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CABEZAS DE TORMENTA

Cabezas de tormenta - Ferrer

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CHRISTIAN FERRER

CABEZAS DETORMENTA

Ensayos sobre lo ingobernable

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© AnarresCorrientes 4790Buenos Aires / ArgentinaTel: 4857-1248

ISBN: 987-20875-4-7

La reproducción de este libro, a través de medios ópti-cos, electrónicos, químicos, fotográficos o de fotoco-pias está permitida y alentada por los editores.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Impreso en la Argentina / Printed in Argentina

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ÍNDICE

Cabezas de tormenta. Presentación ......................................... 11

Átomos sueltos. Vidas refractarias ........................................... 15

Gastronomía y anarquismo. Restos de viajes a la Patagonia ... 41Las expediciones ................................................................ 41Colonos y soldados ............................................................ 43El rey .................................................................................. 44El anarquista ...................................................................... 46Geografía espiritual ............................................................ 48Oro y anarquía ................................................................... 50La fiebre ............................................................................. 53En la letra de molde ........................................................... 54Tragedia ............................................................................. 56Secuelas .............................................................................. 58Gastronomía ...................................................................... 59

Misterio y jerarquía. Sobre lo inasimilable del anarquismo ..... 65

Los destructores de máquinas. En homenaje a los luditas ........ 81El código sangriento ........................................................... 81Ned Ludd, fantasma........................................................... 82“Fair Play” ......................................................................... 86Epílogos ............................................................................. 87Voces .................................................................................. 91

Una moneda valaca. Sobre la resistencia partisana .................. 95

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A Vanina

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PRESENTACIÓN

El anarquismo es un amparo al que no demasiadas per-sonas concurren. No deja de ser curioso llamar “ampa-ro” a lo que es ahora una sombra de su antiguo esplendorpolítico y cultural, pero los lugares o creencias que nosbrindan refugio y certeza a veces caben en la cabeza de unalfiler. Desde que tengo memoria de mi interés por el pen-samiento político siempre me he sentido un anarquista.La palabra suena hoy menos tremebunda que extraña,como si se mencionara un animal extinto. Un ave pesadaque nunca pudo volar o un mamífero cuyo último ejem-plar fue avistado décadas atrás. Era, además, un animalacostumbrado a las batidas y a ser cazado en abundancia.Se diría, entonces, que la impotencia, la persecución o elirreversible decrecimiento demográfico han sellado su des-tino. Pero cualquier adherente a las ideas libertarias esconsciente de la larga lista de fracasos que lo rodean ypreceden. Y también de los escasos pero muy significati-vos logros. Cada uno de ellos se cobró su libra de sangre yexigió un enorme esfuerzo colectivo.

Se comprenderá que un movimiento de ideas tan radi-cal haya nacido casi extinto. Sus tareas eran las de unHércules; sus enemigos, antiguos e inmensos como pirá-mides; y sus fuerzas, limitadas y, al fin, fatigadas. De allíque todo anarquista sienta alguna vez en su vida el pesode tan dramática historia y cavile acerca de “quién será elúltimo de nosotros”. Después de todo, alguna vez huboun último blanquista, un último garibaldino, un últimocarbonario. A fin de permanecer entre los hombres lasideas deben auscultar –y eventualmente tensar– el males-

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tar de una época. El anarquismo ha sabido pellizcar esacuerda una y otra vez. Por su parte, los propios anarquistasse negaron a partir. Seguramente, firmeza ética eirreductibilidad política fueron condiciones de superviven-cia. Pues existieron los tiempos en que la palabra anar-quía era sinónimo de libertad, no de caos inmotivado.Una historia de la disidencia y de las luchas por libertadesnegadas o conculcadas necesariamente debe tenerlos encuenta. Fueron sus cabezas de tormenta. Los primeros enanunciar y promover algunas libertades que hoy se dis-frutan en partes del mundo. Las otras aristas de su histo-ria exponen tanto un estilo de garra como una considera-ción amorosa por los hombres y la tierra. De no haberexistido anarquistas nuestra imaginación política sería másescuálida, y más miserable aún. Y aunque se filtre única-mente en cuentagotas, la “idea” sigue siendo un buen an-tídoto contra las justificaciones y los crímenes de los po-derosos.

El anarquismo ha sido, en mi vida, como un magneto.Pronto me habitué a los lugares precarios o tremebundosen los que habitan los anarquistas así como leí las obrasclásicas del pensamiento y los testimonios de vidas ani-mosas y no pocas veces malogradas. Tuve, como tantosotros semejantes que habían leído a Bakunin o Malatesta,la sensación de haber descubierto el secreto de la domina-ción de los hombres por los hombres. Esa certeza es a lavez un concepto pánico y un orientador de valores. Sinembargo, no escasearon las dudas con respecto a doctrinatan extrema. Las creencias anarquistas parecen adolecerde irrealidad. Ni siquiera una amarra lanzada hacia el re-lieve del mundo tal como está constituido. Pero si bien losanarquistas construyen cápsulas donde sólo prosperan sugramática, sus símbolos y sus pasiones; esa cápsula, aligual que sucede con el tiempo que los niños dedican aljuego o los amantes a sus juegos, es en sí misma una rea-

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lidad antípoda que a veces logró conmover y fisurar a lasinstituciones y costumbres del mundo jerárquico. Por otraparte, tan importantes para el normal funcionamiento deciertos cuerpos son el estómago y el pulmón como tam-bién los órganos de la anarquía.

Cien años atrás el anarquismo era un movimiento or-ganizado, culturalmente significativo, y políticamente te-mido. Ese impulso no ha llegado hasta nosotros. Pero nadase ha perdido. Ni las palabras dichas, ni las ideas publica-das, ni los panfletos repartidos, ni las acciones realizadas.Irradiada hace ya mucho tiempo, su influencia se dispersómás allá de los propios simpatizantes. Afluentes de aque-lla mutación cultural frustrada se vertieron soterradamenteen las aspiraciones y conductas de la actualidad. Y comolos anarquistas siempre han sido los testigos vivientes deuna libertad prometida, la memoria política actual estárodeada por voces y recuerdos de hombres y mujereslibertarios que ya no están y de acontecimientos que re-troceden en el tiempo. Aún se murmuran proclamas o his-torias que en otro tiempo se leyeron en libros o se escuchóde viejos combatientes. Es por eso que los cinco ensayosreunidos en este libro no pretenden tanto celebrar el mitopolítico del anarquismo como admirar su supervivencia.Son ensayos nacidos del amor por la saga libertaria. Nohubieran confluido en este libro de no ser por las revistasvocacionales que los publicaron en Argentina y España, ysin el cuidado y perseverancia de Julián Lacalle, su primereditor.

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ÁTOMOS SUELTOS

VIDAS REFRACTARIAS

¿Qué sobrevivirá de la palabra “anarquistas” en un dic-cionario del futuro? ¿Una nota al pie de página, la defini-ción conceptual de una secta de conspiradores, la siluetade un animal extinto? Es inevitable que, incluso en el me-jor de los casos, sean resaltados los rasgos aberrantes y seacabe facetando el arquetipo que por mucho tiempo haidentificado al anarquista en la imaginación política delliberalismo moderno: un monstruo. Esta sombra espec-tral no deja de ser tranquilizadora, pues la policía, y nopocos filósofos políticos e historiadores también, suelenenfatizar los datos del prontuario a fin de dejar las moti-vaciones de los actos fuera de cuestión. Éstos son los atri-butos clásicos: la bomba, el llamamiento a la sedición, elgesto blasfemo, el arte de la barricada, el regicidio, el aireviciado de la catacumba, la actitud indisciplinada, la vidaclandestina. Y la exageración. Pero este identikit es ape-nas nítido. Aunque todos los datos reunidos parezcan con-ducir a la antesala del infierno, la pura verdad es que lasbiografías de los anarquistas pueden ser perfectamenterelatadas como vidas de santos. Es cierta la violencia, yno es inexacto el relato de sus asonadas, como tampocoes desdeñable el rasgo “demoníaco” en los acontecimien-tos que los tuvieron como protagonistas. Pero sólocontingentemente los anarquistas fueron aves de las tor-mentas; por lo general, el móvil de sus actividades fueconstructivo, y sus existencias se asemejaron más a las delevangelizador y el disidente que a las del “poeta maldito”o el nihilista atormentado.

¿Existieron? Todo indica que sí, que fueron el asombro

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de su época y, por un tiempo, la obsesión de la policíasecreta de los estados modernos. Pero su sorprendenteaparición histórica ha sido tan improbable que tienta alhistoriador a hacerse la pregunta contrafáctica: ¿qué hu-biese pasado de no haber existido anarquistas? ¿Hubierasurgido otro grupo político equivalente en su lugar? Lacuestión de la jerarquía y el poder, ¿hubiera quedado sinpensar y sin impugnación? ¿O hubieran sido problemaspresentados de formas más suaves, en boca de pensadoresliberales y de fugitivos de la doctrina marxista? ¿La histo-ria de la disidencia sería distinta a como la rememoramos?¿Toda la tensión política de la modernidad se hubiera con-densado en la pulseada entre liberalismo y socialismo?¿Entre nacionalismo e imperialismo? A la confección delos ensayos libertarios de Tolstoi, Orwell, Camus oChomsky, ¿se les habría restado un antecedente impor-tante o un interlocutor imaginario? Aun más, ciertas li-bertades o, más bien, cierto grado de apetencia por liber-tades radicales, conseguidas o por lograr, ¿se hubieranpuesto en movimiento? Es porque los anarquistas efecti-vamente existieron que estas preguntas pueden ser dichas,e incluso enunciadas con cierta calma, sin el sentimientode pavor político retrospectivo que asalta a quien se dacuenta de que la vida política de los siglos XIX y XX podríahaber sido más dura y sombría. Astillas, clavos miguelitos,cabezas de tormenta, marabunta suelta y errante en elpanal psíquico del orden burgués. Sin duda. Pero además,y no sólo ocasionalmente, los anarquistas establecieronlas bases de una contrahegemonía libertaria, es decir, pos-tularon y llevaron a cabo formas de existencia políticadeseables. A comienzos del siglo XXI, Occidente se nutreaún de los restos vivientes, o metamorfoseados, de las in-novaciones dispersadas por la imaginación política del si-glo XIX, una de las más prolíficas de la historia humana.Nos nutrimos de nacionalismo, conservadurismo, libera-

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lismo, sindicalismo, feminismo, vanguardismo, marxismo,socialismo, federalismo, y de otras migajas políticas me-nores. Y todavía está poco rastreada la influencia radialque el anarquismo tuvo sobre grupos políticos e intelec-tuales, entre otros, individualistas de toda suerte, libera-les, anticlericales, sobre los bordes del marxismo, elelitismo estetizante, la bohemia, sobre los manifiestos es-téticos de grupos de vanguardia, la floración radicalizadade la izquierda de los años 60, particularmente las varian-tes extraparlamentarias, y sobre la “contracultura” nor-teamericana y europea, el rock y el punk, sobre las ten-dencias libertarias en el movimiento de derechos humanosy en el de la disidencia en los países soviéticos, el pacifis-mo antimilitarista, el reclamo al uso placentero del pro-pio cuerpo, el movimiento de liberación de los animales yel ecologismo radical. Se diría que el anarquismo consti-tuyó una porción importante del plancton que hasta eldía de hoy consumen los cetáceos del movimiento social,incluso algunos que todavía tienen que madurar del todo.

La historia cultural del anarquismo es un yacimientoque todavía puede ser explorado fructíferamente. ¿Cuálfue su modo de existencia específico? ¿Cuáles sus innova-ciones éticas? ¿Cuáles las relaciones entre sus prácticasmodeladoras de la existencia y la imaginación política desu época? Estas preguntas deben ser precedidas por cier-tos presupuestos demográficos. En primer lugar, la esca-sez, lo exiguo de su número. Nunca existieron demasia-dos anarquistas (exceptuando el caso de la anomalíaespañola entre 1890 y 1939), y el hecho de haber sido unmovimiento evangelizador nunca alteró esta condición depenuria. Hacia 1910, la policía calculaba que había entre5.000 y 6.000 fieles de “las ideas” en la Argentina. Esacantidad de anarquistas organizados era altísima. En lamayor parte del mundo, apenas un puñado de partidariosy simpatizantes –la mayoría, inmigrantes o viajeros– acti-

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vaba intermitentemente, mantenía alguna corresponden-cia con centros emisores de ideas, se involucraba en huel-gas o bien editaba una publicación. Los anarquistas, mi-noría demográfica, siempre han vivido al borde de laextinción. Sin embargo, una segunda condición intensifi-có la escasez así como determinó la amplia extensión delas ideas libertarias en su tiempo: la historia de losanarquistas es la historia de las experiencias migratorias.Implantación puntillista: sarpullido negro en los 360º delatlas. La razón que explica la dispersión triunfante de “laidea” reside en el inmenso esfuerzo individual devotadopor cada anarquista a la supervivencia de su causa. Eranfogoneros de un tren fantasma. En todo caso, el número,la “masa crítica”, no supuso un obstáculo para la propa-gación de un ideario político tan exigente. En cambio, sialgo favoreció esa difusión, fue la inexistencia de un “con-mutador central” ideológico que informara y disciplinaraa los militantes dispersos acerca de la orientación de suacción y el contenido de sus propuestas. Por el contrario,lo que resalta en la historia anarquista es la plasticidad deteoría y praxis y, consecuentemente, una variedad nota-ble de su flora y fauna. La dosis de libertad de que disfru-taron en relación con los modos de subjetivación que lescorrespondieron se desprende de esta condición.

Esta limitación demográfica explica por qué cada vidade anarquista se volvía preciosa, y por qué la vida misma,entendida como “ejemplo moral”, resultaba ser tan va-liosa como las ideas, libros y manifiestos que editaron. Encada vida se realizaba, mediante prácticas éticas específi-cas, la libertad prometida. Cada existencia de anarquista,entonces, se transformaba en la prueba, el testimonio vi-viente, de una libertad del porvenir. Ellos se percibían a símismos como esquirlas actuales de un futuro que era ob-turado una y otra vez por fuerzas más poderosas. De allíque las biografías de anarquistas se nos presenten como

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las vidas de los santos, como existencias exigidas, que todolo sacrificaban en beneficio de su ideal: amistades, fami-lia, ascenso social, tranquilidad, previsión de la vejez. Has-ta el día de hoy existen viejos anarquistas que se han ne-gado a solicitar la jubilación estatal. Estas privaciones eranaceptadas, si no jubilosa, al menos convencidamente, puesel anarquismo les había sido prometido como experienciaexigente, aunque no imposible. Para ellos, la libertad erauna experiencia vivida, resultado de la coherencia necesa-ria entre medios y fines, y no un efecto de declamación,una promesa para un “después del Estado”. De modo que,a los efectos prácticos, el anarquismo no constituyó unmodo de pensar la sociedad de la dominación sino unaforma de existencia contra la dominación. En la idea delibertad del anarquismo no estaba contenido únicamenteun ideal, sino también distintas prácticas éticas, o sea,correas de transmisión entre la actualidad de la persona yla realización del porvenir anunciado. Justamente porqueel anarquismo no concebía a la persona según el modeloliberal del “sujeto de derechos” era imperioso modelar acada anarquista según una ética específica, y no en rela-ción con una jurisprudencia abstracta, abarcadora ygeneralizable. La norma ética que orientaba tal construc-ción de persona era la siguiente: “vive como te gustaríaque se viviera en el futuro”.

Las prácticas anarquistas ambicionaban trastocar el an-tiguo régimen psicológico, político y cultural del domi-nio, no sólo porque ese modo de gobernar a los hombresresultaba ser coercitivo y desigualitario, sino también por-que los forzaba a volverse muñones de sí mismos, perso-nas incapaces de autodignificarse. La antropología sub-yacente en las obras de la patrística ácrata proponía alhombre como “promesa”, como energía autocreadora ili-mitada, más aún en una época a la que definían “en esta-do de ánimo revolucionario”, y cuyos ciudadanos ya no

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eran súbditos de un monarca en la misma medida en quetampoco eran criaturas de un padre celestial. Autodi-dactismo racionalista, impulso fértil de la voluntad, ape-go por la camaradería humana, combate al miedo y a lasumisión por ser bases fisiológicas y psicológicas del do-minio, imaginación anticlerical y toma de partido por eloprimido, tales eran las piezas que los anarquistas preten-dían ensamblar en cada individuo singular. El anarquis-mo siempre ha sido un “ideal de salvación” del alma hu-mana, y por eso era necesario subvertir la topografíahistórica en donde ella afincaba su existencia. En el extre-mo, se aspiraba a la santidad social: no era posible unasociedad anarquista hasta que el último de los habitantesde la tierra no se hubiera convertido en un anarquista.Esto no supone procurar la perfección de las almas sinopurgar la idea de revolución de la tentación del “golpe demano”, alejándola de los peligros que los padres funda-dores previeron en la deriva de las ideas autoritarias pro-pagadas por el marxismo, o “socialismo autoritario”, talcomo lo definían. Por eso insistían en que la revoluciónfuera “social” antes que “política”, lo cual obliga a unmaceramiento cultural previo de costumbres libertarias.Y antes incluso que una revolución social, se insistía enque se trataba de una revolución personal, es decir, de laconstrucción del propio carácter o “voluntad” en rela-ción antagonista con poderes jerárquicos. El desligamientode la sociedad “carcomida” comenzaba por la toma deconciencia de la miseria existente y de las tropelías de losgobiernos autocráticos, pero también por estrategias depurificación de la personalidad. La entrada a los gruposanarquistas siempre supuso una conversión, un autodes-cubrimiento del “yo rebelde”. El objetivo de tal conver-sión, y del despojamiento consiguiente de los vicios socia-les del dominio, buscaba la autodignificación. En la prensaanarquista de principios del siglo XX se reiteran consejos

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dirigidos a la forja de la personalidad, entre ellos, tomarconciencia del estado del mundo, no dejarse atropellarpor los poderosos y sus “esbirros”, actuar con reciproci-dad hacia el compañero, servir de ejemplo al pueblomaltratado, abandonar los vicios burgueses, en particularel alcohol, el burdel, el juego por dinero y la participaciónen el carnaval a modo de comparsa. Pero la dignificaciónde sí no sólo exige evitar estos males sociales sino tam-bién ejercer un autocontrol, es decir, una apropiación desí a fin de hacer lugar a un querer libre y liberado de laformación burguesa. No obstante, esa autoformaciónlibertaria no podía realizarse en el interior de experien-cias sectarias ni en los bordes vírgenes de la experienciahistórica, como lo habían intentado los fourieristas en susfalansterios y los utopistas en sus comunidades cerradas.El anarquista se veía a sí mismo como un “hijo del pue-blo”, título de uno de sus himnos más conocidos. Era unátomo suelto en medio del encadenamiento elemental quea todos obligaba, y cuyo vínculo orbital con la culturapopular era paradójico. Los anarquistas estaban muypróximos a las prácticas populares y a la vez se ubicabanen la frontera ideológica de las mismas. Fueron lainflorescencia salvaje de prácticas populares en formación,o bien la continuidad urbana de tradiciones tribales y cam-pesinas de resistencia. Esa condición paradójica va a de-terminar la relación entre creencias libertarias y prácticasde subjetivación.

La preocupación por la correlación entre creencia y ac-ción se volvía tanto más acuciante porque demasiadas ve-ces se hallaban aislados en territorio enemigo, o descono-cido. Es importante tener en cuenta el “factor número”ya mencionado. De modo que recordar “quién se era” através de rituales y prácticas específicas se volvía funda-mento cotidiano de la ética. Por ejemplo, la correspon-dencia (todos los anarquistas respondían tarde o tempra-

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no el correo) tejía una internacional invisible y la lecturade libros “de ideas” los fortalecía ante la adversidad y lasoledad ideológica, mucho más durante la primera épocade diseminación de las ideas anarquistas, es decir, entre1870 y 1900, cuando transcurrieron tres fases de madu-ración a las que podemos llamar “carbonaria oconspiratoria”, “mesiánica o evangélica” e “individualis-ta y organizativa”. En esta etapa el anarquismo se hizoconocer como ideología revolucionaria en el sentido a lavez amplio y específico que el viejo jacobinismo había des-perdigado por Europa entre 1789 y 1871, fechasemblemáticas de la Revolución Francesa y de la Comunade París. Pero al mismo tiempo, el anarquismo se difun-dió como un ideal de “hombre libre”, como modelo éticoa seguir. Las raíces de este modelo cabe rastrearlas en losideales pedagógicos de la ilustración, en los estilos de for-mación intelectual del librepensador moderno, en las prác-ticas asociativas de los conjurados, en la dedicación totalde los revolucionarios vocacionales al estilo de AugusteBlanqui, en la sensibilidad generacional “romántica” delos años 1830 a 1848, y en el activismo de los emigradoscélebres que luchaban por la liberación de pueblosirredentos, cuyo ejemplo más famoso fue la causa por lalibertad de Polonia. Todos estos antecedentes inmediatosconfluyeron en la formación de la personalidad de losanarcoindividualistas y de los anarquistas autodefinidoscomo “revolucionarios”, las dos subespecies del géneroácrata de fines del siglo XIX. El aprestamiento de la subje-tividad anarquista, del núcleo ético de la voluntad, teníacomo objetivo sustentar una “moral revolucionaria”, queservía para endurecerse ante la persecución y para no des-fallecer ante los magros resultados de la propaganda delas ideas. Asimismo, para que incluso un solo anarquistase sintiera capaz de fundar publicaciones o de erigir sindi-catos, bibliotecas y ateneos. También fue ése el sentimien-

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to y proceder de los doce apóstoles de Cristo. Ser un revo-lucionario suponía “tener moral”, y no solamente paradevenir un “caso ejemplar”, respetado incluso por sus ene-migos políticos, sino para tonificar el espíritu y mantenerla fe, tal cual los cristianos ante las tentaciones o el marti-rio. Aun más, “tener moral” para poder transformarse en“contrapesos” de coyunturas históricas determinadas, talcual ocurrió con acusados ante los tribunales que “dabanvuelta” los argumentos de las fiscalías o, en el otro extre-mo, con los exploradores europeos que por sí mismos erancapaces de conquistar regiones enteras para su nación.También ellos tenían una “moral de hierro”. Pero nadiepuede hundir en su alma cimientos de acero si no se tienefe en el advenimiento de un mundo nuevo. Los anarquistascreían. Eso es un don que no se concede a cualquiera.Pero no eran religiosos, en el sentido habitual de la pala-bra: el misterio de la fe política era balanceado por unasólida formación racionalista (incluso, por momentos,cientificista) y por un gusto por la sensibilidad escépticade tipo “volteriana”. Eran centauros: mitad razón, mitadimpulso.

