Castro, La Ejemplaridad de Las Novelas Cervantinas

  • Upload
    casucu

  • View
    48

  • Download
    1

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Castro, Américo, La ejemplaridad de las novelas cervantinas.pdf

Citation preview

  • N U E V A R E V I S T A DE FILOLOGA HISPNICA AO II NUM. 4

    LA EJEMPLARIDAD DE LAS NOVELAS CERVANTINAS

    Debemos reflexionar largamente sobre la ejemplaridad de las doce novelitas? Lo anglico o satnico en literatura, en tanto que trascendencia prevista y aislable, no convierten la narracin o el personaje en realidad viva y destellante en el nimo del lector 1. El vivir no es un seguro caminar hacia el "ideal", segn afirmaban con per-fecto aplomo los metafsicos idealistas a comienzos del siglo pasado. Vivir es una tarea insegura y dramtica que, como total realidad,, aparece expresada en la obra del novelista grande. En ella se hace perceptible el proceso sombro o esplendente en donde se forja el existir de la persona, como un crear siempre creante y proble-mtico. La atencin y el inters lo siguen sin fatiga. Perdura la obra gracias a su virtud de ser convivida como un abierto hacerse en fluir de esperanza. Envejece, en cambio, lo concluso y definido, lo objetivado sin enlace con un vivir incierto. Se agos-tan incluso los sistemas de pensamiento y las teoras cientficas, mientras Aquiles y sus pies raudos mantienen viva su eficaz y perenne realidad. Con l, todos los creados por el genio humano, no como entes sino como existentes. La ciencia puede deslizarse hasta el menester ancilar de ser til, y aliviarnos en trabajos y dolencias fsicas; la suprema creacin de arte mantiene el erguido seoro de su absoluto exis-tir. Don Quijote y quienes siguen su paso novelesco nos permiten frecuentarlos y penetrar en el dramtico o cmico hacerse-deshacerse de sus vidas; incluso incorpo-rarlos en el proceso de nuestro existir, tambin un irracional hacerse-deshacerse. El arte autntico viene as a instalarse en la zona subyacente a la personalidad, en el trfago que respalda lo que cada uno sea o quiera ser. La literatura doctrinal es un cebo; determina de antemano cmo deben de ser sus lectores.

    Lo ejemplar, como finalidad provechosa, rebasa y deforma el autntico arte. El torrente, contemplado y odo sin fatiga durante largas horas, puede transformarse en la tubera de un salto de agua, ya utilizable pero no convivible. Lo mismo acon-tece al desviar la experiencia artstica del existir hacia la ejemplaridad moral res-petable, valiosa, pero poco artstica. Las obras vueltas "a lo divino" en la Espaa de Felipe II son ingenuas oeces; lo es hoy la pretendida literatura al servicio de una causa poltica, religiosa o social. Al desaparecer el libre, abierto, irracional-vital

    1 Previamente nos asegura el autor de que "no hay ninguna de quien no se pueda sacar algn ejemplo provechoso; y si no fuera por no alargar este sujeto, quiz te mostrara el sabroso y honesto fruto que se podra sacar, as de todas juntas, como de cada una de por s".

  • 320 AMERICO CASTRO N R F H , II

    problematismo, el torrente se vuelve turbina. Nada autntico y durable produjo la literatura italiana "de clase" en el siglo xvi, ni el ascetismo moral de Espaa, ni la ilustracin del siglo xvm, ni el idealismo metafsico, ni siquiera la alborotada doc-trina del arte por el arte en el siglo xix. En literatura, el artista crea los por, y quien lee pone los para. Lo moral o lo inmoral valdrn y sern legtimos como ya-cencias o inmanencias de un estilo artstico, no como trascendencias previstas y cata-logabas. Tan ftil es el intento de ejemplaridad moral, como la perversidad a priori de Wilde o Gide.

    Hay en las novelitas de Cervantes dos aspectos fcilmente distinguibles: la finalidad moral de los relatos, y la pretensin de que sean morales, manifestada por el autor en su prlogo. Lo cual lleva a un tercer problema, a si lo moralizante de obras como la Gitanilla proviene del Cervantes que mira hacia s, o del orientado hacia un pblico en cuyos gustos desea afianzarse2. El Quijote haba brotado de una soledad desesperada, y sali a la calle encuadrado en poesas burlescas y sarcsticas. Insisto en recordarlo, porque me interesa centrar cada vez ms la creacin artstica en el vivir del artista, no ciertamente llevado de la vulgaridad psicologista que llaman freudismo, sino por considerar el vivir personal (que incluye psicologa genrica y algo que no lo es) el propio mundo de la obra de arte, como de todo lo humano, de lo humano personalizado.

    La fluctuacin entre la vivencia de s mismo y la del mundo en torno constituye una polaridad dentro de la cual se mueve el intento creador de todo artista. No slo porque el tema de su expresin sea el recinto de su alma, o algo referible al mundo exterior. Pienso ahora en la relacin valorativa del escritor respecto de su propio crear. Gngora desdeaba el juicio esttico de los muchos, y no le preocupaba que sus metforas fueran inteligibles para cualquier hijo de vecino. Lope de Vega pen-saba en un pblico al que aspiraba a "dar gusto". Quevedo se situ abiertamente como opuesto a las estimaciones morales de muchos lectores 3. Mallarm saba que sus versos eran ininteligibles para los ms, mientras que Musset esperaba que cual-quiera se emocionase con sus "chants desesperes". Hay quienes penden sobre todo de sus propios juicios, y algunos ni sintieron la urgencia de verse impresos (Garcilaso, Luis de Len) . Otros se han mostrado ms afectos a las opiniones de un deseado pblico, sin que, no obstante, sea posible trazar una lnea rigurosa entre ambas

    2 Ser un azar, pero es notable que al comienzo de la Gitanilh se aluda a la dura tarea del escritor que ha de esciibii inevitablemente para un pblico determinado: "Tambin hay poetas que se acomodan con gitanos y les venden sus obras, como los hay para ciegos, que les fingen milagros, y van a la parte de la ganancia (de todo hay en el mundo). Y esto de la hambre tal vez hace arrojar los ingenios a cosas que no estn en el mapa". Por ejemplo: dedicar el Viaje del Parnaso a don Rodrigo de Tapia, un nio de quince aos, no por l ciertamente, sino por ser hijo del seor Pedro de Tapia, oidor del Consejo Real y Consultor del Santo Oficio. Ignoramos qu beneficios obtendra el menesteroso poeta con aquella rendida obsequiosidad, motivada quin sabe por qu.

