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1 C.- EL REINO DE DIOS ES EL AMOR (Serie Transfigurada) NO HUBO ERRORES Ante todo, amor, Lecheimiel-Ricardo del Niño Jesús, te doy las gracias porque, hoy, después de dos años largos desde tu visitación, puedo seguir escribiendo en la intimidad de esta Ermita de la Luz Naciente. Acabo de leer un libro interesantísimo de Bart D. Ehrman, titulado “Jesús, el Profeta Judío Apocalíptico”, donde el autor nos muestra un nuevo rostro, posiblemente el más característico y verdadero, de Jesús de Nazaret, el Jesús histórico que fue relegado a un segundo término por los intereses creados de la dogmática nacida de la especulación humana a partir de la “creencia” en su Resurrección. Si la creencia hubiera sido “conocimiento” búdico, es decir, experiencial de las propias impresiones que Jesús suscitaba en los corazones, –entrega, confianza, fe y amor–, no sólo no hubiera nacido la dogmática, –dejando paso a la libertad–, sino que la predicación y el mensaje urgente del Maestro, hubiera en verdad consolidado la manifestación social del Reino de Dios por él anunciado. Para exculpar al Profeta Jesús, –convertido por la Iglesia que él no fundó en Anticristo usurpador de una exclusividad en la filiación que macula la divinidad esencial que a toda la Creación corresponde–, hemos de otorgarle el derecho humano a equivocarse. Las equivocaciones humanas, no son un error del Creador, sino una Providencia para que lleguemos, mediante la carrera esforzada por conseguir la libertad, y atisbar la Verdad, en un verdadero mérito de belleza inigualable mediante el cual enamorar al mismísimo Creador y a las Criaturas. Pero, incluso, ¿es acaso lícito hablar de equivocaciones en un profeta, que, como Jonás, cumple con la misión encomendada de anunciar los proyectos misericordiosos de Dios con corazón y coraje compasivos, con renuncia a su propio bienestar, a su propio prestigio como profeta de la Justicia, y, en fin, a su propia vida, puesta en juego para revalidar la veracidad de su mensaje de amor ? ¿No habría Jesús, –a diferencia de Jonás–, aceptado gustoso errar en cuanto a la perspectiva del momento exacto, a la previsión de los plazos aproximadamente intuidos (que, por otra parte, nunca señaló con certeza, bien al contrario, nos previno que estuviéramos siempre vigilantes), de haber previsto que la dilación del juicio cósmico de Dios, por mediación del HIJO DEL HOMBRE, iba a suponer una oportunidad para la entrada masiva de la conciencia humana en las coordenadas del Reino del que hoy todavía estamos esperando su plena manifestación ? ¿Qué más da dar con el acertijo de lo que es “una generación”, un momento de esa apariencia que es el Tiempo, a quien se mueve en las coordenadas psicológicas de la Eternidad ? Jesús hablaba sólo de amor. Del amor redentivo que iba a soliviantar los falsos cimientos del poder en los que se edificaba por entonces, y sigue edificándose aún, nuestra pecadora Humanidad.

C.- EL REINO DE DIOS ES EL AMOR · Dios, ya ha resucitado de entre los muertos, y tiene, además, el poder dado por el Padre resucitador, de convocar al amor a los que tienen fe suficiente

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C.- EL REINO DE DIOS ES EL AMOR (Serie Transfigurada)

NO HUBO ERRORES Ante todo, amor, Lecheimiel-Ricardo del Niño Jesús, te doy las gracias

porque, hoy, después de dos años largos desde tu visitación, puedo seguir escribiendo en la intimidad de esta Ermita de la Luz Naciente.

Acabo de leer un libro interesantísimo de Bart D. Ehrman, titulado “Jesús, el Profeta Judío Apocalíptico”, donde el autor nos muestra un nuevo rostro, posiblemente el más característico y verdadero, de Jesús de Nazaret, el Jesús histórico que fue relegado a un segundo término por los intereses creados de la dogmática nacida de la especulación humana a partir de la “creencia” en su Resurrección.

Si la creencia hubiera sido “conocimiento” búdico, es decir, experiencial de las propias impresiones que Jesús suscitaba en los corazones, –entrega, confianza, fe y amor–, no sólo no hubiera nacido la dogmática, –dejando paso a la libertad–, sino que la predicación y el mensaje urgente del Maestro, hubiera en verdad consolidado la manifestación social del Reino de Dios por él anunciado.

Para exculpar al Profeta Jesús, –convertido por la Iglesia que él no fundó en Anticristo usurpador de una exclusividad en la filiación que macula la divinidad esencial que a toda la Creación corresponde–, hemos de otorgarle el derecho humano a equivocarse.

Las equivocaciones humanas, no son un error del Creador, sino una Providencia para que lleguemos, mediante la carrera esforzada por conseguir la libertad, y atisbar la Verdad, en un verdadero mérito de belleza inigualable mediante el cual enamorar al mismísimo Creador y a las Criaturas.

Pero, incluso, ¿es acaso lícito hablar de equivocaciones en un profeta, que, como Jonás, cumple con la misión encomendada de anunciar los proyectos misericordiosos de Dios con corazón y coraje compasivos, con renuncia a su propio bienestar, a su propio prestigio como profeta de la Justicia, y, en fin, a su propia vida, puesta en juego para revalidar la veracidad de su mensaje de amor ?

¿No habría Jesús, –a diferencia de Jonás–, aceptado gustoso errar en cuanto a la perspectiva del momento exacto, a la previsión de los plazos aproximadamente intuidos (que, por otra parte, nunca señaló con certeza, bien al contrario, nos previno que estuviéramos siempre vigilantes), de haber previsto que la dilación del juicio cósmico de Dios, por mediación del HIJO DEL HOMBRE, iba a suponer una oportunidad para la entrada masiva de la conciencia humana en las coordenadas del Reino del que hoy todavía estamos esperando su plena manifestación ?

