ANDAR DICIENDOVERDADES

Bárbara Rojas, alias la Griega, sirvienta en lacasa del capitán realista Várela en la ciudadde Oaxaca, le dijo a su vecina Enriqueta undía de enero de 1811 que el cura Hidalgo noandaba haciendo mal a nadie, «solo a los ga-chupines». La vecina Enriqueta la denunció aldeán de la catedral Antonio Ibáñez y este sefue con el chisme a la intendencia de Oaxa-ca. Por eso la Griega fue detenida y llevada ala cárcel de Las Recogidas y condenada a unaño de trabajos forzados; y anda por los pa-tios de la prisión diciendo que no solo Hidal-go no hace mal a nadie, sino que si viniera aOaxaca, haría mucho bien.

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EL PLEITO DE LOS IGNACIOS

Quizá porque ambos se llamaban Ignacio (unode cuarto nombre, Miguel Gregorio AntonioIgnacio Hidalgo; el otro de primero, Ignaciode Jesús Pedro Regalado Allende) habrían dequererse mucho y luego dejarse de querer yluego medio quererse.

Uno nació en un ranchito, Cuitzeo de los Na-ranjos el 8 de mayo de 1753; el otro, en la poblaciónde San Miguel el 21 (o el 25) de enero 1769, dieci-séis años de diferencia que habrían de contar por-que en el momento de lanzarse a la guerra uno teníacincuenta y siete años y el otro cuarenta y uno.

La historia oficial ha tratado cuidadosamen-te, ignorado cuando ha podido, eliminado devez en cuando, las contradicciones entre las dosfiguras mayores de la guerra de independencia:el cura y el soldado.

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Allende es el que involucra a Hidalgo enla conspiración de manera tardía; este le diceque los que empiezan las revoluciones no vi-ven para verlas. Duda. Asiste de incógnito auna reunión, no se convence.

No hay duda de que Allende fue el granconspirador, que el movimiento de Querétarotuvo una red enorme de simpatizantes, cap-tó cientos de soldados virreinales, gracias a laslabores previas del infatigable oficial de Dra-gones. No hay duda de que mientras Hidalgoen la primera fase de la conspiración se com-prometía tibiamente, Allende ponía la car-ne en el asador. Tampoco hay duda de que elalzamiento se produjo en la noche del 15 deseptiembre gracias a la voluntad del cura.

Allende e Hidalgo se enfrentaron muchasveces y mantuvieron, en aquellos meses queduró su cabalgata enloquecida, duras confron-taciones verbales y cartas reclarnatorias. Es di-fícil marchar por estas historias siendo justocon ambos.

Las discrepancias hacen que se separen enoctubre, tras las primeras derrotas. Se reúnenen Guadalajara y combaten juntos en Puentede Calderón. En Zacatecas, Allende le quitóel mando militar de la insurrección a Hidalgo.

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Luego marcharon unidos y confrontados ha-cia el norte.

El inicio de la guerra de independencia loscongregó; su muerte por fusilamiento los reu-niría de nuevo.

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EL VALOR DE LA PALABRAESCRITA

Juan de Dios Romero era un cura, pero no unsacerdote común y corriente. Era hijo de ofi-cial de la Corona y él, a su vez, capellán delejército realista, y en esa condición siguió alejército de Calleja hasta Acúleo.

Y dio la afortunada casualidad que Juan deDios se encontró de repente entre los papelesque Calleja había capturado unos escritos deltal Miguel Hidalgo, al que el enemigo aclama-ba como general de la plebe; y Juan de Dios afuerza de leer, dejó que las dudas se posesiona-ran de su firme convicción imperialista. Abru-mado por las lecturas que lo estaban llevandohacia el demonio de la razón, el mejor de losdemonios, hijo del pensamiento y la crítica,decidió consultar con su madre (no deberíatenerle demasiada confianza al militar padre).

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Su madre, de gracioso nombre, la señora Sora-villa, ni tarda ni perezosa fue a ver a Hidalgo,cruzando territorio en guerra (a estas alturas,también leyendo, ella se había vuelto adicta ala causa de la insurgencia) al que encontró po-siblemente en Guadalajara y le contó las penu-rias de su hijo.

Hidalgo, que no se andaba con chiquitas,extendió un nombramiento de brigadier pa-ra Juan de Dios y le dio la tarea de voltear lasfuerzas de su padre, cosa en la que Romero yaandaba, seduciendo a los militares del Regi-miento de la Corona, hasta llegar a compro-meter a ochenta dragones. Pero Calleja losdescubrió y los condenó a muerte. Cincuentade ellos con Juan de Dios al frente pudieron es-capar a pie y se sumaron a las partidas de gue-rrilleros que actuaban en el Bajío. »

Nada se sabe sobre el destino final de estenuevo insurgente. Pero sí se sabe que su madrefue encarcelada ocho meses en Valladolid porservir a la nueva causa.

Y se cuenta todo esto para los abundantesincrédulos que aún dudan del valor de la pala-bra escrita.

INSULTOS

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Endurecida alma, escolástico sombrío, mons-truo, taimado, corazón fementido, rencoroso,padre de gentes feroces, Cura Sila, entraña sinentrañas, villano, hipócrita refinado, tirano detu tierra, señor septembrizador, pacha máxi-mo, lo-cura, impudentísimo bachiller, caco,malo, malísimo, perversísimo, ignorantísimobachiller Costilla, excelentísimo picaro, ho-micida, execrable majadero, badulaque, boni-quísimo, primogénito de Satanás, malditísimoladrón, liberticida, insecto venenoso, energú-meno, archiloco americano.

Estos son algunos de los insultos, tan solo al-gunos, recogidos al azar de las páginas de la se-rie de cartas que se publicaban anónimamenteen un periódico capitalino, el Diario de México^en 1810 bajo el título de «Cartas de un doctor

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mexicano al Br. D. Miguel Hidalgo Costilla, excura de Dolores, ex sacerdote de Cristo, ex cris-tiano, ex americano, ex hombre y generalísimocapataz de salteadores y asesinos.»

Su autor, se revelaría tras la muerte de Hidal-go al recopilarlas con su firma en un volumen,El anti-Hidalgo. Se trataba de un dominicoaragonés, Fray Ramón Casaus, examinador delTribunal de la Inquisición, que recibió comopremio por su celo contra la insurgencia el ar-zobispado de Guatemala en 1812.

(Después de haber redactado esta nota des-cubro que la idea se le ocurrió a otros antes quea mí. Florencio Zamarripa, por ejemplo, en lapágina 73 de su Anecdotario insurgente resca-ta una lista doblemente más larga de insultosdirigidos a Hidalgo, producto de esta y otrasfuentes.) '

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LOS COMANCHES

En Saltillo, cuando Hidalgo descansaba en suhuida al norte tras la derrota de Calderón, sele presentaron al cura dos capitanes de presi-dios que venían con una tropa de indios a co-merciar. Formaban un grupo singular. Veníande las fronteras de una sociedad ya de por sífronteriza y eran cerca de una veintena; losdirigía el capitán Menchaca y otro al que ledecían el Colorado, por quién sabe qué razo-nes, aunque tenía la cara muy roja, a lo mejordel alcohol o a lo mejor del sol; y si esa razónno les gusta, atribuyámoslo a que portaba unchaleco escarlata y brillante. Los indios erancomanches, de gran estatura y musculatura,vestidos con pieles de cíbolo. Venían todosellos en caballos mesteños y estaban armadoscon arco, flecha y lanza.

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El cura los recibió en las afueras de su alo-jamiento y tras intercambiar regalos, hacien-do uso de los intérpretes, les dijo que veníadel interior del país de hacerle la guerra a losespañoles y había sufrido unos descalabros. Ylo dijo tranquilo, como si unas cuantas derro-tas le sirvieran para limpiarse los dientes. Peroque iba a seguir con esto de la guerra contraaquellos que les habían robado el país a losnaturales con tiranía y crueldades y hacien-do uso de la esclavitud. Que era la hora de lavenganza y de la justicia.

Ya para estas alturas el cura lo tenía claro, laindependencia era también una guerra de cas-tas. Una guerra social, para cambiar el ordende las cosas, lo que sobre todo significa cam-biar el orden de la propiedad.

Sea porque la cosa les parecía* razonableo porque les caía simpático el viejo sacerdo-te o porque su fama lo había precedido, loscomanches se calentaron con el discurso y leprometieron al cura, del que ya habían oídohablar, que reunirían a sus tribus y los veríaen Béjar, que sería el punto de encuentro delpróximo ejército insurgente del norte.

El cura moriría antes de cumplir su cita.La historia, que nomás sigue a los proceres

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y a los padres de la patria y suele olvidar a losmás marginales hijos de esa misma patria, nocuenta si los comanches llegaron a Béjar a es-perarlo en vano.

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LAS BALAS QUE NO DABANEN EL BLANCO

El preso se encontraba en el cuartito núme-ro 1 del hospital. Cuando al amanecer le lle-varon el chocolate de desayuno se quejó dela cantidad de leche que le daban. «No por-que me vayan a matar tienen que reducirmela ración». El redoble de los tambores señalóel inicio de la ejecución. Un millar de solda-dos cubría el exterior desplegado en la Plazade los Ejercicios. En el interior hacían guardiaotros doscientos. La población no había sali-do a las calles. Las campanas de las iglesias re-picaban.

Lo condujeron hasta el corral del hospital.Repartió unos dulces entre los soldados quelo iban a fusilar. Caminó solo hasta el ban-quillo que había en el patio. Ahí se produjoun altercado porque querían hacerlo sentarse

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de espaldas al pelotón de fusilamiento. Logróconvencerlos de que lo mataran de frente.