    3 Tema un censor inquisitorial que las burlas de Quevedo "no sean pronstico de los lastimosos sucesos que se vieron en Francia, . . .pues en tiempo de Francisco Primero, rey de Francia, vivi en ella un hombre de cortas obligaciones, llamado Francisco de Rabeles, el cual se picaba de ser picante y maldiciente" (Censura del Cuento de cuentos, 1 6 3 0 ) . Para el inquisidor hispano no existen dimensiones temporales; un siglo antes le es tan prximo como un ayer.

  • N R F H , II LA EJEMPLARIDAD DE LAS NOVELAS CERVANTINAS 321

    posiciones. stas se organizan en estructuras de valoracin, caractersticas de la sin-gularidad nica de cada artista y reflejadas en su obra.

    Cervantes oscil toda su vida entre esos contrarios impulsos. Se acerca o se dis-tancia, y en ciertos casos ambos movimientos del nimo se traducen en ironas e insinuaciones complicadas, que he puesto de manifiesto en mi ensayo Los prlogos al Quijote. De ah que el mundo en torno, en cuanto perspectiva de la persona4, deba ser tenido en cuenta al pensar en la ejemplaridad de las novelas cervantinas. No basta decir que Cervantes era moral, como "hombre de su tiempo", y que por tanto moraliz.

    Me interesa, ante todo, la clamorosa pretensin de moralidad, no expresada ingenua o pesadamente en discursos morales ni en "aprovechamientos" como en el Guzmn de Alforache o en la Pcara Justina. Dice el prlogo: "Slo esto quiero que consideres, que, pues yo he tenido osada de dirigir estas Novelas al gran conde de Lemos, algn misterio tienen escondido que las levanta". El Quijote, en 1605, haba sido dedicado al duque de Bjar en estilo rutinario e impersonal, con frases tomadas de la dedicatoria de otro autor; ahora, en 1612, la persona del dedicado se incluye en el ambiente de la obra, la cual pretende alzarse hasta la esfera del gran personaje. Cervantes quiso escribir en forma grata a la sociedad de mayor rango en tiempos de Felipe I I I , segn hacen ver el tono del prlogo y de las aprobaciones al frente de la obra 5. La situacin del sexagenario autor respecto de las gentes entre quienes viva no era la de unos aos antes. Est interesado en dibujar la perspectiva social de sus narraciones, y sale de ellas para decir: "Si por algn modo alcanzara que la leccin 6 de estas Novelas pudiera inducir a quien las leyera a algn mal deseo o pensamiento, antes me cortara la mano con que las escrib que sacarlas al pblico." Pero si la doctrina moral integrara la totalidad de las doce novelas y de la conciencia del novelista, a qu llamar tanto la atencin sobre ello? Sera impensable que Luis de Len escribiera en el prlogo a La perfecta casada que su libro era perfectamente ejemplar, y que as deba ser entendido. En el caso de Cervantes hemos de poner el acento, ms que en las obras (que no pienso sean inmorales), en el modo en que el autor sienta el valor y la eficacia social de la ejemplaridad7.

    Ido Felipe I I , desvanecidas las ms mnimas sospechas de disidencia religiosa,

    4 Kurt Breysig ha hecho una oportuna distincin entre Umwelt ['mundo en torno'] y Merkwet ['mundo notado'], el trozo o aspecto de mundo que afecta al ser viviente y se integra as en su vivir, en su realidad (Peisonlichkeit und Entwicklung, 1925, pg. 11).

    5 Por motivos distintos, tambin Lope de Vega modific las claves de su arte: para oyentes nu-merosos compuso comedias; para lectores que saban de Ariosto y Tasso, y cuyo aplauso le importaba mucho, La hermosura de Anglica y La Jerusaln conquistada. Cervantes escribi cosas muy suyas, libremente orientadas ("porque esta empresa, buen rey, para m estaba guardada", dice al final del Quijote); otras fueron concebidas para salir al encuentro de gustos e ideas dominantes en torno a l.

    6 Ya es significativa la coincidencia de las dos acepciones de 'lectura' y 'enseanza'. Leccin por 'lectura' era poco frecuente.

    . ? Posteriormente, sin alarde de ejemplaridad y sin misterio alguno, aparecieron libros mediocres de que son ejemplo las Novelas morales, tiles por sus documentos, de Diego de Aranda y Vargas (Valencia, 1 6 2 0 ) ; y el Teatro popular: novelas morales, de Francisco de Lugo y Dvila (Madrid, 1 6 2 2 ) . Sus autores no temen que sus novelas sean mal interpretadas.

  • 322 AMERICO CASTRO N R F H , II

    expulsados los ltimos moriscos, al menos oficialmente, en 1609, la sociedad hispana se reflejaba inmvil en las quietas aguas de su homogeneidad espiritual. Las gue-rras de ahora acontecan lejos de las fronteras; dentro de casa reinaba la paz de la creencia imperturbada. Cada uno viva la certeza de pertenecer a una sociedad de cre-yentes unnimes, aun ms que de seores e hidalgos. El gigantesco personaje de la sociedad eclesistico-seorial-campesina estaba omnipresente como nunca antes. Su realidad haca posible (y se acrecentaba al hacerlo) el nuevo y extrao teatro de Lope de Vega. Haba desaparecido la incitacin de la pelea con moros, portugueses o con los mismos espaoles. Los castillos empezaban a desmoronarse, los seores afluan a las ciudades. Madrid, capital del reino ms por su maquinaria administrativa que por ninguna evidente grandeza8, creaba por vez primera el sentimiento de haberse centrado y estabilizado lo antes movedizo y partido en mltiples reinos "ataifados". Se aquietaba la turbulencia de las almas. La asctica, con su odio a la vida, amino-raba el tono agresivo (en Hernando de Zarate, Alonso de Cabrera, Maln de Chaide y muchos otros); Mateo Alemn, de ascendencia juda, tal vez cierre el ciclo de la sombra y exasperada moralizacin ( 1 5 9 9 ) . Amenguan luego las moralidades "a lo di-vino" y las diatribas contra los impulsos desmandados; la moral va a encarnarse en figuras de carne y hueso, en una sntesis de acciones humanizadas y de finali-dades santas.

