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-1- * Introducción A finales del siglo XVII, un profesor de Re- tórica e Historia llamado Cristóbal Keller, o Cellarius, difundió por vez primera los con- ceptos de Edad Antigua, Media y Mo- derna, división que con el tiempo fue ampliamente asumida, alcanzando el re- conocimiento académico. El éxito de esta clasificación, que aún hoy perdura, radica en su utilidad como herramienta que per- mite a los historiadores acotar su investi- gación, a los docentes compendiar el vasto conocimiento que se deriva de esa labor, y a los estudiantes dar sentido a una información ingente. Sin embargo, esta utilidad también esconde ciertos vicios. Desde su mismo establecimiento, las Edades de Keller sir- vieron para enjuiciar el pasado histórico, mitificando a las civilizaciones clásicas por la herencia artística, lingüística, jurí- dica e institucional que habían legado, al tiempo que se cargaba de prejuicios a la Edad Media, entendida únicamente como un período de violencia y superstición. Otra crítica común a este modelo recae en el eurocentrismo, que los planes de estudio aún perpetúan: así, las etapas en las que queda dividida la Historia respon- den a sucesos y procesos fundamental- mente europeos, como la decadencia del Imperio romano o el impulso de la cultura renacentista, forzando al resto de conti- nentes a adaptarse a esta cronología, y minusvalorando su concurso histórico, convertidos en actores secundarios que sólo cobran protagonismo por contacto con las sociedades europeas en su pro- ceso de expansión. Pero ha sido, quizás, la certidumbre con la que se han acep- tado estos conceptos la peor de sus he- rencias: las divisiones de Keller nos brindan auxilio en la organización de nuestra materia, pero de la misma forma se han convertido en fronteras de regio- nes cronológicas, parcelando el pasado tras muros que nos impiden vislumbrar lo que queda al otro lado. La época contemporánea, última de las edades en sumarse a esta taxonomía, comúnmente se define por su repercu- sión presente, como periodo formativo de las estructuras económicas, políticas y culturales que han dado origen a la so- ciedad actual. Para advertir sus raíces, y las nuestras por lo tanto, el estudiante debe permitirse mirar más allá de los grandes ciclos revolucionarios del siglo XVIII y XIX, aspirando a una comprensión de la experiencia social no por ordenada menos incisiva. 800 a. C. 500 a. C. s.V s.XI s.XV s.XIX 1.700 a. C. 8.000/6.000 a. C. 10.000 a. C. Edad de Piedra Edad de los Metales Edad Antigua Edad Media Edad Moderna Edad Contemporánea Paleolítico Mesopotamia 3200/2800 a.C. India 3000 a.C. Egipto 2850 a.C. Creta/Grecia 2600 a.C. China 1500 a.C. Etruscos/Roma 1000 a.C. Alta E. Media Baja E. Media Inferior Medio Superior Mesolítico Hierro Bronce Neolítico 600.000 a. C. 100.000 a. C. 80.000 a. C.

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Introducción a la Baja edad Media.

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-1-

* Introducción

A finales del siglo XVII, un profesor de Re-

tórica e Historia llamado Cristóbal Keller, o

Cellarius, difundió por vez primera los con-

ceptos de Edad Antigua, Media y Mo-

derna, división que con el tiempo fue

ampliamente asumida, alcanzando el re-

conocimiento académico. El éxito de esta

clasificación, que aún hoy perdura, radica

en su utilidad como herramienta que per-

mite a los historiadores acotar su investi-

gación, a los docentes compendiar el

vasto conocimiento que se deriva de esa

labor, y a los estudiantes dar sentido a una

información ingente.

Sin embargo, esta utilidad también

esconde ciertos vicios. Desde su mismo

establecimiento, las Edades de Keller sir-

vieron para enjuiciar el pasado histórico,

mitificando a las civilizaciones clásicas

por la herencia artística, lingüística, jurí-

dica e institucional que habían legado, al

tiempo que se cargaba de prejuicios a la

Edad Media, entendida únicamente como

un período de violencia y superstición.

Otra crítica común a este modelo recae

en el eurocentrismo, que los planes de

estudio aún perpetúan: así, las etapas en

las que queda dividida la Historia respon-

den a sucesos y procesos fundamental-

mente europeos, como la decadencia del

Imperio romano o el impulso de la cultura

renacentista, forzando al resto de conti-

nentes a adaptarse a esta cronología, y

minusvalorando su concurso histórico,

convertidos en actores secundarios que

sólo cobran protagonismo por contacto

con las sociedades europeas en su pro-

ceso de expansión. Pero ha sido, quizás,

la certidumbre con la que se han acep-

tado estos conceptos la peor de sus he-

rencias: las divisiones de Keller nos

brindan auxilio en la organización de

nuestra materia, pero de la misma forma

se han convertido en fronteras de regio-

nes cronológicas, parcelando el pasado

tras muros que nos impiden vislumbrar lo

que queda al otro lado.

La época contemporánea, última de

las edades en sumarse a esta taxonomía,

comúnmente se define por su repercu-

sión presente, como periodo formativo de

las estructuras económicas, políticas y

culturales que han dado origen a la so-

ciedad actual. Para advertir sus raíces, y

las nuestras por lo tanto, el estudiante

debe permitirse mirar más allá de los

grandes ciclos revolucionarios del siglo

XVIII y XIX, aspirando a una comprensión

de la experiencia social no por ordenada

menos incisiva.

800 a. C.5

00 a. C

.s.V

s.XI

s.XV

s.XIX

1.70

0 a. C.

8.00

0/6.00

0 a. C.

10.000 a. C

.

Edad de Piedra

Edad de Piedra

Edad de los Metales

Edad Antigua

Edad Media

Edad Moderna

Edad Contemporánea

Paleolítico

Paleolítico

Mesopotam

ia 320

0/28

00 a.C.

India 30

00 a.C.

Egipto 285

0 a.C.

Creta/Grecia 260

0 a.C.

China 15

00 a.C.

Etruscos/Rom

a 10

00 a.C.

Alta E.

Media

Baja E. M

edia

Inferio

rMedio

Superio

rMesolítico

Hierro

Bronce

Neolítico

600.000 a. C.

100.000 a. C.

80.000 a. C

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1 El feudalismo1.1 Feudalismo y Antiguo Régimen / 1.2 La sociedadfeudal / 1.3 El Estado moderno / 1.4 Revueltas y mo-tines / 1.5 Las primeras revoluciones / 1.6 Despotismoe Ilustración / 1.7 El mundo más allá de Europa

1.1 Feudalismo y AntiguoRégimen.Tradicionalmente, se considera a la Revo-

lución Francesa como el proceso que in-

augura la época contemporánea,

poniendo fin a una sociedad estamental

fundada en el privilegio de una minoría, y

entregando el destino del Estado al pueblo

soberano. Esa visión, a caballo entre el

mito y la realidad histórica, estuvo inspi-

rada por los intereses de los propios revo-

lucionarios, quienes desde 1789 se

esforzaron en justificar la conveniencia de

sus aspiraciones, descalificando el pasado

inmediato que venían a mudar. A ese

efecto, los legisladores franceses recurrie-

ron a dos conceptos para referirse a la so-

ciedad que dejaban atrás: feudalismo y

Antiguo Régimen.

El apelativo feudal es empleado por

los miembros de la Asamblea Constitu-

yente desde septiembre de 1789, refi-

riéndose al conjunto de derechos en

manos de los señores que habían soste-

nido su posición privilegiada, asegurán-

doles la propiedad de la tierra y la

influencia en los poderes públicos, pode-

res que los revolucionarios franceses se

disponían a revocar. Un año después, la

Asamblea Constituyente «bautizó lo que

abolía», refiriéndose al Absolutismo en

descomposición como ancien régime,calificación peyorativa que resaltaba su

caducidad y necesario relevo. Durante

los dos siglos siguientes a la revolución,

estos conceptos calaron en la historiogra-

fía, que asumió con matices ambos tér-

minos como válidos.

La palabra feudalismo atesora una

etimología más remota: encontramos una

de sus primeras raíces en el foedus, pactoque suscribieron en 418 el Imperio ro-

mano de Occidente con los invasores vi-

sigodos, concediéndoles permiso para

instalarse en el sur de la Galia; sin em-

bargo, el uso más frecuente del apelativo

lo vincula al feudo, conjunto de tierras y

derechos que el señor otorga al vasallo a

cambio de su lealtad, representada por

una ceremonia conocida como homenaje.

Este modelo jurídico se extenderá

en Europa a partir del siglo X durante la

decadencia del Imperio carolingio; por

este motivo, no pocos autores confunden

feudalismo con Edad Media, aplicando las

características políticas y económicas del

primero a la cronología del segundo. Para

completar este panorama, la historiografía

contemporánea recuperará el concepto

de Antiguo Régimen, entendido en un

sentido amplio como el conjunto de es-

tructuras políticas, sociales y económicas

que desde el siglo XV hasta finales del

XVIII culminan con el Absolutismo, en el

contexto de una sociedad estamental y

una economía precapitalista.

Imperio Rom

ano

Transición al Feudalismo

Feudalismo

s. VIII a. C.

Invasiones germánicas

Consolidación de las ciudades

Carlomagno e Imperio Carolingio

Procesos de abolición de la servidumbre enEuropa Occidental

Consolidación de la Monar-quía Feudal y Nacimiento

del Estado Moderno

AbsolutismoMonarquías centralistas

Ilustracióny Despotismo Ilustrado

Estado

Mod

erno

Tratado de Verdún. Fin del Imp. Carolingio

Conquista de Constan-tinopla por los turcos

Revoluciones burguesas

s V d. C.

s VIII d. C.

s XII d. C.

s XV d. C.

1453Colón llega a América

Revolución en R. Unido

1492

843

s X d. C.

s. XIV d. C.

s. XVII d. C.

s. XVIII d. C.

s. XVI d. C.

Page 3: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

-3-

La aplicación de estas categorías re-

sulta conveniente, aunque poco acertada.

De nuevo, la necesidad de compartimen-

tar el tiempo histórico menosprecia las di-

ferencias regionales, pasando por alto

procesos tan relevantes como la indepen-

dencia de los Países Bajos o la Revolución

inglesa; y, al tiempo que se olvidan las pe-

culiaridades, también se desconsidera

una generalidad: la persistencia de unas

relaciones de producción y una estructura

social que predominan en Europa y sus

colonias entre los siglos X y XIX, basada

en la propiedad señorial de la tierra, en el

trabajo campesino y en la costumbre

como vínculo que enarbola esta realidad.

De la misma forma que sería ab-

surdo negar los cambios esenciales que

nos conducen a los prolegómenos de la

revolución, no podemos perder de vista

el mantenimiento de las estructuras que

nos acompañan desde el siglo X.

Fue el profesor Enric Sebastià

quien hace dos décadas resolvió en

parte esta encrucijada con el empleo del

apelativo «predominante»: lejos de per-

manecer inmóvil, el feudalismo europeo

engendra y moldea a lo largo de su mile-

naria existencia a los grupos sociales, las

experiencias económicas y las institucio-

nes políticas que forzarán su fin, mante-

niéndose como organización

predominante, que no única, a lo largo

de este periodo.

1.2 La sociedad feudalLa Roma clásica supuso la culminación

de aquellas civilizaciones que, en torno al

Mediterráneo y Oriente Próximo, la prece-

dieron. A partir del siglo VIII a. de C., una

coalición de tribus extiende su influencia

desde el Lacio, primero por toda la penín-

sula itálica, y más tarde por la Europa me-

ridional y el norte de África. El futuro

Imperio establecerá un ejército profesio-

nal, al servicio de un Estado centralista y

tributario que se apoya en una red de ciu-

dades conectadas por calzadas, vías de

comunicación que fomentan el comercio,

tanto de manufacturas como del exce-

dente agropecuario. Este entramado se

sostiene en una compleja división social,

donde destaca: una jerarquía burocrática

y un reducido grupo de familias, represen-

tantes y gestores del poder que se des-

prende de Roma; los colonos, artesanos y

comerciantes, que soportan la presión fis-

cal; un proletariado urbano, protagonista

de revueltas en época de carestía; y los

esclavos, mano de obra pública y privada,

clave del crecimiento económico.

La romanización de los pueblos so-

metidos a la lengua, el derecho, las cos-

tumbres, las instituciones y la religión del

Imperio, permitió que la hegemonía de

Roma apenas fuera contestada, al menos

hasta la crisis del siglo III: mientras el Es-

tado, en el apogeo de su expansión, se de-

bilita por rencillas entre facciones

militares, distintas tribus y reinos asedian

las fronteras del Imperio, desde Asia

Menor hasta el norte de África, pasando

por el centro de Europa, donde los germa-

nos se convierten en la principal amenaza

para Roma.

A finales del siglo IV, esta coyuntura

fuerza la partición del Imperio entre

Oriente y Occidente. La incapacidad del

Estado para mantener el orden, frenando

las llamadas «invasiones bárbaras» y sal-

vaguardando villas y ciudades de su ase-

dio, propicia que una élite rural al frente

de grupos armados acumulen las tierras

de los otros propietarios a cambio de pro-

tección. Estas prácticas sientan las bases

del régimen señorial que se desarrollará

en los siglos siguientes en virtud de la des-

aparición del Imperio romano de Occi-

dente y la débil cohesión de los reinos

germánicos establecidos en su lugar.

Señores y campesinosEn la sociedad que sigue a la decadencia

de Roma, la tierra se convierte en la prin-

cipal fuente de riqueza, garantizando con

su posesión la supremacía de las clases

dominantes.

La nobleza terrateniente que se

consolida entre los siglos V y X proviene

tanto de los antiguos latifundistas roma-

nos, como de la jerarquía militar ger-

mana que se asienta en el sur de

Europa. Frente a la debilidad de los nue-

Grupos sociales en el I. Romano Grupos sociales en el Feudalismo

Terratenientes y Aristocracia Nobleza

Colonos y Esclavos Campesinos

Artesanos Grupos urbanos:- Artesanos

- Comerciantes/Usureros- Esclavos y lumpen

Page 4: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

-4-

vos Estados que siguen al declive impe-

rial, una nobleza laica y eclesiástica

afianza su autoridad en el señorío a tra-

vés de dos instrumentos: la fuerza y la

fe. El empleo de las armas y la dignidad

religiosa sirven a la nobleza para impo-

nerse sobre la comunidad campesina,

así como defender y ampliar las fronte-

ras de su señorío, en un proceso que,

completado por el vasallaje y los matri-

monios, irá tejiendo una red de lealtades

y dependencias entre los distintos no-

bles, en cuya cúspide se alzarán las mo-

narquías y el Papado.

