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Cae en la tentación por Maya Banks. Primeros capítulos

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Una mujer perseguida por las sombras del pasado que explora las posibilidades de un nuevo comienzo de una manera que nunca pudo imaginar.

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Cae en la tentación

Maya Banks

Traducción de Scheherezade Surià

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CAE EN LA TENTACIÓNMaya Banks

Una mujer perseguida por las sombras del pasado que explora las posibilida-des de un nuevo comienzo de una manera que nunca pudo imaginar…

Kylie sabe que Jensen la observa con atención. Una oscura promesa sensualse asoma en sus pupilas: su instinto de dominación. Eso la atemoriza dema-siado porque ella y su hermano han sobrevivido a duras penas a una infanciasumida en la violencia y el abuso. Por eso, ella sabe que nunca podría cederel control total y someterse a un hombre. Y sobre todo, a un hombre comoJensen.

Él ve esas sombras en los ojos de Kylie. Sabe que tiene que andarse conmucho cuidado porque si no, se arriesga a perder esta oportunidad. Lo únicoque quiere es demostrarle que la dominación no es solo dolor, servidumbre odisciplina sino que la rendición emocional es la más valiosa de todas, y gra-cias a la cual Kylie podría llenar el doloroso vacío en su corazón como nadiemás lo haría.

ACERCA DE LA AUTORAMaya Banks ha aparecido en las listas de best sellers del New York Times yUSA Today en más de una ocasión con libros que incluyen géneros comoromántica erótica, suspense romántico, romántica contemporánea y román-tica histórica escocesa. Vive en Texas con su marido, sus tres hijos y otrosde sus bebés. Entre ellos se encuentran dos gatos bengalíes y un tricolorque ha estado con ella desde que tuvo a su hijo pequeño. Es una ávida lec-tora de novela romántica y le encanta comentar libros con sus fans, o cual-quiera que escuche. Maya disfruta muchísimo interactuando con sus lecto-res en Facebook, Twitter y hasta en su grupo Yahoo!

ACERCA DE SUS OBRAS ANTERIORES«Si os gusta el estilo de la autora, o todavía no habéis leído nada de ella, yos apetece descubrir a la vez la romántica erótica, […] es una buena mane-ra de empezar.»RAQUEL PÉREZ, EN NUeSTrA-NovelAS.blogSpoT

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Para Sandra,la madre de mi corazón

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Uno

—Vaya careto llevas —dijo Jensen Tucker cortante en elumbral del despacho de Kylie Breckenridge.

Kylie le lanzó una mirada con la que hubiera fulminadoa cualquier otro hombre, pero a Jensen le afectaba bien pocosu frialdad. Fingía que no tenía ni idea de lo que la exaspe-raba tanto. Pero no, ella imaginaba que sabía muy bien lomucho que la molestaba y que optaba por no hacerle caso.Era un hombre testarudo, insufrible y tremendamente con-trolador. Era precisamente la clase de tío que solía evitar atoda costa.

Solo que era su jefe. Eso le hizo torcer el gesto aún más.Carson había sido su jefe; él y Dash. Cuando su hermanomurió hacía ya tres años, Dash pasó a ser su único jefe ypara ella ya era suficiente.

Jensen, el nuevo socio, debería contratar a su asistentepersonal de una vez por todas, pero no, se contentaba concargarle todo el trabajo a ella, y cabrearla a la vez.

—Vaya, gracias —dijo ella en un tono que hacía juegocon la mirada asesina—. Me alegra saber que he pasado elproceso de selección para trabajar aquí.

Jensen entró en su despacho sin que le invitara a pasar.Claro que nunca hubiera entrado si esperara que le dierapermiso. Ella ya le había dejado muy claro que no lo queríacerca. Otra cosa que él optaba por ignorar.

Se sentó en una de las sillas frente a su mesa y Kylietomó nota mental para deshacerse de ellas. No le hacíanfalta. Jensen y Dash eran los que se reunían con los clientes.

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En realidad no hacía falta que nadie entrara en su despacho.Hacía su trabajo tranquila y eficientemente, y nunca queríallamar la atención. Por algún motivo que desconocía, Jensenparecía decidido a invadir su espacio personal. Algo que lafrustraba cada vez más desde que el nuevo socio entrara atrabajar en la consultoría unas semanas atrás.

—No duermes —le dijo con el mismo tono sincero con elque le había dicho que tenía mala cara.

La miraba intensamente mientras repasaba sus faccionesy sabía qué veía. Lo que ella misma veía en el espejo cadamañana: una mirada atormentada por los fantasmas del pa-sado y unas ojeras que parecían marcadas para siempre. Sa-bía qué aspecto tenía. No hacía falta que viniera ningún gi-lipollas a recordárselo.

—No era consciente de que mi aspecto o mis hábitos desueño interfiriesen con mis obligaciones laborales.

Jensen hizo caso omiso de su sarcasmo básicamente por-que pasaba de todo en general. No le había visto expresarningún tipo de emoción ni una sola vez. No se alteraba ni seenfadaba, pero tampoco le había visto contento o animadopor nada. Solo tenía esa mirada escrutadora que lo veía todo.Era como si le quitara capas de piel... y de la mente. Le mo-lestaba muchísimo. Se sentía vigilada, como si la mirase conlupa. No le extrañaría que supiera incluso cuántas veces ibaal servicio.

Nunca se le escapaba nada. Era un hombre callado y ob-servador. Se limitaba a estudiar a los demás. Para su trabajoera ideal, pero a ella la ponía de los nervios. Ya podría dejaresos escrutinios para los asuntos de consultoría en los quetrabajaban Dash y él. Esas empresas necesitaban su miradasagaz e imparcial; ella ni la necesitaba ni la quería.

—Haces un trabajo estupendo, Kylie. Creo que nunca tehe dado motivos para que dudes de lo mucho que confío entus habilidades. De no ser así, discúlpame. No sé qué haría-mos Dash y yo sin ti.

Ella parpadeó, sorprendida por la gratuidad de su cum-plido. Muy a su pesar, se ruborizó y empezó a notar calor en

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las mejillas. No quería que se diera cuenta de lo mucho quele agradaba el halago que acababa de hacerle.

—¿Cuándo ha sido la última vez que has dormido? —lepreguntó con énfasis y sin dejar de mirarla atentamente.

—Anoche —respondió ella en voz baja—, como cadanoche.

—Y una mierda.Puso los ojos como platos al oírle tan tajante.—Me sorprendería que durmieras un par de horas se-

guidas. ¿Por qué no te tomas unos días libres? Vete a algúnsitio. Relájate. Tómate unas vacaciones. Dash me dijo que note habías tomado ni un solo día de fiesta. Bueno, solo cuandomurió Carson.

Kylie se encogió de pena, incapaz de controlar el dolorque le perforaba el pecho.

—Puedes decirlo —prosiguió Jensen en un tono casibrutal—. Está muerto, Kylie. Joss ha seguido adelante. ¿Porqué no puedes hacer tú lo mismo?

Ella golpeó la mesa con ambas manos y se incorporó, ful-minándolo con la mirada, pero sin moverse ni un ápice.

—Era mi familia —le espetó—. Era la única familia. Loúnico que me quedaba en el mundo. Era el único que mequería, que me protegía, y ahora ya no está.

—Bueno, por fin muestras algo de emoción, Kylie, aun-que sea echando humo. Al menos no te comportas como undichoso robot con el piloto automático puesto. ¿Tanto tecuesta ser humana como los demás? Estas cosas pasan. Tie-nes que afrontarlas, recoger las piezas y seguir adelante,como todo el mundo. No eres especial. No eres la única conun pasado de mierda que ha perdido a un ser querido.

La rabia le nublaba la vista; empezaba a ver el despachoborroso. La ira le endurecía las facciones y por un momentose quedó paralizada, incapaz de hablar por el nudo que teníaen la garganta.

—¿Cómo te atreves? —le increpó—. ¿Quién narices tecrees que eres para juzgarme? No sabes una mierda de mí.Sal de mi despacho ahora mismo y no vuelvas. Si quieres o

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necesitas lo que sea, me envías un correo electrónico, me lla-mas o me envías un mensaje, pero no vuelvas a entrar.

Él no reaccionó al rapapolvo. Para su asombro, una ligerasonrisa se asomó a sus labios.

