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CAMINO VIEJO, NUBES BLANCAS THICH NHAT HANH TRAS LAS HUELLAS DEL BUDA

Camino Viejo,Nubes Blancas

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CAMINOVIEJO,NUBES

BLANCAS

THICH NHAT HANH

TRAS LAS HUELLAS DEL BUDA

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PRIMERA PARTE

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Svasti, el joven bhikkhu*, se sentó con las piernas cruzadas a la sombra delverde bambú y se concentró en la respiración. Había estado meditando duran-te más de una hora en el Monasterio del Bosque de Bambú, junto a otros cien-

tos de monjes que allí practicaban a la sombra de los árboles o en sus chozas de paja.El gran maestro Gautama, a quien la gente llamaba afectuosamente el “Buda”,

vivía en el monasterio con cerca de cuatrocientos discípulos. A pesar de lo concu-rrido, era un lugar muy apacible. Lo rodeaban veinte hectáreas de tierra donde flo-recían múltiples variedades de fino bambú, procedentes de todo Magadha. ElMonasterio del Bosque de Bambú había sido ofrecido al Buda y a su comunidad porel Rey Bimbisara, siete años atrás; y se situaba a apenas treinta minutos a pie desdela capital Rajagaha, en dirección norte.

Svasti se frotó los ojos y sonrió. Al estirar las piernas las sintió aún un poco entu-mecidas. Tenía veintiún años y había sido ordenado tres días antes por el VenerableSariputta, uno de los discípulos más avanzados del Buda. Durante la ceremonia deordenación, a Svasti le habían afeitado la cabeza de castaño y espeso cabello.

* * *

A Svasti le hacía muy feliz formar parte de la comunidad del Buda. Muchosmonjes eran de noble cuna como el Venerable Nanda, hermano del Buda, y Deva-datta, Anuruddha y Ananda. Svasti aún no les había sido presentado, pero él sí loshabía reconocido de lejos. Su noble porte era inconfundible.

“Pasará mucho tiempo antes de que pueda ser amigo de personas de tan noblelinaje”, pensó Svasti. Pero, aunque el propio Buda era hijo de rey, Svasti sentía quenada les separaba fundamentalmente. Svasti era un “intocable”, inferior a la másbaja y pobre de las castas en las que estaba divida la población india en aquel tiem-po. Durante más de diez años había cuidado búfalos pero, desde hacía dos semanas,

Capítulo uno

ANDAR, SÓLO ANDAR

* A lo largo del libro hemos utilizado monje o monja en vez de su transliteración del pali bhikkhubhikkhuni para facilitar la lectura.

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vivía y practicaba con monjes de todas las castas. Todo el mundo era muy amablecon él y le dedicaba cálidas sonrisas y profundas reverencias, pero Svasti todavía nose sentía cómodo y sospechaba que, para estarlo realmente, necesitaría años.

De repente, una amplia sonrisa le subió de muy adentro al pensar en Rahula, elhijo del Buda, de dieciocho años. Rahula llevaba en la comunidad como noviciodesde los diez y, en sólo dos semanas, Svasti y él se habían hecho grandes amigos.Había sido Rahula quien le había enseñado a seguir la respiración durante la medi-tación. Rahula comprendía bien la enseñanza del Buda, a pesar de que todavía noera un monje. Tendría que esperar a cumplir veinte años antes de poder recibir laordenación completa.

* * *

Svasti volvió a ese día, sólo dos semanas atrás, en que el Buda había pasado porUruvela, su pequeño pueblo cerca de Gaya, para invitarle a que se hiciera monje.Cuando el Buda llegó a su casa, Svasti estaba fuera, cuidando de los búfalos con suhermano Rupak. Sus dos hermanas, Bala, de dieciséis años y Bhima, de doce, esta-ban en casa. Bala reconoció al Buda inmediatamente. Quiso correr en busca deSvasti pero el Buda le dijo que no era necesario, que Él y los monjes que le acom-pañaban, incluido Rahula, caminarían hasta el río para encontrarse con su hermano.Había caído la tarde cuando hallaron a Svasti y a Rupak, bañando a sus nueve búfa-los en el río Neranjara. Tan pronto como vieron al Buda, los jóvenes subieroncorriendo por la orilla del río, juntaron las palmas de las manos en forma de flor deloto e hicieron una profunda reverencia.

