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147 II. EL SEGUNDO GOBIERNO LARGO CABALLERO Derrotismo en las alturas El 22 de octubre, cuando las fuerzas sublevadas llegaron a Navalcarnero, el jefe del ejército del Centro, general Asensio Torrado, manifestó en una reunión del Consejo de Ministros que Madrid no se podría defender desde el punto de vista militar. Dos días más tarde, la Gaceta publicaba una reorganización de man- dos militares. El general Pozas pasaba a ser jefe del ejército del Centro y el general Miaja, jefe de la Primera División Orgánica, con sede en Madrid. El general Asensio —cuyo pesimismo sobre la posibilidad de defender Ma- drid era bien conocido— abandonaba el mando de las fuerzas del Centro y era ascendido a primer consejero y más inmediato colaborador de Largo Caballero, hecho que había de tener graves consecuencias en la marcha de la guerra. Cierto es que no sólo Asensio daba a Madrid por perdido. Esta idea era sustentada por no pocos militares y políticos, impresionados por el rápido avance de las tropas fascistas unos, desalentados otros ante la falta de un ejército regular republicano, sin el cual consideraban imposible la resistencia. En una entrevista de José Díaz y Francisco Antón con Largo Caballero para plantearle cuestiones concretas de la defensa de Madrid, el jefe del gobierno expresó claramente a los dirigentes comunistas su desconfianza completa sobre la posibilidad de salvar la capital. Indalecio Prieto, que había exteriorizado más de una vez sus dudas sobre la combatividad del pueblo madrileño, propuso en una reunión del Gabinete la evacuación de Madrid de los cuadros políticos y sindicales y de los obreros más calificados, como los ferroviarios, y, naturalmente, de las fuerzas armadas. [1] Ningún ministro secundó entonces la propuesta de Prieto. Pero el sentimiento de que Madrid estaba condenado se extendía en las altas esferas. El Presidente de la República, Manuel Azaña, vivía bajo la impresión 1. V. Uribe, archivo del P.C.E.

Capítulo Vii. Madrid

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_ii_ El Segundo Gobierno Largo Caballero

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    Guerra y revolucin en espaa (1936-1939)

    II. EL SEGUNDO GOBIERNO LARGO CABALLERO

    Derrotismo en las alturas

    El 22 de octubre, cuando las fuerzas sublevadas llegaron a Navalcarnero, el jefe del ejrcito del Centro, general Asensio Torrado, manifest en una reunin del Consejo de Ministros que Madrid no se podra defender desde el punto de vista militar.

    Dos das ms tarde, la Gaceta publicaba una reorganizacin de man-dos militares. El general Pozas pasaba a ser jefe del ejrcito del Centro y el general Miaja, jefe de la Primera Divisin Orgnica, con sede en Madrid. El general Asensio cuyo pesimismo sobre la posibilidad de defender Ma-drid era bien conocido abandonaba el mando de las fuerzas del Centro y era ascendido a primer consejero y ms inmediato colaborador de Largo Caballero, hecho que haba de tener graves consecuencias en la marcha de la guerra.

    Cierto es que no slo Asensio daba a Madrid por perdido. Esta idea era sustentada por no pocos militares y polticos, impresionados por el rpido avance de las tropas fascistas unos, desalentados otros ante la falta de un ejrcito regular republicano, sin el cual consideraban imposible la resistencia.

    En una entrevista de Jos Daz y Francisco Antn con Largo Caballero para plantearle cuestiones concretas de la defensa de Madrid, el jefe del gobierno expres claramente a los dirigentes comunistas su desconfianza completa sobre la posibilidad de salvar la capital.

    Indalecio Prieto, que haba exteriorizado ms de una vez sus dudas sobre la combatividad del pueblo madrileo, propuso en una reunin del Gabinete la evacuacin de Madrid de los cuadros polticos y sindicales y de los obreros ms calificados, como los ferroviarios, y, naturalmente, de las fuerzas armadas.[1]

    Ningn ministro secund entonces la propuesta de Prieto. Pero el sentimiento de que Madrid estaba condenado se extenda en las altas esferas.

