129
INTRODUCCIÓN I. Los fundamentos de nuestra liturgia A). NOTA LITÚRGICA DE LA REDENCIÓN 1. «El mediador entre Dios y los, hombres» (I Tim., 2, 5), el gran Pontífice que penetró en las cielos, Jesús, el Hijo de Dios, al asumir la obra de Misericordia, mediante la cual enriquece al género humano con beneficios sobrenaturales, deseó sin duda restablecer entre las hombres y su Creador aquélla relación de orden -que el pecado había perturbado y conducir de nuevo la mísera descendencia de Adán, manchada por el pecado original, al Padre celestial, primer principio y último fin. 2. Y por esto durante su morada en la tierra, no sólo anunció el comienzo de la Redención y declaró inaugurado el Reino de Dios, sino que se dedicó de lleno a procurar la salvación de las almas con el continuo ejercicio de la oración y su propio sacrificio, hasta que en la cruz se ofreció Víctima Inmaculada a Dios para limpiar nuestra conciencia de las obras muertas, para servir al Dios vivo. 1

Carta Encíclica Mediator Dei

Embed Size (px)

Citation preview

INTRODUCCIN

INTRODUCCINI. Los fundamentos de nuestra liturgiaA). NOTA LITRGICA DE LA REDENCIN1. El mediador entre Dios y los, hombres (I Tim., 2, 5), el gran Pontfice que penetr en las cielos, Jess, el Hijo de Dios, al asumir la obra de Misericordia, mediante la cual enriquece al gnero humano con beneficios sobrenaturales, dese sin duda restablecer entre las hombres y su Creador aqulla relacin de orden -que el pecado haba perturbado y conducir de nuevo la msera descendencia de Adn, manchada por el pecado original, al Padre celestial, primer principio y ltimo fin.

2. Y por esto durante su morada en la tierra, no slo anunci el comienzo de la Redencin y declar inaugurado el Reino de Dios, sino que se dedic de lleno a procurar la salvacin de las almas con el continuo ejercicio de la oracin y su propio sacrificio, hasta que en la cruz se ofreci Vctima Inmaculada a Dios para limpiar nuestra conciencia de las obras muertas, para servir al Dios vivo.

3. As todos los hombres, felizmente rescatados del camino que los arrastraba a la ruina y a la perdicin, fueron nuevamente encaminados a Dios a fin de que con su colaboracin personal al logro de la propia santificacin, fruto de la Sangre del Cordero inmaculado, diesen a Dios la gloria que le es debida.

B). CONTINUACIN EN LA IGLESIA4. El divino Redentor quiso tambin que la vida sacerdotal iniciada por El en su cuerpo mortal con sus plegarias y su sacrificio, no cesase en el transcurso de los siglos en su Cuerpo mstico, que es la Iglesia; y por esto instituy un sacerdocio visible, para ofrecer en todas partes la oblacin pura, a fin de que todos los hombres, del Oriente al Occidente, libres del pecado, sirviesen espontnea y voluntariamente a Dios, por deber de conciencia.

5. La Iglesia, pues, fiel al mandato recibido de su Fundador, contina el oficio sacerdotal de Jesucristo, sobre todo por medio de la Sagrada Liturgia. Esto lo hace en primer lugar en el Altar, donde es perpetuamente representado y renovado el Sacrificio de la Cruz, con la sola diferencia del modo de ofrecer; despus con los Sacramentos, que son instrumentos especiales, por los cuales los hombres participan en la vida sobrenatural; y, por ltimo, con el cotidiano tributo de alabanzas ofrecidas a Dios Optimo Mximo.

6. Qu gozoso espectculo! -deca Nuestro predecesor Po XI, de feliz memoria- ofrece al cielo y a la tierra la Iglesia orante, cuando continuamente, durante todos los das y todas las noches, se cantan en la tierra los Salmos escritos por inspiracin divina: no quedando hora alguna del da, que no est consagrada con una Liturgia propia; ni edad de la vida humana, que no tenga su puesto en la accin de gracias, en las alabanzas, en las preces, en las aspiraciones de esta plegaria comn del Cuerpo mstico de Cristo, que es la Iglesia (1).

II. Ocasin de la Encclica A) RENOVACIN LITRGICA7. Bien sabis, Venerables Hermanos, que hacia finales del siglo pasado y comienzos del actual se despert un singular entusiasmo por los estudios litrgicos, bien por el esfuerzo de algunos particulares, bien, sobre todo, por la celosa y asidua diligencia de varios monasterios de la nclita Orden benedictina; y as, no slo en muchas regiones de Europa, sino tambin al otro lado del mar, se desarroll un apostolado til, digno de toda alabanza. Las saludables consecuencias de este intenso apostolado fueron visibles tanto en el terreno de las ciencias sagradas, donde los ritos litrgicos de la Iglesia occidental y oriental fueron ms amplia y profundamente estudiados y conocidos, como en la vida espiritual y privada de muchos cristianos.

8. Las augustas ceremonias del Sacrificio del Altar fueron mejor conocidas, comprendidas y estimadas; la participacin en los Sacramentos, mayor y ms frecuente; las plegarias litrgicas, ms suavemente gustadas; y el culto de la Sagrada Eucarista considerado -como es en realidad- fuente y centro de la verdadera piedad cristiana. Tambin ha llegado a entenderse ms y ms cmo todos los fieles constituyen un nico y compacto cuerpo, cuya Cabeza es Cristo, as como el deber del pueblo cristiano de participar debidamente en los ritos litrgicos.

B) ACTITUD DE LA SANTA SEDE FRENTE A LOS PROBLEMAS LITRGICOS 9. Sin duda conocis muy bien cmo esta Sede Apostlica ha cuidado en todo tiempo diligentemente de que el pueblo a ella confiado se educase en un sentido litrgico verdadero y prctico; y que con no menos celo ha procurado que los sagrados ritos resplandezcan tambin al exterior con la debida dignidad. Nos mismo, por esta razn, al dirigirnos, segn costumbre, a los predicadores cuaresmales de esta Nuestra ciudad en el afeo 1943, les habamos exhortado calurosamente a recomendar a sus oyentes que participasen -con creciente fervor en el Sacrificio eucarstico; y as recientemente hemos hecho traducir de nuevo al latn, del texto original, el libro de los Salmos, que tanta parte ocupa en las preces litrgicas de la Iglesia Catlica, a fin de que estas preces fueren ms exactamente comprendidas, y su verdad y suavidad ms fcilmente percibidas.

10. No obstante, aunque el apostolado litrgico Nos proporciona no poco consuelo por los saludables frutos que de l se derivan, Nuestro deber Nos obliga a seguir con atencin esta renovacin, a la manera en que algunos la conciben y de cuidar diligentemente que las iniciativas no sean ni excesivas ni defectuosas.

11. Ahora bien, si por una parte comprobamos con dolor que en algunas regiones el sentido, el conocimiento y el estudio de la Liturgia son escasos o casi nulos, por otra notamos, con temerosa preocupacin, que algunos estn demasiado vidos de novedad y se alejan del camino de la sana doctrina y de la prudencia, mezclando a la intencin y al deseo de una renovacin litrgica, algunos principios que, en teora o en prctica, comprometen esta santsima causa y a veces tambin la contaminan con errores que afectan a la Fe catlica y a la doctrina asctica.

12. La pureza de la Fe y de la Moral debe ser la norma caracterstica de esta sagrada disciplina, que debe conformarse absolutamente a las sapientsimas enseanzas de la Iglesia. Es, por tanto, Nuestro deber alabar y aprobar todo aquello que est bien hecho y contener o reprobar todo lo que se desva del camino justo y verdadero.

13. No crean, sin embargo, los pusilnimes que tienen nuestra aprobacin porque reprendamos a los que yerran y pongamos freno a los audaces; ni los imprudentes se crean alabados cuando corregimos a los negligentes y perezosos.

C) LA ENCCLICA14. Aunque en esta Nuestra Carta Encclica tratemos sobre todo de la Liturgia latina, esto no es debido a menor estimacin de las venerandas Liturgias de la Iglesia Oriental, cuyos ritos, transmitidos por nobles y antiguos documentos, Nos son igualmente queridsimos; sino que depende ms que nada de las condiciones de la Iglesia occidental, que son tales que requieren la intervencin de Nuestra autoridad.

15. Escuchen, pues, todos los cristianos con docilidad la voz del Padre comn, que desea ardientemente que todos, unidos ntimamente a El, se acerquen al Altar de Dios, profesando la misma Fe, obedeciendo a la misma Ley, participando en el mismo Sacrificio, con un solo entendimiento y una sola voluntad.

16. Lo requiere el honor debido a Dios, lo exigen las necesidades de los tiempos actuales. Ahora que una cruel y larga guerra acaba de dividir a los pueblos con sus rivalidades y estragos, los hombres de buena de la mejor manera posible en llevarlos de nuevo a la concordia.

17. Creemos, sin embargo, que ningn proyecto ni ninguna iniciativa ser en este caso ms eficaz que un fervoroso espritu y celo religioso, de los que es necesario estn animados los cristianos y se guen por ellos, de forma que aceptando con nimo sincero las mismas verdades y obedeciendo dcilmente a los legtimos pastores en el ejercicio del culto debido a Dios, constituyan una fraternal comunidad, ya que aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo todos los que participamos de un mismo pan(I Cor. 10, 7).

PRIMERA PARTENATURALEZA, ORIGEN Y PROGRESO DE LA LITURGIAI. La Liturgia, culto pblicoA) DEBER DE RELIGIN EN LOS HOMBRES18. El deber fundamental del hombre es, indudablemente, el de orientarse hacia Dios a s mismo y a su propia vida. A El, en efecto, debemos principalmente unirnos como indefectible principio al que debe orientarse constantemente nuestra eleccin como a ltimo fin, que por negligencia perdemos pecando y que debemos reconquistar por la fe y creyendo en El (2).

19. Ahora bien, el hombre se vuelve ordenadamente a Dios cuando reconoce su suprema majestad y su supremo magisterio, cuando acepta con sumisin las verdades divinamente reveladas, cuando observa religiosamente sus leyes, cuando hace converger en El todas sus actividades, cuando -para decirlo brevemente- presta mediante la virtud de la religin el debido culto al nico y verdadero Dios.

20. Este es un deber que obliga ante todo a cada uno de los hombres en singular, pero es tambin un deber colectivo de toda la comunidad humana, unida entre s con vnculos sociales, porque tambin ella depende de la suprema autoridad de Dios.

B) RECONOCIMIENTO DE ESTE DEBER EN TODOS LOS TIEMPOS1. Razn de esta universalidad.21. Hemos de advertir que los hombres se encuentran ligados por este deber, por haberlos Dios elevado a un orden sobrenatural.

2. En el Antiguo Testamento. 22. As, si consideramos a Dios como autor de la Antigua Ley, le vemos proclamar tambin preceptos rituales y determinar exactamente las normas que el pueblo debe observar al rendirle el legtimo culto. Estableci, pues, varios sacrificios y design varias ceremonias, con arreglo a las cuales deban realizarse, y determin claramente lo que se refera al Arca de la Alianza, al Templo y a los das festivos; design la tribu sacerdotal y al Sumo Sacerdote, indic y describi las ropas a usar por los ministros sagrados y cuantas cosas ms tenan relacin con el culto divino.

23. Ahora bien, este culto no era otra cosa que la sombra del que el Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento haba de rendir al Padre celestial.