Pero si se dejan momentáneamente de lado el odio in-mediato al opresor y las imágenes felices de un mundo sincadenas (es decir, sin Estado, sin prisiones, sin fuerzas ar-madas, sin policías, sin Papa, sin patrones, sin plusvalía,sin tribunales, sin privilegios de nobleza, sin carnicerías,etcétera), se nos evidencian entonces los logros culturalesdel anarquismo y, especialmente, los contornos culturalesde sus prácticas de autoformación, que tenían como fun-ción, primeramente, ayudar a forjar el carácter revolucio-nario y, luego, testear constantemente la relación entre lapropia vida y los ideales. Una primera serie de “obligacio-nes de conciencia” los distinguían de otras tomas de par-tido políticas y operaban a modo de guía orientativa fren-te a las presiones coercitivas de las instituciones. El

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anarquista no aceptaba el servicio militar obligatorio; de-sertaba. No aceptaba unirse en matrimonio bajo la super-visión de la Iglesia o del Estado; se unía libremente a supareja en una práctica conocida bajo el nombre de “amorlibre”, mácula escandalizadora para su época. En lo posi-ble, no enviaba a sus hijos a escuelas estatales, sino a es-cuelas libres o “racionalistas”. No bautizaba a los hijossegún el santoral; solía recurrir a nombres significativos.No debía aceptar ascensos de rango en las jerarquías la-borales o salariales; se trabajaba a la par del compañero.Debía procurar ser, además, un buen trabajador, para darejemplo tanto a la burguesía rentista y ociosa como a losdemás trabajadores que alguna vez levantarían un mun-do distinto de las ruinas del actual. El anarquista no debíavotar en comicios electorales, sino intentar llegar a con-sensos en las decisiones que debían tomar sus grupos osindicatos. Debía negarse a testificar en juicio si ello su-ponía un perjuicio para quien fuera acusado por razonesde Estado. No debía aceptar los feriados dictados por elEstado (una acordada de la FORA, la central sindical anar-quista argentina, recomendaba a sus afiliados informar alos patrones que el único feriado laboral que respetaríansería el 1º de Mayo, no existente en el calendario de asue-tos de entonces, y que en los casos de feriados de índoleestatal o religioso reclamarían trabajar). Tampoco se de-bía dar limosna o propina, pues lo correcto es procurarun salario digno. El anarquista debía dar hospitalidad acompañeros perseguidos. En algunos casos extremos,muchos anarquistas se negaban a jugar a las cartas o aapostar dinero a fin de no promover la lucha de “todoscontra todos”. Tampoco se festejaban los cumpleaños “dequince”. De ser posible, sus periódicos debían venderse aprecio de costo (en algunas publicaciones argentinas decomienzos del siglo XX se leía en primera plana, “Precio:de cada uno según sus fuerzas”). Al fin, debía estar per-

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trechado y preparado cultural y políticamente para acom-pañar en primera fila a los pueblos que se rebelaban. Y nofueron pocos los anarquistas que renunciaron por testa-mento a la tumba individual, prefiriendo el osario común.Otros donaron sus cuerpos “a la ciencia”.

Este decálogo ético promovía un modelo de conductaque necesariamente exigía firmeza interior. Al afirma-miento de sí contribuían una serie de prácticas intros-pectivas, que abarcaban desde la lectura de libros de ideas,novelas sociales e historias de héroes y revueltas popula-res hasta las primeras pruebas de fuego de la lucha socialcon las que intimaba el nuevo adherente a las ideas, seanhuelgas, piquetes, contrabando de armas o periódicos,seguidas por las inevitables temporadas pasadas en la cár-cel, líquido amniótico bien conocido por los militantes, ya la vez vivero de anarquistas. Todas estas prácticas de“cuidado de sí” estaban dirigidas a facetar una subjetivi-dad potente (una “voluntad”) frente al poder jerárquico.No sólo es preciso no gobernar a otros, también conteneren sí mismo una serie de principios bien afirmados a finde no dejarse gobernar. A quien se gobierna a sí mismo yse niega a ser gobernado se lo presentaba como un “hom-bre rebelde”, refractario pero a la vez ilustrado y racio-nal: un argumentador irreductible. La educación de la vo-luntad se desarrollaba mayormente en un nicho político,psíquico y emocional que resultó ser la invenciónorganizativa más llamativa de todas las promovidas porel anarquismo: el grupo de afinidad, que, hasta la súbitaexplosión de los sindicatos organizados en torno de prin-cipios libertarios, hacia 1900, constituyó el modo de en-cuentro y de relación habitual entre anarquistas; y lo si-gue siendo hasta el día de hoy. Lo característico del grupode afinidad anarquista no residía solamente en lahorizontalidad recíproca y la común pertenencia ideoló-gica de sus integrantes, sino en la confianza mutua como

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cemento de contacto de sus miembros, y en su plasticidadempática. Operaba como contrapeso y alternativa a lafamilia burguesa y al orden laboral, y también era un es-pacio de aprendizaje, de saberes o de oficios. A veces, quieningresaba en un grupo de afinidad cambiaba su nombre,o elegía un apodo singular, que no resultaba ser tanto unalias o un “nombre de guerra” como la prueba nominalde la transformación interior lograda.

Tomarse en serio las ideas suponía volverlas una partede la existencia tan ineliminable como lo es la actividadde cualquier otro órgano corporal. La “idea” se acomo-daba entre el riñón y el pulmón, o entre el estómago y lared arterial: el injerto prendía hasta devenir carne. En mo-mentos históricos cruciales o en ciertas situaciones límite,esta metamorfosis íntima llevó a algunos anarquistas aproducir hechos espectaculares. Los ejemplos de atenta-dos contra cabezas coronadas son los más difundidos, perono necesariamente los más representativos. Tómense doscasos de “agudización de la tensión ética” que Luce Fabbrimenciona en Historia de un hombre libre. Cuando losanarquistas eran llamados a presentarse como reclutas oa cumplir el servicio militar solían desertar y cruzar lasfronteras a fin de evitarlo. Pero no siempre se tomaba ladecisión a tiempo. De modo que el inevitable momentoen que se era llamado a filas podía poner a un hombre enestado de intensa conmoción interior. Así, Luce Fabbrirecuerda el caso del albañil italiano Augusto Massetti,quien en octubre de 1911 utilizó el fusil que le acababande entregar para disparar contra el coronel que arengabaa los nuevos reclutas que se preparaban a partir hacia Libia.El caso se transformó en una causa antimilitarista célebreen esos años de pujos expansivos de Italia hacia el África.El otro caso concierne al maestro de escuela Aldo Bernardi,quien tiró su fusil al suelo del cuartel desde el cual debíapartir al frente e improvisó allí mismo un discurso anar-

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quista. Se salvó del fusilamiento pues sus parientes pudie-ron hacerlo pasar por loco, aunque moriría apenas termi-nada la guerra, como tantos millones más, a causa de lagripe española.

Las prácticas de conversión comenzaban luego del acer-camiento, y del primer maceramiento, del aspirante a anar-quista al grupo de afinidad, y su grado de profundizacióndependía del contexto, de la etapa de desarrollo históricodel movimiento anarquista y de la radicalidad ideológicadel grupo de pertenencia, pero también de la “libre vo-luntad” del nuevo integrante. Eran comunes las renun-cias a la herencia pecuniaria familiar, a los títulos de no-bleza (tradición iniciada durante la Revolución Francesa)y a las costumbres “burguesas”. Sin embargo, estas decli-naciones no se corresponden con el modelo de la“proletarización” de la juventud que se volvería habitualy obligatoria durante los años sesenta y setenta del sigloXX. Se trataba, más bien, de purgarse de una “vida falsa”,o dotada de privilegios y oropeles que se volvían, en lanueva etapa consciente de la persona, sin sentido. Ocasio-nalmente, la persona abandonaba su antiguo nombre yoptaba por “rebautizarse” con un seudónimo. Así, un co-nocido anarquista colombiano pasó a llamarse BiófiloPanclasta (amante de la vida, destructor de todo), y nom-bres como Perseguido, Germinal o Libertario se volvieronmás y más comunes. Otros muchos optaban por un aliascuando publicaban en la prensa anarquista, como modode enfatizar que las ideas, pero también las obras litera-rias de autores famosos, no pertenecían al erario indivi-dual sino a toda la humanidad. En otras palabras, se im-pugnaba el derecho a la propiedad intelectual, derechoque, por tradición, los anarquistas suelen pasarseolímpicamente por alto. La práctica del nuevo bautismose entronca con la historia de la Revolución Francesa, encuya primera etapa los años comenzaron la cuenta desde

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cero y los meses adoptaron el nombre de ciclos naturales.El anhelo por el inicio de un mundo nuevo era asíantedatado, o adelantado. Auguste Blanqui numeraba losejemplares de uno de sus tantos periódicos, Ni Dieu niMaître, siguiendo el calendario jacobino, y en la Argenti-na, el periódico La Montaña, fundado por LeopoldoLugones, José Ingenieros y Macedonio Fernández, era fe-chado a partir de los años transcurridos desde la Comunade París. En estos casos, se enfatizaba que el tiempo, aunsiendo irreversible, era desviable a favor. Asimismo, lossindicatos solían repartir entre sus afiliados almanaques ycalendarios revolucionarios en los cuales el santoral y lasefemérides estatales eran reemplazados por los hechos dela historia del movimiento obrero y por las fechas de na-cimiento de revolucionarios o de benefactores de la hu-manidad.

A comienzos del siglo XX los anarquistas tomaron lacostumbre, particularmente en España pero también enel Río de la Plata, de bautizar a sus hijos con nombresque los señalarían como vástagos prematuros de un mun-do mejor. Abundaban los homenajes (Espartaco,Volterina, Giordano Bruno, Prometeo), las afirmacionesdoctrinarias (Acracio, Libertad, Libertario, Alba de Re-volución, Ideal, Progreso, Liberata, Liberto), las marcasoprobiosas de nacimiento (Oprimido, Siberiano), los ho-menajes internos al movimiento anarquista (Bakunin,Reclús), la referencia natural (Amanecer, Universo, Au-rora, Sol Libertario), la asertividad vital (Vida, Placer), ytambién Eleuterio (hombre libre en griego), Poema, Amor,Esperanza, Floreal y tantos otros que nutrieron una ono-mástica propia. Esta misma denunciaba la condición su-friente de la humanidad e impugnaba al santoral, o bienhomenajeaba a los caídos y anunciaba el porvenir. Losnombres de muchos periódicos anarquistas argentinos deesa época exponían una serie de juegos especulares con

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la propia identidad y con los temores de la sociedad bur-guesa. Algunos asumían nombres potentes y afirmativos,tales como El Oprimido, El Rebelde, La Protesta, LaAntorcha, Agitadores, El Combate, Demoliamo, IlPugnale, Cyclone, Escalpelo, Hierro, El Látigo del Obre-ro, El Martillo, Los Parias, El Perseguido, La Rivolta oLa Voz del Esclavo. Otros títulos, que también cincela-ban una positividad, adquirían resonancias aurorales odefiniciones de índole iluminista, entre ellos El Alba delSiglo XX, L’Avvenire, Ciencia Social, Derecho a la Vida,Expansión Individual, La Fuerza de la Razón, Libre Exa-men, La Libera Parola, La Libre Iniciativa, La Luz, Luzal Soldado y Los Tiempos Nuevos.

La introducción a las ideas anarquistas corría muchasveces a cargo de “maestros”, que eran transmisores de lamemoria social, la historia del movimiento anarquista, ylas ideas. La maestría no estaba necesariamente vincula-da con la lectura de libros, aun siendo valuados especial-mente en la tradición anarquista, sino con el conocimien-to personalizado de alguien ya experimentado en ladoctrina libertaria. No obstante, a quien oficiaba a modode “maestro” no se le exigía ser un sabio, sino una mezclade persona “iniciada” y evangelizador. Era habitual quelos ya experimentados dirigieran “lecturas comentadas”en sindicatos y ateneos para círculos de personas sin edu-cación formal alguna o recién llegados al anarquismo. Peroa pesar de que la cinematografía, al menos la argentina, ycierto lugar común sensible del progresismo hayan difun-dido la figura del “viejo anarquista” benevolente, en ver-dad esa tarea de maestría podía estar a cargo de personasmuy jóvenes, que sólo superaban por un lustro o una dé-cada al nuevo adherente. Era, sin dudas, una relación deadulto a joven, pero no en el sentido que las edades tienenhoy en día. Este tipo de iniciación estuvo vigente hasta losaños sesenta del siglo XX, cuando las rebeliones juveniles

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y el “juvenilismo” como ideología rompieron esa correade transmisión. Desde entonces, la entrada al anarquismoocurre por contagio, por activismo de “pandilla”. Luego,el nuevo simpatizante pasaba por pruebas iniciáticas deotro orden, tales como la participación el huelgas, boicots,sabotajes, y viajes de publicitación de ideas hacia lugaresvírgenes de ideas libertarias o donde residían muy pocosanarquistas. A veces, esos peregrinajes se hacían para apo-yar una huelga o una lucha determinada, y los mejoresoradores y organizadores solían ser los más requeridos.Esas jornadas en tierra de nadie los exponían al acosopolicial, pero también a la incomprensión de sus familiasque percibían en ese activismo riesgos para la economía yarmonía del hogar. Los ejercicios de oratoria, que prime-ro sucedían en veladas de ateneos o sindicatos y luego enactos públicos, operaban a modo de entrenamiento retó-rico para el viajero. En cambio, nada preparaba al hom-bre “de ideas” para las habituales estadías en el presidio.Pero todos podían confiar en la solidaridad que emanaríadel otro lado de los muros. Por otra parte, quienes mal-trataban a los presos, torturaban a los detenidos o repri-mían concentraciones obreras, sabían que podían ser elblanco de la venganza tribal. De todos modos, en casitodos los casos de “justicieros” anarquistas, éstos actua-ron en la mayor soledad.

Cotidianamente se participaba de experiencias, cuyociclo solía ser semanal, que unían socialmente a losanarquistas y a la vez los aprestaban intelectual y espiri-tualmente. Una serie de rituales de fraternización y enal-tecimiento, que eran compartidos por otras institucionessocialistas, ligaban al anarquista a su organización y a losdemás compañeros. La participación activa en conferen-cias y veladas, la concurrencia a declamaciones y cuadrosfilodramáticos (probable raíz del teatro independiente enla Argentina), la asistencia a picnics de confraternización

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y a lunchs de camaradería, la colaboración con piquetesde huelga o con campañas de solidaridad a favor de pre-sos, y tomar parte de marchas y mítines. Se solían entonarcanciones e himnos revolucionarios, así como se partici-paba a título de público en “reuniones de controversia”,que consistían en torneos de oratoria en que dos conten-dientes, uno anarquista y otro adherente a una filosofíadistinta, disputaban en torno de un tema convenido, porejemplo, la existencia o inexistencia de Dios, o la impor-tancia de las teorías de Darwin. Los ateneos, bibliotecaspopulares y publicaciones no sólo permitían reunir a lacomunidad anarquista o expandir la palabra libertariaentre los obreros, también hacían sentir su influencia en-tre sectores de la pequeña burguesía intelectual, lográndosecapturar a peces gordos para la causa de vez en cuando(González Prada en Perú, el uruguayo Florencio Sánchezen la Argentina). En este último caso, se hace notoria lafuerte creencia de los anarquistas, propia de la época, enel poder transformador de la palabra pública. El objetivode estos rituales y participaciones consistía en inspirar yfacetar sentimientos nobles, y en desarraigar los “malesde la subjetividad” que dividen a los seres humanos. Lasbibliotecas personales cerraban el círculo. Todos losanarquistas se armaban pacientemente de una biblioteca“de ideas”, incluso los analfabetos. En los libros estabacontenida la salvación por el conocimiento, y la impor-tancia del autodidactismo entre los anarquistas es un temaaún inexplorado. A veces, el único equipaje que losanarquistas arrastraban en sus migraciones era su biblio-teca básica. Han de haber existido pocos movimientospolíticos menos antiintelectuales que el libertario, que sólose cuidó de enfatizar la importancia de vincular el trabajomanual y el intelectual en una sola madeja indevanable.La imprenta constituía su “multiplicación de los panes” ysu “máquina infernal” a la vez. Los libros atesorados in-

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cluían la historia de las revoluciones modernas, los clási-cos anarquistas, las biografías de militantes caídos, lasmemorias de anarquistas conocidos, los testimonios deprisión y persecución, los compendios de ciencia “moder-na” y las ineludibles novelas sociales. De todos ellos, lasautobiografías de militantes, cuyos equivalentes son de-masiadas veces el santoral y el martirologio, constituyenuna fuente de información fundamental para analizar lavida ética anarquista. También, evidentemente, las acor-dadas de reuniones sindicales, lo publicado en su prensa,en particular si se analiza el detalle y la marginalia, y lasobras doctrinarias en general. Pero no debe descartarse elanálisis de las obras de los heresiólogos de la época y delos refutadores del anarquismo. Algunos de ellos han sidoexcelentes exégetas, por vía negativa, de esta herejía mo-derna. Restaría una fuente a la que no siempre los histo-riadores interesados en el anarquismo han logrado acce-der: los archivos policiales.

A inicios del siglo XX comenzaron a difundirse entrelos anarquistas dos discursos dirigidos al cuidado de lamente del niño y del cuerpo en general: el de la escuelamoderna y el de la eugenesia. Las escuelas racionalistas o“modernas” se difundieron ampliamente en España, ytambién existieron algunas experiencias argentinas, de du-ración efímera. Se proponían como instituciones y doc-trinas alternativas a la fiscalización eclesiástica de la in-fancia y a la circulación de retóricas estatales en los planescurriculares escolares, y en ellas se inculcaba el conoci-miento de la ciencia, la libertad como ideal, la formaciónintegral del alumno, y la convivencia de saberes manua-les e intelectuales. En esas escuelas se habían eliminadolos castigos y amonestaciones, y también las jerarquíaspreestablecidas entre maestros y alumnos. La suposiciónantropológica que las orientaba presentaba al niño comolibrepensador por naturaleza, y a las ideas religiosas, el

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patronato estatal y el patriotismo como desvirtuadoresde la mente infantil. Educar niños para un mundo distin-to, al que se aguardaba para un futuro no muy lejano,suponía también construir ese mundo a través de nuevasgeneraciones puestas a salvo de las garras y vicios de lavieja sociedad. Un típico problema lógico que se les pro-ponía resolver a los alumnos se presentaba de este modo:“Si un trabajador fabrica diez sombreros en ocho horas,y si por hacerlo le pagan cinco pesos, decena que la em-presa envía al mercado a cincuenta pesos, ¿cuánto dinerorobó el patrón al obrero?”. Cabe destacar que, aunqueen forma incipiente, los anarquistas también propusie-ron planes de ciudades ideales para la vida social, que nodeben confundirse con la tradición de las utopías perfec-tas, sino con el mejoramiento del hábitat obrero. A suvez, el discurso eugenésico, sin estar del todo ajeno a laspreocupaciones sanitaristas e higienistas de la época, sepresentaba como un borde cultural apenas aceptable parala mentalidad burguesa. En el anarquismo, el discurso dela eugenesia abarcó distintas preocupaciones: la difusióndel vegetarianismo, del nudismo, del antitabaquismo, dela procreación responsable o “consciente” (de raízneomalthusiana) que predicaba la necesidad de restringirla natalidad a fin de eludir la miseria obrera, la propa-ganda del uso del condón en barrios proletarios, lapublicitación de otros métodos anticonceptivos en la pren-sa anarcoeugenesista, la crítica al consumo de alcohol(un libro difundido en portugués se titulaba Alcoholismoo Revolución), el cuidado de la salud obrera en general.Todo esto se cruzaba con los discursos sobre el amor li-bre, la importancia de las afinidades electivas, y la librevoluntad. En mayo de 1937, Federica Montseny, ministraanarquista de Sanidad durante la Revolución Española,autorizó a los hospitales públicos a atender a mujeres quedesearan interrumpir el embarazo. Se trató de una medi-

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da histórica que trascendía la preocupación gubernamen-tal por la práctica del aborto clandestino, que se enmarcaen la tentativa anarquista más general de subversión delas costumbres, y que a su vez permitía hacer público unsaber y un discurso radical sobre la sexualidad. La euge-nesia se cruza en este punto con la crítica al matrimonioburgués “hipócrita” y con la postulación del derecho alpropio cuerpo. El discurso anarquista sobre la sexuali-dad es complejo, porque en él se intersectan una analíticasexual de índole científica, una preocupación social deraíz médico-higienista, e ideales relacionales nutridos porel romanticismo, que no excluyen una dosis de voluptuo-sa erotización discursiva, en la que descollaron los asíllamados “armandistas”, seguidores de la doctrinasindividualistas de E. Armand. Los armandistas o los lec-tores de la brasileña María Lacerda de Moura difundie-ron el derecho al placer como derecho “natural” de losseres humanos. El discurso eugenésico y la defensa de laeducación integral y racionalista tenían un objetivo quesuperaba incluso la preocupación por la vida sana y elconcernimiento por la mente infantil, pues el ideal quelos guiaba era la crítica a la vida alienada propia de laburguesía. De modo que eugenesia y racionalismo busca-ban invertir la dosis de alienación vital inyectada por lasociedad “falsa” así como promover prácticas existen-ciales menos insinceras y más saludables. ¿Cuántas deestas prácticas eran realmente llevadas a cabo? Algunasmucho; otras, escasamente. Algunas eran coto de caza deexperimentadores de la existencia, otras eran amparadasen experimentos comunitarios, y otras aún afectaban úni-camente a los anarcoindividualistas o a sectores de labohemia. La mayoría de estas costumbres y modelos deconducta no eran obligatorios ni de cumplimiento forzo-so. El anarquismo nunca fue una secta ortodoxa ni dis-puso de un “libro negro” en el cual hubiera podido

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consultarse una preceptiva. La aceptación de las prácti-cas era libre, y éstas se difundían a la manera de las co-rrientes de opinión, contagiando o entusiasmando, y nocomo un credo. A lo largo de una vida, los adherentes alas ideas anarquistas podían pasar por varias etapas ygrados de aproximación al ideal del vegetarianismo o delamor libre. A medida que el anarquismo reclutó más ymás miembros entre el proletariado fabril la posibilidadde experimentación en los bordes de la vida burguesa dis-minuyó, pero en ningún caso dejó de ser promovida en laprensa anarquista y en las disertaciones de especialistasdadas en sindicatos, ateneos y bibliotecas. Se diría que lagrandeza de esta panoplia existencial puede medirse porel grado de rechazo sufrido en la época como tambiénpor el menor énfasis que sobre estas cuestiones poníanotras doctrinas políticas.

Tanto en su actuación pública, en la puesta en locuciónconversacional de ciertos temas escabrosos o tabú, comoen la propaganda escrita de sus ideas, los anarquistas nuncase refugiaron en retóricas de la conveniencia o en estrate-gias “maquiavelistas” o coyunturalistas, aun cuando lasconsecuencias de tales acciones y opiniones fueran costo-sas, o incluso letales a su inmediata supervivencia políti-ca. En suma, nunca mintieron acerca de quiénes eran yqué querían. Los tejemanejes, hipocresías, disfraces y “ope-raciones” a las que con tanto fervor recurrirían liberales ycomunistas durante la Guerra Fría les eran por completoajenos. La sinceridad política era una de sus “obligacio-nes identitarias”, condición derivada de su intransigenciaen relación con las ideas (lo que no los volvía necesaria-mente principistas) y de sustentar una firme adecuaciónentre conducta y creencia enunciada. Esto explica por quésolían identificarse a sí mismos como “anarquistas” cuan-do eran llevados a tribunales. También permite identifi-car un centro de gravedad de su drama político: la abso-

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luta responsabilidad con las propias convicciones les res-taba “eficacia” (si se la define desde un punto de vista“técnico”) y audibilidad, aunque les concedía el raro pres-tigio de disponer de un “exceso de razón”. Decir la ver-dad siempre es costoso, pero en su caso era imprescindi-ble: combatir la arbitrariedad de los gobiernos, denunciarel maltrato de patrones y “cosacos”, registrar y testimo-niar la persecución a sindicatos y protestas populares. Estas“verdades excesivas” encajaban golpes proporcionales.Los asesinatos políticos de organizadores anarquistas desindicatos fueron comunes en la España de 1920 y en todaLatinoamérica. De la Argentina se los deportaba (Ley deResidencia de 1902), de Brasil se los expulsaba como “in-deseables”, o recibían largas condenas cumplidas en pe-nales espectrales e inhóspitos (en Tierra del Fuego, en laselva amazónica, cerca de las Guayanas), confinamientosen Siberia o en islotes italianos, o en las posesiones colo-niales españolas y portuguesas en África, o en la Papúa-Nueva Guinea francesa. Y también el servicio militar de“asociales” cumplido en durísimas “compañías de disci-plina” (en Italia, luego de la Guerra de Libia). Súmese aello las cíclicas prohibiciones de actividades y la destruc-ción de imprentas, archivos y locales de periódicos. Porcierto, las cárceles resultaban ser maletas herméticamentecerradas, pero con doble fondo: se transformaban en es-pacios de concientización de los otros presos “sociales”.Y las prohibiciones no eran más que molestias al paso,gajes del oficio. No solamente porque el derecho a la pu-blicación de sus “zamizdats” se los daban ellos mismos,sino porque en el terreno de la clandestinidad losanarquistas eran baqueanos. Por lo demás, ningún anar-quista tenía el día comprado. Se diría que vivían en liber-tad condicional. La sinceridad política se extendía a otrosámbitos de la actividad, particularmente respecto del ma-nejo del dinero, tema con el cual se mantenía una estricta

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escrupulosidad. Los registros contables de los sindicatosanarquistas eran perfectos. No pocos historiadores de laGuerra Civil Española han podido reconstruir movimien-tos de dinero a partir de los registros de la ConfederaciónNacional del Trabajo. La condición de ilegalidad no ex-ceptuaba a los militantes de esta “honestidad financiera”,incluso en los casos límite, muy debatidos entre ellos, delos “expropiadores” y los “falsificadores de dinero”. Lo“recaudado” no podía disponerse para uso personal; per-tenecía al pueblo o eran fondos a ser donados para activi-dades culturales u organizativas. Ésas eran las reglas desu jurisprudencia, que se extendían a los problemas ideo-lógicos o relacionales entre compañeros, para los cualesse habilitaban, de ser preciso, “tribunales de honor”.Anarcosindicalistas, expropiadores, guerrilleros antifran-quistas, anarcoindividualistas, combatientes junto al ma-quis, partisanos, regicidas, “mujeres libres” en España,crotos, “wooblies”, foristas, “ceneteros”, organizadoresde huelgas contra la United Fruit Company, y decenas deotras mutaciones, todos ellos trataron, en lo posible, devivir y morir en su ley.