    El Presidente de la Repblica, Manuel Azaa, viva bajo la impresin

    1. V. Uribe, archivo del P.C.E.

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    de un final prximo y manifestaba abiertamente su deseo de alejarse de Madrid.

    Siempre que iba a despachar con el Presidente de la Repblica en situa-cin tan grave se dice en los recuerdos de Largo Caballero aprovechaba aqul la oportunidad para preguntarme: Cundo se marcha de Madrid el gobierno? Le advierto que yo no tengo ningn deseo de ser arrastrado por las calles con una cuerda al cuello.[1]

    El jefe del gobierno decidi, al fin, que el Presidente, acompaado de los ministros Giral, Irujo y Ruz Funes, saliera de Madrid el 19 de octubre.

    La prensa public al da siguiente un despacho de Barcelona dando cuenta de la llegada a aquella capital del Presidente de la Repblica.

    La Generalidad se crey obligada a explicar la presencia de Azaa en la ciudad condal como sigue:

    El Presidente de la Repblica ha inaugurado una serie de visitas oficiales a las nacionalidades ibricas que luchan por sus libertades. Naturalmente que su primera visita tena que ser a los catalanes, que, el 19 de julio, supieron dar la batalla al fascismo.

    Estos viajes servirn para estrechar an ms los lazos que unen a todos los pueblos ibricos.[2]

    La nueva residencia no ayud a templar el espritu del Presidente:

    Las informaciones que nos llegaban sobre el estado del Sr. Azaa escribe lvarez del Vayo... no eran nada tranquilizadoras. Temamos que su pesimismo habitual, exacerbado por el aislamiento, le condujera a tomar alguna decisin irrevocable.[3]

    En la conducta de Azaa influan, sin duda, rasgos de su carcter, que Miguel Maura define as:

    Azaa, hombre de una inteligencia extraordinaria y de cualidades excelsas, estaba aquejado de un miedo fsico insuperable. Ms de una vez, en lo sucesivo, pude comprobarlo. Era, algo ms fuerte que l. Y l haca lo inimaginable para disimularlo. Siendo ello fatalmente as, no cabe pensar lo que debieron ser para l los aos de la guerra civil.[4]

    1. F. L. Caballero, libro citado, pg. 187.2. Claridad, 20 de octubre de 1936.3. lvarez del Vayo, libro citado, pg. 204.4. Miguel Maura: As cay Alfonso XIII, Mxico, 1962, pg. 167.

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    En los das gloriosos de la defensa de la capital, cuando el pueblo madrileo sorprenda al mundo realizando una de las gestas ms heroicas que conoce la historia, saltaba a la luz la contradiccin que exista entre la combatividad y el espritu de sacrificio de los trabajadores y el, pesimismo y la pusilanimidad de algunos de sus gobernantes.

    Los anarquistas entran en el gobierno

    La gravedad de la situacin militar de Madrid aceler la incorporacin al gobierno de representantes del movimiento anarco-sindicalista. En las filas de ese movimiento iba cobrando fuerza la tendencia a participar en las labores y responsabilidades del gobierno y del Estado.

    Despus de un regateo prolongado sobre las condiciones para ingre-sar en el Gobierno de la Repblica, a primeros de noviembre la C.N.T. y la F.A.I., terminaron por aceptar cuatro carteras: Industria, Comercio, Justicia y Sanidad. La entrada de los ministros cratas en el gobierno representaba un salto sin precedentes en la dinmica histrica del anarquismo espaol, que no poda dejar de provocar choques internos en el seno de ese mo-vimiento.

