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Carmelina Soto - La casa entre la niebla

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Un libro póstumo de la poeta colombiana Carmelina Soto. Acompañan la edición una completa biografía de la poeta por Luis Fernando Suárez y un estudio de Carlos A. Castrillón.

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Carmelina Soto Valencia (Armenia, 1916-1994)

Carmelina Soto (Octubre 11 de 1979)

Bibliografía de Carmelina Soto

(1941). Campanas del alba. Armenia: Tipografía Vigig. (1953). Octubre, 1942-1952. Bogotá: Antares. (1974). Tiempo inmóvil: Selección Poética. Bogotá: Tercer Mundo. (1983). Tiempo inmóvil: Selección Poética. 2ª edición. Armenia: Editorial

Quingráficas. (1983). Un centauro llamado Bolívar. Armenia: Editorial Quingráficas. (1997). Canción para iniciar un olvido. Selección: Martha Inés Palacio Jaramillo,

Darío Jaramillo Agudelo. Bogotá: Fiducafé.

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Índice

Presentación ……………………………………….. 5 Carmelina Soto, en tránsito. Luis Fernando Suárez Arango …………………… 7 Apuntes al manuscrito La Casa entre la Niebla, de Carmelina Soto. Carlos A. Castrillón ………… 25 La Casa entre la Niebla, Carmelina Soto Valencia …… 43

La llama ...................................................................... 45 La sombra .................................................................. 47 Lo efímero .................................................................. 49 Bandera ....................................................................... 51 La chispa ..................................................................... 53 La mano ...................................................................... 55 Por las selvas de América ........................................... 57 Rostros negros ............................................................ 59 La casa entre la niebla ................................................ 61 El vaso.......................................................................... 63 El adiós ....................................................................... 65 El cenicero ................................................................. 67 Llama y sombra .......................................................... 69 Espejismos .................................................................. 71 Aroma .......................................................................... 73 La casa iluminada ................................................. 75 Habitación íntima ...................................................... 77 Retrato ....................................................................... 79 La laguna sagrada ...................................................... 81 Los guantes ................................................................. 83 La brasa ...................................................................... 85

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Presentación Este homenaje a la poesía de Carmelina Soto Valencia es el producto del proyecto de investigación Carmelina Soto: El desdoblamiento del silencio, adelantado por Luis Fernando Suárez Arango en la Maestría en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira, con la asesoría de Carlos A. Castrillón, profesor de la Universidad del Quindío. En las búsquedas bibliográficas y documentales que el citado proyecto implica, han aparecido textos importantes que dan fe de la amplia labor intelectual de Carmelina Soto y de su rigor en la escritura poética. Artículos, cartas, ensayos y guiones para radio y televisión, en gran parte inéditos, junto con documentos personales y manuscritos que la poeta trabajaba con cuidado en hojas que tachaba, corregía y guardaba entre sus papeles, conforman un archivo de unos 500 folios. Este archivo, luego del proceso de depuración, inventario, clasificación y fijación, es el testimonio de los últimos 20 años de ejercicio poético de Carmelina Soto, de sus preocupaciones estéticas, de su interés por la cultura y de sus afanes diarios. El libro que ahora presentamos recoge los 20 poemas inéditos que Carmelina Soto recopiló en una carpeta sin título, más uno cuya primera versión conocida data de 1979, y que fue corregido y mecanografiado en limpio en la misma época del conjunto principal. Estos 21 poemas se suman al esfuerzo de compilación que la misma poeta hiciera en 1974 y 1983 con las dos ediciones de Tiempo inmóvil y completan el ciclo creador de una de las más singulares poetas colombianas. Se ha elegido arbitrariamente el título La Casa entre la Niebla para el conjunto por el título de uno de los poemas y por el

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motivo de la casa en el recuerdo, que la poeta aborda en cinco de los originales. Acompañan la edición una completa biografía de la autora y un comentario detallado del manuscrito. Agradecemos a la señora Marleny Garay, quien ha guardado con respeto estas memorias, por haber facilitado el material que permitió diseñar este libro.

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Carmelina Soto, en tránsito

Luis Fernando Suárez Arango Universidad del Quindío El 31 de octubre de 1916 nació en Armenia Carmelina Soto Valencia. En el Libro de Bautismos 10, folio 259, número 775, podemos leer: “En la Catedral La Inmaculada de Armenia, el 11 de noviembre de 1916, el presbítero Vicente Castaño bautizó solemnemente una niña que nació el 31 de octubre de este año, a quien nombró Carmelina, hija legítima de Jesús María Soto y María Rita Valencia. Abuelos paternos, Edmigio Soto y Avelina Trujillo; maternos, Felicidad Valencia; padrinos, Pedro Gallego y Susana Muñoz”.

En una carta dirigida al abogado Jaime Soto Gómez, fechada el 28 de enero de 1991, Carmelina recuerda fragmentariamente sus primeros años de vida:

“Mi padre murió cuando yo sólo tenía 2 años y a mi madre la perdí cuando tenía 14 […] Mi padre sí estuvo en la colonización del Quindío y en la fundación de Armenia. Llegó a estas tierras como guaquero y dicen que llegó a tener bastante oro, puesto que viajó a Bogotá para venderlo a mejor precio (¿fantasías? No sé). Su nombre, Jesús María Soto Jaramillo, hijo de Edmigio Soto y Avelina Trujillo, de aquellos Trujillos pelirrojos de Antioquia, de cabelleras sedosas, de un rojo oscuro como de vinotinto mirado a trasluz y que

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yo pude apreciar heredadas por dos de la hijas del tío Cipriano. Mi padre nació en el Carmen de Viboral, mi abuelo no sé dónde y mi abuela se me pierde entre Marinilla y Sonsón. […] Mi padre se casó en esta ciudad con Ana Rita Valencia y ya de los Soto Valencia sólo quedo yo. De Cipriano viven aquí Josefa y Rósula y el resto de lo que queda de la familia, que fueron 23 hijos, viven en Bogotá, lo mismo que las dos hijas de Nicolás, único tío que conocí”.

Carmelina fue la menor de cinco hermanas: Soledad, Belarmina, Felicidad y María. Fue en la pequeña Escuela de Niñas, ubicada en la Casa Episcopal, que después se llamó Escuela Gabriela Mistral, donde discurrieron los primeros años de su vida escolar. Allí aprendió Carmelina sus primeras letras, transitando “las calles aldeanas de la Cejita y El Chispero, de Rinconsanto y Hoyofrío, flanqueadas por casas de guaduas de un solo piso y anchos aleros. […] Vivía en una casita pobre que luego quedó encaramada sobre un talud, a consecuencia del impaciente desarrollo urbano que horadó su barriada para convertirla de camino en calle”, como describe Adel López Gómez.

Cuando alboreaba su adolescencia, y ya convertida en una muchachita delgada e introspectiva y con cierta luz de seriedad para su edad, combinaba sus estudios secundarios en el Colegio Oficial de Señoritas con actividades lúdicas centradas en el ejercicio de la locución y la recitación. “Pasábamos horas y horas frente a un micrófono improvisado, un viejo palo de escoba, y a continuación va a pasar al micrófono la señorita Carmelina Soto y empezaba a decir poesías”, como lo recuerda doña Noemí Lezcano.

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Para el año 1936 ya había cursado su formación superior en la Escuela Normal de Manizales y, como licenciada en pedagogía, en 1937 fue nombrada maestra, profesión que ejerció en Circasia y en la Vereda Bohemia de Calarcá. Al respecto escribió el poeta y cuentista calarqueño Humberto Jaramillo Ángel en el Diario del Quindío: “Ambos trabajamos como maestros rurales, en una vereda por cuyo fresco ámbito discurrían casi de mañana a la tarde suaves vientos de pomares y de grises pinos melancólicos. Allá de mi mano, aquella muchacha sencilla e ingenua vio nacer un día el primer lampo de sus versos”.