La proliferación de los ejércitos al

servicio de la Corona y la estabilidad que

traen los Estados modernos hará que la

coerción militar de la nobleza se complete

con el reconocimiento de su condición en

los códigos consuetudinarios, la costum-

bre convertida en ley, lo que garantiza el

ejercicio del poder para este grupo en una

sociedad cambiante.

Entre los privilegios que definirán a

partir de entonces a la nobleza destaca la

vinculación –o amortización, cuando nos

referimos al señorío eclesiástico-, meca-

nismo por el cual la tierra queda sujeta al

linaje del señor, y no a su persona a título

individual; este ardid previene la fragmen-

tación del feudo, que pasa siempre al hijo

mayor junto al título aristocrático y los de-

rechos y privilegios que de ambos se des-

prenden. Además de preservar su

patrimonio, la nobleza se verá exenta del

pago de impuestos directos, por lo que la

presión fiscal recaerá sobre las clases no

privilegiadas. A estas prebendas, la aris-

tocracia irá sumando otras, como el estar

sujetos a una ley y tribunales especiales,

monopolizar los cargos públicos y disfrutar

de dispensas ceremoniales, atributos

todos ellos que les distingue del resto de

la sociedad.

Junto al noble, el otro eje del régi-

men feudal es el campesino, trabajadores

de la tierra sometidos al dominio del señor

y a su justicia. Como antes explicábamos,

la inestabilidad del siglo III provocó una

concentración de la propiedad agraria en

manos de terratenientes con capacidad

militar; esta situación forzó a los colonos

romanos a reconocer la autoridad del

noble a cambio de protección y del usu-

fructo de la tierra. A estos campesinos se

sumaron pronto los trabajadores urbanos,

familias que abandonaban las ciudades

huyendo de la inseguridad y de los pro-

blemas de abastecimiento, fruto del de-

clive comercial. El papel del noble como

propietario y administrador de justicia se

irá completando con nuevas atribuciones,

que se sumarán a la obligación del cam-

pesino a responder con su obediencia y

con el fruto de su trabajo.

Los campesinos representan entre

el 70 y el 90 por ciento de la población en

la Europa feudal, según momentos y luga-

res, y sobre ellos recae el sostenimiento

de las cargas, tanto de la nobleza como

de la Iglesia y las monarquías, poderes

que complementan, sin solapar, la autori-

dad del señor. El retroceso de las activi-

dades mercantiles, la inestabilidad política

y una producción agraria de subsistencia,

limitarán la circulación de moneda, por lo

que el siervo satisfará las obligaciones fis-

cales con porcentajes de la cosecha –par-

“El conde de Flandes [Guillermo] pre-

guntó a su futuro vasallo si quería con-

vertirse en su hombre sin reservas.

Éste respondió: ‘Lo quiero’, y sellaron

su alianza con un beso, mientras sus

manos permanecían entre las manos

del conde. Aquel que había rendido

homenaje prestó juramento, poniendo

las manos sobre las reliquias de los

santos, y prometió fidelidad al conde:

‘Prometo por mi fe ser fiel al conde

Guillermo a partir de este instante y

mantenerle contra todos y guardar en-

teramente mi homenaje de buena fe y

sin falsedad”.

Galberto de Brujas, 1127

La ciudad de Praga, construida con piedra y cal, es la mayor

plaza comercial de aquella tierra. De la ciudad de Cracovia vie-

nen a ella con sus mercancías los rus y los eslavos, y de la tierra

de los turcos vienen a ella, también con mercancías y moneda,

mahometanos, hebreos y turcos, que reciben a cambio escla-

vos, estaño y pieles (...) Por un denario se vende allí tanto grano

que basta para sustentar a un hombre durante un mes, y tam-

bién por un denario se obtiene la cebada suficiente para alimen-

tar una cabalgadura durante cuarenta noches (...) En la ciudad

de Praga se fabrican sillas, bridas y escudos utilizados en toda

su tierra. Además en la región bohemia se fabrican unos paños

finos de tejido ancho, semejantes a redes, que no tienen ningún

uso práctico, que tienen entre ellos un valor constante: 10

paños por un denario. Con tales paños comercian, dándoselos

en pago unos a otros (...) representan su capital y adquieren

con ellos los artículos más preciosos: cereales, caballos, escla-

vos, oro, plata y demás cosas.

ENNEN, Storia della cittá medievale,

Roma, 1978, pp. 59-60. Recoge: M. A. Ladero, Historia

Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, p. 321-322.

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-5-

tición de frutos, diezmo- y con el trabajo

forzado en las tierras y dependencias de

su señor. Este modelo de explotación tri-

butaria se complementa con las banalida-des, el monopolio que el noble mantienesobre una serie de recursos, instrumentos

y medios necesarios para la producción -

el molino, el puente-, forzando al campe-

sino también a pagar por su uso.

*Usufructo: disfrute deun bien cuya propiedadpertenece a otro. Du-rante el feudalismo, se es-tableció una diferenciaentre el dominio directo yútil sobre la tierra: la pro-piedad (dominio directo)se vinculaba al título nobi-liario a perpetuidad; elusufructo (dominio útil)era garantizado al campe-sino por los mismos códi-gos consuetudinarios quesostenían los privilegiosdel señor. Durante las re-voluciones, la burguesíatrató de aglutinar la pro-piedad directa y la pose-sión útil de la tierra en unconcepto jurídico único:propiedad privada.

Para lidiar con esta presión fiscal,

que no hará sino elevarse al paso del

tiempo, el campesino recurre a la explo-

tación de tierras y recursos comunales,

pertenecientes a la aldea, de la que es ve-

cino. Aún cuando el señor controla tam-

bién la aldea mediante la elección de su

máxima autoridad –alcalde, justicia, baile,

batlle-, el campesino reconoce en el mu-

nicipio un espacio de poder popular, blan-

diendo un proyecto político basado en la

descentralización del Estado.

Las características de la relación entre

nobleza y campesinado se mantuvieron du-

rante más de un milenio, aunque la parti-

cularidad de las costumbres, la variedad de

casos y la amplia cronología suscitaron un

crisol de experiencias con matices diversos.

El mismo vasallaje ya establecía una

jerarquía entre los señores, que con el paso

del tiempo y la consolidación de las monar-

quías modernas, no hará sino complicarse,

diferenciando de la nobleza rural, alejada

del poder y limitada en su proyección polí-

tica, otra urbana, próxima a la Corte, bene-

ficiada por la compra de cargos públicos;

una nobleza de sangre y otra de nuevo

cuño, integrada por los favoritos y los acre-

edores de la monarquía; nobles endeuda-

dos y otros que se lucran en aventuras

comerciales; el empleo de la fe como ins-

trumento de coerción, frente al uso de las

armas, también permitirá distinguir a los se-

ñores laicos de los eclesiásticos, aún

cuando se den encuentros entre ambos,

como las órdenes militares; y, dentro de la

nobleza eclesiástica, con el tiempo se acen-

tuarán las diferencias entre la curia secular

próxima al poder de la Corte y de Roma, y

el clero regular, reducida su influencia a

monasterios y abadías.

Si la condición de la nobleza resulta

diversa, no lo es menos la del campesi-

nado. Los descubrimientos geográficos,

las conquistas bélicas y la roturación de

nuevas tierras aumentó la necesidad de

mano de obra, permitiendo a los nuevos

colonos conseguir dispensas de sus se-

ñores, antecedente del gran cambio que

supondría la abolición de la servidumbre

en la Europa occidental entre los siglos

XIII y XV. Los campesinos de Francia, In-

glaterra o los reinos hispánicos pudieron

de esta forma desprenderse de algunas

cargas feudales, como el trabajo forzado

y las contribuciones en especie, que fue-

ron sustituidas por rentas en metálico.

Esta situación sirvió para establecer

diferencias, no sólo entre el campesino

libre de Occidente y el siervo en la Europa

oriental, sino entre una mayoría de alde-

anos más o menos empobrecidos y una

minoría que prosperó, compaginando la

agricultura con oficios lucrativos como el

de carretero o posadero, subarrendando

los derechos de explotación sobre las tie-

rras de sus señores, aprovechándose del

trabajo asalariado de sus vecinos, ejer-

ciendo la usura en la aldea.

Incluso, durante toda la cronología

del feudalismo, persistió en gran parte de

Europa la figura del alodio, un escaso por-

centaje de tierras libres de cargas feuda-

les, propiedad privada de los campesinos

que las trabajaban, susceptibles, por lo

tanto, de cambiar de dueño mediante un

acuerdo de compraventa.

Artesanos, comerciantes y usurerosEl declive urbano entre los siglos V y X

estuvo lejos de hacer peligrar la existen-

cia de las ciudades y de los grupos so-

ciales allí instalados, aunque sí es cierto

que supuso un descenso de población y

un deterioro de las actividades y servi-

cios que hasta ahora habían distinguido

a las urbes.

Servidumbres del campesinado

- Pago de un porcentaje de la cosechacomo impuesto.- Trabajos forzados -a extinguir-- Banalidades.

Principales impuestos feudales

Alcabalas: Impuesto sobre el comercio demercancías.Diezmo: Pago de la décima parte de lascosechas que recaudaba la Iglesia.Excusado: Cesión del diezmo de la mayor casade cada parroquia.Pontazgo: Impuesto en los puentes sobre lasmercancías que los cruzaban.Portazgo: Impuesto en las puertas sobre lasmercancías que se introducían.Primicias: Cuadragésima y sexagésima partede los primeros frutos de la tierra y el ganado.Sisa: Impuesto indirecto mediante el que sedescontaba una parte del producto en elmomento de la compra.Tercias reales: Igual a las 2/9 partes deldiezmo.

Además de todos ellos, y de muchos otros, sepagaba tributo por utilizar los molinos, lasprensas, las almazaras… Fíjate en que sontodos impuestos indirectos.

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-6-

En torno al año mil, la consolidación

del feudalismo trajo cierta estabilidad a

Europa, condición que contribuyó al au-

mento de las tierras de cultivo, una mayor

productividad agraria y la rehabilitación

del comercio. El incremento demográfico,

junto al impulso mercantil relacionado con

el excedente agropecuario, influyeron en

el renacimiento civil en Europa. A las ciu-

dades romanas que habían sobrevivido a

la decadencia del Imperio de Occidente

se sumaron otras nuevas: sobre la base

de aldeas en crecimiento, centros de culto

y peregrinación, bastiones defensivos, nú-

cleos urbanos arrebatados por conquista

a otros Estados, etc.

La ciudad medieval no quedó margi-

nada de las relaciones sociales y producti-

vas que reconocemos como feudalismo, si

bien es cierto que la nobleza urbana, que

acaparaba las más altas magistraturas y la

propiedad de gran parte del suelo en la ciu-

dad, no fue capaz de imponerse de forma

tan evidente como en el medio rural, lo que

permitiría la emergencia de una élite entre

artesanos y comerciantes, ajena a los pri-

vilegios señoriales. Cuando, a partir del

siglo XIII, la Corona busque el apoyo polí-

tico y financiero de las ciudades para al-

canzar estabilidad, esta élite cobrará un

protagonismo creciente.

El primer grupo social en consoli-

darse en la ciudad es el de los artesanos,

productores cualificados que se congre-

gan por oficios en instituciones denomina-

das gremios o cofradías. El gremio

deviene por lo tanto una asociación de tra-

bajadores manuales, divididos jerárquica-

mente entre maestros, oficiales y

aprendices. Las corporaciones gremiales

regulan, según privilegios otorgados por la

Corona, distintos aspectos, materiales y

espirituales, que afectan a los artesanos

asociados: fijan los precios, las calidades

y el volumen de la producción, impidiendo

el libre ejercicio de esas labores y limi-

tando la competencia a cuanto el mer-

cado puede absorber; hacen acopio de

materias primas y controlan los canales de

distribución del producto; regulan las con-

diciones de trabajo y las escalas profesio-

nales en los talleres; incluso sufragan las

exequias de sus miembros difuntos, cui-

dando de huérfanos y viudas.

Aunque los gremios codifican gran

parte de las actividades productivas, cier-

tos servicios y algunas industrias –papel,

hierro, textil- escapan a su control, permi-

tiendo la existencia de profesionales, tra-

bajadores asalariados y patronos. A esta

variedad de sujetos se suman las figuras

del comerciante, el inversor y el usurero,

entidades relacionadas y a la vez distintas,

que algunos autores tildan, precipitada-

mente para esta cronología, de burgue-

ses. Aunque el concepto burguesía

aparece ahora, designando a los habitan-

tes de la ciudad no sujetos a cargas feu-

dales, no será hasta finales del siglo XVIII

cuando este grupo heterogéneo llegue a

identificarse como una clase social dife-

renciada, con pretensiones económicas y

políticas bien definidas, que les llevarán a

encabezar las revoluciones que pondrán

fin al feudalismo.

Los factores a los que antes hacía-

mos referencia, tales como el aumento del

excedente agrario, la circulación moneta-

ria o el crecimiento demográfico, permi-

tieron la recuperación del mercado. Al

comercio itinerante entre aldeas y a las fe-

rias, se suma el tráfico marítimo entre ciu-

dades portuarias, empresas que permiten

reunir grandes capitales mediante fórmu-

las de inversión cada vez más sofistica-

das, como el crédito, el pagaré, la letra de

cambio, o incluso la Bolsa. Este flujo de

mercancías acerca la ciudad al latifundio,

y viceversa, pero también fomenta la pro-

ducción de manufacturas para un mer-

cado en expansión. A esos negocios se

suma la usura, actividad penada por la

moral cristiana y la legislación medieval

cuya práctica se deriva a grupos sociales

marginados, como los judíos o los extran-

jeros, pioneros también en distintas em-

presas comerciales. Este hecho, sin

embargo, no debe llevarnos a concluir

que esta minoría monopolizara el prés-

tamo con interés; lejos del estereotipo, en-

contramos que, entidades como la Iglesia,

y particulares como algunos campesinos

enriquecidos, también ejercieron la usura

bajo otros nombres o fórmulas para eludir

la censura moral y legal, involucrándose

en empresas comerciales y financieras.

Esta ocupación todavía se volverá más lu-

crativa a partir del siglo XIII, cuando el Es-

tado recurra a los préstamos para

sostener sus gastos, al igual que la no-

bleza, incrementando el flujo de capital.

Comerciantes, usureros, pioneros

en la producción de manufacturas, arte-

sanos y campesinos enriquecidos, todos

prosperan, dedicados a una de estas ac-

tividades o combinando varias de ellas,

pero lejos, lo decíamos antes, de una con-

ciencia unitaria como grupo social diferen-

ciado. Por el contrario, la mayoría aspiran

a convertirse en nobles, comprando títulos

y cargos a una Corona endeudada para

disfrutar de los privilegios de la aristocra-

cia feudal.

