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CARTA A UN AMIGO CATALÁN
RESEÑA
En un momento crítico en el que los independentistas en
Cataluña, con su política sectaria, han llevado a la sociedad
catalana a una profunda división entre familiares, amigos y
compañeros de trabajo, el autor de esta carta explica a un amigo
real sus vivencias personales con el nacionalismo excluyente y las
consecuencias nefastas que éste puede ocasionar.
En esta carta se abordan los diferentes aspectos del conflicto
catalán, analizando desde los mitos históricos hasta el momento
actual y desenmascarando con datos y argumentos los métodos
ilícitos utilizados por el nacionalismo para dominar las
instituciones y la sociedad catalana, intentando lograr sus
objetivos secesionistas, aunque para ello tengan que marginar a
la mitad de la población de Cataluña.
1
ÍNDICE
Mi experiencia con el nacionalismo 4
Pujol 8
Programa 2000 12
L’Escola Catalana 15
Los mitos históricos 19
Historia reciente 32
El nacionalismo y la ética 43
Propaganda 48
Derecho a decidir 52
Ellos y nosotros 60
El neolenguaje soberanista 64
Dislates económicos 68
Los días del paroxismo 77
Consideraciones finales 86
2
Querido amigo:
Como bien sabes, en los más de 60 años que nos conocemos hemos
podido hablar de lo divino y de lo humano sin tapujos. El hecho de
conocernos desde que éramos adolescentes ‐período en el que se debate
sobre cualquier tema sin cortapisas y hasta con descaro‐ ha propiciado el
que durante toda nuestra larga relación de entrañable amistad hayamos
tenido esa complicidad que sólo consiguen las personas que se quieren y
entre las que existe una mutua confianza. Así era hasta que los partidos
nacionalistas catalanes decidieron acelerar su hoja de ruta
independentista, hace ahora unos cinco años. A partir de ese momento
este tema empezó a ser tabú entre nosotros y cualquier intento de
abordarlo terminaba, ante mis datos y argumentos, en una respuesta
evasiva, tipo “tenemos opiniones diferentes”, “no quiero seguir hablando
de este asunto” o “tú no puedes entenderlo”. Nuestra relación, antes
fluida, se ha hecho incómoda. Desgraciadamente, esta circunstancia se
repite actualmente en todos los ámbitos de la sociedad catalana,
habiéndose formado dos bandos, “ellos” y “nosotros”, de carácter
irreconciliable. ¿Por qué hemos llegado a esta situación de
desentendimiento, impensable poco tiempo atrás? ¿Qué ha sucedido para
que se produzca esta fractura social de graves consecuencias para
Cataluña y para el resto de España? A continuación voy a intentar darte mi
versión sobre lo sucedido, que necesariamente será larga, porque el
principal problema al que nos enfrentamos en este momento es el del
relato , que los separatistas han sabido urdir con falsedades populistas
sobre España y los españoles convertidas en eslóganes de fácil digestión, y
desmontarlos requiere profundizar más de lo que gente está dispuesta a
escuchar o leer hoy en día. Como español me siento ofendido por los
ataques recibidos y es difícil para un acusado demostrar su inocencia, por
eso la carga de la prueba debe recaer en la acusación, pero en los círculos
nacionalistas catalanes se ha subvertido este principio, así que voy a
decirte lo que pienso de todo esto que está pasando.
3
MI EXPERIENCIA CON EL NACIONALISMO
Como sabes, llegué a Cataluña con 14 años procedente de Badajoz en
1954 con mi familia, debido a un traslado de mi padre que era funcionario
del Estado, y me integré totalmente en la sociedad catalana en muy poco
tiempo. Durante diez años tú y yo compartimos los últimos cursos de
Bachillerato en el Instituto de Tortosa, la carrera en la Escuela de
Ingenieros Industriales de Barcelona, las Milicias Universitarias en
Castillejos, los guateques y muchas cosas más. A pesar de nuestros
diferentes orígenes mantuvimos siempre un fuerte vínculo de amistad que
no se resintió en ningún momento.
Yo había ido a tu tierra con un ánimo excelente, pues toda la información
que tenía sobre Cataluña era positiva, y no me sentí defraudado en ningún
momento. La acogida de todos mis compañeros del Instituto, y
especialmente la tuya y de tu familia, fue extraordinaria y desde el primer
momento me sentí integrado en mi nuevo ámbito social. El idioma no era
un obstáculo, practicábamos el bilingüismo con absoluta naturalidad,
como entonces era habitual, y al poco tiempo de estar ahí ya entendía el
catalán. Recuerdo que tu madre me decía: “estoy muy contenta de que mi
hijo salga contigo porque así practica el castellano”. En aquella época era
el idioma distinguido.
Estos diez años de mi juventud que viví en Cataluña han sido los mejores
de mi vida. Me introduje de lleno en la cultura catalana, participando en
aplecs donde bailaba sardanas, jugando al hockey sobre patines‐ muy
popular entonces‐, cantando canciones catalanas en coros, degustando el
delicioso pa amb tomàquet o siendo periquito . En esa época de la
dictadura no hablábamos de política, sólo queríamos aprender y
divertirnos, y nos reíamos de los rollos de Marcoval, el profesor de
Formación del Espíritu Nacional, con su ridículo patrioterismo. Otro efecto
de la dictadura era el hecho de la oficialidad única del castellano en todos
los estamentos públicos, especialmente en el educativo –el catalán sólo se
hablaba en la familia y en la calle‐ con la lamentable consecuencia de que
4
los catalanoparlantes erais analfabetos en vuestro propio idioma, algo que
repudio. No obstante, la política no formaba parte de nuestras
conversaciones porque, aunque asistíamos sorprendidos a toda la
parafernalia del régimen fascista, en la que Franco era recibido en
Cataluña en olor de multitud y bajo palio, pasábamos de todo eso. Aquí
conocí a una catalana con la que me casé años después en Madrid,
mientras tú lo hiciste con una aragonesa de nuestra pandilla, con la que
también creaste una familia. Los matrimonios mixtos y el mestizaje de la
sociedad catalana son datos fehacientes, como demuestra el hecho de
que los apellidos más frecuentes en la guía telefónica de Barcelona sean
de origen castellano.
Cuando abandoné Cataluña en 1964, para trasladarme a Madrid con mis
padres e iniciar una nueva etapa de mi vida, yo me sentía catalán, y así lo
manifestaba allá donde iba. Ser catalán siempre ha sido en España una
marca de prestigio. Después creé mi propia familia y ejercí mi actividad
profesional, primero en una empresa de organización y más tarde en
Renfe, donde he trabajado durante 32 años. En este período de mi vida
tuve la oportunidad de viajar y conocer a fondo todo el territorio español y
gran parte de Europa (incluida una estancia de un mes en el Colegio de
Europa en Brujas), impregnándome del espíritu comunitario europeo de
colaboración y arrumbamiento de antiguas rencillas nacionalistas que
tantos millones de muertos habían costado. Mientras tanto, en España
superábamos la dictadura, tras la muerte de Franco en 1975, gracias a la
generosa visión de los políticos de la Transición, que no quisieron repetir
el cainismo de las dos Españas que helaban el corazón al españolito que
venía al mundo, según expresión de Antonio Machado. Nuestro país se
normalizó políticamente en 1978 con el referéndum sobre la Constitución
elaborada por siete juristas –dos de ellos catalanes‐ y aprobada por el
88,54% de los votantes, consiguiendo más del 90% en cada una de las
cuatro provincias catalanas. Desde entonces nuestra democracia se fue
consolidando y quedó homologada definitivamente a partir del intento de
golpe de estado del 23 de febrero de 1981, transformando esta amenaza
en la oportunidad de recluir a los militares ‐que tantas asonadas habían
5
protagonizado en la historia de España‐ en los cuarteles. Ahora el ejército
es una de las instituciones del Estado más valorado por la ciudadanía.
Aparte de mis innumerables viajes por motivos de trabajo, he residido
con mi familia en Valencia, Bilbao, León y Barcelona, ocupando diferentes
cargos directivos, hasta 1983, año en el que me destinaron ya
definitivamente a Madrid. En todo este tiempo me he encontrado varias
veces con el nacionalismo identitario. En Bilbao (1973‐1975), como
responsable del transporte ferroviario en el País Vasco, Navarra y parte de
Castilla, soporté las consecuencias del terrorismo nacionalista
protagonizada por ETA con los asesinatos y la kale barroka , sufriendo
frecuentes avisos de bomba en los trenes y estaciones que nos obligaban a
estar en continua alerta policial, y temeroso de que le pudiera suceder
algo a mi familia, puesto que muchos días mis hijas no podían asistir a
clase por los disturbios callejeros. Esta amenaza, en mi caso, se repitió
años más tarde (1991‐1992), siendo director de la construcción y puesta
en servicio de la línea de alta velocidad Madrid‐Sevilla, pues éramos un
objetivo de ETA, teniendo que llevar un detector de bombas lapa en mi
coche y estando sujeto a contravigilancia policial. Sé muy bien, porque lo
he vivido, cuáles pueden ser las consecuencias del nacionalismo
exacerbado y la atmósfera ominosa que éste crea, porque en la dinámica
acción‐reacción y vuelta a empezar la espiral del odio va creciendo
exponencialmente. Te recomiendo leer Patria de Aramburu, donde se
refleja con una gran fidelidad y dramatismo lo miserable que puede ser
ese escenario, al que se llega fácilmente sin advertirlo. Ese cuento chino
de que hay pueblos pacíficos que nunca llegarían a la violencia para
conseguir sus fines está largamente desmentido por la historia.
Cuando volví a Barcelona en 1982 como director de Renfe en Cataluña, el
panorama que me encontré no tenía nada que ver con el de mi juventud
veinte años atrás (lo describo en mi libro Renfe en el diván a cuya
presentación asististeis tu mujer y tú). La lucha política era despiadada
entre CiU, que regía la Generalitat con Pujol de President, y el PSC, que
controlaba las principales ciudades catalanas, empezando por Barcelona
con Maragall de alcalde. El independentismo de ERC era entonces
residual. Sin embargo, cuando se trataba de exigir prerrogativas al Estado,
6
en seguida se ponían de acuerdo, rivalizando a ver quién pedía más, una
costumbre inveterada de las fuerzas políticas catalanas.
A lo largo de estos dos años de mi estancia en Cataluña, los principales
problemas que tuve no estuvieron relacionados con la gestión ferroviaria,
sino más bien con la lengua y la política. Al principio no gustó a las
autoridades de la Generalitat que yo no fuera catalán ni hablara catalán
–aunque lo entendiera perfectamente‐ y tuve que plantarme exigiendo
respeto. Tampoco pude encontrar un colegio público que impartiera las
clases en castellano para mis tres hijas, debiendo realizar éstas dos cursos
exclusivamente en catalán. Nada más llegar, los organismos públicos y la
prensa me catalanizaron el nombre, empeñándose en llamarme Josep
Lluis. En las reuniones institucionales a las que asistía como representante
de Renfe (Consorcio de Transportes, Zona Franca, etc.) sólo se hablaba en
catalán sin haberme preguntado nadie previamente si lo entendía, ese era
mi problema. En un programa de radio abierto a todos los oyentes en los
que me hacían preguntas sobre el servicio ferroviario en ambos idiomas ‐a
las que yo contestaba en castellano‐ el presentador al final me inquirió
qué pensaría yo si cuando llegase a mi oficina en la estación de Francia,
encontrase una pintada diciendo “queremos directores de Renfe
catalanes”. Mi respuesta fue que se daba por supuesto que en la elección
para cada cargo debían primar los conocimientos, la experiencia y las
aptitudes de cada candidato, con independencia de su origen, y también
–esta vez cachondeándome del presentador –que el catalán Ramón
Boixadós, entonces presidente de Renfe, y yo habíamos permutado
nuestros puestos.
7
PUJOL
En esta etapa tuve varias entrevistas con Pujol, en las que lo único que le
interesaba era la normalización lingüística de nuestros empleados ‐es
decir, expresarse en catalán, que para él era lo normal aunque la mitad de
la población catalana fuera castellanoparlante, y los ferroviarios más por
su movilidad geográfica‐, y la conexión con Francia en ancho internacional.
Ni el español ni España tenían un gran interés para él, y sobre nuestros
servicios de transporte no quería saber nada, pues tenía claro que lo
trascendente era fer país , un mantra repetido hasta la saciedad, y no
quería distraerse con otros temas menos gloriosos aunque estuvieran
relacionados directamente con el bienestar de los ciudadanos de a pie
como, por ejemplo, las cercanías.
Pero ya dijo alguien, con razón, que cuando le hablaban de la patria se
echaba la mano a la cartera, así que este personaje, al amparo de su
incontestable poder, en su reinado de 23 años (1980‐2003) como
President hizo y deshizo a su voluntad, tratando a los ciudadanos como
súbditos, y convirtiéndose en el capo mafioso de la sociedad catalana. La
saga codiciosa de los Pujol se remonta a su padre, Florencio Pujol Brugat,
que aparece en el BOE del 9 de marzo de 1959 –cuya copia obra en mi
poder‐ como evasor fiscal en Suiza por sus trapicheos en el mercado de
divisas, eso sí, bien acompañado por varias decenas de otros prohombres
de la burguesía catalana, miembros de las doscientas familias que, según
Félix Millet ‐el ladrón del Palau‐ mandaban en Cataluña. La patria es
importante, pero la pela es la pela .
Florencio Pujol, junto con su hijo Jordi y Francesc Cabana, cuñado de
éste, fundó Banca Catalana precisamente en el mismo mes y año que salía
en el BOE. Esta entidad, tras una gran expansión en los años 60 y 70, en los
que Jordi Pujol fue un directivo destacado, alcanzó en 1981 el primer lugar
en Cataluña y el décimo en el ranking de entidades bancarias españolas.
8
Pero en 1982 entró en una profunda crisis con importante retirada de
depósitos, teniendo que ser rescatada con fondos públicos por un
montante de 20.000 millones de pesetas, debiendo ser adquirida por un
consorcio formado por la gran banca española en 1983, quedándose el
Banco de Vizcaya con el 89% de sus acciones en 1984. Como consecuencia
de las irregularidades detectadas por la inspección del Banco de España
–departamento en el que trabajaba mi padre‐, la Fiscalía General del
Estado instó una querella criminal contra los antiguos directivos de Banca
Catalana –entre ellos Jordi Pujol, que había cobrado antes de la
bancarrota 84 millones de pesetas de indemnización y había vendido las
acciones familiares por 25 millones de pesetas‐ por apropiación indebida,
falsedad en documento mercantil y maquinación para alterar el precio de
las cosas.
El 31 de mayo de 1984 Pujol, tras ser nombrado nuevamente President
de la Generalitat por su mayoría absoluta en las elecciones autonómicas
del 29 de abril, salió al balcón de la plaza de Sant Jaume, envuelto
metafóricamente en la senyera, para denunciar la “jugada indigna” del
Gobierno de Felipe González, añadiendo que “con Cataluña no se juega” y
“de ahora en delante de ética y moral hablaremos nosotros”, ante las
aclamaciones de miles de personas congregadas en aquel lugar. Al final se
llegó a un apaño político entre el Gobierno central y la Generalitat y se
archivó la causa, en contra de la opinión del fiscal anticorrupción Jiménez
Villarejo, que todavía anda diciendo al que quiera escucharle cómo los
administradores de Banca Catalana se habían forrrado vaciando en 500
millones de pesetas las arcas de la entidad, desviando fondos a una caja B,
mientras se arruinaban los pequeños accionistas y los españoles
acudíamos con más de 500 pesetas por habitante a su rescate. Y en contra
de lo que pregona el relato supremacista de los nacionalistas –Cataluña es
eficiente y España es un desastre, y además nos roba‐ esta jugada se ha
repetido con el rescate de Catalunya Caixa en 2012 que ha costado a todos
los españoles 12.676 millones de euros, siendo el más caro de todos
–incluido el de Bankia‐ y ha supuesto una aportación de 270 € por
español.
9
Si a lo anterior le añadimos los escándalos generalizados del 3% que
beneficiaron al partido de Pujol y a casi todos sus miembros destacados,
los negocios fraudulentos de sus hijos amparándose en el poder de su
padre, la confesión de éste en julio de 2014 sobre sus cuentas millonarias
en paraísos fiscales no declaradas, y los diferentes casos de corrupción de
todo tipo juzgados y sentenciados en Cataluña, la conclusión es evidente:
Cataluña ha sido la Comunidad con más corrupción de toda España, como
muestran los datos facilitados por el Presidente del CGPJ en enero de
2017, indicando que en los cinco trimestres comprendidos entre julio de
2015 y septiembre de 2016, en Cataluña se enviaron a juicio por delitos de
prevaricación, malversación, tráfico de influencias y otros conexos a 303
personas, siguiéndola Andalucía con 153 y Madrid con 145. Y eso que de
ética y moral, según Pujol, sólo podían hablar ellos.
La respuesta la da Álvarez Junco, uno de los mejores historiadores
actuales, nacido en Viella en 1942, en un artículo aparecido en El País el
4/9/2014, titulado Nacionalismo y dinero (te recomiendo su lectura, está
en Internet). En él retrata al nacionalismo catalán y, tras explicar la
motivación principal de sus promotores –la monopolización del poder‐
añade los dos elementos claves del nacionalismo. Por un lado, el
corporativismo típico de las sociedades tradicionales, donde un grupo o
sector social defiende sus intereses particulares, anteponiéndolos a los
principios de justicia, al interés general y a los posibles perjuicios a
terceros, y oponiéndose al libre mercado; y por otro, el clientelismo, que
es un intercambio extraoficial de servicios y favores –principalmente,
prestaciones a cambio de lealtad a la causa‐ entre los poderes públicos y
ciertos grupos sociales que se benefician con prestaciones y subsidios, en
un sistema caciquil donde se utilizan las instituciones del Estado como si
fueran sus fincas privadas. El autor considera que la corrupción es una
prolongación natural de estas dos características de la política nacionalista
catalana de Pujol, cuyo principal objetivo es asegurar el control del
territorio para los integrantes de la tribu, los de siempre, los catalanes
pata negra con muchos apellidos autóctonos. Así se explica que todos los
Consellers destituidos por la aplicación del artículo 155 tengan apellidos
catalanes cuando los más comunes en Cataluña sean de raíz castellana.
Naturalmente, de vez en cuando aparece en este mundo nacionalista
10
algún apellido no catalán, como Sánchez (ANC) o Rufián (ERC), pero están
ahí de muestra para aparentar algo de lo que presumen pero que tanto
carecen, la transversalidad, a condición de que extremen mucho su
entusiasmo para hacer méritos.
Pujol, omnipresente en Cataluña durante su mandato, consiguió
‐utilizando ingentes recursos‐ la implantación del nacionalismo identitario
en todos los estamentos de la sociedad catalana, al mismo tiempo que
realizaba un discurso de hombre de Estado en Madrid. Con esta táctica
dual y contradictoria –apoyo a los gobiernos centrales para la
gobernabilidad de España y, al mismo tiempo, debilitamiento del Estado
en Cataluña‐ fue avanzando en su misión de potenciar el sentimiento
nacionalista y conseguir la aversión de los catalanes hacia el Estado
español, culpable de todos los males de Cataluña, intentando extender
este sentimiento identitario a los llamados Països Catalans .
11
PROGRAMA 2000
Mientras los sucesivos Gobiernos centrales engordaban las competencias
de la Generalitat a cambio de sus votos en el Congreso y miraban para
otro lado sobre lo que sucedía en Cataluña, Pujol había trazado desde el
principio de su largo mandato unas líneas estratégicas, expresadas en 20
folios, llamado Programa 2000 –revelado por el periodista José Antich el
28 de octubre de 1990 en El País con el titular “El Gobierno catalán debate
un documento que propugna la infiltración nacionalista en todos los
ámbitos sociales”‐ donde se decía que “Cataluña es una nación
discriminada que no puede desarrollar libremente su potencial cultural y
económico” y preconizaba la búsqueda de la soberanía mediante la
sensibilización ciudadana hacia el reforzamiento del alma social catalana y
el control por los adeptos de todas las actividades que pudieran reforzar la
causa nacionalista, mediante un programa básico para la “construcción
nacional” de Cataluña, que se ha ido cumpliendo al pie de la letra. Este
plan se proyectaba en el ámbito educativo sobre diferentes aspectos
estableciendo los objetivos y sus actividades principales. La finalidad
básica era “impulsar el sentimiento general catalán de los profesores,
padres y estudiantes” y, entre otras, figuraban la siguiente actividad
fundamental: “Catalanización de los programas de enseñanza. Análisis
previo y aprobación del contenido por parte de personas responsables y
de confianza”. Los objetivos funcionales declarados en este documento
eran el control de la educación “vigilando la composición de los tribunales
de oposición al profesorado” para que los educadores cumplan lo
estipulado en la doctrina nacionalista y “reorganizar el cuerpo de
inspectores de forma que vigilen la correcta cumplimentación de la
normativa sobre la catalanización de la enseñanza”.
12
También preconizaba el dirigismo en la información y opinión
“introduciendo gente nacionalista en todos los puestos claves de los
medios de comunicación” y ocupándose de que “la formación inicial y
permanente de los periodistas y de los técnicos de comunicación
garanticen una preparación con conciencia nacional catalana”; la
promoción de organizaciones patronales, económicas y sindicales
catalanas y el diseño de “una estrategia para optar a los cargos directivos
de las instituciones financieras”; la “incidencia sobre la administración de
justicia y las fuerzas de orden público con criterios nacionales”, revisando
los mecanismos de acceso y promoción del funcionariado; la toma de
conciencia de la sociedad catalana, mediante la exaltación de los
supuestos agravios antiguos y actuales infligidos por España, difundidos a
través de la enseñanza y los medios de comunicación públicos y
subvencionados; y, en fin, la penetración en el tejido social (centros
docentes, colegios profesionales, entidades deportivas y culturales,
agencias de noticias, asociaciones patronales y sindicatos) de personas
adeptas. Estaba sentando las bases de lo que después ha desembocado en
el llamado procés para conseguir la independencia.
Ya en 1976 Pujol había escrito un libro sobre la inmigración en el que
decía. “el andaluz es un hombre destruido y anárquico… si por la fuerza
del número llegase a dominar Cataluña, introduciría una mentalidad
anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad”. Este tipo de
manifestaciones xenófobas las he oído frecuentemente a lo largo de mi
vida en Cataluña y han sido emitidas recientemente por separatistas con
cargos institucionales, que se supone debían ser neutrales porque
representan a todos los catalanes, como Forcadell, diciendo que los que
no votan a secesionistas no son catalanes; Junqueras, escribiendo que los
catalanes se parecen genéticamente a los franceses, italianos y suizos,
mientras que los españoles son como los portugueses; o Turull
manifestando que los que no iban a votar al referéndum eran súbditos y
los que iban ciudadanos. Puro supremacismo sin atisbo de democracia,
pues ésta tiene como base fundamental el respeto exquisito a todas las
personas, con independencia de su condición u opción ideológica.
13
Pujol estableció un ideario, común a todos los partidos nacionalistas y a
las sectas religiosas, consistente básicamente en la exaltación de los
rasgos diferenciales; el adoctrinamiento en las escuelas; la fabulación de
mitos nacionales que han configurado un pueblo único; la demonización
de un enemigo inventado que humilla permanentemente a ese pueblo; el
fanatismo de creencias emocionales inmunes a la realidad y a los
razonamientos; la subversión de las palabras y los conceptos generando
un neolenguaje orwelliano ; la creación de medios de comunicación
públicos y la subvención a los privados para la defensa de su causa; la
fundación y alimentación con abundantes recursos a sociedades civiles
como ANC y Òmnium Cultural, entre otras, para desplegar en todo el
territorio el agitprop (agitación y propaganda) separatista; la coacción a
los disidentes internos tachados despectivamente de antipatriotas y
calificativos más humillantes; y la promesa de la tierra prometida cuando
consigan redimirse. Todo ello, además, acompañado por una cuidada
escenografía de masas que ni los nazis habían conseguido en su día, y una
actividad frenética en las redes sociales donde una legión de trolls replican
permanentemente fake news . El nacionalismo ha aprendido del
populismo, tan extendido hoy en día por las redes sociales, a mentir
descaradamente sin ningún rubor generando la denominada posverdad ,
que consiste en decirle a la gente lo que quiere oír, con independencia de
su grado de realidad. Voy a extenderme ahora sobre cada una de estos
objetivos preconizados por Pujol en su Programa 2000.