En 1941 dejó el trabajo magisterial y definitivamente se cubrió de ciudad. En Manizales fue periodista de tiempo completo, bibliotecaria del Instituto Universitario y directora de la revista universitaria entre 1942 y 1944. A los 27 años recibió el premio Pluma de Oro, otorgado por el diario La Patria de Manizales a la mejor periodista de planta de ese año. Y así, como sentenciada, hechizada o signada por las letras, en Manizales Carmelina fue escritora y periodista de La Patria, del diario La Mañana y Jefe de Redacción de la Revista Atalaya.

En 1941 Carmelina inició su periplo poético con Campanas del Alba (Editorial Vigig, Armenia), cuando el piedracielismo estaba en su cenit. De esta obra sólo se editaron 300 ejemplares. En el número 46 de “Letras Caldenses” (octubre 2 de 1949), suplemento literario de La Patria que dirigía Juan Bautista Jaramillo Mesa, escribió Julio Alfonso Cáceres sobre ese libro: “Sólo en Magda Portal habíamos encontrado este encendido arrebato, este alto entusiasmo de alas cortando la viñeta romántica del cielo. Sin embargo, nada de

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palabrerías exóticas, de quincallería inútil. Sus versos son trabajados con palabras modestas y sencillas, como dijera Rilke”. Y sobre la novedad del mismo, afirmaba Luis López Gómez que a Carmelina Soto, mejor que a nadie, se le pueden aplicar sus propios versos.

Cierras el cielo de una edad y pones Tu nombre en el principio de otra página.

Este estremecimiento anímico va a tallar interior y exteriormente el ceño de mujer y de poeta, recuerda Adel López Gómez en el ABC de la literatura del Gran Caldas: “En los días de aquel libro primicial, Carmelina era una muchacha de suave rostro ovalado, insinuada sonrisa y abundosa cabellera. Era maestra de escuela -como lo fueron Gabriela Mistral y Alfonsina Storni-, pero todavía, en lo interior, no empezaba a parecerse a la segunda, como ocurrió más tarde”.

En 1945 la sala Beethoven de Cali ofreció su primer recital, los siguientes los haría en la Biblioteca Nacional de Bogotá en 1953 y 1957. En 1946 Carmelina decidió trasladarse a Bogotá. Fueron años de ciudad y de soledad desconcertante; ejerció como revisora fiscal del Banco Postal, entre 1946 y 1949. Fue escalando posiciones y en el siguiente lustro la encontramos como Secretaria de Pagaduría de la Universidad Nacional. Doce años después de su primer libro, de esos largos y silenciosos años capitalinos, de admirable madurez e incansable labor, entregó Octubre (Editorial Antares, Bogotá, 1953), texto excelso por su rigor idiomático y por la entereza con que afina su pensamiento hecho palabra. Se percibe en sus poemas la rigurosidad, la disciplina y la depuración, elementos significativos para su

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posterior obra. El 9 de mayo de 1953 el periódico Sábado de Bogotá, le publicó los poemas “Esquema de amor en el Tiempo”, “Lejanía” e “Imágenes de la Muerte”. Arañándole horas a su trabajo contable y apenas con amigos, hacia el año 1947 escribió para la Revista de América un texto recordando a Delmira Agustini.

Para 1956 fue nombrada Secretaria de Jefatura de Personal del Ministerio de Hacienda y entre 1958 y 1961 fue la primera mujer que desempeñó el cargo de Auditora Fiscal de la Contraloría Nacional ante la Superintendencia Bancaria de Sociedades Anónimas. Cuando apuntaba ya los 50 años, Carmelina cerró este ciclo trabajando como Auditora Fiscal de la Presidencia de la República y el Ministerio de Relaciones Exteriores.

En 1963 la Editorial Stella de Bogotá la incluyó en la antología de poetas colombianos, y al año siguiente el Instituto Universitario de Manizales la congratuló con el reconocimiento al trabajo artístico y resaltó su nombre en el libro de oro de dicha institución.

En noviembre de 1964 Carmelina pronunció en el Auditorio de la Universidad del Quindío un discurso prodigioso, cargado de nostalgia y apasionamiento, en el que dio la primera pincelada al poema que años después le regalaría a su ciudad: “He venido a besar en cada esquina de sus calles un recuerdo patinado de íntimas nostalgias… […] Si en este atardecer sosegado de la vida, me fuera dado elegir un sitio para nacer de nuevo, para diseñar el rostro de la ternura, del anhelo, de la esperanza y del ser, volvería a elegir este sitio y a tener el sentir maravilloso de los que fueron hacedores de ciudades, fundadores de

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nacionalidad, nostálgicos de gloria, ambiciosos de poder, exaltados de fe y hambrientos de libertades”.

El 10 de diciembre de 1965 la revista Cromos le rindió homenaje a Carmelina Soto, la llamó “La Poeta de América” y publicó uno de sus poemas antológicos, “Autorretrato”. Carmelina, convencida de que toda obra tiene que sedimentarse, lenta pero cuidadosamente comenzó a darles forma a los poemas que harían parte de su selección poética, Tiempo Inmóvil.

Después de 20 años de permanencia en Bogotá, Carmelina se instaló definitivamente en Armenia. El 29 de agosto de 1967 el Consejo Directivo de La Voz de Calarcá, queriendo hacer justicia y rescatar del olvido o la indiferencia a la poeta, que ya tenía un sitial en el panorama lírico y cultural de Colombia y de América, reconoció en ella a la más insomne abanderada en la ardua cruzada ante las esferas capitalinas en pos de la fundación de la emisora y la honró con la condecoración “La Torre del Mérito”, creada por disposición de la Alcaldía de Calarcá. En la noche del 9 de septiembre de ese año Cecilia Latorre Mejía, su entrañable amiga, le impuso la respectiva condecoración en el radio teatro La Voz de Calarcá, reafirmando que Carmelina regresaba de todos los olvidos.

El 6 de julio de 1968 un puñado intelectuales le tributaron un homenaje a la poeta en la Hacienda Pinares, propiedad de Don Gerardo Osorio; allí, con voz sentida de nostalgia, Carmelina anunció la esencia de su poética: “amo la poesía a lampos… tempestuosa… testimonio y análisis de la propia entraña. Poesía con conocimiento de causa… poesía minoritaria. Ígnea flor armoniosa del

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pensamiento, la palabra, la acción y la pasión. Saeta luminosa lanzada hacia el misterio; a grandes rasgos he llevado a la palabra escrita, el relato de las inquietudes y las disciplinas intelectuales que como agujas imantadas me recorrieron y me sirven de guía para llegar al punto cardinal del canto”. Su alto vuelo poético se vio patentado cuando la Editorial Tercer Mundo de Bogotá publicó Tiempo Inmóvil (1974), en el que reúne con minucioso cuidado toda su producción, además de ofrecernos sus nuevos poemas.

Desde los más recónditos y misteriosos silencios Carmelina maravilla con su palabra labrada minuto a minuto en el goce estético. Euclides Jaramillo Arango, refiriéndose al libro en el “Magazín Dominical” de El Espectador (17 de agosto de 1975), escribía: “Cada unos de sus versos constituye un universo de poesía y cada poema forma un edificio al cual nada hace falta, porque nos llega en acabado perfecto”.

El gobierno departamental del Quindío, a través de la Oficina de Extensión Cultural, le rindió un homenaje a la poeta el 31 de octubre de 1974. Allí leyó Carmelina varios de los poemas del nuevo libro, advirtiendo que los mismos, ni en contenido ni en forma poética estaban comprometidos o condicionados al populismo que se estila en las letras: “Hay que tener fe –terminó diciendo– en los valores de reserva que cada pueblo posee para permanecer sereno en la tempestad, fuerte en la derrota, generoso en el triunfo. Es la fe que deposito en este auditorio de selección y en esta poesía”.