Lumpen y esclavosEl desarrollo urbano y el fin de la servi-

dumbre en Occidente propiciaron un

éxodo rural con destino a ciudades, en

muchos casos, incapaces de asimilar ese

exceso de población en un mercado labo-

ral restringido por el control de los gremios

y un consumo que por escaso es incapaz

de excitar la producción de manufacturas.

Este excedente de mano de obra desem-

pleada se integró en el lumpen, un nú-

mero incierto de desheredados que

ejercían la mendicidad y el robo como me-

dios de subsistencia. La relevancia de este

grupo radica en que, junto a los trabaja-

dores asalariados, protagonizarán distur-

bios en los siglos siguientes, motivados

por el hambre y el descontento social.

Prevendas de los gremios

- Determinan la entrada en laprofesion- Fijan una escala profesional -aprendiz, ayudante, oficial, maestro-- Establecen precios, normas deproduccion, calidades, etc.- Monopolio sobre el trabajo

Page 7: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

-7-

Este abanico de menesterosos se com-

pleta con una variada casuística, que re-

coge a vagabundos itinerantes que

encuentran en los caminos su medio de

vida, pedigüeños oficialmente reconocidos

por las instituciones, delincuentes de todo

orden y género, la prostitución no regulada

y un largo etcétera de casos y situaciones,

olvidados por la Historia.

Junto a los desheredados, otro grupo

minoritario pero relevante, y persistente en

la sociedad feudal, es el de los esclavos. La

esclavitud suele circunscribirse sólo a la

Antigüedad clásica, pero lo cierto es que

pervivió durante toda la cronología del feu-

dalismo, con desigual impacto en distintos

lugares del mundo. En torno al año mil, la

servidumbre había reducido en Europa a

los campesinos libres y a los esclavos a una

condición intermedia y común para ambos

grupos, pero a orillas del Mediterráneo per-

sistió la presencia y tráfico de esclavos, pro-

venientes del este de Europa, de las costas

africanas o de los territorios musulmanes

conquistados. El esclavo medieval era em-

pleado en toda suerte de tareas, desde la-

bores domésticas hasta la explotación

agraria o minera, pasando por el trabajo en

los monasterios o la prestación de servicios

sexuales. El descubrimiento europeo del

continente americano, con su consiguiente

conquista y explotación a partir del siglo

XVI, revitalizará el tráfico de seres huma-

nos, empleados como mano de obra en los

grandes latifundios de caña de azúcar y ta-

baco en el Nuevo Mundo.

1.3 El Estado modernoDurante los siglos XIV y XV, las monarquías

feudales se consolidan en Europa, rehabi-

litando el papel de un Estado central frente

al poder atomizado de los señoríos. De la

misma forma que la nobleza laica había lo-

grado perpetuar su condición vinculando la

tierra y los privilegios a su linaje, el rey con-

sigue ligar el vasallaje de los nobles, la su-

misión de los súbditos, las fronteras del

reino y la autoridad del Estado como árbitro

de las relaciones sociales a su heredero.

Con el tiempo, esta fórmula traerá estabili-

dad a los nuevos reinos, pero a la vez el

proceso de consolidación de las grandes di-

nastías europeas conllevará guerras entre

familias nobiliarias y aspirantes al trono –

Guerra de las Dos Rosas en Inglaterra, la

segunda guerra civil en Castilla, etc.

La base de este modelo de organiza-

ción política, jurídica e institucional es la

identificación que se establece entre el rey

y el Estado, y por ello entre la prosperidad

general, el orden y el buen gobierno, y la

figura del príncipe. Estas monarquías par-

ten de la consideración medieval del rey

como primus inter pares -«primero entreiguales»-, máxima de la que se infiere el

origen noble del monarca, en quien se da

cita una doble naturaleza: como señor dis-

fruta de un patrimonio particular, los feu-

dos de realengo, y como príncipe ostenta

El orden eclesiástico no compone sino

un solo cuerpo. En cambio, la socie-

dad está dividida en tres órdenes.

Aparte del ya citado, la ley reconoce

otras dos condiciones: el noble y el

siervo que no se rigen por la misma

ley. Los nobles son los guerreros, los

protectores de las iglesias. Defienden a

todo el pueblo, a los grandes lo mismo

que a los pequeños y al mismo tiempo

se protegen a ellos mismos. La otra

clase es la de los siervos. Esta raza de

desgraciados no posee nada sin sufri-

miento. Provisiones y vestidos son su-

ministradas a todos por ellos, pues los

hombres libres no pueden valerse sin

ellos. Así, pues, la ciudad de Dios que

es tenida como una, en realidad es tri-

ple. Unos rezan, otros luchan y otros

trabajan.

ADALBERON DE LAON, Carmen ad

Robertum regem francorum (a. 998).

El signo principal de la majestad sobe-

rana y del poder absoluto es esencial-

mente el derecho de imponer leyes

sobre los súbditos, generalmente sin

su consentimiento (…). Hay, efectiva-

mente, una distinción entre justicia y

ley, porque la primera implica mera

equidad, mientras la segunda implica

el mandato. La ley no es más que el

mandato de un soberano en el ejerci-

cio de su poder.

JEAN BODIN. Los seis libros de la Re-

pública. 1578.

"Es sólo en mi persona donde reside el poder soberano, cuyo carácter propio es el

espíritu de consejo, de justicia y de razón; es a mí a quien deben mis cortesanos su

existencia y su autoridad; la plenitud de su autoridad que ellos no ejercen más que

en mi nombre reside siempre en mí y no puede volverse nunca contra mí; sólo a mí

pertenece el poder legislativo sin dependencia y sin división; es por mi autoridad que

los oficiales de mi Corte proceden no a la formación, sino al registro, a la publicación

y a la ejecución de la ley; el orden público emana de mí, y los derechos y los intere-

ses de la Nación, de los que se suele hacer un cuerpo separado del Monarca, están

unidos necesariamente al mío y no descansan más que en mis manos."

Discurso de Luis XV al Parlamento de París el 3 de marzo de 1766.

“Los reyes son llamados justamente

dioses, pues ejercen un poder similar

al divino. Pues si consideráis los atri-

butos de Dios, veréis cómo se encuen-

tran en la persona de un rey (...). De la

misma forma que es impío y sacrílego

hacer un juicio sobre los actos de

Dios, igualmente es temerario e in-

consciente para un súbdito criticar las

medidas tomadas por el rey.”

JACOBO I DE INGLATERRA. Reinó

entre 1603 y 1625.

Page 8: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

-8-

la autoridad que el conjunto de la socie-

dad feudal ha depositado en sus manos.

Es por este motivo que las monarquías

modernas aún se someten a la censura de

las asambleas estamentales, denomina-

das de diversas formas según el lugar –

États Généraux en Francia y los Países

Bajos, Cortes en Castilla y Portugal, Par-

liament en Inglaterra, etc.-. Estas cáma-

ras, dominadas por la nobleza laica y

eclesiástica, a las que se suman los repre-

sentantes urbanos, consiguen del mo-

narca el reconocimiento de privilegios y

leyes –fueros-, ofreciendo a cambio su fi-

delidad a la Corona y subsidios con los

que sufragar los gastos de la Corte. El so-

metimiento a la voluntad de los estamen-

tos define la debilidad de la Corona,

motivo por el que estos Estados irán adop-

tando políticas cada vez más autoritarias.

Las monarquías modernas surgen

en la segunda mitad del siglo XV, durante

los reinados de Luis XI en Francia, Fer-

nando II en Aragón, Isabel I en Castilla,

Enrique VII en Inglaterra y Maximiliano I

en el Sacro Imperio. Todos ellos tienen

en común la implantación de una serie

de medidas a fin de centralizar el poder

en la Corte, asimilando el interés y pros-

peridad de la nobleza con la estabilidad

de la Corona. Para alcanzar tal objetivo,

estas monarquías recurrirán a distintos

instrumentos a fin de consolidar su posi-

ción, a saber: la ley, el ejército, los im-

puestos, la burocracia, el comercio y la

diplomacia.

Una de las primeras tareas de las

monarquías renacentistas es el estable-

cimiento de un corpus legal que justifi-

que la eminencia de su poder y le

permita imponer su autoridad sobre un

territorio fragmentado en señoríos, donde

impera la costumbre que ampara los pri-

vilegios señoriales y los derechos de las

comunidades campesinas. Para sortear

esta herencia consuetudinaria, los juris-

tas rescatan y compilan las fuentes del

Derecho Romano, aunque la base de la

jurisprudencia moderna será la conside-

ración de que «la voluntad del príncipe

tiene fuerza de ley», noción que ofrece al

rey la posibilidad de legislar en función

de sus intereses. Este principio se com-

pleta pronto con otra máxima igualmente

adecuada para la Corona: la exención por

parte del monarca de cumplir con la ley

que impera en el Estado, lo que permitirá

al príncipe ignorar los derechos tradicio-

nales y las libertades privadas a su dis-

creción.

Para hacer cumplir la voluntad del

monarca y la ley del reino, todo uno, la Co-

rona requiere de un ejército profesional,

más o menos permanente y por lo común

formado por mercenarios de origen extran-

jero. Esta tropa cumplirá con varias funcio-

nes: además de servir al príncipe para

implantar sus reformas, sofoca las posibles

rebeliones; ayuda también a dar estabilidad

al nuevo Estado, consolidando la transición

dinástica; posibilita la expansión del reino

que precisa de la guerra y la conquista

como medio de recabar nuevas lealtades y

recursos; y, por último, arrebata a la no-

bleza la función social derivada del mono-

polio de las armas, transformando a la

aristocracia en burócratas y cortesanos, y

relacionando su prosperidad con el favor

Page 9: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

-9-

de las dinastías reales. Es así como la ad-

ministración civil, controlada hasta ahora

por el clero, pasa a manos de la nobleza y

las élites urbanas; proliferan los cargos que

el Estado vende entre sus súbditos adine-

rados, consiguiendo la Corona una fuente

lucrativa de ingresos, y los burócratas be-

neficios gracias a los privilegios, las influen-

cias y la corrupción que traen aparejadas

sus nuevas responsabilidades.

Además de para ganarse la lealtad

y dependencia de una clientela selecta,

el aparato administrativo sirve a la Corona

para extender su influencia a cada rincón

del reino, delegando la jurisdicción de su

poder primero en los señores, y más ade-

lante en un creciente cuerpo de funcio-

narios, quienes hacen cumplir las leyes y

se aseguran de mantener la presión fiscal

sobre sus súbditos. Éste resulta el factor

clave de los Estados que florecen al so-

caire de las monarquías modernas: la im-

plantación de un impuesto directo a favor

de la Corona.

Durante los siglos XIII y XIV, las mo-

narquías europeas fuerzan a los grupos so-

ciales no privilegiados a pagar un tributo

que sufrague las guerras dinásticas y fron-

terizas. En la medida que el aparato del Es-

tado crece, con el desarrollo de la Corte, de

la burocracia y del ejército, este impuesto

directo se consolida, sumándose las cargas

de la Corona al resto de tributos que tradi-

cionalmente las clases populares pagan a

la nobleza y a la Iglesia como institución.

La creciente presión fiscal que so-

portan las comunidades campesinas,

junto a la fragilidad de la producción agra-

ria, sujeta a ciclos de malas cosechas,

fuerzan al Estado a completar la recauda-

ción de tributos con impuestos indirectos

que gravan las actividades comerciales.

La idea de un gobierno que interviene re-

gulando la economía y fomentando las

manufacturas y el comercio cristaliza en

el mercantilismo, doctrina que desde el

siglo XVI ponen en práctica gran parte de

las monarquías occidentales.

El mercantilismo inspira la creación

de un mercado interior de producción y

consumo; el freno a las importaciones me-

diante aranceles, así como el fomento de

las exportaciones; el control de precios y

salarios por parte del Estado; el recurso de

la guerra como medio de dominación co-

mercial sobre otras potencias; y, por úl-

timo, el atesoramiento de metales

preciosos bajo la consideración de que, si

el volumen de oro y plata es finito –como

se pensaba en la época-, cuánto más me-

tales preciosos acaudale una Corona

menos restará para las demás, garanti-

zando la riqueza del Estado y la financia-

ción del ejército.

El mercantilismo está detrás de la

concesión de privilegios a los gremios,

freno al libre mercado, pero también per-

mite que se desarrollen las manufacturas

y las fábricas reales, antecedentes de la

revolución industrial, así como las compa-

ñías privilegiadas que establecieron em-

porios comerciales en las costas de África

y en el sur de Asia, germen del futuro co-

lonialismo contemporáneo.

Bajo estos principios, las monar-

quías se consolidan, ampliando sus domi-

nios mediante la guerra y la colonización,

con tal de atraer nuevas fuentes de ingre-

sos en una espiral de endeudamiento pro-

vocada por el mismo gasto que alienta la

expansión del reino. La competencia entre

monarquías vecinas, con características

similares, permitirá el temprano recurso a

la diplomacia, una extensión del aparato

burocrático más allá de las fronteras del

reino. La diplomacia juega un doble papel:

trabaja en el sostenimiento de la paz, con-

tribuyendo a fomentar el entendimiento

político, religioso y comercial cuando es

necesario o propicio, pero de la misma

forma sirve para orquestar alianzas, cons-

pirando en contra de terceros para satis-

facer el afán y las necesidades de

conquista.

El impulso de las monarquías dinás-

ticas a partir del siglo XV sirvió para dar

forma a los grandes Estados europeos,

como la Corona hispánica, Francia o Ingla-

terra, protagonistas de la gran expansión

atlántica que en el siglo siguiente les llevó

a conquistar y explotar la costa occidental

de África y el continente americano. Sin

embargo, no podemos pasar por alto las li-

mitaciones de este impulso político.

A pesar de la reforma fiscal y el in-

centivo económico del mercantilismo, el

gasto administrativo y militar supera con

creces sus ingresos, por lo que el Estado

habrá de concertar préstamos con ban-

queros, cuyos intereses comprometerán

importantes fuentes de riqueza, como los

metales preciosos provenientes de Amé-

rica en la Corona hispánica. Este endeu-

damiento por parte de las

administraciones tendrá como conse-

cuencia un aumento de la presión fiscal

sobre los grupos no privilegiados, dispa-

rando la conflictividad, sobre todo entre

las comunidades campesinas.

