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CAPITULO XXII Después de que el Libertador tomó posesión de la Presi- dencia de la República, su primer acto fue el decreto de 7 del mismo mes, nombrando Secretarios de Estado, y lo fueron el se- ñor Pedro Gual, de Relaciones Exteriores; el señor José Manuel Restrepo, del Interior; el señor José María Castillo y Rada, de Hacienda, y el Coronel Pedro Briceño Méndez, de Guerra y Ma- rina, reunidos en una secretaría estos dos Despachos. Después del triunfo de Carabobo e impuesto el Libertador de haber emprendido operaciones el ejército del Sur a órdenes del General Pedro León Torres, le previno que suspendiese sus movimientos y contramarchase al cuartel general de Popayán, para emprender operaciones decisivas sobre el Departamento de Quito, y que mandase uno de los cuerpos del ejército a Guaya- quil, por el puerto de Buenaventura, a reforzar la división co- lombiana que obraba por esa parte contra el ejército español que ocupaba el interior, de la antigua Presidencia de Quito y el territorio de Pasto, de la provincia de Popayán. Estas órdenes se recibieron en el sitio de Capitanes, muy inmediato ya el ejér- cito al río Guáitara, por cuya vía había resuelto el General To- rres ocupar el territorio llamado entonces de los Pastos, hoy mu- nicipio de Túquerres. El mal clima de Patía causó muchas bajas en el ejército, por las enfermedades, y alcanzó su número como a 300 plazas. Luego que marchó el ejército se retiró a Cali el Coman- dante General del Departamento, Coronel Concha, dejando en Popayán únicamente un hospital militar con algunos convale- cientes que no alcanzaban a 70 hombres: quedó en la plaza de Comandante de armas el Teniente Coronel Pedro José Mur- gueitio. Los guerrilleros del Tambo, Timbío y Patía, que eran te- naces defensores del Rey, luego que marchaba un cuerpo res- petable de tropas para el Sur, se desbandaban para situarse des- pués a retaguardia de las tropas de operaciones para interrum- pir su comunicación con la ciudad de Popayán. Reunidos todos

CAPITULO XXII Después de que el Libertador tomó ... · Desde que se proclamó la independencia de Guayaquil, a fines de 1820, la población estaba dividida en diversas opinio

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C A P I T U L O X X I I

Después de que el Libertador tomó posesión de la Presi­dencia de la República, su primer acto fue el decreto de 7 del mismo mes, nombrando Secretarios de Estado, y lo fueron el se­ñor Pedro Gual, de Relaciones Exteriores; el señor José Manuel Restrepo, del Interior; el señor José María Castillo y Rada, de Hacienda, y el Coronel Pedro Briceño Méndez, de Guerra y Ma­rina, reunidos en una secretaría estos dos Despachos.

Después del triunfo de Carabobo e impuesto el Libertador de haber emprendido operaciones el ejército del Sur a órdenes del General Pedro León Torres, le previno que suspendiese sus movimientos y contramarchase al cuartel general de Popayán, para emprender operaciones decisivas sobre el Departamento de Quito, y que mandase uno de los cuerpos del ejército a Guaya­quil, por el puerto de Buenaventura, a reforzar la división co­lombiana que obraba por esa parte contra el ejército español que ocupaba el interior, de la antigua Presidencia de Quito y el territorio de Pasto, de la provincia de Popayán. Estas órdenes se recibieron en el sitio de Capitanes, muy inmediato ya el ejér­cito al río Guáitara, por cuya vía había resuelto el General To­rres ocupar el territorio llamado entonces de los Pastos, hoy mu­nicipio de Túquerres. El mal clima de Patía causó muchas bajas en el ejército, por las enfermedades, y alcanzó su número como a 300 plazas.

Luego que marchó el ejército se retiró a Cali el Coman­dante General del Departamento, Coronel Concha, dejando en Popayán únicamente un hospital militar con algunos convale­cientes que no alcanzaban a 70 hombres: quedó en la plaza de Comandante de armas el Teniente Coronel Pedro José Mur­gueitio.

Los guerrilleros del Tambo, Timbío y Patía, que eran te­naces defensores del Rey, luego que marchaba un cuerpo res­petable de tropas para el Sur, se desbandaban para situarse des­pués a retaguardia de las tropas de operaciones para interrum­pir su comunicación con la ciudad de Popayán. Reunidos todos

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estos guerrilleros a órdenes de sus caudillos Manuel María Cór­doba, Juan Gregorio Sarria y Agustín Castillo, atacaron a Po­payán el 13 de agosto de 1821. El ejército del Sur en su contra­marcha estaba en la Cuchilla del Tambo cuando se le dio aviso al General de que en número de 300 hombres habían marchado los guerrilleros a atacar la ciudad. El General ordenó que el ba­tallón Cauca marchase rápidamente a proteger la ciudad: yo era Jefe de este cuerpo y redoblé la marcha para cumplir las órde­nes del General. Al llegar a la ciudad, el 14, supe la brillante defensa que había ejecutado el Comandante Murgueitio, atrin­cherado en dos casas de la plaza mayor, sin pérdida alguna de su tropa, saliendo muchos guerrilleros mal heridos, entre ellos Castillo, que murió con otros a pocos días.

El General Torres no quiso permanecer en la ciudad y acam­pó sus tropas a legua y media al norte de ésta, en un clima sano, porque la ciudad estaba contagiada de una fiebre maligna.

Para cumplir las órdenes del Libertador de auxiliar a Su­cre, que obraba, como hemos dicho, por Guayaquil contra Quito, refundió los batallones Cauca y Paya en uno solo, y a fines de agosto marchó al puerto de la Buenaventura por Cali.

Trasladó el General Torres su cuartel general a Caloto, pa­ra organizar allí nuevos cuerpos y esperar los que debían venir del centro de la República, para emprender operaciones deci­sivas a órdenes del Libertador, como lo había anunciado des­pués de la batalla de Carabobo.

Dejó en Popayán a los batallones Cundinamarca y Neiva y un escuadrón de caballería para que guarneciesen la ciudad de Popayán.

Desde que se proclamó la independencia de Guayaquil, a fines de 1820, la población estaba dividida en diversas opinio­nes: algunos querían que Guayaquil hiciese parte de la Repú­blica de Colombia, porque había pertenecido al Virreinato del Nuevo Reino de Granada, que se había reunido con la Capita­nía General de Venezuela para formar la República de Colom­bia, conforme a la ley fundamental del Congreso de Guayana; y el tercer partido quería que la provincia de Guayaquil conti­nuase como una pequeña república independiente, a semejan­za de las ciudades hanseáticas de Alemania. Esta diversidad de opiniones la fomentaban algunos españoles europeos que habían quedado en Guayaquil, no obstante la expulsión que sufrieron muchos desde la proclamación de la independencia.

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El General Sucre llevaba instrucciones del Libertador de negociar con el Gobierno de Guayaquil la incorporación de esa provincia a Colombia, y mientras esto se verificaba, celebrar un convenio, para que la dirección de la guerra estuviese a su car­go, y poder de ese modo combinarse las operaciones entre los generales que obraban por el norte de Quito, y Sucre por el sur.

Desde que el General Sucre arribó a Guayaquil, en mayo de 1821, procuró, por cuantos medios le fueron posibles, nego­ciar su incorporación a Colombia. Mas no lo pudo conseguir. Sin embargo, celebró con la Junta de Gobierno un convenio, por el cual ésta se puso bajo la protección de Colombia para defen­der y sostener su independencia; prometió concurrir con 800 hombres y con todos los medios y elementos de guerra que tu­viera para libertar las demás provincias del Departamento de Quito. El General Sucre ofreció lo mismo a nombre de la Repú­blica.

El General Sucre recomendaba constantemente al General Pedro León Torres, Comandante en Jefe de la división que obra­ba sobre Pasto, lo mismo que al Comandante General del De­partamento del Cauca, Coronel Concha, que le remitiesen los cuerpos de nueva creación que llegasen de Cundinamarca o de Antioquia, y los que se formasen en el Cauca, para elevar su división a un número respetable; pero no llegaban tales auxi­lios de Antioquia ni Cundinamarca, y era muy difícil conseguir conscriptos en Popayán y el Valle del Cauca, porque había un terror pánico al clima de Patía, en que enfermaban y morían hasta un veinte por ciento de los nuevos reclutas; solamente el patriotismo de los principales habitantes del Cauca logró alen­tar el espíritu público de sus compatriotas.

Como la revolución de Guayaquil era reciente, la Junta de Gobierno era también novicia en el carácter enérgico que debía tomar aquélla para asegurar la independencia.

El Teniente Coronel don Nicolás López, prisionero de las tropas de Guayaquil, cuando atacaron a Quito al mando de Ur­daneta, a pesar de sus sentimientos realistas había tomado servicio bajo las banderas del nuevo Gobierno. Siendo López, de Coro, pudo inspirar confianza y se le dio el mando del batallón número primero. Entonces, con la más refinada malicia, llamó a servir en dicho cuerpo, que se estaba formando, a todos los que eran más desafectos al nuevo Gobierno, los que tuvo el talento de conocer. Distinguíanse entre los traidores a sus jura­mentos el Teniente Coronel Bartolomé Salgado y el Capitán Val-

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des. Así fue que había muy pocos oficiales de aquel batallón que no mereciesen la confianza de López.

El General Sucre, que tenía un ojo penetrante y experien­cia de la revolución, desconfiaba de López y de algunos otros jefes: él había comunicado sus sospechas al Gobierno, llaman­do igualmente la atención de éste sobre los españoles y sus des­afectos; pero la Junta reputaba a López y a sus compañeros de traición por buenos patriotas y no tenía desconfianza alguna de los demás sindicados por Sucre.

En tales circunstancias, el Presidente Aymerich prepara­ba una expedición de 1.200 hombres contra Guayaquil, los que se hallaban acantonados en Ríobamba y Guaranda; otros 1.000 debían salir al mismo tiempo de Cuenca y dirigirse para Ya-guachi.