    Al mismo tiempo que la Francia de Enrique I V comenzaba a regularizar la expresin idiomtica, la poesa y la vida toda al hilo de la correccin racional, Espa-a, aquietada y segura en su verdad de fe, propona tambin desde arriba modelos ejem-plares de conducta, fundados en la creencia en el destino religioso del hombre. La idea del honnte homme francs del siglo xvn correspondera al ideal cultivado por quie-nes en Espaa eran a la vez sacerdotes, escritores y hombres mundanos (desde Lope de Vega y Tirso de Molina hasta Gracin).

    Cervantes, despus de fracasar una y otra vez en su aspiracin a ser persona importante y de primera lnea, da ahora otro paso al frente9 y se arroja a proponer dechados de ejemplaridad a los ms altos entre sus compatriotas. El Cervantes de 1612 vuelve a hacerse (como en 1568) portavoz de la aspiracin de un grupo selec-to, afanoso de valorar al hombre como viviente y no slo como mortal pura casti-dad de la Gitanilla, encarnada en amor exiltado y en belleza suprema. Luis Vives y Mateo Alemn se haban olvidado de la belleza de un cuerpo joven al proponer sus ideales de matrimonio perfecto; les bastaba la hermosura de la virtud abstracta. Ahora, desaparecido el rey acre y sombro, florece un neohumanismo cristiano que

    8 Todava Felipe III juzg normal el traslado de su corte a Valladolid, en un ltimo rebrote de ancestral nomadismo.

    8 Ya a los 22 aos aparece como portavoz del Estudio del maestro Lpez de Hoyos; a los 24, pelea llamativamente en Lepanto a la cabeza de un grupo de soldados; en Argel se destaca singularmente dsndo consejos a Mateo Vzquez, secretario del rey, y como adalid en los intentos de evasin colectiva; en 1590 solicita con extraa arrogancia un empleo en las Indias; en 1592, se compromete a escribir las mejores comedias de Espaa; en 1612 dice haber sido el primero en novelar en castellano. No es esto todo lo que pudiera recordarse como expresin de la conciencia de singularidad y primaca en Cer-vantes.

  • N R F H II LA EJEMPLARIZAD DE LAS NOVELAS CERVANTINAS 323

    Cervantes estructura en formas de vida apetecible, que prepara para el ms all sin olvidar, al mismo tiempo, al hombre de carne y hueso.

    Contemplando a Cervantes en su integral realidad, en su historia, en su persona-mundo-tiempo, percibimos el trasfondo de su sbita ejemplaridad novelesca, mal entendida al embrollarla genrica y abstractamente en el concepto fantasmal de "Contrarreforma", segn hice yo mismo en otras ocasiones. Tardaremos an mucho en liberarnos del exclusivismo hegeliano del "espritu objetivo" y deshumanizado al querer entender la historia-vida de los procesos humanos. Cada unidad humana, las mayores y las mnimas, existen y se hacen reales en su historia y slo en ella, no como concreciones de fantasmas nubosos tales como el Humanismo, el Renacimiento, la Contrarreforma o el Barroco. Mas de esto trato en otro escrito, en donde tales pro-blemas lo son de veras hallarn lugar ms adecuado.

    La vida de Cervantes haba transcurrido como angustia apretadsima. An en el momento de aparecer el Quijote, Lope de Vega, o quien fuese, lo llamaba cornudo en un ftido soneto, infamia de su autor, en el que se auguraba para aquella no-vela un inmundo destino: ''en muladares parar". Mas por primera vez, prximos ya los cincuenta y ocho aos, el autor experimentaba el grato estremecimiento del xito. Las letras le ofrecan tardamente la gloria negada por las armas en sus aos mozos. Es impensable, por otra parte, que el Quijote hubiera podido realizarse en los aos de Felipe I I . La poca de su sucesor no era ya la del solitario del Escorial. La literatura de fantasa creaba sonoras reputaciones entre la nobleza y los prnci-pes de la Iglesia. Aumenta el mecenazgo. Cerradas las pesquisas de la mente 1 0 , la furia expresiva de la persona se abra paso entre magnificencias de arte.

    Al mismo tiempo que el Quijote, en 1605, apareca la tercera parte de la Histo-ria de la orden de San Jernimo, del P. Jos de Sigenza (hombre tambin a destono con su tiempo), en donde se describen y valoran las obras de arte atesoradas en El Escorial. Sus juicios, sutiles y penetrantes, encantan al lector moderno, y las pginas sobre las pinturas del Bosco siguen siendo exquisitas. La tensin asctica, fomentada por Felipe I I ? daba paso a una mayor estima de la expresin bella. Los cuadros de El Greco no haban contentado al monarca burcrata y estrecho de nimo ("tuvo entendimiento menudo"; "su miedo fu muy costoso", dice Quevedo), pero los eclesisticos solicitaban al gran artista para ornar sus templos. Aunque Felipe III no

    10 En mi Espaa en su historia expongo los motivos y la forma de este "cierre". Viviendo en una comunidad inmovilizada por creencias y saberes tradicionales, el espaol con vala personal y urgencias expresivas haba tomado y tena que seguir tomando alguna de estas posturas: hacerse portavoz de lo que todos crean y deseaban fuera confirmado (mole de escritos religiosos y asctico-morales); imaginar y soar situaciones humanas gratas en algn modo y encajables en los lmites de la estructura del vivir hispano (literatura potica y escnica, formas narrativas); manifestar la angustia, la dificultad sentida por las personas al ir a ajustar sus fines en convivencia con quienes le rodeaban (La Celestina, novela picaresca, novela pastoril, Cervantes, Quevedo, Gracin). Estas situaciones no coinciden nece-sariamente con una particular forma literaria; lo sealado entre parntesis refiere a zonas de predo-minancia y no de exclusividad. Lo singular y nico de este vivir es la aptitud sin lmites para dotai de forma expresiva la experiencia del dificultoso vivir personal, junto con la ausencia de inters o de capacidad para modificar por propia iniciativa la realidad natural o humana en que la persona se halla inclusa.

