Carlos Monsiváis, "Radiografía de la impunidad"

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  • 5/26/2018 Carlos Monsiv is, "Radiograf a de la impunidad"

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    C a r l o s M o n s i v i s

    DE NO SERPOR EL PAVORQUE TENGO,

    JAMS TOMARAPRECAUCIONESNOTAS SOBRE LAVIOLENCIA URBANA

    El temor, las presiones devastadoras de la

    megalpolis, el afn de dominio sobre los

    semejantes, la deshumanizacin de las

    vctimas, las tradiciones machistas, los

    resentimientos sociales, la conciencia de la

    impunidad creciente, la injusticia comodefinidora de la aplicacin de la ley, la

    teatralizacin de ciertos modos del crimen: he

    aqu varias de las estaciones del recorrido

    diario de la violencia urbana.

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    del estado de derecho, el perpetuo estallido econmico, social ydemogrfico de las ciudades, y la imposibilidad de una efecti-va seguridad pblica, sea por la ineficiencia de los cuerpos en-cargados o por la feudalizacin imperante en barrios y colo-nias. Violencia urbana es el amplio espectro de situacionesdelincuenciales, ejercicios de supremaca machista, ignorancia

    y desprecio de los derechos humanos, tradiciones de indiferen-cia aterrada ante los desmanes, anarqua salvaje y desconoci-miento de la norma. Un paradigma para estudiar la violenciaurbana es la Ciudad de Mxico, donde, progresivamente, los

    problemas se han convertido en pesadillas institucionales.No es privativo de megalpolis alguna su desarrollo voraz.Esto, a grados de paroxismo, ocurre en Nueva York, Tokio, Losngeles y la Ciudad de Mxico, en cuya expansin incesanteintervienen (entre otros) los siguientes fenmenos:

    Si vas a salir a la calle, encomindate a Dios. Si no eres creyente,

    contrata guardaespaldas. Si eres creyente y tienes dinero,

    encomindate a Dios y contrata guardaespaldas

    1 El primer resultado de la violencia es la combinacin de atms-feras del temor creciente. Se pierde el uso confiado de la calle (lasmujeres lo han perdido ms dolorosamente), se padece la angus-tia al tomar un taxi, se intercambian como piezas de coleccin lasancdotas de asaltos que no desembocan en finales trgicos. (Delas predilectas: la boda de alta sociedad en donde los asaltantesdespojan a los asistentes y al sacerdote mismo, que en vano ame-naza con la excomunin; el asalto a un saln de clases en la Ciu-dad Universitaria; la irrupcin a mano armada en una reuninde expertos para prevenir la delincuencia; la entrada de un grupodelincuencial en una sesin de terapia de grupo, donde obligan alos asaltados a seguir contando su vida, etctera). Y se relatan conescalofro las historias dramticas. Puede alegarse: nada que nosuceda en otras partes, pero uno no vive en otras partes.

    2 A la delincuencia la multiplica la certeza de la impunidadSegn las estadsticas oficiales me atengo, entre otros datosa los proporcionados en enero de 1999 por el secretario deGobernacin Francisco Labastida, cerca del 90% de los deli-tos jams reciben castigo. Esto, en primer trmino, es asunto dela corrupcin policiaca y judicial, aunque, debe reconocerse, notoda la polica es corrupta, y son numerosos los que cumplencon su deber y mueren en el ejercicio de sus obligaciones. En1996, 56 policas son asesinados en la Ciudad de Mxico. Cadaao la cifra de policas victimados es similar.

    La idea de una delincuencia incorprea a los ojos de la leydesmoraliza a los sectores sociales y los debilita de antemanoen su enfrentamiento con la violencia. Segn criminlogos ysocilogos norteamericanos, la sensacin derrotista en las co-munidades empieza con el efecto de la ventana rota. Alguienrompe un vidrio en un vecindario y nadie se ocupa de localizaal responsable. A partir de ello se acumulan los hechos puniblesin respuesta. Con esto, ratifican la tradicin de la impunidadquienes ni siquiera tienen la fuerza para hacerse cargo de lastransgresiones menores. La impunidad es un continuum.