Si no hubiera llegado el General Sucre con los auxilios que llevó en marzo de 1821 a Guayaquil, habría sido ocupada por los españoles esa pequeña república. A principios de julio cons­taba la división de Sucre de los batallones Albión, Santander y Libertador y un escuadrón de 100 plazas, la mayor parte del regimiento de guías de la guardia organizado en Venezuela; con esta fuerza estaba situado en Samborondón, cuando el 17 de ju­lio se verificó una revolución realista en Guayaquil, apoderán­dose los revolucionarios de las fuerzas sutiles y la corbeta Ale­jandro, de Colombia, que se había armado en guerra. La Junta de Gobierno, compuesta de los señores Olmedo, Roca y Jimeno, ocurrió al General Sucre a pedirle protección, e inmediata­mente la dio, marchando sobre la ciudad una parte de sus fuer­zas a órdenes del Coronel Antonio Morales, Jefe de Estado Ma­yor de la división colombiana. Se restableció el orden en Guaya­quil, sometiendo a las fuerzas sutiles; pero los conjurados se salvaron en la corbeta Alejandro, en la que fueron a unirse a los buques de guerra españoles, fragatas Prueba y Venganza, que a órdenes de los Capitanes Villegas y Zooroa cruzaban el mar Pacífico, entre Paita y el golfo de Panamá.

Cuando López supo en Babahoyo, donde estaba acanto­nado, el mal suceso que tuvieron los revolucionarios en Guaya­quil, con quienes estaba en combinación, proclamó la causa del Rey y se puso en marcha para Guaranda a unirse a la división española. Informado de ello el General Sucre, ordenó perseguir­lo con el escuadrón de dragones que mandaba el Teniente Coro­nel Federico Rach; este Jefe alcanzó en Palolargo a ese bata­llón, lo atacó por retaguardia, y como descubrieran la traición los soldados, se pasaron la mayor parte, algunos fueron prisio-

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ñeros y López y Salgado pudieron salvarse con unos 100 hom­bres, porque abrigados en la montaña de Angas, no pudo obrar sobre ellos y pudieron llegar a Guayaquil a unirse a las tropas españolas.

Cuando esto pasaba en Guayaquil, ejecutaba el General To­rres su marcha sobre Pasto, que suspendió en Capitanes, como dejamos dicho, y tuvo Aymerich que dejar guarnecida a Pasto con el batallón Aragón; pero, animado por los realistas de Gua­yaquil y esperando un buen resultado de la conjuración de las fuerzas sutiles de Guayaquil, y la sublevación que debía ejecu­tar el Comandante López, resolvió marchar sobre aquella pro­vincia.

Resuelta la marcha, dio Aymerich las órdenes más urgen­tes al Coronel don Francisco González, a fin de que se pusiera en camino con el batallón de 1.000 plazas que mandaba en Cuen­ca, llamado Constitución. Debía unírsele en Babahoyo el 28 de agosto, penetrando por el camino de Yaguachi.

El General Sucre se hallaba instruido de tal proyecto, y para frustrarlo preparó los diferentes cuerpos de su división, con los que en los primeros días de agosto ocupó a Babahoyo. Sa­biendo que la división española acantonada en Guaranda avan­zaba, rápidamente le salió al encuentro en las llanuras de Palo-largo. Detúvose allí el enemigo al frente de nuestras posicio­nes, sin emprender operación alguna, lo que manifestaba cla­ramente que aguardaba a que llegase el tiempo fijado para la cooperación de las tropas de Cuenca. Sabiendo Sucre que éstas debían arribar a Yaguachi el 18 de agosto, vio que era muy crítica su posición si no daba un golpe a los realistas cuando todavía se hallaban separados. Dejó, pues, el camino franco a Aymerich, y con una marcha rápida situóse en Yaguachi antes que arribara la división de Cuenca.

Al día siguiente supo la aproximación de los enemigos y escogió un campo de batalla. El General Mires fue destinado sin tardanza a que lo ocupase con el batallón Santander y una compañía de dragones al mando de Cestaris. Pero los realistas habían apresurado tanto su marcha que Mires los halló a poca distancia de Yaguachi, en un bosque, cuyo camino estrecho sólo permitía la marcha de cuatro hombres de frente. Mires creyó que debía rechazar la columna española hasta situarse en la posición que se le había prevenido. Empeñó, pues, el com­bate (agosto 19), a las once de la mañana. El enemigo retroce­dió hasta un punto en que podía formarse en cuadro para aten­der a todas las direcciones del bosque ocupado por los cazadores

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del batallón Santander. El terreno permitía ya también que Mi­res ordenase las demás compañías de Santander, regidas por el Mayor Soler, Comandante del cuerpo: todas marcharon a rom­per el cuadro en que peleaban los realistas. En medio de un fue­go muy vivo murió el valiente Soler, quien fue reemplazado por el Capitán Mayor Pallares. Los españoles sostenían el combate denodadamente cuando el Capitán Moran dio una carga vigo­rosa con la primera compañía de dragones. El enemigo no pudo resistirla: fue despedazado su cuadro y derrotado completamen­te. El Coronel González pudo escapar con sólo 120 hombres. Murieron 150 y se tomaron más de 600 prisioneros, entre ellos el segundo Jefe, Tamariz, con el armamento, municiones, equi­pajes y todo cuanto pertenecía a aquel cuerpo. Esta brillante jornada aseguró la independencia de Guayaquil.

Aún eran inferiores las fuerzas de Sucre a las de Ayme­rich. Este, después de ocupar a Babahoyo, siguió hacia Yagua­chi por un camino áspero y fangoso. Habia ya caminado dos días sin tener conocimiento de la desgracia ocurrida al Coronel González, que Sucre había procurado se le ocultara, cuando la supo en las cercanías de Yaguachi. Retrocedió entonces la di­visión española con tanta rapidez que en un solo día hizo el ca­mino de dos marchas. Atravesó nuevamente el rio, y el 24 de agosto por la noche estuvo en Palolargo, donde se detuvo.

Los movimientos de Sucre, aunque pudieron haber sido más rápidos que los del enemigo, por la posesión del rio, no lo fue­ron, por desgracia. Marchando por tierra hacia Babahoyo, el único escuadrón que tenía de caballería se encontró de repente con la división de Aymerich antes de su retirada: el escuadrón hizo una marcha retrógrada equivocada que demoró la de Su­cre dos días. En el momento en que arribó la caballería a Baba-hoyo fue remontada y salieron partidas a reconocer el campo enemigo. Este se hallaba situado en Sabaneta y ocupaba una hermosa llanura, confiado en sus numerosos y bien montados dragones. No era prudente atacar en sus estancias a la división española, y al día siguiente hizo el general colombiano repeti­dos esfuerzos para sacar al enemigo de sus posiciones y atraer­le a un punto más ventajoso para la infantería republicana; pero aquél se mantuvo en su campamento, protegido siempre por su caballería.

Sin embargo, temiendo Aymerich que cupiera a su división una suerte funesta, emprendió cobardemente su retirada el 27 de agosto, a las ocho de la noche. Los dragones independientes, mandados por Cestaris, persiguen con actividad la retaguardia

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y le toman las municiones, bagajes, muchas caballerías, algu­nas armas y bastantes prisioneros. Duró la persecución hasta la Punta de Playa. Las marchas del enemigo fueron tan desor­denadas, y era tanto el miedo que llevaba la división de Ayme­rich, que esta vergonzosa retirada fue una verdadera disper­sión. Perdió en ella más de 400 hombres. Si la caballe­ría de Sucre, que no tenía herraduras, hubiera podido sufrir el terreno pedregoso de la cordillera, pocos realistas habrían lle­gado a Guaranda.

Obtenidas tan grandes ventajas militares, quiso el Gene­ral Sucre aprovecharse del prestigio que le daban, para ver si conseguía la incorporación de Guayaquil a Colombia. Baja, pues, a la capital, cuyo cabildo declara que los votos de la provincia estaban absolutamente pronunciados por la reunión a la Repú­blica, y que debía convocarse un colegio electoral dentro de 15 días para que así lo resolviera. Expidióse en efecto la convo­catoria.

En estas circunstancias se presentó el oficial realista don Francisco Jiménez a proponer el canje de los prisioneros, a nom­bre de Aymerich. Todos los soldados americanos se resistieron a ser canjeados, diciendo "que no querían servir a los tiranos de su patria". El comisionado Jiménez fue de la misma opinión, y se alistaron casi todos en las banderas de la República.

Después de estos sucesos, el General Sucre, cuya actividad era muy grande, regresó a Babahoyo. Conforme a sus anterio­res disposiciones, habían marchado ya dos cuerpos de tropas co­lecticias para llamar la atención de los realistas. El uno sobre Cuenca, que tenía cerca de 300 hombres, destinados a seguir por el camino del Naranjal, a las órdenes del Coronel Luco; y el otro, de igual número, gobernado por el Comandante Illing­worth, que debía seguir a Latacunga por el Zapotal y amenazar a Quito.

El principal cuerpo de la división republicana se compo­nía de 1.300 hombres, entre los que había 70 dragones, que iban a montarse en las cordilleras, y 250 prisioneros en Yaguachi, que se incorporaron en nuestras filas. Estas fuerzas todavía eran inferiores a las de Aymerich, que tenía más de 2.000 hombres, entre ellos 500 dragones bien montados y de excelente disciplina. Confiaba Sucre reportar la victoria por medio de su infantería y por la desmoralización que se había introducido en el ejército de Quito-

Al arribo de Sucre a Babahoyo, las tropas dirigidas por Mires habían seguido hacia la cordillera. Alcanzólas en Guanu-

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jo, y con la celeridad de las marchas sufrió la división una baja de cerca de 200 hombres entre desertores y enfermos. Detúvose allí tres días para descansar y remontar la caballería. Con mu­cha dificultad pudo conseguir malos caballos. Esto le obligó a enviar por dos piezas de montaña que había dejado en Babaho­yo. Supo entre tanto haber salido ya a Latacunga el Comandante Illingworth, donde ocupaba a Pulí, y que se le habían unido los ha­bitantes de los pueblos que le auxiliaban eficazmente. A pesar de esto temió Sucre que le destruyera un cuerpo de caballería realista. Resolvió, pues, hacer un movimiento sobre su izquier­da, y salir a Ambato por el camino de Picobamba. Distaba cua­tro jornadas de aquel lugar.

Hallábase el enemigo a tres jornadas de Ambato cuando tuvo noticias del movimiento de la división colombiana. Em­prendió, pues, inmediatamente su marcha hacia la misma villa por la ruta de la derecha, dejando en medio la cordillera. Al tiempo que Sucre llegó a Pilaguin, los españoles estaban en Mocha.

Conociendo la superioridad que tenian éstos en caballería, el General republicano determinó permanecer sobre las monta­ñas y no bajar a las llanuras de Ambato. Este pensamiento fue impugnado vivamente por varios jefes que deseaban combatir, pues decían que indicaba una irresolución. Sucre tuvo la debili­dad de ceder, y a las doce del día (septiembre 12) estuvieron en la llanura de Ambato o de Guachi ambas divisiones enemigas.

