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Universidad Nacional de Catamarca – Secretaria de Ciencia y Tecnología
Editorial Científica Universitaria ISBN: 978-987-661-139-8
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CAPÍTULO III
OJOS QUE NO VEN... SER POBRE EN CATAMARCA,
UNA PALABRA SILENCIADA
III.1 Introducción
Recapitulando lo que planteamos en las páginas introductorias de esta
tesis, el objetivo central que movilizó el proceso investigativo fue comprender
algunos de los sentidos vigentes en torno a la pobreza en Catamarca durante los
años 2006 y 2007.
Para dar respuesta a este objetivo, en las etapas por las que hemos
transitado en este tiempo fuimos centrando el análisis en distintos lugares de
semiosis social que a nuestro entender articulaban el discurso de la pobreza. En
el capítulo I, decidimos explorar el discurso de algunas Teorías sociales del
campo académico en torno a los pobres y los sentidos asociados a la pobreza
producidos en dicho campo pues estos sentidos, aunque de manera simplificada
y fragmentada, circulan por el tejido social, se reencuentran en las voces de los
medios y también en las voces de los propios sujetos que, de alguna manera, tal
como hemos hipotetizado, y analizaremos en este capítulo, responden a algunas
categorizaciones y principios provenientes de este campo.
En el segundo capítulo intentamos conocer los sentidos asociados a la
pobreza y los sujetos pobres que realiza la prensa escrita local tomando el caso
de uno de los diarios de mayor tirada local El Ancasti, oportunidad en la que se
establecieron algunos anclajes y conexiones entre éstos y algunas líneas
consideradas en los discursos académicos.
Un objetivo central de este capítulo es poner en escena las voces de los
sujetos silenciados que experimentan directamente la pobreza: los pobladores
de los barrios periféricos de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca,
explorando la construcción discursiva de la pobreza, tal como surge de sus
propios actores.
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III.2.De dónde se ve lo que se ve
Dice Pierre Bourdieu que la primera pregunta que debe formularse el
investigador frente al relato de los individuos es “desde dónde se ve lo que se
ve”; y ello porque estos discursos responden a condiciones históricas y a una
particular relación de fuerzas entre las posiciones que ocupan los agentes en una
sociedad (Bourdieu, 1996:130).
El análisis del discurso resulta una herramienta fundamental para
rastrear estas condiciones de producción y ver cómo intentan construir su
identidad los sujetos pobres, cómo ellos nombran, clasifican y definen el
problema referido, con qué otras materialidades discursivas se relacionan,
quiénes son los interlocutores a los cuales alude el discurso, etc.
Las preguntas que guían este capítulo están referidas a: ¿Cuánto difiere
la identidad que construye el diario El Ancasti, durante el año 2006 y 2007, de
las personas pobres de la manera en que éstas se perciben a sí mismas?, ¿Qué
sentido le atribuyen a sus acciones? ¿Con que otros discursos dialogan los
discursos de los pobres? ¿Cuáles son las condiciones sociohistóricas en las
que se construyen el discurso de los pobres?
Una de las cuestiones centrales de carácter metodológico que nos
planteamos en este capítulo es cómo recuperamos la palabra de los llamados
pobres, cómo hacemos emerger la voz de aquellos a los cuales no se les da la
palabra.
Los relatos de vida en el campo de las ciencias sociales marcan una vía
posible para dar respuesta a estos planteos, en el sentido que “cobran un valor
heurístico como acceso directo a la experiencia del „otro‟. Constituyen mucho
más que una mera cuestión de método, aportan un „plus‟ que se busca obtener
allí donde las cifras muestran un límite o plantean un interrogante” (Arfuch,
2002: 190). La idea de hacer visible la voz a los „sin voz‟ nos lleva a recuperar lo
biográfico, o al menos, algunos momentos de la biografía de los informantes,
aquellos que ellos mismos destacan como cruciales en relación a sus propias
experiencias con la pobreza. Se trata de encontrar las vías apropiadas para
acceder a la palabra del otro, inscribiéndonos, como analistas para formar parte
de esa revalorización de la subjetividad, la memoria, las identidades
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(individuales, grupales, colectivas), de esa búsqueda experiencial y
testimonial…” (Arfuch, 2002: 190).
Sin embargo, esta posibilidad de acceso al mundo simbólico de los
sujetos a través de su discurso supone también adoptar “una posición de „no
ingenuidad‟ respecto al lenguaje, señalada por Robin. Ello implica que el rol del
analista de algún modo debe reconocer el carácter ficcional de todo relato;
problematizar tanto la idea de transparencia del lenguaje como la de una
supuesta espontaneidad del decir por más testimonial que se pretenda” (Robin,
1996: 13-14).
Afirmamos con Bourdieu que “lo visible, lo inmediatamente dado,
esconde lo invisible que lo determina” (Bourdieu 1996:130). Sostenemos
también que descifrar, desnaturalizar los discursos forma parte de la compleja
tarea del analista que pretenda indagar los sentidos sociales y las condiciones de
producción.
Esto nos lleva entonces “por un camino metodológico que coloca en un
primer plano la cuestión de la voz: quién habla, en qué circuitos de interlocución
y cuál es el trabajo a realizar con la palabra del otro, lo que implica básicamente
respetar su palabra así como una decidida intención de hacerlo existir como
actor, como sujeto y no simplemente como objeto” (Robin, 1996: 87). Se trata, al
menos, de superar la eliminación positivista del sujeto al pretender que los
objetos sean explicados con independencia del observador: ese punto de partida
epistemológico que convierte al sujeto histórico en „un fantasma del universo
objetivo‟.
III.2.1.Volver extraño lo natural
El método etnográfico ha constituido la vía regia de nuestra investigación
para la entrada al campo. De allí que la perspectiva de los actores es una
construcción orientada teóricamente por el investigador quien busca dar cuenta
de la realidad empírica tal como es vivida y experimentada por esos actores,
aunque sepamos que esto no es más que un principio del método y que la
realidad tal como ha sido vivida y experimentada no puede captarse
directamente sino por intermediación de categorías linguísticas y teóricas, lo
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que necesariamente convierte a todo el relato en una construcción compartida,
del analista y del actor social. El discurso etnográfico es, no puede no serlo,
dialógico.
Cuando se estudia un ambiente relativamente extraño, el investigador
también es un novicio. Este proceso de extrañamiento es lo que los autores
suelen denominar <choque cultural> y constituye la moneda corriente en la
antropología social y cultural. Es únicamente a través de mirar, escuchar,
preguntar, formular supuestos y cometer errores que el investigador puede
adquirir conocimiento sobre la estructura social del lugar y comenzar a entender
la cultura de los pobladores (Hammersley y Atkinson, 1994:105-107).
La selección de las zonas en las que se realizaría el estudio exigió un
ingreso previo al campo, de modo de discriminar tanto el barrio cuanto los
sujetos apropiados para la consecución de los objetivos. Ingresos previos a los
diferentes barrios de la ciudad de Catamarca, investigaciones e informes
oficiales tales como censos y, fundamentalmente, numerosas conversaciones
espontáneas con los pobladores fueron las primeras operaciones que apoyaron
el proceso de selección. Como consecuencia de estas acciones, se seleccionaron
cuatro informantes que residen en los Barrios periféricos ubicados en la zona
Norte y Sur de la Ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca.
En esta decisión también adquirieron peso consideraciones más
operativas, pero necesarias, como la posibilidad de acceso y el permiso explícito
del informante para realizar el estudio que el investigador propone.
El proceso de acercamiento y delimitación del ámbito a investigar fue
paralelo a la decisión sobre las estrategias investigativas para comprender
nuestro objeto de estudio, es decir, diseñar las técnicas de recolección, análisis e
interpretación de la información.
Siguiendo a Guber (2004:122) consideramos apropiado la aplicación de
“muestras no probabilísticas” que se diseñaron a partir de diferentes
procedimientos. En principio, la autoselección de los informantes en las
llamadas “muestras de oportunidad”, que consisten en que un individuo se
ofrece a dar información. Lo que tiene de preponderancia en la definición de
este tipo de muestra es la ocasión, la eventualidad, la oportunidad del encuentro
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y el caerse bien (el rapport) entre el informante y el investigador. También se
conjugan otros aspectos tales como la situación del encuentro y la capacidad de
interpretar los objetivos del trabajo conjunto. Los marcos de la selección están
definidos por criterios sumamente flexibles y se van delineando conforme
avanza la investigación, la comunicatividad con los informantes, la claridad y la
amplitud de la mirada del investigador. Dado que el informante es
imprescindible, como también lo es en su decisión de serlo para que la
investigación pueda llevarse a cabo, la “muestra de oportunidad” surge en un
contexto co-producido en cuyo seno se define “lo relevante” o lo “significativo”
para la población en cuestión (Guber, 2004: 122).
Mediante este procedimiento pudimos, a partir del interés específico de
la investigación, ir definiendo las categorías relevantes para el mundo social de
los actores, a medida que se llevaba a cabo el trabajo de campo y el
conocimiento de los grupos sociales, conforme a los sentidos sociales de los
informantes, que el investigador buscar reconocer, identificar, construir.
Para el ingreso al campo resultó relevante saber quién tenía el poder de
facilitar el acceso, y su reconocimiento fue nuestra principal tarea. Los
profesionales del área social del Ministerio de la Provincia de Catamarca y la
Gerencia de Empleo, se constituyeron en los “porteros” (Hammersley y
Atkinson, 1994:78) y en el punto de acercamiento a los informantes. Esta fue la
estrategia más efectiva para iniciar los primeros contactos y negociaciones.
Este modo de acceso también explica por qué todos nuestros informantes
fueron mujeres, dado que son éstas las que más frecuentemente sostienen las
redes asistenciales a través de comedores, roperos comunitarios, merenderos,
etc. y son ellas también las que se encuentran en permanente contacto con las
redes asistenciales del Estado en busca de recursos para su reproducción
cotidiana. Este recorte según el género respondió también a ciertos supuestos
generales, como al hecho de que son las mujeres las que están más expuestas a
situaciones de vulnerabilidad social. Nos referimos a la feminización de la
pobreza que alude carácter crecientemente femenino de la pobreza durante los
años noventa e incluso en esta década, lo que implica la situación de las mujeres
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por la precariedad de ingresos y en algunos casos, se refiere al aumento de los
hogares con jefatura femenina.
Entrar al campo implicó poner en práctica una serie de saberes. Como
investigadores nos enfrentamos al problema de negociar la proximidad y la
distancia en relación con las personas estudiadas. Los problemas de revelación,
la transparencia y la negociación de las expectativas mutuas, los propósitos y el
interés fueron relevantes también, de modo que se les explicó a los informantes,
en términos muy generales, cuáles eran los propósitos que seguíamos con sus
conversaciones. En estos términos, la conversación tomó el camino que el
intercambio fue produciendo.
Apoyados en algunos supuestos teóricos nos preguntábamos qué
quedaban de estas categorías que marcaron el discurso social de la pobreza con
el Estado bienestarista. Nos preguntábamos: ¿cómo se construiría este universo
del mundo de la pobreza para aquellos agentes que fueron los más
desfavorecidos en el proceso de posdevaluación generado en la Argentina y en
particular en Catamarca?, ¿qué quedaba en la memoria de aquellas épocas?
¿Cómo volver extraño este discurso naturalizado de la pobreza?
Entendiendo que la arqueología (Foucault, 2002) de la construcción de la
pobreza como problema es la historia del „otro‟, aquel que es a la vez interior y
extraño a una cultura. Por ello debe excluirse, conjurarse, distinguirse, debe ser
nombrado y clasificado. Forma parte de la historia del orden de las cosas, de su
naturalización (Álvarez Leguizamón, 2005).
De allí que fue necesario problematizar lo dado, como diría Bourdieu
(1984), volver exótico lo banal, intentando reducir al máximo el riesgo de
limitar la noción de pobreza a algunos indicadores cuantitativos que circularon
con peso en el discurso minimista de la pobreza durante todos estos años. No
nos cabe duda que todos estos indicadores, como datos objetivos son
importantes pero aún no bastan para descifrar la complejidad de lo social.
Advertidos por las reflexiones de Serge Paugman (1996) en sus agudas
observaciones sobre el mundo de la pobreza que „cada sociedad define quiénes
son los pobres‟, resultó difícil la selección de los informantes pues debíamos
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partir de una definición externa. Intentamos, de esta manera, el armado de
algunas piezas y desarmamos otras, e intentamos escuchar las voces originales
antes de tomar la decisión. En este proceso, tuvimos de separarnos de los
sentidos hegemónicos que se filtran en diferentes campos pero que hemos
reconocido especialmente en El Ancasti, y en particular, separarnos de la idea
de que la pobreza puede ser caracterizada mediante un conjunto de metáforas
espaciales que cristalizan lo social, tales como adentro y afuera, margen (o
periferia) y centro, etc. Buscamos, entonces, detrás (o delante) de todo esto a la
gente que tenía algo para decirnos.