—Sé mucho más de ti de lo que te crees, pero tienes ra-zón: no lo sé todo. Sin embargo, pienso ponerle remedioahora mismo. Tú y yo trabajaremos codo con codo durantelas próximas semanas porque Dash y Joss se van de luna demiel. Queremos firmar un contrato con Simpson & GerrickOil y es un buen pellizco. Están recortando la plantilla yquieren deshacerse de lo superfluo. Librarse de los trabaja-dores improductivos y reorganizar las tareas: decidir quiénse va y quién se queda. Y eso recaerá en ti y en mí.

Kylie puso los ojos como platos.—No tengo experiencia en estas cuestiones. Lo mío es

un trabajo de fondo, Jensen, ya lo sabes. Yo llevo los temasde oficina; Dash y tú sois los asesinos despiadados.

—¿Y no te ves con el valor suficiente? Ella se ruborizó. Reconocer sus puntos débiles no estaba

en su lista de cosas que quería revelar.—Vas de borde. Eres de trato áspero, hasta con la gente

que te quiere. Me pregunto por qué puede ser. ¿Tanto miedotienes de amar a alguien, de acercarte a esa persona y per-derla igual que a Carson? Porque a mí no me engañas, Kylie.No me engañas lo más mínimo. Debajo de ese exterior depiedra hay una mujer vulnerable y de gran corazón, y esamujer es la que quiero descubrir. Y lo haré. Quien avisa noes traidor, cariño. Tú y yo nos vamos a ver muchísimo más,así que ya puedes ir acostumbrándote.

—Vete —dijo ella apretando los dientes—. No tengo porqué aguantar esto en mi propio despacho.

Él se encogió de hombros.—Da igual dónde te lo diga porque la cosa no va a cam-

biar. Tú y yo, juntos. Siempre lucho por lo que quiero ynunca fallo. Nunca.

Ella resopló; notaba cómo le subía la tensión y se le cor-taba la respiración. Sus palabras la aterraban, pero, al

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mismo tiempo, captaba algo en ellas que le aceleraba elpulso.

Jensen Tucker era todo lo que no quería en un hombre,aunque tampoco quería ninguno ni regalado. Y aún menosun macho alfa, dominante y autoritario. No estaba dispuestaa volver a adoptar una postura de vulnerabilidad y estabaclaro que con Jensen sería vulnerable. Joder, si hasta se la co-mería viva. La masticaría y la escupiría en cuestión de se-gundos.

—No te hagas ilusiones —dijo ella en un tono cor-tante—. No pasará en la vida. Y como vuelvas a insinuár-melo siquiera te vas a llevar tal denuncia por acoso que ni tela esperas.

Él sonrió y la dejó patidifusa. Se la quedó mirando deforma inexpresiva, repasándola de arriba abajo como si qui-siera darle la sensación de que la desnudaba con la mirada.

—Mira, tienes que saber algo más de mí, cariño. Me en-cantan los retos. Decirme que no es como ondear un capoterojo delante de un toro cabreado.

—No me llames cariño. Eso resérvatelo para una mujer aquien le importe, porque a mí me importa una mierda.

Él sonrió aún más y juró que era la primera vez que leveía reír de verdad. Siempre estaba muy callado y taciturno.No fruncía el ceño, pero tampoco solía sonreír. Llevaba unaespecie de expresión inescrutable que la ponía de los nerviosporque no sabía en qué puñetas estaba pensando.

No obstante, tenía la impresión de que había estado pen-sando en ella. Y mucho, además.

Repasó mentalmente la colección entera de insultos quetenía en su acervo y le añadió unos cuantos más por si acaso.

—Te lo dejaré clarito ya que te gustan los retos. Yo nosoy ningún reto, Jensen. Nunca lo seré porque no tienesninguna posibilidad conmigo. Además, estás loco. ¿Qué ve-ría un hombre como tú en una chica como yo? Según tú,tengo miedo hasta de mi sombra. Al parecer también soy tí-mida, tengo un aspecto horrible y tengo más problemas queun libro de matemáticas.

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Él se incorporó, haciendo caso omiso de su arrebato, loque aún la cabreaba más. Jensen ni se inmutó ante sus co-mentarios. Entonces se apoyó en su mesa hasta que queda-ron cara a cara, casi nariz con nariz. Para su sorpresa, él leacarició ligeramente las ojeras oscuras.

—Necesitas ayuda, Kylie —dijo en voz baja—. Ve a unmédico y que te dé algo que te ayude a dormir. Consulta aun loquero si hace falta, pero no puedes seguir así. Tarde otemprano te vendrás abajo. Y entonces te desmoronarás yestallarás. Si no quieres hacerlo por ti, hazlo por las personasque te quieren y que están preocupadas por ti.

Y antes de que tuviera tiempo para responder a esatontería, él se dio la vuelta, salió del despacho y cerró lapuerta.

Ella se recostó en la silla y hundió la cara entre las ma-nos; de repente se sentía tan cansada que ni siquiera lograbasostener la cabeza.

Tenía razón. Eso la cabreaba aún más. Estaba pisando unalínea muy difusa entre la locura y la cordura. No dormíabien porque las pesadillas la despertaban cada dos por tres.Pesadillas del pasado. Los demonios de su pasado que se-guían controlando su presente.

Pero de ahí a ir al loquero o pedirle pastillas al médico ibaun trecho. Eso sería como admitir la derrota y ella no eraninguna rajada. No, ella no era así. Había sobrevivido a uninfierno y ya lo había superado. O tal vez no.

Tal vez seguía siendo igual de prisionera que de niña. Losabusos sexuales de su padre estaban demasiado frescos por-que no podía olvidarlos. No podía superar algo así. No podíahacer las paces con su pasado.

Cerró los ojos cuando notó que la invadía otra oleada defatiga. Dormir. Necesitaba una sola noche sin las pesadillasque la acosaban. Quizá podría pararse en una farmacia de ca-mino a casa por si tuvieran algo para dormir sin necesidadde receta. Así no tendría que pasar la vergüenza de ir al mé-dico o aún menos, al loquero, donde tendría que tumbarseen un diván y desnudar el alma.

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Que no. Se moriría antes de dejar que nadie conociera suvergüenza y su tormento.

¿Qué tenía esa mujer que lo llevaba al borde de la lo-cura? Jensen volvía a su despacho, absorto en sus pensa-mientos. Tenía una montaña de papeles en la mesa, con-tratos que revisar y firmar, en el caso de que no hicieranfalta cambios. En las próximas dos semanas, estaría al ti-món de la empresa mientras Dash se llevaba a Joss de lunade miel.

Dash era tan feliz que daba asco. Ahora que había en-mendado esa cagada de proporciones épicas, claro. Joss erauna buena mujer. La mejor. Era un cabrón con suerte por ha-ber conseguido ganarse su corazón. Era una mujer hermosay sumisa que hacía siempre lo que él quería. Su confianza,su amor y su entrega incondicional.

Dicho de otro modo, todo lo contrario que la mujer quehabitaba en su pensamiento últimamente.

Kylie Breckenridge era muy borde, pero cada vez que lofulminaba con la mirada, se le ponía dura como una piedra.La deseaba tanto que se le cortaba la respiración a su lado.Eso lo cabreaba.

Esa mujer era terreno vedado, la antítesis perfecta delas mujeres con las que le gustaba follar. Y sí, decía «fo-llar» porque era exactamente eso. Nunca abría su corazón.Su necesidad de control descartaba cualquier noción deamor o cariño.

Tampoco es que fuera un cabronazo con las mujeres a lasque dominaba. Se aseguraba de que se sintieran protegidas,cuidadas y que quedaran sexualmente satisfechas.

¿Pero Kylie?Joder. Lo último que esa mujer necesitaba era un macho

alfa dominante, si es que necesitaba un hombre, claro es-taba. No podía culparla. Dash le había contado la dura in-fancia que había tenido. Le enfurecía que hubieran abu-sado tanto de ella, que la hubiera humillado la única

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persona en su vida en la que debería haber podido confiarsu protección: su padre.

Pero cuando la miraba, veía más allá de esa fachada y re-paraba en algo que le ablandaba el corazón de tal forma quehasta le dolía. Le entraban ganas de abrazarla, quererla y en-señarle cómo podría ser su vida con un hombre que siempretuviera presentes sus intereses. Un hombre que se preocu-para por ella.