Los realistas ocuparon una pequeña ensenada al pie de la cordillera, donde ocultaron su infantería y parte de la caballe­ría. Los republicanos formaron sus 900 infantes en tres colum­nas cerradas, y sólo tenían 70 dragones. Por el frente los cubría una zanja; empero, estaban descubiertos sus flancos y su espal­da. En tal situación el General Sucre hizo varias tentativas para saber la fuerza enemiga, y aun él mismo fue a reconocer y a bus­car una posición más segura.

Mientras se ocupaba en esto, la caballería española atacó de firme a nuestra infantería y fue rechazada; no obstante re­pitió la carga, y tuvo que retirarse de nuevo. Entonces el Gene­ral Mires cometió la imprudencia de permitir que los batallones Albión y Guayaquil se dispersaran con el objeto de perseguir a los realistas. Aunque Sucre volaba a remediar el mal, poniéndose a la cabeza del batallón Santander, no pudo conseguir que ."̂ e restableciera la formación. Introducido el desorden, aparecieron entonces la infantería y caballería enemigas. Los patriotas no pueden resistir su ataque simultáneo. Todos sus cuerpos son en-

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vueltos y destruidos o prisioneros en tres horas que se defendie­ron valerosamente. El General Sucre pudo escapar con dos fuer­tes contusiones, y apenas se salvaron 100 hombres con el Coman­dante Cestaris y pocos oficiales. En aquel día los españoles tu­vieron un completo desquite de la jornada de Yaguachi.

Todo cuanto traía la división republicana fue cogido por los realistas. Tomaron éstos 40 oficiales prisioneros, entre ellos al General Mires y 400 soldados: tuvieron los independientes 300 muertos y heridos. En el Sur fue tan funesta a los republicanos la arenosa llanura de Guachi como la Puerta en Venezuela.

Los españoles perdieron una tercera parte de su caballería, cuyos cuerpos fueron los que se empeñaron principalmente en el combate, mandados por el Coronel José Moles. Fue sobre todo sensible a los españoles la muerte del Coronel Payol.

Sucre tuvo la advertencia de participar oportunamente su derrota al Comandante Illingworth. Hallábase éste sobre Quito el 12 de septiembre por la noche, cuya capital defendía don Damián Alba con sólo 80 hombres. Sin la desgracia de Guachi, Illing­worth se habria enseñoreado de la capital. Mas habiéndola sabido, pudo retirarse a Guayaquil con poca pérdida.

En Babahoyo hizo alto el General Sucre, como punto el más a propósito para recoger los dispersos y los prisioneros que de­sertaron al enemigo, que fueron bastantes. Igualmente mandó re­gresar la expedición a Cuenca, que ya no tenia objeto. Propuso también al General Aymerich el canje de cerca de 250 soldados y algunos oficiales realistas que tenía prisioneros. Con ellos y los convalecientes de los hospitales contaba reunir 1.000 hombres para defender la provincia de Guayaquil. Era ésta en el Sur la base de operaciones de Colombia, y, por tanto, debía conservarse a todo trance.

La cuestión pendiente sobre la incorporación de Guayaquil a Colombia tenía a la ciudad capital despedazada por bandos y partidos. Sucre, temeroso de que perjudicaran a la defensa con­tra los españoles, propuso que se difiriese la resolución para mejor oportunidad, y así lo acordó el Gobierno de la provincia.

Afortunadamente para la causa de la Independencia arribó en el mes de octubre el batallón Parga con 500 hombres, y debían seguirle 300 soldados más. Este oportuno socorro enviado de las provincias del Cauca puso a Sucre en aptitud de defender a Gua­yaquil.

Poco después (octubre 25) llegó el Coronel Diego Ibarra, edecán del Libertador. El objeto principal de su viaje era con­ducir pliegos para el General San Martín, el Vicealmirante de la

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escuadra de Chile, Lord Cochrane, y el Gobierno de Guayaquil. Bolívar les anunciaba los vastos planes que había concebido para dar independencia y libertad a toda la América del Sur; planes que meditaba desde que encerraron a los españoles de Venezuela en la plaza de Puerto Cabello. Eran éstos conducir 4.000 hombres de sus mejores tropas sobre Panamá, apoderarse del Istmo y enviarlas al Perú, a fin de expeler a los españoles de aquel her­moso y rico país, aun antes de arrojarlos de las provincias de Quito. Pensaba el Libertador que nada importaría a la causa ge­neral de la América que los realistas poseyeran unas pocas pro­vincias en la cima de los Andes del Ecuador si les quitaba su apoyo en el Perú. Para realizar sus proyectos necesitaba y pedía a la Junta de Guayaquil transportes para conducir sus tropas de los puertos del Chocó y Panamá. La misma demanda hacía al Protector del Perú.

Hablando el Coronel Ibarra que la escuadra de Chile, con que se contaba para ejecutar el indicado plan, estaba carenándo­se en Guayaquil, y que San Martín no podía disponer de ella, suspendió su viaje a Lima. Encargóse el General Sucre de comu­nicar al Protector los planes de Bolívar, y le pidió transportes pa­ra conducir sobre el Pacifico las tropas colombianas. San Martín le contestó en 24 de noviembre, lleno de complacencia por los ge­nerosos auxilios que le ofrecía Bolívar para consumar la grande obra de dar independencia y libertad al Perú: ofreció los trans­portes y todo cuanto se necesitara para la más pronta conduc­ción de las tropas, desde las costas de Colombia hasta las playas que dominaron los Incas.

Deseoso el Protector de acelerar tan importante combina­ción, envió a Guayaquil al General de Brigada don Francisco Salazar, quien traía ostensiblemente el doble objeto de felicitar a Bolívar luego que arribara, y de ser encargado de negocios cerca de la Junta de Guayaquil. El debía contribuir eficazmente a combinar todos los medios que se juzgasen necesarios para llevar a la cima tan grande empresa que se meditaba. Su encar­go secreto era promover la incorporación de Guayaquil al Perú.

Aguardábanse las respuestas del Protector, y en el inter­medio el Coronel Ibarra, ayudado por el influjo del General Sucre y por los auxilios que le prestara la Junta de Guayaquil, pudo enviar algunos buques a Buenaventura. Esperábase que ya habrían arribado a dicho puerto algunos batallones colombianos, y acaso el Libertador mismo.

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El Libertador se demoró en Bogotá, dando tiempo a que lle­gasen las tropas que había ordenado viniesen de las provincias del Atlántico para seguir al Sur, y emprender operaciones sobre el Departamento de Quito, yendo por Buenaventura a Guayaquil.

Sabiendo la llegada del General Mourgeon a Panamá, como Gobernador y Capitán General del Nuevo Reino de Granada, y su marcha hacia Quito por el puerto de Atacames a tomar el rio de Esmeraldas y atravesar una montaña cubierta de bosques hasta Quito, juzgó el Libertador que se había colocado en una situa­ción peligrosa, y dio órdenes al General Montilla, que habia ocu­pado a Cartagena después de la capitulación con el Gobernador español que mandaba en aquella plaza, el Brigadier Gabriel de Torres y Velasco, para que mandase al Coronel Carreño con una expedición sobre Panamá, y Montilla se puso en relaciones con algunos sujetos de Panamá conocidamente republicanos, como eran los señores Blas y Mariano Arosemena y Manuel José Hur­tado, que podian influir sobre el Coronel Fábrega y el Brigadier don Isidro de Diego, antiguo Jefe del batallón Cataluña, para que de un modo pacífico se uniera Panamá a Colombia, para empren­der desde allí operaciones combinadas con el Protector del Perú. Esta combinación tuvo muy buenos efectos, pues en la villa de Los Santos comenzó el pronunciamiento en favor de la unión a Colombia, y el 28 de noviembre se proclamó la independencia de Panamá del Gobierno español y su agregación a Colombia, y se formó de las provincias de Panamá y Veraguas un Departamen­to, de cuyo mando se encargó el Coronel Fábrega. En el acta de pronunciamiento y agregación a Colombia se exigió el reco­nocimiento de la deuda que habia contraído la España por em­préstitos forzosos exigidos a Panamá.

Cuando supo el Libertador la marcha de Mourgeon a Quito, dispuso que el Coronel Juan Paz del Castillo siguiese a Quito cerca de Mourgeon con proposiciones de paz para evitar la conti­nuación de la guerra.

El General Aymerich, después del triunfo obtenido en Ya­guachi, organizó una división a órdenes del Coronel don Carlos Tolrá, que había llegado a Quito haciendo su viaje por el Perú y Mainas, y conociendo este Jefe que no podía atacar a Guaya­quil, porque estando Sucre a la derecha del río Guayas y proce­diendo este río con fuerzas marítimas, no podía la división espa­ñola emprender operaciones, y celebró Tolrá con Sucre un armis­ticio y entre otras condiciones se acordó que Sucre permitiera seguir al Perú y Panamá comisionados del ejército español para conocer el verdadero estado del Perú, y por Panamá del estado

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de las armas españolas en Puerto Cabello y Maracaibo. Este ar­misticio, aprobado por Aymerich, se comunicó al General Pedro León Torres, que mandaba el ejército del Sur en el Cauca, para que se hiciera extensivo a ese ejército el armisticio. El General Torres, que obraba independiente del General Sucre, no con­vino en que se hiciera extensivo al territorio en que él obraba de modo independiente.

Cuando supo el Libertador la llegada de los batallones Ri­fles y Vencedor en Boyacá a las inmediaciones de la capital de la República, emprendió su marcha al Cauca el 13 de diciembre, por la provincia de Neiva, a pasar la cordillera de los Andes por el territorio de Páez y el páramo de las Moras, y llegó al cuartel nizar allí los cuerpos que debían seguir con él a Guayaquil por el que marchara el batallón Bogotá a Popayán a órdenes del Te­niente Coronel Joaquín París, mandando órdenes al General Ma­nuel Valdés para que redoblase sus marchas por La Plata a Po­payán, a la cabeza de los batallones Rifles y Vencedor. El Liber­tador se trasladó a Cali en los primeros dias de enero para orga­nizar allí los cuerpos que debían seguir con él a Guayaquil por el puerto de Buenaventura con los batallones de nueva creación que había mandado organizar en Cali y Caloto. Supo el Liberta­dor en Cali que las fragatas Prueba y Venganza, de la escuadra española, cruzaban las aguas del Pacifico, entre el golfo de Pa­namá y las costas de Buenaventura a Macamos, y conociendo que era peligroso embarcarse en Buenaventura con dirección a Guayaquil, resolvió trasladarse a Popayán para organizar allí el ejército del Sur y emprender operaciones sobre Pasto, y que siguiesen a Guayaquil 1.200 hombres de los dos cuerpos organiza­dos, como dejamos dicho, en Cali y Caloto, para aprovechar los transportes que habían llegado de Guayaquil. En los mismos bu­ques marchó el señor Joaquín Mosquera, que iba de Ministro Plenipotenciario cerca de los Gobiernos de las Repúblicas del Perú, Chile y Buenos Aires.