Muchos fueron los elogios y la crítica enaltecía a Tiempo Inmóvil: Lino Gil Jaramillo en El Pueblo de

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Cali y El Espectador de Bogotá; Julián Pérez Medina, Carlos Castro Saavedra y Gabriel Villa en El Colombiano de Medellín; María Teresa Peña de Arango, Directora del Museo Zea de Medellín; el Maestro Luis Uribe Bueno, Luis Fernando Mejía, Elkin Obregón, entre otros.

El 26 de diciembre de 1976, Carmelina Soto concedió una entrevista al periodista y estudioso literario Oscar Betancourt, que fue publicada en el “Semanario” de El Pueblo de Cali; allí señala que para ella su poema mejor logrado era “El Pescador absoluto”, aquel que dice:

Y yo templé la red de biblo fuerte, Feroz contra la muerte y el olvido feroz Y día y noche lancéla al mar incognocido Y multitud de estrellas y la luna Bañábanse en el fondo de la mar delirante Y al levantar el remo y al recoger la red El agua volvía al mar en gotas de diamante.

En un artículo publicado en El Quindiano el 20 de agosto de 1977, Bernardo Ramírez Granada escribió: “En Tiempo Inmóvil, el libro que ahora encarnizadamente leemos como si asistiéramos a un infinito sacrificio, están abiertas la claridad y la oscuridad de lo humano. Vemos la gloria y la ignominia del hombre en sus dimensiones ancha y diminuta”. Consecuente con la labor poética de Carmelina Soto Valencia, en 1978 la Editorial Plaza y Janés de Barcelona (España) la incluyó en el índice de escritores colombianos. El 20 de septiembre de 1979 recibió Carmelina una carta de la Enciclopedia Larousse de París, en la que se le solicitaba que enviara todos sus datos personales, publicaciones, menciones, honores

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recibidos, etc., para incluirla en la mencionada enciclopedia.

En ese año la Gobernación del Quindío y la Dirección Departamental de Extensión Cultural, interpretando la voluntad de la comunidad y de sus más autorizados estamentos culturales, otorgó a la poeta quindiana la Medalla al Mérito Artístico y Literario. Le impuso la medalla Mario Gómez Ramírez, Gobernador del departamento del Quindío, el 11 de octubre. En esa oportunidad Carmelina dijo en agradecimiento: “Otras voces se escucharán en este recinto, en el devenir constante de los días. Yo estaré en otro sitio pero estaré, porque el universo es un estallar continuo de soles y semillas que no deja sitio libre ni siquiera para morir. Si somos, siempre seremos. No hay forma de borrarnos ni de deshacernos. Vivir no es necesario; es un acto irreversible”.

Un año después, el 14 de octubre de 1980, fue descubierto por el Gobernador Silvio Ceballos Restrepo el soneto “Mi Ciudad”, grabado en placa de bronce en el Parque Sucre. Este canto de alabanza a la ciudad es un gesto que exalta a la mujer, a las letras; allí poesía, bronce y naturaleza armonizan el rito poético: “que al leerlo ahora con voz emocionada, lo acoja con amor la tierra nativa y que quede vibrando en el pueblo para siempre, para siempre”.

Mi Ciudad

He vuelto para besar en cada esquina de tus calles un recuerdo patinado de íntimas

nostalgias. C. Soto.

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Y nació mi ciudad en sol bañada, los pies en tierra aurífera y oscura y una perenne vocación de altura en la límpida frente iluminada Ciudad de mi regazo y de mi almohada, de mi techo y mi brizna de dulzura. Al andar por tus calles con premura, mi infancia en ellas se quedó enredada. Distingo tu calor de seda y nido, tu blando pan dorado y compartido y tus campanas de sonido puro. Siento en tu corazón, a sangre plena, el cósmico vibrar de la colmena de tus entrañas de café maduro

A finales del año 1980, ante la exaltación y la crítica más elogiosa a la obra de Carmelina Soto, un grupo de intelectuales, liderados por Luz Marina Arcila, emprendieron la tarea de postularla a la Academia Colombiana de la Lengua. En carta fechada el 19 de diciembre de 1980, Otto Morales Benítez le escribió a la Directora de Cultura: “Desde luego que voy a colaborarle en su loable empeño de candidatizar a Carmelina ante la Academia, para ello estoy tratando de entrevistarme con las académicos, a quienes usted se está dirigiendo”. Abel Naranjo Villegas escribió el 7 de febrero de 1981: “En mis escritos he hecho ya varias alusiones a la que considero una de nuestras grandes poetisas. La aspiración de esa directiva la encuentro así, absolutamente legítima y, en ese sentido, estoy promoviendo ante mis colegas de la Academia la promoción de ella a la investidura académica correspondiente para la primera oportunidad de vacante”. En el mismo

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sentido se pronunció el Oscar Echeverri Mejía: “En compañía de mis colegas Otto Morales Benítez y Abel Naranjo Villegas pondré todo el empeño en tan loable campaña”. La campaña fue en vano y la opinión final la daría el 14 de febrero del mismo año el escritor Humberto Jaramillo Ángel en el periódico El Quindiano: “No es al nombre y a la obra de Carmelina Soto a los que una Academia, aún la más exigente, pueda agregarle nada a su prestigio. Esta mujer le ha cantado, toda la vida, a los divinos y los humanos elementos dignos de canto. Carmelina entonces honra con su presencia, su obra estupenda y su noble tarea de consagrada poetisa, a cualquier academia. […] ¿Por qué no fueron, las más grandes escritoras de España, en cualquier tiempo, ni a la Academia de la Lengua ni a la de la Historia? Eso en España, en América lo mismo, en la Argentina que en el Perú, en Chile que en el Ecuador, en Venezuela que en Colombia, ¿qué han hecho los vanidosos, ostentosos y orgullosos académicos con cualquiera de nuestras notables escritoras? Salvo Dora Castellanos y qué merecido”.

Es paradójico que en 1991, cuando fuera admitida la poeta manizaleña Maruja Vieira en la Academia Colombiana de la Lengua, leyera un discurso de posesión titulado “Carmelina Soto en la poesía colombiana”, en el que dice: “En el trabajo que presento hoy quiero rendir homenaje de admiración a Carmelina Soto y en su poesía, profunda y perdurable, al Gran Caldas que nos vio nacer…”, para terminar afirmando que “el tiempo le otorgará la gloria que merece”.

El 12 de junio de 1981, la Sociedad Bolivariana de Curaçao le otorgó a Carmelina el diploma que la

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acredita como miembro honorario de la institución.

Para el año 1983 Carmelina se dio a la tarea de homenajear al Libertador en el bicentenario de su natalicio. Es así como reunió a un grupo de intelectuales y los comprometió para que cada uno desde su perspectiva le diera vitalidad al pensamiento de Bolívar. El 30 de septiembre de 1983 se publicó Un Centauro llamado Bolívar, en el que participaron como coautores Evelio Henao Ospina, Octavio Arbeláez Giraldo, Ana Martínez Acevedo, Helio Martínez Márquez, Héctor Ocampo Marín, Piedad Gutiérrez Villa, Luis Eduardo Álvarez Henao y Bernardo Pareja. Colaboran igualmente Gloria Abad con el retrato de Manuela Sáenz; Antonio Valencia Mejía, autor del dibujo de la portada, y Germán Gómez Ospina. El libro se inicia con un poema de Carmelina Soto que da título a la compilación. Cuenta el poeta Bernardo Pareja que él estuvo muy cerca en la elaboración de este poema y Carmelina admite que lo habían escrito entre los dos. Otro dato interesante sobre este libro es que la Alcaldía de Santiago de Cali le envió un telegrama a Luis Fernando Velásquez, en ese entonces alcalde de Armenia, en el que solicita “tenernos en cuenta distribución libro”; en la parte superior del telegrama hay una nota de puño y letra de Carmelina: “El alcalde nunca contestó este mensaje, me dijo que él no tenía que ver con asuntos culturales”.