Su “ley”: ¿en qué medida los anarquistas no experi-mentaron una tensión espiritual entre el esfuerzo por“mejorar” el alma y la insondable turbulencia espiritualque se vierte en ímpetus violentos? Probablemente. Susacciones fueron muchas veces sangrientas e insensatas;otras veces sacrificadas y dignificantes. Fueron seres deextremos. Así como la historia del capitalismo moderno yde la sociedad industrial es inescindible del surgimientodel sindicalismo, así también el anarquismo es incompren-sible sin su antípoda, la jerarquía. El anarquista y el mo-narca siempre se midieron entre sí, como capas geológicasque no se confunden aunque se reconocen y se estudianmutuamente, como cérvidos que eventualmente se enfren-tan en campos de lidia. Pero esa misma tensión nutre la

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tendencia a asilarse centrípetamente en las propias ideas yprácticas culturales como también convoca complejas re-laciones osmóticas entre el “alma anarquista” y el “almaburguesa”, vínculos que deben analizarse a través de losprocesos metamorfóticos que su mutua pugna produce enla frontera en disputa.

Durante el tiempo en que el anarquismo desplegó unainfluencia nítida sobre la acción sindical, sobre las sensi-bilidades populares de zonas específicas de Occidente ysobre sectores de la opinión pública “ilustrada”, operócomo movilizador político y antropológico de un desor-den fértil y como hostigador de las fuerzas de la tradicióny el estatismo. Colaboraba, junto a otras ideas y sectorespolíticos, en la desorganización de la herencia política yespiritual del “ancien régime”. A la vez, el anarquismodifundió un modelo de personalidad libre, un ideal exi-gente cuyo logro histórico consistió en ejercer una pre-sión, una “curvatura”, sobre las creencias e institucionesmodernas, pero también sobre las apetencias de mayorautonomía individual y de más amplia libertad que yagerminaban en la imaginación social del siglo XX. En suma,su insistencia en que el Estado obstaculizaba la libre aso-ciación tanto como las capacidades creativas de los sereshumanos lo transformó en una suerte de símbolo antípo-da a la imaginación jerárquica. Pero su zigzagueante cir-culación en el mundo de las ideas y la distinta suerte queles tocó a sus intentos sediciosos no se explica únicamentepor el radical ángulo político que ocupó en la moderni-dad. También el anarquismo resultó ser el emergente pe-culiar de un nuevo tipo de relación social que enormessectores de la población occidental ya ansiaban y practi-caban, el gusto por la afinidad electiva. Por otro lado, entanto minoría demográfica sostenida en prácticas éticas(irreductibilidad de la conciencia, innegociabilidad de lasconvicciones, construcción de instituciones contrapotentes,

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despliegue de grupos de afinidad, rituales de autofor-mación específicos), las vidas anarquistas en sí mismas,que siempre bascularon entre el color tenebroso y el auralírica, constituyeron un modelo moral que atrajo intermi-tentemente a las energías refractarias de sucesivas oleadasde jóvenes. Comprender la fuerza de esta atracción no essencillo, y es de poca utilidad la explicación psicologista,a saber, que los jóvenes necesitan por un tiempo de unaestadía en el infierno o bien mantener intacto su sentidode la irrealidad hasta el momento de “sentar cabeza”. In-dudablemente, el adjetivo “revolucionario” le cabe al anar-quismo como un guante al puño, pero entre las facetasque admitía esta idea descuella la de “subversiónexistencial”. El anarquismo constituyó una respuesta sub-jetiva radical que movilizó el malestar social de su época.A lo largo del siglo XIX, la irritación social en relación conel hambre y la autocracia posibilitaron el despliegue demovimientos políticos y sindicales de oposición. El ham-bre se correspondió con la demanda de dignidad laboral yhumana, y el socialismo, el sindicalismo y el populismofueron sus portavoces. La autocracia se correspondió conel reclamo de mayores amplitudes civiles, y el liberalismo,el socialismo y el feminismo devinieron respuestas políti-cas. El anarquismo participó, a modo de tecla suelta, deeste abanico. Sin embargo, la cuestión de la “vida falsa”,propia de las torsiones vitales de la época burguesa, tam-bién se constituyó en un irritador difuso del malestar so-cial. La preocupación por la insinceridad relacional, eltedio, la “alienación vital” y la autocontención emocio-nal son temas que recorrieron a la modernidad, desde elromanticismo a las rebeliones existencialistas de los añossesenta del siglo XX. La insistencia de los anarquistas en lacuestión de la vida falsa y sus propias vidas facetadas comoejemplos morales quizás expliquen por qué la sensibili-dad refractaria se acopló más dúctilmente al anarquismo,

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o a sus variantes laterales o paralelas, que a otros movi-mientos de ideas; y también es la causa de su extraña su-pervivencia actual, una vez que sus otrora potentes sindi-catos y sus participaciones revolucionarias pasaron a serpoco menos que partes históricos para el mundo acadé-mico que se interesa aún en este tipo de herejías políticas.Esa supervivencia no equivale al rebrote del yuyo en eljardín bien ordenado, sino al sarpullido somático en uncuerpo que ha sido una y otra vez persuadido de doblar lacerviz o de descargar sus malestares en espacios previa-mente delimitados al efecto. En tanto y en cuanto perdureel malestar, el anarquismo podrá resurgir como retornode lo que ha sido mal reprimido. El demonio rojo y eljudío errante han sido los emblemas grabados a fuego enla historia anarquista. También lo han sido el Ave Fénix yLázaro redivivo.

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GASTRONOMÍA Y ANARQUISMO

RESTOS DE VIAJES A LA PATAGONIA

LAS EXPEDICIONES

Cuatro son los puntos cardinales y cuatro los hombressignificativos que ingresaron en la Patagonia a fines delsiglo pasado. Por el Norte, el general Julio Argentino Rocaal mando de un ejército; por el Sur, el anarquista ErricoMalatesta junto a otros cuatro compañeros de ideas; porel Este, doscientos emigrantes galeses liderados por LewisJones, que arribaron en un buque llamado Mimosa, un“Mayflower” para la región del Chubut, en busca de unanueva vida; y por el Oeste, a través de tierras araucanas,el francés Orllie Antoine de Tounens, hidalgo arruinadoque pretendía un cetro y una corona. La Patagonia fueinvadida por un militar, que sería próximo presidente dela Argentina; por un rey de opereta; por un anarquistafugitivo del gobierno italiano; y por unos colonos cuyolíder creía en un vago ideario socialista de índole fabiano.Cada uno de ellos tenía en mente un modelo de organiza-ción colectiva: la Comunidad corresponde a los colonos;el Imperio al autoasumido rey de Araucanía y Patagonia;el Estado-nación al general Roca, y al fin la RevoluciónMundial a los anarquistas. Cada una de estas expedicio-nes patagónicas dejó tras de sí restos históricos,emblemáticos, espirituales, e incluso gastronómicos, que,a excepción de la crónica de la incursión estatal-militar,fueron disolviéndose en el olvido, y resultan ser, para losargentinos de hoy en día, vaporosos; a lo sumo, anécdo-tas. Esos vestigios están enterrados a ras de tierra: sobre-viven débilmente en las leyendas populares de la región o

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en los rumores excéntricos que de vez en cuando alguienrememora. Es justo: el Estado se ocupa de promover lasgestas unificadoras del territorio y de incrustarlas en losprogramas curriculares difundidos en escuelas y universi-dades. Los demás sólo pueden aspirar a la piedad históri-ca que se transmite de boca en boca, cuencas carnales queamparan la historia social de un pueblo. En ocasiones,una sola persona en el mundo recuerda lo sucedido.

A mediados del siglo XIX la Patagonia era sinónimo deterritorio desconocido, gigante, semidespoblado y nuncamensurado. Era el mundo exclusivo de los Tehuelches yMapuches. Y aún circulaban leyendas improbables sobrela existencia de El Dorado, la ciudad forrada en oro quebuscaron afanosamente los conquistadores españoles.Lejos de su larguísima línea costera, en donde de vez envez se detenían exploradores, balleneros o abastecedoresde los escasos puertos allí establecidos, el desiertopatagónico era tierra de nadie, es decir, de indígenas. Era“La Tierra”, tal como la llamaban los Mapuches, sus po-bladores primigenios. Sólo algunos pioneros y los eternostraperos que comerciaban con los indios conocían los sen-deros interiores. El auténtico gobernante de la Patagoniaen el siglo XIX era el viento, cuyas borrascas fogosas al-canzaban, en su momento de esplendor, los ciento veintekilómetros por hora. Al terminar el día, el silencio trans-parente y la noche austral, valvas simétricas, se fundíansuavemente. Patagonia era una palabra escrita en un mapavacío, al cual los gobernantes argentinos recientementeliberados de su larga guerra civil vigilaban ansiosa ycodiciosamente desde Buenos Aires, preocupados por lasposibles reclamaciones chilenas o europeas.

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COLONOS Y SOLDADOS

Algunos galeses huían de la intolerancia religiosa; delos ingleses, todos. En 1865 los colonos desembarcaronen el Golfo Nuevo y se internaron por el valle del ríoChubut. Lucharon contra los elementos y fundaron pue-blos a lo largo de la ribera: Madryn, Rawson, Gaiman,Trevelyn. Durante años, sus vecinos habituales no seríanlos argentinos sino los indios Tehuelches, quienes,pedigüeños ocasionales, les reclamaban comida y todo tipode utensilios. El intercambio se hacía en lenguajesintraducibles en Buenos Aires: en galés y en tehuelche. Apoco de llegar murió el primero de los colonos y fue ente-rrado en un cementerio consagrado, atrás de la capillaprotestante. Fue entonces cuando la ciudad de losinmigrantes dio una vuelta de campana sobre sí misma.Ese cementerio, ya colmado, fue clausurado en la décadade 1930. Aun así, el último de los emigrantes originariossería enterrado en ese primer camposanto, reabierto ex-clusivamente para este último de los primeros. Lentamen-te, los galeses se acriollaron y al tiempo el valle del ríoChubut comenzó a ser compartido con otras corrientesmigratorias, incluyendo argentinos.

Años después, en 1878, el gobierno argentino comen-zaría la ocupación final de la Patagonia mediante un mo-vimiento militar de pinzas al cual se llamó oficialmente la“Conquista del Desierto”, es decir, la subordinación desus dueños originales al Estado argentino. Para acabarcon el “problema del indio” se enviaron tropas al mandodel ministro de Guerra Julio A. Roca, cuya misión consis-tía en traspasar la línea de frontera establecida décadasantes y sembrada de fortines, a fin de derrotar de formadrástica y definitiva a las tribus Ranqueles, Pehuenches,Pampas, Mapuches y Huiliches. Eran 6.000 soldados or-ganizados en cinco divisiones de ejército contra 2.000

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combatientes indígenas dispersos. Eran fusiles y telégra-fos contra lanzas y boleadoras. Cuando el 25 de mayo de1879 el impulso beligerante de ese ejército ya había deja-do tierra arrasada detrás de sí y había terminado con elpoder del último “capitanejo” indígena, el general Rocada por finalizada la expedición al llegar a los márgenesdel río Negro. Habían muerto 1.300 indios, se habíanhecho 10.500 prisioneros, y 55 millones de hectáreas ha-bían sido incorporados al mapa argentino. Poco después,en esos territorios se fundó una ciudad que hasta el día dehoy mantiene su origen toponímico militar: Fuerte Gene-ral Roca. El destino posterior del comandante sería la po-lítica, de la cual se transformó en el “gran árbitro” duran-te las décadas siguientes. Militar, político, siempre seríaun “Hombre de Estado”. Aun así, la ocupación definitivade la Patagonia llevaría diez años más de escaramuzascon indígenas localizados más al sur.

EL REY

Dos décadas antes, por el Oeste, desde Chile, un hom-bre solitario que sueña con imperios cruza la Cordillerade Los Andes. Tiene treinta y cinco años. Había sido pro-curador en Périgueux y ávido lector de libros de geografíay de viajes. El esfuerzo rutinario sin provecho alguno sedecantó a favor de un periplo por Sudamérica para tentarsuerte y conquistar tierras. En 1858 desembarca en el puer-to de Coquimbo, Chile. Durante los siguientes dos años,y aun antes de pisar los territorios donde los araucanosvivían ajenos a los designios del gobierno chileno, ya sehabía pertrechado de una bandera, un escudo y una cons-titución para su futuro reinado. En 1860, junto a dos co-merciantes franceses que solían traficar baratijas y vicioscon los indios, y a los que había prometido elevar al ran-

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go de ministros, se interna en la Araucanía. Lentamente,a lomo de mula, arribó a la tierra que se había prometidoa sí mismo. El 17 de noviembre de 1860, apenas conse-guido un tímido y ambiguo apoyo de los caciques indíge-nas, Orllie Antoine emite un decreto proclamándose a símismo rey de Araucanía. Acto seguido, envía una comu-nicación postal dirigida al presidente de Chile, ManuelMontt, anunciándole la buena nueva; noticia que el go-bierno chileno decidió ignorar por completo. Un rey sinejército no supone un problema, por más que el primernúmero romano haya sustituido al apellido Tounens. Tresdías después, con otro decreto, anexa a la Patagonia ar-gentina entera a su reino, al cual bautiza con el nombrede “Nouvelle France”. La primera aventura araucana deOrllie Antoine finaliza abruptamente en enero de 1862,cuando es atrapado por un destacamento militar, luegode ser traicionado por sus guías y lenguaraces chilenos.Para entonces, el gobierno del nuevo presidente José Joa-quín Pérez estaba medianamente alarmado ante la posibi-lidad de una sedición indígena soliviantada y liderada porun maniático francés. Dos años de arengas a los indios yde solitario reinado se desgranaron en una prisión chile-na, donde permanece por nueve meses. Es juzgado, y con-denado a ser recluido en la Casa de Orates de Santiago deChile, humillación de la que fue salvado por la oportunaintervención del cónsul de Francia en Valparaíso, que lo-gró repatriarlo a París. Había sido destronado.

En el “destierro” francés, que dura de 1862 a 1869, sevolverá objeto de mofa; una “curiosidad”. Pero el hom-bre es incansable. Publica un periódico, lanza un mani-fiesto, fatiga al senado francés con una petición tras otra.En 1869 desembarca nuevamente en San Antonio, costaargentina de la Patagonia, y atravesando las pampas des-emboca entre las tribus araucanas de Chile. Uno de susacompañantes se llamaba Eleuterio Mendoza, que bien

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merecería ser el nombre de un anarquista. Perseguido porel ejército chileno, vuelve a cruzar la cordillera en sentidoinverso y llega al puerto de Bahía Blanca, casi el mismolugar donde había iniciado la reconquista de sus territo-rios. Era julio de 1871. Embarca a Buenos Aires, donde esentrevistado por varios periódicos. La Tribuna, que seríael órgano político del “roquismo”, se sorprende irónica-mente de que el gobierno argentino “no le haya hecho larecepción debida a su alto rango”. En abril de 1874 in-tenta por tercera vez llegar hasta sus súbditos. Desde Bue-nos Aires y en el barco Pampita viaja a Bahía Blanca, dondees reconocido, detenido y expelido rápidamente a Fran-cia. De allí en adelante vivirá en una corte de mentira,rodeado de ministros sin poder y de aventureros variosque inauguraban las sesiones de la corte cantando el Him-no del Imperio a voz en cuello. Otorgaba títulos de noble-za y vendía monedas acuñadas de un reino inexistente, devalor únicamente numismático, pues ni siquiera en su fal-sa corte eran aceptadas como medio de pago. Curioso:mientras compartió las rutas de los mapuches sólo el anti-guo método del trueque le permitió sobrevivir. Al fin, aco-sado por sus acreedores, se refugió en la región deDordoña, donde se ganó el pan de cada día con el oficiode lamparero público en el municipio de Tourtoirac. Y asíhasta el 19 de septiembre de 1878, cuando el rey de laAraucanía y la Patagonia fue llamado a visitar un reinosuperior.

EL ANARQUISTA

Errico Malatesta había nacido un 14 de diciembre de1853 en Santa Maria Capua Vetere, una ciudad presidiaria.Sus padres eran modestos terratenientes, de ideas libera-les. Cuando Malatesta tenía catorce años escribió una

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carta, insolente y amenazadora, dirigida al rey VittorioEmmanuele II. La policía se tomó la correspondencia muyen serio: fue arrestado y apenas logró salvar la ropa. Elpronóstico del padre no fue alentador: “Pobre hijo, mesabe mal decírtelo, pero a este paso acabarás en la hor-ca”. Luego de enterarse de la insurrección de París, en1871, adhiere a las ideas de la Internacional, y con dieci-siete años viaja a Suiza a fin de conocer al patriarca MijailBakunin. De allí en adelante, se transformó en uno de losrevolucionarios más famosos de su tiempo. Editó el pe-riódico La Questione Sociale, primero en Florencia, entre1883 y 1884, luego en Buenos Aires, en el año transcurri-do entre 1885 y 1886, y al fin en Nueva Jersey, de 1899 a1900. Organizó grupos de compañeros, fundó sindicatos,editó publicaciones, lideró revueltas, escribió algunos li-bros breves, y sobre todo procuró unir a la “familia anar-quista” y salvarla de sus tendencias centrífugas. Con eltiempo editaría también los periódicos L’Associazione,L’Agitazione, Volontà, Umanità Nova y Pensiero eVolontà. Pasó treinta y cinco años de su vida en el exilio,difundiendo “la idea” por España, Francia, Suiza, Ingla-terra, Portugal, Egipto, Rumania, Austria-Hungría, Bél-gica, Holanda, Estados Unidos, Cuba y la Argentina. En1874 fue encerrado en la cárcel, por primera vez, luego deliderar una insurrección en Apulia. Tres años después, almando de una banda de anarquistas, Malatesta ocupó laaldea de Letino, donde, en presencia de los campesinos,destituye al rey Vittorio Emmanuele y ordena quemar losregistros fiscales de la región. La bandada anarquista sedirigió luego al pueblo de Gallo, donde rompieron la me-dida con la que se ponderaba el impuesto en harina. Nue-vamente es llevado a juicio y condenado a tres años deprisión, de los que cumple solamente uno. Más adelantepasaría muchas temporadas en la mazmorra. Cuando yase había hecho un nombre en los ambientes anarquistas,

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logra sortear una orden de detención cursada en Florenciaintroduciéndose en un barco, oculto en una caja que tam-bién contenía una máquina de coser. Llegaría a la Argen-tina munido del pasaporte de polizón, junto a otros cua-tro camaradas. Era el año 1885. En Buenos Aires se conectacon anarquistas italianos nucleados alrededor del CírculoComunista Anárquico, y casi inmediatamente reinicia lapublicación de La Questione Sociale, que se repartía gra-tuitamente y de la cual se editaron catorce números. Enesta ciudad trabajó primeramente como mecánico electri-cista en el taller de su compañero Francesco Natta, y lue-go en la elaboración de vinos. Permanecería en Argentinahasta 1889. Durante toda su vida, cuya mitad transcurrióen cárceles, exilios y confinamientos domiciliarios,Malatesta se destacó por su sentido práctico y su capaci-dad organizativa y publicística. Nunca fue un soñador:siempre creyó que la voluntad humana era más importan-te que la “inevitabilidad histórica” de la revolución y queninguna acuñación utópica podía sustituir al análisis pre-ciso de las coyunturas históricas.

Y sin embargo, también él se internó en la Patagonia.

GEOGRAFÍA ESPIRITUAL

Brújulas, teodolitos y mapas son imprescindibles paracartógrafos y exploradores; también para propietarios detierras y gobernantes. No obstante, la tierra también hasido hollada por caravanas nómades, expediciones perdi-das, errancias, diásporas, odiseas y éxodos. El espacio fí-sico no es un dato material constante; por el contrario, esla arcilla hendida y modificada continuamente por las le-yes humanas del espaciamiento, en cuya jurisdicción ri-gen el esfuerzo y la imaginación tanto como la suerte y lareticencia de la naturaleza. En la conjunción de estas cua-

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tro condiciones se abren paso las expediciones de hom-bres solos o de tropas organizadas. Así como algunos adi-vinan el destino sobre un portulano otros avistan el de-rrotero en manifiestos o en los rumores que son soltadosen las ciudades. Entre los hombres y las regiones han deexistir secretas correspondencias a las que el cartógrafoharía bien en atender: son los paralelos y meridianos deun atlas espiritual. El aire de familia entre humanos y te-rritorios pertenece al orden de los elementos cuya corres-pondencia puede elevarse a rango de principio cosmo-gónico. A esa correspondencia “cartográfica” podemosllamarla “geografía espiritual”, una ciencia que, sin rene-gar de la historia o la economía, hace evidentes los pasosperdidos, los senderos olvidados, las rutas desusadas, ysobre todo, permite hacer intersectar los atlas imagina-rios (literarios, utópicos, legendarios) y los dramas bio-gráficos. La imaginación se superpone e imprime sobre lamateria: sirva de ejemplo la toponimia patagónica, queexpone la desbordante creatividad lingüística de explora-dores y pioneros: el humor y el delirio se unen al santoraly la simbología estatal. Inútil consultar los mapas de lageografía espiritual en busca de “energías cósmicas” uhorizontes turísticos novedosos, pues en ellos sólo resaltala materia emocional que un historiador atento deberíarescatar de los escombros, documentos y relatos orales.El buen cartógrafo aprende a desconfiar de las medicio-nes precisas, pues a cada espacio físico corresponde unatlas simbólico. La geografía paralela es la psiquis de lacartografía y también la “anímica” de las naciones.

Ciertas extensiones del planeta están filiadas entre sí,por guardar recodos, entradas y paisajes que ningún hom-bre ha visto aún. Sin embargo, no son los primeros hom-bres los enemigos de las tierras vírgenes. El exploradorsiempre ha sido un “adelantado del verbo”: nombra losríos, clasifica la flora y bautiza los confines; pero el agri-

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mensor, notario estatal, mide, calcula y diagrama el terre-no. No obstante, los misántropos, aventureros y répro-bos, llegan antes. La Patagonia, incluso hasta nuestros días,carece de historia; sólo dispone de historias, a las que elsistema pedagógico nacional soslaya prolijamente y quesólo pueden ser rescatadas de los rumores que el viento sellevó. La de Malatesta es una de tantas. Las dimensionesde la cartografía poblada de “historias” deben proyectarsea escala humana, tomando en consideración el modo enque la geografía actuó sobre el destino de los que allíincursionaron, no en tanto condición topográfica o eco-nómica, sino como activadora de tareas o como resolutorade fuerzas anímicas en tensión. El drama personal y elmedio ambiente donde es puesto en obra conforman lasdos piernas del compás que traza los arcos espirituales deesta geografía paralela. Hombres como Malatesta, OrllieAntoine o los colonos galeses, querían confirmar que enlas grandes extensiones hay libertad. No una libertad me-tafísica. Aquí hay que inventariar a beneficio de inventa-rio la geometría defectuosa: falta catastro, frontera, hi-tos, plaza fuerte, señalización. Pero a la libertad geográficaperfecta, que es polar, la naturaleza no le es propicia. Pro-mover el lirismo de la libertad expedicionaria o la nostal-gia de los pioneros y otros hombres de frontera resultainconducente, pues si estos ejemplos sirven de algo, es parapensar al impulso centrípeto de los últimos cien años, esdecir la creciente mengua de la capacidad humana paraanhelar e imaginar libertades.