La incertidumbre, la imprevisibilidad, la complejidad abrían más
interrogantes. ¿Nos encontraríamos con agentes excluidos, marginados,
indigentes, expulsados, desafiliados? Solo sabíamos que ese no era el fondo de
la cuestión y que hacía falta recuperar qué era la pobreza para los pobres –o, al
menos, para algunos pobres, aquellos con los que estableciéramos nuestro
contacto- y descubrir qué otros relatos construyen esta voz y qué relaciones de
dialogismo establece especialmente con el discurso de la prensa, cómo retoma
sus enunciados, polemiza con ellos, los toma como punto de divergencia o de
referencia.
Todos estos interrogantes que circularon durante el proceso investigativo
componían la reflexividad propia que porta todo investigador de campo, pero
también sabíamos, como ya nos enseñó Bourdieu y otros autores que lo retoman
en sus abordajes etnográficos, que debíamos mantener estos supuestos en
„vigilancia‟ (Guber, 2001).
Unos de los principales requerimientos del método etnográfico “es que el
investigador debe suspender momentáneamente el sentido común y
conocimiento teórico para así minimizar el peligro de confiar demasiado en
presuposiciones engañosas sobre el lugar y la gente que lo habita” (Hammersley
y Atkinson, 1994:105), requerimiento absolutamente posible de cumplir pero
que es bueno recordar como un horizonte al que se podría aspirar.
¿Qué más apropiado que el relato de una vida para profundizar en los
sentidos que han estructurado la vida y la acción de los protagonistas? La
entrevista como género discursivo nos lleva a focalizar la situación
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comunicativa, los interlocutores, y retomar los sentidos de esa interacción, los
sistemas de valoración del mundo que los interlocutores ponen en juego
(Arfuch, 1995) y las mutuas referencias identitarias. Así, las entrevistas a
informantes claves nos han permitido el registro de aquellos aspectos de la vida
cotidiana de los pobres que son frecuentemente olvidados por la investigación
académica y también han permitido reconocer las distancias enunciativas entre
entrevistador y entrevistado y sus mutuas percepciones del otro y de la
situación. El escenario comunicativo particular en el que estábamos
involucrados ha abierto horizontes de sentido pero también obturó otros. La
filiación de los sujetos entrevistados con el discurso y el mundo de la academia
siempre tiene un matiz de temor y distancia que es muy difícil de anular. Los
entrevistados, como no podría ser de otra manera, en la interacción,
acomodaron sus temas de discurso y sus valoraciones del mundo social al
entrevistador, y dijeron aquello que imaginaron que el entrevistador quería
escuchar. Sólo el tiempo de la interacción y las modalidades que fue
imprimiendo el intercambio pudieron generar sentidos particulares.
Trabajamos con un guión temático flexible, provisorio, para descubrir
indicios del universo simbólico de la pobreza que la población expresa mediante
la asociación libre, lo que permitió la emergencia de temas y conceptos desde la
perspectiva del informante mediante verbalizaciones prolongadas. Al diseñar las
entrevistas decidimos hacer preguntas generales e indirectas. “Las preguntas
indirectas se diseñan como gatillos que estimulan al entrevistado a hablar sobre
un tema particular” (Hammersley y Atkinson, 1994:128).
Teniendo en cuenta lo que plantea Bourdieu en torno a la inevitable
relación asimétrica que se plantea entre el investigador y entrevistado, nos
esforzamos por poner en práctica todas las medidas posibles para reducir al
mínimo la violencia simbólica que se puede ejercer a través de ella. Para captar
este material, la idea directriz fue establecer una escucha activa y metódica
(Bourdieu, 1993), “sin privilegiar de antemano ningún punto del discurso”
(Guber, 2001: 83).
En la entrada a campo, también adquirieron peso consideraciones más
operativas, pero necesarias, como la posibilidad de acceso y permiso explícito
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del informante para realizar el estudio que el investigador propone. Para la
muestra intencional nos basamos en un criterio de „significatividad‟ (Guber,
2001) seleccionamos cuatro informantes que residen en barrios periféricos
ubicados en la zona Norte y Sur de la ciudad de San Fernando del Valle de
Catamarca.
A fin de presentar más detalles de la significatividad de la muestra
abarcada en esta investigación a continuación presentamos una descripción que
da cuenta de las características de los barrios, el perfil de los informantes y los
casos seleccionados para el estudio.
A) Los “barrios”
Los barrios a los que pertenecen los informantes son en su mayoría
espacios de alta concentración de pobreza urbana, en el sentido que en estos
enclaves barriales prevalecen las mayores demandas en cuanto a servicios
primarios, infraestructura y necesidades básicas. Así los casos de la muestra
abarcaron el Asentamiento Santa Lucía, el Asentamiento Virgen Niña y el Barrio
500 Viviendas Parque Norte, que empezó con un asentamiento y ahora es
barrio.
El asentamiento Santa Lucía sur está ubicado a orillas del Río del Valle
y del puente que lleva a Sumalao (Departamento de la Capital de Catamarca). Se
trata de una zona que, entre otros rasgos negativos, es inundable en tiempos de
lluvia. Las calles son angostas sin asfalto, y su trazado fue realizado por los
pobladores de manera espontánea y de acuerdo a la ubicación de las viviendas.
Las viviendas están construidas por su propio esfuerzo, de manera
precaria de material de block en su mayoría sin revoque, de techos de cartón,
loza, nylon; este asentamiento no cuenta con los servicios básicos de luz
eléctrica, agua potable y cloacas. Estos servicios son obtenidos de manera
clandestina.
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Durante los años 2006 y 2007 la mayoría de las familias subsistían de
planes provinciales, Jefes de Hogar17, Capacitación Laboral18 y de la ración
alimentaria diaria que retiraban del comedor de la zona.
El asentamiento Virgen Niña se encuentra ubicado en la zona sur-este
de esta Capital y limita con otro asentamiento cercano denominado Villa
Eumelia. Las características habitacionales y de servicios son similares a las ya
descriptas en el Asentamiento Santa Lucía.
Esta zona está particularmente estigmatizada y se la considera un lugar
peligroso hasta el punto que los mismos pobladores reconocen que es un barrio
difícil para ser transitado durante la noche y que no circulan ambulancias,
policías ni remiseros.
Parque Norte empezó como asentamiento, ahora es barrio. La
característica de este barrio es que está cerca del Arroyo Fariñango, las calles
son de tierra, hay postas CEPAVE (Centro de Participación Vecinal) que está
colindando con el Barrio San José Obrero, con el que comparten escuela, postas,
iglesias. Tiene servicios de alumbrado público, luz, agua pero no gas o cloacas.
La mayoría de los habitantes de estos barrios son beneficiarios de los distintos
Planes estatales provinciales y nacionales antes mencionados.
B) Los “informantes”
17 Se denomina „jefes de hogar‟ a las personas que son beneficiarias del Plan Nacional Jefes y Jefas de Hogar que reciben un subsidio del Estado. Este Plan es creado en nuestro país como respuesta a la crisis sin precedentes en la Argentina, a principios del año 2002 por medio de decreto Nº 565 del Poder Ejecutivo Nacional, durante el mandato del presidente Eduardo Duhalde. Este programa consideró la emergencia social y económica, la extensión de la pobreza y la profundización del carácter regresivo de la distribución del ingreso. Su objetivo principal es brindar un beneficio económico a los jefes y jefas de hogar desempleados con hijos menores de 18 años con el fin de propender a la protección de los hogares (Perona, Rocchi, Mariani, 2007). En el año 2006 con el gobierno de Néstor Kirchner el Plan sufre algunas transformaciones y se promueven traspasos de beneficiarios hacia otro programa creado en este gobierno, el Programa Familias o el Seguro de Capacitación y Empleo (SCyE). Aunque se advierte que en el 2010 con el gobierno de Cristina Kirchner la situación actual de este Plan ya tiene otros ribetes que son fuertemente diferentes, cambia la denominación se llama Asignación Universal por hijo y también los sentidos de la forma en que se implementa el subsidio. 18 En el 2010 por los cambios de Planes implementados por el Gobierno Nacional la mayoría de los pobladores que son beneficiarios de estos programas realizan el traspaso al Programa Asignación Familiar y Universal por hijos.
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En cuanto al perfil de los informantes, todos pertenecen a un nivel de
pobreza que, según la escala que ellos mismos construyen en sus relatos, se
ubica en la pobreza „intermedia‟, que no es precisamente la pobreza extrema.
Todos los informantes han sido siempre residentes de esta periferia pobre,
reciben algunos subsidios del Estado, todos son beneficiarios del Plan Jefes y
Jefas de Hogar, y todos trabajan fuera del sistema formal de trabajo. En los
distintos puntos de sus trayectorias de vida los trabajos que realizan, son
temporarios vinculados al servicio doméstico y diferentes tareas de carácter
informal.
Los informantes que provienen del interior de la provincia tienen
trayectorias de vida marcadas por la alta movilidad espacial. Algunos de ellos
migraron a la Ciudad en busca de nuevos horizontes laborales y se ubicaron en
estas zonas periféricas. En sus biografías la movilidad también se dio de centros
muy urbanizados (Buenos Aires) a departamentos (Santa María) de esta
provincia buscando de algún modo producir proximidades con sus redes
familiares de origen.
Asimismo dejamos claro que no hemos estudiados situaciones promedio,
ni tampoco situaciones que correspondan a la mayor parte de los casos. Más
bien nos interesó recuperar la polifonía de sentidos. Por eso, para la producción
del trabajo de campo, privilegiamos las estrategias cualitativas que buscan la
palabra del habitante, particularmente las narrativas de vida, las distintas voces
que construyen y reconstruyen este universo social de la pobreza día a día.
B) Los “casos”: los pobres de la media pobreza que quieren
salir…
Maruca19 (26 años) vive en el Asentamiento Santa Lucía. La familia de
Maruca proviene de Santa María (un Departamento de la provincia de
Catamarca). Tiene dos hijos que viven con ella, también su marido y dos
hermanos. La trayectoria escolar de Maruca se interrumpió por impedimentos
económicos de su familia origen, por esta razón tiene estudios secundarios
19 Los nombres de los informantes han sido modificados a fin de preservar la identidad y resguardar la privacidad de sus biografías personales.
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incompletos. Se capacita en peluquería, también se dedica a la artesanía ya que
como anhelo futuro desea poner un taller de artesanías. Su marido es albañil y
uno de sus hermanos corta blocks para la venta. También son beneficiarios de
los vales Pro-Familia20, del Jefe de Hogar y reciben ayudas de otros programas
del Estado. Sus hijos y sobrinos asisten al comedor de la Chacarita.
El testimonio de esta informante fue adquiriendo protagonismo en
nuestra investigación y nos permitió abordar la pobreza desde la mirada de la
gente que viene del interior a esta ciudad. La expresión los „collitas‟ en este
relato abre un espacio polifónico singular en la biografía de pobreza local. Sus
palabras dan lugar a un despliegue de voces, a veces en disputa con el mundo
simbólico de los pobres, que marca desventajas, conflictos, modos de decir en
los que la variable social se superpone a la étnica, ambas igualmente
degradadas. Resulta difícil describir esta experiencia de identidades negativas
asignadas superpuestas.
Amalia (38 años) también vive en el Barrio Santa Lucía, con sus siete
hijos y su concubino (albañil). Su trayectoria escolar se interrumpió a muy
temprana edad, tiene estudios primarios incompletos (3º grado), todos los
niños asisten a la Escuela 9 de julio 162 de esta ciudad, obteniendo según lo
relatado excelentes promedios. Por problemas de salud asisten a la posta del
Barrio Malvinas Argentinas.
La unidad doméstica familiar utiliza un mecanismo de subsistencia
logrado por diferentes vías: recolectan la comida del basural ubicado a orillas
del Río del Valle, de las „changas‟ del marido en la construcción, de los subsidios
que recibe por ser beneficiaria del Jefes de Hogar, de los trabajos de Amalia de
carácter informal y los que realiza en un comedor en el Barrio la Chacarita, el
más cercano a su domicilio. En un futuro próximo esperaba recibir la pensión
de los siete hijos.
Este relato de lucha a full simbolizaba el presente de muchas mujeres
anónimas pobres, con sus angustias económicas, su dolor por la violencia
familiar vivida, sus ganas de pelearle a la vida, „a cara de perro‟ a pesar de todas
las adversidades que se le presentan.
20 Los vales Pro-Familia los entrega el gobierno provincial en el marco de un Programa Alimentario Nacional.
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Pocha (26 años) vive hace 13 años en el asentamiento Virgen Niña con
sus 4 hijos y esposo. La trayectoria escolar de esta informante es muy particular
en tanto logró terminar los estudios secundarios e inició estudios a nivel
superior. Su esposo realizó trabajos de remisero, luego fue contratado por una
empresa de electricidad de La Alumbrera. Uno de los hijos de esta pareja tiene
una deficiencia psicomotriz, por lo que se traslada en una silla de ruedas, ésta
recibe una pensión y una cobertura de salud llamada PROFE, realiza diversas
actividades propias de su rehabilitación, básquet, atletismo y natación.
