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CASTRO VELÁZQUEZ Juan; “Madeleine Hollander y su galería, una visión personalísima”, entre muchas otras cosas” ; texto incluido en el catálogo conmemorativo Galería Madeleine Hollander 25 años, publicado por los 25 años (1977 2002)de la galería en mención; Guayaquil Ecuador; 29 de Septiembre 2002 págs. 21 -25; 99 págs.; 27cm. X 27,5 cm. (Pág. 21) Conocí a Madelaine Hollaender hace muchos años, en la legendaria cada de Don Eloy Avilés Alfaro. Era una de aquellas noches deliciosas que disfrutábamos en el barrio de las peñas de la brisa del río Guayas. Madeleine se mecía en una hamaca de mocora, y aunque había llegado a nuestro puerto apenas dos o tres meses antes, la joven señora de nacionalidad suiza estaba tan cómoda como cualquier guayaquileña de viejo cuño. (Pág. 22) Su amor al arte y su devoción hacia los artistas para quienes siempre ha tenido un trato amigable y fraternal-, la acercó a los vericuetos de su alma. En Suiza, Madeleine NACIDA Madalena Obrecht- había tenido un entrenamiento profesional de comerciante, en alemán: “Gelehrte Kaufmann”. Con su esposo el ingeniero hannoveriano Heinz Hollaender vinieron a Guayaquil donde ya residía su hermana Kathy, esposa del también suizo Fritz Gfeller. A ambos les encantó Guayaquil, y se dedicaron a descubrir las bellezas de su nuevo lugar de residencia. En la galería Comtémpora de Neda Prpic, Madeleine se inició en la vida comercial a poco de llegar a nuestro puerto. En este almacén, la rotunda Neda había exhibido lo más graneado del arte ecuatoriano hasta los setenta. Neda vive hoy en Zagreb, disfrutando de los tesoros familiares que milagrosamente salvó de la guerra y del comunismo. Al involucrarse en el mundo de las galerías le tocó vivir una época intensa en el arte ecuatoriano, del que participó poco después de su llegada a Guayaquil, iniciando sus exposiciones a partir de 1977, en el departamento que arrendaba en la ciudadela Los Ceibos. Guayaquil había experimentado muchos cambios culturales después de la “gloriosa” Revolución del 28 de mayo de 1944. Sin embargo ya habían transcurrido treinta y tres años de esta transformación, en la que la intelectualidad de izquierda accedió a muchos cargos en la esfera cultural ecuatoriana. A través de los años la acción de la Casa de la Cultura perdió fuerza, el Patronato Municipal de Bellas Artes se transformó en colegio de ciclo diversificado, el Museo Municipal de Guayaquil se había estancado, y solamente los salones de pintura y esporádicas muestras iluminaban el desolador panorama. Con Enrique Tábara a la cabeza, muchos de sus contemporáneos, habían demostrado al Ecuador y al mundo, que en Guayaquil se producía una pintura

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CASTRO VELÁZQUEZ Juan; “Madeleine Hollander y su galería, una visión personalísima”, entre muchas otras cosas” ; texto incluido en el catálogo conmemorativo Galería Madeleine Hollander 25 años, publicado por los 25 años (1977 – 2002)de la galería en mención; Guayaquil – Ecuador; 29 de Septiembre 2002 págs. 21 -25; 99 págs.; 27cm. X 27,5 cm. (Pág. 21) Conocí a Madelaine Hollaender hace muchos años, en la legendaria cada de Don Eloy Avilés Alfaro. Era una de aquellas noches deliciosas que disfrutábamos en el barrio de las peñas de la brisa del río Guayas. Madeleine se mecía en una hamaca de mocora, y aunque había llegado a nuestro puerto apenas dos o tres meses antes, la joven señora de nacionalidad suiza estaba tan cómoda como cualquier guayaquileña de viejo cuño. (Pág. 22) Su amor al arte y su devoción hacia los artistas –para quienes siempre ha tenido un trato amigable y fraternal-, la acercó a los vericuetos de su alma. En Suiza, Madeleine – NACIDA Madalena Obrecht- había tenido un entrenamiento profesional de comerciante, en alemán: “Gelehrte Kaufmann”. Con su esposo el ingeniero hannoveriano Heinz Hollaender vinieron a Guayaquil donde ya residía su hermana Kathy, esposa del también suizo Fritz Gfeller. A ambos les encantó