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Cartilla Elecciones/Debates

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BREVE PRESENTACIÓN Esta selección incluye textos que hemos leído, trabajado, debatido, en diferentes instancias: reuniones de formación, campamentos de formación, plenarios. No expresan nuestra posición sobre el eje que los atraviesa, aunque probablemente se arrimen a ideas que compartimos; en todo caso, su función no es representar nuestras ideas si no invitar a indagar (...) Selección de textos - Nueva Izquierda y disputa institucional. Una incitación a la incomodidad - Martín Ogando (Marea Pop.), 2012 En respuesta: - Hacia la construcción de nuevas herramientas políticas de izquierda Aldo Casas (FPDS - CN) - ¿Qué tipo de “herramienta política” para qué estrategia? - Federico Orchani, Joaquín Gómez, Pablo Solana (FPDS) - Hacia una alternativa política de nuevo tipo. Aportes para un debate estratégico - Martín Mosquera (CAUCE - UBA en COB La Brecha) - Carta pública a Marea Popular a propósito de su intervención electoral - CAUCE - UBA en COB La Brecha (Julio, 2013)

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CARTILLA DE FORMACIONSelección de Textos

elecciones 2013

Selección de textos

Nueva Izquierda y disputa institucional. Una incitación a la incomodidad Martín Ogando (Juventud Rebelde), 2012

En respuesta: Hacia la construcción de nuevas herramientas políticas de izquierdaAldo Casas (FPDS - CN)

¿Qué tipo de “herramienta política” para qué estrategia?Federico Orchani, Joaquín Gómez, Pablo Solana (FPDS)

Hacia una alternativa política de nuevo tipo. Aportes para un debate estratégico.Martín Mosquera (CAUCE - UBA en Corriente de Organizaciones de Base La Brecha)

Carta pública a Marea Popular a propósito de su intervención electoralCAUCE - UBA en COB La Brecha, 7 de Julio 2013

BREVE PRESENTACIÓNEsta selección incluye textos que hemos leído, trabajado, debatido, en diferentes instancias de encuentro: reuniones de formación, campamentos de formación, plenarios. No expresan nuestra posición sobre el eje que los atraviesa, aunque probablemente se arrimen a ideas que compartimos; en todo caso, su función no es representar nuestras ideas si no invitar a indagar, profundizar y preguntarse, esperando que colaboren en la elaboración de alguna repsuesta, pero sobre todo, de nuevas y mejores preguntas.

FRENTE POPULAR DARIO SANTILLAN en TERCIARIOS, 2013

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Plenario Terciarios del FPDS

Nueva izquierda y disputa institucional Una incitación a la incomodidad

Por Martín Ogando Sociólogo y docente de la Universidad de Buenos Aires.

Militante de la Juventud Rebelde 20 de Diciembre

Nos acompaña desde hace tiempo una convicción: cada una de nuestras actividades militantes, cada aporte cotidiano, cada

línea escrita tiene el objetivo de aportar en la construcción de una herramienta política emancipatoria y anticapitalista. Esa construcción que permita hacer posible el cambio social en la Argentina, en Nuestra América, en el mundo. Ahora bien, lo titánico de la tarea no puede hacernos perder de vista lo milimétrico, lo pequeño, de nuestro aporte. Por eso la faena es colectiva. Porque cada uno de nosotros y nosotras puede hacer un aporte relevante en la medida en que su pequeña palabra y sus pequeñas manos se ensanchen en otras palabras y en miles de manos. Así de parciales, incompletas y tal vez ínfimas se piensan las palabras que siguen. Por eso asumimos como piso, como algo dado, ciertas reflexiones planteadas con anterioridad por otros compañeros y compañeras, y aceptamos como necesarias, como aún ausentes, otras ideas de seguro superadoras. Así, nos concentraremos en un punto limitado pero que pensamos importante: nuestras taras y limitaciones a la hora de pensar la disputa institucional como momento específico y necesario en la construcción de poder popular. Punto incómodo de nuestra agenda, pensamos que debe encararse evitando el refugio de laspequeñas parcelas y de los horizontes previsibles. Ojalá estás líneas sean al menos una incitación al debate y a la reflexión colectiva.

Nuestra necesaria herramienta política (o “es preciso soñar, pero a condición de creer en nuestros sueños”) La necesidad de que el cúmulo de organizaciones y colectivos que nos reconocemos parte del espacio de la izquierda

independiente logremos confluir en una herramienta política común está cada vez más presente en todos nuestros debates. Nonos referimos aquí a las trilladas referencias a una (tal vez inviable) “unidad de la izquierda”, ni tampoco a una deseable unidad del campo popular, lo que Gramsci llamaría la constitucióndel bloque nacional-popular, que sin embargo depende de la maduración de procesos que hoy nos exceden en mucho. Se trata de la convergencia de una serie de organizaciones que hemos alcanzado un grado notable de afinidad, tanto en los métodos de construcción, como en los valores que defendemos, como, finalmente, en a una estrategia para la edificación de poder popular

1. Se han dado pasos, como la existencia de la COMPA

2 y

otros espacios de articulación, pero indudablemente nuestro andar corre muy por detrás de las exigencias que nos presenta la actual etapa.

Las posibilidades de unidad demandan experiencias prácticas en común, generación de confianza entre los diversos colectivos militantes y, por supuesto, la multiplicación del debate político entre nuestras organizaciones. Sin embargo, se corre el peligro de pensar que una herramienta política surge por generación espontánea cuando el grado de articulación entre diversas organizaciones llega a una especie de “punto de saturación”. Esto no es así. Avanzar en la construcción de un instrumento político-organizativo que aporte decisivamente en la generación de una alternativa de liberación nacional y social, supone reflexionar, elaborar y discutir de manera especificas las posibles vías para su conformación. Demanda, en primer lugar, recoger e intentar sintetizar en un terreno más general cada una de las experiencias parciales, sean sectoriales, locales o regionales, que son el punto de sustentación de cualquier construcción estratégica que se pretenda sólida y potente. A eso nos referimos, entre otras cosas, cuando señalamos la importancia central que le asignamos al trabajo de base. Para esto necesitamos romper el corporativismo y el enamoramiento de nuestras construcciones locales o sectoriales, el sectarismo frente a las experiencias de otros compañeros y compañeras, la desconfianza metódica y el temor al cambio. Nuestras construcciones de base son lo más valioso que tenemos, pero sólo pueden mantener y renovar permanentemente esa importancia si se proponen ser el combustible, la cabeza y el nervio de un movimiento político capaz de cambiar la Argentina desde su raíz. De lo contrario, nos consumiremos en debates que son ajenos a nuestro pueblo o nos convertiremos en administradores de nuestros pequeños espacios conquistados. No hace falta acceder al parlamento, ocupar un cargo en el Estado o en el aparato sindical para burocratizarse. También es posible caer en el sopor administrativo y el quietismo conservador desde un centro de estudiantes, un espacio cultural, una cooperativa o gestionando la construcción barrial. A la hora de definir el carácter de un colectivo es importante el método pero también la estrategia, los valores pero también la perspectiva política. Saltear esta posible trampa implica colocar en la agenda de nuestras organizaciones, como una necesidad de primer orden, pasos concretos para construir esta herramienta de síntesis estratégica, destinar recursos militantes y esfuerzos individuales y colectivos a esta tarea. Esto no es tan fácil como parece, ni es gratuito. El reflejo inmediato es reforzar permanentemente la autoconstrucción,

1 Algunas de las características compartidas por este espacio pueden encontrarse sintetizadas en Ogando, Martín (2010)

¿Y a la izquierda del kirchnerismo qué? Apuntes críticos para una nuevai zquierda en Revista Lucha de Ideas N° 1, septiembre, Buenos Aires y en Mazzeo, Miguel (2007) El sueño de una cosa (introducción al poder popular), Buenos Aires, Ed. El Colectivo. 2 Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de Argentina (www.compa.org.ar)

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fortalecer nuestra propia actividad sectorial y apuntar todos los cañones a los ámbitos más cotidianos de militancia. Esta definición de prioridades, lógica y productiva en ciertas circunstancias, amenaza convertirse en perjudicial ante una nueva etapa. No sólo porque impone límites muy estrechos a nuestra proyección política, sino porque puede incluso poner en cuestión la perdurabilidad de nuestras mismas construcciones de base.

Por otro lado, para encarar este desafío es necesario evitar el pragmatismo y el menosprecio por la teoría, sobre todo cuando ésta constituye síntesis de experiencias pasadas de las clases subalternas. Indudablemente la fórmula del partido leninista de cuadros expresaba un modelo organizacional que, en todo caso, se adecuaba a otras condiciones históricas y estructurales. Hoy, uno de los denominadores comunes de la nueva izquierda pasa indudablemente por el rechazo a cualquier concepción vertical, dirigista y vanguardista de la organización. Sin embargo, esto no debe llevarnos a rechazar de plano la necesidad de ensayar respuestas tentativas, no sólo prácticas sino también teóricas, al problema de la organización política. Aunque más no sea deberíamos empezar por una sistematización de los experimentos actuales, tanto propios como ajenos, como primer paso para avanzar en hipótesis útiles para orientarnos en esta búsqueda. Está claro que la organización política que se den las clases trabajadoras no dependerá de planificaciones geniales ni, en modo alguno, de nuestra voluntad, pero al mismo tiempo es iluso pensar que ese tipo de proyectos surge por generación espontánea al margen de la acción conciente de miles de militantes armados de alguna “guía para la acción”

3. La experiencia de los movimientos sociales bolivianos en la construcción

del Pacto de Unidad4 y el mismo MAS – IPSP, la confluencia de muchas organizaciones venezolanas en el Polo Patriótico Popular

5

o la propia conformación de PSUV, deben ser tomadas en cuenta, al tiempo que detentan particularidades que nos inhiben de convertirlos en un modelo. También hay otros procesos, menos conocidos, como la constitución de la Organización Política del Pueblo y los Trabajadores

6 en México que también pueden servir de insumo. No menos importante es analizar las

diversas tentativas (así como susdificultades y sus crisis) que hicieron movimientos sociales de enorme importancia como el MST de Brasil o el zapatismo mexicano para encarar esta problemática.

Las experiencias históricas deberían ser también insumos valiosos, a condición de no buscar en ellas recetas ni modelos, sino indicios útiles que orienten nuestra exploración. En este aspecto ninguna experiencia debe ser desdeñada por completo: los partidos de la Internacional Comunista, los partidos de masas que se estructuran en la segunda posguerra, los colectivos de la izquierda radical de los 60s en Estados Unidos y Europa, los movimientos de liberación nacional del “Tercer Mundo”, las organizaciones armadas, tanto en su vertiente urbana como rural, los partidos de base sindical o laborista, los movimientos indígenas y campesinos, los llamados movimientos sociales, entre otros, forman parte de nuestro acerbo histórico y pueden donarnos importantes enseñanzas y un herramental para el cambio actual.

Un último elemento, insustituible en esta empresa, es la inconmensurable creatividad popular. Con eso contamos para enfrentar el desafío de parir una forma de organización “porvenir”, adecuada a los nuevos tiempo, que no tendrá que inventar “todo de cero”, pero que sí deberá tener como criterio inflexible devalidación la propia praxis emancipatoria de los explotados del aquí y el ahora.

Fuera, contra y en el Estado (o durmiendo con el enemigo pero con el cuchillo bajo la almohada)

Para las organizaciones que buscamos aportar a una nueva izquierda la estrategia, la meta y el camino en la construcción de

poder popular: “Esto es, la puesta en pie desde la base de instituciones, prácticas y subjetividades

alternativas al sistema y que disputen con este en distintos ámbitos de la realidad social. Construir poder popular es construir nuestra autonomía como clase subalterna hoy, al tiempo que las vías para la destrucción del poder opresor y su reemplazo por un poder hacer, democrático y de los trabajadores.”

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Esta definición supone el arraigo en el territorio y en la militancia de base como algo imprescindible, pero también la

necesidad de que se encuentren insertos en la perspectiva de una disputa global contra el capital y sus instituciones. Y aquí aparece, entonces, ese incómodo pero saludable problema del Estado capitalista y las vías para su superación.

Hace ya mucho tiempo que las organizaciones populares han superado las concepciones que, cosificando las relaciones sociales y particularmente las relaciones de poder, ponían como un fetiche la “toma del poder” estatal como objetivo último de la política revolucionaria. Este proceso de revisión fue abonado por la propia elaboración teórica de algunas vertientes del marxismo y del pensamiento crítico en general (incluso con aportes de la ciencia social académica que no carecen de

3 Se toma aquella definición del marxismo formulada por Lenin con la intención de señalar la necesidad de buscar una articulación entre teoría

y práctica también a la hora de pensar nuestra organización. 4 Aglutina a los sindicatos CSUTCB, CNMCIOB, “BS” y CSCIB, así como a los pueblos indígenas de tierras altas y bajas CONAMAQ y CIDOB. Ha

jugado un rol fundamental en algunos momentos del proceso de cambio. Hoy se encuentra dividido. 5 Integrado entre otros por el Movimiento de Pobladores (Comités de Tierra Urbana, Movimiento de Pioneros, Movimiento de Inquilinos,

Movimiento de Conserjes), Corriente Revolucionaria Bolivar y Zamora (Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamora, Frente Comunal Simón Bolívar, Movimiento Popular Obrero), Asociación Nacional de Medios Comunitarios Libres y Alternativos(ANMCLA), Coordinadora Simón Bolívar y la Coordinadora Popular de Caracas. 6 Ver www.opnmex.org

7 Ogando, Martín (2010)

¿Y a la izquierda del kirchnerismo qué? Apuntes críticos para una nueva izquierda en Revista Lucha de Ideas N° 1, septiembre, Buenos Aires

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importancia) y por la práctica misma de los sujetos sociales subalternos. Este abandono de la “estadolatría”8 entroncó en su

momento con planteos teóricos y políticos que reniegan de toda disputa global, ensalzan las construcciones locales como “fines en sí mismo” y reivindican la construcción en la sociedad civil lejos de cualquier disputa con y en el Estado. El grueso de estos planteos, englobados en el llamado “autonomismo”, ha perdido predicamento en gran parte de la militancia argentina y nuestroamericana. Este retroceso es producto, en parte, de las enormes limitaciones que ha mostrado esta estrategia para enfrentar las reconfiguraciones hegemónicas del capital, a las que en sus variantes populistas paradójicamente (o no) se han terminado plegando en más de una ocasión. La re-elaboración de la idea (y la práctica) de la autonomía, tan cargada de sentido por aquélla tendencia de época y que hoy se resignifica en el marco de un nuevo clivaje político, es un buen ejemplo del proceso que se viene dando de manera tal vez lenta pero persistente en nuestras organizaciones. Sin embargo, un núcleo duro de este pensamiento político se ha mantenido como un resabio de cierta firmeza en organizaciones del campo popular, particularmente en las que forman parte de la izquierda independiente. Es decir, constituye un problema y un desafío de nuestros colectivos. Sigue habiendo reticencia a pensar al Estado, si bien no como el único asiento del poder, sí como un lugar privilegiado del mismo, órgano imprescindible para el ejercicio de la hegemonía del bloque de clases dominante.

