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Gobierno del Estado de México

E D I T O R

CONSEJO CONSULTIVO DEL BICENTENARIO

DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO

Enrique Peña Nieto

Presidente

Luis Enrique Miranda Nava

Vicepresidente

Alberto Curi Naime

Secretario

César Camacho Quiroz

Coordinador General

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COLECCIÓN MAYORH i s t o r i a y s o c i e d a d

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Gerardo Gil abarca MarGarito Galicia linares rocío alcántara enríquez

La participación social en la

IndependenciaLos inicios: textos y testimonios

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La participación social en la Independencia. Los inicios: textos y testimonios

© Primera edición. Secretaría de la Contraloría–Secretaría de Educación del Estado de México/

Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal. 2009

© Gerardo Gil Abarca, coordinación e ilustración.

Margarito Galicia Linares y Rocío Alcántara Enríquez, compilación.

d.r. © Gobierno del Estado de México

Palacio del Poder Ejecutivo

Lerdo poniente no. 300, colonia Centro, C.P. 50000,

Toluca de Lerdo, Estado de México

www.edomex.gob.mx/consejoeditorial

[email protected]

ISBN: 968-484-655-X (Colección Mayor)

ISBN: 978-607-495-025-0

Número de autorización del Consejo Editorial de la Administración

Pública Estatal CE: 205/1/87/09

Impreso en México

Enrique Peña NietoGobernador Constitucional

Marco Antonio Abaid Kado Secretario de la Contraloría

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización

previa del Gobierno del Estado de México a través del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal.

Consejo Editorial: Luis Enrique Miranda Nava, Alberto Curi Naime,

Raúl Murrieta Cummings, Agustín Gasca Pliego,

David López Gutiérrez.

Comité Técnico: Alfonso Sánchez Arteche, José Martínez Pichardo,

Rosa Elena Ríos Jasso.

Secretario Técnico: José Alejandro Vargas Castro.

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Gerardo Gil abarca MarGarito Galicia linares rocío alcántara enríquez

La participación social en la

IndependenciaLos inicios: textos y testimonios

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La independencia mexicana no podría entenderse sin las inquietudes sociales que la antecedieron y encausaron. De aquel movimiento emancipatorio vienen a la mente nombres de próceres como Miguel Hidalgo, José María Morelos, La Corregidora y Leona Vicario, o militares como Vicente Guerrero y Juan Aldama. Sin embargo, sus proezas, iniciativas y proyectos no se hubieran consumado sin el respaldo de una base social que dio sustento a la lucha armada y legitimidad al movimiento político que hizo de México un país soberano.

Aquellos miles de mexicanos de diferentes orígenes y estratos sociales fueron los protagonistas del acto fundacional de una nación libre e independiente. Las generaciones de hoy debemos honrar su memoria, valorar su esfuerzo y, sobre todo, reconocer su determinación para modi-ficar la realidad de su tiempo. A todos ellos está dedicada esta obra.

La participación social en la Independencia. Los inicios: textos y testimonios recopila con rigor la opinión social que generó el movimiento independentista. Qué mejor oportunidad de rendirles homenaje ahora, cuando los mexiquenses nos preparamos, justamente, para conmemorar el bicentenario del inicio de esa gesta heroica.

Celebro que servidores públicos de la Secretaría de la Contraloría hayan asumido la tarea de compilar esta publicación que, sin duda, ocupará un lugar destacado en el acervo de la Biblioteca Mexiquense del Bicen-tenario y será un referente obligado para quienes busquen profundizar en las bases sociales del movimiento libertario iniciado en 1810.

enrique peña nieto

P R E S E N T A C I Ó N

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este Libro se inscribe en los trabajos que realiza el Gobierno del Estado de México para celebrar el bicentenario de la Independencia, en cum-plimiento del compromiso que, al respecto, ha asumido el gobernador Enrique Peña Nieto.

La participación de la Secretaría de la Contraloría se da a través de un trabajo de investigación donde se presenta un panorama de la partici-pación social en la primera etapa de la lucha insurgente. Los autores han realizado esta tarea con dedicación y entusiasmo. Su búsqueda los llevó por archivos, hemerotecas y bibliotecas para seleccionar los tes-timonios que permitieran conocer el punto de vista del pueblo sobre el movimiento iniciado el 16 de septiembre de 1810.

La Secretaría de la Contraloría hace un reconocimiento pleno al Con-sejo Consultivo del Bicentenario de la Independencia de México y al Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal por la riqueza y variedad que está logrando la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, y se honra por que este libro encuentre un lugar en dicha biblioteca, la cual está llamada a ser el testimonio de un gobierno que entiende la necesidad de celebrar los doscientos años del inicio de nuestra gesta independentista encabezando un encomiable esfuerzo editorial que difunde y fortalece, entre los mexiquenses, lo mejor de nuestra historia e identidad.

Es oportuno recordar lo señalado por el gobernador de la entidad cuando afirma que “estamos ante una oportunidad irrepetible: hacer de los festejos del bicentenario, de cada una de sus celebraciones, de cada una de sus acciones, el motivo para acrecentar nuestro compromiso con México, para construir entre todos, las soluciones a nuestros más

P R E F A C I O

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grandes problemas, para decirle al mundo que México es una nación que está de pie y dispuesta a triunfar”.

Que sea éste el espíritu que nos anime y convoque a la unidad, al trabajo, al compromiso y, desde luego, a seguir impulsando y fortaleciendo la

participación social en todos los ámbitos de nuestra vida colectiva.

marco antonio abaid Kado

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en nuestra época, nadie puede dudar de que en los últimos tres siglos el conocimiento histórico ha vivido grandes transformaciones. La aparición de diversos enfoques, el interés por las distintas manifesta-ciones vitales de nuestros antepasados, las crecientes especializacio-nes y tantas otras formas de enfrentar la evolución de la humanidad han generado una enorme fragmentación de los estudios. El resultado provisorio ha sido la ausencia de síntesis abarcadoras como las grandes colecciones tan corrientes hace sólo cuatro décadas.

De pronto, la multiplicidad de puntos de vista ha suscitado la duda sobre la verdad contenida en los libros. Quienes más lejos han llevado esas dudas han sido los filósofos posmodernistas. Para ellos, cada historiador presenta únicamente una imagen de cierto proceso, pero hay muchas otras imágenes, todas con el mismo valor y todas ellas contradictorias. Su conclusión es tajante: esas imágenes están teñidas por la ideología y, por lo tanto, es necesario eliminar el estudio del pasado. Frente a se-mejantes adversarios, deseosos de tirar al niño junto con el agua de su baño, una de las armas esgrimidas contra las dudas generadas ha sido la publicación directa de documentos, acompañados de introduccio-nes y comentarios para entender el contexto, la sociedad, las confi-guraciones mentales que produjeron esos documentos. Para el gran público es todavía extraño leer originales relacionados con sucesos aprendidos en la escuela primaria o secundaria, a través de las versio-nes de historiadores “aceptables” para las instancias gubernamentales. Por eso mismo son tan importantes y bienvenidas las publicaciones de testimonios de difícil acceso para quienes no están familiarizados con la investigación histórica.

P R Ó L O G O

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En este caso, a la sola publicación debe agregarse la calidad de los testi-monios elegidos y la fuerza de la elocuencia. Creemos atinada la edición de este trabajo con motivo del segundo centenario del Grito de Dolores y el inicio de una rebelión social que ha sido unánimemente considerada la más transcendente del continente en el siglo xix. Más acertada todavía es la inclusión de canciones, pasquines y poemas de la misma época, en los que se expresa el punto de vista y el sentir de grupos que habi-tualmente no han sido tomados en cuenta por la mayor parte de los historiadores. Esas formas documentales, tan importantes y respetables como las proclamas y los decretos gubernamentales, son una forma nueva de atestiguar la mentalidad colectiva de clases sociales generalmente ignoradas en las historias “serias”, pero buscadas ahora con entusiasmo por quienes quieren conocer “la historia desde abajo”.

En la “Introducción” se hace un breve análisis para explicar las bases que determinaron la estructura del libro. La parte dedicada a los antece-dentes es un repaso somero pero necesario para contextualizar el inicio del movimiento insurgente.

El capítulo tercero va más lejos que los dos primeros y muestra peque-ñas anécdotas y fragmentos de correspondencia que nos acercan más a la mayor parte de la población, esas luchadoras anónimas y esos soldados desconocidos, los que pusieron el pecho a las espadas, las lanzas y hasta las armas de fuego, para producir los acontecimientos de todos conoci-dos. Es sumamente interesante ver el estado de ánimo de la población trabajadora, sencilla y humilde durante el proceso. El incidente en el cual María Trinidad se las ingenia para evitar el encarcelamiento de tres compañeros, al lograr la liberación de otros prisioneros, y la parti-

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cipación de las mujeres en acciones bélicas en Miahuatlán así como los sacrificios realizados por otras mujeres para dificultar el accionar de las tropas realistas son detalles que los libros de historia suelen ignorar, por considerarlos poco importantes.

El capítulo cuarto se dedica a repasar datos y remite a nuevas fuentes que arrojan luz sobre los primeros momentos de la insurgencia en lo que ahora es el Estado de México.

Se ha dejado como apéndice una cronología para ubicar al lector en cada uno de los pasos mencionados a lo largo del trabajo; completa el libro la lista ordenada de las fuentes utilizadas en la confección de toda la obra. Creemos recomendable no solamente su lectura, sino su conser-vación para poder, con facilidad, recordar detalles dudosos o debatidos.

Jaime coLLazo odriozoLa†

† Doctor en Estudios Latinoamericanos, profesor investigador de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México.

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A mi familia, por todo su apoyo durante la realización de esta

obra, y a los compañeros de la Secretaría que, de una forma

u otra, también apoyaron este esfuerzo.

Gerardo Gil Abarca

Con mucho cariño para mi familia, padres, esposa e hijos por

el apoyo que me han brindado, tanto en mi vida profesional

como laboral.

Margarito Galicia Linares

A mis padres con mucho cariño, por todo su apoyo, y a la

Dirección General de Contraloría y Evaluación Social de

la Secretaría de la Contraloría, por permitirme participar

en este proyecto.

Rocío Alcántara Enríquez

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S I G L A S

AGN Archivo General de la Nación

AHEM Archivo Histórico del Estado de México

CONACULTA Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

IIB Instituto de Investigaciones Bibliográficas

INAH Instituto Nacional de Antropología e Historia

INBA Instituto Nacional de Bellas Artes

INEHRM Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México

SEP Secretaría de Educación Pública

UNAM Universidad Nacional Autónoma de México

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con motivo deL festeJo cada vez más cercano de los 200 años del movimiento de Independencia, es necesario subrayar la importancia que tiene el hecho histórico como el inicio de un proceso que permitió el surgimiento de una nación libre, capaz de administrarse y dirigirse por sí misma.

La participación social en la época de la Independencia se expresó de distintas maneras, más allá de la colaboración colectiva en el movimiento insurgente; el objetivo de éste, la autonomía política, era compartido por la mayoría de los habitantes de la Nueva España, aunque no todos lo entendieran de la misma manera. Desde años antes, se presentía la inminencia del enfrentamiento, el cual era apoyado como un camino viable aun cuando en muchos casos no se estuviera de acuerdo con se-guir la vía de la revolución.

En este libro se ha pretendido hacer una exposición sucinta pero variada de las formas en que la sociedad novohispana participó en el movimiento, lo padeció o lo percibió, a través de testimonios diversos, en los que caben los relativos a los grandes caudillos de la gesta y los de gente anónima.

Por el contexto de la época, la información y la comunicación relativas al levantamiento y sus vicisitudes fluían de manera tal que a una per-sona de nuestro tiempo le resultarían de una lentitud increíble; pero además de considerar esas circunstancias, se deben tomar en cuenta las condiciones educativas de la mayor parte de la población, la enorme extensión de la Nueva España, el breve lapso en que se dio la primera fase del alzamiento y, en fin, las condiciones políticas, sociales, culturales,

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económicas, así como las enormes diferencias entre los segmentos de una sociedad fuertemente dividida y jerarquizada.

Así, el presente trabajo se extendió en el tiempo más allá de lo que ori-ginalmente se pensó, debido a que los primeros diseños proponían un abordaje cronológico de la Guerra de Independencia y los once años que llevó consumarla. Sin embargo, la información era demasiada y no toda útil para tal propósito. Algunas sugerencias nos llevaron a reducir el ma-terial al periodo correspondiente al inicio del movimiento insurgente, esencialmente por dos razones. En primer término, la celebración del bicentenario se refiere particularmente al arranque del movimiento independentista. En segundo lugar, esa aventura histórica señala el primer momento en que se da una presencia popular masiva y espon-tánea desde la Conquista, incluso en relación con otros movimientos colectivos posteriores, salvo, claro, el de la Revolución de 1910.

La Secretaría de la Contraloría del Gobierno del Estado de México asumió el compromiso de llevar adelante un texto dedicado a la partici-pación social en la Independencia porque una de las tareas que tiene es la de incentivar y organizar la actuación ciudadana en la forma de supervisión de las obras y acciones gubernamentales, a fin de dar mejores garantías del ejercicio honesto del presupuesto público. Aun-que es arriesgado proponer que hay un largo hilo conductor entre esta forma contemporánea de hacer mejor gobierno y los anhelos frag-mentarios y limitados de una parte de la población novohispana sobre la forma de gobernar lo que apenas se intuía como un nación, hay elementos para suponer que dicha continuidad existe tanto en ésa como en muchas otras formas en que se vinculan pasado y presente

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como resultado de la perseverancia de los mexicanos por tener una mejor calidad de vida. Por ello se recurrió especialmente a la bús-queda de los testimonios del pueblo llano, más que de los héroes y próceres, los cuales, sin embargo, están presentes en estas páginas por su clara valía.

Esta breve colección de composiciones y proclamas insurgentes incluye materiales diversos de literatura popular y político-intelectual de la época. Es una muestra de textos heterogéneos y piezas casi inclasifica-bles, recogidas previamente en obras de carácter histórico y en archivos, de ahí que haya desde cartas clandestinas hasta las décimas de Hidalgo escritas en la soledad de la cárcel, pasando por las proclamas de los líderes insurgentes, las canciones que entonaban las tropas en sus campamentos, los testimonios sobre hechos famosos o poco conocidos, actas políticas y oraciones transformadas, por el fragor de la guerra, en cantos épicos. No faltan los testimonios de quienes simpatizaban o estaban con los realistas, pero son muy pocos, dado que la movilización popular estaba del lado de los revolucionarios.

En el periodo que va de septiembre de 1810 a los primeros días del segundo semestre del año siguiente, los actores políticos y sociales en formación se comunicaron, tomaron decisiones y participaron en busca de un fin común: cambiar el régimen político y poner las bases de una nación independiente. En ese sentido, se puede hablar de una partici-pación espontánea, pues Hidalgo inició la lucha sin planes claros y con apenas algunos elementos, pero con una idea compartida y arraigada (aunque con matices importantes en relación con el cómo), que era la de mejorar las condiciones de vida de los nacidos en la Nueva España.

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El eslabón utilizado fue el de la defensa de la fe, y de allí el uso que se dio al estandarte de la Virgen de Guadalupe.

En los textos del primer capítulo se aprecia lo esencial de las propuestas insurgentes. Son testimonios de la intelectualidad rebelde en forma de decretos y proclamas, algunos de ellos dictados u ordenados por el mismo Hidalgo, en los cuales se puede leer la necesidad de difundir y reforzar la comprensión del objetivo de la insurgencia para ganar el apoyo popular, ya que era impensable ganarse el de la elite que sería afectada al abolirse la esclavitud, los estancos y el monopolio blanco sobre las tierras. También se puede leer cómo la lucha que empezó criolla resultó indígena en el campo de batalla. Más como sacerdote y humanista que como criollo y líder insurgente, Hidalgo avanzó rápi-damente hacia cierta forma de igualitarismo que permitiera la movili-dad social, algo impensable para una sociedad estamental e inmovilista desde el principio de la Colonia. El rechazo tajante de la elite a las ideas revolucionarias se puede leer en otros documentos incluidos, como el edicto de excomunión dictado por el obispo Abad y Queipo. Se consi-deró que esos textos permitirán al lector contextualizar los testimonios incluidos en los dos capítulos posteriores.

Las frecuentes alusiones al santoral católico y a la defensa de la fe, además de las mutuas acusaciones de herejía no tienen por qué extra-ñarnos: eran tiempos en que lo religioso y lo político estaban fusionados, y de hecho a lo largo de la Colonia hubo algunos virreyes que fueron a la vez arzobispos, el último de ellos Lizana y Beaumont, inmediato pre-decesor de Venegas, el virrey contra el que se enfrentó Hidalgo. Por otro lado, aunque el cura de Dolores y sus lugartenientes sabían perfectamente

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que se trataba de una lucha política, la gente —campesinos en su inmensa mayoría— no hubiese entendido ni apoyado ideas abstractas como las relativas a la autonomía política y el criollismo, que eran comprensibles, suponemos, sólo para la minoría ilustrada que asumió el mando del movimiento tan apresuradamente iniciado.

Como creyente, Hidalgo sabía que la mejor forma de atraer el apoyo a la causa insurgente era tener a la religión como base ideológica. A ello obedeció que el ejército insurgente creciera en pocas semanas de los escasos seiscientos hombres que salieron de Dolores a los ochenta mil que enfrentaron a los realistas en el Monte de las Cruces, los cuales, al menos por un par de días, pusieron al poder virreinal contra la pared. Después de esos momentos, ningún caudillo, ya fuera insurgente o realista, volvió a movilizar un número tan grande de personas durante el resto de la guerra.

En el segundo capítulo se ofrecen testimonios, en forma de versos o canciones, de gente anónima sobre tal o cual asunto directamente relacionado con el movimiento. Hay burlas y críticas a las autoridades virreinales a las que no escapó ni el mismo Venegas, así como exaltacio-nes de las figuras cimeras que guiaban el movimiento insurgente.

Sin duda alguna fue una etapa rica en esta clase de manifestaciones espontáneas, producto del gracejo popular y clara muestra del apoyo y participación de las clases explotadas. Anónimas casi todas, tuvieron que ser personas letradas y entendidas las que se preocuparon por recopilar esos testimonios para la posteridad. El propio Hidalgo, ya cercana su eje-cución, se sumó a esta forma de manifestación popular con las décimas

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que dejó en las paredes de su calabozo. Y si se insiste en que el blanco, el gachupín, era el símbolo de lo que más odiaban las castas y los indígenas es para contextualizar algunos de los breves poemas en que se incitaba a combatir, humillar y defenestrar a los opresores. Son testimonios vívidos del comienzo de lo que fue también una guerra de castas que obligó a casi todos los blancos, fuesen españoles o criollos, a cerrar filas y combatir el movimiento nacido en Dolores. Al permitir obrar así a sus seguidores, Hidalgo alejó y se alejó del estamento al que pertenecía, cuyo apoyo le hubiera permitido abreviar la guerra. Se dirá que para los líderes in-surgentes la participación social masiva y espontánea se reveló en ese contexto como un arma de dos filos, pero la historia registra al de esos meses como el primer movimiento netamente popular del siglo xix que no fue dominado por los criollos, o no completamente, como el resto de los que se dieron en la misma etapa en otras partes del imperio español.

Los temas del valor histórico y la participación social se amalgaman en el tercer capítulo, donde están diversos testimonios individuales, sobre todo anónimos, del desarrollo de la gesta independentista, provenientes de gente del campo que conoció e incluso trató a Hidalgo o de quienes apro-vecharon la coyuntura para rebelarse contra el estado de cosas. Una parte de esos testimonios fue dictada a escribanos en la forma de recuerdos y vivencias, años después de la consumación de la Independencia incluso. Se puede leer allí sobre el valor de una rica hacendada o el testimonio de un alfarero. Hay pruebas de que la participación social tuvo muchas caras y el movimiento tocó de una u otra forma a la mayoría de la población.

El cuarto capítulo hace un resumen breve del tránsito de los insurgentes por lo que es ahora el Estado de México con rumbo a la capital de la

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Nueva España, y de los pocos días que mediaron desde su entrada por San Felipe del Obraje (hoy del Progreso) hasta su derrota en Aculco. Se incluyen asimismo referencias a la gesta insurgente, ya por el triunfo en el Monte de las Cruces, ya por la breve estancia de Hidalgo en Toluca, y se hace mención del hallazgo de los historiadores que encontraron el acta de defunción de los mártires sacrificados por Porlier luego de la batalla de El Calvario, el 19 de octubre de 1811, casi tres meses después de la ejecución de Hidalgo.