Guayaquil, y se dedicaron a descubrir las bellezas de su nuevo lugar de residencia. En la galería Comtémpora de Neda Prpic, Madeleine se inició en la vida comercial a poco de llegar a nuestro puerto. En este almacén, la rotunda Neda había exhibido lo más graneado del arte ecuatoriano hasta los setenta. Neda vive hoy en Zagreb, disfrutando de los tesoros familiares que milagrosamente salvó de la guerra y del comunismo. Al involucrarse en el mundo de las galerías le tocó vivir una época intensa en el arte ecuatoriano, del que participó poco después de su llegada a Guayaquil, iniciando sus exposiciones a partir de 1977, en el departamento que arrendaba en la ciudadela Los Ceibos. Guayaquil había experimentado muchos cambios culturales después de la “gloriosa” Revolución del 28 de mayo de 1944. Sin embargo ya habían transcurrido treinta y tres años de esta transformación, en la que la intelectualidad de izquierda accedió a muchos cargos en la esfera cultural ecuatoriana. A través de los años la acción de la Casa de la Cultura perdió fuerza, el Patronato Municipal de Bellas Artes se transformó en colegio de ciclo diversificado, el Museo Municipal de Guayaquil se había estancado, y solamente los salones de pintura y esporádicas muestras iluminaban el desolador panorama. Con Enrique Tábara a la cabeza, muchos de sus contemporáneos, habían demostrado al Ecuador y al mundo, que en Guayaquil se producía una pintura

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de calidad, acorde con los hechos culturales internacionales, manteniendo la impronta de su entorno ancestral guayasense. Los viajes de algunos artistas a Europa y Estados Unidos les abrió horizontes que supieron transmitir en sus obras de regreso a la patria. (Pág. 23) Madeleine Hollaender supo darse cuenta de ellos, más que por conocimiento, por su gran sensibilidad. Su amor al arte y su devoción hacia los artistas-para quienes siempre ha tenido un trato amigable y fraternal-, la acercó a los vericuetos de su alma. Esta relación personal con el arte le aseguró el apoyo suficiente para transformar lo que había iniciado como un hobby bien organizado, en una empresa eficiente. Sin haber conocido bien el medio artístico, la Galería Madeleine Hollaender no se hallaría celebrando sus Bodas de Plata. Basta conversar con Juan Haddaty para recordar aquellos hoy lejanos tiempos cuando abrió su legendario Café-Galería que agrupaba a artistas e intelectuales. La mencionada galería Contémpora de Neda Prpic, en el último piso del edificio Cóndor, junto al edificio que albergaba a la galería Pachacñamac, donde el pintor Jaime Villa presentaba magníficas muestras, entre ellas una memorable de Manuel Rendón Seminario. Pese a una idea quizás generalizada, el negocio de las galerías no es grandemente lucrativo, y su organización, tiempo y atención, no siempre es recompensado con las grandes satisfacciones personales, que en definitiva son las que llenan al ser humano. En su larga carrera Madeleine ha tenido que sufrir grandes decepciones, muchas de ellas a niveles penosos, por haber tenido el coraje de actuar en el medio artístico e intelectual, donde las pasiones escondidas pueden dar feos zarpazos. Felizmente las experiencias placenteras han sido , indudablemente, las más frecuentes en su trayectoria. De otra manera no estaría celebrando tan feliz su aniversario. Y para ello ha escogido presentar una muestra “La Artefactoría” que resulta para ella tan cercana en lo creativo y afectivo. Guayaquil en los tempranos años ochenta recibió complaciente la labor del Banco Central del Ecuador en el área cultural. Se adquirió el antiguo edificio Gorelik en la avenida 9 de Octubre y José de Antepara. Allí se iniciaron una serie de exposiciones temporales, casi en su totalidad de arte moderno y contemporáneo adelantándose veinte años a la escena plástica actual. El museo ofrecía conferencias, talleres y adecento su apoyo a las investigaciones Arqueológicas y antropológicas dirigidas principalmente por científicos extranjeros.