Los cuerpos veteranos que marchaban para el puerto de Buenaventura regresaron para Popayán, y el Libertador, después que publicó su importante proclama del 17 de enero, resolvió marchar para Popayán, llegando al cuartel general de esta ciu­dad el 27 del mes de enero, y comenzó a organizar el ejército de operaciones para marchar sobre Pasto; la organización se hizo en tres divisiones: las de vanguardia, a órdenes del General Pe­dro León Torres, compuestas de los batallones Bogotá y Vargas, y la segunda a órdenes del General Valdés, compuesta de los batallones Rifles y Vencedores en Boyacá. La de caballería se

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componía de los escuadrones Guías de las guardias, el de grana­deros, cazadores y el de lanceros de Páez. El 10 de marzo em­prendió el Libertador sus operaciones, marchando el ejército por el camino de Tambo a Patía. Había demorado hasta este dia el Libertador su marcha por falta de recursos pecuniarios, pues no llegaban los que debían venir de Bogotá y de la provincia de Antioquia. El Libertador manifestó esto al doctor José María Mosquera, pidiéndole que le facilitase algunos fondos, y le ofre­ció que le daría cuanto tenía en dinero y solicitaría de sus ami­gos las sumas que podrian darle. Al día siguiente consignó en la Tesorería de Guerra 80.000 pesos en onzas de oro, y el Li­bertador reconoció como un servicio distinguido este empréstito, ofreciéndole pagarlo en un corto período, como lo efectuó.

Instruido el Libertador de los acontecimientos del Perú y operaciones que efectuaba el General San Martín, después de la rendición del Callao por el Mariscal de Campo don José La-mar, y la traslación de este General a Guayaquil, le comunicó al General Sucre las operaciones que iba a emprender sobre Pasto, para que él sin demora alguna se pusiera en relaciones con el Ge­neral San Martín, que lo auxiliase con las fuerzas que se habian situado al norte del Perú.

El General San Martín, conociendo la importancia de coad­yuvar a la libertad del Departamento de Quito para que Bolívar y él, unidos, obrasen activamente sobre el ejército español que ocupaba desde el sur del Perú hasta la frontera de Buenos Aires, se apresuró a dar sus órdenes al Presidente de Trujillo, General Arenales, para que auxiliara eficazmente la expedición que Su­cre proyectaba en Guayaquil contra las provincias de Loja y Cuenca. En efecto, el General Arenales, en cumplimiento de las órdenes del Protector, embarcó en los primeros días de diciem­bre el batallón Trujillo con más de 600 plazas y 100 granaderos a caballo, tropa excelente y aguerrida: el batallón Piura debía agregarse en la provincia de este nombre, con el cual se comple­tarían 1.200 hombres. El Comandante de Piura, Coronel don An­drés Santa Cruz, oficial activo y emprendedor, era quien debía tomar el mando de la expedición: él manifestaba muy buenos deseos de contribuir eficazmente a la independencia de las pro­vincias meridionales de Colombia. De acuerdo con Sucre empren­dió su marcha por tierra a la provincia de Loja, territorio colom­biano.

El General Sucre, luego que recibió las órdenes del Liber­tador, emprendió operaciones sobre Cuenca y mandó al General Tomás Heres para combinar los movimientos de la división pe-

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ruana que mandaba el Coronel Santa Cruz, señalando por pun­to de reunión la población de Saraguro, como se verificó el 9 de febrero.

Graves dificultades tuvo que vencer el Libertador para que el Protector del Perú, animado de sentimientos patrióticos por la independencia de América, no rompiera sus relaciones con Colombia, con la mira de apoderarse de Guayaquil. El tacto po­lítico de Sucre fue de mucha importancia en estos arreglos, lo mismo que la llegada del Ministro colombiano señor Joaquín Mosquera, con el objeto de celebrar un tratado de confederación americana entre diferentes repúblicas.

Antes de la llegada del Libertador al cuartel general de Tapio y cuando supo que Mourgeon había llegado a Quito, man­dó cerca de él a los Coroneles Juan Paz del Castillo y Antonio Obando como parlamentarios para negociar la libertad del Ge­neral Mires y demás jefes y oficiales prisioneros. Obando en­fermó en Pasto y solamente siguió cerca de Mourgeon el Coro­nel Paz del Castillo, a quien mandó devolver aquel General por­que el objeto principal que lo llevaba, que era el negociar la li­bertad de los prisioneros, se había verificado por un acto de ge­nerosidad con solamente la condición de no tomar las armas has­ta ser canjeados. Según supimos después, Mourgeon desconfió del parlamentario Juan Paz del Castillo, porque conociéndolo como uno de los proceres de la revolución de Venezuela, y que había acompañado a San Martín desde Buenos Aires a Chile, no podía ser un simple parlamentario, y que acaso llevaba ins­trucciones para conocer el estado de la opinión en Quito y demás poblaciones del Ecuador, y cuál era el espíritu del ejército espa­ñol a consecuencia de la revolución de España para plantear nuevamente la Constitución. Este juicio de Mourgeon provenia sin duda de una carta que recibió de Bolívar invitándolo a que procediese como Odonojú en México.

Ya dejamos dicho el día que partió el Libertador de Po­payán, abriendo las operaciones sobre Pasto. La marcha fue pe­nosa por las bajas que ocurrían en el ejército a consecuencia del mal clima de Patía. En el sitio de Miraflores, en que estuvo algu­nos dias el cuartel general, se estableció un hospital con muy cer­ca de 300 enfermos, y el ejército marchó en tres columnas hasta el punto del Alpujarra, del otro lado del río Mayo, punto estra­tégico que amenazaba simultáneamente diferentes pasos del río Juanambú, que ocupaban los españoles, habiendo construido fortificaciones de campaña.

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El Coronel don Basilio García, Comandante General de la división que ocupaba a Pasto, formó una columna de tropa ligera con los guerrilleros de Patía y otras poblaciones del cantón de Almaguer, cuyas fuerzas de infantería ascendían a 200 hom­bres, y la caballería constaba de 150 jinetes, ocupados de ma­niobrar a retaguardia del ejército colombiano, para cortarles las comunicaciones con Popayán y aprehender a los soldados atra­sados del ejército.

El Libertador dejó en el pueblo de Mercaderes el escuadrón lanceros de Páez, que mandaba el Teniente Coronel José de la Cruz Paredes, para que protegiese las comunicaciones con el cuartel general, y allí me dejó órdenes para que con la columna que yo mandaba de 120 hombres, pertenecientes a diferentes cuerpos que habían quedado atrasados, siguiese a ocupar a Ata-minango para sostener las comunicaciones con el ejército que de­bía pasar el Juanambú por las inmediaciones de aquel pueblo. Ciertamente verificó su paso vadeando el río el 26 de marzo, por un lugar llamado La Herradura, y cuando la división española ocurrió a impedirlo, ya la vanguardia había ocupado las alturas de la ribera izquierda del río por el sitio llamado La Ovejera, si­guió a Consacá, ocupando las fuertes posiciones que le permitían tomar el camino que va a dar al Guáitara, con el objeto de pasarlo y obligar al enemigo a emprender su retirada de Pasto para el territorio de Túquerres, y estar en contacto con el ejército es­pañol de Quito. De Consacá marchó el ejército con dirección a Bombona el 6 de abril, y el 7 muy temprano llegó la vanguardia, compuesta de los batallones Bogotá y Vargas, a la quebrada de Cariaco. Observó el Libertador que se aproximaba a la altura que domina la quebrada de Cariaco alguna fuerza enemiga, y le ordenó al General Torres que antes de almorzar la tropa, para lo cual había hecho alto, tomase la altura y batiese la fuerza que se aproximaba. El Libertador con sus ayudantes de campo contramarchó a encontrar la segunda división y que redoblase ia marcha para proteger a la primera, y cuando llegó con dicha división observó que el enemigo había ocupado esa fuerte posi­ción, y la división de vanguardia había hecho alto y estaba al­morzando, porque el General Torres había entendido mal la or­den del Libertador, creyendo que le había ordenado que hiciera almorzar a la tropa antes de emprender la ocupación de la altu­ra. El Libertador tuvo una gran molestia y mandó que el Coro­nel Barreto tomara el mando de la división y atacara al enemigo. El General Pedro León Torres se ofendió, y echando pie a tierra le dijo al Libertador: "He entendido mal sus órdenes"; y quitan-

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dolé el fusil a un soldado, le dijo: "Marcho a vanguardia a probar mi valor como un soldado". Esta respuesta le hizo impresión al Libertador y lo restableció en el mando, ordenándole que diese principio al combate, atacando en sus posiciones al enemigo. A las doce del día se empeñó por diferentes partes la batalla: el enemigo estableció una batería de artillería con dos piezas que hacían mucho daño a los cuerpos de vanguardia. Como a las cuatro de la tarde observó el Libertador que una fuerza española que formaba la derecha de la segunda división había hecho va­rios movimientos insignificantes, y que su Jefe debía ser inep­to o cobarde, y ordenó al General Valdés que lo mandase atacar con el batallón Rifles; tardóse la operación porque en aquellas breñas no era fácil subir a coronar la altura: había una cortadu­ra natural donde hubo necesidad de clavar algunas bayonetas pa­ra que sirvieran de escala, y lograron subir 180 hombres con el Coronel Barreto, los Capitanes Fergusson, Ramírez y Wright y el Teniente Piñeres, y atacaron al enemigo por aquella parte. Co­mo lo había juzgado el Libertador, el Jefe español era inepto y co­barde, fue derrotado y llevó el espanto al cuartel general de don Basilio García. Oscurecía la noche y emprendió el Coronel Gar­cía su retirada, dejando en el campo de batalla 80 muertos.