“Habéis crecido mucho”, les dijo el Buda con una cálida sonrisa. Svasti enmu-deció. Al contemplar el rostro apacible del Buda, su generosa sonrisa y su miradabrillante y penetrante, se le saltaron las lágrimas. El Buda vestía un hábito color aza-frán hecho con retazos, como el dibujo que forman los arrozales. Aún iba descalzo,igual que cuando le conoció, diez años atrás, no lejos de ese mismo lugar. Enton-ces, habían pasado muchas horas juntos, sentados a la sombra del árbol bodhi quese encontraba sólo a diez minutos a pie de la orilla del Neranjara.

Svasti miró a los veinte monjes que venían detrás del Buda y que, como Él, ibandescalzos y con el mismo hábito, aunque el suyo era un palmo más largo que el delos demás. Junto al Buda, se encontraba un novicio de una edad similar a la de Svas-ti, y que le miraba directamente, sonriéndole. El Buda posó con suavidad las manossobre las cabezas de Svasti y Rupak y les dijo que, de regreso a Rajagaha, se habíadetenido a saludarles; y que estaría encantado de esperar a que acabaran de bañar alos búfalos para poder volver todos juntos a su choza.

Cuando iban hacia allí, el Buda les presentó a su hijo Rahula, el joven novicioque había sonreído tan bellamente a Svasti. Rahula era tres años menor, peroambos tenían la misma estatura. Rahula era un samanera, un novicio, aunque ibavestido prácticamente igual que los monjes. Caminaba entre Svasti y Rupak y, en

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un momento dado, le pasó a éste su cuenco de mendicante y puso sus brazos sobrelos hombros de sus dos nuevos amigos. Su padre le había hablado tanto de Svastiy su familia que sentía que ya les conocía. Los hermanos disfrutaron del cálidoafecto de Rahula.

En cuanto llegaron a la casa, el Buda invitó a Svasti a que se uniera a la comu-nidad de monjes. Cuando Svasti conoció al Buda, diez años atrás, le expresó sudeseo de estudiar el Dharma con Él. El Buda estuvo de acuerdo en aceptarle comodiscípulo y, ahora que Svasti tenía veintiún años, había regresado a buscarle. Nohabía olvidado su promesa.

Rupak condujo a los búfalos hasta la casa de su dueño, el señor Rambhul. ElBuda se sentó fuera de la cabaña de Svasti, en un pequeño banco; los monjes per-manecieron de pie, detrás de Él. Con paredes de barro y tejado de paja, la diminu-ta casa de Svasti no era lo suficientemente grande como para albergar a todo elmundo. Bala le dijo a Svasti, “hermano, vete, por favor, con el Buda. Rupak esincluso más fuerte que tú cuando empezaste a ocuparte de los búfalos y yo soy muycapaz de llevar la casa. Has cuidado de nosotros durante diez años y ahora estamospreparados para seguir adelante sin ti”.

Sentada junto a la cubeta del agua de lluvia, Bhima miraba a su hermana mayorsin decir una palabra. Svasti la miró. Era una jovencita encantadora. Cuando Svas-ti conoció al Buda, Bala tenía seis años, Rupak tres y Bhima era sólo un bebé. Balacocinaba para la familia mientras Rupak jugaba en la arena.

Seis meses después de la muerte de su padre, su madre falleció de parto. Consólo once años, Svasti se convirtió en el cabeza de familia. Encontró trabajo comocuidador de búfalos y, puesto que era un chico responsable, ganaba lo suficientepara alimentar a su familia. Podía incluso traer leche de búfalo a casa para la peque-ña Bhima.

Bhima sonrió al comprender que Svasti le estaba preguntando por sus senti-mientos. Dudó un instante y luego dijo, “hermano, vete con el Buda”. Después, vol-vió el rostro para ocultar las lágrimas. Ella, que le había oído tantas veces expresarsu deseo de estudiar con el Buda, quería realmente que lo hiciera pero, ahora que elmomento había llegado, no podía disimular su tristeza.