En cuanto a las aspiraciones políti-

cas de las nuevas monarquías, aunque el

centralismo administrativo y jurídico fuera

afín a sus pretensiones, la persistencia de

los privilegios limitó esa aspiración, y en

algunos supuestos, como el Sacro Imperio

o Polonia, la fortaleza de la nobleza abortó

las ambiciones del trono. Además, incluso

las monarquías consolidadas hubieron de

lidiar con la curia eclesiástica, quienes a

través de la burocracia y el derecho canó-

nico ejercían una gran influencia en la ad-

ministración, anteponiendo su fidelidad al

Papado a su lealtad a la Corona. La proli-

feración de las doctrinas protestantes en

el siglo XVI –calvinistas, luteranos, ana-

baptistas-, que reivindican una religiosi-

dad ajena a Roma, servirá a las

monarquías europeas para afianzar su

poder, ya sea asumiendo la Reforma pro-

testante o combatiéndola, aprovechando

en ambos casos la debilidad de las insti-

tuciones católicas: tales fueron los casos

de Enrique VIII, quien se convertiría en ca-

beza de la Iglesia anglicana, y de los mo-

narcas de la Corona hispánica, que bajo

la fórmula del Patronato Real ejercieron la

misma autoridad sobre las colonias de

América, sin forzar el cisma con Roma.

Aun con sus debilidades, las monar-

quías dinásticas lograron consolidar su

poder, imponiendo una forma de gobierno

autoritario, conocida como Absolutismo.

Algunos historiadores no avalan esta dife-

renciación, entendiendo que los reinos e

imperios europeos de finales del siglo XVI

no son sino una prolongación de los Esta-

Page 10: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

dos modernos que les preceden. Es cierto

que los reyes absolutistas, como Luis XIV

en Francia o Felipe V en la Corona hispá-

nica, se sirvieron de los instrumentos le-

gados por sus antecesores, tales como el

ejército profesional, la ley que emanaba

de su persona o la administración centra-

lizada, pero su autoritarismo va un paso

más allá, al despreciar las asambleas es-

tamentales de tradición medieval y reco-

nocer como fuente indiscutible de su

soberanía el derecho divino.

El reconocimiento del origen divino

de la monarquía convierte al rey ya no en

un superior feudal, sino en el valedor de

una autoridad suprema, procedente de

Dios, y por lo tanto incontestable. Asimilar

la voluntad del monarca a los designios di-

vinos ofrece a la Corona la justificación al

ejercicio de un poder ilimitado y despó-

tico, que le llevará a prescindir de Parla-

mentos y Cortes, sustituyéndolos por una

administración polisinodial, formada por

Consejos que ejercen labores de gobierno

a las ordenes de un ministro de la Corona.

El desprecio por los órganos tradicionales

de representación estamental provocará

un rechazo creciente en distintos grupos,

sobre todo entre aquellos sectores de la

nobleza rural y de las élites urbanas que

no pueden acceder a la compra de car-

gos, y por lo tanto se ven excluidos de la

nueva estructura política del Estado. Estos

colectivos se sumarán a las clases popu-

lares, víctimas de los excesos fiscales y

otros abusos, para alimentar un clima de

inestabilidad, previo a las revoluciones.

1.4 Revueltas y motines.El cambio social es el motor de la historia,

y aunque ningún cambio resulta tan pro-

fundo y traumático como el que trae una

revolución, las transformaciones que la

preceden alientan una rebeldía entre

aquellos individuos y grupos que pierden

derechos o han de asumir nuevas cargas.

Fue el caso de las comunidades campe-

sinas, presionadas por los tributos y el ex-

polio de recursos comunales; también de

los menestrales, jornaleros y artesanos,

que hubieron de lidiar con los impuestos

y el alza de precios; e incluso de ciertos

sectores de la nobleza, que asumían el

fortalecimiento del poder real como una

amenaza. Unos y otros harán proliferar re-

vueltas y motines, con un grado de orga-

nización y seguimiento dispar, suscitando

una conflictividad que se encuentra en el

germen de las futuras revoluciones.

Uno de los primeros focos de rebel-

día durante el feudalismo lo hallamos en

la respuesta popular de las comunidades

campesinas a los privilegios y prerrogati-

vas de sus señores. La concentración de

la propiedad libre en manos de la nobleza,

así como el establecimiento de la servi-

dumbre en el proceso de expansión de

reinos y principados en el Este de Europa,

inducirán disturbios más o menos espon-

táneos, que desde el siglo VIII cunden con

distintos grados de intensidad y segui-

miento. Crisis coyunturales, como epide-

mias o malas cosechas, sirven de

detonante para que el campesino se le-

vante contra el trabajo forzado o la parti-

ción de frutos que esquilma su economía

familiar en los momentos más adversos,

aunque bajo estas insurrecciones también

circula una censura al aumento de los pri-

vilegios nobiliarios y la vulneración de los

derechos comunales. La principal carac-

terística de estos levantamientos resulta la

falta de un proyecto político que vuelva

trascendente la protesta.

Este motivo, junto al miedo a la re-

presión, permite que las rebeliones cam-

pesinas se confundan con los grandes

movimientos heréticos que ponen en tela

de juicio el papel de la Iglesia y algunos

principios de fe, aquellos precisamente en

los que se funda el orden señorial. Las he-

rejías que desde el siglo X se extienden

por Europa enmascaran el discurso de

igualdad social y reparto de la riqueza de

estas comunidades campesinas, sirviendo

de antecesor al protestantismo del siglo

XVI. Junto a las arenga milenaristas y reli-

giosas que acompañan a la rebelión, otras

características, que los levantamientos

campesinos harán perdurar en los siglos

siguientes, son la formación de ejércitos

populares, el saqueo de bienes, que en la

Europa del Este y mediterránea derivó en

el bandolerismo, la ocupación de tierras y

la instauración de efímeros gobiernos par-

ticipativos en los municipios sublevados.

La gravedad del malestar popular, la ca-

pacidad de organización y la respuesta

militar de los señores fija la duración del

levantamiento, pudiéndose prolongar in-

cluso durante años de forma interrum-

pida, forzando en ciertos casos la

intervención de un poder real fortalecido.

A partir del siglo XIV, a la nobleza y

la Iglesia se suma la Corona como motivo

de descontento popular por sus abusos.

Los tributos con los que se costean las

guerras dinásticas, el alojamiento de las

tropas reales, que se traduce en violencia

y saqueos, e incluso el reclutamiento for-

zoso, son los agravios más frecuentes que

alimentan la sublevación. El pago en me-

tálico de estos impuestos fuerza a que, en

muchos casos, el campesino contraiga

deudas que le empobrecen, hasta los lí-

mites de su descontento. Curiosamente,

aunque el Estado es el responsable de

esta excesiva presión fiscal, los campesi-

nos no dirigen su animadversión contra el

rey, sino contra lo que proclaman como

«el mal gobierno»; incluso cuando el mo-

narca deroga los derechos de la comuni-

dad y expropia tierras vecinales, la

animosidad de estos rebeldes no atenta

contra la Corona, sino contra los funcio-

narios que expulsan a los campesinos de

sus tierras, y contra los recaudadores que

ahogan sus economías domésticas. Con

el tiempo, estas sublevaciones aportarán

un discurso propio, reclamando en el re-

parto de la tierra, el laicismo político, el fin

de los privilegios y la reivindicación de los

gobiernos municipales para los campesi-

nos mediante la elección directa de sus

representantes, aspectos que se encuen-

tran en la esencia de los movimientos po-

pulares durante las revoluciones

burguesas, y más allá.

Junto al campo, el otro gran foco de

inestabilidad social es la ciudad, donde

proliferan los tumultos desde el siglo XIII.

El crecimiento urbano provocado por el

éxodo rural hará que una parte de la po-

blación, trabajadores asalariados y peo-

nes gremiales en su mayoría, no puedan

proveerse de sustento si no es a través-10-

Page 11: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

del mercado. La misma inestabilidad que

motiva las rebeliones campesinas tiene

así su eco en la ciudad como motines de

subsistencia en los que las clases popu-

lares reclaman precios asequibles para

los cereales panificables y otros produc-

tos básicos en su dieta; en estos casos,

la violencia se cierne sobre molineros,

comerciantes y todo aquel que especula

con el precio del grano en momentos de

carestía. La adopción por parte del Es-

tado de una política económica mercan-

tilista, que alienta la exportación

agropecuaria y eleva los impuestos, no

hará sino excitar los ánimos.

En el tránsito entre las ciudades me-

dievales, donde la nobleza urbana copaba

las magistraturas, y la formación de las

urbes modernas, la implantación del sis-

tema gremial y la aparición de élites socia-

les no privilegiadas forzarán una compleja

lucha entre distintos grupos sociales. Así,

a los motines de subsistencia se suman

pronto las rebeliones de peones y oficiales

contra los abusos de los maestros en el

“En muchas partes de dicho princi-

pado de Cataluña algunos señores

pretenden y observan que los dichos

payeses pueden justa o injustamente

ser maltratados a su entero talante,

mantenidos en hierros y cadenas y

aun reciben golpes. Desean y suplican

dichos payeses sea suprimido y no

puedan ser maltratados por sus seño-

res, sino por mediación de la justicia.

(…) Pretenden algunos señores que

cuando el payés toma mujer, el señor

ha de dormir la primera noche con

ella, y en señal de señorío, la noche

que el payés deba hacer nupcias estar

la mujer acostada, viene el señor y

sube a la cama, pasando sobre dicha

mujer, y como esto sea infructuoso

para el señor y gran subyugamiento

para el payés, mal ejemplo y ocasión

de mal, piden y suplican que sea total-

mente abolido.”

Proyecto de concordia entre los paye-

ses de remensa y sus señores, 1462

Corpus de sang, de Antonio Estruch (1907). Representación pictórica del alzamientocampesino de los segadores catalanes en 1640 contra el alojamiento de tropas reales.

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Page 12: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

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contexto de los gremios, estableciendo or-

ganizaciones de ayuda mutua para afron-

tar huelgas y otras acciones

reivindicativas, ya desde el siglo XIV.

En otros casos, fueron comerciantes,

banqueros, patronos de manufacturas y

maestros gremiales los que inspiraron o

aprovecharon revueltas contra la nobleza

que trataba de extender los privilegios coer-

citivos del campo a la ciudad. Entre los si-

glos XIII y XVI, estas élites urbanas

consiguieron asentar su poder en determi-

nados lugares, sobre todo en puntos de la

península Itálica y los Países Bajos; aún así,

resulta precipitado hablar tan pronto de bur-

guesía como clase social con un proyecto

revolucionario, y no es de extrañar que en

otros contextos, como por ejemplo ante los

motines de subsistencia, banqueros y co-

merciantes se congracien con la nobleza, o

que liguen sus destinos a la prosperidad de

las monarquías feudales por la compra de

cargos y la expedición de deuda.

La conflictividad durante el feuda-

lismo europeo se completa con las revuel-

tas nobiliarias. La insurrección de los

señores resulta connatural al proceso de

formación de los Estados modernos, al

principio debido a luchas entre familias

por establecer y legitimar las dinastías re-

ales, y más adelante por la pérdida de los

atributos medievales y la adaptación for-

zada a los cambios. Con el estableci-

miento de ejércitos profesionales, los

señores abandonan paulatinamente su

función militar, forzados a la compra de un

cargo administrativo como medio de lucro,

lo que provoca la insatisfacción y suscita

la violencia de una nobleza contrariada.

De la misma forma, muchos señores de

Occidente, vasallos de rango inferior en la

escala feudal, padecen la abolición de la

servidumbre y la restitución de la moneda

como medio de intercambio, asistiendo al

éxodo de campesinos y la pérdida de tri-

butos, lo que derivaría en un endeuda-

miento sobre las rentas de la explotación

de la tierra, alimentando futuras sedicio-

nes en las que el noble aparece a la ca-

beza de revueltas populares.

Con todo, los levantamientos nobilia-

rios fueron perdiendo protagonismo con la

consolidación de las monarquías y la asi-

milación de buena parte de los señores a

la nueva naturaleza de sus dignidades.

A pesar de que en esta relación

hemos separado los distintos protagonis-

tas y focos de rebeldía, lo cierto es que los

levantamientos feudales más prolongados

y relevantes fueron aquéllos en los que las

revueltas campesinas y los motines urba-

nos llegaban a confundirse. Bajo la apa-

riencia de un proyecto religioso, de una

respuesta a invasiones extranjeras u otra

amenaza, campesinos, menestrales, co-

merciantes e incluso la nobleza podían lle-

gar a sumar esfuerzos. La falta de un

propósito político común, la disparidad de

intereses entre los distintos grupos y la re-

presión por parte del Estado truncarían

estas experiencias.

1.5 Las primeras revolucionesLa revolución es el resultado de las con-

tradicciones entre el crecimiento de gru-

pos sociales con aspiraciones económicas

y políticas distintas al marco jurídico e ins-

titucional que sirve a los intereses de las

clases dominantes. Esta situación se sos-

tiene durante largo tiempo, hasta que una

coyuntura desfavorable precipita un pe-

riodo de cambios profundos, de carácter

cualitativo, por los que se legitima la trans-

formación radical de las relaciones socia-

les predominantes de forma más o menos

permanente, y aquí de nuevo recurrimos

al apelativo «predominantes» para recal-

car como, por muy profundos que resul-

ten los cambios, siempre quedan

pervivencias del pasado.

Las revoluciones contemporáneas

recibirán el calificativo de burguesas y li-

berales indistintamente, ya que es la bur-

guesía, una nueva clase social formada al

calor de la propia revolución, la que ven-

drá a liquidar el feudalismo en Europa y

sus colonias, aprovechando el descon-

tento popular y la debilidad de las monar-

quías absolutistas, y promoviendo en su

lugar un nuevo marco de libertades, polí-

ticas mediante la implantación del Estado

liberal, y económicas con el desarrollo del

libre mercado. Los especialistas hacen

coincidir el inicio de la época contempo-

ránea con estas revoluciones que, en las

colonias inglesas de Norteamérica y en

Francia, pusieron fin al feudalismo. Esa

consideración desprecia los antecedentes

de los Países Bajos en la segunda mitad

del siglo XVI y de Inglaterra en el siglo XVII,

sociedades donde se vivieron procesos re-

volucionarios tanto o más significativos

que los anteriores, aunque sostenidos en

un discurso religioso propio de la coyun-

tura en las que se originan.

Los Países Bajos (1550-1585)Desde el siglo XIII, los Países Bajos –cuyo

territorio se correspondía con las actuales

fronteras de Bélgica y Holanda- había ex-

perimentado un insólito crecimiento en

virtud de la red de ciudades y puertos que

servían para el tránsito de mercancías

entre distintos puntos de Europa.