3 En el Nuevo Testamento. a) Jess.

24. Y en verdad, apenas el Verbo se hizo carne (Juan, 1, 14), se manifiesta al mundo en su oficio sacerdotal, haciendo un acto de sumisin al Padre eterno, acto de sumisin que haba de durar toda su vida (entrando en este mundo, dice...Heme aqu que vengo... para hacer, oh Dios!, tu voluntad...) (Hebr. 10,5-7) y que haba de ser consumado en el sacrificio cruento de la cruz: En virtud de esta voluntad somos nosotros santificados por la oblacin del Cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez (Heb. 10, 10).

25. Toda su actividad entre los hombres no tiene otro fin. De nio, es presentado en el Templo al Seor; de adolescente, vuelve a l; ms tarde, acude all a menudo para instruir al pueblo y para orar. Antes de iniciar el ministerio pblico, ayuna durante cuarenta das, y con su consejo y su ejemplo exhorta a todos que oren, lo mismo de da que de noche. Como maestro de verdad ilumina a todas los hombres (Juan, 1, 9) para que los mortales reconozcan debidamente al Dios inmortal y no se oculten para perdicin, Sino que perseveren fieles para ganar el alma (Hebr. 10. 39). Cmo pastor, pues, gobierna, a su grey, la conduce a los pastos de la vida y le da una Ley que observar para que ninguno se separe de El y del camino recto que El ha sealado; sino que todos vivan santamente bajo su influjo y su accin. En la ltima Cena, con rito y aparato solemnes, celebra la nueva Pascua y establece su continuacin, mediante la institucin divina de la Eucarista; al da siguiente, levantado entre el cielo y la tierra, ofrece el Sacrificio de su vida; y de su pecho traspasado hace en cierto modo brotar los Sacramentos que repartan a las almas los tesoros de la Redencin. Al hacer esto, tiene como nico fin la gloria del Padre y la santificacin cada vez mayor, del hombre.

b) Continuacin en la Iglesia1. Cristo e Iglesia26. Entrando despus en la sede de la santidad celestial, quiere que l culto por El instituido y practicado durante su vida terrenal contine ininterrumpidamente, ya que El no ha dejado hurfano al gnero human, sino qu; igual que lo asiste con su continuo y valioso patrocinio, hacindose nuestro abogado en el cielo cerca del Padre, as lo ayuda, mediante su Iglesia, en la cual est indefectiblemente presente en el curso de los siglos. Iglesia que EL ha constituido columna de la verdad y dispensadora de la gracia y que, con el sacrificio de la Cruz, fund, consagr y confirm para toda la eternidad.

27. La Iglesia, pues, tiene en comn con el Verbo encarnado, el fin; la tarea y la funcin de ensear a todos la verdad, regir y gobernar a los hombres, ofrecer Dios sacrificios aceptables y gratos, y as restablecer entr el Creador y las criaturas aqulla unin y armona que el Apstol de los gentiles indica claramente con estas palabras: Por tanto, ya no sois extranjeros u huspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los Apstoles y de los Profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jess, en quien vosotros tambin sois edificados para morada de Dios en el Espritu (Efes. 2, 19-22)). Por esto la sociedad fundada por el divino Redentor no tiene otro fin, sea con su doctrina y su gobierno, sea con el sacrificio y los sacramentos por El instituidos, sea, por fin, con el ministerio que El le confi, con sus plegarias y su sangre, que el de crecer y dilatarse cada vez ms; lo que sucede cuando Cristo es edificado y dilatado en las almas de los mortales y cuando inversamente las almas de los mortales son edificadas y dilatadas en Cristo, de manera que en este destierro terrenal prospere el templo en que la divina majestad recibe el culto grato y legtimo.

28. En toda accin litrgica, por tanto, juntamente con la Iglesia, est presente su Divino Fundador. Cristo est presente en el Augusto Sacramento del Altar, bien en la persona de su ministro, bien, principalmente, bajo las especies eucarsticas; est presente en los Sacramentos con la virtud que en ellos transfunde para que sean instrumentos eficaces de santidad; est presente, por fin, en las alabanzas y en las splicas dirigidas a Dios, cama est escrito: Donde estn dos o tres congregados en mi nombre, all estoy yo en medio de ellos (Mat. 18, 20).

29. La Sagrada Liturgia es, por tanto, el culto pblico que nuestro Redentor rinde al Padre como Cabeza de la Iglesia, y es el culto que la sociedad de los fieles rinde a su Cabeza, y, por medio de ella, al Padre eterno; es, para decirlo en pocas palabras, el culto integral del Cuerpo mstico de Jesucristo; esto es, de la Cabeza y de sus miembros.

2. Prctica de esta doctrina30. La accin litrgica se inicia con la misma fundacin de la Iglesia. Los primeros cristianos, en efecto, perseveran en or la enseanza de los Apstoles, y en la unin en la fraccin del pan y en la oracin (Act. 2, 42). En todas partes donde los pastores pueden reunir un grupo de fieles, erigen un altar, sobre el que ofrecen el sacrificio, y en torno de ste son establecidos otros ritos adecuados a la salvacin de los hombres y a la glorificacin de Dios. Entre estos ritos, estn en primer lugar los Sacramentos, es decir, las siete fuentes principales de salvacin; despus las celebraciones de las alabanzas divinas, con las que los fieles, tambin reunidos, obedecen a 1a exhortacin del Apstol: Ensendoos y exhortndoos unos a otros con toda sabidura, con salmos, himnos y cnticos espirituales, cantando y dando gracias a Dios en vuestros corazones (Colos. 3, 16); despus la lectura de la -Ley, de los profetas; del Evangelio y dde las Epstolas apostlicas, y por fin, la homila, con la cual el presidente de la asamblea recuerda y comenta tilmente los preceptos del Divino Maestro y los acontecimientos principales de su vida. y amonesta a todos los presentes con oportunas exhortaciones y ejemplos.

31. El culto se organiza y se desarrolla segn las circunstancias y las necesidades de los cristianos, se enriquece con nuevos ritos, ceremonias y frmulas, siempre con la misma intencin, esto es, a fin de que nos sintamos estimulados por estos signos..., nos sea conocido el progres realizado y nos sintamos solicitados a aumentarlo con mayor vigor, ya que el efecto es tanto ms digno cunto ms ardiente es l afect que lo precede (3).

32. As el alma se eleva ms y mejor hacia Dios; as el -Sacerdocio de Jesucristo se mantiene activo en la sucesin de los tiempos, no siendo otra cosa la Liturgia qu el ejercicio de este Sacerdocio. Lo mismo que su Cabeza divina; tambin la Iglesia asiste continuamente a sus hijos, los ayuda, los exhorta a la santidad, para qu adornados con est dignidad sobrenatural, puedan un da retornar al Padre, que est en los cielos. Devuelve la vida- celestial a los nacidos a la vida terrenal, los llena del Espritu Santo para la lucha contra el enemigo implacable; congrega a los cristianos alrededor de los altares y con insistentes invitaciones los exhorta a celebrar y tomar parte en el Sacrificio Eucarstico, y los alimenta con el pan de los ngeles para que estn cada vez ms fuertes; purifica y consuela aquellos a quienes el pecado hiri y manch; consagra con legtimo rito a aquellos que por vocacin se sienten llamados al ministerio sacerdotal; revigoriza con gracias y dones divinos el casto connubio de aquellos que estn destinados a fundar y constituir la familia cristiana; despus de haberlos, confortado y restaurado con el vitico eucarstico y la santa, Uncin, en sus ltimas horas de vida terrena, acompaa al sepulcro con suma piedad los despojos de sus hijos, los compone religiosamente y los protege al amparo de la cruz, para que, puedan resucitar un da triunfantes sobre la muerte; bendice con particular solemnidad a cuantos dedican su vida al servicio divino, en el logro de la perfeccin religiosa, y extiende su mano auxiliadora a las almas que en las llamas de la purificacin imploran oraciones y sacrificios para conducirlas finalmente a la eterna beatitud.

La Liturgia, culto interno y externoA) EXTERNO33. Todo el culto que la Iglesia rinde a Dios debe ser interno y externo. Es externo, porque as lo reclama la naturaleza del hombre, compuesto de alma y cuerpo; porque Dios ha dispuesto que conocindolo por medio de las cosas visibles, seamos atrados al amor de las cosas invisibles (4). Adems, todo lo que sale del alma es expresado naturalmente con los sentidos; y el culto divino pertenece no solamente al individuo, sino tambin a la colectividad humana, y por lo tanto, es necesario que sea social, lo que es imposible, incluso en el terreno religioso, sin vnculos y manifestaciones externas. Por ltimo, es un medio que pone de relieve la unidad del Cuerpo mstico, acrecienta sus santos entusiasmos, aumenta sus fuerzas e intensifica su accin, si bien, en efecto, las ceremonias en s mismas no contengan ninguna perfeccin o santidad, no obstante son actos externos de religin que, como signos, estimulan el alma a la veneracin de las Cosas sagradas, elevan la mente a la realidad sobrenatural, nutren la piedad, fomentan la caridad, aumentan la fe, robustecen la devocin, instruyen aun a los ms sencillos, adornan el culto de Dios, conservan la religin y distinguen a los verdaderos de los falsos cristianos y de los heterodoxos (5).

B) INTERNO1) Es elemento esencial.34. Pero el elemento esencial del culto debe ser el interno: es necesario, en efecto, vivir siempre en Cristo, dedicarse por entero a El, a fin de que en El y por El se d gloria al Padre.

2) As lo exigen la Liturgia, Cristo y la Iglesia.35. La Sagrada Liturgia exige que estos dos elementos estn ntimamente unidos, lo que no se cansa d repetir cada vez que prescribe un acto externo del culto. As, por ejemplo, a propsito del ayuno nos exhorta: A fin de que lo que nuestra observancia profesa exteriormente se obre de hecho en nuestro interior (6). De otra forma la religin se convierte en un ritualismo sin fundamento y sin sentido.

36. Vosotros sabis, Venerables Hermanos, que el divino Maestro considera indignos del templo sagrado y expulsa de l a aquellos que creen honrar a Dios slo con el sonido de frases bien construidas y con posturas teatrales, y estn convencidos de poder proveer a su eterna salvacin sin desarraigar de su alma sus inveterados vicios.

37. La Iglesia, por tanto, quiere que todos los fieles se postren a los pies del Redentor para profesarle su amor y su veneracin; quiere que las multitudes, como los nios que salieron con gozosas aclamaciones al encuentro de Cristo cuando entraba en Jerusaln, saluden y acompaen, al Rey de reyes y al Sumo Autor de todas las cosas buenas con el canto de gloria y la accin de gracias; quiere que en sus labios haya plegarias, bien sean de splica, bien de alegra y gratitud, con las cuales, lo mismo que los Apstoles junto al lago de Tiberades, puedan experimentar la ayuda de su misericordia y de su potencia, o como Pedro en el monte Tabor, se abandonen a Dios en los msticos transportes de la contemplacin.

3) Falsedad y Verdad38. No tienen por esto una exacta nocin de la Sagrada Liturgia aquellos que la consideran como una parte exclusivamente externa y sensible del culto divino como un ceremonial decorativo; ni yerran menos aquellos que la consideran como una mera suma de leyes y de preceptos, con los cuales la Jerarqua eclesistica ordena al cumplimiento de los ritos.

39. Por tanto, deben todos tener bien sabido que no se puede honrar dignamente a Dios si el alma no se dirige al logro de la perfeccin de la vida, y que el culto rendido a Dios por la Iglesia, en unin con su Cabeza divina, tiene la mxima eficacia de santificacin.