Nuestra certeza, es que la disputa por un proyecto de país alternativo, de carácter popular y perspectiva socialista debe darse fuera del Estado, contra el Estado y en el Estado. Lo primero resulta evidente, lo segundo reúne hoy un amplio consenso, lo tercero provoca confusiones y polémicas. Detengámonos allí entonces. Nuestro punto de partida es una definición de lo estatal que excede al aparato burocrático administrativo, legal y represivo. Una definición que entiende al Estado como un entramado de relaciones sociales, como un nudo de disputas y confrontaciones, en síntesis, como un momento de condensación de las relaciones de fuerzas sociales. Esta concepción, nada novedosa por cierto, no desconoce que ese Estado tiene un carácter de clase, una organización burocrática – militar para someter por la violencia a las clases subalternas y reglas del juego institucional y del sistema político hechas a medida del status quo. Es decir, un Estado nacional expresa ciertas relaciones de fuerzas (y niveles de institucionalización de las mismas), y por lo tanto la hegemonía político-cultural, de una de las clases fundamentales de la sociedad. Sin embargo, esto no supone cristalizar esas correlaciones como inmutables, suponer a las instituciones como imperecederas, o pensar, a lo Sorel

9, que sólo el acto único e irrepetible de la huelga general revolucionaria

derribará de un día para el otro esa “maquinaria”, para luego permitirnos recomenzar por la mañana con la construcción de un nuevo tipo de organización social. Muy por el contrario, las diputas parciales, las modificaciones moleculares en la correlación de fuerzas, las acumulaciones y conquistas, es decir las batallas de una “guerra de posiciones”, son posibles y necesarias. Aquí es donde hay que evitar las confusiones: esto no implica pensar que el Estado capitalista será desarmado desde adentro, que de a poco lo iremos infiltrando, o que la conquista paulatina de reformas irá cambiando gradualmente su carácter sin necesidad de momentos insurreccionales o choques violentos. El Estado capitalista no es biodegradable, eso está claro. Pero sí es posible intervenir de diversas formas en ese entramado de relaciones para retroalimentar las experiencias de institucionalidad alternativa que vamos pariendo, para diputar sentidos y recursos, para construir referencias públicas y hechos culturales, para consolidar como anillos defensivos que protejan nuestras organizaciones, etc. Los ejemplos concretos son muchos y variados: obtener leyes o reglamentaciones que permitan mejores condiciones de vida (y de lucha) para nuestro pueblo; conseguir recursos (que el enemigo hegemoniza) para pertrechar nuestras respuestas contrahegemónicas; aprovechar los intersticios legales y cada terreno de institucionalidad parcialmente favorable o contradictorio; no resignar de ninguna manera la disputa dentro de ámbitos estatales o para-estatales, como pueden ser el sistema educativo y las universidades, el sistema científico o los medios de comunicación. En alguna medida la gran mayoría de nuestras organizaciones vienen dando batalla en varios de estos ámbitos, con mayor o menor fortuna, de manera más o menos decidida. En la gestión de las cooperativas de trabajo, en los bachilleratos populares, en nuestras experiencias sindicales, en las disputas científicas e intelectuales, en la conducción de centros y federaciones universitarias, estos debates se encuentran presentes, primando cada vez más las evaluaciones maduras y las miradas más complejas para encarar el asunto. Sin embargo, hay un ámbito de disputa institucional insoslayable, tan evidente como problemático para nuestras organizaciones: la política electoral.

Ese oscuro objeto del deseo (¿o tapar el sol con las manos?)

La participación en un ámbito por excelencia de la institucionalidad dominante, como son las elecciones, es todavía un punto

ciego para la nueva izquierda. Si bien hoy son pocas las voces que sostienen el abstencionismo como estrategia o la no participación como un principio inmodificable, también es cierto que el debate sobre las condiciones y las formas efectivas de una participación electoral parece un tema tabú. Solemos despachar el asunto con breves y previsibles frases como: “es un ámbito más de disputa” o “no lo descartamos en el futuro pero aún no existen las condiciones”. Ambas afirmaciones son válidas pero insuficientes y denotan cierta reticencia frente a un debate. Es “un ámbito más”, de acuerdo, ¿pero qué importancia tiene aquí y ahora? ¿Cómo se articula con los otros “ámbitos”? ¿Se puede prescindir del mismo?“No existen aún las condiciones”, pero ¿cuáles son esas condiciones?, ¿cómo trabajamos desde hoy para generarlas?, o mejor dicho, ¿es parte de nuestras tareas producirlas o debemos dedicar nuestros esfuerzos a otra cosa? Estas preguntas son incómodas, probablemente antipáticas y evidentemente no tienen respuestas certeras en la coyuntura. Más aún, esas respuestas no serán individuales ni patrimonio de un sólo colectivo. Sin embargo urge comenzar a buscarlas. Estas líneas no intentan saltar procesos, evadir maduraciones necesarias, ni reemplazar con un ejercicio retórico las conclusiones que irán surgiendo de nuestra propia praxis política y de los momentos de síntesis que de ellos seamos capaces de hacer. Sólo pretenden expresar, justamente, algunas pocas conclusiones

8 Ver entro otros Borón, Atilio (2003) Estado, capitalismo y democracia en América Latina, CLACSO, Argentina. 2003

9 George Sorel, teórico del sindicalismo revolucionario francés.

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emanadas de esas experiencias y esas síntesis, desde un lugar particular y siempre incompleto, que no se supone más legítimo que otros, pero tampoco menos.

Esas conclusiones preliminares nos sugieren que la articulación de una alternativa social y política de carácter popular, demanda (en las condiciones actuales y en nuestro país) un episodio de disputa electoral como momento insoslayable de acumulación de fuerzas. En términos teóricos no descartamos nada, pero en términos de análisis político concreto es improbable que la disputa contrahegemónica en un futuro inmediato pueda prescindir del momento electoral. Los porcentajes crecientes de participación en las elecciones

10, las características que han adoptado los principales procesos de cambio en

nuestro continente, así como condiciones estructurales de la sociedad contemporánea nos llevan a esa convicción. Esto de ninguna manera significa que sea el terreno de lucha decisivo, ni que debamos subestimar la importancia estratégica de la movilización extraparlamentaria de masas o la existencia de crisis estatales agudas e insurrecciones populares. Muy por el contrario, estos fenómenos existen, pero suelen articularse de maneras diversas con algún tipo de experiencia electoral. De hecho, esta es la tendencia que se ha expresado con fuerza en los casos de Bolivia, Venezuela y Ecuador, donde la dialéctica entre procesos de masas, crisis del Estado, nuevos gobierno y gestación de poder popular se encuentra aún abierta. Es más, incluso en situacionesmucho más contradictorias y menos alentadoras, como las de Argentina, México

11, Brasil o Paraguay, nos

encontramos con formas de articulación (a veces bizarras) entre la crisis social, las construcciones populares y expresiones electorales. ¿O ocaso erapensable el kirchnerismo sin un diciembre de 2001? Y estos últimos ejemplos sirven de mucho, porque muestran lo urgente de gestar alternativas propias frente a estas exitosas maniobras de sustitución y expropiación de la iniciativa popular “desde arriba”. Más sencillo: si la política, incluso la electoral, no la hacemosnosotros, la siguen haciendo ellos. Peor aún, si no lo hacemosnuestras valiosas construcciones sociales puede terminanaportando a proyecto políticos y liderazgos ajenos.

Por otro lado, aparece la cuestión de los tiempos. También haremos una primera aproximación: para nosotros la construcción de instrumentos que puedan dar pelea en el terreno electoral es un desafío del presente, del tiempo político que se cuenta en años y no en décadas o lustros. Por lo menos en sus instancias iniciales o preparatorias es una tarea del momento actual. En ese sentido pensamos que es necesario poner en cuestión la idea extendida, por lo menos en parte de nuestras organizaciones, de que hay que atravesar una etapa de acumulación de fuerzas que se realiza exclusivamente en el terreno de la militancia social para luego, cuando se haya acumulado suficiente, pensar en alguna referencia político-electoral. Una fuerza social organizada es imprescindible, como lo demuestran las pobres performances electorales de fracciones de izquierda que participan sistemáticamente en las elecciones

12, o los pies de barro que muestran los distintos experimentos “progresistas” que

carecen de una construcción popular sólida. Pero también es cierto que la construcción dealternativas político-electorales y de liderazgos populares genuinos y democráticos pueden potenciar de manera dialéctica la acumulación de fuerzas sociales en una perspectiva contrahegemónica. El ejemplo más notable de una dinámica de este tipo es, con sus tensiones y límites, el fenómeno del “chavismo” en Venezuela. Así, la acumulación política y social de nuestras militancias de base, de las construcciones sectoriales, de las disputas extra-institucionales, pueden combinarse ypotenciarse con experiencias iniciales, por más limitadas que estas sean, en el terreno electoral. Por ejemplo, indudablemente la débil construcción de base de Proyecto Sur incidió en su deriva posterior, pero de ninguna manera la determinó fatalmente. La figura de Pino Solanas podría haber sido un catalizador que fortaleciera a un sinnúmero de organizaciones populares y fueron decisiones políticas (que por supuesto a su vez fueron favorecidas por carecer de aquélla construcción de base) las que frustraron esa perspectiva.

Esta reflexión no implica negar las complejidades de la disputa institucional en general y electoral en particular. El terreno de la institucionalidad estatal es el clivaje donde se concentra y articula la hegemonía del bloque dominante y por lo tanto, como bien se ha dicho, es una cancha muy inclinada, con un árbitro que nos bombea sin pudor y a veces escasa iluminación. Sin embargo, es una cancha donde habrá que jugar si lo que se quiere es pelear el campeonato. En necesario empezar a dar en toda su plenitud este debate, sin especulaciones, sin dogmatismos de ningún tipo, con respeto por todas las posiciones y aprovechando las grandes coincidencias políticas y la enorme confianza conquistada entre un número importante de organizaciones de la izquierda independiente.

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Sea este un aporte más. La nueva izquierda será el producto de una praxis colectiva, o no será nada. Esa es nuestra

conviccióny ese es nuestro horizonte. No hay inventos grandilocuentes, líderes predestinados ni fórmulas mágicas en la carta natal de esta criatura. El sueño se va forjando todos los días, con el sedimento de las mejores tradiciones de nuestro pueblo, desde la militancia cotidiana de miles de anónimos constructores, con las idas y las vueltas de nuestras organizaciones, con nuestras vacilaciones, con nuestros aciertos pero también con nuestros errores. Las sensaciones son dispares: a veces parece lejano el objetivo, invencibles los enemigos, grandes los obstáculos, pobres nuestrasfuerzas y hasta demasiadas nuestras propias

10

Esto supone un debate evidente con compañeros que sostienen que una participación electoralde un 70% u 80% es baja ya que un 30% no participa o vota por ejemplo en blanco. No hay aquí lugar para extender la argumentación. Sólo diremos que: a) Los porcentajes de participación electoral vienen creciendo de manera sostenida hace varios años en países como Argentina; b) Que asignar una orientación política determinada y compartida (supuestamente el rechazo al sistema político, y además por izquierda) al heterogéneo conglomerado de ciudadanos que no vota carece de cualquier sustento empírico o analítico. 11

Nos referimos principalmente a la coyuntura de 2006 y las movilizaciones contra el fraude electoral y en apoyo al candidato de la Coalición por el Bien de Todos (PRD – Convergencia – PT), Andrés Manuel López Obrador. 12

La expresión más palpable de esto es que un 2,5% (cifra irrisoria por más alentadora que pueda resultar respecto de las previsiones iniciales) haya recibido la denominación de “milagro”.

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miserias; pero otras veces no, otras veces olfateamos algo, presentimos un futuro, sentimos que se está avanzando, que a paso lento, algo, sin embargo, está en marcha y tal vez no se detenga. Hay momentos, de verdad, donde pensamos que se puede, que las nuevas fuerzas de Nuestra América nos empujan, que la indignación del Norte nos renueva las esperanzas, que nos estamos entrometiendo en la tarea de una década, y por qué no, de una generación.

Hacia la construcción de nuevas herramientas políticas de la izquierda Por Aldo Casas

Noviembre quedó marcado por expresiones de disconformidad y protesta contra el Gobierno que, más allá de distintos componentes sociales y ambigüedades políticas, revelan un profundo malestar social. El telón de fondo es una crisis política (ruptura con Moyano y guerra sucesoria en el peronismo), a la que se suma el impacto de la crisis económica internacional, la doble asfixia de la deuda externa y del endeudamiento público y los acumulativos desastres en el área energética, en el sistema de transporte, en la salud, la educación, etcétera, que se agrava con el des-gobierno de Provincias y Ciudad autónoma. La Presidenta no se cansa de hacer declaraciones anti-piqueteras y anti-sindicales y pro-patronales, estrechas relaciones con la UIA, los grandes sojeros, la minería a cielo abierto, Soros... ¡Y encara con Macri un descomunal negociado inmobiliario! Pero hace todo esto sin dejar de proclamarse adalid de la soberanía nacional contra los “fondos buitres” y llamando a la guerra contra el Grupo Clarín y el destartalado bloque derechista que lo acompaña. Destaco esto, porque lo notable es que el kirchnerismo mantenga la capacidad de presentar la pelea con la oposición burguesa que se coloca a su derecha, en términos tales que impiden o dificultan la irrupción de un genuino proyecto popular y anticapitalista. Éste es el contexto en que nos reunimos para discutir y aportar a la construcción de nuevas herramientas políticas de izquierda, al que aportaré 8 puntos. Y provecho para aclarar que lo hago sin más representatividad que la de ser un simple militante del Frente Popular Darío Santillán.

1) Contra la épica que inventa el kirchnerismo, quiero recordar que Nestor y Cristina construyeron su liderazgo desde la Presidencia, mediante la acumulación y uso discrecional de poder manejando los fondos públicos y el aparato estatal. Con estos recursos se recluta y disciplina a la “propia tropa” y también se “descabezó” y/o dividió a las organizaciones populares. Con poder, dinero y audacia rayana en el aventurerismo, hicieron y deshicieron las alianzas más inverosímiles y contradictorias, según conveniencias del momento. En lo ideológico, el núcleo duro del Kirchnerismo es la reivindicación del “capitalismo serio”, la conciliación de clases y la exaltación del Estado como expresión y garante del “interés general”, envuelto en un discurso neo-populista en el cual las referencias a “la generación de los 70” fueron amputadas de toda connotación revolucionaria o socialista. Hasta aquí, nada original y mucho menos “épico”. Pero el kirchnerismo sí aportó una novedad y fue política: advirtió la gravedad de la crisis orgánica del 2001-2002, con un sistema de partidos hecho trizas y el espacio público ocupado por masas movilizadas y respondió ofreciendo al bloque dominante otro esquema de gobernabilidad que a la opinión pública fue presentado con fanfarria de “Refundación Nacional”. Nestor Kirchner llegó a Presidente de la mano de Duhalde y de Lavagna, pero se diferenció de las fracciones de la burguesía local que eran partidarias de mantener un neoliberalismo “de choque” al estilo de Chile o Colombia. Hizo política reclamando apoyo para “renegociar” el pago de la deuda externa con una fuerte quita, asumió postergadas banderas de la lucha por los derechos humanos y retomó los juicios a los genocidas. Pactó con la burocracia recuperación salarial a cambio de precarización, hubo medidas paliativas dirigidas a los sectores más sumergidos y prometió no reprimir la protesta social. Pero la gran jugada política del kirchnerismo fue presentarse como portador de un nuevo proyecto “nacional y popular” de país, un “modelo” orientado al desarrollo del mercado interno, la burguesía nacional y la “inclusión social” en un contexto de integración continental que permitía decirle No al ALCA de los yanquis.