14
L’ESCOLA CATALANA
Empezaré con la exaltación de los rasgos diferenciales. Desde el primer
momento, los nacionalistas catalanes tuvieron claro que, para sus
propósitos identitarios había que potenciar sus peculiaridades culturales
(fiestas populares, tradiciones y costumbres) y, especialmente, el idioma,
pues en definitiva es el más importante atributo específico de Cataluña
(compartido con los valencianos y los baleares) y consideran la lengua
como la forjadora de la nación catalana, aunque para su imposición
tengan que vulnerarse los derechos del 50% de la población
castellanoparlante, marginándoles en la enseñanza y en el ámbito público.
Los catalanes son bilingües, pero Cataluña debe ser monolingüe para los
fanáticos de la uniformización. Es sorprendente que los nacionalistas
demanden respeto a la diversidad, pero ellos no lo tengan en su propio
territorio.
En abril de 1983, viviendo yo en Barcelona, se aprobó la Ley de
Normalización Lingüística de Cataluña, después corregida y aumentada
por la Ley de Política Lingüística en 1998, donde se establece el catalán
como lengua oficial en la administración pública y la enseñanza, y
vehicular en el resto de los ámbitos, mientras que el castellano –idioma
común de todos los españoles –queda relegado, de hecho, a ser una
lengua tolerada por imperativo legal. Ya entonces, los de Òmnium Cultural
y la Crida me perseguían para que estableciera el catalán como lengua
única en la Renfe catalana, pero yo me los quité de encima estableciendo
el bilingüismo en trenes y estaciones.
15
Partiendo del hecho histórico de la prohibición franquista del catalán en
los organismos públicos de Cataluña durante la dictadura, la Generalitat y
las organizaciones civiles reivindicaron lógicamente el restablecimiento de
su uso a todos los niveles. Pero lo que era una demanda totalmente justa
para conseguir que la lengua y cultura catalanas volvieran al lugar que les
correspondía, se ha convertido en la imposición del catalán como lengua
exclusiva de Cataluña, marginando a la otra lengua, el castellano, hablada
por la mitad de los catalanes. Cataluña jamás ha sido monolingüe como se
pretende ahora. Las autoridades catalanas se han pasado al otro extremo
de la injusticia siguiendo ese propósito obsesivo de remarcar la identidad,
utilizando el idioma‐ instrumento de comunicación‐ como elemento de
segregación y de desistimiento de las nuevas generaciones hacia España.
Lo más sangrante es que, con su cinismo habitual, dicen que es lo mejor
para la cohesión social cuando ellos están quebrando esa cohesión
continuamente. Y todo ello obviando el deseo de la mayoría de la
población, manifestada en los años 90 (ya han dejado de hacerse
encuestas) de una enseñanza bilingüe, como hacen todos los territorios
con más de un idioma. Todo esto es absurdo y demuestra hasta qué punto
las ideologías excluyentes pueden ofuscar las entendederas de los que las
profesan, porque Barcelona es la sede de la mayor industria editorial
española en castellano, idioma utilizado por el resto de España, con la que
Cataluña tiene fuertes lazos afectivos y comerciales, de los que se
beneficia con un superávit de casi 18.000 millones de euros anuales.
También es perjudicial para los niños cuya lengua materna es el
castellano pues, como está demostrado, este cambio tiene efectos
negativos en sus funciones cognitivas, y para los que tienen como lengua
materna el catalán, porque se les priva del dominio de una lengua hablada
por 500 millones de personas en todo el mundo – que ahora no tienen en
su mayoría, digan lo que quieran decir las autoridades educativas
catalanas y, como muestra, basta ver un conocido vídeo de Clara Ponsatí,
Consejera de Enseñanza de la Generalitat, en el que es incapaz de
terminar una frase en castellano‐ cuando si la enseñanza fuera bilingüe,
podrían adquirir un buen nivel de ambos idiomas con absoluta naturalidad
y sin esfuerzo. Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología de la UAB
explica ‐basándose en experimentos realizados en EEUU con niños y
16
adultos‐ que cuando los niños de corta edad aprenden uno o varios
idiomas, los alojan en un determinado lugar del cerebro especializado en
reproducir su fonética con exactitud, mientras que si los aprenden cuando
son más mayores, el lugar del cerebro donde se instalan es diferente y
pierden esa habilidad. También enseña que el multilingüismo aumenta la
inteligencia social y empatía de los individuos y retrasa los procesos
neurodegenerativos en la vejez. Todos estos perjuicios son conocidos por
las autoridades educativas catalanas, pero van en contra del pensamiento
único de la lengua como palanca de la diferenciación, oponiéndose con
uñas y dientes a cambiar el modelo actual, aunque para ello tengan que
vulnerar la ley, como está sucediendo.
Una tesis doctoral realizada por la Universidad de Cambridge en 2006
mostraba que el profesorado en Cataluña era bastante más nacionalista
que la media de la población, así que no es de extrañar que este hecho,
unido a las consignas políticas de la Generalitat, haya conducido, no
solamente a la imposición del catalán, sino también al adoctrinamiento
ideológico en las escuelas y universidades, ya evidente en los últimos
tiempos. Como he explicado en páginas anteriores, la catalanización de la
enseñanza era un objetivo básico del Programa 2.000 y teniendo en
cuenta la autonomía completa de la Generalitat en esta materia y los
recursos que ha manejado en el plano económico, normativo y
organizativo está claro que este programa se ha implantado en su
totalidad. Está acreditado con numerosas pruebas documentales y
testificales que la escuela catalana imparte materias ‐como la historia o el
conocimiento del medio‐ gravemente tergiversadas, promoviendo tareas,
murales, pancartas y banderas sectarias que alimentan el odio a España.
Esta concepción identitaria excluyente es consustancial al sistema
educativo catalán desde que se transfirieron estas competencias a la
Generalitat. Y ya hemos visto a lo que puede conducir este constante
lavado de cerebro tras los últimos acontecimientos turbulentos recientes,
en los que los niños están siendo descaradamente aleccionados en las
escuelas con una visión secesionista de estos sucesos y los jóvenes
estudiantes protagonizan la ocupación de las calles sirviendo de fuerza de
choque y carne de cañón del independentismo.
17
Es evidente la importancia que para los nacionalistas ha tenido la
fabricación en las escuelas de buenos catalanes cuyo nexo común es el
odio a España y a todo lo español y la costumbre de llamar “español” a
todo lo malo. A eso lo podemos llamar adoctrinamiento, aleccionamiento,
adiestramiento o lo que se quiera, pero el resultado en la imposición del
pensamiento único está delante de nuestras narices. La filósofa alemana
de origen judío, Hannah Arendt, autora de Los orígenes del totalitarismo
que ella había sufrido en la Alemania nazi, dejó escrito que “el propósito
de la educación totalitaria nunca ha sido infundir convicciones, sino
destruir la capacidad para formar alguna”. Esto mismo lo resumió El Roto,
conocido humorista gráfico, publicando una viñeta hace años en El País
‐en plena campaña terrorista de ETA‐ donde se veía una puerta en una
calle con el cartel de IKASTOLA encima, y un letrero en la puerta que
rezaba: “Prohibido hablar en español y pensar en cualquier idioma”.
¿Habrá que aplicar esto a l’escola catalana ?
18
LOS MITOS HISTÓRICOS
Me referiré ahora a los mitos victimistas al uso –que se enseñan en las
escuelas de Cataluña‐ para justificar la existencia de una nación catalana
humillada y la aversión a España por este motivo. Recuerdo que Raimon
Martinez Fraile, historiador de formación y miembro del PSC, que
acompañó a Merçé Sala como responsable de la comunicación en su
época de presidenta de Renfe –en mi etapa en esta empresa he tenido dos
presidentes catalanes‐, me contaba que, siendo concejal de cultura del
Ayuntamiento de Barcelona, se había inventado casi todas las tradiciones
milenarias de los barrios barceloneses. Creo que la historia de los pueblos
se presta a mucha manipulación y, en contra de lo que dicen los
historiadores sobre que hay que conocerla para no repetirla, pienso que
los humanos somos tan obcecados que, aun conociéndola, la repetimos,
tal como está sucediendo estos días.
Pero es que, a la velocidad vertiginosa con que suceden los
acontecimientos en el siglo XXI, con espectaculares avances tecnológicos
en todos los órdenes de la vida moderna, es absurdo fijarse en lo que haya
podido suceder en tiempos pasados, porque las variables de entorno son
totalmente diferentes, sin extrapolación posible. La historia no puede
guiar la gestión actual de nuestra sociedad cuando, por ejemplo, Google
ha creado una máquina de inteligencia artificial, AlphaGo Zero, capaz de
ganar fácilmente al campeón mundial de Go, el juego de estrategia chino
con más variantes que el ajedrez, a base de generar ella misma las
mejores jugadas posibles partiendo de cero. Cuando las máquinas de
19
inteligencia artificial puedan sustituir ventajosamente a los humanos a
cualquier nivel, algo muy próximo en el tiempo, ¿no deberíamos
ocuparnos de lo que se nos viene encima en lugar de perder el tiempo con
las rancias historias de nuestros ancestros?, y ¿no sería mucho más útil
unir fuerzas para mejorar el bienestar de nuestros conciudadanos o
combatir las amenazas mundiales de, por decir algunas, el terrorismo
yihadista, el cambio climático, las pandemias virales o la amenaza nuclear,
olvidándonos de antiguas rencillas, que algunos se empeñan en reavivar
por su propio interés? Tú y yo, que somos de ciencias, sabemos que el
conflicto creciente produce el caos, aumentando la entropía y
disminuyendo el trabajo útil. Cataluña ahora está sumida en el caos y el
monotema separatista está consumiendo casi toda la energía del sistema.
A pesar de mi convicción de que el pasado apenas nos ayuda a resolver
ninguno de los formidables retos del presente y del futuro, y menos si es
utilizado para desunir como hacen las fuerzas separatistas catalanas, voy a
ocuparme a continuación de relatar algunos episodios históricos
relevantes de Cataluña para desmontar las falacias del independentismo,
cuyo grado de tergiversación histórica ha llegado al ridículo. Para muestra
basta conocer las aportaciones hechas al simposio, celebrado con motivo
del tricentenario de la caída de Barcelona, llamado “España contra
Cataluña: una mirada histórica (1714‐2014)” organizado por el Institut
d’Estudis Catalans de Barcelona, institución vinculada al Departamento de
Presidencia de la Generalitat de Cataluña, calificadas por grandes
historiadores catalanes y del resto de España como “infantil y maniqueo”,
“acientífico”, “alegato a favor de una causa” y según García Cárcel,
catedrático de Historia Moderna y Contemporánea de la UAB y Premio
Nacional de Historia 2012, experto en el tema, “objetivamente repudiable
por la historia seria y objetiva”.
Otro ejemplo de esta reinvención de la historia son las conferencias
dadas por el historiador Cucurull (hay vídeos en Internet), integrante del
Institut Nova Historia y miembro del secretariado de la ANC, donde
demuestra que Colón, los hermanos Pinzón, Américo Vespucio, Cervantes,
Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola y otros insignes personajes
eran catalanes; que el descubrimiento de América se financió con dinero
20
catalán y las tres carabelas partieron de Pals (Girona); que el Quijote fue
escrito originalmente en catalán; y que Cataluña ya era una protonación
hace 2.700 años porque es un pueblo que procede de los tartessos,
asentados entonces en la actual Tortosa. Lo curioso de sus conferencias es
que los espectadores lo atienden con absoluta seriedad y asentimiento en
lugar de arrojarle tomates.
Si nos remontamos a la historia de épocas anteriores al siglo XX, tan
manipulada por la historiografía nacionalista para la creación de supuestos
agravios y mitos fraudulentos, las fuentes solventes e imparciales nos
dicen que Cataluña nunca fue un Reino ni un Estado, estando su territorio
incluido en el Reino de Aragón, fundado en 1035 y ligado al condado de
Barcelona por la boda de Petronila, hija del rey Ramiro II de Aragón y el
conde Ramón Berenguer IV. El hijo de ambos, Alfonso II heredó ambos
títulos en 1164. A finales del siglo XV se formó la Monarquía Hispánica por
la boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. En el siglo XVII
Cataluña se rebeló contra el Reino de España (1640) en la guerra dels
segadors , terminando en manos del Reino de Francia, que trató a los
catalanes mucho peor que el Reino de España, regresando en 1652 a
formar parte de nuestro país, aunque esta aventura se saldó con la
pérdida del Rosellón, que se quedó en Francia para siempre. En el siglo
XVIII Cataluña volvió a las andadas en la Guerra de Sucesión (no de
Secesión como tergiversan los nacionalistas), colocándose la mayor parte
del territorio catalán (no todo) a favor del pretendiente a la Corona
española Carlos de Austria (también lo hicieron otras ciudades del resto de
España, como Madrid y Toledo), pero ganó el otro pretendiente francés
Felipe de Anjou, tomando Barcelona ‐defendida por Rafael Casanova y sus
seguidores‐ el 11 de septiembre de 1714. En la última arenga de este
Conseller en Cap le pidió a los defensores: “derramar gloriosamente su
sangre y vida por su Rey (Carlos III), por su honor, por la Patria y por la
libertad de toda España”, muriendo de muerte natural en Sant Boi del
Llobregat en 1743, 29 años después. En esta otra aventura, España perdió
Gibraltar y Menorca, que se anexionó Inglaterra, aunque después se
recuperó esta última.
21
Como he dicho al principio, estos dos episodios históricos, sucedidos
hace siglos, en un sistema político y social predemocrático, en el que los
reyes, la nobleza, la milicia y el clero imponían sus prerrogativas, no puede
ser una referencia para los tiempos actuales, ni deben servir de
precedente para ningún tipo de reivindicación, porque, con una memoria
selectiva victimista, todos los territorios podrían reclamar algo. En Europa
se ha superado esta clase de conflictos históricos, que tantos millones de
muertos ha ocasionado, creando la Unión Europea, que, además, nos hace
más fuertes en el mundo competitivo actual.
En épocas más recientes, entre 1808 y 1814, Cataluña participó,
defendiendo a España (Dios, Patria y Rey, era su lema), en la lucha contra
la invasión napoleónica, en la que tuvieron un papel fundamental para
interceptar los suministros del ejército invasor al resto de España. Los
episodios de las guerrillas populares, los sitios de varias ciudades como
Lérida, Gerona y Manresa o la leyenda del Tambor del Bruch, muestran
esta defensa de España por los catalanes, que no querían ser gabachos .
Además, en 1812, los 16 diputados catalanes firmaron la I Constitución
Española en Cádiz, siendo el primer Presidente de las Cortes, votado por la
mayoría, un catalán ilustre, D. Ramón Lázaro de Dou y de Bassols.
Naturalmente, en la historiografía oficial independentista no encaja esta
parte de la historia de Cataluña, porque demuestra la fidelidad de este
territorio a España, echando por tierra el imaginario creado por ellos de
que los Decretos de Nueva Planta ‐dictados por el rey Felipe V un siglo
antes‐ eliminando los fueros e instituciones catalanas, habían acarreado
una desafección de Cataluña hacia España. Además, respecto a estos
Decretos hay que aclarar que, ya en el siglo XVI, los castellanos habían
perdido sus fueros al vencer el emperador Carlos I a los comuneros de
Castilla en la batalla de Villalar, siendo decapitados los cabecillas Padilla,
Bravo y Maldonado.
Lo que hizo el rey Felipe V aboliendo los fueros de los territorios del
Reino de Aragón fue trasladar el modelo de Estado francés a España,
centralizándolo y modernizándolo, y generando, lógicamente, el rechazo
de las élites que conformaban los brazos (nobleza, milicia y clero)
constituyentes del Antiguo Régimen medieval, que querían seguir
22
mangoneando el territorio a su antojo, más o menos como se pretende
ahora. Vicens Vives, para mí el mejor historiador catalán aunque no sea
del agrado de los nacionalistas por su objetividad, dejó escrito que Felipe
V “desescombró un anquilosado régimen de privilegios y fueros” en
Cataluña. Por eso precisamente, a partir de este momento, esta región
consiguió el liderazgo económico convirtiéndose en la fábrica de España ,
sin duda debido a la laboriosidad y espíritu empresarial de sus habitantes,
pero también al proteccionismo aduanero dictado por el Gobierno central
–especialmente en la industria textil‐ que le permitía vender toda su
producción en nuestro país a un precio muy superior al que se hubieran
vendido los tejidos ingleses sin aranceles. El Diario de Sesiones de las
Cortes refleja desde el siglo XIX la constante del proteccionismo
catalanista poniendo a prueba sus diputados la estabilidad del Gobierno
de turno cada vez que se debatía sobre la conveniencia del librecambismo,
aduciendo la defensa de la industria nacional , pero obviando que a los
españoles les salían más caros sus productos. Parece evidente que, tanto
en el siglo XIX con el proteccionismo arancelario gubernamental, como en
la época del desarrollismo franquista con la importación de mano de obra
barata del resto de España, Cataluña obtuvo claros beneficios en forma de
transferencias de rentas hacia esta región, típico comportamiento
económico de una metrópoli con sus colonias, al contrario de lo que dicen
ahora los nacionalistas pretendiendo que Cataluña ha sido una colonia de
España aunque la realidad económica ha ido en sentido contrario.
También son conocidos los importantes negocios que tuvieron durante el
siglo XIX muchos catalanes en Cuba en virtud de las concesiones del
Gobierno de Madrid, gracias a los denostados Decretos de Nueva Planta
que permitieron a los catalanes comerciar con las colonias españolas en
América a través del puerto de Barcelona y, por otro lado, la gran cantidad
de navieros catalanes que se dedicaron al tráfico de esclavos, primero
legal y después ilegal, entre África y Cuba, de tal forma que muchos
autores consideran que el enriquecimiento de estos personajes sirvió para
financiar en Barcelona el Ensanche, la Exposición Universal de 1888, el
primer ferrocarril español entre Barcelona y Mataró (Miquel Biada, su
promotor, era esclavista), el parque Güell y la Colonia Güell (Joan Güell era
esclavista), así como la Maquinista Terrestre y Marítima, la Compañía
23
Trasatlántica Española, el Banco Hispano Colonial y la Compañía General
de Tabacos de Filipinas, todas ellas prósperas entidades fundadas por los
empresarios catalanes en Cuba y por los traficantes de esclavos.
Muchos historiadores defienden que el carlismo, tan arraigado en
Cataluña en el siglo XIX, ha sido un factor determinante en el origen del
nacionalismo catalán (y vasco). El apego a las tradiciones forales, el
integrismo religioso, la lucha contra el Madrid liberal de Isabel II y ese
deseo de bilateralidad en las relaciones con el poder central, influyeron en
su día en el fracaso de la Primera y de la Segunda República. Lo
sorprendente es que el carlismo, origen del ideario nacionalista mantenido
por muchas familias catalanas durante varias generaciones (Lluís Llach
tiene unos interesantes antecedentes al respecto), luchó al lado de Franco
en su Cruzada –la Comunión Tradicionalista de los requetés‐ y se unieron
con los falangistas para formar el conglomerado FET y de las JONS
(Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional
Sindicalista), ideario político del Movimiento Nacional fascista. Estos
antecedentes franquistas no tienen mucho que ver con el nacionalismo
periférico.
Al mismo tiempo que la economía catalana se veía favorecida por estas
aportaciones exteriores y la industrialización progresaba, se produjo el
impulso de la cultura catalana por parte de las élites intelectuales, dando
nacimiento a lo que se denominó la Renaixença , el renacimiento de la
lengua, literatura e historia de Cataluña. El profesor Marfany ha publicado
recientemente un ensayo titulado Nacionalisme espanyol i catalanitat.
Cap a una revisió de la Renaixença , en el que se argumenta que la misma
burguesía que alimentaba este movimiento también apoyaba el
nacionalismo español para justificar las políticas proteccionistas y
fomentar, a la vez, el intercambio comercial con otras zonas de España. El
punto de partida de la Renaixença fue la Oda a la patria de Aribau en
1833, publicada en El Vapor, diario en castellano defensor del
proteccionismo a la industria catalana. Con la creación posterior de los
populares Jocs Florals , que ensalzaban el sentimiento de catalanidad a
través de los poemas presentados a concurso, se inició el camino de
exaltación patriótica conectada con el romanticismo alemán de Herder
24
que equiparaba lengua y patria. El espíritu del pueblo (volksgeist) inspirará
toda la obra de este filósofo alemán, considerando como tal las fuerzas
creativas que habitan inconscientes en cada pueblo, manifestándose en
creaciones propias, sobre todo en la lengua, pero también en la poesía, la
historia y el derecho. Curiosamente, esta idea, aparecida en la segunda
mitad del siglo XVIII y que fue el origen de los totalitarismos del siglo XX,
era contraria a la Ilustración, que preconizaba la igualdad entre los
hombres.
Mientras este halo romántico del catalanismo iba calando en la sociedad,
la pérdida de Cuba en 1898 fue un duro golpe para los intereses de las
clases dirigentes, que se había opuesto hasta ese momento a su
autonomía, incluso enviando muchos soldados catalanes a combatir
contra la insurrección cubana (de ahí viene la afición a las habaneras en
Cataluña, sobre todo en el Maresme y la Costa Brava). Este desastre para
España, cuya decadencia la hizo sumirse en un pozo de pesimismo, lo
aprovechó nuevamente la burguesía catalana para pasar, de un día para
otro, de considerar a Cuba una odiada provincia separatista traidora a ser
un modelo envidiado de secesión. Esta repentina cubanofilia se plasmó en
la estelada , diseñada por el marino Vicenç Albert Ballester en 1918,
inspirada en la bandera cubana, y en que el coronel Francesc Macià, que
más tarde sería Presidente de la Generalitat, se instalase en Cuba y en
octubre de 1928 presidiera en La Habana la Asamblea Constituyente del
Separatismo Catalán que aprobó la constitución de la futura República
Catalana.
En la novela, basada en hechos reales, La verdad sobre el caso Savolta de
Eduardo Mendoza, se cuenta la lucha cruenta entre la clase obrera y la
burguesía empresarial en la convulsa Barcelona posterior a la Primera
Guerra Mundial‐ en la que los industriales catalanes ganaron mucho
dinero con la neutralidad española‐ que precedieron a la llegada de la
dictadura de Primo de Rivera (1923‐1930) ‐siendo capitán general de
Cataluña y estando apoyado por la Lliga Regionalista catalana‐ en cuyo
período combatió el separatismo, eliminó las redes caciquiles de compra
de votos y consiguió la paz social reduciendo drásticamente el número de
atentados y el pistolerismo de los años anteriores. La política económica
25
de Primo de Rivera fue proteccionista y expansiva, creándose monopolios
como CAMPSA, la Compañía Telefónica de España, la Tabacalera y la
Lotería Nacional, y desarrollando un excepcional plan de carreteras y el
fomento de la red ferroviaria. La burguesía catalana y vasca estuvo
encantada con el dictador porque fue extraordinariamente favorecida.