    Ante la necesidad de dar explicaciones que inevitablemente eran confusas y embrolladas, pues contradecan toda su filosofa y su trayectoria poltica, Solidaridad Obrera, de Barcelona, escriba el 4 de noviembre:

    De siempre, por principio y conviccin, la C.N.T. ha sido antiestatal y enemiga de toda forma de gobierno. Pero las circunstancias, superiores casi siempre a la voluntad humana, aunque determinadas por ella, han desfigu-rado la naturaleza del gobierno y del Estado espaol. El gobierno, en la hora actual, como instrumento regulador de los rganos del Estado, ha dejado de ser una fuerza de opresin contra la clase trabajadora, as como el Estado no representa ya el organismo que separa a la sociedad en clases. Y ambos dejarn an ms de oprimir al pueblo con la intervencin en ellos de la C.N.T. Las funciones del Estado quedarn reducidas; de acuerdo con las organiza-ciones obreras, a regularizar la marcha de la vida econmica y social del pas. Y el gobierno no tendr otra preocupacin que la de dirigir bien la guerra y coordinar la obra revolucionaria en un plan general...

    La reorganizacin ministerial estuvo jalonada de incidentes que, si en tiempos d paz hubieran sido normales, representaban un juego peligroso en aquellos das difciles.

    El Presidente de la Repblica opuso una dura resistencia al nom-bramiento de los ministros fastas. El alejamiento geogrfico agravaba las discrepancias polticas del Sr. Azaa con el jefe del gobierno. Despus de

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    agitadas conversaciones telefnicas, la oposicin presidencial pudo al fin ser vencida.[1]

    La composicin del segundo Gobierno Largo Caballero era la si-guiente:

    Presidencia y guerra Francisco Largo Caballero Estado Julio lvarez del Vayo P.S.O.E. Marina y Aire Indalecio Prieto P.S.O.E. Hacienda Juan Negrn P.S.O.E. Gobernacin ngel Galarza P.S.O.E. Trabajo Anastasio de Gracia P.S.O.E. Agricultura Vicente Uribe P.C.E. Instruccin Pblica Jess Hernndez P.C.E. Justicia Juan Garca C.N.T.

    1. Alvarez del Vayo describe este hecho en los trminos siguientes:Azaa opuso serias objeciones, sin embargo, al nombramiento de dos de los cuatro

    candidatos propuestos para los puestos ministeriales la Sra. Montseny y Garca Oliver, ambos miembros de la F.A.I. . El seor Giral, haba llegado esa maana en aeroplano para informarnos de la oposicin del Presidente. En circunstancias diferentes, el curso natural hubiera sido someterse a la voluntad del Presidente o darle tiempo para que cambiara de opinin. Pero en aquellos das turbios por los que Madrid estaba pasando, cualquier indecisin hubiera sido fatal. Los futuros ministros, dos de los cuales haban venido de Barcelona expresamente, empezaban ya a sospechar que su entrada en el gobierno no era bien vista en las altas esferas y hablaban de volverse a Catalua y romper las relaciones de la C.N.T. con el gobierno. Por dos veces tuve yo que dejar el despacho del jefe del gobierno para calmarles y tranquilizarlos.

    Una conversacin telefnica entre el Presidente de la Repblica y el jefe del gobier-no, no exenta de cierto dramatismo, puso fin a esa situacin embarazosa... El Sr. Largo Caballero obtuvo autorizacin para enviar a la Gaceta el nombramiento de 4 miembros de la C.N.T., debidamente sancionado por el Presidente. (Libro citado, pg. 205-206.)

    Zugazagoitia relata en su libro otro problema que surgi, con motivo de la reorgani-zacin ministerial, entre Largo Caballero y Prieto:

    Largo Caballero indic a Prieto que se hiciese cargo de la cartera de Guerra; pero Prieto se neg a aceptar esa nueva responsabilidad. Como yo impugnase su re-solucin, indicndole las razones por las que a mi juicio deba comprometerse a dirigir la lucha, me declar que ello no era posible despus del ingreso de los sindicalistas en el ministerio.

    Si tenemos que abandonar Madrid, la culpa ser ntegramente ma, y si conse-guimos salvarlo, el xito corresponder a los sindicalistas...