  • 324 AMERICO CASTRO N R F H , II

    pasara de ser un pobre bobo, y su gobierno fuera una desastrada incoherencia, mu-chos sintieron como un respiro y ensancharon el nimo al desaparecer la frrea tutela del rey ido. Algunos se animaron a dejar correr ms sueltamente sus plumas, pese a las especiales limitaciones de aquella vida. A los sueos intemporales de la novela pastoril, a la amargura de Mateo Alemn, suceden ahora las descripciones de las peripecias humanas animadas y organizadas en la idea neoplatnica del amor.

    En 1600 fu nombrado cardenal-arzobispo de Sevilla don Fernando Nio de Guevara, inmortalizado en el prodigioso retrato de El Greco. Encarg el nuevo car-denal a Francisco Porras de la Cmara una informacin sobre el estado de su nueva dicesis, a la vez que haca ornar los salones de su palacio con retratos de los papas y de los padres del yermo 1 1 . Para solaz del cardenal, muy amigo de las letras, prepar Porras de la Cmara una Compilacin de curiosidades espaolas, "haciendo plato a su buen gusto con cosas ajenas, por no contentarse ni satisfacerse con las propias". Entre las obras incluidas en aquella Compilacin figuraban Rinconete y Cortadillo, El celoso extremeo y La ta fingida. As, pues, gracias a la esclarecida curiosidad del cardenal Nio de Guevara conocemos la primera redaccin de dos novelitas cervan-tinas, cuyo texto, como es sabido, modific el autor considerablemente al prepararlas para la imprenta en 1612. La obra de Cervantes ingresaba as en los ms altos medios eclesisticos de su tiempo, en los cuales, con el "buen gusto", prevaleca el deseo de hacerlo compatible con la ejemplaridad moral. Cervantes sabr responder a una y otra fnalidad. Poco ms tarde, otro gran cardenal y mecenas, don Bernardo de San-doval y Rojas, tom a Cervantes bajo su proteccin. Nada ms esperable entonces que el autor, al ir a imprimirlos, purgara sus textos para ajustados lo ms posible al sentir de quienes, llegado a la vejez, crean en sus mritos y amparaban su desvalida persona. Entre sus favorecedores figuraba tambin el conde de Lemos. El favorito del rey Felipe I I I , el duque de Lerma, haba reemplazado la corte burocrtica del Rey Prudente por otra de grandes seores. El conde de Lemos, yerno de Lerma, se destaca muy en primer plano; su aficin a las letras es el motivo de la ayuda que presta a Cervantes.

    Las Novelas ejemplares son el primer libro publicado despus del gran xito del Quijote y de haber comenzado a paladear, por fin, las dulzuras de sentirse reco-nocido por prncipes de la Iglesia y por grandes de Espaa. El nombre de Cervantes corra por el mundo hispano y trascenda a otros pases; se desvaneca en un ingrato pasado el recuerdo del paria frecuentador de crceles, que una y otra vez haba lan-zado visibles dardos contra Felipe II y su incapacidad poltica 1 2 . El escritor, al fin

    11 Cf. F. RODRGUEZ MARN, El Loaysa de "El celoso extremeo", 1 9 0 1 , pg. 2 6 . 12 Como no poseemos an la clara y bien ordenada biografa de Cervantes, es forzoso recordar

    hechos por dems accesibles, pero no vistos en la debida perspectiva. Haba iniciado su vida de hombre con el alma orientada hacia las estrellas propicias, guiadoras del destino de su patria. Su primera poesa conocida, escrita antes de octubre de 1 5 6 8 , es un cntico a la reina Isabel de Valois, de quien se espe-raba sucesin masculina para la corona del gran imperio:

    arma feliz, de cuya fina malla se viste el gran Felipe soberano.

  • N R F H , II LA EJEMPLARIDAD DE LAS NOVELAS CERVANTINAS 325

    glorioso, se juzga, se siente, dentro, no fuera, del crculo moral de los ms altos y significativos personajes en la Espaa de entonces. En esta nueva etapa de su vida, el escritor procede con conciencia de ser miembro responsable de una comunidad en la cual l significa algo. Su obra anterior no fu un ataque contra la vida coetnea, sino un contemplarla desde fuera de ella. La Calatea es "cosa soada y bien escrita"; en la primera parte del Quijote gentes y cosas sern vistas desde el desconcertado espritu de un demente, todo encuadrado en un prlogo y un eplogo de locuras, de "risas y juegos", como los versitos contra Felipe II en el pasaje antes citado de la Galatea. Cervantes se senta tan distante y disconexo de su mundo como la linda Marcela "fuego apartado". Lo cual fu gran ventura, pues slo as pudo ser con-cebida una realidad de arte, ms entrevista que vista.

    Traduca ya esta blica metfora el sentimiento de que el

    nclito rey del ancho suelo hispano

    prefera la vida encogida y sedentaria al rumor, para l temeroso, de la artillera? Sera ste entonces el primer mordaz ataque contra el rey Felipe, objeto de la animosidad de Cervantes durante treinta aos. El segundo aparece en la Gaatea (1585), si bien encuadrado en cautelosas jocosidades:

    "No quiero dejar de decir cmo comenc a dar muestras de mi locura, que fu con estos versos que a Timbrio cant, imaginando ser un gran seor a quien los deca:

    De prncipe que en el suelo va por tan justo nivel, qu se puede esperar de l que no sean obras del cielo?