Rupak volvía entonces del pueblo y pudo oír las palabras de Bhima, “vete conel Buda”. Comprendiendo lo que sucedía, miró a Svasti y le dijo, “sí, hermano,vete con el Buda”, y toda la familia guardó silencio. Rupak miró al Buda y dijo:“Venerable Señor, confío en que permitiréis que mi hermano estudie con usted.Tengo edad suficiente para ocuparme de la familia”. Luego, volviéndose haciaSvasti y reteniendo las lágrimas, añadió, “pero, hermano, por favor, pídele al Budaque te deje venir a visitarnos de vez en cuando”.

El Buda se levantó y acarició suavemente el cabello de Bhima. “Niños, por favor,comed ahora. Mañana por la mañana vendré a buscar a Svasti y caminaremos juntoshasta Rajagaha. Esta noche, los monjes y yo descansaremos bajo el árbol bodhi”.

Al llegar a la verja, el Buda se volvió y dijo, “Svasti, mañana por la mañana nonecesitas traer nada. La ropa que llevas ahora es suficiente”.

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El Buda se sentó fuera de la cabaña de Svasti, en un pequeño banco.

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Aquella noche, los cuatro hermanos se acostaron tarde. Como un padre queabandona el hogar, Svasti orientó a su familia sobre cómo apoyarse los unos a losotros y cuidar de la casa. Abrazó largamente a cada uno. La pequeña Bhima no pudoretener las lágrimas cuando su hermano mayor la tomó entre sus brazos. Pero des-pués le miró, respiró profundamente y sonrió. No quería que Svasti se entristeciera.La lámpara de aceite proyectaba una luz tenue pero suficiente para que Svasti vieraesa sonrisa y se la agradeciera.

Al día siguiente, temprano, Sujata, la amiga de Svasti, vino a despedirse. La vís-pera, al anochecer, cuando Sujata se dirigía al río, se había encontrado con el Buda;le había dicho que Svasti iba a unirse a la orden de los monjes. Sujata, la hija deljefe del poblado, tenía dos años más que Svasti y, como él, había conocido a Gau-tama antes de que se convirtiera en un Buda. Sujata entregó a Svasti un tarro de hier-bas medicinales e intercambiaron unas pocas palabras antes de que el Buda y susdiscípulos llegaran.

Los hermanos de Svasti ya se habían levantado para despedirse. Rahula hablóamablemente a cada uno de ellos, animándoles para que fueran fuertes y se cuida-ran mutuamente, y les prometió que, siempre que pasara por allí, se detendría enUruvela y les visitaría. Sujata y la familia de Svasti caminaron con el Buda y losmonjes hasta la orilla del río y, allí, juntaron las palmas de las manos para deciradiós al Buda, a los monjes, a Rahula y a Svasti.

Svasti sentía tanto temor como alegría. Tenía un nudo en el estómago. Era laprimera vez que salía de Uruvela. El Buda dijo que tardarían diez días en llegar aRajagaha. La mayoría de la gente lo hacía en menos tiempo pero el Buda y losmonjes caminaban lenta y tranquilamente. A medida que Svasti aflojaba el paso,su corazón se tranquilizaba. Estaba acercándose con entusiasmo al Buda, al Dhar-ma y a la Sangha, y ése era el camino. Volvió por última vez la mirada hacia laúnica tierra y la única gente que conocía y vio a su familia y a Sujata como moti-tas que se fundían con las sombras de los árboles del bosque.

A Svasti le pareció que el Buda andaba sin más, por el simple disfrute del paseo,sin preocuparse por su destino. Igual hacían los monjes. Ninguno parecía ansioso oimpaciente por llegar. Su paso era lento, equilibrado y sereno. Era como si estuvie-ran dando un agradable paseo todos juntos. Ninguno mostraba el menor cansancio,a pesar de que recorrían cada día un buen trecho.

Cada mañana se detenían en el pueblo más cercano para pedir comida. Iban porlas calles en fila, con el Buda a la cabeza. Svasti, el último, detrás de Rahula. Avan-zaban con silenciosa dignidad, observando cada respiración y cada paso. De vez encuando se detenían, y la gente del lugar les ponía ofrendas de comida en los cuencos.Algunos lugareños se arrodillaban al borde del camino en señal de respeto. Mientrasrecibían las ofrendas, los monjes rezaban en voz baja por sus benefactores.