Pocha también tiene un lugar privilegiado en esta investigación en tanto
que nos permite mostrar todos los matices de su biografía contada por ella: lo
que implica ser jefe de hogar (estigmas), la pobreza pero también el rebusque, la
cultura del trabajo heredada de su historia familiar (sus padres se dedicaban a la
venta de helados). En su trayectoria laboral esta familia siempre incorporó a
su vida diaria el trabajo, son emprendedores, hacen tortas y las venden en ferias
o en alguna exposición, se las „rebuscan‟, según expresiones textuales de la
informante.
Priscila (32 años) vive en el Barrio 500 Viviendas, Parque Norte con sus
9 hijos (7 son propios y 2 por parte del cónyuge, una de 18 años embarazada) y
su esposo que es discapacitado y pensionado (en el año 2007 recibía una
pensión de $ 419 al mes) y a veces hacía changas en la construcción. La
trayectoria escolar de esta informante es discontinua en tanto que tiene estudios
secundarios que no pudo completar por un embarazo a temprana edad.
Su familia de origen es numerosa y muy pobre, la madre de ella ha tenido
12 hijos. La vida cotidiana de Priscila está estructurada en circular por las
diferencias agencias sociales y de beneficencia para captar todos los beneficios
posibles para hacer frente a su pobreza histórica. Se dedica a pedir colchones,
camas, cubrecamas en el Ministerio. Recibió la pensión de los 7 hijos ($ 580) y
los beneficios de los planes nacionales.
Su relato detalla la carga significativa con que se define a los pobres. En
su narración se hace presente la lógica del piquete, el individualismo y la
apariencia colectiva de esta práctica reivindicativa, la „moda‟ del piquete en
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épocas electorales y el ingreso casual a un piquete por parte de una mujer que
sólo busca que solo busca mejorar su condición y la de sus hijos.
Los detalles descriptos de los informantes constituyen sólo la síntesis de
un trabajo de campo intensivo, que completaremos en el proceso de análisis.
La entrada a campo no fue difícil, de hecho, la interacción con los
informantes se desenvuelve en gran medida con los recursos que cada quien
tiene y pone en juego, y con las disposiciones de quienes nos reciben. Pero el
hecho de que otros interpreten o definan las situaciones es justamente lo que
permite comprender los sentidos y los procesos sociales locales tan importantes
para el trabajo etnográfico.
Hacer hablar voces diversas sin forzamiento, atento a lo que ellas traen
del retorno de lo vivido, de lo cotidiano, respetar la palabra del otro, sus
silencios, sus pausas, constituyó la línea directriz del trabajo de campo y la
relación construida con nuestros informantes.
Nuestro mensaje inicial fue muy simple, en los primeros contactos con la
gente les explicamos que estábamos haciendo un trabajo sobre la pobreza en
Catamarca y queríamos conocer su opinión. Seguíamos así el hilo del discurso
con preguntas cualitativas para focalizarnos en los discursos de nuestros
informantes. Lo principal, fue estar atentos y seguir al informante, idear una
estrategia para que el informante empiece a hablar, respetamos los silencios, las
pausas. En ese proceso dialógico, donde la lógica era observar, más que
preguntar, se abría un espacio discursivo para encontrar indicios de cómo se
ensamblaban las construcciones de lo que es ser pobre en Catamarca.
El camino de análisis de los relatos no fue sencillo. El primer paso fue,
pues, una lectura cuidadosa de la información recogida hasta el punto de
alcanzar una estrecha familiaridad con ella, identificando cuestiones
significativas. Entre otras cosas, encontramos algo que nos pareció extraño al
principio y era el hecho que estos informantes establecían una serie de
tipificaciones en común en su universo simbólico de la pobreza. Todos en algún
momento de sus narrativas marcan una serie de graduaciones en torno al
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mundo de la pobreza. La identificación de categorías emergentes del discurso
de la gente fue central en nuestro proceso de análisis.
En la decisión de ¿cómo cortar?, ¿qué dejar?, ¿qué sacar? se fueron
muchas horas. Sabíamos también que toda la transcripción del material
desgrabado de las entrevistas no podía ser presentada en esta tesis. El criterio
en este caso, se basó en mostrar todos los matices de los relatos contados por
nuestros informantes, a los fines de hacer visible aquello en lo que focalizan sus
discursos, lo que silencian, callan, recortan, en relación a otros discursos que
circulan en el espacio social y en particular, en los medios escritos.
Como resultado de ello, la lista de categorías a partir de las cuales
organizamos la información sufrió mutaciones durante el curso de la
investigación. En particular a medida que íbamos profundizando la teoría, se
producían modificaciones hacia categorías más analíticas. En la sección que
sigue intentaremos desarrollar más en profundidad este punto.
III.3.La identidad
El análisis del discurso de los pobres permite comprender también este
trabajo incesante de configuración de identidades emergentes en contextos de
postdevaluación donde se conjugan procesos de endoidentificación y
exoidentificación (Bixio, 1999). Coincidimos con Larraín en el sentido de
considerar que las identidades son construidas históricamente y no están ya
dadas como una esencia fija de una vez para siempre. Esto implica un proceso
permanente, que nunca se detiene y que está abierto a nuevas contribuciones
(Larraín, 2010).
Bajtin señala que el hombre se inicia como un ser social y construye su
individualidad a partir de las acciones y del discurso de un “otro”, de esta forma,
“La conciencia del hombre despierta envuelta de la conciencia ajena” (Batjin,
1982:360). La identidad se configura en un proceso de comunicación
interdiscursiva. Así pues, para Bajtin, el ser presenta un carácter
intrínsecamente dialógico, “el ser es ser para otro y a través del otro para mí”
(Batjin, 2000:161-163).
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Aquella mismidad que desafía la concepción no esencialista abierta a la
otredad da lugar a pensar la identidad en términos de lo que plantean las
concepciones no deterministas. En esta línea podemos ubicar a Arfuch (2011)
quien también se refiere a la identidad como construcción, como proceso y no
como esencia o conjunto de atributos dados de una vez para siempre. De este
modo la idea de construcción supone pensar la identidad no como sujeción o
determinismo sino como devenir, cambio y temporalidad. Podemos pensar a la
identidad como oscilación, como una pugna entre el querer y el poder ser.
La otra cuestión es pensar a la identidad como narración. Dice Arfuch
(2011) que parecería que nuestra vida transcurre y que la narración nos permite
situar en un cierto orden de discurso de esa vida. Existen concepciones para las
cuales la identidad es una identidad narrativa, se compone de relatos, el relato
de sí mismo, de cómo nos presentamos ante los demás, de diálogos, de
interacciones, interlocutores, de aquello que los otros conocen de nosotros, de la
vida que compartimos con los demás, desde el deseo, de cómo formamos parte
de un lenguaje, de una tradición, de una familia. La memoria también tiene un
plural, como la construcción de identidades, porque en realidad hay distintas
memorias en conflicto, en juego (Arfuch, 2011).
La identificación constituye para Bauman un poderoso factor de
estratificación que se compone de dos grupos diferenciados por el autor:
“En un extremo de la jerarquía global emergente están los que pueden
componer y descomponer sus identidades más o menos a voluntad. El
otro extremo está abarrotado por aquellos a los que se les ha vedado el
acceso a la elección de la identidad, a los que la gente no les da ni voz ni
voto para decidir sus preferencias” (Bauman, 2005: 86).
Para Castel este último grupo serían los desafiliados, “su posición no
necesariamente equivale a la ausencia de vínculos, sino también a la ausencia de
inscripción del sujeto en estructuras dadoras de sentido” (Castel, 1999: 421).
Podemos decir que una de las características de la construcción de
imágenes del sí mismo en los informantes es que siempre persiste la
demarcación de un „otro‟ diferente.
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La identidad como pulsión, como necesidad de afirmación de una
diferencia, es siempre la expresión de una lucha, donde el sentido de los límites
genera conceptos que a su vez producen grupos (nosotros y ellos) (Bourdieu,
1999).
En este sentido, Larraín plantea los procesos que se dan en la formación
de toda identidad, en la que siempre se disparan mecanismos de diferenciación:
“…en la formación de toda identidad se da un proceso social que supone
la definición de la identidad propia y siempre implica una distinción con
los valores, características y modos de vida de otros que están más allá de
las fronteras. La utilización de mecanismos de diferenciación con ese
“otro” juega un papel fundamental: algunos grupos, valores, modos de
vida e ideas se presentan como fuera de la comunidad. Así surge la idea
del “nosotros” en cuanto distintos a “ellos” o a los „otros‟”.
Este mecanismo de diferenciación es normal, pero algunas veces sufre un
proceso de inflación y se transforma en abierta oposición a los otros. Para
definir lo que se considera propio a veces se exageran las diferencias con
los que están fuera” (Larraín, 2010:1).
El estigma, es una categoría incorporada en esta tesis que consideramos
de suma importancia dado que nos permitirá analizar el proceso que se da en un
discurso de relaciones, donde un atributo que desvaloriza a un actor tiende a
reafirmar una positividad, normalidad de otro que estigmatiza.
Crovara quien retoma a Goffman “señala que la sociedad establece los
medios para categorizar a las personas”, y que lo hace mediante la
estigmatización, proceso que refiere a la posesión de una característica
profundamente desacreditadora (Crovara, 2004:42).
A partir del análisis discursivo del corpus de entrevistas podemos dar
cuenta de la aparición de clases de lo que implica ser pobre. Surge una polifonía
discursiva en la que es posible tipificar tres clases de identidades de pobres en el
mundo simbólico de la pobreza:
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1) Ser pobre es no tener nada (desposesión absoluta)
2) Ser pobre es querer serlo (por la dádiva, robo)
3) Ser pobre y tratar de salir adelante (lucha, rebusque)
Si bien nuestros informantes en sus narrativas se reconocen en la
categoría de pobres, establecen jerarquías hacia el interior del colectivo de los
pobres. Se podría decir que se ubican en el tercer grupo: se consideran “pobres y
tratan de salir adelante”. Son honrados, se ubican en la media pobreza, tienen
„algo‟. Esta categoría intermedia que no tiene un grado de pobreza extrema
(como los pobres que no tienen nada) y a su vez se diferencian y marcan
claramente estrategias de distinción de los que son tan pobres como ellos (los
pobres porque quieren) definidos por un conjunto de actividades delictivas,
asistenciales-clientelares.
Esta clase de pobres se construye desde el discurso de manera relacional,
siempre en relación a “otro” pobre. De allí que para definirse establecen
jerarquías, oposiciones entre una y otra categoría a partir de cuestiones
materiales y simbólicas. Tal como ellos se construyen a sí mismo, el yo se define
como que no es pobre de toda pobreza ni tampoco deshonesto.
Los límites que se establecen entre la primera clase (“ser pobre es no
tener nada”) y la tercera (“ser pobre y tratar de salir adelante”), son difusos y
ocasionales. Hay un movimiento continuo entre estos dos. Pero entre la segunda
clase (“ser pobre es querer serlo”) y la tercera antes enunciada los límites son
claros y de permanente contraste. Así pueden oscilar entre la primera y tercera
clase pero nunca los informantes reconocen que pasan o han pasado a la
segunda clase de pobres.
Aclarado ya el lugar en el que se ubican los enunciadores en el marco de
estas tres construcciones discursivas de la pobreza, en el desarrollo que sigue
abarcaremos un tratamiento más intensivo de las mismas.
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III.4.Identidades emergentes: un diálogo entre el sí mismo y
los otros
III.4.1. ‘Somos pobres pero no como los que no tienen nada’
La primera clase que reconocen los informantes es: „pobres son los no
tienen nada‟. Se comparan entre sí e identifican a los „otros‟ pobres como
aquellos que sufren una acumulación de diversos tipos de privación, son los que
se encuentran en una posición de mayor desventaja en circuitos de desposesión
material y cultural como los “que no tienen nada”, “esos que duermen en los
basurales”, “esos que vienen de afuera”, “que no van a la escuela”. A
continuación presentamos una serie de fragmentos donde se puede ver esta
primera distinción. Este „otro‟ incluido en la narración se refiere en este caso a
los pobres de toda pobreza cuyas posiciones se encuentran en una pobreza
absoluta.
“Mirá nosotros somos pobres, no como los que no tienen nada pero somos pobres y siempre fuimos pobres… digamos un plato de comida nunca nos ha faltado” (Priscila). “Para mí esos (los pobres son los) que duermen a la par de los basurales, esos que vienen de afuera, gente que sale a buscar de otro lado, se hacen un rancho, no lo consiguen, algunas veces tienen un plato de comida, otras veces no, lo ignoran, capaz que comen lo que hay…” (Amalia). ¿Cómo identifican al pobre? „adobe‟ (nos dice Maruca), se hacen un „rancho‟ (afirma Priscila cuando hace referencia a los pobres de toda pobreza). “… para mí los pobres son esa gente que tiene que salir a buscar qué comer en la basura para darle a su hijos o para comer ellos, que no van a la escuela ni mandan a los hijos…, por ejemplo yo sé que soy pobre y siempre lo fui pero trato de buscar por todos los medios la comida para todos (…) prefiero pedir…” (Priscila).