ORO Y ANARQUÍA

El alambrado de púa y los decretos de creación de ad-ministraciones son las consecuencias forzosas delpoblamiento pionero y desordenado de un territorio.

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Mucho más tarde, se explotan las riquezas “naturales”de la región. Pero este tipo de soledades, antes de ingre-sar en los relevamientos estadísticos y en los mapas fis-cales de un país, sólo ofrecían una riqueza, a la que des-de antiguo acuden enjambres de desfavorecidos por larueda de la fortuna. Aún más que el hambre o que labúsqueda de “oportunidades”, más todavía que el éxo-do causado por la guerra civil o la persecución religiosa,han sido los metales los que desde antiguo han regidosobre las migraciones humanas. Una historia delnomadismo expondría un mapa de los desplazamientosde herreros y metalúrgicos desde la Edad del Hierro enadelante. En el norte del Canadá como en el sur de laArgentina el oro hibernó durante siglos, pero quien bus-ca la Ciudad de los Césares tarde o temprano encuentrasus ruinas detríticas. De todas maneras, la historia de lasgrandes ciudades que han crecido al amparo de una solaexplotación es la misma historia de las efímeras fiebresdel oro. Ciudades que se erigen, declinan, caen en el aban-dono y son olvidadas. Samarcanda, Petra, Tombuctú,Potosí, Nantuckett, Iquique, Manaos. Pueblos campa-mento, pueblos factoría, pueblos fantasma.

En 1882 unos colonos galeses habían descubierto oroen un lugar cercano al río Chubut, en el valle del Tecka.La noticia llega meses después a Buenos Aires. En Chubutsólo se había encontrado, en verdad, una sustancia llama-da pirita, metal rutilante aunque sin valor alguno, el asíllamado “oro de los tontos”. Expuesto el fraude con cele-ridad, nadie tuvo tiempo para organizar una estampidade aventureros hacia la Patagonia, pero mucha gente parólas orejas. Cuatro años después, en 1886, se anunció queen el Cabo Vírgenes (actual provincia de Santa Cruz, en-tonces Territorio Nacional de la Patagonia), mucho másal sur, había oro en cantidad aceptable. Malatesta, anar-quista prófugo, se entusiasma con la noticia y junto a tres

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compinches1 construye soviets en el aire. Oro: en pos deeste palíndromo viajó Errico Malatesta al extremo sur dela Patagonia. ¿Qué hacían cuatro anarquistas escarbandoen ese desierto? Malatesta había liderado un par de re-vueltas fracasadas en Italia que, previa destrucción de nó-minas fiscales y símbolos municipales, lo forzaron a huiral destierro. En Buenos Aires, al comienzo, había intenta-do estimular la acción gremial con pobres resultados. Eraaún un hombre joven que hablaba deficientemente el cas-tellano y que estaba varado en este puerto lejano; y sien-do desaconsejable todavía el retorno a Europa, habrá con-siderado que no perdía nada intentando encontrar supeculiar El Dorado y con el honesto fin de financiar unaimponente revolución mundial con lingotes patagónicos.La imaginación de los revolucionarios suele impulsarloshacia espléndidas auroras tanto como al disparate y lacatástrofe. Las aventuras auríferas del siglo XIX cobijarona numerosos utopistas y carbonarios: a la fiebre del orode California acudieron no pocos fugitivos de la frustra-da revolución francesa de 1848. Pero la fiebre del oro delos anarquistas italianos duraría lo que un santiamén: laexpedición terminó en un callejón sin salida. Los distritosauríferos estaban mayormente bajo el control de una com-pañía explotadora, por la noche la temperatura descen-día a 14° bajo cero, había poca esperanza de hallar otrazona de buen rendimiento y llegó el momento en que losrevolucionarios se hartaron de sobrevivir dando caza alas nutrias de mar. Siete meses después de su llegada, enmedio del invierno, los anarquistas deciden abandonar lazona luego de aventuras nada promisorias: casi muerende hambre y debieron ser rescatados por un barco en cali-dad de náufragos y desembarcados en el pueblo de Car-men de Patagones, ya en la provincia de Buenos Aires.

1 Galileo Palla, Cesare Agostinelli y otro más apellidado Meniconi.

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Una vez en la ciudad de Buenos Aires, Malatesta se dedi-ca a actividades propagandísticas, y otro de los fallidosprospectores mineros, Galileo Palla, a falsificar dinero.Esos meses pasados en el sur constituyeron un excéntricoepisodio en la vida del por lo demás bastante sensato re-volucionario. Cuando Malatesta, medio muerto de ham-bre, vuelve a Buenos Aires, da conferencias en italiano enla Librería Internationale de E. Piette, en el Círculo Obre-ro de Estudios Sociales y en el salón de actos del ClubVorwärts. En 1887 ayuda a organizar el primer sindicatoargentino moderno: la Sociedad de Resistencia de losObreros Panaderos2, a la cual le redacta sus estatutos. En1888 participaría en la primera huelga de panaderos delpaís, que duró diez días y acabó en triunfo. Un año des-pués, parte a Europa, donde más adelante lideraría elmovimiento anarquista italiano, luego de sufrir inconta-bles días de cárcel en muchos países. Cuando murió, en1932, hacia años que sufría arresto domiciliario impues-to por Mussolini.

LA FIEBRE

A veces, la geografía gasta bromas pesadas a los estadis-tas: el oro del Yukon se halla a escasos kilómetros de Alaska,territorio norteamericano. Pero siempre hay compensaciónpara los poderosos: décadas después se descubrió oro ne-gro en Alaska. Y antes aún, los rusos se habían alzado conla carne de la ballena y con las pieles de los grandes roedo-res y cérvidos. En cambio, al populacho, a los juntapuchos

2 Existía un sindicato de tipógrafos desde la década de 1870,aunque organizado según modalidades más clásicas, a la manerade las organizaciones gremiales que brindaban ayuda mutua yformación profesional.

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y a los parias sólo les resta recurrir a la apuesta y a la ilu-sión. No pocas veces ello acaba en desvarío: oro y fiebreson siameses inseparables. La quimera del oro, película delcomunista Charles Chaplin sobre el rush del oro del Yukon,y el libro del anarquista B. Traven (Rett Marut) El tesorode la Sierra Madre, del cual John Houston dirigió su ver-sión, son dos indagaciones desoladoras sobre el delirio pro-vocado por esa droga en polvo. Muchos de lo que peregri-naron al Yukon murieron de hambre durante la travesíahacia el norte helado, y los que allí se quedaron debieronretornar al antiguo oficio de la caza y el comercio de pieles.En la Patagonia, el oro apenas alcanzaba para sobrevivir yextraerlo costaba un trabajo extenuante. Pero incluso elmetal hallado en las zonas auríferas es oro de tontos, puesen la historia centenaria de las estampidas muy pocos sehicieron verdaderamente ricos. La mayoría sólo encontra-ba las pepitas suficientes para subsistir ociosos por unosdías. Luego, era preciso volver a trajinar las aguas del río.En el único lugar de la Patagonia donde se encontró oro araudales fue en la isla de Tierra del Fuego. De allí, en ladécada de los 80, el extravagante rumano Julius Popperextrajo una buena cantidad, dispuso de un pequeño ejérci-to propio y emitió moneda y estampilla hasta que su muer-te prematura le evitó las escaramuzas de rigor con el go-bierno argentino. En Santa Cruz el único filón seguro creceen el ganado ovino. Pero el vellocino no es de oro.

Y sin embargo, y a fin de cuentas, en los hornos de panla masa de harina se vuelve dorada.

EN LA LETRA DE MOLDE

Cada una de las expediciones tuvo su cronista. Al ge-neral Roca le corresponde toda la historia oficial, y enparticular los partes de guerra de la campaña militar en-

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viados a Buenos Aires. Su partido político editará un pe-riódico, La Tribuna. Al día de hoy, el nombre de Roca serepite en todas las bocacalles de una de las más importan-tes diagonales de la ciudad de Buenos Aires y su rostroilustra el billete de 100 pesos, la más alta denominaciónmonetaria argentina. No debería sorprender: la toponimiadel territorio tanto como la estatuaria urbana y la efigiegráfica obligatoria son prerrogativas estatales. Pero lamonetaria, al menos, constituirá una gloria efímera: en laArgentina la inflación suele devorar el valor de la monedacon mucha celeridad.

Malatesta dejó un breve testimonio3 y más tarde su bió-grafo, Luigi Fabbri, contará la aventura aurífera en uncapítulo de su biografía del revolucionario italiano4. Elrey Orllie Antoine I se vio obligado a ser su propio nota-rio de actas, engrandeciendo los hechos de su fiasco impe-rial en francés y en un libro titulado Orllie Antoine I, roid’Araucanie et de Patagonie. Son avènement au trône.Relation écrite par lui même5. Cincuenta años más tarde,el estanciero Armando Braun Menéndez sería el primeroen recuperar y ajustar la historia esperpéntica del rey, yalguien filmaría una película6. En el tiempo transcurrido

3 Fue publicado a modo de prólogo del libro de Max Nettlau,Errico Malatesta. La vida de un anarquista. Buenos Aires,Ediciones La Protesta, 1923.

4 Malatesta. Buenos Aires, 1954.5 Publicado en París en 1863. Antes de morir volvería a intentar

un alegato a favor de su reino, Araucanie, publicado en Burdeosen 1878.

6 El reino de Araucanía y Patagonia. Emecé Editores, colección“Buen Aire”, Buenos Aires, 1936. Curioso que Braun Menén-dez, miembro de una de las tres familias más ricas de laPatagonia, contara la historia del rey menesteroso. La películase llamó La película del rey, fue estrenada en 1986, y dirigida porCarlos Sorín, con guión suyo y de Jorge Goldemberg.

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entre su primer retorno obligado a Francia y su segundoviaje a Patagonia, Orllie Antoine publicó intermitentemen-te un periódico en Marsella destinado a defender su cau-sa, La Corona de Acero, que resultaba ser una especie deboletín oficial de un reino inexistente. Lewis Jones, engalés, escribió la historia de los colonos, Una Nueva Ga-les en América del Sud, traducida al castellano en la déca-da de 1960. Pero antes, fundaría el periódico I Dravod(“La Verdad”), editado en lengua galesa en el Chubut,crónica diaria de la experiencia de los colonos.

Cuando las biografías, los periódicos facciosos y lostestimonios ya han sido olvidados, todavía subsisten lasleyendas en otros estilos y formatos. Se sabe que en lasmesas de los bares circula un anecdotario curioso sobrepersonajes y eventos apenas conocidos. Todo eso acabaen un “sociales del rumor” aunque, a veces, se transfor-ma también en papilla literaria, materia prima de escrito-res. Roberto Arlt debió haber escuchado la historia delfracaso de la expedición de Malatesta en algún bar porte-ño. Son conocidas sus simpatías por el acratismo.Malatesta, que en su madurez sería conocido como el“Lenin de Italia”, nunca se enteró de que su anécdota bio-gráfica sería integrada a la novela Los siete locos, proba-blemente transmutada bajo la forma de un personaje quese propone financiar la revolución mundial con una cade-na de prostíbulos.

TRAGEDIA

En 1921 la Patagonia sería el escenario de uno de losdramas más conocidos de la epopeya anarquista. Ese epi-sodio trágico le garantizó a la región su ingreso en el atlashistórico de la revolución. En aquellas huelgas y revueltassucedidas en el Territorio de Santa Cruz morirían más de

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mil trabajadores. Pero la Patagonia siempre ha convoca-do la imaginación libertaria. Osvaldo Bayer, cronista deaquellas gestas anarquistas de 1920 y 19217, reclamó en1996 la independencia de Patagonia8, propuesta que leganó la animadversión del Senado nacional, donde fueamenazado con ser declarado persona non grata. Pero bienpensado, es inevitable que encontremos anarquistas entodos los arrestos febriles de la historia. En la Fiebre delOro los había. La tierra prometida es siempre Terra Nova,pero los adelantados que allí llegan pronto descubren quesu paso ha ido demasiado rápido y los ha llevado dema-siado lejos y que ya es tarde como para volver sobre suspasos. Irónicamente, los anarquistas, cuando todavía eranpeligrosos, solían acabar en el presidio de Ushuaia, insti-tución que malafamó a Tierra del Fuego con el mote si-niestro de la “Siberia Argentina”, la Isla del Diablo fría9.

7 La Patagonia rebelde, cuatro tomos. Edición revisada y aumen-tada. Planeta, Buenos Aires, 1982-2000. La edición original sellamó Los vengadores de la Patagonia trágica, publicada en tresvolúmenes por Galerna, en Buenos Aires, 1972-1974, y cuyocuarto y último volumen fue editado, ya en el exilio de Bayer, enAlemania, en 1978. Del libro se hizo una versión fílmica en 1974,que sería prohibida por aquellos años, La Patagonia rebelde,dirigida por Héctor Olivera, con guión de Bayer y Olivera.

8 En una entrevista publicada en la efímera sección “Patagonia”del diario Página/12.

9 El presidio estuvo en funciones hasta fines de los años ‘50. Elanarquista más famoso allí confinado fue Simón Radowitzky,quien había ajusticiado en 1909 al jefe de Policía coronel RamónFalcón, y quien sería protagonista de dos fugas frustradas.Muchos otros anarquistas permanecieron años en el lugar. Perotambién estaba un preso enloquecido conocido como “El rey delas finanzas”, quien realizaba rocambolescas e imaginariasespeculaciones financieras que le hacían afluir a la celda millo-nes de dólares todos los días para diversión de los turistasocasionales. La historia del vía crucis de Radowitzky fue conta-da por Osvaldo Bayer en su libro Los anarquistas expropiadores

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SECUELAS

El 2 de abril de 1982 el ejército argentino inicióabruptamente la conquista de la única porción de suelopatagónico que cien años antes había quedado fuera desus posibilidades. Apenas comenzada la Guerra deMalvinas, la colectividad galesa del Chubut tomó inme-diato partido por la causa argentina. No fueron las tresgeneraciones nacidas en Patagonia la única causa quemotivó esa preferencia. Los galeses aún recordaban laantigua opresión de su tierra originaria a manos de losingleses, que incluso llegaron a prohibir el uso público denombres propios escritos en gaélico, condición que sólose recuperaría al pisar tierra argentina. A su vez, losanarquistas locales se constituyeron en uno de los poquí-simos grupos del arco de la izquierda local en manifestar-se en contra de la guerra. Por ese tiempo, en momentos enque la armada inglesa navegaba hacia el Atlántico sur, unpequeño buque se deslizó por el Canal de la Mancha endirección a las Islas del Canal, bajo soberanía inglesa. Porla madrugada, el heredero actual del reino de Araucanía yPatagonia, junto a un breve séquito, plantó la banderaimperial en la playa de la isla Guernsy. El rey en el exiliofrancés había decidido protestar contra el intento inglésde invadir sus “Illes Malouinas”, a las cuales considerabaun apéndice insular de su enorme aunque prohibido im-perio.

Mucho antes, y mientras Malatesta buscaba oro en laPatagonia, el presidente Julio Argentino Roca se dirigió

(Editorial Galerna, Buenos Aires, 1974; Editorial Planeta, Bue-nos Aires, 2003; Virus Editorial, Barcelona, 2004). Y la historiade la planificación de las dos fugas de Radowitzky, a cargo deMiguel Arcángel Roscigna, ha sido llevada recientemente apelícula, en Uruguay, en un documental titulado Ácratas.

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caminando, junto a todos sus ministros y la escolta mili-tar, hacia el Congreso de la Nación. Poco antes de entre-gar el mando a su concuñado Miguel Juárez Celman, seencaminaba a inaugurar el XXVI período de sesiones delParlamento argentino. Allí dirigiría el cíclico y tradicio-nal mensaje al país. Era el 10 de mayo de 1886. Por en-tonces el Congreso funcionaba en una mansión que habíapertenecido a la familia Balcarce y que luego sería la sededel Banco Hipotecario Nacional. Eran la tres de la tarde.En ese momento un anarquista llamado, paradójicamen-te, Ignacio Monjes, salió de la multitud y se abalanzó so-bre Roca, asestándole un golpe en la cara con una piedra.Mientras Roca cae al suelo, Carlos Pellegrini, su ministrode Guerra y futuro presidente, derriba al atacante. La he-rida era leve, y ya en el Congreso el ministro de SaludEduardo Wilde le practicó las primeras curaciones y levendó la herida. A pesar del desaliño ceremonial, Rocadirigió su mensaje al país. La escena fue inmortalizada enun cuadro que hasta el día de hoy puede contemplarse enel Salón de los Pasos Perdidos del Congreso. Ignacio Mon-jes pasaría diez años de su vida en la cárcel. Sesenta añosdespués, Laureano Riera Díaz, último dirigente anarquis-ta del Sindicato de Panaderos, una vez perdida la conduc-ción del gremio, viajó con varios compañeros de ideas ha-cia Barcelona. Era el año 1936 y en Cataluña no sólo lospanaderos eran anarquistas: la ciudad entera estaba or-namentada de banderas rojinegras.

GASTRONOMÍA

Quienes se internan en territorio desconocido han desobrellevar aún una prueba más, y una de las más básicas:la prueba del hambre. Demasiadas veces comer y sobrevi-vir se vuelven verbos homónimos. La comida, salvo en el

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caso del ejército organizado de Roca, no la tenían garan-tizada ni los pioneros, ni el rey sin corona, ni losanarquistas. De cada una de las cuatro expediciones a laPatagonia cabe destacar su deriva gastronómica, que alfin y al cabo sería la única duradera. De antiguos impe-rios y de lenguajes que alguna vez se hablaron en enormesextensiones hoy sólo restan ruinas e ininteligibles escritu-ras. Sin embargo, sus hábitos culinarios sobrevivieron enlas rutinas de la población, atravesando además reorgani-zaciones geopolíticas, cambios de dioses, de tecnologías yde alfabeto. La relación entre una cultura gastronómica yel territorio donde ella se despliega viene determinada porla cuota de animales y vegetales que en el momento de lacreación les fuera otorgada en suerte. También por la be-nignidad del clima y la voluntad de aprendizaje y meta-morfosis de un pueblo. Pero quienes están en marcha tam-bién lo están a merced de sus provisiones, de la bondad delos extraños, y de la suerte.

Indudablemente, los colonos galeses vivieron de lo queen Chubut sembraron y cosecharon, y sin duda tambiénOrllie Antoine y los anarquistas debieron verse obliga-dos, en algún momento de su travesía, a recurrir a la cazay la pesca, y han de haber saciado el hambre con un bifede guanaco o con una porción de “picana” de avestruz10.Sin embargo, todos ellos innovaron en materia de gastro-nomía. Artemio Gramajo, edecán de campaña del generalRoca en su incursión a la Patagonia, le inventó a su jefe elúnico plato auténticamente argentino: el “RevueltoGramajo”, bautizado a partir de su apellido. Mientras losdemás se veían obligados a masticar su ración diaria de

10 Son dos platos tradicionales de la región patagónica, aunquela caza del guanaco, camélido sudamericano, y del avestruz,con cuyo pecho se confecciona la picana, están actualmenteprohibidas.

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charqui, la carne seca con que se nutría a la soldadesca,Roca se relamía, dentro de lo que las circunstancias per-mitían, ante un plato superior. El Revuelto Gramajo, mez-cla de papas fritas, huevo, cebolla, ajo, jamón, arvejas yespecias es, hasta el día de hoy, un plato gustosamenteaceptado por los niños y adolescentes argentinos. Por suparte, la colonia galesa del Chubut transmite aún a la si-guiente generación la receta de la Torta Galesa. Original-mente vinculada con la fiesta de casamiento, la torta gale-sa, de consistencia dura y orlada interiormente de frutassecas, es una de las típicas ofrendas turísticas de la región.Cuando una pareja galesa se unía en matrimonio proba-ban apenas un trozo pequeño de la torta y guardaban elresto en una lata cerrada herméticamente, que era nueva-mente abierta en los siguientes aniversarios a modo deprueba confirmatoria de la fortaleza y duración del vín-culo amoroso. Es una dieta posible para enamorados, perodecididamente insuficiente para un rey.

Gustave Laviarde D’Alsena era el nombre de uno delos lugartenientes de Orllie Antoine I, y primo suyo ensegundo grado. Había sido designado como sucesor, y ala muerte del fundador de la dinastía asumió el cetro adop-tando el nombre de Aquiles I. Ya antes se arrogaba otrostítulos que le había conferido el rey de la Patagonia, el depríncipe de los Aucas y duque de Kialeú. A pesar de queotorgaba, y a granel, títulos nobiliarios de su imposiblereino de ultramar, Aquiles I jamás salió de París. En sudestierro parisino, alejado de las riquezas explotables desu reino, y mientras denunciaba continuamente la usur-pación de sus territorios a manos de los gobiernos de Chi-le y la Argentina, el nuevo monarca se vio obligado a ter-minar sus días como comensal a sueldo de Le Chat Noir,cabaret de moda en la década de 1890, donde oficiaba amanera de oso carolina, es decir, de número “sensacio-nal” para los clientes. Cuando murió, en 1902, ya llevaba

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un cuarto de siglo reinando sobre un mapa que sólo unasecta consultaba, y en cuyo centro estaba marcada“Mapú”, la aldea indígena que había sido elegida comociudad capital por su predecesor.

En 1889 Errico Malatesta abandona la Argentina, de-jando atrás el combativo sindicato que había ayudado aorganizar, el de panaderos. Pero las panaderías argenti-nas despachan también la repostería matinal que más ha-bitualmente desayunan los porteños, las “facturas”, degusto dulce y horneadas a partir de una mezcla de hari-na, levadura y manteca. Algunas de ellas son de origeneuropeo, pero en la Argentina adquirieron formas singu-lares y apodos sugerentemente blasfemos. Quizá la másconocida de ellas, la “media luna”, permita entender elsentido sarcástico de esos nombres. Cuando en 1529 Vienafue sitiada por largos meses por los ejércitos turcos, losreposteros locales, a fin de fortalecer el alicaído ánimode la población, se apropiaron del emblema de lossitiadores, la media luna musulmana que flameaba en lasbanderolas del campamento enemigo, y las moldearonen sus hornos de pan. Luego, el populacho se asomaba alas murallas de la ciudad y se mostraba ante los irritadossoldados turcos masticando su símbolo sagrado. Blasfe-mia y gastronomía. A su vez, estas muestras de reposte-ría argentina llevan por nombre “cañones”, “bombas”,“vigilantes”, “bolas de fraile”, “suspiros de monja” y “sa-cramentos”, para escarnio del ejército, la policía y la Igle-sia respectivamente11. ¿Habrá existido una secreta cons-piración de los oficiales panaderos de ideas anarquistaspara dar nombres blasfemos a las facturas? Cabe conje-turarlo: el vínculo entre palabra y comida parece haber

11 En algunos lugares de la Argentina existen facturas con nombresequivalentes. Por ejemplo, en la Provincia de Santa Fe, la“jesuita”.

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sido suturado con hilo de coser ideológico. El sindicatode panaderos fue conducido por dirigentes anarquistasdurante varias décadas.