Cuando terminaban, salían del pueblo con paso lento y buscaban un lugar dondecomer, a los pies de un árbol o en algún campo de hierba. Se sentaban en círculo ydividían la comida en partes iguales, esmerándose por llenar cualquier cuenco queestuviera todavía vacío. Rahula llenaba la jarra en el riachuelo más próximo y se la

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llevaba respetuosamente al Buda. Éste, juntaba las palmas para formar lo que pare-cía una flor de loto, y entonces Rahula vertía el agua sobre sus manos y las enjua-gaba. Hacía lo mismo con todos los demás. A Svasti le tocaba el último; como notenía aún su propio cuenco, Rahula ponía la mitad de su comida en una hoja frescade plátano y se la ofrecía a su nuevo amigo. Antes de comer, los monjes unían laspalmas de las manos y cantaban juntos. Luego comían en silencio, conscientes decada bocado.

Después de comer, algunos monjes practicaban la meditación caminando, otroslo hacían sentados y otros echaban una pequeña siesta. Cuando bajaba el calor deldía, reanudaban su marcha hasta el anochecer. Los mejores lugares para el descan-so nocturno eran los bosques poco frecuentados. Caminaban hasta encontrar unlugar adecuado. Cada monje tenía su propio cojín, y muchos pasaban la mitad de lanoche en posición de loto. Luego, extendían sus hábitos y se tumbaban para dormir.Todos llevaban consigo dos hábitos, uno puesto y otro para protegerse del viento ydel frío. Svasti se sentaba en meditación, como los demás, y aprendió a dormir enel suelo, usando como almohada una raíz de árbol.

Cuando Svasti se despertaba por la mañana, veía que el Buda y muchos de losmonjes ya estaban sentados, apaciblemente, en meditación, irradiando profundacalma y majestuosidad. Tan pronto como el sol se elevaba sobre el horizonte, losmonjes doblaban su hábito de repuesto, cogían el cuenco e iniciaban el recorridodel día.

Caminando durante el día y descansando por la noche, transcurrieron diez díasantes de llegar a Rajagaha, capital de Magadha. Era la primera vez que Svasti veíauna ciudad. Carros tirados por caballos se precipitaban por calles bordeadas deviviendas llenas de gente. Gritos y risas resonaban por doquier. Pero la silenciosaprocesión de monjes avanzaba con la misma tranquilidad que cuando paseaba porlas orillas de los ríos o por los arrozales, a las afueras de los pueblos. Algunos luga-reños se detuvieron para verles pasar y unos cuantos, al reconocer al Buda, se incli-naron profundamente en señal de respeto.

Los monjes continuaron su tranquila procesión hasta el Monasterio del Bosquede Bambú, del otro lado de la ciudad.

La noticia del regreso del Buda se difundió rápidamente por todo el monasterioy, en pocos minutos, cerca de cuatrocientos monjes se reunieron para darle la bien-venida. El Buda no habló mucho, pero se interesó por el estado y la práctica demeditación de todos ellos. A Svasti lo dejó al cuidado de Sariputta, que era tambiénel instructor espiritual de Rahula. Sariputta era el maestro de los novicios delMonasterio del Bosque de Bambú y supervisaba los estudios de cerca de cincuentajóvenes monjes, ninguno de los cuales llevaba más de tres años en la comunidad. Elabad del monasterio era un monje llamado Kondanna.

A Rahula le pidieron que explicara a Svasti la conducta a seguir en el monaste-rio –cómo andar, sentarse, ponerse de pie, saludar a otros, hacer meditación senta-do o caminando y observar la respiración–. También le enseñó el modo correcto devestir el hábito de monje, de pedir comida, de rezar y de lavar su cuenco. Para

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aprenderlo todo bien, Svasti no se separó de su amigo durante tres días. Rahula pusotodo su corazón en la tarea de instruir a Svasti, pero éste supo enseguida que nece-sitaría años de práctica antes de ser capaz de hacer todas esas cosas de un modorelajado y natural. Después de que Svasti completara esta instrucción básica, Sari-putta le invitó a su cabaña y le explicó los preceptos del monje.