Lo ataron a un palo una vez sentado en elbanquito y lo vendaron. Colocó la mano dere-cha sobre el corazón como le había advertidoa los soldados que haría para que no fallaranla puntería. Situados de a cuatro en fondo, losdoce soldados del pelotón de fusilamiento re-cibieron la orden de fuego. La primera cuar-teta, a tan solo cuatro pasos del hombre, hizofuego. Fallaron todos, produciendo tan solounas heridas en el estómago, la venda se ladeóy el hombre se les quedó mirando. El oficial acargo, un tal Armendáriz, ordenó a la segun-da fila que disparara. Le destrozaron el es-tómago. El oficial recordaba años más tardeque «los soldados temblaban como unos azo-gados». Tenían orden de disparar al corazón,pero también tenían miedo. La tercera fila nohizo blanco. El teniente, desesperado, ordenóa dos soldados que dispararan poniendo la bo-ca de los fusiles sobre el corazón.

Así murió Miguel Hidalgo en la ciudad deChihuahua.

Más tarde llevaron el cadáver a la plaza,aún sentado en el banquito, para que a todoel mundo le quedara constancia de que lo ha-

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bían fusilado, que no iba a retornar de entre losmuertos. Mil soldados custodiaban la plaza.

Luego le cortaron la cabeza con un machetecurvo y la salaron. El cadáver se enterró en unsitio desconocido en las cercanías.

Ese día hubo una misa y un cura apellidadoGarcía pronunció un sermón «de escarmien-to». Fue un sermón duro, condenando a Mi-guel y su reto al Imperio. El cura García murióde un cólico en el hígado días más tarde.

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LAS CABEZAS

Por orden del general brigadier Calleja y parahacer escarmiento, las cabezas de los fusiladosen Chihuahua fueron transportadas a Gua-najuato.

Un herrero de nombre Modesto Pérez fueel encargado de manufacturar cuatro jaulas dehierro que con las cabezas de Miguel Hidal-go, Ignacio Allende, Juan Aldarna y MarianoJiménez serían instaladas como adorno en lascuatro esquinas de la Alhóndiga. Símbolo con-tra símbolo.

Un letrero que decía que las cabezas per-tenecían a «insignes facinerosos y primeroscaudillos de la revolución», acompañaba lamacabra ofrenda.

En esas estaba el verdugo, metiendo en sujaulita la cabeza de Allende, cuando un ga-

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chupín llegó clamando venganza y se dedicóa patear la jaula de barrotes de hierro en la queestaba la cabeza de Hidalgo, haciéndola rodarpor los adoquines. Luego, muy ufano, se tre-pó a su caballo y se lanzó cuesta arriba, pero elanimal excitado no respondió al freno y lanzóa su jinete al suelo, donde el gachupín se rom-pió la pata izquierda.

Una anciana sabia dijo en voz muy alta, pa-ra que todo el mundo la oyera: «Dios castigasin palo ni piedra.»

La bola de insurgentes enmascarados, quesiempre hay por todos lados, se limitaron adarle sonrisas y zanahorias al caballo.

El verdugo colgó las jaulas con las cabezas,pero sin mayores irreverencias, no fuera a ser lade malas. Ahí se acabaron de pudrir al sol des-carnándose. El trofeo de la contrarrevoluciónpermaneció en la plaza durante diez años.

Todavía en Guanajuato me he encontradopersonas que me cuentan que en las noches sinluna, los ojos de Hidalgo siguen mirando a lospaseantes que cruzan la plaza de la Albóndiga.

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EL MEJOR EPITAFIOPARA HIDALGO

Ignacio Ramírez lo hace mucho mejor de loque yo podría hacerlo, y lo cuenta en una tardede otoño en Mazatlán, en medio de la guerracontra el imperio francés en 1863:

México era la Nueva España; las danzas delandaluz, las fiestas idolátricas de las aldeasde Castilla, los ridículos trajes de la cor-te, la literatura de Góngora, dominandoel pulpito y el foro [...] Para ir a los cielosse pasaba por España. Y en medio de estascostumbres, de estas preocupaciones de es-tas leyes, de esa religión, de esta atmósfera.Un cura. Un anciano sobreponiéndose a suprofesión, a su edad, a sus recuerdos, a susesperanzas, a sus parientes, a sus amigos, asu rey, a su Dios, a sí misino, se propone

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trastornar la mitad del mundo, pronuncia lapalabra mágica y deshace el encanto de tressiglos [...] Cuando pone la tea en la manodel indígena no ignora que van a desapare-cer entre las alas y bajo los pasos del humo,del fuego, la casa de sus padres y la cosechade sus amigos.

HIJOS

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Cuando fue detenido en la Noria de Bajan elgrupo que encabezaba Miguel Hidalgo estabaformado por veintinueve civiles y militares ydoce curas. No es casual una composición co-mo esa. A lo largo de toda la guerra de inde-pendencia que entonces se iniciaba, el clerollano participó activamente del lado de los in-surgentes.

Para el lector actual muchos son los moti-vos de sorpresa cuando se aproxima a los ini-cios del siglo XIX. Entre ellos, la cantidad desacerdotes que había en la sociedad novohispa-na (cerca de veinte mil dirá Víctor Orozco) ycómo el movimiento insurgente cortaba en doscual cuchillo afilado al gremio.

El nefasto Lucas Alamán ofrece una expli-cación: «Los eclesiásticos que se alistaron bajo

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las banderas de la insurrección, solían ser losmás corrompidos del lugar». Parece ser pococertera. Más bien, curas sin mucha vocaciónreligiosa que habían entrado al sacerdocio, enuna sociedad sin posibilidades de ascenso, paraacceder a la educación. Y es cierto, tenían mu-chos y muy irregulares hijos.

La vida sexual de los padres de la patria, almenos del primer grupo de cuadros que inicia-ron el proceso de la independencia, era en elmejor de los casos, poco controlada.

Hidalgo tenía dos hijas, Josefa y Micaela,con Josefa Quintana, la improvisada actriz deEl Tartufo, que nacieron en San Felipe; y otrosdos: Agustina y Lino Mariano, hijos de Ma-nuela Ramos Pichardo, nacidos en Valladolid,de la que se separó cuando el confesor de suesposa la presionó porque «vivía»en pecado»y la convenció de que entrara en un conventomientras el cura se iba para Colima.

De Hidalgo se decía, a principios de 1790,que frecuentaba bailes y tenía el «trato torpecon mujeres.»

Morelos tuvo tres hijos, el más conocidofue Juan Nepomuceno Almonte, de triste me-moria; y al que se sumaron José y Guadalupe.

Matamoros tenía un hijo llamado Apolo-

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nio; con él se presentó al inicio de la insurrec-ción suriana.

Hasta Allende, sin ser sacerdote, andaba re-gando prole por el mundo. Había tenido ensu juventud un hijo nacido en 1791, Indalecio,con Antonia Herrera con la que no se casó. In-dalecio moriría en Acatita de Bajan. Años mástarde Allende tendrá un segundo hijo, Guada-lupe, con Guadalupe Malo, una señorita a laque había salvado de unos bandoleros.

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LAS AMOTINADASDE MIAHUATLÁN

A media noche del 2 de octubre de 1811, ybajo la luz de la luna, se reunieron ante elcuartel de Miahuatlán un centenar de mujeresprovocando el desconcierto de los soldados.Al rato llegaron otras tres cargando varios ga-rrotes, lo que hizo que el soldado José Pino,que se encontraba de guardia, fuera a avisarlea su teniente; pero ya para entonces las muje-res avanzaban sobre el cuartel con ánimo debronca.

El teniente Lanza ordenó que mataran alas primeras que intentaran entrar y repartiólanzas a los soldados, pero muchos de estosse quedaron inmóviles y las mujeres cargaronrompiendo el sable en tres pedazos de unoque intentó resistirse; y «armando gran alga-zara» entraron en el cuartel apaleando solda-

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dos y dispersando a los más, rompiéndole lacabeza al cabo Hermenegildo.

Las mujeres traían también machetes y cu-chillos y amenazaron con usarlos contra losoficiales, no contra los soldados, que muchoseran sus maridos y que no querían hacer gue-rra a los insurgentes. Pero no hizo falta porqueoficiales y clases salieron huyendo.

En la causa establecida para aclarar las razo-nes del motín y juzgar a las cabecillas Pioquin-ta Bustamante, Romana Jarquín y Mónica la deSan Ildefonso, se dijo como argumento incul-patorio y no fue desmentido, que las mujereshabían estado echándose unos tragos antes enla plaza, para reunir valor.

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FALTA DE SERIEDAD

El policía español Julián Roldan, quien teníael pomposo título de receptor de la Sala delCrimen y auxiliar de la Junta de Seguridad yBuen Orden Público, informaba a sus supe-riores que había muchos insurgentes en la ca-pital de México y que él, que conoce bien a laplebe por razones laborales, que la tiene «co-nocida y manejada» y que desde que empezóla insurrección ha estado deteniendo a man-salva porque ya lleva más de tres mil enjuicia-dos, algunos de ellos más de una vez, ahora,en diciembre de 1812, se está topando con queno puede entrar en la cabeza de los que envíancorrespondencia a los insurgentes porque conlas claves que usan no se entera. Ellos se fir-man y se llaman a sí mismos el señor «DonNúmero Uno» y el «Número Doce» y así, y

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mientras no se comporten normalmente y fir-men su correspondencia como debe de ser nohay manera de encontrarlos, aunque se sabeque forman parte de una sociedad secreta lla-mada «Los Guadalupes.»