Primo de Rivera falleció en París dos meses después de su dimisión en
enero de 1930, aquejado de una diabetes que arrastraba desde mucho
tiempo atrás, sucediéndole la dictablanda del general Balaguer, que duró
poco más de un año, y a éste el almirante Aznar, hasta el advenimiento de
la República el 14 de abril de 1931, como consecuencia de la victoria en las
principales ciudades españolas de las candidaturas republicanas en las
elecciones municipales.
En la Segunda República, el comportamiento del Gobierno catalán,
presidido por ERC, fundada en 1931, no pudo ser más desleal. El 14 de
abril de 1931, día de la proclamación de la República tras la abdicación de
Alfonso XIII, Francesc Macià, aprovechándose de la lógica confusión del
momento, proclamó por su cuenta desde el balcón de la Generalitat la
“República Catalana”. Tuvieron que acudir de urgencia tres ministros del
nuevo Gobierno central para disuadirle de tal disparate prometiéndole la
aprobación en Cortes del primer Estatuto de Autonomía para Cataluña,
que sería después rubricado por Acalá‐Zamora, Presidente de la República,
el 15 de septiembre de 1932. Este Estatuto, continuador de la
Mancomunidad de Cataluña creada por Prat de la Riba en 1914 para
agrupar a las cuatro Diputaciones Provinciales en un órgano
administrativo con visión unitaria ‐que fue suprimido por Primo de Rivera
en 1925‐ era una antigua reivindicación de las fuerzas políticas catalanas.
La tramitación del anteproyecto, denominado Estatuto de Nuria ,
confeccionado por la Diputación Provisional catalana –estableciendo la
ciudadanía catalana, declarando el catalán como única lengua oficial,
fijando el derecho de autodeterminación, abriendo la posibilidad de
incorporar otros territorios y un largo etcétera de 52 artículos‐ y
aprobado por el 99% de los votos de los catalanes emitidos en
referéndum, tuvo que ser adecuado a la Constitución española en las
Cortes. La discusión en el Congreso fue larga y tormentosa, pues la
26
inmensa mayoría de los diputados, entre ellos los liberales Ortega y Gasset
y Unamuno, se opusieron al texto recibido e incluso a la Autonomía
catalana, pero fue Azaña, Presidente del Gobierno, quién, arriesgando la
continuidad de su Gobierno y su prestigio personal, apoyó decididamente
la existencia del Estatuto, considerándolo un instrumento útil para avanzar
en el diseño de una legislación autónoma catalana. Desmintiendo las
protestas de muchos nacionalistas por la rebaja realizada al anteproyecto
inicial, al eliminar su carácter soberanista, cuando Azaña fue a Barcelona a
presentar el Estatuto fue recibido con una cerrada ovación. Años más
tarde, tras haber defendido con uñas y dientes la Autonomía catalana,
éste se quejaba amargamente en sus Diarios de la traición de los políticos
nacionalistas, especialmente de Companys.
En diciembre de 1933, Companys relevó a Macià por el fallecimiento de
éste y, a pesar de que Cataluña ya tenía su Estatuto de Autonomía con la
Generalitat, el Parlament y todas las atribuciones transferidas, los
conflictos con el Gobierno central no cesaron y se incrementaron cuando
Lerroux, conocido como el Emperador del Paralelo barcelonés, pasó a
presidir en Madrid un Gobierno de derechas en diciembre de 1933. El
Parlamento catalán había aprobado la Ley de Contratos de Cultivo que
garantizaba a los aparceros la explotación de las tierras durante un
mínimo de seis años, pero la derecha catalana pidió al Gobierno central
que lo recurriese ante el Tribunal de Garantías Constitucionales, que en
junio de 1934 falló en contra de esta Ley. Este hecho fue considerado por
ERC como un ataque a la autonomía catalana, proclamando Companys
solemnemente, de nuevo en el balcón de la Generalitat, “ L’Estat Catalá de
la República Federal Española” el 6 de octubre de 1934, presionado por los
sindicatos y las fuerzas izquierdistas revolucionarias. El capitán general de
Cataluña, general Batet – que posteriormente, 18 de febrero de 1937, fue
condenado a muerte por un Tribunal Militar y fusilado por no secundar el
alzamiento de Franco‐ sofocó la rebelión en 10 horas, tras un balance de
46 muertos. Posteriormente, Companys y los miembros de su Gobierno
fueron condenados a 30 años de prisión por rebelión militar y la
Autonomía suspendida indefinidamente. El 21 de febrero de 1936, cinco
días después del triunfo del Frente Popular en las elecciones legislativas,
se aprobó un decreto‐ley del nuevo Gobierno presidido por Azaña
27
amnistiando a todos los condenados por los mencionados sucesos y
Companys volvió a presidir la Generalitat de Cataluña hasta poco antes del
final de la Guerra Civil.
Cuando las tropas franquistas ganaron la batalla del Ebro en diciembre de
1938, ya se sabía que la guerra estaba perdida para la República. El 4 de
febrero de 1939, Companys ‐al mismo tiempo que otros dirigentes como
Azaña y Aguirre (lehendakari vasco)‐ salió de España por la frontera
francesa, viviendo exiliado en París y la Bretaña hasta que fue capturado y
entregado por las fuerzas de ocupación alemanas a las autoridades
franquistas en Irún el 29 de agosto de 1940. Desde entonces fue recluido
en la Dirección General de Seguridad de Madrid y el 3 de octubre
trasladado al castillo de Montjuic, donde fue juzgado por un Tribunal
Militar el 14 de octubre de 1940 – casualmente, día de mi nacimiento‐ y
condenado a muerte, siendo fusilado al día siguiente. Tuvo el mismo
destino que Batet, su enemigo de 1934, pero así como de éste no se
acuerda nadie, a Companys le dedican numerosas calles, plazas y
homenajes en Cataluña, olvidando su deslealtad a la República y su
fanatismo contra sus enemigos, especialmente contra el clero católico,
firmando 400 sentencias de muerte y permitiendo los desmanes de las
fuerzas revolucionarias, que llegaron a asesinar a más de 8.000 catalanes
durante la guerra civil. Fue un traidor y un pésimo gobernante, pero
Franco lo convirtió en un mártir.
Respecto a lo que sucedió unos años antes de nuestro nacimiento, que
viene marcado por el régimen franquista y éste, a su vez, por los años
precedentes del siglo XX, he leído versiones alucinantes, que quieren
hacer creer que Cataluña fue sojuzgada por España, como si la dictadura y
la guerra civil no la hubieran sufrido todos los españoles, y en algunos
territorios con mucho mayor sacrificio que en Cataluña. En nuestra etapa
juvenil, la dictadura nos intentó inyectar en vena la epopeya de la llamada
Cruzada y la de la denominada España eterna, aunque con poco éxito. La
verdad es que yo, aun siendo jovencito y sin referencias, nunca terminé de
creerme aquella parafernalia épica en una atmósfera constreñida de
beatos hipócritas y espíritu cuartelero. Sólo cuando pude acceder a libros
solventes e imparciales como La guerra civil española de Hugh Thomas en
28
los años 60 ‐que tuve que leer en francés porque estaba prohibido en
España‐ y, posteriormente, otros de Paul Preston y Antony Beevor con el
mismo título, pude conocer la realidad de lo que había sucedido.
Otra fuente de información ha sido el testimonio directo de mis padres. A
mi madre, con 18 años, le pilló la Guerra Civil en Madrid, soportando ella y
todos los madrileños un cerco de 33 meses sin comida, sufriendo
enfermedades, con bombardeos continuos por tierra y aire, con los
quintacolumnistas disparando en las calles y los milicianos haciendo las
sacas para depurar a los sospechosos de desafección o supuestos
infiltrados fascistas, matándolos en los cementerios o en cualquier cuneta.
Mi padre, madrileño, fue reclutado forzoso desde el principio y estuvo,
entre otras, en la batalla del Ebro (julio a diciembre de 1938) como
soldado raso defendiendo a Cataluña y lo que quedaba de la República
hasta que, vencida la resistencia, tuvo que huir en desbandada hacia
Barcelona. A mi suegro, oficial médico de la Marina republicana, le
condenaron a muerte en la base naval de Cartagena al acabar la guerra y
le conmutaron después la pena capital exiliándolo a un pequeño pueblo
pesquero catalán, donde ejerció la medicina hasta su jubilación.
Con estos testimonios de mis mayores –padres, abuelos, tíos‐ y mis
lecturas de historiadores imparciales tengo una idea bastante aproximada
de lo que sucedió en nuestra terrible guerra civil e incivilizada y lo cierto es
que durante la mayor parte de ella, en el territorio catalán apenas se
combatió contra las tropas franquistas, salvo para mantener el frente de
Aragón (sólo hubo un intento frustrado de reconquistar Mallorca), y las
luchas cruentas que tuvieron lugar se produjeron entre los propios
catalanes para tomar el poder en Cataluña, inmersos en una atmósfera
prerrevolucionaria protagonizada por los anarquistas (FAI y CNT), los
comunistas de diferente signo (PCE, POUM, PSUC) y los nacionalistas
(ERC). El libro de George Orwell Homenaje a Cataluña , describe fielmente
estas luchas intestinas.
Por eso, cuando leo o escucho a los historiadores (muy abundantes) de
cabecera del nacionalismo catalán –que después se reflejan en los libros
escolares o en las lecciones de algunos profesores‐ me doy cuenta de la
desvergüenza que puede llegar a tener esta gente con tal de seguir
29
alimentándose del pesebre nacionalista. Ni el levantamiento de Franco fue
contra Cataluña, sino contra la Segunda República Española de 1931; ni
Cataluña fue ajena a este golpe de Estado, pues hubo muchos catalanes
que lo financiaron, apoyaron y combatieron con Franco (entre ellos, los
carlistas); ni fueron los catalanes los que más desdichas sufrieron, pues
hasta la batalla del Ebro el territorio catalán apenas había entrado en
guerra porque los frentes bélicos estaban alejados; ni los catalanes en
general fueron después desafectos al Régimen franquista, pues Franco se
paseaba por Cataluña en olor de multitud, y cuando se alojaba en el
palacio de Pedralbes en Barcelona, los miembros de la burguesía catalana
le iban a besar la mano haciendo cola (esta pleitesía de muchos catalanes
a Franco, igual que se hacía en el resto de España‐ se diga ahora lo que se
diga‐ no me lo han tenido que contar, yo he sido testigo).
Durante el franquismo, Cataluña fue muy favorecida en el aspecto
económico, y catalanes como Aunós, Carceller, Gual Villalbí, López Rodó,
Samaranch y tantos otros fueron personajes importantes en la toma de
decisiones. La Seat, joya de la corona de la industria en aquella época, se
instaló en Cataluña, llegándose a realizar en el área de Barcelona un 25%
del total de las inversiones del INI. Entre 1955 y 1975, años del
desarrollismo, el PIB real de Cataluña creció de 22.617 a 78.118 millones
de euros, incrementando su peso sobre la economía nacional del 17,7% al
19,1%, aumentando en este período un 88% el número de trabajadores
(de 997.000 a 1.874.000). A este crecimiento contribuyó decisivamente la
inmigración de obreros procedentes de otras zonas de España, como nos
explicaba Francisco Candel en Los otros catalanes . Esos xarnegos , que
tanto despreciaba Pujol (y su señora), contribuyeron al enriquecimiento
de Cataluña y, especialmente, de las clases altas, que siempre ganan,
mande quien mande.
Este repaso histórico muestra que, en condiciones normales, Cataluña
siempre ha sido favorecida por el Estado español, consiguiendo sus élites
económicas grandes privilegios para el desarrollo industrial de su territorio
y para la generación de negocios en el exterior, mientras sus dirigentes
políticos gozaban de una importante influencia en los centros de poder
españoles. En la II República consiguió el único Estatuto de Autonomía
30
concedido por el Estado. Su situación geográfica más cercana al resto de
Europa y en la costa mediterránea, unida a la importancia de la ciudad de
Barcelona y el espíritu comercial y emprendedor de sus habitantes, le ha
conferido históricamente un lugar preminente entre las regiones
españolas, siendo considerada en el resto de España como el territorio
más avanzado del país. Esta condición ha propiciado que cuando Cataluña
ha tenido problemas, éstos han influido poderosamente en la
gobernabilidad de toda España, tal como está sucediendo en estos
momentos.
También es evidente que, a lo largo de la historia, cuando Cataluña ha
decidido separarse de España por las bravas la jugada le ha salido mal en
todos los casos, perjudicando a todo el país, incluso con pérdida de
territorios a favor de terceros. Otra evidencia histórica es que Cataluña ha
sido parte integrante de España y ha defendido, llegado el momento, a la
Corona española –en la Guerra de Sucesión al rey que no ganó‐ luchando
por España en la guerra contra Napoleón y jugando un papel político
decisivo en todo momento en la gobernanza del país. También es cierto
que una constante histórica de Cataluña ha sido la permanente presión al
Estado español para exigir más poder político autónomo a sus dirigentes y
concesiones ventajosas para su oligarquía, que han generado crisis
políticas frecuentes entre ambas partes.
Desde que se instaló el nacionalismo catalanista al final del siglo XIX, el
modus operandi de los líderes catalanes ha sido la amenaza de
desafección, e incluso separación, si no se satisfacían sus demandas,
generando entre la población un sentimiento de rechazo a España basado
en agravios generalmente exagerados o inexistentes. Esta estrategia se
llevó al extremo de declarar la independencia de Cataluña en la República,
con el final trágico que conocemos, pues, aparte de los sucesos acaecidos
en octubre de 1934, este fue uno de los motivos aducidos por los militares
rebeldes para el golpe de Estado de julio de 1936 con casi tres años de
guerra civil, cientos de miles de muertos y la ruina nacional. La
irresponsabilidad y deslealtad institucional de ciertas élites catalanas
avariciosas han sido insuperables en muchos momentos históricos.
31
HISTORIA RECIENTE
Ahora voy a referirme de forma sucinta a los últimos acontecimientos
que hemos vivido en democracia, pues, aunque parezca mentira por
nuestra memoria reciente, el grado de adulteración que se está
produciendo en algunas versiones victimistas sobre nuestra historia
democrática es inaudito. Tras la muerte de Franco en noviembre de 1975,
el Presidente Arias Navarro pretendió la continuación del Régimen, pero el
Rey Juan Carlos, utilizando a los dos personajes más importantes de la
Transición, Suárez en el Gobierno y Fernández Miranda en las Cortes,
consiguió derogar el sistema político franquista y alumbrar otro
plenamente democrático con todas las garantías de un Estado de derecho
homologado a los más exigentes del mundo. En este difícil logro todas las
fuerzas políticas tuvieron que ceder con gran altura de miras para evitar
una crisis de incalculables consecuencias, teniendo que llegar a acuerdos
personajes de opuestas ideologías y trayectorias políticas completamente
diferentes, todo ello bajo la amenaza de grupos terroristas de extrema
izquierda, de extrema derecha y nacionalistas. En diciembre de 1976 se
aprobó en referéndum la Ley para la Reforma Política, en junio de 1977 se
llevaron a cabo las primeras elecciones democráticas, que ganó la UCD de
Suárez, y a partir de este momento se empezó a negociar y redactar entre
los representantes de todas las fuerzas políticas la Constitución que, una
vez finalizada por consenso, fue sometida a referéndum el 6 de diciembre
de 1978 y aprobada por el 87,78% de los votantes.
En lo que se refiere a Cataluña, El Presidente de la Generalitat en el exilio,
Tarradellas, regresó a España, invitado por Suárez, para hacerse cargo de
32
la Generalitat provisional, emitiendo el 23 de octubre de 1977 desde el
balcón de la plaza de Sant Jaume el famoso “ ¡Ciutadans de Catalunya, ja
sóc aquí!” . Después, en las elecciones de 1980, Pujol ganó y lo sustituyó en
la Presidencia de la Generalitat. Tarradellas, que había vivido media vida
desterrado y había presidido con dignidad esta institución durante 23
años, al ver por dónde iba su sucesor, escribió una carta al director de La
Vanguardia, publicada el 16 de abril de 1981, contándole su conversación
con Pujol donde decía, entre otras cosas: “Manifesté que se había roto
una etapa que había comenzado con esplendor, confianza e ilusión el 24
de octubre de 1977, y que tenía el presentimiento de que iba a iniciarse
otra que nos conduciría a la ruptura de los vínculos de comprensión, buen
entendimiento y acuerdos constantes que durante mi mandato habían
existido entre Cataluña y el Gobierno de España”; “Era inevitable la
ruptura de la unidad de nuestro pueblo. Esta unidad se produjo desde el
primer día que llegué y se mantuvo hasta el último momento de mi
mandato”; “Es desolador que hoy la megalomanía y la ambición personal
de algunos, nos haya conducido al estado lamentable que nos
encontramos y que nuestro pueblo haya perdido, de momento, la ilusión y
la confianza en su futuro. ¿Cómo es posible que Cataluña haya caído
nuevamente para hundirse poco a poco en una situación dolorosa, como
la que está empezando a producirse?; y “Vemos que sus responsables
están utilizando un truco muy conocido y muy desacreditado, es decir, el
de convertirse en el perseguido, en la víctima; así hemos podido leer en
ciertas declaraciones que España nos persigue, nos boicotea, nos recorta
el Estatut, nos desprecia, se deja llevar por antipatías hacia nosotros, que
les sabe mal y se arrepienten de haber reconocido nuestros derechos…”.
Esta carta muestra la visión de futuro que tuvo Tarradellas ‐un hombre
experimentado que había vivido la República y el exilio‐ sobre el desastre
que supondría la política victimista y de enfrentamiento del nacionalismo
pujolista.
Porque esa queja permanente, ese sentimiento de agravio constante de
que hace gala cualquier nacionalista que se precie, y que extiende a toda
la población para que se sienta humillada y desee separarse de la arcaica,
violenta y opresora Castilla/España es un bulo de considerables
proporciones que no resiste el más mínimo análisis objetivo, como he
33
explicado en referencia a la historia antigua y voy a demostrar en nuestra
historia reciente. Veamos. Las dos primeras decisiones políticas de calado
que tomó Suárez, en contra de la opinión del estamento militar franquista
(entonces poderoso) fueron la legalización del partido comunista de
Carrillo en abril de 1977 y la restitución de la Generalitat de Cataluña en
octubre del mismo año, trayendo a Tarradellas del exilio. Durante la
Transición, el papel de los representantes catalanes (tres de los diez
ponentes) fue fundamental para la redacción de los importantes Pactos de
la Moncloa, firmados en octubre de 1977, y también lo fue para la
redacción de la Constitución (dos de los siete ponentes). En el referéndum
de 1978 esta Constitución fue aprobada por el 90,46% de los catalanes,
una proporción superior a la del conjunto del país (87,78%). El Estatuto de
Autonomía de Cataluña (Estatut de Sau) se adelantó a todos los demás y
fue aprobado en referéndum en octubre de 1979 por un 88,15% de los
votantes (un 59,7% del censo), tras las manifestaciones en toda España
con el lema “libertad, amnistía y estatuto de autonomía”. Parece evidente
el cariño de los españoles hacia los catalanes y la satisfacción con la que
éstos recibieron ambas Leyes.
En marzo de 1980 se celebraron las primeras elecciones autonómicas
ganadas por CiU por mayoría relativa y Pujol se convirtió en Presidente de
la Generalitat, apoyado en la sesión de investidura por UCD y ERC. Ya he
contado cuál fue la política de este personaje nacionalista con su
Programa 2000, obteniendo a lo largo de los 23 años de su mandato cada
vez más transferencias ‐que nunca eran suficientes‐ y un considerable
poder político, social y económico en Cataluña, haciendo desaparecer
prácticamente al Estado de su territorio, cuya presencia ha llegado a ser
marginal. El método siempre era el mismo: vender apoyos parlamentarios
para la “gobernabilidad de España”, según sus palabras, y amenazar con la
desafección del pueblo catalán si no se concedían nuevos recursos y
cuotas de poder, que a su vez eran utilizados para azuzar la desafección
entre la gente. Si el Estado cedía en algo no era valorado porque el
autogobierno lo demandaba justamente, y si lo denegaba aparecía
inmediatamente el agravio.
34
Cualquier resquicio de conflicto entre los poderes centrales y la
Generalitat, normal en las relaciones institucionales, ha sido siempre
vendido por los nacionalistas en Cataluña como una ofensa al pueblo
catalán, mientras que la contribución de las instituciones españolas a los
grandes logros de esta época como, por ejemplo, las Olimpiadas de 1992,
que apoyaron todos los españoles y que pusieron a Barcelona en el mapa
mundial, era algo que se les debía. Para los nacionalistas, España tiene una
deuda ancestral con Cataluña y lo paradójico es que, como ya he contado,
ha sido la oligarquía catalana y, en general, el pueblo catalán el gran
beneficiario de las políticas estatales a lo largo del tiempo.
En este momento la Generalitat tiene las competencias exclusivas en
educación, sanidad, seguridad y muchas otras materias cuya enumeración
sería farragosa, y compartidas con el Estado casi todas las demás
funciones de gobierno y recibe un elevado porcentaje de los impuestos,
gozando, según los expertos, de mayor autonomía que cualquier otra
región del mundo, incluidos los Lander alemanes o los Estados
norteamericanos. Pero este autogobierno, gestionado por poderes
descentralizados del Estado (Govern, Parlament, etc.) concedidos por las
Cortes españolas depositarias de la soberanía nacional, tiene sentido
siempre que sus gobernantes sean fieles a la Constitución y al resto de
leyes que la desarrollan. En caso contrario, es evidente que estas
facultades deben ser anuladas por quiénes se las han conferido, porque la
libertad nunca es absoluta y lleva siempre aparejada la lealtad y el respeto
a las normas legales. Lo contrario sería de un ventajismo inadmisible.
El Pacto del Tinell firmado el 14 de diciembre de 2003 entre las fuerzas
catalanistas y de izquierdas (PSC, ERC e ICV) supuso un cambio importante
de la política catalana, pues por primera vez desde la Transición no iba a
gobernar CiU en Cataluña. Los dos puntos más importantes de este
acuerdo fueron la elaboración de un nuevo Estatuto –empeño del líder del
PSC, Maragall, famoso por sus ocurrencias , a pesar de que en las
encuestas sólo un 7% de catalanes lo demandaba‐ y el rechazo a cualquier
acuerdo con el PP catalán (el llamado cordón sanitario ). El 20 de diciembre
el socialista Maragall tomó posesión como nuevo Presidente de la
Generalitat formando gobierno con los republicanos independentistas de
35
ERC y los comunistas de ICV, cuyo conseller en cap fue Carod‐Rovira (ERC),
que el 3 de enero de 2004 se reunió en Perpiñán con dos miembros de la
ejecutiva de ETA ‐tras haberlo hecho tiempo atrás con Otegi
(representante de Batasuna, su rama política)‐ para solicitar que no
atentasen en Cataluña a cambio de su cobertura política a la izquierda
abertzale . Este, en mi opinión, repugnante acuerdo, realizado sin
conocimiento de Maragall, le supuso la salida inmediata del gobierno
catalán, pero no impidió que su partido lo presentara como cabeza de lista
de su formación en las elecciones generales de 2004 y lo eligiera como
presidente del mismo hasta 2008.
Inesperadamente, y es posible que debido a la desastrosa gestión del PP
sobre los atentados yihadistas de Atocha, en marzo de 2004 el PSOE ganó
las elecciones generales y Rodríguez Zapatero fue nombrado Presidente
del Gobierno central. En ese momento cayó sobre él un arriesgado
compromiso adquirido el 13 de noviembre de 2003 con motivo de un
discurso suyo dado en un mitin de la campaña electoral a la Generalitat,
donde dijo: “Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento
catalán”. No sé si esta promesa fue decisiva para abrir las puertas del
Gobierno catalán a Maragall, pero lo que después se vio es que era un
boomerang . La elaboración del nuevo Estatut en Cataluña fue muy
laboriosa, pues al borrador del tripartito tuvieron que añadir nuevas
peticiones de CiU liderado por Mas, para que lo apoyase en el Parlament,
que rebasaban los límites constitucionales, entre ellos, la consideración de
Cataluña como una nación, el blindaje de las competencias autonómicas,
la circunscripción electoral única para Cataluña, el sistema de financiación
autonómica y el control de puertos y aeropuertos.