Un monje era aquél que abandonaba a su familia para seguir al Buda comoMaestro, al Dharma como el camino que conduce al despertar y a la Sangha comola comunidad que le apoya a lo largo de dicho camino. La vida de un monje era sim-ple y humilde. Mendigar la comida era útil para fomentar la humildad y era, tam-bién, un medio para estar en contacto con otros y ayudarles a comprender el Cami-no del Amor y la Comprensión que el Buda enseñaba.

Diez años antes, bajo el árbol bodhi, Svasti y sus amigos habían escuchado alBuda hablarles del Camino del Despertar como un camino de amor y comprensión,así que no le resultaba difícil entender ahora todo lo que Sariputta le estaba dicien-do. Su rostro parecía serio, pero sus ojos y su sonrisa irradiaban profundo afecto ycompasión. Sariputta le dijo a Svasti que pronto tendría lugar la ceremonia de latoma de preceptos en la que se le aceptaría formalmente en el seno de la comuni-dad de monjes, y enseñó a Svasti las palabras que debería decir allí.

El propio Sariputta presidió la ceremonia de los preceptos a la que asistieronunos veinte monjes. El Buda y Rahula estaban presentes, lo que aumentó la felici-dad de Svasti. Sariputta recitó silenciosamente un gatha y, a continuación, cortó aSvasti varios mechones de pelo. Después, pasó la navaja de afeitar a Rahula, quecompletó la tarea de afeitar la cabeza de Svasti. Sariputta entregó a Svasti tres hábi-tos, un cuenco y un filtro de agua. Puesto que Rahula ya le había enseñado cómovestirlo, Svasti se puso el hábito sin dificultad. Después, se inclinó ante el Buda ylos monjes para expresarles su profunda gratitud.

Esa misma mañana, Svasti practicó por primera vez la mendicidad como unmonje ordenado. Los monjes del Monasterio del Bosque de Bambú entraron enRajagaha en grupos pequeños; Svasti formaba parte del que dirigía Sariputta. Nadamás salir del monasterio, Svasti recordó que mendigar era un vehículo para la prác-tica del camino. Observó la respiración y empezó a andar calladamente y plena-mente consciente de cada paso. Rahula caminaba detrás de él. Svasti era ahora unmonje, pero sabía que tenía mucha menos experiencia que su amigo y decidió,resueltamente, alimentar dentro de sí la humildad y la virtud.

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El día era fresco. Los monjes lavaron sus cuencos tras comer con plena aten-ción y se sentaron en sus cojines frente al Buda. Las numerosas ardillas delBosque de Bambú se entremezclaban con los monjes, y algunas trepaban a

los árboles para mirar a la asamblea desde lo alto. Svasti vio a Rahula sentado justoenfrente del Buda y, de puntillas, se dirigió silenciosamente hasta allí, colocando elcojín a su lado. Se sentaron en la posición del loto. En aquel ambiente sereno ydigno, nadie pronunciaba palabra. Svasti sabía que los monjes seguían atentamentesu respiración, en espera de que el Buda hablara.

La plataforma de bambú desde la que enseñaba el Buda era lo suficientementealta como para que todo el mundo le viera sin dificultad. El Buda tenía un aire rela-jado y al mismo tiempo majestuoso, como el de un príncipe león. Al dirigir su mira-da hacia la asamblea, sus ojos estaban llenos de afectuosa compasión. Cuando seposaron sobre Svasti y Rahula, el Buda sonrió y comenzó su discurso.

“Hoy deseo hablaros de la tarea de cuidar búfalos de agua –lo que un buen pas-tor de búfalos debe saber y debe hacer–. El joven que cuida bien de los búfalos reco-noce fácilmente a cada uno de ellos, conoce sus características y tendencias, sabecómo limpiarlos, sana sus heridas, les ahuyenta con humo los mosquitos, les con-duce por sendas libres de peligro, les ama, halla lugares seguros y poco profundospara que vadeen el río, les busca hierba fresca y agua, preserva los prados en dondepastan y permite que los más viejos sirvan de ejemplo a los más jóvenes”.