Los usos gastronómicos que dejaron las cuatro expedi-ciones fueron resultado de la nostalgia (la tarta galesa), elfracaso (la viandada semanal en Le Chat Noir), la urgen-cia (el Revuelto Gramajo) y la voluntad de protesta (lasfacturas). Ahora ha pasado el tiempo y los habitantes delBuenos Aires de la actualidad ya no reconocen en los nom-bres de la repostería que suelen degustar por las mañanassu retintín inquietante, pues rara vez pensamos el vínculoentre nombre y forma, entre palabra y cosa, menos aún larelación entre origen político-lingüístico y costumbregastronómica. Las palabras suelen osificarse en el uso co-tidiano, y lo que en un tiempo fue escándalo hoy es ruti-na. Por su parte, el anarquismo argentino ha quedadoangostado a un mínimo caudal y su audibilidad políticaes muy escasa. Y sin embargo, cada vez que mordemosuna factura, el crujido de lo que en otros tiempos fue sar-casmo sedicioso popular rechina entre los dientes.

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MISTERIO Y JERARQUÍA

SOBRE LO INASIMILABLE DEL ANARQUISMO

UNO

En cada ciudad del mundo, por más pequeña que sea,hay al menos una persona que se reclama anarquista. Estasolitaria e insólita presencia debe ocultar un significadoque trasciende el orden de la política, del mismo modo enque la dispersión triunfante de las semillas no se resumeen mera lucha por la supervivencia de un linaje botánico.Quizá la evolución “anímica” de las especies políticas secorresponda con la sabiduría del asperjamiento seminalen la naturaleza. De igual manera, las ideas anarquistasnunca se orientaron según los métodos intensivos de la“plantación” ideológico-partidaria: se desperdigaron si-guiendo las ondulaciones inorgánicas de la hierba plebe-ya. Una doctrina construida a mediados del siglo XIX lo-gró extenderse a partir de una base bastante endeble, nomás que un puñado de personas implantadas en Suiza,Italia y España, hasta llegar a ser conocida en casi todolugar habitado de la tierra. Así las cosas, puede conside-rarse al anarquismo, luego de la evangelización cristianay la expansión capitalista, como la experiencia migratoriamás exitosa de la historia del mundo. Quizá sea éste elmotivo por el cual la palabra “anarquía”, antigua y reso-nante, aún está aquí, a pesar de los pronósticos agorerosque dieron por acabada a la historia libertaria. Mencio-nar al anarquismo supone una suerte de “milagro de lapalabra”, sonoridad lingüística casi equivalente a desper-tarnos vivos cada nuevo día. Que el ideal anarquista hayaaparecido en la historia también puede ser considerado

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un milagro, un don de la política, siendo la política, a suvez, donación de la imaginación humana. Sin duda, lapersistencia de aquella palabra se sustenta en su potenciacrítica, en la que habitan tanto el pánico como el consue-lo, derivados ambos del estilo “de garra” y del ansia deurgencia propios de los anarquistas: sus biografías siem-pre han adquirido el contorno de la brasa caliente. Pero laidea anarquista sobrevive también porque en las signifi-caciones que ella absorbe se condensa el malestar huma-no causado por la jerarquía. Sin embargo, para la mayo-ría de las personas, el anarquismo, como saber político ycomo proyecto comunitario, se ha ido transformando enun misterio. No necesariamente en algo desconocido oincognoscible, pero en algo semejante a un misterio. In-comprensible. Inaudible. Inaparente.

Nada hace suponer que la aparición histórica del anar-quismo en el siglo XIX fuera un acontecimiento necesario.Las ideologías obreristas, el socialismo, la socialdemocra-cia, eran frutos inevitables germinados en la selva de lavida industrial. Pero el anarquismo no: su presencia fueun suceso inesperado, y cabe especular que podría no ha-berse presentado jamás en sociedad. Sé que esta suposi-ción es inútil, pues el anarquismo efectivamente existió, ycualquier historiador profesional sabría dispersar bande-rillas causales sobre el mapa de la evolución de las ideasobreristas y de la política de izquierda. Pero la ucroníaque supone la especulación no es ociosa. Facetas políticasdel anarquismo estaban presentes en las proclamas mar-xistas, en las ideas liberales, en las construcciones comu-nitarias de los primeros sindicatos. ¿Por qué ocurrió en-tonces que este huésped molesto hizo su abrupta y notoriaaparición y se alojó como una astilla entre las ideas polí-ticas de su tiempo? ¿Fue el anarquismo una errata en ellibro político de la modernidad? ¿El misterio de esta ano-malía política es directamente proporcional al misterio de

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la existencia de la jerarquía? Error o donación, el hechoes que en ciertos momentos amplios sectores de la pobla-ción confiaron y depositaron en el anarquismo la clave decomprensión del secreto del poder jerárquico y a la vez unideal de disolución del mismo.

Cada época segrega una suerte de “inconsciente políti-co”, punto ciego y centro de gravedad soterrado que noadmite ser pensado por un pueblo, y los lenguajes quetratan de penetrar en esa zona son tratados como blasfe-mos, ictéricos o exógenos. El anarquismo fue la astilla, elirritador de esa zona, la invención moderna que la propiacomunidad, oscuramente, necesitó a fin de poder com-prender provisoriamente el enigma del poder. Toda na-ción y toda experiencia comunitaria propone interrogantescasi insolubles a sus habitantes. Por eso mismo, en todaciudad se distribuyen ciertos recintos y rituales a fin dehacer provisionalmente comprensibles sus malestares y susenigmas. Así, prostíbulo, iglesia, estadio de fútbol y salade cine acogen los interrogantes lanzados por el deseo, lacreación del mundo, la guerra y la ensoñación. El anar-quismo acogió los interrogantes últimos asociados con elpoder, fue el cráter de la política por donde manaron res-puestas radicales al problema, la encrucijada de ideas yprácticas en que se condensó el drama de la libertad. Elhecho de que, en sus lenguajes y en sus conductas, la sin-ceridad consumara un vínculo sólido y peculiar con lapolítica, le concedió a ese movimiento de ideas una potes-tad singular, que al marxismo-leninismo y al republi-canismo demócrata, obligados a continuas negociacionesentre fines y medios, ya les ha sido sustraída para siem-pre. La irreductibilidad de la conducta y la innegocia-bilidad de la convicción fueron las cualidades morales quegarantizaron que la imaginación popular confiara en lí-deres sindicales o en ciertos hombres ejemplares, aun cuan-do quienes se reclamaban anarquistas fueran una minoría

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demográfica en el campo político. Esa determinación de-mográfica explica por qué las vidas de anarquistas hansido tan importantes como sus ideas. Cada vida de anar-quista era la prueba de que una porción de la libertadprometida existía en la tierra.

La jerarquía se aparece ante millones como una verti-calidad, inmemorial como una pirámide y perenne comoun dios. Poco menos que inderribable. Pero la historia detodo pueblo es la historia de sus posibilidades existenciales,y la reaparición esporádica de la cuestión del anarquismo–es decir, de la pregunta por el poder jerárquico– signifi-ca, quizá, que la posibilidad radical sigue abierta, y que através de ella retorna lo reprimido en el orden de la políti-ca. El anarquismo sería entonces una sustancia moral flo-tante que atrae intermitentemente a las energías refracta-rias de la población. Opera como un fenómeno escaso,como un eclipse, un atractor de las miradas que necesitancomprender la existencia del poder separado de la comu-nidad. Cabría decir que el anarquismo no existe: es unainsistencia.

DOS

A toda palabra se la evoca como objeto de museo perotambién se la degusta como a un fruto recién arrancadode su rama. En el acto de nombrar, un equilibrio sonorologra que en la rutinaria osificación de las palabras se evi-dencie un resto alentador. El anarquismo, que ha intima-do con ese equilibrio por mucho tiempo, se debate ahoraentre ser tratado como resto temático por la paleontologíahistoricista y su voluntad de seguir siendo una rama de laética (una posible moral colectiva) y una filosofía políticavital. Resolver esa tensión requiere identificar su “dramacultural”, conformado por paradojas y remolinos, que se

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evidenció particularmente en situaciones históricas de ex-tremo peligro o bien cuando a esta idea comenzó arestársele su tiempo.

La lucha por expandir los alcances de la libertad, mito,consigna y emblema afectivo que movilizó las energíasemotivas de millones de personas, ha sido la pasión delsiglo XIX. A fines de ese siglo el mito de la libertad se sepa-ró en tres direcciones, orientadas por el comunismo, elreformismo y el anarquismo. Cuando aquella pasión po-lítica fue “capturada” victoriosamente por el marxismo yadosada a toda la imaginería y la maquinaria que hemosconocido bajo el nombre de comunismo o el de sus diver-sas ramificaciones paralelas, no solamente se desplegó unmodelo de acción política y de formateo del “militante”,sino un triunfo histórico que a la vez daría comienzo–aunque inadvertidamente para sus fieles– a su “dramacultural”: la cristalización liberticida de una idea en unmolde despótico-nacional primero e imperial después.Décadas después, la larga subordinación acrítica de la iz-quierda al modelo soviético le ha costado caro. La obse-sión por la eficacia y el centralismo, la relación oportunis-ta entre medios y fines, los silencios ante lo intolerable,son cargas históricas tan pesadas que ni siquiera un santoo un titán podrían levantar. Muy difícilmente volverá arenacer una creencia en el modelo “soviético” de revolu-ción y lentamente los partidos autodenominados marxis-tas van transformándose en grupos apóstatas o en sectasen vías de extinción. Sus lenguajes y sus símbolos crujen yse dispersan, quizá para siempre.

El drama cultural del reformismo socialdemócrata tam-bién deriva, en parte, y curiosa o tristemente, de su éxitocomo sustituto del camino “maximalista” de transforma-ción social. Las expectativas depositadas en los partidosreformistas fueron enormes en la mayoría de los paísesoccidentales, entre la Primera Guerra Mundial y 1991,

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año del fin del régimen comunista en la Unión Soviética.El “genio” del reformismo residió en su habilidad paradevenir un eficaz mediador entre poderosos y “perdedo-res”, y para humanizar esa misma relación. Pero con elpaso del tiempo la socialdemocracia dejó de representarun avance en relación con la cultura política conservado-ra para transformarse en ideal de administración del esta-do de cosas en las democracias occidentales. La “puestaal día” de los partidos conservadores, la desaparición del“cosmos soviético” y la renovada pujanza del capitalis-mo en las últimas dos décadas la incapacitó para diferen-ciarse de la derecha, más allá de los rituales relinchosmorales. Su drama cultural consiste en que la “reforma”está siendo llevada adelante por fuerzas que tradicional-mente han sido consideradas de derecha, especialmentecuando los cambios son llevados a cabo por líderes decentroizquierda. Perdido el monopolio de la transforma-ción en el capitalismo tardío, y siendo las reformas com-parativamente paupérrimas en relación con la actual y des-carnada construcción del mundo, el ciclo cultural delreformismo comienza a angostarse dramáticamente. Yaes una moral de retaguardia.

El comunismo siempre pareció una corriente de río quese dirigía impetuosamente hacia su desembocadura natu-ral: el océano posthistórico unificador de la humanidad.Para sus críticos ese río estaba sucio, irremediablementepoluído, pero incluso a ellos la corriente les parecíaindetenible. Y sin embargo, ese río se secó, como si un solsobrepotente lo hubiera licuado en un solo instante. Haquedado, apenas, el molde vacío del lecho. Y las estríasque allí restan y la resaca acumulada ya están siendo nu-meradas y clasificadas por historiadores y comisarios deexposiciones. En cuanto a metáforas hidrográficas, al anar-quismo no le correspondería la figura del río, sino la delgéiser, como también la de la riada, el aluvión, el río sub-

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terráneo, la inundación, la tromba marina, la rompientede la ola, la cabeza de tormenta. Todos, fenómenos natu-rales inesperados y desordenados aunque dotados de unapotencia singular e irrepetible. Esta diadema de fluidos yanos advierte sobre su drama, que no logra conciliar supoder trastornante y su débil persistencia posterior, sucapacidad para agitar y movilizar el malestar social deuna época y su incapacidad para organizarlo, su pugnan-te tradición de acoso a la política de la dominación y sudificultad para amplificar su sistema de ideas. La palabra“anarquismo” goza aún de un sonoro aunque focalizadoprestigio político (habiéndose salvado de las máculasadosables al marxismo, ya que sus mutuas biografíasdivergieron hace ya mucho tiempo). Ese prestigio –un pocoequívoco– está teñido de un color tenebroso, que no dejade ser percibido por muchos jóvenes como un aura lírica.Lo tenebroso acopla al anarquismo a la violencia y aljacobinismo plebeyo; lo lírico, al ansia de pureza y la in-transigencia.

Pero casi no hay anarquistas, o bien sus voces carecende audibilidad. Quizá nunca hayan existido demasiados,si se acepta que la definición de anarquista supone unaidentidad “fuerte”, esforzado activismo de rendimientosmínimos, y una ética exigente. Las circunstancias históri-cas nunca les han sido propicias, pero aun así lograronconstituirse en “contrapesos” ético-políticos, compensa-ción a una especie de maldición llamada “jerarquía”.Quizás el mundo sea aún hospitalario porque este tipo decontrapesos existen. Si en una ciudad sólo acontecierancomportamientos automáticos, maquinales y resignados,sería inhabitable. El anarquismo, pensamiento anómalo,representa “la sombra” de la política, lo inasimilable. Yel anarquista, ser improbable, aun existiendo en cantida-des demográficas casi insignificantes, asume el destino deejercer una influencia de tipo radial, que muchas veces

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pasa inadvertida y otras se condensa en un acto especta-cular. Destino y condena, porque al anarquista no le esconcedido establecer fáciles ni rápidas negociaciones conla vida social actual, y justamente es esa dificultad la queen algún momento de su existencia hace que el anarquistasufra su ideal como un embrujo del que no sabe cómoliberarse. Aquella influencia tiene por objetivo la disolu-ción del viejo régimen psicológico, político y espiritual dela dominación. Para llevarlo a cabo, el anarquismo harecurrido a un arsenal que sólo ocasionalmente –y nosustancialmente– puede ser acogido por otros movimien-tos políticos: humor paródico, temperamento anticlerical,actitudes irreductibles de autonomía personal, comporta-miento insolente, impulso de la acción política a modo decontrapotencia; acompañadas por una teoría queradicaliza la crítica al poder hasta límites desconocidosantes de la época moderna. Su imaginería impugnadora ysu impulso crítico se nutren de una gigantesca confianzaen las capacidades creativas de los animales políticos unavez liberados de la geometría centralista, concéntrica yvertical.

La disolución del mundo soviético y la crisis del pensa-miento marxista parecieron conceder al anarquismo laoportunidad de salir de las catacumbas. Sin embargo, lacaída del “sovietismo” arrastró al abanico socialista ente-ro, pues incluso el anarquismo estaba familiarizado conel imaginario comunista afectado por el derrumbe: erauna de las varillas sueltas. La caída de la “cortina de hie-rro”, festejada mediáticamente como si se tratara delguillotinamiento de un monarca, abría compuertasgeopolíticas pero también clausuraba tradicionesemancipatorias. No sólo lo peor, también lo mejor de ellas.Junto al desplome del orden soviético se cerraba un espa-cio auditivo para los mensajes proféticos de rango salvífico.Y en la voz anarquista siempre resonó un tono bíblico.

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Para sus profetas, el orden burgués equivalía a Babilonia.A comienzos de los años ‘90 no estaba finalizando la his-toria sino, quizás, el siglo XIX: se constataba que las doc-trinas marxistas, anarquistas e incluso las liberales en sen-tido estricto, estaban licuándose y evaporándose de lahistoria del presente. Asistíamos al canto del cisne delhumanismo. Una de sus consecuencias es el borramientode la memoria social, es decir, de los lenguajes y símbolosque transportaban el proyecto emancipador moderno yla antropología humana que le correspondía. Al mismotiempo, la política clásica, vinculada con la representa-ción de intereses (versión liberal), con la articulación delos antagonismos (versión reformista) o con la pugna so-cial contra el absolutismo y el orden burgués (izquierda yanarquismo), se despotencia y deslegitima. Ya hace tiem-po que la política, en el rango mundial, opera según elmodelo organizativo de la mafia, que ya es la metáforafundante de un nuevo mundo, y eso en todos los órdenesinstitucionales, desde los gremiales a los universitarios,de los empresariales a los municipales. O bien se está in-cluido en la esfera de intereses de una mafia particular obien se está desamparado hasta límites que sólo se corres-ponden con el inicio de la revolución industrial. Éste pue-de ser el destino que encararemos apenas cruzadas las puer-tas del tercer milenio.

Ya que todo Estado necesita administrar la energíaemotiva de la memoria colectiva, los modos de control ymoldeado de los relatos históricos devienen asuntos es-tratégicos de primer orden. El deterioro de la memoriasocial ha sido causado, en alguna medida, por cambiostecnológicos, en especial por la articulación entre los po-deres y los instrumentos mediáticos de transmisión desaberes. Una causa quizá más activa se la encuentra en ladesaparición de subjetividades urbanas que eran produc-to de una horma popular no ligada a la cultura de las

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clases dominantes. Era la “cultura plebeya”, que en laArgentina y por medio siglo ha estado dominada por elimaginario peronista. A lo largo de este siglo la vieja cul-tura popular (mezcla de imaginario obrerista y antropo-logía “folk”) se metamorfoseó en cultura de masas, lo quetransformó lenta pero firmemente el modo de archivo ytransmisión de la memoria de las luchas sociales. Y cuan-do la historia de esas luchas se retrae, la población nopuede sino fundar su obrar en cimientos tan instantáneoscomo endebles. Por su parte, la suerte de la pasión por lalibertad es incierta en sociedades permisivas, como lo sonactualmente las occidentales, en las que lo “libertario”deviene una demanda acoplable a las ofertas de un mer-cado de productos “emocionales”, desde la psicoterapiaa la industria pornográfica, de la producción defarmacopeas armonizantes del comportamiento a las pro-mesas de la industria biotecnológica. Esta última en espe-cial revela ciertos síntomas sociales de la actualidad:transustantación de la carne en alambiques de clonación,mejoramiento tecnológico de los órganos, siliconainyectable al cuerpo a manera de vacuna contra el recha-zo social. El “modelo estético-tecnológico” se despliegacomo un sueño que pretende apaciguar un malestar que,por su parte, nada tiene de superficial. En economíasflexibilizadas, en países que han destrozado la idea colec-tiva de nación, con habitantes que apenas puedenproyectarse hacia el futuro, condenados a idolatrías me-nores, a recurrir a la moneda como lugar común, a reali-zar apuestas que no están sostenidas en el talento de cadacual, la experiencia colectiva se hace dura, cruel, carentey, por momentos, delirante. Cada persona está sola juntoa su cuerpo, aquello en lo que, en última instancia, sesostiene. La “ansiedad cosmética” nos revela el peso quearrastramos, el esfuerzo que hacemos por existir. Pero tam-bién revela que el “arte de vivir contra la dominación”,

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en el cual descolló el anarquismo, está en suspenso, porcuanto las necesidades ya no se articulan con la memoriade las luchas sociales anteriores. Si el destino de la épocasiguiera este curso, una fuerza semejante a la del diluvioderrumbaría los puentes de la historia.

TRES

La autocracia y el hambre fueron los irritadores del “ma-lestar social” en la modernidad. Ya no lo son, o al menos,no están activos en la misma medida en que las imágenesde sufrimiento nos acostumbraron a pensarlos. Distintodebe ser entonces el destino de la política libertaria enuna época signada por la permisividad en cuestiones decomportamiento, por una notable capacidad institucionalde recuperación de las invenciones refractarias o por lomenos por una inagotable capacidad de “negociación”con las mismas, y en la que las personas están desorienta-das o bien dotadas de una percepción cínica de la vidasocial. Para imaginar las formas de lucha del próximo fu-turo sería preciso identificar no solamente al rumor delmalestar social en nuestros días, también habría que orien-tar la mirada hacia las transformaciones existenciales delsiglo. La última memoria de luchas sociales transmitida ala actualidad ha sido la de las rebeliones juveniles de losaños ‘60, en especial sus facetas asociadas con las muta-ciones subjetivas y con la música electrónica urbana. Me-moria que casi en su totalidad es transmitida por el ordenmediático y pasteurizada a fin de volverla acoplable a lasindustrias del ocio. Es evidente que no es el modelo delhambre el que informa a las actuales generaciones en Oc-cidente. El malestar político, sin embargo, para poderdesplegarse, necesita confluir con nuevas formas de vivir,con contrapesos existenciales. Cada época contribuye a

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la historia de la disidencia humana con un “contrapeso”,individual o colectivo, que balancea el despotismo y elsometimiento. El contrapeso “libertario” desplegó a lolargo de su más que centenaria historia invencionesorganizativas y emocionales. Y así como los griegos elconcepto y el teatro, y los primeros cristianos el ideal dehermandad, así también los anarquistas inventaron losuyo: el grupo de afinidad.

La defensa anarquista de la autonomía individual cues-tionaba la tradición de la heteronomía eclesiástica o esta-tal, pero el sustrato existencial que permitió su despliegueno dependió de una idea o una técnica sino de su articula-ción con prácticas sociales que necesariamente eranpreexistentes a las doctrinas libertarias. Para Marx –comopara quienes se han empapado de la tradición anarco-sindicalista–, la fábrica y el mundo del trabajo suponíanun excelente cemento para una nueva sociedad. Pero otrofue el humus existencial en el que se injertó el grupo deafinidad anarquista. Ese espacio antropológico ya comen-zaba a germinar en el siglo XIX y los anarquistas fueronlos primeros en percibir su silenciosa expansión. Antes deque la alianza sindicato-anarquismo estuviera bien solda-da (y ya desde que los primeros grupos de simpatizantesde “la idea” se organizaron en el amplio círculo que elcompás de Bakunin trazó de España a la Besarabia) lapráctica grupal en la cual las personas se vinculaban “porafinidad” le concedió al anarquismo un rasgo distintivo,alejándolo de la centralidad vertical concéntrica propiade los partidos políticos democráticos o marxistas, mode-lo encastrable al imaginario político tradicional. La afini-dad no sólo garantizaba reciprocidad horizontal sino, másimportante, promovía la confianza y el mutuo conocimien-to de los mundos intelectuales y emocionales de cada unode los integrantes. Esta condición grupal permitía unamejor compresión de la completud de la personalidad del

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otro. ¿De dónde proviene el ideal de los grupos de afini-dad? Quizá de la tradición de los clubes revolucionariosprevios a la Revolución Francesa, o de los “salones litera-rios” que florecieron en el siglo XVIII, y seguramente de lalarga época en que los grupos carbonarios del siglo XIX

experimentaron la clandestinidad, condición pronto he-redada por el anarquismo; en definitiva de la tradición dela “autodefensa” y de la “conspiración”. También, quizá,de los usos y rituales masónicos, a los que Bakunin eraafecto, pues fue miembro de una sección italiana de lafrancmasonería. Piénsese, a modo de ejemplo, en la im-portancia que tuvo la taberna (o pub) en la constituciónde la sociabilidad de clase a comienzos de la revoluciónindustrial, o el café público en la construcción de la opi-nión pública liberal del siglo pasado, o –para lassufragistas– los salones que ampararon una nueva figurasocial de la mujer hacia mediados del siglo pasado, o losgrupos de lectura entre los campesinos españoles a co-mienzos del siglo pasado, o bien, y actualmente, la prácti-ca de intercambiar “fanzines” por adolescentes en edadaún escolar en plazas públicas o conciertos de rock. Demodo que las prácticas de afinidad no son la prerrogativadel “local militante” sino la efusión posible de experien-cias afectivas compartidas por la colectividad.

La afinidad es el sustrato social del anarquismo, peroun horizonte más amplio acoge al espacio antropológicoque le es favorable y desde siempre se lo llama “amistad”.Variadas son las líneas genealógicas que confluyen en eldespliegue moderno de la amistad, tal como la conoce-mos actualmente. Al ideal griego clásico se agrega el de lafraternidad revolucionaria. Uno y otro insistieron en laigualdad posicional y en la necesidad de “cuidar del otro”.Durante el siglo XX la amistad comenzó a trascender larelación interpersonal y devino una práctica social que sedesplaza sobre espacios afectivos, políticos y económicos

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antes ocupados por la familia tradicional. Es un amparocontra la intemperie a la que el capitalismo somete a lapoblación. La amistad supone ayuda mutua, económica,psicológica, reanimadora, incluso asesorial, y –eventual-mente– política, convirtiéndose así en tónico y red fundantede la sociabilidad actual. Debe añadirse la amistad entremujer y mujer, y entre hombre y mujer, a las que las trans-formaciones culturales de este siglo sumadas al desvane-cimiento del “hogar” como espacio económico obligato-rio, han propiciado como nunca antes. Cabe agregar laamistad entre homosexuales y mujeres, antes sostenida enla clandestinidad y el gueto y hoy expuesta abiertamente.Quizá también la amistad entre ex parejas. Todas estasformas de la amistad eran casi insignificantes en el sigloXIX o bien su radio de acción era muy limitado. Muchomás que los viajes al espacio o Internet, son estos formatosemotivos las grandes innovaciones que hay que colocar abeneficio de inventario del siglo XX.