    Largo Caballero no abord muy de cara el problema. Dijo a Prieto que haba pensado fundir en un solo ministerio el del Ejrcito, que llevaba l con el de la Marina y Aire, que rega su compaero. Este encontr acertado el propsito y se avino a facilitar la refundicin, mas como Largo Caballero le diese a entender que haba pensado en l, le dio con su negativa las razones de ella. La refundicin de los ministerios no se hizo y las carteras quedaron en las mismas manos. Haba perdido Largo Caballero la fe en s mismo? Debi pasar por un momento de crisis. Eso crea Prieto... (Libro citado, pg. 161.)

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    Industria Oliver Juan Peir[1] C.N.T. Comercio Juan Lpez C.N.T. Sanidad Federica Montseny C.N.T. Obras Pblicas Julio Just I.R. Comunicaciones Bernardo Giner de los Ros U.R. Propaganda Carlos Espl I.R. Ministros sin cartera Jos Giral I.R. Manuel de Irujo P.N.V. Jaime Aiguad Esquerra

    Ante la necesidad de crear un rgano ms operativo que el gobier-no en pleno para resolver los problemas militares, el 9 de noviembre se constituy el Consejo Superior de Guerra, presidido por Largo Caballero y. con los siguientes titulares: Indalecio Prieto, Julio lvarez del Vayo, Vicente Uribe, Juan Carca Oliver, Manuel de lrujo.

    En el aspecto poltico, el gobierno del 4 de noviembre representaba un gran progreso. En l participaban todas las fuerzas en lucha contra la agresin fascista. Era el gobierno ms amplio de todos los que haba tenido la Repblica y el primero en la historia de Espaa y sin duda en la del mundo en el que los anarquistas asuman cargos ministeriales. La conjuncin de todas las fuerzas polticas de la Espaa leal en el organismo gubernamental central deba dar a ste ms autoridad y ms fuerza de las que hasta entonces haba tenido.

    Otra particularidad del nuevo gobierno resida en que las dos terceras partes de sus ministros eran representantes de organizaciones obreras. Tal circunstancia llevaba a los socialistas a afirmar, con excesivo optimismo:

    Ninguna grieta hay ahora en la masa proletaria. Todas se han cerrado, con un doble impulso, que es defensivo y ofensivo a la par. No es una suma heterognea que da siempre resultado negativo, sino que hay en ella la apor-tacin de fuerza con destino anlogo y con una aspiracin coincidente.[2]

    Si la presencia en el gobierno de hombres de todas las organizaciones obreras era una gran victoria unitaria, no poda olvidarse que el proletariado continuaba dividido. El desarrollo de los acontecimientos iba a demostrar que esta divisin tendra graves consecuencias en el curso de la guerra.

    1. Fusilado por los franquistas en 1942.2. El Socialista, 5 de noviembre de 1936.

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    El gobierno se traslada a Valencia

    El primer acuerdo del nuevo gobierno fue trasladar su residencia a Valencia, encomendando Madrid a una Junta de Defensa encabezada por el general Jos Miaja. Este acuerdo se adopt por unanimidad; si bien los ministros anarquistas suscitaron a este respecto discusiones interminables. Se resistan a que el gobierno en el que acababan de integrarse no tuviera ms que unas horas de vida en la capital. Su posicin era contradictoria, de un lado teman comprometerse a los ojos de los suyos; de otro, el propio Garca Oliver ha reconocido que el hecho de que el gobierno abandonara Madrid fue un acto de buen gobierno.[1]

    Para toda persona sensata era evidente que el Consejo de Ministros de la Repblica no poda ejercer sus funciones en una ciudad asediada. Con el enemigo a las puertas no se podan coordinar las energas del pas, movilizar todos los recursos humanos y materiales, organizar, con toda la amplitud necesaria, la defensa de Madrid.