    3 Las megalpolis (y, con todo y zonas conurbadas, la Ciudadde Mxico recibe la presin diaria de ms de veinte millones deseres) generan presiones devastadoras, para empezar, sobre losectores populares. Ms del 70% de los delitos en la Ciudad deMxico ocurren en sectores pobres, no obstante el precariobotn a la disposicin. No importa, aparte de que todo lo con-seguido es bueno, es comparativamente alta la gratificacin anmica obtenida por el dominio sobre los semejantes. Eres iguade pobre que yo, pero mucho ms pendejo porque no evitas quete robe. Si todava no es muy nutrido el repertorio de la psico-patologa moderna, como los asesinos en serie oserial killers, emuy amplia la conformacin de un mbito delictivo. Hay

    Yo te amo, ciudad,porque la muerte nunca te abandona,porque te sigue el perro de la muertey te dejas lamer desde los pies al rostro,porque la muerte es quien te hace el sueo,

    te inventa lo nocturno en sus entraas,hace callar los ruidos f ingiendo que dormitas,y t la ves crecer en tus entraas...

    Gastn BaqueroTestamento del pez

    QU ES LA VIOLENCIA URBANA? LA RESPUESTA CLSICA SERA: SI NOlo sabes no tiene caso que lo preguntes, y sobre todo, no te detengas a pen-sar la respuesta en una calle solitaria en un vecindario riesgoso. Protegidoen una ponencia, me arriesgo, e incluyo en la definicin de violencia urba-

    na a los conflictos, las tragedias, las conductas lmite propiciadas por la crisis

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    C a r l o s M o n s i v i s : N o ta s s o b r e l a v i o l e n c i a u r b a n a

    barrios que son refugio de ladrones de automviles o de asal-tantes; hay sectores en donde la delincuencia es sin sermonesde por medio un captulo ms, donde siempre hay oportuni-dades de empleo; hay entrenamientos en el delito como patri-monio familiar; se afirma la feminizacin del delito, resultadoinevitable de la distribucin de tareas y la prdida del sentidode fragilidad de numerosas mujeres; se produce el cambio delas artesanas del robo a las macroindustrias del despojo. Unagran ciudad da para todo.

    Si yo no le pego a mi mujer, va a perder su espritu femenino

    4 La mezcla de tradiciones machistas y profundos resentimien-tos sociales desemboca en la cuanta de la violencia intrafami-liar, que alcanza no tan de vez en cuando el asesinato y laviolacin. Han sido demasiadas las prerrogativas concedidas alpatriarcado, o al ms bien legendario matriarcado, como parano situar a la violencia intrafamiliar entre las costumbres favo-recidas. Esto debilita al extremo los sentimientos de unidad y

    solidaridad, y potencia en padres o madres el proceso de auto-destruccin guiado por el atropello. Un caso extremo: en 1978una mujer de 27 aos de edad, Elvira Luz Cruz, abandonada porsu amasio, debilitada por la subalimentacin y la ignorancia, sindinero para comida y sin apoyo alguno, mata a sus cuatro hijose intenta suicidarse acto seguido. Los vecinos, ajenos por com-pleto a su desesperacin y abandono, la salvan y la entregana las autoridades. Apresada por la dependencia extrema delmacho ausente, incapacitada para alimentar a sus hijos, ElviraLuz Cruz opta por la extincin. No hay prepotencia ni antece-dentes de crueldad con sus hijos, slo la nocin de que su vidale pertenece incondicionalmente.

    No le adjudico una causa nica y repetitiva a los incontablescasos de violencia familiar, ni mucho menos extiendo certifica-dos de disculpa. Slo apunto a la fiereza del medio que, salvoen circunstancias extremas, cancela los dispositivos de solidari-dad a favor del egosmo de la sobrevivencia, bajo la luz de unapremisa de la indefensin: Si es tan poco lo que puedo hacerpor m y por los mos, imposible hacer algo por los dems. Alegosmo lo atena o desplaza el creciente repudio a la violenciacontra las mujeres y, todava con ms fuerza, contra el maltratoa los nios, por golpes, encierros u hostigamiento sexual. Enestas circunstancias s intervienen los vecinos.