2) Sobre el contenido real del “modelo”, sabemos que es engañoso y auto-contradictorio. Los cambios en el rol del Estado, el proyecto neodesarrollista y los funcionarios “heterodoxos” apuntaron siempre a ese quimérico capitalismo normal o serio, a sabiendas de que lo hacían sobre las bases estructurales y relaciones de fuerza amasadas en el largo ciclo neoliberal. Y lo “normal” resulta ser que el gran capital transnacional y financierizado mantiene y profundiza un patrón de valorización y acumulación basado en bajos salarios relativos, desposesión y depredación de los bienes comunes, maximización de las exportaciones, primarización productiva. O sea: agudiza la inserción dependiente del país en el mercado mundial. Durante una década eso quedó disimulado porque aprovechando una fase excepcionalmente favorable por los precios de las exportaciones, el gran capital asentado en el país ganó como nunca, los sectores populares recuperaron gran parte de lo perdido durante el super-ajuste que implicó la salida de la convertibilidad. Y se mantuvo relativamente contenida la conflictividad… hasta ahora, cuando Cristina intenta pero no logra conjurar la crisis con medidas de “ajuste”. Parecería que “el modelo” comienza a tropezar con sus propios límites. Se impone entonces intervenir avanzando un proyecto político integral con proyección anticapitalista, antipatriarcal y socialista, un proyecto de cambio con horizonte socialista y propuestas concretas de transición. Pero para intentarlo, conviene reconocer que el panorama político del país fue profundamente transformado por el kirchnerismo.

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3) La rebelión popular logró que las expresiones políticas del neoliberalismo y la influencia directa de los yanquis quedaran jaqueadas tanto en nuestro país como a escala regional, pero los proyectos neodesarrollistas vinieron a neutralizar y fragmentar buena parte de la militancia popular, debilitando la perspectiva anticapitalista. Parece evidente que a las izquierdas (en plural) nos resultó más fácil ubicarnos políticamente en la lucha contra el neoliberalismo de Menem o De La Rua, que frente al neodesarrollismo y neopopulismo de los Kirchner. En los 90 era muy difícil organizar la lucha, pero en cuanto se salía a pelear, los reclamos reivindicativos más mínimos se convertían en confrontaciones políticas contra gobiernos manifiestamente entreguistas. Las cosas cambiaron con el kirchnerismo esa ofensiva política a la que antes me referí. Frente a un pueblo hastiado de entreguistas, se presentaron como campeones de la soberanía nacional, embanderados con lo nacional y sentidas gestas populares. Y el gobierno encontró un “enemigo” funcional a esa imagen cuando, simétricamente, un sector de la burguesía y gran parte de la vieja “clase política” se puso en la vereda de enfrente. Allí (en “la Oposición”) confluyeron los que rechazaban las retenciones y cualquier medida redistributiva, los que reclamaban represión a las movilizaciones populares, los partidarios de archivar los juicios, los enemigos furibundos del “chavismo”, etcétera. En el 2008, la confrontación se escenificó en “el conflicto con el Campo” y, de allí en adelante, esa polarización reaparece una y otra vez, con ligeros cambios de personajes en uno y otro bando, pero siempre en términos que cierran el paso a una propuesta alternativa de izquierda. De hecho, muchos antiguos izquierdistas (incluyendo “autonomistas” de pura cepa) se sumaron al gobierno. Otra parte de la vieja izquierda cree correcto marchar con “la Oposición”. La izquierda dogmática confunde independencia con aislamiento sectario y se entusiasman discutiendo entre ellos los respectivos catecismos. Y nosotros mismos, lo que ha dado en llamarse “izquierda independiente”, tampoco fuimos hasta ahora capaces de responder adecuada y efectivamente a la encerrona. Pudimos mantener autonomía política sin caer en una oposición dogmática ni en brazos de la derecha. Pero no basta con haber mantenido alguna fuerza en el movimiento social, sindical o estudiantil, porque de lo que se trata es de formular propuestas superadoras con incidencia masiva. No debemos aferramos a recetas que fueron relativamente eficaces en el pasado, cuando estamos enfrentando a un adversario que evidenció una enorme capacidad para capitalizar en su propio beneficio esfuerzos, luchas y banderas que no puede luego sostener consecuentemente. Debemos batallar por una superación del modelo neodesarrollista desde la izquierda en vez de limitarnos a marcar diferencias con tales o cuales políticas de la derecha patronal tradicional y del gobierno. Para colocarnos en condiciones de construir y ofrecer una alternativa social y política, deberemos reforzar y mejorar nuestros respectivos trabajos de base, superar las tendencias al localismo, el aislamiento y las presiones corporativistas o economicistas. También debemos combatir la autocomplacencia sectaria que cultiva la diferenciación y disputa entre los que somos parecidos, en vez de celebrar la cercanía como posibilidad de articulación y mayor aproximación. Creo que todas nuestras organizaciones están haciéndolo o tratando de hacerlo. Pero no alcanza: no podremos desafiar y superar nuestra relativa insignificancia, sin proyectarnos audazmente en el plano político, disputando no solo en los espacios ganados por nuestras agrupaciones territoriales, sindicales y estudiantiles, sino interpelando abiertamente al pueblo y tratando de articular alianzas de la izquierda independiente que nos permitan tener presencia en lo electoral. Aportar al crecimiento e influencia masiva de un proyecto popular, anticapitalista, con vocación de poder debe ser el centro de nuestras preocupaciones.

4) Como hijos o tributarios de la rebelión del 2001, con su masivo y justificado rechazo a la vieja política, tuvimos una

relación ambigua con lo político que es tiempo ya de clarificar. Se trata ahora de asumir, con todas sus consecuencias, que la lucha contra las injusticias del capital, los malos gobiernos de turno y el Estado, es necesariamente también una confrontación política que, para ser efectiva, debe realizarse con medios políticos y disputando poder. El orden del capital es indisociable del Estado como estructura política de mando, que asegura su reproducción y evita que las contradicciones y antagonismos lo hagan estallar. Pero el Estado no es una cosa ni se reduce a un aparto de Gobierno. No es un artefacto externo a la sociedad. El Estado es una forma de relación social o, mejor dicho, un proceso relacional, dinámico, que se teje en interacciones recíprocas de los seres humanos, que se realiza en el conflicto y en cuya configuración participan también las clases subalternas. Una forma anclada, por un lado, en la política entendida como actividad que relaciona a los hombres en tanto copartícipes de la vida pública. Una forma contenida, asimismo, en la dialéctica de la dominación hegemónica, que supone al mismo tiempo un proceso de negación y de reconocimiento del dominado. Todo Estado se pretende soberano y casi omnipotente, pero es en realidad un proceso inestable. En su existencia y modo de manifestación, la forma-Estado expresa el permanente intento de unificar la sociedad, detener el conflicto, institucionalizar y domesticar la política, pero la estatización de la vida social está siempre atravesada por el conflicto y desafiada por la política autónoma de las clases subalternas, aunque ésta sea fragmentaria e intermitente.

5) Habiendo bajado del pedestal “metafísico” en que suele colocarse al Estado, podemos intentar una redefinición radical de

lo político. Digamos en primer lugar que es un concepto que desborda lo estatal. La política está relacionada con esa cualidad humana que es la capacidad de actuar para construir las normas que regulan la convivencia. Así como hay actividades orientadas a la reproducción material de la vida y la satisfacción de necesidades, la política es el ámbito de la confrontación activa en el que se decide cómo organizamos –y no sólo “ellos”, la clase dominante, sino también nosotros- la vida colectiva. Podemos dejar de lado la falsa opción entre “politicismo estatalista” y “antipolítico”, para pensar y proyectar la confrontación en términos de otra política. Porque, me permito repetirlo, la lucha contra el capital es también una confrontación con otras políticas que, para ser efectiva, debe realizarse con medios políticos que se definen y dirimen en la lucha misma. La política no se reduce a la participación en elecciones o a la ocupación de bancas, aunque sería completamente equivocado ignorar que tales espacios, pueden y en muchos casos (por ejemplo, en nuestro caso) deben ser también utilizados por las clases subalternas para expresar inconformidad y rebeldía. Hacer política significa asimismo entender que la lucha contra el capital incluye la lucha por construir nuevas reglas de organización de la vida social: por redefinir las normas que ordenan la convivencia, lo que compete a todos. Esta redefinición permite impulsar construcciones políticas de y para los de abajo y supone, también, reconocer, valorar y

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potenciar las sutiles formas que suele adoptar la política autónoma de nuestro pueblo. Nadie es totalmente ajeno, siempre existe una vivencia política aunque sea desapercibida o desconocida, ella palpita en la cotidiana experiencia colectiva que, entre agravios, humillaciones y esperanzas, enlaza lo presente con la memoria de frustraciones, luchas, victorias y derrotas pasadas. Más en general, estratégicamente me atrevería a decir, pienso que siendo la lucha contra el capital una batalla por la construcción de una nueva forma de sociabilidad y por la recuperación de la condición humana, esta batalla requiere trascender la politicidad enajenada es decir, la situación en que los seres humanos son expropiados por el capital del derecho a organizar, controlar y decidir libremente la forma de organización de su vida social. Es un paso en la lucha por la construcción de lo que Marx denominaba una comunidad real y verdadera: una asociación política fundada en la libertad, en la plena realización de la individualidad concreta y en el reconocimiento recíproco como personas. 7) Paso a una cuestión muy actual. Cristina, que tanto habla de soberanía, lo hace en términos de “unidad nacional” y de autoridad del Estado, o sea, con palabras que ocultan el antagonismo social y dejan todo en manos de quien gobierna. Desde el punto de vista de la lucha de clases, creo que la soberanía nacional no debe traducirse o conjugarse como soberanía estatal, sino como soberanía popular. Santificar el poderío y la fuerza del Estado significaría agacharnos frente al maldito precepto constitucional que ordena: “el pueblo no delibera ni gobierna”. A eso oponemos el protagonismo popular. Y mucho más: queremos que llegue a ser efectiva y continuada auto-actividad y contra-hegemonía. Queremos que se instituya como poder popular de hecho y de derecho, porque dicho sea de paso, no todo derecho requiere de la unción del Estado. Pero construir poder popular no tiene nada que ver con dar la espalda al Estado. Con análisis concretos de situaciones concretas podremos denunciar y combatir las insuficiencias y la inamovible hostilidad del aparato burocrático-estatal hacia lo plebeyo y su movilización, manteniendo una posición flexible y propositiva para reclamar, negociar e incluso apoyar cualquier medida que implique ganar soberanía frente los imperialistas, frente al mercado mundial o las exigencias del gran capital. En este sentido, la COMPA elaboró el documento titulado “A 10 años del 2010, 10 propuestas políticas emancipatorias”, el año pasado realizamos el “Foro por un Proyecto Emancipador” y acabamos de realizar la Campaña Nacional “100% Soberanía Popular - Construyendo una Alternativa de país” en la que se desplegaron más de 300 mesas en Capital Federal, Gran Buenos Aires, La Plata, Mar del Plata, Córdoba, Rosario, Mendoza, Tucumán, Salta y Jujuy, destacando 4 ejes necesarios para construir un país soberano (los recursos naturales, el trabajo, el transporte público y el derecho a la tierra y la vivienda). Menciono estos textos y actividades simplemente para recordar que están sujetos a la discusión, aportando y apostando siempre a construir nuevas y mejores respuestas colectivas que, en definitiva, deberán ser puestas a prueba y corregidas tantas veces como sea necesario dialogando y luchando con el pueblo.

8) Para terminar, quiero recordar, porque nunca está demás hacerlo, que la construcción del poder popular incluye prever y

prepararse para el momento en que deba afrontarse un momento de ruptura radical con el Estado capitalista y asumir la incierta conformación de un Estado radicalmente diverso (como en algún momento escribiera Lenin, aunque luego no pudo hacerlo). Pero digo también que ninguna “ley” histórica o “principio” teórico impone creer que todo cambio revolucionario queda supeditado a ese momento. Y mucho menos autoriza a pontificar que recién entonces podrían abordarse las cuestiones de la transición... Por el contrario, la Historia y la vida misma muestran que es posible y necesario desafiar desde ahora el orden del capital y poner en marcha al menos rudimentos de un nuevo metabolismo económico social. El “Socialismo del siglo XXI” debe asumir que la revolución no consiste sólo en la expropiación del gran capital. Debe ser también una ruptura radical e irreversible con la división social jerárquica del trabajo, así como una redefinición completa del paradigma productivo-tecnológico-cultural impuesto por el capital. Debemos producir y consumir de otro modo, producir y consumir otras cosas. Terminar con la explotación del hombre pero también con la explotación de la naturaleza. Construir otras relaciones sociales en ruptura con la alienación y los fetiches del capital. Son cuestiones que parecieron secundarias a los revolucionarios del siglo pasado pero constituyen para nosotros desafíos insoslayables y urgentes. Los diversos frentes de lucha por la soberanía popular se proyectan como un combate por la libertad de escoger y construir nuestro futuro. Un combate que debemos asumir desde la convicción y la superioridad política y moral que nos da la conciencia de que lo que está en juego no es sólo la suerte de nuestros hermanos explotados y oprimidos, sino la supervivencia misma de la humanidad.

¿Qué tipo de “herramienta política” para qué estrategia?

Por Federico Orchani, Joaquín Gómez y Pablo Solana *

El número 2 de Batalla de Ideas incluyó el artículo de Martín Ogando “Nueva izquierda y disputa institucional”. “Es necesario empezar a dar en toda su plenitud este debate, sin especulaciones, con respeto por todas las posiciones y aprovechando las grandes coincidencias y la enorme confianza entre un número importante de organizaciones de la izquierda independiente”, plantea allí el autor. Coincidimos, y gracias a la generosidad de los y las compas de la Juventud Rebelde 20 de diciembre, intentaremos transmitir algunas ideas que circulan en nuestros ámbitos militantes. Aún como parte de un debate abierto, aportamos estas reflexiones con el máximo interés por el destino común.

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Saludamos el espíritu inconformista y la audacia que recorre el artículo de Ogando, los mismos valores que motivan al conjunto de la militancia de la nueva izquierda independiente que se propone siempre ir por más. Hacemos nuestras las palabras del compañero Aldo Casas, quien ante un auditorio colmado de jóvenes militantes en el cierre del 1er Foro Nacional por un Proyecto Emancipador de la COMPA afirmó: “Las revoluciones son siempre intempestivas, vienen a romper el tiempo de la explotación. Nosotros construimos y luchamos con nuestros tiempos, asumimos la resistencia y la construcción de poder popular con pensamientos, prácticas y proyección estratégica anticapitalista”, Estamos convencidos que la realidad actual de nuestro pueblo, y de nuestras fuerzas militantes, reclama encontrar las mejores formas de intervenir con otra política y otra forma de hacer política: ese convencimiento y ese espíritu nos anima en este debate.