¿Qué más da dar con el acertijo de lo que es “una generación”, un momento de esa apariencia que es el Tiempo, a quien se mueve en las coordenadas psicológicas de la Eternidad ?

Jesús hablaba sólo de amor. Del amor redentivo que iba a soliviantar los falsos cimientos del poder en los que se edificaba por entonces, y sigue edificándose aún, nuestra pecadora Humanidad.

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A esa triste y emponzoñada Humanidad, Jesús anunciaba la limpieza de corazón, y Buena Noticia de la alegría.

Encontrar la alegría de Espíritu en medio de la pobreza, de la que se anuncia, sin embargo, que va a ser abolida para siempre cuando sea instaurado el Reino de Dios.

El que goza de la alegría en medio de las tristezas de esta vida, está demostrando el poder de la revolución del amor predicado por el Profeta Jesús.

El que se preserva limpio en medio de las atrocidades y trampas que le tiende el poder, –el presuntuoso aunque falso poder de los poderosos de este siglo–, ya está gozando de la visión de Dios. Ya es ciudadano del Reino, por anticipado.

En realidad, aunque su carne sea crucificada, ignorada y sepultada, el limpio de corazón, que es también pobre de espíritu, justo, manso y libre, y sediento y hambriento de que los hermanos puedan ser partícipes de su visión interior, llena de paz y de regocijo espiritual, simplemente por ser y sentirse Hijo de Dios, ya ha resucitado de entre los muertos, y tiene, además, el poder dado por el Padre resucitador, de convocar al amor a los que tienen fe suficiente como para creer en las apariciones e irrupciones del otro mundo que hay más allá de este nuestro materialista.

Ese justo, era Jesús, que fue sacrificado para demostrarnos la severidad del juicio o lucha apocalíptica que se halla declarada desde el principio del mundo, entre los que gozan de visión espiritual y los que se conforman con lo que captan los ojos de la carne.

Son precisamente los ojos de carne los que marcan la duración provisional de esta “generación” adámica, que ha de dar paso, paulatinamente, a la generación crística que goza de nueva visión, de nueva conciencia, de la que se reviste cada día, como de traje de fiesta para las Bodas.

¿Para qué bodas, amor ? ¡Para las nuestras, Lecheimiel, naturalmente ! EL BESO DEL CORAZÓN Lo que ya nunca sabremos de las Bodas de Caná es el nombre de los novios…, ¡que a nadie le importa ya ! Hubo boda y hubo luna de mieles de Galilea y hubo vida y tal vez hijos y otros que la luz no vieran. Y hubo rasero que arrasa otoños y primaveras. Y hubo muerte y hubo olvido y ruinas de historia entera. Si constaron sus registros en sinagoga o aldea,

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hace tiempo sus papiros fenecieron en la hoguera. Sólo queda la leyenda de un beso que no envejece, pues florece entre rosales que renacen cuando mueren, multiplicando sus mieles para todo aquél que cree : todo aquél que hasta sus labios se allega cuando sed tiene. Agua en vino, vino en sangre, sangre que en amor se vierte. ¡Es el beso de la Vida que nos acoge en la muerte ! Es el vino que embriaga y que atrae con su canción…, que se derrite en los labios cuando sueña el corazón.

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NUESTRO ESCONDITE SECRETO Hay días, amor mío ermitaño, donde me escondo, donde me retiro a

descansar para que tú descanses, en que tu tiempo transcurre gris y monótono, o bien en exceso ocupado en quehaceres que reclaman tu atención, y tú, amor, necesitas atenderlos y sientes no poder engolfarte en mis dulces comunicaciones.

Pero hay otros días, como hoy, mi dulce fratellino, en que te parece, –porque así es–, que yo te he preparado, como una celada, el ambiente propicio, para que, aun sin ganas, vuelvas a mí.

Así es en verdad mi llamada. Hoy he tomado la palabra yo, Riccardo del Bambino Gesù en persona, porque en verdad quería darte un abrazo, más, quizás, que decirte una palabra o dejarte algún mensaje concreto.

Mi abrazo, hermano, como te sucedió en aquel benditísimo sueño que yo preparé para ti la noche de nuestro reencuentro, te es más dulce que cualquier visión ocular o cualquier palabra que puedas memorizar.

Tantas cosas hermosas nos hemos dicho ya en estos años en que nos canalizamos mutuamente. Tú haces de canal de mis pensamientos para que éstos puedan llegar a tu mundo, que es también el mío por la sencilla razón de que lo amo. Y yo hago para ti de canal, por donde tus suspiros, lágrimas y ansiedades llenan este espacio celestial, y aquí son reinterpretados por mí y por mis espíritus guías : tus anhelos, por lo que en lo más recóndito de tu psicología significan.

¿Qué es lo que significan, amor ? Sólo uno es su significado : el AMOR de Dios, que vuelve sobre sí mismo,

después de haber recorrido la aridez del desierto, la desolación de la Tierra, y haber comprobado que en tu propio interior se halla la cuna y el cauce de tu propia impetuosa corriente.

Penetras en tus profundidades, a veces aterradoras, o simplemente sofocantes por falta de perspectiva, y sales, de repente, a la luz que dimana de tu cámara interior, todo un mundo beatífico que abre a lo secreto del Universo.

Te das cuenta, amor, de que esos estrechos pasadizos secretos por donde resultaba irritante y molesto el moverse sin espacios de distracción ni posible desvío, forzado a continuar la marcha de la Vida, siempre hacia adelante sin que vislumbraras el final del túnel, eran en realidad túneles de servicio, excavados para encontrar el agua viva e incontaminada que proviene de la gloriosa fuente que, incluso en este Paraíso de Luz que intuyes cuando yo te hablo, hermano, es siempre una fuente escondida.