Y puesto que este trabajo se planeó también como una obra con apoyo gráfico, las ilustraciones buscan cumplir, por así decirlo, la misma fun-ción que tenían los pregoneros que leían las proclamas y los versos en voz alta a la gente de aquellos tiempos.

Hace falta decir que en los antecedentes se ha procurado sintetizar datos básicos de las condiciones generales de la Colonia que fueron el caldo de cultivo de la revolución insurgente, aunque se rastrean hechos más remotos en el mismo sentido de contextualizar un enojo de vieja data.

Agradecemos la oportunidad de trabajar una obra que se incluye en la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. El resultado ha sido posible por el esfuerzo conjunto. El libro se propone como un medio de difusión en que se insiste en la importancia de la participación del pueblo en la lucha insurgente.

Lo que ha sucedido desde entonces es extremadamente complejo en cuanto a evolución política, social y económica a partir del nacimiento de una nación. La Nueva España dejó de existir en 1821, luego de cumplir

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su ciclo histórico; pero darle forma al México de nuestros días ha impli-cado un largo y muchas veces doloroso camino, y nada de lo aconte-cido en estos dos siglos puede ser considerado ni tan repentino ni tan previsible. Con todo y sus sorpresas y acontecimientos inesperados, la historia tiene sus ritmos, como bien lo saben los estudiosos. Y también se puede decir que la más sólida de las rutinas esconde a veces alguna sorpresa. El levantamiento encabezado por Miguel Hidalgo fue sólo el resultado del proceso por el cual se buscaba que la sociedad dejara de ser espectadora y se convirtiera en activa constructora de su propio futuro.

El movimiento libertario continuó luego de la primera generación de insurgentes y concluyó con el pacto de los que continuaron la gesta con algunos de los que combatieron a los iniciadores de ésta. Tal vez no sólo haya sido cuestión de pragmatismo, sino del poder de las nuevas ideas. México emergió como nación gracias a que los sectores de la sociedad, reacomodada durante los once años de lucha, lograron una independencia sin vencedores ni vencidos. Los tropiezos posteriores que vivió el país independiente a lo largo del agitado siglo xix y su división permanente en dos bandos, fueron parte del difícil aprendizaje de una nación que ha querido gobernarse a sí misma. Se puede decir que esta nación sigue aprendiendo, como todas las que están vivas y son viables.

Tiene aquí el lector entonces documentos oficiales, experiencias, can-ciones, versos y otras formas en que se expresó el sentir popular al inicio de la lucha insurgente. Pueden verse como un medio usado para in-corporarse al movimiento o denostarlo, pero la mayoría de esas expre-siones explican en buena medida el gran poder de la sociedad cuando

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busca mejorar sus condiciones de vida. Darle al sentir colectivo y a las percepciones de los individuos la importancia que merecen es aleccio-nador. Ya juzgará el lector la validez de esta afirmación.

Permítasenos finalmente unas palabras sobre el trabajo de búsqueda y selección. La verdad es que recopilar el material y depurarlo se convirtió pronto en la prioridad. Al respecto, queremos expresar nuestro agra-decimiento a Araceli Alday García, directora del Sistema Nacional de Archivos del Archivo General de la Nación, por su colaboración.

El segundo y el tercer capítulos —centrados precisamente en las letras populares y en los testimonios del pueblo— se pensaron desde un principio como la parte medular del libro, fueron los que más tiempo y dedicación exigieron. Pese a ello, el primer capítulo fue igualmente laborioso, por ser el que incluye más material histórico, pues representa la parte intelectual, por así decirlo, de nuestra obra, ya que está centrado en los protagonistas más visibles del proceso de Independencia. Con todo, estructurarlo y darle forma fue más sencillo. Dibujar las ilustraciones resultó la parte más grata del trabajo.

Ponemos a la consideración del lector esta obra y dejamos otros proyectos para el futuro. La Independencia se consumó luego de once años, pero el proceso histórico que representó no puede medirse temporalmente, así que todavía hay mucho por investigar y difundir.

Son necesarias unas palabras sobre la ortografía y sintaxis tan variada que se encontrará a lo largo de los tres primeros capítulos. Se ha optado por respetar la de las versiones consultadas, de ahí las disparidades,

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pues en libros editados en el siglo xx sobre todo, se decidió hacer actua-lizaciones. Lo mismo sucedió con los encabezados de cada documento. Las fuentes, como se cita en cada caso, van de libros editados hace mucho tiempo a reediciones con motivo de los festejos del sesquicen-tenario de la Independencia, por ejemplo, y no faltan los documentos resguardados en archivos. Hay también ediciones facsimilares entre las fuentes que se consultaron. En su mayoría, esos documentos han dejado de estar al alcance del lector, de ahí el sentido de oportunidad que se

busca tenga este trabajo.

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ANTECEDENTES DE LA

INDEPENDENCIA

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Las reformas borbónicas

en 1700, carLos ii, último rey Habsburgo español, murió sin dejar des-cendientes y subió al trono Felipe V, primer rey de la dinastía Borbón. Con esta nueva estirpe se iniciaron cambios en el imperio español cono-cidos como las reformas borbónicas (AA. VV., 2001: 1028), que tendrían graves repercusiones en la vida colonial. La Nueva España fue uno de los territorios en donde éstas se hicieron sentir especialmente.

Ya hacía tiempo que la decadencia de España era palpable ante los poderes emergentes de Francia e Inglaterra. Para ralentizar ese proceso, los sucesivos reyes Borbones del siglo xviii impusieron en sus colonias, con apoyo de virreyes y obispos, un sistema que centralizaba la toma de decisiones en la Corona, con lo cual crecieron la burocracia y el aparato administrativo, controlados por los peninsulares, en menoscabo de los criollos. Se trataba también de sanear las mermadas finanzas e imponer la subdivisión del territorio en intendencias. Quizá la mayor reforma real fue la creación de un ejército permanente, cuya misión era la de guardar el orden en un territorio que se quería sumiso (Miranda, 1972: 57).

Los criollos, el sector relegado de la elite dirigente, ya no se autode-finían como españoles y preferían llamarse americanos o indianos, es decir, nativos de las Indias, el otro nombre con que en España se desig-naba a las colonias de ultramar (Miranda, 1972: 57). Muchos de ellos se habían nutrido de las ideas de la Ilustración francesa tan en boga y estaban convencidos de que se necesitaba algo más que reformas puramente económicas, las que, en todo caso, deberían complemen-tarse con otras de carácter político y social, que los cuadros dirigen-tes, formados esencialmente por españoles peninsulares (los odiados gachupines) se mostraban reacios a otorgar. Con las nuevas políticas

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fueron afectados muchos intereses. Al romperse la flexibilidad del régi-men Habsburgo y al imponer los Borbones un rígido e insensible orden burocrático a los problemas locales, se resquebrajó el pacto social entre la Corona española y la sociedad novohispana.

La expulsión de los jesuitas

Carlos iii es considerado el mejor rey español del siglo xviii. Sus refor-mas, de mayor envergadura que las de sus predecesores inmediatos, hicieron de la Nueva España la colonia más productiva de ultramar. Éste fue el tiempo en que se iniciaron la ruptura de la sociedad colo-nial y la búsqueda de nuevas formas de expresión para los intereses sociales que se habían empezado a formar (AA. VV., 2001: 762). El proceso fue ciertamente doloroso y se caracterizó por los desgarra-mientos internos.

La corporación más rica y poderosa de aquella sociedad era la Igle-sia. A lo largo del siglo xviii y al amparo de las corrientes ilustradas que estaban en boga, los reyes europeos fueron disminuyendo los pri-vilegios clericales, y los soberanos españoles no fueron la excepción. A partir de 1760 los ataques contra la Iglesia se incrementaron como consecuencia de la independencia frente al poder político de que ha-cían gala algunas órdenes religiosas. La Compañía de Jesús resultó la más conflictiva de estas órdenes, dado que no acataba más autoridad que la del Papa y se negaba a aceptar la nueva concepción de Estado uniforme que los reyes españoles estaban construyendo. Por su enor-me riqueza, superior educación y carácter independiente, la Compañía constituía una amenaza al absolutismo monárquico. Finalmente, en 1767 fue expulsada de todas las colonias españolas y sus bienes fueron confiscados (AA. VV., 2001: 762). La expulsión provocó revueltas y motines populares en Pátzcuaro, Uruapan, Guanajuato y San Luis Potosí que fueron duramente reprimidos por las tropas españolas llegadas poco antes desde la metrópoli con el visitador real José de Gálvez, encargado de cumplir la orden de expulsión. Ello infundió un resentimiento mayor hacia los gachupines. Pero los criollos no desaprovecharon ni olvidaron

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la lección (AA.VV., 2001: 762). Es oportuno señalar que Miguel Hidal-go, Ignacio López Rayón y Servando Teresa de Mier fueron alumnos de los jesuitas.

La obra de los jesuitas en la Nueva España sigue siendo digna de estudio. Su escolástica estaba centrada en crear cuadros dirigentes y desarrollar el intelecto, al contrario de otras órdenes como los fran-ciscanos, que se esforzaban por enseñar oficios serviles y artesanales a los indios, predicándoles la resignación y el ideal de pobreza para con-vertirlos en mano de obra barata. Instalados en las ciudades y centrada su labor educativa en los criollos, los jesuitas formaron a quienes serían la clase dirigente del movimiento insurgente.

Las rebeliones indígenas

Las rebeliones indígenas del periodo colonial tuvieron su origen en la imposición de un sistema económico y social que rompió las antiguas estructuras nativas.

La legislación colonial estaba llena de contradicciones en el caso de los indígenas, empezando por el hecho de la existencia de leyes separadas (república de españoles y república de indios, según la terminología co-lonial, aunque el término “república” no designaba en absoluto un go-bierno tal como es concebido actualmente). En el papel, los indios eran súbditos libres de la Corona española y sus elites habían conservado ciertos privilegios dentro de sus comunidades —tierras propias, comercio irrestricto, etcétera—, pero como eran la principal fuerza de trabajo en la minería, la agricultura y las obras públicas, la mayoría padecía duras condiciones de vida. La legislación los consideraba menores de edad y regulaba hasta sus actividades más nimias, y si bien los colocaba por encima de las castas que resultaron del mestizaje, ese marco legal creó la servidumbre de facto y el tributo per cápita al que se sometían y por el cual quedaban igualados a los grupos legalmente inferiores (castas y negros) (Lira y Muro, 1981: 440-441). Esta servidumbre era un re-manente de la gleba que imperó en Europa durante la Edad Media, los cacicazgos, las encomiendas y otras instituciones laborales que poco o

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nada beneficiaron al indígena, y sí fueron la base de su explotación tanto como la fuente de una justificada insatisfacción. Si a la servidumbre se añade el trauma de la conquista y la aparición de líderes milenaristas, se tiene más claro el origen y el contexto de los motines locales y las rebeliones generalizadas.

Durante el siglo xviii la figura más odiada por los indígenas fue la del corregidor, funcionario mal remunerado por el trono español que, con ese pretexto, explotaba a los indios y los obligaba a sujetarse al “reparto de mercancías”, táctica de explotación que consistía en forzarlos a adquirir artículos que les eran innecesarios. De esta manera se les endeudaba y se les exigía pagar con su mano de obra. Desde luego, las deudas eran impagables y pasaban de padres a hijos (Miranda, 1972: 52).

En los hechos, pues, el indígena estaba relegado al estamento más bajo de la escala social y era despreciado tanto por españoles como por criollos. Esta situación no cambió con la llegada de los Borbones. Las principales rebeliones indígenas fueron las de los tzeltales de Chia-pas (1712-13), los pericúes y coras de Baja California (1734 y 1735), reacios a convertirse al cristianismo y enemigos de las misiones, a las que atacaban; las de los yaquis, pimas y mayos de Sonora (1740, 1768 y 1770) y las de los apaches, cochates y comanches de Texas (1758) (Miranda, 1972: 52).

Un alzamiento muy particular de tipo milenarista tuvo lugar en Cisteil (Yucatán) en 1761, liderado por un panadero indígena medio letrado, Jacinto Canek, quien se proclamó rey de los mayas y llegó a reunir varios cientos de seguidores. Bastaron algunos días para que las autoridades sofocaran el levantamiento. Hecho prisionero tras una sola batalla en la que murieron 600 indios y 40 soldados, Canek fue ajusti-ciado en medio de tormentos: se le quemó vivo tras serle fracturadas a mazazos las extremidades y la piel arrancada con tenazas al rojo vivo. Sus principales seguidores fueron ahorcados y otros fueron sentencia-dos a recibir azotes y a prisión. La extrema crueldad con el maya rebel-de se explica por el hecho insólito de haberse proclamado rey, delito de lesa majestad por la pretensión de usurpar la posición que sólo podía corresponder al monarca español.

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Todos estos movimientos, sin embargo, no rebasaron su alcance local, y se extinguieron por sí mismos cuando no fueron aplastados por las fuerzas virreinales. Es necesario tomar en cuenta que muchos de estos focos rebeldes se localizaron en la periferia del poder colonial, en zonas de difícil acceso y extrema pobreza de medios —como fueron los casos de yaquis, coras y apaches—, y que se trataba de tribus divididas en muchos y pequeños clanes y cacicazgos, los cuales no obedecían a una autoridad centralizada, apenas toleraban a los misioneros y cuya suble-vación era disparada por los abusos de los encomenderos y corregidores que siempre seguían a los frailes.

Estas condiciones explican el tardío sometimiento de muchos de estos grupos indígenas y la lenta colonización de los territorios del norte, que en muchos casos aún estaba incompleta cuando estalló el movimiento insurgente, y que sus motivaciones inmediatas no se dirigían al lejano rey español, sino contra sus explotadores directos, los funcionarios colo-niales, y el trabajo forzado que éstos imponían.

La última rebelión indígena de cierta importancia previa a la de inde-pendencia tuvo lugar entre 1801 y 1802 en el actual estado de Nayarit. Es-tuvo dirigida por un oscuro individuo conocido como “El indio Mariano”. El nombre con que la historia reconoce al misterioso cabecilla bien pudo responder a que se trataba de un seguidor de la Virgen María, más que a un nombre propio. “El indio Mariano” sublevó a los hui-choles con mensajes milenaristas y, como Canek lo había hecho casi medio siglo antes, también se proclamó rey y habló de restaurar el imperio azteca (Villoro, 1981: 617).

Siglos atrás hubo rebeliones de raíz no indígena, como la de Martín Cortés, en 1566, y las del negro Yanga y Guillén de Lampart en 1609 y 1659, respectivamente, pero no se les puede tomar como antecedentes del movimiento insurgente, ya que sus guías formaban parte del esta-mento de las castas. Sin embargo, señalan que la Nueva España no estuvo plenamente en paz durante los tres siglos de la Colonia.

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Polvorín social y racial

Consumada la Conquista, los españoles, muchos de ellos de bajo origen, se colocaron como el estrato dominante de la escala social. A medida que avanzaba la colonización, el número de los criollos aumentaba y así pasaban a engrosar ese segmento. Pero no fue sino hasta el siglo xviii cuando empezaron a referirse a sí mismos más como “americanos” o “indianos” que como españoles, y que empezaron a disputar a los peninsulares los principales cargos públicos. Esta pugna creó fisuras en la unidad y los intereses que cohesionaban hasta entonces a los blancos y abonó el terreno para la lucha independentista.

Los peninsulares y los criollos nunca fueron muy numerosos. A me-diados del siglo xviii no pasaban de unos 600 mil individuos, menos de 10% de una población calculada en más de seis millones de habitantes (Lira y Muro, 1981: 389-390). De aquella cantidad, menos de 15 mil eran europeos puros.

Por el contrario, las castas o mestizos, fruto de las uniones de euro-peos con indias y negras, representaban casi 30% de la población colo-nial, pero también fueron objeto de una legislación discriminatoria, y no podían poseer repartos ni encomiendas u ocupar cargos públicos (Lira y Muro, 1981: 441-442). Excluidos de una función social protagónica y del reparto de bienes, tenían que dedicarse a la agricultura en una sociedad donde la tierra ya estaba repartida entre españoles e indígenas, lo que los convirtió en otro factor de desestabilización social. Mientras más blanca era la piel de un individuo, eran mayores sus posibilidades de ascenso social. Mediante el soborno de los funcionarios eclesiásticos —el “registro civil” de la época—, los padres de un individuo de las castas podían lograr que su hijo no fuera incluido en los padrones de infamia, en los cuales era registrado todo aquel que perteneciera a las castas y con ello se le vedaba desde ese momento el acceso a determinados cargos y derechos, como el sacerdocio y la milicia (Rubiel, 1999: 63). Esto explicaría, por ejemplo, que un mestizo con evidentes rasgos fisonómicos de ascendencia negroi-de, como José María Morelos, fuera inscrito como “español” en su fe de bautismo y pudiera así seguir la carrera eclesiástica.

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Dentro de esta sociedad estamental, la esclavitud estaba oficialmente reconocida, si bien mucho menos extendida de lo que se supone. Los indígenas, por ley, eran libres, pero el caso de los negros era diferente, pues dos de cada tres eran esclavos; algunos estaban empleados en el trabajo de las minas, pero la mayoría en los cañaverales y plantíos de café y cacao de las costas, bajo el argumento de que estaban habituados al clima tropical y allí rendían más (Lira y Muro, 1981: 391-392). Algunos podían comprar su libertad, pero lo más común era que se escaparan a la selva donde formaban comunidades más o menos clandestinas llamadas palenques, en las que reproducían lo mejor que podían sus antiguas costumbres africanas, por ello recibieron el calificativo de cimarrones. Vivían de la agricultura, y cuando ésta era insuficiente para satisfacer las necesidades de una población que llegaba a crecer demasiado, se convertían en salteadores de caminos o robaban las haciendas donde antes habían servido. Se hacían de mujeres, dada la escasez de las de su raza, robándolas de los pueblos indios. De esas uniones nacieron los zambos, la casta más baja, despreciada tanto por blancos como por indígenas; no obstante, los zambos eran admitidos en las milicias como soldados rasos.

Los cimarrones eran indeseables en términos sociales (no hay que olvidar la rebelión del negro Yanga, uno de los primeros cimarrones, en el lejano 1609) y entonces no resultó raro que de ellos se nutrieran en gran medida las partidas insurgentes que operaron en la costa de Veracruz y las del sur durante la revolución de Independencia (Lira y Muro, 1981: 451); empero, cuando estalló la revuelta, la esclavitud ya estaba en decadencia, pues gradualmente y en buena medida había sido reemplazada por la servidumbre indígena. Así, su abolición fue relativamente fácil.

Para 1810, poseer esclavos era más que nada un símbolo de estatus social, antes que una necesidad económica indispensable de mano de obra barata. Los esclavos eran empleados principalmente en el servicio doméstico y no tanto en el sector productivo, y representaban apenas 2% de la población total. Si como ocurrió en el sur de Estados Unidos, en Haití o en Brasil el trabajo esclavo numeroso hubiera sido indispensable para la economía colonial, abolir la esclavitud hubiera sido igualmente

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difícil. La Constitución de Cádiz contempló su desaparición paulatina, lo que en cierto momento quitó a la insurgencia uno de sus principales argumentos (Miranda, 1972: 120).

Como demuestra la historia, es más fácil cambiar leyes que men-talidades y costumbres. La idea de la supremacía blanca y, por ende, el supuesto derecho de explotar a quienes se consideraba inferiores, estaban tan fuertemente arraigados en los descendientes de españoles y criollos que tuvo que pasar un siglo desde el estallido de la revolución emancipadora para borrar por completo los resabios coloniales y las formas de explotación creadas durante el virreinato.

Personalidades de los primeros caudillos

En otro orden, pero no menos interesante, está la indagación sobre las motivaciones personales de los primeros caudillos insurgentes, quienes despertaron en las masas la conciencia social.