El texto enviado a las Cortes fue objeto de varias modificaciones para su
encaje constitucional, con muchas negociaciones fuera de la Cámara para
que lo aceptase CiU, llegándose a un acuerdo final ‐del que se descolgó
ERC por parecerle insuficiente‐ que fue aprobado en las Cortes el 30 de
marzo de 2006, apoyado por 189 votos a favor y 154 en contra, de los
cuales 145 eran de los diputados del PP que se opusieron frontalmente.
Posteriormente, en junio del mismo año, fue ratificado en referéndum por
los catalanes por una mayoría del 73,24% de los votantes con una
36
participación del 48,85% del censo, es decir, uno de cada tres
empadronados. Un mes más tarde el PP –que, como he comentado, había
sido marginado por el tripartito en el Pacto del Tinell‐ presentó un recurso
al Tribunal Constitucional denunciando su inconstitucionalidad, hecho que
provocó algo insólito en democracia: la publicación de un editorial
conjunto de toda la prensa catalana (12 diarios), presionando al
mencionado Tribunal para que no cambiase el nuevo Estatuto, el 26 de
noviembre de 2009. Debido a que un Gobierno del PSOE había suprimido
en 1985 el recurso previo de inconstitucionalidad, que habría suspendido
la aplicación del nuevo Estatuto hasta que se produjera el dictamen
correspondiente, los dirigentes catalanes fueron desarrollando la nueva
normativa hasta que en 2010, cuatro años más tarde, dicho Tribunal dictó
sentencia anulando 14 y sometiendo a interpretación 27 de los 223
artículos que contenía. En Cataluña estas correcciones, debidamente
pregonadas por los medios como un fuerte agravio, sentaron muy mal y
dieron alas a los nacionalistas para insistir en sus tesis sobre el carácter
represor del Estado español. Pero ¿cuál era la solución? Dejar el Estatuto
como estaba habría alimentado el conflicto permanente con el Estado y el
agravio comparativo con otras comunidades.
Con referencia a este episodio bochornoso de la reciente política
española no puedo más que acordarme de una frase de Groucho Marx,
que refleja la realidad mejor que un ensayo filosófico: “la política es el arte
de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar
después los remedios equivocados”. Yo añadiría: “y cuando a continuación
sobreviene la catástrofe, nadie es responsable”. Los dirigentes políticos en
general tienen la nefasta costumbre de querer imponer sus prioridades
tacticistas aunque éstas no tengan nada que ver con los deseos de la
gente. El empeño de Maragall y el tripartito para hacer un nuevo Estatuto
no obedecía a ninguna demanda ciudadana (estoy seguro de que el 99%
de la población catalana no se lo ha leído nunca ni le interesa); el Pacto del
Tinell fue un error garrafal en su marginación del PP porque rompió los
puentes con un partido que gobernaba España y representaba a más de 10
millones de españoles; la promesa de Zapatero para ganar votos en
Cataluña fue una enorme irresponsabilidad y reflejaba un
desconocimiento total sobre la realidad política catalana; el PP hizo un
37
alarde de oposición excesivo recogiendo firmas en toda España y aireando
su rechazo para ganar votos conservadores; el vodevil que se representó
para negociar la redacción del Estatuto en las Cortes, con contactos a
varias bandas en las que desaparecía Maragall por un lateral, entrando en
escena Mas, mientras Carod‐Rovira hacía mutis por el foro, fue poco
edificante y más parecida a la obra Los intereses creados de Benavente
(que tú y yo representamos en el Instituto) que a una negociación seria; el
PSOE había hecho muy mal suprimiendo en 1985 el recurso previo de
inconstitucionalidad, porque permitió que el nuevo Estatuto pudiera ser
implantado durante cuatro años sin posibilidad de vuelta atrás (después se
ha corregido este fallo, de tal manera que ahora, cuando el TC admite a
trámite un recurso, queda suspendida la resolución recurrida hasta que se
produce la sentencia); el Tribunal Constitucional fue poco diligente
permitiendo la incertidumbre política en ese largo período de cuatro años;
y, por último, aunque parezca anecdótico, ese extraño unanimismo
(unanimidad forzada desde arriba) de los medios catalanes en el editorial
de noviembre de 2009 apremiando al Constitucional para que no tocara el
Estatut, refleja la enorme capacidad de coacción que puede llegar a tener
el pensamiento único en Cataluña. Por lo demás, considero justificado que
una Ley, aunque sea aprobada por un Parlamento y ratificada en un
referéndum, pueda ser corregida si no cumple con las leyes vigentes.
Durante este período de cuatro años (2006‐2010) el Gobierno tripartito
se había reeditado bajo la presidencia de Montilla (PSC) –que tanto
irritaba a la madre superiora Marta Ferrusola por no ser catalán‐ sustituto
de un Maragall desahuciado por su partido. Este nuevo Govern tuvo una
gestión nefasta, duplicando la deuda ‐14.863 millones de euros en 2006 a
34.697 en 2010 (en 2016 fue de 75.118)‐ y generando, por motivos
diversos, poca confianza de los catalanes por sus disensiones internas,
aunque les quedó la excusa –como siempre, cuando los dirigentes
catalanes están en apuros‐ de señalar la culpabilidad del Estado (esta vez
personificado en el Tribunal Constitucional) y del supuesto nacionalismo
español, representado por el PP.
He estado informándome sobre las características de nuestro Tribunal
Constitucional, integrado por 12 miembros elegidos 4 por el Congreso, 4
38
por el Senado, 2 por el CGPJ y 2 por el Gobierno, y tiene unas funciones,
composición y sistema de elección de sus componentes semejante al de
otros países occidentales, como Alemania, Italia, EEUU y Reino Unido,
aunque en estos dos últimos se llaman Tribunal Supremo. En cuanto al
nacionalismo español, que tanto mencionan los nacionalistas catalanes
para justificarse cuando se miran en el espejo, creo que,
afortunadamente, el 23 de febrero de 1981 dejaron de existir los pocos
reductos que quedaban. En este momento es testimonial, y protagonizado
esporádicamente por grupúsculos airados que aparecen de vez en cuando
y que son inmediatamente reprimidos y encausados cuando cometen
tropelías. ¿Alguien piensa que si existiese un nacionalismo español fuerte
los nacionalistas catalanes podrían haber llegado a tener tanto poder, a
tejer esa maraña de complicidades con su causa y a desafiar las leyes
impunemente, como vienen haciendo durante cerca de cuarenta años? Si
hay algo claro de la evolución política de la España democrática es que la
gente, en general, pasa de símbolos patriotas (banderas, himnos, actos
solemnes), seguramente por el recuerdo de la época franquista, y piensa
más en su bienestar inmediato. Han sido los nacionalismos periféricos los
únicos que han continuado con sus entelequias esencialistas y
anacrónicas, que tanto distorsionan la vida de los ciudadanos corrientes. Si
ahora, 40 años después de la muerte de Franco, aparecen banderas
españolas en los balcones –algo que no había visto hasta ahora‐ es por el
hartazgo al continuado ataque de los independentistas, cuya mejor
definición de ellos la ha hecho el anónimo preso compañero de celda de
Jordi Sánchez, que pidió el traslado para que no le diera la matraca .
En las elecciones autonómicas de 2010, CiU resultó vencedor y Mas fue
nombrado presidente de la Generalitat, encontrándose un panorama
desolador de las cuentas heredadas del tripartito, por lo que tuvo que
lanzar dos emisiones de los llamados “bonos patrióticos” por un monto
total de 5.200 millones de euros con elevados intereses a los compradores
(yo adquirí algunos porque eran una buena inversión) y comisiones a los
Bancos colocadores, teniendo que garantizar el Estado su devolución. En
este momento también empezaron las reducciones de gastos en sanidad,
educación y servicios sociales –Cataluña fue pionera en estos recortes‐
39
que han supuesto una reducción en el período 2010‐2015 del 26% del
gasto, equivalente a 5.438 millones de euros.
En 2011 la situación del Gobierno catalán era muy comprometida, pues
existía un gran malestar por la disminución de las prestaciones sociales y
había aparecido el movimiento 15‐M con los indignados acampando en la
plaza de Cataluña en Barcelona y en otras ciudades del territorio. El 27 de
mayo de este año hubo una carga policial de los mossos d’esquadra con
porras y botes de humo a estos acampados para desalojarlos, con un
resultado de más de 100 heridos, y el 8 de julio se produjo un acoso en la
Ciudadela de unos 2.000 indignados a los miembros del Parlament cuando
acudían a una sesión del mismo, en la que se vieron a unos diputados
diciendo “¡Auxili!” mientras les perseguía la turba, a otros siendo
escupidos o empujados, a algunos más resultando manchados con tinta o
arrojándoles peladuras de plátano, y a Mas llegando en helicóptero. Un
lamentable espectáculo que todo el mundo vio reflejado en la televisión.
Todos los analistas no contaminados coinciden en que esta situación de
ahogo político, económico y social de Cataluña, unida a la presión de la
justicia sobre CiU por todos los casos de corrupción conocidos ‐junto a la
creencia de un Estado español debilitado por la crisis económica‐ fue
determinante para la huida hacia delante de Mas y su equipo hacia la
independencia, y no, como dicen los nacionalistas, la “ofensa al pueblo
catalán” del recorte del Estatut que, a nivel de opinión pública –no
publicada, que ese es otro tema‐ no tuvo mayor incidencia. Las
preocupaciones reales de la gente eran más pedestres. Este fue el
momento en el que Mas decidió quitarse de en medio y dirigir toda su
artillería contra el Estado –como si él no formara parte del mismo‐ con la
campaña del “España nos roba” y la exigencia, inasumible en aquel
momento por el Gobierno español, del pacto fiscal para Cataluña,
equiparable al vasco. La masiva Diada de 2012, calentada desde tiempo
atrás por el agitprop (agitación y propaganda) separatista de ANC y
Ómnium Cultural, en connivencia con los estamentos oficiales catalanes,
fue el comienzo de la etapa de desafío institucional que se ha vivido desde
entonces. Las fuerzas catalanistas moderadas se quitaron la careta y se
unieron a los independentistas de toda la vida, formando un bloque
40
secesionista que ha orientado su ideología hacia el rechazo y
enfrentamiento con España, utilizando todas las herramientas disponibles,
con independencia de su legalidad o moralidad, para el objetivo supremo
de conseguir la ansiada República Catalana, demandada, según algunos,
por los ancestros desde su tumba. Evidentemente, en su imaginario
sacralizado, un fin tan sublime justifica cualquier medio.
Desde entonces hemos asistido los españoles, un tanto atónitos, a la
farsa representada por los nuevos y los viejos independentistas, con las
performances de las Diadas anuales cada vez más radicalizadas, los
ataques a España, las declaraciones desafiantes de los líderes políticos
secesionistas y los alardes de desobediencia a las leyes constitucionales.
Además, en estos cinco años se han producido las siguientes consultas.
Unas elecciones al Parlament, adelantadas dos años, en noviembre de
2012 en las que CiU liderada por Mas, el convocante, perdió 12 diputados
(de 62 a 50) mientras ERC ganó 11 (de 10 a 21). Un conato de referéndum
denominado “consulta popular sobre el futuro político de Cataluña”, ilegal
al ser suspendida por el Tribunal Constitucional, el 9 de noviembre de
2014. Otras elecciones al Parlament en septiembre de 2015, adelantadas
en más de un año y llamadas plebiscitarias ‐“consulta definitiva” según
Mas‐ y convocadas por éste tras reunirse con Junqueras de ERC, Forcadell
de la ANC, Casals de Ómnium Cultural, y Vila d’Abadal de la AMI
(Asociación de Municipios por la Independencia) ‐líderes del
conglomerado independentista donde se mezclan las instituciones (que
debían ser neutrales) con asociaciones partidistas‐. En estas elecciones se
presentaron unidos CiU y ERC en una agrupación denominada Junts pel Si
pretendiendo que una mayoría de votos obtenida por los partidos
independentistas supusiera el respaldo a la secesión, pero no fue así,
puesto que JxSi y la CUP (Candidatura de Unidad Popular), únicos partidos
declarados independentistas, consiguieron en total un 47,8% de los
sufragios, aunque sí consiguieron 72 escaños contra 63 del resto de las
fuerzas políticas, como consecuencia del sistema electoral que prima los
votos rurales sobre los urbanos (en la provincia de Barcelona, donde los
votos emitidos representaron el 75% del total, las fuerzas
independentistas obtuvieron 39 diputados y el resto 46). Y, por último,
otro referéndum de autodeterminación ilegal el 1 de octubre de 2017 que
41
dio lugar a un lamentable espectáculo por el empeño, con toda clase de
trucos, de realizarlo por parte de las instituciones y asociaciones
independentistas, y la pretensión de evitarlo por la fuerza desde el
Gobierno central.
Este agotador procés ‐que entró en barrena desde que Puigdemont
sustituyó a Mas como presidente de la Generalitat en enero de 2016 por
imposición de la CUP y la radicalidad de ésta se impuso en la hoja de ruta
independentista‐ ha supuesto uno de los mayores desafíos a la
democracia española desde su inicio cuarenta años atrás y una quiebra
social entre los propios catalanes y de estos con el resto de españoles que,
me temo, perdurará muchos años. No es de extrañar la alarma social que
ha generado en toda España, llegando a ser el segundo motivo de
preocupación en las encuestas, tras el paro.
42
EL NACIONALISMO Y LA ÉTICA
Hace años, desde que estuve trabajando en Barcelona en los primeros
80, me empecé a preocupar por la deriva de la sociedad catalana hacia el
nacionalismo excluyente que se introducía desde la Generalitat con el
apoyo incentivado de algunas agrupaciones civiles. La imposición de la
llamada lengua propia marginando a la mitad de la población, el
aleccionamiento nacionalista en las escuelas, los ataques a España desde
las instancias oficiales, el sesgo nacionalista de los medios públicos y
privados subvencionados catalanes, y otros indicios más sutiles que se
advertían ya entonces, me han llevado a hacer el seguimiento de este
inquietante fenómeno a lo largo de estos años en los que, por mis lazos
familiares y por mi casa en Cataluña, he pasado largas temporadas en esa
tierra que quiero y siento como mía.
Pero esta inquietud se tornó en alarma cuando en 2012 Mas, con todas
sus huestes, se pasó al independentismo. Ya por estas fechas, tu mujer me
reenvió un correo donde se desgranaba un largo rosario de barbaridades
históricas y económicas, que me alteraron por su mendacidad. Me tomé el
trabajo de recabar información y contestarlo con datos fehacientes para
que se lo hiciese llegar al emisor de esta comunicación, pero su respuesta
fue que si lo enviaba “produciría un incendio”. O sea, deduje, se podía
hacer de correa de transmisión en un sentido, pero no en el otro para no
desentonar. Adolf Tobeña, catedrático de Psiquiatría y Psicología médica
de la UAB, menciona en su libro Pasión secesionista estudios de
psicobiología realizados para conocer la tendencia grupal al gregarismo,
43
que revelan cómo se comporta un elevado porcentaje de personas cuando
en un grupo la mayoría muestra una preferencia, alineándose con esta
mayoría aunque no coincidan con su opinión. Si, como sucede en Cataluña
ahora, esta postura seguidista te evita muchos problemas y hasta puede
ser remunerada con ventajas sociales o económicas, entramos en lo que
Noëlle‐Neumann, politóloga alemana contemporánea, llama “la espiral del
silencio”, actitud adoptada por los disidentes cuando la opinión pública
impuesta ejerce el control social y amenaza con el aislamiento a los
contrarios, de tal forma que el comportamiento del público está influido
por el clima de opinión dominante. Si este clima de opinión se expresa
permanentemente en unos medios potentes, el silencio de los
discrepantes está garantizado.
A finales de 2012, “Fulls dels enginyers”, la revista de nuestro Colegio de
Ingenieros Industriales de Cataluña insertó un escrito de un colega,
llamado Pere Guiu, en el que se mostraba el entusiasmo de la nueva era
que nacía con la Diada de ese año, donde se decía, entre otras cosas
(traduzco): “Cataluña es un país sometido por España, y ahora está
hablando de manera pacífica para recuperar algo que se le arrebató hace
tiempo: la soberanía. No celebramos nada, conmemoramos una fecha
fatídica, una derrota, a consecuencia de la cual se nos arrebataron muchas
cosas, y desde entonces hay expolio permanente que no se para ni en
épocas de crisis”. Después, en un tono épico de euforia incontenible,
manifestaba que todos los países de Europa, y en primer lugar Alemania,
iban a apoyar el nuevo Estado de Cataluña, por lo que era necesario
presionar en el exterior para este reconocimiento y aprovechar el impulso
iniciando una hoja de ruta realista para preparar la separación amistosa de
España. Extrañado, aunque no mucho, por la deriva independentista que
tenía ya el Colegio cuando Joan Vallvé –compañero nuestro de promoción
y actual vicepresidente de Ómnium Cultural‐ fue nombrado decano, les
escribí un mail protestando por la utilización de este boletín profesional
para fines propagandísticos partidistas, y solicitando la publicación de una
réplica, que a tal fin les envié escrita en castellano. Mi escrito se publicó
en el siguiente número trimestral, pero traducida al catalán sin mi
autorización, por lo que les envié otro mail en el que les decía que había
constatado la tolerancia cero sobre el castellano. En esta réplica, con un
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resumen de datos y argumentos semejantes a los utilizados en este texto,
terminaba diciendo: “Cuando llegue el desastre, los instigadores, una vez
más, harán mutis por el foro”.
Como consecuencia de mi hartazgo ante la ola separatista, que cada vez
ocupaba más las calles, colocaba más esteladas en los balcones y lugares
públicos, propagaba más falacias y eslóganes antiespañoles, presionaba
más a los ciudadanos a través de sus asociaciones (ANC, Ómnium Cultural
y AMI, entre otras), redoblaba su propaganda en los medios, y desafiaba
abiertamente al Estado de Derecho, decidí apuntarme en julio de 2014 a
SCC (Societat Civil Catalana) –una Asociación nacida poco antes de esa
fecha‐ formando parte de la agrupación de Les Terres de l’Ebre. SCC
reivindica la España de todos, sin exclusiones, que agrupa a los que no
quieren elegir entre ser españoles o catalanes, y sostiene que la cultura,
lengua u otros rasgos de identidad no deben ser usados como arma
arrojadiza para sostener proyectos políticos que dividen y enfrentan a la
ciudadanía. Cree que a Cataluña siempre le ha ido bien integrada en
España y mal cuando se ha intentado separar, constituyendo la secesión
una fractura social de funestas consecuencias y un pésimo negocio. He
colaborado con esta Sociedad, integrada por gente –sobre todo jóvenes
con criterio propio, que no se han dejado abducir‐ con diferentes
ideologías, desde el socialismo al liberalismo, pero con la idea común de
defensa de la España constitucional, la única garante de los derechos de
todos los ciudadanos.
Hemos participado mi mujer y yo en la Diada alternativa de 2014 en
Tarragona y en la gran manifestación del 8 de octubre en Barcelona en
defensa de la unidad de España, organizadas ambas por SCC. En esta
última, a la que asistieron cientos de miles de personas, vi por primera vez
a la mayoría silenciosa en la calle diciendo ¡Basta! En todos los actos o
manifestaciones de SCC se portan las banderas de España y de Cataluña
unidas, al contrario de las Diadas oficiales con sus esteladas excluyentes.
Porque ya está bien de decir que existe una revolució dels sonriures ,
pacífica y festiva, cuando estamos asistiendo a la gran ceremonia de la
imposición y la división con un objetivo final radicalmente agresivo y unas
formas antidemocráticas que pretenden sustituir la democracia
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parlamentaria por la calle , marginando a más de la mitad de la población.
Esa masa coral de las Diadas ‐muchos de cuyos asistentes son de autocar y
bocadillo‐ perfectamente adiestrada para el show televisivo, sirve de
cobertura a los gerifaltes del proces para convalidar su trayectoria de
mentiras y actos delictivos, para ocultar los desmanes del corrupto Pujol y
su cuadrilla del 3%, para profundizar la fractura de la sociedad catalana, y
para abocar a Cataluña a la ruina y al ostracismo internacional. Eso sí, con
muchos niños y sus papás sonrientes. Franco habría aprendido mucho de
estas entusiastas concentraciones, aquéllas eran más cutres y sin tele,
aunque le servían para los mismos fines: justificar en la calle su dictadura
en nombre del pueblo español.
Mi firme rechazo en su día al régimen franquista y la creencia de que la
democracia representativa, basada en la identidad personal ‐no colectiva,
que no existe‐ y la igualdad de los ciudadanos ante la ley, ha demostrado
su superioridad ética y funcional sobre cualquier otra forma de gobierno,
me obliga a declarar que el nacionalismo es una de las peores lacras de la
humanidad, como está demostrado a lo largo de los siglos. A diferencia del
patriotismo, que se basa en el amor al terruño, a tu gente y a lo que te es
familiar por nacimiento o adopción, el nacionalismo se fundamenta en el
odio –necesita un enemigo‐ que arrastre al resentimiento (eso que llaman
sentiment se convierte en resentiment ) y te lleve irremisiblemente al
secesionismo ‐la expresión más extrema del nacionalismo‐ porque no
quieres convivir con los que aborreces, que, supuestamente, tanto daño te
han hecho.
Fernando Savater, filósofo y escritor donostiarra, que sufrió el acoso del
terrorismo etarra, dice en una reciente publicación que el secesionismo
catalán es antidemocrático, puesto que los portadores de derechos no son
los territorios sino los ciudadanos, dueños políticos de cualquier parte de
España, motivo por el cual el pretendido referéndum del 1‐O es inválido,
no por carecer de transparencia, papeletas oficiales, lugares previstos para
votar, censo fiable, recuento contrastado y neutralidad de las instituciones
catalanas, sino porque los convocantes y participantes carecían de
competencias para decidir lo que era de todos; es retrógrado porque se
basa en la identidad étnica y en la lengua única –entroncado con el
46
tradicional caciquismo hispánico de los siglos XIX y XX‐ en lugar de
centrarse en los deberes y derechos de los ciudadanos pertenecientes a
Estados modernos; es antisocial, puesto que persigue privilegios locales,
basados en supuestos derechos históricos , sin importarles los demás, en
unos tiempos en los que está demostrado que el bienestar social es
irrenunciable y redunda en beneficio de todos; es ruinoso, como se ha
empezado a ver con la huida masiva de empresas y otros efectos nocivos
para la economía al comprobar la incertidumbre conflictiva que genera; es
desestabilizador, por propiciar la aparición de pescadores en río revuelto
(antisistemas, hackers , partidos populistas, intereses extranjeros
debilitadores, etc.) cuya única finalidad es destruir para medrar; produce
amargura y frustración en la sociedad, dejando una secuela de dramas
personales, como podemos apreciar preguntando a cualquier catalán con
independencia de su tendencia; y crea un peligroso precedente en Europa
y en el mundo, por el efecto contagio que puede tener en otras fuerzas
disgregadoras que seguirían el ejemplo. Yo añado de mi cosecha que el
separatismo catalán ha supuesto una enorme decepción en gente que,
como es mi caso, amaba Cataluña y se sentía orgullosa de estar vinculada
a ella a través de muchos lazos de afecto y pertenencia. Y esta desilusión
no ha sido por el objetivo en sí, que puedo respetar aunque mis ideas
estén en las antípodas, sino por los métodos rastreros, falaces e
indecentes –y no me refiero solamente a las vulneraciones legales‐ que se
han utilizado en todo este proceso. Los medios han sido mucho más
rechazables que los fines.