La división de vanguardia había sido destrozada, heridos todos los jefes, incluso el General Torres y la mayor parte de los subalternos; muertos y heridos, 500 hombres.

El General Valdés mandó parte al Libertador de la victo­ria obtenida, y que había tomado una buena posición militar; esto fue de gran satisfacción para el Libertador, y se ocupó esa misma noche en mandar recoger heridos y establecer un hospi­tal militar.

Al dia siguiente mandó a su secretario general. Teniente Coronel José Gabriel Pérez, en comisión cerca del Coronel don Basilio García, intimándole la rendición y ofreciéndole una capi­tulación honrosa, cuyo proyecto llevó Pérez escrito. El Coronel García pensó en acceder, como lo hemos sabido después; pero un clérigo español. Capellán del batallón Cazadores de Cádiz, que había llegado al cuartel general de García, le aconsejó que res­pondiera al Libertador que estaba colocado en las alturas de Yacuanquer, y que para tomarlas perdería más gente que en Ca­riaco. Regresó con esta respuesta el secretario general, y como el Libertador no tenía noticias de los cuerpos de reserva que de­bían llegar, y tampoco podía ponerse en comunicación con el General Sucre porque estaba ocupado el territorio de Túquerres a Ipiales por parte del batallón Cataluña y una compañía del

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batallón Aragón, resolvió trasladarse hasta el punto del Peñón, sobre el Juanambú, para permanecer allí hasta la llegada de las tropas de reserva.

Hizo saber al Comandante General don Basilio García que dejaba en Bombona un hospital militar con médicos, medicinas y recursos para su subsistencia, y en él al General Pedro León Torres para que fueren tratados dicho General, los oficiales y tro­pa, con arreglo al derecho de gentes y de la guerra, a virtud de la regularización celebrada entre el Libertador de Colombia y el General en Jefe don Pablo Morillo.

El Teniente Coronel José de la Cruz Paredes, teniendo no­ticia de los movimientos que emprendían las tropas ligeras de los españoles que obraban en el cantón de Almaguer y valle de Patía, llamó a su cuartel de Mercaderes la pequeña columna de observación, que estaba sobre Juanambú a mis órdenes para au­mentar sus fuerzas y salvar el hospital que estaba en Miraflo­res amenazado por las expresadas tropas ligeras de que hemos hablado. Al día siguiente (16 de abril) de haberse reunido la co­lumna expresada con el escuadrón que mandaba Paredes, se tuvo noticia de la ocupación que habían hecho las fuerzas es­pañolas del hospital de Miraflores, matando a varios individuos que trataron de defender el hospital, pero pudieron escaparse un capitán, dos subalternos y varios convalecientes que pudie­ron llegar a Mercaderes, y resolvió marchar sobre el enemigo llevando consigo los convalecientes que se habían salvado en el hospital de Miraflores y en los pueblos de Patía y de Mercaderes, y con el objeto de abrir la comunicación con Popayán para que marcharan las tropas de reserva a unirse con el ejército del Li­bertador, que estaba al otro lado del Juanambú, y se tenía noticia de haber habido un duro combate del 7 al 9 de abril, en la di­rección del volcán de Pasto.

El 22 de abril se encontró al enemigo formado en un cerro llamado El Volador, en número de 200 infantes, y por retaguar­dia se acercaba un cuerpo de caballería de más de 100 jinetes. La fuerza republicana tomó posiciones al frente de la infante­ría enemiga en una meseta, para subir a la cual la caballería tenía que pasar por un callejón estrecho, el que se obstruyó, y se colocó sobre él un piquete de infantería mientras se atacaba al enemigo que estaba al frente. El Teniente Coronel Paredes comenzó el combate por la izquierda, y los Capitanes Mosquera, Edecán del Libertador, y Braum, Capitán de lanceros, con 15 ji­netes flanquearon al enemigo por su izquierda, y puesta en des­orden una compañía, llevó el espanto al resto de las fuerzas y

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se completó la derrota de la infantería, muriendo 40 españoles y huyendo el resto de la infantería por esas escarpadas breñas hacia el oriente, la caballería enemiga se retiró porque no ha­biendo podido auxiliar a los infantes presenció su derrota. Los vencedores continuaron su marcha hasta Popayán, a donde lle­garon el 24, y encontraron en esa ciudad al Coronel Lara con los cuerpos de reserva que indebidamente había demorado.

El armamento de estos cuerpos era de calibre 18 y las mu­niciones que habían llegado de Bogotá eran de fusiles ingleses de 14, y fue necesario establecer una maestranza para arreglar las municiones al armamento, y se dio principio a ello inmedia­tamente.

El 26 llegaron a Popayán el General Jesús Barreto y el Co­ronel Juan Paz del Castillo, a quienes mandó el Libertador a buscar los cuerpos de reserva con el parte del triunfo de Bom­bona y la necesidad que había tenido de suspender sus operacio­nes, como dejamos dicho, después de la batalla más heroica y menos gloriosa que se había librado en las últimas campañas.

Los cuerpos que se formaron de la reserva tuvieron que demorarse 6 días en Popayán, y el 14 de mayo marchó la pri­mera columna a unirse al ejército a órdenes del Coronel Juan Paz del Castillo; y el 7 encontró el Libertador en el pueblo de Mercaderes todo el ejército en retirada; porque no pudo mante­nerse en El Peñol por falta de víveres, pues aun la carne y la sal se escasearon extraordinariamente, y continuó su marcha el ejército hasta El Trapiche, población regular por su buen clima y salubridad, y se remitieron órdenes al General Barreto para que se quedara en Patía con la caballería, tomando ganados para el ejército y que siguiera la infantería al pueblo del Tra­piche. Llegó la columna de infantería a dicho pueblo el 20 de mayo, y se había incorporado a ella el Teniente con grado de Capitán, Fidel Pombo, que traía comunicaciones del General Su­cre al Libertador, dando cuenta de sus operaciones, de la ocu­pación que había hecho de la ciudad de Cuenca desde el 21 de febrero y que el enemigo había emprendido su retirada por Alausí hasta Ríobamba, y que se movía sobre él, el 4 de marzo; de modo que cuando llegaron estas comunicaciones al cuartel general del Libertador no podría el General Mourgeon auxiliar a la división española que guarnecía a Pasto, para que el Liber­tador obrase decisivamente sobre aquel punto.

Se recibieron en el mismo tiempo noticias por tres oficia­les de los enfermos que habían quedado en Bombona, que se

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decía en aquellos lugares inmediatos a Pasto que el General Sucre se acercaba a Quito.

El Libertador, en los días 20 a 22 de mayo, reorganizó los cuerpos del ejército, formando de ellos la 1^ y 2^ brigadas de la guardia colombiana; la 1^ se componía de los batallones Bogo­tá y Vargas; y la 2^, del Rifles y Vencedor en Boyacá, y una columna de caballería a órdenes del General Barreto, compues­ta de los escuadrones primero de guías, granaderos de a caba­llo, cazadores montados y húsares. Organizado así el ejército, dispuso su marcha para el 25 de mayo, y el 23 hizo seguir a Pas­to al secretario general. Teniente Coronel José Gabriel Pérez, con una nueva intimación al Coronel Basilio García, Comandante General de la división que ocupaba a Pasto. La intimación es un documento histórico de grande importancia, como se verá en el apéndice. El secretario general, acompañado de un ayu­dante, siguió a Pasto por la montaña de Bateros, y la del Pu-ruguay para ir por la vía del Tablón de los Gómez al cuartel general del Coronel García.

Como dejamos dicho, el 25 de mayo se puso en marcha la primera brigada del ejército a órdenes del General Valdés, nom­brado Comandante en Jefe del ejército; y el 26 siguió el Li­bertador con el Estado Mayor General, la segunda brigada de la guardia y la caballería. El 29 de mayo fue ocupada la montaña de Berruecos y desalojado el enemigo, que ocupaba un estrecho de la montaña y que había construido un foso como de cuatro metros de anchura, sobre el cual fue necesario construir un puente en la noche del 28, para que pasara el ejército al dia si­guiente, como se verificó, acampando el ejército en el caserío de Berruecos, con el Libertador a la cabeza. La misma noche tuvo noticia el Libertador que se acercaba por retaguardia el Coronel José Gabriel Pérez, con dos jefes españoles que manda­ba el Coronel García, con proposiciones de paz, y llegaron al cuartel general libertador el 30 de mayo, muy temprano. Reci­bió el Libertador a los comisionados. Teniente Coronel don Pan­taleón Fierro y Teniente Coronel don Miguel Retamal, e inmedia­tamente comisionó el Libertador al Coronel Pérez y al Teniente Coronel González para que procediesen a arreglar una capitu­lación honrosa, como lo habia ofrecido después del triunfo de Bombona; no obstante que creía que don Basilio García se ren­día, porque Sucre debía haber ocupado a Quito, según las ope­raciones que le había anunciado dicho General por el puerto de Buenaventura. El Teniente Coronel Fierro le dijo entonces al Libertador: "Después de la muerte del General Mourgeon, tomó

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el mando el General Aymerich, que estaba capitulado el 23 de mayo con el General Sucre, después de una reñida batalla en Pichincha. Es todo lo que se sabe en el cuartel general, comuni­cado por el Comandante del batallón Cataluña, que ocupa el te­rritorio de los Pastos, limítrofe de la provincia de Quito". A esto contestó el Libertador: "Para mí esto no era probable sino seguro; pero no obstante, no exijo otra cosa que una capitula­ción honrosa, como la que ofrecí después del triunfo de Bombo­na." Se acordó el mismo dia 30 de mayo, como se verá en el apéndice.