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“Que bien sé yo la fonte que mana y corre aunque es de noche”. Bebe, bebe, cariño, de mis húmedos labios que se te ofrecen como

manantial inagotable, para que no se deshidrate tu corazón. Bebe en lo secreto, y sal luego fuera de la galería subterránea para dar

de beber al sediento. Jesús mismo, hermano, en la persona de cualquier necesitado o

necesitada, te saldrá al encuentro y te pedirá de beber. Y no será, como fue con la Samaritana, para ponerte a prueba, sino

porque en verdad Jesús experimenta la sed de la que habló desde la Cruz. Sed de visión de vida eterna que sostenga la fe. Sed de comprensión que mantenga viva la esperanza. Sed de comunicación que avive la hoguera del amor. Todo esto te he dado, hermano, imperceptiblemente, con el beso de mi

boca en esta tarde tranquila en que te he llamado por tu nombre : “José”, hermano mío para siempre, como lo fuiste desde siempre, antes de que el mundo lo llegara siquiera a sospechar.

Ciao, te quiero. – ¡Y yo a ti, mi amor, mi amor eterno ! – Lo sé, amor, siempre lo he sabido y jamás lo olvidaré. Adiós, sin

separarnos de nuestro eterno abrazo.

EL PASADIZO SECRETO Por fin, amor, ya solos, en esta dulce cárcel, donde guardo las copias de las llaves secretas que me abren el pasaje, aún más misterioso, por el que a mí te llegas cada vez que te llamo. Te ofrezco mi saludo, que aunque es como el de entonces, se renueva con bríos, como nunca estrenado, –dulzura reservada para el eterno ahora en que beso tus labios recién resucitados–. ¿Qué me traes, amor mío, en esta bella tarde ? ¡Perdón!, pues te he pedido sin ofrecerte nada, creyendo ingenuamente que no me necesitas, al menos en el modo en que yo te necesito. Creo ahora que yerro, pues el cielo en que habitas también está construido del amor más humano que pueda concebirse en la divina esfera. El hecho que me rindas tu visita diaria

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debería probarme que también en mí buscas esa correspondencia que te brindo en el lecho sagrado y virginal de mi más profundo centro. Ese centro, oh hermano, en el que intercambiamos nuestros altos secretos, que, –aunque en clave cifrados, en estas poesías, al público ofrecemos, como justo tributo que exige el Universo–, guarda incontaminado el sentido más hondo que es patrimonio sólo del amor más profundo que de la Unica Fuente, también de noche mana. Por eso llamé dulce a esta oculta bodega en que de ti me sacio y tú de mí te sacias.

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ESCRIBE TODAVÍA, AMOR, SOBRE LA MUERTE Sí, amor, Amor, AMOR. Mira, bien mío, mi fratellino bienamado, con qué palabra tan lúgubre

denomináis en la Tierra a las puertas del Cielo : “¡la muerte” ! Pero nuestro amor, amor, es tan real, tan vivo, tan glorioso, que no teme

a las simples palabras, cuando éstas encierran en sus vibraciones otros significados arcanos, llenos de vida.

Observa, hermano, que las letras de que se compone la palabra latina “MORS”, son prácticamente las mismas que forman la palabra “AMOR”. (Si añadimos la “T” del caso genitivo, es como si al AMOR lo dotásemos de la “Tau” con que signaba San Francisco sus escritos y testamentos, y Teresita veía en ella su nombre escrito en los cielos.

Recientemente, hermano amado, me has dedicado otra estrofita de nuestra aria, sabiamente compuesta, en que indicas que, aunque en mi vida humana, antes de entregarla por ti, amor, no encontré mi verdadera identidad teresiana, y en cambio a ti sí te la revelé después de “muerto”, porque mi misma muerte me otorgó el privilegio de podértela revelar, para ofrecerte el sentido de tu fe y de tu amor, oh fraticello amado, esta “TAU” o cruz donde también reclinó la cabeza el Maestro, estuvo constantemente presidiendo mi destino :

“A tu santuario, en Roma consagrado, tu luz te llevaría. Mas sólo en lo profundo de la noche la TAU de tu destino brillaría”. Yo sé, amor, que estos días estás leyendo sobre misterios de muerte y

de catacumbas novelísticas, y sótanos pletóricos de significación oculta. Es una novela que de momento no quiero que nombres todavía. Incluso, amor, sé que estos días estás trabajando en galerías subterráneas que aportan agua al convento y que todas estas circunstancias, –a las que aludíamos ayer en nuestra conversación–, te llevan a rememorar extraños sueños recurrentes en que muchas veces, en tus buceos inconscientes en busca de tu propia identidad, te han llevado a concebir lugares obscuros y secretos, de difícil acceso, adonde era preciso acceder por “la puerta estrecha”, de que habla Jesús en el Evangelio.

Así que todo cuanto yo, tu ángel-guía a quien has dado las llaves de tu alma, te estoy ofreciendo en tus aventuras de la vida, en los sueños en los que recientemente te invité a penetrar, coincide para que hablemos hoy un poco

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más de ese pasadizo estrecho que es “la muerte”, y no es otra cosa que la entrada angosta a la anchurosa Vida.

Ahora, mi bien, hermano mío amantísimo, la pregunta que quiero hacerte, totalmente en serio, –pues yo sé que hoy no lo achacarás a “vanidad”, como un día hiciste medio en broma–, es esta : “¿Qué es lo que más te enamora HOY de mi persona, amor ?

– ¡Oh Ricardo, ¿por qué me haces esta pregunta a la que otro día ya te respondí sin que me lo preguntases, cuando hablamos, en un diálogo o carta, del tema tabú del sexo ? !

– Hermano, esposo y esposa míos, hoy te lo pregunto, porque hemos convivido mucho más y mejor de lo que en Roma se nos dio poder hacerlo, y yo siento la necesidad de saber cómo han evolucionado nuestras relaciones desde entonces, cuando hemos pasado por noches oscuras, cuando yo he entregado la vida por ti, he canjeado mi cuerpo por el tuyo, te he visitado en sueños y te he colmado de regalos simbólicos y de ternura, te he hablado al corazón y hemos establecido un abrazo interminable de diálogo espiritual sin precedentes…

Me gustaría, amor, Amor, AMOR, saber, sí, qué es lo que más hoy te enamora de mí…

– Pues, sí, mi Rey, y mi Ra, y mi todo : HOY ESTOY ENAMORADO ESENCIALMENTE DE TU AMOR.