En los fragmentos citados se puede ver que los distintos informantes se
asumen como pobres al mismo tiempo que marcan diferencias respecto a los
„otros‟ pobres. Por otra parte, la pobreza aparece como una suerte de situación
permanente, esencial, que forma parte de la identidad de los sujetos (soy y fui,
siempre, pobre).
Se hace una gradación entre los que buscan en la basura, que están más
abajo, y los que piden y ellos se ubican en un punto más alto.
En esta discursividad de diferenciación se hace presente el sentido del
„nosotros‟: inclusivo/exclusivo que delimita un grupo y que no absorbe más que
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al núcleo familiar. Los otros son “ellos”, “esa gente”, un colectivo indefinido
cuyos integrantes no se especifican en términos específicos.
Estos otros son, en estos discursos, una alteridad extrema, expresada por
su ubicación geográfica (“los de afuera”) que metaforiza el afuera social y que
confirma el límite construido, posiblemente, para el entrevistador, entre los
verdaderos pobres y el nosotros. Este límite remite al discurso de la prensa que
establece una conexión directa de homologación entre migración interna y
pobreza. Esos son los pobres de toda pobreza.
Las trayectorias individuales también marcaban la clave para interpretar
estos discursos. Las tres entrevistadas fueron construyendo una serie de
estrategias a lo largo de sus cursos de vida que mejoran sus condiciones
objetivas y las posicionan en otro lugar dentro de ese gradiente de la pobreza.
Por ejemplo reciben subsidios del Estado lo que les permite luchar frente a ese
estado privación absoluta de pobreza.
La construcción en el discurso de „los pobres que no tienen nada‟ se hace
en relación a tres indicadores visibles en la discursividad que marcan la pobreza
de toda pobreza y ellos son: vivienda, alimentación y educación.
„Adobe y rancho‟ constituye el indicador de vivienda que representa a la
pobreza absoluta. Estas expresiones aparecen como elementos materiales
valorizados negativa o peyorativamente que estigmatizan, marcan a los sujetos
que los poseen. La diferenciación se expresa en las materialidades discursivas
donde se refuerza una oposición entre el yo enunciador (mí) y los otros „esos‟
„los que…‟ manifiestan las privaciones en orden a estos indicadores.
Los indicadores de alimentación y la educación también se ponen en
juego en el relato cuando definen a esta clase de pobres. La carencia del
alimento “algunas veces tienen un plato de comida, otras veces no, lo ignoran,
capaz que comen lo que hay…”. „En torno al valor educación, „no mandan a los
hijos a la escuela‟.
La educación merece un párrafo aparte. En los relatos los sujetos
destacan la importancia de la escuela. Este tópico es una constante en las
narrativas de su biografía.
La educación es un bien valorado en el discurso de nuestros entrevistados
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porque consideran que la falta de educación es un limitante que les impide
progresar, salir de la pobreza. En las evaluaciones que hacen, la falta de
educación es la causa por la que no consiguen un trabajo seguro, no tienen una
obra social „digna‟, no pueden acceder a los beneficios jubilatorios. Las
narrativas hacen referencia a un conjunto de desventajas que portan estos
sujetos y que los coloca en una situación de inestabilidad, inseguridad.
Si bien todos los informantes tuvieron que interrumpir el proceso de
escolarización, luchan y les exigen a los hijos o a las redes familiares más
próximas que sigan estudiando.
Las evaluaciones que realizan en torno a este tópico se relaciona con la
posición de los agentes en el mundo de la pobreza. El nivel educativo es un
indicador objetivo que evidencia como el proceso escolar es interrumpido y
discontinuo en las trayectorias individuales de las tres entrevistadas.
“Yo iba a seguir estudiando pero me quedé embarazada y todo se me complicó (…) Para colmo Florencia que es la hija de él (marido) que yo cuido, que tiene 15 años ya se quedó embarazada… así que voy a tener que hacerme cargo yo de ese bebé para que la chinitilla no me deje la escuela, la mato si deja la escuela. Le dije que yo la ayudo pero que me termine la escuela. Mirá esto es así recomplicado. Pero bueno hay que remarla” (Priscila).
“Yo tengo la secundaria incompleta, me falta contabilidad para recibirme pero por eso le digo yo quizás nosotros no hemos tenido la posibilidad mejor de estudio también tiene que ver con la pobreza con la raíz de los padre… Yo digo nosotros quizás mucho no hemos tenido la posibilidad de estudiar porque por eso nosotros luchamos con mi hermanita para que siga estudiando (…) algo uno va asumiendo la vida del pobre en cambio para mí tener un trabajo seguro para mí sería por lo menos a mí no me interesaría aunque sea en la municipalidad de barrendera pero algo seguro que yo llegue a una edad que diga bueno me voy a jubilar y me va a quedar pero que voy a remediar esta casa de familia mañana pasado me dejen así que no pueda más y me dicen bueno: me busco otra chica y yo de qué voy a vivir después y así va a seguir la vida así me parece por eso yo digo nosotros quizás mucho no hemos tenido la posibilidad de estudiar” (Maruca). “El secundario, a mí me da vergüenza no haber terminado (…), por eso yo no quiero que ninguno de mis nueve hijos haga lo mismo y mi marido me re apoya en esto me ayuda a exigirlos a todos” (Priscila). “A mí me gusta la escuela sinceramente le digo y no fui al „Yo sí puedo‟ (se refiere a un Programa Nacional de Alfabetización que funciona en el Comedor donde ella trabaja) y ¿sabe por qué no fui?, porque esta es una categoría más baja para mi gusto; porque póngale las mujeres querrán escribir tal cosa, pero yo no sé mucho más de lo que ellos (se refiere a los hijos y lo que les enseñan en la escuela) les han enseñado. Yo hice hasta tercer grado. Ahora ella (hija) va a cuarto grado… Yo sé muchas cosas de lo que ellas han estudiado. Y eso que fui hasta tercer grado fui muy buena alumna yo siempre tuve promedio 9,36 y a mí me parece raro, no me va a creer, pero el promedio de ella (hija) es de 9,36, ella va a tercero y yo por hoy me identifico con ella” (Amalia).
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De todos modos lo que aquí queda claro es que la carencia de
alimentación y vivienda tienen el mismo peso que la carencia educativa para
definir a esta primera clase de pobres: „los que no tienen nada‟.
En este gradiente del espectro de la pobreza son todos pobres pero hay
algunos pobres que no tienen nada y hay otros pobres con los que se identifican
los locutores, que se definen positivamente, no dicen que no tienen nada, sino
que se definen más bien por una actitud: „trato de buscar por todos los medios‟.
Este voluntarismo fuertemente presente en el relato „Por eso yo no
quería…‟, le exige a todos una discursividad del esfuerzo, donde el cambio no
depende del afuera. La frase: “Yo sé que soy pobre pero trato de buscar por
todos los medios” marca esta actitud de los enunciadores.
El salir de la pobreza para estos sujetos no se ubica dentro de un
horizonte externo. Es decir no pasa por un cambio de las condiciones
estructurales objetivas (condiciones laborales, reformas de leyes laborales, etc.),
sino que este cambio pasa por una cuestión de deseo: „no quiero ser pobre‟,
decir „no‟, de sacrificio, de voluntad y esfuerzo.
La imagen de lucha, esfuerzo, que moviliza a nuestros informantes a
buscar otras opciones en el día a día, dista mucho del imaginario de progreso
que cobró peso en el modelo bienestarista de movilidad social ascendente. En
estos casos parece que esta idea de lucha individual les permite tener una
movilidad que oscila entre el ascenso y el descenso, ocupando distintas
posiciones itinerantes al interior del mundo de la pobreza.
En el relato de Amalia que citamos a continuación se puede ver esta
oscilación entre estas dos líneas de pobreza, de modo que los informantes en
algún momento de sus trayectorias individuales pueden estar en la pobreza
absoluta.
Aquí aparece nuevamente el „nosotros‟ para traer a la memoria las
necesidades alimentarias que la familia padecía en un pasado cercano, en este
estado itinerante de la pobreza. El tiempo: „más antes‟ se opone a un „hoy‟ en el
que suponemos que hay diferencias:
“… pasé más necesidades, más antes cuando recién nos conocimos con mi marido no conseguía trabajo andaba con mi suegro a veces se iban para las mil viviendas no
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conseguían. Todo estaba con candado, nosotros agarrábamos las arvejas, cebollas, que encontrábamos y las comíamos no más” (Amalia).
La desnutrición aparece como indicador máximo de pobreza. La asunción
de la culpa individual en „yo no la alimentaba‟. La decisión de cambiar marca un
antes y un después en la narración que da cuenta de los cursos de vida.
“Creo que nunca he pasado tanta pobreza, pero después yo digo no, después nació ella y a los tres meses la tuve en terapia dos semanas (…) por desnutrición, porque yo no la alimentaba… (…) por ahí, si me siento mal, no por mí sino por ellos (se expresa llorando). A veces necesito algo y digo… el otro mes lo voy a comprar. Voy a cobrar… salgo del banco, ¿y qué es lo primero que hago? Voy al súper, la leche, los pañalines, nada para mí, pero no me duele ni me arrepiento, pero si no se… a veces ando y mal, no sé, así muy triste…” (Amalia).
O sea que aquí ya tenemos una primera distinción: pobres de toda
pobreza y pobreza relativa, intermedia, que son dos momentos o dos
modalidades de la pobreza, pero el sujeto puede transitar de una a otra, el paso
es una cuestión de voluntad, de esfuerzo, es una decisión individual, familiar y
los hijos tienen mucho que ver con el paso o cambio de posiciones transitorias.
Esto se relaciona entonces con el otro parámetro o tipología posterior que
trataremos con la siguiente sección.
III.4.2. Los ‘otros’ pobres: ‘porque quieren’
Como ya lo dijimos las clasificaciones que hacen los informantes son
siempre relacionales y marcan un sentido de oposición entre la propia imagen:
pobres pero no quieren serlo y tratan de salir… y las construcciones que
hacen de los “otros”, que en esta segunda clasificación se trata de aquellos
grupos que son pobres porque quieren serlo. Posiblemente, en esta clase se
observe con mayor claridad la calidad de condición de producción de los
discursos de los medios y en general, de la semiosis: los sujetos a la vez que
reproducen la criminalización de la pobreza, se alejan de ella en tanto la
reconocen profundamente estigmatizada. Además, en esta apropiación de
categorías, se hace responsable de su situación y de esta forma él mismo
naturaliza la pobreza.
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En estas modalidades de clasificar queda claro que más que dos tipos de
pobreza se trata de diferentes modos de vivir la pobreza, no una verdadera y
otra falsa, sino una misma conceptualización surcada por dos experiencias o por
dos modalidades del „deseo‟ diferentes. Como veremos, el discurso relativo a los
pobres “porque quieren” está moralizado asertóricamente, con numerosos
enunciados apofánticos en los que el sujeto de la enunciación no aparece, de
modo que presenta lo dicho con la fuerza de la verdad reconocida: ni
modalidades de duda o certeza ni inscripción de algún sujeto. Son enunciados
tomados del sentido común o de una verdad revelada o de una verdad que no
ofrece dudas.
“Hay personas que son pobres porque quieren, están acostumbradas que les den. El gobierno les da cosas, es la comodidad para ellos, en cambio hay otras personas que tienen que changuear, tienen que rebuscársela como sea, hay gente que quiere salir adelante” (Maruca).
El otro, que es el término de la comparación, se construye a partir de una
serie de atributos que, por oposición, definen el sí mismo por inversión de estas
mismas propiedades. Así, querer ser pobre, recibir dádivas del Estado, ser
cómodo, definen la identidad de este otro pobre y dan las pautas para la
construcción del sí mismo en tanto tiene los atributos opuestos. Hipotetizamos
que otra condición de producción de los discursos tiene que ver con las
trayectorias de las mujeres, que han incorporado desde temprana edad el capital
de “salir adelante”. Esta diferencia está presente en todo el relato de la
trayectoria individual de la entrevistada. Maruca, como tantas otras mujeres que
vivió su socialización en el campo, comienza su trayectoria laboral a los quince
años vendiendo artesanías para ayudar a su familia de origen a la vez que
estudiaba (cuenta con escolarización secundaria incompleta). Luego, migra del
interior de la provincia (Santa María) en búsqueda de otras alternativas
laborales. En la Ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca intenta generar
distintas estrategias para salir de la pobreza, realiza artesanía, se capacita en
peluquería.
Esta clase de pobres porque quieren está referida a aquellos sujetos
que están insertos en los circuitos de la „dádiva‟, en las redes de asistencia y
dependencia estatal. La pobreza aquí se construye como un problema individual
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y a partir de enunciados que estigmatizan y acentúan los atributos negativos de
este grupo de pobres, de la cual la enunciadora intenta distanciarse.