40. Esta eficiencia, si se trata del sacrificio eucarstico y de los sacramentos, proviene ante todo del valor de la accin en s misma (ex opere, operato); si despus se considera tambin la actividad propia de la Esposa inmaculada de Jesucristo, con la que sta adorna de plegarias y ceremonias sagradas el sacrificio eucarstico o los sacramentos; o si se :trata de los sacramentales, y otros ritos, instituidos por la jerarqua eclesistica, entonces la eficacia se deriva, ante todo, de la accin de la iglesia (ex opere operantis Ecclesiae), en cuanto que sta es santa, y obra siempre en ntima unin con su Cabeza.

1. Nueva teora de la piedad "objetiva" 41. A este propsito, Venerables Hermanos, deseamos que dediquis vuestra atencin a las nuevas teoras sobre la piedad objetiva, las cuales, al esforzarse en poner de manifiesto el misterio del Cuerpo mstico, la realidad efectiva de la gracia santificante y la accin divina de los sacramentos y del sacrificio eucarstico, tratan de posponer o hacer desaparecer la piedad subjetiva o personal.

42. En las celebraciones litrgicas, y en particular en el augusto sacrificio del altar, se contina sin duda la obra de nuestra redencin y se aplican sus frutos. Cristo obra nuestra salvacin cada da en los sacramentos y en su sacrificio, y por medio de ellos continuamente purifica y consagra a Dios el gnero humano. Por tanto, esos sacramentos y ese sacrificio tienen una virtud objetiva, con la cual hacen partcipes a nuestras almas de la vida divina de Jesucristo. Tienen, pues, no por nuestra virtud, sino por virtud divina, la eficacia de unir la piedad de los miembros con la piedad de la Cabeza, y de hacerla en cierto modo accin de toda la comunidad.

43. De estos profundos argumentos concluyen algunos, que toda la piedad cristiana debe consistir en el misterio del Cuerpo Mstico de Cristo, sin ninguna consideracin del elemento personal o subjetivo; y por esto creen que se deben abandonar todas las prcticas religiosas que no sean estrictamente litrgicas y se realicen fuera del culto pblico.

Todos, sin embargo, podrn darse cuenta de que estas conclusiones acerca de las dos especies de piedad, aunque los principios arriba expuestos sean ptimos, son completamente falsas, insidiosas y daossimas.

5) Doctrina verdadera.44. Es cierto que los sacramentos y el sacrificio del altar tienen una virtud intrnseca en cuanto son acciones del 'mismo Cristo, que comunica y difunde la gracia de la Cabeza divina en los miembros del Cuerpo mstico; pero para tener la debida eficacia exigen una buena disposicin de nuestra alma. Por esto advierte San Pablo, a propsito de la Eucarista: Examnese cada uno a s mismo y despus coma de este pan y beba de este cliz. Por esto la Iglesia define breve y claramente todos los ejercicios con que nuestra alma se purifica, especialmente durante la Cuaresma, como el entrenamiento de la milicia cristiana (7). Son, pues, acciones de los miembros que con la ayuda de la gracia quieren adherirse a su Cabeza, a fin de que repitiendo las palabras de San Agustn se nos manifieste en nuestra Cabeza la fuente misma de la gracia (8). Pero hay que advertir que estos miembros estn vivos, dotados de razn; y de voluntad propia, y por esto es necesario que acercando los, labios a la fuente, tomen y asimilen el alimento vital y eliminen todo lo que pueda impedir su eficacia. Hay pues, que afirmar, que la obra de la Redencin, independiente en s de nuestra voluntad requiere el ltimo esfuerzo de nuestra alma para que podamos conseguir la eterna salvacin.

45. Si la piedad privada e interna de los individuos descuidase el augusto sacrificio del altar, y se sustrajese al influjo salvador que emana de la Cabeza a los miembros, esto sera, sin duda, reprochable y estril; pero cundo todos los consejos y actos de piedad que no son estrictamente litrgicos fijan la mirada del alma en los actos humanos, nicamente para dirigirlos a nuestro Padre, que est en los cielos; para estimular, saludablemente a los hombres la penitencia y al temor de Dios y para; una vez arrancados de los atractivos del mundo y, de los vicios, conducirlas felizmente por el arduo camino a la cima de la santidad, entonces son no solamente loables, sino necesarios, porque descubren los peligros de la vida espiritual, nos mueven a la adquisicin de la virtud y aumentan el fervor con que todos debemos, dedicarnos al servicio de Jesucristo.

6) Necesidad de meditacin y prcticas espirituales.46. La genuina y verdadera piedad, aquella que el Doctor Anglico llamo, devocin y que es el acto principal de la virtud de la religin, por la que los hombres se orientan debidamente, se dirigen conveniente a Dios y se dedican al culto divino, tiene necesidad de la meditacin de las verdades sobrenaturales y de las prcticas espirituales, para alimentarse, estimularse y vigorizarse, y para animarnos a la perfeccin. Porque la religin Cristiana, debidamente practicada, requiere ante todo que la voluntad se consagre a Dios e influya sobre las dems facultades del alma. Pero todo acto de voluntad. supone el ejercicio de la inteligencia y antes de que se conciba el deseo y el propsito de darse a Dios por medio del sacrificio, es absolutamente necesario el conocimiento de los argumentos, y de los motivos que imponen la religin, como por ejemplo, el fin ltimo del hombre y la grandeza de la divina Majestad, el deber de sujecin al Creador, los tesoros inagotables del. Amor con que El nos quiere enriquecer, la necesidad de la gracia para llegar a la meta sealada y el camino particular que la divina Providencia nos ha preparado, ya qu todos, como miembros de un cuerpo, hemos sido unidos con Jesucristo nuestra Cabeza. Y pues que no siempre los motivos del amor hacen mella en el alma agitada por las pasiones, es muy oportuno que nos impresione tambin la saludable consideracin de la divina Justicia, para reducirnos a la humildad cristiana, a la penitencia y a la enmienda de las costumbres.

47. Todas estas consideraciones no deben ser una vaca y abstracta reminiscencia, sino que deben tender, efectivamente, a someter nuestros sentidos y facultades a la razn iluminada por la fe; a purificar nuestra alma, unindola cada da ms ntimamente a Cristo, conformndola cada vez ms a El, y sacando de El la inspiracin y la fuerza divina de que tiene necesidad; a convertirse en estmulos cada vez ms eficaces, que exciten a los hombres al bien, a la fidelidad al propio deber, a la prctica de la religin y al ferviente ejercicio de la virtud: Vosotros sois de Cristo, y Cristo de Dios. Sea, pues, todo orgnico y, por decirlo as, teocntrico, si verdaderamente queremos que todo se encamine a la gloria de Dios por la vida y la virtud que nos viene de nuestra Cabeza divina: Teniendo, pues, hermanos, en virtud de la Sangre de Cristo, firme confianza de entrar en el Santuario, que El nos abri, como camino nuevo y vivo a travs del velo, esto es, de su Sangre; y teniendo un gran Sacerdote sobre la casa de Dios, acerqumonos con sincero corazn, con la fe perfecta, purificados los corazones de toda conciencia mala y lavado el cuerpo con el agua pura. Retengamos firme la confesin de la esperanza... Miremos los unos por los otros para excitarnos a la caridad y a las buenas obras (Hebr. 10, 19-24).

48. De aqu se deriva el armonioso equilibrio de los miembros del Cuerpo mstico de Jesucristo. Con la enseanza de la fe catlica, con la exhortacin a la observancia de los preceptos cristianos, la Iglesia prepara el camino a su accin propiamente sacerdotal y santificadora; nos dispone a una ms ntima contemplacin de la vida del Divino Redentor, y nos conduce a un conocimiento ms profundo de los misterios de la fe, para que de ellos obtengamos el alimento sobrenatural, con el que, fortalecidos, podamos adelantar seguros hacia la perfeccin de la vida por Cristo. No slo por obra de sus ministros, sino tambin por la de todos los fieles, de tal modo impregnados del espritu de Jesucristo, la Iglesia se esfuerza en empapar de este mismo espritu la vida y la actividad privada, conyugal, social y, por ltimo, econmica y poltica de los hombres, para que todos aquellos que se llaman hijos de Dios puedan ms fcilmente conseguir su fin.

49. De esta manera, la accin privada y el esfuerzo asctico dirigido a la purificacin del alma estimulan las energas de los fieles y les disponen a participar ms aptamente en el Sacrificio augusto del Altar, a recibir los Sacramentos con ms fruto, y a celebrar los ritos sagrados de modo que salgan de ellos ms animados y formados en la oracin y la abnegacin cristiana; a cooperar activamente a las inspiraciones y a las llamadas de la gracia y a imitar cada da ms las virtudes del Redentor, no slo por su propio beneficio, sino tambin para el de todo el Cuerpo de la Iglesia, en el cual todo el bien que se realiza proviene de la virtud de la Cabeza y redunda en beneficio de los miembros.

C) NO HAY REPUGNANCIA50. Por esto en la vida espiritual no puede haber ninguna oposicin o repugnancia entre la accin divina, que infunde la gracia en las almas, para continuar nuestra Redencin, y la colaboracin activa del hombre, que no debe hacer infructuoso el don de Dios; entre la eficacia del rito externo de los Sacramentos, que proviene del valor intrnseco de los mismos (ex opere operato ) y el mrito del que los administra o recibe (ex opere operantis); entre las oraciones privadas y las plegarias pblicas; entre la tica y la contemplacin de las verdades sobrenaturales; entre la vida asctica y la piedad litrgica; entre el poder de jurisdiccin y de legtimo magisterio y la potestad eminentemente sacerdotal que se ejercita en el mismo ministerio sagrado.

51. Por graves motivos la Iglesia prescribe a los ministros de los altares y a los religiosos que en los tiempos sealados atiendan a piadosa meditacin, al diligente examen y enmienda de la conciencia y a los dems ejercicios espirituales, puesto que estn destinados de manera particular a cumplir las funciones litrgicas del sacrificio y de la alabanza divina.

52. Sin duda, la plegaria litrgica, siendo como es oracin pblica de la Esposa Santa de Jesucristo, tiene mayor dignidad que las oraciones privadas; pero esta superioridad no quiere decir que entre los dos gneros de oracin haya ningn contraste u oposicin. Pues estando animadas de un mismo espritu, las dos se funden y armonizan, segn aquello: porque Cristo lo es todo en todos (Colos. 3, 11) y tienden al mismo fin: a formar a Cristo en nosotros.

III. La Liturgia es regulada por la JerarquaA) La doctrina53. Para comprender mejor la Sagrada Liturgia es necesario considerar otro de sus caracteres, no de menor importancia.

La Iglesia es una sociedad y exige por esto una autoridad y jerarqua propias. Si bien todos los miembros del Cuerpo mstico participan de los mismos bienes y tienden a los mismos fines, no todos gozan del mismo poder ni estn capacitados para realizar las mismas acciones.

B) LOS ARGUMENTOS1) PRIMER ARGUMENTO: El Sacramento del Orden.54. En efecto, el Divino Redentor ha establecido su Reino sobre los fundamentos del Orden sagrado, que es un reflejo de la Jerarqua celestial.

Slo a los Apstoles y a aquellos que, despus de ellos, han recibido de sus sucesores la imposicin de las manos, les est conferida la potestad sacerdotal, en virtud de la cual, al mismo tiempo que representan a Cristo ante el pueblo que les ha sido confiado, representan tambin al pueblo ante Dios.