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En 1980 yo ocupaba el cargo de director de la Pinacoteca del Banco Central del Ecuador, del que Olaf Hola era el Director titular, con cargo de subgerente. Ocupábamos desde muy poco tiempo el edificio en plan de remodelación y lo conformaba un equipo de muy pocas personas. A las primeras muestras asistían jóvenes recién egresaban el colegio Municipal de Bellas Artes “Juan José Plaza”. De ellos yo no conocía a ninguno, pero recuerdo perfectamente a Jorge Velarde, que venía en bicicleta, calzaba botas y vestía pantalones cortos; a veces Velarde se sentaba en los escalones del museo, cuando todavía se ingresaba por la Avenida 9 de Octubre. Un día estos jóvenes, venciendo la timidez me pidieron que los recibiera, pues querían consultarme sobre la posibilidad de trabajar en grupo y obtener apoyo institucional. Me reuní con ellos y con mis queridos amigo Ismael Vargas y Judith Gutiérrez, que casualmente me visitaban desde México. Les manifesté que el Museo recién se iniciaba y expuse las dificultades burocráticas. Pero me ofrecí en forma privada a colaborar con ellos y participarles mis experiencias en el mundo de las artes visuales. Judith e Ismael mostraron vivamente su interés para que trabajaran en su taller. Des esta manera conocí a Flavio Álava, Xavier Patiño, Marcos Restrepo, Pedro Dávila y Jorge Velarde, a quienes presenté posteriormente a Madeleine Hollaender, quien en 1981 les invitó a exponer en el Hotel Oro Verde, muestra que fue un sonado éxito en Guayaquil, y en cuya ocasión el maestro César Andrade Faini me dijo: “No los alabe a estos muchachos, porque así se dañan”. La Alianza Francesa en Guayaquil también era una institución con gran movimiento cultural. En su fragante patio con jazmines – hoy suplantando por un edificio moderno-, se proyectaban películas , se hacía teatro, exposiciones y coloquios. En este ambiente aparecían con frecuencia Paco Cuesta con Mónica Alvear, de quienes me hice amigo, y los presenté a los graduado de Bellas artes. Juntos decidimos formar un grupo, al que debía sumarse Marco Alvarado, alumno de Arquitectura en la universidad católica, a quien a su vez acababa de conocer. Propuse el nombre de La Artefactoría que gustó a todos; más aun: los identificó y cohesionó. Sin embargo, las cosas no fueron tan fáciles siempre. Marco Alvarado no ganaba la confianza y amistad de sus compañeros, mientras que Paco cuesta, Mónica Alvear y Luis Carlos Pontón no tenían conflictos personales. Finalmente me manifestaron que no querían tener entre ellos a Alvarado y realizando una votación lo expulsaron. (Pág. 23) La primera aparición de La Artefactoría bajo mi dirección fue con la Revista Objeto Menú, un colectivo de mi autoría, del que formó parte Ismael Vargas. Su presentación se realizó en La Tertulia de Hilda, regentada por nuestra exotiquísima Hilda Thomas, la musa negra del arte guayaquileño. Posteriormente viajamos a Quito y la presentamos en la Galería Artes. AL cabo

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de un tiempo dejé de trabajar directamente con ellos, quienes siguieron por su medios “La Artefactoría”. Con el tiempo los miembros de La Artefactoría desarrollaron una entrañable amistad con Madelaine, quién a través de su galería los promocionó y alentó. Por aquellos años Jorge Velarde se casó con Anabella Garcés da Silva y juntos viajaron a España en plan de estudios. Poco tiempo después Madeleine de un vuelo a Europa a precios cómodos y financió el viaje de Álava y Restrepo. Álava se enamoró de una flautista suiza con quien se casó y tuvo tres hijos. Suiza es un país adoptivo. De regreso al Ecuador, Restrepo y Velarde se juntaron nuevamente con Patiño. A ellos se sumó Marco Alvarado. Paco Cuesta no volvió a participar en sus reuniones. Luego cada uno de ellos buscó independientemente su camino. Desde entonces han sido parte de la historia de la Galería Madeleine Hollaender y del arte ecuatoriano. Analizando la amistad del Madeleine Hollaender con los artistas, veo que es muy similar a aquella del legendario Ambroise Vollard con los genios de la École de Paris. Ojalá Madelaine nos deleitara algún día, como Vollard, con su delicioso Souvenirs de un marchat de tableux, relatándonos sus vivencias con Enrique Tábara, Meter Mussfeldt, César Andrade Faini, Oswaldo Guayasamín, Edgar Carrasco, Gonzalo Endara Crow, Hernán Zúñiga, Fabiano Kueva, Ariel Dawi, luigi Stornaiolo, Antonio Cauja, entre tantos artistas, al igual que sus recuerdos de sus amigos artesanos, músicos intelectuales y demás personajes que pueblan el mundo de la cultura. Otro aspecto de la personalidad de Madeleine Hollaender ha sido su apertura a eventos benéficos. De gratísimo recuerdo fue la subasta realizada en beneficio de los damnificados de