En el fragmento que sigue mostramos con más detalle cómo se define
este grupo, y las relaciones entre pobreza, apariencia y dependencia.
"Hay personas que son pobres, que están acostumbradas que les den, hay personas que en una casa no laburan, tienen el jefe de hogar (se refiere a los beneficios del Plan Jefes de Hogar) y van al comedor. Les gusta la comodidad, para aparentar la pobreza, para decir: nos van a ver pobres y nos van a dar tal cosa, en cambio hay personas que quieren salir adelante y no pueden” (Maruca).
En el relato anterior, así como en el que sigue, podemos ver que se repite
la apropiación del discurso circulante en los medios en un contexto de fuerte
disputa de los mismos pobres por el acceso a los recursos asistenciales en el
marco de campañas electorales, tanto en el año 2006 como en el 2007
En el diario local, tal como observamos, éste es también un tema
recurrente en la prensa escrita, que instala toda temática del asistencialismo y
da cuenta de las relaciones de intercambio que se construyen entre los sujetos
pobres y el Estado.
En la cita que transcribimos a continuación observamos una descripción
que construye la informante sobre el asistencialismo, la dádiva y el rol atribuido
a los „pobres porque le gusta‟, que son los que receptan y venden los recursos
que obtienen de las redes asistenciales del Estado, en los circuitos de la
pobreza. Hay un distanciamiento del locutor en relación a esta clase de pobre, lo
que cobra peso en el discurso es esta expresión de valores, la no aceptación de
esos atributos negativos que le atribuyen al pobre, en tanto que el sujeto no se
identifica con esta pobreza. De nuevo aparece la enunciación borrada y se
reactualiza la sentencia general que se evidencia como enunciado sin
enunciación.
"No tienen nada porque les dan las cosas y las venden, hay gente que es realmente pobre pero le gusta y siguen en la misma, y los ven tan pobres que le dan otra vez” (Maruca).
En el fragmento que citamos a continuación vuelve el argumento del
„pobre porque quiere‟ en oposición a los rasgos que los identifica y los
diferencia. La frase „A veces pienso‟ introduce una evaluación, un juicio de
radical importancia en cuanto la idea de que „la gente se junta‟ aparece como
opción para la superación del estado de pobreza, de modo que se sale de la
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pobreza por decisión individual pero también por agrupamiento social. Es uno
de los pocos enunciados en los que se plantea esta posibilidad de salida colectiva
“A veces pienso que hay gente que es muy pobre porque quiere serlo porque no busca algunas alternativas, porque no sé… allá en mi barrio la gente se junta” (Priscila).
“…no hay una cultura de decir voy a tener un hijo, cada tanto porque quiero darle lo mejor o le proponés trabajo y siempre te encuentran el pero, quieren cobran mucho y si no lo quieren no lo cobran directamente se quedan a dormir, eso es lo que yo noto es como que no hay un esfuerzo de decir no, no está bien, voy me sacrificio porque por más que sean $ 10 lo gano, pero yo noto mucho eso por eso más que todo cultural porque económicamente y hasta mismo lo vivo hay gente con su equipo de música, que tiene su celular último modelo los hijos no tienen qué ponerse me entendés, eso es a lo que yo voy que somos muy materialistas muy de la televisión que se nota mucho lo que hay, último modelo de celular, lo último, el último CD, que van a la Casona” (se refiere a un boliche bailable) (Pocha).
Los relatos muestran lo que hacen algunos grupos que están en los
bordes. Se hace referencia a actitudes de los pobres relacionadas con lo
deshonesto: vender lo que reciben como donación, o al menos con lo delictivo,
robar para comprar cosas o para drogarse, son „ellos‟, los „otros‟ los que entran
en el grupo de „es pobre pero le gusta‟, „no quieren trabajar‟, „prefieren dormir‟,
„no se esfuerzan‟. Aquí se puede ver como los informantes tienden a reproducir
el discurso hegemónico que estigmatiza del Otro pobre.
El discurso de criminalización de los pobres circulante en el diario se
plasma en el próximo relato.
“Son todos pendejos que no roban para comer sino para comprarse cosas que quieren o para drogarse” (Priscila).
Se hace visible un discurso apofántico, de verdad absoluta cuando
describen al pobre como deshonesto y marginal. Es una interpretación que no se
asume como tal, que tiene la forma de una simple descripción objetiva.
III.4.2.3. Pobres pero quieren salir adelante
En este eje analizamos con mayor profundidad el sentido construido
alrededor de la pobreza que se relaciona no ya con „los pobres porque quieren‟
(dádiva o robo) sino con otra categoría. Nos referimos a la clase con la que se
identifican nuestros informantes: „pobres pero no quieren ser pobres y
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trabajan para salir adelante‟. Pelean para salir adelante y tienen rebusques.
Es un relato que articula el discurso de superación justificado en un mejor
futuro para sus hijos. Estos pobres se definen positivamente: “son honrados”,
“son buenas personas” y responden a un perfil de sujeto honesto que trabaja en
un lugar, que se mantiene en ese trabajo, que no está dispuesto a cometer
ningún delito. Estos son los atributos generales que definen a este rango de
pobreza y que en el desarrollo analítico que sigue se pondrá especial atención.
A partir de la discursividad explorada se hace visible que si bien aquí hay
un reconocimiento de los sujetos de que integran la clase general de los pobres,
su actitud los coloca en un rango de diferencia para lograr un posicionamiento
mejor. O sea que según la posición que asumen estos sujetos se sale o se transita
por distintos circuitos del mundo de la pobreza porque ellos creen que existe la
posibilidad de salir y „el querer‟ los lleva a crear distintas iniciativas para
ubicarse en otras posiciones. Una de las formas es a partir del trabajo, que es
siempre bajo el „rebusque‟, „changa‟ que no está dentro del circuito formal del
trabajo. El tópico del “rebusque” constituye la trama del argumento del
fragmento que transcribimos seguidamente:
“… hay otras personas que tienen que changuear (…) tienen que rebuscársela como sea (…) hay gente que quiere salir adelante (…) en cambio hay personas que son pobres y que quieren salir adelante pero no pueden” (Maruca).
Algunos informantes a la hora de autodefinirse, se identifican con el
axioma „pobres pero honrados‟. En sus discursos hacen hincapié en que pueden
salir a pedir pero „jamás robar‟. La expresión „pobres pero honrados‟ es una
frase hecha, un lugar común o tópico discursivo frecuentemente usado que
representa la falsa oposición entre pobreza/delito – no pobreza/honradez. De
este modo cuando se describen a sí mismo, este pobre honesto, aparece un
discurso que está muy modalizado con la posibilidad, con la creencia.
“Como te dije nosotros somos honrados, pobres pero honrados jamás vamos a robarle nada a nadie a mí no se me cae la cara ni nada por pedir pero sí para robar, yo siempre tengo que darles de comer, con qué vestirlos para que vayan a la escuela, porque yo no quiero que ninguno haga lo que hice yo dejé la escuela y todo te cuesta para lo que sea te piden” (Priscila).
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En la cita anterior el eje está puesto en los hijos, en un “nosotros” que se
asienta en la familia. Nosotros, yo, son los agentes que aparecen en el discurso
enfrentándose a los „otros‟ los pobres que sí son capaces de robar. Se trata de un
enunciado que busca enfatizar mediante diferentes estrategias la separación del
informante y de su familia del delito. En este caso, expresiones como „jamás‟,
„nada‟, „nadie‟ se refuerzan mutuamente para reafirmar la negación de la
posibilidad de caer en el delito.
Por otra parte esta expresión „pobres pero honrados‟ es un estereotipo
que actualiza un discurso de la criminalización de la pobreza, que enlaza una
idea de sujeto pobre delincuente. Se dispara aquí un proceso de diferenciación
de aquel discurso que construye al pobre como delincuente, disfuncional.
En el relato de Maruca encontramos de nuevo la construcción del locutor
como un sujeto creíble y básicamente como un sujeto que responde a las
expectativas sobre lo que es un buen ciudadano: indicar cuánto tiempo hace que
trabaja significa honestidad, continuidad.
“Empecé a trabajar por hora y sigo trabajando por hora hace 4 años en un mismo lugar, Pecoral y hace dos años en Bizoto” (Maruca).
En estos distintos modos de reconocimiento y posicionamiento hacia el
interior de la pobreza, hay quienes se incluyen en la „media pobreza‟. Sus
esquemas de percepción se construyen en relación a un modo de experimentar
la pobreza y remiten a un lugar en la escala de la media pobreza por carecer de
un ingreso. La informante cobra el plan Jefes de Hogar y justifica su inserción
en el tercer grupo, quiere salir de la pobreza a pesar de que no puede.
“Yo diría en lo que estoy yo ahora en la media pobreza, porque decir que nos falta a mi entender un ingreso, para darle la alimentación que ellos necesitan. Porque como le digo a veces tengo para darles un plato de comida y a veces no o un jarro de mate cocido porque capaz que me falta el pan, más que todo con la leche porque a veces compro un tarro de leche que me sale $ 15; pero a veces me falta, a veces ella (nena) me pide y le tengo que dar, por eso a veces no me dura y a veces no tengo para comprar todos los días. Ayer saqué y hoy ya no porque no tenía nada, tuve que sacar verduras” (Amalia).
La construcción del “Yo” en relación a esta idea de la media pobreza en la
discursividad explorada se hace bajo los parámetros que oscilan entre una
pobreza extrema y un estado hipotético de „no pobreza‟. La inseguridad, la
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inestabilidad, tema que ya se trató, se actualiza nuevamente en este relato. La
expresión „estoy yo ahora‟ en la media pobreza tiene mucha fuerza porque sitúa
el momento de la enunciación en una circunstancia contextualizada por la frágil
inserción en el mercado laboral y de un futuro incierto. Tener alimentos algunos
días y otros no es aparentemente el criterio que ella utiliza para fundamentar su
afirmación. Es interesante rescatar los alimentos que nombra: un plato de
comida, pan, mate cocido, leche, verduras.
La característica de esta media pobreza es la inseguridad, la oscilación: „a
veces tengo, a veces no‟. Según las circunstancias azarosas del momento los
sujetos transitan de la primera clase de pobreza (pobreza extrema, absoluta) a la
otra (pobreza media).
Esta oscilación, inseguridad, incertidumbre de la estrategia mínima para
el mañana en donde lo mínimo se define como la posesión de un „plato de
comida‟. Sin embargo dice: mi pobreza es media. En algunas ocasiones se está
del otro lado, en otras está en el punto medio. No es pobre extremo, puede
deambular. Esa pobreza no se define como un estado sino como una oscilación
entre un estado a otro. No es una pobreza cristalizada, sino que esta pobreza
bien definida por ellos tiene el sentido de estar en continuo movimiento, es
oscilante y la caracteriza la inseguridad: Ahora me acerco más a los que tienen el
mínimo y en algunos momentos no lo tengo. La marca distintiva de esta pobreza
media está dada, entonces, por el tesón, el deseo y el esfuerzo personal por
salir pero también, por la inseguridad y el tránsito.
En síntesis, de la definición de pobreza que construyen los locutores se
desprenden tres clases de pobreza: 1) pobres de toda pobreza (los que no tienen
nada), 2) pobres porque quieren y 3) pobres pero quieren salir y hacen un
esfuerzo pero no lo logran. Están en el medio ya que nunca pertenecen ni a una
u otra clasificación.
Como ya lo especificamos al principio del capítulo los límites entre 1) y 3)
son difusos y las definiciones se hacen en orden a lo material, pero entre 2) y 3)
son de absoluto contraste y se definen en referencia a cuestiones simbólicas del
mundo de la pobreza.
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III.5.Estigma y Planes Jefes de Hogar
Ser beneficiario de un plan jefe de hogar, puede traer aparejado una
identidad negativa, dado que los beneficiarios de estos planes son
estigmatizados con categorías tales como: vagos y alcohólicos.
En las textualidades de los informantes se hace visible una relación
surcada por la oposición cada vez más nítida entre lo que los sujetos son y lo que
quieren ser. Los relatos se distancian del discurso circulante que construye a los
beneficiarios de los planes sociales como vagos que reciben una gracia del
Estado y no visualizan a los planes como una frágil restitución a su
empobrecimiento.
“Yo soy jefe de hogar y que quiero pertenecer a algo y quiero dejar de ser jefe de hogar. Lo que pasa es que la mayoría que tienen el beneficio según lo que yo más o menos veo es gente que no va a trabajar” (Pocha).
La idea de que hay una persona que tiene el beneficio de un plan social y
que, sin embargo, no cumple con su obligación de trabajo semanal, se enlaza, en
el discurso de la informante, con la concepción hegemónica y absolutamente
naturalizada presente en diferentes campos, y de esta manera, la informante no
busca una explicación alternativa a esta situación y sólo puede considerar esta
situación como efecto de un no querer o de una actitud de comodidad. O sea, no
se preguntan por los procesos sociales e históricos que han dado lugar a que esta
gente no vaya a trabajar ni reconocen lo que los propios beneficiarios expresan:
que los ubican en los trabajos más descalificados, menos beneficiosos, en donde
no se tienen en cuenta las capacidades de las personas, las competencias, los
intereses, etc. Dicho en otras palabras están poniendo al pobre como causa de
toda pobreza.