CUATRO

El anarquismo ha sido el contrapeso histórico al domi-nio. Pero no ha sido el único: también la socialdemocra-cia, el populismo, el marxismo, el feminismo e incluso elliberalismo reclaman ese puesto. Pero el anarquismo seconstituyó en la más descarnada de todas las autopsiaspolíticas y en la más exigente de todas las propuestassuperadoras del estado de cosas en el siglo XIX. Justamen-te, por haber elegido un ángulo de observación tan verti-ginoso, también el anarquismo se convirtió –impercepti-blemente, al comienzo, para sus propios padresfundadores– en un saber trágico. Pues descubrir que lajerarquía es constante histórica, peso ontológico yenraizamiento psíquico tan imponente conduce a la asun-

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ción de que su desafío equivale a renegar de un dios olím-pico. Los anarquistas son conscientes de su propia desme-sura conceptual y política. Barruntan que su ideal ha na-cido contranatura, que podría haber abortado, que laimaginación colectiva podría no haberlo necesitado. Y elanarquismo, que ha pasado por muchas fases lunares ensu historia (las fases carbonaria, mesiánica, insurreccional,anarcosindicalista, sectaria, sesentista-libertaria, punk,ecologista) necesita hoy promover un mito de la libertadque sea “revelatorio” del malestar social y que dote a buenaparte de la población de un impulso de rechazo, tal comoel desafío blasfemo y desculpabilizador empujó a losanarquistas contra la Iglesia. Si continuará habiendo “mi-lagro de la palabra”, es decir, anarquismo, es porque élmismo puede devenir contraseña para la esperanza colec-tiva y para luchas sociales liberadas del lastre de modelosautoritarios. El misterio de la jerarquía cedería entoncessu opacidad a una revelación política.

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LOS DESTRUCTORES DE MÁQUINAS

EN HOMENAJE A LOS LUDITAS

EL CÓDIGO SANGRIENTO

Desde muy antiguo la horca ha sido un castigo ignomi-nioso. Si se medita sobre su familiaridad estructural conla picota comprendemos por qué está ubicada en el esca-lón más alto reservado a la denigración de una persona. Aella sólo accedían los bajos estratos delincuentes o refrac-tarios: a quien no plegaba las rodillas se le doblaba lacerviz por la fuerza. Algunos ajusticiados famosos de laépoca moderna fueron mártires: a Parsons, Spies y a suscompañeros de patíbulo los recordamos tenuemente cada1º de Mayo. Pero pocos recuerdan el nombre de JamesTowle, quien en 1816 fue el último “destructor de máqui-nas” a quien se le quebró la nuca. Cayó por el pozo de lahorca gritando un himno ludita hasta que sus cuerdasvocales se cerraron en un solo nudo. Un cortejo fúnebrede tres mil personas entonó el final del himno en su lugar,a capella. Tres años antes, en catorce cadalsos alineadosse habían balanceado otros tantos acusados de practicarel “ludismo”, apodo de un nuevo crimen recientementelegislado. Por aquel tiempo existían decenas de delitostipificados cuyos autores entraban al reino de los cielospasando por el ojo de una soga. Por asesinato, por adulte-rio, por robo, por blasfemia, por disidencia política, mu-chos eran los actos por lo cuales podía perderse el hilo dela vida. En 1830 a un niño de sólo nueve años se lo ahor-có por haber robado unas tizas de colores, y así hasta1870 cuando un decreto humanitario acomodó todos ellosen cuatro categorías. A las duras leyes que a todos con-

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templaban se las conoció como The Bloody Code. Pero elludismo se constituyó en un insólito delito capital: desde1812, maltratar una máquina en Inglaterra costaría elpellejo. En verdad pocos recuerdan a los luditas, a los“ludds”, título con el que se reconocían entre ellos. Devez en cuando, estampas de aquella sublevación popularque se hiciera famosa a causa de la destrucción de máqui-nas han sido retomadas por tecnócratas neoliberales o porhistoriadores progresistas y exhibidas como muestra ejem-plar del absurdo político: “reivindicaciones reaccionarias”,“etapa artesanal de la conciencia laboralista”, “revueltaobrera textil empañada por tintes campesinos”. En fin,nada que se acerque a la verdad. Unos y otros se han re-partido en partes alícuotas la condena del movimientoludita, rechazo que en el primer caso es interesada y en elsegundo fruto de la ignorancia y el prejuicio. La imagende los luditas transmitida por diestra y siniestra es la deuna tumultuosa horda simiesca de pseudocampesinos ira-cundos que golpean y aplastan las flores de hierro dondelibaban las abejas del progreso. En suma: el cartel ruteroque señala el linde de la última rebelión medieval. Allá,una paleontología; aquí un bestiario.

NED LUDD, FANTASMA

Todo comenzó un 12 de abril de 1811. Durante la no-che, trescientos cincuenta hombres, mujeres y niños arre-metieron contra una fábrica de hilados de Nottin-ghamshire, destruyendo los grandes telares a golpes demaza y prendiendo fuego a las instalaciones. Lo que allíocurrió pronto sería folklore popular. La fábrica pertene-cía a William Cartwright, fabricante de hilados de malacalidad pero pertrechado de nueva maquinaria. La fábri-ca, en sí misma, era por aquellos años un hongo nuevo en

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el paisaje: lo habitual era el trabajo cumplido en peque-ños talleres. Otros setenta telares fueron destrozados esamisma noche en otros pueblos de las cercanías. El incen-dio y el haz de mazas se desplazó luego hacia los conda-dos vecinos de Derby, Lancashire y York, corazón de laInglaterra de principios del siglo XIX y centro de gravedadde la Revolución Industrial. El reguero que había partidodel pueblo de Arnold se expandió sin control por el cen-tro de Inglaterra durante dos años, perseguido por un ejér-cito de diez mil soldados al mando del general ThomasMaitland. ¿Diez mil soldados? Wellington mandaba so-bre bastantes menos cuando inició sus movimientos con-tra Napoleón desde Portugal. ¿Más que contra Francia?Tiene sentido: Francia estaba en el aire de las inmediacio-nes y de las intimidaciones; pero no era la Francianapoleónica el fantasma que recorría la corte inglesa, sinola asamblearia. Sólo un cuarto de siglo había corrido des-de el Año I de la Revolución. Diez mil soldados. El núme-ro es índice de lo muy difícil que fue acabar con los luditas.Quizá porque los miembros del movimiento se confun-dían con la comunidad. En un doble sentido: contabancon el apoyo de la población, eran la población. Maitlandy sus soldados buscaron desesperadamente a Ned Ludd,su líder. Pero no lo encontraron. Jamás podrían haberloencontrado, porque Ned Ludd nunca existió: fue un nom-bre propio pergeñado por los pobladores para despistar aMaitland. Otros líderes que firmaron cartas burlonas,amenazantes o peticiones se apellidaban “Mr. Pistol”,“Lady Ludd”, “Peter Plush” (felpa), “General Justice”,“No King”, “King Ludd” y “Joe Firebrand” (el incendia-rio). Algún remitente aclaraba que el sello de correos ha-bía sido estampado en los cercanos “Bosques deSherwood”. Una mitología incipiente se superponía a otramás antigua. Los hombres de Maitland se vieron obliga-dos a recurrir a espías, agentes provocadores e infiltra-

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dos, que hasta entonces constituían un recurso poco esen-cial de la logística utilizada en casos de guerra exterior.He aquí una reorganización temprana de la fuerza poli-cial, a la cual ahora llamamos “inteligencia”.

Si a los acontecimientos que lograron tener en vilo alreino y al Parlamento se los devoró el incinerador de lahistoria, es justamente porque el objetivo de los luditasno era político sino social y moral: no querían el podersino poder desviar la dinámica de la industrialización ace-lerada. Una ambición imposible. Apenas quedaron testi-monios: algunas canciones, actas de juicios, informes deautoridades militares o de espías, noticias periodísticas,cien mil libras de pérdidas, una sesión del Parlamento de-dicada a ellos, poco más. Y los hechos: dos años de luchasocial violenta, mil cien máquinas destruidas, un ejércitoenviado a “pacificar” las regiones sublevadas, cinco o seisfábricas quemadas, quince luditas muertos, trece confina-dos en Australia, otros catorce ahorcados ante las mura-llas del castillo de York, y algunos coletazos finales. ¿Porqué sabemos tan poco sobre las intenciones luditas y so-bre su organización? La propia fantasmagoría de NedLudd lo explica: aquella fue una sublevación sin líderes,sin organización centralizada, sin libros capitales y conun objetivo quimérico: discutir de igual a igual con losnuevos industriales. Pero ninguna sublevación “espontá-nea”, ninguna huelga “salvaje”, ningún “estallido” deviolencia popular salta de un repollo. Lleva años deincubación, generaciones transmitiéndose una herencia demaltrato, poblaciones enteras macerando saberes de re-sistencia: a veces, siglos enteros se vierten en un solo día.La espoleta, generalmente, la saca el adversario. Hacia1810, el alza de precios, la pérdida de mercados a causade la guerra y un complot de los nuevos industriales y delos distribuidores de productos textiles de Londres paraque éstos no compren mercadería a los talleres de las pe-

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queñas aldeas textiles encendió la mecha. Por otra parte,las reuniones políticas y la libertad de letra impresa ha-bían sido prohibidas con la excusa de la guerra contraNapoleón, y la ley prohibía emigrar a los tejedores, aun-que se estuvieran muriendo de hambre: Inglaterra no de-bía entregar su expertise al mundo.

Los luditas inventaron una logística de urgencia. Ellaabarcaba un sistema de delegados y de correos humanosque recorrían los cuatro condados, juramentos secretos delealtad, técnicas de camuflaje, centinelas, organizadores derobo de armas en el campamento enemigo, pintadas en lasparedes. Y además descollaron en el viejo arte de compo-ner canciones de guerra, a las cuales llamaban himnos. Enuno de los pocos que han sido recopilados puede aún escu-charse: “Ella tiene un brazo / Y aunque sólo tiene uno /Hay magia en ese brazo único / Que crucifica a millones /Destruyamos al Rey Vapor, el Salvaje Moloch”, y en otra:“Noche tras noche, cuando todo está quieto / Y la luna yaha cruzado la colina / Marchamos a hacer nuestra volun-tad / ¡Con hacha, pica y fusil!”. Las mazas que utilizabanlos luditas provenían de la fábrica Enoch. Por eso canta-ban “La Gran Enoch irá al frente / Deténgala quien se atre-va, deténgala quien pueda / Adelante los hombres gallar-dos / ¡Con hacha, pica y fusil!”. La imagen de la mazatrascenderá la breve epopeya ludita. En la iconología anar-quista de principios de siglo, Hércules sindicalizados sue-len estar a punto de aplastar con una gran maza, no yamáquinas, sino al sistema fabril entero. Todos estos bluesde la técnica no deben hacer perder de vista que las autori-dades no sólo querían aplastar la sublevación popular, tam-bién buscaban impedir la organización de sectas obreras,en una época en la cual solamente los industriales estabanunidos. Carbonarios, conjurados, la Mano Negra de Cádiz,sindicalistas revolucionarios: en el siglo pasado la horcafue la horma para muchas intentonas sediciosas.

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“FAIR PLAY”

Ya nadie recuerda lo que significaron en otro tiempolas palabras “precio justo” o “renta decorosa”. Entonces,como ahora, una estrategia de recambio y aceleración tec-nológicos y de realineamiento forzado de las poblacionesretorcía los paisajes. Roma se construyó en siete siglos,Manchester y Liverpool en sólo veinte años. Más adelan-te, en Asia y África se implantarían enclaves en dos sema-nas. Nadie estaba preparado para un cambio de escalasemejante. La mano invisible del mercado es tactilidaddistinta del trato pactado en mercados visibles y a la mano.El ingreso inconsulto de nueva maquinaria, la evicciónsemiobligada de las aldeas y su concentración en nuevasciudades fabriles, la extensión del principio del lucro in-discriminado y el violento descentramiento de las costum-bres fueron caldo de cultivo de la rebelión. Pero el lugarcomún no existió: los luditas no renegaban de toda la tec-nología, sino de aquella que representaba un daño moralal común; y su violencia estuvo dirigida no contra lasmáquinas en sí mismas (obvio: no rompían sus propias ybastante complejas maquinarias) sino contra los símbo-los de la nueva economía política triunfante (concentra-ción en fábricas urbanas, maquinaria imposible de adqui-rir y administrar por las comunidades). Y de todos modos,ni siquiera inventaron la técnica que los hizo famosos:destruir máquinas y atacar la casa del patrón eran tácti-cas habituales para forzar un aumento de salarios desdehacía cien años al menos. Muy pronto se sabrá que losnuevos engranajes podían ser aferrados por trabajadorescuyas manos eran inexpertas y sus bolsillos estaban va-cíos. La violencia fue contra las máquinas, pero la sangrecorrió primero por cuenta de los fabricantes. En verdad,lo que alarmó de la actividad ludita fue la nueva modali-dad simbólica de la violencia. De modo que una conse-

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cuencia inevitable de la rebelión fue un mayor ensamblajeentre grandes industriales y administración estatal: es unpacto que ya no se quebrantará.

Los luditas aún nos hacen preguntas: ¿hay límites? ¿Esposible oponerse a la introducción de maquinaria o deprocesos laborales cuando éstos son dañinos para la co-munidad? ¿Importan las consecuencias sociales de la vio-lencia técnica? ¿Existe un espacio de audición para lasopiniones comunitarias? ¿Se pueden discutir las nuevastecnologías de la “globalización” sobre supuestos mora-les y no solamente sobre consideraciones estadísticas yplanificadoras? ¿La novedad y la velocidad operacionalson valores? A nadie escapará la actualidad de los temas.Están entre nosotros. Los luditas percibieron agudamenteel inicio de la era de la técnica, por eso plantearon el “temade la maquinaria”, que es menos una cuestión técnica quepolítica y moral. Entonces, los fabricantes y los squiresterratenientes acusaban a los luditas del crimen dejacobinismo; hoy los tecnócratas acusan a los críticos delsistema fabril de nostálgicos. Pero los Ludds sabían queno se estaban enfrentando solamente a codiciosos fabri-cantes de tejidos sino a la violencia técnica de la fábrica.Futuro anterior: pensaron la modernidad tecnológica poradelantado.

EPÍLOGOS

El 27 de febrero de 1812 fue un día memorable para lahistoria del capitalismo, pero también para la crónica delas batallas perdidas. Los pobres violentos son tema par-lamentario: habitualmente el temario los contempla úni-camente cuando se refrendan y limitan conquistas ya con-seguidas de hecho, o cuando se liman algunas aristasexcesivas de duros paquetes presupuestarios, pero aún más

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rutinariamente cuando se debaten medidas ejemplares. Esedía lord Byron ingresa al Parlamento por primera y últi-ma vez. Desde Guy Fawkes, quien se empeñó en volarlopor los aires en el año 1605, nadie se había atrevido aingresar en la Cámara de los Lores con la intención decontradecirlos. Durante la sesión, presidida por el primerministro Perceval, se discute la pertinencia del agregadode un inciso faltante de la pena capital, a la cual se cono-cerá como Framebreaking Bill: la pena de muerte por rom-per una máquina. Es Lords vs. Ludds: cien contra uno.Por aquel entonces Byron trabajaba intensamente en supoema Childe Harold, pero se hizo de un tiempo paravisitar las zonas sediciosas a fin de tener una idea propiade la situación. Ya el proyecto de ley había sido aprobadoen la Cámara de los Comunes. El futuro primer ministroWilliam Lamb (Guillermo Oveja) votó a favor no sin acon-sejar al resto de sus pares hacer lo mismo pues “el miedoa la muerte tiene una influencia poderosa sobre la mentehumana”. Lord Byron intenta una defensa admirable peroinútil. En un pasaje de su discurso, al tiempo que trata alos soldados como un ejército de ocupación, expone elrechazo que habían provocado entre la población:

¡Marchas y contramarchas! ¡De Nottingham a Bulwell, deBulwell a Banford, de Banford a Mansfield! Y cuando al finlos destacamentos llegaban a destino, con todo el orgullo, lapompa y la circunstancia propia de una guerra gloriosa, lohacían a tiempo sólo para ser espectadores de lo que habíasido hecho, para dar fe de la fuga de los responsables, pararecoger fragmentos de máquinas rotas y para volver a sus cam-pamentos ante la mofa hecha por las viejas y el abucheo de losniños.

Y agrega una súplica: “¿Es que no hay ya suficientesangre en vuestro código legal de modo que sea precisoderramar aún más para que ascienda al cielo y testifique

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contra ustedes? ¿Y cómo se hará cumplir esta ley? ¿Secolocará una horca en cada pueblo y de cada hombre sehará un espantapájaros?”. Pero nadie lo apoya. Byron sedecide a publicar en un periódico un peligroso poema encuyos últimos versos se leía:

Algunos vecinos pensaron, sin duda, que era chocante,Cuando el hambre clama y la pobreza gime,Que la vida sea valuada menos aún que una mercancíaY la rotura de un armazón conduzca a quebrar los huesosSi así demostrara ser, espero, por esa señal(Y quien rehusaría participar de esta esperanza)Que los esqueletos de los tontos sean los primeros en ser rotosQuienes, cuando se les pregunta por un remedio, recomiendan

[una soga.

Quizás lord Byron sintió simpatía por los luditas o qui-zá –dandy al fin y al cabo– detestaba la codicia de loscomerciantes, pero seguramente no llegó a darse cuentade que la nueva ley representaba, en verdad, el parto sim-bólico del capitalismo. El resto de su vida Byron vivirá enel Continente. Un poco antes de abandonar Inglaterrapublica un verso ocasional en cuyo colofón se leía “Downwith all the kings but King Ludd”.

En enero de 1813 se cuelga a George Mellor, uno de lospocos capitanes luditas que fueron agarrados, y unos po-cos meses después es el turno de otros catorce que habíanatacado la propiedad de Joseph Ratcliffe, un poderosoindustrial. No había antecedentes en Inglaterra de quetantos hubieran sido hospedados por la horca en un solodía. También este número es un índice. El gobierno habíaofrecido recompensas suculentas en sus pueblos de origena cambio de información incriminatoria, pero todos losaldeanos que se presentaron por la retribución dieron in-formación falsa y usaron el dinero para pagar la defensade los acusados. No obstante, la posibilidad de un juicio

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justo estaba fuera de cuestión, a pesar de las endebles prue-bas en su contra. Los catorce ajusticiados frente a los murosde York se encaminaron hacia su hora suprema entonan-do un himno religioso, Behold the Saviour of Mankind.La mayoría eran metodistas. En cuanto la rebelión se ex-tendió por los cuatro costados de la región textil tambiénse complicó el mosaico de implicados: demócratas segui-dores de Tom Paine (llamados “painistas”), religiosos ra-dicales, algunos de los cuales heredaban el espíritu de lassectas exaltadas del siglo anterior –levellers, ranters,southscottians–, incipientes organizadores de Trade Unions(entre los luditas apresados no sólo había tejedores sinotodo tipo de oficios), emigrantes irlandeses jacobinos.Siempre ocurre: el internacionalismo es viejo.

Todos los días las ciudades dan de baja a miles y milesde nombres, todos los días se descoyuntan en la memorialas sílabas de incontables apellidos del pasado humano.Sus historias son sacrificadas en oscuros cenotes. NedLudd, lord Byron, Cartwright, Perceval, Mellor, Maitland,Ogden, Hoyle, ningún nombre debe perderse. El generalMaitland fue bien recompensado por sus servicios: se leconcedió el título nobiliario de baronet y fue nombradogobernador de Malta y después comandante en jefe delMar Mediterráneo y después Alto Comisionado para lasIslas Jónicas. Antes de irse del todo, aún tuvo tiempo deaplastar una revolución en Cefalonia. Perceval, el primerministro, fue asesinado por un alienado incluso antes deque colgaran al último ludita. William Cartwright conti-nuó con su lucrativa industria y prosperó, y el modelofabril hizo metástasis. Uno de sus hijos se suicidó nadamenos que en el medio del Palacio de Cristal durante laExposición Mundial de productos industriales de 1851,pero el tronar de la sala de máquinas en movimiento amor-tiguó el ruido del disparo. Cuando algunos años despuésde los acontecimientos murió un espía local –un judas–

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que se había quedado en las inmediaciones, su tumba fueprofanada y el cuerpo exhumado vendido a estudiantesde medicina. Algunos luditas fueron vistos veinte años mástarde cuando se fundaron en Londres las primeras orga-nizaciones de la clase obrera. Otros que habían sido con-finados en tierras raras dejaron alguna huella en Austra-lia y la Polinesia. Itinerarios semejantes pueden serrastreados después de la Comuna de París y de la Revolu-ción Española de 1936. Pero la mayoría de los poblado-res de aquellos cuatro condados parecen haber hecho unpacto de anonimato, refrendación de aquella omertá an-terior llamada “Ned Ludd”: en los valles nadie volvió ahablar de su participación en la rebelión. La lección habíasido dura y la ley de la tecnología lo era más aún. Quizáde vez en cuando, en alguna taberna, alguna palabra, al-guna canción; hilachas que nadie registró. Fueron un abor-to de la historia. Nadie aprecia ese tipo de despojos.

VOCES

¿Por qué demorarse en la historia de Ned Ludd y de losdestructores de máquinas? Sus actos furiosos sobreviventenuemente en brevísimas notas al pie de página del granlibro autobiográfico de la humanidad y la consistencia desu historia es anónima, muy frágil y casi absurda, lo que aveces promueve la curiosidad pero las más de las veces eldesinterés por lo que no amerita dinastía. No es éste unsiglo para detenerse: el burgués del siglo XIX podía darseel lujo de recrearse lentamente con un folletín, pero lasaudiencias de este siglo apenas disponen de un par de ho-ras para hojear la programación televisiva. Vivimos en laépoca de la taquicardia, como sarcásticamente la definióEzequiel Martínez Estrada. Remontar el curso de la histo-ria a contracorriente a fin de reposar en el ojo de sus hu-

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racanes es tarea que sólo un Orfeo puede arrostrar. Él seabrió paso al mundo de los muertos con melodías quedestrabaron cerrojos perfectos. Nosotros solamente po-demos guiarnos por los fogonazos espectrales que esta-llan en viejos libros: soplos agónicos entre haraposlingüísticos. Cualquier otro rastro ya se ha disuelto en loselementos. Pero si los elementos fueran capaces de articu-lar un lenguaje, entonces podrían devolvernos la memo-ria guardada de todo aquello que ha circulado por su“cuerpo” (por ejemplo, todos los remos que hendieron alagua en todos los tiempos, o todas las herraduras que pi-saron la tierra, y así). A su turno, el aire devolvería latotalidad de las voces que han sido lanzadas por las bocasde todos los humanos que han existido desde el comienzode los tiempos. En verdad, millones son las palabras di-chas en cada minuto. Pero ninguna se habría perdido, nisiquiera las de los mudos. Todas ellas habrían quedadoregistradas en la transparencia atmosférica, cuya relacióncon la audibilidad humana aún está por investigarse: se-ría algo así como cuando los dedos de los niños garabateanraudos graffittis o nerviosos corazones en vidrios empa-ñados por el propio aliento. Si se pudiera traducir ese ar-chivo oral a nuestro lenguaje, entonces todas las cosasdichas volverían en un solo instante componiendo la vozde una runa mayor o la memoria total de la historia. En elviento se han sembrado voces que son conducidas de épo-ca en época; y cualquier oído puede cosechar lo que enotros tiempos fue tempestad. El viento es tan buen con-ductor de las memorias porque lo dicho fue tan necesariocomo involuntario, o bien porque a veces nos sentimosmás cerca de los muertos que de los vivos. De tantas cosasdichas, yo no puedo ni quiero dejar de escuchar lo queBen, un viejo ludita, les dijo a unos historiadores localesdel condado de Derby cincuenta años después de los suce-sos: “Me amarga tanto que los vecinos de hoy en día

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malinterpreten las cosas que hicimos nosotros, los luditas”.¿Pero cómo podía alguien, entonces, en plena euforia porel progreso, prestar oídos a las verdades luditas? No ha-bía, y no hay aún, audición posible para las profecías delos derrotados. La queja de Ben constituyó la última pala-bra del movimiento ludita, a su vez eco apagado del que-jido de quienes fueron ahorcados en 1813. Y quizá yohaya escrito todo esto con el único fin de escuchar mejora Ben. Me aferro y tiro de su hilillo de voz como lo haríacualquier semejante que recorriera este laberinto.