“Escuchad, monjes, así como el joven que cuida búfalos reconoce a cada uno desus búfalos, el monje reconoce cada uno de los elementos esenciales de su cuerpo.Así como el joven que cuida búfalos conoce las características y tendencias especí-ficas de sus animales, el monje conoce las acciones dignas del cuerpo, de la palabray de la mente y las que no lo son. Así como el joven que cuida búfalos sabe lavarperfectamente a sus animales, el monje ha de limpiar su mente y su cuerpo dedeseos, apegos, enfados y aversiones”.

Mientras hablaba, los ojos del Buda no se separaron de Svasti; éste sintió que erala fuente de las palabras del Maestro y recordó que, años atrás, estando sentado a sulado, el Buda le había pedido que le describiera detalladamente su trabajo comopastor de búfalos. ¿De qué otro modo podía saber tanto de búfalos un príncipe quehabía crecido en un palacio?

Capítulo dos

EL CUIDADO DE LOS BÚFALOS DE AGUA

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Aunque el Buda hablaba con voz normal, cada sonido se elevaba de formaclara y diferenciada y nadie se perdió una sola palabra: “Así como el joven quecuida búfalos vigila las heridas de sus animales, el monje vigila los seis órganosde los sentidos –ojos, oídos, nariz, lengua, cuerpo y mente– de manera que no sepierdan en la dispersión. Así como el joven que cuida búfalos les protege de laspicaduras de mosquito prendiendo fuego para hacer humo, el monje emplea laenseñanza que conduce al despertar para mostrar a los de su entorno el modo deevitar las aflicciones del cuerpo y de la mente. Así como el pastor de búfalosencuentra un camino libre de peligros, el monje evita las sendas que conducen aldeseo de fama, riqueza y placer sexual; evita los lugares como las tabernas y losteatros de variedades. Así como el cuidador de búfalos ama a sus búfalos, el monjeaprecia la alegría y la paz de la meditación. Así como el joven que cuida búfalosencuentra un lugar seguro y de aguas poco profundas para que crucen el río, elmonje confía en las Cuatro Verdades Nobles para atravesar esta vida. Así como elcuidador de búfalos encuentra hierba fresca y agua para ellos, el monje sabe quelas Cuatro Maneras de Establecer la Mente en la Plena Atención es el alimentoque conduce a la liberación. Así como el cuidador de búfalos preserva los camposevitando el apacentamiento excesivo, el monje se esmera por preservar las rela-ciones con la población cuando pide ofrendas. Así como el joven que cuida búfa-los permite que los más viejos sirvan de modelo a los más jóvenes, el monjeaprende de la sabiduría y la experiencia de sus mayores. Oh monjes, el monje quesigue estos once puntos y los practica, alcanzará el estado de arhat en seis años”.

Svasti escuchaba estupefacto. El Buda recordaba todo lo que le había contadohacía diez años y aplicaba cada detalle a la práctica de un monje. Aunque Svastisabía que el Buda se dirigía a toda la asamblea de monjes, tenía la clara impresiónde que le hablaba especialmente a él. Sus ojos no se apartaron ni una vez del rostrodel Maestro.

Estas palabras debían permanecer en su corazón. Svasti comprendía el signifi-cado esencial de la enseñanza pero había términos, como “seis órganos de los sen-tidos”, “Cuatro Verdades Nobles”, “Cuatro Maneras de Establecer la Mente en laPlena Atención”, que no entendía todavía. Le pediría más tarde a Rahula que se losexplicara.

El Buda continuó hablando. Explicó a la asamblea cómo elegir un camino segu-ro por el que los búfalos pudieran transitar. Si la senda estaba cubierta de espinas,los búfalos se harían cortes que se infectarían si el pastor no sabía cómo curarlos;podían tener fiebre e incluso morir. Con la práctica del camino ocurría lo mismo. Siun monje no encontraba el buen camino, su mente y su cuerpo podían herirse; lacodicia y el enfado podían envenenar sus heridas y la infección obstaculizar elCamino a la Iluminación.

Tras una pausa, el Buda hizo señas a Svasti para que se levantara y acudiera a sulado. Svasti permaneció de pie, con las palmas juntas, mientras el Buda, sonriendo,le presentó a la asamblea:

“Hace diez años, poco antes de alcanzar la Iluminación, conocí a Svasti en el

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bosque, cerca de Gaya. Tenía entonces once años y me traía haces de hierba kusapara mi asiento cuando meditaba bajo el árbol bodhi. Todo lo que os he enseñadosobre los búfalos de agua lo aprendí de él. Sé que ha sido un buen cuidador de búfa-los y que será un excelente monje”.