Martín agrega en su artículo reflexiones novedosas sobre los límites de los procesos de organización popular de las últimas décadas, y propone superarlos. Coincidimos con el señalamiento de los riesgos de que “prime el corporativismo y el enamoramiento” por nuestras construcciones locales o sectoriales. También es real el peligro de burocratizar las propias construcciones de base y “caer en el sopor administrativo y el quietismo conservador”. Y debemos evitar la trampa del pragmatismo y del menosprecio por la teoría. En síntesis: para no quedar limitados a concepciones basistas, hay que hacer política. O, mejor: cuando le proponemos a nuestro pueblo organizarnos para luchar en defensa de sus –nuestras- necesidades concretas (luchas reivindicativas, sectoriales) o por necesidades de la comunidad (luchas locales o regionales), debemos a la vez promover una perspectiva de transformación integral que supone un horizonte que va más allá de lo particular: una perspectiva política. Esta es una buena base de acuerdo. Avancemos entonces a partir de estas coincidencias.

Herramienta política común: ¿“estratégica” o electoral?

El artículo referido comienza con una definición tajante: “Nos acompaña desde hace tiempo una convicción: cada una de nuestra actividades militantes, cada aporte cotidiano, cada línea escrita tiene el objetivo de aportar en la construcción de una herramienta política emancipatoria y anticapitalista”. Si bien tal definición parece dejar de lado otros planos imprescindibles de disputa contrahegemónica, no haremos eje en esta cuestión, más allá de este señalamiento. Conocemos y compartimos las prácticas militantes de la Juventud Rebelde 20 de diciembre, y sabemos cuán amplia variedad de actividades desarrollan en función de otros ejes de construcción contrahegemónica que exceden ampliamente la sola construcción orgánica, como parece indicar la frase: la creación de poder popular y el desarrollo de organizaciones de base, la disputa de instancias gremiales, la creación de medios de comunicación populares o el impulso de espacios amplios de unidad, son prácticas que implican dedicaciones militantes que van mucho más allá de la centralidad exclusiva -y excluyente- que la afirmación precedente parece otorgar a “la construcción de la herramienta política”.

Dicho esto, nos parece más pertinente debatir qué entendemos por “herramienta política”, sobre todo cuando se propone una “herramienta política común”, “de síntesis estratégica”, que debe abordar la “disputa electoral como momento insoslayable” de la etapa actual. ¿Se refiere el artículo al avance hacia una síntesis superadora, en el plano orgánico, de las parcialidades de la nueva izquierda en un sentido estratégico? ¿o lo que plantea es dar forma a una herramienta política específicamente electoral como necesidad de la etapa? Aún si entendemos que estas dos cuestiones puedan ser necesarias, no son lo mismo. Y por eso implican caracterizaciones, tareas y desafíos específicos de distinta índole.

a- La herramienta política de “síntesis estratégica”.

Efectivamente, la nueva izquierda necesita mayores síntesis. Es un espacio joven y con mucha potencia, heredero en gran medida del 2001, aunque todavía con niveles de dispersión que imponen la búsqueda de mayores y más sólidas instancias de unidad.

13 Esta afirmación vale tanto para la búsqueda de síntesis orgánicas (herramienta política), como en lo que refiere a la

búsqueda incansable de mayores y mejores planos de unidad en espacios amplios de coordinación con otras fuerzas populares, en frentes de confluencia reivindicativos, en experiencias unitarias para disputas o construcciones gremiales, etc. En cada caso, se trata de necesidades de primer orden, para el momento actual y pensando en el largo plazo. Si hablamos de una necesidad “estratégica”, no estará de más repasar algunas definiciones que, tal vez por obvias en algunos casos o por considerarlas grandilocuentes en otros, suelen quedar fuera de nuestros análisis y discursos.

14

13

A la existencia de la Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de Argentina (COMPA) se sumaron el último año nucleamientos como la Coordinadora de Organizaciones de Base (COB) La Brecha o el Espacio Humahuaca. Estos grupos y otros confluyeron a partir de la organización de un acto común y movilización en diciembre de 2011, a 10 años de la rebelión popular, dando origen a un ámbito de articulación general de la izquierda independiente conocido en la militancia como “Espacio 20 de diciembre”. 14

En el mismo número de Batalla… Agustín Santella alerta sobre la falta de definición anticapitalista por parte de algunos planteos en la nueva izquierda que proponen idearios de “democracias radicales”. A la vez, coincidimos con Miguel Mazzeo que reclama una nueva izquierda que, además de “prefigurar” en sus prácticas cotidianas la sociedad que anhela, tenga un carácter “performativo”, es decir, que dé batalla desde la propia enunciación de su política en la medida en que decir cómo vemos las cosas sea una acción transformadora (“que su verbo resulte perturbador”), evitando caer así en construcciones quedadas, estancadas, y evitando resultar, por omisión, condescendientes con el poder hegemónico. Así que, para reafirmar convicciones, reconocer nuestra propia enunciación como acción y, quien dice, tal vez también “perturbar”, decidimos incluir aquí las líneas siguientes.

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Nuestro objetivo. Entendemos que la nueva izquierda independiente se enmarca en la tradición de luchas revolucionarias por la emancipación de la humanidad. Propone la construcción de una sociedad de iguales, que podríamos llamar socialista por afinidad con el ideario emancipador expresado en tantas experiencias históricas que nos precedieron, aunque para diferenciarlo de los “socialismos reales” del siglo XX y sus limitaciones podemos referirnos a la necesidad de un socialismo desde abajo o libertario. Nuestro objetivo estratégico, nuestra tarea histórica, entonces, es derrotar al capitalismo, el patriarcado y el colonialismo como sistemas de opresión, para sentar las bases de una sociedad de iguales.

Una definición estratégica. A riesgo de ser demasiado esquemáticos, digamos que la estrategia es la forma en que se traza el camino (la vía) al objetivo final. Expresa el “cómo” lograr el objetivo de derrotar los sistemas de opresión y construir la sociedad de iguales que anhelamos. Esto se viene intentando desde hace siglos, incluye avances y retrocesos, y deja enseñanzas que tomamos para reintentar una nueva ofensiva para vencer. Algunas experiencias históricas intentaron avanzar en el marco de la lógica política burguesa con la ilusión de derrotar al sistema “ganando terreno” a través de crecientes reformas democráticas. En otros casos se intentaron vías de ruptura, que por medio de insurrecciones o la confrontación armada terminaran con el control del Estado en manos de una fuerza revolucionaria. Ambas vías mostraron sus limitaciones históricas: hoy en día hay capitalismo (aunque en crisis) en todo el planeta. Aún así, los balances para los anticapitalistas ameritan valoraciones distintas. A fuerza de claudicaciones estratégicas, la socialdemocracia reformista terminó renegando de su carácter anticapitalista y fue integrada como una variante “suave” de la misma lógica de explotación del Capital. La vía revolucionaria generó más expectativas ya que logró derrotar al capitalismo y durante algunas décadas se construyeron experiencias de referencia para los revolucionarios del siglo XX (URSS, China, Vietnam, Nicaragua). Pero también llevó a grandes frustraciones, entre otras razones, porque el estatismo de los nuevos regímenes (y sus consecuentes verticalismo, reproducción de cúpulas dirigentes escindidas de los dirigidos, etc.) terminó reproduciendo estructuras de dominación que defraudaron las ansias emancipatorias de los pueblos y se convirtieron en fracasos sobre los que avanzó la restauración capitalista (el pueblo de Cuba con su revolución, sin escapar a esas dificultades, resiste heroicamente). El balance histórico que proponemos como punto de partida para la nueva izquierda independiente en la actualidad, configura toda una definición estratégica: la vía hacia el objetivo de construir una sociedad igualitaria sigue pasando por la insistencia en un cambio revolucionario (de raíz) que confronte sin medias tintas con las estructuras y lógicas que propone el Capital; pero a la vez, impone una forma de transitar ese camino revolucionario que no esté escindida del objetivo, es decir, que no reproduzca en su interior esquemas de dominación y que en cambio prefigure lógicas igualitarias de nuevo tipo desde el vamos.

La “herramienta política estratégica”, entonces, deberá preparar las condiciones para esa perspectiva de largo aliento. Esa tarea estará atravesada por definiciones que se convierten en “invariantes” más allá de cada período histórico o etapa: la lucha de clases como motor de la historia en tanto haya sociedades de opresión; el protagonismo directo del pueblo a través de sus organizaciones de base, como sujeto de la historia y como ejecutor de decisiones y acciones que definan su destino; la necesidad de herramientas sociales y políticas para cada necesidad, que eviten reproducir estructuras de dominación al interior del proyecto revolucionario, mediante la puesta en práctica de valores que prefiguren la sociedad por venir. Todas estas son afirmaciones que deben constituirse en principios que acompañen cualquier construcción estratégica, a sabiendas de que lo estratégico será la política que responda a esas “invariantes” (apuntar en cada momento a la movilización y construcción de poder popular, preparar la intervención en las grandes confrontaciones para hacer posible una sociedad que vaya más allá del capital) más que tal o cual modelo organizacional predefinido: todo esquema organizativo a futuro será siempre provisorio, ajustable, perfectible

A la vez, debemos tener en claro que hablamos de herramienta “política” en un sentido integral (sería más preciso decir, en esta etapa, “herramienta político-social”: de hecho así se consideran hoy gran parte de las organizaciones de la izquierda independiente). Si estamos de acuerdo en esto, podemos coincidir en denominar “herramienta política de síntesis estratégica” a la construcción común que se propone una parte importante de la izquierda independiente. Por ese camino estamos avanzando, este debate debe ser insumo para ello. Es tarea cotidiana no escatimar esfuerzos, de la misma forma que lo es comprender que se trata de una tarea de envergadura que no se resolverá plenamente en el corto plazo. Habrá que ir valorando, entonces, los resultados concretos de cada paso de avance.

b- Una herramienta política para la disputa electoral

El texto de Martín, a la vez que propone la necesidad de una herramienta política como síntesis estratégica, reclama su existencia para abordar el “episodio de disputa electoral como momento insoslayable de acumulación de fuerzas” en la actualidad. Aún si consideramos a ambas tareas como necesarias será útil dejar en claro que se trata de desafíos distintos y, por lo tanto, que plantean características distintas de lo que en términos generales llamamos “herramienta política”. Si en el punto anterior resultó pertinente repasar el objetivo último de nuestra lucha y la estrategia, en este caso, para considerar la necesidad de una herramienta político-electoral, proponemos un repaso por las definiciones de táctica y caracterización de la etapa.

También a riesgo de esquematismos, proponemos una definición de táctica como toda línea de acción planteada para una etapa o coyuntura que se desarrolla para avanzar en el camino (estrategia). Cuanto más compleja es la lucha, cuanto más adversa la correlación de fuerzas, más variadas y complejas seguramente sean las tácticas necesarias. “Dar un paso atrás para recomponer fuerzas”, “acumular en silencio”, “no combatir en situaciones adversas”, “priorizar una forma de lucha sobre otra” son todas formulaciones tácticas que en sí mismas no son ni buenas ni malas; en todo caso, se demostrarán acertadas o erróneas si acumulan o no para avanzar hacia nuestro objetivo.

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Para definir las tácticas, caracterizar la etapa es fundamental, aún asumiendo que su lectura no constituye un dato “objetivo”, sino que está atravesada por subjetividades (los sujetos, su conciencia, sus luchas, el estado del poder popular, las otras organizaciones, etc.) y sobre todo por una cuidadosa evaluación de las "relaciones de fuerza", a todos los niveles y con toda la complejidad sobre la que nos alertara Gramsci. En el marco de la izquierda independiente se proponen lecturas del momento y las condiciones no del todo homogéneas. En Batalla… nº2, Omar Acha afirma: “Una construcción política de la izquierda se hace pensable en el marco de un largo plazo. Es una perspectiva “gramsciana” que reconoce la densidad y complejidad de las mediaciones, demandantes de una teoría del poder diferente a la estatalista. Hoy carecemos de una formación popular consistente”. Nos parece una mirada atendible, en lo que respecta a la madurez de un proyecto integral desde la izquierda que proponga una “teoría del poder diferente a la estatalista” (lo que situamos como necesidad actual pero sobre todo “estratégica”, en el largo plazo). Aún así, asumimos que la etapa demanda, con una urgencia que nos interpela, mayores niveles de intervención política de parte de las organizaciones populares, más allá de los desarrollos y luchas sectoriales y locales.

En ese sentido, “hacer política” es mucho más que presentarse a elecciones. Creemos fundamental, para la nueva izquierda independiente, asumir el “hacer política” desde la no-separación de lo social y lo político. “Politizar lo social y darle carnadura social a lo político” es una frase que define bien nuestra estrategia de construcción de Poder Popular. Organización de base con sentido estratégico, y batalla política con contenido y protagonismo popular. Allí hay un amplio espectro de acción (las consultas populares u otras formas de democracia participativa, las campañas por reformas legislativas, la irrupción del ideario emancipador en los medios masivos, las luchas y movilizaciones que avanzan en un proyecto de transformación integral, etc.). En el marco de este abanico de intervenciones políticas, aparece, ahora sí, la posibilidad electoral. La construcción de una herramienta específica para la disputa electoral, entonces, podrá ser una tarea más para abordar una de las formas específicas de la acción política en esta etapa.

Mientras la herramienta política de síntesis estratégica deberá concebirse para dar respuesta al conjunto de las necesidades políticas que se vayan presentando a largo plazo, una herramienta para la disputa electoral seguramente termine siendo algo así como un “brazo” específico, que requiera esfuerzos específicos, en el marco de la construcción estratégica integral. Tener esto claro es fundamental para no confundir los planos tácticos y estratégicos, para no convertir necesidades tácticas con el todo, para evitar que el conjunto de la política se vaya tiñendo por la ansiedad de una necesidad circunstancial.

Hincando el diente en la posibilidad electoral

Dicho esto, podemos esbozar, para el debate, algunas ideas sobre el plano de disputa específicamente electoral.15

También aquí empezamos nuestra argumentación con una coincidencia con el texto de Martín: las elecciones son “el ámbito por excelencia de la institucionalidad dominante”. Pero digamos más.