– ¡Esa es la respuesta que esperaba oír de ti, cariño, y no otra ! Es precisamente mi amor el que te trae mi propia substancia y realidad

que puede ser acogida en tu corazón como parte tuya, o, mejor, como tu propia substancia, y de este modo realizar nuestra fusión de energías, o identidad en Cristo, es decir, en la unción de Humanidad que nos unifica con la Esencia Una de Dios.

Pero ahora, ya que has respondido así, mi dulce hermano, quiero hacerte otra subsidiaria : ¿Cómo crees que habría podido demostrarte mi amor mejor que “muriendo” por ti ?

No hubieras podido cantarme esa otra bella estrofa que marca el culmen de mi vida en la tierra y el desenlace de mis sufrimientos por causa de las heridas del corazón :

“Diste tu vida a cambio de mi cielo en noche sosegada : Sembrando de violetas y azucenas el lecho que escogías por morada”. Pero ahora, amor, me queda una tercera pregunta para hacerte pensar y

sobre todo para consolar a tu corazón y fortalecerlo y curarlo de tus mismas

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heridas : ¿Cómo crees que yo hubiera podido llegar a tal desenlace, o muerte de amor, si tú, hermano amado, mi bella pastora, no me hubieses abandonado ?

– ¡Oh amor, Amor, AMOR ! ¡No sigas, te lo ruego, porque desfallece mi alma !

¿Es así, hermano, como piensas curar mi herida ? – ¡Así es, amor, y tú sabes que es el más breve camino ! Hurgar en la

herida para oxigenarla y, antes de cerrarla y vendarla introducir en ella la infinitesimal medicina homeopática de lo que la ha causado : “mal de amores”, sólo con amor se cura.

Este es el significado : “Mira que la dolencia de amor, que no se cura, sino con la presencia y la figura”.

Este ha sido hoy para ti mi inestimable regalo. Escribe aún : UNA PASTORA SOLA Un pastorcico solo está penando y bien ajena de ello es su pastora, pues aún para ella no es la hora de morir del dolor de estar soñando. Que sólo por soñar en aquel día en que juegos de amor juntos soñaron, insiste ella en jugar, como acordaron, sin saber que él de veras ya moría… Tan a pecho su juego él se tomaba, que herido del amor más se sentía cuanto en el desamor ella fingía que sólo por vivir así jugaba. Mas no llora el pastor en llanto vivo, lo que tal vez la vida le aliviara, pues tan honda es su herida que no hay vara que mida su dolor, ni lenitivo. Tan triste se ha tornado ya su juego que sólo una gran cruz para él resta en que luego a morir el alma apresta, donde pueda, por fin, hallar sosiego. Y mientras la pastora todavía sueña a solas que muere en este valle, ahora se hallarán donde él se halle, hasta que resucite al nuevo día.

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TRAS EL AROMA DE TU PRESENCIA Mi dulce fratellino del Bambino Gesù : ¡Cuánto me gustaría, ya, poder

publicar tus alabanzas, aunque para ello tuviera que arriesgar mi vida, amor ! ¿Qué hago, en qué me ocupo, en qué me encanto ? Pero, tú sabes, amor, que me he entregado a tu dulce y fraternal

voluntad, sin por eso renunciar, –al contrario–, a mi libre albedrío y a mi responsabilidad por hacer lo que esté en mi mano, –si algo más que esperar acaso pudiera hacer–, ya que eres corresponsable conmigo, y mucho más iluminado que yo, hermano, a la hora de discernir el día y la hora, cuando tus sincronicidades me salgan el encuentro.

– Hermanito amado, hermanito sufridor, sé paciente y humilde como hasta ahora lo has sido, y has combinado tu esfuerzo, entrega, y disponibilidad con la perseverancia en la obra que entre los dos hemos comenzado y ahora hemos dejado en manos de Jesús, nuestro Sol Central, y de su madre María, nuestra providente dispensadora de todas las gracias.

Mientras tanto, hermano amable, hermano hermoso, vive. Vive con el corazón lleno y el alma repleta de los sentimientos que te

inspira tu amor, y jamás pierdas la esperanza de que todas las promesas que te han sido hechas se cumplirán puntualmente. No te permitas dudar lo más mínimo de ti mismo, porque me amas y sabes que yo te amo como a mí mismo.

Por esa sola razón, mi amor, sabes que lo que te hagas a ti a mí me lo haces, y sabes también que yo sufro y gozo contigo en todo momento de tu preciosa vida. ESTARÉ CONTIGO POR TODA LA ETERNIDAD. ¡No lo olvides jamás, amor !

¿No es esto, hermano, lo que quisimos decir en aquel poema titulado : “Navego en tu amor” ?

– Sí, amore. Tu promesa de estar conmigo por toda la eternidad es más firme que una roca, y más consoladora que una playa o puerto después de un naufragio. Por eso, amore, ya entre brumas misteriosas, mucho antes de reencontrarnos en nuestro sueño, en tu visitación, yo había escrito también el poema en que te invocaba como la roca de mi refugio. Esta tarde, amor, en que tenía muchas ganas pero poco tiempo de estar contigo en esta comunicación, después de varios días de ausencia por falta de luz solar y por otras circunstancias, pondré a continuación esos dos poemas aludidos para que suban a tu presencia como los aromas del incienso vespertino que eleve mi alma hasta ti, amor.