    No se ve en la edad presente, ni se vio en la edad pasada, repblica gobernada de prncipe tan prudente. . .

    Del que trae por bien ajeno, sin codiciar ms despojos, misericordia en los ojos y la justicia en el seno . . .

    La liberal [!] fama vuestra que hasta el cielo se levanta, de que tenis alma santa nos da indicio y clara muestra. . .

    Estas y otras cosas de ms risa y juego cant entonces a Timbrio" (ed. Schevill-Bonilla, II, 131-132). No se ve, en verdad, qu haya de locura ni de risa en todo ello, si exclumos de estos versos el

    deseo del autor de situarlos en una atmsfera, siempre protectora, de risa y juego. El sarcasmo de los anteriores versos se desvela al leer lo escrito trece aos ms tarde (1598) en la solemne ocasin del fallecimiento del monarca, no la ms propicia para mordacidades:

    Sin duda habr de llamarte nuevo y pacfico Marte, pues en sosiego venciste lo ms de cuanto quisiste, y es mucho la menor parte. . .

    Quedar las arcas vacas, donde se encerraba el oro que dicen que recogas, nos muestra que tu tesoro en el cielo lo escondas.

  • 326 AMRICO CASTRO N R F H , II

    El hombre mesurado y pacato de las Novelas ejemplares, el de su prlogo, no era el de aos antes, desligado e irresponsable. Hemos dejado pasar frivolamente, sin organizarlo en la estructura de la vida histrica de una persona, lo dicho por un testigo en el proceso contra Lope de Vega ( 1 5 8 7 ) , por haber compuesto un lbelo inmundo, en latn macarrnico, contra la familia de su amante Elena Osorio. Ma-nifest entonces don Luis de Vargas, experto en tales materias, que "este romance es del estilo de cuatro o cinco que solos lo podrn hacer; que podr ser de Lin, y no est aqu; y de Cervantes, y no est aqu; pues mo no es, puede ser de Vivar o de Lope de Vega" 1 3 .

    As vea la gente de pluma a Cervantes en 1587, y as deba ser el autor de los punzantes versos contra el rey y el duque de Medina Sidonia, y sin duda de bastantes ms que el azar no nos ha conservado. Quien de tal modo senta y escriba no era posible que trazara entonces dechados de conducta. Moralizar desde arriba requiere contar con alguien que considere respetable al moralista, y sentirse importante en algn modo dentro del escenario social. Las formas expresivas del escritor se motivan y orientan desde la situacin en que se halla; en sta adquieren valor y sentido los motivos tradicionales y las posibilidades del momento. Lo valioso de los resultados priva, a su vez, de carcter abstracto e insignificante el hecho de ser el escritor de esta c la otra manera. No nos importa la posible bellaquera de Vargas, Lin y Vivar, pero s la de Cervantes, porque en tal humus florecieron el Quijote y otras obras, incompatibles con la condicin de apacible conformista. La aguda mordacidad de Cervantes era la descarga de su desilusin, del malogro de su impulso alto y heroico,

    Las anteriores quintillas (en estilo impropio de tan grave ocasin) enlazan en su punzante irona con el soneto "Voto a Dios que me espanta esta grandeza!", mirado por su autor, en 1 6 1 4 , como "honra principal de sus escritos", aunque tampoco haba sido impreso. Las quintillas y el soneto circulaban en copias manuscritas. Ya antes, en la Cancin segunda sobre la Armada Invencible, podemos leer:

    Vuelve en suceso ms felice y diestro este designio que fabrica el mundo, que piensa manso y sin coraje verte.

    La cobarda del rey era proverbial. Don Bernardino de Mendoza escriba a don Juan de Idiquez, en 1 6 de julio de 1 5 8 7 , que Bandini, banquero de Roma, que mantena relaciones con el rey cristiansimo y conoca a muchos cardenales, deca que S. M. era hombre de poco nimo, incapaz de tomar una decisin y que siempre llegaba demasiado tarde; no slo se haba alabado el dicho, sino que lo haban publicado, aadiendo que la rueca de la reina de Inglaterra vala ms que la espada del rey de Espaa (texto en francs, en Morcl-Fatio, tudcs sur VEspagne, IV, 1 9 2 5 , pg. 3 9 8 ) . Cuando en 1 5 9 6 Cervantes se burlaba del duque de Medina Sidonia y de su ineficaz ayuda cuando los ingleses saquearon a Cdiz, los tiros iban directamente contra el rey, amparador de aquel idiota:

    Ido ya el conde [de Esscx], sin ningn recelo, triunfando entr el gran duque de Medina.

    Estos y otros textos, que no es necesario citar ahora, hacen comprensible que los protagonistas de El celoso extremeo, en su primera redaccin se llamaran Felipe e Isabel (vase mi artculo sobre El celoso extremeo, en Sur, Buenos Aires, 1 9 4 7 , X V I , pg. 5 0 ) . Esos nombres desvelan la antipata hacia Carrizales, y la simpata hacia la linda muchacha. He aludido al desamor de muchos espaoles por Felipe II en mi Espaa en su historia, 1 9 4 8 , pg. 6 4 8 .

    1 3 A. TOMILLO y C. P R E Z PASTOR, Proceso de Lope de Vega por libelos, 1901, pgs. 1 4 4 - 1 4 5 .

  • N R F H II LA EJEMPLARIDAD DE LAS NOVELAS CERVANTINAS 327

    hecho imposible sobre todo (seguramente lo pensaba) por la torpe mezquindad de Felipe I I . Su ocasional y agresivo negativismo era el reverso de la firmeza de sus muy afirmativos designios, salvados a la postre en un arte admirable. Haba que realizar su anhelo de primaca como quiera que fuese, novelando por vez primera, o propo-niendo arquetipos de perfeccin social, a fin de hacerse respetable. El escritor vio-lento y desmandado, que zarandeaba entre sarcasmos la memoria del desmayado monarca, compone ahora los pliegues de su manto ante los cardenales y grandes seo-res que le distinguen con su estima. El escritor rebelde se hace, en cierto modo, acadmico.