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37

EL AQUILES CONTRAEL MAROMA

Félix María Calleja usaba el bicornio ladeadocomo un acto de coquetería y la guerrera reca-mada en oro abierta para mostrar la camisa deseda. Tenía un escudo que le había dado el vi-rrey que lucía un perro y un león, símbolos dela tenacidad y el valor, con el lema «Venció enAcúleo, Guanajuato y Calderón». Era la car-ta fuerte del imperio español contra Morelos ylos insurgentes.

Salió de la Ciudad de México entre arcos detriunfo con ramas y flores y fue despedido porperiódicos que lo aclamaban como «el Aquilesde España», a la conquista de la Troya de losbárbaros. Lo acompañaban cerca de cinco milhombres, entre ellos batallones de soldados fo-gueados recién llegados de España y una po-tente artillería.

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José María Teclo, apellidado Morelos, suoponente, era hijo de españoles muy pobres(aunque por ahí corren rumores de que eramestizo y más de uno le adjudica sangre ne-gra). Campesino y arriero, luego cura. Habíalevantado el sur tras un breve encuentro conHidalgo y tras una serie de victorias decidióesperar a los realistas en Cuautla.

¿Por qué Cuautla? ¿Qué peor lugar paradar una batalla a la defensiva? El pueblo, en-trada de la tierra caliente, una pequeña meseta,situado sobre tierras bajas, con una sola callecon casas y dos iglesias, que no medía más demedia legua de norte a sur y un cuarto de este aoeste, entre árboles y platanares.

El 9 de febrero de 1812 llegaron las tropasinsurgentes. Bravo los había precedido con laorden de iniciar las fortificaciones. f

Morelos encabezaba mil infantes y dos miljinetes de las brigadas de Galeana (con los ne-gros cimarrones de la sierra), los Bravo (cuyocontingente estaba formado mayoritariamentepor nativos de Chilpancingo, artesanos y cam-pesinos) y Matamoros (con los pintos del Mez-cala, una temible fuerza de rancheros, arrieros,pequeños comerciantes y campesinos armadosde machete y lanza). Venían también dieciséis

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piezas de artillería, ganado y comida, y pocodespués llegaron ocho arrobas y cuatro librasde cobre de las haciendas de Cocoyoc y SanJosé para hacer balas.

Traían, según algunos, ochocientas esco-petas y trabucos; otro dirá que dos mil, perola fuerza mayor eran las hondas de los indios.Por eso Morelos ordenó llenar de piedras lasazoteas, perforó los muros de las iglesias parahacer aspilleras y ordenó que se cavaran trin-cheras y se llenaran los aljibes de agua.

La batalla habría de durar tres meses y pa-ra muchos de sus estudiosos habría de ser elacontecimiento militar más importante de laguerra de independencia. Siéndolo o sin serlo,hasta Wellington, el ejecutor de Napoleón, lacomentó.

El duelo entre los dos personajes y sus hom-bres hizo que Teja Zabre comentara muchosaños después: «No era Calleja, como lo creía élmismo, un gran militar [...] su energía era me-nor que su crueldad feroz; su constancia igua-laba a su lentitud [...] es frente a Morelos en elarte de la guerra lo que un artesano lento y toscofrente al artista de concepciones rápidas.»

El 19 de febrero, Calleja optó por el ataquefrontal y fracasó dejando doscientos muertos

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frente a las trincheras, entre ellos dos de suscoroneles, después de seis horas de combatey habiendo entrado hasta la mitad del pueblo.Luego dijo que aquello no daba para más de uncerco de seis a ocho días.

Pero era un cerco en el que se combatía adiario. Morelos optó por «picar la retaguardia»de Calleja, para debilitar a los cercadores, y nodescartaba el contraataque. Al inicio de marzohizo salir a la caballería para que incursionaraen la retaguardia de Calleja. Su estrategia eracercar al cercador.

Y le decía a las otras fuerzas insurgentes elsiete de marzo: «A fuerza de fuerzas» no nossacan de aquí «ni todo el poder de Venegas». Ypedía que le cortaran los suministros a Callejaen Chalco. Tres días después se inició un bom-bardeo de la población que duró cuatro días ysus noches. Inútil. Calleja pidió a la Ciudad deMéxico cañones de alto calibre, pero cuando selos traían desde Perote, Osorno se los capturóen los llanos de Apam.

El 11 de marzo, la batalla de artillería setransformó en la batalla por controlar las fuen-tes de agua. La escasez en el interior de la plazase suple con pozos.

Morelos reporta que se podría hacer una

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«horrorosa retirada» pero que Calleja («eldragón infernal») estaba acobardado por el«chirrionazo» y que se podía sacar partidode la situación. Por esos mismos días Calle-ja le informa al virrey: «Es necesario sumergira Cuautla y a sus obstinados defensores en elcentro del abismo.»

El 5 de abril Morelos ataca la batería delCalvario con éxito y les tumba a los gachupi-nes galletas y cigarros.

Cuando se van a cumplir dos meses de sitioy de diarios combates, el clima estaba hacien-do estragos en los españoles. Calleja se quejabael 11 de abril al virrey de un «ataque bilioso»que sufría y pedía relevo, pero reconocía quelevantar el sitio de Cuautla era soltar el diquede la insurrección.

No le iba mejor a Morelos, que no habíapodido hacer que las partidas en el exterior deBravo y Tapia pasaran ni un grano de maíz alinterior de la ciudad sitiada. En Cuautla un ga-to valía seis pesos, una iguana veinte; se han co-mido las lagartijas, y comienzan a hervir cuerospara hacer caldo.

Morelos organiza fiestas en las primeras lí-neas de defensa, jaranas y bailes, y cada vez queun cañonazo realista falla el blanco, los insur-

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gentes sueltan un alarido de júbilo y pachanga.Alrededor de las hogueras los sitiados cantan:

Por un cabo doy dos reales,por un sargento un doblóny por mi general Morelos,doy todo mi corazón.

El 21 de abril, en una operación magistral, Ma-riano Matamoros rompe el cerco y coloca a es-paldas de los sitiadores a su partida de caballería,a lo largo de los siguientes días trata de meter unconvoy de víveres a Cuautla, pero fracasa.

Calleja, desesperado, le escribe al virrey:«Este clérigo es un segundo Mahorna, que pro-mete la resurrección temporal y después el pa-raíso con el goce de todas sus pasiones a susfelices musulmanes.»

Morelos no prometía nada, pero dentro deCuautla, el hambre y las alucinaciones comien-zan a hacer estragos en el sentido común. El curatenía a su hijo, Juan Nepomuceno, de incógni-to en la ciudad sitiada, que con otro grupo demuchachos andaba haciendo la guerra a los es-pañoles. Se decía que el muchacho era adivino,obraba milagros y curaba enfermedades. Se de-cía que resucitaba muertos a los tres días.

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El 28 de abril comienza a prepararse la rup-tura del sitio. Dos días después Calleja siguequejándose de su salud, se acerca la tempora-da de lluvias, peligrosa para los sitiadores, en«este infernal país» y sintiendo que puede ver-se obligado a levantar el cerco y perder la cam-paña le ofrece a Morelos el indulto, a lo queel general insurgente contesta: «Concedo igualgracia a Calleja y a los suyos.»

Pero los cercados ya no pueden resistir elhambre y en la noche del 2 de mayo se produ-ce la ruptura del cerco. Cuando las columnascomienzan a abandonar Cuautla con Galeanaen la vanguardia son descubiertos por la caba-llería realista que hace estragos entre los civi-les que acompañan a los sitiados; Morelos en lahuida cae con su caballo en una zanja y quedacon dos costillas rotas.

La ciudad abandonada es tomada por los rea-listas que se ensañan con heridos y enfermos.

En la Ciudad de México se burlan de Calleja:

—Aquíestá el turbante del moro que cautivé.— ¿ Y el moro?— Ese, se fue.

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I

EL PASO DEL CABALLODE MORELOS

Morelos tenía fama de irresponsable entre suslugartenientes, que constantemente debían an-darse preocupando de que al generalísimo nose le ocurriera alguna locura. Tan es así queconstantemente se veía obligado a estarles dan-do a los Bravo, Galeana y Matamoros seguri-dades de que no iría más allá de cierto puntoen sus personales exploraciones.

Cuenta Teja Zabre que enfrentado a Callejaen Cuautla hizo varias salidas para contemplarcon su catalejo las vanguardias del enemigo.En una de ellas quedó atrapado por un escua-drón de caballería de los realistas que hicieronhuir a la mayor parte de la escolta. Galeana,que se lo esperaba y se mantenía en reservaante la iglesia con un escuadrón de dragonesa caballo, ni tardo ni perezoso se lanzó al ga-

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lope y con ellos rompió el cerco y rescató aMorelos.

Cuando se retiraban buscando el amparo delas fortificaciones de Cuautla, Gale.ana urgía asu general:

— Señor, vamos deprisa, a otro paso.Y Morelos socarrón le contestaba:— Es que mi caballo no tiene otro paso.

JJLA MUJER QUE SE

LEVANTABA LAS FALDAS

En el sitio de Cuautla, Morelos, necesitadode obligar a los realistas cercadores a gastarparque, porque le habían bloqueado sus ru-tas de abasto, y tratando de debilitarlos antesde que se iniciara el asalto, pedía voluntariospara que se acercaran a las trincheras enemi-gas y provocaran las salvas. Oficio por de-más peligroso el «ir a que te tiren.»

Estaba de moda hacer «santiaguitos», queconsistían en acercarse a las filas enemigas, en-lazar a un realista y arrastrarlo hasta las pro-pias. Pero no era la única acción.

Entre los voluntarios estaba María Reyes,una mujer que se acercaba a los reductos de losgachupines y se alzaba las faldas mostrándoleslas nalgas y provocando el tiroteo.