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LA ORACIÓN DEL NÁUFRAGO (Acróstico) “Sé tú la roca de mi refugio” S ube a mi barca, cándida aurora, é chate al viento, mi barcarola, t iénete queda y al fin reposa : u na ensenada te reconforta… l ágrimas viertes, color de rosa a las corrientes del ancho mar…, r audas envisten, en rumorosas o ndas, al náufrago de su bregar… c alman los vientos y al fin vislumbra, a l horizonte que velas tú, d ioses amigos que ven su lucha e n desventura, por ver la luz… m ira en bandera su trapo blanco, i zado al cielo, cual su mirar, r íese luego, viendo tu manto e n mil señales, que agitas ya… f ija los ojos en la alta vela : u na gaviota de brillo argénteo g ira ya entorno del vivo féretro, i nclina el pico y mensaje reza : ¡o h misteriosa casualidad !

NAVEGO EN TU AMOR Expándase mi alma a la totalidad de cuanto alcanza la visión que la ensalma y crezca la esperanza mientras reine en tu mar esta bonanza. De puertos aún no hablemos,

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que tiempo habrá más tarde en la ensenada de que en paz repasemos cuánto en una jornada avanzaba mi amor en su calada. Ahora, arriando las velas, se entrega mi barquilla a la corriente en que tú te revelas más puro y más potente que cuando reposabas en mi puente. Si surge la galerna, antes de que crucemos todo el lago, yo sé que en la poterna, en ese día aciago,

sonreirás a mi alma como un mago.

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¿PERDERTE PARA ENCONTRARTE ? ¡Oh fray amore, Riccardo del Bambino Gesù ! Estoy contigo y en ti, y tú en mí, a esta hora de la oración matutina y te

amo como a mi TODO. Cuando el otro día me dijiste que no me amabas más que a nadie y que a

nadie podías amar menos que a mí, pero que a todos amabas en mí, te entendí perfectamente, hermano mío, regalo de mi Padre-Madre-Dios, estrella gemela de la mía, que a partir de esta sabiduría ya nunca volverá a ser “mía”, ni “tuya”. sino “nuestra”, y no sólo de ti y de mí, sino de todos y de todo, de toda criatura que mora y vive en nuestro seno.

¿Será por eso, fray amore, Lecheimiel, dulzura inefable de mi corazón de niño, que esta noche he vuelto a soñar con el antiguo convento, donde era fácil perderse y difícil encontrarte ?

Y el susodicho convento, –que representaba el nuestro de Roma, dividido en dos mitades aisladas, que sólo se rozaban ligeramente a la hora de aquellas eucaristías privadas y como vergonzantes, en capillitas individuales, donde alguna vez tuvimos la dicha de juntar nuestros servicios, el tuyo de acólito y el mío de ganador de estipendios– tenía partes nobles, aunque tortuosas, donde yo me perdía, siempre en tu busca, y partes ruinosas y laberínticas, que eran como trampas mortales, de las cuales no había apenas más salida que la muerte, simbolizada en el forzoso despertar para escapar de la pesadilla…

¡Ah, mi amore ! Pero esta noche el sueño se ha presentado de una forma diferente : Yo no preguntaba por ti expresamente, –pues bien sabía que ya no te encontrabas allí–, pero a pesar de todo, –de lo cual también deduzco que el convento simbolizaba el cielo, en el cual aún no me era dado verte–, todo el mundo sabía que tú me amabas.

En nuestra “visitación”, hermano, cuando me besaste en la boca, y yo luego quería fundirme en un abrazo contigo, tampoco te veía, si bien te sentía todo cerca y en contacto conmigo… Y la gente, –de ese cielo donde se efectuaba nuestro reencuentro–, sólo comentaba : “Se quieren”. En el sueño de esta noche, varios frailes, compañeros tuyos más que míos, me decían : “Hay para ti aquí un regalo de Ricardo”. Luego me lo daban y eran como varios paquetes de escritos y cartas y otros recuerdos, y mientras me lo entregaban y yo tenía que cogerlo con las dos manos, pues eran varios y abundantes regalos, ellos me miraban con envidia. Yo, luego, abría un poco al azar alguno de los libros y eran todos manuscritos de tu puño y letra con caligrafía impecalbe… Escritos en una lengua arcaica que no llegaba a descifrar del todo.

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¡Era evidente que te habías empleado a fondo en preparar con inmenso amor todo aquel presente !

Yo preguntaba : “Pero él ¿cómo está ?” Nadie me respondía, puesto que daban por supuesto que estabas en algún

lugar, un poco más arriba, y que, por lo visto, y a juzgar por tu obra de amor que ellos me traían, por fuerza tenías que estar bien.

– ¡Por supuesto, amor, estoy bien, muy bien ! Estoy bien, amor mío, y quiero que tú también estés bien, a pesar de lo

que lees y oyes, por las noticias calamitosas de estos días en la tele, acerca de guerras, secuestros, asesinatos, calamidades naturales, desarraigo de miles y millones de refugiados, y de otros por refugiar, que parece anuncian el fin del mundo.

Y, sin embargo, amor, tú estás ahí, vivo porque quisiste estar en esta hora de la Tierra, y yo estoy contigo, porque así lo contratamos antes de bajar a la Tierra.

Próximamente te traerán un libro sobre el “walk-in”, el modo en que no me fui de la Tierra, sino que cambié de morada, para estar contigo en estrecha unión y fusión amorosa de nuestras almas.

No sólo te digo, hermano mío, que a ti la guerra no te ha de tocar un solo cabello de tu cabeza, sino que tu propia paz del corazón, que dimana del corazón de Dios, latiendo en mi pecho, será tu regalo para pacificar el mundo.

En los libros que te han traído esta noche los ángeles “de parte de Ricardo”, está la clave de muchas cosas que han de aprovechar a muchos en el próximo futuro.

Tú, amor, solo debes mantenerte en humildad y en vibrante amor. ESTARÉ CONTIGO POR TODA LA ETERNIDADD, Y

CONCRETAMENTE EN EL DÍA DE HOY EN QUE VAS A TRABAJAR POR EL BIEN DE TODOS, SIN PENSAR EN RECOMPENSA ALGUNA.