    Las tensiones y los agravios las sensaciones de anomia sue-len resolverse dramticamente en el seno de las familias. Lo msfcil y, muy probablemente, lo ms convincente en sociedadesdesinformadas es culpar de la violencia familiar a la condicinhumana, tan atenta desde Can y Abel a las soluciones tajantes,pero no deben menospreciarse las cualidades desquiciantes delas urbes, y la opresin inacabable de las concentracioneshumanas jams antes vistas. Y son intiles las tcnicas de aisla-miento, cuya versin enloquecida la proporciona el caso delpadre que encerr por aos a su mujer y sus hijos, descrito enteatro por Sergio Magaa enLos motivos del loboy en cine porArturo Ripstein enEl castillo de la pureza.

    5 Como extensin de la moral del hacendado, la primera ca de la violencia es la deshumanizacin de sus vctimas. de tanto arraigo en los medios rurales, se singulariza en lacrpolis por la contradiccin flagrante de lo que sucede coexpectativas civilizatorias. El violador cree de paso satisfacevctima; el polica judicial est convencido de que no dispouna persona sino de un cuerpo maleable sin derechos a pde la captura; el fascineroso que golpea e insulta a su presa sequita con quien, por incapaz de protegerse, slo merece oprSon comunes los regaos durante las fechoras. Por qu el tado tiene y el asaltante no, o por qu el primero carece habilidad como para exceptuarse de los atracos del segund

    En ltima instancia, lo muy urbano de esta violencsu posibilidad absoluta de disolverse en el gento. Quin itifica con certeza al violador o al asaltante si no se le deen el acto, qu prevenciones tiles existen en ciudades demanizadas por la carga demogrfica, quin no le apueextraviarse entre el alud de millones de personas que

    disolver la nocin misma de vecino? Y las ventajas del anonto se acrecientan tratndose de los crmenes del odio crimes), especie muy divulgada en el mundo entero gracias a

    yo del presidente Bill Clinton a los comits de investigaciestos atropellos antes ni siquiera percibidos.

    Es muy elevada en Mxico la cuota de los crmenes del sobre todo en los campos de la homofobia, la intoleranciagiosa (los asesinatos de protestantes en Chiapas y Oaxacintolerancia poltica (los quinientos perredistas asesinadosperiodo de Carlos Salinas). Como en cualquier parte, lo cterstico de estos delitos es la impunidad previa que protlos criminales, y la no tan asombrosa repeticin de la tcnic

    crimen a travs de las generaciones. Para el fantico, ni unni un hereje, ni un subversivo son seres humanos.

    Si no tomamos la justicia en nuestras manos,

    ni tendremos manos ni dispondremos de justicia

    6 La pobreza explica slo una parte de la violencia urbanno creer en el determinismo, no acepto la frmula reiteradCarlos Salinas (En la pobreza no hay democracia). Me go a lo demostrable: en la pobreza hay y puede haber vidatural, y la escasez de dinero no elimina los recursos espirit

    y morales, y por eso es tan clasista la frrea relacin causatre pobreza y transgresin de la ley. Sin embargo, la conddesesperada es gran caldo de cultivo de la delincuencia y lalencia gratuita. Si los de arriba ven en la violencia a la extencasi natural de sus privilegios, en las clases populares cueconsiderablemente en materia de opcin por la violencia tificacin consiguiente el atraso, lo incipiente de la cude los derechos humanos, la gana de represalia ciega controrden injusto, la afirmacin de la personalidad pese a las evcias en contra (el padre de familia que no consigue trabajoplotado, cansado, harto, trata con saa a su mujer y sus hijotal de existir ante s mismo, en una tctica ominosa y ances