“El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes” sentencia el artículo 22 del Capítulo Primero de la Constitución Nacional. Pocas definiciones como esa concentran la esencia misma de la lógica representativa liberal, su funcionalidad para cualquier esquema de dominación, y su choque (explicitado en esa doble negación: “el pueblo NO delibera NI gobierna”) con las formas de protagonismo directo del pueblo, con la idea emancipatoria de asumir como pueblo nuestro propio destino. ¿Pero acaso toda representación implica dominación? No, pero... Evitemos caer en concepciones políticas idealistas que propongan una horizontalidad extrema e irreal, que cuestionen por ejemplo la validez de elegir referentes, voceros/as o delegados/as (¿no son acaso “representantes” de sus compañeros/as?), porque aún las más consecuentes experiencias de lucha por la emancipación han verificado su necesidad, porque nuestras propias prácticas así lo requieren, si es que pretendemos dar lugar a un cambio social integral, que involucre a millones. Asumimos la lógica delegativa, acompañada de los necesarios anticuerpos –que surgieron de la propia experiencia-, porque conocemos que estamos pisando en terreno hostil en términos de nuestros objetivos estratégicos de igualdad cuando asumimos las lógicas de la representación liberal (aún en el plano conceptual, filosófico si se quiere, que reconoce en el “representante” la acción y en los “representados” la pasividad), y s i pisamos ese terreno fangoso sin los máximos recaudos, a la larga, terminaremos asumiendo las ideas de desigualdad que esas prácticas prefiguran, ya que, como enseña Paulo Freire, “la cabeza piensa donde los pies pisan”.

Hablemos por un momento de nuestrxs compas delegadxs como “representantes”, y veamos qué nos proponemos en estos casos: que sean electos en instancias asamblearias por sus pares; que su labor como “representantes” responda al mandato surgido de esas instancias de pertenencia; que sus mandatos sean revocables en cuanto sus mandantes evalúen disconformidad con su accionar; que se establezcan períodos que obliguen la rotación de compañeros en lugares de representatividad, y quien fue “representante” vuelva a su trabajo, a su base, y otrx integrante del grupo cumpla en próximo período la tarea más superestructural.

¿Suena a un esquema muy exigente, pensando en la institucionalidad político-electoral que nos propone el sistema? ¿Nos volvemos “miedosos” y por eso proponemos una lógica imposible si pensamos en el parlamento nacional, por caso? Creemos que no, que los “anticuerpos” no sólo tienen sentido, sino que son “insoslayables” en términos estratégicos. Y que existen experiencias históricas que dan cuenta de su posible y efectiva aplicación (el caso más reciente es el de los trabajadores de Zanón en Neuquén, electos diputados provinciales, que acordaron su rotación en el cargo manteniendo el sueldo que cobraban

15

Está claro que aquí nos referimos a las elecciones de cargos políticos representativos, parlamentarios o ejecutivos, y no a la disputa de espacios gremiales o institucionales vinculados al tejido social, como ser sindicatos, centros de estudiantes o sociedades de fomento.

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en la fábrica). Nuestro proyecto revolucionario anticapitalista, socialista, se inspira en la ideología contraria a la representación burguesa que expresa el artículo 22 de la Constitución: si queremos una sociedad de iguales, sin injusticias ni opresión, resulta imprescindible que el pueblo SÍ delibere y SÍ gobierne por sí mismo, o en todo caso: que sean los representantes quienes NO deliberen NI gobiernen sino a través del mandato directo del pueblo.“Mandar obedeciendo” lo llamó el subcomandante Marcos.

16. Esa autonomía y democracia de base es nuestro principal reaseguro estratégico, y lo es más aún a la hora de pisar el

terreno que propone la lógica antagónica de la representación liberal planteada como un poder sobre en vez de un poder hacer.

A modo de repaso

Entendemos que la reflexión desarrollada hasta aquí habilita las siguientes conclusiones:

* Nos motiva la convicción de que es una tarea de primer orden en el momento actual el desarrollo de políticas integrales de construcción de poder popular (vale señalar particularmente el trabajo asalariado, tal vez el sector de importancia estratégica donde mayor es la debilidad de la nueva izquierda independiente) y de disputa política en diferentes planos, lo que implica una variedad de tareas y posibilidades.

* Para estar a la altura de esos desafíos, la nueva izquierda independiente necesita avanzar en mayores niveles de síntesis en distintos planos.

* La noción de “herramienta política” requiere ser expresada con mayor precisión, para diferenciar lo que resulta una necesidad estratégica integral de lo que pueden ser tácticas específicas.

* El avance hacia una herramienta política común de síntesis estratégica es uno de los planos necesarios, que deberá tener en cuenta los objetivos últimos y la opción estratégica para avanzar en función de esa necesidad integral. Es una tarea histórica que muestra posibilidades de ser profundizada en el momento actual, y que continuará madurando en tiempos (e integralidades) que exceden el corto plazo.

* Dentro de las tareas políticas necesarias, la opción de disputar electoralmente las instituciones del sistema -y, para ello, la construcción de una “herramienta político electoral”- tomará fuerza –o no- en función de determinada lectura de la etapa, de las relaciones de fuerzas y posibilidades, como parte subordinada a una construcción y a una estrategia integral.

* La política electoral según las reglas del juego de la representación liberal, aún como táctica, “prefigura” una forma de la política que dista de nuestros anhelos de emancipación y protagonismo directo del pueblo, y se mete en un terreno plagado de acechanzas que el sistema maneja con maestría, por lo cual requiere de sólidos anticuerpos anclados en el Poder Popular.

* No ser claros en la diferencia entre herramienta política de síntesis estratégica y herramienta electoral, puede dar lugar a confundir la parte con el todo, es decir: convertir una necesidad táctica (intervenir en el plano institucional-electoral) con una concepción estratégica (cuando creemos que no es por esa vía cómo se prefigurará una sociedad de nuevo tipo).

*Entendemos que estos debates se dan como correlato de exploraciones y avances concretos, en una dialéctica imprescindible entre nuestras prácticas y nuestras ideas. Si procedemos con rigurosidad y honestidad para encarar los nuevos desafíos, no debemos temer equivocarnos: la claridad de nuestras convicciones estratégicas, los balances y la posibilidad de profundizar o rectificar caminos, y sobre todo: la confianza en nuestra militancia y nuestro pueblo, serán la mejor garantía de triunfo.

Esperamos que estas líneas aporten elementos y contribuyan a estimular nuevos debates, nuevas ideas, nuevos aportes. Confiamos que, en el acuerdo o la diferencia, serán leídas desde la voluntad de búsqueda y construcción de un camino unitario que potencie los esfuerzos militantes, para acercarnos un pasito más a ese futuro de justicia y libertad que todos anhelamos.

18-4-2012

* Militantes del Frente Popular Darío Santillán (FPDS), Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de Argentina (COMPA)

Hacia una alternativa política de nuevo tipo

Aportes para un debate estratégico

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El “mandar obedeciendo” zapatista tiene cierto paradójico vínculo con la propia Constitución del Estado de México, con aires remotos de aquella revolución con ínfulas libertarias de un siglo atrás, que estableció algo bien distinto que a lo que marca el artículo 22 de la Constitución argentina, enajenante de la voluntad popular. La Constitución mexicana dice: “La soberanía nacional reside originaria y esencialmente en el pueblo: todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar su forma de gobierno”.

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por Martín Mosquera Militante de CAUCE – UBA

en COB La Brecha (Corriente de Organizaciones de Base La Brecha) Luego de décadas de retroceso de los sectores populares, a finales de los noventa se inicia en nuestro país un proceso de

lenta recomposición social y política de las clases subalternas que tuvo su punto de mayor visibilidad alrededor de las jornadas de diciembre de 2001. En este contexto, se fueron desarrollando una multiplicidad de experiencias organizativas que se situaron, al menos intuitivamente, en un horizonte de rearme político-estratégico, en ruptura con las perspectivas y formas de construcción de la izquierda tradicional. El nivel de maduración actual de estas experiencias comienza a situar en el centro de los debates la necesidad de elevar y articular en una herramienta política a un conjunto de movimientos sociales, corrientes políticas y agrupamientos multisectoriales que vienen dando pasos en común. Se trata de encarar la tarea de la etapa que se inicia, esto es, la construcción de una alternativa política antiimperialista, anticapitalista y socialista en las circunstancias sociales y políticas actualmente existentes.

El texto de Martín Ogando (Marea Popular[1] / COMPA) “Una incitación a la incomodidad”[2] aborda esta cuestión, vinculándola a la necesidad de la intervención electoral e institucional[3]. Con independencia de los distintos aspectos políticos que compartimos con el texto, es preciso señalar que las menciones al PSUV y al Polo Patriótico venezolanos como referencias a la hora de pensar la herramienta política, o la reivindicación del sentido original de Proyecto Sur, marcan una orientación en la que el afán de superar el sectarismo lleva a jerarquizar la tendencia a acuerdos con sectores de centro izquierda, reformistas o nacionalistas populares de un modo que bien puede conducir a devaluar la perspectiva anti-capitalista que se pretende impulsar.

La larga trayectoria de la militancia socialista está repleta de organizaciones, núcleos y corrientes políticas que no pudieron pasar la prueba de salir de la marginalidad y tener una presencia real en la vida de las masas. Debemos actuar con audacia e inteligencia para poder tener éxito allí donde fracasaron el grueso de los agrupamientos de la izquierda revolucionaria. Pero nuestra historia también conoce sobradamente de organizaciones que, con la intención de superar la marginación, terminaron adaptándose y haciendo seguidismo a expresiones políticas reformistas o nacionalistas, quedando reducidos a los estrechos márgenes del posibilismo y aportando a proyectos con un sentido histórico conservador. Debemos manejar virtuosamente esta tensión entre sectarismo y adaptación donde se juega, en buena medida, la suerte y la perspectiva histórica de esta nueva izquierda[4] que está emergiendo en nuestro país.

Nueva izquierda y disputa electoral La perspectiva político-estratégica en la que se sitúa el texto de M. Ogando es la de apostar a un proceso de acumulación

contrahegemónica a largo plazo, rechazando las concepciones instrumentales del poder propias de la izquierda tradicional, según las cuales bastaría en lo substancial con que un nuevo grupo político se haga de los resortes fundamentales de la sociedad (instituciones políticas, poder militar) para iniciar un proceso de transición hacia el socialismo. En cambio, en una perspectiva contrahegemónica: “las disputas parciales, las modificaciones moleculares en la correlación de fuerzas, las acumulaciones y conquistas, es decir las batallas de una ‘guerra de posiciones’, son posibles y necesarias”[5]. En este punto, el autor rechaza toda interpretación “gradualista” o reformista de la lucha contrahegemónica. Sostiene: “esto no implica pensar que el estado capitalista será desarmado desde adentro, que de a poco lo iremos infiltrando, o que la conquista paulatina de reformas irá cambiando gradualmente su carácter sin necesidad de momentos insurreccionales o choques violentos”.

Estas consideraciones estratégicas son, probablemente, patrimonio común del conjunto de las agrupaciones de la nueva

izquierda y marcan el núcleo de ruptura con el universo político de las organizaciones partidarias tradicionales orientado hacia la “lucha por la dirección” y el asalto a las instituciones dominantes.

En este marco, el texto se dispone a argumentar contra concepciones ingenuamente anti-electorales, todavía fuertemente arraigadas en los nuevos movimientos. Para el autor la participación electoral o institucional sirve para:

“retroalimentar las experiencias de institucionalidad alternativa que vamos pariendo, para disputar sentidos y recursos, para

construir referencias públicas y hechos culturales, para consolidar como anillos defensivos que protejan nuestras organizaciones, etc. Los ejemplos son muchos y variados: obtener leyes o reglamentaciones que permitan mejores condiciones de vida (y de lucha) para nuestro pueblo; conseguir recursos (que el enemigo hegemoniza) para pertrechar nuestras respuestas contrahegemónicas; aprovechar los intersticios legales y cada terreno de institucionalidad parcialmente favorable o contradictorio.”[6]

Este planteo, en lo fundamental, no es ni más ni menos que la recuperación de los argumentos “ clásicos” por los que una

porción mayoritaria de las corrientes socialistas, desde el siglo XIX, se resolvieron a dar una disputa en el terreno parlamentario. En este aspecto, no podemos más que acordar con estas líneas que sitúan al capitulo electoral como un momento interno del proceso más amplio y multifacético de acumulación contrahegemónica y construcción de poder popular. Sin embargo, el problema no se agota aquí sino que apenas comienza. El núcleo de la cuestión pasa por definir el marco de alianzas y la orientación política de la lucha en el terreno electoral.

Revolución en la revolución

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Tal como sostiene acertadamente Aldo Casas en un texto reciente[7], recuperando la obra de István Mészáros[8], la reconstrucción de la estrategia socialista requiere de la elaboración, teórico-práctica, de una “teoría de la transición”. Abandonando el supuesto ingenuo de que con la “toma del poder” se corta en lo fundamental con la sociedad burguesa, István Mézsáros, citado por Casas, sostiene que:

“para convertir al proyecto socialista en una realidad irreversible tenemos que efectuar muchas ‘transiciones dentro de la

transición’, al igual que, bajo otro aspecto, el socialismo se define como una constante auto-renovación de ‘revoluciones dentro de la revolución’”. [9]

Desde nuestra perspectiva, esta concepción supone considerar, en la línea del Marx que concebía a los sindicatos como

“escuelas de socialismo”, que la transición se inicia en el seno mismo de la sociedad burguesa, prefigurando en el presente las relaciones sociales, los valores y la institucionalidad de la nueva sociedad. Esto corresponde a una concepción del proceso de transformación radical como un vasto movimiento social y cultural, y no solamente como una revolución “política”.

Esta perspectiva de “transición larga”, donde conviven múltiples situaciones político-gubernamentales junto al desarrollo

independiente de líneas de poder popular, obliga a analizar complejamente los fenómenos políticos que atraviesan a países latinoamericanos como Venezuela y Bolivia. Estas experiencias abonan la tesis de que posiblemente un proceso de transición hacia el socialismo en las condiciones actualmente existentes pase por una etapa en la que un auge de masas sea capitalizado por una dirección reformista que se imponga en un contexto de crisis de hegemonía. Esta situación puede dar lugar a un escenario donde la institucionalidad democrático-burguesa se vuelva el marco inestable donde se manifieste la radicalización política de las masas y los ascendentes enfrentamientos de clase. Estos procesos parecieran relativizar la tesis clásica de que los gobiernos “bonapartistas” tienen indefectiblemente un rol histórico regresivo al verticalizar y neutralizar el movimiento de masas, ajustándose más adecuadamente a la caracterización gramsciana del “cesarismo”, donde queda abierta la posibilidad de cierto carácter progresivo dependiendo de la relación que se establezca entre los grupos sociales enfrentados. En procesos de esta naturaleza, se hace evidente la improcedencia del vanguardismo sectario que acomete directamente contra los gobiernos reformistas, desprendiéndose del desarrollo subjetivo de los sectores populares. Se torna prioritario allí acompañar la experiencia política de las masas, participar de instancias de frentes único anti-imperialista, oponerse a los embates golpistas de las derechas y apuntalar cualquier tendencia que permita radicalizar el proceso político.

Sin embargo, para el desarrollo de una política emancipatoria resulta tan ineficaz el sectarismo vanguardista como la adaptación y el seguidismo hacia las direcciones reformistas o nacionalistas. La necesidad de una delimitación estratégica respecto del reformismo y el nacionalismo hace a un debate fundamental para la izquierda latinoamericana. Para no transformar la táctica en estrategia y volverse funcional a los límites gubernamentales, resulta decisivo mantener la iniciativa política crítica y la independencia organizativa. Resguardar la autonomía resulta fundamental para apuntalar la movilización independiente de las masas y el desarrollo de organismos de poder popular, en la perspectiva de sedimentar las condiciones para una ruptura decisiva con el régimen burgués. No se trata solamente de no sectarizarse frente al desarrollo subjetivo de los sectores populares, apoyando y apostando a profundizar los mejores elementos del proceso político, sino también de construir organismos de masas con capacidad de radicalizar el proceso más allá de los límites de la política gubernamental (y contra ella, cuando fuera necesario). Reconocer que entre los nuevos gobiernos y los movimientos populares se ha trabado, en los mejores momentos, una dialéctica abierta y progresiva no justifica que el “socialismo desde abajo” que pregonamos se detenga ante las “razones de Estado” de los gobiernos reformistas[10].