Hidalgo, nacido en 1753, era en 1810, a los 57 años, el de ma-yor edad entre los dirigentes de la insurgencia. Su familia paterna era originaria de Sultepec y Tejupilco en el actual Estado de México (Castillo, 1985: 18-19). Educado en colegios jesuíticos, parece ser que escogió la carrera eclesiástica sin mucha vocación, lo que, dicho sea de paso, poco importaba entonces pues muchos criollos la escogían por los beneficios económicos y sociales que producía. Destacó por estu-dioso, y por ese motivo sus compañeros lo apodaron Zorro (Fuente, 1980: 129). Ordenado sacerdote hacia 1780, había sido profesor y rector del Colegio de San Nicolás de Valladolid (hoy Morelia), y parece que José María Morelos fue uno de sus alumnos. Ser un lector asiduo de los enciclopedistas —Hidalgo dominaba el francés, además del náhuatl y el tarasco— lo había puesto en la mira de la Inquisición desde 1800, pero las acusaciones en su contra no procedieron, quizá porque su defensor fue su amigo Manuel Abad y Queipo, quien sería obispo de Michoacán, lo cual no fue óbice para que lo excomulgara una vez que Hidalgo se hizo líder insurgente. Aquellas lecturas le costaron el puesto de rector de San Nicolás y lo confinaron a curatos pequeños, como los de Colima

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y San Felipe Torresmochas, hasta que en 1803 ocupó el de Dolores, luego de la permuta que hizo precisamente por el de San Felipe con su hermano José Joaquín, quien falleció poco después de dicho trato (Fuente, 1980: 107-109). Su patrimonio también fue afectado con el embargo realizado por el gobierno de dos haciendas debido a deudas (Herrejón, 1986: 111). No puede descartarse que lo anterior estuviese en Hidalgo y que asumiera la forma del rencor hacia la autoridad colonial, pero también pudo ser una motivación relacionada con la necesidad de derribar al gobierno virreinal.

Sus biógrafos coinciden en que Hidalgo era un hombre activo, poco adaptado a la vida pasiva de un cura de pueblo de principios del siglo xix. Contraviniendo la ley de los monopolios españoles, sembraba mo-reras para criar gusanos de seda y viñedos, además de que enseñaba a sus feligreses alfarería y otros oficios.

La organización de tales industrias le consumía tanto tiempo que delegaba sus obligaciones religiosas en otro sacerdote. La casa cural tanto en San Felipe como en Dolores era conocida humorísticamente como “la Francia chiquita” (Fuente, 1980: 217).

La atención que prestaba a las necesidades y sufrimientos de su grey no lo desconectaba del mundo criollo, cuyos acontecimientos seguía de cerca. Fue el último personaje en sumarse a la conspiración de Querétaro, pero no tardó en ponerse al frente de ésta cuando los militares que la dirigían, como Allende, reconocieron que un párroco de las caracterís-ticas de Hidalgo tenía más posibilidades de atraer a las masas a la causa de la emancipación.

Allende, segundo líder de la gran revolución de 1810, tenía 41 años cuando inició el movimiento. Viudo y padre de tres hijos naturales —con su esposa, fallecida en 1806, no tuvo descendencia—, era un militar de carrera que nació y fue educado en San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende). Cumplió diversos destinos en su oficio castrense. A las órdenes de Félix María Calleja, quien lo reconoció como “un ofi-cial muy capaz”, participó en 1801 en la expulsión de una expedición filibustera norteamericana que incursionó en Texas; en 1802, de nuevo con Calleja, participó en el sofocamiento de la rebelión de “El indio

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Mariano”, en Nayarit. Entre 1806 y 1808 estuvo acantonado en Jalapa con el ejército que el virrey Iturrigaray mantenía allí en previsión de una invasión británica, pero fue relevado y regresado a su pueblo natal al descubrírsele propagando ideas independentistas entre otros oficia-les criollos. Sin embargo, en 1805 había sido ascendido a capitán y puesto al mando de uno de los dos batallones que formaban el Regimien-to Provincial de Dragones de la Reina emplazado en su pueblo natal (Fuente, 1980: 220). Hay evidencias coincidentes en que era un hombre de su tiempo, con las cualidades y prejuicios propios de un criollo de cierta posición, ya que fue uno de los más fervientes defensores de la tesis fernandista. Allende sabía que no era poseedor del carisma de Hidalgo, por ello accedió a entregarle el mando general del movimiento, el cual esperaba de alcances limitados y controlado por militares profesionales. Cuando los acontecimientos rebasaron esa expectativa, ya en el curso de la campaña, se acentuaron sus diferencias con el Cura de Dolores, de quien, en privado, se refería como “el cura bribón” (Castillo, 1985: 76).

De Juan Aldama se sabe muy poco de su vida anterior a 1810. A diferencia de su hermano Ignacio, abogado afín a la causa, Juan era un militar criollo, como Allende, aunque algo más joven que éste, pues tenía 35 años y también fue capitán del Regimiento de la Reina. Nació en San Miguel el Grande y su carrera fue casi paralela a la de Allende (Fuente, 1980: 221).

Josefa Ortiz de Domínguez, la corregidora de Querétaro, nació en 1768 y, como Hidalgo lo fue entre los curas, era una rara avis entre las damas provincianas de alta posición, confinadas por la sociedad al ho-gar y entregadas al cuidado de los hijos, el bordado, la misa y la cocina. Criolla por nacimiento y convicciones, conocía la discriminación que practicaban los peninsulares. Era la esposa de Miguel Domínguez, un funcionario colonial, y madre de nada menos que 14 hijos, lo cual no le impidió cumplir un papel activo en la conspiración de Querétaro. Todo indica que influyó en su esposo, hombre conservador y nada afecto a las aventuras, para que formara parte del movimiento. Ello les valdría a ambos la pérdida de su alto puesto dentro de la burocracia virreinal y su privilegiada posición social, así como largos años de prisión. No obstante,

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estuvieron entre los pocos iniciadores del movimiento que llegaron a ver consumada la Independencia once años después.

La Independencia se gestó como un movimiento esencialmente criollo, pero se radicalizó al hacer partícipes a las castas y los indígenas.

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DECRETOS Y PROCLAMAS

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en aLgunos de Los poemas, canciones y sonetos que datan de los inicios del siglo xix hay referencia del sentir de un pueblo que deseaba parti-cipar, así fuera mínimamente, en el gran movimiento que sacudió a la Nueva España a partir del 16 de septiembre de 1810.

Es sabido que la rebelión que se gestó inicialmente como un mo-vimiento criollo y siguió el estandarte guadalupano de Hidalgo careció inicialmente de ideas concretas. Se quería destruir el injusto orden colonial a partir de la idea de que la verdadera liberación podría llegar de golpe con sólo derribar a los españoles, pero sin tener aún visión clara de con qué reemplazarlo. Las ideas de aquellos campesinos iletrados eran sencillas y sus convicciones profundamente religiosas. Si los obispos excomulgaron a Hidalgo, para el pueblo que seguía a éste, los verdaderos “herejes” eran los representantes del alto clero. Hidalgo, consciente del profundo catolicismo de su gente, revistió su lucha polí-tica con un manto religioso que para quienes lo seguían tenía visos de cruzada, de una lucha del bien contra el mal.

Pero Hidalgo, criollo ilustrado, sí tenía ideas avanzadas que deseaba llevar a la práctica, y entre ellas estaba sin duda la de deshacerse de la figura de Fernando vii en el momento oportuno. Hacerlas comulgar con los ideales simples del pueblo no fue tarea fácil y tampoco dispuso por causa de la guerra de tiempo suficiente para ordenarlas; algunos decretos y proclamas promulgados durante su estancia en Guadalajara, así como su respuesta a la oferta de indulto del virrey, pueden darnos una idea del pensamiento del cura de Dolores y es por ello que no pode-mos dejar de incluirlos en nuestra obra, aunque no sean necesariamente una muestra de participación popular. Se adjunta también una carta remitida por la Junta de Sevilla como muestra de gratitud por la lealtad demostrada por el pueblo de México al reconocer la autoridad de dicha

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Junta (es obvio que tal carta llegó antes de que se produjera el Grito de Dolores), así como una proclama de Morelos a nombre de Hidalgo, considerada el primer documento de éste dentro de la insurgencia. Y, como todo documento relacionado con el llamado Padre de la Patria es digno de estudio e interés, se adjuntan su fe de bautismo, así como los documentos relativos a su juicio, condena y ejecución, finalizando con la injuriosa proclama que Calleja hizo colocar en la puerta de la Alhóndiga de Granaditas, cuando las cabezas de los caudillos fueron colgadas en jaulas en las esquinas de ese edificio.

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Fe de bautismo del Sr. Cura don Miguel Hidalgo y Costilla

Yo, el ciudadano Teodoro Degollado, teniente encargado del curato y juz-gado eclesiástico de este pueblo de pénjamo y su partido, con asistencia del presente notario nombrado doy fe que en este libro de bautismos de esta iglesia, forrado en pergamino, que registre, en el año de mil se-tecientos cincuenta y tres, fojas diez y seis vuelta, se halla una partida que es del tenor siguiente.

“En la capilla de Cuitzeó de los Naranjos, a los diez y seis de mayo de setecientos cincuenta y tres: el Br. D. Agustín Salazar, teniente de cura, solemnemente bautizo, puso óleo y crisma y por nombre Miguel, Gregorio, Antonio, Ignacio a un infante de ocho días, hijo de D. Cristóbal Hidalgo y Costilla y de doña Anamaría Gallaga, españoles cónyuges, vecinos de corralejo; fueron padrinos D. Francisco y doña María Cisneros a quienes se amonestó el parentesco de obligación, y lo firmó con el ac-tual cura Bernardo de Alcocer.” concuerda con la original de dicho libro a que me remito: va cierta, fiel y verdadera, corregida y concertada, y para que conste donde convenga la saqué hoy diez y siete de Enero de mil ochocientos veinticinco. Teodoro Degollado. Felipe de Jesús Cisneros, notario nombrado

Rogelio Orozco Farías (recop.), Fuentes históricas de la Independencia 1808-1821, p. 86.

Nota. El nombre completo de Hidalgo era Miguel Gregorio Antonio Ignacio

Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor.

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La Gratitud Nacional

MEXICANOS: El abuso de poder pretendió concentrar en su seno todos los derechos de la soberanía, circulando con este objetivo funestas proclamas que esparcieron el temor y la consternación por las hermosas provincias de este basto imperio, pero vuestro inflexible patriotismo conducido por la mano de la sabiduría prevaleció a la intriga y al poder, desbaratando su mano armada los planes de la ambición. Vuestro brazo irresistible digno de los descendientes de un conquistador echó por tierra al soberbio coloso ¡escena lisongera! A presencia de los agentes de la tiranía; vuestro brazo irresistible salbó la porción más preciosa de la monarquía española, haciendo reconocer la legitima autoridad de la junta suprema de Sevilla sobre esos dominios.

MEXICANOS: gloria inmortal a vuestra lealtad y patriotismo; maldi-ción eterna a la traición y el egoísmo.

El autor a nombre de la Nación.

Fondo reservado de la Hemeroteca Nacional, Manifestación de la Legí-tima Autoridad de Sevilla sobre las Colonias Españolas de América, 1810, s/p.

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Edicto del obispo electo de Michoacán D. Manuel Abad y Queipo excomulgando

al cura Hidalgo y sus seguidores

Omne regnum in se divisum desolavitur. Todo reino dividido en posesiones será destruido y arruinado, dice Jesucristo, nuestro bien —Cap. xi de San Lucas, v. xvii. Sí, mis amados fieles: la historia de todos los siglos, de todos los pueblos y naciones, la que ha pasado por nuestros ojos de la revolución francesa, la que pasa actualmente en la península, en nuestra amada y desgraciada patria, confirman la verdad infalible de este divino oraculo. Pero el ejemplo más analogo á nues-tra situación lo tenemos más inmediato en la parte francesa de Santo Domingo1, cuyos propietarios eran los hombres más ricos, acomodados y felices que se conocían sobre la tierra. La población era compuesta casi como la nuestra, de franceses europeos y franceses criollos, de in-dios naturales del país, de negros y de mulatos y de castas resultantes de las primeras clases.

Entró la división y la anarquía, por efecto de la citada revolucion francesa, y todo se arruinó y se destruyó en lo absoluto. La anarquía en la Francia causó la muerte de dos millones de franceses, esto es, cerca de dos vigésimos, la porción más florida de ambos sexos que existía; arruinó su comercio y su marina y atrasó la industria y la agricultura. Por la anarquía en Santo Domingo degolló todos los blancos, franceses

1 La rebelión negra de Santo Domingo —hoy Haití— contra los blancos, en la que pereció la mitad de la población de la isla y que culminó con la muerte o la huida de todos los colonos franceses entre 1791 y 1804 (Galeano, 1987: 102-104), y que Abad y Queipo cita como ejemplo negativo, fue un motivo de alarma en las colonias españolas, que temían que los indígenas o las castas de sus dominios emprendieran similares guerras de exterminio contra sus opresores. Siendo la rebelión insurgente en muchos aspectos una guerra de castas en la que el alto y el bajo clero novohispanos involucraron sus diferencias y tomaron partido según les conviniera, no es de extrañar que los altos prelados como Abad y Queipo —en otro tiempo buen amigo de Hidalgo y partidario de reformas políticas y sociales en la Colonia— se volvieran desde un principio contra Hidalgo y lo llenaran de invectivas y excomuniones por temor a la gran muchedumbre india y mestiza que lo seguía y en la que veían el mayor peligro para la sociedad por lo ingobernable que resultaba y que llevó a la mayoría de los criollos a cerrar filas con el gobierno español. No se equivocó el obispo en sus apreciaciones sobre lo que la guerra traería, pues jamás tuvo lugar el triunfo rápido que Hidalgo quizá esperaba; en los once años que duró la lucha, murió 10% de la población de la Nueva España y el país nació a la vida independiente en medio de la ruina económica y el caos social.

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y criollos, sin haber quedado uno siquiera; y degolló los cuatro quintos de todos los demás habitantes, dejando la quinta parte restante de ne-gros y mulatos en odio eterno y guerra mortal, en que deben destruirse enteramente. Devastó todo el país, quemando y destruyendo todas las posesiones, todas las ciudades, villas y lugares, de suerte que el país mejor poblado y cultivado que había en todas las americas, es hoy un desierto albergue de tigres y leones. Hé aquí el cuadro horrendo, pero fiel, de los estragos de la anarquía en Santo Domingo.

La Nueva España que había administrado la Europa por los más brillantes testimonios de lealdad y patriotismo en favor de la madre patria, apoyándola y sosteniéndola con sus tesoros, con su opinion y sus escritos, manteniendo la paz y la concordia, á pesar de las insidias y tramas del tirano del mundo, se vé hoy amenazada por la discordia y anarquía y con todas las desgracias que la siguen y ha sufrido la citada isla de Santo Domingo. Un ministro del Dios de la paz, un sacerdote de Jesucristo, un pastor de almas, (no quisiera decirlo) el cura de Dolores D. Miguel Hidalgo, (que había merecido hasta aquí mi confianza y mi amistad) asociado de los capitanes del regimiento de la Reina, D. Ignacio Allende, D. Juan Aldama y D. Josef Mariano Abasolo levantó el estandarte de la rebelion y encendió la tea de la discordia y la anarquía, y seduciendo una porcion de labradores inocentes, les hizo tomar las armas, y cayendo sobre el pueblo de Dolores el 16 del corriente al amanecer, sorprendió y arrebató á los vecinos europeos, saqueó y robó sus bienes, y pasando después á las siete de la noche á la villa de San Miguel el Grande, ejecutó lo mismo, apoderándose en una y otra parte de la autoridad del gobierno. El viernes 21 ocupó del mismo modo á Celaya y según noticias parece que se ha extendido ya á Salamanca é Irapuato. Lleva consigo a los europeos arrestados, y entre ellos al sacristan de Dolores, al cura de Chamacuero y á varios religiosos carmelitas de Celaya, amenazando á los pueblos que los ha de degollar si le oponen alguna resistencia. E insultando a nuestra religión y a nuestro soberano D. Fernando vii, pintó en un estandarte la imagen de nuestra augusta patrona Nuestra Señora de Guadalupe, y le puso la inscripción siguiente: “Viva la Religión, viva nuestra madre

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Santísima de Guadalupe, Viva Fernando vii, Viva la América y muera el mal gobierno”.

Como la religión condena á la rebelion, el asesinato, la opresion de los inocentes; y la madre de Dios no puede proteger los crimenes, es evidente que el cura de Dolores, pintando en un estandarte de sedicion la imágen de nuestra Señora y poniendo en él la referida conspiración, cometió dos sacrilegios gravísimos, insultando á nuestra religion y á nuestra Señora. Insulta igualmente á nuestro Soberano, despreciando y atacando al gobierno que lo representa, oprimiendo á sus vasallos inocentes, perturbando el orden público y violando el juramento de fe-licidad al Soberano y al gobierno, resultando perjuro, igualmente que los referidos capitanes. Sin embargo, confundiendo la religion con el crimen, y la obediencia con la rebelion, ha logrado seducir el candor de pueblos, y ha dado bastante cuerpo la anarquía que quiere establecer. El mal hará rápidos progresos si la vigilancia y energía del gobierno y la lealtad ilustrada de los pueblos no lo detuviesen.

Yo, que á solicitud vuestra y sin cooperación alguna de mi parte, me veo elevado a la alta dignidad de vuestro obispo, de vuestro pastor y padre debo salir al encuentro á este enemigo, en defensa del rebaño que se me ha confiado, usándo de la verdad y la razón contra el engaño; y del rayo terrible de la excomunión contra la pertinacia y protervia.

Si, mis caros y amados fieles, yo tengo derechos incontestables á vues-tro respeto, á vuestra sumisión y obediencia en la materia. Soy Europeo de origen; pero soy americano de adopción, por voluntad y por domicilio de más de 31 años. No hay entre nosotros uno solo que tome más interés en vuestra verdadera felicidad. Quizá no habrá otro que se afecte tan dolorosa y profundamente como yo, en vuestras desgracias; porque acaso no habrá habido otro que se haya ocupado y ocupe tanto de México. Nin-guno ha trabajado tanto como yo en promover el bien público, en man-tener la paz, y concordia entre todos los habitantes de la América, y en prevenir la anarquía que tanto he temido desde mi regreso de la Europa. Es notorio mi carácter y mi celo. Así pues me debéis creer.

En este concepto y usando de la autoridad que ejerzo como obispo electo y gobernador de esta mitra; declaro que el referido D. Miguel

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Hidalgo, cura de Dolores, y sus secuaces, los tres citados capitanes, son perturbadores del órden público, sacrílegos, perjuros y que han incurrido en la excomunión del Canon: Si quis suadente Diabolo, por haber atentado contra la persona y libertad del sacristán de Dolores, del cura de Chamacuero, y de varios religiosos del convento del Cár-men de Celaya, aprisionándolos y manteniéndolos arrestados. Los declaro excomulgados vitandos, prohibiendo, como prohibo, el que ninguno les de socorro, auxilio y favor, bajo la pena de excomunión mayor, “ipso facto incurrendo” sirviendo de monición este edicto, en que desde ahora para entonces declaro incursos á los contraventores. Así mismo exhorto y requiero á la porción del pueblo que trae seduci-do, con título de soldados y compañeros de armas, que se restituyan á sus hogares y lo desamparen al tercero día siguiente inmediato al que tuvieren noticia de este edicto, bajo la misma pena de excomunión mayor en que desde ahora para entónces los declaro incursos, y á todos los que voluntariamente se alistaren bajo sus banderas, ó de cualquier modo les dieren favor y auxilio.