El 31 del mismo mes marcharon con ella los comisionados a entregarla a don Basilio Garcia para que la ratificara, y el I"? de junio marchó el ejército a ocupar el Juanambú y las po­siciones militares fortificadas del otro lado del expresado río. El 2 de junio atravesó el Juanambú la 2* brigada de la guardia, y la columna española que ocupaba el atrincheramiento de Ma-tabajoy se retiró para Pasto, y la 2* brigada de la guardia siguió su marcha por el Boquerón al caserío de Ortega, y la 1* brigada siguió los movimientos de la 2*, y, reunida toda la fuerza en Buesaco, el 4 de junio, ordenó el Libertador la organización de una columna de las cuatro compañías de granaderos y las cuatro de cazadores de los cuatro batallones del ejército, para que marchasen con el Libertador a Pasto, a órdenes del General Salom, Jefe del Estado Mayor del Ejército, y que el General Valdés marchase a retaguardia con todo el ejército. El 5 de junio recibió el Libertador una carta oficial del Coronel García, en que le suplicaba redoblase su marcha porque el pueblo de Pasto, por sus instintos fanáticos, quería que continuase la gue­rra, y solamente habia podido calmarlo por la influencia del Obispo de Popayán, que estaba en aquel lugar. El Libertador le contestó que al día siguiente estaría en Pasto. Al día siguiente (el 6) se puso en marcha el Libertador con su Estado Mayor, y en el Alto de Tacines, como a las once del día, encontró al Ca­pitán don Gregorio Alonso, ayudante de campo de don Basilio García, y al presbítero don Félix Liñán y Haro, secretarío del Obispo de Popayán, a anunciarle al Libertador que sería cum­plida la capitulación y que el Comandante General español, con el Gobernador de Pasto, vendrían a encontrarlo hasta la meseta del Calvario, como a una legua de distancia de Pasto; pero que deseaban saber cuáles eran los honores que se le hacían al Li­bertador Presidente.

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Contestóles el Libertador que el Presidente de Colombia, cuando entraba vencedor a una ciudad, recibía los honores de un emperador romano.

A las tres de la tarde encontró el Libertador en la mese­ta del Calvario al Coronel don Basilio García, acompañado del Gobernador de Pasto, los miembros de su Cabildos y otros em­pleados, y al verlo se desmontaron todos. El Libertador se ade­lantó y echó pie a tierra para recibir al Coronel García, quien le dirigió la palabra en estos términos:

"Excelentísimo señor: Esta espada y este bastón que me han dado el Rey de la Nación Española para defender sus dere­chos, tengo el honor de entregarlos al más ilustre Jefe Ame­ricano".

El Libertador le contestó: "Señor Coronel: esa espada y ese bastón que le ha dado a usted el Rey de la Nación Espa­ñola, para defender su causa, consérvelos usted porque se ha hecho digno de ellos; pero al regreso a España diga usted al Rey de la Nación Española que los descendientes de los con­quistadores de Granada han humillado al León de Castilla, de­fendido por los vencedores, de los vencedores de Austerlitz".

El Gobernador de Pasto y algunos otros de los concurren­tes también le dirigieron la palabra al Libertador; y les con­testó con palabras halagüeñas y de cortesía. Poniéndose de a caballo siguió el Libertador, con su Estado Mayor, acompañado de todos los que habían venido a felicitarlo, llevando a su iz­quierda al Coronel García.

Al entrar a la ciudad encontró el Libertador tendidas las tropas en alas para hacerle los honores, le presentaron las ar­mas y batieron marcha de honor. En las esquinas de la plaza le aguardaba el Obispo de Popayán, con sus vestiduras pontifica­les y bajo de palio; desmontóse el Libertador para recibir al Obispo, quien le dio la paz y lo incensó conforme lo hacen los Obispos católicos a las personas que tienen honores reales, y bajo de palio lo condujo a la iglesia, y colocándose en el presbi­terio de aquel templo se cantó el Tedeum, y concluida la cere­monia se retiró el Libertador acompañado por el Obispo y el clero hasta la puerta de la iglesia, y el Libertador siguió a la casa que le tenían preparada en la misma plaza, en la que en­contró medio batallón de la división española como guardia de honor. El Coronel García le manifestó al Libertador que no estaba contento que se hubiera adelantado solo con su Estado Mayor, porque aunque él y las tropas de línea lo defenderían de todos modos, no tenía confianza en los pastusos, y se mandaron

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Órdenes al General Salom para que redoblara la marcha con la columna que mandaba. En la plaza mayor se iban aglomerando los hombres de la población de Pasto de un modo sospechoso; pero al oír poco más de las cinco de la tarde el sonido de la banda de cornetas, con que entraba a la ciudad la columna que mandaba el General Salom, se dispersaron con gran velocidad todos los hombres que habían ocupado la plaza, que quedó com­pletamente sola, de lo que se alegró mucho García. El 7 llegó el resto del ejército, y la división española rindió las armas ese día en la plaza mayor. Fui comisionado para recibir las armas, el parque y la Tesorería de Guerra, en la que existían 8.000 pesos, y el Libertador dispuso que los destinara el Comandante General, don Basilio García, como auxilio a los jefes y oficiales prisioneros que debian seguir a España.

El 8 de junio marché a Túquerres con un ayudante del Coronel García a poner en conocimiento de los jefes españo­les que estaban en aquel territorio, que el Comandante General había capitulado y que debían rendir igualmente las armas, lo que efectuaron el Comandante Taguada, del medio batallón Ca­taluña, y el Capitán Pastor, de una compañía de dragón, los que me informaron hallarse entre Tulcán e Ipiales parte de los re­gimientos dragones de Granada que habían venido derrotados de Quito, y seguían en solicitud de ellos; y en el puente natu­ral del Rumichaca encontré al Brigadier don Carlos Tolrá, y puse en su conocimiento la comisión que llevaba, y me manifes­tó que él no podía someterse a la capitulación de don Basilio García, porque era un Jefe superior a él, y se sometería a la del General Aymerich, para donde seguiría inmediatamente.

Cuando fuimos con Tolrá a hacerle saber al Teniente Co­ronel Morales que debía someterse al Gobierno de la República, a virtud de la capitulación celebrada entre el Libertador y don Basilio Garcia, un negro caucano tendió su carabina para ha­cerme fuego, y el Teniente Coronel Morales, con el asta de su lanza, levantó la carabina, y el tiro se fue por alto. Inmediata­mente el Brigadier Tolrá mandó echar pie a tierra al sol­dado, y desmontándose 4 carabineros hizo fusilar al dragón que me había querido asesinar; restableciendo de este modo la dis­ciplina en los dragones, que contramarcharon al pueblo de Ipia­les, en donde debian entregar sus armas y caballos.

El 10 del mes de junio llegó el Libertador al pueblo de Tlcán, escoltado por el escuadrón de Húsares de la Guardia, y al día siguiente siguió su marcha para Tusa, con dirección a Quito. En el centro de la montaña de Guaca lo esperaban un

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matrimonio de indios, junto a su choza, en donde habían for­mado un arco muy ingenioso y de muchas flores. El marido es­taba a un lado del arco con una hijita, y la mujer del otro lado con un hijo varón. Se hincaron y gritaron: "Viva el Libertador que nos viene a quitar los chapetones, que por tantos años nos oprimen". Estaban vestidos con el traje propio de los indíge­nas, y el Libertador se desmontó para agasajarlos; nos pidió a sus edecanes el dinero que llevábamos a mano, y reunió 20 onzas de oro que se las regaló a esta familia, que de rodillas exclamaban palabras de reconocimiento al Libertador, quien nos dijo: Esta manifestación sincera la aprecio más que los obse­quios que voy recibiendo de los ciudadanos que salen a mi en­cuentro para felicitarme por la libertad del Ecuador".

Ese mismo día llegó el Libertador a Tusa, en donde reci­bió aplausos de entusiasmo y se tenía preparada una mesa para tomar un almuerzo, con vino, licores y frutas, que aceptó, y a dos horas después siguió para Quesaca y Puntal, y pernoctó en Puntal, en donde se le tenía preparada una comida con licores y vino de lo mejor que podían conseguir. El 11 siguió su marcha con dirección a Ibarra, durmió en la hacienda de San Vicente, de los dominicanos, y el 12 llegó a la ciudad de Ibarra, en donde se le hizo un magnífico recibimiento. El 13 fue a la ciudad de Otavalo, en donde encontró al escuadrón de granaderos mon­tados del río de La Plata, que lo esperaba allí para servir de guardia de honor, y siguió a dormir a Tabacundo. Al día siguien­te pasó por Ganllabamba y fue a dormir a Rumipamba, donde lo esperaba el antiguo Marqués de San José, con un suntuoso convite; durmió allí, y el 15 siguió a Quito, encontrando en el tránsito a las corporaciones civiles y eclesiásticas y muchos ciu­dadanos distinguidos que salían a encontrarlo. El entusiasmo era extraordinario, y al entrar a las calles de la ciudad todas las ventanas y balcones estaban cubiertos con tapices y lucían en ellas las señoras y señoritas, vestidas y peinadas con mucha elegancia. En la plaza mayor se había formado un salón sobre un tablado ricamente adornado todo, y había en él seis señoritas jóvenes vestidas como ninfas para coronar al Libertador de Co­lombia; subió al tablado con Sucre, sus ayudantes de campo, el Jefe del Estado Mayor General, y 4 ayudantes generales.

Una de las señoritas, Mariana Arboleda, puso sobre las sie­nes del Libertador una corona de laureles artificiales ricamen­te unidos por un broche de diamantes. Dio las gracias el Li­bertador a la señorita, y quitándosela de la cabeza la colocó so­bre la del General Sucre y le dijo a la señorita: "Esta corona

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corresponde al vencedor en Pichincha". Y la señorita, tomando de una gran bandeja una corona de laureles naturales, le dirigió la palabra al Libertador diciéndole: "Si la corona de laurel ar­tificial que os ha sido destinada la habéis cedido al vencedor de Pichincha, pirmitid, señor, que os corone con otra de laureles naturales"; y en seguida las las seis ninfas coronaron a los jefes y oficiales, edecanes del Libertador y oficiales del Estado Mayor.

Del tablado bajó y siguió a la catedral, acompañado de su Estado Mayor, abriéndose paso, en medio de un concurso in­menso, hasta llegar al templo, en cuya puerta le recibió el ca­bildo eclesiástico, que lo condujo hasta el presbiterio, en donde se cantó un Tedeum, dando gracias a Dios por el triunfo de las armas republicanas. De la catedral siguió el Libertador a la casa de gobierno, situada en la misma plaza. Pocas veces se pue­de ver una ovación tan espléndida y espontánea.

Esa tarde se presentaron en el palacio del gobierno al­gunos jefes y oficiales de los prisioneros españoles a cumpli­mentar al Libertador. El General Aymerich había seguido para Guayaquil.

Los que hemos presenciado esta función solemne podemos comprender bien cuánto era el entusiasmo que produjo la pre­sencia del Libertador de Colombia. Materialmente desde Tulcán a Quito hemos marchado sobre flores y arcos triunfales y es­pléndidas manifestaciones de contento, alegría y admiración.