55. Este Sacerdocio no es transmitido ni por herencia ni por descendencia carnal, ni resulta por emanacin de la comunidad cristiana o por diputacin popular. Antes de representar al pueblo cerca de Dios, el Sacerdote representa al Divino Redentor, y como Jesucristo es la Cabeza de aquel cuerpo del que los cristianos son miembros, representa tambin a Dios cerca de su pueblo. La potestad que le ha sido conferida no tiene, por tanto, nada de humano en su naturaleza; es sobrenatural y viene de Dios: Como me envi mi Padre, as os envo Yo... (Juan, 20, 21). El que a vosotros oye, a M me oye... (Luc. 10, 16). Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, se salvar (Marc. 16, 15-16).

56. Por esto el Sacerdocio externo y visible de Jesucristo se transmite a la Iglesia no de modo genrico, universal e indeterminado, sino que es conferido a individuos elegidos con la generacin espiritual del Orden, uno de los siete Sacramentos, que no slo confiere una gracia particular, propia de este estado y de este oficio, sino tambin un carcter indeleble que configura a los sagrados ministros a Jesucristo Sacerdote, demostrando que son aptos para realizar aquellos legtimos actos de religin, con los que los hombres se santifican y Dios es glorificado segn las exigencias de la economa sobrenatural.

57. En efecto, as como el Bautismo distingue a los cristianos y los separa de aquellos que no han sido lavados en el agua purificadora y no son miembros de Cristo, as el Sacramento del Orden distingue a los Sacerdotes de todos los dems cristianos no consagrados, porque slo ellos, por vocacin sobrenatural, han sido introducidos al augusto ministerio que los destina a los sagrados altares, y los constituye en instrumentos divinos, por medio de los cuales se participa en la vida sobrenatural con el Cuerpo mstico de Jesucristo. Adems, como ya hemos dicho, slo ellos estn investidos del carcter indeleble que los configura al Sacerdocio de Cristo, y slo sus manos son consagradas para que sea bendito todo lo que bendigan, y todo lo que consagren sea consagrado y santificado en el nombre de nuestro Seor Jesucristo (1).

58. A los Sacerdotes, pues, deben recurrir todos los que quieran vivir en Cristo, para que de ellos reciban el consuelo y el alimento de la vida espiritual, la medicina saludable que los curar y los revigorizar para que puedan felizmente resurgir de la perdicin y de la ruina de los vicios; de ellos finalmente recibirn la bendicin que consagra a la familia, y por ellos el ltimo suspiro de la vida mortal ser dirigido al ingreso en la eterna beatitud.

59. Por tanto, puesto que la Sagrada Liturgia es ejercida sobre todo por los Sacerdotes en nombre de la Iglesia, su organizacin, su regulacin y su forma no pueden depender ms que de la autoridad de la Iglesia.

2) SEGUNDO ARGUMENTO: La Historia.60. Esto es no slo una consecuencia de la naturaleza misma del culto cristiano, sino que est tambin confirmado por el testimonio de la Historia.

3) TERCER ARGUMENTO: El Dogma.a) Estrechas relaciones.61. Este indiscutible derecho de la Jerarqua Eclesistica es demostrado tambin por el hecho de que la Sagrada Liturgia tiene estrechas relaciones con aquellos principios doctrinales que la Iglesia propone como formando parte de verdades certsimas, y por consiguiente debe conformarse a los dictmenes de la Fe catlica, proclamados por la autoridad del Supremo Magisterio para tutelar la integridad de la Religin revelada por Dios.

b) Un error y la verdad. 62. A este propsito, Venerables Hermanos, queremos plantear en sus justos trminos algo que creemos no os ser desconocido: el error de aquellos que han pretendido que la Sagrada Liturgia era slo un experimento del Dogma, en cuanto que si una de sus verdades produca los frutos de piedad y de santidad, a travs de los ritos de la Sagrada Liturgia, la Iglesia debera aprobarla, y en caso contrario, reprobarla. De donde aquel principio: La ley de la Oracin, es la ley de la Fe.

63. No es, sin embargo, esto lo que ensea y lo que manda la Iglesia. El culto que sta rinde a Dios es, como breve y claramente dice San Agustn, una continua profesin de Fe catlica y un ejercicio de la esperanza y de la caridad: A Dios se le debe honrar con la fe, la esperanza y la caridad (2). En la Sagrada Liturgia hacemos explcita profesin de fe, no slo con la celebracin de los divinos misterios, con la consumacin del Sacrificio y la administracin de los Sacramentos, sino tambin recitando y cantando el Smbolo de la Fe, que es como el distintivo de los cristianos; con la lectura de los otros documentos y de las Sagradas Letras escritas bajo la inspiracin del Espritu Santo. Toda la Liturgia tiene, pues, un contenido de fe catlica, en cuanto atestigua pblicamente la fe de la Iglesia.

64. Por este motivo, siempre que se ha tratado de definir un dogma, los Sumos Pontfices y los Concilios, al documentarse en las llamadas fuentes teolgicas, no pocas veces han extrado tambin argumentos de esta Sagrada Disciplina, como hizo, por ejemplo, Nuestro Predecesor de inmortal memoria Po IX, cuando defini la Inmaculada Concepcin de la Virgen Mara. De la misma forma, la Iglesia y los Santos Padres, cuando se discuta de una verdad controvertida o puesta en duda, no han dejado de recurrir tambin a los ritos venerables transmitidos desde la antigedad. As naci la conocida y veneranda sentencia: Que la ley de la Oracin establezca la ley de la Fe ("Lex orandi, lex credendi") (3).

65. La Liturgia, pues, no determina ni constituye en un sentido absoluto y por virtud propia la fe catlica; pero siendo tambin una profesin de las verdaderas celestiales, profesin sometida al supremo Magisterio de la Iglesia, puede proporcionar argumentos y testimonios de no escaso valor, para aclarar un punto particular de la doctrina cristiana. De aqu que ti queremos distinguir y determinar de manera absoluta y general las relaciones que existen entre la fe y la Liturgia, podemos afirmar con razn: La Ley de la Fe, debe establecer la ley de la Oracin. Lo mismo debe decirse tambin cuando se trata de las otras virtudes teologales: En la fe, en la esperanza y en la caridad oramos siempre en continuo deseo (4).

IV. Progreso y desarrollo de la LiturgiaA) OBJETO66. La Jerarqua eclesistica ha empleado siempre este su derecho en materia litrgica, instruyendo y ordenando el culto divino y enriquecindole con esplendor y decoro siempre renovados para gloria de Dios y bien de los hombres. Tampoco ha dudado, por otra parte, salvo la sustancia del Sacrificio Eucarstico y de los Sacramentos, en cambiar lo que no crea apropiado y aadir lo que mejor pareca contribuir al honor de Jesucristo y de la Santsima Trinidad y a la instruccin y saludable estmulo del pueblo cristiano.

67. La Sagrada Liturgia, en efecto, consta de elementos humanos y de elementos divinos: estos ltimos, habiendo sido instituidos por el Divino Redentor, evidentemente no pueden ser alterados por los hombres; pero aquellos, en cambio, pueden sufrir varias modificaciones, aprobadas por la Sagrada Jerarqua, asistida del Espritu Santo, segn las exigencias de los tiempos, de las circunstancias y de las almas. De aqu nace la, estupenda variedad de los ritos orientales y occidentales, de aqu el desarrollo progresivo de particulares costumbres religiosas y prcticas de piedad, de las que apenas se tena un leve conocimiento en tiempos anteriores; a esto se debe que con cierta frecuencia sean nuevamente empleadas y renovadas piadosas instituciones, borradas por el tiempo. Todo esto testimonia la vida de la Inmaculada Esposa de Jesucristo durante tantos siglos; expresa el lenguaje empleado por ella para manifestar a su Divino Esposo su fe y amor inagotables y los de los pueblos a ella encomendados; demuestra su sabia pedagoga para estimular y acrecentar de da en da en los creyentes el sentido de Cristo.

B) CAUSAS68. No pocas, en verdad, son las causas por las que se despliega y desenvuelve el progreso de la Sagrada Liturgia durante la larga y gloriosa historia de la Iglesia.

As, por ejemplo, una ms cierta y amplia exposicin de la doctrina catlica sobre la Encarnacin del Verbo Divino, sobre el Sacramento y Sacrificio Eucarstico, sobre la Virgen Mara Madre de Dios, ha contribuido a la adopcin de nuevos ritos, por medio de los cuales la luz ms esplndidamente refulgente del magisterio eclesistico se refleja mejor y con ms claridad en las acciones litrgicas para llegar ms fcilmente a la inteligencia y al corazn del pueblo cristiano.

69. El ulterior desarrollo de la disciplina eclesistica en la administracin de los Sacramentos, por ejemplo, del Sacramento de la Penitencia; la institucin y despus la desaparicin del catecumenado, la comunin eucarstica bajo una sola especie en la Iglesia latina, han contribuido no poco a la modificacin de los antiguos ritos y a la adopcin gradual de otros nuevos y ms adecuados para las nuevas disposiciones.

70. A esta evolucin y a estos cambios contribuyeron notablemente las iniciativas y las prcticas piadosas no estrictamente litrgicas, que, nacidas en pocas posteriores por admirable providencia de Dios, tanto se difundieron por el pueblo: como por ejemplo, el culto ms extenso y fervoroso del Redentor, del Sacratsimo Corazn de Jess, de la Virgen Madre de Dios y de su castsimo Esposo.

71. Entre las circunstancias exteriores tuvieron su parte las pblicas peregrinaciones a los sepulcros de los Mrtires, por devocin; las observancias de ayunos especiales instituidos con el mismo fin; las procesiones estacionales de penitencia que se celebraban en esta Ciudad Madre, y en las que no rara vez intervena el Sumo Pontfice.

72. Es tambin fcilmente comprensible la forma en que el progreso de las bellas artes, en especial la arquitectura, la pintura y la msica ha influido sobre la determinacin y la varia conformacin de los elementos exteriores de la Sagrada Liturgia. (Ver: Criterios y normas prcticas para el Arte Sagrado)

73. De este mismo derecho se ha servido la Iglesia para defender la santidad del culto divino contra los abusos temerarios e imprudentes de individuos particulares y de iglesias determinadas. Y as, como esos abusos y costumbres crecan ms y ms en el siglo XVI, y las tentativas de los particulares ponan en situacin estrecha la integridad de la fe y de la piedad, saliendo gananciosos dos herejes y propagndose sus errores y herejas, Nuestro Predecesor, de inmortal memoria, Sixto V, para defender como legtimos los ritos de la Iglesia y apartar de ellos cuantas impurezas se introdujesen, instituy en el ao 1588 una Sagrada Congregacin para la vigilancia de los ritos; a esta Congregacin pertenece ahora tambin como oficio propio ordenar con sumo cuidado todo lo que pertenece a la Sagrada Liturgia.

C) QUIEN DIRIGE ESTE PROGRESO?74. Por esto, slo el Sumo Pontfice tiene derecho de reconocer y establecer cualquier costumbre del culto, de introducir y aprobar nuevos ritos y de cambiar aquellos que estime deben ser cambiados; los Obispos, despus, tienen el derecho y el deber de vigilar diligentemente para que las prescripciones de los Sagrados Cnones relativos al Culto divino sean puntualmente observadas. No es posible dejar al arbitrio de los particulares, aun cuando sean miembros del clero, las cosas santas y venerables que se refieren a la vida religiosa de la comunidad cristiana, al ejercicio del Sacerdocio de Jesucristo y al culto divino, al honor que se debe a la Santsima Trinidad, al Verbo Encarnado, a su augusta Madre y a los otros Santos y a la salvacin de los hombres; por el mismo motivo a nadie le est permitido regular en este terreno acciones externas que tienen un ntimo nexo con la disciplina eclesistica, con el orden, con la unidad y la concordia del Cuerpo Mstico, y no pocas veces, con la misma integridad de la Fe catlica.

