Upload
goles-rosas
View
219
Download
0
Embed Size (px)
DESCRIPTION
Carlos Ríos nació en Santa Teresita en 1967. Publicó los libros de poemas Media Romana (ediciones el broche, 2001), La salud de W.R. (dársena3, 2005) y en México La recepción de una forma (bonobos, 2006). Manigua, su primera novela, apareció por Editorial Entropía en 2009.
Citation preview
HÁBLENME DE RUSIA/
IGLÚ
Carlos Ríos
Goles Rosas Colección suplementario
HÁBLENME DE RUSIA (1996)
¡Rusia! ¡Rusia!
Te veo, te veo desde este
portento
que es mi maravillosa
lejanía.
Gógol
Nevskii Prospekt
¿Nieva en San Petersburgo esta noche,
cuando el ademán atraviesa una cara?
Hablemos de este hielo, Nadia
o de los suplementos deportivos.
Que el pronóstico televise, a medianoche,
esa cárcel de nieve.
¿Nieva en San Petersburgo esta noche,
cuando el ademán atraviesa una cara?
Los perros, que no mienten, así lo afirmarían:
-Nieva en esta ciudad, que no es la nuestra,
y han llevado los huesos de las sabias princesas
a otro frenesí, ladies in darkness.
Aullamos con esmero, al fin y al cabo
de Siberia venimos.
No somos Allen Ginsberg.
Entonces los padres
se arrodillaron
y pidieron por Gavril,
el niño del suplicio
alveolar.
Resumen de almohadillas
que en un ir y venir,
en pliegues disimulan
el aire que les queda.
Una de las criaturas
(Alexis, Natasha o Mertov)
se distrae de las curas
que dispone papásha.
Vuelve la cara inquieta.
En su mano la hormiga
lleva el verano a Mochkba
en una rama seca.
¿Y cuando le pidieron la cabeza al jugador?
Le mandaron una carta sellada
pero él ya no estaba.
Tenía 27 años y una esposa de hielo.
-Hagan juego.
-¡Aliosha! Más vodka en este vaso.
Un poco más a ellos, son nuestros
ganadores.
A jugar,
antes que la luz
nos encuentre
y se lleve el granizo
de las cartas
marcadas.
¿Dónde está la minusválida letona
enamorada del atlético Simbirsk,
ala derecha del Dínamo de Kiev?
En el Lada bordó
rasga la nieve,
arrima, abre cauce
en la estepa.
¿Dónde está la minusválida cirílica
enamorada del atlético Simbirsk?
La zurda del once
calzó con ortodoxia
en su cabeza rusa.
¿Darán esas ancianas
sus maduros blinís,
sus pliegues al samovar
de vidrio donde el hippie
ordena con torpeza
las plumas del faisán?
Llevan en sus carteras
matriushkas del orden
platense, buscan
en mostacillas
nombres de condesa.
Nikólai ríe,
las mira desde el puente,
en el agua dibuja
el rostro más hermoso
de su madre.
Pasa Petrushka
en un auto alquilado
servicio de Aeroflot.
Pasa el mujik con su
bufanda de sombra.
Pasa Anatoli Karpov.
Viaja en un percherón
de los tiempos del zar.
Pasa el gran Tarko.
Tiñe en su pulpa gris,
su celuloide.
En el Moskóvskie, hoy
sus nombres al revés.
Descenso de Laika fuera de órbita
Olvídate de Rusia, perra
ya no hay por dónde continuar.
Cruda, la especie tasca
su instrumento de hielo;
en terraplenes, la Troika
precipita otra técnica
del espacio oriental.
Los periódicos ocultan
sus noticias al Politburó,
la envían en zurdas claves
a la sección de deportes:
el Moskóvskie védomosti
recupera el juego de sordinas
cuando cargaban, perros
su juicio en balalaïkas.
Un apéndice de hueso
crece, su inválida molestia
anuncia gravidez animal:
el glasnost ha derribado
la torpe cápsula de aire.
En Mochkba el mujik
libera ácidos sobre el bronce
de tu estatua, perra.
No morderás, madrecita
las parcelas de Alaska,
esa perdida.
IGLÚ (2000)
un grito blanco, como un largo
hueso de plata...
Kurt
Skötzelkind
el ojo proclama que todo es
superficie
Alfredo Prior
Estancia polar
...
...
...
(Blancura:
escala tímbrica
o nevera.)
…
Alaska (esa perdida) en el goteo de la glándula,
en el párpado de un hacha.
...
Pasa el Capitán de los Podridos,
el suburbio en su bufanda boreal.
Hasta aquí llega su palabra exacta
envuelta en una costra de viento.
...
(Un cuerpo a cuerpo
con la forma, entre vasta
y andrógina.)
