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lizaron con respeto el cachondeo con las llanuras y los vestíbulos tUL infinito. y los pocos que aún soñaban a la vieja usanza se sentían desvalidos y dobleTlUnte atrapados por carecer del nuevo sueño, el úni- co y último territorio liberado tU la multitud que contiene a una mul- titud que encierra a una multitud que ... La hora del transporte EL METRO: VIAJE HACIA EL FIN DEL APRETUJÓN A diario, cerca de cinco millones de capitalinos utilizan el sis- tema del Metro, en batalla álgida por el oxígeno y el milímetro. Quedaron muy atrás las secuencias del cine cómico donde un camarote minúsculo o un taxi se la arreglaban para contener poblaciones innumerables. Eso de cualquier modo era una me- táfora surreal, lo de ahora es algo distinto, el caos en una cásca- ra de nuez por así decirlo. El Metro es la ciudad, yen el Metro se escenifica el sentido de la ciudad, con su menú de rasgos característicos: humor callado o estruendoso, fastidio docilizado, monólogos corales, silencio que es afán de comunicarse telepá- ticamente con uno mismo, tolerancia un tanto a fuerzas, conti- güidad extrema que amortigua los pensamientos libidinosos, energía que cada quien necesita para retenerse ante la mareja- da, destreza para adelgazar súbitamente y recuperar luego el peso y la forma habituales. En el Metro, los usuarios y las legio- nes que los usuarios contienen (cada persona engendrará un vagón) reciben la herencia de corrupción institucionalizada, de- vastación ecológica y su presión de los derechos básicos y, sin desviar la inercia del legado, lo vivifican a su manera . El "huma- nismo del apretujón". Si es falso que donde comen diez comen once, es verdad que donde se haltan mil se acomodarán diez mil, el espacio es más fértil que la comida, un pensamiento arrincona al vecino, y la mente en blanco le devuelve su crédito a la inocencia. Lo más flexible en el universo es el espacio, siempre hay sitio para otra persona y otra y otra, y en el Metro la densidad humana no es sinónimo de la lucha por la vida, sino más bien, de lo opuesto. El éxito no es sobrevivir, sino hallar espacio en el espacio . ¿Cómo que dos objetos no pueden ocupar el mismo lugar al mismo 110 111

Carlos Monsiváis, "El metro: viaje hacia el fin del apretujón"

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Page 1: Carlos Monsiváis, "El metro: viaje hacia el fin del apretujón"

lizaron con respeto el cachondeo con las llanuras y los vestíbulos tUL infinito. y los pocos que aún soñaban a la vieja usanza se sentían desvalidos y dobleTlUnte atrapados por carecer del nuevo sueño, el úni­co y último territorio liberado tU la multitud que contiene a una mul­titud que encierra a una multitud que ...

La hora del transporte EL METRO: VIAJE HACIA EL FIN DEL APRETUJÓN

A diario, cerca de cinco millones de capitalinos utilizan el sis­tema del Metro, en batalla álgida por el oxígeno y el milímetro. Quedaron muy atrás las secuencias del cine cómico donde un camarote minúsculo o un taxi se la arreglaban para contener poblaciones innumerables. Eso de cualquier modo era una me­táfora surreal, lo de ahora es algo distinto, el caos en una cásca­ra de nuez por así decirlo. El Metro es la ciudad, yen el Metro se escenifica el sentido de la ciudad, con su menú de rasgos característicos: humor callado o estruendoso, fastidio docilizado, monólogos corales, silencio que es afán de comunicarse telepá­ticamente con uno mismo, tolerancia un tanto a fuerzas, conti­güidad extrema que amortigua los pensamientos libidinosos, energía que cada quien necesita para retenerse ante la mareja­da, destreza para adelgazar súbitamente y recuperar luego el peso y la forma habituales. En el Metro, los usuarios y las legio­nes que los usuarios contienen (cada persona engendrará un vagón) reciben la herencia de corrupción institucionalizada, de­vastación ecológica y su presión de los derechos básicos y, sin desviar la inercia del legado, lo vivifican a su manera. El "huma­nismo del apretujón".

Si es falso que donde comen diez comen once, es verdad que donde se haltan mil se acomodarán diez mil, el espacio es más fértil que la comida, un pensamiento arrincona al vecino, y la mente en blanco le devuelve su crédito a la inocencia. Lo más flexible en el universo es el espacio, siempre hay sitio para otra persona y otra y otra, y en el Metro la densidad humana no es sinónimo de la lucha por la vida, sino más bien, de lo opuesto. El éxito no es sobrevivir, sino hallar espacio en el espacio. ¿Cómo que dos objetos no pueden ocupar el mismo lugar al mismo

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Page 2: Carlos Monsiváis, "El metro: viaje hacia el fin del apretujón"

Liempo? En el MeLro, la eSLruCLura molecular deLiene su imperio universal, las anaLOmías se funden como si fuesen esencias espiri­Luales, y las combinaciones Lranscorporales se imponen.

El pluralismo es Lambién una conquisLa del ingreso al MeLro en las horas pico (hazar,a de la reLirada bélica que ya exige a su Jenofome), de mulLifamiliares o unidades habiLacionales donde la imimidad es asulllO de soneos, de calles aLesLadas, de parLe­nogénesis familiar ame el televisor. Somos Lamos que el pensa­mienLo más excénLrico es comparLido por millones. Somos LanLos que a quién le illlpona si otros piensan igualo disl.irllo . Somos LanLOs que el verdadero milagro ocurre al cerrar la puer­ta de la casa o del apartalllellto, cualldo resulta que allí el nú­mero disminuye.

¿Cómo no ser pluralista si el viaje en MeLro es lección de unidad en la diversidad? ¿Cómo no ser pluralisLa cualldo se mamiene la idemidad a empujones y por obra y gracia de los misterios de la demasía ? Los prejuicios pasan a ser comentarios privados y la demografía LOllla el lugar de las tradiciones, y del pasado esLo recordamos: había menos gente , y las millorías ami­guas (en relación a las mayorías del presente) con Lal de com­pensar su deficiencia numérica solíall ellLretellerse fuera de su domicilio. Fue enLonces, en la vida en la calle, cuando Luvo su auge la clausLrofobia, decreLada por la necesidad del ain: libre, de lo que no era ni podía ser subLerrálleo, ni admitir la compa­ración del descenso a los infiernos. Luego vino el Melro, y puso de moda la agorafobia.

¿Es posible el ligue en el MeLro ? Muchos dicen que sí, que es lo más fácil, que si el MeLro reconstruye la ciudad y escenifica por su cuema a la calle , incluye por fuerza al sexo en sus varia­das manifestaciones. EIl el Metro la especie vuelve al desorden que niega el vacío, yeso permite las illsinuaciones, el arrejun­te que es lascivia frusLrada por la indiferenciación, el faje discre­to, el faje obvio, las audacias, las transgresiones. Todo da lo mismo. El MeLro anula la singularidad, el anonimato, la casLi­dad, la cachondería; Lodas ésas son reacciones personales en el horizonLe donde los muchos son el único antecedente de los demasiados. Aquí emrar o salir da lo mismo.

En el Metro, la novedad perenne es la nación que cabe en un meLro cuadrado. Acorde con tal prodigio hospitalario, cada vagón es metáfora bíblica que le halla un hueco a los solitarios, a las parejas, a las familias, a las tribus, a las generaciones. En el Metro, se disuelven las fronteras entre un cuerpo y otro, y allí sí que todos se acomodan .

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