Por último, me parece inmoral la utilización de los niños y jóvenes para
aportar masa y griterío a actos ilegales, para rellenar las performances de
las Diadas o para portar mochilas con la estelada . Los infantes no deberían
ser involucrados en cuestiones políticas, para cuya comprensión y crítica
es necesaria la madurez que no tienen. Además, como ya he dicho, el
adoctrinamiento escolar – l’escola catalana no es toca , dice el portavoz de
la Ustec, el sindicato de docentes soberanista que ayudó a hacer el
referéndum fraudulento e ilegal de 1‐O y la huelga de país , también ilícita,
del 8 de noviembre‐, es un hecho demostrado por múltiples testimonios y
vídeos. Si era una parte importante del plan de Pujol en el Programa 2000,
ha contado con recursos humanos y materiales más que suficientes, y ha
47
tenido un entorno favorable, ¿cómo va a sustraerse el mundo colegial y
universitario, dependiente de la Generalitat, a la ola del secesionismo
apoyado en la tergiversación de la historia, el bombardeo de los medios, y
la presión, sobre todo en los municipios pequeños, de la calle y de las
grandes esteladas al viento en los lugares más emblemáticos? Como decía
Borrell, expresidente del Parlamento Europeo, en unas recientes
declaraciones: “si yo estuviera en esta burbuja y viendo TV3 diariamente,
también terminaría siendo independentista”.
PROPAGANDA
El independentismo en Cataluña se basa en una gran operación de
propaganda y publicidad muy bien orquestada en todos los ámbitos,
desde las masas corales de las Diadas hasta TV3 y Catalunya Ràdio
haciendo apología del independentismo incluso en los programas
infantiles, donde los niños se les relata como un cuento infantil los últimos
sucesos en Cataluña con una visión sesgada en la que los guardias y
policías españoles son malos y los mossos y bomberos buenos, y las urnas
son el tesoro más preciado. Ante las protestas recibidas, la CAC (Consejo
Audiovisual de Cataluña), un órgano político censor y autoritario al servicio
de la mayoría parlamentaria nacionalista que elige a sus diez miembros,
dictaminó que eso era “libertad de expresión”, que es lo que dice siempre
en estos casos.
Hay que descubrirse ante la creatividad, diseño de producto, puesta en
escena y presentación de los propagadores del independentismo, pero los
contenidos no pueden ser más fraudulentos e inspirados en los principios
de Goebbles, ministro de propaganda del III Reich, que se basaban en la
vulgarización para que los mensajes fueran comprensibles sin gran
esfuerzo mental puesto que la capacidad receptiva de las masas es
limitada. Por este motivo practicaba la simplificación señalando un
enemigo único, una sola idea y un símbolo visible que, en este caso, son
España, independencia y estelada , respectivamente. De esta forma se
refuerza el orgullo y se entronca con una mitología nacional llena de
rancios prejuicios. También consideraba muy eficaz para cohesionar a los
48
adeptos convertir en una amenaza grave cualquier incidente adverso que
proviniese del enemigo, de ahí la permanente creación de agravios
españoles por el motivo que sea. Otro postulado que preconizaba era el
de convencer a mucha gente de que pensaba como todo el mundo,
creando así una falsa idea de unanimidad y normalidad, como sucede en
los movimientos de masas de las Diadas. Además, practicaba la utilización
de eslóganes atractivos, que son efectivos porque no es necesario explicar
nada: así funciona el “derecho a decidir” y el “España nos roba”, que hay
que repetir constantemente hasta que se convierten en una certeza.
Para comprobar el grado de alienación al que pueden llegar los medios
de información públicos en Cataluña, me he tomado la molestia –penosa y
enervante‐ de ver la televisión catalana, que ellos denominan la nostra ,
durante varios días para poder manifestarme con conocimiento de causa,
y puedo asegurarte que el grado de manipulación que he contemplado es
extremo. España es el extranjero concediéndole un espacio similar al de
China, y cuando se habla de ella es para criticarla, la palabra “nacional” se
refiere siempre a Cataluña, si algún protagonista de la noticia es catalán
este hecho se remarca, cuando dicen “nuestro algo” están hablando de
algo catalán, el marco de referencia es Cataluña y los llamados Països
Catalans , y los temas de actualidad son básicamente el procés y el Barça.
Para estos medios, España sólo existe como ente maléfico. En cuanto a los
debates –por llamarlos de alguna manera‐ que ocupan gran parte de la
programación, es difícil contemplar opiniones más falaces en tan poco
tiempo. Tanto en Els Matins como en Tarda Oberta los contertulios son,
en una elevada proporción, de la cuerda nacionalista, y al disidente se le
trata con displicencia. Los periodistas Joan López Alegre y Nacho Martín
Blanco, habituales participantes en estos programas, han publicado
recientemente un artículo en El País, titulado “Adiós al circo del odio”, en
el que denuncian el sectarismo de estos debates donde dicen que
“nuestra presencia es nociva, sólo sirve de coartada”.
En estas tertulias monocordes las palabras de cariz machista como
violación, abuso, o sometimiento se utilizan a menudo para designar la
humillación sufrida por los catalanes con la aplicación del Artículo 155,
todos acuerdan que este precepto es ilegal, el fascista Rajoy se ha dejado
49
llevar por su sector más ultra, la economía no va a sufrir apenas y si lo
hace es por culpa del Gobierno español, las empresas se han ido de
Cataluña por instigación de este mismo Gobierno, los líderes europeos han
sido fieles al guion de Madrid pero si fueran libres de opinar le darían la
razón al Gobierno catalán, el Tribunal que ha juzgado a los Jordis es
incompetente judicialmente, Puigdemont es el President en el exilio, los
políticos presos no lo son porque hayan incumplido la ley sino que son
presos políticos por sus ideas, el golpe de Estado no lo han dado los
independentistas con la DUI y la resistencia callejera a cumplir los
mandatos judiciales sino el Gobierno central con el artículo 155, y así
hasta la náusea. Nada de autocrítica, nosotros somos perfectos.
El tono es duro o sarcástico, según los casos, para referirse a España o sus
instituciones, y sentimental cuando hablan de lo suyo, como el de Empar
Moliner –que junto a la omnipresente Pilar Rahola y a Mónica Terribas de
Catalunya Ràdio, forman el trío de musas engrescadoras del nacionalismo
fanático‐ dirigiéndose a la cámara para decirle a los familiares de los Jordis
y compañía : “que sepáis que todo el mundo en el tren, en la calle, en el
tranvía, está con el corazón encogido hablando de ellos. También los no
independentistas”. Está claro que con ese tono melifluo dedicado a los de
casa y el implacable para los de fuera, la TV3 es una de las cuatro patas de
los separatistas. Las otras tres son la lengua como rasgo diferencial, la
escuela para hornear nuevos prosélitos y el Govern , que da cobertura y
provee los recursos.
En la película Misterioso asesinato en Manhattan Woody Allen dice
“cuando escucho a Wagner durante más de media hora me entran ganas
de invadir Polonia”, y supongo que algo parecido sobre España les debe
suceder a los espectadores de la hispanófoba TV3. Boadella comentó hace
tiempo que el problema de Cataluña se resolvería cerrando dos meses TV3
y, en sentido inverso, Tobeña, experto en psicología de masas, opina que
si TV3 estuviera cuatro meses emitiendo de forma constante información
favorable a su pertenencia a España, la opinión de sus televidentes
cambiaría radicalmente. Por eso resulta incomprensible que la aplicación
del Artículo 155 en Cataluña no haya actuado sobre este medio para
hacerlo neutral, porque sigue intoxicando a los ciudadanos con falsedades
50
y lo seguirá haciendo en la campaña electoral del 21‐D, como ha hecho
siempre, si nadie lo remedia.
A la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (TV3 y Catalunya
Rádio) la Generalitat le concedió 234 millones de euros en 2016,
equivalente el 25% del dinero que invierten todas las administraciones
públicas españolas en sus medios de comunicación. TV3 cuenta con una
plantilla de 2.300 empleados, el doble que Mediaset y un 30% más que
Atresmedia, cobrando sueldos muy superiores a los trabajadores de estos
medios privados. La adhesión a la causa se paga bien.
En la propaganda oficial del independentismo uno de los componentes
más tramposos es la perversión del lenguaje. La manipulación semántica,
tremendamente efectiva para los fines nacionalistas, ha sido
cuidadosamente elaborada por expertos en mercadotecnia, con una gran
categoría profesional a juzgar por los resultados, para captar adeptos a su
causa. El único problema es que, como tanta publicidad engañosa, está
basada en mentiras que después chocarán con la realidad aunque a corto
plazo sean tremendamente efectivas.
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DERECHO A DECIDIR
El gran hallazgo de los comunicadores de plantilla ha sido el sintagma
“derecho a decidir”, que defiende la idea implícita de que existe un pueblo
catalán que tiene derecho a votar lo que sea ‐¿quién no se apunta a eso, o
a la supresión de impuestos, o a las vacaciones pagadas en el Caribe?‐
pero se están refiriendo, sin decirlo, al derecho de autodeterminación
‐que ya explicitaban en la convocatoria del referéndum del 1‐O‐ ilegal en
nuestra Constitución y la de los demás países del mundo, así como no
contemplado en las Naciones Unidas, salvo para casos de colonialismo u
opresión manifiesta. Tampoco lo preveía la nonata constitución catalana,
que aplica la conocida ley del embudo . Se da así la paradoja de que un
derecho inexistente en las circunstancias concurrentes en este caso –el de
autodeterminación‐ se transmuta, mediante una pirueta semántica, en un
derecho inalienable de los ciudadanos catalanes… que, además, despojan
de ese derecho al resto de ciudadanos españoles. ¡Bingo! No sé cuántas
veces habrá que repetir algo obvio: la democracia no sólo consiste en
votar, sino que es, antes que nada, el respeto a los demás y el
cumplimiento de las leyes que nos hemos dado entre todos. Lo contrario
sería la selva, donde los fuertes sojuzgarían a los débiles.
A ese 70% de catalanes que defienden votar el referéndum de
autodeterminación –saltándose a la torera al resto de los españoles que
también tienen derecho a participar en un acto en el que se decide el
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futuro de su tierra, y sentando irresponsablemente un precedente
irreversible que animaría a los independentistas a insistir una y otra vez
hasta conseguir su propósito‐ les invitaría a ver, o recordar si ya la han
visto, la película La jauría humana en la que el sheriff de un pueblo de los
EEUU –protagonizado por Marlon Brando‐ tiene que jugarse la vida para
salvar la de un joven delincuente –interpretado por Robert Redford‐
enfrentándose con la mayoría de sus conciudadanos que lo quería linchar.
La ley es más importante que lo que desee la mayoría, pues en caso
contrario las minorías desamparadas serían expulsadas de la sociedad.
Para los que defienden la radicalidad democrática de los referéndums
–antes del 1‐O había carteles en toda Cataluña identificando referéndum
con democracia, otra falacia más porque sin ley no hay democracia‐ debo
decir que en la etapa franquista hubo dos, en 1947 y 1966, y que este
instrumento es utilizado frecuentemente por los dictadores para
perpetuarse aparentando ser demócratas. Las consultas plebiscitarias son
expresiones simplistas de elección en las complejas sociedades modernas,
porque al optar por una respuesta binaria excluyente –sí o no‐ los
ciudadanos se definen solamente sobre una cuestión, obviando muchos
otros aspectos de la convivencia –intereses o simpatías‐ que no son
tenidos en cuenta. De ahí la superioridad representativa de la democracia
parlamentaria, que canaliza a través de los partidos políticos las
preferencias de los ciudadanos con una amplia gama de opciones.
Por otro lado, en una democracia, ningún colectivo puede definirse a sí
mismo como sujeto soberano pretendiendo imponerlo a los demás, pues
es sabido que, dado que las propiedades de los individuos no son sólo
territorio y lengua sino infinitas en la práctica (edad, sexo, raza, riqueza,
religión, estado civil, orientación sexual, estudios, oficio, prácticas
deportivas, aficiones, salud, medidas biométricas y un largo etcétera)
podrían surgir nuevos entes colectivos o abstracciones sociológicas
demandando sus derechos, es decir, que los consideráramos sujetos ,
resultando de ello un espacio de convivencia ingobernable. Según la lógica
de los independentistas, ¿qué argumentos pueden oponerse a la
pretensión de un referéndum de una asociación de ciudadanos opuestos a
pagar impuestos, cuya mayoría sería abrumadora?
53
Si además las consultas unilaterales e ilegales celebradas el 9 de
noviembre de 2014 y el 1 de octubre de 2017 ofrecen tan pocas garantías
de limpieza democrática (organizado por los incondicionales sin control de
la oposición, sin censo conocido y con datos obtenidos ilegalmente,
identificándose con cualquier carnet o pudiendo hacer la “rueda” votando
en varias urnas, sin interventores, sin neutralidad institucional, con la
omnipresente agitación y propaganda independentista, sin debate previo
para conocer las consecuencias de cada opción, y con una improvisación
tercermundista), ¿cómo se puede pretender que los resultados dados
posteriormente se los tome alguien en serio? La Comisión de Venecia
–órgano consultivo en materia constitucional del Consejo de Europa‐ ya
indicó a Puigdemont durante 2017 que el referéndum previsto no cumplía
los estándares necesarios, siendo el primero de ellos el cumplimiento de la
legalidad española.
Esas consultas han sido desautorizadas a nivel internacional antes de
celebrarse, pero han seguido adelante para desafiar al Estado español,
provocar su reacción, continuar con el victimismo y difundirlo a nivel
internacional con mentiras añadidas. Y esto no me lo invento, lo escribe
Jové, el segundo de Junqueras, en su dietario conocido recientemente. El
1‐O utilizaron a las personas bienintencionadas como fuerza de choque,
dieron instrucciones a los mossos d’esquadra para que hicieran de polis
buenos a pesar del mandato judicial, y dejaron que la guardia civil y policía
nacional realizaran la labor sucia de intentar impedir el referéndum, con el
resultado de las lamentables escenas que todos vimos en la tele. Por
supuesto que el Gobierno central hizo una gestión increíblemente torpe
de este asunto ‐en primer lugar por fiarse de que la policía catalana iba a
cumplir con un mandato judicial como era su obligación, porque muchos
sabíamos que no iba a ser así‐ y que la mayoría de los españoles (yo no
dormí aquella noche de tristeza) nos sentimos avergonzados por lo que
habíamos visto, pero cuando al día siguiente empecé a recibir las
informaciones sobre los centenares de heridos, la señora de los dedos
rotos que le vendaron la mano que no era, los rostros ensangrentados de
otros sucesos no relacionados con éste, y el video de la actriz joven
pidiendo ayuda (¡help!) en inglés mientras se veían escenas dramáticas de
los policías dando golpes, ya me di cuenta de que la propaganda se estaba
54
imponiendo sobre los hechos y que se quería, una vez más, legitimar el
referéndum a base de descalificar al Estado opresor ante el mundo.
Pero lo cierto es que los hospitales catalanes apenas registraron entradas
de contusionados ese día y que los policías autonómicos, tan alabados en
esa jornada, no lo habían sido tanto cuando habían protagonizado en
varios enfrentamientos con manifestantes en ocasiones anteriores
(desalojo de Plaza Cataluña, Can Víes y otras), una contundencia mayor
que la observada el 1‐O, como se puede apreciar en los vídeos colgados en
Internet, donde además entrevistan a un mando de los mossos y éste dice
que no existen las manifestaciones pacíficas si son ilegales, como era el
caso, y que la violencia policial proporcional es legítima cuando están
cumpliendo mandatos judiciales. Y es que hay que decirlo claramente: un
acto realizado en contra de una resolución judicial constituye un ejercicio
de violencia moral o intimidación contra la sociedad, de la que emana la
ley de todos, que el juez ha aplicado para suspender o impedir la votación.
Las fuerzas de orden público se limitaron a intentar hacer cumplir esa
resolución mediante el uso de la fuerza legítima que en un Estado de
derecho sólo a él puede corresponder. Las autoridades catalanes, que
habían utilizado a su policía autonómica en muchas ocasiones anteriores
con total legitimidad, en esta ocasión, una vez más, traicionaron al Estado
haciendo inhibirse a los mossos en el último momento para conseguir sus
propósitos de realizar el simulacro de votación, utilizando a la gente como
escudos humanos, y poder esgrimir de nuevo la supuesta opresión a los
catalanes.
Esta guerra sucia a nivel internacional ya tenía antecedentes en la labor
realizada por las embajadas , eurodiputados de CiU (ahora PdeCAT) y ERC,
profesores independentistas de Universidades norteamericanas y
europeas y otras personalidades de la esfera nacionalista para
desprestigiar a España ante la opinión pública, los gobiernos y las
instituciones extranjeras, pero en esta última etapa estos ataques han
llegado a extremos inusitados. La incansable actividad del eurodiputado
Tremosa –el rey de las fake news ‐ inventándose noticias falsas y
enseñando fotos trucadas en sus numerosos tuits desde Bruselas, del
conspirador Oriol Soler ‐cerebro de la propaganda nacionalista‐ visitante
55
de Julian Assange en la embajada de Ecuador en Londres para urdir la
réplica de noticias falsas a nivel internacional desde servidores en Rusia y
Venezuela, y del ubicuo empresario Jaume Roures ‐dueño de Mediapro‐
que fue utilizado en su día por Rodríguez Zapatero para intentar cargarse
al grupo Prisa y que se presta a lo que haga falta para medrar, son algunos
de los personajes que, desde detrás de las bambalinas, azuzan el fuego
antiespañol urbi et orbi .
Uno de los problemas mayores que ha generado este procés tramposo
ha sido la total pérdida de credibilidad de sus promotores, tanto en lo que
se refiere a los pucherazos de estos referéndums como a todas las
patrañas que los han rodeado. No sé si estos aprendices de brujo son
conscientes del daño que han hecho a la merecida buena fama que tenían
los catalanes en España, donde eran considerados fiables, laboriosos,
serios y modernos. Los últimos acontecimientos pueden quebrar este
prestigio por culpa de estos iluminados.
Cuando se recuerda algo tan elemental como que las leyes deben
cumplirse en todos los casos y por todos los ciudadanos, los nacionalistas
tienen dos réplicas. La primera, que he escuchado al futbolero Guardiola
entre otros muchos, es que las leyes deben supeditarse al mandato del
pueblo y el pueblo pide votar el referéndum de autodeterminación
aunque no lo permita la Constitución ni el Estatut. Aunque ya he
contestado a esta falacia en páginas anteriores, voy a insistir en ello
porque éste es un argumento recurrente del independentismo en el que
basan su legitimidad para hacer lo que les venga en gana, y me voy a
limitar a trascribir las palabras de mi admirado J. F. Kennedy cuando envió
la Guardia Nacional a los Estados sureños para hacer cumplir las leyes
federales contra la segregación racial: “Los estadounidenses son libres, en
resumen, de estar en desacuerdo con la ley, pero no de desobedecerla.
Pues en un gobierno de leyes y no de hombres, ningún hombre, por muy
prominente o poderoso que sea, y ninguna turba, por más rebelde o
turbulenta que sea, tiene derecho a desafiar a un tribunal de justicia. Si
este país llegara al punto en que cualquier hombre o grupo de hombres,
por la fuerza o la amenaza de la fuerza, pudiera desafiar largamente los
mandamientos de nuestro más Alto Tribunal y nuestra Constitución…
56
ningún ciudadano estaría a salvo de sus vecinos”. Espero que nadie dude
de las convicciones democráticas de Kennedy y también se tome nota, no
sólo de sus palabras, sino del hecho de haber enviado un cuerpo armado
–la Guardia Nacional‐ para hacer cumplir la ley en los Estados rebeldes. Al
lado de eso, la actuación beligerante de las fuerzas del orden el 1‐O, ante
la pasividad cómplice de los mossos d’esquadra, y la aplicación del Artículo
155 el 27 de octubre es una nadería. El corolario de lo anterior es que si a
determinados colectivos no les gustan las leyes actuales, refrendadas por
procedimientos democráticos, la única solución en un Estado de Derecho
es utilizar estos mismos procedimientos para cambiarlas, no hay atajos
fuera de la ley.
La segunda réplica del mundo independentista a la prohibición legal de
hacer un referéndum de autodeterminación en Cataluña se refiere a los
casos conocidos de consultas en otros países como Escocia, Quebec o
Kosovo, buscando siempre precedentes que puedan justificar sus deseos,
habilidad muy extendida entre sus ideólogos, que suelen aducir ejemplos
tomados por los pelos para justificarse. El primer caso, Escocia, no es
aplicable a Cataluña porque este territorio fue soberano hasta su unión en
1707 con Inglaterra por propia voluntad de ambos reinos, que podían
desligarse a voluntad de una de las partes. El resultado del referéndum
para la independencia de 2014, acordado por las dos partes, fue de 44,7%
SI y 55,3% NO. El Gobierno de Escocia tenía y sigue teniendo muchas
menos atribuciones en Reino Unido que el de Cataluña en España.
El caso de Quebec también es distinto. Para empezar, Canadá es un país
joven formado por dos espacios claramente diferenciados por su origen
reciente, el anglófono y el francófono. Este último ocupa la región de
Quebec en la parte oriental de país y su ciudad más importante es
Montreal. El partido nacionalista quebequés, nacido en los setenta del
siglo pasado en un contexto de descolonización mundial, planteó la
secesión de Canadá en 1980 mediante un referéndum no vinculante en el
que se pedía autorización al gobierno regional para negociar un estatus
jurídico de cosoberanía con el de Canadá, que perdió por el 59,5% de los
votos, pero había conseguido establecer un precedente –que es lo que
desean los nacionalistas catalanes‐ para volver a la carga tantas veces
57
como sea preciso hasta que vislumbren una ocasión favorable. Ésta se
produjo en 1995 con un segundo referéndum en el que se pidió a la
población de Quebec autorización para negociar la soberanía, aunque
ofreciendo antes una asociación opcional al resto de Canadá. Lo perdió
por sólo 55.000 votos en una región de siete millones de personas (49,42%
contra 50,58%). Ante el hecho de que Canadá, uno de los Estados más
prósperos del mundo, había estado a punto de romperse y a la situación
política de chantaje continuo por parte de los separatistas quebequeses, el
Gobierno de Otawa encargó al Tribunal Supremo canadiense que fijara las
condiciones para un previsible tercer referéndum. El dictamen del citado
Tribunal fue aprobado por el Parlamento de Canadá en junio de 2000,
mediante la llamada “Ley de Claridad”, que fijaba los requisitos concretos
para un proceso de secesión, entre ellos, que el referéndum
correspondiente debía hacer una pregunta clara e inteligible, que debían
darse las mismas oportunidades de defensa a las dos opciones en liza, que
debían fijarse los términos económicos de la separación y que, para ser
válida la secesión tenía que haber un porcentaje mínimo de participación y
una mayoría reforzada de votos afirmativos en la consulta (no valía el 50%
+ 1).
Además, esta Ley establecía, de acuerdo con la lógica de los
independentistas, una nueva definición de fronteras, con el siguiente
párrafo: “En el caso de que determinadas poblaciones concentradas
territorialmente en Quebec solicitaran formalmente seguir formando
parte de Canadá, debería preverse para ello la divisibilidad del territorio
quebequés con el mismo espíritu de apertura con el que se acepta la
divisibilidad del territorio canadiense”. Parece justa esta disposición,
puesto que si Canadá acepta que Quebec se separe si una sustancial
mayoría de sus habitantes lo desea, Quebec también debe aceptar
desprenderse de parte de su territorio por la razón, idéntica y simétrica,
de que una mayoría sustancial de su población desea seguir siendo
canadiense. Nunca más se ha vuelto a pedir un nuevo referéndum por
parte de los independentistas quebequeses, por este motivo y porque en
1995, a la vista de la incertidumbre causada por la posible secesión, la
mayoría de las empresas, entre ellas los principales Bancos, huyeron de
Montreal, capital económica de Canadá hasta ese momento, y se fueron a
58
Toronto ‐que ha sustituido a Montreal como nueva capital económica‐
para no volver más.