    Y la violencia popular, engendrada en la pobreza, sup

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    en ocasiones por la fuerza a la violencia del Estado. Un ejemploentre muchos. El 28 de abril de 1997, en La Purificacin Tepe-titla, Texcoco, en el Estado de Mxico, integrantes de la guar-dia de vecinos sorprenden en la madrugada a cuatro personasque despojan de sus llantas a un vehculo Dart K Guaynmodelo 1985. Se detiene a Fidel Marcos Patio, de 45 aos, y aEduardo Mojica Villa, de 52 aos, y se les conduce a la plazaprincipal del pueblo. Las campanas de la iglesia alertan a lacomunidad, y al interrogatorio acuden cerca de trescientas per-sonas. Se venda a los detenidos, se les ata de pies y manos, se lesgolpea con inclemencia exigiendo el nombre de sus cmplices.Se convoca a las autoridades y, como no acuden, al amanecer seprepara la ejecucin y se les colocan a los delincuentes sogas enel cuello. En ese momento se presentan a negociar la entrega delos detenidos el presidente municipal, Federico de la VegaMurillo, y el director de la polica local, Antonio Morat. Mstarde se apersonan la agente del Ministerio Pblico y el delega-do de Averiguaciones Previas. Al final la turba entrega a los

    ladrones de llantas, hospitalizados de inmediato. Fidel MarcosPatio sufre estallamiento de vsceras, fractura de mandbulas

    y la prdida de varios dientes, y Mojica Villa tiene fracturas decrneo y lesiones diversas.

    Para todo efecto prctico, Texcoco es urbano. Conurbado ala Ciudad de Mxico, tambin lo sojuzgan la televisin, laradio, los videocasetes, y los sistemas informativos y educativosde la megalpolis. Y la falta cometida robo de llantas noexplica tal rabia, similar a la producida por asesinatos o viola-ciones de mujeres. Por eso, y no obstante sus semejanzas conhechos semejantes en zonas rurales, y el origen idntico del lin-chamiento (sustituir con furia popular la ausencia de justicia),

    la violencia de Texcoco es fenmeno urbano. La turba no seinmuta ante la presencia de fotgrafos, se atiene a la gran valade un automvil (la propiedad ms entraable despus de lacasa), considera su accin una prerrogativa de la sociedad civil(ya con ese trmino) y ve en el crimen por razn del despojo aun nuevo requisito de la comunidad. Otro ejemplo menor yrevelador: en 1995, en el Centro Histrico, en la calle de SanIldefonso y aledaas, se produce un zafarrancho. Un automovi-lista atropella sin mayores consecuencias a un nio de cuatroaos de edad. Reunida en un instante, la multitud se proponelincharlo, unos policas lo protegen y el resultado es contrapro-ducente: los que van al rescate se salvan de ser linchados slopor la llegada de refuerzos.

    A la violencia urbana la estimula la sensacin prevaleciente:es la injusticia la que define la aplicacin de la ley. Segn laconseja popular, los magistrados y los agentes del Ministerio P-blico son corruptos casi de por s, los policas atracan o son ve-nales, los poderosos lo compran todo, la tortura es la traduccincotidiana del Cdigo Penal. Si a eso se aade la feudalizacinde la ciudad, las zonas hurtadas al simple patrullaje policiaco,el caciquismo en gremios y colonias populares, se entiende laferoz resistencia a lo que intenta pasar por orden. El axiomade los que se arman es vibrante: Si la justicia es injusta y co-

    rrupta, nos toca a nosotros enderezarla; si el gobierno es la mpoderosa de las bandas en activo, y es fundamentalmente esotenemos el derecho a resistir. El derrumbe de la creencia en laaplicacin de la justicia explica escenas antes impensables: labatallas campales entre policas y vendedores ambulantes, entre granaderos y vendedores ilegales, entre policas y vecinosNo hay guerra civil, pero s particin territorial a la fuerza. Adarse por muy irregular el estado de derecho, se rehabilitan lacomunidades delincuenciales o vecinales, en escenas cuyoantecedente remoto se encontrara en John Gay (La pera de lomendigos) y Bertolt Brecht (La pera de los tres centavos).

    Si no me dicen que han muerto,

    estara yo muy preocupado por mi puntera

    7 Faltan los estudios sobre psicologa urbana que pongan enrelieve los efectos de las presiones citadinas, y den cuenta de suresultados psicopatolgicos, cualesquiera que stos sean, y desi el trmino retiene alguna eficacia descriptiva. Como sea, y

    pese a sus dimensiones, la Ciudad de Mxico todava no com-parte rasgos de las megalpolis: desprecio encarnizado por lomarginales, abandono de toda consideracin por los improduc-tivos, rechazo a los viejos, desintegracin programada de lafamilia. Y esto atena la furia y los delirios alimentados por eacoso y la invisibilidad social.

