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Cartas a un joven periodista Y un epílogo para adolescentes Juan Luis Cebrián

Cartas a Un Joven Periodista

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Cartas a un joven periodista, Periodismo Avanzado :3

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  • Cartas a un joven periodista Y un eplogo para adolescentes Juan Luis Cebrin

  • A Teresa, periodiis ta

  • Entrega en mano Madrid, septiembre de 2003 Querido lector (o lectora, claro).

    Este breve epistolario responde a un encargo de la edi torial que inicial-

    mente lo public en 1977, deseosa segn me di jeron de abrir una co lec-

    cin del gnero. De modo que la inicial estructura y dimensiones del li -

    bro vinieron tambin indicadas de antemano, facilitando y constriendo a

    un tiempo mi tarea de autor. Si acept enseguida la sugerencia de poner-

    me a ella fue porque me resultaba muy grata. El intento, no s si logrado,

    de transmitir a las nuevas generaciones algo de la experiencia propia y

    de los conocimientos y dudas que he podido acumular a lo largo de mi

    trayectoria profesional me sedujo desde el principio.

    El libro, en su primera versin, tuvo una buena andadura y ha servido de

    texto en Universidades de Chi le, Argentina y Colombia, y de manual de

    uso en el Pas Vasco. Espero que esta edicin corregida y ampliada me-

    rezca todava mayor aceptacin.

    Escribir cartas significa desnudarse ante los fantasmas, que lo esperan vidamen te, deca Kafka a su amada Milena Jarenska. Ya he uti lizado en otras ocasiones esta ci ta a la hora de comentar la importancia del g-

    nero en la his toria de la li teratura. Cualquiera sabe, por lo dems, que

    slo hay un correo ms pasional, exacerbado y ardiente que el del cora-

    zn: el de la pol tica.

    La aparicin del te lfono y su ex tensin casi universal amenazaron du-

    rante un tiempo la supervivencia del mtodo epistolar, que se recupera

    ahora espectacularmente gracias al correo electrnico. sta es una de las

    contribuciones de la cibercultura a la mejora de nuestra calidad de vida.

    Mis envos a Honorio no fueron escri tos, sin embargo, para ser transpor-

    tados por In ternet, sino para sufrir todava el romntico destino que im-

    pone un franqueo y un matasellos. Podrs comprender, por lo dems, que

    el tal Honorio es un personaje inexistente, y ni siquiera es un personaje

    como tal, pues deliberadamente he huido de la tentacin de imaginarlo y,

    mucho ms, de describirlo. Se trata slo de un pretexto, de un nombre

    del que poder colgar algunas reflexiones que yo mismo hago sobre mi vi-

    da y mi trabajo.

    De modo que al corregir las pruebas me he sentido como el protagonista

    de Niebla de Unamuno, convertido en personaje y autor al mismo tiem-po, y enfrentado conmigo en ambas personalidades. Me gustara que de

    mi narracin de ese conflicto latente en todo ser humano, de las contra-

    dicciones inevitables entre lo que somos o lo que parecemos y lo que de-

    seamos ser o parecer, se derivara algn provecho para alguien. Por lo de-

    ms, toda carta sin respuesta es una car ta inacabada, de modo que cual-

    quier reaccin a s ta sera bienvenida.

    Cordialmente,

    JUAN LUIS CEBRIN

  • 3 de junio

    Querido amigo: Qu extrao es llamar amigo a alguien a quien ni siquiera conoce-mos! Entre el correo de ayer, compuesto en su mayora por folletos pu-blicitarios, ofertas a domici l io y comunicaciones del banco, me en-contr con tu ruego que, a decir verdad, no es sino uno ms de los muchos que recibo a diario, y que acostumbro a responder de ma-nera mecnica, por mor de la educacin y quiz, tambin, del de-seo de mantener viva mi imagen. O sea que todava me pregunto qu es lo que me condujo a separar tu escri to del resto de la co-rrespondencia, y qu me empuja en realidad a emplear dos horas de mi vida en contestarte, robndolas al sueo o a la familia, o a mi propio divagar sin hacer nada. Seguramente tu solici tud ha lle-gado en el momento oportuno, hacindome las preguntas que yo mismo me hago desde hace ya mucho tiempo o incitndome a una ref lexin que estaba necesitando y de la que me permitan huir el ajetreo diario y la abundancia de compromisos con el mundo exte-rior. Sea como sea, aqu estoy frente al ordenador, pergeando unas lneas sobre la pantalla. Y ste es un acto ya de por s provo-cativo para quien como yo, entusiasta del gnero epistolar en tanto que vehculo amatorio o conspirativo, imagina que las cartas deben de estar siempre escri tas del puo y letra del remitente, mojando la pluma en lgrimas o en sangre, pero nunca sujetas a los impulsos electrnicos del ciberespacio. Reconozco, tambin, que me ha encantado el tono que empleas en tu bi l lete, entre descarado y t mido, y que mi ya poco impresiona-ble sentido de la vanidad se vio halagado no tanto por los escuetos elogios que me dedicas como por las abundantes crt icas que se desprenden del conjunto. Tengo edad suficiente como para no de-sear engaarme a m mismo y los reproches ajenos no me condu-cen a la queja sino a la duda. De modo que, al cabo, t puedes ser un buen pretexto quiz na-da ms que eso, y no te me enfades para que al escribirte me escriba a m mismo y ref lexionemos juntos sobre una profesin que ha llenado toda mi existencia, a la que he dedicado ms tiempo que a ninguna otra cosa en esta vida, y que me ha proporcionado cuantas satisfacciones quieras imaginar, a cambio slo de dedicar-me a ella con la veneracin de un f iel y la resignacin de un escla-vo. Dices que te gustara ser periodista, pero que no sabes si t ienes verdadera vocacin. Menuda palabreja. Cuando yo iba al colegio, en la dcada de los cincuenta, la vocacin y su signif icado eran al-go sobre lo que los curas nos hacan meditar casi a dia rio. Voca-cin, del la tn vox, vocis, o sea, voz. Tener vocacin es sentirse l la-mado por algo. La vocacin es una predisposicin, una voz in te-rior, una atraccin.... La Vocacin autntica, que se escriba con mayscula, era una llamada de Dios, una apelacin para ponerse a