Item: declaro que el dicho cura Hidalgo y sus secuaces son unos seductores del pueblo, y calumniadores de los europeos. Si mis amados fieles, es una calumnia notoria. Los europeos no tienen, ni pueden tener otros intereses que los mismos que tenéis vosotros los natura-les del país, es á saber, auxiliar a la madre patria en cuanto se pueda, defender estos dominios de toda invasión extranjera para el Soberano que hemos jurado, ó cualquier otro de su dinastía, bajo el gobierno que le representa, segun y en la forma que resuelva la nación representada en las Cortes que, como se sabe, se están celebrando en Cádiz ó Isla de Leon, con los representantes interinos de las Américas, mientras llegan los propietarios. Esta es la egida bajo la cual nos debemos aco-ger, este es el centro de unidad de todos los habitantes de este reino, colocado en manos de nuestro digno gefe el Excmo. Señor Virey ac-tual, que lleno de conocimientos militares y políticos, de energía y justificación, hará de nuestros recursos y voluntades el uso más con-veniente para la conservación de la tranquilidad, del órden público, y para la defensa exterior de todo el Reino. Unidas todas las clases del

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Estado de buena fé, en paz y concordia bajo un gefe semejante, son gran-des los recursos de una nación como la Nueva España, y todo lo podremos conseguir. Pero desunidos, roto el freno de las leyes, perturbado el orden público, introducida la anarquía, como pretende el cura de Dolores, se destruirá este hermoso país. El robo, el pillaje, el incendio, el asesinato, las venganzas incendiarán las haciendas, las ciudades, las villas y lugares, exterminarán los habitantes, y quedará un desierto para el primer invasor que se presente en nuestras costas. Si, mis caros y amados fieles: tales son los efectos inevitables y necesarios de la anarquía, detestadle con todo vuestro corazón, armaos con la fé católica, contra las seducciones diabólicas que os conturban, fortificad vuestro corazón con la caridad evangélica que todo lo soporta y todo lo vence. Nuestro Señor Jesucristo que nos redimió con su sangre, se apiade de nosotros y nos proteja de tanta tribulación, como humildemente se lo suplico.

Y para que llegue á noticia de todos y ninguno alegue ignorancia, he mandado que este edicto se publique en esta Santa Iglesia Catedral, y se fije en sus puertas, según estilo, y que lo mismo se ejecute en todas las parroquias del obispado, dirigiéndose al efecto los ejemplares correspondientes. Dado en Valladolid á los veinticuatro días del mes de Septiembre de mil ochocientos diez. Sellado con el sello de mis armas y refrendado por el inscripto secretario.— Manuel Abad y Queipo, obispo electo de Michoacán.

Por mandato de S. S. Y, El obispo mi Señor, Santiago Carmiña, secretario.

José M. de la Fuente, Hidalgo íntimo, pp. 483-487.

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Proclama de Hidalgo a la Nación Americana

¿Es posible, americanos, que habéis de tomar las armas contra vuestros hermanos que están empeñados con riesgo de su vida en libertarnos de la tiranía de los europeos, y en que dejéis de ser esclavos suyos? ¿No cono-céis que esta guerra es solamente contra ellos y que por tanto sería una guerra sin enemigos, que estaría concluida en un día si vosotros no les ayudaseis a pelear? No os dejéis alucinar, americanos, ni deis lugar a que se burlen más tiempo de vosotros y abusen de vuestra bella índole y docilidad de corazón, haciéndoos creer que somos enemigos de Dios, y queremos trastornar su santa religión, procurando con imposturas y calumnias hacernos parecer odiosos a vuestros ojos. No: Los america-nos jamás se apartaran un punto de las máximas cristianas, heredadas de sus honrados mayores. Nosotros no conocemos otra religión que la católica, apostólica, romana y por conservarla pura e ilesa en todas sus partes, no permitiremos que se mezclen en este continente extranjeros que la desfiguren.

Estamos prontos a sacrificar gustosos nuestras vidas en su defensa, protestando delante del mundo entero que no hubiéramos desenvainado la espada contra estos hombres, cuya soberbia y despotismo hemos sufrido con la mayor paciencia por espacio de casi 300 años, en que hemos visto quebrantados los derechos de la hospitalidad y roto los vínculos más honestos que debieron unirnos, después de haber sido el juguete de su cruel ambición y víctimas desgraciadas de su codicia, insultados y provocados por una serie no interrumpida de desprecios y ultrajes, y degradados a la especie miserable de insectos y reptiles, si no nos constase que la nación iba a perecer irremediablemente, y nosotros a ser viles esclavos de nuestros mortales enemigos, perdiendo para siempre, nuestra religión, nuestra ley, nuestra libertad, nuestras costumbres, y cuanto tenemos más sagrado y más precioso que custodiar.

Consultad a las provincias más invadidas, a todas las ciudades, villas y lugares y veréis que el objeto de nuestros constantes desvelos, es el mantener nuestra religión, nuestra ley, la patria y pureza de costum-bres, y que no hemos hecho otra cosa que apoderarnos de las personas

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de los europeos, y darles un trato que ellos no nos darían, ni nos han dado a nosotros. Para la felicidad del reino es necesario quitar el mando y el poder de las manos de los europeos: esto es todo el objeto de nuestra empresa, para la que estamos autorizados por la voz común de la nación y por los sentimientos que se abrigan en los corazones de todos los criollos, aunque no puedan explicarlos en aquellos lugares en donde están todavía bajo la dura servidumbre de un gobierno ar-bitrario y tirano, deseosos de que se acerquen nuestras tropas a des-atarles las cadenas que los oprimen. Esta legítima libertad no puede entrar en paralelo con la irrespetuosa que se apropiaron los europeos cuando cometieron el atentado de apoderarse de la persona del ex-celentísimo señor Iturrigaray, y trastornar el gobierno a su antojo sin conocimiento nuestro, mirándonos como hombres estúpidos y como manada de animales cuadrúpedos sin derecho alguno de saber nues-tra situación política.

En vista pues del sagrado fuego que nos inflama y de la justicia de nuestra causa, alentaos, hijos de la patria, que ha llegado el día de la gloria2 y la felicidad pública de esta América. ¡Levantaos, almas nobles de los americanos! Del profundo abatimiento en que habéis estado sepultados, y desplegad todos los resortes de vuestra energía y de vuestro valor, haciendo ver a todas las naciones las admirables cualidades que os adornan y la cultura de que sois susceptibles. Si tenéis sentimientos de humanidad, si os horroriza el ver derramar la sangre de vuestros hermanos, y no queréis que se renueven en cada paso las espantosas escenas de Guanajuato, del Paso de Cruces, de San Gerónimo Aculco, de la Barca, Zacoalco y otras; si apetecéis que estos movimientos no degeneren en una revolución que procuramos evitar todos los americanos, exponiéndonos en esta confusión a que venga un extranjero a dominarnos; en fin, si queréis ser felices, deser-taos de las tropas de los europeos y venid a uniros a nosotros, dejad que se defiendan solos los ultramarinos y veréis esto acabado en un día sin perjuicio de ellos ni vuestro y sin que perezca ni un solo individuo;

2 Palabras tomadas de La Marsellesa [N. del Coord.].

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pues nuestro ánimo es solo despojarlos del mando, sin ultrajar sus personas ni haciendas.

Abrid los ojos, considerad que los europeos pretenden ponernos a pelear criollos contra criollos, retirándose ellos a observar desde lejos; y en caso de serles favorables, apropiarse toda la gloria del ven-cimiento, haciendo después mofa y desprecio de todo el criollismo y de los mismos que los hubiesen defendido. Advertid, que aún cuan-do llegasen a triunfar ayudados por vosotros, el premio que debéis esperar de vuestra inconsideración, sería el que doblasen vuestras cadenas, y el veros sumergidos en una esclavitud mucho más cruel que la anterior. Para nosotros es de mucho más aprecio la seguridad y la conservación de nuestros hermanos; nada más deseamos que el no vernos precisados a tomar las armas contra ellos; una sola gota de sangre americana pesa más en nuestra estimación que la prospe-ridad de algún combate, que procuraremos evitar cuanto sea posible y nos lo permita la felicidad a que aspiramos, como ya hemos dicho. Pero con sumo dolor de nuestro corazón protestamos que pelearemos contra todos los que se opongan a nuestras justas pretensiones, sean quienes fuesen; y para evitar desórdenes y efusión de sangre, obser-varemos inviolablemente las leyes de guerra y de gentes para todos en lo adelante.

El Despertador Americano. Correo político económico de Guadalaxara, Jueves 27 de diciembre de 1810, pp. 15-16.

Nota. Hidalgo envió esta proclama para rebatir su excomunión. La religión

se convertía en otra arma política. Hay una muestra patente de su criollismo

cuando hace énfasis en que su lucha es sólo contra los europeos; pero la ma-

yoría de los criollos, atemorizados por la participación de indígenas y castas

en lo que hasta entonces era una pugna sólo entre españoles peninsulares e

indianos, cerraron filas con el gobierno virreinal. El cura de Dolores, desilu-

sionado de la gente del estamento social al que siempre había pertenecido

y al cual veía profundamente dividido, terminó entregándose enteramente

a los intereses de indígenas y mestizos; esto lo alejó de sus lugartenientes,

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en especial de Allende, quien por sobre todas las cosas era criollo y un fiel

representante de su clase.

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Decreto emitido por José María Ansorena en Guadalajara el 19 de octubre de 1810

En puntual cumplimiento de las sabias y piadosas disposiciones3 del Exmo. Sr. Capitán General de la Nación Americana, Dr. Don Miguel Hi-dalgo y Costilla, de que debe esta rendirle las más expresivas gra-cias por tan singulares beneficios, prevengo a todos los dueños de esclavos y esclavas, que luego inmediatamente que llegue á su noticia esta plausible orden superior, los pongan en libertad, otorgándoles las necesarias escrituras de atala horria con las inserciones acos-tumbradas para que puedan tratar y contratar, comparecer en juicio, otorgar testamentos, codicilos y ejecutar las demás cosas que ejecutan y hacen las personas libres; y no lo haciendo así los citados dueños de esclavos y esclavas, sufrirán irremisiblemente la pena capital y confiscación de todos sus bienes. Bajo la misma que igualmente se impone no comprarán en lo sucesivo ni venderán esclavo alguno, ni los escribanos, ya sean del número o reales, extenderán escrituras corrientes á este género de contratos, pena de suspensión de oficio y confiscación de bienes por no exigirlo la humanidad, ni dictarlo la misericordia. Es también el ánimo piadoso su Exa. quede totalmente abolida para siempre la paga de tributos para todo género de castas sean las que fueren para que ningún juez ni recaudador exijan esta pensión ni los miserables que antes la satisfacían la paguen, pues el ánimo del Excmo. Sr. Capitán General es beneficiar á la Nación Americana en cuanto le sea posible.— Asimismo prevengo á todos los administradores de las aduanas, receptores y gariteros, que á los na-turales no les cobren derecho alguno por la raspa de magueyes ni por el fruto de pulques por ser personas miserables que con lo que trabajan apenas les alcanza para la manutención y subsistencia de sus fami-lias: ni tampoco cobrarán del aguardiente de caña más que un peso

3 Riva Palacio (1973, t. III: 137) da una breve descripción de las que medidas que tomó José María de Ansorena Caballero luego de ser nombrado intendente por Hidalgo. Entre dichas medidas están las que se incluyen en el bando que aquí se transcribe.

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por cada barril de los que entraren en las fábricas á la capital, y esto por sólo una vez, de modo que teniendo que pasar los barriles de una á otras partes, en éstas no se exija cosa alguna, pues con solo el pri-mer peso cobrado, quedará satisfecha esta pensión. En consecuencia de lo cual se pasará á la Aduana de esta ciudad un tanto autorizado de esta orden, para que inmediatamente la comunique á las receptorías y garitas de su cargo para la debida inteligencia. Se previene a toda la plebe que si no cesa el saqueo y se aquietan, serán inmediatamente colgados, para lo que están preparadas cuatro horcas en la plaza mayor: prevengo á todo forastero que en el acto salgan de esta ciudad aper-cibido de que no hacerlo se aprehenderán y remitirán por cordillera al ejército. Y para que llegue á noticia de todos, y ninguno alegue ignorancia, mando se publique por bando que es fecho en Valladolid á diez y nueve de octubre de 1810.

Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos, t. iii, pp. 137-138. [El mismo documento está publicado en Ernesto Lemoine, Insurgencia y república federal 1808-1824, p. 83, con ligeras variantes ortográficas y de palabras, y en Secretaría de Educación Pública, Documentos de la Guerra de Independencia, pp. 15-16].

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Fragmento de una carta de Hidalgo sobre las batallas de las Cruces y Aculco

El vivo fuego que por largo tiempo mantuvimos en el choque de las Cruces debilitó nuestras municiones en términos que convidándonos la entrada a México las circunstancias en que se hallaba, por este motivo no resolvimos su ataque, y sí el retroceder para habilitar nuestra artillería. De regreso encontramos al ejército de Calleja y Flon, con que no pudiendo entrar en combate por lo desproveído de nuestra artillería, solo se entretu-vo un fuego lento y a mucha distancia, entretanto se daba lugar a que se retirara la gente sin experimentar quebranto, como lo verificó.

Esta retirada, necesaria para las circunstancias, tengo noticia se ha interpretado como una total derrota, cosa que tal vez puede desalentar a los pusilánimes, por lo que he tenido a bien exponer a usted esto para que imponga a los habitantes de esa ciudad en que, de la retira-da mencionada, no resultó más gravamen que la pérdida de algunos cañones y unos seis u ocho hombres que se ha regulado perecieron o se perdieron; pero que esta no nos debe ser sensible, así porque en el día está reunida nuestra tropa, como porque tengo montados y en toda disposición cuarenta y tantos cañones reforzados de 12-16 y de otros calibres en diversos puntos, por lo que concluidos los más que se están sanando y provistos de abundante bala y metralla, no dilataré en acer-carme a esa capital de México con fuerzas más respetables y temibles a nuestros enemigos.

Me dirá usted en contestación como se hallan esos ánimos, que noticias corren con alguna probabilidad, que se dice de México, Tlaxcala, etc., y últimamente cuanto ocurra.

Es regular se hayan reconocido los bienes de los europeos y el que se hayan vendido algunos. El dinero existente de éstos, de rentas, y lo más que pueda realizarse de acuerdo con el corregidor me lo remiten para la conclusión de mis disposiciones.

Dios guarde a usted muchos años.Cuartel general de Celaya, noviembre 13 de 1810.Miguel Hidalgo (rúbrica), Generalísimo de América.

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Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: razones de la insurgencia y biografía documental, pp. 228-229.

Nota. Hidalgo era un hombre eminentemente epistolar. Es de subrayarse que en

esta carta tratara de justificarse por el retroceso de sus fuerzas y la derrota

de Aculco, bastante más costosa de lo que admite. Jamás estuvo tan cerca la

insurgencia de tomar la capital como después de la batalla del Monte de las

Cruces. Las razones verdaderas del retroceso del cura rebelde siempre serán

un misterio.

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Decreto avoliendo la exclavitud

D. MIGUEL HIDALGO, GENERALÍSIMO DE AMÉRICA, ETC.

Desde el feliz momento en que la valerosa nación americana tomó las armas para sacudir el pesado yugo que por espacio de cerca de tres siglos la tenía oprimid[a], uno de sus principales objetos fué extinguir tantas gabelas con que no podían adelantar en fortuna; mas como en las urgentes y críticas circunstancias del tiempo no se puede conse-guir la absoluta abolición de gravamen; generoso siempre el nuevo gobierno, sin perder de vista tan altos fines que anuncian la prosperi-dad de los americanos, trata de que estos comiencen á disfrutar del descanso y alivio, en cuanto lo permita la urgencia de la nación, por medio de las declaraciones siguientes, que deveran observarse como ley inviolable.

”Que siendo contra los clamores de la naturaleza, el vender á los hombres, quedan abolidas las leyes de la esclavitud, no solo en cuanto al tráfico y comercio que se hacia de ellos, sino también por lo relativo á las adquisiciones; de manera que conforme al plan del reciente gobierno, pueden adquirir para sí, como unos individuos libres al modo que se observa en las demás clases de república, en cuya consecuencia supuestas las declaraciones asentadas deberán los amos, sean americanos ó europeos, darles libertad dentro del término de diez dias so pena de muerte, que por inobservación de este artículo se les aplicará.

”Que ninguno de los individuos de las castas de la antigua legis-lación, que llevaban consigo la ejecutoria de su envilecimiento en las mismas cartas de pago del tributo que se les exigía, no lo paguen en lo sucesivo, quedando exentos de una contribución tan nociva al recomendable vasallo.

”Que siendo necesario de parte de éste alguna remuneración para los forzosos costos de guerra, y otros indispensables: para la defensa y decoro de la nación se contribuya con un dos por ciento de alcabala en los efectos de la tierra y con el tres en los de Europa, quedando derogadas las leyes que establecían en el seis.

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”Que supuestos los fines asentados de beneficencia y magnanimidad, se atienda al alivio de los litigantes, concediéndoles para siempre la gracia de que en todos sus negocios, despachos, escritos, documentos y demás actuaciones judiciales ó extrajudiciales se use del papel comun, abrogandose todas las leyes, cédulas y reales ordenes que establecieron el uso del sellado.

”Que á todo sugeto se le permite francamente la libertad de fabricar pólvora, sin exigirle derecho alguno, como ni á simples de que se compone; entendido sí, de que ha de ser preferido el gobierno en las ventas que se hagan para el gasto de las tropas; asimismo deberá ser libre el vino y demas bebidas prohibidas, concediéndoseles á todos la facultad de poderlo beneficiar y extender, pagando si, el derecho establecido en Nueva Galicia.

”Del mismo modo serán abolidos los estancos de todas clases de penciones que se exijan á los indios.

”Por último, siendo tan recomendable la protección y fomento de la siembra, beneficio y cosecha del tabaco, se les concede á los labradores y demas personas que se quieran dedicar á tan importante ramo de agricultura, la facultad de poderlo sembrar haciendo tráfico y comercio de él; entendidos, de que los que emprendieron con eficacia y empeño este género de siembra se haran acreedores á la beneficencia y franquezas del gobierno.

”Y para que llegue á noticia de todos, y tenga su debido cumplimiento, mando se publique por bando en esta capital y demas ciudades, villas y lugares conquistados, remitiéndose el corriente número de ejem-plares á los tribunales, jueces y demás personas á quienes correspon-da su inteligencia.

”Dado en la ciudad de Guadalaxara, á 29 de Nobiembre de 1810.— Miguel Hidalgo y Costilla.”

José M. de la Fuente, Hidalgo íntimo, pp. 496-498.

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Los inicios: textos y testimonios

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Nota. La referencia que se hace en el segundo párrafo a “las demás clases de

la república” alude a las denominaciones coloniales de república de españo-

les y república de indios.

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La participación social en la Independencia

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Decreto de Hidalgo en contra de la esclavitud, las gabelas y el uso de papel sellado

Don Miguel Hidalgo y Costilla, Generalísimo de América, etc.“Desde el feliz momento en que la valerosa nación americana tomó

las armas para sacudir el pesado yugo, que por espacio de tres siglos la tenían oprimida, uno de sus principales objetos fué exterminar tantas gabelas con que no podía adelantar su fortuna; mas como en las críticas circunstancias del día no se pueden dictar las providencias adecuadas a aquel fin, por la necesidad de reales que tiene el reino para los costos de la guerra, se atienda por ahora á poner el remedio en lo más urgente para las declaraciones siguientes:

”1a.— Que todos los dueños de esclavos deberán darles la libertad, dentro del término de diez días, so pena de muerte, la que se les aplicará por transgresión de este artículo.

”2a.— Que cese para lo sucesivo la contribución de tributos, respecto de las castas que lo pagaban y toda exacción que á los indios se les exija.

”3a.— Que en todos los negocios judiciales, documentos, escrituras y actuaciones, se haga uso de papel común, quedando abolido el del sellado.

”4a.— Que todo aquel que tenga instrucción en el beneficio de la pólvora, pueda labrarla, sin más obligación que la de preferir al gobierno en las ventas para el uso de sus ejércitos, quedando igualmente libres todos los simples de que se compone.

”Y para que llegue a noticia de todos, y tenga su debido cumplimiento, mando se publique por bando en esta capital y demás Villas y lugares conquistados, remitiéndose el competente número de ejemplares a los tri-bunales, jueces y demás personas á quienes corresponda su cumplimiento y observancia”.

Dado en la ciudad de Guadalajara, á 6 de Diciembre de 1810.—Miguel Hidalgo y Costilla, Generalísimo de América. Por mandado de S. A. Lic. Ygnacio Rayón, Secretario.

Secretaría de Educación Pública, Documentos de la Guerra de Indepen-dencia, pp. 17-18.