    La mutacin de perspectiva dio origen a algunas de esas novelitas ingenuas, abstractamente calificadas de italianizantes (Las dos doncellas, El amante liberal, La seora Cornelia, La espaola inglesa, La fuerza de la sangre), e incluso a Persiles y Segismunda, obras de las cuales se hablara mucho menos si su autor no hubiera compuesto el Quijote, El celoso extremeo, Kinconete y el Coloquio de los perros. Hasta como conocedor y juzgador de literatura quiso pontificar Cervantes en aquella sociedad en que ya se crea debidamente instalado; por eso compuso el Viaje del Parnaso, retahila de menciones literarias sin mayor trascendencia:

    Puse en ella los ojos, y vi en ella lo que en mis versos desmayados canto.

    (Cap. v i ) . Saba bien Cervantes cundo estaba en lo cierto artsticamente, y pocas veces

    se enga a s mismo. Pero las circunstancias encarnadas en su vivir guiaron su pluma no siempre para bien de los mximos valores. Con la honda e imperecedera verdad vital, alterna ahora en su obra la verdad moralizante pedaggica diramos hoy. Lo alaba por ello, al laudar sus Novelas ejemplares, el marqus de Alcaices;

    con el arte quiso vuestro ingenio sacar de la mentira la verdad, cuya llama slo aspira a lo que es voluntario hacer preciso.

    Verdad es aqu lo hecho firme y necesario por la norma moral, frente a lo inse-guro y mentiroso de la arbitrariedad de las pasiones. A esta pauta quiso Cervantes amoldar la estructura y el contenido de sus novelas, en ocasiones no sin cierto tra-bajo. Tengamos presente que los rectores del vivir espaol disponan ya de escasos temas sobre que ejercitar su magisterio. Sin herejas ni pensamientos audaces en torno a ellos, el tema de la sensualidad lleg a convertirse en obsesionante para ecle-sisticos y moralistas, muy necesitados de materia corregible. Bondad y castidad eran trminos tan idnticos como error y pecado. Cuando hemos hablado de las conse-cuencias que las disposiciones del Concilio de Trento tuvieron para Espaa, hubiera sido preciso hacer ver claramente que lo esencial no eran los cnones del Concilio famoso, sino la estructura de la vida hispnica en que venan a insertarse. En Francia e Italia el Concilio produjo resultados muy diferentes; ambos pases eran catlicos, pero la creencia no los hencha hasta en los ltimos rincones de su espacio vital.

    El riesgo de la tumefaccin y totalitarismo religiosos fu sentido por ciertos

  • 328 AMERICO CASTRO N R F H , II

    espaoles de primer rango, y lo he hecho ver en otras ocasiones. Cervantes, como hemos visto, echa en cara a Felipe II su excesiva preocupacin por los asuntos celes-tiales. Ser buen cristiano no significaba volver la espalda a legtimos y terrenos intereses 1 4.

    Como otros contemporneos, Cervantes se enredaba un poco al ir a trazar la raya entre lo respetable y lo censurable. A nuestro autor, no obstante su afn de ejem-plaridad, le costaba esfuerzo (segn veremos en Rinconete) reprimir su tendencia a zaherir eclesisticos e inquisidores1 5; por otra parte, nunca antes de 1612 haba aparecido en pblico con aquel nimbo de pacato moralista, l que recordaba mejor que nadie cuanto haba dicho y escrito en su ya larga vida; en fin, desde el punto de vista del arte, cmo era posible crear personajes buenos y moralizantes sin caer en el aburrimiento? Cmo salvar el inters de lo que caa fuera del mbito de los patrones morales?

    Exista ya un precedente de lo que llamara literatura justificativa, cultivada por quienes, como Cervantes, se sentan algo inseguros en cuanto a su situacin social. Nadie en aquel tiempo expres, ni creo necesitara expresar, ideas adversas a Dios, a los dogmas catlicos o a la estructura de la sociedad. Los leves intentos d disidencia del siglo xvi estaban olvidados, y el racionalismo crtico no caba en la men-te espaola. Pero ello nada tiene que hacer con la idea de que los frailes no repre-sentaran el verdadero espritu cristiano, de acuerdo con la afirmacin erasmista "monachatus non est pietas". Ni el monacato ni la Inquisicin eran materia de fe,

    1 4 La pugna entre quienes pretendan convertir a los espaoles en una comunidad de ascetas y quienes no renunciaban a vivir con mayor anchura se manifiesta en la defensa de las representacio-nes teatrales prohibidas en ms de un caso. Deca la Villa de Madrid a Felipe II en 1598: "Conviene aflojar el arco para poderle flechar; en la ocasin conviene que el entendimiento que anda ocupado en cosas graves, alguna vez afloje la cuerda y se desocupe para volverse a ocupar ms alentado.. . Sirve la comedia de memoria de las historias antiguas y hechos heroicos y loables, que si bien pueden los doctos tenerla, por lo que est escrito, no se debe defraudar de tanto bien a los indoctos". Las representaciones vienen hacindose desde muy antiguo, "y se ofrece ser peligroso perder el bien natural experimentado por muchos e infinitos siglos. . ." Debiera permitirse a los comediantes seguir vistin-dose de seda y oro, "porque sus actos son festivos, y as debe serlo el hbito; como tambin porque a los que ven la fiesta, si es militar la comedia, se alegran y engendran bros.. ." Adems "no pueden todos estar ocupados igualmente en grandes ministerios, que ni Dios hizo a todos profetas ni a todos doctores". Deben autorizarse "los bailes y danzas antiguos, y que provocan slo a gallarda y no a las-civia" (C. P R E Z PASTOR, Bibliografa madrilea, I, pgs. 3 0 4 - 3 0 7 ) .