Estos argumentos forman parte del sentido que articuló el discurso del
neoliberalismo del país con sus principios asentados en una economía que
libera las reglas del mercado, con una fuerte presencia de valores tales como el
individualismo y la competencia, que obturan la comprensión de las condiciones
estructurales de un sistema y que, paralelamente destaca las condiciones
individuales del sujeto. Definido desde esta concepción, el problema de la
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pobreza es individual y son pobres porque quieren en última instancia, porque
no van a trabajar.
Las configuraciones identitarias muestran la imagen que construyen de sí
mismos y el modo en que cobran proyección como deseos esperados en torno a
los hijos. Se distancian de la imagen negativa que asocia pobreza con alcohol.
Así este discurso estereotipado de la pobreza es reproducido en una serie
sucesiva de enunciados que identifican al alcohol como un atributo negativo
asociado a los pobres, del que intentan distanciarse y hasta convencer a su
interlocutor que tanto ellos como sus hijos no se ubican en este lugar, aunque se
asuma explícitamente que tienen un marido alcohólico y que esto opera como
un mecanismo de construcción de la violencia doméstica Aquí la oposición
estaría dada en la actitud de los sujetos para lograr un mejor posicionamiento
en la categoría de pobre a partir del deseo: „me gustaría que sean buenas
personas‟ rasgo en el que se identifica el informante
“… y ya saben que las más grandes y aquella tremenda (se refiere a sus hijas) no sean chupadores como su papá (…) lo único que le ruego a Dios y me gustaría que sean buenas personas, no digo que no puedan tener su diversión pero la bebida, yo rogaría que cualquier otra cosa pero menos la bebida” (Amalia).
También el alcohol parece ser un tópico común para identificar a los
„otros‟ pobres, aquellos que gastan la plata en el consumo, que resultan atributos
desvalorizantes que generalizan una tipificación estereotipada del pobre en este
rango de pobreza. Allí la informante construye una identidad distante de estos
calificativos negativos asociados a esta clase de pobreza:
“… cuando cobran el Jefe de Hogar todos más los hombres tomaban (alcohol) hasta que se les termine la plata, increíble, yo no veía las horas de cobrar… yo pienso que me le dan por los chicos…” (Maruca).
En la cita observamos esta identidad negativizada, estigmatizada y
descalificante que soportan determinados grupos de la población pobre,
aquellos que llevan en sí mismos, en su cuerpo, en sus espacios, en su presencia,
las marcas de la pobreza: nos referimos primero a los distintos estereotipos
construidos en relación a cómo ellos se ven, las imágenes del sí mismo y la de
los „otros „pobres.
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Ser pobre resulta una identidad poco digna por no contar muchas veces
con los satisfactores más adecuados para hacer frente a sus necesidades de
salud. El estigma puede ser pensado aquí en los términos de Timuss (1968)
asociado con un sentido de vergüenza que hace que la población sea renuente a
portar este sentimiento al tener que solicitar beneficios o servicios. Esto los
coloca en una posición de inferioridad, de „rebajarse‟ y hasta muchas veces
humillarse para conseguir algo.
“Yo me siento pobre porque no tengo una obra social digna. Acá tenemos que andar viendo caras malas o a veces va a la posta usted y por ahí no nos tratan bien… A veces uno tiene que rebajarse ante los demás para poder conseguir algo…” (Maruca).
Los testimonios que anteceden revelan los modos en que se gestan
configuraciones identitarias y los estigmas que se crean en relación a su
posición, la falta de empleo seguro, la falta de educación, lugar de procedencia,
etc.
Un anclaje del estigma se puede reconocer en el grupo de beneficiarios
del Plan Jefes de Hogar. Son aquellos pobres que no tienen un empleo seguro en
el sistema formal de trabajo, que intentan salir, superar esta posición de
desventaja aunque no lo logran. En los circuitos del mercado laboral los jefes de
hogar buscan una salida laboral. Pocha nos contaba que quería dejar de ser jefe
de hogar. En este relato hace énfasis en cómo los ve la gente y cuál es su
percepción de los Jefes de Hogar. Revisaremos cómo en condiciones de
desigualdad y en el espacio de cotidianeidad se generan categorizaciones que
marcan una serie de estereotipos que se construyen en torno a este grupo
particular, que consideramos importante para nuestro análisis. Aquí
presentamos la manera en que nuestra informante percibe estos procesos de
identificación por pertenecer al grupo de los “jefes de hogar” y cómo la imagen
social construida con relación a este grupo ejerce un “efecto descalificante”.
En la escena del relato incorporamos un pasaje del fragmento discursivo
en que Pocha nos comentaba los sentimientos que le provoca el hecho de buscar
una salida en el mercado laboral. Jefe de Hogar es asociado en el ideario
colectivo con vagancia y comodidad y este estereotipo es una desventaja
estigmatizante. Portar esta „etiqueta‟, nominación oficializada por el Estado que
implica una tipificación de un „sujeto‟ a un beneficio asistencial, es socialmente
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construida y caracteriza negativamente a estos grupos de pobres, a la vez que
opera como un limitante para salir de la pobreza. El testimonio de Pocha da
cuenta de esta imagen que circula socialmente en torno a los Jefes de Hogar.
“No mal, mal, a mí me ha pasado que yo he ido a dos lugares y no me dieron bolilla… es más he ido a lugares que salen en el diario y lo primero que te preguntan, con qué vivís, o sea con qué te mantenés, y vos decís el Jefe de Hogar y directamente ya te tienen idea” (Pocha).
Los procesos de autoidentificación y de exoidentificación muestran cómo
es vivido el mundo en el afuera, los sujetos padecen y experimentan estas
desventajas que les trae el hecho de pertenecer a un grupo socialmente
estigmatizado. A fin de ejemplificar, transcribimos un fragmento en el que es
posible encontrar algunos indicios que dan cuenta de estos procesos.
“Yo he hablado con un señor de la casa de electricidad y él me pregunté qué tenía. Le dije que era jefe de hogar y me dice así: pero si el jefe de hogar hay que estarlo arriando para que hagan las cosas, es como que ya te tienen una mala concepción pero en realidad yo los entiendo porque te vuelvo a insistir me ha pasado con una cooperativa que no le puede haber pasado a una empresa que ya es sumamente más fácil tener personal que te pueda venir a decir” (Pocha).
Sin embargo la informante, en el relato antes citado, a la hora de tipificar
a este grupo se posiciona como un evaluador externo, crítico y distante de esta
categoría reproduciendo de este modo las mismas reglas estigmatizantes del
discurso hegemónico de la pobreza. Bourdieu habla de esta incapacidad de los
sujetos de darse cuenta de que, en realidad, están jugando el mismo juego que
los grupos dominantes y que están jugando con las mismas reglas del discurso
dominante de la pobreza.
En cuanto a la visión de futuro ven a la desocupación como marca de su
identidad y no como estado temporario, así como el sentimiento de vergüenza
nos habla de nuevas condiciones erosionantes en la construcción de la
subjetividad.
La falta de educación constituye otro enclave del estigma y de una
identidad negativa, vergonzante, que puede derivar en un intento por eliminar,
en la medida de lo posible, los signos exteriores de la diferencia. También les
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genera inseguridad, inestabilidad. A modo de ejemplo citamos un fragmento
que marca este rasgo identitario.
“…cualquier trámite que vas a hacer te piden el secundario o te preguntan si lo terminaste, a mí por eso sí se me cae la cara” (Priscila).
Otro enclave del estigma se define en relación al lugar de procedencia.
Los sentidos construidos en torno de lo que significa ser pobre varían de
acuerdo a las trayectorias de vida; aquellos pobres que vienen del interior de la
provincia a la ciudad se sienten estigmatizados. Maruca, del Departamento de
Santa María describe esa sensación:
“No acá lo identifican bueno como le digo nosotros, nos han tratado como eso que le digo que somos del cerro collitas nos han venido a preguntar una señora de acá como se dice un colla ustedes que son de ahí como me sentí yo re mal…” (Maruca).
Más allá de las dificultades para entender esta cita –que es transcripción
textual de la oralidad que le dio lugar- es interesante notar la oposición entre
“nosotros” y “una señora de acá”, como marca de delimitación geográfica y
social, incluso étnica, oposición que el sujeto reproduce aunque le proporcione
dolor. En otras palabras, el sujeto no puede tomar distancia de este juego de
asignaciones y estereotipos del orden de lo social.
III.6. Quiénes son los ‘no pobres’ para los pobres
Para buscar indicios que permitan desentrañar el modo y los sentidos que
se asigna a la pobreza indagamos también acerca de quiénes son los „no pobres‟
para los pobres. En esta gama de oposiciones que hacen para marcar
diferencias, algunos entrevistados ligan este tópico discursivo con la posibilidad
de acceder a un trabajo que pueda satisfacer distintas necesidades.
En el testimonio que presentamos a continuación la informante
introduce su argumentación con „Creo‟ que modaliza su caracterización del no
pobre con la posibilidad, en oposición a los enunciados asertóricos con los que
se habla de la pobreza del segundo grupo. De este modo, los sujetos tienen
certeza del otro pero no de la categoría que les corresponde a ellos mismos ni de
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aquellos que se alejan de su escala de comprensión. El límite entre ser pobre o
no serlo pasa por tener o no tener trabajo formal, cualquiera sea la
remuneración que éste origine. Comida y salud para los hijos son los
requerimientos básicos, auto o casa serían expectativas muy por encima de lo
esperable.
“Creo que no son pobres los que tiene un buen trabajo entonces eso les da la posibilidad de que no les falte plata y aunque sea les alcance para la comida de todos los días, hay otros que les alcanzará para comprarse un auto o una casa pero lo más importante es que tengan para comer y para la salud o remedios en caso que se enfermen los hijos” (Priscila).
En el relato que presentamos anteriormente aparecen otros indicadores:
un buen trabajo, salud (remedios) que se articula a las diferencias entre los
pobres y los no pobres. O sea que un trabajo formal los convierte en no pobres.
Nuevamente se confirma que, fuera de un único enunciado, la única forma de
salir de la pobreza para estos sujetos es mediante el trabajo individual: ni golpes
de suerte, ni acciones colectivas. Si hacemos dialogar este discurso con el de la
prensa y la academia vemos esta idea de que la dignidad del trabajo es un valor
que tiene mucho peso simbólico hoy en día y tiene que ver con la posibilidad de
pasar al otro lado de la pobreza.
Aunque los contextos hayan cambiado, en el discurso de los pobres la
necesidad de un trabajo asalariado está presente en los relatos. En el imaginario
de los sujetos sigue presente el trabajo como forma de integración social,
mecanismo que garantizó la movilidad social ascendente en el estado de
bienestar.
La sociedad salarial es una construcción histórica que sucedió a otras
formaciones sociales, y no es eterna. No obstante puede seguir siendo una
referencia viva porque realizó un montaje inigualado de trabajo y protecciones.
La fuerza de esta posición se basa en el hecho de que el trabajo sigue siendo el
fundamento principal de la ciudadanía. Por lo tanto, en la sociedad
contemporánea, para la mayor parte de sus miembros, es el fundamento de su
ciudadanía económica. Está asimismo en el origen de la ciudadanía social: este
trabajo representa la participación de cada uno en una producción para la
sociedad. Es entonces el vehículo concreto sobre cuya base se erigen los
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derechos y deberes sociales, las responsabilidades y el reconocimiento, al mismo
tiempo que las sujeciones y las coacciones (Castel, 1999: 455-456).
III.7. Los pobres y sus estrategias
La idea de recuperar la voces, la palabras en torno de las iniciativas
desarrolladas para enfrentar la pobreza (se trata de estrategias de vida de los
núcleos familiares, redes de parentesco, redes barriales o vecinales, o bien el
recurso a la formación de organizaciones populares) contribuye a ampliar el
conocimiento acerca de cómo pueden los pobres crear alternativas para salir de
la pobreza21. En este sentido analizar las estrategias desde lo discursivo puede
iluminar nuevos aspectos asociados a la pobreza como construcción simbólica.
De algún modo lo interesante de retomar aquí es que en estas estrategias
se visualizan determinadas concepciones de pobreza, de cómo se sale de la
pobreza para estos sujetos y nos lleva a identificar los sentidos sociales que
están operando detrás de estos modos de acción. Dicho en otros términos esto
supone que las estrategias que van a idear son coherentes con los modos de
concebir a la pobreza.
En otras palabras estas acciones que inventan, crean los sujetos para salir
de la pobreza, son prácticas sociales que existen como tales en tanto están
apoyadas en discursos que le otorgan su sentido, salir por todos los medios,
„lucharla‟, „pelearla‟, „remarla‟, „rebajarse‟ son los locus que articulan este
discurso.