    Entre los ministros no haba coincidencia en cuanto a las razones que aconsejaban trasladar el gobierno a Valencia. Los comunistas estaban convencidos de que en Madrid se estaba librando la batalla de las batallas, que defender Madrid era defender Espaa, y que haba que cortar el avance enemigo a toda costa, poniendo en pie al pueblo y movilizando todos los recursos militares y civiles. En suma, proponan el traslado del gobierno para mejor defender Madrid.

    Por el contrario, muchos ministros abandonaban Madrid porque lo consideraban perdido. Indalecio Prieto, en una conversacin sostenida con Julin Zugazagoitia, horas antes de marcharse, se expres en estos trminos:

    Maana ni pasado, en efecto, no creo que suceda nada; pero al siguiente da, no se haga usted ilusiones, las tropas de Franco estarn en la Puerta del Sol.

    De verdad cree usted eso que dice? S, de verdad. Piensa usted otra cosa? Lo que digo: dentro de tres

    das estarn en la Puerta del Sol. Creo que debera usted dejar una persona en su puesto y marcharse...[2]

    Sobre la capital caan ya los primeros proyectiles de la artillera ene-miga. Las calles se llenaban de vecinos de los pueblos inmediatos, que en doloroso xodo huan del terror fascista.

    1. Garca Oliver: Mi gestin al frente del Ministerio de Justicia, Valencia, 1937, pg. 7.2. J. Zugazagoitia, libro citado, pg. 164.

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    Largo Caballero no vea fuerzas capaces de defender Madrid. Sobre su estado de nimo Zugazagoitia dice:

    El ministro de la Guerra se fue de Madrid a su pesar, persuadido, como lo estaba Prieto, de que a los tres o seis das el enemigo lo habra tomado.[1]

    La salida del gobierno fue precipitada y no se dej nada seriamente organizado para la defensa de Madrid.

    Vicente Uribe, en nombre del Partido Comunista, se esforz por que la evacuacin ministerial se hiciera organizadamente.

    Es preciso insisti, antes de la salida del gobierno, constituir la Junta de Defensa de Madrid, darla a conocer al pueblo y explicar pblicamente la situacin y las razones que obligan a los ministros a trasladar su lugar de trabajo. De no hacerlo as, se dara la sensacin de una huida.[2]

    El jefe del gobierno no crey oportuno escuchar estos consejos.A la pregunta de un ministro de cundo deba iniciarse la marcha,

    contest que cada ministro emprendiese el viaje a la hora que le convinie-se, sin formar una caravana que llamase la atencin.[3] El gobierno dio a la prensa la siguiente nota el da 6 de noviembre por la tarde:

    Espaoles: Al reorganizarse esta noche el gobierno, quedando integra-das en l, con la entrada de la Confederacin Nacional del Trabajo, todas las fuerzas antifascistas de Espaa, dirigimos un llamamiento al pueblo espaol. El gobierno quiere deciros la verdad y prepararos a la gran prueba que con gesto decidido y heroico ha de dar Espaa: El enemigo est a las puertas de Madrid, aguardando slo el momento de entrar para Saciar su odio en la ca-pital de la Revolucin y de la Repblica. Madrid estamos seguros cumplir con sus deberes de capitalidad. Este gobierno tiene autoridad para exigir de todos el cumplimiento de su deber.

    Antonio Mije, Santiago Carrillo y Jos Cazorla propuestos por el Partido Comunista y la J.S.U. como delegados en la Junta que se iba a hacer cargo de la defensa de la capital hicieron un ltimo esfuerzo por convencer al jefe del gobierno de que antes de marchar dejase organizada la Junta de Defensa de Madrid y adoptase algunas medidas urgentsimas.

    Cuando llegaron a la antesala del jefe del gobierno, el secretario de ste, Aguirre, tena las maletas preparadas. Caballero recibi a la delegacin

    1. Ibidem, pg. 181.2. V. Uribe. Archivo del P.C.E.3. J. Zugazagoitia, libro citado, pg. 162.

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    de pie, y, al escuchar su propuesta, replic malhumorado: Quin les ha dicho a ustedes que el gobierno se marcha? Con lo cual dio por terminada la conversacin.