Pero ¿así era? Esa era la pregunta del millón. Se preocu-paba, sí, ¿pero cuánto? ¿Acaso era —como él mismo habíadicho antes— un simple reto, algo que conseguir antes depasar a otra cosa? Le encantaban los retos. Eso era lo que lehabía ayudado a alcanzar el éxito a una edad tan temprana.Así pues, ¿cuánto se preocupaba por Kylie Breckenridge?No era una mujer con la que jugar. Ya albergaba dolor sufi-ciente para dos vidas y tenía muy claro que no quería serotro hombre que la destrozara.

No se engañaba pensando que podía «arreglarla». Nadiepodía conseguirlo salvo ella. Sin embargo, tenía que que-rerlo y de momento no daba señales de hacerlo ella misma,con lo que aún le entraban más ganas de pasar a la acción yempujarla un poco.

Las ganas de dominarla eran abrumadoras. Le latíancomo si fueran el pulso mismo de solo pensarlo, aunquesabía que Kylie no era una mujer que dominar. No era delas que se entregarían. Nunca. Físicamente no, al menos.No obstante, la dominación iba mucho más allá de toda lapompa que acompañaba una relación así. La entrega emo-cional era mucho más fuerte, y, tal vez era lo que anhelabacuando miraba a esos ojos apesadumbrados.

Ella necesitaba un hombre que la amara, que la prote-giera de cualquier daño, que le diera abrigo, un lugar donderefugiarse del resto del mundo. Necesitaba un hombre alque acudir, alguien a quien confiarle su protección ante cual-quier amenaza. Una amenaza no solo física sino emocional,porque esta última era muchísimo peor que la física.

Era infinitamente frágil. Muy vulnerable. La observaba,

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la miraba mucho, y cuando creía que nadie la veía, perdía esafachada de frialdad y salía esa muchacha asustada que se es-condía tras ese férreo exterior.

Era muy compleja, como un misterio que él estaba dis-puesto a resolver. Pero ¿cómo?

Su modus operandi no funcionaría con ella. No podíaacercarse, tomar el control y dictarle las normas según lascuales todo tenía que ir. Ya había tratado de hacer precisa-mente eso hacía unos minutos y había sido como rebotarcontra una pared.

Le cortaría los testículos con un cuchillo oxidado si vol-vía a presionarla de ese modo y, bueno, tampoco podía cul-parla.

Ella no tenía ningún motivo para confiar en él, pero ar-día en deseos de ver el otro lado de las barreras que ella ha-bía erigido con tanto esmero. Solo era con los más cercanosa ella con los que bajaba la guardia y podía atisbar a la autén-tica Kylie.

Suave. Dulce. Tremendamente leal y protectora con susseres queridos.

Él quería enseñarle que no todos los hombres eran unoscabronazos de mierda. Quería demostrarle que la domina-ción no equivalía a dolor o a humillación; que la dominaciónera algo más. Que la entrega emocional era la más fuerte detodas, pero que también volvía vulnerables a las personas. Yeso la aterraría tanto como los aspectos más físicos de la do-minación y la sumisión.

Con esta mujer tenía que ir con pies de plomo. Su formade acercamiento habitual no le servía y tendría que sacarsealgo nuevo de la manga. Como ya había dicho, era un reto.Un desafío que estaba dispuesto a superar. No se le habíaocurrido el cómo. Todavía. Pero no era ningún rajado. Lo de-cía muy en serio cuando le había contado que siempre iba apor lo que quería y nunca fracasaba. Nunca.

Siempre había una primera vez para todo, o eso rezaba eldicho. No iba a permitir que su primer fracaso fuera KylieBreckenridge.

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Dos

—Kylie, ¿puedes venir a mi despacho? —preguntó Jen-sen por el intercomunicador.

Sabía que la convocatoria la sacaría de quicio, pero comoella le había dejado muy claro que no quería que entrara ensu despacho, su espacio, tendría que hacer que viniera a él.No era una petición tan irracional, al fin y al cabo él era eljefe y ella su asistente personal.

—Ahora mismo, señor —respondió en un tono tajanteque lo hizo sonreír.

Estaba empecinada en mantener su relación —si es quese podía decir que tenían una relación— estrictamente im-personal y confinada a la de jefe y empleada.

Sabía que no le gustaba nada que Dash estuviera fuerade la oficina durante tanto tiempo porque él hacía las veces demediador entre Jensen y Kylie. La mayoría de las órdenesprovenían de Dash, hasta las que tenían que ver con él, por-que este siempre trataba de protegerla.

Pero se acabó. Si iban a trabajar juntos a largo plazo, y esoera lo que él pretendía, Kylie tendría que aprender a tratarlo.Quería tantearla. Era muy inteligente. Hasta tenía un másteren Administración de Empresas que, en su opinión, desapro-vechaba en su puesto actual. Ella se sentía cómoda desempe-ñando ese trabajo; sabía que a ella ya le gustaba estar así.

No le gustaba salirse de su zona de confort. Le encantabala rutina, rasgo que compartían, aunque a ella le fastidiarapensar que tuvieran algo en común.

Sin embargo, tenían mucho más cosas en común de lo

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que Kylie sabía o quería reconocer. Ambos eran trabajadoresdisciplinados, amantes del control. No dudaría en embar-carse en una lucha de voluntades, una pelea que estaba dis-puesto a ganar. Solo esperaba no atosigarla demasiado y quequisiera dejar el trabajo.

Al cabo de un momento, Kylie apareció por la puerta, conel rostro inexpresivo, y lo miró con frialdad.

—¿Querías algo, jefe?—Déjate de «jefes» —repuso él, seco—. A Dash no lo

llamas así. Con mi nombre basta. Llámame Jensen o nada.Ella apretó los labios y él suspiró.—¿Es que todo van a ser tiranteces, Kylie? Te he pedido

algo muy sencillo. Dilo. Di mi nombre —la retó—. No tehará daño.

—¿Qué querías…, Jensen?El nombre sonó algo ahogado, como si hubiera tenido

que arrancárselo de la boca. Por algo se empezaba.Él le hizo un ademán para que se sentara en la silla frente

a su mesa. A regañadientes, la muchacha tomó asiento y en-trelazó las manos con aire remilgado. Tenía una mirada demiedo, como la del animal que está preparado para salir porpatas a la primera señal de peligro. Jensen dudaba de que ellasupiera que se le notara tanto el miedo. Tenía unos ojosenormes, las fosas nasales más abiertas y casi le veía el pulsolatiendo con fuerza en el cuello.

—No voy a saltar por encima de la mesa para atacarte—murmuró.

Ella entrecerró los ojos con gesto de fastidio.—Te daría una paliza si lo intentaras siquiera.Jensen echó la cabeza hacia atrás y se rio; ella abrió los

ojos aún más, sorprendida. Parecía… impactada.Recobró la compostura y la miró, curioso.—¿Y esa mirada?Ella la bajó inmediatamente y se quedó callada.—¿Kylie?Ella suspiró y levantó la cabeza, echó el mentón hacia de-

lante y adoptó una mirada rebelde.

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—Solo es que nunca te he visto reír. Ni sonreír, vaya. Enel despacho, hace un rato, ha sido la primera vez que te hevisto un aire de ligero interés. No sueles demostrar las emo-ciones. Nadie sabe nunca en qué estás pensando.

Él arqueó una ceja. Así que lo había estado estudiando.Lo conocía bastante para saber que se había pasado muchotiempo observándolo, a él y sus reacciones.

Jensen volvió a sonreír y reparó en que ella volvía a sor-prenderse.

—Más de uno me ha acusado de ser un cabronazo esti-rado —comentó, divertido—. Será que consigues sacarmeese lado que nadie más ve.

Ella puso mala cara.—Bueno, ¿querías algo? —preguntó, visiblemente de-

seosa por terminar la reunión.Él no pensaba dejarla volver a su despacho, donde se re-

fugiaría de todo el mundo. Sabía que se iba directa a casacada día, que no tenía vida social salvo las comidas conChessy y Joss, sus dos mejores amigas. De hecho, Kylie solose relacionaba con su círculo de amistades.