Toda la asamblea miraba a Svasti que sentía hormiguear y enrojecer sus orejas ymejillas. Los monjes juntaron las palmas de las manos y se inclinaron ante él. Svas-ti, a su vez, se inclinó ante ellos. El Buda, entonces, concluyó la plática de Dharmapidiendo a Rahula que recitara los dieciséis métodos que conducen al dominio de larespiración consciente. Rahula se puso de pie, juntó las palmas de las manos y reci-tó las dieciséis prácticas con una voz tan vibrante y clara como el sonido de unacampana. Cuando acabó, se inclinó ante la comunidad. el Buda se levantó y cami-nó despacio hasta su cabaña. Los monjes cogieron entonces sus cojines y camina-ron del mismo modo hasta sus lugares en el bosque. Algunos vivían en cabañas peromuchos dormían y meditaban al aire libre, bajo los árboles de bambú. Cuando la llu-via era muy fuerte, cogían el cojín y buscaban refugio en las cabañas de alojamien-to o en las salas de conferencias.

Sariputta le había pedido a Svasti que compartiera un espacio al aire libre conRahula quien, cuando era pequeño, dormía en la cabaña de su maestro; ahora teníasu propio lugar bajo los árboles y Svasti se alegraba de encontrarse en su compañía.

A última hora de la tarde, después de practicar la meditación sentado, Svastimeditó caminando, en solitario. Para evitar al resto, escogió una senda por la que nopasara nadie pero le resultó difícil permanecer concentrado en la respiración. Suspensamientos estaban llenos de añoranza por sus hermanos y su pueblo natal. Laimagen del sendero que conducía hasta el río Neranjara aparecía con nitidez en sumente. Vio a la pequeña Bhima bajando la cabeza para ocultar las lágrimas y aRupak, solo, cuidando los búfalos de Rambhul. Trató de ahuyentar esas imágenespara centrarse en los pasos y la respiración, pero volvían una y otra vez. Estabaavergonzado de no poder entregarse a la práctica y se sintió indigno de la confian-za del Buda. Se dijo a sí mismo que pediría ayuda a Rahula. Había también variascosas del discurso de Dharma de aquella mañana que no había entendido del todoy estaba seguro de que él podría explicárselas. Pensar en su amigo le devolvió elánimo y le calmó. Después le pareció más fácil concentrarse en la respiración y encada paso lento que daba.

Svasti no había salido todavía en su busca cuando llegó Rahula. Éste le condu-jo hasta un árbol donde sentarse y le dijo, “esta tarde me he encontrado con elanciano Ananda. Dice que le gustaría mucho escuchar cómo conociste al Buda”.

“¿Quién es Ananda, Rahula?”.“Es un príncipe del linaje Sakya, primo del Buda. Se hizo monje hace siete años

y es uno de los mejores discípulos. El Buda le quiere mucho. Es él quien cuida dela salud del Maestro. Ananda nos ha invitado a que vayamos a su cabaña mañana aúltima hora de la tarde. Yo también quiero saber cómo vivía el Buda en el Bosquede Gaya”.

“¿No te lo ha contado?”.

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“Así como el joven cuidador de búfalosencuentra hierba fresca para sus búfalos,

también el monje sabe que lasCuatro Maneras de Estabilizar la Mente conducen a la liberación”.

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“Sí, pero no detalladamente. Estoy seguro de que tienes montones de anécdotaspara contarnos”.

“Bueno, en realidad no hay mucho que decir, pero os contaré todo lo que recuer-do. Rahula, ¿cómo es Ananda? Estoy un poco nervioso”.

“No te preocupes. Es muy bondadoso y muy simpático. Le he hablado de ti y detu familia y está encantado. ¿Quieres que nos encontremos aquí, mañana por lamañana, cuando vayamos a mendigar? Ahora tengo que lavar el hábito para que seseque a tiempo”.