Intervención electoral y tareas de la nueva izquierda Una caracterización de los procesos latinoamericanos tendiente a disipar la delimitación respecto a sus direcciones

nacionalistas o reformistas puede impactar sobre la propia estrategia de un modo que resignifique cualitativamente el sentido de la intervención electoral. En esta línea puede explicarse que se establezca una reiterada vinculación entre la necesidad de una política electoral y – en palabras de Ogando - “las características que han adoptado los principales procesos de cambio en nuestro continente”[11]. Estas consideraciones no sólo pueden dar un tono diferente a la posible intervención electoral sino que, asimismo, pueden resignificar las prioridades de la etapa y las tareas que se desprenden de ella. “Una construcción política de la izquierda se hace posible en el marco del largo plazo”, señala Omar Acha en un texto que comenta críticamente los planteos de Ogando[12]. Acha identifica allí el peligro de suponer una excesiva fortaleza de las clases subalternas o de la propia acumulación organizativa y el problema derivado de pretender acelerar los tiempos propios de una nueva construcción política.

Un rasgo característico de la nueva izquierda ha sido la delimitación frente a los diagnósticos catastrofistas de la crisis

capitalista, propios de buena parte de la izquierda tradicional. El “catastrofismo” conduce a una lógica de corto plazo que cree encontrarse siempre ante oportunidades y coyunturas decisivas y, por tanto, pretende de modo persistente acelerar infructuosamente los procesos. Al mismo tiempo, la supuesta inminencia de la crisis lleva a colocar la prioridad política en la acumulación partidaria y en la “lucha por la dirección” antes que en la consolidación de las organizaciones populares, de los frentes de masas, de las conquistas reivindicativas parciales, etc. En cambio, definir la etapa como de acumulación de fuerzas y recomposición del movimiento popular, y proyectar una perspectiva una perspectiva contrahegemónica de largo aliento, conduce a relativizar o resignificar el universo de cuestiones fundamentales de la estrategia de la izquierda tradicional. Se invierten o minimizan ciertas jerarquías, como la prioridad de las disputas de coyuntura por sobre el trabajo de base, la exacerbación competitiva de la “lucha entre tendencias” antes que la confluencia unitaria, la prioridad de la organización política sobre el frente de masas, o la sobreexigencia acerca de cuestiones programáticas antes que el lento avance en materia

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reivindicativa, ideológica y organizativa del movimiento real. A su vez, se vuelven prioritarias y adquieren un valor estratégico cuestiones “metodológicas”, relativas a las formas de construcción y prácticas políticas. El trabajo de base, la puesta en tensión de la distinción entre dirigentes y ejecutantes, la lucha contra la burocratización de las organizaciones políticas y gremiales, la interpelación al conjunto social como necesario protagonista de un tentativo proceso de cambio, son algunas de las tareas que se vuelven fundamentales.

En este sentido, así como la tarea actual no pasa por organizar la insurrección, tampoco se trata de establecer una alternativa electoral de gobierno en el corto-mediano plazo. Llevar a tal punto las pretensiones políticas expresa la disposición a trabar alianzas en un sentido correlativo, al riesgo de resignar la independencia política y la perspectiva anticapitalista. El alcance de la hegemonía política del kichnerismo, la debilidad de las nuevas experiencias organizativas, la extendida sensación de escepticismo entre las masas respecto a las posibilidades de cambios sociales radicales y la situación de “crisis de alternativa” – para utilizar la expresión de Perry Anderson [13]- en la que está inmersa la militancia anticapitalista, nos obligan a ser muy cautos en la definición de las tareas de nuestra coyuntura. Esto no significa desconocer la necesidad de intervenir electoralmente en un futuro próximo, es decir, desaprovechar las posibilidades que abre el terreno electoral para la interpelación al conjunto social. Por eso mismo, hay que evitar el lugar común reduccionista extendido en el nuevo activismo, de considerar que solo luego de un largo proceso de militancia social se va a poner en evidencia, naturalmente, la necesidad de dar el salto al plano electoral. Este preconcepto, fuertemente arraigado, desconoce las potencialidades contrahegemónicas de una retroalimentación entre las experiencias populares y la construcción político-electoral. Pero se debe concebir al terreno electoral no como el inicio de una disputa gubernamental a mediano plazo (a la manera de Venezuela o Bolivia), sino como una instancia de propaganda y agitación política, construcción de referentes populares, cobertura simbólica y discursiva para las luchas sociales, y como un terreno para impulsar algunas reformas progresivas de la mano de la movilización popular (como fue el caso de la jornada laboral de seis horas en el subte). Tal perspectiva es la que se dio en sus orígenes el movimiento socialista y permitió apuntalar la consolidación de los partidos socialdemócratas del siglo XIX como fuerzas de masas.

Estar inmersos en un proceso de rearme político-organizativo de la izquierda radical establece algunos rasgos comunes entre la actual etapa y el origen de las grandes organizaciones socialistas. Podríamos considerar que posiblemente estemos frente a los inicios de la reconstrucción del movimiento socialista, donde el centro de la actividad pasa por profundizar la lucha sectorial y reivindicativa, apostar a (re)construir una ideología y una cultura socialista en el seno de las clases subalternas, y, fundamentalmente, avanzar en la construcción de un espacio político anticapitalista que pueda convertirse en una realidad efectiva en la vida de los sectores populares.

La actualidad del viejo problema de los Frentes Populares La relación de las corrientes clasistas y revolucionarias con los sectores políticos reformistas, normalmente hegemónicos,

obviamente no es una temática nueva sino que recorre la literatura, las polémicas y la experimentación política de los movimientos socialistas desde su nacimiento. Más aún, este dilema se relaciona con la problemática estructural de la relación con las masas que, cuando empiezan a romper con las ilusiones del capitalismo “realmente existente”, caen con “naturalidad” en la pretensión de reducir sus injusticias y costos sociales a través de reformas parciales y sin rupturas ni convulsiones radicales.

Es evidente que una verdadera fuerza social y política emancipatoria va a verse nutrida de rupturas provenientes de

corrientes del nacionalismo popular y la socialdemocracia. Más aún, es necesario reconocer que estas rupturas, fundamentales para la construcción de una alternativa política de masas, no se van a generar por la simple radicalización de la situación política en un contexto de crisis económica y pauperización de los sectores populares. Es necesario un trabajo previo, generar vasos comunicantes y establecerse, anticipadamente a los momentos decisivos de la lucha de clases, como una referencia intelectual y moral para un conjunto de corrientes políticas. Pero hay que tener presente el riesgo de que una vocación hegemónica y una política activa hacia esas corrientes, para atraerlas hacia una fuerza social emancipatoria, pueda confundirse con el seguidismo en la expectativa de que funcionen como un atajo hacia la inserción en las masas. Aunque necesaria, la intervención electoral ha funcionado en múltiples casos para diluir la perspectiva independiente y socialista detrás de direcciones reformistas o nacionalistas, antes que para acercar la izquierda a las masas. Por eso la delimitación estratégica con todas las variantes de centro izquierda es fundamental en un continente que experimentó la transformación de poderosos movimientos políticos de izquierda, como el PT brasilero y el Frente Amplio uruguayo, en garantes del capital. Nuestro país también ha visto la sucesión de fracasos de proyectos de esta naturaleza: desde la histórica política de los frentes populares del estalinismo, hasta los más recientes casos del Partido Intransigente durante los años ochenta, el posterior Frente Grande/Frepaso, la experiencia reciente de Proyecto Sur e incluso la tempranamente abortada “Constituyente social” de la CTA hoy integrada devaluadamente al FAP.

Construyendo una alternativa política de nuevo tipo[14] La constitución de un instrumento electoral, más allá de su relevancia en tanto momento necesario de la lucha

contrahegemónica, no puede confundirse ni subordinar la tarea prioritaria de construir una alternativa política estratégica, actualmente inexistente. El nuevo activismo y los movimientos sociales surgidos a partir de 2001 tuvieron, en su mayoría, la tendencia inicial de rechazar toda dimensión propiamente política de la lucha anti-capitalista, cayendo en la ilusión de que podía transformarse la sociedad sin pasar por el “traumático” momento de la disputa por el poder. Esta concepción “autonomista” se expresó en el afán estrictamente micro-político, el auto-encierro en localismos, la crítica a toda forma de representación política, entre otros aspectos. Estos planteos no pasaron la prueba de la reconstrucción de la hegemonía capitalista iniciada a partir del gobierno de Duhalde y, fundamentalmente, a través del kirchnerismo. El espacio político vacante dejado por los

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sectores en lucha fue aprovechado por nuevas alternativas burguesas que hegemonizaron el descontento social pero desviando el proceso y restaurando la institucionalidad en crisis.

El rechazo de la lucha política puede explicarse en buena medida por el impacto del fracaso de la experiencia de los “socialismos realmente existentes”, con sus partidos únicos y sus deformaciones autoritarias, pero también por las prácticas de la izquierda durante las últimas décadas, con sus marcados rasgos sectarios, aparatistas y facciosos. La experiencia de los últimos años está permitiendo superar las marcas de ingenuidad y romanticismo propias de la “etapa infantil” de la nueva izquierda, lo cual explica que actualmente adquiera centralidad la discusión sobre la alternativa política.

Asumir la tarea de construir una herramienta política obliga a encarar un debate profundo acerca de las limitaciones que impidieron que la izquierda revolucionaria desarrolle una inserción genuina en el movimiento de masas. Como señalábamos antes, los nuevos movimientos tienden a concebir la política en términos de construcción de hegemonía, es decir, de creación colectiva de una constelación intelectual, moral y cultural, con sus propios valores y prácticas, relaciones sociales e instituciones políticas, en contraposición y en disputa con las actualmente dominantes. En este sentido, la nueva izquierda tiene mucho por recuperar de las viejas tradiciones socialistas de fines de siglo XIX y principios del XX, como la centralidad de la lucha ideológica y las lentas tareas educativas en la clase trabajadora y los sectores populares[15]. De este modo, puede aportarse a la elaboración de una contrahegemónica ideología de masas, entre capas significativas de las clases subalternas y la juventud. Esta tarea sólo puede desarrollarse propiamente si no se reduce la propaganda a una actividad teórica sobre la vanguardia. La construcción de una ideología de masas cobra plausibilidad en el contexto de una amplia lucha cultural desarrollada en experiencias organizativas tales como los bachilleratos populares y los emprendimientos productivos al igual que los viejos anarquistas y socialistas hacían lo propio en bibliotecas populares y cooperativas. Entender la política en términos de construcción de hegemonía supone un cambio de enfoque en la concepción acerca de cómo se construye una fuerza política y social de masas. Debemos abandonar el mito de que un férreo núcleo partidario con el “programa correcto” va a tener un crecimiento vegetativo y va a convertirse súbitamente, por la intermediación de una crisis económica, en una vanguardia efectiva. Hemos de superar las lógicas sectarias del mini-partido[16] que apuestan a que el simple crecimiento cuantitativo de su propia organización va a dar lugar a una alternativa política de masas (a la manera de las ligas de militantes trostkystas que no pasan, durante décadas, de un escaso número de adherentes). Para estar en condiciones efectivas de dar una disputa por la hegemonía, la izquierda socialista, clasista y antiburocrática tiene que constituirse como tendencia[17] dispuesta a ligarse en instancias unitarias con vastas experiencias sociales y políticas progresivas y tendencialmente anti-capitalistas, sin resignar su independencia programática y organizativa. Una herramienta política tal como la entendemos no se mide solamente por la justeza del programa que encarna de modo explícito sino por el carácter dinámico en relación al desarrollo subjetivo y organizativo de las clases subalternas, dentro del cual sólo uno de sus aspectos es el programático. Esta perspectiva recupera la concepción del comunismo como movimiento real, aquel del que Marx decía que un paso hacia delante suyo vale “más que mil programas”. En este marco, el “partido”, núcleo o tendencia política no es el único protagonista, ni el prioritario necesariamente, sino que hay que reconocer la multiplicidad y la complementariedad de las organizaciones de las clases subalternas. En la actual etapa resulta fundamental avanzar en la construcción de un amplio movimiento social y político anti-capitalista, que adquiera su forma e importancia estratégica en tanto prefiguración de instituciones autónomas y políticamente unitarias de los sectores populares. Es decir, instancias de “frente único” estructurado sobre las experiencias sociales efectivas de las clases subalternas, y donde convivan un conjunto de corrientes políticas. La disputa de tendencias dentro de un movimiento socialista es el único mecanismo que posee una organización anticapitalista para asimilar sus errores y exponer a la experiencia de la práctica social los diferentes planteos y perspectivas; evitando, a su vez, el fraccionalismo propio de las concepciones que sostienen que una organización revolucionaria debe tener posiciones uniformes[18].

Debemos apostar a un movimiento socialista con aspiraciones de influencia de masas, que pueda integrar a los nuevos movimientos sociales, a la intelectualidad de izquierda, a los luchadores sindicales clasistas, a las nuevas camadas de militantes combativos independientes y albergar en su interior los diversos matices, puntos de vista y discrepancias que se presentan inevitablemente en una herramienta política viva y anclada en las luchas sociales actuales. Una confluencia política de esta naturaleza exige, a su vez, forjar una cultura militante dispuesta a la convivencia sana entre tendencias y el cuidado de los espacios unitarios. Los nuevos movimientos no están exentos de la auto-proclamación y el “narcisismo de las pequeñas diferencias”, característico de la izquierda tradicional, por los cuales se establecen fronteras orgánicas insuperables y se justifica indefinidamente la existencia independiente de los grupos.

Una construcción política de estas características va a amplificar el campo de intervención de nuestras organizaciones de cara a la disputa por la juventud y los sectores populares que hoy depositan expectativas en el Gobierno Nacional. El kirchnerismo ha consistido en un fenómeno político que, pese a estar fuertemente comprometido con el núcleo del agronegocio y el despliegue de un modelo neo-desarrollita con fuertes rasgos extractivos, ha tenido la capacidad de realizar algunas concesiones sociales y democráticas en un tiempo histórico donde garantizar la gobernabilidad requiere mayores esfuerzos por parte de las clases dominantes que en décadas anteriores. Con este recurso, y en el contexto de la disputa con la oposición derechista, el kirchnerismo ha sabido ganar una importante adhesión en los sectores populares que depositan en él sus expectativas de reformas sociales progresivas. La actual coyuntura, marcada por el impacto de la crisis económica internacional y cierto desgaste de las variables internas del modelo de acumulación, abre el espacio para que una nueva izquierda socialista pueda superar cierta influencia sectorial que actualmente ha conquistado y empezar a proyectarse como una alternativa política para las clases subalternas.