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Por esas razones y en los tiempos de de-rrota fue juzgada por la Inquisición y encar-celada durante cinco años.

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EL NIÑO

Se trataba de un pequeño cañón compradopor Juan Galeana a unos náufragos y usadopara lanzar salvas en las fiestas religiosas y cí-vicas del pueblo de Tecpan y hasta en las bo-das y los bautizos.

Lo llamaron el Niño porque su tronar nodaba para mucho; el rugido de un niño, sedecía.

Con esa pieza artillera se combatió en elVeladero y en Cuautla y su primer y único ar-tillero fue un insurgente del cual solo se con-serva el apellido, Clara, y que era negro, elNegro Clara, pues.

Terminó cayendo en manos del capitán rea-lista Anastasio Bustamante, cuando Morelos,general en retirada, lo dejó abandonado unatarde de mayo de 1812 en Ocuituco.

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Muy claro queda lo mal armados que anda-ban los insurgentes cuando por un pinche ca-ñoncito como este se ha hecho un hueco en lahistoria nacional.

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MORELOS NOS HABLA AL OÍDO

La soberanía dimana inmediatamente delpueblo, el que sólo quiere depositarla ensus representantes [...] que deben ser suje-tos sabios y de probidad [...] Que la patriano será del todo libre y nuestra mientras nose reforme al gobierno, abatiendo al tiráni-co [...] que la esclavitud se proscriba parasiempre, y lo mismo la distinción de castasquedando todos iguales y sólo distinguiráa un americano de otro el vicio y la virtud[...] que se quiten la infinidad de tributos.

De una copia de Los sentimientos de la nación.

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EL PURO, LAS BRIDASY LA PELUQUERÍA(TRES DE MATAMOROS)

EL PURO

Mariano Matamoros es un personaje al que letengo particular cariño, quizá porque era co-nocido como la mano izquierda de Morelos.Cura de Jatetelco, perseguido por sus opi-niones políticas y sociales, salvó la vida es-condiéndose y apareció en el campamento deMorelos, con su hijo Lino Mariano (historiade curas con hijos esta de la independencia) el16 de diciembre de 1811 y se ofreció para de-cir misas o dar sablazos, indistintamente.

Tenía casi cuarenta y cinco años aquel ciuda-dano chaparrito y delgado, güero deslavado conbarbita y picado de viruelas, con un ojo que se leiba, obligándolo a inclinar la cabeza.al hablar, conuna voz sorprendentemente potente y hueca.

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Visitando el museo de Cuautla, me detuvelargos minutos ante su silla de montar, uno delos vigilantes acudió a disipar mi duda.

—¿Sabe para que sirve el hoyito a la dere-cha de la silla?

Sin esperar respuesta me contó:—Para dejar el cigarro parado cuando car-

gaba. Necesitaba las dos manos libres, una parala rienda y otra para el machete, y no era cosa dedejárselo en la boca porque le nublaba la vista yle lloraban los ojos, y menos de aventarlo.

Tanta precisión me dejó sorprendido. Yomismo fumador empedernido, tengo a muchoaprecio este tipo de chapuzas.

Parece ser que la anécdota es cierta porqueotras fuentes cuentan que llegó a hacer un agu-jero en la silla del confesionario para clavar ahíel puro mientras escuchaba a beatas y cornea-dores y poder recuperarlo más tarde.

XAS BRIDAS

Para romper el cerco de Cuautla y buscar víveres,de los que los insurgentes estaban muy escasos,los surianos que acaudillaba Mariano Matamo-ros cargaron siete veces infructuosamente.

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Desesperado en aquella terca derrota les di-jo a sus soldados que se comieran el cuero delas bridas, hicieran fuerza y luego volvieran aintentarlo.

A la primera parte no le hicieron caso, a lasegunda sí, y lo lograron.

LA PELUQUERÍA

Interrogado el general insurgente de las hues-tes de Morelos por los que iban a fusilarlo, 'elcura Mariano Matamoros, recién capturadopero muy digno, respondió a todas las pregun-tas sobre qué había hecho con el oro y la plataque los insurgentes habían capturado en Oaxa-ca, los cargamentos de tabaco, los caballos, losarcones de monedas...

Y ante tanta insistencia se indignó: «¿To-davía no se había entendido que la revoluciónse hacía por honra y no por beneficio?» Y setomó la molestia de explicarles a sus inquisi-dores que todo lo capturado iba a la tesoreríadel ejército insurgente, y que él nada poseía;pues unos caballos que tenía los usó Bravo pa-ra asuntos de guerra, y unos cofres con asuntospersonales por ahí los perdió en un combate, y

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que los cigarros que fumaba se los daba la teso-rería y que por no tener nada, hasta sus cortesde pelo y afeitadas le pagaba la revolución, yhablando de esto insistió que dado que estabapreso, ahora ellos se hicieran cargo de tal gas-to antes de fusilarlo, porque quería morir bienrasurado.

Y así le cumplieron y así lo fusilaron.

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LOS ENCUERADOS

Hermenegildo Galeana siempre se hizo acom-pañar en labores de guerra de. una escolta deun centenar de negros de la Costa Chica gue-rrerense, que por mejor armamento usaban unmachete de regular tamaño, el mismo que seusa en las plantaciones de azúcar de la región.

Estaba Galeana y sus huestes un día en lahacienda de los Bravo tratando de organizarfuturos planes (Villas eñor dirá que el lugar sellamaba Chichihualco y Esperón dirá que esta-ba cerca de la cueva de Michipa), cuando apa-recieron las tropas del gachupín don IsidroGarrote para reprimirlo.

Dio la casualidad de que la carga de los dra-gones realistas se produjo mientras Galeanay sus negros se estaban bañando en el río. Singuardias y sin reservas, y para dar tiempo a que

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se reorganizaran los hermanos Bravo en la ha-cienda, Hermenegildo gritó: «Ahora o nun-ca», y se puso en pie desnudo en mitad del ríoimitándolo sus compañeros, que tenían la sa-bia costumbre de no dejar el machete ni cuan-do estaban encuerados bañándose, teniéndoloclavado en la arena cerca de los bajos donde sesolazaban.

El brigadier Garrote quedó desconcerta-do al ver cómo avanzaban sobre sus tropas uncentenar de negros encuerados armados contremendo machetón, aullando y echando aguapor todos lados.

El susto fue suficiente para dar tiempo aque los Bravo se reorganizaran y pronto inter-vinieron en la refriega cañones y hombres decaballería.

Los realistas se desbandaron y Galeana ysus negros los persiguieron, encuerados aún,durante tres leguas.

Todavía, y han pasado muchos años, mu-chos para una memoria popular que nunca ol-vida, se sigue diciendo en Guerrero con maliciay buen humor que a los de Garrote les espantóel ídem y no tanto el machete suriano desen-vainado.

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DICEN QUE DIJO

Estaba José Miguel Ramón Adaucto Fernán-dez y Félix, que había optado por el más eco-nómico nombre de Guadalupe Victoria, almando de uno de los cuerpos insurgentes queatacaban bajo las órdenes de Morelos la ciu-dad de Oaxaca, cuando el 25 de noviembre de1812 comenzaron a oírse en medio del caño-neo las campanas de las iglesias de Santo Do-mingo y el Carmen, señal anunciada de quepor aquella zona los insurgentes habían entra-do a la ciudad.

Guadalupe Victoria, desesperado porqueen el frente en el que combatía un foso y va-rias fortificaciones realistas con cañones le im-pedían el paso a sus dragones, se acercó lo másque pudo a riesgo de que le volaran la cabe-za, y no encontrando resquicio ni argucia di-

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cen que gritó: « ¡Va mi espada en prenda, voypor ella!»

Si lo dijo, nomás lo habrán oído él y su al-ma, porque entre el estruendo de las artillerías,la fusilería insurgente, el repique de campanasde Santo Domingo y el Carmen y la distancia,nadie lo podía escuchar.

Pero lo que todos vieron es que GuadalupeVictoria, en un acto de locura, les aventaba laespada a los gachupines y con las manos des-nudas, se soltaba corriendo hacia los reductos.

Y como esta era guerra de locos y no de cuer-dos, de pobres contra ricos, de iluminados con-tra inquisidores, de alegres contra oscuros, degenialidad suicida y no riesgo calculado, y tam-bién pensando que no era cosa de dejarlo solo,los dragones j arochos se lanzaron tras él hacia lagloria, la victoria, la nada, o la historia. *

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LOS PERROS INSURGENTES

Estaba Nicolás Bravo dándole la lata a los espa-ñoles en Veracruz, y tras haber tornado Jalapay convertido en un desastre las redes comercia-les de los gachupines, tuvo que replegarse a SanJuan Coscomatepec. Allí decidió fortificarse.Calleja le envió todo lo que tenía porque habíaaprendido, después del sitio de Cuautla, que lehabía costado muy caro y que no podía permi-tir que los insurgentes se hicieran fuertes en unpunto, los prefería corno bandas errantes.

Sobre Bravo se fue el batallón de Asturiasy otros contingentes de hasta mil hombres ycuatro cañones y el 5 de septiembre de 1813comenzaron el sitio.

Bravo resistió varios asaltos y el 4 de oc-tubre cuando iba a cumplirse el mes del sitiodestruyó sus cañones, enterró los cañoncitos y

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decidió hacer una salida con todo y los civilesque vivían en la población, que pensaban conbuen tino que si los realistas entraban lo iban ahacer a degüello.

Para simular mejor organizó a los perros dela población insurgente y los ató a las cuerdasde las campanas de la iglesia, de tal manera queel repique se mantuvo mientras ellos se desli-zaban por la vera del río.