Por esa época Carmelina Soto continuaba escribiendo en los periódicos regionales, labor que había comenzado en La Patria, Atalaya de Manizales, la revista Manizales de Juan B. Jaramillo y Mensaje, que dirigió Humberto Jaramillo Ángel. Después del regreso a su tierra en

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1966, se centró en el Meridiano del Quindío, El Quindiano, El Correo de Occidente, el periódico Tigreros y la revista Numen.

En 1984 Carmelina Soto daría su último recital en la Biblioteca Nacional Luis Ángel Arango. Fue invitada también por la Universidad de Antioquia al ciclo de conferencias “Colombia y su poesía”, con poetas como Maruja Vieira, Meira del Mar, Luis Vidales y el Grupo El Túnel. En ese momento la poeta estaba pasando una temporada de descanso en los Estados Unidos, según se deduce de un telegrama enviado por Cecilia Latorre; el 12 de julio Carmelina confirmó su asistencia al encuentro poético. En 1985 asistió también como invitada de honor al Primer Encuentro de Poetas Colombianas del Museo Rayo de Roldanillo.

El 4 de febrero de 1986 el Círculo de Periodistas del Quindío, del cual era presidente Jorge Eliécer Orozco Dávila, la nominó como socio honorario de la Institución y la invitó al acto especial en la celebración del Día Nacional del Periodismo. En respuesta Carmelina Soto les recuerda “que en 1969, si la memoria no me engaña, fui distinguida en la nominación de Socio Honorario de esa Institución siendo presidente Leonel Dávila Marín y vicepresidente Francisco Arango Quintero”.

En ese año escribió Carmelina un libreto para radio titulado “Epopeya de los Fundadores”, que se transmitió el 14 de octubre por La Voz de Armenia. El 27 de abril de 1989 registraría ante la Notaría Tercera de Armenia otros dos libretos para radio: “Día de la Madre” y “Estampas de la Pasión”, que nunca fueron publicados. Para el vigésimo quinto aniversario del Comité de Cafeteros del Quindío, Carmelina escribió un nuevo libreto para radio

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titulado “Café Suave de Armenia”, con música de la canción Tierra Quindiana, de Bernardo Pareja.

En 1988 Carmelina Soto rechazó una iniciativa del Fondo Cultural Cafetero y la Gobernación del Quindío para publicar una selección de su obra poética con ocasión del Centenario de Armenia, pues declara no tener la fuerza suficiente para enfrentarse a los requerimientos de las instituciones públicas. Meses después Carmelina empezaría a recopilar sus publicaciones en periódicos y revistas nacionales y extranjeras.

En 1989, cuando se celebró el primer centenario de Armenia, Luis Fernando Ramírez Echeverri, desde la Secretaría de Turismo y Cultura, lideró un homenaje a Carmelina Soto en el parque Sucre, donde se le otorgó “La Violeta de Oro” como exaltación de sus méritos literarios. Carmelina intervino para enaltecer la ciudad: “No necesitamos mirar muy lejos para desentrañar su historia, crecimos con ella y todo cuanto crece con nosotros se hace un surco en el alma y un sitio en el corazón. Sé lo difícil que es hacer la poesía sin su fuerza vital. Sé lo difícil que es vivir sin el pan de las doradas espigas de su suelo, sin la abundancia de sus ricos veneros escondidos, sin el estallido sangriento de sus cafetos frutecidos, sin el verde implacable de sus árboles opimos, sin sus virtudes, sin sus pecados, sin sus sueños, sin sus fanatismos, sin sus miserias, sin sus grandezas, sin sus glorias… es difícil vivir”. En esa oportunidad fue develado el poema “Mi ciudad”, grabado en mármol, para reponer el original en bronce que había sido robado.

El 6 de julio de 1990 escribió un discurso para agradecer, en su nombre y en el de sus

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compañeros Alirio Gallego y Bernardo Pareja, la distinción “La Pipa de Oro”, otorgada a los tres por la Corporación Cultural “Trece Pipas”, recibida de manos de su presidente, Oscar Rubio Cárdenas, en acto que para tal efecto se llevó a cabo en el Salón Bolívar de la gobernación del Quindío. En 1991 Carmelina Soto fue invitada a participar en la IV Feria Internacional del Libro, para tratar el tema “La mujer en la literatura”.

Años atrás, Cecilia Latorre Mejía y Carmelina Soto se habían prometido que, en caso de enfermedad, la que estuviera en mejores condiciones de salud velaría por la otra. Cecilia fue recluida en el ancianato El Carmen, donde tuvo el acompañamiento constante de Carmelina para todo lo que su estado requería. Allí trabajaba Marleny Garay, quien después de asistir a Cecilia terminó atendiendo a Carmelina Soto en sus últimos años.

Cuando bordeaba los 75 años, Carmelina Soto sufrió una fuerte recaída. Comenta Marleny Garay: “Ella estaba en el apartamento y empezó a sentirse mal porque se le subió la presión; entonces, como ella estaba sola, aunque doña Noemí Lezcano era la que le hacía el oficio, estuvo enferma un fin de semana y como no hubo quién la ayudara, como que se agravó más, entonces llamó a los familiares de Cali; pero mientras ellos llegaban, la llevaron para la Clínica Central y le dieron un calmante muy fuerte y al despertar, ella se fue a parar, como que no tenía la baranda subida y se cayó, y se hizo un hematoma tremendo en la cabeza, era un coágulo grande; la operaron, pero empezó desde ahí, para atrás, para atrás, aunque ella duró después de eso, duró ella dos años o más y ahí fue donde yo empecé a cuidarla, desde la Clínica”.

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Después de la enfermedad, empezó el lento proceso de recuperación. La Dirección de Cultura la invitó a promocionar sus libros en la V Feria Internacional del Libro, en 1992. En enero de 1993 escribió su último discurso para abrir el acto de homenaje que el municipio de Circasia le rindió a Braulio Botero Londoño, fundador Cementerio Libre.

El día 18 de marzo de 1994, a las 4 de la tarde, Carmelina Soto le dijo adiós a la ciudad que tanto amó. Les había dejado a sus amigos Blanca Echeverri y Edmundo Benavides una nota que decía: “Estimados amigos Edmundo y Blanca: si se encuentran para este caso, les ruego hacer saber a los asistentes que uno de mis últimos deseos es que no se pronuncien discursos en mis honras fúnebres”. Su deseo fue respetado y en el Cementerio Libre de Circasia fue enterrada a las seis de la tarde del sábado 19 de marzo, con su nombre grabado en la bóveda número 37. Seis años después, en octubre de 2000, por iniciativa de Jairo Baena Quintero, sus restos fueron depositados en una urna bajo la placa de mármol del poema “Mi ciudad” en el parque Sucre de Armenia.

Se fue la rebelde de siempre, dejó su alma desnuda en la palabra, con su sonrisa socarrona pero bella, subversiva, poéticamente subversiva. Ese humor finísimo, punzante, cortante, era una almarada de la que todos huían; implacable en sus críticas, distante en asuntos políticos, esquiva pero sincera. En su angustia y soledad desgarrante se llevó a la eternidad a Virginia Woolf, a Rosario Sansores, a Silvia Lorenzo, a Meira del Mar, a Bernardo Arias Trujillo, a Juana de Ibarbourou, a Gabriela Mistral. Su fuego

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interior, centellante y espontáneo, encontró asilo en muy pocos amigos, pero justos los que requería su corazón desesperanzado: Bernardo Pareja, Helio Martínez Márquez, Cecilia Cano de Jaramillo y Noemí Lezcano, aquellos que departieron el ritual de la tertulia en el apartamento 509 de la carrera 17 con calle 18.