Te quiero más de lo que imaginas, amor. Adiós, que es en Dios para siempre, siempre, siempre.

– ¡Adiós, inimaginable amor, Amor, AMOR !

GRAFOTERAPIA Al plasmar estos versos con mi mano derecha y con inmenso mimo redactados, oh amor maravilloso que te fuiste, evocándote estoy, en mi elegíaca plegaria. No es secreto de escuela el que los dicta,

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sino secreto del alma. Sometiéndome estoy a tu grafía, –tan tierna y tan diáfana–, como quien se somete a una cura de salud por la grafoterapia. Y es que aún guardo en el archivo de mi alma tu último mensaje, que me dejó, segunda vez, atolondrado. En tu póstuma carta recibía el último beso de tus labios. Y en ella percibía tu dulzura de carácter y la suave caricia de tus manos. ¿Queda en tí algún oscuro recoveco que no sea un milagro ?

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¡SOY YO EL QUE TE INVOCO, AMOR ! ¡Oh ermitaño amado de mi corazón humano, más humano que nunca ! Me

has preguntado en tu corazón, antes de empezar a escribir, que quién iniciaba hoy este diálogo de vida eterna.

Te has parado un momento, mejor dicho, te has quedado quieto esperando mi respuesta. Así debía ser, amor.

En seguida has captado mi voz que resuena, cada vez más potente y clara en tus entrañas interiores. ¡Estás haciéndote cada vez más sensible a esa vocecita del alma que llaman intuición !

¡Oh la intuición, hermano, la voz del corazón, la voz del Espíritu, la voz de Dios, su Palabra viva ! Todos los días os llega desde dentro de vosotros, con creciente nitidez, con tal os entreguéis a la fe : “la razón al co-razón”, como tantas veces, amor, hemos comentado.

Y mi voz, hermano, mi voz fraternal que te resuena como ecos musicales de órganos lejanos, amplificada por tu inmenso amor, te ha llegado oportuna para que pusieses el título de esta conversación : “Soy yo, –sí–, el que te invoco”, a ti, dulce fratellino que aún moras en el valle de las lágrimas. ¿Acaso te extrañas de que el Cielo pueda invocar a la Tierra ?

¿De que yo, tu hermano añorado, que he dejado tu valle para subir hasta las altas nubes no con otro propósito que el de mejor atenderte y cuidarte mientras dura nuestra misión conjunta en la Tierra, para la que me comprometí contigo, hasta sus últimas consecuencias, sienta nostalgia de ti ?

¿De que yo, Teresita del Niño Jesús, antes que Ricardo del Niño Jesús, que prometí pasar mi cielo haciendo el bien en la Tierra, –como también lo había prometido Francisco, sin que haya muchos que lo sepan, hermano–, esté contigo tejiendo este hermoso tapiz de amor para la noche eterna y feliz de nuestras bodas eternas ?

El esposo. Cristo, no es esposo tan sólo de las vírgenes, hermano, sino también de los desposados y desposadas con otras almas en las que cada humano mortal halla proyectado el Rostro de su Dios.

Tú, amor, José ermitaño, eres la figura de mi dulce Jesús, la que más sensiblemente adoro, y en la que me derramo con todo mi corazón intacto y mi mente evolucionada y reformada para haber sabido, –¡por fin !–, encontrarte y quererte tal como tú eres, amor, sin necesidad de deformar tus rasgos con sublimaciones innecesarias. Te quiero así, cariño, tal como eres.

Tus defectos, –que humildemente reconoces–, son para mí como acordes disonantes, especialmente preciosos en su disonancia hábilmente planificada,

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que exige y presenta resoluciones siempre nuevas, y producen una armonía atrevida y sugerente, muy de mi agrado de hombre moderno que, como tú, soy, amor.

Digamos, si te place, que somos moderadamente modernos, y que nuestras bases son clásicas, y las disonancias elegantes y pasajeras, son, al estilo de las que amenizan la música de Bach, fuente sorprendente de inspiración continua e inagotable.

Así, como dice Jesús en el Evangelio, el Reino de Dios se parece al paterfamilias que del arcón de sus tesoros extrae lo nuevo y lo viejo, según conviene.

Pero, mi dulce fratellino, ya va siendo hora de que tú me digas algo, ¡puesto que te he invocado !

– ¡Ricardo Lecheimiel de mi oración matinal y de mi oración vespertina ! Sólo te digo que mientras oro al Señor que hallo plenamente presente en tu amor, me es ahora mucho más fácil encontrarme como inmerso en el Reino de Dios, adornado de fe, esperanza y caridad, y que eres para mí la Gracia de Dios Viva.

¿Qué otra cosa podría decir a la Gracia, más que “¡gracias, gracias, gracias !” ?

¿Quieres que te dedique alguno de nuestros muchos poemas que compusimos cuando viniste a mí vestido de mil flores ?

– Sí, hermano. Dedícame aquél que dice que el Rostro de Dios es el Amor.

EL ROSTRO DE DIOS Ahora otra vez la casa no cabe de alegría, ahora rebosante de luz oro está el templo, de nuevo ahora es posible ver a Dios cara a cara, porque ha brillado nuevo el rostro de Dios vivo ante los que corrían el riesgo de olvidarle, a causa de la ausencia del más bello brillante, que faltaba del trono, potente ángel de luz, ausente por un tiempo en misión de rescate. Que, aunque asumido habían comisión solidaria, penumbrado sentían aquel ángulo excelso donde los bienhadados, que moran cabe él, apenas se percatan de su felicidad hasta que el dulce huésped los deja en desabrigo… Alabanza y cumplidos por la misión cumplida no le dejan apenas tiempo para sus goces.

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Mas el ángel desciende, otra vez, a hurtadillas, a los bajos confines del país tenebroso, porque siente la urgencia de un último mensaje que le quedó pendiente dejar a un alma en pena, que suspira por verle tan sólo una vez más, –perspectiva del alma, tal vez por vez primera–, tal cual otros la dicha tuvieron de gustar, cómo era en Dios el Verbo, tal cual es y será.