  • su servicio. Por cier to, esta necesidad de insti tucionalizar las doc-trinas a base del empleo de versales en la t ipografa tambin la sintieron los comunistas que lograron, a pesar de estar prohibido, que su partido fuera el Partido a secas, costumbre imitada, por lo dems, por todos aquellos que han estado contra la existencia de cualquier otra formacin polt ica que no fuera la suya. All donde se prohben los partidos, el Partido se ve ensalzado. Pero volviendo a mi cuento, tambin se admita que uno poda te-ner otro gnero de vocaciones y eran, sobre todo, las actividades relacionadas con las ciencias del espri tu las que implicaban ese tipo de llamada. De esta manera se senta algn tipo de vocacin por ser abogado, escri tor, o hasta ingeniero, aunque resultaba im-probable que nadie confesara tener vocacin de taxista o de con-ductor de autobs. S, en cambio, la de pi loto de aviones o de co-ches de carreras, con lo que lo de la vocacin adquira unos tin tes clasistas, a caballo entre la excelencia del intelecto y la del dinero. En cualquier caso, sospechbamos que muchas de estas vocacio-nes en cuyas modalidades dif cilmente caban los of icios de la clase obrera o algunos de contenido judaizante, como el comercio y los negocios no eran verdaderas l lamadas, sino que se deban a simples condicionamientos familiares o cul turales, a los ambien-tes que uno viva, o a cier tas habilidades naturales. Servan bien, por eso mismo, para dejar claro que la Vocacin autntica, la nica y verdadera, era aquella en la que Dios se manifestaba solicitndo-te tus servicios. Muchos adolescentes de aquella poca aguardbamos expectantes el momento de semejante revelacin, destinada slo a unas cuan-tas almas selectas, y desconocamos o preteramos el hecho de que los seminarios estuvieran l lenos de segundones acosados por la necesidad y el hambre, o de hi jos del pecado que pretendan purgar con su sacerdocio las culpas de sus progenitores. Yo tuve la felicidad inmensa o al menos as lo cre entonces de saber-me elegido entre los elegidos, de sentir aquella voz bronca y tea-tral surgir de mis entraas y conducirme hacia los votos sacerdota-les. Dur poco, pero conllev algunas ventajas. En primer lugar, el con-vencimiento de que tena Vocacin me permiti discutir tranquila-mente con mis profesores y padres sobre mis otras vocaciones me-nores, que eran al imentadas y cul t ivadas por m con mayor empeo y menor solemnidad. Entre ellas estaba, con toda nit idez, la dedi-cacin al periodismo. No era de extraar. Mi padre era periodista, nada vocacional, por cier to, sino fruto de la casualidad, pues haba estudiado medicina como mi abuelo, y entr a trabajar en una re-daccin slo como medio urgente para ganarse el pan en los aos azarosos de la posguerra. Luego la vida le condujo por esos derro-teros, hasta el punto de que ocup importantes puestos profesio-nales y empresariales en el mundo de la prensa, de forma que yo nac, como quien dice, entre rotativas y hasta donde me alcanza la memoria siempre he sabido que en mi casa al lugar de trabajo no se le l lamaba fbrica, escuela, of icina o ministerio, sino peridico.

  • He vivido durante tantos aos aquella experiencia antes de mi emancipacin, y la he repetido durante tantos otros despus de la misma, que todava hoy digo que acudo al peridico cuando me en-camino a las f lamantes of icinas del grupo de empresas que diri jo. Si me detengo, impdicamente, en contarte estos detalles es para explicarte que mis creencias en la vocacin son ms que re lativas. No cabe duda de que existen unas facultades innatas en cada per-sona que le ayudan a hacer mejor tal o cual cosa. Tambin es cier-to que casi todo se puede aprender, aunque la mejor educacin del mundo no susti tuye al ta lento. Pero la decisin de dedicarse profe-sionalmente a algo en concreto depende tanto de las habilidades naturales como de las circunstancias que a uno le rodean. O sea que no me vengas con garambainas de si t ienes o no vocacin de periodista. Pregntate mejor si eres curioso, impertinente, si te in-teresa lo que te rodea, si quieres averiguar el porqu de las cosas. Entonces no s si tendrs vocacin pero al menos tienes, en prin-cipio, algunas de las apti tudes necesarias. Porque en realidad, qu es ser periodista? Un adagio bri tnico re-sume semejante destino en el de salir a la calle, ver lo que pasa y contarlo a los dems. O sea que periodista es cualquier ciudadano que quiera hacer eso y no se necesitan ni t tulos ni honores para llevarlo a cabo. Al f in y a la postre, como dicen los ita lianos, se es periodista porque traba jar es peor. Una de las condiciones primeras es la curiosidad. Los f i lsofos lla-maban a esto capacidad de asombro, e implica una cierta ingenui-dad de espri tu, un amor a lo nuevo, un estar dispuesto a dejarse sorprender cada maana. En esa capacidad de asombro reside el fundamento del conocer y por eso la rutina es el peor enemigo de la sabidura. Lo bueno de los periodistas, de los periodistas a se-cas, es que se in teresan por todo, se enamoran de todo, se arreba-tan por todo y para todo. Su of icio es destripar los hechos para sintetizarlos luego. Has meditado alguna vez en el aspecto que ofrece la primera pgina de un diario? Es un mosaico irregular en el que se mezclan las l t imas noticias de la polt ica con el partido del domingo y los crmenes pasionales. Detrs de cada uno de esos relatos hay un periodista que los escribe, pero tambin hay otro que los valora, que t iene la sensibi l idad de sopesar objetos tan diferentes y buscar las motivaciones comunes que le l levan a depositar todos esos hechos en la primera pgina: aquellas que se ref ieren al inters del lector. O sea que un periodista necesita ejer-citar el previo deseo de conocer, y en eso se asemeja a los f i lso-fos, pero igualmente ha de sentir la necesidad de contar las cosas, y en eso se parece a los juglares. Su pasin no se satisface slo en la sabidura propia, sino tambin en la curiosidad ajena, que ha de interpretar y que no siempre coincide con sus intereses, sus ideales o sus propios cri terios. Mauro Muiz, un antiguo colega y excelente novelista, con el que tuve la satisfaccin de colaborar en Televisin Espaola, me espe-t en cierta ocasin su entendimiento de este asun to: Convncete,

  • slo hay dos clases de periodistas. Los que escriben bien y los que no. Enseguida me apunt a la teora (que sin embargo me sonaba a in-justa), probablemente porque en mi arrogancia pensaba que yo era de los primeros. Ahora que me es permitido dudar de mis propias cualidades, y de las de los dems, ya s que hay muchas clases de periodistas como las hay de putas no las clasif ic Cela en izas, rabizas y colipoterras?. Hay periodistas que escriben, otros que corrigen lo que ellos han escri to, periodistas que hablan por la radio, o quienes estn detrs de una cmara de fotos o son opera-dores de te levisin. Hay periodistas que se pasan las horas muer-tas tras una mesa de despacho, seleccionando cables de agencia, y los que no paran de visitar comisaras. Algunos roban documen-tos, o regalan bombones a las secretarias de los funcionarios, y las seducen para que traicionen al jefe. Hay periodistas que se ti ran en paracadas sobre lugares en conflicto, otros que organizan cuestaciones humanitarias, y no fal tan los dedicados a hacer so-ciologa, estadstica o prospectiva. No son pocos los que se enca-raman a la tribuna de la polt ica o al plpito de su propia re ligin, periodistas diputados, periodistas ministros, periodistas predicado-res, periodistas detectives, periodistas of icinistas, periodistas l is-tos y tontos, ignorantes y cul tos, honestos y corruptos, periodistas que pref ieren crear la noticia a encontrarla, o los que apuestan por protagonizarla el los, periodistas que quieren ser acadmicos y otros que gozan con ser putos, novelistas, actores, r icos, podero-sos, bohemios... Qu es comn a todos ellos? Te lo repito, her-mano, la curiosidad, la maldita curiosidad por saber lo que hay de-trs de las puertas, debajo de las al fombras, dentro de los ca jones o en el interior de las camas. O sea que no me preguntes nunca ms si t ienes vocacin, pregntate a ti mismo si te interesa averi-guar, cunto miedo tienes a saber, a descubrir, a conocer, a inves-tigar, a hablar y, en ocasiones, a callar. Mrate al espejo y respon-de: es para ti eso ms importante que nada? Ms que el dinero, la familia, la salud y la tranquilidad? Disfrutas mirando? Entonces eres un periodista. Ser curioso es, por lo dems, una especie de maldicin. Implica no decir que no a nada en principio, con lo que te l lamarn oportunis-ta, y saber decir que no a cualquier cosa en cualquier momento, con lo que te t i ldarn de conflictivo y sospechoso. Camus lo expli-ca con claridad: el hombre rebelde es aquel que sabe decir no, pe-ro en el momento mismo de expresar su negacin se pregunta so-bre la certeza y la duda que la envuelven. Ser curioso es cuestio-narse la vida, interrogar sin pausa, sin piedad, sin temores. A tus veintipocos aos me dejas imaginarte?, si alguna vez contestas dime algo ms sobre t i estas cosas te sonarn vacas o, por lo menos, tpicas. El t iempo te ha de ensear que vivir es someterse a una erosin continua, a una corrupcin permanente, a un deterioro imparable de nuestra propia curiosidad. La edad nos hace sucumbir al miedo y defendernos de l. Gracias a el la somos ms bri l lantes en la mentira, eso s, y ms prudentes en su admi-