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Apuntes al manuscrito La Casa entre la Niebla, de Carmelina Soto

Carlos A. Castrillón Universidad del Quindío La poesía de Carmelina Soto Valencia (Armenia, 1916–1994) ha sido objeto de muy variadas y generosas apreciaciones, pero su estatus dentro de la poesía colombiana aún sigue marcado por la incertidumbre. El carácter aislado de esa poesía, a lo que se suma el aislamiento de la poeta, ha hecho difícil que se reconozca su valor dentro de la tradición a la que por estética y tiempo pertenecería en derecho. Por esta razón, Carmelina Soto entra y sale de inventarios y antologías de poesía colombiana, como ocurre con la mayoría de las poetas, al vaivén de los criterios y los intereses que amplían o restringen el campo de trabajo. Es necesario anotar que en nada contribuye a ese reconocimiento la insistencia de los comentaristas entusiastas que nominan a Carmelina Soto sucesora de Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini o Alfonsina Storni. No es propósito de estas notas repetir las razones por las cuales consideramos a Carmelina Soto una de las más importantes poetas colombianas del siglo XX (Castrillón, 2000, 2004), ni discutir con quienes piensan lo contrario y sitúan su poesía en el marco estrecho de la literatura del Gran Caldas. Sin embargo, es conveniente referir algunos conceptos que recuerdan el territorio poético al

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que pertenece Carmelina Soto, junto con nombres tales como Meira del Mar, Maruja Vieira, Dolly Mejía, Dora Castellanos, entre otras. Rogelio Echavarría (1998), por ejemplo, afirma lo siguiente: “Aunque la aparición de su primer libro [Campanas del alba, 1941] coincidió con el auge del piedracielismo, su voz es independiente, rebelde, personal y supera las modas con su claridad, hondura y expresividad, para instalarse en la antología colombiana como una de las voces más altas”. Por su parte, Maruja Vieira, en su discurso de posesión como correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, titulado “Carmelina Soto en la poesía colombiana”, traza la genealogía de la tradición a la cual pertenece la poeta, señala los valores propios de su poesía y vaticina el futuro de la misma por su muy individual concepción (Vieira, 1991), en un bello texto que es, al tiempo, lectura amorosa de la poesía de Carmelina Soto, derrotero de sus temas y obsesiones y reclamo por el olvido. Carmelina Soto, alejada de sus contemporáneos y desdeñosa de las expresiones nuevas, cómoda en su perfección y en su autoridad, considerada por algunos como “una de las voces más inspiradas de Colombia” (López, 1997: 27), es poeta de incontables búsquedas estéticas y expresivas, magistral en el soneto (uno de los suyos fue elegido entre los mejores 30 de la literatura colombiana) y en el juego rítmico. El tiempo y la máscara fueron sus obsesiones; ese otro que nos habita y que sólo los demás ven, esa persona, en el sentido etimológico del término (Carreño, 1982), que de vez en cuando nos guiña el ojo desde el espejo para amargarnos un día o alegrarnos la vida entera:

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El espejo devuelve mi imagen. Quién creyera que esa imagen es mía... con esa repelida cabellera como una flor sombría y con esa mirada tan dulce en su osadía.

Carmelina Soto ha dejado una obra construida sobre la alteridad, rasgo capital de madurez en la poesía hispanoamericana. Concebir al otro no como sujeto externo a mí, sino como parte de mí mismo, lo que da sentido y dinámica a mi vida, lo que me permite entenderme como parte activa del organismo grupal; y entender también que somos la suma de los otros, que muchas voces hablan cuando hablamos y que nuestro lenguaje no nos es exclusivo, sino la presencia en unidad de múltiples voces:

Esa imagen no es mía. Esos ojos que miro, yo no los conocía. Detrás de esa mirada hay otra gente que se quiere mirar. Tras esa frente hay otra frente silenciosa y fría.

Pocos poetas logran consolidar la alteridad de tal modo, con una dialogicidad interna en la palabra y el concepto. El yo poético se constituye en la intersubjetividad, no en la autocontemplación, lo cual justifica el juego de identidades:

Si me miran yo vivo en la mirada de quien me mira si en verdad me mira. Mi vida al giro de la muerte gira en espiral inversa y encerrada.

En los poemas de La Casa entre la Niebla, que sumamos ahora a la obra poética completa de Carmelina Soto, se desarrolla un tema que había

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quedado enunciado en Tiempo inmóvil (1974): el fuego secreto que guarda su calor hermoso y lacerante bajo una apariencia inocente. Leíamos entonces en el poema “Preludios”:

La luz me la da el sol. La suficiente. Y tengo corazón –volcán activo.

Fuego interior que suple lo que el exterior no provee; pero es fuego de transformación, no de simple luz o de contemplación. En la “Canción de los desesperados” es:

Llama tenaz, ingénita, escondida, que arrasa todo y todo lo alimenta.

Ahora es la “secreta llama inextinguible”, que nunca está en sosiego y que permanece como desafío a la sombra; así en el poema “La chispa”:

Está latente en la brasa, en el rescoldo, en la llama. En la entraña del pedernal duerme intacta y cuando grita el pedernal herido entonces se despierta y salta.

Es el fuego que duerme en la historia del vaso de cristal, el mismo fuego que lo liberó de un puñado de arena; fuego que purifica al revelar la transparencia de la luz en el fondo de la materia oscura y que adquiere más sentido cuando la poeta afirma que el tiempo es también “limpio como una llama”. Si en “La chispa” el fuego “chisporrotea y canta”, en “La brasa”, un poema gemelo en tema, el fuego que se esconde en el rescoldo es violento y quema las manos de quien se atreve a despertarlo:

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Brasa enterrada viva guardando en sí, latente, la fuerza de la chispa, las lenguas delirantes del fuego […] Yo la palpé… miradme las manos laceradas.

Con el desarrollo de este motivo, la poesía de Carmelina Soto reafirma su voluntad de solidez y simbolismo. Notas a esta edición

En 1991 Carmelina Soto fue invitada a participar en la IV Feria Internacional del Libro en Bogotá; en carta firmada el 21 de enero de ese año responde a la solicitud: “El tema que elegí es el de la Soledad y siguiendo sus instrucciones anexo a la presente 3 poemas, uno inédito titulado ‘La laguna sagrada’, y ‘La carta’ y ‘Los hechizados’ los tomé de mi libro Tiempo Inmóvil”. Esta es la primera noticia que se tiene acerca de poemas inéditos después de la segunda edición de Tiempo inmóvil (1983). Posteriormente, el 22 de marzo de 1995, Gustavo Páez Escobar, escritor y amigo de la poeta, publicó en La Crónica (Armenia) dos poemas inéditos de Carmelina Soto, “Llama” y “Brasa”, en versiones que datan de 1979, que no fueron tenidos en cuenta en la segunda edición de Tiempo inmóvil. Páez Escobar relata las circunstancias que le permitieron obtener los textos: “[En octubre de 1979] Al calor de los whiskys, Carmelina me enseñó dos poemas inéditos que mantenía guardados en un libro: ‘Llama’ y ‘Brasa’. A pesar

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de mis ruegos, no quiso regalármelos. Ante su negativa, localicé el libro y de allí los extraje. Si la acción ha de llamarse robo, que lo sea. No me avergüenzo de ella: robar para la literatura es un placer delicioso […] Quince años después, aquellos dos poemas continúan inéditos”. Evidentemente, los dos textos sustraídos por Páez Escobar son copias previas, pues los dos poemas, con sustanciales variaciones, se encontraron en los papeles de Carmelina Soto, mecanografiados y listos para su publicación. Según lo recuerda Páez Escobar, la poeta “elaboraba sus versos en silencio –los pulía y repulía- y los dejaba olvidados en los libros”. Finalmente, en 2005, como producto del proyecto de investigación Carmelina Soto: El desdoblamiento del silencio, adelantado por Luis Fernando Suárez Arango en la Maestría en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira, con la asesoría de Carlos A. Castrillón, se pudo tener acceso a los poemas inéditos. En las búsquedas bibliográficas y documentales que el citado proyecto implica, han aparecido textos importantes que dan fe de la amplia labor intelectual de Carmelina Soto y de su rigor en la escritura poética. Artículos, cartas, ensayos y guiones para radio y televisión, en gran parte inéditos, junto con documentos personales y manuscritos que la poeta trabajaba con cuidado en hojas que tachaba, corregía y guardaba entre sus papeles, conforman un archivo de unos 500 folios. Este archivo, luego del proceso de depuración, inventario, clasificación y fijación, es el testimonio de los últimos 20 años de ejercicio poético de Carmelina Soto, de sus preocupaciones estéticas, de su interés por la cultura y de sus afanes diarios.