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Los inicios: textos y testimonios

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Nota. Aunque la esclavitud era una institución en decadencia en el imperio

español, el peonaje indígena —otro tipo de esclavitud disfrazada— era la ma-

yor fuerza de trabajo, por lo que Hidalgo consideró que abolir el “comercio de

cuerpos y almas” sería una buena medida para allegarse partidarios, publicitar

los propósitos de su lucha y recalcar que la suya era una guerra justa. A lo largo

del enfrentamiento, uno y otro bando abolieron la esclavitud al menos una media

docena de veces según lo fueron necesitando en función de sus propósitos po-

líticos. Aquí se publican las disposiciones de Hidalgo del 29 de noviembre y el

6 de diciembre de 1810.

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La participación social en la Independencia

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Decreto de Hidalgo por el que ordena la devolución de las tierras a los pueblos indígenas

Don Miguel Hidalgo y Costilla, Generalísimo de América, etc.Por el presente mando a los jueces y justicias del distrito de esta

Capital, que inmediatamente procedan a la recaudación de las rentas vencidas hasta el día por los arrendatarios de las tierras pertenecientes a las comunidades de los naturales, para que enterándolas en la Caja Nacional se entreguen a los referidos naturales las tierras para su cultivo, sin que para lo sucesivo puedan arrendarse, pues es mi voluntad que su goce sea únicamente de los naturales en sus respectivos pueblos.

Dado en mi Cuartel General de Guadalajara á 5 de Diciembre de 1810.— Miguel Hidalgo, Generalísimo de América. Por mandato de su Alteza, Lic. Ygnacio Rayón, Secretario.

Secretaría de Educación Pública, Documentos de la Guerra de Indepen-dencia, p. 19.

Nota. El indigenismo de Hidalgo era notorio desde mucho antes del Grito de

Dolores. Fue precisamente ese indigenismo y sus ansias de reforma agraria lo

que diferenció el proceso de Independencia de México de los otros que se dieron

en el resto del Imperio Español, ya que en los restantes países los indios y castas

nunca salieron del control de los criollos. En México fue preciso primero aplas-

tar la rebelión popular e indígena iniciada por el cura de Dolores y continuada

por Morelos para que después los criollos tomaran plenamente el control del

movimiento, desligándose de las promesas hechas a las clases bajas.

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Bando de la abolición de la esclavitud y de las castas emitido por José María Morelos

a nombre del cura Hidalgo

El bachiller Don José María Morelos, cura y juez eclesiástico de Carácuaro, teniente del Exmo. Sr. Don Miguel Hidalgo, capitán general de la América.

Por el presente y a nombre de Su Excelencia hago público y notorio a todos los moradores de esta América el establecimiento del nuevo gobierno por el cual a excepción de los europeos todos los demás avi-samos, no se nombran en calidades de indios, mulatos, ni castas, sino todos generalmente americanos. Nadie pagará tributo, ni habrá esclavos en lo sucesivo, y todos los que los tengan, sus amos serán castigados. No hay cajas de comunidad, y los indios percibirán las rentas de sus tierras como suyas propias en lo que son las tierras. Todo americano que deba cualquiera cantidad a los europeos no está obligado a pagársela; pero si al contrario debe el europeo, pagará con todo rigor lo que deba al americano.

Todo reo se pondrá en libertad con apercibimiento de que el que delinquiere en el mismo delito, o en otro cualquiera que desdiga a la honradez de un hombre será castigado.

La pólvora no es contrabando, y podrá labrarla el que quiera. El estanco del tabaco y alcabalas seguirá por ahora para sostener tropas y otras muchas gracias que considera Su Excelencia y concede para descanso de los americanos. Que las plazas y empleos están entre nosotros, y no los pueden obtener los ultramarinos aunque estén indultados.

Cuartel General del Aguacatillo, 17 de noviembre de 1810.José Ma. Morelos.

Ernesto de la Torre Villar et al., Historia documental de México, t. ii, pp. 55-56.

Nota. Se considera que este es el primer documento firmado por Morelos co-

mo integrante del movimiento insurgente. Morelos se entrevistó con Hidalgo

por única vez en Indaparapeo, el 10 de octubre de 1810, y sin nada más que

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La participación social en la Independencia

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un pliego que el líder le extendió nombrándolo su lugarteniente, el cura de

Carácuaro partió al sur para entrar en la historia. El Siervo de la Nación siem-

pre se consideró sólo un discípulo de Hidalgo.

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Los inicios: textos y testimonios

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Respuesta de Hidalgo y Allende a la oferta de indulto del virrey

Don Miguel Hidalgo y Costilla y don Ignacio Allende, decía a Cruz4, jefes nombrados por la Nación Americana para defender sus derechos, en respuesta al indulto mandado entender por el Señor Don Francisco Javier Venegas, y del que se pide contestación, dicen: que en desempeño de su nombramiento y de su obligación, que como a patriotas americanos les estrecha, no dejarán las armas de la mano hasta no haber arran-cado de las de los opresores la inestimable alhaja de su libertad. Están resueltos a no entrar en composición alguna, si no es que se ponga por base la libertad de la nación, y el goce de aquellos derechos que el Dios de la naturaleza concedió a todos los hombres, derechos verdaderamente inalienables, y que deben sostenerse con ríos de sangre, si fuere preciso. Han perecido muchos europeos y seguiremos hasta el exterminio del último, si no se trata con seriedad de una racional composición.

El indulto, Sr. Exmo., es para los criminales, no para los defen-sores de la Patria, y menos para los que son superiores en fuerzas. No se deje V. E. alucinar de las efímeras glorias de Calleja: éstos son unos relámpagos que más ciegan que iluminan: hablamos con quien lo conoce mejor que nosotros. Nuestras fuerzas en el día son verdadera-mente tales, y no caeremos en los errores de las campañas anteriores: crea V. E. firmemente que en el primer reencuentro con Calleja queda-rá derrotado para siempre. Toda la nación está en fermento: estos mo-vimientos han despertado a los que yacían en letargo. Los cortesanos que aseguraron a V. E. que uno u otro solo piensan en la libertad, lo engañan. La conmoción es general, y no tardará México en desenga-ñarse, si con oportunidad no se previenen los males. Por nuestra parte suspenderemos las hostilidades, y no se quitará la vida a ninguno de los muchos europeos que están a nuestra disposición hasta tanto V. E. se sirva comunicarnos su última resolución. Dios guarde a V. E. muchos años.

4 En nota a pie, el texto aclara: “Se referían al Gral. realista José de la Cruz, quien les hizo entrega del indulto”.

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La participación social en la Independencia

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Cuartel general de Saltillo. 1 de marzo de 1811.

Secretaría de Educación Pública, Documentos de la Guerra de Indepen-dencia, pp. 24-25.

Nota. Los jefes insurgentes no volvieron a enfrentarse a Calleja. Veinte días

después de redactar esta misiva, Hidalgo, Allende, Aldama y otros, traicionados

por Ignacio Elizondo en las Norias de Baján, Coahuila, fueron apresados y

entregados a los realistas.

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Los inicios: textos y testimonios

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Fe de la ejecución de la sentencia de degradación sacerdotal de Miguel Hidalgo y Costilla el 29 de julio de

1811 así como de su condena a muerte y confiscación de bienes

En la villa de Chihuahua, á los veintinueve días del mes de Julio de mil ochocientos once, siendo la hora de las siete de la mañana de dicho día, el Señor comisionado Don Angel Abella, se trasladó al hospital de esta, asistido de mí el presente escribano, y teniéndo en su presencia á Miguel Hidalgo y Costilla, reo en este sumario, Presbitero, Cura Parroco que fue del pueblo de Dolores en el Virreinato de nueva España, inmediata-mente despues de haber sido solemnemente degradado y entregado a la Jurisdiccion real, su merced le hizo poner de rodillas, y en este estado notifique al expresado reo Miguel Hidalgo y Costilla en su persona el auto que antecede de veintiseis del corriente, pronunciado por su Señoría el Señor Comandante General Don Nemecio Salcedo, de conformidad con lo pedido por Don Rafael Bracho, encargado del despacho de esta Adi-toria, condenandolo a ser pasado por las armas y a la confiscación de sus bienes, y enseguida se llamó un confesor, á fin de que se preparase a morir cristianamente, y para la debida constancia lo pongo por diligencia, que dicho Señor comisionado firmó conmigo que doy fé.—

Angel Abella.— Ante mí.— Francisco Salcedo.

José M. de la Fuente, Hidalgo íntimo, p. 377.

Nota. La ejecución de Allende, Aldama y Jiménez el 26 de junio de aquel año

no representó mayor trámite por ser éstos militares, pero un eclesiástico

como Hidalgo, en una sociedad aún imbuida de religiosidad, no podía ser

ejecutado sin que se le quitara antes el carácter sacro de su investidura. Un

delegado del obispo de Durango se encargó de tal ceremonia que, según des-

cripciones, consistió en despojar a Hidalgo de los ornamentos sacerdotales

uno a uno mientras el oficiante pronunciaba anatemas. Se terminó raspándole

las palmas de las manos con una navaja para, simbólicamente, quitar de ellas

el óleo de consagrar que recibió cuando fue ordenado y se le rasuró la tonsura

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La participación social en la Independencia

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de la coronilla. Casi en son de burla, al entregar a Hidalgo al brazo seglar, el

susodicho delegado pidió que no se aplicara al reo la pena de muerte. Una des-

cripción emotiva de los últimos momentos de Hidalgo y de los otros insurgentes

mencionados puede leerse en Fuente (1980: 527-531), que recoge el testimonio

del teniente de presidio Pedro Armendáriz escrito hasta 1822.

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Los inicios: textos y testimonios

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Certificado de la ejecución de Miguel Hidalgo y Costilla el 30 de julio de 1811

El Teniente Coronel d. Manuel SalcedoCERTIFICO: que en virtud de la sentencia de ser pasado por las armas,

dada por el señor Comandante General de esta Provincia, Brigadier Don Nemecio Salcedo, contra el reo cabecilla de insurrección, Miguel Hi-dalgo y Costilla, ex-cura del pueblo de Dolores, en este reyno; previa la degradación del Juez eclesiástico, competentemente autorizado; se le extrajo de la Capilla del Real Hospital, en donde se hallaba y con-ducido en buena custodia al patio interior del mismo fue pasado por las armas de la forma ordinaria5, á las siete de la mañana de este día, sacándose su cadáver á la plaza inmediata, en la que colocado en tablado á propósito, estuvo de manifiesto al público, todo conforme á la referida sentencia; y habiéndose separado la cabeza, en virtud de la orden verbal del expresado superior jefe, se dio después sepultura al cadáver por la santa hermandad de la Orden de penitentes de nuestro seráfico padre San Francisco, en la Capilla de San Antonio del propio convento. Y para la debida constancia firmé la presente en la villa de Chihuahua, á los 30 días del mes de Julio de mil ochocientos once.

Manuel Salcedo.— Una rúbrica.

José M. de la Fuente, Hidalgo íntimo, p. 383.

5 Según la narración del mencionado teniente de presidio Pedro Armendáriz (Fuente, 1979: 527-531) un pelotón de doce soldados en tres filas de cuatro hizo fuego sobre Hidalgo tres veces sin conseguir quitarle la vida, lo que, según el narrador, patentiza el nerviosismo de los soldados. Finalmente, el mismo Pedro Armendáriz, quien los dirigía, tuvo que ordenar a dos de ellos dispararle poniendo las bocas de los fusiles directamente sobre el corazón. Sólo así se logró dar muerte al cura de Dolores. En los casos de Allende, Aldama y Jiménez (además de Santamaría, cuyo cadáver no fue decapitado), fusilados por la espalda, bastó con una descarga para matarlos. El cadáver de Hidalgo, acribillado de 14 balas, fue exhibido a la curiosidad pública por algunas horas y más tarde, tendido sobre un tablón, fue decapitado de un machetazo por un indio tarahumara que cobró 25 pesos plata por el macabro servicio. Las cabezas de los cuatro caudillos se pusieron en sal para luego ser remitidas a Guanajuato, en donde fueron exhibidas por orden expresa de Calleja.

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La participación social en la Independencia

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Proclama de Félix María Calleja el 14 de octubre de 1811 al ser colgadas las cabezas de los caudillos

insurgentes en la Alhóndiga de Granaditas, según la inscripción puesta en la puerta principal

del edificio [fragmento]

Las cabezas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, insignes facinerosos y primeros caudillos de la revolución; que saquearon y robaron los bienes del culto de Dios y del Real Erario; derramaron con la mayor atrocidad la inocente sangre de sacerdotes fieles y Magistrados justos; fueron causa de los desastres, desgracias y calami-dades que experimentamos, y que afligen y deploran los habitantes todos de esta parte tan integrante de la Nación Española.

Aquí clavadas por órden del Señor Brigadier Don Félix María Calleja del Rey, ilustre vencedor de Aculco, Guanajuato y Calderón, y restaurador de la paz en esta América.

Guanajuato, 14 de Octubre de 1811.

José M. de la Fuente, Hidalgo íntimo, pp. 384-385.

Nota. Las cuatro cabezas, colocadas en jaulas de hierro en las cuatro esquinas de

aquel edificio que fue escenario del primer triunfo de los insurgentes, permane-

cieron allí hasta el 24 de marzo de 1821 en que Anastasio Bustamante, adherido

al Plan de Iguala, tomó Guanajuato sin luchar y ordenó retirar de la Alhóndiga

las jaulas con los cráneos de los caudillos y depositarlos en primer término en la

Iglesia de San Sebastián.

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COMPOSICIONES

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Los versos, Las canciones, los poemas fueron la médula del sentir popular con respecto a la lucha que se libraba en la Nueva España. Los insurgentes tenían una especie de propagandistas en estos ciu-dadanos, anónimos casi todos, cuyos libelos no dejaban de desafiar a la autoridad virreinal (“Amenazas”, “Algeciras”, “La guillotina”) o a sus instrumentos de represión (“Contra la Inquisición”). Todas estas composiciones delatan lo que era el sentir popular, que la Inde-pendencia no se ganaba únicamente en los campos de batalla, sino también en el sentir y el pensar.

Hidalgo mismo no pudo sustraerse de dejar su testimonio en verso, dedicando las pocas horas anteriores a su ejecución a escribir unos versos a sus carceleros en la pared de su calabozo (“Décimas de Hi-dalgo en la cárcel”). El virrey Venegas fue objeto de burlas por el rechazo popular (“Contra Venegas” y el verso satírico que la imaginación popular compuso cuando nombró generala de los realistas a la Virgen de los Remedios para contrarrestar el estandarte guadalupano de los insurgentes). No se escatimaron elogios a Allende con motivo de su sacrificio (“A Allende”, “En los días del general D. Ignacio Allende”) ni a Hidalgo, y a los dos juntos (“Oda al suplicio de los héroes Hidalgo y Allende, víctimas de la libertad mexicana”). Asimismo, hubo quien reconoció el valor del enemigo caído en combate (“A la muerte del ilustre Don Manuel Flon, Conde de la Cadena, en la batalla del Puente de Calderón”), pero también rechazo a Calleja, tan famoso como odiado (“Versos sediciosos”) y se atendió también, como no podía ser menos, a la trascendencia de los hechos de armas (“Oración de Guanajuato”, “Boleros alusivos a las batallas del Monte de las Cruces y Aculco”) y a los triunfos incruentos (“Del romancero popular sobre la entrada del cura a Valladolid”), sin que se olvidaran los acontecimientos que

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Los inicios: textos y testimonios

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tenían lugar en la Península Ibérica (“Fernando vii a España ya no vuelve”, “La Castellana arrogancia”).

La métrica de estas composiciones es variable, desde los cuatro versos de los poemas más pequeños hasta los que abarcan varias páginas.

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La participación social en la Independencia

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Fernando vii a España ya no vuelve

Fernando vii a España ya no vuelve.No por éste pelean los gachupines.Si por de Indias el mando y sus domines,que es lo que a su valor agita y mueve.

La opresión de los criollos se resuelve.En la península todo son motines,en la América juras y festinesy al orbe entero la ambición revuelve.

Abre los ojos, pueblo americano,y aprovecha ocasión tan oportuna.Amados compatriotas, en la mano

la libertad os ha puesto la fortuna;si ahora no sacudís el yugo hispanomiserables seréis sin duda alguna.

Mauricio Molina Cardona, Breve colección de canciones insurgentes, pasquines, fábulas, sonetos y otros romances ejemplares, p. 56.

Nota. La defensa de los llamados derechos de Fernando vii fue una de las razones

ostensibles que esgrimieron los primeros insurgentes para lanzarse a la lucha.

Tras el derrocamiento del virrey Iturrigaray por los españoles residentes en

la capital en 1808, por simpatizar éste con el plan de soberanía provisional

que le presentó el ayuntamiento de la capital, formado mayoritariamente por

criollos, se abrió más la brecha entre éstos y los peninsulares. El libelo aquí

presentado trata de sintetizar el motivo del rencor criollo; los españoles no

peleaban por los derechos del rey, sino para mantener la opresión de la que

se beneficiaban.

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Oración de Guanajuato

¿Quien al gachupín humilla?Costilla¿Quién al pobrísimo defiende?Allende¿Quién su libertad aclama?AldamaCorre criollo que te llama,y para más alentarte,todos están de tu parte:Costilla, Allende y Aldama.

Mauricio Molina Cardona, Breve colección..., p. 26.

Nota. El triunfo de Guanajuato, primero obtenido por los insurgentes, fue

aclamado en multitud de versos y coplas anónimas en los primeros tiempos

de la revolución que inició en Dolores. Hay en sus líneas tanto un llamado

a los criollos para unirse bajo la bandera de Hidalgo como el desprecio a los

españoles, como se puede leer en el primer verso.

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Del romancero popular sobre la entrada del cura a Valladolid

Hoy Valladolid gozosoReconoce sus ventajasHa llegado un gran señorQue no se duerme en las pajasSu entrada se llegó a verEn mil ochocientos diez,A diez y siete del mesDe octubre. Se debe creer.Antes de entrar mandó hacerLa cárcel se hiciera rajas,Cepos, ventanas, cerrajas,Y todos los presos fuera.Valladolid en esta esperaReconoce sus ventajas.

Más si en la fe te aventajas,Digamos viva MaríaY viva el jefe en el díaQue no se duerme en las pajas.Que pensaba el asesor,Que para él no había justicia;Por depravada maliciaHa de pagar con rigor.

Llegó la espada famosaDesta América deseadaCon la muy heroica entradaDe su excelencia piadosa.Y esta ciudad que gustosa,Vivirá ya con sosiego,Tendrá gusto y desde luego.En fin enjugará el llanto,

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Los inicios: textos y testimonios

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Que un varón que mira tantoNo dará palo de ciego.

La libertad indianaToda se debeAl invencible Hidalgo,Al bravo Allende,En cuya hazaña,No tiene contraparteEl gran Aldama.

Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: razones de la insurgencia y biografía documental, pp. 222-223.

Nota. A medida que los insurgentes tomaban pueblos y ciudades, el canto popu-

lar hacía composiciones cada vez más elaboradas el movimiento y sus líderes.

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La participación social en la Independencia

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Contra la Inquisición

[Con el rey y la Inquisición ¡chitón!]6

Un Santo Cristo,Dos candelerosY tres majaderos.

Mauricio Molina Cardona, Breve colección..., p. 26.

Nota. La Inquisición fue una de las instituciones más odiadas y temidas en

todo el imperio español. Oficialmente era un tribunal que castigaba los de-

litos de índole religiosa, pero fue utilizada con más frecuencia como instru-

mento de represión política. Cuando estalló la revolución de Independencia

ya había perdido mucha de su influencia y poder; sin embargo, se deshizo

inmediatamente en invectivas contra Hidalgo y lo excomulgó —excomunión

que sigue en pie hoy en día—. Cuando el cura de Dolores fue apresado, la

Inquisición procedió a su degradación sacerdotal antes de que la autoridad

seglar lo ajusticiara.

6 Mauricio Molina Cardona, responsable de la selección y las notas de Breve colección…, toma estos versos de Castillo (1985), sin señalar página. Por su parte, este autor incluye el primer verso, que aquí se coloca entre corchetes para advertir que Molina no lo incluye.

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Contra Venegas

Tu cara no es de excelenciaNi tu traje de virey;Dios ponga tiento en tus manos,No destruyas nuestra ley.

Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos, t. iii, p. 82 (n. 1 de la 1ª. col.).