III.7.1. Se lucha… A cara de perro
Es claramente visible la concepción que se articula detrás de la diversidad
de estrategias que despliegan las familias en contextos de adversidad. „Lucha‟,
„cara de perro‟, „encararla‟ son las palabras que elige la informante para marcar
su actitud. Su decisión la hace blanco de „comentarios‟ que no menciona pero 21 El estudio de las estrategias de la pobreza ha sido objeto de estudio en distintas elaboraciones teóricas que abordan el fenómeno de la pobreza no simplemente desde la carencia de recurso sino desde las distintas iniciativas que se despliegan de los hogares y de sus miembros. En esta línea se ubica Hardy (1987).
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que podemos inferir cuando destaca el origen „limpio‟ de la plata que recibe. De
nuevo aparecen en este relato los hijos como el detonante, el motivante para
salir de esta situación. La estrategia es lucharla, encararla, pelearla, la voluntad
y el esfuerzo personal. Si le va bien, no se sabe, eso no asegura el éxito, pero esa
es la estrategia de este modo de concebir la pobreza y la configuración
identitaria de estos sujetos que se consideran pobres pero quieren salir
adelante.
En el siguiente relato mostramos cómo se construye esta fuerte
discursividad de la lucha. Se sale a lucharla por cualquier medio „Cara de perro‟,
cara dura, pero la estrategia es individual y es la lucha a brazo partido de la
mujer.
“…pero digo yo también todos estamos en la misma; pero si no se lucha también no se tiene; porque si yo no hubiera luchado capaz que estaría en la misma pobreza de que estuve siempre; pero como le digo si no se hace cara de perro encararla si le va bien no sé. Pero como yo empecé a trabajar ahí, conocí a la gente y me dijeron si quería trabajar un día domingo yo tengo obligación de nada y nadie me manda, y lo hago por mis hijos (…) tengo que salir a trabajar, pero lo que sí me siento bien en el sentido de que por más que yo escuche comentarios, póngale que se escuche comentarios de siempre y paso a las 6 de la mañana pero la plata es limpia la que traigo” (Amalia).
En un mundo signado por la precariedad, informalidad y posiciones de
desventaja en circuitos de pobreza, en el que se van acumulando diversos tipos
de privación, los pobres trazan sus recorridos cotidianos. Se movilizan a partir
de una actitud propia. Según sea su visión de la pobreza crean distintas
estrategias para la obtención de los recursos, algunos salen a „pedir‟, „a
basurear‟, otros se unen a un „piquete‟, recurren a familiares, acceden a
transferencias formales en redes asistenciales del Estado. Pedir (a familiares, al
Estado, a otros), buscar en la basura, tramitar una pensión, recibir vales se
presentan como distintas alternativas, no excluyentes entre sí. Los relatos que
citamos seguidamente se organizan en torno de estas acciones que en la mayoría
de los casos tienen como objetivo primordial la alimentación de los hijos,
manifestada implícita o explícitamente:
“… por ejemplo yo sé que soy pobre y siempre lo fui pero trato de buscar por todos los medios la comida para todos (…) prefiero pedir…” (Priscila).
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“Siempre salgo a basurear, porque a mí me hace falta de todo”. “… creo que nunca he pasado tanta pobreza, a veces siempre fui cara dura en el sentido de salir a pedir” (Amalia). “Generalmente salgo a pedir a mi mamá pero si ella no tiene o veo que no le alcanza salgo a pedir al ministerio o cualquier lado, porque no voy a dejar que pase un día y que mis hijos no coman, no lo voy a permitir. Imaginate yo tengo siete hijos estoy tramitando la pensión por siete hijos pero no sale nada todavía” (Priscila). “… Yo recibo los vales y con eso trato de llegar a fin de mes esos los puede recibir cualquiera que tiene hijos, entonces los pueden pedir sin necesidad de ir a la basura en realidad a veces no te alcanzan pero ya es una ayuda (…) me uní a un piquete que estaban haciendo sobre la avenida que va a la a la entrada de mi barrio, había un montón pidiendo cosas, materiales de construcción, bolsones, camas” (Priscila).
III.7.2. El rebaje
La lógica del rebaje se nos presenta en esta serie narrativa como la forma
en que este grupo experimenta la pobreza. Los esquemas de identificación
cobran referencia a ciertas prácticas que configuran el imaginario de un pobre.
Las definiciones construidas por los pobres resultan de la experiencia, de modos
de vivir la pobreza. La estrategia del „rebaje‟ marca la posición y los rasgos que
caracterizan a este grupo de pobres.
En el fragmento que citamos a continuación vemos cómo esta idea de
rebajarse significa que el sujeto se admite como un inferior. Aquí se vuelve al yo
pero a través de „uno‟ que de alguna manera realiza una generalización, no soy
yo sólo sino un grupo. La frase „tiene que rebajarse… para…‟ es una justificación.
“En la vida de un pobre uno tiene que rebajarse hacia los demás para poder conseguir algo…” (Maruca).
A través de este testimonio se puede reconstruir con rapidez un universo
relacional que representa la contracara o telón de fondo sobre el que van
delineando las biografías de la pobreza. En la producción discursiva emerge una
polifonía, en algunos casos el discurso de la pobreza se relaciona con el
gobierno. Veamos cómo lo interpela Priscila al gobierno en su relato en el que se
incorporan otras voces: „Te dicen‟, „nunca te solucionan‟, son expresiones que la
ubican como destinataria de un discurso oficial que aparentemente trata de
sacarse el problema de encima.
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“Pero es un embole en el ministerio siempre te dicen que no hay nada que no te pueden dar nada, que no está la directora y mil problemas y nunca te solucionan” (Priscila).
III.7.3. El piquete: ¿una estrategia colectiva o individual?
La protesta colectiva fue objeto de estudio y preocupación en extensos
desarrollos de las producciones académicas desde los años 70 en adelante. En
este contexto el eje de organización y la conflictividad constituía un dispositivo
que articulaban distintos sectores sociales para instalar y hacer visible en la
escena pública y societal la reivindicación de los derechos sociales de los
sectores sociales más desfavorecidos, cambiar las condiciones estructurales
dominantes del país.
Con la implementación del modelo neoliberal en el país, el desempleo, los
problemas de la pobreza, las estrategias de algunos grupos se resignifican y
cobran otro matiz en un contexto de postdevaluación.
El análisis de los principales tópicos que caracterizan a las emergentes
organizaciones populares para la sobrevivencia tomando el caso de la provincia
de Catamarca son expresivos de la existencia de sentidos sociales locales
inéditos construidos alrededor del piquete por parte de nuestros informantes.
Si bien el piquete se presenta aquí como una estrategia que tiene apariencia
colectiva, en el discurso pueden reconocerse otros sentidos en tanto de focaliza
en el hecho de que el „piquete‟, el corte de ruta, constituye una estrategia que
reporta beneficios individuales, como un modo posible de acceder más
rápidamente al recurso y en el que los sujetos participantes no comparten lazos
especiales políticos o reivindicativos.
En la siguiente narrativa se dan indicios de las tácticas que usan los
pobres para satisfacer sus necesidades. La escena del relato que transcribimos a
continuación, transcurre en un contexto electoral. El tiempo de la narración se
refiere al año 2003, una época de elecciones para gobernador22 , donde la gente
aprovecha para unirse al piquete y demandar al gobierno provincial una serie de
recursos:
22 Los candidatos principales de las fuerzas mayoritarias era el Frente Cívico y Social cuyo candidato era Eduardo Brizuela del Moral, gobernador de la provincia y por el Partido Justicialista la hermana de Luis Barrionuevo.
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“Me acuerdo una vez que estaba tan desesperada y era creo que en el 2003, no me acuerdo bien y me uní a un piquete que se estaba haciendo sobre la avenida que va a la entrada de mi barrio, había un montón pidiendo cosas, materiales de construcción, bolsones, camas (…), yo iba al ministerio a pedir algo para comer porque todavía mi marido no tenía la pensión y nos alcanzaba menos que ahora, entonces cuando escuché que uno de la radio le preguntaba a uno de esos que cortaban la avenida qué pedían y le dijeron comida (…) me dije: Espero un rato si no pasa nada me voy al ministerio y empezaron a llegar los del diario y gente que venía del ministerio y nos empezó a anotar yo por cualquier cosa no dije nada me quedé en el molde (…) Para mí el corte estaba organizado porque como era época de política y estaba de moda hacer eso lo hicieron y menos mal que lo hicieron porque yo conseguí lo que necesitaba y seguramente toda esa gente también habrán recibido lo que pedían” (Priscila).
En el fragmento antes citado aparecen varias voces: „uno de la radio‟, „uno
de esos que cortaban la avenida‟, (entre los que se produce un diálogo que ella
relata), la „gente que venía del ministerio‟ e incluso Priscila se habla a sí misma
„me dije‟. Los sujetos se unen al piquete porque escucharon la noticia,
casualmente, por la radio. La informante iba para otro lado y se entera que
había un piquete. En este caso, la protesta colectiva no es para la informante
sino una estrategia individual: entra o sale del piquete según sus necesidades
absolutamente limitadas al ámbito de su familia. El piquete, para esta
informante, no es sino un fenómeno que nada tiene de colectivo. Es como si
fuera una suma de individualidades. Es más hasta hay expresiones que
desestiman al piquete como estrategia. „Estaba de moda‟, „como era época
política estaba organizado‟, lo que establece una relación de sentido entre el
piquete y el clientelismo, aprovechamiento, oportunismo, etc. Este discurso del
clientelismo también está fuertemente presente el Diario El Ancasti.
Otro conjunto de sentidos plasmados en este discurso –pero que se
generan en otros campos de la semiosis- acentúan la venta de las cosas que se
obtienen por beneficencia, la falta de solidaridad y el aprovechamiento de la
situación.
También hay toda una discursividad que acentúa que venden las cosas,
que sacan plata, no hay solidaridad. „La gente se aprovecha‟, dicen, en última
instancia la evaluación que hacen del piquete es una evaluación negativa en lo
colectivo.
En el siguiente relato se escenifican las estrategias enfrentadas que se
seleccionan como manifestaciones pasivas o activas respectivamente.
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“… unas señoras me decían, haga la cola y pida todo lo que quiera éstos del gobierno nos van a tener que dar si no les seguimos haciendo el corte hasta mañana”.
Estos relatos son muy interesantes porque muestran toda una reflexión
acerca de por qué unirse al piquete, cuáles son sus alternativas, por qué la
„época de política‟ en última instancia, dan cuenta del sentido que tiene el
piquete para esta informante.
Si bien el corte implica una manera de acceder a los bienes básicos para
algunos pobres, para otros el fin pasa a ser utilizarlos para un circuito de venta
de los recursos de asistencia. En este relato Priscila interpela nuevamente al
gobierno por la distribución inequitativa, irracional e indiscriminada de los
recursos en una época en la que el clientelismo político se potencia aún más.
Esto que dicen, es también un sentido articulado por el discurso dominante, el
discurso de los medios y de la academia, donde la dádiva, el clientelismo, la
dependencia entre el Estado y sujetos pobres configuran los tópicos más
comunes y discutidos.
Este fragmento narrativo es muy interesante porque muestra primero su
actitud honesta que luego queda parcialmente invalidada cuando dice „pero
después me arrepentí‟. La actitud de quienes venden lo que reciben la lleva a
una reflexión en el campo de los valores. La frase „ves a eso voy‟ marca su juicio
y su voluntad de hacerlo oír.
“…cuando llegaron a mi casa me querían dejar de todo pero yo les dije que lo único que necesitaba era la comida, porque seguro había gente que las necesitaba más que yo a las frazadas y colchones, pero después me arrepentí porque me enteré que había mucha gente de la que estuvo en el corte y le entregaron cosas que salió a venderlas por migajas, ves a eso voy la gente se aprovecha y piden cosas que no les hacen falta y las venden para sacar plata, no les importa nada” (Priscila).
III.7.4. La solidaridad
Las formas de producción de la identidad no son universales ni
atemporales sino que se inscriben en condiciones sociales y culturales
específicas.
En los discursos de los informantes destaca el nivel de resolución de los
fundamentos de la solidaridad que se reconocen. A nivel comunal, la solidaridad
es absolutamente invisible, no aparece. La solidaridad se circunscribe a una
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lucha solitaria donde la familia suele ser el impulso de las acciones que realizan
los sujetos. Si hay posibilidades de construir lazos de solidaridad o de una red
que pueda apoyar al sujeto en casos extremos es la familia, y ello no
necesariamente ocurre en el grupo familiar estrecho, sino en el marco de la
familia extensa o la de origen; en pocos casos la solidaridad se extiende a
algunos vecinos cuando las urgencias, adversidades y necesidades en el marco
de la propia red familiar se tornan imperiosas.
“Hay veces que yo no tengo para darles de comer y me vengo aquí a lo de mami y ella me ayuda, me da un pedazo de pollo y algún fideo y eso cocino y les doy de comer…” (Priscila). “El baño ¿se acuerda?, ya la señora de allá (refiriéndose a una vecina) le han puesto el calefón todo, bueno menos mal que ella es buena nos da permiso al baño acá porque si no es medio incómodo” (Maruca).