Cuando se descubrió el truco ya estabanbastante lejos, hasta Ocotlán, y los realistas sedesquitaron arrasando el pueblo y fusilandolas imágenes de los santos en la iglesia. ¿Pensa-rían que ellos tocaban las campanas?

Las crónicas no dan razón del destino de losperros insurgentes.

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LA MUERTE DE HERMENEGILDO

Hay biografías que no tienen antes ni después.Lo que sucede sucedió. Hasta su biógrafo Al-vear reconoce que Hermenegildo Galeana notiene historia previa: «Su infancia y juventudno ofrecieron pormenores de importancia»,dice liberándose elegantemente del asunto.

Nació en Tecpan, descendiente de un náufragoinglés, o irlandés, o escocés, tanto da, apellidadoGallier; y de él habrían de obtener sus descendien-tes la versión españolizada de su apellido: Galea-na. Se dice que cuando los británicos vinieron abuscar al náufrago y a sus amigos, este los mandóal diablo porque se había emparejado con las lo-cales y le gustaba lo del cultivo de algodón.

Ni siquiera se sabe a ciencia cierta su fechade nacimiento, aunque se dice que fue el 13 deabril de 1762.

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Ranchero acomodado, sembrador de algo-dón, casado y viudo a los seis meses con unamujer que le dejó herida tan profunda que nun-ca se volvió a matrimoniar. Se desconocen susmotivaciones para unirse al principio a More-los, pero fue de los primeros y sin condiciones,y no llegó solo, lo acompañaban su hermanoAntonio, su tío Juan José y su primo Pablo.

Cuando se presentó ante Morelos, no eraun joven, casi tenía cincuenta años, y le dijo:«Solo traigo mi brazo». Y Morelos le respon-dió: «Para qué quiero más.»

Valiente hasta la locura, terror de sus ene-migos cuando dirigía las cargas al machete,incapaz de actos de crueldad, después del com-bate nunca fusiló prisioneros, Galeana se hizode una amplia fama.

Si la historia de sus orígenes ha quedado enlas sombras, la de su muerte ha sido recogidacon todo detalle por Villaseñor que cuenta queen las cercanías de Coyuca se enfrentó a fuerzas

. enemigas superiores en número y parapetadotras unas parotas los tuvo a raya acompañadode José María Ávila hasta que sus tropas co-menzaron a flaquear. Huía caballo persegui-do por la partida realista de Oliva cuando,por culpa de su caballo que acostumbraba dar

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brincos, lo hizo estrellarse contra una rama ba-ja que lo desarzonó, dejándolo en el suelo conla cara sangrando.

Catorce jinetes enemigos lo rodearon sinatreverse a entrarle, porque así era de fuerte lafama de Galeana. De repente el soldado Joa-quín León le disparó un tiro desde su caballoque le atravesó el pecho. Todavía Galeana tratóde sacar la espada, pero los dragones realistascayeron sobre él y le cortaron la cabeza, quellevaron a la plaza de Coyuca donde fue mos-trada clavada en un palo.

Un par de sus soldados enterraron el cuer-po descabezado, pero siendo más tarde fusila-dos, nunca pudieron dar razón a sus amigos dedónde lo habían hecho, y la cabeza desapareciótiempo después. Los restos de Galeana así sedesvanecieron en la nada, en la historia.

Cuando en 1814 Galeana cayó en Coyuca yhabiéndose producido poco antes la muerte deMatamoros, Morelos pronunció el mejor epi-tafio cuando dijo: «Acabáronse mis brazos, yano soy nada.»

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LA TERQUEDAD DEL ATOLERO

Después de la derrota de la segunda oleada in-surgente, la de Morelos en el sur, la independen-cia parecía alejarse y poco le quedaba a la causamás allá de la persistencia y la terquedad.

Fue en esos días de agosto de 1814, que An-drés Pérez, alias el Atolero, acompañado de suamigo Joaquín, llegó a caballo al barrio de La La-gunilla y revoloteando con sus cuacos por aquí ypor allá, comenzaron a llamar a la plebe a levan-tarse contra los europeos, organizando un buenborlote. Con las fuerzas malamente reunidas ypredicando con el ejemplo, los insurrectos sefueron hacia el cuartel de artilleros del puente deAmaya y como no traían armas trataron de lazaralgún cañón con la reata para secuestrarlo.

Tras un rotundo fracaso, el Atolero fue per-seguido por toda la ciudad por la policía hasta

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que lo capturaron. Como no había producidomales mayores lo condenaron en consejo deguerra a servir ocho años forzados en el Bata-llón Asturias peleando contra los insurgentes,pensando sus jueces que se trataba de furia ju-venil y que había que darle salida a su bravura.

Al Atolero el castigo le pareció burla y sefugó de la cárcel luego, luego. Lamentablemen-te fue recapturado y esta vez lo condenaron aocho años de prisión en las islas mañanas.

En el juicio declaró que le había ido comoen la feria, pero que eso sí era justicia, no lootro, lo de mandarlo a luchar contra sus igua-les. Y además advirtió que las islas le quedabanchicas y que un día de estos regresaría para in-surreccionar a sus amigos y paisanos del barriode La Lagunilla.

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LOS INDIOS DEL MEZCALA

Vayase a saber lo que verdaderamente dijeron.Si lo dijeron acaso; si lo dijeron en su lenguay el realista y gachupín coronel Linares ni lesentendió. Si hablaron de otras cosas o de es-tas, pero Guillermo Prieto contaría años des-pués que los indios del Mezcala, en medio de lalaguna de Chápala, andaban insurreccionadosdurante la guerra de independencia y llegó has-ta sus pueblos en aquel «mar huérfano» el ejér-cito del realista Cruz; lo recibieron a la malaen guerra de flechas y canoas y mandaron a losrealistas derrotados para Guadalajara.

Y entonces les enviaron un papel, un escrito,una carta, pidiéndoles sumisión y amenazándo-les con que correría mucha sangre si no se ren-dían. Y vaya usted a saber si la leyeron, la tiraronsin leerla, la leyó un traductor que mentía...

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El caso es que contestaron: «Señor, que co-rra la sangre, al fin y al cabo es la nuestra,»

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EXISTÍA CADA GANDALLAEN NUESTRAS FILAS

Había estudiado en la Universidad de Guada-lajara e incluso se doctoró en la Universidad deAlcalá en España en algo llamado «divinas le-tras» que incluía el derecho canónico y cuantasteologías andaban por ahí. Consiguió un traba-jo en la Colegiata de Guadalupe que todos le ad-miraban. Pero de vida por demás desmadrosa ydado su gusto por alcoholes y mujeres, atrapadopor las deudas, a los veinticinco años, el sacerdo-te Francisco Lorenzo de Velasco fue delatado ala Inquisición, por su vida «desarreglada» y porlas doctrinas impías que andaba predicando.

Se sumó entonces a las acciones insurgen-tes, según dice, «después de año y medio de es-tarlo meditando», y al irse se llevó las medallasy rosarios de la virgen de Guadalupe, lo queprovocó que lo excomulgaran.

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Sumado a las fuerzas de Rayón como briga-dier participó en algunos combates, y en otrosse llevó la gloria sin haber estado, haciendo pu-blicar en El despertar americano que había de-rrotado al gachupín Castillo en Lerma, cuandoquien lo había hecho fue la partida del insur-gente Alcántara.

Partidario de la mano dura, hizo que apa-learan a los realistas que se habían rendido enPachuca.

Entre 1812 y 1813 anduvo de Valladolid aGuanajuato en guerrillas irregulares, ganando yperdiendo combates, y terminó uniéndose a Mo-relos durante el cerco de Acapulco, donde con-siguió trabajo de vicario del ejército insurgente,mismo que abandonó rápidamente para volversemariscal insurgente en Oaxaca, a donde lo man-dó Morelos para librase de sus pretensiones deser diputado en el Congreso Constituyente.

Sin embargo llegó al Congreso, y en un ata-que de programada lambisconería se dedicó aproponer que Morelos fuera generalísimo ypresidente, provocando el rechazo de este, queno se veía a sí mismo como dictador armado.

En Oaxaca, reunido con otro ex sacerdote,Ignacio Ordoño, Velasco se dedicó a la parran-da en palenques y burdeles, por lo que Rayón

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lo mandó arrestar, terminando la historia enuna zacapela a balazos y la prisión de Velascoen el convento de Santo Domingo.

Se fugó acompañado de un gachupín llama-do Vilchis, y reapareció en Oaxaca cuando losrealistas la habían recobrado, escribiendo aho-ra cartas contra la independencia, acusando aMorelos de inepto, a Rayón de «monstruo deingratitud» y declarando su arrepentimiento.

No muy confiados los realistas, lo enviaronpreso a Puebla, de donde lo mandaron a Jalapaen calidad de indultado, después de que Velas-co denunció a algunos de los contactos de la in-surgencia en la capital. Supuestamente iría haciaEspaña a reunirse con su padre, para lo que reci-bió quinientos pesos que habría de reponer en lapenínsula; pero en el camino le robó a su amigoel coronel realista Zarzosa cien onzas de oro y sefue a Tehuacán a reunirse con los insurgentes.

Allí Rosains lo perdonó, poniéndolo aprueba y dándole cargo de soldado y vicariode la tropa. Combatió aquí y allá con variadasuerte y mandando tropa saqueó el pueblo deSan Andrés, quemando semilla y amenazandoa los naturales.

En 1816 trató de huir a los Estados Uni-dos, pero fue detenido por Guadalupe Victoria

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y puesto en calabozo de donde salió acompa-ñando a Mier y Terán a una expedición pararecuperar un desembarco de armas norteame-ricanas, siendo perseguido por los realistas ymuriendo ahogado en el río Coatzacoalcos.