Debía de ser una vida muy solitaria y no le gustaba nadaeso para ella. No le gustaba que su pasado moldeara su fu-turo —que siguiera moldeándolo incluso ahora— y que lamuchacha no fuera capaz de poder librarse de las ataduras desu infancia.

Ordenó el montón de papeles que tenía delante.—Quiero que repases estos perfiles. Como te he comen-

tado antes, S&G Oil va a reducir el personal en una de susrefinerías. Necesitan recortar el gasto en cien millones demodo que quieren ver cómo combinar los puestos de tra-bajo. Pretenden eliminar unos treinta cargos, al menos, y re-cortar gastos innecesarios; y quieren que nosotros los iden-tifiquemos.

Kylie se quedó estupefacta.—Pero, Jensen, yo no sé nada de esto. Soy administra-

tiva.Él volvió a sonreír mientras observaba su reacción. Sabía

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que no le era indiferente y que eso la cabreaba aún más.—Quiero que aprendas —le explicó—. Cuando Carson

vivía, Dash y él querían buscar a un tercer socio. El nego-cio era seguro e iba bien. Al morir Carson, fue demasiadopara Dash y tuvo que espabilarse para mantenerlo solventehasta que me contrató. Aún necesitamos a un tercer socioy tú tienes las credenciales necesarias. Lo único que te faltaes experiencia.

Se quedó boquiabierta y sin habla. Él se hinchó de orgu-llo por haber causado tal anomalía: a la chica nunca le falta-ban las réplicas.

—¿Quieres que sea socia? —preguntó en un tono es-tridente.

—No puedo prometértelo —repuso él con diploma-cia—. Tómate esta oportunidad como una prueba defuego. No pasará ni hoy ni mañana, ni siquiera durantelos próximos meses, pero no nos hace falta buscar a otrosocio si ya tenemos a una persona que trabaja para noso-tros y es perfectamente capaz. Sabes todo lo que pasa enesta oficina, Kylie. Todo pasa por ti. Conoces a nuestrosclientes, programas nuestras reuniones y conoces los en-tresijos del negocio. No veo motivos para que no puedasoptar a un ascenso.

Ella bajó la vista a los papeles que le había pasado por lamesa. Era la información que ella misma había recopilado yorganizado para él y Dash. Sí, estaba familiarizada con elcaso.

Creyó ver una chispa de excitación en su mirada, pero seapagó antes de poder verla bien.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó ella con una vozronca.

—Tenemos una reunión con el director financiero deS&G dentro de tres días. Quiero que me acompañes. Dispo-nes de tres días para conocer su empresa: los cargos, los suel-dos y las responsabilidades de cada uno de los empleados dela lista. Sus gastos generales y cada céntimo que invierte enlo que sea. Quiero que redactes tu plan y me lo presentes

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dentro de dos días. Quiero ver tus ideas y luego las barajare-mos antes de reunirnos con el director.

Ella lo miraba, incrédula.—¿Me confiarías este contrato?—Aún no he dicho si estaré de acuerdo con tus ideas o no

—repuso suavemente—, solo te he comentado que quieroverlas. Luego quedaremos, veremos en qué nos ponemos deacuerdo y redactaremos un plan de acción que incorporenuestras ideas antes de asistir a esa reunión.

—No me lo esperaba —musitó ella.Reparó en el brillo de su mirada. Le encantaban los retos

tanto como a él. No se equivocaba. Estaba desaprovechadacomo administrativa. Era un cargo demasiado seguro; podíadesempeñar esas funciones dormida, incluso. Necesitabaalgo así, algo que le bombeara la sangre con más fuerza y lerecordara que aún estaba viva.

—Tengo fe en ti, Kylie. ¿Puedes decir lo mismo de timisma?

Esta vez su mirada era de fuego puro y él tuvo que con-tener una sonrisa de triunfo. Sí, la apasionaban los retos;quizá nunca le habían lanzado un desafío semejante. Dash lehabía puesto las cosas demasiado fáciles. No esperaba quefuera un gilipollas con ella, pero la había tenido entre algo-dones desde que Carson había muerto. Y por lo que le habíadicho el mismo Dash, Carson también la había protegido delmismo modo. Ninguno de los dos había querido hacer nadaque pudiera herir a esta frágil mujer.

Pero su fragilidad enmascaraba a la mujer inteligente yfogosa debajo de ese caparazón y Jensen estaba dispuesto asacarla de ahí. Dash le daría una buena si supiera lo que es-taba haciendo, pero, durante dos semanas, él estaba al cargode todo y Dash no tendría ni idea de lo que pasara en la em-presa, como era debido, claro. Jensen pensaba aprovechar almáximo todo ese tiempo.

—Puedo hacerlo —contestó ella con determinación—.¿Cuándo quieres que quedemos para repasar mi propuesta?

—El miércoles por la noche. Cenaremos en Capitol Grill.

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Sé que a ti y a las chicas os gusta el Lux Café, pero prefieroalgo más tranquilo y más íntimo ya que vamos a hablar detemas confidenciales. Reservaré una mesa en un rinconcitotranquilo donde no nos oiga nadie.

Kylie frunció el ceño y casi pudo ver cómo se movían lasruedecillas dentadas en su cabeza.

—¿Qué podría ser más privado que aquí en el despacho?—preguntó—. Creo que no hace falta salir a cenar.

—No —convino él—, pero es lo que quiero.Ella no le dijo nada, aunque él vio que no le hacía mucha

gracia salir a cenar juntos.—Haré la reserva a las siete —continuó como si no fuera

consciente de su incomodidad—. Leeré tu propuesta antes yhablaremos del tema durante la cena. Prepararé el análisisfinal antes de la reunión con el director financiero. Te reco-geré en tu casa a las ocho de la mañana del martes e iremosjuntos a la reunión con él a su despacho de S&G.

Notaba que estaba librando una lucha interna. No queríacenar con él ni siquiera verle fuera del trabajo, no quería ircon él a la reunión, pero tampoco quería dejar pasar la opor-tunidad que le brindaba.

Se mordió el labio, consternada, y a él le entraron unasganas tremendas de acariciarlo con el dedo y besárselo des-pués para aliviar el daño que se estaba haciendo en la tiernacarne del labio. Su pene reaccionó a esa imagen y se alegróde estar sentado a la mesa donde ella no pudiera ver la reac-ción física que le provocaba. Huiría con el rabo entre laspiernas como alma que lleva el diablo y le llegaría su renun-cia al cabo de una hora.

Él suspiró e interiormente le pidió a su polla que secomportara. No es que sirviera de mucho ya que esa mujerera pura excitación y ni se lo explicaba. Reto. Era un reto.Eso debía de ser porque no podía resistirse a los retos. Yaunque trataba de rebatir la atracción inexplicable que sen-tía por esa mujer, en absoluto recíproca, sabía que se estabamintiendo.

Le despertaba el instinto de protección; hacía que qui-

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siera tratarla con delicadeza, amarla y protegerla de todo loque pudiera hacerle daño, ya fuera física o emocionalmente.

Joder, quería enseñarle que no todos los hombres eranunos capullos. Que no todos los dominantes se centrabanúnicamente en los aspectos físicos de la dominación. Él ibatras la entrega emocional de Kylie. Nunca la marcaría; nuncala ataría; nunca acercaría el látigo a su piel suave. Nunca ha-ría nada que la asustara o la hiciera sentir tan vulnerablecomo en el pasado, en manos de un monstruo. Nunca haríanada que le hiciera recordar los abusos sufridos de niña. An-tes prefería morir que permitir que eso ocurriera. Él tam-bién tenía demonios con los que lidiar, y se le revolvería elestómago literalmente si alguna vez le hiciera a una mujercualquier cosa que pudiera considerarse un abuso.

La quería… sin más.—De acuerdo —dijo ella al final con una voz ronca que

le excitó más aún por la rendición que oía en sus palabras.No era sumisión, pero se le acercaba y eso hacía que la san-gre le fluyera con más fuerza porque esta vez había ganado.

—Quedamos a las siete en el restaurante —dijo ella.Kylie levantó la cabeza y lo miró desafiante, como si le

retara a discutírselo. Él se limitó a sonreír. Le permitiría estapequeña victoria porque la mayor ya era suya. Una cena.Los dos solos. Sí, hablarían de negocios, pero también pen-saba saber más de esta intrigante mujer. Quería averiguarqué la movía, qué la empujaba a vivir. Y al día siguiente larecogería y la llevaría a la reunión, lo que significaría quedependería de él todo el día.