  • nistracin. Por eso no quisiera perder esta oportunidad que has dado para escapar de mi cinismo. Tienes vocacin?, insisto. La tengo yo? Ah, qu pregunta memorable para cualquiera que raye la sesentena! Por qu no te preguntas mejor si t ienes ganas? Es donde reside todo el misterio probable de tu otra in terrogacin. Hay cosas que se sienten en el hgado, y otras en el rec to. El cora-zn palpita ah mucho ms que bajo las costi l las, y pensar con el cerebro ha sido siempre el recurso socorrido de los mediocres. Te lo digo yo, que amo el racionalismo, hasta donde pueda amarse nada que tenga ese nombre, y que toda mi vida he rendido tributo a la I lustracin. Esto es como en el arte y como en la vida: sin vs-ceras no hay nada. La vocacin debe parecerse, entonces, a un dolor de estmago, a un cierto mareo o a un orgasmo. O sea que son ganas. Supongo que t las t ienes, caramba, y de paso has vuelto a hacrmelas sentir a m. Bien, me parece que me he enrollado ms de la cuenta con todo esto y no s si f inalmente te va a ser de alguna uti l idad. Consula-te pensando que cuando menos ha servido para la propia purga de mi corazn y que, con eso, has hecho la buena obra del da. No s si te animars a contestarme, no te lo estoy pidiendo. Me divierte la idea de que lo hagas, de que me discutas, aunque no voy a su-frir un pelo si nuestra correspondencia termina aqu mismo, en su comienzo. Eso s, pdeme cuantas opiniones te parezca, pero no aguardes de m nunca un consejo. No lo he de dar, no vaya a ser que se te ocurra seguir lo. Tu amigo, 15 de julio

    Querido Honorio: No debes avergonzarte de tu nombre, aunque reconozco que des-de el punto de vista del marketing no es el mejor para tr iunfar. Bue-no, cmbiatelo que tampoco pasa nada. Quieres ejemplos en la historia? Larra f i rmaba como Fgaro y no tena un mal patronmi-co, Leopoldo Alas fue Clarn y Azorn debi pensar que con lo de Jos Martnez no se iba muy le jos. O sea que no es s lo de coris-tas y folclricas esta af icin al mote y es tan poco lo que tenemos en la vida que por lo menos debemos aspirar a poder l lamarnos co-mo nos d la gana. Por lo dems Honorio compromete demasiado cuando se va a ejercer la profesin de la pluma y ya han cado en desuso los duelos a primera sangre entre los publicistas (ahora son a muerte). Bromas aparte, agradezco tu respuesta mucho ms rpida de lo que esperaba aunque me descorazona ver que no me he explica-do bien. Si te hablo de las ganas que tengas, cmo me vienes t con esas disquisiciones sobre el t tulo, el carn y el rimbombante debate sobre el acceso a la profesin? Si me ests tomando el pe-lo, no me gusta y si no, me gusta menos: puedo pensar que no

  • eres ni la mitad de lis to de lo que aparentabas en tu primer envo y que andas tan preocupado como tus congneres por un empleo se-guro, cosa que comprendo pero para la que no tengo respuestas. Yo no te hablaba de una manera de ganarse la vida, sino de una forma de contemplar las cosas que, de paso, puede ser un medio de buscar los garbanzos. No, no me malinterpretes. De acuerdo con que el paro juvenil es un problema angustioso sabes que soy padre de seis hi jos y que sus esperanzas de vivir de mi heren-cia son inexistentes?. Lo que sucede es que yo no estoy ahora para esa clase de debates y menos contigo, que no s ni quin eres, ni de dnde vienes ni hacia dnde vas, como dice el bolero, y pese a que te peda datos sobre ti slo me aportas una direccin y un nombre que te sonroja. Yo en cambio soy un personaje pblico, tengo cientos, mi les de artculos escri tos, me reconocen por la ca-lle, me insultan en los peridicos de la competencia es toy en abierta desventaja y todava me pregunto qu carajo me pasa para que siga cayendo en la tentacin de enhebrar este di logo que hasta ahora slo es monlogo, o si no me estar extralimitando al tomar por confidente a un simple recomendado de un amigo lejano que un da sugiri a alguien que me escribiera pidiendo consejo. Y consejos, te repito una y mil veces, yo no doy. Pero vamos al fondo de la cuestin. Que si has de matricularte en una Facultad de Ciencias de la Informacin? Mira, haz lo que quie-ras. Lo que te aseguro es que el periodismo es cualquier cosa me-nos una ciencia. ste es un tema, sin embargo, sobre el que han corrido li tros de tin ta, y los que corrern. Tiene desde luego su im-portancia, porque de cmo se resuelva la preparacin de nuestros futuros periodistas depender la calidad de nuestra prensa y nues-tros medios de comunicacin en el futuro. Pero desde el principio el debate ha estado trucado por los in tereses particulares y las ma-niobras de unos pocos. Pensaba, por lo dems, que mi posicin era bien conocida, pues he tenido oportunidad de exponerla cien-tos de veces y, en su da, l lev una batalla desde los peridicos y desde las asociaciones de la prensa contra el sistema de forma-cin de periodistas implantado en este pas, que me parece a un tiempo ridculo y oneroso para la sociedad. Has de saber que en el origen de todo estaban las ambiciones de dos i lustres profesiona-les de nuestro gremio, ambos exitosos en su carrera, pero hurfa-nos de t tulos acadmicos. Quiz aspiraban, de la manera en que incluyeron el periodismo entre las carreras universitarias, a recibir dignidades de este gnero incluso uno lleg en su da a sugerir la creacin de una academia de periodistas. El problema es que nosotros tenemos ms de ruf ianes que de doctores, y por muchos aos. La cuestin no est en dignif icarnos, sino en cmo ser mejo-res, en aprender ms, en prepararnos, en decir menos tonteras. Se trata de que nuestra imprudencia sea fruto de nuestra pasin, pero no de nuestra ignorancia. Pero, en f in, como me parece que pese a lo mucho que me he desgaitado sobre estos temas mis gri -tos no han l legado a tus ore jas te vuelvo a resumir sucintamente lo que pienso.