Después de la independencia, su muerteprovocó una agria polémica en las filas insur-gentes, siendo necesaria la aparición de testigosvarios que lo habían visto morir ahogado, paralibrar a Terán de la acusación de haberlo asesi-nado, harto de tanta intriga.

Por todos estos méritos, anda rondandoen los ambientes de los estudiosos de la inde-pendencia la iniciativa de nombrar a FranciscoLorenzo de Velasco patrón de los escasos exdirigentes del movimiento del 68, que han da-do el chaquetazo.

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¿MORELOS?

Los retratos varios le hacen justicias varias.Con una historia oficial empeñada en ensal-zarlo, ni siquiera pueden ignorar la verruga so-bre el cachete derecho, la gordura y el paliacateque supuestamente usaba para evitar el sol, quele producía terribles dolores de cabeza.

El retrato propiedad de los Barba, fecha-do en julio de 1809, muestra a un Morelos deojos claros, cubierto por un capote oscuro yun pañuelo blanco anudado sobre la cabeza;un Morelos más flaco y más moreno, aunquede ojos claros.

En la ilustración de 1843 del diario El mu-seo mexicano tiene más pelo.

El retrato de Trinidad Carreño de 1875,«copiado en Madrid», lo muestra delgado yblanco, españolizado.

145,-

El retrato en cera de la Galería Histórica delMuseo Nacional, que muchos definen como laprimera imagen de Morelos, lo muestra comoun cura gordo, con solideo, avejentado, conpapada y ojos de sapo.

La litografía de José T. Silva para México através de los siglos, lo dota de potente nariz,patilla con más pelo; lo hace menos gordo ycon rasgos de criollo.

El retrato publicado por Carlos María deBustamante lo muestra criollo de labios grue-sos, regordete, sin paliacate, y fue tomado deun retrato en cera de un tal Rodríguez.

Cárdenas de la Peña reproduce (lámina 4)un óleo anónimo de la primera mitad del sigloXIX con un Morelos con mayores rasgos indí-genas, más cerca de la versión a lápiz que haríaO'Gorman en 1961.

T . . . . „ »Los testimonios insisten en que tenia rasgos

negroides.En suma, en nada se parecen retratos y ver-

siones. Queda una vaga imagen común, que elpaliacate unifica.

Según las chaquetas de uniforme que los es-pañoles devolvieron a México en el centena-rio de la independencia (una de las guerrerases maravillosa, repleta de bordados en plata,

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barroca, chinaca) debía tratarse de un hombregordo y de poca estatura.

Se cuenta que le enviaron un asesino a sucampamento, pero su llegada fue precedidapor una carta que lo denunciaba diciendo quese le conocía como el Barrigón. Morelos lo de-jó estar, e incluso lo dejó dormir bajo la mismatienda; el asesino se asustó y no cumplió su mi-sión, huyendo al día siguiente, lo que le permi-tió a Morelos contestar a sus espías diciendoque en ese campamento, con lo mal que esta-ban comiendo, el único barrigón era él.

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CUANDO LA FELICIDADLO REQUIERA

Registra Alejandro Villaseñor en la biografíade José María Cos (escrita en 1909, poco an-tes de iniciarse la revolución) que en septiem-bre de 1815 los diputados que hacían resto delCongreso de Chilpancingo seguían en labo-res tratando de escribir una constitución, pe-ro los tiempos militares eran muy malos. ElCongreso huía y huía. Los diputados no teníansueldo; de su escolta de ochenta hombres solocinco tenían fusiles;.a ellos les tocaban turnosde guardia y comían carne con arroz, la mayorparte de las veces sin sal, y mal dormían dondecaía la noche siempre esperando a que los en-contraran los realistas y los fusilaran. Aun así,no hubo día en el que no sesionaran, a vecesen una casa, a veces en una ranchería, a vecesa la sombra de los árboles. Y discutían como

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si les fuera la vida, aquella que sería más tardela Constitución de Aptzingán, cuyo capítulo4 reza así: «Como el gobierno no se instituyepara honra o interés particular de ninguna fa-milia, de ningún hombre ni clase de hombres,sino para la protección y seguridad general detodos los ciudadanos, unidos voluntariamenteen sociedad, estos tienen derecho incontestablea establecer el gobierno que más les convenga,alterarlo, modificarlo y abolirlo, cuando su fe-licidad lo requiera.»

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GUERRERO

Su paisano Ignacio Altamirano dejó un retratode Vicente Guerrero: «Este capitán era joventambién y de aspecto gallardo, trigueño, alto,esbelto, no parecía por su traje y su manera dehablar costeño; más bien revelaba desde luegosu origen indígena o mestizo, lo que se cono-cía por su nariz pronunciadamente aguileña,por sus pómulos salientes y por sus cabelloslisos, negros y grandes formando un crecidotupé sobre la frente. Parecía como de veintisie-te a veintiocho años, llevaba chaqueta de pañoverde, pantalón de paño oscuro con agujetasde plata y botas de montar con ataderos fina-mente bordados. Una patilla negra y pequeñaflanqueaba su boca ligeramente abultada». Cu-riosamente, en el imaginario popular Guerreroha sobrevivido con el pelo rizado.

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Era arriero y muy probablemente analfabe-to. Aunque parece que se unió al ejército inde-pendiente con las tropas de Galeana Lafraguarecoge las instrucciones que le dio Moreloscuando se presentó ante él para sumarse a la re-volución: «Usted que habla el mexicano, diga aesos naturales que están libres y que si quierenseguir nuestras banderas que los recibiré congusto». Y allá se fue Guerrero a levantar a losindios de Tixtla.

Su primera proclama en 1915 dice: «Man-do que a su voz en los pueblos se presententodos los que quieran demarcarse con el glo-rioso renombre de ciudadanos, que formen susasambleas y que con franqueza apliquen losprocedimientos que les parezcan más conve-nientes, no a la libertad mía, no a la de sus pro-pias personas, o la de los intereses particulares,sino a la libertad.»

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MINA MARCHABACON NOSOTROS

Baz cuenta que cuando a Francisco Javier Mi-na le propusieron armar buques de corso paraatacar el comercio español en América, Minaindignado respondió que «Yo hago la guerraa los tiranos, no a los hombres, yo combatocontra los gobiernos despóticos, no contra losespañoles.»

¿Qué se le había perdido a ese joven nava-rro de veintisiete años en México? México, tie-rra extraña donde con sus hombres ha de errarel camino seis veces al salir de Soto la Marina.

Mina fue quizá el primero de los insurgen-tes que la generación del 68 recupera. Era el in-ternacionalista. Descubro con sorpresa que enla edición de la biografía de Mina del españolManuel Ortuño, Fronteras de libertad, la co-nexión reaparece cuando el autor hace referen-

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M

cía a su juventud internacionalista y militantey se refiere a su «experiencia mexicana, dos dé-cadas repletas de acontecimientos y rupturas,Tlatelolco de por medio.»

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LA MUERTE DEL GIRO

Los que lo conocieron decían de él que era ex-tremadamente feo, añadiendo calificacionescomo «figura repulsiva». Quizá por eso le diopor vestirse elegante, «muy giro», y de ahí levino el apodo.

Se llamaba originalmente Andrés Delgado,y era un indígena tejedor de Salamanca que co-menzó a hacerse notar hacia 1817 cuando man-daba a los dragones de Santiago, una pequeñacaballería insurgente que hizo la guerra de gue-rrillas en el Bajío.

Terco como el que más se fue quedando solo,deserciones y muertes de las restantes partidasinsurgentes y sus caudillos, hasta a su padre ma-taron los realistas por el solo hecho de serlo.

Se decía que además de feo era muy habili-doso y que llegó a tener una fábrica de armas

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en el cerro de Santa Ana y un escondite en lascavernas subterráneas cercanas al pueblo deSanta Cruz.

El 3 de julio de 1819 andaba vagando casi ensolitario en la Cañada de la Laborcita, cerca deChamacuero, perseguido por los realistas quefinalmente lo encontraron. Se disfrazó y logróhuir a un rancho cercano, de donde ya deses-perado de andar huyendo regresó armado y sededicó a insultar a los realistas retándolos.' Un alférez de los dragones de San Luis lo

enfrentó a lanzazos y le clavó la suya en el pe-cho. Viéndolo muerto fue tras el caballo, pe-ro el Giro se sacó la lanza clavada en el pechoy se fue hacia unas peñas hasta donde lo per-siguieron los realistas. Mató a tres, hirió a va-rios y luego se arrojó a una barranca. Desdeabajo los siguió insultando. Se negó a rendirsey los realistas lo mataron a pedradas, luego lecortaron la cabeza y se la enseñaron a su hijode brazos. Más tarde la colgaron en la entradade Salamanca para que todo el mundo viera lofeos que eran los insurgentes.

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LOS HIJOS Y LOS NIETOS

La generación de la Reforma toma la indepen-dencia como su pasado, su fe y su referencia.Si para los bolcheviques y los anarquistas delprincipio de siglo la referencia eran las revo-luciones europeas del 48 y la gran revoluciónfrancesa, para los liberales la guerra d'e inde-pendencia, menos de medio siglo a sus espal-das, era el referente, y no solo moral, político ehistórico, también lo sería en términos de tác-tica guerrillera.

Altamirano aprendió las artes de la guerrillade Hermenegildo Galeana y de los insurgen-tes del Mezcala; Rivapalacio, de su abuelo Vi-cente Guerrero; Juárez estudió tenacidad en laescuela de Guadalupe Victoria y González Or-tega se educó con las campañas y la estrategiade Morelos.