las inundaciones de La Josefina en la provincia del Azuay (1993). En dichas subasta se vendieron absolutamente todas las obras, cuyo monto se remitió de inmediato a Cuenca. Este tipo de actividades sin fines de lucro han sido parte consustancial de su actividad. La Galería Madeleine Hollaender se ha caracterizado por una gran apertura a variedad de manifestaciones artísticas, varias de ellas claramente apartadas de lo convencional y lucrativo. Con vocación artística Madeleine abrió formas extra-pictóricas del arte contemporáneo. Gracias a la experiencia acumulada con La Artefactoría Madeleine gestó Arte en la calle (1987), Bandera (1987), la muestra de Marco Alvarado, Alter Ego (1995), Siete puñales, Banderita Tricolor (1999), Los Bananos de Douglas Fishbone (2000). Pero Madeleine jamás encasilló en el sectarismo dogmático de uno pocos confundidos dentro de la contemporaneidad. La participación de la galería en organizar festivales de arte alternativo, como el de 1998 , INVAdeCUENCA, evento paralelo a la VI Bienal Internacional de Pintura, constituye quizás el proyecto más ambicioso de Madeleine Hollaender fuera de los límites de Guayaquil. Su impacto quizás no fue notorio entre los

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grupos establecidos, pero permitió a la juventud, especialmente de Cuenca, interactuar con otras formas de expresión que aparecerían ya oficialmente en la siguiente convocatoria de este evento internacional. El maravilloso mundo de las artesanías cautivó también con fuerza a Madeleine, quién comenzó abriendo una boutique en el Hotel Oro Verde, que fue un gran éxito desde el primer momento. Esto se debió a su interés personal por conocer a los artesanos ecuatorianos en su propio hábitat. Con la paciencia y devoción de los europeos realizó largos y numerosos periplos por nuestra Costa, visitando Manabí con producción de paja toquilla, los tejedores de sombreros y las encantadoras y coloridas muñecas, que hoy se llaman las “Barbie Jipijapa” Cuenca fue uno de los centros principales de acopio de artesanías para Madeleine Hollaender, quien gustó tanto de la ciudad y sus gentes que afianzó lazos de amistad y finalmente arrendó un departamento en la Calle Benigno Malo y Simón Bolívar, frente al precioso parque Calderón. Asimismo se volvió una gran conocedora de la región, una figura reconocida y apreciada entre los modestos artesanos de Chordeleg, Bulcay, Gualaceo, Cañar, Paccha, Sigsig entre tantos pueblos del Austro. (Pág. 24) La cierra central y norte con sus trabajos en cuerno o en “corozo” – nuestro marfil vegetal-, la tagua – ideal para miniaturas preciosas-, así como las pailas, floreros y candeleros de bronce de la provincia del Chimborazo completan con la abigarrada opulencia de los textiles salasacas y otavaleños, el gran tesoro autóctono ecuatoriano. La memorable exposición El sombrero de Montecristi , es un testimonio del respeto de Madeleine Hollaender por el trabajo artesanal ecuatoriano. Su conocimiento en este campo ha permitido que la galería se nutra periódicamente de importante muestras de orfebrería y de cerámicas artísticas como las de Eduardo y Juan Guillermo Vega o Papo Moscoso, entre otros. Siempre me quedó un pequeño vacío de no poder ver un mayor número de exposiciones artesanales seleccionadas con el criterio de Madeleine, un campo en el que ella no tiene rival en Ecuador. Como parte del mundo cultural en la Galería Madeleine Hollaender también se han organizado talleres, seminarios y charlas en torno a las artes visuales. La vida y actividad de la galería a lo largo de sus 25 años de historia cuenta con lanzamientos de obras literarias y libros de imágenes a la par que conciertos, que van desde guitarra clásica de Ryuhei Kobayashi, pasando por La tromba y Nelson García, hasta grupos como Sal y Mileto o Volatium. Han pasado veintisiete años desde que conocí a Madeleine Hollaender en cas de Eloy Avilés, soy su amigo ecuatoriano más antiguo, y a través de un cuarto de siglo hemos recorrido juntos el mundo de las artes pláticas. Pero, sobre todas las cosas que ocurrieron y que puedan ocurrir en el futuro, un aspecto de la personalidad de Madeleine Hollaender ha sido el que más he admirado y

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respetado en todo momento y en cada ocasión: su inquebrantable honorabilidad, puesta a prueba en un país sacudido por la corrupción, el adulo y la deslealtad. Por ello, si tenemos que pensar en una gran historia del arte de Guayaquil, una de las figuras más señeras y prestigiosas para nuestro orgullo es la de esta mujer venida de Suiza a estas cálidas orillas de Guayas que la refrescan día a día. Madeleine Hollaender ha ofrecido a Guayaquil una obra de importancia comunitaria con insuperable devoción y alta calidad.