    El traslado del gobierno se hizo desordenadamente. Largo Caballero sali por Ocaa. Prieto haba organizado su viaje en avin. En la carretera de Tarancn, los coches de varios ministros fueron detenidos por grupos armados de la F.A.I., que se haban apoderado de esa localidad, vindose obligados los ministros a cambiar de ruta.

    El oro del Banco de Espaa

    Entre las medidas que el gobierno tuvo que tomar antes de salir de Madrid y en vista de la situacin gravsima en que se encontraba la capital, estaba la evacuacin del oro del Banco de Espaa.

    En las memorias de Largo Caballero se relata que el ministro de Ha-cienda, Juan Negrn, solicit del Consejo de Ministros autorizacin para sacar el oro y llevarlo a sitio seguro: sin decir adnde.

    Esto aade Caballero era cosa natural en evitacin de que, en un caso desgraciado, el tesoro fuese a parar a mano de los sublevados, pues sin armas y sin oro .para comprarlas, la derrota de la Repblica sera inevitable.[1]

    Como primera medida, el oro fue trasladado a los fuertes de Car-tagena. Luego, por temor a un desembarco enemigo, se decidi llevarlo fuera de Espaa.

    Dnde? prosigue Caballero Inglaterra y Francia eran el alma de la No-Intervencin. Adems, esta ltima se haba negado a devolver a la Repblica el oro que desde la poca de la Monarqua se tena en depsito como resultado del sobrante por la desvalorizacin del franco hecha por Poincar. Se poda tener confianza en alguna de ellas? No. En dnde depositario? No haba otro lugar que Rusia, pas que nos ayudaba con armas y vveres. Y a Rusia se entreg. Me consta que lleg ntegro y sin dificultad. Nos pareci algo milagroso que pasara el Mediterrneo, el Estrecho de Sicilia, el Bsforo y llegara a Odesa en el Mar Negro y a Mosc sin novedad.[2]

    Abundando en las razones que determinaron el envo del oro a la U.R.S.S., lvarez del Vayo ha escrito:

    1. F. L. Caballero, libro citado, pg. 203-204.2. Iibidem.

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    No quedaba otra alternativa que la de usar el nico banco estatal el de la Rusia Sovitica que estaba dispuesto a dar todas las facilidades y garantas, cuando fuera necesario, para servir de intermediario para la conservacin del oro y divisas... Una vez aceptado el principio para el uso del Gosbank, el Primer Ministro Largo Caballero negoci con el Gobierno ruso, el cual, a su vez, tena que autorizar la actuacin del banco. El acuerdo entre los dos gobiernos lo firmaron Largo Caballero y el seor Rosengolz, Comisario de Finanzas del Gobierno sovitico...

    La operacin para transferir parte del stock de oro al Gosbank, as como para pagar los costos de la guerra, fue hecha estrictamente de acuerdo con la Ley de Ordenacin Bancaria (cuyos ordenamientos esenciales datan de la poca en que fue Camb ministro de Finanzas de la Monarqua...).

    Aunque no fuese constitucionalmente necesario, Negrn insisti para que el Presidente Azaa fuese informado detalladamente. El Presidente se mostr agradablemente sorprendido por el plan y expres su satisfaccin con una vehemencia inusitada en l, diciendo al Primer Ministro y al ministro de Finanzas: Han quitado ustedes un gran peso de mi corazn.[1]

    En las memorias de Largo Caballero se explica que con el oro espa-ol depositado en la U.R.S.S. se pagaban todas las compras de material de guerra que el Gobierno republicano haca en diferentes pases, y en la propia Unin Sovitica, para lo cual el Gobierno de la U.R.S.S. pona a disposicin del Gobierno republicano, en un Banco de Pars, las divisas que ste necesitaba para efectuar esas compras.

    Las cartas para las extracciones de fondos tenan que ir firmadas por el jefe del gobierno y por Negrn.