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El libro que ahora presentamos recoge los 20 poemas inéditos que Carmelina Soto recopiló en una carpeta sin título, más uno, “La brasa”, cuya primera versión conocida data de 1979 o antes, y que fue corregido y mecanografiado en limpio en la misma época del conjunto principal. Estos 21 poemas se suman al esfuerzo de compilación que la misma poeta hiciera en 1974 y 1983 con las dos ediciones de Tiempo inmóvil y completan el ciclo creador de una de las más singulares poetas colombianas. Se ha elegido arbitrariamente el título La Casa entre la Niebla para el conjunto por el título de uno de los poemas y por el motivo de la casa en el recuerdo, que la poeta aborda en cinco de los originales. Tanto la carpeta de poemas como las demás (notas, manuscritos, recortes y cartas), debidamente ordenadas y marcadas, reposan en poder de la señora Marleny Garay, quien acompañó a Carmelina Soto en los últimos meses de su vida y ha guardado con respeto estas memorias. La carpeta en referencia consta de 20 folios sin numerar, sin fecha y sin título colectivo, firmados con el seudónimo Sub Jove, escritos a máquina y con ocho correcciones autógrafas. Hacen parte de ella dos de los tres poemas inéditos referenciados antes (“La laguna sagrada” y “La llama”). Junto a la carpeta se encontraron tres poemas pertenecientes al mismo conjunto (“Los guantes”, “La laguna sagrada” y “Llama y sombra”), escritos también a máquina, pero firmados con el nombre completo y uno de ellos con firma autógrafa; los tres, además, tienen marcas de selección y correcciones previas. Al parecer, según testimonio

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de Bernardo Pareja, Carmelina Soto envió el poemario a un concurso en Manizales, del cual no se conoce noticia, lo que explica la selección y el uso del seudónimo, Sub Jove, que hace pensar tanto en “a cielo abierto” como en “a la intemperie”. El poema “La brasa”, al que hacía referencia Páez Escobar, también se encontró en el conjunto, con las mismas características de los otros, pero sin marca de selección. Esto permite suponer que fue excluido bien sea por no caber en alguna restricción o por simple voluntad de la autora. Además, este poema desarrolla el mismo motivo de “La chispa”, que sí fue seleccionado. Decidimos incluirlo en este poemario en su versión definitiva por la versión previa que publicó Páez Escobar. Sumado a lo anterior, aparecen versiones manuscritas de los borradores de cuatro poemas: “El adiós”, “La casa entre la niebla”, “Habitación íntima” (con el título “Mansión íntima”) y “La bandera”, más el borrador incompleto de un poema sin título con el motivo “En mi voz se liberaron muchas voces encadenadas…”. En entrevista publicada en el Semanario de El Pueblo de Cali, el 26 de diciembre de 1976, Carmelina Soto describía su proceso de escritura: “Toda obra perfecta no queda exonerada de la corrección. Cuando llega la idea la apunto; lo demás, es un proceso elaborado”. Los cuatro borradores parecen ejemplos de diferentes etapas de ese proceso. En el poema inconcluso se trata el tema de la voz múltiple, común en la poesía de Carmelina Soto, y lo consignamos aquí por considerarlo de interés para los investigadores:

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En mi voz se liberaron muchas voces encadenadas. La bisabuela hermosa de callado [sufrimiento] y hombres, guaqueros con la [ ] Yo me libero de esas voces cada día, cada noche, cada instante. Ellos ya no están, yo casi que no estoy. Aquí dejo mi voz por ellos y por mí. Yo doy la poesía, testimonio de su existencia, de mi ancestro, porque yo estoy aquí y aquí están ellos. Yo soy la expresión [innúmera] de las voces que estuvieron encadenadas. Desde qué tiempo inmemorial mi corazón palpita, desde qué tiempo la sangre de mis gentes rebotando viene hasta llegar a mí para aquietarse y volverse palabra, recuerdos y canción.

En todos los poemas se corrigieron las erratas comunes y se ajustó la ortografía al uso común de la autora, siguiendo los ejemplos de sus libros publicados. A continuación resumimos algunas anotaciones sobre ocho de los poemas y sus versiones. De los demás sólo se conoce la versión preparada por Carmelina Soto para el mencionado concurso.

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Manuscrito del poema sin título

[1]. La llama La versión recogida por Páez Escobar en 1979 se titulaba simplemente “Llama” y es muy diferente de la definitiva. Los cambios parecen obedecer al deseo de abstraer más la idea: se pasa de “oscura resina” a “ideal resina”, de “la cerca” a “la asedia”; igualmente, las sensaciones se hacen menos directas, como en el paso de “sentí su quemadura” a “escuché su crepitar un instante”. La segunda estrofa está completamente reelaborada en el mismo sentido; por ejemplo, “los anillos férreos” de la primera versión se convirtieron en la “sombra impalpable y silenciosa”. Es distinta también la disposición de los versos y las estrofas. Esta es la versión de 1979:

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Llama Ardiente. Solitaria. Lumínica. Inquieta. Agonizante. Nunca en sosiego. Suicida claridad por oscura resina alimentada. Una noche compacta la limita, la cerca con sus anillos férreos y su espacio de luz queda medido con la medida exacta. Llama temblorosa, arrebatada urgente, lacerante. Me bañó su fulgor. Me hechizó su esplendor. Su lengua hendió mi piel. Sentí su quemadura. Sufrí un instante. Ella. Yo. Yo. Ella. Una llama sin extinción posible. Voraz, secreta llama inextinguible.

[3]. Lo efímero En este soneto se ha corregido una errata del original y se modificó lo que podría ser un rasgo de estilo en la frase adverbial “depronto”, que aparece del mismo modo en el poema “La laguna sagrada”. Que no es uso propio de la autora se comprueba en Tiempo inmóvil, en el poema “Una persona”, uno de cuyos versos dice: “De pronto me van a enterrar viva”; sin embargo, en el mismo libro, en el poema “Horas muertas”, se lee tanto “de pronto siento en mí”, como “depronto me pesaron como esposas”, “y comprendí depronto que el minuto”, “si depronto el juego terminara”. Ante la duda, se prefirió la forma más actual. En el original se lee:

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Depronto cruza rauda la luz de un pensamiento como una exalación por la frente sellada.

[4]. Bandera El poema original, del cual se tiene el manuscrito autógrafo, se titulaba “La bandera”. Los cambios son notables, especialmente en la disposición de los versos y la selección de las palabras, pero se conserva la estructura general. Se han corregido varias erratas pero se dejó la forma “inhóspites”, que aparece también en el poema “Espejos memoriosos” de Tiempo inmóvil: “La voz escueta. Inhóspite. Desnuda”. Es interesante notar los cambios en el remate del poema; en el original manuscrito se lee:

Bandera de la patria que aquí en el corazón solloza y canta.

En la versión mecanografiada los versos finales son: “que aquí en mi corazón / palpita y canta”; luego la autora agregó una corrección autógrafa: “palpita y habla”, quizás para evitar la simetría con el poema siguiente, “La chispa”, que termina con “chisporrotea y canta”. La versión final queda entonces así:

Bandera de la patria que aquí en mi corazón palpita y habla.