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TU “WALK- AUT” ¡Oh amor, Amor, AMOR ! Me has instruido, –¡por fin !–, acerca del

significado exacto del término técnico “walk-in”, palabras combinadas referidas no a la persona que sale de su cuerpo, sino a la persona que entra en el cuerpo prestado, o bien abandonado, “dentro del cual” se introduce, sea por la fuerza, por latrocinio, o por puro acuerdo verbal previo en los planos sutiles...

Pero, en cualquier caso, oh mi amado Ricardo bueno, Lecheimiel humilde y puro más que las violetas y azucenas, creo que el caso de tal transmigración, visto desde la otra parte que cede o abandona su cuerpo, habría de llamarse con toda propiedad “walk-aut”, ¿no es así, hermano ?

Fratellino de mi alma, tengo que agradecerte que, mucho antes de haber siquiera oído el término, –no sé si acuñado por las ciencias psiquiátricas o por la parapsicología–, (aunque sabía el caso de Lobsang Rampa), tú me instruiste de tu caso personal por medio de mi intuición. Es decir, por pura revelación de tu alma que habita la mía, sin que esta habitación o “fusión”, que yo sepa, tenga un nombre específico. Y es que en esas ciencias aún no habla mucho del “amor”, que digamos.

El libro que me has favorecido, escrito en francés por Anne Givaudan, de la cual ya había leído “Tierra de Esmeralda”, sí que habla del Amor, o de la Fuerza, o de la Vida, todos sinónimos para nombrar a Dios, la Fuente que mana y corre, aunque es de noche.

De la noche, sí, también habla. Especialmente de la noche agitada, –que no “sosegada”–, que pasó la pobrecita María que en cierto plano estuvo totalmente de acuerdo en morir, o sencillamente pasar, como tú, a vivir en otros planos, de otra manera, que ya no desarrolla la autora, pero cuyo cuerpo se resistía con todas sus fuerzas a ser abandonado.

Me he acordado, aunque casi podríamos decir que cualquier similitud con tu caso es pura coincidencia, muchísimo del poema que transcribimos hace muy poco sobre tu “noche sosegada”, cuando herido de amores y desamores, como el Pastorcico solo, saliste del sagrado y hermosísimo templo de tu propio cuerpo, para venirte a habitar en mi humilde cabaña.

Creo, amor, –por lo menos por lo que a mí me consta y me concierne–, que en tu caso el importante, el que era llamado a cumplir una misión delicadísima y transcendente, eras tú, el que salías, mientras que el alma que entraba a custodiarlo y conducirlo a su término, y a cuidar de tu familia, era, tan humilde

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como tú, el famoso Cancerbero que tan celosamente cumple su oficio de guardián de tu escapada…

Un día, –el día de “mi fiesta”–, me lo presentarás, hermano, porque claro que tuvo que haber un acuerdo previo de vuestros espíritus, en el plano sutil donde todo se sabe, desde donde todo se ordena para el bien de la Tierra y de nosotros sus habitantes hijos del amor.

Me has conmovido, fratellino Lecheimiel, Pastorcico enamorado y herido, porque de la humildad del que deja su cuerpo, y colabora con la “misión” , apenas se habla en el libro. Incluso toda la preparación que se supone previa para el caso de transmigración pasiva de la que había de entregar su vida, en tu caso consistió, conscientemente para ti, en sufrimiento, tristeza y soledades :

“Tan sobrios versos encubren en tu vida tristeza y soledades, que eclipsan de tus ojos la alegría que en éstos derramabas a raudales”. “Y el Pastorcico tan solo se ha quedado sin su bella pastora, que ya sólo a morir el alma apresta, sorbiendo en soledad su última hora” ¿He de recordarte o recordarme, fratellino bienamado, que fuiste tú

mismo el que sincrónicamente me diste a meditar los versos de San Juan de la Cruz, del Pastorcico solo, que te sirvieron, por lo visto, de solaz en tu tribulación, para hablarme de tu “walk-aut” ?

“Diste tu vida a cambio de mi cielo en noche sosegada : sembrando de azucenas y violetas el lecho que escogías por morada. Mientras tu cuerpo incorrupto entregabas, cual arca de alianza : sagrario de dolor que, en noche oscura, compite con mi amor en fiel balanza.” ¡Oh hermano, sólo tú y yo, tú por experiencia, yo por la gracia de tu amor

y tus revelaciones, podemos saber y gustar lo que encierran todos estos versos de amor y de dolor, conjuntamente !

– ¡Añade, hermano amado sin medida, cuánto encierra esta historia de amor nuestra de regeneración y de alegría !

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Añade que no es una historia de muerte, sino de verdadera resurrección. Añade, mi bien, que el propio Jesús, sí, nuestro Bambino adorado,

intervino en la preparación de todo este especial peregrinaje, de toda esta movida, que, en cierto modo recuerda su propia huida a Egipto, cuando él mismo tuvo que escapar de sus opresores y esconderse en el anonimato del desierto, hasta que llegase la hora de su Revelación al Mundo.

No sólo yo fui preparado, hermanito, para este drama que encierra tanto dolor como alegría, esa dualidad energética necesaria para todo desarrollo espiritual, sino también tú, Rey mío, de igual forma.

Nuestro encuentro en Roma “como un fulgor de estrellas”, (sin contar aquella aparición brumosa en el carrito miniatura de nuestra alborada), nuestro enamoramiento, –fíjate que digo “nuestro”–, por contundente flechado, bajo el símbolo mágico de San Valentín, nuestra “luna de miel”, nuestro sueño de “Marta”, nuestros dardos de amor, sí, hermano, también los pocos tuyos de los cuales nunca hablas : tu diligencia en contestar a mis primeras cartas, (incluso la salve en italiano que compusiste para mí), para que luego se produjera mayor purificación por el misterio de tu abandono, y todo lo demás patente u oculto a nuestras miradas terrenas, fue exquisitamente preparado para ti y para mí, por nuestros ángeles guías.