    Zugazagoitia, que tena motivos para estar al corriente del asunto del traslado del Oro, escribe lo siguiente:

    A Negrn, como titular de la cartera de Hacienda, lo que ms le impor-taba era estar en condiciones de hacer cara a las exigencias econmicas, siempre exorbitantes, de la guerra. Estaba persuadido de que la victoria dependa, en gran parte, de las posibilidades que su Ministerio pudiese ofre-cer en todo momento, al de Defensa Nacional. La poltica econmica era un puro misterio para todos los ministros. El presidente se haba impuesto, en esa materia, una discrecin que, en concepto de algn ministro, era casi ofensiva. Cuando en alguna ocasin se aludi a este tema. Negrn no ocult su pensamiento, manifestando con la mayor claridad que slo un secreto inquebrantable, superior a los siete sigilos, poda consentirnos conducir la Hacienda en condiciones de seguridad. Asuma toda la responsabilidad del sistema, obligado por la guerra, y prometa, para cuando fuese el momento, una minuciosa rendicin de cuentas. Ni un momento se apart de ese criterio.

    1. lvarez del Vayo: The last optimist, Nueva York, 1950, pgs. 283-285.

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    Juzgando por peticiones de divisas, para adquisiciones de material, que le eran diferidas o regateadas, Prieto calculaba que nuestra penuria bordeaba la ruina. Estos vaticinios suyos no alcanzaron a tener confirmacin y sus peticiones, retrasadas o disminuidas, acababan por ser satisfechas. El volumen de esas peticiones sola ser considerable y no era menos el de las que formulaban otros servicios, para la adquisicin de vveres y materias primas. Razn tena Prieto para presumir nuestro hundimiento financiero; pero; no solamente no se produjo en el ao de nuestra presencia en el gobierno, sino que la Hacien-da pudo sostener los gastos de la guerra durante otro ao ms, sin que su prdida deba atribuirse a falta de recursos. Desconozco los cubileteos a que se entreg Negrn. Ignoro cmo l y sus colaboradores pudieron hacer cara a tan copiossimos deberes. Ese es, para m, un punto de la ms alta curiosidad. El oro del Banco de Espaa, transportado a Rusia, como pas de seguridad, a ttulo de depsito, no me da plenamente la explicacin que he buscado en esta materia delicada. Esa operacin de la que tanto se habl, la inici, con una gestin de consulta, Negrn y la aprob como conveniente el Gobierno de Largo Caballero. Cuando se pudo concertar por haber dado Mosc su aprobacin, el envo se hizo segn mis informes, con las ms escrupulosas formalidades administrativas, resendose el peso y las caractersticas de cada caja, detalles que menospreciaba como estorbosos, el presidente del Consejo, y que hubieron de ser impuestos por el ministro de Hacienda, al que no se le escapaba la responsabilidad que asuma al consentir que semejante cargamento saliera del territorio nacional.

    El tesoro encontr refugio provisional en Cartagena.El definitivo estaba en Rusia, que, en concepto equivocado de los

    ms, se qued con el cargamento, por nada. Esa sospecha tiene que parecer demasiado pueril a cuantos saben lo que mensualmente, costaba la guerra. Ese costo verdaderamente monstruoso, no se explica, ciertamente, ni aun con el oro del Banco de Espaa. Misterio. Es decir, magnfica coyuntura para que los malpensados alimenten todas las suposiciones y construyan a favor de la colectiva credulidad, las hiptesis ms implacables. Una, sin embargo, se nos aparece como verdad incuestionable: que la guerra no se perdi, como ms de una vez lleg a temerse, por carencia de divisas. No haba, ciertamente, todas las que reclamaba cada servicio que, a favor de una supuesta facilidad econmica, producto del desbarajuste inicial, reduca su esfuerzo a sealar, cada vez con cifras ms altas sus necesidades en materia de compras en el extranjero.[1]

    1. J. Zugazagoitia, libro citado, pgs, 287-289.