[9]. La casa entre la niebla El manuscrito autógrafo de este poema no tiene título y muestra el proceso de diseño del conjunto

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de versos para destacar el final contundente, que en la versión mecanografiada adquiere otro ritmo. En el original se lee:

Yo viví en una casa entre la niebla. Un aroma insistente de rosas de otros días me la recuerda. Rostros adolescentes creo que me aguardaban. Yo vivía lejos, lejos. Soñaba en esta casa bella y no sabía que soñaba. Inolvidable casa de mis sueños perdida entre la niebla. Hoy no sabría encontrarla.

Manuscrito de La casa entre la niebla.

[10]. El vaso La versión mecanografiada de este poema tiene dos correcciones autógrafas que se han respetado. El original trae “traspasado” y “trasparente”, luego

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la autora agregó la n manuscrita sobre las dos palabras.

Vaso transpasado por el fuego. Vaso purificado por la llama. Vaso transparente para el ritual del vino y el misterio del agua.

[11]. El adiós Existe el manuscrito autógrafo de este poema, en el que se leen dos apuntes de la idea inicial. En la versión final el primer fragmento se funde con el segundo.

Del tiempo y la distancia hoy supe tu recuerdo limpio como una llama. [ ] que nunca sabrían nada de adioses ni de penas o manos desatadas. Hoy sólo y raras veces me llega [ ] limpio como una llama.

[17]. Habitación íntima El manuscrito autógrafo de este poema es un listado de los elementos que constituirían la enumeración final y lleva como título “Mansión íntima”. Algunos desaparecen en el proceso y otros se transforman. Entre los primeros están: “cielos rasos de tonos suaves”, “las cortinas” y “la silla solitaria en un extremo”. Se pierden adjetivos, como “el dormitorio amplio”; o se modifican: “el pan blanco” se convierte en “pan dorado”. Otros componentes de la habitación pierden dinamismo:

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“el agua cristalina aún trémula en los vasos”, dice el manuscrito, pero el aún desaparece de la versión final. En el proceso de depuración, lo más importante es la eliminación del verso “todo simple y sencillo”, que puede reñir con el concepto de “mansión”. La versión mecanografiada es mucho más sustantiva que la original, lo que parece justificar el cambio en el título de “mansión” por “habitación”. [21]. La brasa La versión recogida por Páez Escobar en 1979 se titula “Brasa” y difiere de la definitiva en varios aspectos. La distribución de versos y estrofas es otra y la conclusión se basa en acciones distintas: “Yo la robé”, dice la primera versión; “yo la palpé”, dice la versión mecanografiada. Por el sentido del poema este cambio no es desdeñable y se relaciona orgánicamente con las demás modificaciones, que tienden a abstraer la idea de acciones concretas y destruir la icasticidad de las imágenes. Por ejemplo, “las lenguas retorcidas del fuego. / Los cónicos proyectos de la llama” se transforman en “las lenguas delirantes del fuego, / los ávidos proyectos de la llama”: lo visual desaparece para anular la idea del fuego como espectáculo y acentuar la imagen del mismo como símbolo, a lo cual contribuye también la determinación en el título, como ocurre en igual sentido con el poema “La llama”. Esta es la versión de 1979:

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Manuscrito de Mansión íntima.

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Brasa Al mover el rescoldo su violenta semilla estalló en mil estrellas de chispas crepitantes. La descubrí en su nido de rubíes efímeros de pura sangre transparente. Ella estaba escondida en mundos de cenizas pesadas, disimulando en frágiles pavesas su cuerpo rojo, comburente. Brasa viva. Luminosa. Enterrada. Guardando en sí latente la fuerza de la chispa. Las lenguas retorcidas del fuego. Los cónicos proyectos de la llama y las grandes conflagraciones. Yo la robé: miradme las manos laceradas.

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Referencias

Betancourt, Oscar (1976). “Carmelina Soto:

sucesora de Juana de Ibarbourou”. Semanario de El Pueblo, Cali. Diciembre 26. P. 6-7.

Carreño, Antonio. (1982). Dialéctica de la identidad en la poesía contemporánea. Madrid: Gredos.

Castrillón, Carlos A. [Comp.]. (2000). Antología de la poesía en el Quindío. Bogotá: Tercer Mundo.

Castrillón, Carlos A. (2004). La poesía en el Quindío. Armenia: Editorial Universitaria de Colombia.

Echavarría, Rogelio (1998). Quién es quién en la poesía colombiana. Bogotá: El Áncora Editores.

Gutiérrez, Carlos Fernando (1998). La poesía en el Gran Caldas. Armenia: Universidad del Quindío. [Tesis del postgrado en Enseñanza de la Literatura].

López Gómez, Adel (1997). ABC de la literatura del Gran Caldas. Armenia: Universidad del Quindío.

Páez Escobar, Gustavo (1995). “Dos poemas inéditos. Un año sin Carmelina”. La Crónica, Armenia. Marzo 22. P. 3.

Vieira, Maruja (1991). “Carmelina Soto en la poesía colombiana”. Boletín de la Academia Colombiana. 41(173):107-116.

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La llama Ardiente. Solitaria. Luminosa. Inquieta. Agonizante. Nunca en sosiego. Suicida claridad por ideal resina alimentada. Una noche compacta la limita, la asedia con su sombra impalpable y silenciosa. Su luz se aviva y lucha contra el poder invencible de la noche. Llama temblorosa, arrebatada, urgente, lacerante. Me hechizó su esplendor. Me bañó su fulgor. Su lengua ardió mi piel. Sentí su quemadura. Escuché su crepitar un instante. Ella. Yo. Yo. Ella. Sólo una llama sola sin extinción posible. Voraz, secreta llama inextinguible.

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La sombra Siempre ha estado conmigo. Día y noche me acompaña. Se me pierde en la oscuridad y a veces se esconde en mi corazón como una noche larga.

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Lo efímero El amor es tan frágil que se muere por nada y el placer tan efímero que pasa en un momento. Sólo queda el recuerdo con el oído atento al rumor de la noche divina y constelada. Lo demás es la vida minuciosa, contada y medida en minutos que se los lleva el viento. De pronto cruza rauda la luz de un pensamiento como una exhalación por la frente sellada. Las horas lentamente van royendo los días. Del tiempo las voraces y profundas estrías denuncian en el rostro del pasado la herida. Agotados los días, queda muy poca cosa… si acaso un gesto, un aire, la esencia de una rosa y el saber que soñando se nos pasó la vida.

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Bandera Flamea y en el aire su roce hace un sonido de seda. Sus colores primarios revientan en el viento como una flor inmensa. Su amarillo es trigo candeal. Riqueza. Sabor del pan de cada día. Sabor de la heredad. Su azul es agua marina. Inmensas olas en desasosiego. Pescadores, naufragios, ágiles veleros. Naos capitanas ya desaparecidas aún surcan estos mares de leyenda y de ensueño. Y está también la sangre, rojo vino caliente, que páramos de espanto y arenas calcinadas absorbieron en una lucha sin cuartel y a muerte. Hombres fuertes desde inhóspites valles la trajeron y en las más altas cimas de los Andes la anclaron para afirmar la pertenencia del patrio suelo

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y envueltos en sus pliegues entraron a la gloria y al más largo recuerdo. La bandera es cielo, fruto, sangre tierra, muerte, dolor, nostalgia y gloria. Bandera de la patria que aquí en mi corazón palpita y habla.

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La chispa Está latente en la brasa, en el rescoldo, en la llama. En la entraña del pedernal duerme intacta y cuando grita el pedernal herido entonces se despierta y salta. Brilla sólo un instante y muere y en ese instante de viva luz chisporrotea y canta.