Cuando Rahula se levantó para partir, Svasti tiró ligeramente de su hábito,“¿Puedes sentarte un poco más? Hay ciertas cosas que quiero preguntarte. Estamañana, el Buda ha hablado de once puntos que un monje debe seguir pero no losrecuerdo todos. ¿Puedes repetírmelos?”.

“Yo sólo me acuerdo de nueve pero, no te preocupes, mañana se lo preguntare-mos a Ananda”.

“¿Estás seguro de que el monje Ananda se acordará de todos?”.“¡Segurísimo! Y si fueran ciento once, también los recordaría. Todavía no cono-

ces a Ananda; su memoria es admirada por todo el mundo. Es increíble. Puede repe-tir todo lo que el Buda ha dicho sin excluir el más mínimo detalle. Aquí se le con-sidera el más erudito de los discípulos. Así que, cuando alguien tiene una duda sobrealguna enseñanza del Buda, le pregunta a él. A veces, la comunidad organiza sesio-nes de estudio en las que Ananda repasa las enseñanzas básicas del Buda”.

“Entonces, somos muy afortunados. Esperaremos y mañana le preguntaremos aAnanda. Pero hay algo más que quiero preguntarte, ¿cómo consigues calmar tumente cuando caminas en meditación?”.

“¿Te refieres a cuando te invaden ciertos pensamientos durante la práctica?¿Pensamientos, quizá, de añoranza por tu familia?”.

Svasti cogió la mano de su amigo, “¿cómo lo sabes? ¡Eso es exactamente lo queme ha pasado! No sé por qué echo tanto de menos a mi familia esta tarde. Me sien-to fatal, parece que no tengo suficiente determinación para practicar el camino. Meavergüenzo ante ti y ante el Buda”.

Rahula sonrió. “No debes avergonzarte. Cuando entré en la Sangha del Buda,echaba de menos a mi madre, a mi abuelo y a mi tía. Muchas noches hundía mi ros-tro en el cojín y lloraba a solas pero, al cabo de un tiempo, lo superé”.

Rahula ayudó a Svasti a ponerse de pie y le abrazó amistosamente.“Tus hermanos son encantadores. Es natural que les eches de menos. Pero te

acostumbrarás a tu nueva vida y la práctica y el estudio te mantendrán ocupado.Escucha, cuando encontremos un momento, te hablaré de mi familia, ¿de acuer-do?”.

Svasti cogió la mano de Rahula entre las suyas y asintió. Después se marcharon,Rahula a lavar su hábito y Svasti a buscar una escoba para barrer de los caminos lashojas de bambú.

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CAMINO VIEJO, NUBES BLANCASTRAS LAS HUELLAS DEL BUDA

Camino viejo, nubes blancas presenta la vida ylas enseñanzas del Buda Gautama desde su sali-da de palacio hasta su fallecimiento. La historiainspirada en un gran número de fuentes prove-nientes de los sutras en pali, en sánscrito y enchino, está recontada en el inimitable estilo delmonje vietnamita Thich Nhat Hanh. Este librodescribe la vida del Buda de una manera tran-quila y sosegada a lo largo de sus ochenta añosde vida. Los dos protagonistas ante cuyos ojosdiscurre el relato son Svasti, un joven pastor debúfalos y el mismo Buda.

“Me he abstenido de describir los numerososmilagros que se citan a menudo en los sutraspara embellecer la vida del Buda. Él mismoaconsejó a sus discípulos que no perdierantiempo ni energía en el logro y el empleo delos poderes sobrenaturales. No obstante, heincluído muchas de las dificultades que encon-tró durante su vida causadas por la sociedadcivil y por sus propios discípulos. Si el Budaaparece en este libro como un hombre próximo anosotros es, en parte, gracias al relato de talesdificultades”.

Thich Nhat Hanh es unmonje budista vietnami-ta. Sus esfuerzos paragenerar paz y reconci-liación motivaron aMartin Luther King, Jr.,a nominarlo para el Pre-mio Nobel de la Paz en1967. Es el fundador dela Van Hanh BuddhistUniversity de Saigón, haenseñado en la Colum-bia University y en laSorbona. Es autor demás de 75 libros entre losque se encuentran El Sol,mi Corazón y MomentoPresente, Momento Ma-ravilloso.

9 788496 478046

ISBN: 978-84-96478-04-6

EDICIONES DHARMA