D) VERDADERA DOCTRINA1) La Iglesia, organismo vivo.75. Ciertamente, la Iglesia es un organismo vivo, y por esto crece y se desarrolla tambin en aquellas cosas que ataen a la Sagrada Liturgia, adaptndose y conformndose a las circunstancias y a las exigencias que se presentan en el transcurso del tiempo, dejando a salvo, sin embargo, la integridad de su doctrina.

2) Excesos.76. No obstante lo cual hay que reprochar severamente la temeraria osada de aquellos que de propsito introducen nuevas costumbres litrgicas o hacen revivir ritos ya cados en desuso y que no concuerdan con las leyes y rbricas vigentes. No sin gran dolor sabemos que esto sucede en cosas no slo de poca, sino tambin de gravsima importancia; no falta, en efecto, quien usa la lengua vulgar en las celebraciones del Sacrificio Eucarstico, quien transfiere a otras fechas fiestas fijadas ya por estimables razones, quien excluye de los libros legtimos de oraciones pblicas las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, reputndolas poco apropiadas y oportunas para nuestros tiempos.

3) Doctrina sobre alguno de estos excesos.

a) La lengua latina y la lengua vulgar.

77. El empleo de la lengua latina, vigente en una gran parte de la Iglesia, es un claro y noble signo de unidad y un eficaz antdoto contra toda corrupcin de la pura doctrina. Por otra parte, en muchos ritos el empleo de la lengua vulgar puede ser bastante til para el pueblo, pero slo la Sede Apostlica tiene facultades para autorizarlos, y por esto no es lcito hacer nada en este terreno sin su juicio y su aprobacin, porque, ya lo hemos dicho, la ordenacin de la Sagrada Liturgia es de su exclusiva competencia.

b) Ritos y ceremonias antiguas y nuevas.

78. Del mismo modo se deben juzgar los esfuerzos de algunos para resucitar ciertos antiguos ritos y ceremonias. La Liturgia de la poca antigua es, sin duda, digna de veneracin; pero una costumbre antigua no es, por el solo motivo de su antigedad, la mejor, sea en s misma, sea en su relacin con los tiempos posteriores y las nuevas condiciones establecidas. Tambin los ritos litrgicos ms recientes son respetables, porque han nacido bajo el influjo del Espritu Santo, que est con la Iglesia hasta la consumacin del mundo, y son medios de los cuales se sirve la Esposa Santa de Jesucristo para estimular y procurar la santidad de los hombres.

79. Es ciertamente cosa santa y digna de toda alabanza recurrir con la mente y con el alma a las fuentes de la Sagrada Liturgia, porque su estudio, remontndose a los orgenes, ayuda no poco a comprender el significado de las fiestas y a indagar con mayor profundidad y exactitud el sentido de las ceremonias; pero, ciertamente, no es tan santo y loable el reducir todas las cosas a las antiguas.

80. As, para poner un ejemplo, est fuera del recto camino el que quiere devolver al Altar su antigua forma de mesa; el que quiere excluir de los ornamentos el color negro; el que quiere eliminar de los templos las imgenes y estatuas sagradas; el que quiere que las imgenes del Redentor crucificado se presenten de manera que su Cuerpo no manifieste los dolores acerbsimos que padeci; finalmente, el que reprueba e1 canto polifnico, aun cuando est conforme con las normas emanadas de la Santa Sede.

81. Lo mismo que ningn catlico de corazn puede refutar las sentencias de la doctrina cristiana, compuestas y decretadas con gran provecho en pocas recientes por la Iglesia, inspirada y asistida del Espritu Santo, para volver a las frmulas de los antiguos Concilios; ni puede rechazar las leyes vigentes para volver a las prescripciones de las antiguas fuentes del Derecho Cannico; as, cuando se trata de la Sagrada Liturgia, no estara animado de un celo recto e inteligente el que quisiese volver a los antiguos ritos y usos, rechazando las nuevas normas introducidas, por disposicin de la Divina Providencia, debido al cambio de las circunstancias.

82. En efecto, este modo de pensar y de obrar, hace revivir el excesivo e insano arqueologismo suscitado por el Concilio ilegtimo de Pistola, y se esfuerza en resucitar los mltiples errores que fueron las premisas de aquel concilibulo y le siguieron con gran dao de las almas, y que la Iglesia, vigilante custodio del depsito de la Fe, que le ha sido confiado por su divino Fundador, conden con justo derecho. En efecto, deplorables propsitos e iniciativas Venden a paralizar la accin santificadora, con la cual la Sagrada Liturgia dirige saludablemente al Padre a sus hijos de adopcin.

E) RECAPITULACIN83. Hgase, por tanto, todo en la necesaria unin con la Jerarqua eclesistica. Nadie se arrogue el derecho de ser su propia ley y de imponerla a los otros por su voluntad. Slo el Sumo Pontfice, en su calidad de sucesor de Pedro, a quien el Divino Redentor confi su rebao universal y los Obispos, que bajo la dependencia de la Sede Apostlica han sido constituidos por el Espritu Santo... para apacentar la Iglesia de Dios, tiene el derecho y el deber de gobernar al pueblo cristiano. Por esto, Venerables Hermanos, todas aquellas veces que defendis Vuestra autoridad -en ocasiones tambin con saludable severidad-, no slo cumpls Vuestro deber, sino que defendis la voluntad del mismo Fundador de la Iglesia.

PARTE SEGUNDAEL CULTO EUCARSTICO.I. Naturaleza del Sacrificio EucarsticoA) MOTIVO DE TRATAR ESTE TEMA84. El Misterio de la Santsima Eucarista, instituida por el Sumo Sacerdote, Jesucristo, y renovada constantemente por sus ministros, por obra de su voluntad, es como el compendio y el centro de la religin cristiana. Tratndose de lo ms alto de la Sagrada Liturgia, creemos oportuno, Venerables Hermanos, detenernos un poco y atraer Vuestra atencin a este gravsimo argumento.

B) EL SACRIFICIO EUCARSTICO1. Institucin.

85. Cristo, Nuestro Seor, Sacerdote eterno segn el orden de Melchisedec (Sal. 109, 4)) que habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo (Juan, 13, 1), en la ltima cena, en la noche en que era traicionado, para dejar a la Iglesia, su Esposa amada, un sacrificio visible -como lo exige la naturaleza de los hombres-, que representase el sacrificio cruento que haba de llevarse a efecto en la Cruz, y para que su recuerdo permaneciese hasta el fin de los siglos y fuese aplicada su virtud salvadora a la remisin de nuestros pecados cotidianos... ofreci a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre, bajo las especies del pan y del vino, y las dio a los Apstoles, entonces constituidos en Sacerdotes del Nuevo Testamento, a fin de que bajo estas mismas especies lo recibiesen, mientras les mandaba a ellos y a sus sucesores en el Sacerdocio, el ofrecerlo (5).

2. Naturaleza.

a) No es simple conmemoracin.

86. El Augusto Sacrificio del Altar no es; pues, una pura y simple conmemoracin de la Pasin y Muerte de Jesucristo, sino que es un Sacrificio propio y verdadero, en el cual, inmolndose incruentamente el Sumo Sacerdote, hace lo que hizo una vez en la Cruz, ofrecindose todo El al Padre, Vctima gratsima. Una... y la misma, es la Vctima; lo mismo que ahora se ofrece por ministerio de los Sacerdotes, se ofreci entonces en la Cruz; slo es distinto el modo de hacer el ofrecimiento (6).

b) Comparacin con el de la Cruz.

1) Idntico Sacerdote.

87. Idntico, pues, es el Sacerdote, Jesucristo, cuya Sagrada Persona est representada por su ministro. Este, en virtud de la consagracin sacerdotal recibida, se asimila al Sumo Sacerdote y tiene el poder de obrar en virtud y en la persona del mismo Cristo; por esto, con su accin sacerdotal, en cierto modo; presta a Cristo su lengua; le ofrece su mano (7).

2) Idntica Vctima.

88. Igualmente idntica es la Vctima; esto es, el Divino Redentor; segn su humana Naturaleza y en la realidad de su Cuerpo y de su Sangre.

3) Distinto modo.

89. Diferente, en cambio, es el modo en que Cristo es ofrecido. En efecto, en la Cruz, El se ofreci a Dios todo entero, y le ofreci sus sufrimientos y la inmolacin de la Vctima fue llevada a cabo por medio de una muerte cruenta voluntariamente sufrida; sobre el Altar, en cambio, a causa del estado glorioso de su humana Naturaleza, la muerte no tiene ya dominio sobre El (Rom. 6, 9) y, por tanto, no es posible la efusin de la sangre; pero la divina Sabidura han encontrado el medio admirable de hacer manifiesto el Sacrificio de Nuestro Redentor con signos exteriores, que son smbolos de muerte. Ya que por medio de la Transubstanciacin del pan en el Cuerpo y del vino en la Sangre de Cristo, como se tiene realmente presente su Cuerpo, as se tiene su Sangre; as, pues, las especies eucarsticas, bajo las cuales est presente, simbolizan la cruenta separacin del Cuerpo y de la Sangre. De este modo, la conmemoracin de su muerte, que realmente sucedi en el Calvario, se repite en cada uno de los sacrificios del altar, ya que por medio de seales diversas se significa y se muestra Jesucristo en estado de vctima.

4) Idnticos fines.

a') Primer fin: Glorificacin de Dios.

0. Idnticos, finalmente, son los fines, de los que el primero es la glorificacin de Dios. Desde su Nacimiento hasta su Muerte, Jesucristo estuvo encendido por el celo de la Gloria divina y, desde la Cruz, el ofrecimiento de su Sangre, lleg al cielo en olor de suavidad. Y para que el himno no tenga que acabar jams en el Sacrificio Eucarstico, los miembros se unen a su Cabeza divina, y con El, con los ngeles y los Arcngeles, cantan a Dios perennes alabanzas (8), dando al Padre Omnipotente todo honor y gloria.

b') Segundo fin: Accin de gracias a DIOS.

91. El segundo fin es la Accin de gracias a Dios. Slo el divino Redentor, como Hijo predilecto del Padre Eterno, de quien conoca el inmenso amor, pudo alzarle un digno himno de accin de gracias. A esto mir y esto quiso dando gracias ( Marc. 14, 23) en la ltima Cena, y no ces de hacerlo en la Cruz ni cesa de hacerlo en el augusto Sacrificio del Altar, cuyo significado es precisamente la accin de gracias o eucarstica; y esto, porque es cosa verdaderamente digna, justa, equitativa y saludable (9).

c') Tercer fin: Expiacin y propiciacin.

92. El tercer fin es la Expiacin y la Propiciacin. Ciertamente nadie, excepto Cristo, poda dar a Dios Omnipotente satisfaccin adecuada por las culpas del gnero humano. Por esto, El quiso inmolarse en la Cruz como propiciacin por nuestros pecados, y no slo por los nuestros, sino por los de todo el mundo (I Ioan 2, 2). En los altares se ofrece igualmente todos los das por nuestra Redencin, a fin de que, libres de la condenacin eterna, seamos acogidos en la grey de los elegidos. Y esto no slo para nosotros, los que estamos en esta vida mortal, sino tambin para todos aquellos que descansan en Cristo, los que nos han precedido por el signo de la fe y duermen ya el sueo de la paz (10), porque lo mismo vivos que muertos, no nos separamos del nico Cristo (11).

d') Cuarto fin: Impetracin.