Le gustaba esa idea. Le gustaba demasiado, incluso, quedependiera de él. No la defraudaría, no quería que se arre-pintiera de esa confianza que había depositado en él a rega-ñadientes. Sí, sabía que aún no confiaba en él; ese sería elmayor escollo. Bueno, paso a paso. Victoria a victoria, pormuy pequeña que fuera.

—A las siete, entonces —convino él.Ella estaba sorprendida, se le notaba en la cara. Segura-

mente esperaba una discusión porque tenía los hombros rí-

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gidos y la barbilla hacia arriba con aire desafiante. Hasta esole excitaba y de qué manera.

Le gustaban las mujeres sumisas, pero sumisas no queríadecir que fueran como un felpudo que se puede pisotear. Leencantaban las mujeres independientes perfectamente capa-ces de tomar sus propias decisiones. Las sumisas, al menoscon las que había estado, lo eran porque así lo habían deci-dido. Optaban por ofrecerse y ponerse en sus manos; eso eraalgo muy fuerte.

Quería una mujer fuerte. Alguien que no le necesitara aél ni a lo que le ofrecía, pero que lo quisiera. La diferenciaprincipal radicaba en eso. Quería a alguien que no necesitaraa nadie, que fuera decidida y no se echara para atrás. Alguiencon quien tener un mano a mano y que entendiera tambiénsu punto de vista.

¿Y que ganaría ella? Le pondría el mundo a sus pies. Nohabría nada que no le diese. La mimaría, la adoraría, laamaría.

Ardía en deseos de hacer eso por Kylie. Lo ansiabadesde que la viera por vez primera en aquella cena conDash. Entonces reparó en las sombras bajo sus ojos; vio eltormento que le escondía al mundo y le entraron ganas deser el bálsamo para el dolor que había padecido y que aúnpadecía hoy.

Pero eso requeriría una paciencia infinita por su parte. Lapaciencia nunca había sido una de sus cualidades, pero parala mujer adecuada podía ser más paciente que el santo Job.

Ella recogió los papeles y empezó a leerlos con avidez.Veía como su mente trabajaba a destajo para absorberlotodo. Sabía que era una mujer inteligente con mucha vistapara los negocios. Igual que sabía que estaba desaprovechadaen su puesto de trabajo actual. Aunque no funcionaran lascosas entre ambos de la forma que él pensaba, seguía siendoun activo muy valioso para la empresa como socia. Eso si nola ahuyentaba antes.

—Si no hay nada más —dijo con aire ausente, aún ab-sorta en los papeles—, volveré a mi despacho y empezaré

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a repasar todo esto. Tendré las ideas listas para la cena delmiércoles.

Él volvió a sonreír y contempló sus bellas facciones. Porun momento, las sombras que parecían instaladas en su mi-rada se disiparon y un destello de determinación le iluminólos ojos. Notaba que estaba emocionada y que tenía ganas deabordar el proyecto. Quería demostrarse a sí misma que eracapaz. De momento, estaba llevando muy bien el reto y es-taba deseoso de ver los resultados.

Sabía que no le decepcionaría y que era mucho más inte-ligente de lo que creían Carson o Dash. Ninguno de los dosla había menospreciado nunca ni habían desconfiado de sucapacidad, pero habían estado demasiado implicados emo-cionalmente y su instinto había sido protegerla. Lo entendíae incluso estaba de acuerdo hasta cierto punto.

Pero no le habían hecho ningún favor al protegerla contanto empeño. Necesitaba desafíos. Necesitaba una salidapara su inteligencia y su mente analítica. Hasta un monopodría hacer su trabajo: coger el teléfono, acordar citas, re-dactar contratos para su posterior firma y llevar la oficina.

Él le ofrecía muchísimo más.Igualdad.¿Cuándo se había sentido igual que otra persona en la

vida? Vivía como una víctima. Con motivo, sí, pero era horade sobreponerse y convertirse en una superviviente. Unasuperviviente que superara su pasado y le diera una buenapaliza a su presente.

Y si conseguía formar parte de eso, entablaran o no unarelación, estaría tremendamente orgulloso.

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Tres

No podía creer que le siguiera la corriente en esta locura.Kylie se detuvo frente al Capitol Grill y el aparcacochesabrió la puerta para ayudarla a salir. Después de recoger elresguardo, entró al oscuro interior.

El restaurante decía a gritos «ricachones viejos y aburri-dos» por doquier, o, al menos, estaba claro que esa era laclientela a quien estaba orientado. Los muebles eran muymasculinos y había retratos de ancianos colgados de lasparedes. De repente fue consciente de sí misma y se miró,preguntándose si iba bien vestida para el lugar. Las demásmujeres que aguardaban en la entrada llevaban vestidos decóctel, joyas caras y el pelo recogido.

Kylie llevaba la melena suelta. Era eso o una coleta, yno era tan torpe para ir con coleta a un restaurante comoese. Sin embargo, se había puesto un vestido sencillo decolor negro, sin brillos ni adornos. Le caía hasta las rodi-llas y era ligeramente vaporoso, de modo que al menospodía andar, a diferencia de aquellos tipo guante con losque había que andar a pasitos o correr el riesgo de caersede bruces.

Los zapatos eran planos, pero sí tenían algo de brillo. Losbrillantes eran su debilidad. ¿Y algo con tacón? No. Acabaríadando pena al intentar caminar con ellos. Pero de sandaliasy zapatitos planos tenía armarios enteros. Cada día llevabaunos distintos para ir a trabajar. Su otra debilidad, gracias aJoss, era llevar pintadas las uñas de los pies. Un color dife-rente cada semana, aunque su preferido era el fucsia. Tener

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las uñas de los pies de ese color se le antojaba atrevido… yese era el único atrevimiento que se permitía.

El resto de su ropa estaba cuidadosamente estudiado parano llamar la atención. Sobre todo la masculina.

Jensen apareció de la nada, o esa fue su impresión, comosi se hubiera materializado entre las sombras y se le hubieraplantado enfrente. Ella tragó saliva —de repente se notó laboca seca— porque mientras su vestimenta en el trabajo erauna camisa abotonada hasta arriba, pantalones y sin corbata,hoy iba con un traje negro que gritaba riqueza y privilegios,y su ropa oscura solo realzaba lo que ya sabía. No era unhombre con el que se pudiera jugar. La aplastaría como aun insecto sin ningún esfuerzo.

Pero entonces sonrió, transformando esas duras líneasde expresión, ese rostro de belleza casi cruel, en alguien deaspecto más accesible. Alguien que no se la comería viva…tal vez.

Se sentía idiota por pensar algo así y por bajar la guardiaal ver esa sonrisa en sus labios. Tenía que recordar que eraun depredador nato: fuerte, implacable y perfectamente ca-paz de hacerle daño.

—Me alegro de que estés aquí —dijo él al tiempo que leacariciaba el codo y la acompañaba hacia el interior oscuro.

Pasaron junto a grandes mesas con hombres de negociosy otros con trajes más formales. Había parejas de cena ín-tima y camareros que pululaban con botellas de vino caropara ir rellenando las copas. Este era el mundo de Carson, unmundo que había creado para sí, pero que nunca había sidopara ella, por mucho que él quisiera compartirlo.

Siempre quiso estar por encima de las circunstancias desu infancia e ir en la dirección opuesta. ¿Y Kylie? Parecía es-tar empecinada en no cambiar y lo sabía por mucho que selo negara.

Nunca había pisado del todo el presente, ni siquiera in-tentaba dejarse llevar por él. Seguía anclada en la pesadillade su pasado, paralizada e incapaz de seguir adelante.

Que Jensen la hubiera analizado tan bien en su despacho

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hacía dos días aún la incomodaba con esa mirada escruta-dora y esos ojos que veían demasiado.

Su compañero le retiró la silla y la acomodó hacia de-lante en cuanto estuvo sentada; luego fue hacia la suya, queestaba enfrente. Al menos, no había ido a por la que estaba allado. Lo malo era que ahora tendría que mirarle a los ojos yfijarse en esa intensa mirada.