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En el México descompuesto rnoralmentepor el santanismo, los insurgentes servían dereferencia moral, de relación con el honor, deescuela de patriotismo, de modelo respecto a laintransigencia de las ideas («independencia, li-bertad o muerte», le dirá Guerrero a Iturbideen una de sus cartas antes de la trigarante), ter-quedad o valor. Por eso escribieron tanto sobreellos, recogiendo anécdotas de viejos soldados,niños que vieron pasar a Hidalgo, rescatandorecortes de viejos periódicos, hurgando en losarchivos.

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SoAMORES QUE MATAN

¿Y por qué quieren tanto a Iturbide últimamente?Recientemente, entre funcionarios públicos

panistas, curas reaccionarios levemente ilustra-dos y sectores de la aristocracia regenerada, to-dos ellos sectores de la nueva nacoburguesía,está de moda hacerle sonrisitas al Agustín Cos-me Damián de Iturbide, aunque resulte gestorde una independencia de «mentiritas», corruptosoldado combatiente de insurgentes y autor deuna salida imperial para la naciente República.

Iturbide era un criollo que se sumó a lasfuerzas realistas para combatir los intentos in-dependentistas de Hidalgo y Morelos comovoluntario dentro de las tropas territoriales.Hizo guerra de exterminio, arrasando pueblos,masacrando patriotas, encarcelando mujerespor el hecho de ser parientes de insurrectos.

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En su época como coronel a cargo de lasguarniciones del Bajío y jefe del ejército delnorte se fusilaron centenares de guerrillerosinsurgentes sin juicio alguno.

El 29 de octubre de 1814, Iturbide pasó a laamplia historia de la ignominia realista al pro-mulgar un bando según el cual daba setenta ydos horas para que las esposas e hijas de insur-gentes se unieran a sus maridos, donde quieraque estos se hallaren, amenazando a las que nolo hicieran con la detención.

Como resultado de este bando más de uncentenar de mujeres de Pénjarno, del rancho deBarajas y de otros puntos de Guanajuato fue-ron encarceladas durante cuatro años; variasmurieron de enfermedades en las prisiones,otras fueron violadas por los soldados, algunasperdieron a sus hijos; tratadas como rehenes ybajo amenaza de ser diezmadas si sus parientesseguían combatiendo...

No solo era un caudillo represivo, tambiénera un militar transa. En la medida en que co-mo jefe militar de la zona controlaba la vigilan-cia armada de los convoyes, sistemáticamenteacosados por las partidas insurgentes, Iturbi-de se convirtió en comerciante con ventaja.Transportando el azogue que se necesitaba pa-

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ra el beneficio de la plata, hacía llegar a sus mu-ías antes que las de la competencia y lograbaasí mejores precios. Se volvió monopolista delalgodón y del grano, comprando a través deintermediarios cosechas que como jefe militarobligaba a vender so pretexto de que podríancaer en las manos de los insurgentes; deteníaconvoyes o los distraía para subir los preciosde algún producto o provocar escasez. Y así,en paralelo a su correspondencia militar conel virrey, un río de cartas y notas firmadas porIturbide y destinadas a sus agentes recorrió elBajío, sugiriendo que se permitiera sembrara los pueblos rebeldes para luego expropiar-les la cosecha, pidiendo cuentas a un arriero,moviendo a sus emisarios para que el azoguellegara a Guanajuato antes que el de-otros,vendiendo arrobas de chile a precio de infla-ción que él mismo provocaba, comerciando enalgodón comprado a precio obligado para quelos insurgentes no se «lo llevaran», organizan-do providencias para evacuar maíz...

Estas actividades provocaron la protesta dealgunas de las casas comerciales más conser-vadoras de la región, entre ellas las del condede Rull y las de Alamán, lo que provocó queel virrey llamara a Iturbide a juicio en abril de

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1816, y aunque luego lo exonerara con el argu-mento de que como no era militar regular po-día comerciar, lo dejó sin mando de tropa hastaaños más tarde.

En 1821, Iturbide propuso como salida alvacío de poder una independencia monárquicaen la que el trono de México se, ofrecería a unBorbón español, en la que los contenidos so-ciales del ideario de Morelos estaban ausentes.En suma, proponía el olvido de once años deguerra civil.

Y cuando el Plan de Iguala se convirtió engobierno independiente, el primer gobiernoemanado de él se constituyó con militares rea-listas, miembros de la alta jerarquía católica ygachupines ricos.

El movimiento independentista había que-dado secuestrado. Iturbide, el gran consu-mador de la independencia, era el gatopardonacional, quien proponía que todo cambiarapara que todo siguiera igual, que incluso habíaelegido la independencia como un nial menorante la nueva promulgación de la Constitu-ción liberal española. Y la salida fue un impe-rio con Congreso primero, sin Congreso al fin,en cuanto Iturbide pudo librarse de él y disol-verlo, encarcelando a varios de los diputados.

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Las modas van, las modas vuelven, duran-te ciento cincuenta años la mochería conserva-dora ha venido proponiendo la restitución deAgustín I en el santoral laico nacional comoartífice de la Independencia de México, al quele debemos la bandera y una salida sensata parael embrollo que la independencia significaba,donde había mucha plebe resentida ansiosa dereparación de agravios.

Los agraviados y sus herederos seguimospensando que Iturbide no era de los nuestros.Y que mejor vaya y chingue a su madre.

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EL ULTIMO DE LOS GALEANA

En 1821, perdido en las montañas de Guerrero,en tierra de mosquitos y de hombres pobres,sostenía una pequeña guerrilla Pablo Galeana,más por terquedad y fidelidad a los vivos y alos muertos que por otra cosa.

De allí lo había desalojado un año antes elgachupín Armijo, arrasando pueblos y sem-brados, y allá volvió a seguir peleando Pablo.

Era el último de los Galeana. Luis, su her-mano, había muerto en el sitio de Cuautla en1813; Juan Antonio, su padre, había muer-to en 1813 por las fiebres durante el cercode Acapulco; Hermenegildo, su tío, el ma-riscal de Morelos,. había muerto en comba-te cerca de Coyuca en junio de 1814 cuandouna maldita rama se cruzó ante su caballo enhuida.

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Ya no quedaban Galeanas. Nomás este ran-chero de cuarenta años, coronel de una parti-da misérrima de insurgentes que combatía enZacatula. ^

Fue entonces cuando le llegó un recado deGuerrero: que ya había independencia, que ha-bía un pacto con Iturbide para lograrla. Y llega-ron más mensajes que decían que ya casi todohabía terminado, y menos mal que Guerrero seacordó de él, porque si no le avisan, todavía se-guiría en esos cerros peleando. Galeana no selo acababa de creer, pero por si las dudas pusoa sus hombres a caballo e invadió Michoacánpara encontrarse allí con Guerrero.

Una vez se hubo desmoronado la resisten-cia realista, Galeana rechazó ofrecimientos ci-viles y militares y diciendo «Me voy tal cornovine», se retiró al rancho del Zanjón, a cultivarla tierra y a recordar a los muertos.

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LUEGO LLEGARONLOS BURÓCRATAS

En el gobierno de Iturbide el debate por es-tablecer la fecha en la que se celebraría la in-dependencia fue enconado. Los iturbidistasinsistían que fuera el 27 de septiembre, día quehizo entrada en la Ciudad de México el ejércitode las tres garantías. Y solo después de un viru-lento debate, se quedó en reconocerlo en plande igualdad con el 16 de septiembre.

A la caída del imperio, en 1823, una comi-sión del Congreso estableció la lista oficial delos padres de la patria: Hidalgo, Allende, JuanAldama, Abasólo, Morelos, Matamoros, Leo-nardo Bravo, Miguel Bravo, HermenegildoGaleana, Jiménez, Mina, Moreno y Rosales.

La fiesta nacional estuvo a punto de estro-pearse porque en la Ciudad de México habíauna epidemia de sarampión.

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LA ULTIMA BANDERA

Un virrey que se rinde no es un imperio que sedesvanece y en un remoto recodo de México,el imperio permaneció. El último resto fue lafortaleza de San Juan de Ulúa en un islote en-frente del puerto de Veracruz.

Diseñada para ser un castillo que protegie-ra al puerto de los piratas, comunicada por marcon La Habana, podía resistir durante años.

Desde Veracruz frecuentemente se les hos-tigaba e incluso su jefe, un tal Lemaur, al queDávila le había entregado el mando en octu-bre del 1822, en un acto de locura imperial a lopendejo, ordenó en represalia por un ataque delas tropas mexicanas el bombardeo de la ciu-dad de Veracruz.

Setenta y dos cañones escupieron fuego so-bre una población desguarnecida y teniendo

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corno objetivo a los civiles. Los jarochos tuvie-ron que abandonar su ciudad bajo el fuego.

Bajo el mando del brigadier José Coppin-ger continuó la resistencia de la fortaleza, quetras cuatro años de independencia parecía uninsulto insuperable, una espina clavada. Pe-ro parecía no haber manera de doblegarla. Elabastecimiento de la fortaleza se hacía por bar-co, y desde buques mayores llegaban a Ulúa enchalupas y botes, municiones, víveres y hasta«vino», añadiría un cronista.

Finalmente el potosino Miguel Barragán or-denó el cerco con la ayuda de barcos que habíacomprado en Inglaterra el gobierno mexica-no. El bloqueo marítimo se armó con las fra-gatas Libertad y Victoria, el bergantín Bravo,la goleta Papaloapan y los cañoneros Grijalbay Tampico. El cerco funcionó rechazando losauxilios que les venían de La Habana a los rea-listas. Comenzaron las negociaciones para larendición.

El 19 de septiembre de 1925 la última ban-dera española se arrió en territorio mexicano.

Un país independiente, pero devastado trasonce años de guerra civil y cuatro turbulentosaños de posguerra quedaba atrás.