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La mano Sobre la carpeta roja a orilla de la mesa la mano pende un poco hacia el vacío. La mano indiferente parece muerta. Los ojos de su dueño miran hacia un punto lejano y ella sigue ignorada. Está allí quieta, sola, olvidada, sin fuerza.

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Por las selvas de América Por las selvas de América ando perdida y hablo sola. Otros, antes que yo, por aquí anduvieron y también hablaban solos como yo, ahora. A veces escucho sus palabras como en vasto murmullo cada vez más lejanas. Mi voz se pierde entre ellas como en un mar profundo hasta que por la espesura de la selva suenan innominadas, graves, como el distante coro de antiguas catedrales que acompañaran sus ritos con la música leve de móviles láminas de oro. Alguna vez yo quise rescatar del olvido y de entre tantas voces una voz pura y nueva. ¡Pero no! Todas ellas nacían y morían en el rumor constante del boscaje de las selvas de América. Hubo un instante de silencio y daba un miedo grande este breve silencio. Tal vez mientras escribo, las innúmeras voces ya han partido hacia otras latitudes o tal vez han muerto. Si esto es así… ya no importa hablar sola mientras el bosque sigue floreciendo.

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Rostros negros ¿De qué profundidades, de qué lejuras tórridas provienen estos rostros? ¿Qué atabales telúricos dijeron su llegada? Cabellos rudos, ásperos, aferrados a la cabeza larga. Ojos llenos de asombro y de miedo. Boca grande de gruesos labios y dentadura blanca y fuerte. Piel negra, piel oscura donde la noche se quedó dormida para siempre.

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La casa entre la niebla Yo viví en una casa entre la niebla. Un aroma insistente de maderas y rosas me la recuerda. Rostros adolescentes creo que me aguardaban. Soñaba con esta casa bella. Soñaba y no sabía que soñaba. Inolvidable casa entre la niebla. Hoy no sabría encontrarla.

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El vaso La luz pasó por él sin romperlo ni mancharlo. El vaso es luz congelada. Su origen es arena y cuarzo. Girante llama quieta en el aire. Vibró la llama en un mismo sitio del amarillo al rojo hasta alcanzar el blanco infinito. Vaso transpasado por el fuego. Vaso purificado por la llama. Vaso transparente para el ritual del vino y el misterio del agua. Girante vaso que vibró seguido hasta alcanzar el temple y el sonido de su cristal. Lumbre. Sonoro vaso. Vaso sagrado. En él, el agua misteriosa temblando pura la llevé a mis labios.

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El adiós Todo fue un mal momento. Sentí que un viento duro me arrojaba lejos… lejos. Que paladas de olvido me sepultaban viva. Que se habían desatado nuestras manos que tenían ataduras de amor y de misterio. Que vendrían otros días de soledad inmensa. Que viviría entre gentes que nunca sabrían nada de adioses y de penas o manos desatadas. Hoy sólo y raras veces, siento en mí aquel adiós, por el paso del tiempo, esclarecido, limpio como una llama, pero ya no es lo mismo.

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El cenicero En él dejó sin terminar el cigarrillo. Ya no hay nadie. Nada más que un aroma de tabaco en el aire. La silla un poco lejos de la mesa. ¿Hacia dónde habrá ido? Quizá no vuelva. Es tarde.

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Llama y sombra Entre muchas, mi llama fue encendida por un soplo de amor, dulce momento. Aire que la elevó hacia el firmamento y le dio movimiento y le dio vida. Pero la sombra estaba allí, escondida, íntimamente oculta en su ardimiento. Fuerza de vida y muerte. Doble acento de gozo y soledad, dolor y herida. Hoy inquieta flamea y chispas lanza de conjuro a la noche que la alcanza y le inclina hacia el suelo su pabilo. La noche imperturbable crece oscura. La llama sigue inquieta e insegura ardiendo a lampos de la muerte al filo.

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Espejismos Transito por las calles que en otro tiempo anduve. Por los ríos tutelares viajaban sin afán en rebaños las nubes y en dorados racimos las estrellas titilantes. ¿Quién puede devolver a las ciudades aquel sabor de pueblo y de pasado y el olor de mazorca septembrina? Los ríos eran claros y se veían los peces y los rostros en ellos. Espejos fugitivos por donde se fugaron los rostros y los sueños.

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Aroma La rosa ya no está. Murió la rosa que estuvo viva sólo una mañana. Murió y dejó su aroma vagando para siempre por mi estancia.

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La casa iluminada Esta es la casa que habité otro tiempo. La luz de oriente le llegaba entera por las grandes ventanas. Los bombillos eléctricos espantaban las sombras de la noche de las 6 de la tarde hasta la madrugada. Por las noches se encendían las lámparas de los aposentos. Hasta tarde se escuchaban murmullos… nada concreto… no se entendía palabra. Yo escuchaba en sueños voces amortiguadas… y veía rostros… rostros que fui a palpar en las profundas lunas de los claros espejos y ya no estaban. Muy tarde se extinguían las lámparas. Una quedaba encendida. Alguien velaba… alguien velaba y escribía y el rasgar de la pluma sobre el papel se oía. Jamás las hondas lunas de los claros espejos volverán a repetir los adorables rostros de otros tiempos. Los rostros sólo vuelven del olvido a las estancias que el recuerdo elige y en esta casa iluminada viven y mi niñez transita llevando de la mano su fantasma infinito.

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Habitación íntima Paredes de tonos suaves… verdes pálidos. El comedor sin adornos. El mantel blanco, los cubiertos, el agua cristalina trémula entre los vasos. La canasta de mimbre con el pan dorado. La sala con sus muebles y algunos cuadros. El dormitorio. El lecho, las cobijas, la almohada, el armario y al frente el pez y el ancla y en el lado derecho de la casa la mesa y en la mesa la lámpara.

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Retrato De algún país lejano llegó este rostro blanco de nariz recta y firme y cabello castaño. Ojos de ensueño. Boca sugerente que desde el lienzo malva me sonríe siempre.

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La laguna sagrada Mi casa primigenia vive tenaz en pálidos recuerdos, suave, tibia, inefable, transparente, como una laguna sagrada vista en sueños. En sus cálidas aguas misteriosas, exaltadas por magnos plenilunios y agotadas por áridas menguantes, habité como el pez en el acuario íntimamente oculta por móviles cortinas de sonrosado terciopelo de undosos pliegues palpitantes, que ineluctablemente se acercaban mientras yo crecía. ¡De pronto, un cataclismo! Hubo un crujir de huesos, un trizar de cristales, un desgarrón de fibras, un relámpago… una ola roja y fuerte que me lanzó hacia afuera y escuché un grito solo, como ninguno, ¡solo! Y desde entonces tengo el corazón contando los instantes y el agua salobre de la laguna sagrada en mis ojos.

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Los guantes Fueron dejados al desgaire aquí solos… vacíos. ¿Qué urgencia provocó su abandono? ¿Qué pena? ¿Qué secreto? ¡Las manos solas por el aire vagan! ¿Quién protege su soledad, su piel sensible, su tacto, su silencio? ¡Son guantes de otro tiempo! ¿Cuál tiempo? ¿Cuál momento? ¿Cuál instante? ¡Ningún tiempo! Siempre han estado aquí, quietos, solos, vanos y fríos y las manos lejos, olvidadas, heladas, trabajadas y ellos aquí, ajados, viejos… y las manos desnudas, indefensas volando por las noches y los días… sin sentido… sin ellos.

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La brasa Al mover el rescoldo, su violenta semilla estalló en mil estrellas de chispas crepitantes. La descubrí en su nido de efímeros rubíes de pura sangre transparente. Allí estaba escondida disimulando en mundos de frágiles pavesas su cuerpo rojo y comburente. Brasa enterrada viva guardando en sí, latente, la fuerza de la chispa, las lenguas delirantes del fuego, los ávidos proyectos de la llama y de las grandes conflagraciones. Yo la palpé… miradme las manos laceradas.

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