Miró alrededor rápidamente y se dio cuenta, muy a supesar, de lo íntima que parecía la estampa. Un rincón aco-gedor en un restaurante de iluminación tenue; nadie ocu-paba las mesas más cercanas. Como le había prometido,era un sitio donde no les oirían. ¿Lo había dispuesto todopara que no sentaran a nadie cerca o habían tenido suertesin más?

Pero no, él no era de los que tienen suerte. No era de losque dejaban las cosas al azar. Lo habría preparado igual quelo preparaba todo en la vida: a su gusto y según sus especi-ficaciones. Sintió un escalofrío en la espalda al notar lafuerza que emanaba de él. Eso, y él mismo, le ponía la pielde gallina.

Sí, esto iba a ser una cena de negocios y al mentalizarsehabía sido capaz de seguir adelante, pero ahora, sentadafrente a él en ese contexto tan íntimo, reparó en que esto po-drían haberlo hecho en el despacho perfectamente.

Detestaba que la pusiera tan nerviosa. No le gustaba re-conocer esa debilidad. Se había pasado la vida siendo débil,aunque lo disimulaba siendo áspera y desagradable. No seenorgullecía de eso, pero lo prefería a demostrar vulnerabi-lidad delante de alguien.

—Relájate, Kylie —dijo Jensen, que atrajo su mirada.Ella reparó en la calidez de sus ojos y se quedó extra-

ñada. Jensen no era un cabrón despiadado y sin corazón,pero sí había perfeccionado esa apariencia. Cualquiera se lopensaba dos veces antes de cabrearle. Sus ojos solían serimpenetrables y no demostraban ninguna emoción, si esque sentía alguna.

Pero ¿ahora? Su mirada denotaba una extraña ternura

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que parecía dirigida a ella. Un arrebato de compasión que lasacaba de quicio porque lo único que quería de él era que letuviera pena.

—¿Acabas de fruncirme el ceño? —preguntó Jensen es-bozando una sonrisa.

—No. Sí. Puede —murmuró.—Relájate —repitió en un tono tan suave como la mi-

rada que le había lanzado unos instantes antes—. No voy amorderte. A menos que me lo pidas. Bien pedido —añadiócon una sonrisa de oreja a oreja.

Ella frunció el ceño aún más antes de darse cuenta de quesolo lo hacía para chincharla. Algo que hacía con más fre-cuencia desde que empezara a trabajar con Dash.

—Tal vez sea yo quien muerda —dijo con una sonrisasardónica sin darse cuenta siquiera de la connotación sexualhasta que fue demasiado tarde. Se había imaginado a símisma apretando los dientes como un perro rabioso, nomordiéndole… sexualmente.

Pero obviamente fue así como se lo tomó él porque, derepente, sus ojos empezaron a arder con tal intensidad quevolvió a notar un escalofrío. Sí, este hombre era peligroso.Demasiado peligroso para que mordiera el anzuelo. Era me-jor ignorarlo y hablar de trabajo únicamente, que era para loque estaban en este restaurante para empezar.

Por suerte, él no respondió a ese comentario tan desafor-tunado, pero esa mirada seguía en sus ojos. Era una miradabrillante, radiante, como si se la estuviera imaginando mor-diéndole y disfrutando del momento.

Bueno, sería mejor que dejara de pensar en eso y llevarala conversación al tema que les ocupaba.

—Entonces ya has leído mi análisis —dijo ella en untono serio, algo tenso, al grano—. ¿Qué te parece?

Él se quedó callado un rato y evidentemente decidió quese saliera con la suya. Una vez más, algo que ella sabía que erararísimo en él. Parecía ser un obseso del control. ¿Acaso te-nía un imán? Tate, el marido de su mejor amiga, era muycontrolador. Chessy le había cedido todo el control en la re-

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lación. Pero Dash… Sacudió la cabeza. Hacía poco había sa-lido a la luz —o al menos era cuando ella se había ente-rado— que era tan dominante como Tate, y lo más aluci-nante era que Joss lo había querido así.

Al parecer, su táctica en la vida de esconder la cabeza ha-bía propiciado que no se enterara de muchas cosas, y a ellaya le estaba bien así, ¿no?

Muchas cosas estaban cambiando a su alrededor, en supequeño círculo de amigos. Dash y Joss se habían casado.Eran felices. Jensen había entrado en la empresa y había sus-tituido a Carson. Solo Kylie permanecía igual. La Kylie pre-decible, aburrida y asustada hasta de su sombra.

Hizo una mueca de disgusto y Jensen arqueó las cejas.—¿Crees que no me ha gustado?Ella negó con la cabeza.—Perdona. Estaba pensando en otra cosa.—¿Me lo cuentas? No parecía que fuera algo muy

agradable.—Solo pensaba en lo cobarde que soy y que vivo mi vida

con la cabeza agachada.Esa confesión la asombró hasta a ella. No podía creer que

lo hubiera soltado así como así. No solía hacer estas cosas. Lapasmaba que acabara de divulgar sus puntos débiles frente aun completo desconocido. Bueno, tal vez no fuera un com-pleto desconocido, pero no era alguien en quien creyera queconfiaría nunca. Y no podía achacárselo al alcohol, ya que noestaban bebiendo vino ni nada.

—Eres demasiado dura contigo misma, Kylie —dijo élcon delicadeza.

Ella sacudió la cabeza e hizo un ademán para quitarle im-portancia.

—Por favor, olvida que te lo he dicho. No me creo que telo haya contado. Deberíamos estar hablando de negocios.¿Qué te ha parecido mi análisis?

Él le lanzó una de esas miradas escrutadoras como di-ciéndole que veía más allá de su exterior espinado, hasta sucorazón; corazón tímido y acobardado. No quería volver a

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ver a esa personita nunca más. Solo Carson la había visto así.Él y su padre.

Tuvo que reprimir un escalofrío al pensar en lo que esemonstruo le evocaba. Tuvo que esforzarse muchísimo porpermanecer ahí sentada, a la espera, tranquila y serena,mientras en su interior hervía un cúmulo desordenado desentimientos.

—Es muy completo —dijo él—. Y muy preciso también.Reconozco, sobre todo al decirme que no te veías con el va-lor suficiente para este tipo de cosas, que pensé que no seríaslo bastante objetiva para ir al quid de la cuestión en cuanto arecortar puestos de trabajo.

Ella se ruborizó por el halago. Le temblaban las manosy se las puso en el regazo para que él no se diera cuenta delo que le provocaba. Como si necesitara o quisiera su apro-bación…

Se encogió de hombros para darle la impresión de quesus palabras no le hacían ningún efecto.

—Investigué las áreas en las que se podían reducir costesy, sinceramente, hay muchas cosas innecesarias. Podrían re-ducir los beneficios adicionales de los empleados, las cosasque no importan, para no tener que recortar en prestaciones,que sí son necesarias.

Él asintió; estaba de acuerdo.—Yo también he observado gastos innecesarios y si nos

centramos en esas áreas evitaremos tener que recortar pues-tos de trabajo, aunque algunos podrían integrarse en otrostrabajos.

Ella se lo quedó mirando un momento.—No te gusta eliminar puestos de trabajo. Es decir, para

ti no son solo personas sin rostro y sin nombre, ¿verdad?No estaba segura de qué le había dado la pista sobre ese

rasgo de su personalidad. Debía de ser algo que había cap-tado en el tono de su voz y en el breve destello que observóen sus ojos. Tal vez era mucho más humano de lo que creía.

—Pues claro que no —murmuró—. No soy un gilipollassin sentimientos, Kylie. Esas personas tienen familias que

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mantener, hijos que alimentar y universidades que pagar.Necesitan un trabajo, por muy innecesarios que estos pues-tos puedan ser para la supervivencia de la empresa.

Notó una punzada de culpabilidad en el pecho e hizo unamueca. Unos minutos antes le había acusado de eso mismo.Él era de algún modo antagónico y al principio no sabía porqué. Su primera reunión la había pillado desprevenida y nofue hasta más tarde que entendió su propia reacción.

La asustaba. No de un modo físico sino en femenino,como mujer. La aterraba. Le despertaba sus más ocultos ins-tintos de supervivencia, que conocía bastante bien. Odiabaesa sensación; se había jurado que nadie —ningún hom-bre— la haría sentir vulnerable nunca más.

—Si de algún modo he insinuado que no tenías corazón,discúlpame —le dijo en voz baja, con la esperanza de quecreyera en su sinceridad.