Este fenómeno se está repitiendo en Cataluña y creo que todos los
catalanes deberían tomar nota de que ninguna aventura descabellada sale
gratis y, sobre todo de que, si su modelo de referencia es Quebec,
aplicando los principios de la Ley de Claridad canadiense, la agrupación de
las comarcas más ricas y densamente pobladas del litoral barcelonés y
tarraconense –llamada por algunos Tabarnia ‐ que acumulan el 80% del PIB
de Cataluña, con un enorme déficit fiscal respecto al resto del territorio, al
que subvencionan, y menor peso político por el sistema electoral, podrían
optar a seguir en España, dado que la mayoría de sus habitantes son
claramente opuestos al independentismo. Ya hay precedentes en los
territorios del sur de la antigua URSS, en Ucrania, en los Balcanes y en
Irlanda.
El caso de Kosovo, aludido veladamente como precedente en el
preámbulo de la “proposición de ley del referéndum de
autodeterminación”, registrada en el Parlament el 31 de julio de 2017, con
la frase “dictámenes recientes” del Tribunal Internacional de La Haya
validarían el derecho de autodeterminación en casos ajenos a la opresión
colonial o dictatorial extranjera, según los separatistas. Para empezar, esa
referencia es engañosa porque no hay varios casos sino uno, el de Kosovo
emitido el 22 de julio de 2010. Pero es que, además, el ejemplo de la
independencia unilateral kosovar de 2008, avalada en 2010 por el citado
Tribunal, como consecuencia de un “contexto factual” único, no es
aplicable a Cataluña porque vino precedida por la expulsión de 700.000
ciudadanos decretada por el Gobierno central serbio, por la supresión
violenta de sus órganos administrativos, por la asfixiante ocupación militar
y policial de su territorio, por su liberación por parte del Ejército
Internacional (KFOR) sustentado por la OTAN, y tutelada durante diez años
por una administración de la ONU (1999‐2008) que recomendó su
independencia. A mayor abundamiento, la ley básica kosovar no impedía
la declaración de independencia, algo que prohíbe expresamente la
Constitución española y el Estatut catalán. En este momento Kosovo, con
1,8 millones de habitantes mayoritariamente albaneses, es el segundo país
59
más pobre de Europa (3.600 dólares/año de renta per cápita), tiene un
33% de paro, y una economía sumergida y emigración atroces. No parece
un buen modelo.
ELLOS Y NOSOTROS
Una de las muchas artimañas para confundir conceptos es utilizar
preferentemente la palabra Estado, representación del bíblico Leviatán de
Hobbes en el imaginario nacionalista, para designar a España, mientras
que Cataluña es el pueblo catalán. Esta sinécdoque engañosa es utilizada
para centrar en un solo concepto el origen de todos los males. El Estado es
la estructura administrativa de un país, dividida básicamente en los
clásicos tres poderes independientes –ejecutivo, legislativo y judicial‐ pero
los secesionistas los agrupan deliberadamente para que su grey crea, por
ejemplo, que Rajoy –otra personificación malévola‐ es el responsable del
encarcelamiento de los Jordis , cuando ha sido una decisión judicial, o que
el mismo Rajoy puede autorizar un referéndum ilegal, siendo esta una
potestad legislativa.
En términos históricos la palabra España también es utilizada para
oponerla a Cataluña, como si ésta no hubiera formado parte de ella
durante siglos, y para descalificarla con adjetivos peyorativos como
violenta, opresora, arcaica y antidemocrática sumándose así a la leyenda
negra fabricada y alimentada por los anglosajones sobre nuestro país en
tiempos pasados. En contraposición, Cataluña aparece en el ideario de los
nacionalistas como un país compacto, sin fisuras, que representa el
pacifismo, el civismo, la modernidad y la eficiencia que no tiene España,
cuyos habitantes – el poble catalá ‐ anhela la independencia para no ser
oprimido y tener libertad. Esta quimera, que no resiste el más mínimo
contraste con la realidad, es creída por un porcentaje significativo de los
catalanes, supongo que para elevar su baja autoestima. Pero lo cierto es
60
que España –según el índice de calidad democrática publicado anualmente
por la Unidad de Inteligencia del diario The Economist‐ ocupa el puesto 17
entre 167 países analizados, inmediatamente detrás del Reino Unido y por
delante de Estados Unidos, Italia y Francia, considerándosela entre los
países que tienen una democracia plena.
Por otro lado, según mis conocimientos, los ciudadanos de Cataluña han
tenido a lo largo de la historia, y ahora también, las mismas virtudes y
defectos que el resto de los españoles –afortunadamente, no son una
reserva étnica incólume, sino que se han ido cruzando con otros humanos
de diferentes latitudes a lo largo de los siglos‐ y su éxito o fracaso
pertenece a todos. En mi larga y viajada vida la competencia,
profesionalidad y laboriosidad, y su reverso, la chapuza, negligencia y
vagancia, las he encontrado en cualquier sitio de España (incluida
Cataluña) y también del extranjero. Además, en Cataluña no existe un sol
poble , atado por lazos identitarios a los ancestros que claman desde sus
tumbas por la redención –tampoco los descendientes van a maldecir por
no conseguirla, como he oído a algún exaltado etnocentrista‐, sino
ciudadanos con características diversas que los fanáticos de las esencias
patrias han logrado dividir en dos bloques, ellos y nosotros, engañando a
una parte de ellos con estos tres señuelos: consignas supremacistas
– nosaltres som millors , o som diferents para que no se note tanto el
sentimiento de superioridad, pero es lo mismo‐ , victimismo quejumbroso,
y promesas futuras de tipo edénico.
En la misma línea, los portavoces políticos secesionistas utilizan el
pronombre “nosotros” para englobar a toda Cataluña, cuando están
defendiendo ideas secesionistas, tomando nuevamente la parte por el
todo, e intentando resaltar el enfrentamiento de Cataluña con España. En
realidad, el nosotros en sus labios significa “no a otros”, aunque después,
de cara al exterior, los engloban como si fueran suyos para parecer un solo
pueblo. Los desprecian como malos catalanes , pero los asumen a efectos
representativos. Redundando en lo anterior ‐la apropiación indebida de
una representación global que no les corresponde‐ los diputados
nacionalistas catalanes (pasa lo mismo con los vascos) han vendido la idea
de que el llamado “grupo parlamentario catalán” en las Cortes españolas
61
es el genuino portavoz de los intereses catalanes en Madrid, identificando
así en el imaginario colectivo la condición de “catalán” con la de
“nacionalista”, cuando existen otros diputados ‐tan catalanes como los
anteriores‐, englobados en otros partidos, que votan muchas veces en
contra de los nacionalistas. En el actual Congreso hay sólo 17 diputados
independentistas sobre un total de 47 diputados catalanes.
Así pues, el supuesto conflicto entre Cataluña y España, aireado por los
nacionalistas catalanes, supondría la falsedad de que un todo homogéneo
representado por los ciudadanos catalanes está enfrentado a los
habitantes de las restantes dieciséis autonomías, cuando en realidad el
conflicto principal, por obra y gracia de estos mismos nacionalistas, se da
entre una Cataluña independentista y otra no independentista, integrada
esta última por catalanes que no forman parte del resto de España. Es el
Gobierno catalán, que se arroga representar a toda Cataluña, quien tiene
un conflicto con estos ciudadanos –nada menos que más de la mitad de la
población‐ a los que margina y hostiga en lugar de integrarlos. Este
Gobierno no puede hablar en nombre del pueblo de Cataluña, como hace
frecuentemente, pues engaña miserablemente siendo consciente de que
estos ciudadanos no lo siguen; o bien cree que estos catalanes no son
dignos de este pueblo, no sé qué es más grave.
El resultado es la calificación de traidores, renegados, botiflers , fachas o
franquistas a más de la mitad de la población y, entre ellos, a insignes
catalanes –para mí, los mejores‐ como Serrat, Marsé, Mendoza, Coixet,
Milá, Sardá, Ovejero, Vidal‐Folch, de Carreras, Espada y tantos otros, un
millar de los cuales firmaron un manifiesto contra el referéndum ilegal del
1‐O por considerarlo una “convocatoria tramposa y una estafa
antidemocrática”. Un recuerdo especial a Boadella, uno de los primeros
disidentes del nacionalismo ‐que tuvo que exiliarse en Madrid porque le
acosaban por la calle en Cataluña‐ dramaturgo que estrenó en 1995 Ubú
President o los últimos días de Pompeya , una sátira política valiente y
premonitoria sobre Pujol y su entorno. Y esto es lo más lamentable de la
sociedad catalana colonizada –esto sí es una colonización coactiva, no la
de España‐ por los independentistas, que insultan y persiguen a su gente
progresista, ilustrada y valiente por el mero hecho de no tragarse la
62
grande bouffe en que se ha convertido Cataluña y, sin embargo, toleran
mirando para otro lado a los pujolones y demás delincuentes del Liceu,
Palau y Sant Gervasi.
Cuando analizo la poca calidad moral, intelectual y competencial de la
mayoría de los líderes políticos independentistas actuales, como el nefasto
Mas que llevó a la ruina a su partido y al seny gracias a su astucia ; el
estrafalario Puigdemont que se ha convertido en el bufón de Europa
(¡menuda propaganda para Cataluña!); el devoto Junqueras que sólo dice
simplezas y se queda pasmado cuando Borrell en la tele le demuestra que
miente en todo lo que dice; la llorona Rovira ‐¡puede llegar a ser
Presidenta de la Generalitat!‐ que es la voz confusa de su amo, quien la ha
nombrado, con evidente paternalismo, porque es mujer como la República
(con estos procesos de selección no me extraña lo que vemos); el macarra
Rufián, que habría triunfado en el Barrio Chino de la Barcelona de los años
50; la agitadora y agitada Gabriel que se autodenomina independentista
sin fronteras (?); el totalitario Llach que va amenazando abiertamente a
los disidentes creyéndose que está todavía en la dictadura franquista y él
es Franco; y tantos otros que son seguidos ‐hagan lo que hagan y digan lo
que digan‐ por una masa aborregada, me echo las manos a la cabeza.
63
EL NEOLENGUAJE SOBERANISTA
Existen palabras clave de la propaganda independentista para retorcer la
realidad como: democracia , interpretada como plebiscitaria o aclamativa,
donde la voluntad soberana del pueblo está por encima de las leyes, y si a
esta falacia le añadimos otra como la identificación de catalán con
independentista, se llega a la conclusión de que el “mal catalán” es
además un “mal demócrata”; legitimidad para la secesión, derivada de las
movilizaciones populares de las Diadas o de las consultas referendarias,
cuando, por el contrario, para que determinadas instituciones o decisiones
sean legítimas es necesario no sólo que sean legales sino que además los
procedimientos empleados para instaurarlas o acordarlas sean
democrático‐liberales, es decir, respetuosos de la legalidad constitucional
y de los límites establecidos para el autogobierno en defensa de los
derechos individuales y las minorías, algo muy alejado del
comportamiento de las fuerzas independentistas catalanas desde hace
mucho tiempo.
El diálogo es otro de los mantras del independentismo, pero éste
necesita tres condiciones para producirse: tema, respeto a las normas, e
interlocutores válidos. Si Puigdemont solicita diálogo a Rajoy para tratar
sobre la celebración forzosa de un referéndum de autodeterminación o la
negociación sobre los términos de una independencia unilateralmente
declarada, está claro que no se cumplen las citadas condiciones puesto
que, para empezar, aunque quisiera el Presidente del Gobierno español,
que no es el caso, tampoco tendría competencias para negociar. Este es
64
otro de los trucos semánticos del separatismo para retratarse a sí mismo
como pacífico y dialogante frente a un Madrid intransigente que sólo sabe
blandir las leyes en lugar de hacer política, pero es evidente, conociendo la
hoja de ruta separatista del dietario de Jové, que existe una estrategia
para “generar conflicto con el Estado”, siendo las apelaciones al diálogo
una maniobra de distracción y no la expresión de una auténtica vocación
de entendimiento dentro del marco legal. La judicialización de la política ,
como dicen los separatistas, es, simplemente, la denuncia y persecución
de los delitos cometidos por políticos en el ejercicio de su cargo.
Protesta pacífica es otra coartada para disimular la agresividad discursiva
mostrada hacia los catalanes que se sienten españoles y el empleo de
categorías excluyentes para referirse a ellos, apuntando hacia formas
simbólicas de violencia que dan miedo y tienen efectos coercitivos.
Además, es bastante sorprendente que se presuma de pacifismo cuando
Carles Sastre, líder del sindicato independentista catalán CSC ‐que ha
organizado el pasado 8 de noviembre la huelga de país con los estudiantes
asaltando estaciones, cortando carreteras y parando el tráfico‐ y asesino
confeso del empresario Bultó cuando fue miembro del grupo terrorista
Exèrcit Popular Català y después de Terra Lliure, operativo desde 1978 a
1991 (período en el cual perpetraron varios atentados con heridos), ha
sido recibido recientemente con parabienes en TV3 para una entrevista.
Lo mismo ha sucedido con el etarra Otegi, también homenajeado por las
altas instancias del independentismo en la última Diada. Además, no creo
que puedan considerarse pacíficos los ataques y amenazas a las sedes de
partidos constitucionalistas, las presiones a los alcaldes socialistas que no
colaboraron con el referéndum, los episodios de hostigamiento a los
miembros de las fuerzas policiales nacionales, y el señalamiento de niños
con padres policías en las escuelas o el de los políticos no
independentistas y sus familias en sus casas y en las redes sociales.
¡Menuda revolució dels sonriures representa el exconseller Comín en
Bruselas el pasado día 8 de diciembre, llamando franquistas a gritos y con
gesto desencajado a los gobernantes españoles! De sonrisas nada: dan
mucho susto. Por último, creo que considerar que lo que se defiende sea
justo por el hecho de hacerlo pacíficamente o que lo haga la bona gent ,
como dice Junqueras, me parece sencillamente ridículo. Sólo faltaría que
65
se tuviera que agradecer el que no agredan a los que no piensan como
ellos.
Otra falacia es llamar presos políticos al encarcelamiento preventivo
–para evitar la posibilidad de fuga, destrucción de documentos o
reiteración de los delitos‐ de varios dirigentes independentistas en los
últimos días, ocultando el hecho de que han sido acusados por la fiscalía
de delitos graves (sedición para los expresidentes de ANC y Òmnium
Cultural, y rebelión, sedición, conspiración y malversación para los
antiguos miembros del Govern). Este disparate es ofensivo para los
verdaderos presos políticos de la dictadura franquista o de las dictaduras
actuales como la de Maduro –ínclito defensor del independentismo
catalán‐ que ese sí que tiene presos políticos de verdad. Con este
calificativo, que ni siquiera ha avalado Amnistía Internacional, se continúa
una táctica habitual de los movimientos subversivos, ya utilizada por ETA
en el País Vasco, consistente en aducir un conflicto político que justifica la
vulneración de las leyes, presentando a los que las vulneran como presos
políticos y no como meros delincuentes que infringen el Código Penal. De
esta forma el objetivo del secesionismo – sólo queremos votar‐ se
proyecta sobre sus acciones al margen de su tipificación delictiva.
El fin justifica los medios, pero que se lo cuenten a los numerosos
políticos que están enchironados en España, con carácter preventivo o
sentencia firme, por la comisión de delitos mucho menos graves que los
de estos individuos, que han utilizado sus puestos relevantes, con gran
poder político, económico y social, para traicionar al Estado –del que
formaban parte‐, despilfarrando el dinero de todos para favorecer a sus
enchufados del pesebre y urdir un contubernio contra una gran parte de
los propios catalanes y el resto de españoles, cuya graves consecuencias
de empobrecimiento y fractura social las vamos a sufrir durante muchos
años. Parece que hay empresas que se están planteando querellarse
contra la Generalitat como responsable de las pérdidas sufridas como
consecuencia de sus traslados forzosos recientes a otros lugares de
España. Los particulares deberíamos agruparnos para plantear lo mismo.
Otras palabras utilizadas espuriamente por el mundo independentista
son facha , franquismo , opresión , represión , ocupación, libertad y algunas
66
más que obedecen al mismo patrón de querer representar al Estado
español como una continuación del régimen franquista, a pesar de que
hace 40 años que España goza de un sistema democrático reconocido en
todos los foros internacionales, gracias al cual ha podido llegar a unas
cotas de bienestar, prosperidad y libertad inimaginables tras la muerte de
Franco. Cuando recorro nuestro país ahora y lo comparo con el que
teníamos al final de la dictadura, me acuerdo de la frase premonitoria de
Guerra tras la llegada al poder del PSOE en 1982: “vamos a poner a España
que no la va a reconocer ni la madre que la parió”. Tenía razón, y las
nuevas generaciones de españoles deberían tener en cuenta que, así
como requiere un gran esfuerzo consolidar una democracia y levantar un
país con tantos problemas y carencias como el que teníamos 40 años
atrás, es muy fácil volver a la decadencia, porque las fuerzas destructivas
siempre están ahí acechando su oportunidad. Precisamente, este marco
de tolerancia y libertad es el que ha permitido a las instituciones catalanas
desarrollar el elevado grado de autonomía que poseen, cuya utilización
artera ha propiciado la situación de enfrentamiento actual.
Con la deliberada estrategia de construcción del enemigo español
diseñada por Pujol en su día y llevada a la práctica por la lenidad de los
diferentes Gobiernos centrales, el independentismo ha presentado las
acciones del Estado en términos de represión contra el deseo de votar, el
reconocimiento de la singularidad de la cultura catalana, los derechos
humanos de los catalanes, el ejercicio de la libertad de expresión, las
competencias de la Generalitat y lo que tocase en cada momento. Se ha
tratado de mostrar a la población que cualquier negativa a sus exigencias
o sanción por el incumplimiento de las leyes proviene de la reacción del
españolismo cutre y autoritario, de tal forma que cualquier partidario de
la independencia perciba las actuaciones del Estado como represivas y,
por tanto, antidemocráticas, lo que a su vez legitima –en una permanente
retroalimentación‐ las acciones ilegales del independentismo. Ya lo decía
Puigdemont, entrevistado por Évole en la Sexta tras la aprobación de las
leyes del referéndum y desconexión ‐otra palabra inventada para hacer
creer que la secesión era tan fácil como desenchufar un electrodoméstico‐
en el Parlament los días 6 y 7 de septiembre, cuando éste le preguntó
cómo era posible aprobar algo tan importante con 72 diputados sobre
67
135, cuando para reformar el Estatut o incluso nombrar al director de la
televisión catalana habría hecho falta un mínimo de 90 (dos tercios de la
cámara): “es que el Estado con su cerrazón no nos ha dejado otra salida”,
a lo que Évole le replicó: “sí, conseguir 90 diputados en unas nuevas
elecciones”.
DISLATES ECONÓMICOS
Cuando los dirigentes independentistas decidieron acelerar su hoja de
ruta en 2012 por los motivos que he enumerado más arriba, no tenían el
respaldo popular suficiente para justificar la huida hacia adelante –sus
incondicionales de las Diadas no representaban una masa crítica
mayoritaria‐ así que había que fabricar otro trampantojo, esta vez
económico, vendiendo que el enemigo oficial –España‐ expoliaba a
Cataluña, para convencer así a otro sector de la sociedad menos emotivo y
más práctico de la conveniencia de la separación. El problema que ha
tenido esta incursión tramposa en el mundo de los números es que, como
tú y yo sabemos, el rigor –palabra que debe sonar a chino a los voceros del
procés ‐ es imprescindible, porque en caso contrario haces el ridículo.
Mientras se trate del sentiment (mitos, descalificaciones, ambigüedades,
retorcimiento de palabras y conceptos, o tópicos) todo vale, pero las
matemáticas no se dejan manipular.
De esta estrategia nació la consigna populista “España nos roba”, que los
dirigentes independentistas catalanes ‐y especialmente el inefable
Junqueras, responsable de Economía‐ han repetido hasta la saciedad con
cifras falsas sobre el déficit fiscal de Cataluña de 16.400 millones de euros
anuales, con los que, según sus palabras, se podrían arreglar todos los
problemas de sanidad, educación, infraestructuras y aún sobraría dinero.
Para empezar, los territorios no pagan impuestos, sino las personas, y en
un sistema impositivo progresivo los más ricos pagan más que lo que
reciben de los servicios públicos y, por tanto, tienen déficit con el Estado.
68
Si el conjunto de los catalanes tiene una renta per cápita un 19% superior
a la media española (28.600 € contra 24.100 € en 2016), Cataluña pagará
de media más de lo que recibe, igual que cualquier particular con unos
buenos ingresos. Otras variables económicas como el superávit comercial
de Cataluña respecto al resto de España de 17.900 millones de euros en
2016, que compensan el déficit con el resto del mundo de 12.700
millones; la deuda galopante de 76.700 millones de euros, de los que
52.500 millones son al Fondo de Liquidez Autonómica porque Cataluña
tiene una calificación internacional de deuda basura y no puede acudir al
mercado exterior; y el sistema de pensiones catalán con un déficit de más
de 6.700 millones de euros, no interesa mencionarlas porque darían
miedo, pero en caso de independencia incidirían muy negativamente en la
economía catalana.
En Las cuentas y los cuentos de la independencia , un libro escrito en 2015
por Borrell –ingeniero aeronáutico, exsecretario de estado de Hacienda,
exministro de Obras Públicas y expresidente del Parlamento Europeo‐ y
Llorach –ingeniero industrial, máster en administración de empresas en el
MIT y empresario tecnológico‐, se rebaten todas las falacias económicas
del independentismo, en especial la del déficit fiscal del 8,2% del PIB
catalán, que fueron pregonando en su día. Tras una prolija exposición con
datos fehacientes y cálculos correctos, en sus 159 páginas llegan a la
conclusión de que Cataluña tuvo un déficit fiscal en 2011 superior al que le
correspondería si contribuyera proporcionalmente a su renta y recibiera
proporcionalmente a su población, del orden del 1,5% de su PIB
equivalente a 3.000 millones de euros. A continuación los autores se
preguntan si este exceso redistributivo de 1,5% puede calificarse de
expolio (la Comunidad de Madrid tiene mucho más) y si justifica la enorme
propaganda montada alrededor de la asfixia que, según Junqueras con sus
hipérboles inocentes , “amenaza la estabilidad económica de Europa”.
A mayor abundamiento, circula un vídeo por Internet donde se muestra
un diálogo (por decir algo) de Borrell y Junqueras en una cadena televisiva
catalana, que te recomiendo. En él Borrell apabulla a su interlocutor
interrogándole sobre la veracidad de su discurso económico, que
desacredita con datos incontestables, mientras Junqueras balbucea
69
respuestas inconexas: en lo que se refiere a la continuidad de Cataluña en
la Unión Europea si se independiza queda claro que no se produciría y
tendría que ponerse en la cola de los candidatos; con referencia a que
Alemania tiene un tope del 4% a los déficit de los Lander , demuestra que
es falso y añade que en Alemania no se calculan las balanzas fiscales; otra
afirmación de Junqueras respecto a que España recibía los préstamos del
Banco Central Europeo al 0,03% de interés y lo prestaba a Cataluña a un
tipo 16 veces superior, es desmontada por Borrell diciendo en primer
lugar que el BCE nunca financia Gobiernos, y sobre este incremento de los
intereses ya fue desmentida en su día por el ministro de Economía
diciendo que los préstamos se cedían a Cataluña al mismo tipo de interés
que los recibía España; y en cuanto al repetido déficit fiscal catalán, Borrell
le recuerda que, según las cifras del Departamento de Economía de la
Generalitat en la época de Mas‐Colell, Cataluña pagaba 78.400 millones de
euros y recibía 76.000, con una diferencia de 2.400, muy alejada de la
mágica cifra de 16.400 millones del eslogan victimista. Borrell termina
diciendo a Junqueras: “los argumentos que da de tipo cuantitativo para
hacer que algunos crean que la independencia les es positiva
económicamente, son simplemente falsos”.