El descubrimiento y conquista de

América a finales del siglo XV, así como el

auge de las monarquías nórdicas –Suecia,

Dinamarca- desplazaron al Mediterráneo

frente al Atlántico como espacio pujante

de intercambio comercial e inversión fi-

nanciera. Esta coyuntura permitió que los

flamencos controlaran en poco tiempo el

mercado de las especias, el tráfico marí-

timo desde el Báltico y la producción de

cereal del Este de Europa, almacenando

el grano, transportándolo y fijando los pre-

cios. Al impulso comercial, se sumaron

mejoras en la producción agraria y manu-

facturera, todo ello sumado a la emergen-

cia de grandes centros urbanos, entre los

que sobresalía Amberes.

La creciente prosperidad económica

de los Países Bajos contrastaba con su de-

pendencia política. La debilidad y fragmen-

tación de los poderes locales hizo que el

territorio cambiara en varias ocasiones de

soberanía, hasta quedar adscrito al Sacro

Imperio, primero, y a la Corona hispánica

después de que Carlos V (1500-1558) re-

partiera su legado al abdicar en 1556, con-

cediendo a su hijo, Felipe II (1527-1598),

sus posesiones en la península ibérica, la

península itálica, América y los Países

Bajos. Este cambio dinástico resultará tras-

cendental en el devenir de la región por los

distintos modelos de Estado que uno y otro

Page 13: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

-13-

monarca llevaron a la práctica. Carlos V

gobernó en buena sintonía con los Estados

Generales de las diecisiete provincias, res-

petando las leyes y «libertades» promulga-

das por esta asamblea, lo que le reportó

cierto prestigio entre sus súbditos, aún

cuando tomó decisiones polémicas como

la elección de gobernadores sin el consejo

de los Estados, o la implantación del Santo

Oficio para reprimir la herejía protestante.

Caso distinto fue el de Felipe II, quien

desde su coronación forzó a los Estados

Generales a entregarle elevadas sumas de

dinero con las que sanear la deuda de la

Corona, sin ofrecer otra contrapartida que

decisiones autoritarias por las que la no-

bleza local y los principales comerciantes

se veían relegados del gobierno por buró-

cratas y favoritos castellanos.

El fervor católico del nuevo monarca

le restó apoyos, y no sólo por la intoleran-

cia con la que defendía el dogma sino

también por otros asuntos tanto o más po-

lémicos: la guerra que Felipe II mantenía

con el Imperio otomano multiplicó las car-

gas tributarias que campesinos y artesa-

nos debían satisfacer; las nuevas diócesis

episcopales que el monarca designo para

los Países Bajos a partir de 1559 restaron

ingresos a la nobleza local; y el fortaleci-

miento de la Inquisición hizo peligrar la

presencia de delegaciones extranjeras en

los enclaves comerciales flamencos, mu-

chos de cuyos representantes eran judíos

o protestantes.

A falta de un pensamiento político

que guiara la rebelión, el descontento

común de la sociedad neerlandesa se arti-

culó gracias al discurso religioso. Durante

el reinado de Carlos V, anabaptistas, men-

nonitas y calvinistas habían clamado por

una fe personal alejada de Roma y su curia,

o bien por el sostenimiento de la tradición

comunitaria frente al avance del Estado

centralista. A pesar de la actuación del

Santo Oficio, estas confesiones permane-

cían activas en los Países Bajos, y aunque

fue el calvinismo el que congregó un mayor

número de apoyos entre los rebeldes, las

distintas doctrinas se sumaron en su re-

chazo hacia la intolerancia católica y la in-

tervención española en los gobiernos

provinciales y locales, lo que ayudó a fo-

mentar un incipiente espíritu nacional.

Los primeros brotes de oposición a

Felipe II y sus representantes en los Paí-

ses Bajos surgen entre 1565 y 1566

como respuesta a la persecución de he-

rejes por parte del Santo Oficio. Aprove-

chando la intervención de la armada

española contra el avance turco en el Me-

diterráneo, la nobleza y las comunidades

calvinistas encabezan el levantamiento,

con el apoyo de Inglaterra, los hugonotes

franceses y los protestantes alemanes. El

resultado es una cruenta represión por

parte de las tropas españolas, que ter-

mina con juicios y condenas a muerte,

además de confiscaciones totales y par-

ciales del patrimonio de los rebeldes; la

idea de las autoridades españolas era sa-

tisfacer el gasto militar con las ventas de

los bienes incautados, pero siendo insu-

ficiente, Felipe II forzó a los Estados Ge-

nerales a que aprobaran nuevos

impuestos. La estrategia de la Corona,

lejos de servir de castigo ejemplarizante,

permitió a la causa calvinista ganar sim-

patías, justificando futuras acciones.

En 1569, Felipe II trata de sofocar

las rebeliones que todavía se mantienen

activas promulgando una amnistía, que

por el gran número de excluidos se con-

virtió antes en un revulsivo para la pro-

testa que en una solución. A partir de

1572, las revueltas se convirtieron en re-

volución, liderada por Holanda, Zelanda

y Utrech, las provincias del Norte que

nombraron como jefe del ejército y pro-

tector de su independencia a un noble,

Guillermo de Orange (1553-1584), bajo

el título de estatúder. A la hora de plasmar el futuro polí-

tico de la nueva nación, los distintos gru-

pos coaligados mostraron sus

disparidades: mientras para los campesi-

nos y la nobleza local, la revolución tenía

como objetivo perpetuar sus «libertades»

tradicionales y privilegios frente al centra-

Revolución burguesa en los Países Bajos 1550-1585

Auge del Atlántico como espacio de intercambio

comercial

Enriquecimiento de los Países Bajos

al controlar el comercio

Dependencia política de España- Incremento arbritario de la

fiscalidad a los Estados Generales- Represión de las herejías

(Inquisición)CONTRADICCIÓN

1556 Abdicación de Carlos V en Felipe II1565-1566 Levantamiento calvinista y represión por el Duque de Alba1568 Guillermo de Orange encabeza el movimiento independentista

1576 Pacificación de Gante1579 Unión de Utrech - Provincias Unidas

1581 Independencia de las Provincias Unidas1609 Tregua de los 12 años entre el Norte y el Sur

1648 España reconoce la independencia

Page 14: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

-14-

lismo monárquico de Felipe II, para la bur-

guesía el fin era convertir los Estados Ge-

nerales en un instrumento de gobierno

que le permitiera poner fin a las trabas del

feudalismo.

Hasta 1581, los enfrentamientos se

sucedieron, trazando una división entre

las provincias del Norte, de mayoría pro-

testante, y las del Sur, católicos y leales a

Felipe II. Ese mismo año, las Provincias

Unidas se establecen como un Estado in-

dependiente, tanto a los Países Bajos del

sur como a la Corona hispánica, fundando

una república federal en la que, si bien

persistió la figura del estatúder, fueron losEstados Generales los que ejercieron el

poder efectivo bajo la fórmula del pacto

entre el gobernado y el gobernante, que

reducía las instituciones a una forma de

representación popular, valedora de una

ley común para todos.

Aunque la revolución se había ini-

ciado como una revuelta popular y nobilia-

ria, el nuevo Estado quedó pronto bajo la

influencia de la burguesía mercantil de una

de sus provincias, Holanda, cuyo puerto

más importante, Ámsterdam, desplazó a

Amberes como centro comercial. Bajo la

influencia de la burguesía holandesa, los

Estados Generales legislaron para permitir

y fomentar la libre circulación de capitales,

la innovación agrícola, las inversiones en la

producción manufacturera y la expansión

comercial, todo ello respaldado por el in-

violable principio de la propiedad privada,

que se imponía así a la propiedad feudal,

sujeta a cargas y privilegios que irían des-

apareciendo. El resultado de estas medidas

fue el desarrollo de un «Estado mercantil»,

cuyo colofón devino el establecimiento de

colonias en el norte de América, la costa

de África, el sur de Asia y los archipiélagos

del Pacífico, para la explotación de recur-

sos y el tráfico de mercancías.

De esta forma se inaugura el colo-

nialismo capitalista, que a diferencia de

los Imperios absolutistas, se basa en la

concesión de monopolios –rutas, áreas de

explotación- a sociedades de inversores

privados. La Compañía Holandesa de las

Indias Orientales, fundada en 1602, des-

arrolló un descollante negocio con el trá-

fico de especias y pimienta de Asia, mien-

tras que la Compañía Holandesa de las In-

dias Occidentales convirtió a las

Provincias Unidas en la primera potencia

en las costas del África occidental, apro-

vechando el comercio de esclavos con las

colonias de América. Esta preeminencia

económica y política se mantendrá hasta

que en el siglo XVII la expansión de la

Francia absolutista y las guerras navales

contra Inglaterra relegarán a las Provincias

Unidas a un segundo plano en el contexto

internacional.

Inglaterra (1640-1689)Mientras en los Países Bajos la rebeldía

contra el creciente autoritarismo de Felipe

II daba paso a una revolución nacional (co-

nocida como la Guerra de los 80 años, por

la historiografía holandesa), en Inglaterra,

Isabel I (1533-1603) afianzaba el papel de

la Corona empleando como instrumento a

la Iglesia anglicana, la lealtad de una clase

de terratenientes –gentry- enriquecida conla compra de las tierras expropiadas a las

órdenes religiosas durante la Reforma, una

burocracia fiel a la reina y una flota naval

que servirá a la expansión colonial. Ade-

más de estas premisas, Isabel I había fo-

mentado medidas económicas para

aumentar la productividad, fortalecer el

mercado interior y elevar la recaudación de

tributos. Iniciativas como la deforestación

y desecación de pantanos para el cultivo,

o el cercamiento –enclosure- de las tierrascomunales y otros campos abiertos –openfields-, sirvieron para que ya a finales delsiglo XVI se asentaran las bases de la «mo-

dernización agraria», cuyos inmediatos

damnificados fueron los campesinos, pri-

vados de derechos de pasto, pesca y otros

usos comunales.

En las ciudades, signos como la

apertura de la Bolsa de Londres en 1571,

o la creación de la Compañía Inglesa de

las Indias Orientales, a la que desde

1599 se le garantizó el monopolio comer-

cial más allá del cabo de Buena Espe-

ranza, en competencia con su homóloga

holandesa, permiten que prospere una

élite urbana ajena a los privilegios feuda-

les. Al igual que en los Países Bajos, el

descontento popular por la pérdida de

tierras, recursos y derechos comunales,

así como las pretensiones de una inci-

piente burguesía, se articula mediante el

discurso religioso de distintas corrientes

protestantes, enfrentadas al anglica-

nismo por alcanzar un Estado laico, la in-

dependencia y libertad personales, la

igualdad jurídica e, incluso, el reparto

equitativo de la propiedad.

La muerte sin descendencia de Isa-

bel I permite que, en 1603, la casa Es-

tuardo ascienda al trono de Inglaterra en

la figura de Jacobo I (1566-1625). Tanto

el nuevo rey como su hijo, Carlos I (1600-

1649), instauran una monarquía absolu-

tista, estableciendo un origen divino para

su dinastía, rodeándose de cortesanos y

burócratas y multiplicando la deuda del

Estado, que sufragarán con nuevos im-

puestos y la venta de cargos y títulos. Res-

pecto al Parlamento, de las dos

asambleas que lo componen, los Estuardo

buscarán el apoyo de la Cámara de los

Lores frente al rechazo de la Cámara de

los Comunes, formada por la gentry y laburguesía, víctimas de los nuevos mono-

polios que la Corona otorga, y el nepo-

tismo con el que reparte concesiones y

privilegios. La protesta de los Comunes

ante la política autoritaria de Carlos I no

obtendrá más que la indiferencia del mo-

narca, por lo que sus miembros reaccio-

narán rebelándose contra el pago de los

tributos establecidos sin el consentimiento

del Parlamento. Esta desobediencia ten-

drá como respuesta los arrestos arbitra-

rios, el embargo de mercancías y la

incautación de propiedades. El clima de

tensiones que originan estas medidas se

prolongará hasta 1629, fecha en la que

Carlos I decidió disolver el Parlamento, no

volviendo a convocarlo hasta once años

después, cuando la sublevación de Esco-

cia obligue de nuevo al monarca a apelar

a las Cámaras en busca de subsidios.

El Absolutismo inglés fracasó, entre

otras cosas, por la falta de un ejército re-

gular a las órdenes del rey, y de una bu-

rocracia que contrarrestara el poder local

de la gentry. La forzada necesidad de re-currir al Parlamento en 1640 no hizo sino

Page 15: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

-15-

confirmar estas debilidades: la primera

asamblea, establecida en primavera –

Short Parliament-, se negó a socorrer a laCorona; el rey la disolvió, aumentando el

número de pares con tal de formar otro

Parlamento –Long Parliament- que lefuera favorable. El control de los órganos

de representación locales por parte de la

gentry y la burguesía, hizo que la Cámarade los Comunes quedara en manos de

este grupo, elevando una voz conjunta

que exigía el fin de los monopolios y la li-

bertad de comercio.

El descontento generalizado por el

gobierno de Carlos I encontró en el purita-

nismo un resorte ideológico para aglutinar

voluntades y pretensiones dispares, como

ya ocurrió en los Países Bajos con el calvi-

nismo. Para los representantes de los Co-

munes, el puritanismo se oponía a la

instrumentalización de la Iglesia anglicana

por parte de la Corona para controlar la

vida civil; para las comunidades campesi-

nas, significaba la reivindicación de dere-

chos tradicionales frente al avance de los

cercamientos, el alojamiento de tropas y la

presión fiscal. En el contexto de la guerra

civil que se desata entre 1642 y 1648, el

puritanismo servirá para establecer una

complicidad revolucionaria entre el Parla-

Revolución burguesa en Inglaterra (1640-1689)

ISABEL I(Monarquía feudal)

1642-1648 Guerra Civil

JACOBO I-CARLOS I(Monarquía absoluta)

- Lores (Nobleza)- Comunes (Gentry / burguesía)

PuritanismoAglutina intereses políticos y defensa de las tradiciones

Monárquicos

- Control de la IglesiaAnglicana

Privilegios

Financiación

MONARQUÍA PARLAMENTO

- Disuelto en 1629- Tributos sin consulta al Parlamento- Venta de cargos- Disolución

MONARQUÍA ABSOLUTA PARLAMENTO

ENFRENTAMIENTO

1649-1660 Commonwealth- Unificación del imperio- Ejército profesional (New Modern Army)- Libertades políticas, económicas yreligiosas- Dictadura de Cromwell

1688 Revolución Gloriosa- Monarquía parlamentaria- División de poderes (Locke)- Bases jurídicas del capitalismo

1660-1688 Restauración- Enfrentamientos entre Tories y Whigs en el Parlamento

Page 16: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

mento y las clases populares. A pesar de

esta connivencia, el clima de agitación

hará que, por encima del debate institu-

cional sobre el gobierno o el Estado, cuaje

un ideario radical entre campesinos y tra-

bajadores. Desde la defensa de la libertad

política y religiosa que esgrimieron los con-gregacionistas, hasta las propuestas de losdiggers y levellers, quienes reclamaban elreparto de tierras y la democracia directa,

los proyectos igualitarios se sucederán sin

continuidad en el tiempo.