Nuestra escena contemporánea brinda algunos elementos para un optimismo moderado. La militancia social y las experiencias organizativas que han surgido y madurado en la última década están en condiciones de ser protagonistas de la emergencia de una izquierda que pueda reconstruir una perspectiva socialista y democrática para nuestra época. Cobra actualidad la construcción de una alternativa política que recupere y renueve el proyecto histórico del socialismo que, lejos de

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los Estados burocráticos que se arrogaron su representación, se proyecte como una sociedad auto-organizada, libertaria, anti-patriarcal y radicalmente democrática. Podría considerarse que luego de las experiencias organizativas de los ´60 y ´70, y del proceso de recomposición del campo popular que comenzó a fines del siglo pasado, recién en la actual coyuntura estamos en condiciones efectiva de plantearnos aspectos de la lucha política, y no sólo local o reivindicativa, con condiciones ciertas de desarrollo e influencia. En la posible constitución de un amplio movimiento político socialista se dirimirá si las nuevas experiencias organizativas efectivamente lograron refundar la izquierda revolucionaria de nuestro país. He aquí la tarea de la generación que está madurando, hablando en nombre propio y haciéndose a los codazos un lugar destacable en la historia política y militante de nuestro país.

1. Marea Popular es la organización recientemente conformada producto de la unificación de la Juventud Rebelde, la

Corriente Universitaria Rebelión y Socialismo Libertario. 2. Ogando, Martín, Nueva izquierda y disputa institucional: Una incitación a la incomodidad, Revista Batalla de Ideas,

noviembre 2011. 3. En el número tres de la revista Batalla de Ideas apareció un dossier de réplicas al texto de Martín Ogando (donde

originalmente iba a publicarse el presente texto pero finalmente no fue posible “por cuestiones de espacio”). Rescatamos especialmente el texto escrito por los compañeros del FPDS, con el cual coincidimos en varios aspectos fundamentales: el énfasis anticapitalista de su estrategia política; la diferenciación entre la herramienta político-social de “síntesis estratégica” respecto de su posible “brazo” electoral; la jerarquización de la tarea de avanzar en mayores niveles de unidad dentro de la “izquierda independiente”; y el reconocimiento, lejos de cualquier ingenuidad basista, de la posibilidad de encarar la intervención electoral en un futuro próximo según se considere conveniente tácticamente pero sin naturalizar las formas tradicionales de la realpolitik (poniendo como ejemplo la experiencia de los diputados ceramistas en Neuquén).

4. Denominamos “nueva izquierda” (o “izquierda independiente”) a un conjunto de organizaciones surgidas en los últimos lustros y caracterizadas por ciertas coordenadas políticas y metodológicas comunes (formas organizativas anti-burocráticas, prefiguración de nuevas relaciones sociales, crítica del izquierdismo sectario y maximalista, construcción de una nueva cultura militante, aspiración a una política de masas, etc.) Expresión del crecimiento y la confluencia creciente de este espacio político son la corriente político-sindicalRompiendo Cadenas y la construcción del gremio de trabajadores cooperativos, autónomos y precarizados, AGTCAP, en el plano sindical; la Red Nacional de Medios Alternativos, en el frente comunicacional; los foros del ENEOB y el avance de nuevas conducciones en el movimiento estudiantil, a nivel educativo; y la reciente e incipiente conformación de Cultura Compañera en relación a la intervención intelectual y cultural, entre otros ejemplos. Es decir, agrupamientos como la COB La Brecha, la COMPA, el MIR, el MULCS y el Movimiento Popular La Dignidad, entre otros.

5. Ogando, Martín, Nueva izquierda y disputa institucional: Una incitación a la incomodidad, Revista Batalla de Ideas, noviembre 2011, pág. 160.

6. Ogando, Martín, Nueva izquierda y disputa institucional: Una incitación a la incomodidad, Revista Batalla de Ideas, noviembre 2011, pág. 160.

7. Casas, Aldo. Los desafíos de la transición. Socialismo desde abajo y poder popular, Herramienta ediciones/ Editorial El Colectivo, Buenos Aires, 2011.

8. Mészáros, István. Más allá del capital, Vadell hermanos editores, Venezuela, 2001. 9. Casas, Aldo. Los desafíos de la transición. Socialismo desde abajo y poder popular, Herramienta ediciones/ Editorial El

Colectivo, Buenos Aires, 2011, pág. 76. 10. Respecto a una estrategia revolucionaria que escape tanto al sectarismo como a la adaptación, es pertinente atender a

la experiencia del MIR chileno y su relación con el gobierno de la Unidad Popular. Sin pretender erigirlo como modelo ni desconocer algunas limitaciones, es preciso rescatar la experiencia de una organización que con una orientación decididamente revolucionaria apoyó al gobierno de Allende en sus aspectos progresivos, enfrentando el golpe fascista y apostando a apuntalar los aspectos progresivos del proceso político, a la vez que se mantuvo independiente política y organizativamente, y apostó a desarrollar una movilización autónoma de masas que pudiera romper definitivamente con el estado burgués. Ver:Luchar, crear, poder popular. El MIR chileno, una experiencia revolucionaria, de Andrés Pascal Allende y otros. Ediciones A Vencer, Buenos Aires, 2009

11. En varios textos de este espacio político puede encontrarse la aplicación abusiva de las características de ciertos procesos latinoamericanos a nuestra propia coyuntura, sin mayor diferenciación estratégica e insinuando ambiguamente una amplia política de alianzas. Para tomar un ejemplo, Guillermo Cieza (referente del FPDS / COMPA) afirma: “…desde movimientos populares sustentados en genuinas construcciones de base se pueden hacer ensayos de intervención institucional (…) No hay construcción de poder y movimiento popular que no se proponga intervenir en el Estado para transformarlo (…) La mayoría de los pueblos del continente han elegido la vía electoral para disputar el gobierno”. Cieza, Guillermo. Borradores sobre la lucha popular y la proyección política, Editorial El Colectivo, Buenos Aires, 2011. pág. 149. En el mismo sentido, Manuel Martínez, referente de Socialismo Libertario, ahora parte de Marea Popular, sostiene: “…nos parece que lo mejor sería crear un frente o una alianza que pueda postularse en el terreno electoral con una convocatoria amplia (…) superando la práctica de intervenciones marginales que han caracterizado a la izquierda tradicional. Para esto se necesita construir o empalmar con un liderazgo político-social que vaya más allá incluso de nuestra organicidad”. Martinez, Manuel, Sobre la herramienta política, Revista Batalla de Ideas, julio 2012, pág. 141.

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12. La frase completa de Acha dice: “Una construcción política de la izquierda se hace pensable en el marco de un largo plazo. Es una perspectiva “gramsciana” que reconoce la densidad y complejidad de las mediaciones, demandantes de una teoria del poder diferente a la estatalista. Hoy carecemos de una formación popular consistente. Quizá el mayor problema del planteo de Martín Ogando resida en que supone un pueblo activo, cuando en realidad las clases populares están fragmentadas, carecen de una coagulación ideológica perceptible”. Acha, Omar, Discutir en la izquierda: algunos comentarios, Revista Batalla de Ideas, noviembre 2011, pág. 150.

13. Anderson, Perry. Renovaciones, en http://www.rebelion.org/hemeroteca/izquierda/anderson230601.htm 14. La referencia a una organización de “nuevo tipo” no conlleva ningún afán de “novedad radical” respecto a las

tradiciones revolucionarias y de las izquierdas. Del mismo modo en que Miguel Mazzeo utiliza convenientemente la expresión “nueva nueva izquierda” para referirse a los movimientos actuales, consideramos que toda organización política socialista de magnitud en la historia fue, de algún modo, de “nuevo tipo”. La construcción de una alternativa anticapitalista siempre supuso adecuar y actualizar la perspectiva organizativa a sus condiciones sociales y políticas correspondientes, así como realizar un “ajuste de cuentas” propio frente a las cuestiones estratégicas y metodológicas que hacen a la izquierda y la tradición revolucionaria. Así es que los grandes partidos socialdemócratas del siglo XIX, el partido bolchevique o las organizaciones político-militares de los 70, para enumerar algunos ejemplos representativos, fueron organizaciones de “nuevo tipo”.

15. Rolando Astarita suele insistir en la necesidad de que la izquierda en la actualidad recupere viejas tradiciones socialistas abortadas por el estalinismo pero también por las corrientes trotskistas que surgieron como su reacción. Ver: “Elecciones, hegemonía y lucha ideológica” en:http://rolandoastarita.wordpress.com/2011/08/23/elecciones-hegemonia-y-lucha-ideologica/.

16. Sobre la lógica del “mini-partido” y las alternativas a la “forma-secta” para la construcción de una herramienta política puede verse el texto clásico “Hacia un nuevo comienzo” de Hal Draper: Draper, Hal, Hacia un nuevo comienzo…por otro camino, 2001, Marxists Internet Archive.

17. En este sentido, es preciso recuperar posiciones de Marx sobre el partido (aunque nunca realizó un desarrollo sistemático sobre la cuestión) donde se considera al “partido comunista” no como un fracción aparte y opuesta al resto de las organizaciones políticas del proletariado, sino como la tendencia más consecuente, con la mirada más global y estratégica, que se involucra como tendencia en conjunto con el resto de los partidos obreros allí donde la clase se auto-organizara políticamente. “Los comunistas no forman un partido aparte – reza el Manifiesto – opuestos a los otros partidos obreros. No tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado. No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario. Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa, la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto”. Esto no desmiente algunas limitaciones espontaneístas que contenía, embrionariamente, la concepción de Marx, como ser la presunción de que el desarrollo de la crisis del capitalismo y la simplificación de la estructura social, podía tender a volver superfluo el momento estrictamente político de la organización y el movimiento obrero podría expresarse inmediatamente como un movimiento revolucionario. En este aspecto, el aporte de Lenin, y su reconocimiento tácito de la “autonomía de la política”, se vuelve irreductible. En todo caso, se trata de recuperar el largo debate sobre la organización que atravesó al movimiento socialista desde su origen, y que quedó opacado por la insuperable atracción que ejerció el “modelo bolchevique”, o, más bien, la interpretación que realizaron del proceso organizativo ruso las corrientes que se consideraban herederas directas del leninismo.

18. Nuestro planteo es muy diferente de la tesis clásica (fundamentalmente trostkysta) del “partido obrero amplio” que estuvo a la base de la participación y el entrismo de corrientes socialistas en infinidad de organizaciones políticas reformistas, como el PT brasilero, el laborismo inglés y otras organizaciones políticas con base sindical. La construcción de un movimiento político socialista amplio, con libertad de tendencias, difiere de estas experiencias donde los socialistas participaban de organizaciones con cristalizadas direcciones reformistas o nacionalistas burguesas.

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Carta pública a Marea Popular a propósito de su intervención electoral

7 de Julio de 2013 a la(s) 22:50

Miradas y perspectivas sobre la construcción de una alternativa popular en Argentina.

Compañer@s de Marea Popular:

Les escribimos estas líneas partiendo de reconocernos en el compromiso compartido por renovar la orientación y los métodos de la izquierda en nuestro país, tal como se viene expresando en las articulaciones compartidas en el territorio universitario.

La iniciativa de algunas organizaciones de la Nueva Izquierda de intervenir electoralmente ha sido impulsora de un debate sin dudas saludable en el seno de esta tendencia. Un debate que ha sido una constante en la historia de las izquierdas, cuyo interrogante se nos plantea aquí y ahora a lxs militantes de nuestra generación. Tan importante como las respuestas que practicamos en términos de intervención política es la reconstrucción de la pregunta, en el marco de los desafíos que se nos presentan en la actualidad.Consideramos que debemos preguntarnos en razón de este debate cómo la participación electoral puede o no potenciar la construcción de una alternativa de poder de y para lxs de abajo. A los fines de la construcción de una Nueva Izquierda en nuestro país es un hecho alentador la creciente preocupación en torno a abordar la lucha política por parte de las nuevas expresiones organizativas.

Partiendo de la afirmación de la táctica electoral como una táctica posible, los debates que abrimos aquí se tratan de los modos y condiciones en que esta incursión en el terreno electoral se está dando y lo que ello implica en términos de la construcción de una herramienta electoral como expresión de la Nueva Izquierda. Nos referiremos en particular, y en este sentido, al perfil político de la campaña y al marco de alianzas desplegado en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires. Pretendemos que estas líneas se erijan como un canal para la discusión sincera y fraterna, fundamental en tren de los enormes desafíos que tenemos por delante.

Pensar una táctica para dar cuerpo a nuestra estrategia

Como hemos apuntado, nuestro punto de partida es la consideración de la táctica electoral como posible dentro del arco de intervenciones a realizar en diversos contextos, preguntándonos de qué modos la incursión en la institucionalidad estatal puede alimentar nuestro camino estratégico. Nuestro espacio político, la denominada “Izquierda Independiente” o “Nueva Izquierda”, si bien heterogéneo, se ha caracterizado por compartir un interesante conjunto de coordenadas políticas y metodológicas. La construcción de poder popular, como condición necesaria para dar la batalla política y cultural contra la hegemonía capitalista, es sin dudas uno de los ejes fundamentales de quienes, desde los 90,empezamos a reagruparnos y encontrarnos en las luchas. Esa tarea se materializa hoy en la vocación por construir espacios de base, antiburocráticos, donde nuestro pueblo se organice en pos de retomar las mejores tradiciones de lucha que se vieron truncas años atrás con el golpe cívico-militar de 1976. Y es condición necesaria, para que esas construcciones sean realmente una herramienta emancipatoria, una fuerte vocación de interpelar a las masas, alejándonos de prácticas sectarias, burocráticas y mezquinas, que, sobre un análisis desacertado del estado de conciencia de los sectores populares, terminen aislando y cercenando los posibles saldos organizativos.

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Entonces, mirando la táctica electoral, podemos resaltar al menos dos aspectos que pueden ser potenciales para el desarrollo de la lucha social y política. Por un lado, la tarea de propaganda, agitación y denuncia vinculadas a la difusión de un programa determinado. La presentación electoral puede sumar elementos para la formación de una referencia que agrupe o dé mayor visibilidad a una alternativa de izquierda, que busque instalar que otro tipo de democracia es posible.

Por otro lado, podemos pensar en la interrelación que se establece entre los procesos de lucha y organización popular y la institucionalidad vigente. Las reformas vinculadas al sistema jurídico- legal del aparato del Estado son importantes en tanto además de implicar mejoras concretas en las condiciones inmediatas de vida de lxs laburantes, también dan condiciones de posibilidad para alimentar los procesos de organización de lxs de abajo, en tanto implican victorias concretas que sientan pisos de organización y conciencia. Nuevamente debemos advertir que este saldo organizativo de los procesos de lucha, sobre todo en momentos de reflujo y recomposición más general, no resulta espontáneo y debe ser alimentado por las organizaciones del campo popular, trazando tácticas a fin situar las reformas puntuales conquistadas en un proyecto de cambio social.