Precisamente, ha sido en este campo, el de la economía –del que, no lo
olvidemos, procede el bienestar en las sociedades modernas‐ donde antes
se ha resquebrajado el invento independentista, porque la inestabilidad e
incertidumbre que provocan las aventuras esencialistas están reñidas con
los fundamentos del mundo empresarial que busca otros territorios
confiables donde los reciben con los brazos abiertos. Esa tontería
narcisista de que Cataluña es un lugar especial, la Dinamarca del
Mediterráneo y cosas así, y que Europa no va a poder vivir sin ella es una
fantasía de Las mil y una noches , como estamos viendo. La frase profética
del escritor y filósofo Pujols: “Llegará un día en que los catalanes, por el
simple hecho de serlo, iremos por el mundo y lo tendremos todo pagado”
‐supongo que lo diría de cachondeo‐ algunos se la han creído.
Está claro a estas alturas que a Europa no le gustan las veleidades
independentistas, situándose frontalmente en contra de esa posibilidad
por motivos fácilmente previsibles –contraria a la idea de una Europa
70
unida, efecto dominó en otras regiones, ilegalidad de los procedimientos
aplicados, inestabilidad económica, inseguridad política que favorece a los
enemigos de la UE, etc.‐ y lo que me parece asombroso no es tanto el
hecho de que los mentirosos compulsivos que dirigen el contubernio
siguiesen diciendo, a pesar de las declaraciones de los máximos
responsables europeos, que la Unión Europea recibiría a Cataluña con los
brazos abiertos, sino que muchos catalanes se tragasen la trola. Ahora
resulta –Puigdemont dixit‐ que la UE no merece la pena. ¿Se tragarán esta
nueva trola?
Las consecuencias para una Cataluña fuera de España y de la UE serían la
aplicación de la tarifa aduanera exterior común y la consideración de país
tercero por parte de la Organización Mundial del Comercio, perdiendo la
cláusula de nación más favorecida y teniendo que renegociar centenares
de acuerdos comerciales. Esta tarifa supondría un encarecimiento
inmediato de los productos catalanes en el exterior de entre un 3 y un 5%
que incidirían sobre los 43.000 millones de euros recaudados por la
exportación a la UE más las ventas de 39.000 millones al resto de España
en 2016, en total 82.000 millones de euros (39% del PIB de Cataluña en
2016). Para no perder ventas, lo más probable es que las empresas
mantuvieran los precios y absorbieran este impacto en forma de menores
ganancias, a repartir entre salarios y beneficios. Además, el posible boicot
de productos catalanes en el resto de España agravaría esta situación.
Teniendo en cuenta que el déficit comercial actual de Cataluña con otros
países de 12.700 millones de euros es compensado con creces por el
superávit con el resto de España de 17.900 millones, este escenario de
aplicación de tarifas aduaneras podría revertir la situación y colocar la
balanza comercial de Cataluña en números rojos. Además, internamente,
la importante pérdida de turismo que se ha empezado a mostrar, la
retracción de las inversiones, la reducción de la demanda interna
observada ya en grandes superficies, la pérdida de la Agencia Europea del
Medicamento y el aumento del paro pueden ser indicios de lo que pasaría
en caso de independencia.
Un impacto inmediato de los sucesos de septiembre y octubre con el
intento de separación unilateral ha sido el traslado de las empresas más
71
importantes de Cataluña al resto de España buscando seguridad jurídica y
estabilidad financiera. A primeros de diciembre se habían trasladado las
sedes sociales de 2.900 sociedades (una de cada tres con más de 50
empleados), y 1.000 de ellas también habían transferido el domicilio fiscal.
Sólo queda una empresa catalana, de las siete que había, en el IBEX 35
(Grifols) y un Banco (Caja de Ingenieros, aunque nuestro compañero
Vallvé, uno de los miembros de su Fundación, haya trasladado a Madrid su
sociedad gestora de fondos GVC Gaesco). De momento el impacto
recaudatorio es escaso, pero la experiencia que transmiten los expertos y
presidentes de las cámaras de comercio extranjeras es que a esta fuga de
sedes seguirán las de los centros productivos, puesto que las decisiones
estratégicas se van a tomar fuera de Cataluña, como sucedió en Quebec,
donde las empresas se marcharon de Montreal a Toronto para siempre.
Esta situación de inestabilidad “podría llevar a una deslocalización masiva
de puestos de trabajo e inversión”, según Jaime Malet, presidente de la
Cámara de Comercio de EEUU en España. El caso de los dos Bancos
trasladados (Caixabank y Sabadell) es paradigmático, puesto que la
protección de sus clientes y accionistas les obligaban a salir de Cataluña
para acceder a las ayudas del BCE y garantizar los 100.000 € a sus
depositantes, muchos de los cuales han trasladado sus cuentas fuera del
territorio catalán. Cuando leo que los de la CUP, en represalia, alentaban
un boicot suicida a estos Bancos retirando los depósitos, diciendo ahora
que los catalanes tienen que boicotear los productos del resto de España,
y constato que esta gente ha sido la ideóloga e impulsora del proces , me
doy cuenta de las manos vandálicas en las que ha estado y puede seguir
estando el futuro de Cataluña.
Si analizamos otras cuestiones económicas importantes, como la deuda
que ha ido acumulando la Generalitat durante los últimos años, podemos
apreciar la insensatez de las propuestas independentistas. La deuda actual
es de 76.700 millones de euros, de los cuales 52.500 millones (68%) se
deben al Estado por los préstamos del FLA (Fondo de Liquidez
Autonómico) en condiciones mejores que las del mercado, donde
Cataluña tendría que pagar unos intereses desorbitados por sus bonos al
tener la calificación de deuda basura . A esa deuda directa habría que
añadir, en caso de separación, la parte alícuota que corresponde a
72
Cataluña de la deuda pública contraída por la administración central
española, cifrado en unos 170.000 millones de euros (20% de 850.000
millones). La suma de ambas magnitudes arrojaría una deuda total
catalana del orden de 247.000 millones de euros, un 110% del PIB catalán.
La respuesta de los independentistas, con su descaro habitual, es que no
pagarían la deuda del FLA ni la correspondiente del Estado, lo que
abocaría a un arbitraje internacional, que lo único que haría sería demorar
la cuestión, con la consiguiente inestabilidad, pero al final tendrían que
abonarla por un principio universalmente aceptado de subrogación de las
deudas contraídas por los Estados cuando cambian los regímenes. No
quiero ni pensar cómo reaccionarían los mercados financieros ante una
Cataluña con una deuda calificada como basura que dice que no va a
cumplir con sus compromisos crediticios. El corralito argentino de 2001 y
el griego de 2015 harían inmediato acto de presencia en Cataluña.
¿Cómo se ha llegado a esta situación tan catastrófica de las cuentas
públicas catalanas? Los independentistas ya tienen su respuesta de
manual: España es culpable por no dotarnos de los recursos necesarios ni
dejarnos gestionarlos como un Estado independiente. Pero cuando se
analiza con datos reales –no inventados‐ y se constata que el tan
cacareado déficit fiscal es tolerable, que su superávit comercial con el
resto de España les es muy beneficioso y que el Estado español, por
sentido de responsabilidad hacia la población catalana, presta mucho
dinero –que nadie más fiaría‐ a la Generalitat para llegar a fin de mes, a
pesar de que sus dirigentes no paren de insultarle, uno debe sospechar
que hay algo que no funciona y que la pretendida eficacia y superioridad
de los gestores públicos catalanes no es tal. Desde hace tiempo, por no
decir desde siempre, los políticos nacionalistas han vivido del chollo de
echarle la culpa a Madrid –inventar excusas es un arte que dominan‐
cuando les han salido mal las cosas, enarbolando el manual de agravios
con la memoria selectiva que les caracteriza, y como sus incondicionales
se lo creen porque ya están programados para ello, no necesitan
esforzarse en ser más eficientes. Voy a analizar esa supuesta eficiencia.
El presupuesto de la Generalitat para 2017 es del orden de 38.000
millones de euros, de los que 22.000 millones (más de la mitad) es
73
gestionado por un entramado de organismos autónomos (empresas
públicas, consorcios y fundaciones), que conforman una administración
paralela difícil de controlar en cuanto a contratos, gastos y colocaciones
de personal. Según los últimos datos certificados por el Tribunal de
Cuentas del año 2014, la Generalitat tenía 182 entes de acabar ese año
–con mucha diferencia la que más tiene‐, un 32% más que en 2008,
cuando el resto de las Autonomías los habían reducido un 30% en ese
período por imperativo de la crisis. Esta fiebre de los entes autónomos
empezó con el tripartito de Montilla (parece que cada puesto de asesor se
multiplicaba por tres para colocar a los paniaguados de cada partido) y
siguió creciendo después con la CiU de Mas y su huida hacia el abismo. Si
al anterior desmadre le unimos los diferentes estratos de la
Administración catalana con las sedes centrales de la Generalitat, las
Diputaciones, las provincias, los consejos comarcales y los Ayuntamientos;
los sueldos mucho más elevados que sus homónimos del Estado o de otras
Autonomías; y las necesidades del procés en publicidad, propaganda y
subvención real o encubierta a medios de comunicación afines, fondo de
reptiles para comprar voluntades, contribución económica a las
asociaciones civiles proindependentistas, aportaciones patrióticas de
particulares a cambio de favores, embajadas y otros destinos subterráneos
‐que no puedo mencionar por falta de imaginación, pero que estoy seguro
que existen‐, llego a la conclusión de que en Cataluña hay montado, con la
excusa del independentismo, un gran pesebre del que muchos se
alimentan a costa de los impuestos de todos los españoles, especialmente
los catalanes, porque además éstos han visto recortados entre 2009 y
2015 un 26% los gastos sociales (en sanidad un 31%). No me extraña que
los que viven (muy bien, por cierto) del procés se solivianten tanto cuando
perciban que se les pueden acabar las sinecuras.
Otra de las leyendas que circulan en los medios nacionalistas es la de la
eficacia de los gestores públicos catalanes, en contraposición a la ineptitud
de la administración central del Estado. No voy a ser yo quien defienda
ahora la bondad de la gestión estatal, pues la conozco y la he criticado
muchas veces explayándome sobre ella en mi libro sobre Renfe, pero la
catalana no es mejor. Ya he explicado más arriba el dinero que nos ha
costado a todos los españoles las quiebras de Banca Catalana y Catalunya
74
Caixa, pero hay otros casos sonados. La llamada deuda oculta de unos
30.000 millones de euros que dejó el tripartito financiando obras a pagar
ad calendas graecas , que no se cargaban en los presupuestos; Spanair,
que la Generalitat pretendió convertirla en la compañía aérea de bandera
catalana, recibió 200 millones de euros de subvenciones encubiertas, pero
quebró dejando en la calle a 2.000 trabajadores y tirados a más de 20.000
clientes en los aeropuertos; el Fórum de las Culturas de 2004 costó más de
300 millones de euros y pasó desapercibido sin que se volviera a saber
nada sobre su continuidad; el aeropuerto de El Alguaire (Lleida) costó 100
millones de euros y apenas tiene vuelos; y las líneas 9 y 10 del metro de
Barcelona, que comenzaron en 2002 con un presupuesto de unos 2.000
millones de euros y se iban a terminar en 2007, en este momento, 15 años
después, llevan gastados 6.000 millones y hay muchos tramos sin empezar
y estaciones sin abrir, con un elevado coste de mantenimiento anual.
Además, según el índice Doing Business 2015, Cataluña figura en el
puesto 11 entre las 18 comunidades autónomas (incluyendo Ceuta) en el
coste (tiempo y dinero) para obtener una licencia de construcción y el
penúltimo en las facilidades para poner en marcha una pyme industrial.
Otro dato importante es el puesto de Cataluña en el ranking del Índice de
Libertad Económica elaborado por el think tank Civismo que analiza el
doble rol del sector público como financiador y suministrador de bienes y
servicios, por una parte, y de regulador de la actividad del sector privado,
por otra. Cuando se desencadenó la crisis financiera internacional en
2008, Catalauña era la sexta autonomía más libre de España, pero ha
bajado al undécimo lugar en 2015. Motivos: estricta regulación a nivel
comercial y medioambiental, numerosas trabas administrativas para
conseguir una licencia, imposición lingüística, elevada politización del
ámbito educativo y de la sociedad civil, escasa solvencia de la Generalitat
por sus elevados déficit y deuda, y la fuerte carga impositiva que la
convierte en una especie de infierno fiscal dentro del panorama
autonómico, siendo la región con más impuestos propios (IRPF más alto
en rentas bajas y medias, impuesto íntegro de patrimonio, y gravamen
importante a las herencias y donaciones).
75
Otra realidad económica es la corrupción en Cataluña, de la que ya he
mencionado algunos datos más arriba, limitándome ahora a
recomendarte el libro Música celestial del periodista barcelonés Manuel
Trallero, donde, a partir del caso Palau, se describen las tramas de
latrocinio que implican a cargos políticos y personajes relevantes de la
burguesía catalana. Esa amplia red de corrupción ya fue citada por
Maragall en sede parlamentaria a CiU en 2005 con el famoso “ustedes
tienen un problema y se llama 3%”, sin ninguna consecuencia en aquel
momento: había que sacar adelante el nuevo Estatut aunque tuviera que
guardarse la basura debajo de la alfombra. Este episodio evoca en mi
memoria la película Conspiración de silencio , protagonizada por un
Spencer Tracy manco, que al volver mutilado de la II Guerra Mundial fue a
un pueblo escondido de los Estados Unidos para entregar a un padre, de
origen japonés, una medalla ganada por su hijo, muerto en una batalla
donde le había salvado la vida. Al no encontrarlo ni querer decirle nadie
–aunque lo sabían‐ qué había pasado con este padre, al final averigua que
se lo habían cargado unos matones xenófobos del pueblo por su origen
nipón, puesto que Japón había sido enemigo de los EEUU en la
mencionada guerra. Esta omertá siciliana, por acción o por omisión, de los
habitantes de este pueblo me recuerda a un cierto sector de la ciudadanía
catalana, donde parece que todo el mundo sabía las andanzas de la familia
Pujol, pero para la construcción nacional no era conveniente airearlas. El
número de casos de corrupción conocidos desde entonces, la mayoría de
los cuales afecta a CDC –que tiene su sede embargada y tuvo que cambiar
su nombre para despistar‐, es interminable (entre otros, Adigsa, Casinos,
Innova, ITV, Pallerols, Pretoria, Port Vell, Treball) e indican una corrupción
sistémica con un costo estimado para las arcas públicas de 200.000
millones de euros. Así que la pretensión manifestada en su día de que
Cataluña era un oasis en España ha resultado ser falsa, como tantas otras
cosas que estamos viendo ahora. Su corrupción no tiene nada que envidiar
a la de Madrid, Valencia o Andalucía.
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LOS DÍAS DEL PAROXISMO
Esta larga trayectoria política de deslealtades, mentiras, victimismo
impostado, compra de voluntades, subvenciones encubiertas,
adoctrinamiento escolar, propaganda engañosa, coacción a los disidentes,
corrupción institucional y promesas incumplibles culminó el 6 y 7 de
septiembre de 2017 con el espectáculo del Parlament aprobando unas
leyes inconstitucionales –del Referéndum y de Transitoriedad Jurídica‐
vulnerando el reglamento de la cámara, sin contar con los partidos
opositores que se habían ausentado previamente, y en contra de las
sentencias del Tribunal Constitucional, de los dictámenes del Consejo de
Garantías Estatutarias y del letrado de la Cámara, constituyendo esta
actuación uno de los hechos más bochornosamente antidemocrático de
nuestro Estado de Derecho. Estas resoluciones suponían la conculcación
de la Constitución y el Estatut, aprobados ambos en sendos referéndums
por el pueblo catalán, sumiendo a Cataluña en la inseguridad jurídica. El
mismo día 6 también se aprobó celebrar el referéndum, prohibido
legalmente, el 1 de octubre (1‐O).
A partir de este momento se sucedieron de forma frenética importantes
acontecimientos, que espero puedan servir de guion a algún escritor para
un thriller o una comedia de enredo, no estoy seguro. Por un lado, los
independentistas, ya dispuestos a lo que fuera, impulsaron todos los
happenigs del muestrario separatista. El día 11 se celebró la Diada con el
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lema del referéndum y tres días después se celebró un acto unitario de los
independentistas por el comienzo de la campaña del referéndum. Este
mismo día la Generalitat dejó de remitir los informes económicos al
Gobierno, que estaba obligado a enviar. El 16 Puigdemont y Colau
recibieron en la plaza de Sant Jaume a los más de 700 alcaldes
investigados por estar dispuestos a ceder locales para el futuro
referéndum. El 20 la Guardia Civil detuvo por orden judicial a 14 altos
cargos del Govern –entre ellos Jové, el número dos de Junqueras‐ y se
registraron las sedes de los departamentos de Economía, Gobernación,
Exteriores y Trabajo, mientras miles de personas se iban concentrando en
estas sedes, destrozando los coches de la fuerza pública e impidiendo la
salida de los agentes y de la secretaria judicial. En esta algarada
desempañaron una función rectora los presidentes de ANC (Sánchez) y
Òmnium Cultural (Cuixart), así como el vicepresidente del Govern
(Junqueras) y la presidenta del Parlament (Forcadell).
El día del referéndum, 1 de octubre, mucha gente acudió a los centros de
votación, a pesar de la advertencia de su ilegalidad, produciéndose
durante todo el día las escenas desagradables, que ya he comentado
anteriormente, donde las fuerzas de orden público –ante la inhibición de
los mossos‐ se vieron incapaces de cumplir la orden judicial de impedir la
votación y acabaron regalando a los dirigentes independentistas los
documentos visuales que airearon al mundo para tachar al Estado español
de opresor. Por este motivo, el día 3 hubo una huelga general convocada
por organizaciones catalanas que reunieron en Barcelona a cientos de
miles de personas contra la violencia A pesar del marasmo en el que se
desarrolló esta consulta, la Generalitat anunció que había ganado el sí por
el 90% de los votos sobre 2,26 millones de electores con un 42,3% de
participación. Estos resultados no se pueden tomar en serio por las pocas
garantías de todo el proceso referendario y porque a estas alturas, tras la
constatación de los numerosos embustes emitidos por esta tropa, su
credibilidad es nula.
El día 4 Puigdemont anunció que en breves días se iba a producir la
independencia de Cataluña. Al día siguiente la Bolsa se desplomó y el
Banco Sabadell anunció el traslado de su sede social fuera de Cataluña.
78
Centenares de empresas, entre ellas Caixabank y Gas Natural, harían lo
mismo en los días posteriores. Después se ha sabido que los depositantes
de los dos Bancos citados habían sacado 6.000 millones de euros de sus
cuentas corrientes en estos días. El día 10, en una confusa sesión del
Parlament, Puigdemont asumió el “mandato de que Cataluña se convierta
en un Estado independiente en forma de República” pero pidió
“suspender los efectos de la declaración de independencia”. Aquí empezó
lo que puede llamarse la declaración cuántica de independencia en la que
ésta no se sabe exactamente dónde está y su posición teórica viene dada
por una función probabilística que sólo Puigdemont conoce. El día 11
Rajoy requirió a Puigdemont para que aclarase oficialmente si había
proclamado la independencia, como paso previo a la aplicación de Artículo
155 de la Constitución, que permite intervenir una Autonomía si su
Gobierno desobedece la ley. Tras estos acontecimientos, la Comisión
Europea llamó al “pleno respeto al orden constitucional español” y los
Gobiernos de Alemania, Francia e Italia rechazaron una eventual
declaración de independencia, mientras que Rajoy advirtió del impacto
económico de la crisis catalana y el FMI se mostró preocupado por la
situación. Mientras tanto, la CUP pidió a Puigdemont que levantase la
suspensión de la independencia. El 16 el presidente catalán seguía
eludiendo contestar a Rajoy sobre su pregunta, y los presidentes de ANC y
Òmnium Cultural (Jordi Sánchez y Jordi Cuixart) fueron interrogados y
enviados a prisión provisional por la juez Lamela de la Audiencia Nacional,
al considerar ésta que eran sospechosos de un delito de sedición y existir
riesgo de fuga, destrucción de pruebas o reiteración delictiva si quedaban
libres. Al día siguiente salieron a la calle 200.000 personas en Barcelona
para protestar por los encarcelamientos de los llamados Jordis
denominándolos presos políticos . El 19 Puigdemont contestó a Rajoy que
el Parlament no había votado la independencia, pero amenazó que podría
hacerlo si el Gobierno central continuaba con la represión . Dos días más
tarde, en Barcelona se produjo una gran manifestación independentista y
Puigdemont denunció “el peor ataque a las instituciones y al pueblo de
Cataluña desde los decretos del dictador militar Franco”. ¡Menuda
coartada se han buscado estos personajes identificándose nada menos
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que con todo un pueblo y sacando a pasear el espantajo de Franco cada
dos por tres!
A partir de este momento se sucedieron unos días de enorme confusión
en los que Puigdemont dudaba entre declarar la independencia, como le
pedían los radicales de la CUP y ERC, o convocar elecciones autonómicas
para evitar la intervención del Gobierno central, como le solicitaban
algunos de sus colaboradores y gran parte de la sociedad catalana. El día
26 parecía que iba a elegir esta segunda opción, pero las presiones de los
hooligans de la política –simbolizadas en el tuit de Rufián “155 monedas
de plata” y en los lloriqueos de Rovira‐ y de los manifestantes de la calle,
pudieron más que la amenaza de la intervención del 155, y el día 27 el
Parlament aprobó, en votación secreta para no dar la cara y en ausencia
de la oposición que se había retirado, una resolución que instaba la
constitución de una “república catalana como Estado independiente,
soberano, democrático y social”.
Por el otro lado, las tres ramas del Estado –ejecutivo, legislativo y judicial‐
fueron actuando en función de los acontecimientos que se iban
produciendo en Cataluña, mientras por primera vez en estos años la
mayoría silenciosa salió por fin a la calle en Barcelona. El 12 de septiembre
el Tribunal Constitucional suspendió las leyes del referéndum y de
Transitoriedad aprobadas en el Parlament unos días antes y la Fiscalia de
Cataluña ordenó requisar todo el material que fuera a utilizarse en la
consulta, labor encomendada a las fuerzas de orden público. Al día
siguiente el Fiscal General del Estado ordenó que se citasen como
investigados a los alcaldes que iban a ceder locales para el 1‐O en sus
poblaciones. Ante la desobediencia sobre el envío de los gastos a
Hacienda, el día 14 el Gobierno intervino las cuentas autonómicas. El 22 la
Audiencia Nacional presentó una denuncia de sedición por los sucesos del
día 20 –bloqueo por la muchedumbre de las fuerzas de orden público en la
Consejería de Hacienda de la Generalitat‐ y al día siguiente el Gobierno
central asumió la coordinación de las fuerzas de seguridad en Cataluña. El
27 el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ordenó cerrar los locales del
referéndum para evitar la votación, como una de las actuaciones llevadas
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a cabo durante este mes por la Guardia Civil y Policía Nacional para
impedir el referéndum del 1‐O.