Apartó las manos del regazo y las apoyó en la mesa; Jen-sen le cogió una. La dejó boquiabierta la velocidad con que lohizo; tanto que no tuvo tiempo de apartarla. Fue casi como sipreviera su reacción.

—No creo que hayas insinuado nada. No me he ofen-dido, tranquila.

Ella se quedó callada; la mano de él seguía sobre la suya.No obstante, no se la apretó. No podría considerarse que seestaban dando la mano, si bien la suya se la cubría comple-tamente, cálida y envolvente. Por suerte, no tenía la manoboca arriba, así que no se daría cuenta de lo rápido que le la-tía el pulso en la muñeca.

Deseosa por mantener la conversación dentro del temalaboral, apartó la mano tranquilamente y fue a por el vasode agua como si solo quisiera darle un trago y no librarsede él. El destello divertido de sus ojos le indicó que no se lohabía creído ni por un segundo. ¿Es que no se le escapabanada?

Como si le leyera el pensamiento, o tal vez porque sudesespero resultaba evidente, él se recostó en la silla y pro-siguió con la conversación.

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La estudiaba con atención, mirándola de un modo másprofesional que antes. Con esta dinámica estaba más có-moda. Eran jefe y empleada, no un hombre y una mujer quecompartían una cena íntima o, peor aún, ¡una cita! ¡Espe-raba que no contara como una cita!

—He incorporado muchas de tus ideas en mi propuestafinal, ya que coinciden con las mías. Traeré el análisiscompleto para que lo repases mientras vamos a la reuniónmañana.

Casi se había olvidado de que ya habían pedido y queestaban en una cena cuando llegó el camarero con los en-trantes.

Se quedaron en silencio cuando les puso el plato delante,les llenó las copas y dejó la botella en la mesa por petición deJensen. Entonces el camarero se fue y los dejó a solas unavez más.

Ella miró el filete y la cigala que había pedido. Teníanuna pinta increíble y estaban muy bien cocinados. A pesarde todo, estaba desconcertada por Jensen. Era por él. Habíatratado con otros hombres, claro. No había rechazado todocontacto con ellos de adulta, pero ninguno le había hechosentir tan vulnerable como Jensen. Y él era de la clase de tíosdespiadados que no dudarían en explotar sus puntos débiles,aprovecharse y luego ir de vengador justiciero.

Mentalmente puso los ojos en blanco. «Joder, Kylie. Quédramática eres, ¿no? No seas imbécil. Te sientes halagada alimaginar que tiene interés en ti. Solo le gusta cabrearte yeres un blanco fácil. Acábate la cena y deja de fingir que estoes una cita y no un asunto de negocios, lo que es en realidad,antes de que se te vaya la cabeza».

Después de reprenderse —algo que parecía hacer conmás frecuencia después de conocer a Jensen—, le hincó eldiente a esa comida que tan bien olía. El sabor fue como unaexplosión en sus papilas gustativas y murmuró de placer sindarse cuenta de que lo hacía en voz alta.

—¿Está bueno? —preguntó Jensen.Ella levantó la vista y lo vio mirándole la boca. Seguía

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el movimiento de su mandíbula al masticar. Le brillabanlos ojos cual depredador y durante un momento no pudotragar siquiera.

Al final, se obligó a tragar ayudándose del vino que tam-poco pudo paladear, y asintió.

—Está riquísimo —dijo en una voz ronca que no reco-noció.

Reaccionaba como si estuvieran en una cita, algo incó-moda por la repentina falta de conversación.

—Me alegro de que cuente con tu aprobación —prosi-guió él—. Es uno de mis restaurantes preferidos.

Entonces sí puso los ojos en blanco.—No sé por qué, no me sorprende.Él arqueó una ceja.—¿Por qué lo dices?Kylie se encogió de hombros.—Es muy tú. Muy… masculino. La gente es de tu estilo.Él la miró con aire arrogante.—¿Y qué clase de gente es?—Poderosa —contestó tras un breve momento de refle-

xión—. Adinerada. Al entrar he pensado: «Esto está orien-tado a ricachones viejos y aburridos».

Él se echó a reír y la sorprendió el sonido potente y vi-brante de su risa, casi gutural. Nunca hubiera imaginadoque la risa fuera tan hermosa. Para ella, era algo casi desco-nocido. Pero viniendo de un hombre que apenas sonreía, eracasi mágico. Quería volver a oírla y saborear el sonido por elbreve instante de placer que le hacía sentir.

—¿Me tienes por un ricachón viejo y aburrido?Ella sonrió enseñándole los dientes; esperaba no tener

ningún trozo de comida entre los dientes. Eso sería muyembarazoso.

—Viejo, no.—Entonces, ricachón aburrido. Vaya, me siento mejor

—repuso con sequedad.—Tienes que reconocer que todo en este restaurante está

enfocado a una clientela con influencias y poder adquisitivo

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elevado. —Señaló las paredes—. ¿Cuántos restaurantes co-noces que cuelguen retratos de viejos que parecen jueces,políticos, banqueros o empresarios forrados de dinero?

—No tengo ni idea de los gustos del propietario o aquién está orientado el negocio. Lo único que sé es que elbistec está de narices y el servicio es impecable. A mí ya meestá bien.

—Eres muy de comodidades, ¿no? Buena comida y quete sirvan.

No se lo dijo a modo de insulto y esperaba que no se lotomara como tal. Solo era una observación en voz alta, aun-que tal vez tendría que haberse contenido. No quería alentarnada que no fuera una relación estrictamente profesional.Tenía amigos —buenos amigos— y tampoco quería engro-sar ese grupo pequeño e íntimo, aunque tal vez no tuvieramás remedio ya que, seguramente, Jensen acudiría a las que-dadas con sus amigos.

Él se encogió de hombros.—¿Y a quién no? La vida es breve y me gusta disfrutar

de sus placeres, hasta los más pequeños.Ella contuvo la respiración y notó una punzada de dolor

en el pecho. En eso tenía razón. ¿Por qué no podía ser tansimple como él? Ella, más que nadie, sabía que tenía que se-guir adelante, dejar de vivir en el pasado y aferrarse a lobueno de la vida. Tenía que dejar ya lo malo. Al fin y al cabo,era agua pasada, ¿no? Ya lo había dejado atrás y, a pesar detodo, seguía ahí atorada como un camión en el barro, hun-dida hasta los parachoques. Seguía dejando que el pasado ysus miedos dominaran su presente.

Débil. Era débil y estaba harta de sentirse así. Hacerse lafuerte no la hacía fuerte, solo la convertía en una cabronaamargada y borde, y no se sentía orgullosa. Por suerte, susamigos —la gente que la quería— la aceptaban aun consus fallos. No contemplaba la vida sin ellos, sin su apoyo yamor incondicionales.

A punto había estado de meter la pata con Joss. Le ha-bía dicho cosas imperdonables a su cuñada, cosas que le

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habían hecho daño y con las que ella se había crecido. PeroJoss era… Bueno, era Joss. Cariñosa y todo corazón, inca-paz de guardar rencor ni reprochar nada. Ojalá se pare-ciera más a ella.

—Es una filosofía muy buena —dijo ella, que podía reco-nocerla aunque no la practicara. Sin embargo, estaba dis-puesta a conseguirlo. Un día. Esperaba que pronto.

Él asintió y, como esperaba que dijera, añadió:—Deberías aplicártela.—Estábamos hablando de ti, no de mí —dijo Kylie en

un intento de desviar la conversación sobre ella. Siemprequería evitar que se hablara de ella. Cualquier cosa quefuera más allá de un cumplido o comentario amable estabaprohibida. Y ya le había dejado ver más de lo que permitíaa nadie.

—¿Te apetece tomar postre?Ella parpadeó, incrédula, ante su brusquedad y el hecho

de que hubiera aceptado al momento su intento de desviar laatención. Se ve que el hombre también cedía de vez encuando. ¿Quién lo hubiera dicho?

Entonces miró el plato a medio comer y sonrió con ciertoarrepentimiento.

—No. Creo que me terminaré lo que queda de bistec ymarisco. Está delicioso y no creo que tenga más apetito des-pués. Además, no deberíamos alargarnos mucho. Mañananos toca madrugar.