Para contener las ambiciones popu-

lares y hacer frente a las tropas realistas,

el Parlamento entregó el mando militar a

Oliver Cromwell (1599-1658), miembro

de la Cámara de los Comunes, quien

constituyó el New Modern Army, un ejér-cito profesional imbuido por los principios

puritanos, que se convertiría con el tiempo

en una fuerza fiel a su comandante antes

que al Parlamento. Los avances de Crom-

well condujeron al final de la guerra, que

se saldó con la detención y decapitación

de Carlos I, la disolución de la Cámara de

los Lores y la proclamación de la república

en Inglaterra bajo el nombre de Common-wealth. La fuerza del ejército regular, lanecesidad de pacificar Irlanda y Escocia

tras la muerte del rey y el temor de la no-

bleza y la burguesía a los proyectos igua-

litaristas, propició que la Cámara cediera

el control del Estado a Cromwell, nom-

brándolo en 1653 Lord Protector.

De aquí a su muerte, Cromwell di-

solverá el Parlamento, instaurando una

dictadura basada en la unión de la jerar-

quía militar y la administración civil; la po-

lítica de este periodo estará marcada por

la exaltación del puritanismo y la persecu-

ción de otras religiones -catolicismo-,

junto a los enfrentamientos de Inglaterra

con las Provincias Unidas y la Corona his-

pánica.

A la muerte de Cromwell en

1658, la línea sucesoria personificada en

su hijo no prosperó, y con el apoyo de la

gentry y los lores, se restauró la monarquíaen la figura de Carlos II (1630-1685). In-

glaterra recuperó así el principio político de

los tres «estados», por el cual las dos Cá-

maras y el rey compartían la soberanía,

aunque era el Parlamento el que definía los

límites del poder ejecutivo de la Corona,

aprobando los impuestos, por ejemplo. A

partir de 1681, Carlos II arrinconó estos

principios, recuperando la herencia abso-

lutista de sus predecesores al disolver las

Cámaras, perseguir a los puritanos y refor-

zar su autoridad en materia religiosa exten-

diendo la influencia de la Iglesia anglicana.

Surgen entonces en el Parlamento las dos

formaciones políticas que se mantendrán

en lo siglos siguientes: los whigs, represen-tantes de artesanos y comerciantes contra-

rios al anglicanismo y a la monarquía

absoluta, y los tories, vinculados a los inte-reses de los grandes terratenientes.

Jacobo II (1633-1701), sucesor a

partir de 1685 de Carlos II, enrarece aún

más las relaciones de la Corona con el Par-

lamento y la sociedad inglesa, primero al

profesar la fe católica, promocionando a

una burocracia civil y militar de idéntica

confesión, y en segundo lugar fortaleciendo

al ejército. En respuesta a esta polémica,

tories y whigs, que inicialmente habían dis-crepado sobre el ascenso de Jacobo II,

coinciden en reprobar al rey, buscando en

Guillermo III de Orange (1650-1702), es-tatúder de las Provincias Unidas y esposode María Estuardo –hija de Carlos II-, un

nuevo rey para Inglaterra que asegure el

carácter protestante de la monarquía y su

sometimiento al Parlamento.

La Revolución Gloriosa de Inglaterra

arranca en 1688 con la huida de Jacobo II

a Francia. Al año siguiente, el Parlamento

promulga una declaración de derechos -

Bill of Rights-, por la que se crea una mo-narquía parlamentaria, dejando en manos

de las Cámaras el gobierno efectivo.

Una de las mayores diferencias

entre la guerra civil, en 1648, y la Gloriosa

es que ahora los cambios no se sustentan

en una doctrina religiosa ni en la voluntad

de un jefe militar, sino en los grupos socia-

les que controlan el Parlamento -margi-

nando los proeyctos populares- y en la

doctrina política de autores como John

Locke, quien esgrime la idea del «contrato

social», un acuerdo entre gobernado y go-

bernante que se materializa en una ley

común para todos, garantía del derecho a

la vida, la libertad y la propiedad.

Tras estos principios, cuya aplica-

ción justa y equitativa viene avalada por

la división de poderes, se aprecia la ac-

ción revolucionaria de la burguesía in-

glesa, que a través de distintas Actas

emitidas por el Parlamento se dispondrá

a abolir el feudalismo, acabar con los

monopolios, consagrar la propiedad pri-

vada, permitir las sociedades capitalistas

por acciones, la libertad de industria, de

comercio y otras medidas que permitirán

el desarrollo del capitalismo en la Ingla-

terra del siglo XVIII.

1.6 Despotismo e IlustraciónLas políticas del Absolutismo provocaron

la hostilidad de aquellos sectores sociales

afectados por el recorte de derechos, pri-

vilegios y libertades. Como ya hemos apre-

ciado, las revueltas y alzamientos recurren

hasta el siglo XVII a un discurso religioso

“Resulta, pues, evidente que la monarquía absoluta, a la que

ciertas personas consideran como el único gobierno del

mundo, es en realidad incompatible con la sociedad civil, y

por ello no puede ni siquiera constituirse como una forma de

poder civil. La finalidad de la sociedad civil es evitar y reme-

diar los inconvenientes del estado de naturaleza, que se pro-

ducen forzosamente cuando cada hombre es juez de su

propio caso (...). Al partirse del supuesto de que ese príncipe

absoluto reúne en sí mismo el poder legislativo y el poder eje-

cutivo sin participación de nadie, no existe juez ni manera de

apelar a nadie capaz de decidir con justicia e imparcialidad, y

con autoridad para sentenciar, o que pueda remediar o com-

pensar cualquier atropello o daño que ese príncipe haya cau-

sado, por sí mismo, o por orden suya.”

JOHN LOCKE. Dos tratados sobre el gobierno civil. 1690.

-16-

Page 17: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

-17-

para articular la protesta. Las primeras re-

voluciones, sobre todo el caso inglés,

cambiarán esta perspectiva, introdu-

ciendo una doctrina cada vez más des-

prendida de la fe y más imbuida de

directrices económicas y políticas para la

mejor organización del Estado. Fruto de

estos dos antecedentes –la reacción al

Absolutismo y el pensamiento político in-

glés- el siglo XVIII asiste al nacimiento de

la Ilustración, un movimiento filosófico

que opone la razón y la educación al os-

curantismo y la intolerancia religiosa que

ha imperado en los siglos anteriores.

La Ilustración sigue el camino

abierto desde el siglo XIV por el huma-

nismo, un movimiento intelectual que fo-

mentó la herencia grecolatina,

recuperando al Hombre como centro de

la reflexión filosófica. A través de su in-

fluencia en los príncipes modernos, los

humanistas trataron de arrebatar el mo-

nopolio del conocimiento a la Iglesia, rei-

vindicando una concepción laica del

saber, que sirvió de impulso a la ciencia y

la técnica, cubriendo las necesidades del

Estado y de las élites urbanas en su ex-

pansión territorial y comercial. Una de

esas innovaciones, precisamente, sería la

invención de la imprenta moderna de

tipos móviles, a mediados del siglo XV,

que permitiría la difusión de las nuevas

ideas, los debates y las herejías.

Un lastre del humanismo fue la sub-

ordinación de sus preceptos al dogma

cristiano, sobre todo en el contexto de los

conflictos religiosos que acompañaron a

la Reforma protestante en Europa. Por esa

razón, a la hora de buscar antecedentes,

los Ilustrados encontrarán en las corrien-

tes filosóficas del siglo XVII una herencia

más próxima, en el tiempo y en los plan-

teamientos. La primera fuente de la que

bebe la Ilustración es el llamado «raciona-

lismo continental», expresado por autores

como Descartes, Spinoza o Leibniz, quie-

nes sientan las bases del razonamiento ló-

gico y científico, el cálculo matemático

como medida de la naturaleza y la demo-

cracia como aspiración social.

Esta influencia se confunde en el

pensamiento ilustrado con la de los filóso-

fos empiristas de la Inglaterra de la revolu-

ción: Francis Bacon (1561-1626),

precursor del razonamiento inductivo y la

ciencia experimental; Isaac Newton (1643-

1727), quien inspiró la concreción mate-

mática y universal de los fenómenos

astronómicos, que hasta ahora gozaban de

una explicación teológica; y John Locke

(1632-1704), autor de una teoría política

sobre el «contrato social» que legitimaba la

rebelión como reacción al mal gobierno.

Aunque son los autores ingleses los

que inspiran la reforma ilustrada, no será

en Inglaterra sino en Francia donde el

movimiento cobra fuerza. Francia a prin-

cipios del siglo XVIII ha alcanzado el apo-

geo de su expansión y crecimiento bajo

el gobierno despótico de Luis XIV, convir-

tiéndose por ese mismo motivo en el Es-

tado donde las contradicciones del

Absolutismo se harán más evidentes,

permitiendo que autores como Rous-

seau, Montesquieu o Voltaire extiendan

la influencia su pensamiento por Europa.

Más allá de esta herencia, si algo

distingue a la Ilustración es la diversidad

cronológica, territorial e ideológica, a

pesar de lo cual podemos establecer una

serie de características compartidas, si no

comunes, por todos sus miembros.

El primer asunto en el que los ilus-

trados coinciden es en la exaltación de la

“En cada Estado hay tres clases de poderes: el legislativo, el

ejecutivo de las cosas pertenecientes al derecho de gentes, y

el ejecutivo de las que pertenecen al civil.

Por el primero, el príncipe o el magistrado hace las leyes para

cierto tiempo o para siempre, y corrige o deroga las que están

hechas. Por el segundo, hace la paz o la guerra, envía o re-

cibe embajadores, establece la seguridad y previene las inva-

siones; y por el tercero, castiga los crímenes o decide las

contiendas de los particulares. Este último se llamará poder

judicial; y el otro, simplemente, poder ejecutivo del Estado

(...).

En el Estado en que un hombre solo, o una sola corporación

de próceres, o de nobles, o del pueblo administrase los tres

poderes, y tuviese la facultad de hacer las leyes, de ejecutar

las resoluciones públicas y de juzgar los crímenes y contien-

das de los particulares, todo se perdería enteramente.”

MONTESQUIEU. El espíritu de las leyes. 1748

La ilustración es la salida del hombre

de su minoría de edad. El mismo es

culpable de ella. La minoría de edad

estriba en la incapacidad de servirse

del propio entendimiento, sin la direc-

ción de otro. Uno mismo es culpable

de esta minoría de edad cuando la

causa de ella no yace en un defecto

del entendimiento, sino en la falta de

decisión y ánimo para servirse con in-

dependencia de él, sin la conducción

de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de

servirte de tu propio entendimiento! He

aquí la divisa de la ilustración.

IMMANUEL KANT. ¿Qué es la Ilustra-

ción? 1784

“¿Qué es, pues, el gobierno? Un

cuerpo intermediario establecido entre

los súbditos y el Soberano para su

mutua correspondencia. (...) En el ins-

tante en que el gobierno usurpa la so-

beranía, el pacto social queda roto, y

todos los simples ciudadanos, vueltos

de derecho a su libertad natural, son

forzados, pero no obligados, a obede-

cer. (...) Toda ley no ratificada por el

pueblo en persona es nula; no es una

ley. El pueblo inglés cree ser libre, y se

engaña mucho; no lo es sino durante

la elección de los miembros del Parla-

mento; desde el momento en que

éstos son elegidos, el pueblo ya es es-

clavo.”

JEAN-JACQUES ROUSSEAU. El con-

trato social. 1762

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-18-

razón como medio para alcanzar la ver-

dad, una verdad desvelada por la ciencia

que ofrece una explicación lógica y de-

mostrable a la naturaleza y sus fenóme-

nos, frente a la verdad revelada por la fe,

que se justifica en el dogma y la supersti-

ción, motivo por el que los ilustrados re-

pudian las religiones organizadas y sus

instituciones.

Este rechazo a la religión no se ma-

terializará en todos los autores de la

misma forma, pudiendo reconocer un

amplio abanico de situaciones, desde los

que tratan de conciliar el dogma cris-

tiano con la lógica, hasta los que abra-

zan el ateismo, pasando por los deístas

–inspirados por Spinoza-, que conside-

ran a Dios como la causa primera de las

leyes que rigen en la naturaleza. En

cuanto a la forma de combatir la supers-

tición y difundir los preceptos y frutos del

pensamiento racional, sí que existirá

acuerdo, al menos entre los ilustrados

franceses, desarrollando una herra-

mienta sistemática que aspirará a conte-

ner el conocimiento humano. La

Enciclopedia, dirigida por Diderot y D’A-

lambert entre 1751 y 1772, se convierte

en una alternativa laica a las Sagradas

Escrituras para los Ilustrados, que recu-

rren desde un primer momento al libro,

el opúsculo y la prensa como medio de

transmisión de su ideario.

*Masonería: constituidosoriginalmente como gre-mios de albañiles y arqui-tectos medievalesorganizados en logias, lamasonería estableciódesde el siglo XVII unared de sociedades se-cretas de ayuda mutua asus miembros. Precurso-ras de la libertad de culto-reduciendo la naturalezade los distintos dioses alcarácter único del «GranArquitecto»-, la vertienteliberal de la masoneríafomentó entre los siglosXVIII y XX la libertad deconciencia y el debate.La suma de liberalismo yclandestinidad convirtióa la masonería en viverode los movimientos revo-lucionarios burgueses. Elcarácter secreto de laslogias, la infiltración desus miembros en la jerar-quía política y militar delos Estados y su rechazodel dogmatismo religiosoe ideológico provocó unareacción antimasónica,de gran influencia en laextrema derecha y elfascismo en la primeramitad del siglo XX.

A estos canales se suman pronto

las academias, los salones, las universi-

dades y las logias masónicas, y aunque

la actividad divulgadora del movimiento

permite su temprana difusión, también

choca pronto con obstáculos obvios,

como es el analfabetismo o el elevado

coste de las obras y volúmenes.

Al hilo de este último asunto, los

autores ilustrados coinciden también en

su análisis de la educación como medio

para abolir el oscurantismo y extender el

pensamiento racional. Este principio,

cuyo adalid es Rousseau, choca sin em-

bargo con el sentido elitista del movi-

miento ilustrado, que reconoce en

muchos casos como destinatario de sus

obras y enseñanzas a una élite prepa-

rada, nobles y burgueses por lo común.