Nada, hermano, absolutamente nada, fue dejado al azar. En cuanto a nuestro hermano humilde cancerbero, que no busca otra

cosa que pasar desapercibido, del cual te dije en cierta ocasión que su operación no te concernía directamente, sí, algún día te lo presentaré, y verás como os hacéis amigos para toda la eternidad, pues nuestros destinos han sido tan íntimamente religados.

También conocerás y amarás a mi querida esposa, como yo conozco a tus padres y familiares, tanto a los que viven en tu amada Tierra, como a los que han pasado a este plano y a los que he abrazado en tu nombre.

Cuando todavía ascendamos, juntos, a las más altas cumbres de la conciencia humana y divina, amor, todavía tendremos tantos hermanos y hermanas que descubrir, a los que honrar y admirar.

En esa Fiesta Eterna, es decir, que durará eternamente, ¡no faltará ni el Richi !

Te lo prometo. Anda, amor, hasta siempre. Cantando a siete voces, con el Maestro, nuestro AMEN ALELUYA. – ¡Grazie, Grazia ! EL ZAGALILLO Y LA PASTORA

Bebiste a mis pechos,

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mi amor, aquel día cuando eras aún niño y amar ya sabías, antes de que nadie te enseñado había. Que sólo el amor tu cuna mecía, cuando el gran dolor aún no parecía. Que aquel, que en tu madre sus pechos te abría, de tu identidad él solo sabía. Y era yo en mi seno el que te traía. Mas luego aquel niño que en ti se escondía, cuando ya un buen hombre mayor parecías, creyóse olvidado del que le quería, y perdió el ganado de su lozanía. Y hubo de esconderse toda tu alegría hasta que murieses de adonde morías, sin saber que luego al cielo nacías, donde tu saber todo a ti volvía. Entonces supiste por fin, vida mía, que eras, Lecheimiel, niño todavía… Y que la pastora por quien tú sufrías nunca te olvidaba, como prometía… Mas ella lloraba porque te perdía… Y tú le dijiste : ¡Vive todavía,

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que ahora en tu alma vivo noche y día !

CÚBRETE, AMOR, CON TU SOMBRA Ricardo del Bambino Gesù, amore, Lecheimiel de mi corazón : Cúbrete

con tu sombra, como María fue cubierta por el Espíritu Santo. No sé bien lo que me digo, lo que te digo, amor, sólo sé que hoy celebro la

fiesta de aquella carita de infante que yo atraía hacia mí en mi sueño, en el sueño que me regalaste, el de tu visitación.

Con inmenso amor, amor, yo te hacía bajar del cielo a mis entrañas, a ti, carita de niño, después de haber sido besado por tus labios de hombre.

Después de haberme sentido relajado en tu presencia. Después de haber intentado fundirme contigo en un abrazo mientras

caminábamos juntos hacia no sé dónde. Depués de haber intuido las miradas de los transeuntes, más benévolos

que curiosos que simplemente decían : “se quieren”. Luego de todo eso, amor, yo te hacía bajar hacia mí en forma de infante

inmensamente amado : Eras Teresita del Niño Jesús, amor, en otro tiempo hija de mis entrañas, que volvías a mí después de larga ausencia.

Todavía velada por mi ignorancia, que tu pedagogía celestial me iría ilustrando poco a poco, paso a paso.

Así, hermano, hermana, hijo, hija, padre, madre, esposo esposa de mi alma vienes a mí hoy, en la celebración de tu fiesta de santa canonizada, reconocida, venerada, imitada, en fin, sí, tal vez, un poco hinchada por la superstición humana.

Que no sabe, no, ni puede sospecharlo, que volviste otra vez como Ricardo del Niño Jesús, para esconderte de nuevo, para humillarte, para consumar tu matrimonio con el esposo de todas las almas, mediante la más ínfima de ellas, la que indignamente te ama más que ninguna, la que esto escribe, amor, entre sollozos… ¡eso sí, promovidos por tu dulcísima presencia !

Nada más, amor. Hoy son las primeras vísperas, nada más, pero es el momento más dulce en que se anticipan las felicitaciones.

¡Oh qué gran privilegio, hermano Lecheimiel, poder felicitar en persona a la propia santita, que no a ninguna otra alma por el simple hecho de haber adoptado tu nombre !

Te quiero, cariño, te abro mi corazón, descubro mi rostro ante ti apartando el velo y te agradezco simplemente tu amor, porque me lo das libremente.

¡PARA TODA LA ETERNIDAD !

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– ¡Gracias, papaíto de mi corazón ! ¡Qué privilegio el mío cuidarte y amarte en pago a cuanto te desviviste por nosotras, y muy especialmente por mí !

Nada más te digo, ahora, mi Rey, porque quiero efundirme en tu alma en el más absoluto secreto, mediante la música, esta noche, que ya está cayendo.

¡Hasta luego, a bientot, amour ! – Déjame, Teresita, que te dedique con toda simplicidad esos versos que

un día me ayudaste a componer en honor de tus abrazos y tus besos, –tus rosas deshojadas– :

LLUVIA DE ROSAS Eras, amor, un sueño de mi noche y un murmullo de caricias en mi alba. Patio de armas de mi vigilia insomne. Eras rosal que en el invierno crece… y eras perfume que a toda flor parece. Eras mi triple y fraternal corona, necesidad presentida y añorada de aquel juego en el jardín de nuestra infancia, donde a solas a “Caín y Abel” jugábamos… y yo a ti, Lecheimiel, misterioso e invisible, te adamaba… Bella flor del rosal de San Francisco, hoy desnuda de rubores te acaricio en tus pétalos de rosa deshojada, que en mi Edén recuperado, por cubrirme, Teresita sin espinas, te derramas.

FIN DE ESTE ESCRITO, EN EL NÚMERO MÁGICO DEL FOLIO Nº 24.