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1. Mi familia Como si poseyera una sabiduría ancestral conocedora de la brevedad del tiempo nada más despertar y entrever que la claridad se había apoderado de la habitación con un corto pero preciso pataleo me deshice de la sábana, salté de la cama y corrí atravesando el pasillo hasta llegar a la cocina donde ya mi madre trajinaba. -¿Adónde vas? No contesté. Reanudé mi carrera y llegué al recibidor ahora rebosante de maletas amontonadas y una caja de cartón que mi padre se afanaba en atar. La punta de la lengua asomando por la comisura izquierda era un inequívoco indicio de que se encontraba en apuros. Me restregué los párpados con el dorso de la mano tanto para acabar de despertar como para asegurarme de que lo que veía era real. -Ven, te voy a enseñar como se hace un paquete- dijo al verme-. Pon el dedo aquí en el nudo. Más fuerte, que no se escape, más fuerte hombre. Así.

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1. Mi familia

Como si poseyera una sabiduría ancestral conocedora de la brevedad del

tiempo nada más despertar y entrever que la claridad se había apoderado de la

habitación con un corto pero preciso pataleo me deshice de la sábana, salté de

la cama y corrí atravesando el pasillo hasta llegar a la cocina donde ya mi madre

trajinaba.

-¿Adónde vas?

No contesté. Reanudé mi carrera y llegué al recibidor ahora rebosante de

maletas amontonadas y una caja de cartón que mi padre se afanaba en atar. La

punta de la lengua asomando por la comisura izquierda era un inequívoco indicio

de que se encontraba en apuros. Me restregué los párpados con el dorso de la

mano tanto para acabar de despertar como para asegurarme de que lo que veía

era real.

-Ven, te voy a enseñar como se hace un paquete- dijo al verme-. Pon el dedo

aquí en el nudo. Más fuerte, que no se escape, más fuerte hombre. Así.

Agachado ante mí con retorcida postura de contorsionista intentaba domar la

caja girándola como si fuese un gran cubo de Rubik mientras se enredaba cada

vez un poco más con un trozo de cuerda, posiblemente demasiado largo. Ajeno

a estas intrincadas maniobras yo resistía a duras penas la tentación de soltar mi

dedo índice del nudo y poder dibujar con él un círculo alrededor de su calva

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coronilla que con el ajetreo había quedado al descubierto. No lo hice al recordar

que la última vez me había reprendido con un manotazo.

De improviso y sin mirar atrás me alejé corriendo de esta incómoda situación.

- ¡Dick! ¡Ven! Así no aprenderás nunca ¿Adónde vas?

Iba a asomarme a la ventana del salón en un impulso que pudiera parecer a

simple vista innecesario.

Ahora sabéis más cosas de mí. Una que me llamo Dick, bueno, no es mi nombre

real. Al nacer me empezó a llamar así mi hermana creo que por algún actor o

cantante, o tal vez porque ella aún no hablaba muy bien, algo que ahora me

cuesta imaginar. La verdad es que no lo sé y nunca se lo he preguntado. Otra,

que en aquel tiempo yo siempre corría. Corría de un lado para otro, muchas

veces sin ir a ningún sitio, únicamente impulsado por el placer de correr. Al parar

me quedaba en silencio, observando. Si alguien me hablaba corría en sentido

contrario hasta desaparecer de la habitación. Las hormonas, supongo. Cuando

mi madre quería explicarme algo importante para asegurarse de que lo había

entendido correctamente me sujetaba por el brazo tirando repetidas veces hacia

abajo con ca-da sí-la-ba has-ta que yo a-sen-tí-a. Una vez liberado volvía a

correr.

También habréis advertido que hablaba poco. Muy poco. El motivo principal era

que normalmente no tenía nada que decir. Y cuando lo decía siempre pensaba

que no me entendían. No es que tuviera nada en contra del poder de la palabra,

ni antes ni ahora, pues es bien cierto que sí recuerdo la admiración, en su

frontera difusa con la envidia, que sentía por los interminables circunloquios que

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usaba mi hermana para contar cualquier asunto por insignificante que pudiera

parecer, dando vueltas y vueltas metafóricas hasta conseguir que fuese más

interesante el relato que lo relatado. Incluso cambiaba la voz según que

personaje interviniera en la narración. Esto sí que me gustaba, alguna vez llegué

a aplaudir. Cuando así lo hacía se podía llegar a saber si alguien le caía bien,

voz dulce y tranquila, o mal, chillona y excitada. Como ejemplo, al sentarnos a

cenar mi madre solía preguntarle qué tal el día en el Instituto. Ella, después de

acumular una buena cantidad de aire como el odre de una gaita, no paraba de

hablar desplegando su variado registro de voces, desgranando lo sucedido con

minucioso detalle, aderezando cada escena con impactantes diálogos y

expectantes silencios, incluyendo, además de un completo análisis de la

situación, colores de los vestidos, ultimas tendencias de moda y surtidos

rumores de noviazgo de sus amigas. Y hablaba y hablaba hasta que terminaba

el postre ya que además tenía la habilidad necesaria para concluir su relato a la

vez que daba el último bocado.

-¡Hala! ¿Cómo lo has hecho?- preguntaba asombrado.

Ella, limpiando delicadamente sus labios con un pico de la servilleta, cabeza

erguida, espalda recta, meñiques extendidos, me lo explicaba atizándome por

debajo de la mesa una patada en la espinilla. Al final mi padre, quien había

estado todo el tiempo moviendo la cabeza con ritmo cadencioso y haciendo que

le interesaba lo que escuchaba, eso sí, sin perder de vista el plato ni dejar de

comer, me preguntaba:

- ¿Y tú que tal?

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- Pues bien- le resumía yo encogiéndome de hombros.

Esta es mi familia. Bueno, me falta hablar del bebé pero es que todavía no

hacía nada, solo estaba allí, todo el día durmiendo.

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