  • El periodista es por naturaleza un generalista, pero un periodismo de calidad, exigente y r iguroso en la descripcin de los hechos, necesita de un buen nmero de especialistas en economa, en ciencia, en salud, en leyes capaces de entender lo que sucede y de narrrselo a los dems. Por otra parte existen algunas tcnicas y normas especf icas de la profesin cmo conseguir una noticia, cmo constatar las fuentes, cmo redactar un reportaje, cmo uti l i-zar las nuevas tecnologas, etctera cuyo conocimiento es bsi-co a la hora de ejercerla. O sea que hay cosas que se t ienen que aprender y el lugar lgico para hacerlo es la universidad. Si eso se debe hacer a travs de una carrera de cinco aos o de tres, si han de realizarse licenciaturas de segundo ciclo, o es preferible l levar a cabo maestras para los ya egresados, son cosas discutibles. Probablemente son buenos todos los mtodos en tanto que funcio-nen y malos si no logran sus objetivos, que son los de contar con una mano de obra intelectual suf icientemente culta y preparada. Mi preocupacin porque la universidad se preocupe del periodismo, de investigarlo, ensearlo, apoyarlo y desarrollar lo viene de antao y no por casualidad me empe en contribuir a este proceso, per-sonalmente, con la ayuda de la redaccin y la empresa de El Pas y de los profesores y el rectorado de la Universidad Autnoma de Madrid. Pero lo que no puedo admitir es que existan requisitos pre-vios sean stos t tulos acadmicos, carns sindicales o gremia-les o cualquier otro tipo de permiso para ejercer la profesin. Cuantas ms barreras se pretendan establecer a este respecto ms sufrir la l ibertad de expresin, derecho bsico de todos los ciudadanos en el que se sustenta toda nuestra actividad profesio-nal. Me parece discernir que en los t iempos que corren este debate ha quedado vie jo obsoleto, como ahora se dice y que ya todo el mundo acepta ms o menos los principios sobre los que me aca-bo de pronunciar: que es precisa una buena formacin, de rango universitario preferiblemente, y que no debe exigirse ninguna ti tu-lacin como requisito para ser periodista. Seal de que vamos en-trando en razones. Hace aos el decano de la escuela de periodis-mo de la Universidad de Columbia, que haba dedicado su vida a la enseanza de la profesin, se echaba las manos a la cabeza cuan-do le informaba de las pretensiones de algunos colegas espaoles de establecer la t i tulacin como medida indispensable para el ac-ceso a la prctica del periodismo. No me gus tara vivir para con-templar una aberracin semejan te, con fesaba ante una nutrida asamblea internacional de edi tores y directores de diarios. Lo ms lamentable es que, una vez que la discusin no se plantea en es-tos trminos, no existe debate alguno sobre la calidad de la ense-anza del periodismo en nuestro pas ni sobre la forma de orientar los estudios. De modo que la Facultad de Ciencias de la Informa-cin de la Complutense, en Madrid, esconde bajo su pomposo nombre una debi lidad congnita respecto a las misiones que debe-ra cumplir y un at iborramiento de alumnos que obtendrn el t tulo, desde luego, pero poco ms. Y, dicho sea de paso, de poco les servir tambin.

  • La polmica histrica a la que antes haca referencia ha tenido, pues, consecuencias funestas y aunque algunas empresas han he-cho empeos por arrimar sus fuerzas a las de universidades y con-tribuir de hecho a la formacin de futuros profesionales, la confu-sin reinante es mucha. Yo te recomiendo, Honorio, que ni te cambies el nombre ni te ma-tricules necesariamente en una facultad de ese gnero tampoco estoy radicalmente en contra . Estudia economa, o leyes, o cien-cias polt icas, o informtica, hazte experto en humanidades, y lue-go aprende el of icio de informar. Espero, eso s, que no te fa llen las tripas ni la rabia y que no tengas tampoco demasiada prisa por l legar, que es otra de las en fermedades de algunos de nuestros j-venes. Mira si no lo que les pas a los del PP, una y otra vez en una y otra eleccin, que no acababan de agarrar el poder como era debido porque se les vea ms el ansia que la in teligencia. Ojal que ahora se tranquilicen por f in. La vida me ha enseado que el futuro es de quien sabe esperar, con tal de que no se duerma ha-cindolo. No te duermas t, entonces. Si quieres ser periodista de los buenos tienes que aprender a leer un balance, pero tambin a ubicar en el mapa los nuevos pases de Europa del Este. Necesitas una cultura suf iciente y un inters grande por todo lo que suceda: o sea, puntos de referencia, cri terios, mtodos de investigacin. Nada mejor que la universidad para ensear todo eso, sobre todo si te acercas a el la con nimo multidisciplinar y no con n fulas de burcrata. No se es periodista por oposicin, sino por mritos, y est bien que siga sucediendo as, si queremos que no se joda de modo definit ivo nuestra profesin. Espero haberte aclarado algunas dudas, y quiz provocado algu-nas ms. No dejes de interrogarte, de preguntar a los dems. No te d vergenza reconocer tu ignorancia si t ratas de acumular sabe-res. El periodista no es un profesor ni un sacerdote, es slo un contador de historias, un moderno juglar, como Mark Twain deca, y hasta un bufn si es preciso. Trabaja por eso para las gentes de palacio, pero est fuera de l, por lo que no debe aspirar a t tulos ni honores, entre otras cosas porque lo que busca son las verdade-ras residencias del poder. Siempre me ha impresionado la imagen de Quevedo periodista a su modo, y en su t iempo escondiendo bajo la servi l leta del conde duque el memorial de agravios que dio con sus huesos en la crcel de Len, hoy convertida en parador de turismo. No ca l lar, por ms que con el dedo si lencio avises, o amenaces muerte. No ha de haber un espri tu valiente? Siempre se ha de sentir lo que se dice? Nunca se ha de decir lo que se sien te?. Di lo t, Honorio, s f iel a la mxima y administra si lencios y palabras sin otra regla que la de la verdad y la del bien pblico, sin ms limitacin que el respeto a la l ibertad y el derecho de los otros. No contribuyas entonces a alzar barreras diferentes o ms elevadas que stas. Hablar es un privi legio de todo ciudadano li -bre, no de una casta social o profesional consti tuida por periodis-tas, ostentadores de un carnet o de un diploma. La libertad de ex-

  • presin no es nuestra, sino de nuestros lectores. Bastante es que sepamos administrarla con prudencia, sin zafiedad, sin miedo. Respecto a las cuestiones personales, Honorio, permteme que hu-ya apresuradamente. No slo dices poco sobre ti, sino que encima preguntas demasiado sobre m mismo. No estoy queriendo estable-cer una amistad contigo, sino un dilogo. No convirtamos esto en la consulta del psicoanalista, aun si en ocasiones puede llegar a parecerlo. Slo trato de ayudarte en la eleccin, de ahuyentar de ti los fantasmas del pre juicio, inoculados por tantos maestros de la insidia como nos rodean. Por di ferencia a tantos otros pienso que el periodismo es la mejor profesin del mundo, a condicin de no abandonarla jams. Eso, y slo eso, es lo que quiero que apren-das. Te abraza,

    5 de septiembre

    Querido amigo: Perdona si el verano ha interrumpido mis envos ya he visto que no los tuyos. A mis aos el mayor placer consiste en holgar a modo y espero que sabrs disculpar el retraso en contestarte y los si lencios previos. Estos das atrs habrs ledo una historia que espero te habr im-presionado, como a m. Te la re fresco, por si acaso, pues de cual-quier modo me sirve para iniciar este dilogo en un tema que me parece importante. Mara tiene 23 aos y acaba de ser condenada a la crcel. Su deli-to: via jar a Portugal desde su pueblo de Galicia para someterse a un aborto. La ley espaola es muy estricta en estas materias y el caso de Mara no est protegido por ninguna de las circunstancias que la permitiran haber interrumpido su embarazo legalmente en nuestro pas. Otras chicas padecieron ya anteriormente un calvario semejante, y no parece que las cosas vayan a cambiar mucho en un futuro prximo. Pero ya se sabe que las penas nunca vienen so-las. Mara tuvo que sumar al trauma de su decisin, nunca fci l y nunca agradable, a las di f icultades para procurarse los gastos del viaje y de su intervencin quirrgica, el de la detencin, proceso y condena por los jueces. Ahora, tras la sentencia, una pena mayor le ha acaecido: el desprecio de sus familiares y amigos, de muchos de sus convecinos, que se han enterado de lo sucedido por la te le-visin. En este caso fue la cadena estatal, a travs de su telediario