    1 5 Cf. Espaa en su historia, pgs. 1 5 3 0 - 6 3 4 . En El pensamiento de Cervantes, pg. 3 0 6 , no vi stira en el pasaje de la cabeza encantada (II, 6 2 ) : Don Antonio, "temiendo no llegase a los odos de Jas despiertas centinelas de nuestra fe", consult a los inquisidores, los cuales le mandaron que deshiciese la cabeza encantada. En Persiles (edic. Rivadeneyra, pg. 6 0 2 ) se habla de "la vigilancia que tienen los mastines veladores, que en aquel reino tienen, del catlico rebao". Los delatores y calumniadores usados por la Inquisicin conservaban el antiguo nombre hebreo de malsines. Estos son los mastines y las centinelas a que alude Cervantes, y que el P . Juan de Mariana menciona al hablar de la Inquisicin: "Les pareca. . . lo ms grave que por aquellas pesquisas secretas les quitaban la libertad de or y hablar entre s, por tener en las ciudades, pueblos y aldeas personas a propsito [los malsines] para dar aviso de lo que pasaba, cosa que algunos tenan en figura de servidumbre gravsima y a par de muerte". A la luz de este pasaje de la Historia de Espaa de Mariana hay que entender los anteriores textos de Cervantes.

  • N R F H , II LA EJEMPLARIZAD DE LAS NOVELAS CERVANTINAS 329

    sino de costumbres, segn dicen los telogos. Me interesa el asunto no como abstracta historia de ideas, sino porque afecta al estilo literario de Cervantes, cuyas ideas reli-giosas (no su estilo expresivo) se asemejaban a los de otros grandes contemporneos. De haber sentido Cervantes como todos los espaoles de su tiempo, dnde estara la posibilidad de haber concebido el Quijote y algunas de estas 'Novelas ejemplares? Todo dato de experiencia vulgar se quiebra e ironiza al ser expresado en el estilo autntico de Cervantes: "Est claro que este mono [el de Maese Pedro] habla en el estilo del diablo; y estoy maravillado cmo no lo han acusado al Santo Oficio, y exa-mindole y sacdole de cuajo en virtud de qu adivina" (Quijote, I I , 25) . Dela-cin, interrogatorio, tortura inquisitoriales. El alma de Cervantes no era un agua tranquila que devolviese inalterada la imagen de lo que en torno a l exista. Sus formas expresivas, en virtud de la polaridad inherente a su vivir, gravitaba hacia su sentimiento de sentirse "frente a y fuera de" su mundo, o "dentro de" una soada solidaridad ideal. Segn la clave que predominara en su nimo, labr figuras de "fo-rajidos" (fora-exiti), de vagantes por la libertad de los campos, de los sueltos y desli-gados de enlaces jurdicos y sociales (cabreros, caballeros andantes, gitanos, bandi-dos, galeotes, moriscos desterrados), o incluso de locos en discordancia con el sentir comn de las gentes. La preferencia por la humana fauna de los alejados e incon-gruentes alimenta la regin ms valiosa del arte cervantino; el genio potico consi-gui hacer real, como afirmacin convincente y estructurada, lo que hasta entonces slo vala como detritus y extravagancia, y como tema para lo cmico o la ceuda sancin. Cervantes, en un acceso de genial hispanismo, compens la ausencia de un "ideal" (pienso en el de la filosofa romntica), de un ideal con validez objetiva para la estructuracin de una perfecta y progresiva humanidad, compens esa ausen-cia creando en su lugar realidades vitales, introvertidas hacia los fundamentos mona-dolgicos de la persona hispnica. El idealismo romntico se interes, como era de esperarse, en el don Quijote salvador de la humanidad, en un soador de perfecciones que sern reales en un infinito humano. Esa idea alimenta an las ingenuas inter-pretaciones de don Quijote. Para m, lo radical y permanente es un don Quijote jus-tificado en s mismo como tal, en sus bros y en su voluntad de serlo, construido desde dentro y hacia dentro de s, frente a, y fuera de lo que existe en torno a l. Sancho Panza sera, a su vez, un caso quiz an ms extremado de "absoluto" personalismo.

    La polaridad histrica, vitalmente conexa con las circunstancias integrales de la existencia de Cervantes, le llevaron a veces a imaginar y estructurar tipos alimen-tados por un ideal trascendente a ellos, y vlido y grato para las gentes entre quienes viva y deseaba vivir de manera respetable, no como paria ni "forajido". Preciosa, la gitanilla linda, es casta a priori y no puede dar un beso a su amante; Dorotea (en el Quijote) comparte el lecho con don Fernando, y luego se hace su vida, derrochando energa, ingenio femenino y toda suerte de gracias y encantos. Sancho es l, y con-tina sindolo en la larga trayectoria de su caminar de la condicin de porquero a la de gobernador. Persiles y Segismunda caminan tambin, ms que Sancho, pero lo ha-cen arrastrados por los hilos de la pureza sexual. Son personajes "sustanciales" aris-totlicamente, sustancia de virtud; no se hacen a s mismos, no poseen un s mismo, van a donde "les han dicho" que tienen que ir, a que los casen en Roma, y sean

  • 330 AMERICO CASTRO N R F H , II

    buenos y santos padres de familia. Cervantes escribe que su Persiles es el libro "me-jor que en nuestra lengua se haya compuesto. . . ha de llegar al estremo de bondad posible". En la oscilacin hacia la ejemplaridad, sin duda alguna significaba el mximo esfuerzo de su autor, quien ya no siente necesidad de justificarlo. En Persiles no conviven ya, como en algunas de las doce novelas, el Cervantes que vive su arte "desde fuera", y el que aspira a situarse "dentro" del rea de las estimaciones vigentes.

    El Cervantes que prologa sus novelas tiene an muy presente lo que haba venido diciendo y escribiendo durante su larga vida. El celoso extremeo y. Rm-conete y Cortadillo hubieron de ser muy podados y repeinados al ir a imprimir la coleccin de relatos, porque ambos haban nacido orientados haca el nimo forneo de su autor. Podramos verlo analizando el Rinconete. Las justificaciones y cau-telas del prlogo descubren, sin ms, que fu sentida la necesidad de justificarse. E l tono justificativo y defensivo es propio de quienes viven preocupados e inseguros, y temen no ser interpretados como ellos quieren y necesitan serlo.