De hecho, los philosophes buscan la

“En Francia, un noble es muy supe-

rior a un negociante. Yo no sé sin

embargo quién es más útil a un Es-

tado; el señor bien engalanado que

sabe con precisión a qué hora se le-

vanta el rey, y que se da aires de

grandeza, o un negociante que enri-

quece a su país, da órdenes en El

Cairo, y contribuye a la felicidad del

mundo.”

VOLTAIRE. Cartas filosóficas. 1734

La Ilustración

CAUSAS- Conflictividad social- Cuestionamiento de la explicación reli-giosa de la realidad

- Monopolio de la educación por parte dela Iglesia

- Auge de las monarquías absolutistas- Herencia humanista- Movimientos heréticos y clandestinos

AUTORESRacionalistas continentales

Descartes Método científicoSpinoza Razonamiento lógico /

DeísmoLeibniz Cálculo matemático

Empiristas ingleses

Bacon Razonamiento inductivoNewton Ley de atracción universalLocke Contrato social

Ilustrados francesesRousseau Contrato social / concepto

de ciudadaníaMontesquieu División de poderes /

Monarquía parlamentariaVoltaire Monarquía ilustrada /

Concepto racional de la Historia

Page 19: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

aquiescencia de los círculos cortesanos

y del mismo monarca como medio para

aplicar sus reformas racionales a la ad-

ministración del Estado.

Precisamente, este punto deviene

un fin esencial para los ilustrados: mitigar

la arbitrariedad y el despotismo de los go-

biernos absolutistas, aprovechando la au-

toridad de la Corona para llevar a término

las reformas necesarias. Es en la concep-

ción del Estado racional donde más dis-

crepan los distintos autores ilustrados.

Montesquieau (1689-1755) niega la exis-

tencia de un sistema político perfecto y

universal, destacando las influencias his-

tóricas y geográficas que determinan los

distintos modelos de Estado –despotismo,

monarquía y república-; así, para Francia,

Montesquieau recomienda una monar-

quía parlamentaria, semejante al modelo

inglés tras la revolución, ofreciendo a los

Estados Generales en manos de la no-

bleza la posibilidad de censurar al rey gra-

cias a la división de poderes, que previene

el nepotismo y la injusticia, motivo de re-

beliones y desordenes.

Frente a Montesquieau, Voltaire

(1694-1778) aboga por la monarquía ilus-

trada como medio para acabar con los pri-

vilegios de los nobles, garantizando a

todos los súbditos por igual el buen go-

bierno. Rousseau (1712-1778) plantea la

noción más arriesgada: recupera la idea

del «contrato social», esgrimida por Hob-

bes y Locke –desde distintas perspecti-

vas-, y la funde con la tradición

democrática de autores como Francisco

Suárez (1548-1617) o Spinoza (1632-

1677), haciendo recaer la soberanía no en

el monarca censurado por las asambleas

representativas, sino en la «voluntad ge-

neral», capaz de materializarse en una ley

igual para todos, antecedente de lo que

serán las futuras Constituciones.

Otro aspecto que hace coincidir la

obra de distintos ilustrados es su interés

por la Historia. Autores como Giambattista

Vico (1668-1774), David Hume (1711-

1776) o Voltaire llevan a cabo un análisis

del pasado desprovisto de la épica, la su-

perchería y la mixtificación que ha justifi-

cado el poder feudal. Esta labor servirá

décadas después a los revolucionarios

para proyectar una visión histórica, no di-

vina, de la monarquía y los privilegios, eri-

gidos en el pasado por medio de la

violencia y las convenciones sociales, lo

que posibilita su destrucción por las mis-

mas vías.

La división de poderes, los parla-

mentos como forma de representación

popular, las constituciones o el análisis ra-

cional del pasado histórico devendrán

ideas revolucionarias en la medida que los

artífices de la revolución empleen estos

instrumentos para abolir los privilegios,

tradiciones e instituciones feudales. No

ocurre así con los ilustrados, quienes ofre-

cen soluciones conciliadoras como lenitivo

a los desordenes sociales. Lejos de revo-

luciones, el pensamiento ilustrado pre-

tende influir en las monarquías

absolutistas, surgiendo de esta anuencia

el Despotismo ilustrado, punto de encuen-

tro entre las necesidades del Absolutismo

y las ambiciones reformadoras de los

phylosophes que les asisten.A mediados del siglo XVIII, algunas

monarquías absolutistas (Carlos III en Es-

paña, María Teresa y José II en Austria,

Catalina II en Rusia, Federico II en Prusia)

incluyen entre sus consejeros y ministros

a ilustrados como Voltaire o Turgot, adop-

tando principios racionales contenidos en

la obra de estos y otros phylosophes. Elobjetivo de la distintas Coronas era hacer

frente a la elevada deuda pública y la con-

flictividad social, tribulaciones que se ali-

mentan recíprocamente por el aumento

de impuestos y el mantenimiento de una

burocracia y un ejército regular. Las me-

didas de los déspotas ilustrados tendrán

como objetivo atajar estas dificultades en

distintos frentes: satisfaciendo a las clases

populares, aumentando los ingresos del

Estado y reduciendo el gasto.

Para contentar a sus súbditos, los

monarcas ilustrados tomaron distintas me-

didas, como las reformas penales por las

que se abolió la tortura y la pena de muerte

para determinados delitos, inspiradas por

la obra de Cesare Beccaria (1738-1794),

o la extensión de reformas educativas, si-

guiendo los principios planteados por

Rousseau. Una medida que congraciaba

la reforma social y la obtención de nuevas

rentas para la Corona fue el estableci-

miento de colonias agrícolas en tierras in-

cultas, donde se reubicaron a campesinos

depauperados, restando brazos a la re-

vuelta y multiplicando el número de contri-

buyentes directos. Relacionado

precisamente con el uso y explotación de

la tierra, monarcas como Luis XV, adopta-

ron ciertas pautas de la fisiocracia, una es-

cuela inaugurada por economistas como

Quesnay (1694-1774) o Turgot (1727-

1781) que, entre sus fundamentos, cifra-

ban la riqueza de una nación en el

volumen de tierras en cultivo, por encima

del tráfico comercial, pilar del mercanti-

lismo: siguiendo este principio, se inaugu-

raron las desamortizaciones, un proceso de

enajenación de algunos lotes de tierra en

Despotismo Ilustrado

Preocupación por el descontento socialNecesidad de hacer pervivir el absolutismo

Reformas penalesAplicación de la fisiocracia

Reforma religiosa (Regalismo)

Necesidad de aplicación práctica de sus medidas racionales

Interés mutuoDESPOTISMO

DESPOTISMO ILUSTRADO

ILUSTRACIÓN

-19-

Page 20: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

manos de las órdenes religiosa y munici-

pios, cuya expropiación por parte de la Co-

rona permitió al Estado establecer colonias,

y en la mayor parte de los casos venderlas

a comerciantes y latifundistas para sufragar

la deuda del Erario.

En materia religiosa, por ejemplo, los

déspotas se congraciaron con los phylo-sophes, admitiendo en algún caso la liber-tad de conciencia y de culto -José II de

Austria-, aunque por lo común se tendió

al regalismo, una doctrina que subordi-

naba el control de las instituciones ecle-

siásticas del reino al monarca. Aquellas

órdenes que se resistieron a aceptar esta

nueva jerarquía, manteniendo su fidelidad

hacia Roma, fueron expulsadas de reinos

e imperios, caso de la Compañía de

Jesús, institución eclesiástica que, ade-

más, se había hecho con el control de la

educación en los últimos dos siglos.

Estas actuaciones no deben confun-

dir el análisis de las monarquías europeas,

entendiendo que si recurrían al consejo o

inspiración de los ilustrados era, salvo ex-

cepciones, por conveniencia o necesidad.

Respecto a los presupuestos de la fisiocra-

cia, por ejemplo, aunque algunos príncipes

buscaron multiplicar la riqueza de su reino

aumentando las tierras en cultivo, despre-

ciaron las consideraciones de Quesnay,

que desaconseja a los Estados intervenir en

la economía -«laissez faire, laissez passer»-al elevar los precios y desvirtuar el poder

adquisitivo de los salarios mediante los im-

puestos. De la misma forma, las medidas

de los gobiernos ilustrados en muchos

casos no fueron dirigidas sino al fortaleci-

miento del despotismo, financiando costo-

sos ejércitos profesionales o aumentando

el cuerpo de funcionarios con tal de per-

feccionar la exacción de impuestos.

En general, las medidas del Despo-

tismo ilustrado fracasaron. La falta de fon-

dos hizo naufragar las iniciativas

destinadas al fomento de la instrucción y

el bienestar general. Las desamortizacio-

nes y el regalismo provocaron el descon-

tento de la Iglesia, cuya influencia social

todavía era notoria. De igual forma, la in-

tención de algunos gobernantes, dispues-

tos a recortar privilegios a la nobleza laica,

sancionando usos tradicionales como el

derecho de pasto que Carlos III quiso res-

tar a la nobleza castellana organizada en

la Mesta, provocó el descontento de los

señores. Así mismo, medidas como la

abolición de los gremios o la concesión de

libertad para la industria, suscitaron el re-

chazo de los artesanos. Y, al fin, la conce-

sión de ciertas libertades fue contemplada

por los propios monarcas ilustrados y sus

sucesores como una amenaza a su auto-

ridad, lo que aceleró el declive de las re-

formas. El saldo de este fracaso fue la

persistencia de aquellas contradicciones

y conflictos que las políticas ilustradas ha-

bían venido a paliar, y que siguieron pre-

sentes, conduciendo a los Estados

feudales a la crisis final antes de la revo-

lución.

1.7 El mundo más allá de EuropaEn los últimos decenios hemos apreciado

como, por encima de los conflictos socia-

les, el desarrollo tecnológico o los enfren-

tamientos bélicos, la época

contemporánea se caracteriza por una

propensión a la dependencia -económica,

política y cultural- entre todos los rincones

del planeta, cuyo cenit sería eso que so-

ciólogos y economistas han dado en lla-

mar globalización, extranjerismo tan en

boga hoy en día en textos, academias y

medios de comunicación. La tendencia

expansiva de los grandes imperios abso-

lutistas a partir del siglo XVI, primero, y de

las potencias capitalistas tras las revolu-

ciones burguesas, nos obliga, cuanto

menos, a fijar los trazos fundamentales de

las culturas, sociedades e Imperios que

quedan más allá de Europa.

La frontera más inmediata del feu-

dalismo europeo fueron las orillas del Me-

diterráneo, vehículo de comunicación

económica, militar y diplomática que

desde época medieval quedó ligado a la

hostilidad entre los reinos cristianos y el

Islam. A principios del siglo VII, la penín-

sula arábiga, fragmentada en distintas tri-

bus y cultos, asiste al florecimiento de un

Estado teocrático, unificado por la prédica

de Mahoma (570-632). Aprovechando las

rutas de caravanas y las ciudades que sir-

ven de canal comercial en este punto de

encuentro entre Asia, el norte de África y

los mercados europeos del Mediterráneo,

los sucesores del profeta inician una exi-

tosa expansión que les lleva a establecer

un vasto imperio, que en su momento de

máximo apogeo se prolongará desde la

península ibérica hasta el valle del Indo,

amenazando la integridad del Imperio ro-

mano de Oriente, que había reducido su

extensión a los Balcanes y Anatolia. Siglos

antes del apogeo urbano y del desarrollo

del Estado moderno en Europa, el Islam

se constituyó como una civilización de

ciudades, con un sistema de gobierno

centralizado que iba del heredero del pro-

feta (Califa) a los gobernadores provincia-

les (emires), y de ahí a los altos

funcionarios (diwan), tejiendo una red bu-

rocrática capaz de sostener al Estado mu-

sulmán en el momento de apogeo.

Sin embargo, la extensión del Islam

y la distancia entre sus territorios, así

como la integración de otros grupos étni-

cos que se suman a los árabes en su ex-

-20-

Page 21: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

pansión, provocó la fragmentación del Im-

perio a partir de la segunda mitad del siglo

IX. Tras distintos intentos de reconstruir la

unidad política del Islam, en el siglo XIV

tribus turcomanas procedentes de Asia

Menor inician la unificación de los Esta-

dos musulmanes, forjando el Imperio oto-

mano, una extensa potencia política y

militar que se extenderá desde Anatolia

hasta el Mágreb, dominando parte de la

península arábiga y penetrando en Eu-

ropa por los Balcanes, lo que significará

la desaparición del Imperio bizantino. Du-

rante la Edad moderna, el Imperio oto-

mano llevará su influencia a orillas del

Mediterráneo y el Mar Negro, mante-

niendo un pulso con las monarquías cris-

tianas por el control de las rutas

comerciales, el límite de las fronteras y la

preeminencia de una fe distinta. El poder

del sultán, máxima autoridad en el Estado

otomano, se sostuvo en una administra-

ción jerarquizada, divida entre la burocra-

cia civil, con el visir y los beglerber al

frente, y los jenízaros, un ejército profesio-

nal cuya influencia excesiva forzará rebe-

liones militares que, a partir del siglo XVII,

llevarán a la deposición de varios sultanes.

A pesar de esta nutrida burocracia, el Im-

perio otomano se caracterizó por la asimi-

lación de las élites locales de los territorios

dominados, respetando las jerarquías so-

ciales, las instituciones, la propiedad

sobre la tierra y la religión de las distintas

culturas, etnias y pueblos sometidos.

La presencia del Imperio islámico y

de los Estados musulmanes que le suce-

den limita las posibilidades de expansión

de los emergentes reinos cristianos a tra-

vés del Mediterráneo, razón por la que,

ya desde el siglo XIV, se lanzan a explorar

la costa occidental de África, perfeccio-

nando las técnicas y la tecnología que

permitirá la circunnavegación del conti-

nente y el establecimiento de una ruta

marítima que unirá la Europa atlántica

con los puertos de Asia.

Exceptuando las áreas del Mágreb y

el Cuerno de África, donde se establecen

Estados musulmanes tras la fragmenta-

ción del Imperio islámico, el resto del con-

tinente ofrece una disposición desigual,

con numerosos grupos tribales que prac-

tican la caza, la recolección y una agricul-

tura de subsistencia, con distintos grados

de desarrollo político y diferentes cultos y

tradiciones. El interior de este vasto terri-

torio permanecerá incógnito para los eu-

ropeos hasta el siglo XIX, limitándose los

contactos al litoral, donde los portugueses,

pioneros en esta empresa expansionista,

establecerán emporios comerciales para

la obtención de esclavos, oro y marfil a

partir del siglo XV, imponiendo principios

religiosos a las comunidades autóctonas y

erigiendo más adelante colonias en el

marco de un ambicioso imperio marítimo.