  • de mayor audiencia, la que sin ningn reparo dio nombre y apell i -dos de la protagonista de los hechos, y aun su di reccin, o casi, pues seal la pequea aldea de Galicia de la que era oriunda. Ninguna ley de proteccin a la in timidad o a la vida privada puede evitar la publicidad de unos hechos sometidos ante un tribunal en audiencia pblica como es de rigor. Nadie podr perseguir penal o civilmente a los periodistas de Televisin Espaola por la aporta-cin de esos datos. Pero el los sern responsables de una in famia tan grande, al menos, como la cometida por quienes han enviado a la crcel a la chica. Ya estoy oyendo tus protestas: el deber de informar, y el derecho a saber de los ciudadanos, hacen inevitable la publicacin de cosas as, que no se pueden si lenciar pese al lamentable hecho de que daen derechos particulares. Yo mismo te he escri to ya sobre la obligacin de los periodistas de publicar las noticias, caiga quien caiga, pese a quien pese. Aunque quiz no me haya explicado bien. Quiz no haya definido suf icientemen te que ese caiga quien caiga se re f iere mayormente, inevitablemente, a los seores del poder y a las damas que lo ocupen, por supuesto pero no pue-de de ninguna manera aplicarse a ciudadanos indefensos, y mucho menos cuando su dignidad se ha visto conculcada por la aplicacin de leyes tan poco humanitarias y tan cnicas como las que envan a las mujeres a la crcel por someterse l ibremente a un aborto. No hay derecho i l imitado, ni que pueda ejercerse irresponsable-mente, es decir, sin responder ante nadie por su propio uso. No existe razn ninguna, ni desde la tica, ni desde una interpretacin racional de los principios profesionales, que justi f ique indicar los datos personales de Mara en un programa de gran audiencia, so-metindola as al vi l ipendio social. Nadie se beneficia de ello, ni si -quiera la curiosidad del espectador, como no sea la morbosa de los propios convecinos de la culpable y en este caso, tambin y so-bre todo, vctima de los hechos. No hay ejemplaridad social en la prctica de comunicar esos detalles, no se aaden con ellos moti-vos de inters, no se i luminan mejor las circunstancias del caso. Es pura bazofia informativa, pura agresin inti l a una persona ya maltratada por la vida que ve, as, sumarse a sus penalidades la de sentirse sealada con el dedo y quin sabe si la de discrimina-ciones ulteriores, en su familia, en su trabajo, entre sus amigos, en su ambiente. Su intimidad, invadida y vio lada primero por la nor-mas legales, ha sido violada e invadida despus por los medios de comunicacin. Y nada menos que por el de mayor audiencia en el pas que es, a su vez, de ti tularidad pblica y que pierde millones de euros al ao, sin que ni un so lo maraved se ponga al servicio o en la investigacin del comportamiento moral de sus redactores. Existe una vejacin mayor imaginable? Pero el caso de Mara no es algo aislado; responde ms bien a un clima exasperante de cinismo moral que se ha instalado entre mu-chos periodistas. Al amparo de las grandes declaraciones sobre la l ibertad de expresin, o acerca del derecho a informar, no son po-cas las prcticas de periodismo sensacionalista, mendaz e in jurio-

  • so que se emplean con el nico objetivo de vender ms, ganar ms audiencia y, en definit iva, tr iunfar a costa de la desgracia ajena. Nada nuevo bajo el sol. Desde que la prensa existe el amari l l ismo ha hecho mella en la sociedad, y sta ha tenido que aprender a de-fenderse de los embaucadores, de los char latanes, de los sofistas y de los mentecatos que disfrutan del inmenso privi legio, y el preo-cupante poder, de publicar una columna o de babear ante un mi-crfono. No, no pienses que me excedo en los cali f icativos. T mismo pue-des contemplar lo que pasa a tu alrededor. Peridicos que se dicen respetables, que pretenden describir el mundo del siglo venidero y el abec de la convivencia, radios que viven al amparo de insti tu-ciones supuestamente dignas de aprecio, representantes de valo-res divinos y eternos, se dedican a la in juria sistemtica, a la de-formacin persistente de la realidad, a la descali f icacin de sus competidores comerciales o de sus adversarios polt icos, mediante los mtodos ms abyectos. De modo que si los obispos espaoles pretendieran aplicar al comportamiento de las radios que adminis-tran una mnima parte de la doctrina que predican en pastorales sobre los medios de comunicacin, veran con desconcierto, aun-que no s si con amargura, que son ellos los primeros pecadores, y que di f ci lmente pueden servir de ejemplo o ser crebles en su prdica. Claro que el motivo de la laxitud de que hacen gala no puede ser otro que el econmico: el rosario en familia, a travs de las ondas, es menos rentable que la in juria, la demagogia y la fa-cundia de los char latanes. T mismo puedes ver la di famacin con-vertida en noticia y la excrecencia mental dignif icada como colum-na de opinin en algunas publicaciones. No me preguntes por qu se permite esto. La motivacin es siempre la misma y siempre ruin: vanidad, dinero, envidia, venganza... pasiones bajas de pequeos miserables que han inundado el mundo de los medios. Supongo que pensars que si me expreso tan acremente es porque yo mis-mo he sido vctima de estas prcticas y que mis propias e inconfe-sables pasiones me inclinan a uti l izar mtodos similares. En reali-dad he tenido ocasin muchas veces de denunciar en pblico tal estado de cosas, y lo he hecho, sometindome a una lluvia de im-properios de mis propios compaeros de of icio, que me exigan pruebas y nombres porque, acostumbrados como estn a ser los jueces del universo, no pueden soportar que alguien quiera simple-mente contribuir a la ref lexin moral colectiva de toda una profe-sin y no acusar con el dedo a nadie, ni mucho menos vi l ipendiar honras ajenas. Pero el fenmeno est ah, y le jos de disminuir em-peora. La sociedad se siente a un tiempo amedrentada y halagada por esos manejos, que algo deben de tener que ver con el sadoma-soquismo, pues en gran par te los padecen los mismos que los ejer-cen, y sufren y disfrutan a un tiempo con ellos. Por un lado, las gentes se sienten rehenes de los t i tulares de los peridicos, pero a la vez numerosos centros de poder no dudan en servirse de los mismos para conseguir sus f ines.