    Sin embargo, esto se va modificando. Doy ejemplos: en 1997un polica recin cesado de la corporacin entra al Metro LaRaza y, sin motivo especfico, descarga su revlver, matando ados personas e hiriendo a otras tres. Al ser capturado nada matina a decir: Tena mucho coraje, por eso lo hice. Y en Tijuana, en 1998, dos ex judiciales salen a la calle a matar por gusto

    a quien se encuentren, y asesinan a cinco. No hay necesidad deexplicaciones. La posesin de las armas es razn suficienteY sta es mi hiptesis en el origen de estos fenmenos se localiza tambin al narcotrfico, que incrementa sin medida laviolencia urbana, no porque deba atribursele toda la caudadelictiva, sino porque introduce nuevas reglas de juego, acrecien-ta el mercado de armas y reitera cun fcil es, en medios sin sis-temas eficaces y crebles de justicia, abaratar la vida humana.

    Cada semana son asesinados en el pas decenas de individuos en condiciones rituales semejantes. Ante esto, se extenala capacidad de sorpresa y las ms de las veces los ciudadanoslo expresan una indignacin escnica, reservndose la protesta profunda para las situaciones personales. Y el delincuente quesea se considera beneficiario directo de las esferas de la impu-nidad. Si tantos mueren en circunstancias violentas, uno ms noimporta. De nuevo, en las armas se localiza la posesin de la leyrealmente existente. El dueo del auto se aferra a su propiedad

    y el hampn lo mata porque le ha faltado al respeto a la justiciainstaurada por su revlver; el asaltante, furioso porque no haynada que robarle a su presa, la asesina para ensearle a no salirsin dinero; los pandilleros golpean a los transentes ratificandosu dominio espacial a travs de los gemidos y las splicas de misericordia; al macho ebrio y exasperado no le basta maltratar a

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    C a r l o s M o n s i v i s : N o ta s s o b r e l a v i o l e n c i a u r b a n a

    la prostituta en el cuarto de hotel, debe ir hasta el final, aprove-char la vivencia ilimitada del cuerpo dependiente y por eso,al estrangular o apualar, siente que culmina un coito de otramanera incompleto. Esto no es psicologismo, sino la mnima mo-raleja desprendible de centenas de casos similares.

    Si no fuera por la tele, los delincuentes no sabran siquiera

    de la existencia del delito

    8 Las representaciones de la violencia en los medios electr-nicos conducen a debates interminables sobre la sobreexposi-cin de los nios a simulacros de la crueldad y la barbarie, oincluso a informaciones detalladas sobre los hechos de sangre.Se les educa para la violencia. Y la censura se emite desde losms altos niveles burocrticos. En 1997, a solicitud del presiden-te Ernesto Zedillo, se cancelan dos series diarias que con enor-me xito daban noticia de los delitos (Fuera de la ley en Televisa

    yCiudad desnudaen Televisin Azteca). El presidente insiste: Losprogramas son perniciosos para la niez y fomentan el delito.

    En esto, Zedillo contina la interminable lista de polticos, edu-cadores y clrigos que responsabilizan a los medios electrni-cos de la promocin de la ilegalidad: los nios y jvenes son muymaleables, y ante la tele se habitan a la normalidad de la vio-lencia. Exhibir actos fuera de la ley es predicar con el ejemplo.La exigencia presidencial es acatada luego de una tibia defensade las empresas (cumplimos un deber informativo), se suspen-den los programas y reaparecen a los pocos meses o semanas conotros nombres, reinstalados por la demanda insaciable.