En la tarde del día 15 llamó el Libertador al General Su­cre a una conferencia particular para acordar el decreto que debía publicarse para convocar una asamblea general de los pueblos que, desde Pasto a Quito y Loja, debia expresar su adhe­sión a la ley fundamental de Colombia, y que el Congreso, en su reunión próxima de 1823, convocase una Convención General de toda Colombia para sancionar la Constitución que debe re­gir en la República, con el voto y representación de todo el pueblo colombiano.

El General Sucre le manifestó al Libertador que aunque no era cierto que después de haberse fundado a Colombia en el Congreso de Guayana, con diputados suplentes por la Nueva Granada, fue muy conveniente la convocatoria del Congreso Cons­tituyente de Cúcuta, y fue autorizado el Libertador para man­dar el ejército que les había dado independencia y libertad a los departamentos del Sur; entre los cuales se enumeraba a Guaya­quil, que había sido invitada para hacer parte de Colombia. Que aquel Departamento se mantenía como república independiente,

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y el Perú pretendía que se le incorporase. Le hizo presente igual­mente que conforme a las instrucciones que había recibido del Gobierno Nacional, había organizado en el Departamento de Cuenca un gobierno político civil y un Tribunal de Justicia, y que le había presentado ese mismo día el acto de 28 de mayo que se celebró en esa ciudad de Quito, y que eso le parecía su­ficiente para que entrara en la unión colombiana el territorio de la antigua presidencia de Quito.

El Libertador se convenció de las razones de Sucre y que no debía hacerse otra cosa.

Al día siguiente, 16 de junio, dispuso el Libertador que marchasen en comisión a Guayaquil a preparar buques para conducir al Perú la división auxiliar que remitía a Colombia, y la que debía trasportar de regreso la división auxiliar del Perú, y fueron comisionados al efecto el Teniente Coronel Mosquera, Ayudante de Campo del Libertador, el Sargento Mayor Arenales, del Estado Mayor de la división peruana.

Dio las órdenes el Libertador que los cuerpos de Colombia que debían formar la división auxiliar de esta República mar­chasen por la vía de Guaranda a Guayaquil y la división perua­na por Alauxi y Máchala a la isla de Lapuna, a la desembocadura de los ríos de Guayaquil, en donde se hallaban algunos buques de guerra de la escuadra peruana, y para evitar que en la ciu­dad de Guayaquil se uniesen fuerzas de las dos repúblicas y evitar un conflicto entre ellas por la diversidad de opinione.s sobre la incorporación de ese Departamento a Colombia o su agregación al Perú.

El Teniente Coronel Mosquera, Edecán del Libertador, re­gresó de Guayaquil, después de haber cumplido su comisión a encontrar al Libertador en el tránsito de Quito a Guayaquil pa-7-a darle cuenta de que el General Lámar se había puesto en marcha desde Guayaquil, cerca del Libertador, para demorarle su viaje mientras llegaba el General San Martín a Guayaquil, y con su arribo se pronunciase este Departamento por su agre­gación al Perú. El expresado General Lámar, al saber en el pue­blo de San Miguel de Chimbo que el Libertador había llegado a Ríobamba, en marcha para Guayaquil con la división auxiliar que debia venir al Perú, suspendió su marcha en San Miguel de Chimbo para demorar si podia que siguiese el Libertador para Guayaquil. El Teniente Coronel Mosquera, que estaba informa­do de todo, siguió a dar cuenta al Libertador del plan que los miembros del Gobiemo de Guayaquil habían formado con el Ge­neral Lámar, para demorar la marcha del Libertador, mientras

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podía llegar a la ciudad de Guayaquil el Protector. El 3 de ju­lio encontró dicho Jefe al Libertador en vía para Guaranda y siguió con él hasta aquella población, en donde el Libertador aguardó los cuerpos que estaban en marcha para Guayaquil, y el 6 de juüo siguió con ellos hasta Babahoyo, dejando al Ge­neral Lámar en San Miguel, enfermo. El día 9 llegó el Liber­tador a Babahoyo, esperando allí los cuerpos de que hemos ha­blado; el 10 siguió con ellos hasta Buijo, en donde pernoctó, y el 11 se embarcó nuevamente en el río de Guayaquil y llegó a la ciudad a las 4 de la tarde.

Fue grande el entusiasmo con que se le recibió, desembar­cando en la parte superior de la ciudad, en donde lo aguardaban los miembros del Gobierno, acompañados del General Salazar, encargado de negocios del Perú, cerca del Gobierno de Guaya­quil, y el Coronel Rojas, agente confidencial cerca de la Junta de Gobierno de Guayaquil, del de Chile y de todos los empleados superiores de la República de Guayaquil. El entusiasmo con que se recibió al Libertador fue muy grande, pero se advertía que las hermosas damas de Guayaquil en los balcones de las calles por donde debía pasar el Libertador habían adornado sus vesti­dos con los colores de los pabellones de Colombia y el Perú, y algunas con el de la bandera propia de la República de Guaya­quil. El mayor número llevaba los tres colores de Colombia; algu­nas el bicolor rojo y blanco, y pocas los colores blanco y azul de la bandera guayaquileña.

La agitación que había en la ciudad fue grande; el 13 llegó a su colmo, y se enarboló en el asta de la bandera del muelle que queda enfrente de la Casa de Gobierno de Guayaquil, a donde había sido alojado el Libertador, la bandera colombiana. Por tres veces la mandó arriar el Libertador, excitando desde un balcón al pueblo para que tuviera calma y prudencia, y los entusiastas guayaquileños volvían a izar el pabellón colombiano hasta por cuarta vez. Estaban en la sala de la casa del Libertador el Ge­neral Salazar y el Coronel Rojas, representantes del Perú y Chi­le, presenciando el empeño del Libertador para calmar la agi­tación ; pero creciendo ésta de punto, dio una proclama ofreciendo £U protección al pueblo de Guayaquil .̂ En esa noche los miem­bros del Gobierno abandonaron la ciudad y fueron a asilarse en los buques de guerra de la escuadra peruana, que estaba anclada en el golfo de Guayaquil, enfrente de la isla de Lapuna.

1 Véase apéndice. Gaceta de Colombia N? 46.

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El Libertador se ocupó en organizar la administración pú­blica de la ciudad para que no estuviese acéfala y se conservase el orden público.

Eran distintas las manifestaciones que recibía el Libertador de las diferentes poblaciones del Departamento de Guayaquil en favor de su agregación a Colombia, y dio un decreto mandan­do nombrar diputados para formar una asamblea general que decidiese con toda libertad lo que más conviniera a los intereses del país.

El 24 de julio de 1822 se celebraba el natalicio del Gene­ral Bolívar, y por la noche entró a la ría de Guayaquil la go­leta Macedonia, en la que venía el Protector del Perú, General San Martín, e hizo desembarcar a sus Ayudantes de Campo, Coronel don Rufino Guido y Teniente Coronel Soyer, a cumpli­mentar al Libertador con orden de manifestarle: que si su pre­sencia podía causar alguna excitación en el país, podrían verse a bordo de dicho buque. El Libertador respondió como debía y mandó inmediatamente 4 de sus Ayudantes de Campo a saludar al Protector y ofrecerle un alojamiento.

Al día siguiente fue recibido con todos los honores que le correspondían y con demostraciones muy cordiales de parte del Libertador y del pueblo de Guayaquil. Después de la comida se retiraron Bolívar y San Martín a una sala de la casa que le ha­bía sido preparada, a tener una conferencia, y habiendo comen­zado ella, por el estado en que estaba Colombia, me llamó el Li­bertador para que fuera a su casa a traer unas cartas del General Santander, para enseñarle algo a San Martín. En seguida el Ge­neral San Martín habló y le manifestó su pensamiento de hacer del Perú una monarquía constitucional para adquirir de ese modo la independencia y dar a la América española gobiemos análogos a sus necesidades.

En seguida le presentó copia del Acta del Consejo de E.s­tado, que por su grande importancia copiamos en seguida, en el texto de estas Memorias, lo mismo que la comunicación ofi­cial que el Ministro Monteagudo dirigió al Presidente del Con­sejo de Estado. Estos documentos son los siguientes:

Estando reunidos en la sala de sesiones del Consejo de Estado, los consejeros Hustrísimo y Honorable señor D. Juan García del Río, minis­tro de Estado, fundador de la orden del sol, Hustrísimo y H. señor coro­nel don Bernardo Monteagudo, ministro de Estado en el departamento de guerra y marina y fundador de la orden del sol, Hustrísimo y H. señor Hipó­lito Unánue, ministro de Estado en el departamento de hacienda y fundador de la orden del sol, el señor D. D. Francisco Javier Moreno, presidente de la alta Cámara de Justicia, el Hustrísimo y H. Gran Marsical Conde

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del Valle de Oselle, Marqués de Montemira y fundador de la orden del sol, el señor D. D. Francisco Javier de Echague, gobernador del Arzobispado y asociado a la orden del sol, el honorable señor gene­ral de división Marqués de Torre Tagle, fundador de la orden del sol e inspector general de los cuerpos cívicos y comandante general de la legión peruana de la guardia, y los señores condes de la Vega del Ren y de Torre Velarde, asociados a la orden del sol, bajo la presidencia del Excmo. señor Protector del Perú, don José de San Martín, acordaron extender en el acta, que las bases de las negociaciones que entablen cerca de los altos poderes de Europa, los comisionados limo, y H. señor D. Juan García del Río, y el H. señor coronel don Diego Paroissien, fundador de la orden del sol y oficial de la Legión del Mérito de Chile, sean las siguientes:

1* Para conservar el orden interior del Perú, y a fin de que este Esta­do adquiera la respetabilidad interior de que es susceptible conviene el establecimiento de un gobierno vigoroso, el reconocimiento de la indepen­dencia y la alianza o protección de una de las potencias de las de primer orden de Europa, y es de consiguiente indispensable. La Gran Bretaña por su poder marítimo, su crédito y sus vastos recursos, como por la bon­dad de sus instituciones; y la Rusia por su importancia política y poderío, se presentan bajo un carácter más atractivo que todas las demás, están de consiguiente autorizados los comisionados para explorar como correspon­de y aceptar que el príncipe de Saxe-Cobourg o en su defecto uno de la dinastía reinante de la Gran Bretaña pase a coronarse Emperador del Perú. En este último caso darán la preferencia al duque de Saxe con la precisa condición que el nuevo jefe de esta monarquía abrace la religión Católica, debiendo aceptar y jurar al tiempo de su recibimiento la Cons­titución que le dieren los representantes de la nación, permitiéndosele venir acompañado, a lo sumo, de una guardia que no pase de 300 hom­bres. Si lo anterior no tuviese efecto podrá emplearse algunas de las ra­mas colaterales de Alemania, con tal éste estuviera sostenido por el Go­bierno Británico, o uno de los príncipes de la Casa de Austria, con las mis­mas condiciones y requisitos.