  • En Espaa algo cambi cuando algunos aventureros de las f inan-zas, cuya catadura moral ha quedado felizmente al descubierto, decidieron tomar por asal to el mundo de los medios de comunica-cin. No dudaron en comprar empresas, publicaciones, periodis-tas... Emplearon detectives en la obtencin de noticias, transgre-dieron las normas ms elementales de la tica o de la deontologa profesional, invadieron derechos ajenos, adularon, sobornaron, amenazaron, espiaron... Un nuevo terrorismo, el periodstico, tom carta de naturaleza entre nosotros. Y, como en todo terrorismo, la confusin ha sido y es su arma preferida: la mezcla de medias ver-dades con mentiras gigantes, el amparo de la necedad en nombre de la l ibertad de prensa, y el de la in famia en el de la democracia. Sus efectos han sido igualmente devastadores: ha descendido la calidad de los medios de comunicacin, y notablemente la de las televisiones; se ha enrarecido el clima social de convivencia; se ha envilecido la vida polt ica y se ha puteado en general el concepto de dilogo, mientras acabbamos con cualquier idea de to lerancia. Todo muy espaol. No quiero ser in justo en mi diatriba. Tengo que reconocer que hay algunos de esos delincuentes de la pluma que la ut i l izan con des-treza, y aun con un determinado tributo al arte. Pero exonerarles de sus deli tos por ese simple hecho sera como perdonar a un atra-cador por la l impieza con la que comete su robo. Tampoco te quie-ro ocultar que me preocupa la nada soterrada admiracin con la que en definit iva parece que te ref ieres a el los en tu l t ima carta. Te equivocas, te equivocas. Es posible que, por desgracia, algunos de estos embaucadores hayan logrado crear escuela y que cunda su ejemplo entre las nuevas generaciones de profesionales, pero no me gusta verte mezclado en la estela de sus cortesanos. Dudo de si, en efecto, podrs f inalmente aprender algo de mi experien-cia, aunque est demostrado que nadie nunca ha logrado servirse de una cosa as. Estoy dispuesto a concederte que muchos de ellos son incluso buenos periodistas: t ienen la curiosidad, el empe-o, la pasin y el escepticismo necesarios para dedicarse al of icio. Pero les falla su conviccin de ciudadanos. No discernir entre sus habil idades y las desviaciones nocivas a las que las han aplicado sera como premiar a los mdicos nazis por la calidad cientf ica de sus experimentos con vidas humanas o animar a expertos arquitec-tos a especular con el suelo. Las normas morales no pueden con-templarse de manera ajena y di ferente a las reglas de profesin. Es ms: estas l t imas son tambin normas morales propiamente di-chas, o al menos deontolgicas lo digo as a f in de no meterme en discusiones de al tura para las que no estoy preparado ni te han de interesar mucho en este tranco. Muchos de estos colegas nuestros permteme que te homologue ya en la profesin, pues tu so lo empeo de pertenecer a ella te in-corpora a su elenco muchos colegas, digo, t ienden a mirarse al espejo como a su propio ombligo, convencidos de que estn llama-dos a la ms grande misin que imaginarse pueda. En realidad no tienen vocacin de periodistas, sino de sacerdotes, de polt icos o

  • de jueces. No quieren contar las cosas, sino explicar su concep-cin del mundo lo que ya es competir con los f i lsofos. No les gusta ser narradores sino ensayistas. Pero es tal la hipnosis popu-lar y colectiva que logran producir a travs de la magia de la te levi-sin o del olor de la t in ta impresa que ellos mismos acaban consi-derndose una especie de pequeos Mesas cuya misin en esta tierra es sagrada e inalienable, o sea, incapaz de ser encomenda-da a otro. Una vez que se han convencido de ello abdican del mun-do de la lgica y del raciocinio, del universo de la duda y la com-plej idad real, para encaramarse a la tr ibuna blandiendo una espa-da f lamgera dispuestos a establecer el orden sagrado de la l iber-tad de expresin: sa que ellos mismos definen, ellos so los esta-blecen, nicamente ellos administran, y con la que darn en la ca-beza al prj imo si ste se resiste a someterse a sus dictados. Esa acti tud que exige una total transparencia en todos los actos de los hombres, susceptibles de ser sometidos en cualquier caso y mo-mento a la investigacin pblica y uni lateral de la prensa o el resto de los medios, t iene mucho que ver con el to tali tarismo. En Esta-dos Unidos se reserva para los actores de la vida pblica y eviden-cia el puritanismo originario de aquella sociedad. Pero en nuestro pas se aplica con profusin y casi sin l mites a cualquier ciudada-no que no se avenga a los dictados del periodista purif icador. De modo que se parece en mucho a una moderna Inquisicin que, co-mo la antigua, se ejerce en nombre de la verdad, del bien comn y de los sagrados principios. Bueno, amigo mo, creo que por hoy me he despachado bien, y no acostumbro a hacerlo con frecuencia. Lo nico que no quisiera es que atribuyeras mis juicios, tan apasionados como pretendas pero no por eso menos ajustados a la real idad, que no los atribuyas digo a motivaciones espreas o reyertas personales, sino a una sincera preocupacin por la l impieza de nuestro of icio. Son dema-siados los que quieren ejercer el sacerdocio de la pluma, y yo pre-f iero quedarme en carpintero de la misma. Espero no haberte abu-rrido demasiado y quiz haya, en cambio, contribuido conveniente-mente a tu desconcierto. De ste sacars mejor provecho que de todas tus certezas, por lo menos si verdaderamente es al periodis-mo a lo que te pre tendes dedicar. Te abraza, como antes,

    12 de octubre

    Da de la Hispanidad

  • Querido Honorio: Ya saba yo que no te iba a convencer con mi pasional envo del mes pasado y comprendo tus demandas de rigor, a m que tanto lo predico. O sea que aqu estoy dispuesto a cumplir la penitencia que me exiges, y hablarte del honor, a t i, que eres nada menos que Honorio, y que como bien sabes, y di jo Caldern, el honor es patrimonio del alma y el alma, s lo es de Dios. Porque t ienes ra-zn en solicitarme clari f icaciones sobre mi l t ima carta y un argu-mentario un poco ms slido que el de mi irr i tacin. Pienso ade-ms que siendo hoy el Da de la Raza, resulta sta una fecha ade-cuada para algunas disquisiciones que mucho tienen que ver con ella. Verdaderamente slo los espaoles podramos haber osado legis-lar, como lo hemos hecho, sobre el acervo espiri tual de cada indi-viduo. He tenido ocasin de ref lexionar cientos de veces acerca de esta singular condicin del hombre hispano que es capaz de some-ter a la legislacin posit iva y arbitr io judicial no slo los mtodos de reparacin del honor perdido, sino la determinacin de cundo ste se haya visto ofendido, daado o manchado por la actividad de un tercero. Definir el concepto de honor que cada cual t, yo mismo tenga incorporado a su propia concepcin de la exis tencia es, por otro lado, misin nada fci l de coronar, y siendo el honor de por s subjetivo y mutable en sus acepciones, segn los tiem-pos, las personas y las circunstancias en que se enarbole, creo que hubiera sido mejor eludir la palabra a la hora de promulgar las leyes sobre el l ibelo de la democracia espaola. No fue as: con lo que contamos es con una pomposa ley de Pro teccin civil del de-recho al honor, a la in timidad personal y familiar y a la propia ima-gen . Y creo que la inclusin del honor entre esos bienes jurdica-mente protegidos puede generar no pocos defectos de interpreta-cin y sugerir las suf icientes anbigedades como para que la mi-sin real de los tribunales, que es la de administrar la justicia, que-de f inalmente slo depositada en los personales, y siempre discuti-bles, cri terios de los jueces antes que en una in terpretacin riguro-sa y adecuada de lo legislado. De modo que el iminado el problema de definir nuestro honor lo siento, Honorio y las circunstancias en que se ve agredido pue-des, pues, bucear un poco en los conceptos de vida privada e inti-midad, manejados con frecuencia de forma confusa y aleatoria. Mientras la primera parece referirse a la esfera no social en la que se desenvuelve la existencia del hombre y de su familia lo que, parodiando a los ingleses, podramos denominar como aquello que sucede dentro de los l mites de la valla de nuestro jardn, la inti-midad implica alusiones a la personalidad del individuo, a su pro-pia valoracin moral, a su libertad de pensamiento, a su in tegridad intelectual. Entre la intimidad y la vida privada podramos si tuar la propia imagen, en tendiendo sta como la imagen que de uno mis-mo tiene el entorno, o sea la reputacin o la honra, en sentido am-plio. Frente a la conciencia sobre la condicin moral de cada per-