Nota. Francisco Javier Venegas (1760-1838) fue el quincuagésimo noveno

virrey de la Nueva España. Militar de carrera, fue derrotado por los franceses

en la batalla de Somosierra librada a principios de 1810. Como una especie

de castigo, la Junta de Sevilla lo envió a la Nueva España, cuya situación era

caótica, con la misión de restaurar el orden. Llegó el 25 de agosto de 1810 a

Veracruz y entró en la capital el 13 de septiembre… la rebelión de Hidalgo

comenzó tres días después. Ante el sorprendente y rápido avance de los in-

surgentes, un hombre con menos carácter que Venegas se hubiera derrumbado,

pero se negó a rendirse y rechazó el ultimátum que le envió Hidalgo tras la

batalla de las Cruces. Apoyado en el general Calleja logró finalmente derrotar,

aprehender y ejecutar al cura rebelde. Poco antes de la muerte de Hidalgo se

descubrió y abortó un plan de los insurgentes ocultos en México dirigidos

por doña Mariana Rodríguez de Lazarín para secuestrar al virrey y canjearlo

por el cura de Dolores. No obstante, la colonia no estaba ni mucho menos

pacificada, pues la revolución continuó en el sur acaudillada por Morelos,

problema que el virrey, que además ya tenía graves diferencias con Calleja,

no pudo resolver. En marzo de 1813 entregó el virreinato a Calleja y volvió a

la metrópoli. Allí fue nombrado Marqués de Nueva España cuando Fernando vii

regresó de su cautiverio en Francia. Venegas, aunque se mostró un administra-

dor capaz y honesto en lo personal, fue sobre todo un soldado duro e inflexi-

ble; nunca fue popular, ni siquiera entre los españoles, pues lo consideraban

una imposición de la Junta de Sevilla y un desconocedor de la realidad local.

Este sentir queda muy bien expresado en la cuarteta presentada.

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La participación social en la Independencia

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Respuesta del Virrey al libelo anterior

Mi cara no es de excelenciaNi mi traje de virrey;Pero represento al reyY obtengo su real potencia:Esta sencilla advertenciaOs hago por lo que importe:La ley ha de ser mi norteQue dirija mis acciones:¡Cuidado con las traicionesQue se han hecho en esta corte!

Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos, t. iii, p. 82 (n. 1 de la 1ª. col.).

Nota. Como se puede apreciar, el virrey respondió amenazando a sus provoca-

dores con la advertencia de que no dejaría de usar mano dura contra cualquier

signo de traición. Para dejarlo claro, mandó colocar este verso en la misma

puerta del palacio virreinal donde fue hallado el libelo al que responde.

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Los inicios: textos y testimonios

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Amenazas

Es muy loca fantasíaque acompaña a esos patriotasy así es menester que usíatenga crecidas sus tropas,porque yo a tontas y a locasharé de todos función.

Pues mi valor es de León,y es tanta mi vanidadque hasta lástima me dacomenzar nuestra batalla,pues mi partida ya se hallaa Pachuca hasta el rincón.Europeos de los demonios,perdición de tantas almas,han de morir a pedazospara que se acaben ansias.

AGN, Ramo Criminal, vol. 115 [citado en Mauricio Molina Cardona, Bre-ve colección..., p. 58].

Nota. Desde un principio, la guerra de Independencia fue entendida por ambos

bandos como una lucha entre ricos y pobres, opresores y oprimidos. El libelo

aquí mostrado advierte a los realistas que no bajen la guardia y se asombra

del valor de los insurgentes. Sin embargo, durante los primeros meses de la

lucha no se tenía claro que muchos de los enemigos de la insurgencia eran

criollos, y no sólo los peninsulares.

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La participación social en la Independencia

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La Castellana arrogancia

Quando llegó la noticia de haber salido la Suprema Junta, Nobleza y Pueblo de Sevilla á recibir á José Napoleón, con todas las demostraciones de un vivo regocijo, un ingenio de esta corte que me consta no haver hecho jamás un verso, explicó su indignacion contra la perfidia Andaluza en la siguiente décima, empleando los mismas consonantes de la que se puso en Madrid á Murat, que transcribirémos aquí para que las cotegen los inteligentes.

La castellana arroganciaSiempre ha tenido por puntoNo olvidar lo de SaguntoA acordar lo de Numancia.

La gitana Quiromancia,Sin desmentirse ni un punto,A los Diablos dio á Sagunto,Ygualmente que á Numancia

Franceses idos á Francia,Dexadnos en nuestra Ley,Que en tocando á Dios y al ReyA nuestras casas y hogares,Todos somos militares,Y formamos una Grey

Recibió el yugo de FranciaLa que pensó dar la Ley;Acepta al intruso Rey,Entrega casas y hogares,Y todos sus militaresson de Monas linda Grey.El Rey de Francia en campaña,El de España en su retiro,

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Los inicios: textos y testimonios

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La España será de Francia,y al tiempo doy por testigo.

El Despertador Americano, 27 de diciembre de 1810 [reproducido en Li-llian Briseño Senosiain et al., La Independencia de México. Textos de su historia, t. i, pp. 134-135].

Nota. El Despertador Americano fue el primer periódico insurgente. Sólo se im-

primieron siete números entre diciembre de 1810 y enero de 1811. Entre todos

los llamados a la rebelión y a la unión entre americanos —el nombre mexicanos

se usaba nada más en referencia a los habitantes de la capital del virreinato—

que aparecieron en sus páginas se encuentra este verso que hace burla de los

españoles del momento y la forma en que habían entregado su país a los fran-

ceses mientras se enorgullecían de las hazañas de sus antepasados.

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La participación social en la Independencia

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Boleros alusivos a las batallas del Monte de las Cruces y Aculco

Monte de las CrucesFamoso puertoNo me agradan mujeresPor tanto muerto,Pero si quieroHacer sepulcrosE ir al entierro

Cuando el oscuro monteFui yo mirandoLleno de muertosSangre estilando,Me consterné; de tanto muertoUno enterréSi las mujeres pensaranLo que yo adviertoNo buscarían hombresPor tanto muerto;Esto ocasionaUn infernal demonioQue no perdona¡Que clamación hacíanClaro se entiende:En el puerto de AculcoPor nuestro Allende,Sabios reflejos,Hallarse derrotadosPor un tal Callejas[!]

AGN, Ramo Operaciones de Guerra, L. 939, fs. 99.

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Los inicios: textos y testimonios

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Nota. La batalla del Monte de las Cruces fue la más importante victoria in-

surgente de la primera etapa de la revolución de Independencia. No haber

tomado la capital de Nueva España como paso consecuente fue su perdición,

ya que sin acometividad los insurgentes no eran nada, y en pocos días su ejér-

cito, por causa de las deserciones, se vio reducido a la mitad, lo que facilitó el

contraataque realista al mando de Félix María Calleja, quien obtuvo la primera

victoria sobre los insurrectos en Aculco el 7 de noviembre. Así comenzó el

ocaso de los primeros caudillos del movimiento.

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La participación social en la Independencia

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Anónimo contra el virrey Venegas cuando nombró Generala del ejército realista a la Virgen

de los Remedios tras la derrota de las Cruces

El diablo predicadorParecerá cuando hablePorque el pecado mortalNo es creíble que á Cristo alabe.

Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución Mexicana de 1810, t. i, p. 83.

Nota. Tras el triunfo insurgente de las Cruces, la desesperación realista llevó al

virrey a buscar un símbolo que pudiera competir con la Virgen de Guadalupe

enarbolada por Hidalgo; lo encontró en la Virgen de los Remedios, de la que la

plutocracia capitalina, tanto peninsular como criolla, era especialmente devota.

La lucha independentista adquirió así un matiz insólito: la virgen morena de

los pobres contra la virgen blanca de los ricos, simbolismos adecuados para

enmascarar la lucha de clases y castas que subyacía en los disfraces religiosos

y que también hacían referencia a la pugna entre alto y bajo clero.

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Versos sediciosos

Dicen que soy insurgente,de eso no me da cuidado,más vale ser insurgenteque no ser acallejado.

Gabriel Saldívar, Mariano Elízaga y las canciones de la Independen-cia [citado en Mauricio Molina Cardona, Breve colección..., p. 27].

Nota. A despecho de los realistas, la causa insurgente fue ganando un mayor

número de simpatizantes debido en buena parte a la brutalidad de la repre-

sión ejercida por Félix María Calleja, la cual empañó sus triunfos y mostró al

mismo tiempo el lado más negativo del régimen colonial, al grado que pronto

el nombre del vencedor de Aculco y Puente de Calderón se convirtió en sinó-

nimo de crueldad.

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La participación social en la Independencia

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La guillotina

(Inspirado en una estrofa de La Marsellesa, himno nacional francés)

Ya hijos de la patriallegó el día de la gloria,el estandarte sangriento de la tiraníaacabó habiéndose enarbolando contra nosotros.¿No oís rugir esos campos,a los feroces soldadosque vienen a degollar entre buenos brazosvuestros hijos y consortes?¡A las armas ciudadanos republicanos,formar los batallones de la nacióny jurar estos sentimientos hasta la muerte!

El Espía

AGN, Ramo inquisición, Volumen 1449 [citado en Mauricio Molina Cardona, Breve colección..., p. 57].

Nota. La Revolución Francesa fue una de las principales fuentes de inspira-

ción para los criollos ilustrados, por ello era frecuente que éstos recurrieran

a simbolismos y parangones entre los acontecimientos que sacudían a la Nueva

España y la revuelta de 1789. No es extraño entonces que se adaptaran ver-

sos de La Marsellesa o se hicieran seudónimos de palabras como “guillotina”

para escribir libelos en los que se instaba a combatir a los españoles.

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Los inicios: textos y testimonios

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Algeciras

De Veracruz llegó al puertoEl veloz navío Algeciras,Con quijotes que traen mirasDe desfacer un entuerto.Pero yo tengo por ciertoQue nada conseguiránY cumpliéndose el refránUnos hoy, otros mañana,Los que vinieron por lanaTrasquilados quedarán.Observancia de la ley,Justicia bien distribuida,Pondrán en paz nuestra grey;De no, pronto está perdidaLa alhaja mejor del Rey.

Mauricio Molina Cardona, Breve colección..., p. 59.

Nota. La referencia que da Mauricio Molina Cardona incluye la cita “Al des-

embarco de los refuerzos españoles. Pasquín fijado al palo mayor del Algeciras”.

Ocupada como estaba en combatir por su propia independencia, España no

podía enviar muchos soldados peninsulares para combatir las rebeliones que

estallaban en sus dominios, por lo que la llegada de un barco con refuerzos

era un acontecimiento excepcional, del cual se burlaban los simpatizantes

de la insurgencia.

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La participación social en la Independencia

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A la muerte del ilustre don Manuel Flon, Conde de la Cadena, en la batalla del Puente de Calderón

Un cadáver que allí víoseparece que desmientelos laureles y los honores.Es Flon, honra de los bravosDe la Cadena es el Conde.La sangre de sus heridasnegra se cuaja y no corre;murió luchando valiente,Dios piadoso le perdone.

José María Muriá y Pedro Madrigal, “La batalla de Calderón” en Sucesos históricos de Guadalajara, p. 44.

Nota. Manuel Flon, conde de la Cadena e intendente de Puebla, fue el prin-

cipal lugarteniente de Calleja al comenzar la lucha contra los insurgentes.

Al recibir la noticia del alzamiento de Hidalgo alistó tropas para combatir la

rebelión. Su conjunción con Calleja cerca de Aculco estuvo entre las causas

de la victoria realista. Al entrar en Guanajuato se distinguió por la dureza

con que castigó a los simpatizantes de la insurgencia que habían asesinado

europeos en los tumultos precedentes. En la batalla del Puente de Calderón, el

17 de enero de 1811, cayó luchando cuando encabezaba un escuadrón de ca-

ballería. El cantar anónimo reconoce su valor, pero es ambiguo con respecto

al personaje.

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Décimas de Hidalgo en la cárcel

Primera décima

Ortega, tu crianza fina,Tu índole y estilo amableSiempre te harán apreciableAun con gente peregrina.Tiene protección divinaLa piedad que has ejercidoCon un pobre desvalidoQue mañana va á morir,Y no puede retribuirNingún favor recibido.

Segunda décima

Melchor, tu buen corazonHa adunado con periciaLo que pide la justiciaY exige la compasión…Das consuelo al desvalidoEn cuanto te es permitidoPartes el postre con él,Y agradecido MiguelTe dá las gracias rendido

Lucas Alamán, Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su independencia, t. ii, p. 205.

Nota. Según el mismo Alamán, “Horas más tarde [Hidalgo] escribió ‘La lengua

guarda el pescuezo’”. Estas palabras, añade, llegaron a ser de uso proverbial en

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La participación social en la Independencia

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Chihuahua. Desde que fue apresado en las Norias de Baján, Coahuila, hasta

su ejecución, Hidalgo pasó casi cuatro meses preso. En ese lapso se ganó la

simpatía de algunos de sus carceleros, quienes lo trataron con cierta amabi-

lidad, que el cura de Dolores agradeció con estas décimas, escritas con tiza

en la pared de la celda un día antes de su muerte. Para que no se perdieran,

los carceleros, el cabo Ortega y el “Español Marroquín” Melchor Guaspe, las

copiaron en reconocimiento a su ilustre prisionero, aunque de la segunda se

perdieron algunos versos.

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A Allende

Allende esclarecidoIntrépido guerreroCapitán exforzadoDe los héroes primeroRecibe bondadosoEste dulce recuerdoQue en honor de tu nombreHa grabado mi afectoDeseando perpetuarMás allá de los tiemposTus gloriosas hazañasEn bronces duraderos

Ernesto Lemoine, Insurgencia y república federal, 1808-1824, p. 27.

Nota. Estos versos fueron escritos por Juan Núñez de la Torre “[…] en el

frontispicio del que fue el domicilio de Allende en San Miguel el Grande”.

Fuente (1980: 218) reproduce la fe de bautismo de Ignacio José de Jesús

Pedro Regalado de Allende y Unzaga (1769-1811), quien llegó a ser el segundo

al mando del movimiento de 1810, pero con frecuencia es relegado injustamente

dada la formidable nombradía de Hidalgo. Militar de carrera, fue de los primeros

conspiradores de Querétaro. A diferencia de Hidalgo —con el cual, es imposible

dejar de mencionarlo, tuvo serias diferencias desde el principio—, buscaba una

revolución de alcances limitados, además fue un ferviente defensor de la tesis

fernandista, de la que Hidalgo se alejó cada vez más a medida que el movimiento

se radicalizaba. Cuando el cura se negó a tomar la capital tras la batalla de las

Cruces, el distanciamiento entre ambos caudillos se profundizó.

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La participación social en la Independencia

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Oda al suplicio de los héroes Hidalgo y Allende, víctimas de la libertad mexicana

Eternidad sin playas, occeáno,A cuyo seno, en rápida corriente,Camina el criado ser del mexicanoLa fama, honor y gloria juntamente Sorviste despiadada:Ya son oscuridad, silencio, nada.

¿Tambien, tambien los héroes sobrehumanosCuyo divino aliento y noble empeñoTemblar hizo en el solio a los tiranosY sacudir el pavoroso sueño, Bajo eternos candadosHan de ser en tus senos ocultados?

Verdugos detestables ¿tantos signosDe divina grandeza en esas frentesQue eraís vosotros de mirar indignos,Como inmóbles no tornan é impotentes Los brazos homicidasRobustos solo a crímenes y heridas?

Parten los golpes retemblando el suelo:Vuela en ellos la muerte: ¡fiera penaPara el Anáhuac, sempiterno duelo!

Ruedan los cuerpos so abrasada arena: La vida un tanto lucha;Cede al fin, y dó quier, un ¡ay! se escucha.¡Almas ilustres, generosas almas,Sombras ya yertas, venerados manes!¿Dó huís dejando victoriosas palmas

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Los inicios: textos y testimonios

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Y a vuestra pátria entre rabiosos canes? Parad, parad un tanto;….Quizá pudiera nuestro ardiente llanto….

Quizá abrazados de los cuerpos carosY boca a boca nuestro mismo alientoProcurando infundir… quizá tornarosA la vida… tal vez el almo intentoAl Cielo conmovieraY el Averno sus presas devolviera.

Hidalgo, Hidalgo, valeroso Allende….¡Demente imaginar, ilusión vana!Nadie de ellos responde, nadie entiende,Echó sobre sus labios Parca ufana Con mano detestable,El sello del silencio imperturbable.

Jamás ¡oh! nunca el pecho mexicano.Treguas dará al dolor. El caso horrendoLa memoria olvidar quisiera en vano;Fija siempre estará, por siempre viendo De la sangre hervidoraEl lago que a la tierra descolora.

Aquel vago tornar trémulos ojos;De los troncos la ruina estrepitosa;Convulsiones de míseros despojos;Vida entre y muerte lucha congojosa; Razones comenzadas,Y aún en la boca la mitad heladas.

¡Imágenes de horror! Que eternamenteGrabadas se verán en la memoria

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La participación social en la Independencia

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De la angustiada mexicana genteAmargando las horas de gloria, Y en medio á sus contentosSollozos arrancándole y lamentos.

¿Contra infernales golpes, que valieron,Héroes ilustres, las hazañas vuestras?Después que el globo de fulgor hincheronDe patriótico celo puras muestras ¡Ay! ¡ay! La saña impíaBárbara os manda a la región umbría.

¿Dó están los triunfos siempre repetidos?¿Los laureles y palmas, que se han hecho?¿Dónde el esfuerzo que en terror sumidosTuvo á nuestros contrarios largo trecho; Tantas virtudes purasAsombro de esta raza y las futuras?

Nada del golpe guareceros pudo,Ni del Anáhuac los llorosos ruegosNi del alma libertad el gemir mudoBastaron á templar ímpetus ciegos; Y ya entre heridas fieras,Sois á la patria víctimas primeras.

Oscura soledad, silencio eternoSuccede de las proëzas al ruido,Llanto á los ojos, para el pecho tiernoSolo quedan pavor, triste gemido; Y el lábio en loco celo,Culpa á los hombres y maldice al Cielo.O ya la lumbre matinal destierreLas pardas sombras de la noche fría,

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Los inicios: textos y testimonios

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O el negro ocaso presuroso encierreEl postrimero resplandor del día; Ora retumbe el rayoO aura tranquila nos deleite en mayo.

Ora feliz y libre el mexicanoSe dicte leyes, y su hogar posea;Ora le oprima despiadada manoY de miserias víctima se vea; Serán los vuestros hechosLa grata ocupación de nuestros pechos.

De la alma libertad entre los dones,Nuestros nietos dirán á sus hijuelos:“Esta dicha os legaron los campeonesPadres de vuestros claros bisabuelos, Que con su muerte y penas,Rompieron de la pátria las cadenas”

Luego después de pláticas sabrosasLes contarán las lides desiguales,Las victorias y proëzas hazañosas,La prudencia y esfuerzos inmortales, De los claros caudillos,Que con sangre limaron nuestros grillos.

De siglo en siglos y de gente en gentesIrán en loor perpetuo vuestros nombres,HIDALGO… ALLENDE… gefes eminentes.Hijos del cielo, gloria de los hombres, Y vuestra mortal vidaEterna hará, la pátria agradecida.

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La participación social en la Independencia

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Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución Mexicana de 1810, pp. 272-275.

Nota. Bustamante fue uno de los mayores panegiristas de la insurgencia. Su

clara inclinación resta, a veces, a su obra histórica rigor metodológico (igual

sucede con la obra de Lucas Alamán, que apoyaba al bando realista). Conocida

la ejecución de los principales caudillos en Chihuahua, circularon clandesti-

namente muchas odas, versos, canciones y pasquines, en clara provocación

al gobierno virreinal. Bustamante no se atribuye la autoría de los versos aquí

transcritos. Nada más menciona como su autor al “mayoral de la Arcadia

mexicana y sucesor del inmortal padre Fr. Manuel Navarrete”. Se advierte en

esta composición, más larga y elaborada que las anteriores, un deseo de mitifi-

car a los primeros mártires de la Independencia.

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En los días del General D. Ignacio Allende

Por los inmensos cielosDespués de circular caliginosoLlegó por fin gloriosoEl sol á la moradaDel león inaccesible;Azahar fraganteVierte la fresca rosa; su alboradaLos pájaros celebran con dulzuraY el liberal derrama su luz pura.