    El morbo por la nota roja es parte de una tcnica de preser-vacin psicolgica. No slo se exorciza el delito ubicndolocomo el suceso remoto en la pantalla de televisin; tambin, al

    incorporarlo al espectculo, se banaliza el hecho de sangre. Porsu naturaleza, el morbo es la tcnica de control psicolgica dela violencia inmanejable. Si el chisme nos incorpora a la intimi-dad ajena, el morbo por la nota roja nos aleja de la desgraciapor acontecer. Tan no estoy muerto que contemplo a estospolicas explicar la balacera en el banco. Al respecto, segn creo,en materia de persuasiones visuales, es ms daino que la pasa-rela de cadveres y criminales ya vueltos show el culto a lascorridas de toros. De cualquier manera, la supresin de estasseries no disminuira en lo mnimo el delito. Qu se haconseguido al suprimir en las estaciones de radio los corridosmariguaneros? Qu ha obtenido la censura en asuntos desexo? La estrategia de las prohibiciones se extingue en el home-naje involuntario a lo prohibido, y algunas moralejas nacen muer-tas, por ejemplo: Si no se habla del delito no hay incentivospara la criminalidad.

    La condena a la violencia, hija bastarda de la televisin, estema recurrente en los medios informativos. Se insiste sinconviccin, pero con energa declamatoria: los medios formanen y para la violencia. Pero nadie est tan convencido a fin decuentas, porque ni los gobiernos, ni la derecha, ni los grupossociales hacen algo por detener tal instruccin deformadora, nivan ms all de suprimir cada ao una o dos series reemplaza-

    das por otras idnticas. En rigor, el debate an no se prodapenas menciones apocalpticas, aunque resulte probabpapel pedaggico de los medios, en especial del cine, nla violencia sino en la teatralizacin de la violencia. Es a

    deuda estilstica del narcotrfico y la delincuencia organcon las pelculas. Basta enterarse de las descripciones de aso enfrentamientos para vislumbrar cunto aprende el hamla gestualidad y de la amoralidad interpretadas por el Pero en materia de ilegalidad la forma no es ni puede ser edo, y la gran escuela del crimen sigue siendo la impunidadcortejo de supersticiones.

    Sal tan fastidiado de la oficina

    que ya no supe cmo me despert en la sala de urgencias

    9 Sin freno, aumentan los hechos de violencia intrafamlos enfrentamientos entre policas y ciudadanos, las rias desito, las situaciones tensas. Y al ao, denunciados, se prod

    700 mil delitos, lo que segn los expertos indica por lo mel doble, al ser tan elevado el nmero de quienes desistenida a los juzgados a levantar el acta. Esto convierte a la vicia en el segundo gran protagonista de la urbe, slo antecepor la sobrevivencia, que se apodera del escenario por la acconjunta de la catstrofe econmica y el miedo. Esto no apa una ciudad poseda por la devastacin, sino, y esto es sufite o demasiado, a una ciudad incrdula ante las posibilidcivilizatorias, desconfiada de la existencia de soluciones.

    En algn momento la violencia ha de caer sobre la per

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    su familia, sus amigos. Y la certidumbre de vivir la excepciona-lidad, de habitar siempre las vsperas del acontecimiento terri-ble o desagradable, se vuelve fijacin cotidiana: en relacin ala violencia se est a diario en el ojo de la tormenta entre un asal-to y el prximo, entre la tensin y los estallidos, entre la falsatranquilidad y la mala noticia. Y al mbito de la esperanza, ago-tado o disminuido, lo reemplaza la supersticin nueva: si atien-do a los exorcismos (disfrazados de medidas de seguridad) hoyme escapar del destino urbano.

    En qu momento se le confiere a la violencia el papel de deusex machina, de sinnimo fatal de destino urbano? Al coincidir enun espacio sobrepoblado la crisis econmica sin precedentes, lamasificacin extrema, la creencia en el desplome de las institu-ciones de justicia, el contagio atmosfrico del narcotrfico

    y el apogeo de la delincuencia organizada, que viene de la des-composicin policiaca y la industrializacin de la impunidad.Segn la derecha, esto se debe al abandono de los principiosreligiosos. En efecto: en el origen de esta devastacin s inter-

    viene la ausencia de un sistema valorativo, pero aqu secombinan lo laico y lo religioso y, adems, si hay un sector decreyentes compulsivos, junto a los empresarios, se es el narco.Pagan con largueza misas, bautizos, primeras comuniones,casamientos, entierros y confirmaciones, patrocinan seminarios,visitan al nuncio papal (luego de asesinar a un obispo) parareferirle sus problemas de conciencia, organizan lo que la pren-sa llama narcotours a Tierra Santa, se confiesan porque lo exigela renovacin de sus deudas de conciencia. Por lo menos ellosno desertan de su fe.