Sin embargo, en el marco de la propia red familiar nuclear hay también
violencia y fundamentalmente, maridos golpeadores. En el siguiente relato la
entrevistada narra un episodio de violencia suscitada con su pareja, donde la
violencia física atraviesa con marcas evidentes en su cuerpo y son los lazos de
vecindad los que la apoyan para salir de esta situación. La escena del diálogo de
la narración se presenta con una vecina que se da cuenta de sus marcas y le
ayuda para que concurra a un Centro de la Víctima para efectuar la denuncia:
“Sí…, y me vio morada y me dice… ¡pero por qué está así usted tiene que ir! Le dije No, va a ser peor, y me agarró y me dijo ¡usted tiene que ir allá!, me dio plata y me mandó en un remis, acá a la Prado y Salta (se refiere al nombre de las calles en que se encuentra la institución: Centro de la Victima) ¿puede ser?, al Centro de la Víctima…” (Amalia).
El viejo mandato genérico del calla y obedece atraviesa el relato de la
informante, antes citado. Sin embargo esta idea de encerramiento, de no hablar
del tema va cambiando en las mujeres pobres en la medida en que van
aprendiendo cómo hacer frente a este problema silenciado y naturalizado.
También se puede ver hasta qué punto el recurso del Estado está presente y
significa un espacio a partir del cual ellos pueden hablar y encontrar solución a
sus problemas. Veamos el siguiente relato:
“La Sra Claudia (refiriéndose a una asistente social del Estado), me insistía, me insistía, otra vez. Me veía con una remera cuando hacía calor, se me había corrido la manga y tenía marcadas las hebillas, y me decía, ¡No aguante tanto!, y esto y este otro, no le dije a lo mejor él tiene razón, porque siempre pensé que tenía razón” (Amalia).
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En el fragmento que sigue se filtra una vez más el discurso estigmatizado
de la pobreza que marca divisiones, estereotipos que establecen distancias,
oposiciones entre los pobres. Hay un “nosotros” estigmatizado y un “ellos” que
estigmatiza a partir de los mismos atributos que les asigna el periódico. La
suciedad, en este caso, como ilegalidad y negatividad. Esta situación de
denigración social a partir de la asignación de ciertos rasgos se asocia siempre al
dolor psíquico.
“Acá nos trataron una vez una señora nos dijo que nosotros éramos unos sucios a mí, me sentí mal, hace poco nos han tratado a nosotros acá así en este barrio y me sentí mal y dije: ay por Dios estoy en este barrio feo…” (Maruca).
El conflicto y las tensiones en el barrio tiene una mayor focalización que
la solidaridad y nuevamente encontramos un nosotros cuyo único alcance es la
familia, que se opone a “los del barrio”. Esta distancia encuentra diferentes
modos de expresión.
“Yo creo que a nosotros los de mi barrio nos ven como agrandados desde que dejamos de cocinar junto con ellos, creen que no sé, que no me gusta la comida, salieron a decir que éramos delicados, y todo es mentira, nadie sabe que a veces no tengo y que le tengo que pedir a mi madre, que comemos un poquito porque no alcanza para más, es media jodida la gente de mi barrio y por eso yo me las paso más aquí (casa de la madre) que en mi casa, porque no podés salir ni a la puerta porque te están controlando” (Priscila).
La fragilidad relacional, el aislamiento social es un rasgo marcado por
Castel (1999) y constituye uno de los ejes que definen el relato de los pobres. La
solidaridad se circunscribe a la lucha solitaria o familiar. A modo de ejemplo
citamos a continuación distintos testimonios que articulan esta discursividad:
“Nosotras (refiriéndose a ella y a la hermana) vamos al comedor, acá al otro lado en la Chacarita y era para que la gente se junte, se reúna pero la gente acá no es muy unida. Es muy habladora. Nosotros nos hemos aislado mucho…” (Maruca). “No acá uno lucha solo, no somos de pasarnos azúcar por ejemplo porque nos han criado así, antes mis padres compraban la bolsa grande de azúcar. Acá no nos relacionamos con los vecinos, mis hermanos se van a la mañana y vuelven a la noche” (Maruca).
La imagen del aislamiento se acopla a la inseguridad. El debilitamiento
de los sostenes relacionales, que más allá de las familias, aseguran una
protección cercana, en este caso relaciones de vecindad parece confirmar aquí el
aislamiento social. Por lo que se puede ver aquí, algunas familias están
expuestas a un tipo de amenaza, la inseguridad.
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El robo, la inseguridad, la drogadicción y la violencia constituyen
prácticas reconocida en las condiciones de existencia en los barrios periféricos.
Podría decirse que el robo es una opción disponible casi naturalizada en los
escenarios que viven los pobres. En la construcción de la identidad se marca
este contraste de diferenciación entre los atributos adquiridos en el ámbito
familiar de lucha, esfuerzo, honestidad y de los otros grupos de pares que
conviven en el mismo territorio donde la práctica del robo participa de las
estrategias de reproducción de la vida cotidiana. Entre pobres y en particular
para estos informantes el robo constituye una práctica natural en el contexto
barrial, „te roban todo para vender‟.
“Acá la gente es de robar si dejás una bici, todo te roban para vender, acá hay dos familias conocidas” (Maruca). “…estuve embarazada, estuve muy mal y no me vinieron a ver y me contestaron que ellos no ingresaban acá después de las 8 de la noche entonces yo estaba pagando ECA lo pagaba por mi hijo y tuve que cortar con bronca porque no puede ser no entra la ambulancia, no entra la policía directamente yo he llamado a la policía un montón de veces acá el señor del frente, por ejemplo tuvo un problema la vez pasada le estaban robando lo llamamos pero desde las 7 de la tarde y a las 11 de la noche no llegaban, llegaron a las 12:15 el de investigaciones y es como que te dejan de lado sin ir más lejos se me rompió la heladera hace días y estoy llamado a ECA... escúchame a Edecat llame porque el lunes se cortó cuatro veces la luz se cortaba y volvía llamé y lo deben tener registrado de las 8:30 de la noche hasta las 9:00 de la mañana del otro día, llamé 6 veces. Llamé, llamé, llamé a las 12 de la noche que ya vamos a ir a la 1:30 volví a llamar porque lo tenía que nebulizar a él no tenía luz y no me dieron bola, no ya van, entonces te dejan de lado y meten todos en la misma bolsa como te estoy diciendo yo si yo tendría que generalizar te diría que es tal pero no porque todos sean así sino porque hay una mayoría y lamentablemente la mayoría se va haciendo cada vez más grande la minoría va quedando de lado vos ves hoy en día no es nada pero de aquí a 5 años los mismo chicos que están hoy en día drogándose van a ser futuros golpeadores ves pasar a veces que los mismos chicos tienen las novias que están embarazadas y tienen 13, 14 años cada vez se va haciendo peor” (Pocha) .
En el fragmento anterior vemos cómo la expresión de la informante: „aquí
nos meten a todos en una misma bolsa‟ representa el estigma construido
alrededor de los pobres y de los barrios pobres. Pocha se ubica en esta „minoría‟
de pobres pero honestos que sufren los procesos de exclusión e inseguridad. La
mayoría que destaca la enunciadora está representada por los otros pobres, los
que se drogan y serán los „futuros golpeadores‟. La droga como elemento
presente en los contextos barriales marginales, es el detonante más directo de la
violencia.
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III.8. Ensamblando voces: Pobres, un espacio polifónico, singular…
Los agentes, a partir del relato de sus experiencias, hacen visibles
sentidos relativos a la pobreza silenciados en el discurso mediático local que los
construye con connotaciones negativas y les niega la configuración de una
identidad social por fuera de los estereotipos. Reproducen al interior de la
pobreza la metáfora centro – periferia que deviene de las teorías sociales,
considerando a los otros pobres como portadores de los atributos negativos para
establecer un principio de diferenciación del “otro pobre”.
En la discursividad emanada del relato de los actores sociales las
diferencias y contrastes que se enuncian en las clasificaciones no son
precisamente con los responsables de su empobrecimiento sino que se da en
forma horizontal con el “otro pobre”
Nuestros informantes intentan distanciarse y diferenciarse de los
estigmas que socialmente circulan alrededor del discurso de la pobreza y de los
pobres, estigmas con los que son construidos socialmente y en particular en el
Diario El Ancasti que es objeto de análisis del presente trabajo. La
estigmatización está asociada a la condición de personas pobres, ya que la
pobreza se construye en orden a rasgos negativos. El estigma aquí puede ser
entendido en los términos de Goffman (1963) se trata de un atributo o
característica deshonrosa.
En los relatos resulta visible la construcción de las identidades en este
interjuego de los procesos de autoidentificación y exoidentificación.
Recuperando las ideas de Goffman (1963) podemos decir que la sociedad tiende
a clasificar, tipificar a las personas y muchas veces lo hace a través de la
estigmatización, que hace referencia a la posesión de un atributo
profundamente descalificador. Estos mecanismos de estigmatización pueden ser
interpretados como estrategias que legitiman procesos de subordinación y
subalternización en tanto se incluyen entre los procesos que mediante los cuales
se configura y se explica una determinada inferioridad social (Crovara, 2004).
Bauman también se refiere a la carga valorativa que la sociedad le
atribuye a estos grupos estigmatizados y que de algún modo son identidades
estereotipadas de las que no se les permite despojarse (Bauman, 2005: 86).
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En respuestas a las preguntas que guiaron este capítulo diremos que el
diario El Ancasti construye la identidad de los pobres con acento
estigmatizador puesto que en la lógica comercial le proporciona al medio la
construcción del hecho “extraordinario” para producir el impacto que le
posibilite la venta de mayor cantidad de diarios. Y en época electoral la
identidad estigmatizante le proporciona al medio el argumento y la justificación
para exigir restitución del orden social alterado por ese entonces por una alta
demanda de recursos asistenciales con la modalidad del “piquete” en un
contexto de elecciones, en favor del entonces gobierno Brizuelista, con quien
tenía fluidas relaciones.
En cuanto a los otros discursos que dialogan con el discurso de los
pobres, encontramos el discurso de identidad negativa, fogoneado por los
medios (El Ancasti) y argumentados en las teorías sociales a través de la
metáfora espacial centro - periferia. Dicho dialogo nos es de oposición al relato
hegemónico sino que sirve para producir una diferenciación en relación a un
“otro más pobre” al interior de los pobreza. De esta forma en los relatos se abre
una brecha en la que persisten lógicas devaluativas del pobre. Así los „otros‟
pobres son porque „quieren serlo‟ son definidos desde un discurso apofántico
por su condición de asistidos o de realizar prácticas delictivas/deshonestas.
La construcción del pobre como deshonesto, se corresponde con otra
cadena discursiva, el relato de la criminalización de la pobreza muy presente
también en otros lugares de la semiosis social, por ejemplo en el discurso de la
prensa escrita.
Este discurso hegemónico es asumido por los propios sujetos que son
receptores pasivos de estas clasificaciones y de las que justamente nuestros
informantes tienden a separarse, a asumir una posición de distancia con respeto
a esta tipificación estereotipada de la pobreza que dialoga con lo deshonesto,
con lo indigno, con la dádiva. Estas son clasificaciones que están cruzadas por
este discurso dominante que ejerce violencia simbólica y que hegemoniza
modos de caracterización y clasificación del „otro‟. Dicho de otro modo, no
pueden darse cuenta que se está jugando con las mismas piezas del discurso
dominante. Es decir no pueden reconocerse como sujetos de derecho. Este
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proceso de diferenciación de los otros pobres puede deberse a la construcción
que realizan las entrevistadas para el investigador.
De este modo persiste una fuerte discursividad que tiende a colocar al
pobre como causa de toda pobreza. Concepción de la pobreza que tuvo peso y
circulación en algunas teorías generadas en la academia y que también fue la
marca presente del discurso neoliberal en el país.
En el discurso de los pobres aparecen mecanismos de autoidentificación y
exoidentificación que marcan fronteras visibles. Las configuraciones
identitarias resultan de la combinación de las imágenes que los mismos
construyen de sí mismos y las imágenes que otros les imponen.
Lo que queda claro aquí es que en las discursividades exploradas subyace
una concepción de pobreza y de pobre, que desatiende a las distintas estrategias
puestas en práctica diariamente por los sujetos para hacer frente a la pobreza.
Así en los circuitos de la pobreza se lucha, se sale a basurear, se pelea y los
“otros” pobres salen a mendigar, a robar, se unen al piquete.
En contraste con aquel obrero fabril del Estado Bienestarista, estos
nuevos emergentes sociales en contextos postdevaluación exhiben modos de
vivir la pobreza en los enclaves barriales periféricos. La fragilidad en los lazos
sociales, el aislamiento, la inseguridad marcan los relatos de los pobres en
contextos donde la solidaridad comunal es casi invisible.
Salir de la pobreza implica una lucha solitaria. Los pobres aquí no son un
número, un índice, sus voces, sus modos de decir inauguran un espacio
polifónico, singular.