Una de las primeras culturas africa-

nas con la que Portugal trabó acuerdos

comerciales fue el Imperio de Mali, Estado

musulmán que abarcaba un extenso terri-

torio al oeste del continente, sujeto a con-

flictos con los reinos vecinos, que

definieron la inestabilidad de la zona hasta

la ocupación francesa a mediados del

siglo XIX. Más al sur, los portugueses es-

tablecen relaciones con el reino del

Congo, un Estado multiétnico con una

economía basada en el policultivo y una

sociedad con una mínima jerarquía. Me-

diante una enérgica conversión al cristia-

nismo, Portugal logrará someter a la

población indígena, iniciando en las cos-

tas del Congo un prolífico tráfico de escla-

vos negros para satisfacer la demanda de

mano de obra que las colonias de Amé-

rica reclaman; la culminación de este pro-

ceso es el establecimiento por parte de los

jesuitas de una colonia portuguesa, dis-

gregada del reino del Congo, en el territo-

rio conocido como Ngola –Angola-, que se

convertirá en un territorio favorecido para

la captura y trata masiva de esclavos. Por

lo que respecta a la costa oriental de

África, la presencia de Estados árabes

monopolizando el tráfico de esclavos, li-

mitó las aspiraciones de Portugal, que sin

embargo trató sin éxito de someter al reino

de Monomotapa –actual Zimbaue y Mo-

zambique-, en busca de oro.

La emergencia en el siglo XVI de las

Provincias Unidas como potencia colonial

redujo la influencia de Portugal en África.

Al afianzar su presencia en Asia, la Com-

pañía Holandesa de las Indias Orientales

trazó una ruta con «escalas de refresco»

en el litoral africano; uno de esos puertos,

establecidos en el cabo de Buena Espe-

ranza, serviría para la formación de una

futura colonia, integrada por calvinistas

holandeses, hugonotes franceses y pro-

testantes alemanes. A lo largo del siglo

XVII, esta población se fue internando en

el continente; alejados de El Cabo y de la

autoridad e impuestos de la Compañía de

las Indias, desarrollaron una identidad

propia como afrikaaners frente a la pobla-ción negra, mestiza y europea. Los gran-

jeros blancos que se adentraron en el

interior del continente recibieron pronto el

sobrenombre de bóers, una milicia decampesinos armados que en los siglos

XVIII y XIX se enfrentarán a las tribus ban-

túes, en las denominadas «guerras ca-

fres», por el control de este espacio.

AsiaA diferencia de África, cuyo interior ignoto

se abrió al colonialismo europeo en el siglo

XIX, Asia no sólo era un continente explo-

rado, sino sometido al control de impor-

tantes imperios que sostuvieron su

presencia hasta época contemporánea.

Permeables a la influencia islámica que

alcanzó el valle del Indo, los Estados mu-

sulmanes y el Imperio otomano sirvieron

como barrera para frenar la presión que

desde Asia ejercieron sobre Europa gran-

des reinos expansionistas como el Imperio

mongol (siglos XIII y XIV). Los tradiciona-

les espacios de comunicación entre los

dos continentes, como corresponde al

área de Anatolia y la zona más oriental del-21-

Imperio de Mali

Reino del Congo

Reino de Monomotapa

Page 22: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

Mediterráneo, dejan su lugar al contacto

comercial con portugueses, españoles,

holandeses, franceses e ingleses a lo largo

de toda la Edad moderna.

En el margen entre Europa y Asia, la

tribu de los sefévidas, oriunda de lo que

en la actualidad sería el norte de Irán, es-

tableció entre los siglos XVI y XVIII un Im-

perio políticamente identificado con la

Persia que en el siglo VII había disfrutado

de su apogeo. En materia religiosa, el Im-

perio sefévida reconocía la doctrina de los

musulmanes chiítas, integrando aspectos

de la tradición persa; los chiítas estable-

cerían una violenta oposición a los musul-

manes otomanos o sunnitas, motivo que

se sumaría a los conflictos fronterizos

entre turcos y persas.

Al este del Imperio sefévida apareció

un Estado no menos relevante. En el siglo

XVI, la tribu de los mogoles, descendientes

de turcos, persas y mongoles, llevaron a

cabo una intensa campaña militar que les

llevó, desde las montañas del actual Afga-

nistán, a la conquista de la provincia del In-

dostán. Acaudillados por una élite de

guerreros, y haciendo bandera de una in-

terpretación del dogma islámico, que iría

perdiendo sustancia por el contacto con

otras tradiciones religiosas, el Imperio

mogol afianzó su soberanía en el sur de

Asia hasta mediados del siglo XIX, a través

de una burocracia administrativa financiada

por los tributos de campesinos y comuni-

dades rurales. El contacto con portugueses

y holandeses sirvió para fomentar el comer-

cio de telas, especias e índigo; la plata con

la que los europeos pagaban por estos pro-

ductos alteró la economía en el Imperio

mogol, fomentando los intercambios y des-

arrollando el mercado interior.

El otro gran Estado que se erige en

el Asia continental es el Imperio chino.

Durante el primer milenio a. de C., China

se formó, hasta convertirse a lo largo del

milenio siguiente en la civilización más flo-

reciente del mundo, permitiendo un grado

de desarrollo tecnológico, productivo, so-

cial, artístico y cultural que no encuentra

parangón en Europa ni en ningún otro

continente. El desarrollo de embarcacio-

nes y de técnicas e instrumentos de na-

vegación como la brújula permite a los ex-

ploradores chinos controlar el tráfico ma-

rítimo en el Sureste asiático; el desarrollo

de la pólvora en torno al siglo VIII revolu-

cionaría más adelante la industria militar

y la naturaleza de las guerras; la apari-

ci’ondel papel y la imprenta, siglos antes

que en Europa, supuso el florecimiento de

la cultura china, contribuyendo, igual que

el ábaco y otros ingenios, al fomento de

métodos contables que revolucionaron la

economía, aunque en este terreno fue la

implantación del papel-moneda, entre los

siglos IX y X lo que permitió el floreci-

miento del mercado nacional.

Frente al progreso técnico y artístico

de la civilización china, el Imperio exhibió

una debilidad política por la que la suce-

sión de dinastías en el trono y la anexión

de nuevas provincias no dejó de contras-

tar con la debilidad de los gobernantes

para frenar rebeliones y ambiciones de

poderes locales. El encuentro con portu-

gueses y españoles primero, y holande-

ses, ingleses y franceses después, no

haría sino menoscabar la autoridad china

a favor de los colonos europeos, susci-

tando un profundo rechazo a Occidente.

El último gran imperio asiático en

cobrar envergadura a lo largo de la Época

moderna es Japón, un espacio político tan

fragmentado como el archipiélago sobre

el que se asienta, en conflicto con China,

de la que adoptaría elementos políticos,

religiosos y culturales, fomentando un re-

chazo a los fines expansionistas de su ve-

cino continental. Desde el siglo VIII hasta

el XIX, se forja en Japón un sistema social,

político y económico equiparable al feu-

dalismo europeo, con ciertas particulari-

dades: sobre la figura imperial del mikado

con el tiempo se irá imponiendo una au-

toridad militar y directa, de la que emana

la jurisdicción: el shôgun. Desde el shô-

gun, primer terrateniente del Imperio, se

va desliando una jerarquía de poderes,

empezando por los grandes señores o dai-

mios, fieles al shôgun, a los que a su vez

rinden fidelidad los samurais, guerreros

nobles que ejercen la jurisdicción de sus

señores sobre las comunidades campesi-

nas, mano de obra desprovista de todo-22-

Imperio Sefévida

Imperio Chino

Imperio Mogol

Imperio Japonés

Page 23: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

-23-

género de libertades, comunales e indivi-

duales. Esta estructura jerarquizada per-

mitirá que en Japón florezcan centros

urbanos vinculados a las élites locales e

imperiales, completando la economía de

base agraria con la minería y la siderome-

talúrgia, así como la producción de seda

y otras manufacturas textiles. La influen-

cia comercial y misionera de las potencias

europeas será repelida con violencia por

el feudalismo japonés, imponiendo el ais-

lamiento del archipiélago a los contactos

con Occidente hasta el siglo XIX.

AméricaDe todos los contactos que los reinos eu-

ropeos trabaron en su proceso de expan-

sión, América será el espacio que sufra

los cambios más profundos. Previo a la

llegada de castellanos y portugueses a fi-

nales del siglo XV y principios del XVI, el

continente americano representaba un

crisol de pueblos y culturas dispuesto

sobre una extensa geografía, marcada

por contrastes climáticos y demográficos.

Así, mientras el Norte estaba poblado por

tribus de cazadores itinerantes, con una

rudimentaria organización política y eco-

nómica, el sur y el centro de América ha-

bían asistido a la formación de grandes

imperios, entre los que destacaban azte-

cas e incas.

En Mesoamérica y Sudamérica, la

presencia de los Imperios precolombi-

nos, Estados centralizados sujetos a ren-

cillas internas, permitió a los

conquistadores controlar un vasto terri-

torio en poco tiempo, integrando entre

los grupos privilegiados a la aristocracia

local y convirtiendo a la población indí-

gena en mano de obra forzada para la

explotación de latifundios y de yacimien-

tos de oro y plata. Esta campaña se com-

pletó con la evangelización de los

nativos, en un proceso de sometimiento

a los poderes europeos que trajo, por un

lado, la debacle demográfica de los indí-

genas a causa de nuevas enfermedades,

enfrentamientos bélicos y el desplaza-

miento de población a nuevos centros de

trabajo; por otro, convirtió a las colonias

en una prolongación de las metrópolis,

sujetas a un régimen feudal.

Mientras en el siglo XVI, Latinoa-

mérica ya era una realidad, fragmentada

en virreinatos que ocupaban toda la ex-

tensión del subcontinente -exceptuando

la selva amazónica-, en el Norte apenas

se había llegado a explorar la costa,

donde holandeses, franceses e ingleses

establecerían emporios comerciales y

colonias ocupadas por emigrantes euro-

peos. La oportunidad de convertirse en

propietarios de la tierra y la libertad reli-

giosa motivó la llegada de nuevos colo-

nos, afán que la Corona aprovechó para

extender sus dominios hacia el interior,

restando territorios a las tribus de nativos

americanos. Como incentivo para la mi-

gración, el feudalismo colonial en el

norte de América perdió el lastre de los

señoríos, pero mantuvo la presión fiscal

del Estado, a la que se sumarían mono-

polios concedidos o controlados por la

Corona, que limitaban el libre comercio.

La aparición de una élite de buró-

cratas, terratenientes y comerciantes,

miembros de familias europeas nacidos

en América, sumado a los abusos fiscales

y políticos de los gobiernos absolutistas,

así como a la distancia entre la metrópoli

y sus colonias, servirían de acicate para

las revoluciones de finales del siglo XVIII

y principios del XIX.

Imperio AztecaImperio Maya

Imperio Inca

Page 24: Capitulo 0 Introduccion y 1 Feudalismo Layout 1

-24-

BIBLIOGRAFÍA

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RECOMENDACIONES DE LITERATURA Y CINE

a.Edad MediaLiteratura

• El conde Belisario, de Robert Graves.• Alamut, de Vladimir Bartol.• El puente de Alcántara, de Frank Baer.• El nombre de la rosa y Baudolino, de Umberto Eco.• Carlomagno, de Harold Lamb.• Saladino, de Geneviève Saudel.

Cine

• Francesco (1989), de Liliana Cavan.• El nombre de la rosa (1986), de Jean-Jacques Annaud.• Mahoma, el mensajero de Dios (1976), de Moustapha Akkad.• El oficio de las armas (2001), de Ermanno Olmi.• Tramontana (1990), de Carlos Pérez Ferré.• Braveheart (1995), de Mel Gibson.• Los Tudor (2007-2010), serie de TV (4 temporadas).

b.RenacimientoLiteratura

• El sitio de Constantinopla. La caída del Imperio bizantino, de MikaWaltari.

• El romance de Leonardo, de Dmitri Merezhkovski.• Copérnico y Kepler, de John Banville.• La agonía y el éxtasis, de Irving Stone.• A la sombra del granado, de Tariq Alí.• Galileo, de Bertolt Brecht.

Cine

• La vida de Galileo (1974), de Joseph Losey.• El tormento y el éxtasis (1965), de Carol Reed.• Un hombre para la eternidad (1966), de Fred Zinnemann.• Lutero (2005), de Eric Hill.• La última Cruzada (1973), de Sergio Nicolaescu.

c.Edad ModernaLiteratura

• Yo, la muerte. Felipe II, soberano de medio mundo, de HermannKesten.

• Esa dama, de Kate O’Brien.• La historia de Marie Powell, de Robert Graves.• Madre Coraje y sus hijos, de Bertolt Brecht.• El judío Süss, de Lion Feuchtwanger.• Ciclo de novelas del Capitán Alatriste, de Arturo Pérez Reverte.• In nomine dei y Memorial del convento, de José Saramago.

Cine

• Cromwell (1970), de Ken Hughes.• La joven de la perla (2003), de Peter Webber.• El libertino (2005), de Laurence Dunmore.• Vatel (2000), de Roland Joffé.• Las amistades peligrosas (1988), de Stephen Frears.• Barry Lyndon (1975), de Stanley Kubrick.

d.América colonialLiteratura

• El arpa y la sombra, de Alejo Carpentier.• Memorias del Nuevo Mundo, de Homero Aridjis.• Bartolomé de las Casas y Carlos V, Reinhold Schneider.• La isla de la imprudencia, de Robert Graves.

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• La taza de oro, de John Steinbeck.• La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne.

Cine

• 1492: la conquista del paraíso (1992), de Ridley Scott.• Aguirre, la cólera de Dios (1972), de Werner Herzog.• Cabeza de Vaca (1990), de Nicolás Echevarría.• La misión (1986), de Roland Joffé.• El crisol (1996), de Nicholas Hytner.• El último mohicano (1992), de Michael Mann.

e.África y AsiaLiteratura

• Gengis Kan, de Pamela Sargent.• El samurai y Silencio, de Shûsaku Endô.• A mayor gloria de Dios, de Morgan Sportès.• El astrólogo y el sultán, de Orhan Pamuk.

Cine

• Mongol (2007), de Sergei Brodov.• Rikyu (1986), de Hiroshi Teshigahara.• Babatu, les trois conseils (1972), de Jean Rouch.• Confucio (2009), de Mei Hu.