Se esforzó por conseguir un tono despreocupado paraque no pareciera que tuviera prisa y quisiera despacharlo.Sin embargo, una vez más, el brillo de sus ojos dejaba entre-ver que veía mucho más de lo que creía, y la incomodaba.Empezaba a pensar que era un lector de mentes profesionalcon una percepción extrasensorial.

—Termínatelo, pues, pero tómate tu tiempo. Mañana noempezamos antes de lo habitual tampoco. Además, sé muybien a qué hora entras a trabajar y no es a las ocho.

Pues claro que lo sabía. No tenía que fichar. Le pagabanbien y Dash siempre había sido muy flexible con su horario,

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si bien ella nunca se había aprovechado. No fue difícil su-mirse en el trabajo cuando Carson murió. Eso la manteníaocupada; era como una válvula de escape. En el trabajo podíaevadirse de la pena y la desolación. En casa no tenía distrac-ción alguna —se sentía tremendamente sola—, así que to-das las mañanas llegaba al despacho entre las seis y media ylas siete. Normalmente antes de que apareciera Dash.

No obstante, al incorporarse Jensen y para su fastidio,este llegaba antes y ya estaba en su despacho cuando ella en-traba al suyo.

Estaba a punto de terminarse el delicioso plato cuando ledio por levantar la vista y vio a un hombre que cruzabadesde el extremo derecho del salón hasta una mesa en laparte trasera, no muy lejos de la de Jensen y ella.

Se quedó paralizada al instante; la comida que acababa detragar se le antojaba pesada como el plomo en el estómago.Notó el sabor de la bilis en la garganta y le temblaba tanto lamano que se le cayó el tenedor. El fuerte ruido metálico lessobresaltó en el silencio reinante.

Sabía que se había quedado blanca. Se había quedadocompletamente inmóvil y no podía ni respirar. No conse-guía que el aire le llegara a los pulmones. Notaba una pre-sión en el pecho cada vez más fuerte y luego un nudo enla garganta hasta que supo que estaba en pleno ataque deansiedad.

El sudor le perlaba la frente y el labio superior. Las ganasde escapar y de salir corriendo del restaurante tan deprisacomo le permitieran las piernas se apoderaron de ella. Perolas piernas no le obedecían. Si no podía respirar, aún menoslograría escapar de ahí.

Jensen apareció a su lado, arrodillado junto a la silla. Leacercó la barbilla para obligarla a mirarle y desviar su aten-ción del hombre que ahora estaba sentado, a solas, unas me-sas más allá.

—¿Qué pasa? —preguntó él con cierta brusquedad—.Joder, Kylie, respira. Acabarás desmayándote si no empiezasa respirar ya.

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Ella trató de obedecer esa orden tan tajante aunque lahumillaba que estuviera presenciando cómo se desmoro-naba allí mismo. Tenía los pulmones helados y sentía talopresión en el pecho que creía que no podría respirar.

En ese momento, apareció un camarero con cara de pá-nico que se ofreció a ayudarla y le preguntó si necesitabaalgo. Jensen se dio la vuelta; su rostro era como un cielo cu-bierto de nubarrones.

—Déjenos —le ladró—. Se pondrá bien.¿En serio? No se encontraba nada bien. Creía que no se

recuperaría nunca. La invadió un sentimiento de desespera-ción y el salón empezó a volverse borroso. Sabía que estabaa punto de desmayarse.

—Tengo que irme —dijo con un hilo de voz, algoronca—. Tengo que irme. Ya —dijo, esta vez con más én-fasis.

Le costaba articular palabra con la presión de los pul-mones y el nudo en la garganta que le volvía la voz ásperay gutural.

Jensen miró rápidamente alrededor de la sala, fijándoseen el lugar dónde ella miraba cuando le entró el ataque depánico. En su rostro se reflejaba la vergüenza; cada vez le re-sultaba más humillante.

—¿Quién es? —preguntó Jensen en un tono amenaza-dor—. ¿Qué te hizo?

La violencia apenas contenida en su voz la hizo estreme-cer. Empezó a ver puntitos negros e intentó inspirar hondode nuevo para aliviar ese terrible dolor que se notaba en elpecho.

—Nadie —graznó ella—. Solo se parecía a… —Se le fueapagando la voz y, para su horror, empezaron a resbalarle laslágrimas por las mejillas—. Me ha recordado a alguien. Porfavor, ¿podemos irnos ya?

—Y una mierda voy a dejar que te vayas sola a casa eneste estado.

Se incorporó, dejó unos cuantos billetes sobre la mesa,la ayudó a levantarse de la silla y se la llevó en dirección a la

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puerta sin detenerse siquiera hasta que salieron y notó elaire fresco cual bálsamo reparador.

Parte de la opresión que sentía se esfumó entonces. Elmiedo terrible empezó a disiparse, pero dejó a su paso unfuerte sentimiento de vergüenza.

—Respira —le ordenó Jensen casi al mismo tiempo enque le pedía al mozo que fuera a por su coche.

Inspiró hondo una y otra vez, dando grandes bocanadasde aire hasta que desapareció la presión y dejó de ver punti-tos. El mundo había dejado de dar esas vueltas mareantes,pero cuando quiso zafarse del abrazo de Jensen, le fallaronlas rodillas. Con una palabrota en voz baja, él volvió a levan-tarla y le aferró la cintura con el brazo para que no pudieramoverse.

Su calidez le traspasaba la piel helada y conseguía per-mear la capa ártica que parecía envolverla.

—Mi… mi coche —tartamudeó—. No puedo dejar el co-che aquí.

—Que le den al coche —dijo de malas maneras—. Novas a conducir ahora. Ya te llevo yo a casa. Mañana, despuésde la reunión, vendremos a buscarlo.

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DÉJATE LLEVARde Maya Banks

Después de Sin aliento, llega la nueva, fascinante y adictiva trilo-gía erótica de Maya Banks: Rendición.

Hace ya un año que Josslyn enviudó. A pesar del dolor que lecausó la pérdida de su esposo, sus ganas de experimentar con elsexo no han desaparecido y es ahora cuando se siente lo suficien-temente fortalecida para buscar aquello que su difunto maridonunca le pudo dar. Sin embargo, cuando asiste a un club donde seexploran los límites del deseo se encuentra con algo realmenteinesperado: Dash, el mejor amigo de su marido también está allí.

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AMANECER CONTIGOde Noelia Amarillo

Una conmovedora intriga familiar. Un joven que deberá rompercon su pasado para afrontar su imprevisto futuro. Una apasionan-te historia de amor que lo liberará de sus propios fantasmas.

Barcelona, 1916. En su lecho de muerte, Oriol, la oveja negra yúnico heredero de la acaudalada familia Agramunt, confiesa quetiene un hijo que nadie conoce. El patriarca de los Agramunt, Biel,decide encontrar a su nieto y un mes después, cuando Lucasregresa a su casa en la Barceloneta le espera un lujoso automóvilaparcado frente a su puerta.

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ARENAS MOVEDIZASde Mar Carrión

Deseo, obsesión y peligro confluyen en la nueva novela de sus-pense romántico de la multipremiada Mar Carrión.

Cuando Jennifer Logan se encuentra con Luc Coleman, intentarápor todos los medios recuperar al hombre que amó. Luc acaba desalir de la cárcel tras pasar diez años. Su agente de la condicional leha buscado empleo de operario en Naviera Logan, la empresa de lafamilia de Jennifer, donde ella trabaja. La reaparición de Jennifer ensu vida amenaza con hacerle revivir demasiadas emociones…

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TRILOGÍA SIN ALIENTOde Maya Banks

Déjate seducir por el lado más salvaje del amor: la trilogía SinAliento de Maya Banks, formada por Éxtasis, Fervor y Frenesí.

Ash, Jayce y Gabe son tres de los hombres más poderosos de laciudad y están acostumbrados a conseguir todo lo que desean.Todo. Tres historias llenas de pasión, deseo y perversión queencenderán tu imaginación. La serie erótica del momento conmás de dos millones de ejemplares vendidos en todo el mundo.

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Título original: Giving in

© Maya Banks, 2014

Primera edición en este formato: noviembre de 2014

© de la traducción: Scheherezade Surià© de esta edición: Roca Editorial de Libros, S.L.Av. Marquès de l’Argentera 17, pral.08003 [email protected]

ISBN: 978-84-15952-29-9

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