93. El cuarto fin es la Impetracin. Hijo prdigo, el hombre ha malgastado y disipado todos los bienes recibidos del Padre celestial, y por esto se ve reducido a la mayor miseria y necesidad; pero desde la Cruz, Cristo habiendo ofrecido oraciones y splicas con poderosos clamores y lgrimas, fue escuchado por su reverencial temor (Hebr. 5, 7), y en los altares sagrados ejercita la misma eficaz mediacin, a fin de que seamos colmados de toda clase de gracias y bendiciones.

c) Aplicacin de la virtud salvadora de la Cruz.

1) Afirmacin de Trento.

94. Por tanto, se comprende fcilmente la razn por qu el Sacrosanto Concilio de Trento afirma que con el Sacrificio Eucarstico nos es aplicada la virtud salvadora de la Cruz, para la remisin de nuestros pecados cotidianos.

2) nica oblacin: La Cruz.

95. El Apstol de los Gentiles, proclamando la superabundante plenitud y perfeccin del Sacrificio de la Cruz, ha declarado que Cristo, con una sola oblacin, perfeccion perpetuamente a los santificados. En efecto, los mritos de este Sacrificio, infinitos e inmensos, no tienen lmites, y se extiendan a la universalidad de los hombres en todo lugar y tiempo porque en El el Sacerdote y la Vctima es el Dios Hombre; porque su inmolacin, lo mismo que su obediencia a la voluntad del Padre eterno, fue perfectsima y porque quiso morir como Cabeza del gnero humano: Mira cmo ha sido tratado Nuestro Salvador: Cristo pende de la Cruz; mira a qu precio compr..., verti su Sangre. Compr con su Sangre, con la Sangre del Cordero Inmaculado, con la Sangre del nico Hijo de Dios... Quien compra es Cristo; el precio es la Sangre; la posesin todo el mundo (12).

3) La aplicacin.

96. Este rescate, sin embargo, no tuvo inmediatamente su pleno efecto; es necesario que Cristo, despus de haber rescatado al mundo con el preciossimo precio de S mismo, entre en la posesin real y efectiva de las almas. De aqu que para que con el agrado de Dios se lleve a cabo la redencin y salvacin de todos los individuos y las generaciones venideras hasta el fin de los siglos, es absolutamente necesario que todos establezcan contacto vital con el Sacrificio de la Cruz, y de esta forma, los mritos que de l se derivan les sern transmitidos y aplicados. Se puede decir que Cristo ha construido en el Calvario un estanque de purificacin y salvacin que llen con la Sangre vertida por El; pero si los hombres no se baan en sus aguas y no lavan en ellas las manchas de su iniquidad, no pueden ciertamente ser purificados y salvados.

97. Por lo tanto, para que cada uno de los pecadores se lave con la Sangre del Cordero, es necesaria la colaboracin de los fieles. Aunque Cristo, hablando en trminos generales, haya reconciliado con el Padre, por medio de su Muerte cruenta, a todo el gnero humano, quiso, sin embargo, que todos se acercasen y fuesen conducidos a la Cruz por medio de los Sacramentos y por medio del Sacrificio de la Eucarista, para poder conseguir los frutos de salvacin, ganados por El en la Cruz. Con esta participacin actual y personal, de la misma manera que los miembros se configuran cada da ms a la Cabeza divina, as afluye a los miembros, de forma que cada uno de nosotros puede repetir las palabras de San Pablo: Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en m (Gal 2, 19-20). Como en otras ocasiones hemos dicho de propsito y concisamente, Jesucristo al morir en la Cruz, dio a su Iglesia, sin ninguna cooperacin por parte de Ella, el inmenso tesoro de la Redencin; pero, en cambio, cuando se trata de distribuir este tesoro, no slo participa con su Inmaculada Esposa de esta obra de santificacin, sino que quiere que esta actividad proceda tambin, de cualquier forma, de las acciones de Ella (13).

98. El augusto Sacramento del Altar es un insigne instrumento para la distribucin a los creyentes de los mritos derivados de la Cruz del Divino Redentor: Cada vez que se ofrece este Sacrificio, se renueva la obra de nuestra Redencin (14). Y esto, antes que disminuir la dignidad del Sacrificio cruento, hace resaltar, como afirma el Concilio de Trento, su grandeza y proclama su necesidad. Renovado cada da, nos advierte que no hay salvacin fuera de la Cruz de Nuestro Seor Jesucristo, que Dios quiere la continuacin de este Sacrificio desde la salida del sol hasta el ocaso (Malaq. 1, 11), para que no cese jams el himno de glorificacin y de accin de gracias que los hombres deben al Creador desde el momento que tienen necesidad de su continua ayuda y de la Sangre del Redentor para compensar los pecados que ofenden a su Justicia.

II. Participacin de los fieles en el Sacrificio EucarsticoA) RESUMEN DE LA DOCTRINA1 La verdad.

99. Es necesario, pues, Venerables Hermanos, que todos los fieles consideren como el principal deber y mayor dignidad participar en el Sacrificio Eucarstico, no con una asistencia negligente, pasiva y distrada, sino con tal empeo y fervor que entren en ntimo contacto con el Sumo Sacerdote, como dice el Apstol: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jess (Filip. 2, 5), ofreciendo con El y por El, santificndose con El.

100. Es muy cierto que Jesucristo es Sacerdote, pero no para S mismo, sino para nosotros, presentando al Padre Eterno los votos y los sentimientos religiosos de todo el gnero humano. Jess es Vctima, pero para nosotros, sustituyendo al hombre pecador.

101. Por esto aquello del Apstol: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jess, exige de todos los cristianos que reproduzcan en s mismos, cuanto lo permite la naturaleza humana, el mismo estado de nimo que tena el mismo Redentor cuando hacia el Sacrificio de S mismo: la humilde sumisin del espritu, la adoracin, el honor y la alabanza, y la accin de gracias a la divina Majestad de Dios; exige adems que reproduzcan en s mismos las condiciones de vctima: la abnegacin de s mismos, segn los preceptos del Evangelio, el voluntario y espontneo ejercicio de la penitencia, el dolor y la expiacin de los propios pecados. Exige, en una palabra, nuestra muerte mstica en la Cruz con Cristo, de tal forma que podamos decir con San Pablo: Estoy crucificado con Cristo (Gal. 2, 19).

2 El error.

102. Es necesario, Venerables Hermanos, explicar claramente a vuestro rebao cmo el hecho de que los fieles tomen parte en el Sacrificio Eucarstico no significa, sin embargo, que gocen de poderes sacerdotales.

103. Hay en efecto, en nuestros das, algunos que, acercndose a errores ya condenados el, ensean que en el Nuevo Testamento, con el nombre de Sacerdocio, se entiende solamente algo comn a todos los que han sido purificados en la fuente sagrada del Bautismo; y que el precepto dado por Jess a los Apstoles en la ltima Cena de que hiciesen lo que El haba hecho, se refiere directamente a toda la Iglesia de fieles; y que el Sacerdocio jerrquico no se introdujo hasta ms tarde. Sostienen por esto que el pueblo goza de una verdadera potestad sacerdotal, mientras que el Sacerdote acta nicamente por oficio delegado de la comunidad. Creen, en consecuencia, que el Sacrificio Eucarstico es una verdadera y propia concelebracin, y que es mejor que los sacerdotes concelebren juntamente con el pueblo presente, que el que ofrezcan privadamente el Sacrificio en ausencia de stos.

104. Intil es explicar hasta qu punto estos capciosos errores estn en contradiccin con las verdades antes demostradas, cuando hemos hablado del puesto que corresponde al Sacerdote en e1 Cuerpo Mstico de Jess. Recordemos solamente que el Sacerdote hace las veces del pueblo, porque representa a la Persona de Nuestro Seor Jesucristo, en cuanto El es Cabeza de todos los miembros y se ofreci a S mismo por ellos: por esto va al altar, como Ministro de Cristo, siendo inferior a El, pero superior al pueblo. El pueblo, en cambio, no representando por ningn motivo a la Persona del Divino Redentor, y no siendo mediador entre s mismo y Dios, no puede en ningn modo gozar de poderes sacerdotales.

B) LOS DOS PUNTOS DE ESTA PARTICIPACIN1 Ofrecen con el Sacerdote.

105. Todo esto consta de fe cierta, pero hay que afirmar, adems, que los fieles ofrecen la Vctima divina, aunque bajo un distinto aspecto.

a) Los argumentos.

106. Lo declararon ya abiertamente algunos de Nuestros Predecesores y Doctores de la Iglesia. No slo -dice Inocencio III, de inmortal memoria-, ofrecen los Sacerdotes, sino tambin todos los fieles; porque lo que en particular se cumple por ministerio del Sacerdote, se cumple universalmente por voto de los fieles (1) . Y nos place citar, por lo menos, uno de los muchos textos de S. Roberto Bellarmino a este propsito: El Sacrificio -dice- es ofrecido principalmente en la persona de Cristo. Por eso la oblacin que sigue a la Consagracin atestigua que toda la Iglesia consiente en la oblacin hecha de Cristo y ofrece conjuntamente con El (2).

107. Con no menor claridad, los ritos y las oraciones del Sacrificio Eucarstico significan y demuestran que la oblacin de la Vctima es hecha por los Sacerdotes en unin del pueblo. En efecto, no slo el sagrado Ministro, despus del ofrecimiento del pan y del vino, dice explcitamente vuelto al pueblo: Orad, hermanos, para que este sacrificio mo y vuestro sea aceptado cerca de Dios Omnipotente (3), sino que las oraciones con que es ofrecida la Vctima divina, son dichas en plural, y en ellas se indica repetidas veces que e1 pueblo toma tambin parte como oferente en este augusto Sacrificio. Se dice, por ejemplo: Por los cuales te ofrecemos y ellos mismos te ofrecen... por eso Te rogamos, Seor, que aceptes aplacado esta oferta de tus siervos y de toda tu familia... Nosotros, siervos tuyos, y tambin tu pueblo santo, ofrecemos a tu Divina Majestad las cosas que T mismo nos has dado, esta Hostia pura, Hostia santa, Hostia inmaculada (4).

b) El carcter bautismal.

108. No es de maravillarse el que los fieles sean elevados a semejante dignidad. En efecto, con el lavado del Bautismo los fieles se convierten, a ttulo comn, en miembros del Cuerpo Mstico de Cristo Sacerdote, y por medio del carcter que se imprime en sus almas, son delegados al culto divino, participando as, de acuerdo con su estado, en el Sacerdocio de Cristo.

c) Sentido en que ofrecen.

1. Introduccin.

109. En la Iglesia catlica, la razn humana, iluminada por la Fe, se ha esforzado siempre por tener el mayor conocimiento posible de las cosas divinas; por eso es natural que tambin el pueblo cristiano pregunte piadosamente en qu sentido se dice en el Canon del Sacrificio que l mismo lo ofrece tambin. Para satisfacer este piadoso deseo, Nos place tratar aqu el tema con concisin y claridad.

2. Razones.

110. Hay, ante todo, razones ms bien remotas: A veces, por ejemplo, sucede que los fieles que asisten a los ritos sagrados unen alternativamente sus plegarias a las oraciones sacerdotales; otras veces sucede de manera semejante -en la antigedad esto ocurra con mayor frecuencia-, que ofrecen al ministro del Altar pan y vino para que se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y, finalmente, otras veces, con limosnas, hacen que el Sacerdote ofrezca por ellos la Vctima divina.