El 4 de octubre Felipe VI declaró en un discurso televisado que “el Estado
debe asegurar el orden constitucional” y denunció la “deslealtad
inadmisible” de los dirigentes catalanes. El día 6 el Gobierno instó a la
Generalitat a disolver el Parlament y anunció nuevas elecciones
autonómicas, al mismo tiempo que el delegado del Gobierno en Cataluña
se disculpó en nombre de las fuerzas de seguridad por los sucesos del 1‐O.
El día 7 se congregaron en Madrid 50.000 personas contra el
independentismo y al día siguiente en Barcelona se manifestaron –mi
mujer y yo estuvimos ahí‐ un millón de personas por la unidad de España,
en lo que considero un hito histórico porque por primera vez la mayoría
silenciosa salió a la calle.
En vista de la actitud recalcitrante de los independentistas, el 21 Rajoy
anunció que pediría al Senado la suspensión del Gobierno catalán y la
convocatoria de elecciones autonómicas en un máximo de 6 meses,
advertencia que llevó a término el día 27, 45 minutos después de la
declaración de independencia de Puigdemont en el Parlament, aprobando
el Senado ‐por 145 votos a favor y 45 en contra‐ la aplicación del Artículo
155 en Cataluña, y fijando la convocatoria de elecciones autonómicas para
el 21 de diciembre. Posteriormente, la Fiscalía General del Estado instó
una querella criminal por rebelión, sedición y malversación de caudales
públicos, contra los miembros destituidos del Govern y los integrantes de
la Mesa del Parlament favorables a la declaración de independencia. Los
primeros fueron citados en la Audiencia Nacional y los segundos en el
Tribunal Supremo por ser aforados, el día 2 de noviembre. El 30 de
octubre Puigdemont con seis consejeros de su Gobierno aparecieron
huidos en Bruselas para no comparecer, temiendo su encarcelamiento,
aunque posteriormente dos de ellos volvieron para declarar con Junqueras
y seis consejeros más el 2 de noviembre ante la juez Lamela, que dictó su
prisión preventiva incondicional, salvo Vila, que había dimitido el día
anterior a la declaración y salió con una fianza. Por otro lado, Forcadell,
presidenta del parlamento catalán y cinco miembros de la Mesa que
habían conseguido, a petición de sus abogados, un aplazamiento de su
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comparecencia del 2 al 9, pudieron eludir la prisión preventiva pagando las
correspondientes fianzas –que abonó la ANC‐ tras prometer ceñirse en
adelante a la legalidad constitucional y no reincidir en actos contrarios a
ella.
Posteriormente, el juez Llarena del Tribunal Supremo ha solicitado, y
conseguido, asumir todas las investigaciones llevadas a cabo en la
Audiencia Nacional contra los presidentes de la ANC y Òmnium Cultural,
además de Puigdemont y los 12 exconsejeros de su Gobierno, para
unificar la causa. En el escrito de veinte folios documentados que ha
enviado la magistrada Lamela al Tribunal Supremo trasladándole el
sumario, se describe la actuación combinada de numerosos elementos
unidos en el propósito de la secesión con una precisa coordinación interna
y un ajustado reparto de roles. Sólo desde esa perspectiva de conjunto,
dice, puede entenderse la estructura de una empresa que cometió
diversos delitos concurrentes: rebelión, sedición, malversación de
caudales públicos, prevaricación y desobediencia. Esta atribución de
papeles y su actuación coordinada resulta esencial en el desarrollo del
proceso. Los líderes de la Generalitat y del Parlament son los autores
intelectuales, creadores de una legalidad paralela, ejecutores
administrativos y proveedores de dinero, cuyos cabecillas son
Puigdemont, Forcadell, Junqueras y los consejeros de su Gobierno. Las
asociaciones civiles ANC y Òmnium Cultural son los agentes de
desestabilización social encargados de la agitación de masas, de las redes
de propaganda y de la extensión de un clima de rechazo antiespañol para
favorecer el levantamiento, dirigidas por los dos Jordis . Y los mossos
d’esquadra actúan como factor de intimidación y espionaje a las fuerzas
de seguridad nacionales y protección del referéndum; 17.000 efectivos
armados actuando con la disciplina de un ejército, al mando del mayor
Trapero. Posteriormente, hemos visto confirmada esta tesis en la agenda
requisada por la Guardia Civil a Jové, donde figuran detalladamente las
actuaciones y los protagonistas de la hoja de ruta de este complot. Por fin
hemos sabido lo que estaba detrás del misterioso procés : un putsh al estilo
del de Múnich de 1923. Supongo que Curzio Malaparte podría haber
82
tomado notas para su famoso libro Técnica del golpe de Estado sobre la
revolución rusa.
Hasta que se celebre el juicio con todas las garantías ‐que son muchas‐
para la defensa de los acusados, esta es la única verdad del caso, basada
en las pruebas que obran en poder de la magistrada, y parece que está
acreditado que las personas investigadas no son presos políticos sino
políticos presos por delitos graves y que los que están en Bélgica no son
exiliados sino huidos de la justicia. También parece obvio que el Estado
español ofrece todas las garantías para que los procedimientos judiciales
sean independientes del poder ejecutivo –como demuestra el alto número
de políticos del PP procesados‐ y permitan la defensa de los acusados
–acreditado por los numerosos juicios a políticos delincuentes que se
hacen interminables al ser la Ley de Enjuiciamiento Criminal tan
garantista‐ en contra de lo que pregona Puigdemont. En este momento
sólo quedan cuatro investigados en prisión preventiva incondicional
–Junqueras, Forn, Sánchez y Cuixart‐ por su elevado grado de implicación
en los sucesos objeto de investigación penal.
Las andanzas del expresident y su corte en Bélgica merecen atención
aparte. En primer lugar, hay que concederle el acierto del lugar elegido,
teniendo en cuenta la profunda división de este país entre valones y
flamencos y la ideología ultraderechista y xenófoba de la formación
política flamenca heredera del movimiento pronazi colaboradora del III
Reich de Hitler, que lo ampara y acompañó en la manifestación del
pasado día 7 de diciembre en Bruselas. Sus andanzas en Bélgica no pueden
ser más patéticas, intentando llamar la atención con su narcisista
propaganda, mientras denigra al Estado español, descalifica a la Unión
Europea, crea malestar en el Gobierno belga y genera problemas en su
propio partido y con sus colegas de ERC. En la última manifestación del 7
de diciembre, titulada por El País “El separatismo pasea su odio a España
por las calles de Bruselas”, varias cosas llamaron mi atención en un
reportaje televisivo. De entrada, el hecho de que miles de ciudadanos
catalanes viajaran 1.400 km y pasaran frío para apoyar a una persona
incapaz de enfrentarse con dignidad a las consecuencias de sus acciones,
huido de la justicia dejando a sus compinches en la estacada, y que se
83
autodenomina exiliado, mostrando así un notable desprecio hacia los
verdaderos exiliados que fueron, entre otros, los republicanos que en
1939 tuvieron que abandonar su patria con lo puesto y vagar por el
mundo durante años. Fue muy revelador ver en la manifestación a un
paisano con pinta de payés diciendo con orgullo indisimulado que los
catalanes son del norte, trabajadores y tal, y no como los del sur, que sólo
van a los toros y están siempre de jarana. Este señor, que me evocaba uno
de los personajes ampurdaneses del Quadern gris de Pla se comportaba
como un supremacista rural que desprecia todo lo que desconoce ¿Pero
es que nadie le ha dicho a este hombre que en el sur de Cataluña se lo
pasan bomba con los toros embolados y demás festejos taurinos?
También me impresionó ver las banderas de partidos antieuropeos y
xenófobos formando parte del festejo, con un discurso de Puigdemont
totalmente alineado con esta gente en su descalificación de la UE, que
muestra lo que siempre ha sido: un nacionalista radical tipo Le Pen. En su
alocución desafió al presidente de la Comisión Europea a que le dijese si
tantos miles de personas eran también delincuentes, cuando es obvio que
es a los dictadores totalitarios que en el mundo han sido a los que más
vitorean las multitudes. Sobre el franquismo que atribuyó al Gobierno
español me referiré más adelante. La última actuación judicial anulando la
euroorden contra él, para evitar que la legislación belga pueda invalidar
algunas de las acusaciones, lo convertirá en una especie de holandés
errante que no puede volver a su casa porque le espera el trullo. Esta
situación la podía haber evitado si el 27 de octubre hubiera tenido el valor
y la visión política de seguir el consejo de Urkullu y de sus consejeros más
sensatos, convocando elecciones autonómicas en lugar de lo que ahora
llaman declaración simbólica de independencia. Pero le perdió ese
carácter mesiánico que llegan a tener estos dirigentes y se arrugó ante los
irredentistas de la CUP y ERC, unos compañeros de viaje letales.
Cuando contemplo la altanería y soberbia con la que se manifiestan
muchos independentistas supremacistas tipo Puigdemont, Tardá, Rufián y
tantos otros que, como se dice ahora, van siempre sobraos , con esa
superioridad moral de la que hacen gala, me acuerdo siempre del refrán:
“dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Cuando yo era
84
pequeño, y puedo hablar en nombre de todos mis coetáneos en este
aspecto, nos enseñaban en la escuela y en casa que la modestia es una de
las principales virtudes que pueden adornar a una persona, pues de ella se
deriva el equilibrio en nuestras acciones, el trato respetuoso y el deseo de
aprender, al darnos cuenta de nuestra ignorancia a medida que vamos
aumentando nuestros conocimientos. No conozco a ninguna persona
admirable que sea engreída y, sin embargo, a casi todos los que se
muestran arrogantes les he observado muchas carencias. Por este motivo,
me resulta difícil entender por qué esta gente tiene tantos seguidores.
De la CUP, heredera del anarquismo y comunismo violentos que
arraigaron en Cataluña a principios del siglo pasado sólo puedo decir que
va a dar muchos días de tribulación a la política catalana porque ya apunta
maneras cada vez que no se cumplen sus designios. Y sobre ERC, con una
larga vida de 86 años en la política catalana, comentaré que su trayectoria
durante este tiempo no puede ser más negativa. Personajes como Macià y
Companys en la Segunda República lo único que consiguieron fue generar
graves conflictos sin obtener ningún provecho para Cataluña, y menos
para España, y en este período democrático ha dado figuras como el
racista Heribert Barrera, que hablaba en inglés en el Europarlamento para
no hacerlo en español, el filoetarra Carod‐Rovira, miembro de un tripartito
nefasto, y ahora Junqueras o Rovira, cuyo fanatismo e inconsistencia
saltan a la vista. Espero que no consigan alcanzar el poder otra vez porque
nos meteremos de nuevo en el día de la marmota .
85
CONSIDERACIONES FINALES
A través de estas páginas te he intentado mostrar, con argumentos y
pruebas a mi alcance, que lo que está sucediendo en Cataluña en estos
últimos años es extraordinariamente grave por la actuación de los
nacionalistas ‐después devenidos secesionistas‐ tanto desde el punto de
vista político como moral, cuyos resultados, en contra de lo que ellos
anunciaban, se vislumbran catastróficos. Está demostrado que desde hace
muchos años existe un plan para separar a Cataluña de España cuando
llegara el momento adecuado, y parece, según sus estrategas, que esta
ocasión se dio hace cinco años por el hartazgo de los ciudadanos catalanes
debido a los recortes de la crisis. Durante estos cinco años las muestras de
hostilidad hacia España han sido furibundas con las más variadas excusas
victimistas, utilizando todos los medios legales o ilegales descritos más
arriba para conseguir la desafección de la población, apoyándose en el
protagonismo de los dirigentes más radicales y en las directrices de la CUP
insurgente.
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El procés ha convertido a Cataluña en un déjà vu para los que tenemos
algunos años a nuestras espaldas, pues me recuerda a un régimen anterior
que hemos vivido, en el que los Països Catalans han sustituido a España
“como unidad de destino en lo universal”; las grandes concentraciones
para aclamar al líder carismático en la plaza de Oriente se han trasladado a
la plaza de Sant Jaume; las demostraciones sindicales de coros y danzas
del 1 de mayo se han pasado al 11 de septiembre; el aguilucho de la
bandera española se ha convertido en una estrella en la senyera ; la
Formación del Espíritu Nacional sigue vigente en l’escola catalana ; la
prensa, radio y televisión catalanas exaltan a la patria como antes lo
hacían la Radio Nacional de España y los periódicos Arriba y El Alcázar; el
contubernio judeomasónico y la pérfida Albión se han transmutado en la
artera confabulación del Estado opresor; el himno de Els Segadors emula
en belicismo al Cara al sol ; y el ominoso estigma de antiespañol si no
mostrabas tu adhesión al Glorioso Movimiento Nacional se ha tornado en
el de anticatalán si no comulgas con el ideario soberanista. Es lamentable
que tras una Transición en la que queríamos pasar del empacho de la
nación a construir un Estado que nos tratara a todos como ciudadanos
libres e iguales sin exclusiones esencialistas, volvamos ahora, en un bucle
infernal, al concepto de nación identitaria que habíamos abominado
durante 40 años. Cuando los independentistas dicen que España es
franquista, están proyectando sobre los españoles sus miserias
totalitarias, en un ejercicio de cinismo repetido, porque, generalmente,
todas las descalificaciones que hacen son el reflejo de ellos en un espejo.
Su método dialéctico consiste en intentar engañar a ver si cuela, y cuando
no cuela, descalificar al contrario inventándose maldades, con esa
superioridad moral impostada que les ha debido conferir alguna divinidad.
En La pasión secesionista Tobeña defiende que los independentistas no
están locos ni alienados sino enamorados del ideal de la república
perfecta, habitada por individuos perfectos, y como les sucede a todos los
enamorados, son inmunes a los razonamientos. Puede ser, porque esta
hipótesis explicaría el hecho de que a pesar del fiasco del camino hacia la
independencia, en el que se ha comprobado que los soberanistas no
estaban preparados con sus estructuras paralelas , que las empresas han
huido como alma que lleva el diablo, que la economía se ha resentido
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reduciéndose las ventas y aumentando el paro, que Europa no quiere ni
oír hablar de un nou Estat , que han actuado con notable deshonestidad en
muchas ocasiones, que han desprestigiado a Cataluña en el mundo, y que
estos dirigentes de la independencia low cost se rajan a la primera de
cambio, en las encuestas sobre el 21‐D sigan sacando más o menos los
mismos votos que tienen ahora. Se ve que a estos enamorados les va la
marcha y que la consistencia de ese sistema al que creen pertenecer es
más fuerte que la constatación del engaño, porque parece inconcebible
que monten esas movidas con lazos amarillos por la libertad de los presos
y no protesten por la salida de empresas, el empeoramiento de los índices
económicos y las advertencias de los líderes europeos a que les han
llevado esos mismos presos. Pero sobre la teoría del enamoramiento yo
añadiría que el otro motor emocional de los secesionistas es la inquina
hacia España, inculcada desde la infancia y alimentada durante la juventud
y madurez por la potente máquina de aleccionamiento y propaganda al
servicio del régimen. En ese sentido los soberanistas catalanes se
muestran mucho más carpetovetónicos que el resto de los habitantes
actuales de España pues son de los que dicen, como el baturro del chiste
que va por la vía y oye un tren pitando que le va a atropellar: “¡chufla,
chufla, que como no te apartes tú!”.
Por este motivo, esa petición de respeto al sentiment , sea este
transmitido por la familia de generación en generación, se apoye en mitos
inventados, proceda del contagio de la mayoría o derive de un lavado de
cerebro propagandístico ‐me da lo mismo‐ no me parece que sea
respetable en cualquier circunstancia. Respeto a las personas, pero no
tengo por qué respetar sus emociones. Teniendo en cuenta que los
sentimientos engendran convicciones y deseos que, a su vez, son órdenes
de acción. ¿Cómo no vamos a poder enjuiciar la consistencia de tales
intenciones, las medidas públicas que de ahí se derivan y los derechos que
se consagran? Es evidente que el dictamen sobre la justicia o injusticia del
procés soberanista variará según las creencias del sujeto. En ese caso,
¿Cómo superar el relativismo ante las pasiones en liza si no entramos a
dilucidar con argumentos racionales lo fundado o infundado de ellas? Para
un nacionalista nada cuenta el peso de las razones ni nada puede la
deliberación racional contra la liberación nacional. Sabiendo que estos
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irreductibles del sentimiento son inmunes a las razones, me da igual si
alguien es adorador del sol o se cree Supermán, pero rechazo que me
obligue a seguir sus convicciones y exijo que cumpla la ley, que es la que
nos separa de la selva.
La Constitución vigente en España encarna unos valores compartidos de
solidaridad, libertad e igualdad en un Estado social y democrático de
derecho, inspirado en lo que se denomina “patriotismo constitucional”, un
término acuñado por el alemán Habermas para superar el nacionalismo
identitario del Tercer Reich. Esta nueva identidad ‐que complementa la de
los sentimientos que cada ciudadano pueda tener de su entorno más
íntimo relacionado con su cultura, tradiciones y relación social‐ encarna el
compromiso de los ciudadanos con unos valores universalistas
relacionadas con los derechos humanos y la Ilustración y sirve para unir a
todos los españoles en un proyecto común salvando las diferentes
tendencias sociales y políticas existentes. Lo mismo que se pretende hacer
en la Unión Europea para olvidar antiguos conflictos.
Además de los soberanistas del sentiment ancestral hay otros que se han
unido a la causa por motivaciones diferentes. En primer lugar los que
tienen algo que ganar, que están ahí porque han conseguido que sea su
modus vivendi y no quieren perder el momio. Aquí se juntan tanto los
beneficiados por los presupuestos de la Administración autonómica (el
pesebre) –políticos, gestores públicos de los entes autonómicos,
proveedores de confianza, empresas y sociedades civiles subvencionadas,
medios de comunicación afines, etc.‐ como personajes de las élites
catalanas que desean tener todo el poder de un Estado para hacer y
deshacer a su antojo. Sobre este colectivo de individuos interesados por el
poder o el dinero no hay argumentos que valgan, defenderán lo que les
convenga con independencia de la razón o la ética.
Por último tenemos el grupo de los soberanistas que, de buena fe, se han
creído las promesas de una vida mejor separados de España y que,
además, esta separación se iba a conseguir fácilmente y con un costo
mínimo. Lo que yo llamo la independencia low cost . Los dirigentes de esta
ensoñación habían vendido que, con su habilidad y astucia, iban a burlar al
Estado que se tendría que rendir ante ellos, pero resulta que todo era un
89
“cuento de la lechera”, acompañado de engaños y ocultación de la verdad.
Como he intentado demostrar en las páginas anteriores, ni eran ciertos los
hechos que, supuestamente, justificaban los agravios históricos de España,
ni ésta roba a Cataluña, ni existe el derecho a decidir, ni se ajustan a la
realidad los nuevos conceptos y palabras que manejan para mantener la
llama del victimismo encendida, ni son gestores eficientes, ni era verdad
que Europa iba a recibir a Cataluña con los brazos abiertos, ni tampoco
que las empresas se iban a pegar para asentarse en una Cataluña idílica
‐donde la riqueza iba a subir y el paro a bajar‐ y terminarían siendo felices
y comiendo perdices. Tampoco, en vista de lo anterior, habrá que creer
que el Barça seguirá jugando la Liga española o que se lo van a rifar para
que juegue en las mejores Ligas europeas, y más sabiendo que la
politización de los clubs de fútbol no concita demasiadas simpatías por ahí
fuera. A cambio de esto, lo que se ha constatado es que ha habido una
gran confabulación de los capitostes independentistas ‐con un plan
elaborado desde la llegada de Pujol a la Generalitat en 1980‐ mediante la
ocupación de todos los resortes del poder autonómico, que han
embarcado a toda la población catalana en una aventura de incalculables
consecuencias negativas en términos económicos, sociales y de
credibilidad, con el propósito de distraer la atención sobre su mala gestión
y sus problemas con la justicia, mediante un truco tan viejo como el
mundo: señalar un chivo expiatorio al que culpar de todos los males
imaginables.
Sólo me queda desear que los ciudadanos catalanes que no se han creído
las patrañas nacionalistas y han resistido el ambiente asfixiante de
exaltación propia y victimismo antiespañol, estén orgullosos de su
sentimiento compartido entre España y Cataluña mostrando con
naturalidad lo que son: ciudadanos comprometidos con la Constitución
española y el Estatut catalán, cumplidores de nuestras leyes y opuestos al
pensamiento único, que lo único que desean es vivir en paz y unidos en la
diversidad. Espero que el próximo 21 diciembre vayan todos a votar para
salir de esta pesadilla. Lo que sí puedo afirmar por mi parte es que no me
voy a resignar a ser considerado como un extranjero en Cataluña, una
tierra a la que me siento fuertemente vinculado por mi trayectoria vital y
que me pertenece, como a todos los españoles, por herencia ancestral.
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Cataluña, como el resto del territorio español, es un proindiviso de todos
y, como tal, no puede quedársela un grupo, por numeroso que sea, sin la
aquiescencia del resto, algo que no solamente sería ilícito sino, además,
tiránico.
De todas formas, mientras no se aborden reformas de fondo será muy
difícil cambiar la situación política actual que le confiere una gran ventaja
a las fuerzas nacionalistas. El primer cambio debería de producirse en la
ley electoral catalana, igual a la general de España, que no ha sido
modificada desde que se promulgó en la época de Tarradellas por ser
conveniente para sus intereses partidistas, aunque suponga una
desigualdad flagrante entre los ciudadanos de las cuatro provincias, dado
que, en término de escaños, el voto de un elector de Girona, Lleida o
Tarragona vale 1,6, 2,4 y 1,6 veces más, respectivamente, que el de un
elector de Barcelona. Con circunscripción única los votos valdrían lo
mismo con independencia del lugar de empadronamiento y los partidos
independentistas no obtendrían mayoría absoluta; y con el sistema
proporcional de Dinamarca, país en el que tanto se miran los
independentistas, sucedería lo mismo. El sistema electoral español
también adolece del mismo defecto, estando sobrerrepresentadas los
votos rurales sobre los de las zonas más densamente pobladas, y los
nacionalistas obtienen muchos más escaños en el Congreso con menos
votos que los partidos de ámbito nacional. La igualdad que establece la
Constitución no se cumple. Otra reforma pendiente es la del Senado, que
debe convertirse en una Cámara territorial de representación autonómica,
tal como sucede con el Bundesrat alemán. Otra revisión urgente es la del
reparto de los ingresos y gastos generales con las Comunidades
Autónomas, creando un sistema estable en el que las aportaciones al
Estado sean proporcionales al PIB y lo recibido del Estado a la población.
Aunque ya sé que el sistema foral del cupo con el País Vasco y Navarra es
un elemento distorsionador ¿Tan difícil es conseguir este encaje? Y, con
independencia de los cambios estructurales, lo que me parece más
urgente es la actuación por el Gobierno central y resto de las instituciones
del Estado para que se cumplan las leyes en Cataluña, pase lo que pase y
pese a quien pese, estableciendo mecanismos de supervisión que
garanticen la observancia de las normas y sancionando su no
91
cumplimiento. Creo que ya va siendo hora de aplicar el refrán “más vale
ponerse una vez colorado que ciento amarillo”. Especialmente importante
en este aspecto me parece la actuación en el sistema educativo y en los
medios de comunicación, pues estos dos estamentos han sido
determinantes en la creación de una ideología de rechazo a España y
mientras no se normalicen estos sectores de tanta influencia social,
seguiremos en este bucle que puede llevarnos a la ruina económica y
moral.
Querido amigo, este ha sido mi relato, que te ofrezco con todo mi cariño.
No sé en cuál de los mencionados grupos de ciudadanos catalanes te
reconoces, pero si es en el último me alegro mucho y si no lo es me
resignaré, y podrás contar, como siempre, con mi sincera amistad. Un
fuerte abrazo.
José Luis Villa
13 de diciembre de 2017
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