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Nota sobre las fuentes informativas

La mejor biografía de Hidalgo me parece lade Luis Castillo Ledón: Hidalgo, la vida delhéroe. Hay elementos interesantes en la deMancisidor: Hidalgo, Mórelos, Guerrero; lade Altamirano: Don Miguel Hidalgo y Costi-lla; en Ruta de Hidalgo de Felipe Jiménez dela Rosa; en Guzmán Peredo: Miguel Hidalgoy la ruta de la independencia y Alfonso GarcíaRuiz: Ideario de Hidalgo.

El catálogo de insultos contra Hidalgo surgedel estudio introductorio de Masae Sugawara aEl anti-Hidalgo. Después de haber redactadoesa viñeta descubrí que la idea se le ocurrió aotros antes que a mí, Florencio Zamarripa, porejemplo, en la página 73 de su Anecdotario in-surgente rescata una lista doblemente más lar-ga de insultos dirigidos a Hidalgo producto de

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esta y otras fuentes. Sobre los estudios de Hi-dalgo, Juan Hernández Luna: El mundo inte-lectual de Hidalgo.

El fusilamiento .de Hidalgo fue narrado porsu verdugo Pedro Armendáriz, teniente depresidio en Chihuahua, en una carta al perió-dico La Abeja Poblana y ha sido recogida re-cientemente en un folleto Muerte de los señoresgenerales cura don Miguel Hidalgo y Costilla,don Ignacio Allende, Aldama, Jiménez y San-tamaría. La anéccdota de lo sucedido en la Al-hóndiga es recogida por Lucio Marmolejo enEfemérides guanajuatenses. Interesante tam-bién es Ezequiel Alnianza: Historia de la Al-bóndiga de Granaditas y Fernando SerranoMigallón: El grito de independencia.

Allende cuenta también con varias biogra-fías; las más documentadas, las de AlejandroGertz Mañero, Armando de María y Cam-pos: Allende, primer soldado de la nación yFausto Marín Tamayo: La juventud de Igna-cio Allende.

Josefa Ortiz de Domínguez cuenta con unpar de pequeñas biografías, la de Alejandro Vi-llaseñor en Biografías de los héroes y caudillosde la independencia y la de Gustavo Baz enHombres ilustres mexicanos.

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Hay dos narraciones de testigos directos,la de Pedro García, Con el cura Hidalgo en laguerra de independencia, y la de Pedro Sotelo,Memoria del último de los primeros soldadosde la independencia.

La mejor valoración ideológica de la in-dependencia, sin duda la de Luis Villoro, Elproceso ideológico de la revolución de indepen-dencia, que escrito en 1953 parece no envejecercon el paso de los años.

Dos grandes colecciones documentales sonaccesibles al gran público, la de Hernández yDávalos, reimpresa por el Instituto de Estu-dios de la Revolución Mexicana, y la de Ge-naro García, reimpresa por la SEP en 1985. Soninteresantes la colección de Textos de su histo-ria, la Independencia de México de la SEP y elInstituto Mora y el Prontuario de insurgentes,editado por la UNAM.

Contienen una enorme cantidad de infor-mación y fueron escritas a corta distancia delos hechos el Cuadro histórico de la Revolu-ción Mexicana, de Carlos María de Bustarnantey las Adiciones y rectificaciones a la historia deMéxico, de José María de Liceaga. Una pers-pectiva conservadora en Lucas Alamán: Sem-blanza e ideario e historia de Méjico.

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Morelos en las biografías de Dromundo,Esperón, Ubaldo Vargas, Herrejón y CarlosPeredo: Morelos, documentos inéditos.

El sitio de Cuautla es muy bien contadopor Luis Chávez Orozco en un texto de 1931,al que hay que agradecerle la enorme precisiónde sus datos, y se cuenta con la narración di-recta del capitán Felipe Benicio Montero.

Los lugartenientes de Morelos en AlvearAcevedo: Galeana, Lilian Briseño, Laura So-lares y Laura Suárez: Guadalupe Victoria, pri-mer presidente de México, De la Rosa: MarianoMatamoros, González Navarro: Guerrero y latradición agrarista del sur, Héctor Ibarra: Ni-colás Bravo, historia de una venganza, Ernes-to Lernoine: Vicente Guerrero, última opciónde la insurgencia, Armando de María y Cam-pos: Matamoros, teniente general insurgente,De la Rosa: Mariano Matamoros, Oropeza: Elejército libertador del sur, Ramírez Fentanes:Colección de documentos más importantes re-lativos al general de división Vicente Guerre-ro, José María Lafragua: Vicente Guerrero, elmártir de Cullapam.

La visión liberal del XIX, muy claramente enHombres ilustres mexicanos de Zarate, Agoitia,Baz, Jorge Hammeken, Olaguirre, Lafragua y

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Olmedo y en Efemérides históricas y biográfi-cas de Francisco Sosa

Cuatro novelas contemporáneas se han es-crito sobre estos acontecimientos: Los tam-bores de Calderón de Jan Meyer, la novela deVillalpando sobre Calleja: Mi gobierno será de-testado, la de Mario Moya Falencia: El zorro en-jaulado, y Victoria de Eugenio Aguirre; las dosúltimas con una buena investigación documen-tal tras de sí.

Vale la pena revisar el libro de Fernando Be-nítez: La ruta de la libertad, los Once ensayosde tema insurgente de Luis González y Uto-pías mexicanas de un Gastón García Cantú an-terior a su fase estatalista.

Las batallas de la primera etapa de la revolu-ción han sido contadas por Heriberto Frías conmucho color pero quizá con no demasiado rigoren Episodios militares mexicanos, en Gabriel Fe-rry: La vida militar en México y en Ruth Solís: Lasgrandes batallas en la guerra de independencia.

Mina y Moreno en los libros de Ortuño:Xavier Mina, fronteras de libertad y MartínLuis Guzmán: Javier Mina, héroe de España yMéxico, José G. Zuño: Don Pedro Moreno.

Iturbide en Alfonso Trueba: Iturbide, undestino trágico, Julio Zarate: La fase final de la

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guerra de independencia, Anna: El imperio deIturbide, Heliodoro Valle: Iturbide, varón deDios y Miguel Ángel Sánchez Lamego: Treintacontra cuatrocientos. En ¿Hidalgo o Iturbide?,Víctor Orozco sigue inteligentemente el deba-te sobre el reconocimiento de la fecha sagrada.

Resultan particularmente interesantes el li-bro de Mario Mena: El dragón de Fierro, Ma-nuel Acuña, Gustavo Baz, Rafael del Castillo yotros: Romancero de la guerra de independen-cia, el Atlas histórico de la Independencia deMéxico, los libritos de J. León: El último ba-luarte y La bandera de los realistas, la histo-ria de San Juan de Ulúa de Francisco SantiagoCruz, Fernando Osorno: El insurgente Albi-no García, Brian Hamnett: Raíces de la insur-gencia en México, historia regional 1750-1824,Doris Ladd: La nobleza mexicana en la ^po-ca de la independencia, 1780-1826, RogelioOrozco: Fuentes históricas de la Independen-cia de México, Jaime Rodríguez: El proceso dela Independencia de México y la versión de laindependencia de México a través de los siglos,narrada por Julio Zarate.

Son interesantes las antologías de Virgi-nia Guedea: Textos insurgentes, Alvaro Matu-te: México en el siglo XIX. Jacobo Dalevuelta

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y Manuel Becerra Acosta: Visiones de la gue-rra de independencia; Gastón García Cantú:Lecturas nacionales y Episodios históricos de laguerra de independencia, una antología edita-da por Aeroméxico, recoge muchas de las na-rraciones liberales.

Historias generales ,y abundantes en in-formación: Juan N. Chavarri: Historia de laguerra de independencia, Luis Chávez Oroz-co: Historia de México, 1808-1836, AgustínCue Cánovas: Historia social y económica deMéxico, De la Torre Villar, Ernesto: La Inde-pendencia Mexicana, Domínguez, Jorge I. In-surrección o lealtad, Elsa Gracida, y EsperanzaFujigaki: La revolución de independencia enMéxico, un pueblo en la historia.

Hay una serie de historias regionales querecogen información que no llega a los textosgenerales: José Luis Lara Valdez: Guanajua-to, historiografía, Epigmenio López Barroso:Diccionario geográfico, histórico y estadísticodel distrito de Abasólo, del estado de Guerrero,Melgarejo: Boquilla de Piedras, el puerto de lainsurgencia, Ochoa: Los insurgentes del Mez-cala, Ramírez Flores: El gobierno insurgenteen Guadalajara, Rincón, Anaya y Gómez La-bardini: Breve historia de Querétaro.

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Y desde luego estas viñetas nunca hubieranpodido ser escritas sin las Lecciones de historiapatria de Guillermo Prieto, las Noticias bio-gráficas de insurgentes apodados de Elias Ama-dor y las Biografías de los héroes y caudillos dela independencia de Alejandro Villaseñor.

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índice

Nota del autor 7Intenciones y preguntas 9

1. La historia como novela imperfecta .. 132. Moliere 153. El padre de la patria no creía en los

Reyes Magos 174. La conspiración imposible 215. Traidores y chaqueteros . 256. Josefa 297. La lista de los padres de la patria estará

incompleta (de los crueles destinos) . . 358. El grito 399. Su justicia no es nuestra justicia 43

10. Las picardías 4511. Virgen contra virgen 4712. Las cuatro muertes del Pipila 5113. Buscándole el rabo al demonio 5714. Él Monte de las Cruces . . . . . . . . . . . . 5915. Hidalgo no era doctor pero su cabeza

algo valía . 63