Entonces, si tomamos estos dos objetivos políticos, podemos notar que para su despliegue se tornan sumamente importantes dos cuestiones. En primer lugar, aparece el problema delprograma y la construcción del perfil político, sobre el cual se elaborará una referencia pública de carácter masivo. En segundo lugar, si consideramos que el contenido de la experiencia electoral tiene un correlato directo con las luchas que desarrollamos cotidianamente, se torna nodal la reflexión acerca del marco de alianzas que se cristalice en el frente electoral. Asimismo, considerando el momento de recomposición del campo popular y de reagrupamiento de la Nueva Izquierda, la conformación de una herramienta electoral que le dé visibilidad a esta tendencia de cara al masivo de la sociedad se vuelve un aspecto nada desdeñable al momento de pensar los trazos estratégicos de esta táctica.

Estas tareas políticas no se realizan únicamente bajo la participación electoral. Por eso, debemos poner de relieve un riesgo que, de hecho, ha sido recurrente en organizaciones populares, consistente en convertir la táctica en estrategia y transformar lo que debería ser una herramienta coyuntural en la principal matriz de intervención política. Hoy notamos que en ciertos aspectos del perfil político y del marco de alianzas existen elementos que nos interrogan sobre ciertas intervenciones tácticas que se perfilan en camino de suplantar la perspectiva estratégica, corriéndose así de las coordenadas compartidas por el espacio de la Nueva Izquierda.

La necesidad de un perfil político realmente propio.

¿De qué manera construir un perfil político? ¿A quiénes buscamos interpelar? Los armados electorales a los cuales se enfrenta la izquierda en los comicios son de diverso tenor: sectores de la derecha reaccionaria; el kirchnerismo y sus expresiones más progresivas o más corridas hacia la derecha; variantes progresistas de raigambre patronal. Tenemos claro que ninguna de ellas representa una opción para nuestro pueblo. Posiblemente en la configuración de una campaña política sea un problema a resolver a qué tipo de perfil apuntamos, a qué sectores queremos dirigirnos, y quiénes conformarán un posible electorado. No obstante, señalamos una cuestión anterior, vinculada a qué opción delimitamos y hacemos visible de cara a la sociedad, y en este sentido, qué nos diferencia de las opciones electorales que no responden a las necesidades populares sino a proyectos hegemonizados por las clases dominantes. Dicha diferencia no se vincula a una táctica puntual, o a una característica menor

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de nuestro proyecto, sino a su horizonte. La posibilidad de dar visibilidad a una alternativa popular desde la Nueva Izquierda constituye un desafío nuevo y de envergadura estratégica. No debemos confundir la construcción de una cara masiva y visible de nuestro proyecto con el despliegue de una campaña político- electoral y la avidez por capturar electorado. Ambas cosas constituyen tareas políticas diferentes. Por la envergadura de la primera, en este incipiente camino, ésta no puede quedar subordinada a la segunda.

La Nueva Izquierda se ha caracterizado por no incurrir en simplificaciones al momento de pensar la elaboración táctica frente al proceso político en curso, evitando tanto el sectarismo como las alianzas con sectores de derecha, desviaciones en las cuales han recaído diversas expresiones de nuestra izquierda local. Las apariciones públicas que se han desarrollado como Marea Popular presentan para nosotrxs dos puntos a debatir. En primer lugar, notamos que en diferentes expresiones mediáticas, de acuerdo al público de los medios de comunicación particulares así como a su línea ideológica, el perfil del frente era variable. Obviamente la interpelación masiva conlleva atender a quién nos escucha y a quiénes queremos interpelar. No obstante, notamos con preocupación la dificultad para delimitar los contornos de la propuesta expresada por Marea Popular, y la incursión deliberada en la ambigüedad política. Y esto se torna problemático cuando nuestro objetivo es visibilizar una alternativa política de lxs de abajo.

Compartimos, sin dudas, el rechazo al sectarismo, pero la indefinición respecto del núcleo del proyecto político que queremos expresar es igualmente perniciosa. Hoy por hoy la orientación política de Marea en estas elecciones, no sólo no queda clara para el activismo, sino tampoco para los medios de comunicación y, mucho menos, para las amplias capas de los sectores populares. Como dijimos anteriormente, una de las principales tareasde la penetración institucional y la presentación en elecciones, tiene que ver con la construcción de una referencia pública, de hacer visibles nuestras construcciones y de tener un espacio para la creación de agenda. Para ello debe estar claro desde qué lugar nos paramos. La creación de un discurso dialógico y cercano a las masas, no es per se contradictoria con la idea de claridad política. Su ausencia instala el riesgo de la adaptación y el oportunismo.

Ilustraremos esto con el ejemplo de cómo es considerado el fenómeno político kirchnerista bajo la campaña mediática. Mientras que en ciertas oportunidades (sobre toda en la prensa propia universitaria) se sitúan las limitaciones estructurales del modelo económico y político kirchnerista, en la mayor parte de las apariciones públicas se destaca la progresividad del kirchnerismo, la cual pareciera sólo estar viciada por su apoyatura en la corroída estructura del PJ (lo cual, resulta contradictorio con la idea de las ‘limitaciones estructurales’). Este cambio discursivo no es accesorio, sino que hace al desdibujamiento de una delimitación estratégica con el kichnerismo, expresado en la idea de “superar y profundizar” el modelo, tal como se expresó en varias entrevistas. El problema se renueva con la reciente alianza con sectores de la centroizquierda y las afirmaciones de encolumnamiento de Marea bajo esta tendencia política. En lugar de estar la campaña en función de visibilizar un determinado perfil político, estamos ante la inversión de que el perfil se adecúa a las necesidades de “hacer campaña”. Entonces, esta cuestión táctica asume un cuerpo tan denso que comienza a cobrar peso estratégico.

Cuando pensamos en la fórmula electoral de un espacio de la Nueva Izquierda sostenemos la necesidad de que el mismo exprese todo “lo nuevo” que significamos en comparación a las alternativas patronales (pues buscamos una nueva sociedad) y en relación con la izquierda tradicional (en tanto buscamos construirla desde ahora, sin sectarismos ni aislamiento, configurando el poder propio de nuestro pueblo). La forma que viene asumiendo la campaña

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política que han comenzado a caminar viene, por el momento, arrastrando viejas formas del hacer político.

De alianzas y espacios de acumulación del movimiento.

Un respetado compañero en el campo de nuestro espacio político, Miguel Mazzeo, afirmó en un texto reciente: “Las alianzas -electorales- con sectores de otros espacios políticos (espacios intrasistémicos, principalmente de centroizquierda o de izquierda institucionalizada, espacios que no se proponen una lucha contra-hegemónica), aunque le garanticen mayor presencia pública y mayor visibilidad social, probablemente terminen desdibujando los perfiles más radicales de la izquierda independiente”.

La incorporación de Marea Popular a un frente electoral de centro-izquierda encabezado por un sector que es parte a nivel nacional del FAP - la Unidad Popular de DeGennaro y Lozano – dan pertinencia a estas consideraciones. Priorizar un marco de alianzas vinculado a los partidos tradicionales, por sobre los grupos emergentes de la “Nueva Izquierda”, coloca a Marea Popular en el terreno ambiguo entre dos orientaciones divergentes: apostar, junto a un conjunto de jóvenes experiencias organizativas, a la constitución de una nueva izquierda anticapitalista, con amplitud y sin sectarismos, o bien abonar a una nueva resurrección del “progresismo” (reformista) en nuestro país.

Vale remarcar que en el medio de ambas opciones, se encuentra, claro, la acción táctica, que es procesual y de ninguna manera lineal. No obstante, si bien estas dos orientaciones no resultan esquemáticas, es preciso que las consideremos en el contexto actual de nuestro país y de nuestra tendencia en particular.

El grupo de Lozano y De Gennaro no deja lugar a mayores expectativas políticas. Son los mismos que acompañaron al campo en el conflicto de 2008, votaron contra la 125 y tienen una alianza de vieja data con Buzzi de la Federación Agraria, del mismo modo que su alianza de “unidad antikirchnerista” los llevó a votar en numerosas oportunidades de los años subsiguientes proyectos presentados por partidos de derecha. No se trata, de nuestra parte, de rechazar por principio las alianzas con sectores reformistas, nacionalistas o de centro-izquierda. La lucha política requiere en ciertas ocasiones de acuerdos amplios y del diálogo con amplias franjas provenientes del nacionalismo popular o la socialdemocracia. Sólo un sectario completo puede desconocer esta necesidad en algún momento de la larga construcción de una alternativa política de masas. Pero su acuerdo electoral no es expresión de una política hegemónica amplia, sino de un cálculo de corto alcance: superar las PASO y colocar a alguien propio en una lista con cierta performance electoral, al costo de embellecer por izquierda y darle “aires nuevos y jóvenes” a una propuesta política comprometida con un espacio que hace oposición por derecha al gobierno nacional. Como presentación de una experiencia nueva en la escena nacional, aparecer detrás de quienes están curtidos y marcados de arrugas en sus compromisos con la forma de hacer política de los partidos tradicionales, no parece alentador ni innovador.

Como dijimos hace un año cuando MAREA impulsó el debate sobre la cuestión electoral: “La larga trayectoria de la militancia socialista está repleta de organizaciones, núcleos y corrientes políticas que no pudieron pasar la prueba de salir de la marginalidad y tener una presencia real en la vida de las masas. Debemos actuar con audacia e inteligencia para poder tener éxito allí donde fracasaron el grueso de los agrupamientos de la izquierda revolucionaria. Pero nuestra

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historia también conoce sobradamente de organizaciones que, con la intención de superar la marginación, terminaron adaptándose a expresiones políticas reformistas o nacionalistas, quedando reducidas a los estrechos márgenes del posibilismo.Debemos manejar virtuosamente esta tensión entre sectarismo y adaptación donde se juega, en buena medida, la suerte y la perspectiva histórica de estanueva izquierda que está emergiendo en nuestro país”. Este sigue siendo el desafío de nuestras jóvenes construcciones.

Recientemente, en la editorial del número 4 de la revista MAREA, Martín Ogando señala varias de las cuestiones que aquí estamos buscando problematizar. Hace un fuerte énfasis en construir un movimiento político y social amplio, en el que confluyan no sólo “la izquierda independiente”, sino también a sectores del “progresismo no kirchnerista”, “parte de la militancia popular que ha participado de la experiencia kirchnerista”, y de la “izquierda tradicional que logren superar su dogmatismo y sectarismo serial”. Además propone que ese proceso “se debería pensar como la síntesis de un proceso de lucha, construcción, debate y elaboración de cientos de organizaciones que, a lo largo de estos años, hemos transitado diversas experiencias pero compartimos un compromiso con nuestro pueblo y un horizonte de liberación.” y que “Es necesario juntarse con otros, articular esfuerzos con los que piensan distinto, con los que tienen otras identidades, pero con los que es posible asumir un piso de acuerdos programáticos y un método de trabajo democrático.”

No deja de sorprendernos la postulación de un reagrupamiento general mientras que se evidencia la falta de preocupación por la estructuración de la tendencia política de la Nueva Izquierda, de la que nos sentimos parte junto con ustedes, en pos de un proceso creciente de lucha y organización de nuestro pueblo. Desde hace varios años distintos sectores de la izquierda no tradicional hemos venido ensayando espacios de confluencia a partir de hechos coyunturales conflictivos (como sucedió a partir del conflicto por la resolución 125 con la conformación de Otro Camino para Superar la Crisis) o bien de ciertos acontecimientos significativos para el campo popular (como el Espacio 20 de Diciembre en conmemoración a esa fecha, la coordinadora en defensa del espacio público, entre otras experiencias). En este sentido, como COB La Brecha hemos promovido la superación de la coordinación eventual o fenoménica, para comenzar a construir otro tipo de confluencia más orgánica, capaz de sedimentar en el largo plazo procesos de síntesis y de re-estructuración política de la Nueva Izquierda. Nuestra propuesta es la de la conformación de un espacio político de la Nueva izquierda, donde canalizar debates políticos, estratégicos, y propuestas de intervención concreta ante la coyuntura, como pude verse en varios números de nuestra prensa (Abre Brecha) y en nuestras distintas iniciativas (Campaña Nacional Contra las Violencias hacia las Mujeres, Campaña contra la Precarización, Caravana en apoyo a ADOSAC, las distintas iniciativas en contra de la Megaminería, entre otras). Recientemente, la pérdida de dinamismo de la COMPA y el debate electoral han configurado un terreno fértil para la pregunta en el campo de la Nueva Izquierda acerca de cómo construir una alternativa política de los de abajo desde la Nueva Izquierda, cuestión que muchos grupos hemos comenzado a responder tentativamente con una certeza. Dicha alternativa debe construirse ensayando grados de unidad cada vez mayores, en función de la práctica común, así como de la solidez política, en un proceso sin dudas sinuoso y gradual, pero que debemos construir desde aquí y ahora.

En este sentido nos resulta realmente llamativo cómo encuentran conexión entre un frente electoral con “sectores progresistas no kirchneristas” como Buenos Aires Para Todos, con un proceso real de confluencia de las distintas experiencias que mencionan, y en particular las de las organizaciones que hemos surgido al calor de las luchas de resistencia en los '90 y que nos hemos comenzado a reagrupar post 2001. Mientras el frente electoral actual tiene como principal característica en su composición la alianza con una expresión de centro- izquierda reformista, lamentamos el relativo aislamiento organizativo de lxs compañerxs de Marea

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respecto de las organizaciones de Nueva Izquierda que, sin rechazar el desafío de la construcción masiva, hemos decidido comenzar a andar una coordinación renovada, apostando a procesos de confluencia mayor, con métodos de trabajo realmente democráticos.

Como saben, desde Marzo del año pasado los hemos convocado, junto a todas las organizaciones de la “Nueva Izquierda” o “Izquierda Independiente”, a construir una instancia de articulación regular, de debate político y de acción conjunta, que estructure nuestro espacio político y nos constituya como un actor político en la escena nacional, con gran desarrollo de trabajo de base y buenas herramientas para construir posiciones en los debates político-generales. Su respuesta fue negativa, aduciendo la heterogeneidad de dicho espacio, el cual hoy está, con la presencia de organizaciones hermanas, en vías de conformación. Mientras, el desarrollo de Camino Popular dejó de lado, por el perfil asumido, a organizaciones de la Nueva Izquierda que estaban de acuerdo con emprender el desafío electoral conjuntamente. Creemos que desde una confluencia orgánica de la Nueva Izquierda se estaría en mucho mejores condiciones de poder interpelar a grandes sectores de la sociedad y dar el debate no sólo con la izquierda, sino con los sectores que simpatizan con las variantes de centro-izquierda o incluso con el kirchnerismo.

Lamentamos estar dando estos debates por estas vías y no en el proceso de construcción de una alternativa política de conjunto. Creemos que para superar la fragmentación del campo popular, tenemos que hacer un esfuerzo por erradicar de nuestra práctica política la auto-construcción por sobre las confluencias más generales, porque sólo de esa forma vamos a poder ser una alternativa realmente novedosa y superadora al sectarismo, el dogmatismo y la mezquindad que caracterizan las formas ya caducas de hacer política de izquierda en nuestro país.

Esperamos que estas líneas sirvan para un debate constructivo y fraterno.

Saludos revolucionarios.

CAUCE-UBA en COB La Brecha.