2* En caso que los comisionados encuentren obstáculos insuperables por parte del Gobierno Británico, se dirigirán al Emperador de la Rusia como el único poder que puede rivalizar con la Inglaterra.

Para entonces están autorizados los Enviados para aceptar un prín­cipe de aquella dinastía o algún otro a quien el Emperador asegure su protección.

3* En defecto de un príncipe de la Casa de Brounswick, Austria y Rusia, aceptarán los Enviados alguno de los de la Francia y Portugal, y en último recurso podrán admitir de la Casa de España, al Duque de Luca, en un todo sujeto a las condiciones expresadas y no podrá de ningún modo venir acompañado de la menor fuerza armada.

4* Quedan facultados los Enviados de conceder ciertas ventajas al Gobierno que más nos proteja y podrán proceder en grande, para asegu­rar al Perú una fuerte protección y para promover su felicidad.

Y para su constancia, la firman en la Sala de sesiones del Congreso, en Lima a 24 de diciembre de 1821 años, en la heroica y esforzada Ciu­dad de los Reyes.

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José de San Martín,—El Conde del Valle de Oselle,— El Conde de la Vega del Ren,—Francisco Javier Moreno,— Francisco Javier Echague,— El marqués de Torre Tagle,—Hipólito Unanue,— El Conde de la To­rre Velarde,— El Ministro interino del Gobierno,—Bernardo de Monte-agudo.

No obstante de lo iniciado a V. E. en mi anterior nota sobre los puntos que deben comprender las instrucciones que lleven los señores García del Río y Paroissien, encargados de levantar el empréstito en Lon­dres, S. E. el Protector me ha encargado diga a V. E. que el Excmo. Con­sejo no eche en olvido, como punto esencial, el autorizarlos para que soli­citen de una de las Casas reinantes un Príncipe de aptitud y prepoten­cia que rija los destinos del Perú, pues está altamente penetrado que el Gobierno más conducente a su felicidad es el monárquico constitucional, sistema que S. E. sostendrá en caso necesario con toda su fuerza física. Dios guarde a V. E. muchos años. —Lima, abril 12 de 1822. — Bernardo de Monteagudo".

Leídas que le fueron estas comunicaciones, el Libertador le obser­vó al General San Martín que algunos de los miembros del Consejo no «ran sino títulos de Castilla, y que había como miembro del Consejo un eclesiástico; que todo esto era conservar las instituciones coloniales y pretender llevar a efecto el proyecto de Floridablanca cuando propuso al Rey de España crear monarquías en América, erigiendo al Rey de Espa­ña, Emperador de todas las monarquías americanas, para conservar en una sola confederación las naciones de raza española, pues las Américas debían independizarse después de haber auxiliado a los Estados Unidos para su independencia de la Gran Bretaña.

¿Cómo cree usted que puedan negociar un soberano para el Perú de las familias anglosajonas y que un Príncipe, como el Duque de Luca, cam­bie de religión para ser Rey del Perú, cuando ha renunciado a sus dere­chos a la Corona de Inglaterra, para casarse con una señora que no era Princesa ?

En el mes de abril todavía el Ministro Monteagudo, de orden de us­ted, insistía en esa negociación, que usted me propone ahora.

El Perú ha celebrado el tratado de amistad y confederación con Co­lombia y se ha firmado ahora 20 días, con consentimiento de usted por el Ministro Monteagudo; y no hay unidad de pensamiento con lo que usted me propone ahora, con la de llevar a efecto la Confederación Americana que será representada por un Congreso de Plenipotenciarios de diferentes Repúblicas de la América española.

Yo no puedo sino continuar la línea de conducta que he observado en 12 años de absoluta consagración a la causa de la libertad. Jamás dobla­ré la cerviz en presencia de un Príncipe a quien había despreciado y en­señado a despreciar que el suelo virgen de América no permitía otro go­bierno que el republicano y comprometidos mi nombre y mi fama con las negociaciones que he emprendido, para arrancar el poder a la España, ja­más daría un paso semejante. En seguida le dije: Usted, General, se ha perdido con este viaje. La agregación que ha decretado usted de algunas provincias de Buenos Aires al Perú le han enajenado a los mejores Gene­rales. Según noticias que acabo de recibir del agente confidencial de Co­lombia, Teniente Coronel Gómez, el General Las Heras se ha separado

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del ejército por no traicionarlo; y los Generales Alvarado y Arenales no le secundan a usted en sus planes. Yo creo que al llegar usted al Perú ten­drá que sofocar una revolución, porque el Ministerio que usted tiene no se ha puesto al frente de la opinión, sino que quiere fundar un sistema que no es ni de la época, ni de las circunstancias. Los colombianos han apren­dido a despreciar a los Reyes, y yo no dejaré nunca de ser el primer ciu­dadano de mi patria, para ser el último en una fuerza de monarquía. Ani­móse tanto el Libertador durante unos minutos, que lo conoció y concluyó con un pensamiento poco más o menos como este: "Jamás debemos usted y yo. General, ser otra cosa que republicanos, y el día en que dejemos de serlo nos veremos solos y abandonados. Mancillaremos la fama de cien combates y pasará nuestro nombre sin esplendor a la posteridad". El Ge­neral San Martín le respondió: "El tono decisivo y la fuerza de voluntad con que usted me habla no me permiten hacerle algunas reflexiones; pero día llegará en que usted conozca que el modo de terminar la guerra es el que yo he creído más oportuno. La historia dará a usted o a mí la razón. Vamos, pues, a hablar de otras cosas. Las tropas que hay en el Perú sin las que usted manda, no son suficientes para destruir el Ejército español. ¿ Podrá usted darme mayor apoyo ? ¿ Podrá usted ir a tomar el mando militar en el Perú?" El Libertador le contestó: que estaba íntimamente persuadido de la necesidad de auxiliarlo con los esfuerzos que pudiera ha­cer Colombia; pero que por ahora debía limitarse a los de la división que preparaba, la cual pondría a las órdenes del General Juan Paz del Castillo que le era un Jefe conocido, pues había servido a sus órdenes desde Bue­nos Aires hasta Chile, que permanecería con todo el ejército en el sur de la República para emprender operaciones o combinaciones si el ejército realista tomaba de nuevo la ofensiva; pei-o que todo esto debía arreglarse por un tratado entre las dos Repúblicas; y sobre el último punto de ir a tomar el mando militar al Perú, le manifestó: que tendría mucho gusto de hacerlo si la República se lo permitía y podía ausentarse sin que para ello sufriera el orden interior, y agregó: que el abandono temporal que ha he­cho usted del Perú, puede serle muy costoso, por lo que he sabido y consi­dere usted, por lo que le pasa, cuan cauto debo ser para revoluciones de ta­maña importancia.

El General San Martín tomó la palabra y se expresó en estos o se­mejantes términos:

"Comprendo bien General, que no pudiendo estar de acuerdo con us­ted debo separarme del mando del Perú convocando al Congreso previa­mente para entregarle el mando y retirarme no solamente del Perú sino también de las Repúblicas de Chile y Provincias Unidas del Río de La Plata, cuya independencia he consolidado con mis últimas campañas. Me trasladaré a Europa para contemplar desde allá los acontecimientos favo­rables que aseguren la independencia del Nuevo Mundo".

La conversación versó en seguida sobre otras materias de poca importancia política, y el General San Martín trató de re­gresar inmediatamente a Lima para evitar un desconcierto en sus operaciones.

Al regresar San Martín al Perú encontró realizada la re­volución, que había provenido no precisamente de medidas que

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hubiese tomado Monteagudo, sino principalmente del disgusto que tenían los argentinos de la desmembración del territorio de Buenos Aires, para agregarlo al Perú. El pensamiento de San Martín era formar una monarquia del antiguo imperio de los Incas; y este proyecto era el que le hacía ambicionar la posesión del puerto de Guayaquil, en cuya adquisición trabajaban con empeño los Generales Salazar y Lámar; y se creyó por muchos, entonces, que San Martín había hecho esa marcha precipitada para apoderarse de Guayaquil con la escuadra de que disponía y la división del General Santa Cruz.

Después del regreso de San Martín, el 27 de julio, el Liber­tador se ocupó en consolidar el Departamento de Guayaquil, y reunido un colegio constituyente declaró solemnemente que el Departamento hacía parte de la República de Colombia, y con fecha 13 de agosto, el secretario general del Libertador comu­nicó este fausto acontecimiento al Vicepresidente encargado del Poder Ejecutivo.

Después que marchó la división auxiliar del Perú, a Lima, le siguió la colombiana, compuesta de 2 batallones de la guar­dia colombiana a órdenes del General Juan Paz del Castillo, co­mo se lo habia ofrecido el Libertador al General San Martín. El señor Mariano Paz Soldán, en su Historía del Perú indepen­diente, asegura que nadie presenció ninguna de las conversacio­nes de Bolívar y San Martín, porque nadie se consideraba bas­tante grande para acercárseles en los momentos que hablaban; y en seguida confiesa que San Martin propuso el establecimiento de una monarquía en el Perú y que Bolívar no aceptó porque él prefería la dictadura a una presidencia vitalicia, como lo pro­bó después; y en esta aseveración el señor Paz Soldán quiere hacer misteriosa la entrevista de Bolívar con San Martín, y es­tudioso como es el señor Paz Soldán, pudo leer el número 46 de la Crónica de Nueva York de 1851, en que hice yo la relación de aquella entrevista, como Secretario del Libertador que asistí a ella para tomar notas, lo mismo que el señor Soyer, Secretario privado de San Martín.

Se advierte igualmente una prevención del señor Paz Sol­dán, al ocuparse de Bolívar, haciendo alusión al proyecto de constitución que adoptó y publicó en Lima el Libertador para la República Bolivariana, de la que él no podía ser Presidente, y que por desgracia adoptó esta idea sugerida por don José Ma-

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ría Pando, Secretario de Estado en la República Peruana, y fue­ron, igualmente, colaboradores de este proyecto de constitución el General Tomás Heres y algunos otros peruanos y colombianos que estaban al lado de Bolívar en Lima.

Me toca, pues, rectificar algunos hechos, y lo hago ahora al ocuparme de estas Memorias.