  • sona, estas nuevas definiciones apelan a un orden social no escri-to, a una consideracin de los dems acerca de uno mismo, a un reconocimiento ajeno basado en valores y cri terios comunes a un colectivo. Naturalmente es intil suponer la inexistencia de com-partimentos estancos claramente di ferenciados a la hora de discer-nir las diversas acepciones. Pero estars de acuerdo conmigo en que la ley tiene que garantizar absoluto respeto a la in timidad y vi-da privada de los individuos, sin posibi l idad de ningn t ipo de in je-rencias, ni siquiera orientativas, en cuanto a los comportamientos que de ella se deriven, mientras no lesionen derechos ajenos; y ha de defender igualmente la reputacin, buen nombre e imagen de esos mismos individuos. En la proteccin de los derechos persona-les se ve encarnada la l ibertad de pensamiento y conciencia, as como la religiosa al margen de los derechos cvicos de la l iber-tad de cul to y tambin encuentran ah su anclaje otras normas constitucionales, como la inviolabi l idad de la correspondencia, de las comunicaciones y del domici l io. (He de aclararte, no obstante, que la consideracin de la propia imagen por la ley de pro teccin del honor no responde, sin embargo, a esa idea de reputacin, si-no al exclusivo uso o reproduccin de la imagen fsica la fotogra-fa, o el vdeo de un individuo). Para m est meridianamente claro que todo el universo jurdico de proteccin de los derechos individuales permanece, en Espaa, su-mido en una cier ta ambigedad conceptual e intelectual. Y ello es tanto ms grave cuanto que es frecuente que choque con otros de-rechos igualmente reconocidos en la Constitucin y con la protec-cin de otros bienes de naturaleza jurdica. Me estoy ref iriendo a la l ibertad de informacin y al empleo generalizado de los medios de comunicacin de masas en las sociedades modernas. Convendrs conmigo en que existe la impresin de que el ciudada-no se encuentra indefenso ante una invasin inapropiada de sus derechos individuales por parte de la prensa y los medios electr-nicos. Si bien aqullos estn protegidos tericamente por la ley, de ordinario no reciben el amparo suficiente de los tribunales. No de-seo insistir ms en la extensin de las prcticas difamatorias, cuando no claramente in juriosas y calumniosas, en algunos peri-dicos como mtodo de desacreditar al contrario, sea ste opositor polt ico, competidor comercial o simplemente alguien objeto de las fobias personales del autor. Los abogados y los jueces se debaten siempre en la duda de si recurrir a procedimientos penales o a ins-tancias civi les a la hora de reclamar y sentenciar contra los abusos que se cometen. La jurisprudencia del Constitucional, aunque ha ido creando una doctrina suf icientemente amplia y pormenorizada, maneja todava mal la cohonestacin de estos derechos individua-les con el de informacin, sobre el que se basa en gran medida el ordenamiento social y polt ico de la democracia. El resultado f inal de todo ello conduce al arbitrismo. Aunque cada vez es ms claro el marco terico en el que los periodistas y sus empresas pueden desempear su funcin profesional con garantas jurdicas, los ciu-dadanos no se sienten seguros de que vayan a ser amparados por

  • los jueces cuando sus derechos sean vulnerados mediante el abu-so de los medios de comunicacin. Supongo que nos hallamos ante un conflicto sin solucin conocida, o al menos sin solucin general. Por eso, lo esencial hoy es buscar mtodos y prcticas capaces de satisfacer cuanto antes las de-mandas concretas. En realidad lo que en este terreno sucede parece corresponder a una nueva moda vigente en nuestro pas segn la cual todo o casi todo vale a la hora de hacer prevalecer las posiciones particulares de cada uno, mxime si se supone que stas representan la ver-dad, la decencia o la justicia. La suposicin de que el f in jus ti f ica los medios parece asumida globalmente por los l deres y agentes sociales, sean polt icos, periodistas o jueces. La libertad de infor-macin se ha convertido en una especie de patente de corso para muchos de los que viven profesionalmente de ella; la prisin pre-ventiva adquiere, en algunas manifestaciones, perf iles de tortura psicolgica o de interrogatorio vejatorio y continuado a f in de que declaren los sospechosos; la lucha contra el terrorismo o el narco-trf ico empuja a los gobernantes a emplear mtodos dudosos, am-parados en la bondad social del f in que se persigue. Aadamos a todo ello la vanidad de las personas, el gusto por aparecer en los medios de comunicacin, la necesidad de manipularlos cara a las elecciones, la irresponsabilidad de algunos jueces y la lenti tud to-dava legendaria de nuestra Administracin de Justicia para com-poner un cuadro expresionista de una si tuacin en la que mucha gente es insultada o calumniada en los peridicos con absoluta im-punidad. Muchos de esos atropellos se cometen en infraccin del propio C-digo Penal, que t ipif ica suf icientemente las in jurias y calumnias con publicidad. Pero no vale de nada. Socialmente resulta inadmi-sible la condena a penas de privacin de libertad por deli tos de opinin. Es clebre el caso de Jos Mara Garca, condenado en f irme a la crcel por rei teradas injurias y que obtuvo el indulto del Gobierno, sometido ste a una campaa de opinin de descomuna-les proporciones. No es de extraar: la opinin pblica considera, y con razn, que la manera de corregir las infracciones de los perio-distas no puede ser envindolos a un calabozo y que la reparacin a la que tienen derecho los damnif icados no encuentra satisfaccin alguna en el lo. La solucin de susti tuir las penas de prisin por las de inhabili tacin profesional no parece mucho mejor y me temo que, en la prctica, resultar igualmente inoperante. En mi opinin, querido Honorio, el recurso a los tribunales ante una agresin in-justi f icada de los medios debe operar en la va civi l, y las sancio-nes han de ser econmicas, en forma priori taria de indemnizacin al ofendido. sta es la prctica habitual en las democracias de nuestro entorno y, probablemente, la mejor manera de poner coto a las desviaciones y transgresiones de la prensa. Algunos sugieren que la respuesta a estas cuestiones podra estar en la elaboracin de leyes y procedimientos especiales, o aun en la creacin de tr ibunales especializados. Mi conviccin personal es