    Iba para mi casa cuando un seor muy atento me avis

    que me estaba asaltando en ese instante10 En diversas ciudades del continente las norteamericanasdesde luego cunden visiones de la distopa, la utopa negati-va, donde la violencia urbana cerca y frena las libertades a ladisposicin. Si no te proteges no sobrevives y si dedicas tiem-po a protegerte pasas de la vida a la sobrevivencia. Megalpo-lis es ya sinnimo de las formas de la degradacin impuestaspor las grandes concentraciones humanas, sobre todo en unorden econmico donde, sustituido por la automatizacin, eltrabajo formal mengua, y la violencia aumenta al ritmo delrelativismo tico o de la posmoral pregonada por varios analis-tas, ya incorporada al lenguaje cotidiano donde la justicia es lamezcla de aplazamientos, impunidades y distribucin siempreinequitativa de la ley, y en donde los servicios se encarecen ydisminuyen sin remedio.

    No se puede exagerar o minimizar el papel de la violenciaurbana. Ha recompuesto, y con vandalismo, el mapa de laciudad transitable, atrae la obsesin informativa de la sociedadentera, vuelve central el tema de la descomposicin social.Pero an no se cuenta con las teoras convincentes que al des-cribir causas propongan soluciones, ni nada ms all de unaefmera campaa de moos blancos de protesta, y de la exigen-cia de mano dura, sin especificaciones.

    La violencia se interioriza en cada habitante de la urbe, notanto por la gana de ajustarle cuentas a la realidad a travs deacciones destructivas, sino en espera de lo inminente, de loshechos injustos e irreparables que la ciudad impone. Esto noes desde luego nicamente psicolgico. En la medida de lasposibilidades y de las posesiones, cada persona aguarda a la violencia con temor en la calle, diluvio de cerraduras en las puer-tas, dispositivos de seguridad en los automviles, armas en lacasa, proliferacin de las compaas de seguridad privada (1,300en Mxico), gadgets innumerables de proteccin personal amanera de indulgencias medievales, simple miedo fsico a losgrupos o los individuos con los que uno se tropieza en horas inconvenientes (se reduce el tiempo de las horas convenientes). Y slos modelos apocalpticos anteriores eran Nueva York y Longeles, el modelo de hoy para la Ciudad de Mxico es la propia Ciudad de Mxico.

    En el Pars del siglo XIX, distingua Walter Benjamin alflan-neur, al que tomaba la calle como su morada, con esas cuatro

    paredes de la curiosidad y la vitalidad. En la megalpolis de fines del siglo XX uno de los sustitutos delflanneures la Vctimaen Potencia, que hace de la desconfianza su instrumento delconocimiento y del recelo su bitcora. La violencia nos obliga ateatralizar y generalizar la experiencia desagradable o trgicanos encierra doblemente en nuestras casas, se vuelve el estadode sitio de los ricos rodeados de guaruras (esos ngeles de laguarda de las previsiones sombras), modifica a la intuicin has-ta volverla depsito de miedos ancestrales, se aterra ante la propia sombra porque no se sabe si el inconsciente va armado ypor ltimo, nos convence de que la ciudad, el campo de las sen-saciones de libertad, es progresivamente de los Otros y es cada

    vez ms el reino del Otro y de lo Otro, aquello que dej de pertenecernos cuando aceptamos lo indetenible por lo pronto dela violencia, sabiendo que, dadas las caractersticas de la urbestepor lo pronto eterniza sus plazos.

    En materia de violencia urbana slo tiene conclusioneoptimistas quien en cualquier lugar del mundo piense dormicon la puerta abierta. ~

    Felicita a su colaborador y amigo

    Jorge Volpi por el Premio Biblioteca

    Breve de Seix Barral por su novela

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