    Caracterstico haba sido el caso de Mateo Alemn, de familia de conversos, quien todava en 1607 suprima el apellido de su madre en un documento oficial. Se andaba, en trminos quevedescos, con "la barba sobre el hombro", mirando con recelo a una y otra parte, expresin caracterstica del vivir inseguro. La advertencia introductoria del Guzmn de Alfarache reza as:

    En el discurso podrs moralizar segn se te ofreciere: larga margen te queda. Lo que hallares no grave ni compuesto, eso es el ser de un picaro sujeto de este libro. Las tales cosas, aunque sern muy pocas, picardea con ellas: que en las mesas esplndidas, manjares ha de haber de todos gustos, vinos blandos y suaves que, alegrando, ayuden a la digestin, y msicas que entretengan.

    Cervantes dir luego en su prlogo al lector: "No siempre se est en los tem-plos; no siempre se ocupan los oratorios.. . Horas hay de recreacin, donde el afli-gido espritu descanse".

    El intento era salvar lo ms posible de los temas terrenos en un ambiente in-festado de malsines a caza de vctimas. Mateo Alemn, el pobre acosado, no encubre su recelo:

    "Despreciada toda buena consideracin y respeto, atrevidamente han mordido a tan ilustres varones, graduando a los unos de graciosos, a otros acusando de lascivos, y a otros infamando de mentirosos". Cmo salvar la persona, y el gusto y la nece-sidad de escribir? "Alguno querr decir que, llevando vueltas las espaldas y la vista contraria, encamin mi barquilla donde tengo el deseo de tomar puerto. Pues doyte mi palabra17 que se engaa, y a solo el bien comn puse la proa. . . Muchas cosas

    1 6 Cf. mi antes citado estudio. 17 El valor de esta palabra, fuera de la literatura, puede apreciarse en el hecho de haber testi-

    ficado Mateo Alemn, en 1604, cuando Micaela de Lujan, amante de Lope de Vega, recibi la heren-cia de su marido Diego Daz, ido a las Indias en 1596. Entre los hijos haba uno de tres meses. Micae-la percibi la herencia, y ofreci como fiador a Lope de Vega, a quien Mateo Alemn declara conocer "como hombre rico y abonado para ser fiador de la dicha Micaela de Lujan". As era la ejemplaridad

  • N R F H II LA EJEMPLARIDAD DE LAS NOVELAS CERVANTINAS 331

    hallars de rasguo y bosquejadas, que dej de matizar por causas que lo impidieron. Otras estn

  • 332 AMRICO CASTRO N R F H , II

    la literatura espaola, despus de la cpula de Prmeno y Areusa en La Celestina. Lleg nunca a tanto ningn contemporneo de Cervantes? Una joven casada est en la cama con su amante, y grita a su marido que el "mozo es bien dispuesto, peli-negro, y que le huele la boca a mil azahares. . . No son sino veras, y tan veras, que en este gnero no pueden ser mayores.. . Me tiemblan [las carnes] a m. . . Ahora echo de ver quin eres, viejo maldito, que hasta aqu he vivido engaada contigo!" Dos aos antes haba escrito Cervantes que "mi edad no est ya para burlarse con la otra vida"; ahora est un poco ms cerca de ella, y sin embargo la radical polari-dad de su vida, de la suya y no de un superpuesto gnero literario, le lleva a dar un pendulazo en otra direccin. Lo mismo que el pendulazo de la ejemplaridad le hizo suprimir el que Isabela cesara en sus lgrimas y se dejara gozar por su seductor. Lo decisivo aqu es el "gnero" de la situacin vital del escritor, no el de una existente abstraccin retrica forjada en favor de alguna "domo nostra". Un escritor mediocre se pliega a los requisitos de cualquier paradigma; un verdadero creador usa el gnero, o el tpico que sea, como condicin o instrumento, pero la realidad que pone en ello es la creada, inventada por l, no la acarreada por ningn aluvin de tpicos. Solemos incurrir en el paralogismo de confundir la condicin que posibilita el surgir de algo humano y valioso, con la realidad de ese algo. La historia literaria est infestada de tales paralogismos. Yo procuro zafarme como puedo del hegeliano "es-pritu objetivo", que convierte la obra genial en la obra de nadie, en receptculo de un polen bisexual arrastrado por la tradicin y los vientos coetneos. En cada estilo valioso late, hacindolo y sostenindolo, un vivir artsticamente estructurado. Comprendo y es legtimo que se goce la pura y escueta realidad de unas palabras artsticamente dispuestas en su expresin; lo que no entiendo ya es que se salga de esas palabras para referirlas sin resto a un "gnero" flotante como una trascendencia que hiciera real y valiosa una obra. El gnero ser una condicin, una va de acceso, pero nada ms. El Quijote y el Rinconete necesitaron, para ser posibles, una mile-naria tradicin, unas circunstancias histricas hispnicas y extrahispnicas, un instru-mento lingstico; sin duda es as. Cada una de esas obras es, sin embargo, un vnicum, algo inmanentizado en s mismo como vala humana tambin nica. Nada ganamos con razonar sobre la obra cervantina en trminos de Edad Media, de Renacimiento, de Barroco o de cualquiera otra abstraccin fantasmal. Cabe leer a Cervantes y gozar con ello abundantemente (despus de todo es lo mejor que quepa hacer). Ahora bien, si nos proponemos entender la ejemplaridad o no ejemplaridad de algunas de sus obras, no hay otro remedio sino sumirnos en la nuda realidad de una persona, Cervantes, que es quien pone o no pone ejemplaridad en sus obras. No se trata de un caso ms de "lectorem delectando pariterque monendo", de "deleitai aprovechando", o de cualquier otro abstracto y annimo ingrediente, al alcance de cualquiera. Cervantes ejemplariz en algunas obras de su vida declinante, por moti-vos nicos y exclusivamente suyos. En fin, lo puramente ejemplar en esas obras ofrece encantos muy secundarios. Es, en todo caso, de mediocre inters el que un autor nos obligue a aceptar su creacin como un para que.

    AMRICO CASTRO Princeton University.