  • que el marco legislativo actual sera suf iciente si existieran jueces dispuestos a aplicarlo sin tr iquiuelas y si hubiera celeridad en los procedimientos. Si queremos garantizar la no existencia de una censura encubierta, el respeto al juez natural y a las normas pro-cedimentales y legales comunes a cualquier otra actividad me pa-rece condicin indispensable en la represin de los deli tos cometi-dos a travs de la prensa entendida sta en su acepcin amplia de medios de comunicacin. Cualquier t ipo de legislacin espe-cf ica o de proteccin singular amenaza con convertirse en una li -mitacin an mayor. Por otra parte, pienso que cuando el Estado protege la intromisin ilegtima en la in timidad y la vida privada de los ciudadanos es por-que existe una intromisin legtima, una limitacin, en definit iva, al derecho a la vida privada que, como todo derecho, no puede ser absoluto. La legit imidad de dicha invasin puede venir motivada por dos razones esenciales: el inters pblico o el propio consenti-miento del otro. El inters pblico es algo consustancial a la l ibertad de expresin. Si sta es un bien social y no slo un derecho de los individuos, me parece obvio que algunas de las l ibertades o prerrogativas per-sonales pueden decaer en su ejercicio a la luz de un in ters supe-rior. La libertad de prensa lo es, en cuanto que columna vertebral de la convivencia democrtica. El estado de salud de un particular, o sus relaciones amorosas, compete exclusivamente a su vida pri-vada, pero si se trata de un personaje pblico o si de su peripecia se derivan consecuencias para el comn de la sociedad, la protec-cin de su intimidad no tiene, a mi juicio, basamento suf iciente. sta me parece una respuesta adecuada a la interrogante que me planteas sobre si los personajes pblicos tienen vida privada, es decir, sobre si son merecedores de la misma proteccin jurdica para sus actos y comportamientos ntimos que cualquier otro ciu-dadano. La respuesta es obviamente que s: por pblico que resul-te nadie, sea en el universo de la polt ica, del arte o del espect-culo, todo el mundo aspira a una zona reservada de su intimidad, esa especia de de recho a estar tranqui lo, derecho a estar so lo o derecho a que le de jen a uno en paz que reclamaban los jueces americanos en el siglo XIX. Hace algn tiempo, por ejemplo, pudi-mos ver unas fotografas del Rey, publicadas por un semanario es-paol, tomando el sol desnudo en la cubierta de su barco. Las fo-tos no aportaban ningn elemento interesante o aadido, eran sim-plemente curiosas o demostrativas de que los monarcas tambin se encueran, y consti tuan, desde ese punto de vista, una f lagrante intromisin en la vida privada del ciudadano don Juan Car los de Borbn, inviolable como rey, pero vio lable como individuo segn parece. Claro que la aplicacin del cri terio no puede ser idntica para to-dos. Un polt ico que se somete a la eleccin de sus conciudadanos est obligado a una transparencia en sus comportamientos perso-nales superior a la de los par ticulares. En primer lugar porque pue-den poner de re lieve una doble moral en sus protagonistas, cuya

  • denuncia es obligada en bien de la sociedad. En segundo lugar, porque los datos personales y famil iares de un candidato deben en toda lgica tenerse en cuenta a la hora del ejercicio del sufragio. Por eso, y aunque el tema se extrapolara y manipulara polt ica-mente hasta el r idculo, la atencin de la prensa sobre el caso Le-winsky estaba plenamente justif icada. Otra circunstancia que, a mi parecer, delimita con bastante clari-dad la ausencia de privacidad de un hecho es el lugar donde se produzca. Si, de acuerdo con la metfora bri tnica, la vida privada se circunscribe a lo que ocurre de las vallas de nuestro jardn ha-cia dentro, nuestra intimidad dejar de ser tal una vez que traspa-semos el umbral de la puerta y pisemos la calle. No es irre levante esto que sealo. Tomar fotografas con teleobjetivo a una persona desnuda en su casa o en su barco parece una invasin f lagrante de su intimidad. Hacerlo en una playa, por soli taria que sea, cuan-do es un lugar pblico y no acotado no puede merecer, a priori, la misma consideracin. Una condicin evidente que permite tambin la intromisin en la vi-da privada de los dems es su propio consentimiento. La cuestin est en saber si t iene que ser necesariamente explcito o puede derivarse tcitamente de un comportamiento general. Una persona que vende la exclusiva de su boda a la prensa, o que comercia con el relato de sus re laciones amorosas, t iene todava un coto reser-vado en su intimidad, pero ste se ve forzosamente reducido por su actitud. Quienes traf ican con su vida privada y la de su familia dif cilmente pueden reclamar igualdad de trato respecto a otros ciudadanos. Por l t imo no olvides otra cuestin espinosa, que es la intromisin ilegtima en los derechos individuales a f in de obtener informacio-nes que en s son va liosas, e incluso trascendentes, para la socie-dad o merecen ese cal i f icativo de inters pblico. Con ocasin de la detencin de un fotgrafo espaol en Nueva York que haba pin-chado los te lfonos de una americana amiga del prncipe heredero, el reportero en cuestin se mostr sorprendido por la dureza poli-cial ante un hecho que era dijo frecuente en Espaa. No cabe duda de que la identif icacin de un posible amor de don Felipe re-basa los l mites de su vida privada y afecta de l leno al derecho a saber que los ciudadanos tienen sobre quin puede ser su futura reina. Pero ni aun as pueden estar justi f icados los mtodos que infringen la ley para obtener una informacin de este gnero. Creme que el recurso a mtodos ilegales para hacerse con infor-maciones de inters para la comunidad es algo menos infrecuente de lo que se supone. Es lcito robar documentos, comprarlos a funcionarios pblicos, instalar micrfonos, sobornar, pinchar te lfo-nos o realizar prcticas semejantes con tal de obtener noticias cru-ciales para el pblico que de otra manera permaneceran ocul tas? No, a mi modesto entender, pero nuevamente es preciso referirse a la casustica y procurar huir de una norma general y no siempre aplicable. Estoy pensando, sobre todo, en cuestiones que afectan al terrorismo, la seguridad de los ciudadanos o los secretos de Es-

  • tado... en si tuaciones en que anda de por medio la defensa de la vida de rehenes. Un anlisis pormenorizado de cada caso nos l le-vara quiz a la conclusin de que, en ocasiones, puede estar jus-ti f icada moralmente la i legalidad de determinados mtodos, aunque sea como excepcin. El Cdigo Penal espaol pretendi sin xi to dar a luz una nueva f i-gura, con races en la tradicin jurdica de nuestro pas: la di fama-cin. No encuentro mejor definicin para el la que la de los alema-nes cuando la t ipif ican como di fundir o af irmar un hecho idneo para desprestigiar o degradar ante la opinin pblica a una perso-na. Aunque sera loable que la reputacin, o la honra cuestin muy diferente al honor, tuvieran por f in una clara proteccin en nuestras leyes, resultaba sorprendente que fuera de tipo penal y no estuviera convenientemente diseada en nuestro ordenamiento civil. Por eso es lgico que al f inal decayera el proyecto. El Estado debe velar porque la reputacin de los ciudadanos no sea denigra-da impunemente, pero no debe convertir esa acti tud en una censu-ra aadida a la l ibertad de informacin. Para el lo debera prestarse atencin preferente al principio de veracidad. Creo que la exis ten-cia de ste basta para el iminar cualquier responsabilidad de los periodistas en la comisin de un acto difamatorio. La reputacin de una persona puede y debe cambiar si la opinin pblica conoce ac-tos de la misma que contradicen la imagen que de el la se haban forjado los dems. Existe un derecho a saber de los ciudadanos que slo debe ser correspondido por un esfuerzo de veracidad de los periodistas. Y he aqu el corolario de un envo que me parece ya interminable (justo castigo a tu insistencia en que te sea ms explci to y racio-nal sobre cuestiones que deberan ensearte en las aulas y no aprenderlas t en semejante correspondencia). Mi conclusin es que la bsqueda de la verdad, en el sentido plural y no dogmtico de la palabra, es lo nico que justif ica desviaciones o trasgresio-nes de los periodistas. Pero esto no sucede as siempre, y ni si -quiera frecuentemente, en el Madrid de nuestros das: muchos des-precian la verdad y la humillan en honor a sus propias e indemos-trables tesis. Por eso, aun si acepto tu reprimenda por lo que con-sideras mi indignacin incontrolada del otro da, te ruego al menos coincidas conmigo en que es ms agradable, e incluso instructivo, recibir cartas como la anterior que engendros de la razn como s-te. Los das festivos, el de hoy, por ejemplo, son propicios a un discurso pausado, que no por el lo ha de resultar ms efectivo que el que nace de la indignacin y la impaciencia. Espero en cualquier caso haber satisfecho tus deseos. Hasta muy pronto.