111. Pero hay tambin una razn, ms profunda, para que se pueda decir que todos los cristianos, y especialmente aquellos que asisten al Altar, participan en la oferta.

Para no hacer nacer errores peligrosos en este importantsimo argumento, es necesario precisar con exactitud el significado del trmino oferta.

112. La inmolacin incruenta, por medio de la cual, una vez pronunciadas las palabras de la Consagracin, Cristo est presente en el Altar en estado de Vctima, es realizada solamente por el Sacerdote, en cuanto representa a la Persona de Cristo, y no en cuanto representa a las personas de los fieles.

113. Pero al poner sobre el Altar la Vctima divina, el Sacerdote la presenta al Padre como oblacin a gloria de la Santsima Trinidad y para el bien de todas las almas. En esta oblacin propiamente dicha, los fieles participan en la forma que les est consentida y por un doble motivo: porque ofrecen el sacrificio, no slo por las manos del Sacerdote, sino tambin, en cierto modo, conjuntamente con l y porque con esta participacin tambin la oferta hecha por el pueblo cae dentro del culto litrgico.

114. Que los fieles ofrecen el Sacrificio por medio del Sacerdote es claro, por el hecho de que el Ministro del Altar obra en persona de Cristo en cuanto Cabeza, que ofrece en nombre de todos los miembros; por lo que con justo derecho se dice que toda la Iglesia, por medio de Cristo, realiza la oblacin de la Vctima.

115. Cuando se dice que el pueblo ofrece conjuntamente con el Sacerdote, no se afirma que los miembros de la Iglesia, a semejanza del propio Sacerdote, realicen el rito litrgico, visible -el cual pertenece solamente al Ministro de Dios, para ello designado-, sino que unen sus votos de alabanza, de impetracin y de expiacin, as como su accin de gracias a la intencin del Sacerdote, ante el mismo Sumo Sacerdote, a fin de que sean presentadas a Dios Padre en la misma oblacin de la Vctima, y con el rito externo del Sacerdote. Es necesario, en efecto, que el rito externo del Sacrificio manifieste por su naturaleza el culto interno; ahora bien, el Sacrificio de la Nueva Ley significa aquel obsequio supremo con el que el principal oferente, que es Cristo, y con El y por El todos sus miembros msticos, honran debidamente a Dios.

3. Conocimiento y exageraciones de esta doctrina.

116. Con gran alegra de Nuestro nimo hemos sido informados de que esta doctrina, principalmente en los ltimos tiempos, por l intenso estudio de la disciplina Litrgica por parte de muchos, ha sido puesta en su justo lugar. Pero no podemos por menos de deplorar vivamente las exageraciones y las desviaciones de la verdad, que no concuerdan con los genuinos preceptos de la Iglesia.

117. Algunos, en efecto, reprueban por completo las Misas que se celebran en privado y sin la asistencia del pueblo, como si se desviasen de la forma primitiva del Sacrificio; no falta tampoco quien afirma que los Sacerdotes no pueden ofrecer la Vctima divina al mismo tiempo en varios altares, porque de esta forma disocian la comunidad y ponen en peligro su unidad; asimismo, tampoco faltan quienes llegan hasta el punto de creer necesaria la confirmacin y ratificacin del Sacrificio por parte del pueblo, para que pueda tener su fuerza y eficacia.

118. Errneamente se apela en este caso a la ndole social del Sacrificio Eucarstico. En efecto, cada vez que el Sacerdote repite lo que hizo el Divino Redentor en la ltima Cena, el Sacrificio es realmente consumado y tiene siempre y en cualquier lugar, necesariamente y por su intrnseca naturaleza, una funcin pblica y social en cuanto el oferente obra en nombre de Cristo y de los cristianos, de los cuales el Divino Redentor es la Cabeza, y lo ofrece a Dios por la Santa Iglesia Catlica, por los vivos y por los difuntos. Y esto se verifica ciertamente lo mismo si asisten los fieles -que Nos deseamos y recomendamos que estn presentes, numerossimos y fervorossimos- como si no asisten, no siendo en forma alguna necesario que el pueblo ratifique lo que hace el Sagrado Ministro.

119. Si bien de lo que hemos dicho resulta claramente que el Santo Sacrificio de la Misa es ofrecido vlidamente en nombre de Cristo y de la Iglesia, no est privado de sus frutos sociales, aun cuando se celebre sin asistencia d ningn aclito, no obstante, y por la dignidad de este Ministerio, queremos insistimos -como por otra parte siempre lo mand la Santa Madre Iglesia- en que ningn Sacerdote se acerque al Altar si no hay quien le asista y le responda, como prescribe el canon 813.

2 Se ofrecen a s mismos como vctimas.

120. Para que la oblacin, con la que en este Sacrificio ofrecen la Vctima divina al Padre celestial, tenga su pleno efecto, es necesaria todava otra cosa, a saber: Que se inmolen a s mismos como vctimas.

121. Esta inmolacin no se limita solamente al Sacrificio litrgico. Quiere, en efecto, el Prncipe de los Apstoles, que por el mismo hecho de que hemos sido edificados como piedras vivas sobre Cristo, podamos como Sacerdocio santo ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios por Jesucristo (I Petr. 2, 5), y San Pablo Apstol, sin ninguna distincin de tiempo, exhorta a los cristianos con las siguientes palabras: Yo os ruego, hermanos, que ofrezcis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; ste es vuestro culto racional (Rom. 12, 1).

122. Pero sobre todo cuando los fieles participan en la accin litrgica con tanta piedad y atencin, que se puede verdaderamente decir de ellos: cuya fe y devocin Te son bien conocidas (5), no puede ser por menos de que la fe de cada uno acte ms ardientemente por medio de la caridad, se revigorice e inflam la piedad y se consagren todos a procurar la gloria divina, deseando con ardor hacerse ntimamente semejantes a Cristo, que padeci acerbos dolores, ofrecindose con el mismo Sumo Sacerdote y por medio de El, como vctima espiritual.

23. Esto ensean tambin las exhortaciones que el Obispo dirige en nombre de la Iglesia a los Sagrados Ministros en el da de su Consagracin: Daos cuenta de lo que hacis, imitad lo que tratis cuando celebris el Misterio de la Muerte del Seor, procurad bajo todos los aspectos mortificar vuestros miembros de los vicios y de las concupiscencias (6). Y casi del mismo modo en los libros litrgicos son exhortados los cristianos que se acercan al Altar para que participen en los Sagrados Misterios: Est... sobre este Altar el culto de la inocencia, inmlese en l la soberbia, aniqulese la ira, mortifquese la lujuria y todas las pasiones, ofrzcanse en lugar de las trtolas el sacrificio de la castidad y en lugar de las palomas el sacrificio de la inocencia (7). Al asistir al Altar debemos, pues, transformar nuestra alma de forma, que se extinga radicalmente todo pecado que hoya en ella, que todo lo que por Cristo da la vida sobrenatural sea restaurado y reforzado con todo diligencia, y as nos convirtamos juntamente con la Hostia inmaculada, en una vctima agradable a Dios Padre.

124. La Iglesia se esfuerza con los preceptos de la Sagrada Liturgia en llevar a efecto de la manera ms apropiada este santsimo precepto. A esto tienden no slo las lecturas, las homilas y las otras exhortaciones de los ministros sagrados y todo el ciclo de los misterios que nos son recordados durante el ao, sino tambin las vestiduras, los ritos sagrados y su aparato externo, que tienen la misin de hacer pensar en la majestad de tan grande sacrificio, excitar las mentes de los fieles por medio de los signos visibles de piedad y de religin, a la contemplacin de las altsimas cosas ocultas en este Sacrificio (8).

125. Todos los elementos de la Liturgia tienden, pues, a reproducir en nuestras almas la imagen del Divino Redentor, a travs del misterio de la Cruz, segn el dicho del Apstol de los, Gentiles: Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en m (Gal. 2, 19-20). Por cuyo medio nos convertirnos en vctima juntamente con Cristo, para la mayor gloria del Padre.

26. A esto, pues, deben dirigir y elevar su alma los fieles que ofrecen la Vctima divina en el sacrificio eucarstico. Si, en efecto, como escribe San Agustn, en la mesa del Seor est puesto nuestro Misterio (9), esto es, el mismo Cristo. Nuestro Seor, en cuanto es Cabeza y smbolo de aquella unin, en virtud de la cual nosotros somos el Cuerpo de Cristo y miembros de su Cuerpo; si San Roberto Bellarmino ensea, segn el pensamiento del Doctor de Nipona, que en el Sacrificio del Altar est significado el sacrificio general con que todo el Cuerpo Mstico de Cristo, esto es, toda la ciudad redimida es ofrecida a Dios por medio de Cristo Sumo Sacerdote, nada se puede encontrar ms recto y ms justo que el inmolarnos todos nosotros con Nuestra Cabeza, que por nosotros ha sufrido, al Padre Eterno. En el Sacramento del Altar, segn el misma San Agustn, se demuestra a la Iglesia que en el Sacrificio que ofrece es ofrecida tambin Ella.

3 Recapitulacin.

27. Consideren, pues, los fieles a qu dignidad los eleva el Sagrado Bautismo y no se contenten con participar en el Sacrificio Eucarstico con la intencin general que conviene a los miembros de Cristo e hijos de la Iglesia, sino que libremente e ntimamente unidos al Sumo Sacerdote y a su Ministro en la tierra, segn el espritu de la Sagrada Liturgia, nanse a l de modo particular en el momento de la Consagracin de la Hostia Divina y ofrzcanla conjuntamente con l cuando son pronunciadas aquellas solemnes palabras: Por El, en El y con El a Ti, Dios Padre Omnipotente, sea dado todo honor y gloria por los siglos de los siglos (10), a las que el pueblo responde: Amn. Ni se olviden los cristianos de ofrecerse a s mismos con la Divina Cabeza Crucificada, as como sus preocupaciones, dolores, angustias, miserias y necesidades.

C) MEDIOS PARA PROMOVER ESTA PARTICIPACIN1 Varios medios y maneras de participar.

128. Son, pues, dignos de alabanza aquellos que, a fin de hacer ms factible y fructuosa para el pueblo cristiano la participacin en el Sacrificio Eucarstico, se esfuerzan en poner oportunamente entre las manos del pueblo el Misal Romano, de forma que los fieles, unidos con el Sacerdote, rueguen con l, con sus mismas palabras y con los mismos sentimientos de la Iglesia, y aquellos que tienden a hacer de la Liturgia, aun externamente, una accin sagrada en la que comuniquen de hecho todos los asistentes. Esto puede realizarse de varias formas, a saber: cuando todo el pueblo, segn las normas rituales, o bien responde disciplinadamente a las palabras del Sacerdote, o sigue los cantos correspondientes a las distintas partes del Sacrificio, o hace las dos cosas, o, finalmente, cuando en las Misas solemnes responde alternativamente a las oraciones del Ministro de Jesucristo y se asocia al canto litrgico.

2 Sus condiciones e intencin.

129. Estas maneras de participar en el Sacrificio son dignas de alabanza y aconsejables cuando obedecen escrupulosamente a los preceptos de la Iglesia. Estn ordenadas sobre todo a alimentar y fomentar la piedad de los cristianos y a su ntima unin con Cristo y con su Ministro visible, y a estimular aquellos sentimientos y aquellas disposiciones de nimo con las que es preciso que nuestra alma se configure al Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento.