...
Sus ballenas en el arco polar de una camisa
de fuerza.
…
Aura de linternillas a ras de nieve
como en el juego de unas sábanas.
…
Es la zurda comitiva y nos recibe
sin los brazos abiertos:
los perdieron en el último avance
del Ejército de Paz.
...
(No hay Potosí, no insistan.)
…
…
…
...
...
...
Un fiordo ingresa el testigo que oscurece
cada mosaico de agua, redes en el menstruo
de la ballena.
...
Ánimas que quiebran al posarse en las ancas
del trineo.
...
El cartógrafo lapón dobla su pulso si confirma
que el viento merodea el hoyo de su madre.
...
...
...
...
...
...
¿Cómo se pisa en botas
que acusan dedos de animal
con su manía de huellas?
Nadie encontramos que lo pueda explicar.
Apenas el fabuloso suceso del trineo
donde los perros recuperaron su patrón
ingresándolo hasta el corazón del pueblo,
el esfuerzo del desgarro en cada lomo.
Días de síntesis en que cuerpos heridos
dan de baja su próxima estación.
...
...
...
...
...
...
En la trastienda del fiordo
un glaciar disloca en resmas,
armas de precisión
que van a dar al agua.
...
¿Es destrucción
el reflejo físico del objeto que cede
a los principios corrosivos cuya materia
se esforzara en decir: partida en dos?
...
...
...
...
...
...
(Después de mirar durante horas
un montículo de nieve)
En realidad, la única casa
posible es el cuerpo. Allí prospera
una incrustación microscópica
que lo envuelve todo.
...
Artífice impar de recursos infinitos
el cuerpo señala la belleza
del objeto que prepara
hacia él: otro, y alguna vez lo vio partir
al centro polar.
...
...
...
Port Savoonga
...
...
...
¿Hay algo más bello que perseguir el oso blanco
en el océano blanco? *
…
Sí.
El aceite de un bostezo
en el pelo de la sombra; su rastro
de criatura que al amuleto de la foca
escarpa su silueta
si el viento de día no la borra;
aquel hombre excitado que busca colocarla
en su trampa primeriza.
...
Nada hacia dónde emigrar, agotadas
las trampas, las estrellas y la tierra del caribú;
lo que se oculta en el ojo de la muerte,
en el cebo que ofrecí.
...
Al oso blanco lo he dejado de ver:
él, que ha prometido arrastrar mis vísceras
hasta la vara mortal; pero no tiemblo, y
no me ahuyenta que sangre el corazón,
si el mar se ausenta.
...
En la nieve la palmada del hombre
sobre la vejiga; asta de la criatura
frotándose una especie de lamento.
...
Unos a otros hombres y perros dándonos
el corazón hacia ninguna parte;
cuesta abajo en la ladera, en la colina
y la pisada de la presa allí donde se muestra
la lámpara del sueño; colgar el espíritu
a la sombra,
el ojo de la foca en la blancura.
...
...
...
_________
* Horacio Castillo. Alaska, Tierra Firme, 1993.
Hablemos de Rusia, de acuerdo. ¿Pero de qué Rusia? Está la
Rusia inconmensurable de las novelas decimonónicas, y la
Rusia de la Guerra Fría; está la Rusia de los films de
vanguardia, y la que es Siberia; está la Rusia soviética y la
zarista con sus sinfonías tardorománticas, con sus cosacos; está
la Rusia de la perestroika y la del poscapitalismo… La Rusia de
Carlos Ríos es un poco cada una de estas y no es ninguna en
absoluto. Se trata de una Rusia cuya mayor cualidad es la
lejanía: Rusia es lejos. Pero no una lejanía relativa, definida por
la posición de quien escribe, sino una lejanía que la constituye.
Rusia es lo lejos. Incluso cerca, esta Rusia siempre nevada,
blanca y sin contornos definidos, es un lugar lejano e
inabarcable, que se presenta en postales diminutas: una hormiga
sobre una rama seca, perros que aúllan en la avenida de la
revolución, Laika en órbita sobre el planeta que no la espera,
imágenes invertidas en el espejo de un hotel. Una Rusia (y más
distante aún, perdida, Alaska) hecha de filamentos de hielo o
nieve, filigranas de lo imperceptible: oso blanco sobre paisaje
blanco.
Marcelo Díaz
Carlos Ríos nació en Santa Teresita en 1967. Publicó los libros de
poemas Media Romana (ediciones el broche, 2001), La salud de W.R.
(dársena3, 2005) y en México La recepción de una forma (bonobos,
2006). Manigua, su primera novela, apareció por Editorial Entropía en
2009.
Goles Rosas pirateado en mdp