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UNA MONEDA VALACA

SOBRE LA RESISTENCIA PARTISANA

I

En mis manos contemplo una antigua moneda valaca.La conseguí en el Parque Rivadavia. El Parque –así, a se-cas, le dicen los vecinos y los que concurren desde siem-pre– es uno de los puntos cardinales secretos de BuenosAires. Uno de sus escasos centros de gravedad. El aire defamilia que emparenta las “plazas” –bonsáis que el Esta-do reserva al vecindario– con los bosques permite que aveces la jardinería barrial salte sobre los cercos emplaza-dos por los geómetras municipales. Luego, tanto el par-que edénico como el monte cerrado –arboledas donde nomadura el dinero– son imanes para la imaginación urba-na. En las plazas hay aduanas que consienten o vedan elcruce a otros tiempos, “conejeras” que conducen a plie-gues de la imaginación. Después, el tacto es brújula y el“ábrete sésamo” un pasaje tan bueno como cualquier otro.Pero no por ser enunciadas sirven las fórmulas mágicascomo pasaporte lingüístico.

Algunos comercios y trueques que han subsistido pordécadas le han procurado al Parque Rivadavia una au-reola de mercado persa que reluce especialmente los finesde semana. Las generaciones que han migrado regular-mente hacia la zona lo consideran refugio más que paseopúblico. Es allí donde las cosas amenazadas por el óxido,el hongo y el olvido quedan resguardadas de desatencio-nes e intemperies. Al turista accidental que pugna por laganga o el souvenir le es sustraído el “doble de parque”,porque en el lugar rigen contraseñas, misterios iniciáticos

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y pasadizos secretos que son revelados únicamente a quie-nes lo tienen por meca semanal. Sólo entonces los objetosen exhibición adquieren la cualidad de visas, de varitasmágicas, de bienes cuyo precio está por debajo de su va-lor. Cuando se agotan los elementos tradicionales de latabla de Mendeleiev comienzan las así llamadas “tierrasraras”. Así también, cuando los objetos terminan de darla talla acostumbrada comienzan a revelar propiedadesdesconocidas.

Cinco logias tienen jurisdicción sobre el Parque. Losbibliófilos –libreros de viejos y buscadores de raros y ago-tados–; los melómanos –comerciantes de discos, casetes ycompactos–; los filatelistas; los vendedores de videos pi-ratas; y los numismáticos. No son los blasones que distin-guen a los altos grados de estas masonerías las señas deidentidad de los puesteros, a pesar de que algún que otrocomerciante “establecido” tenga su “carrito” instaladoen las veredas interiores del parque. Por el contrario, pa-recen enorgullecerse de su visible precariedad y del permi-so condicional, del barateo y regateo, de la segunda líneay el emplazamiento barrial. La inadaptación a los códigosemblematizados por el código fiscal y la tarjeta comerciallos amontonó en las barracas del parque. Sin embargo, apesar del juego de simetrías que vincula a unos y otros, unperceptible encono los enfrenta: en otras épocas, la poli-cía persiguió a libreros y a rockeros, nunca a los coleccio-nistas de sellos postales y de billetes. El rumor malévoloasegura que un comisario o un coronel coleccionista pro-tegía a sus pares.

Los numismáticos se han instalado en redondo alrede-dor de un enorme árbol, a la orilla de la avenida Rivadavia.Todos ellos, jóvenes o veteranos, comparten el tic obliga-torio del coleccionista, el entusiasmo maniático por loscírculos de metal. Esa pasión los hace también propieta-rios de saberes laterales sobre la historia del mundo.

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Saberes inútiles, fragmentados y en desuso. Saberes deoficio: sobre desaparecidos enclaves coloniales y metalesnobles, sobre grandes falsificadores y volteretasgeopolíticas en regiones lejanas. En verdad, en una es-tampilla o en una moneda se ocultan historias soslaya-das. Quien ha aprendido a no despreciar a los pasatiem-pos improductivos o las pasiones de coleccionista no seengaña sobre las claves que los objetos pueden revelar. Elamante de artefactos y de ideas perimidas puede ser tam-bién el semejante de quien analiza las sutiles ondulacionesde un relieve histórico. Así, Georges Bataille, director delGabinete de Monedas y Medallas de la biblioteca deOrleans redactó, mientras las cuidaba, un curioso tratadode economía, La parte maldita, en el cual se postula quelos fundamentos libidinales de la economía se sostienenen el derroche y no en el ahorro.

De los momentáneos panoramas que se engarzan a lavista rescatamos pormenores, logos, huellas, siluetas, es-pejismos, esfumaturas: espectros de la óptica. Pero ape-nas un puñado logra ser incorporado y macerado en lasprobetas de la memoria. El resto se escurre y se deslizafuera de foco. En un rutinario paseo dominguero por elParque Rivadavia la curvatura de una moneda se meencastró en el diámetro de la esfera ocular. ¿Qué fue loque me acercó hacia su radiación? Quizás el formato an-tiguo, poco familiar. ¿No ocurre a veces que una mone-da que cae al piso desafía la regularidad estadística ycomienza a correr sobre su canto? No queda otro cami-no que seguir la dirección imprevisible de su rodada.Cuando encontré a la moneda valaca buscaba otra cosa,pero es inútil dragar el delta causal: al azar no se le exigepedigrí. Ese domingo por la mañana había ido al Parquea buscar monedas rumanas de este siglo para hacer unregalo peculiar a un amigo de origen balcánico. Ruma-nia es un curioso país de lengua latina y alfabeto cirílico,

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de nombre imperial y consistencia campesina, de apodorelativamente nuevo y gobiernos sucesivos de índolemonárquica y colectivista. Pero antes de su nombre,Rumania estuvo cuarteada en otros tantos territorioscarpáticos y temblando bajo el knut de los señoresaustrohúngaros, rusos y otomanos. En los puestos habíamonedas balcánicas de principios de siglo, billetes emiti-dos por las autoridades turcas, papel moneda de la épo-ca de la Gran Guerra, billetes de valor menudo y otroscon clonación de ceros, crías de la hiperinflación. En unode los puestos había billetes rumanos con el cetro y escu-do de la dinastía Hohenzöllern y también los “lei” de laépoca comunista. Y había, antes que ellos, una monedarenegrida y solitaria.

Una moneda antigua.

II

Una inscripción en el sobrecito de plástico que protegíaa la moneda garantizaba que yo tenía en la cuenca de lamano dos “para”, pieza de bronce sellada entre los años1770 y 1772 en Valaquia y cuyo radio de valor cubríatambién a Moldavia. Entre 1768 y 1774 Valaquia fue unEstado-tapón creado artificialmente por el imperioRomanov luego de la Guerra Ruso-Turca y cuya misiónexclusiva consistía en amortiguar tensiones con el Impe-rio Otomano. Las monedas eran el fruto exprimido de laderrota turca: fueron forjadas con el bronce de los caño-nes capturados, fundidos y acuñados.

Ciertos territorios –grandes o pequeños, históricamen-te pivotes o insignificantes, en la cresta de la ola u olvida-dos– nutren por un tiempo los anecdotarios culturales.De Samarcanda a la Tierra del Preste Juan, de Macchu-Pichu a la Isla de Pascua, sus acciones en la pizarra de

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cotizaciones mitohistóricas varían pero siempre subsistela memoria de un esplendor. Valaquia. Uno más de tantosnombres geográficos legendarios que han sido resucitadospor la novela de aventuras, el artículo periodístico de oca-sión y las películas de vampiros. Tartaria, Siberia,Patagonia, son vestigios folklóricos que ocultan matan-zas y torturas, y cuya sangre licuada y secada lareencontramos en escuetos párrafos de compendios dehistoria universal. En todos lados se minimiza el dramaconstitutivo del renombre. A Valaquia le bastó un solohombre para que se le confiriera el estatuto de territoriolegendario; un hombre cuya historia temible sólo es posi-ble resucitar excavando bajo los cimientos de la cinema-tografía gótica. Poco sabemos de la región carpática. Hastaprincipios de este siglo, Buenos Aires o Río de Janeiroestaban más cerca de Londres o París que toda la penín-sula balcánica. Siglos de dominio otomano y un pertinazrechazo a la irradiación del iluminismo la destituyerondel interés civilizado. Luego, la guerra regional fratricida,el magnicidio en Sarajevo, la ocupación nazi, la “Cortinade Hierro” y al fin el cuarteamiento de Yugoslavia y laguerra étnica. Pero antes, Valaquia fue el dominio de VladTepes, apodado “Drácula”, príncipe de Valaquia y duquede Transilvania, Almas y Fagaras. El apodo “dracul” fuedado a Vlad II, padre de VIad Tepes, y hace alusión tantoa la palabra dragón como a la más preocupante “diablo”.“Drácula” significa hijo del diablo y ése fue el sobrenom-bre concedido a ese príncipe valaco muerto hacia 1476.

Una moneda de la región del personaje tremebundohabía llegado a mis manos. Estaba bastante deteriorada.Se notaba una inscripción cirílica así como un dibujo tro-quelado de difícil interpretación. Luego, averigüé que setrataba de dos escudos que sostenían una corona. Las pre-guntas más difíciles de contestar se me ocurrían mientrasexaminaba la moneda: ¿Cómo habría llegado al Río de la

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Plata? ¿Por cuáles y por cuántas manos habría pasado?¿Qué actividades habría subvencionado? ¿Qué sangrederramada, qué impuestos fiscalizados, qué mercancíasencargadas, qué lujos y qué hambre satisfechos se oculta-ban en el diámetro de una sola moneda? ¿Quién la habríatraído? Pensé que la podría usar como un antídoto, comouno de esos amuletos ambiguos a los cuales les ha sidoinvertida la carga negativa, como una vacuna. “Drácula”,hijo del diablo, fue en aquella zona la encarnación delmal durante cientos de años; y aunque otros alias tuvie-ron mayor prensa durante la época cristiana –Lucifer, elAnticristo, Mefistófeles–, ningún diccionario de los infier-nos puede darse el lujo de prescindir de este “rumanismo”.¿Acaso en esta tierra existe un país del diablo? ¿Un terri-torio que lo cobijó originalmente luego de la caída? ¿Unrefugio al cual retorna luego de cada correría o de cadaderrota? Si así fuera, la geografía del Reino de las Tinie-blas ha de contener curiosos e inciertos accidentes. Por elretrato que algunos viajeros nos han dejado del panora-ma visto desde el Paso Borgo, sabemos que se parece auna naturaleza muerta. Hoy se las deseca en museos o selas retoca para consumo turístico. Pero antes de los bode-gones renacentistas, los retratos cortesanos, los interioresdomésticos claustrofóbicos, las postales de viaje, la foto-grafía pornográfica, los cien canales de TV y de otras va-riantes evolutivas de la naturaleza muerta, ya circulabanen esa época xilografías mostrando los treinta mil prisio-neros turcos empalados en un solo día por orden de VladTepes, alias “Drácula”, prototipo balcánico de los líderesestatales monstruosos del siglo XX, indiferentes al dolorcausado.

Esa moneda parecía acuñada con torpeza. Si se me de-cía que tenía miles de años de antigüedad, lo hubiera creí-do. El arte numismático anterior a la modernidad acuña-ba monedas sustancialmente distintas de etnia a etnia y

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de imperio a imperio. Pero las actuales parecen cortadaspor el mismo patrón de medida: sus variaciones y diferen-cias dependen más de imperativos de diseño que de untroquel antropológico. En el patrón oro y en el dólar cal-zan todas las huellas digitales. Y aunque sea verdad que eldinero es la más alta abstracción de la mercancía, no dejade ser un fetiche concreto y poderoso: cuando la religióno la política titubean, persiste todavía la monedaaherrojándonos a tierra: es el ancla que traba la fuga, lahostia repartida en torno de los becerros de cinco conti-nentes. Imaginé que esa vieja moneda, fragua caliente endonde fue vertida la fuerza de un tiempo pasado, ya erapeso muerto. ¿Estaría invertido el orden de los elementosde su aleación? Pero tras la otra cara de mi moneda, comosi fuera una lupa, detecté un signo abyecto: entre tantopapel moneda desmonetizado e inútil había en los pues-tos del Parque ejemplares de una economía de guerra, dela numismática de la Segunda Guerra Mundial. En épocade paz, el dinero moderno tasa el tiempo de los hombres yel peso de sus mercancías, y durante las guerras, los inter-cambios cotidianos entre hombres movilizados por fuer-zas desmesuradas que les impiden desconcernirse. Ante-rior a la secularización de Occidente, la moneda valacaquizás hubiera merecido ser la unidad de medida finan-ciera de la noche de la eternidad.

III

Cuando la búsqueda de monedas rumanas en el ParqueRivadavia se volvía infructuosa, los puesteros ofrecían sus-titutos, suponiendo que mi jurisdicción abarcaba la re-gión entera. Popurrí oriental: papel moneda de Polonia yde Montenegro, de Lituania y de la Unión Soviética, deCroacia y de Eslovaquia. Me di cuenta de que en el mer-

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cado numismático circulaba bastante moneda de la épocade la Segunda Guerra. Compré un billete del protectora-do alemán sobre Bohemia y Moravia, país marioneta quesubsistió el tiempo que duró el milenio nazi. Luego adqui-rí otros ejemplares centroeuropeos y balcánicos de esaépoca. El diseño de esos billetes –al igual que el de losactuales– suele ser hermoso. Así debía ser el rostro de laHidra de Lerna, una de cuyas cabezas –la inmortal– esta-ba recubierta de oro. En fin, incluso los perfumes son fija-dos con la excrecencia genital de las ratas.

Durante la Segunda Guerra Mundial existieron variasnaciones-títere eructadas durante la expansión nazi porEuropa. La taxonomía contiene al gobierno marioneta enun país aliado al “eje” y a la republiqueta creada ex pro-feso. En el primer caso se cuentan el gobierno de Antonescuen Rumania, o los de Austria y Hungría. En el otro, laRepública de Saló, el Protectorado Alemán sobre Bohe-mia y Moravia, Croacia, la República de Vichy, la móvil yefímera Ucrania y, quizás, el gobierno de monseñor Tiszoen Eslovaquia. En este segundo grupo, los casos de Ucraniay Croacia, hacia cuya fundación pujaban fuerzas nacio-nalistas desde hacía un siglo, se diferencian de Vichy ySaló, ampollas territoriales cuyas fronteras se trazaban deacuerdo con los caprichos del führer o con los zigzag di-bujados por las peripecias militares. En Alemania, ya sesabe, pero también en esas naciones, se construyeron in-fiernos para judíos. Cada una pagó al nazismo la cuotamás alta posible: Rumania, 750.000; 60.000, Checoslo-vaquia; 200.000, Hungría; 300.000 judíos de Yugosla-via; y de los 750.000 asesinados en Rusia, grande fue latajada que correspondió a Ucrania. La mayoría de los ju-díos rumanos fueron asesinados en la Transnistría, regiónmoldava hacia donde habían sido expulsados. El restosucumbió en el campo concentracionario de Cluj. Por elTratado de Trianón de 1919 Hungría había cedido a Ru-

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mania su provincia oriental, pero en 1941 la recuperó.Cluj quedaba en esa provincia, llamada Transilvania, don-de la sombra de Vlad Tepes aún cubría la memoria de loscampesinos. Entre otras etnias y creencias arrasadas enlos campos se cuentan los izquierdistas, los homosexua-les, los pacifistas, los gitanos, los serbios y los testigos deJehová. Súmense a ellos los prisioneros de guerra que nun-ca volvieron, los partisanos y sus simpatizantes asesina-dos en el lugar donde se los encontrara, los “trabajadoresesclavos” muertos de extenuación, la esclavas sexualeshumilladas en Oriente, y las nacionalidades asesinadas,especialmente ucranianos, polacos, gitanos (los primeroscobayos en los cuales se probó la eficacia del gas Zyklon-B en 1940 fueron doscientos cincuenta niños gitanos traí-dos desde Brno hacia Büchenwald). Números. Sin embar-go, un solo testimonio del espanto los abarca a todos. Esonunca parece bastar; tampoco en la Argentina.

Entre otras tantas cosas, también la numismática une aesos países: todos emitieron moneda o, más bien, las con-fiaron a los cuños de la Casa de la Moneda de la ciudadde Leipzig. En Vichy circulaba el dinero francés (cuya di-visa grabada era “Travail, Famille, Patrie”) pero tambiénse emitieron vales y chapas. Ucrania tuvo el “karbovanez”,billete de ocupación emitido en 1942; Bohemia y Moraviael koruna entre 1939 y 1945; Eslovaquia el halierov hastaoctubre del 44; Estonia el krooni, Croacia el kuna, Aus-tria el kronen, Rumania el leu y así sucesivamente. Todasestas monedas desaparecieron con la “liberación” y al pocotiempo ya eran curiosidades numismáticas. Prole deValaquia, aquel estado-tapón, estos billetes nacieron delas planchas estatales nazis y terminaron en los libros decoleccionista. También los campos de concentración nazituvieron su propia moneda, vales entregados a los “inter-nos” cuando ingresaban a cambio de sus posesiones mo-netarias o materiales. Su radio de valor terminaba en las

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alambradas. ¿Un sistema monetario para los impuros? Laestrella amarilla los identificaba, pero también el triángu-lo negro en el caso de los gitanos, el violeta para los inves-tigadores bíblicos, el celeste para los emigrantes caídos enlas redadas, el verde para los criminales y el rosa en elcaso de los homosexuales; el prontuario rojo bastaba paralos demás. El tacto del patriota o el del ciudadano explo-ra el relieve de la moneda con la yema de los dedos o conel canto de la uña. Y con la misma celeridad con que seatrapa al vuelo una moneda se dispara el índice hacia eldescastado.

IV

La relación con la moneda garantiza el lazo social. Yciertas continuidades táctiles son canales silenciosos de lahistoria donde naufraga el consuelo de remitir el siglo XX

a las contracciones espasmódicas entre reaccionarios y pro-gresistas. El dinero, lubricante del sistema nervioso de lanación, traslada hasta la última y más fina nervadura lospulsos espirituales de la ciudad moderna, cuyos monu-mentos no son ya arcos ni estatuas sino cajas fuertes ycajeros automáticos. Es la tierra firme sobre la cual seefectúan las transacciones más imprescindibles, y admiteuna sola ley germinal para su crecimiento y circulación.Escurridiza electricidad entre los dedos: salario, présta-mo, propina, soborno, vuelto, limosna –el dinero pasa demano en mano–. ¿Es la mano el mejor “conductor” de lacirculación financiera? ¿Bastaría con que alguien se nie-gue a pasar dinero para que se corte el circuito? Es im-prescindible hacerse la pregunta si se quiere comprenderla decisión y el martirio del carpintero anarquista GeorgElser, solitario responsable de un atentado contra Hitleren 1939.

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En Eslovaquia, en Croacia, en Vichy se pasaba el dine-ro. Las condiciones materiales de vida eran difíciles, aunen países protegidos u ocupados por los nazis: estrechezgeneral, comida escasa, terror cotidiano, circunstanciashistóricas incomprensibles. ¿Cuánto consintió la pobla-ción a sus gobiernos de derecha? En Austria mucho, enVichy también, en Noruega y en Bulgaria poco y nada. Entodos lados se espesaba el miedo pero también el desinte-rés y la resignación. Y en una gradación difícil de estable-cer, el consentimiento. Debe recordarse que los gruposfascistas regionales (“Guardia de Hierro”, “GuardiaHlinka”, “Cruz de Flechas”) no asumieron el poder enmuchos de estos países sino hasta el final: operaban comogrupos de presión. Esos gobiernos estaban en manos deuna panoplia de derechas: “moderada”, “conservadora”,“anticomunista”, “monárquica”, lo cual vuelve más pre-ocupante la indiferencia general hacia la protección nazi.Sólo algunos países ocupados mantuvieron cierta inde-pendencia real ante los reclamos alemanes de recibir suración de judíos y gitanos: Dinamarca, Finlandia, Bulgaria.Alemania encontraría cómplices más brutales entrelituanos, rusos blancos, ucranianos, eslovacos, croatas yrumanos. La complicidad de la Iglesia luterana alemana ydel alto clero católico en la matanza así como la sospe-chosa pasividad de los aliados y las evasivas y omisionesdel gobierno ruso son cuentas históricas que no deberíanestar cerradas. Por otra parte, para el comienzo de la gue-rra la mayoría de los que podrían haber organizado algúntipo de resistencia civil ya no podían hablar: en Austria yen Alemania estaban eliminados, y al poco tiempo de serocupado el resto de Europa se destrozó físicamente alantifascismo en Croacia (20.000 asesinados), en Polonia,en Ucrania y así sucesivamente. Los que pudieron huir atiempo sacarán visa de resucitados de por vida. Maquishubo en todos lados, pero la mayoría de la población sen-

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cillamente acataba y sobrevivía. Y hacia circular la mone-da. ¿Obligación cotidiana, fatalidad inevitable? Si así fue-ra, las actividades rutinarias se nos aparecerían como cons-tantes costumbristas interferidas por una época sombría,la cual, sin embargo, no trastornaría sus átomos constitu-tivos: su lenguaje, sus tradiciones, su sabiduría ancestral.Si la supervivencia es ineludible, las manos serían inocen-tes y la manipulación ordinaria de billetes y monedas per-tenecería entonces a una suerte de ámbito público neutro.Pero en las calles se hace difícil distinguir lo público de loprivado. En los campos de batalla también.

¿Qué significó colaborar? En el caso de las republiquetaso de los gobiernos aliados de Alemania, el humus dondegerminaba su legitimidad no fue abonado principalmentepor la derrota, la ocupación o el gobierno títere, sino porel acatamiento cotidiano, enraizado en un terreno de cu-yos surcos la trilla ya hacía mucho tiempo que separabala paja del grano. El odio al judío y a la izquierda fuesembrado a veces por ideólogos, a veces por partidos po-líticos, a veces por la Iglesia, a veces por los gobiernos.Por la indiferencia, siempre. Hay semillas que germinandespués de un siglo, incluso cuando se ha renovado el sueloy cambiado el cultivo. En 1416, nueve años después de lallegada del primer grupo de zíngaros a Alemania, se dictóla primera ley antigitana. Se establecerían cuarenta y sietemás sólo hasta 1774, algunas tan permisivas que permi-tían matarlos donde se los encontrara previa violación delas mujeres. Evolución aséptica: las mujeres gitanas se-rían las primeras en ser esterilizadas en Dachau, en el ve-rano de 1936. Los holocaustos judío y gitano, la Shoá y elPorájmos, son simétricos; y no fueron una excepción enla tradición centroeuropea y eslava de inquisiciones ypogroms, sino su aceleración y perfeccionamiento.