3 Excesos.

130. Pero si bien demuestran de modo exterior que el Sacrificio, por su naturaleza, en cuanto es realizado por el Mediador entr Dios y los hombres, ha de considerarse obra de todo el Cuerpo Mstico de Cristo, no son necesarias para constituir su carcter pblico y comn.

131. Adems la Misa dialogada no puede sustituir a la Misa solemne, la cual, aun cuando sea celebrada con la sola presencia de los Ministros, goza de una particular dignidad por la majestad de los ritos y el aparato de las ceremonias, aunque su esplendor y su solemnidad aumenten en grado mximo, si, como la Iglesia desea, asiste un pueblo numeroso y devoto.

132. Hay que advertir tambin. que estn fuera de la verdad y del camino de la recta razn aquellos que, arrastrados por falsas opiniones, atribuyen a todas estas circunstancias tanto valor que no dudan en afirmar que, al omitirlas, la accin sagrada no puede alcanzar el fin prefijado.

133. No pocos fieles, en efecto, son incapaces de usar el Misal Romano, aun cuando est escrito en lengua vulgar, y no todos estn en condiciones de comprender rectamente, como conviene, los ritos y las ceremonias litrgicas. El ingenio, el carcter y la ndole de los hombres son tan variados y diferentes, que no todos pueden ser igualmente impresionados y guiados por las oraciones, los cantos o las acciones sagradas realizadas en comn. Adems, las necesidades y las disposiciones de las almas no son iguales en todos ni son siempre las mismas en cada, persona. Quin, pues, podr decir, movido de tal prejuicio, que todos estos cristianos no pueden participar en el Sacrificio Eucarstico y gozar sus beneficios? Pueden ciertamente hacerlo de otras maneras, que a algunos les resultan fciles, como por ejemplo, meditando piadosamente los misterios de Jesucristo o realizando ejercicios de piedad y rezando otras oraciones, que, aunque diferentes en la forma de los sagrados ritos, corresponden a ellos por su naturaleza.

4 Normas y exhortaciones.

134. Por cuya razn, os exhortamos, Venerables Hermanos, a que en Vuestra Dicesis o jurisdiccin eclesistica regulis y ordenis la manera ms apropiada en que el pueblo pueda participar en la accin litrgica, segn las normas establecidas por el Misal Romano y segn los preceptos de la Sagrada Congregacin de Ritos y del Cdigo de Derecho Cannico; de forma que todo se lleve a cabo con el necesario decoro y no se consienta a nadie, aun cuando sea Sacerdote, que emplee los Sagrados Sacrificios para arbitrarios experimentos.

135. A tal propsito, deseamos tambin que en las distintas Dicesis, lo mismo que ya existe una Comisin para el Arte y la Msica Sagrada, se constituya tambin una Comisin para promover el Apostolado litrgico, a fin de que bajo vuestro vigilante cuidado todo se realice diligentemente, segn las prescripciones de la Sede Apostlica.

136. En las Comunidades religiosas tambin debe observarse exactamente todo lo que sus propias Constituciones han establecido en esta materia, y no deben introducirse novedades que no hayan sido previamente aprobadas por los Superiores.

137. En realidad, por varias que puedan ser las formas y las circunstancias externas de la participacin del pueblo en el Sacrificio Eucarstico y en las otras acciones litrgicas, se debe siempre procurar con todo cuidado que las almas de los asistentes se unan al Divino Redentor con los ms estrechos vnculos posibles y que su vida se enriquezca con una santidad cada vez mayor y crezca cada da ms la gloria del Padre celestial.

III. La Comunin EucarsticaA) LA COMUNIN. SUS RELACIONES CON EL SACRIFICIO1 Resumen de la Doctrina.

138. El augusto Sacrificio del Altar se completa con la Comunin del divino Convite. Pero, como todos saben, para obtener la integridad del mismo Sacrificio, slo es necesario que el Sacerdote se nutra del alimento celestial, pero no que el pueblo (aunque esto sea por dems sumamente deseable) se acerque a la Santa Comunin.

2 No es necesaria la de los fieles.

139. Nos place, a este propsito, recordar las consideraciones de Nuestro Predecesor Benedicto XIV sobre las definiciones del Concilio de Trento: En primer lugar, debemos decir que a ningn fiel se le puede ocurrir que las Misas privadas, en las que slo el Sacerdote toma la Eucarista, pierdan por esto su valor de verdadero, perfecto e ntegro Sacrificio, instituido por Cristo Nuestro Seor, y hayan por ello de considerarse ilcitas. Tampoco ignoran los fieles (o al menos pueden ser fcilmente instruidos de ello) que el Sacrosanto Concilio de Trento, fundndose en la doctrina custodiada en la ininterrumpida Tradicin de la Iglesia, conden la nueva y falsa doctrina de Lutero, contraria a ella.(11) Quien diga que las Misas en las que slo el Sacerdote comulga sacramentalmente son ilcitas y deben por ello derogarse, sean anatema (12).

140. Se alejan, pues, del camino de la verdad aquellos que se niegan a celebrar si el pueblo cristiano no se acerca a la Mesa divina; y todava ms se alejan aquellos que, por sostener la absoluta necesidad de que los fieles se nutran del alimento eucarstico juntamente con el Sacerdote, afirman capciosamente que no se trata tan slo de un Sacrificio, sino de un Sacrificio y de un convite de fraterna comunin y hacen de la santa Comunin, realizada en comn casi el punto supremo de toda la celebracin.

141. Hay que afirmar una vez ms que el Sacrificio Eucarstico consiste esencialmente en la inmolacin cruenta de la Vctima divina, inmolacin que es msticamente manifestada por la separacin de las sagradas Especies y por la oblacin de las mismas hecha al Eterno Padre. La santa Comunin pertenece a la integridad del Sacrificio y a la participacin en l por medio de la Comunin del augusto Sacramento, y aunque es absolutamente necesaria al Ministro sacrificante, en lo que toca a los fieles slo es evidentemente recomendable.

3 Pero es de consejo.

1. La Comunin.

142. Y as como la Iglesia, en cuanto Maestra de verdad, se esfuerza con todo cuidado en tutelar la integridad de la Fe catlica, as, en cuanto Madre solicita de sus hijos, les exhorta a participar con frecuencia e inters en este mximo beneficio de nuestra Religin.

143. Desea ante todo que los cristianos (especialmente cuando no pueden con facilidad recibir de hecho el alimento eucarstico) lo reciban al menos con el deseo, de forma que, con viva fe, con nimo reverentemente humilde y confiado en la voluntad del Redentor divino, con el amor ms ardiente se unan a El.

144. Pero no basta. Puesto que, como hemos dicha ms arriba, podemos participar en el Sacrificio tambin con la Comunin Sacramental, por medio del Convite de los ngeles, la Madre Iglesia, para que ms eficazmente podamos sentir en nosotros de continuo el fruto de la Redencin (13), repite a todos sus hijos la invitacin de Cristo Nuestro Seor: Tomad y comed... Haced esto en mi memoria (I Cor. 11, 24).

145. A cuyo propsito, el Concilio de Trento, hacindose eco del deseo de Jesucristo y de su Esposa inmaculada, nos exhorta ardientemente para que en todas las Misas los fieles presentes participen no slo espiritualmente, sino tambin recibiendo sacramentalmente la Eucarista, a fin de que reciban ms abundantemente el fruto de este Sacrificio (14).

146. Tambin Nuestro inmortal predecesor Benedicto XIV, para que quedase mejor y ms claramente manifiesta la participacin de los fieles en el mismo Sacrificio divino por medio de la Comunin Eucarstica, alaba la devocin de aquellos que no slo desean nutrirse del alimento celestial, durante la asistencia al Sacrificio, sino que prefieren alimentarse de las Hostias consagradas en el mismo Sacrificio, si bien, como l declara, se participa real y verdaderamente en el Sacrificio, aun cuando se trate de Pan eucarstico debidamente consagrado con anterioridad. As escribe, en efecto: Y aunque participen en el mismo sacrificio adems de aquellos a quienes el Sacerdote celebrante da parte de la Vctima por l ofrecida en la Santa Misa, otras personas a las que el Sacerdote da la Eucarista que se suele conservar, no por esto la Iglesia ha prohibido en el pasado ni prohbe ahora que el Sacerdote satisfaga la devocin y la justa peticin de aquellos que asisten a la Misa y solicitan participar en el mismo Sacrificio que ellos tambin ofrecen a la manera que les est asignada; antes bien, aprueba y desea que esto se haga y reprobara a aquellos Sacerdotes por cuya culpa o negligencia se negase a los fieles esta participacin (15).

147. Quiera, pues, Dios que todos, espontnea y libremente, correspondan a esta solcita invitacin de la Iglesia; quiera Dios que los fieles, incluso todos los das, participen no slo espiritualmente en el Sacrificio divino, sino tambin con la Comunin del Augusto Sacramento, recibiendo el Cuerpo de Jesucristo, ofrecido por todos al Eterno Padre. Estimulad, Venerables Hermanos, en las almas confiadas a Vuestro cuidado el hambre apasionada e insaciable de Jesucristo; que Vuestra enseanza llene los Altares de nios y de jvenes que ofrezcan al Redentor divino su inocencia y su entusiasmo; que los cnyuges se acerquen al Altar a menudo, para que puedan educar la prole que les ha sido confiada en el sentido y en la caridad de Jesucristo; sean invitados los obreros para que puedan tomar el alimento eficaz e indefectible que restaura sus fuerzas y les prepara para sus fatigas la eterna misericordia en el cielo; reunos, en fin, los hombres de todas las clases y apresuraos a entrar, porque ste es el Pan de la vida del que todos tienen necesidad. La Iglesia de Jesucristo slo tiene este Pan para saciar las aspiraciones y los deseos de nuestras almas, para unirlas ntimamente a Jesucristo y, en fin, para que por su virtud se conviertan en un solo Cuerpo (I Cor. 10, 17) y sean como hermanos todos los que se sientan a una misma Mesa para tomar el remedio de la inmortalidad con la fraccin de un nico Pan.

2. Las circunstancias de la Comunin.

148. Es bastante oportuno tambin (lo que, por otra parte, est establecido por la Liturgia) que el pueblo acuda a la Santa Comunin despus que el Sacerdote haya tomado del Altar el alimento divino; y, como ms arriba hemos dicho, son de alabar aquellos que, asistiendo a la Misa, reciben las Hostias consagradas en el mismo Sacrificio, de forma que se cumpla en verdad que todos los que participando de este Altar hayamos recibido el Sacrosanto Cuerpo y Sangre de tu Hijo, seamos colmados de toda la gracia y bendicin celestial (16).

149. Sin embargo, no faltan a veces las causas, ni son raras las ocasiones en que el Pan Eucarstico es distribuido antes o despus del mismo Sacrificio y tambin que se comulgue, aunque la Comunin se distribuya inmediatamente despus de la del Sacerdote, con Hostias consagradas anteriormente. Tambin en esos casos, como por otra parte ya hemos advertido, el pueblo participa en verdad en el Sacrificio Eucarstico y puede, a veces con mayor facilidad, acercarse a la Mesa de la Vida eterna.

150. Sin embargo, si la Iglesia, con maternal condescendencia, se esfuerza en salir al encuentro de las necesidades espirituales de sus hijos, stos, por su parte, no deben desdear aquello que aconseja la Sagrada Liturgia, y siempre que no haya un motivo plausible para lo contrario, deben hacer todo aquello que ms claramente manifiesta en el Altar la unidad viva del Cuerpo mstico.

B) ACCIN DE GRACIAS DESPUS DE LA COMUNIN

1. Su con