Sólo la resistencia a muerte se escurre de la preguntaliberal por la legalidad del poder, porque el partisano com-

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prende que el miedo es la nutrición de la legitimidad polí-tica en una nación. Maquiavelo y Bakunin se dieron cuentade esto, y sacaron sus conclusiones. Los partisanos tam-bién. Por cierto, es mucho pedir. Por eso mismo LasTermópilas, Masada, Montségur, La Comuna, constitu-yen soberbios e inquietantes rechazos, no tanto del apegoa la vida del común como de las justificaciones forzadas ocándidas de las filosofías políticas liberales. ¿Qué signifi-ca colaborar entonces? Se pueden clasificar las responsa-bilidades, se puede comprender el terror y la fuerza supe-rior, se pueden graduar las conductas de la población. Peroquien usa un graduante acaso sea el sosías de quien dividela herencia genética en partes alícuotas, porque la plata-forma histórica que permitió la matanza de “subhumanos”y “antihumanos” y por donde a la vez circulaba la pobla-ción estaba forjada de sustancia ética debilitada, cuandono abyecta. En Polonia casi no quedaron judíos, y enBielorrusia, Crimea y Croacia no quedó ni un solo gitano.Los judíos y gitanos que juntos formaron un grupo resis-tente en el distrito de Lublin sabían muy bien lo que ha-cían. Sólo el partisano tiene derecho a decir que su futurono estaba concernido por la moneda de curso corriente. Yes casi un milagro que se hayan organizado grupos arma-dos tras las líneas, incluso en los ghetos. En Francia, enItalia, en Eslovenia, en Serbia, en Rusia. En París se lla-maron también “franc tireurs”, y acuñaron su propia mo-neda partisana. Un sistema monetario antifascista, del cualquedan tan pocos ejemplares que en el mercadonumismático internacional se los considera invalorables:certificados de partisanos eslovacos en diferentes distri-tos, billetes del Gobierno Croata Antifascista, vales delGobierno Antifascista de Bosnia y Herzegovina, vales ynotas de las Brigadas Garibaldi, Ossoppo y del Comitatode Liberazione Ligure, de Italia, los 5 karvobanez delÉjercito Revolucionario Ucraniano (a la vez anticomunista

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y antinazi) del general Roman Shukhevych. Incluso el de-puesto y exiliado rey de Yugoslavia emitió dinares en Lon-dres a fin de no reconocer la ocupación. El derrotado yquien se ha marchado al monte no sólo conservan unahonra: también una iconología.

La guerra también fue un holocausto para la diásporaantifascista de los años veinte y treinta. Los revoluciona-rios húngaros de Bela Kun, los campesinos ucranianos deMakhno, los marineros de Hamburgo, los fugitivos delos fascismos balcánicos, italianos y alemanes, y losinternacionalistas que fueron a la Revolución Española,todos continuaron su cruzada en la Segunda Guerra Mun-dial al lado de los maquis y a veces integrados en los ejér-citos aliados. A las Brigadas Internacionales de Españaacudieron 35.000 hombres y mujeres desde cincuenta ycuatro países, incluyendo chipriotas, etíopes, australianos,tunecinos, martiniquenses, canadienses y centroamerica-nos. Algunos llegaron de más lejos aún: en Cataluña, 1937,la Compañía Internacionalista Chevtchenko estaba for-mada por unas decenas de sobrevivientes ucranianos delejército anarquista de Nestor Makhno que había cruzadoen 1921 la frontera ruso-rumana a caballo. En 1945, cuan-do bajan sus armas en el Languedoc, todavía conserva-ban la moneda revolucionaria acuñada por Makhno vein-ticinco años antes. ¿Qué historias le contaría NestorMakhno en 1924 –que por entonces trabajaba en una car-pintería de París– a Buenaventura Durruti antes de queéste fuera encarcelado en la Conciergerie, en la misma celdaque en otro tiempo ocupó María Antonieta? Todas estasrazas hoy extinguidas, especímenes de un arca que nuncaencontró su Ararat, eran testigos y portadores de utopíasamonetarias: en las comunidades catalanas o en las briga-das partisanas se experimentaba con numismática de nuevocuño. George Orwell recuerda que cuando llegó a Barce-lona en 1936 el sindicato de mozos había prohibido las

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propinas. Tierra adentro, en Aragón, directamente se ha-bía abolido el dinero.

El destino posterior del partisanismo europeo seríaamargo. Las promesas rotas de los poderes aliados, losservicios no reconocidos, la propias ilusiones políticasdesmedidas, el maltrato de los historiadores y de los esta-dos “liberados”. Una vez finalizada la lucha, la presenciapública del partisano lo transforma en testigo inconve-niente o en radicalista irreductible. El camarada Tito fueel único en lograr el control de un Estado, tan sólo paraposponer la terca cuestión balcánica por medio siglo. Untiempo perdido que ya se ha cobrado demasiadas vidas.Pero los crímenes de los estadistas y de sus estrategiasgeopolíticas siempre quedarán impunes. ¿Quién se acuer-da hoy de la cuestión Ucraniano-Carpática, de las repú-blicas de Lemko Rusyn y de Komancza, independizadasdel yugo austrohúngaro entre 1918 y 1920 y entregadasinermes a Polonia por decisión de los poderes aliados?Muchos partisanos serían traicionados, antes y después:el responsable de la aniquilación de la resistencia checaluego del atentado a Heydrich quizás haya sido un alfilerpinchado en mapas de estado mayor de Londres, y en losde Washington el que crucificó a la resistencia anti-franquista; la matanza de los partisanos griegos, por suparte, fue la tajada otorgada a los Aliados en el Tordesillassellado en Yalta, ecuador y Greenwich del siglo XX. Enfin, los designios del Estado son inescrutables para losingenuos: luego de 1945, mientras Moshe Dayan, quecomandó una compañía de soldados palestinos judíoscontra el régimen de Vichy –lo cual le costó un ojo de lacara–, llegó a ser merecidamente ministro de Defensa deIsrael, Bao Dai, que había sido emperador de Anam entre1932 y 1945 y, como tal, había colaborado con el régi-men de Vichy primero y con las tropas de ocupación ja-ponesas después, pudo continuar su carrera política como

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jefe de Estado de Vietnam entre 1949 y 1955 gracias a laprotección del gobierno francés democrático. Bao Dai aúnseguía vivo en 1997.

Exceptuando un proceso amañado a Krupp, poco ynada le ocurrió a las fuerzas vivas capitalistas que habíanpromovido el ascenso de Hitler hacia el poder. Siguieronfirmes, por así decirlo, al pie del cañón. La industria todolo recicla. Adolf Eichmann, burócrata exterminador paratiempos de guerra, fue luego capataz de Mercedes Benzen la Argentina. Pero en los campos concentracionariosnazis, y en los soviéticos también, millones de prisioneroseran obligados a trabajar a título de esclavos. Quienesiban a morir extrajeron oro y madera en los gulagssiberianos, y en los límites de los campos de la muerte sedeslomaron en las plantas descentralizadas de Bayer yTelefunken. Quienes iban a sobrevivir malamente, ochomillones de personas provenientes de toda Europa, fue-ron forzadas a trabajar en fábricas alemanas. Y en el este,veinte millones de internados “políticos” construyeron víasférreas, canales, rutas y ciudades siberianas enteras. Loshuesos de siete, o diez millones, ¡quién puede juntarlosya!, fueron arrojados a las fosas comunes. El salario delganado humano consistía en una comida diaria y el hora-rio de salida lo marcaba la ducha de gas o la bala en lanuca. Y la extenuación. Así también crecen las nacionesen todos los tiempos. En nuestras fábricas y oficinas lacurva cerrada de la moneda aún mide y tasa la marchacircular de los bastoneros de Cronos, impasible croupier.

V

Los billetes de Eslovaquia, de Hungría y de Bohemia yMoravia que se vendían en el Parque estaban desgasta-dos; de algunos sólo quedaban fibras y habían perdido su

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coloración original. ¿Adónde fue a parar la tinta y el de-trito del papel? Habían pasado por muchas manos. ¿Eldinero mancha los dedos? Ciertos venenos sólo requierendel más mínimo roce de los dedos en los labios para in-toxicar mucosas y sangre. Mientras más ajados los bille-tes, más veneno esparcido. Pero en el pequeño mercadonumismático de Buenos Aires circula una cantidad consi-derable de billetes croatas que, a diferencia de los otros,están impecables. En verdad, siguen en estado de impre-sión reciente. En los últimos días de la Segunda GuerraMundial los nazis mayores y menores se fugaron haciatierras amigas. También lo hicieron los fascistas regiona-les. Milán Stojadinovich, primer ministro de la Yugosla-via ocupada, ingresó a la Argentina en 1947 bajo la pro-tección de Bramuglia, ministro de Relaciones Exteriores.Ante Pavelic, líder de los ustashas croatas, llegó en esaépoca y aquí prosperó hasta que en 1957 un oscuro aten-tado le sugirió que el general Franco era un mejor custo-dio de su integridad física. Moriría amparado por elfranquismo. Ante Pavelic ingresó clandestinamente en elpaís parte del tesoro financiero croata: miles de billetes denulo valor, excepto el numismático, y el nostálgico. Peroson tantos los nazis y colaboracionistas que se fugaron aestas costas que constituyen de por sí un grupo estadísti-co: la última migración europea hacia la Argentina.

Hubo entonces ciudadanos que –aunque no fueran na-zis– apoyaron la independencia de algunos de esos paí-ses. Ciertas centroderechas, católicos conservadores y na-cionalistas en general aceptaron al nazismo protectorporque la obsesión por la patria suele ser la excusa opor-tunista de los irredentistas. Y conduce hacia las alianzasmás abyectas. En verdad, el oportunismo es el credo detoda ambición política. ¿Acaso será éste el problema plan-teado a los argentinos del siglo XXI por la figura históricadel general Galtieri? ¿Se lo detesta tanto como a Videla o

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a Massera? Él fue respetado, durante dos meses, por lamultitud. Ella misma, en nuestros días, ha preferido olvi-darlo, tanto como a aquella dudosa gesta. Dos meses dedelirio fueron extirpados de la memoria. En el viejo mun-do, muchos olvidan también que se imprimieron billetesen la casa de la moneda del protector a fin de poseer unsímbolo de peso del Estado-nación moderno: en los mo-tivos grabados en las monedas de aquella época abundanlas águilas rampantes, las cruces sospechosamente pare-cidas a la esvástica, los temas telúricos, los héroes nacio-nales. ¿Se puede ser alemán e italiano a la vez, o alemán yfrancés, alemán y croata? Esos líderes nacionalistas su-ponían que el protectorado nazi era garantía de la super-vivencia del aura regional, pero poco se imaginaron quehabían optado por una vía impracticable que conduciríaa la unificación total del globo bajo conducción alema-na, tarea de la que se ocuparían el americanismo y el sta-linismo triunfantes en un primer momento, y las indus-trias globales de la información después. La SegundaGuerra Mundial expandió las fronteras del Campo deMarte hacia las últimas trincheras. La convicción de queel mundo estaba en guerra y de que todas las nacionesestaban “ocupadas” es algo que muchos estadistas e in-telectuales pronto aceptaron. Por eso mismo, muchospaíses que se mantuvieron “al margen” prosperaron eco-nómica o financieramente: depósito bancario, tráfico dearmas, comercio en granos. ¿Sorprende que muchos deellos aceptaran la infiltración de fugitivos con cuentago-tas pero el de colaboracionistas a granel?

En 1945 Europa fue desinfectada. Quisling, Mussolini,Tiszo, Laval, son ajusticiados. A Petain, añeja reservamoral de la nación, se le evita la “humillación” de lahorca. “Venid a mí con confianza”, había pedido Petaina los franceses vencidos en su discurso de asunción delgobierno colaboracionista, y rogó además que evitaran

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caer “en los brazos del comunismo”. El judío “interna-cional” y la “internacional” de izquierda, coartadas si-métricas de la derecha. En todas esas naciones se proce-dió a una “limpieza burocrática” de jueces, jefesadministrativos, gradaciones militares altas y medias,jefes de redacción, jerarquías en general, de los que sehabían jugado demasiado, de algunos sospechosos y tam-bién de los antipáticos. Ascendieron entonces los ofici-nistas, las doñas rosas del periodismo, los secretarios dejuzgado, las ramas juveniles de la política, los soldadosy oficiales menores. El ejército burocrático de reserva.Uno de tantos se llamaba Kurt Waldheim. Diez añosantes, parte de esas cohortes habían sido heredadas a suvez por los nazis y por los gobiernos de la derecha cató-lica. Veinticinco años después, la pérfida locutora Rosade Tokyo declaraba a unos periodistas: “Ya ha pasadomucha agua bajo el puente”.

¿Tanta ha pasado? Después de que en 1991 Alemaniafuera el primer país en reconocer por segunda vez la inde-pendencia de Croacia, se suscitó en Zagreb un debate apa-rentemente menor acerca del nombre de la nueva monedade curso forzoso. Se decidió que seria “kruna” (corona),pero la presión de la derecha impuso el apodo “kuna” (mar-ta cibelina), nombre de la moneda croata bajo el régimenfascista de Pavelic. Pronto algunas calles y escuelas fueronbautizadas con el nombre de un escritor ustasha y ministrode Educación de Pavelic. Después, se le cambió el nombre ala “Plaza de las Víctimas del Fascismo”. Las estatuas deTito desaparecieron de la vista, algunas voladas en peda-zos. El populismo nacionalista pretendía rehabilitar al pri-mer Estado croata independiente ocultando su idiosincra-sia fascista. Desde 1990 este tipo de cuestiones se multiplicóen la prensa y la política de la derecha de los nuevos esta-dos del este europeo, exponiendo los lazos problemáticosque se pretenden mantener con el pasado abyecto. En

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Ucrania disponen de un solo héroe nacional de peso, quienlogró en el siglo XVII que los zares le concedieran a la regiónel estatuto de “marca”. Fue también un asesino fanático dejudíos. El dilema planteado al nacionalismo ucraniano ac-tual por el líder colaboracionista y antisemita entre 1942-43 apellidado “Bandera” es aún peor. Y hay más: el jefe deGabinete de Konrad Adenauer fue, en los años treinta, elfuncionario que propuso una resolución “moderada” (cla-sificación por religión paterna y no por sangre) para resol-ver la cuestión de la identidad judía. En 1947 el Banco Cen-tral de Checoslovaquia mandó fundir 2.000.000 de piezasde koruns de la época del régimen fascista títere, a fin dereacuñar la nueva moneda checa sobre el metal fundido.¿Tan nueva sería? ¿Qué secretos de familia se licuaron enesa colada? Las monedas tienen dos caras. En épocas deguerra un hotel de balneario puede ser utilizado como cen-tro de tortura, un estadio de fútbol como campoconcentracionario, un buque mercante como presidio. Lasluchas bestiales entre nacionalidades y Estado central, laguerra balcánica, la cuestión de los “inmigrantes”, elneonazismo, no son secuelas lejanas e irresueltas de las gue-rras del siglo; son su continuación. Y la limpieza “étnica”que se ha tolerado en la ex Yugoslavia, donde croatas hansido ustashas y serbios chetniks colaboracionistas, es laprueba más evidente de ello. En las fosas comunes de Bosnialos cuerpos martirizados caen sobre los cien mil gitanos,judíos, izquierdistas y serbios asesinados en el campo croatade Jasenovac en los años cuarenta.

¿Qué lugar ocupa la moneda nazi en el patrimonio ima-ginario de la actualidad? En cincuenta años más, a lo sumoen un siglo, las atrocidades de las dos guerras mundialesserán estudiadas como hoy lo hacemos con la conquistade América, la esclavitud o la quema de brujas. Masacresmás lejanas ni siquiera figuran en los libros de texto. Ellasconcernirán únicamente al mundo académico, en donde

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la culpa y el lamento operan como moneda de cambiosimbólica para adquirir becas y reconocimientos. Ya nohabrá supervivientes y los memoriosos no superarán elcírculo cerrado de las sectas refractarias. El Porájmos gi-tano ya es casi una nota al pie en el libro del siglo. Para elcomún de la gente, el futuro lo es todo y el pasado abe-rrante un puente que ya hemos cruzado y demolido. Peroa veces se extraen de cualquier obra en construcciónpaletadas de huesos. En esos países –como en el nuestro–cada cual marcha a sus asuntos cotidianos pisando cadá-veres. ¿Cómo entender la dialéctica entre la continuidad yla discontinuidad? La peste jamás pasa del todo: los antí-dotos sólo consiguen posponer su tarea o hacer mutar sufuncionamiento. La tensión entre partisanismo y radica-lismo político, por un lado, y colaboracionismo e indife-rencia general, por el otro, acaba ocultándose onegociándose en las transiciones políticas. La brasa seapaga. El olvido derrota a la muerte.

¿Cuál es el vínculo entre los rutinarios intercambios fí-sicos de una población y su vida moral? Aún no sabemoscómo pensarlo. Pero la relación mantenida con la mone-da es, desde antiguo, una clave de comprensión. YaDiógenes se propuso como tarea del pensamiento reacuñarla moneda, es decir, cambiar los valores. Los quiro-mánticos, por su parte, saben que en las manos se puedepalpar una orografía simbólica, un himalaya místico, ytoda su sapiencia consiste en detectar las caídas y los as-censos del destino. ¿Basta una sola moneda aceptada, cam-biada o dada para rehacer el relieve moral de una mano?¿Un momento biográfico puede dar la clave sostenida deuna época? La cuestión tiene sentido si consideramos quetodo lo que hacemos, aún lo más modesto y mecánico,afecta el rumbo de nuestra fortuna, imponiéndole un rit-mo, señalándole itinerarios, educando el tacto.

Pero a Judas el salario le hundió la mano.

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VI

La anatomía contrahecha no escasea en las metáforaspopulares y literarias o en sistemas filosóficos enteros.Distintos órganos y procesos corporales se reclaman sededel déficit emocional: el corazón turbulento, la melanco-lía visual, la dispepsia intestinal, la sexualidad sublimada.Pero no abundan las referencias a la experiencia truncadel tacto, a pesar de que las manos son órganos bien dis-puestos al contacto. En la historia cotidiana de los inter-cambios humanos las manos son platillos de una balanzade precisión, aunque descalibrada. Por eso mismo, en elverbo tocar se ocultan complejas operaciones osmóticas.¿Puede el dinero dar forma a la mano? Todos los sentidosdisponen de guías maestros y de domesticadores. Nuestrasensibilidad táctil se instruye tanto en el pago de mercan-cías como en la exploración de una llaga. En todo tanteo.Y se endurece con el puño o la palma en alto y con elempuñamiento de palancas y controles. En las manos segraba la temperatura irradiada por los cuerpos tanto comolas impresiones y contornos de todo aquello rozado o afe-rrado a lo largo del día. Se depositan sedimentos, quedauna borra, un poso. Quizá no haya termómetro táctil másconfiable que la mano de un ciego; todas las cosas puedenhallar su medida en esa cuenca. Así fue como un sudarioaceptó al rostro de Cristo. Las líneas de la vida se vansuperponiendo en la palma de acuerdo con la orientaciónque toma al tacto. El dibujo y el calado de las hendidurasmostrarán luego la aleación que estigma, ruina y graciafundieron en la piel. En algunos, emociones y experien-cias sólo son pátina para una costra, polvo fósil de lo sen-tido y vivido; en otros, dejan vestigios imborrables ysintientes. En los dedos del torturador queda sangre, enlos del torturado también.

Aún al día de hoy, “saber tocar” es fuente de prestigio,

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asombro y envidia: los pases de magia, la auscultaciónmédica, la celeridad del fullero, el manejo técnico de unarte, la caricia consoladora. ¿Cómo reconocer los atribu-tos de una dignidad manual? La mezquindad, la prepo-tencia y la avaricia saltan a la vista en la gestualidad ma-nual; y nos irritan. Saludar, brindar, hospedar, son saberesde la confianza de cuya efectuación son también respon-sables las manos. Rechazar lo inaceptable, brindar ayu-da, negar el imaginario simbólico del triunfador, son ac-tos que permean el espacio emocional de una persona y,como ingredientes fundamentales de un cóctel, determi-nan su sabor y su espesor. Y es insuficiente reducir nues-tras relaciones torpes o problematizadas con el dinero apatología subjetiva o a exageraciones de la ortodoxia teó-rica. Cuando en 1936 muchas aldeas españolas abolieronla propiedad privada y el dinero no sólo proponían unabsurdo, también un corte simbólico. De todas maneras,si el sentido del tacto propone un dilema es porque susbúsquedas no concluyen con la exploración –contadorGeiger– de la realidad exterior. Las manos, valvas parti-das, tantean, quieren completarse. Mientras tanto, ajusti-cian o dan lo justo. Pero los hombres que van a ser ejecu-tados están maniatados.

VII

Las reservas monetarias de los numismáticos del Par-que se alimentan de billetes y monedas guardadas porvecinos y amigos. Nadie tira a la basura las monedas ylos billetes en desuso. Son escondidas en cajitas, en apar-tados del escritorio, entre las páginas de un libro. Y selos olvida. Gesto melancólico o reticente a perder dine-ro, e inadvertidamente, astucia de la memoria que nosquiere hacer tesoreros de la historia contemporánea: en

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la moneda de uso corriente de una época se muestra elcontorno del horror o de la vanidad tan nítidamente comoen un espejo. La numismática fascista, en cambio, sueleacabar en sórdidas galerías de la calle Lavalle o en elParque Rivadavia, porque nadie quiere la compañía es-pectral y amenazante de objetos siniestros o de recuer-dos dolorosos. Pero quien observa atentamente una mo-neda valaca o un billete de país colaboracionista –a finde cuentas, objetos pequeños, películas tenues–, acasose dé cuenta de que su peso es tal que pronto se vuelvecontrapeso del ajuar del ciudadano común fuera de todasospecha: libros, fotografías, ropa, recuerdos de viaje,posters, vajilla y muebles. Tormentas de acero acuñaronestas monedas y bruñeron sus diseños. Las leyes que ex-plican su peso no pertenecen al orden físico ni muchomenos al financiero, sino al espiritual. Imanes, promue-ven o repelen energías: quien tiene estas monedas en sumano no necesariamente las tiene en su poder. Tienen“maná”. Fueron tocadas y trocadas por gente que expe-rimentó regímenes abyectos. Nosotros mismos, descui-dadamente, estrechamos todo el tiempo las manos deaquellos que hicieron circular esta moneda. ¿Implica estoun principio de continuidad? No se piense que la mone-da transmita una peste sino que en todo intercambiomonetario hay un manoseo. Es en la circulación rutina-ria de valores que no son abstractos donde se constituyeuna legitimidad y no en las bellas palabras. El cambio deun formato y el borrado de un diseño no comienza lacuenta de nuevo. Hoy podemos estrechar la mano de unanciano que cuando joven pudo haber estrechado la dePavelic o la de Eichmann, quienes, cuando adolescentes,pudieron hacerlo con la de otro anciano que a su vez dejoven saludó la de otro y así dos generaciones más y yanos encontraríamos en Valaquia. En verdad, retrocedien-do por los saludos de anciano en anciano podemos lle-

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gar a estrechar la mano del mismísimo Adán. Pero tam-bién la de Caín.

La indiferencia y la crueldad hacia los perseguidos nosólo es la herencia que nos deja el siglo; es también lasustancia emocional que garantizó la constitución de laépoca: la época de la pertenencia orgánica a institucionesy regímenes que requieren de absoluta y obligatoria cola-boración. La indiferencia constituye una forma horrendadel mal, pues es una emoción sin dios y sin demonio. Ig-nora su pecado, se prohíbe el intento de comprender, nopuede hacerse responsable de sí misma. El catálogo deatrocidades de época está repleto de colaboracionistas,calculadores políticos, temerosos, indiferentes, esteticistasbélicos, fanáticos y asesinos. Pero así como la multiplica-ción de la desgracia suelta muchos de los cabos que atan alos hombres entre sí, también logra que otros lancen ama-rras en la esperanza solitaria de que alguien las aferre. Unlibro quizás imposible podría recopilar la innumerablemultitud de gestos solidarios con los prisioneros, los fugi-tivos, los amenazados y los resistentes: el refugio en losconventos, la protesta solitaria, la huelga contra la ocu-pación, el alimento donado, el arma escamoteada del ar-senal, la ayuda en condiciones dificilísimas. Ese libro im-posible nos hablaría de un enigma misterioso: el milagrodel amor anónimo.