Descubre el rostro belloLa gemebunda América abatida;Su amargo luto olvida,Y rasga el triste manto;Ciñen los genios con guirnalda hermosaSus sienes soberanas; á su llantoLa magestad sucede, y alegría,Y con divino lábio así decia.“La antigua Roma calle,No pondere sus ínclitos campeonesQue elevan los pendonesDel imperio orgullosoHasta el templo admirable y encumbradoDe la inmortalidad. Tú, ALLENDE, briosoCuando la augusta libertad me ofrecesTodas sus glorias y héroes oscureces.

”Salve príncipe, salveHéroe libertador de la tiranaEsclavitud indiana;Salve delicia y gloria

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La participación social en la Independencia

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De mi crecido pueblo generosoTu excelso nombre, y respetable historiaMuy á pesar del español impíoSerán eternos en el pecho mío.

”Cantadle suaves himnosDoctas Pierídes, rústicas deidades,Y á todas las edadesPublica insigne famaSu valeroso esfuerzo y alto grado,Con que del patrio amor la sacra llamaArde en su heroico pecho, y expresivas¡O, ninfas! repetidle alegres vivas.

”De gratitud sublimeSuenen las voces en su fausto dia:Y la bandera miaTremolando el guerreroAl Tártaro descienda la monstruosaY torpe ingratitud, que en lábio fieroDiga anathéma al Marte americanoY rinda adoración al cruel tirano.

Dijo, y huyó ligeraCon firmísimo pie, rasgando el viento;El pueblo la oyó atentoCon júbilo extremoso,Y alzando al cielo las humildes manosUn voto la dirige fervoroso,De luchar esforzado, y ofrecerte¡Grande ALLENDE! su amor hasta la muerte.

Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución Mexicana de 1810, pp. 276-277.

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Los inicios: textos y testimonios

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Nota. Como se dijo antes, Allende es relegado con frecuencia en el “santoral”

oficial de los héroes de la Independencia por la preeminencia que se le ha

otorgado a Hidalgo. En los primeros tiempos del movimiento no era así, y a

ambos se les daba una importancia prácticamente igual. Lo que quizá relegó

a Allende fue el hecho de haber destituido a Hidalgo del mando supremo tras

el desastre de la batalla del puente de Calderón para asumirlo él, pero conser-

vando al cura con el cargo nominal de Generalísimo por su ascendiente entre

la tropa mayormente indígena. Ignacio Elizondo los traicionó a ambos porque,

al parecer, Allende se negó a nombrarlo general. Como fuera, con su muerte

en el cadalso Allende borró sus errores. Vista a la vuelta de casi 200 años, la

revolución puramente militar y criolla que deseaba hubiera fracasado sin duda

por carecer de apoyo popular.

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TESTIMONIOS

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La epopeya de La Independencia no fue únicamente la de un puñado de líderes y héroes sobre los cuales hay numerosos testimonios de primera mano; fue también la de hombres y mujeres muchas veces anónimos, que dejaron, sin embargo, testimonio de su participación en la lucha, ya tomando la pluma, ya relatando sus vivencias a un ama-nuense. Muchos de esos participantes olvidados fueron mujeres que animaron a sus esposos e hijos a unirse a las fuerzas insurgentes —como María del Rosario Díaz—, acometieron ellas mismas contra el enemigo realista o se rebelaron contra la injusticia de que eran víctimas, como las anónimas mujeres de Miahuatlán o Manuela Herrera, María Catarina Pérez de Larrondo y la india María Trinidad. Gente más instruida, co-mo José María Quintana (padre de Andrés Quintana Roo) prefirió sim-plemente burlarse de las exageradas medidas de seguridad aplicadas por el virrey en la capital, y José Antonio Pérez dejó testimonio de su fe guadalupana, su desprecio por los gachupines y su mexicanidad en la carta dirigida a Juan Agustín González, oficial insurgente; mientras que Pedro García y Pedro José Sotelo, nombres que no nos dicen mucho, ofrecieron su testimonio de momentos muy dramáticos en tiempos en que casi todo alcanzaba las cotas de ese adjetivo, y no podrían faltar en este capítulo los testimonios de quienes defendieron la causa rea-lista, como el autor de “Ayuno y letanías”, y el de Josefa Taboada de Abasolo, esposa del polémico insurgente, la cual se concentra en la odisea de salvar la vida de su marido, sin dudar en solicitar el perdón de Calleja y el virrey Venegas.

Se incluye asimismo una selección de fragmentos del estudio in-troductorio del libro de Ernesto de la Torre Villar dedicado a Los Guadalupes, la sociedad secreta que tanto apoyó y dio información a los insurgentes.

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Los inicios: textos y testimonios

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Aquí están entonces algunos testimonios de gente de muy diversos orígenes y niveles sociales sobre la gesta independentista, en los que, si bien puede faltar el lirismo del verso rimado y medido o la música que acompaña a las canciones, no falta, sin embargo, la riqueza de percep-ciones que sustenta el aserto de que en la Independencia se dio una amplia participación social.

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La participación social en la Independencia

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Anécdota

Un autor milagrero escribió desde México con fecha 7 de agosto de 1811 sobre la quimérica conspiración que se dixo descubierta la noche del dos diciendo “se tramaba una conspiración desatinada contra el don del cielo cual és este virrey, por unos jugadores, algún abogado sin crédito y frailes ociosos encenegados en los vicios… pero los pobres encuerados de los barrios no han sido seducidos, ni es fácil que los seduscan porque conservan muchos las semillas de las cuatro tandas de los ejercicios que se les dieron en la profesa el año pasado, y ahora van a darles otras cuatro tandas” y un filósofo exspectador con la misma fecha, dice escribiendo desde su retiro: “La mañana del sábado 3 del corriente todo contribuirá a aumentar nuestra perplexidad y nuestro susto; las patrullas de apie y de acaballo que se cruzaban por las calles, el acuartelamiento de la tropa cuyos gefes tenían las más estrechas y reservadas órdenes para el caso de alarma, la multitud de reos que entraban sin cesar en las cárceles y todo esto en lo más claro del día… ¿Cómo estaría México? Hecho teatro de guerra sin enemigos contra quien pelear. La bulla la pase en casa del padre… y parte en mi soledad; me temí un molote por comoción con que se agitó el pueblo consecuente con las precauciones espantosas que se adoptaron, pero no hubo nada, sin embargo continúan las patrullas y rondas de día y de noche; en tal extremo que este México está peor que un campo de batalla ¿y por qué? Esto no se puede decir: V. tiene talento, tiene política; V. lo inferirá… Venegas el Virrey… quien pudiera… pero se interseptan las cartas y hay en esto mil picardías” ¿Y en que consistirá el que uno llame verdadera la conspiración y el otro la llame falsa? El desenlaze es a mi entender claro, porque el primero es Servil y el segundo Liberal[.] José Matías Quintana7.

Clamores de la fidelidad americana contra la opresión, o fragmentos para la historia futura, p. 28.

7 José Matías Quintana editó Clamores de la fidelidad… en Yucatán y fue el padre de Andrés Quintana Roo.

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María Catarina Pérez de Larrondo

Rica vecina de Acámbaro, estaba en connivencia con los conspiradores de Querétaro. El 8 de octubre de 1810, avisó al cura Hidalgo que habían cogido prisioneros al Conde de Rul y a su teniente coronel de dragones. Con entusiasmo pronuncia estas palabras: “Quedo completamente sa-tisfecha por haber demostrado mi patriotismo.”

Mauricio Molina Cardona, Breve colección ..., p. 17.

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María Trinidad

María Trinidad se presentó ansiosa en el juzgado, con un decreto en el que se ordenaba la libertad de los prisioneros. Después de leerlo, el encargado le dijo:

“Está bien, Trinidad, pero debes hacer venir a los otros hombres que se mencionan en el papel, para que quede aclarado este asunto”.

Salió Trinidad entendida en llamarlos, pero lo que en realidad hizo fue convocar a las mujeres del pueblo, para que se reunieran en el juzgado a saber del despacho que había traído. Después de hacerlo se presentó tan violentamente en el juzgado, de tal suerte que no podía ocultar la agitación de su pecho.

“Esto que has hecho no es lo que se te encargó —le dijo a Trinidad el encargado—. Lo que tenías que hacer era presentar a los cinco indios”.

Un gran número de mujeres se habían reunido y muchas más se-guían llegando, el encargado temió que se le tumultuasen.

“Ellos no vienen porque tienen miedo de que los ponga presos tam-bién, como puso a Raymundo cuando vino a sacar a los catorce que todavía están en la cárcel”.

“Raymundo está preso por revoltoso y por ser uno de los princi-pales cabecillas en los desórdenes y en las juntas secretas que andan haciendo para engañar a la gente. Junto con su gobernador Claudio Hernández, que tampoco ha querido venir a hablar conmigo”.

Y el encargado volvió a repetir:“Lo que tienes que hacer es traerme a esos cinco indios”.Volvió a salir Trinidad, resuelta a llevar a los hombres. De los cinco

sólo ocurrieron tres y éstos llegaron acompañados de quince lo menos y con María Trinidad por detrás. Les permitieron entrar solamente a los tres, dejando a la comitiva en la puerta.

Ante el temor del inminente tumulto según los anuncios que se veían, los hombres fueron dejados en libertad, pensando el encar-gado dejar el arresto para otra oportunidad, a la que seguramen-te se presentarían dóciles, en vista de la suavidad con que se les había tratado.

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Mauricio Molina Cardona, Breve colección..., pp. 22-23. [Molina, respon-sable de la selección y las notas de este libro, afirma en nota a pie de página que está “Basado en expediente seguido a una comunidad indí-gena, AGN”].

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María del Rosario Díaz

Nació en el pueblo de Dolores por el año de 1775. Hija de humilde pero honrada cuna, se casó con Ignacio Acevedo, tejedor de rebozos, del que tuvo dos hijos, Cenobio y Lorenzo, que trabajaban con su padre en el taller, y que sólo contaban quince años uno y doce el otro, al sonar el rebato de la Independencia en aquel pueblo. En la mañana del 16 de septiembre de 1810, la familia fue despertada del sueño por el redoble de los tambores y las campanas que anunciaban la procla-mación de la causa y cuando Ignacio se enteró de lo que ocurría, par-ticipó a su mujer que iba a partir con el cura Hidalgo y que se llevaba consigo a su hijo el mayor.

Rosario, lejos de prorrumpir en quejas y lágrimas, o de oponerse a la marcha de su marido y de su hijo, no sólo aprobó que aquellos cumpliesen con su deber de ciudadanos, sino que llena de entusiasmo exclamó: “¡Ignacio, llévate también a mi hijo Lorenzo; ya está grandecito y puede defender a su patria!”.

El marido vaciló un momento, pero luego, respondió: “No; vamos a la guerra y quizá no volveremos; que se quede Lorenzo para que, si sucede, pueda atender al telar y mantenerte”.

Los dos patriotas partieron, y la mujer, satisfecha de su conducta, se puso al frente del telar reemplazando a los ausentes en el trabajo y soste-niendo la casa, durante todo el periodo de la revolución de Hidalgo.

Mauricio Molina Cardona, Breve colección..., pp. 30-31. [Molina, respon-sable de la selección y las notas de este libro, atribuye la fuente a “‘Heroínas de la Independencia’. Suplemento de Resumen, 1931”].

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Ayuno y letanías

Esa tarde en que supimos que los insurgentes seguramente pasarían por el pueblo, subí al púlpito y prediqué a mi pueblo contra la insurrección, manifestando que lo que el cura Hidalgo promovía era opuesto a la reli-gión católica, a nuestro soberano y a la patria.

Al otro día moví al pueblo para que en tan críticas necesidades hiciésemos oraciones, a cuyo fin dispuse que el sábado ayunásemos todos, se cantase misa solemne —la canté yo mismo— y salimos a las calles principales rezando devotamente el rosario de quince misterios y cantamos las letanías, todo en honra de nuestra señora de Guadalupe.

El domingo hicimos fiesta solemne al santísimo sacramento, en el que prediqué contra los odios y las rivalidades, exhortando a la caridad y unión fraternal, publicando yo mismo el edicto del Santo Tribunal en la puerta de mi parroquia. Esa tarde, después del rosario, cantamos las letanías de los santos con las preces celebrando una y otra función con asistencia y edificación de todo el vecindario.

En esos días promoví y cooperé en lo posible a que se celebraran los tres novenarios consecutivos —como se hizo— a la prodigiosa imagen de Nuestra Señora de los Milagros, habiendo ido a pie con los vecinos a conducirla desde su santuario hasta esta parroquia.

En la noche de Todosantos, luego que supe del alboroto causado por algunos díscolos en la villa, fui a sujetarlo y pasé toda la noche en las calles conteniendo a los alborotados sin perdonar incomodidades, trabajos, ni peligros manifiestos de perder la salud.

Estando próximos a entrar en la villa los insurgentes, fijé inmedia-tamente en la puerta del cementerio la proclama que en el nombre de Nuestra Señora de los Remedios se imprimió en México.

En aquel tiempo tuve alojadas en mi casa a las familias de los europeos que desamparadas y confiadas en la amistad se acogieron ahí.

Cuando el vecindario se resolvió a la defensa, lo exhorté en la plaza pública a que tomasen todas las armas, ministré todos mis caballos y un retaco, única arma que había en mi casa para la defensa de la justa causa. Ofrecí todos mis bienes sin exceptuar la ropa con que estaba

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cubierto, para que en caso de que no bastasen las armas, se impidiera la entrada de los insurgentes redimiéndolos con dinero.

El día once de ese mes, cuando conseguimos a la entrada de la villa la derrota de la partida de insurgentes, con la muerte del bandido que los comandaba, hice anunciar nuestra victoria y celebrar con repique de campanas y otras grandes demostraciones de júbilo.

Mauricio Molina Cardona, Breve colección..., pp. 49-50. [Molina, respon-sable de la selección y las notas de este libro, afirma en nota a pie de página que el texto está “Basado en expediente sobre investigación de un cura sospechoso de infidencia, AGN”].

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Doña Josefa Taboada de Abasolo

El 21 de marzo de 1811, caen prisioneros los principales caudillos insurgentes. Se les juzga y condena a muerte.

En esos momentos, surge la señora doña Josefa Taboada de Abasolo. Se arrodilla ante don Nemesio Salcedo, comandante militar de la plaza, pidiendo el indulto para los prisioneros. Llora, suplica, implora. Salcedo se conmueve y suspende por unos días la ejecución de don Mariano Abasolo. Entre tanto, solicita informes de otros jefes realistas, pues la señora Taboada exponía que su esposo había salvado la vida de muchos españoles durante la toma de la Alhóndiga de Granaditas.

Doña Josefa, en su impaciencia, no espera. Emprende un largo viaje, desde Chihuahua hasta la capital tapatía. Sufre hambre, fatiga, mil contratiempos. Pasa entre salvajes. El desierto de Mapimí no la espanta ni el peligro de ser asaltada por bandoleros. Llega a Guadala-jara. Solicita urgentemente hablar con Calleja. Es recibida. Le ruega salve la vida de su esposo como el lo había hecho con algunos realis-tas. Aunque no la desanimó por completo, las evasivas de Calleja no la dejaron satisfecha y resuelve ir a México para hablar con el virrey Venegas, quien ordenó que se conmutase la pena de muerte por la de prisión perpetua en España.

La infortunada esposa carecía de dinero para pagar los gastos de tan largo viaje. Recuerda que poseía alhajas de familia que conservaba en un pequeño cofre. Las recoge y se las lleva al capitán del barco; el marino las acepta y durante la travesía, doña Josefa pudo estar al lado de su marido. Al llegar a Cádiz, el mariscal es encerrado en el castillo de Santa Catalina. Lo separan de su esposa. Doña Josefa no desmaya. Va a implorar nuevamente. Suplica que la encierren también, en la misma fortaleza. Lo consigue.

Después de cinco años, en 1816, don Mariano Abasolo muere en los brazos de su esposa, lejos de su tierra y de los suyos.

Mauricio Molina Cardona, Breve colección..., pp. 51-52. [Molina, respon-sable de la selección y las notas de este libro, afirma que el texto está

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tomado de Mathilde Gómez, La epopeya de la Independencia Mexicana a través de sus mujeres].

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Correspondencia

A Don Juan Agustín GonzálezQue viva m.a.Muy señor mío, don Juan Agustín González, capitán general por el

nombre de mi Señora de Guadalupe, de la mexicana.Por lo que nos dice y nos ha conquistado el señor Juan Tadeo Montiel,

que estamos nosotros obedientes a cualesquiera hora que usted llegue, están ustedes recibidos. Que si a los señores de razón amparan los gachupines, nosotros no tenemos más amparo que nuestra señora de Guadalupe. Yo como gobernador, respondo por todos los pueblos que gobierno, y así como llevo dicho señor, que para el día citado que usted llegue. Le avisen dos o tres días antes al dicho señor Tadeo Montiel, para nuestro gobierno, y nomás que Dios pueda a u. m. a. su atento y S. S. que lo ama y obedece.

José Antonio Pérez.Gobernador.

Mauricio Molina Cardona, Breve colección..., p. 53. [Molina, responsable de la selección y las notas de este libro, afirma que está basado en AGN, Correspondencia capturada a un correo insurgente]

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Mujeres de Miahuatlán

El 27 de noviembre de 1811, un grupo de esforzadas mujeres, enarbo-lando la bandera de la insurgencia, entra a un cuartel de Miahuatlán, en el estado de Oaxaca. Estas mujeres desarman a los soldados, que corren en rápida desbandada, dejándolas dueñas de la situación.

Mauricio Molina Cardona, Breve colección..., p. 54. [Mauricio Molina Cardona, responsable de la selección y las notas de este libro, afirma que el testimonio está recogido en Mathilde Gómez, La epopeya de la Independencia Mexicana a través de sus mujeres].

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Manuela Herrera

Manuela Herrera, “Benemérita Ciudadana”, como la llamó el Pensador Mexicano, se mostró partidaria decidida de la independencia, desde que se inició la causa. De familia acomodada, sacrificó su bienestar por lan-zarse a la lucha, pero antes, determinó incendiar una de sus haciendas más grandes y productivas, para que el ejército realista no pudiera dis-frutar de ella.

Mauricio Molina Cardona, Breve colección..., p. 55. [Molina, responsable de la selección y las notas de este libro, afirma que el testimonio está basado en Mathilde Gómez, La epopeya de la Independencia Mexicana a través de sus mujeres].

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Pedro García: otro testigo

El acontecimiento tuvo lugar la noche del 15 de septiembre de 1810. El siguiente día Domingo, que la gente del campo tiene por costumbre llegar á la población muy á la madrugada para aprovechar la misa prima, se empesaron á formar grupos con el fin de esperarla; y como pasara un gran rato sin llamarla, empesaron muchas á notarlo, sin acertar, por entonces, con el motivo de aquella tardanza. No faltó quien empezara á informarlos, de que pudera ser no hubiera misa, porque el Sr. Hidalgo había en la noche anterior mandado aprehender á todos los gachupines y todos se hallaban en la cárcel: semejante informe fué recibido por algunos con sorpresa aunque mezcla con algo de alegria, (tal motivo daba aquella situación formada por los procedimientos despóticos y tiránicos que observaban los españoles con toda clase de mejicanos). En este estado de insertidumbre se fueron acercando al frente de la casa del Sr. Hidalgo. Aumentó el número: viendo que por momentos crecía, parecia a aquel párroco respetable, que era tiempo ya de dirigirle la palabra á aquella multitud para informarle de los motivos que habia te-nido para un movimiento tan nuevo y desconocido. Salió al Sahuán y le esplicó de la manera siguiente: “Mis amigos y compatriotas; no existe y para nostros. Ni el Rey, ni los tributos: esta gabela vergonzosa, que solo conviene á los esclavos, la hemos sobrellevado hace tres siglos como signo de la tiranía y servidumbre; terrible mancha que sabemos lavar con nuestros esfuerzos. Llegó el momento de nuestra emancipación: ha sonado la hora de nuestra libertad; y si conocéis su gran valor, me ayudareis á defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos. Pocas horas me faltan para que me véis marchar á la cabeza de los hombres que se pre-cian de ser libres. Os invito a cumplir con este deber. De suerte que sin patria, ni libertad, estaremos siempre á mucha distancia de la verdadera felicidad. Preciso ha sido dar el paso que ya sabéis; y comenzar por algo que ha sido necesario: la causa es Santa y Dios la protegerá. Los nego-cios se atropellan: y no tendré por lo mismo, la satisfacción de hablar más tiempo ante vosotros. ¡Viva, pues, la Virgen de Guadalupe! ¡Viva la América, por la cual vamos á combatir! A esto respondió la multitud en

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igual sentido y bastante animada. Se retiró el Sr. Hidalgo y comenzaron los preparativos de marcha y todos se adelantaban entre sí para acom-pañarlo; aquel espíritu de libertad se difundió en aquella reunion con la violencia del rayo: cada individuo se preparaba con un garrote, honda, lanza ó machete: así esperaban las determinaciones de su párroco.

Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, Celebración del grito de Independencia: recopilación hemerográfica 1810-1985, p. 32.

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16 de Septiembre de 1810

Veamos ahora que nos dice el Sr. Sotelo, testigo presencial y digno de todo crédito, quien nos asegura que Hidalgo trabajaba ya por su causa desde 1809; dice así Sotelo, en su relación:

“Con motivo de mis adelantos en la pintura me consideré capaz de tomar estado; lo cual puse en conocimiento del señor Cura (Hidalgo); este Sr. accedió á mi intento y se encargó de ir á pedir á mi esposa, al Sr. don Mariano Abasolo; porque como era huérfana, la tenía como hija en su casa. Resolvió que sí y se verificó mi matrimonio, cuyos gastos fueron hechos por el Sr. Cura, los cuales nunca supe que cantidad sería, porque el Sr. Cura jamás me manifestó cuenta, ni me exigió pago.

Al poco tiempo de casado, EN EL MISMO AÑO DE 1809, un día me lla-mó reservadamente el Sr. Cura; ya yo había visto que lo mismo había hecho con los demás oficiales; llamándolos aparte y hablando en voz baja y con seriedad: nosotros lo atribuímos á reprensión ó regaño; y más cuando estos señores no decían absolutamente nada de lo que les decía; Un día, como dije antes, me llamó á solas y me dijo: hombre, si yo te comunicara un negocio muy importante y al mismo tiempo de mucho secreto ¿me descubrirías? Y yo le contesté: no señor. Pues bien, dijo, guarda el secreto y oye: No conviene que siendo americanos, dueños de un país tan hermoso y rico, continuemos por más tiempo bajo el gobierno de los gachupines: éstos nos estorsionan, nos tienen bajo su yugo, que ya no es posible soportar por más tiempo, nos tratan como si fuéramos sus esclavos; no somos dueños aún de hablar con libertad, no disfrutamos de los frutos de nuestro suelo, porque ellos son los dueños de todo, pagamos tributos por vivir en lo que es de nosotros y porque ustedes los casados vivan con sus esposas; por último: estamos bajo la más tiránica opresión. ¿No te parece que esto es una injusticia? Sí, señor, le contesté: Pues bien, se trata de quitarnos este yugo hacién-donos independientes; quitamos al virrey, le negamos la obediencia al rey de España y seremos libres: pero, para esto, es necesario que nos unamos todos y nos prestemos con toda voluntad; hemos de tomar las armas para correr á los Gachupines y no consentir en nuestro suelo á

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ningún extranjero. Qué dices, ¿tomas las armas y me acompañas para verificar esta empresa? ¿Das la vida si fuere necesario por la libertad de tu patria? Tú estás joven, eres ya casado, luego tendrás hijos…… ¿Y no te parece que ellos gocen de la libertad que tú les diste, haciéndolos independientes, y que gocen con satisfacción de los frutos de la madre patria? Y yo le contesté: sí, señor, y confieso ingénuamente que al oír hablar de tal negocio al Sr. Cura, sentía en mi corazón una emoción de júbilo que me animaba y tarde se me hacía dar mi contestación al Sr. Cura. Me dijo luego: pues guarde usted el secreto y no se lo comunique á nadie, ni á sus compañeros, aunque se lo pregunten. Después de un rato de silencio me dijo: no hay remedio; es preciso resolvernos á verificar nuestra empresa: vaya usted y silencio.”

José M. de la Fuente, Hidalgo íntimo, pp. 192-193.

Nota. Fuente inserta en su narración este pasaje que atribuye a don Pedro José

Sotelo, un alfarero de Dolores, para demostrar que Hidalgo trabajaba en la

causa de la Independencia al menos desde 1809. Sotelo dictó ese diálogo a su

hijo Luis en 1874 bajo el título “Cronológica Narración”, según afirma Pedro

González en el artículo “Apuntes históricos de la ciudad de Dolores Hidalgo”

(El Universal, 16 de septiembre de 1974).

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Manifiesto insurgente anónimo publicado en San Luis Potosí

Criollos de San Luis:Conviene prender a todos los gachupines. No os opongáis al cura

de Dolores; Dios lo crió para castigo de estos tiranos. Soldados de San Luis, es preciso desterrar del reino a estos ladrones disimulados. No les toqueís a sus vidas, porque sería cubrir de oprobio a nuestra nación; pero entregadlos al cura de Dolores si quedreís ser felices.

AGN, 1810, septiembre, S.L.P., vol. vi, no.5, p.678.

Nota. El gran estallido social dirigido por Hidalgo asustó a los principales sectores

criollos más que lograr el apoyo de éstos, y por ello, aunque simpatizaran con la

Independencia, apoyaron al gobierno virreinal, atemorizados de lo que bien

pronto tomó visos de una verdadera guerra social. Aunque desde un principio

los jefes insurgentes trataron de que el ejército realista, formado en su mayoría

por criollos y mestizos, desobedeciera a los europeos, éste, sostenido por la

plutocracia española y criolla, se mantuvo leal a sus jefes y sólo una que otra

unidad, como los regimientos de Celaya y de Dragones de la Reina, se unió al

bando de Hidalgo. Los insurgentes apodaron a los realistas leales “chaquetas”,

en alusión a los faldones de sus casacas. El autor de este texto tampoco tomó

en cuenta que el comandante general de San Luis era Félix María Calleja,

quien sabía motivar a sus hombres, de ahí que el libelo no encontró eco en

esa ciudad.

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Los Guadalupes y la Independencia

El origen de Los Guadalupes

Fue a través de la junta8 como la necesidad de mantener un mayor número de conexiones con numerosos partidarios de la Independencia se impuso. La guerra insurgente requería una organización y era indis-pensable dársela.

Había dejado de ser una lucha multitudinaria para convertirse en una batalla organizada en la cual las ideas contaban tanto o más que las armas. La libertad del país estaba en juego y con ella su futura consti-tución. Resultaba necesario no sólo ganar al enemigo las batallas sino convencer a los remisos, a los apocados y también mantener bien infor-mados a todos los que luchaban por la Independencia del desarrollo de la contienda, de las ventajas de los nacionales y a éstos de las maqui-naciones de los realistas, de sus planes de ataque, de sus recursos. Un servicio de inteligencia, de enlace, se imponía para realizar esas fun-ciones, mas ese servicio por su propia naturaleza tenía que permanecer oculto, anónimo, disperso en todos los ámbitos, mas con gran cohesión, con un gran sentido organizador y actuando con sigilo, suma prudencia, cautelosa e inteligentemente.

Fue esta necesidad la que hizo surgir de entre los partidarios de la independencia, la idea de constituir una organización bien tramada, ac-tiva y secreta que sirviera de medio eficaz para unir a los simpatizantes dispersos de la insurgencia, que los conectara con los jefes y que diera a los grupos rebeldes el auxilio material y moral que requerían en una guerra que era desigual.

La formación de este grupo debió partir de la existencia de diversos núcleos comprometidos en el movimiento de 1810, los cuales trataron de apoyarlo en diversas formas, habiendo sido varios de ellos sorpren-didos y severamente castigados. La tragedia ocurrida en las Norias de

8 El autor se refiere a la Suprema Junta Nacional Americana, la cual estaba integrada por notables insurgentes, entre los que destacaba Ignacio López Rayón, al que señala como “cabeza visible de la independencia” por “largo tiempo” (Torre, 1966: xviii).

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La participación social en la Independencia

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Baján y el fusilamiento de los primeros caudillos en Chihuahua no ate-morizó a los patriotas, antes bien les sirvió de incentivo para continuar la lucha. Las conspiraciones descubiertas en México en abril de 18119 antes de la muerte de Hidalgo y la del mes de agosto del mismo año en la que estuvieron inodadas numerosas personas, aun unos religiosos agus-tinos, entre otros fray Juan Nepomuceno Castro, fray Vicente Negreiros y fray Manuel Rosendi, muestran su decisión de obtener la libertad política y con ella ventajas de orden económico-social y cultural muy aprecia-bles. Los detenidos en esas ocasiones fueron numerosos y la pena que se les dio diversa, mas ni aún así cesaron los partidarios de la indepen-dencia de mostrarse activos y de mantener bien informados de cuanto ocurría en el lado realista a los insurgentes. Que las detenciones fueron crecidas y los procesos que se formaron infinitos, nos lo comprueba un informe de Julián Roldán, receptor de la sala del crimen y auxiliar de la Junta de Seguridad y Buen Orden Público, quien también señala la eficacia de esos partidarios en transmitir cuanta información pudiera importar a los principales jefes insurgentes, amparándose bajo un siste-ma misterioso, indescifrable para las autoridades virreinales.

Roldán en su certificación señala que “el número de insurgentes que hay en esta capital” es amplio, “de lo que tengo yo, el que certifico, plena constancia así porque a la plebe la tengo conocida y manejada en la mayor parte de los barrios por razón de mi ejercicio, como porque continuamente estoy formando causas, desde el [mismo] día que se suscitó la insurrección, y son tantas que pasarán de tres mil, entran-do en ellas las conspiraciones tramadas en el mes de abril y agosto de ochocientos once; advirtiendo por esta razón que cuantas providencias y pasos se tomen por el gobierno y Junta de Seguridad, tantas han sabi-do y saben los cabecillas Hidalgo, Allende, Abasolo, Aldama, Rubalcaba, Anaya, Villagrán, García el Manco, Morelos, Correa, Matamoros, Tapia, Rayón, Montaña, el lego Herrera, el Doctor Cos y el Doctor Velasco, etc., siendo de entender que estas correspondencias se han sabido ya por

9 El autor se refiere al intento dirigido por Mariana R. de Lazarín de secuestrar al virrey Venegas y canjearlo por Hidalgo, que estaba preso. Esta trama provocó las reacciones del virrey en materia de seguridad que son mencionadas en el testimonio de José Matías Quintana con que abre este capítulo.

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los interceptados correos y ya por los reos que se han aprendido, con la diferencia que los autores de unas cartas se han sabido quiénes son, antes de que usasen de una clave con que en la presente se manejan los insurgentes de esta capital, como es la de Al Señor Don Número Uno, al Señor Don Número Dos, Tres y Cuatro y demás siguientes”.

La observación de Roldán como polizonte experimentado fue cer-tera tanto al mencionar el número de los colaboradores, como sus ac-tividades, el sistema empleado y principalmente al señalar que estaban informados de cuanta medida tomaban las autoridades para combatir la rebelión. Esta observación justísima nos hace ver que los insurgentes secretos no transmitían los simples rumores de la calle, sino las deter-minaciones más reservadas, lo que indica que su red era amplísima y que muchos de ellos debían de estar dentro de la propia administración virreinal, ocupando puestos clave.

[…]Miembros de la magistratura, de la alta burocracia virreinal, clérigos,

militares, gente del pueblo constituían este grupo cada día más sólido y numeroso de los partidarios secretos de la independencia a partir de 1811.

La denominación

Las cartas dirigidas a Rayón por los embozados insurgentes debieron ini-ciarse en el año de 1811 y aumentar su importancia cada vez más. Las que se enviaron a Morelos datan de 1812 y llegan hasta 1815. Las dirigi-das a otros jefes entran dentro de los años mencionados. La mayor parte de estas cartas se encuentran firmadas con seudónimos (…), por lo cual es imposible conocer a sus auténticos remitentes. Tal medida de precau-ción, que tendía a eludir la acción de la autoridad, la cual exageró día tras día la vigilancia, obligó a sus autores a despistar a aquélla, empleando nom-bres supuestos que fueron, como el relator Roldán10 menciona: “señor

10 Torre viene haciendo referencia a la certificación de Julián Roldán, del 17 de diciembre de 1812, recogida en La Constitución de 1812 en la Nueva España, “2v. México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1912-1913, 335-[27] p. (Publicaciones del Archivo General de la Nación 2). II-249-251.”

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La participación social en la Independencia

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don número uno, señor don número dos, tres, cuatro y demás siguientes” y posteriormente (…). los de “número 12”, “Serafina Rosier” y más ge-neralmente con el de “Los Guadalupes”. Estas denominaciones no son casuales, sino que obedecen a una idea, a una consigna, representan un distintivo nacionalista y patriótico, una clave inconfundible de su origen. Fue el signo religioso-político escogido por los mexicanos, su insignia de lucha, la que adoptaron para suscribir sus cartas. Número Doce, Los Gua-dalupes, Serafina Rosier, denominaciones simbólicas en torno de la Vir-gen de Guadalupe, de la patrona de las fuerzas insurgentes, de la madre de los mexicanos, sirvieron para caracterizar, primero a unas personas aisladas, posteriormente toda una organización que llegó a consolidarse como una sociedad, la de Los Guadalupes.

Resulta importante la confrontación de este nombre, de este signo na-cionalista, cada día más impetuoso, frente al deseo de las fuerzas realistas y sus autoridades para contrarrestarlo, oponiendo a las fuerzas insurgen-tes y a su emblema, otra advocación de la Virgen María, aportada por los conquistadores, la Virgen de los Remedios, designada patrona de la ciudad de México por su Ayuntamiento y a la cual traíase con gran pompa desde su santuario situado a la vera de San Bartolo Naucalpan, en las coli-nas de Totoltepec, en las épocas de calamidades. Esta imagen a la que los mílites realistas van a armar Mariscala y a enfrentar a la de Guadalupe, no sólo en los campos de batalla, sino desde los púlpitos de las iglesias, como se puede ver en ricas colecciones de sermones en los que es posible encontrar numerosas facetas de la evolución de nuestro nacionalismo, esta advocación, repito, querrán los españoles oponer a la de la Virgen Morena, la de Guadalupe.

Las comunicaciones

[…]Los Guadalupes empleaban para hacer llegar su correspondencia muy variados medios. Mensajeros y correos cuya lealtad era bien patente recorrían el país, disfrazados o no, libremente en ocasiones, otras ocul-tándose para evitar cayesen en manos de los enemigos las preciadas

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informaciones que llevaban. Estos mensajeros, auxiliados por una cadena de simpatizantes, tuvieron que llevar posteriormente no sólo pliegos, ocultos hasta en la suela de los zapatos, sino ejemplares de periódicos, libros, tipos de imprenta y la imprenta misma, valiéndose de todos los subterfugios posibles. Alamán narra con gracia inusitada cómo, pretex-tando un día de campo en San Agustín de las Cuevas, varias damas llevaron oculta en amplios canastos de mimbre que se suponía llenos de apetitosos bocadillos, toda una pequeña imprenta.

Los correos, como decíamos, eran muy variados. Unos estaban des-tinados particularmente a portar las comunicaciones, mas otros las llevaban y las transmitían ocasionalmente, esto es, se trataba de simpa-tizantes: comerciantes, viajeros comisionistas, empleados, que a más de dedicarse a su ocupación habitual y validos de esa misma normalidad, prestábanse a conducir información secreta.

[…]

Los Guadalupes y las imprentas insurgentes

Los Guadalupes se dedicaron a proveer a los insurgentes de imprenta y de impresores. Ya hemos mencionado la salida cautelosa de una imprenta de la ciudad de México, mas otras muchas fueron remitidas ocultamente en los arneses de los carruajes, en las cargas de carbón y provisiones de supuestos arrieros destinadas a las zonas ocupadas por los insurgentes.

[…]

Otras labores de los Guadalupes

Los Guadalupes todo lo sabían: estaban por todas partes y no podían ser identificados, escuchaban y leían las órdenes más ocultas sin ser sorprendidos; más no solo informaban de cuanto conocían, sino que tenían un poder de mando y de decisión extraordinario, actuando cerca de los jefes de armas que rodeaban la ciudad de México, de cuya acti-vidad estaban muy pendientes. Podían por otra parte recomendar a los caudillos a personas perseguidas por su actitud patriótica o a los sim-

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La participación social en la Independencia

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patizantes que deseaban pasar al campo insurgente, administrándoles salvoconductos o pasaportes.

Ernesto de la Torre Villar, Los Guadalupes y la Independencia. Con una selección de documentos inéditos, pp. xix-xxxvi.

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EL INICIO DE LA INDEPENDENCIA

EN EL ESTADO DE MÉXICO

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De San Felipe del Obraje al Monte de las Cruces

para La intendencia de México, la Guerra de Independencia empezó realmente cuando la masa humana que seguía al cura Hidalgo penetró el 27 de octubre de 1810 por San Felipe del Obraje (actualmente San Felipe del Progreso), en lo que ahora es el territorio del Estado de México. Hasta ese momento los insurgentes sólo habían encontrado resistencia seria en Guanajuato, pero la marcha de Hidalgo, aunque desordenada, era imparable y seguía sumando gente por cientos a sus filas. La campaña había sido rápida y poco sangrienta, de ahí que en las filas rebeldes se tenía como cosa fácil la caída de la capital del virreinato.

Según la nota en la que Hidalgo invitó a rendirse al malogrado in-tendente Riaño en Guanajuato (Fuente, 1980: 265), la independencia ya formaba parte de sus planes. La batalla del Monte de las Cruces, hecho capital de la primera etapa de la Revolución de Independen-cia, iba a poner fin a lo que se considera la primera muestra masiva de participación social que se conoció en este país; no obstante, puso de manifiesto la ineficacia de las grandes masas desorganizadas como elemento bélico. Al mismo tiempo, no había datos, hasta ese enfren-tamiento, para suponer la pervivencia esencial del elemento popular como base de la continuación de la contienda.

Ciertamente, el problema no era únicamente militar, pues no se tra-taba del enfrentamiento de dos ejércitos (muy dispares) como Allende creía, sino de la transformación de raíz de un sistema social, para lo cual resultaría indispensable la participación de la mayor parte de la sociedad colonial, o al menos de sus fuerzas más significativas. Era una guerra y, a la vez, una revolución. Si bien no faltaron los oportunistas y los bandidos, Hidalgo no tuvo tiempo para depurar sus filas, ya que

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Los inicios: textos y testimonios

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implicaba una tarea que le quitaría rapidez a la marcha, considerando, claro, los medios y vías de ese tiempo. Hidalgo sabía que, sin impulso, sus desordenadas huestes no tardarían en desbandarse. Todo ello hacía inútiles los esfuerzos de Allende por inculcar a ese ejército un mínimo de disciplina y fue motivo de fricciones entre los dos líderes (Sánchez, 1974: 222-223).

La elite terrateniente criolla y peninsular que dominaba el Valle de Toluca no podía más que ver con malos ojos, temer y odiar a la insur-gencia. En cambio, la gente humilde se empezó a sumar a las fuerzas de Hidalgo desde que éstas alcanzaron Ixtlahuaca, donde José Ignacio Muñiz, cura de Jocotitlán, le comunicó al líder insurgente que el arzo-bispo Lizana y Beaumont, quien había sido virrey, lo había excomulgado —Abad y Queipo lo había hecho días antes— (Castillo,1985: 237). El cura de Dolores, criollo por nacimiento y convicciones, sabía por eso mismo que no contaba con el apoyo pleno de la gente de su clase, debido a los prejuicios que ésta tenía contra la masa campesina, indígena y mestiza. Hidalgo afrontaba varios desafíos además de liderar el movi-miento, y uno muy relevante era el rechazo de los estamentos dominan-tes por haber iniciado el despertar de una incipiente conciencia social entre los más pobres y oprimidos. Además, la limitada revolución que buscaban los criollos fue superada en un lapso brevísimo —si se toman en cuenta los tres siglos de dominio español— por la rebelión popular desatada por Hidalgo. El mismo Allende, segundo al mando, estaba dis-gustado debido a lo que juzgaba el alejamiento del cura de la tesis fernandista: no atacaba Hidalgo a Fernando VII, pero en pocas semanas ya casi no lo mencionaba en sus arengas. Asimismo, la rebelión popular radicalizada cambió por completo la actitud de quienes simpatizaban previamente con las propuestas de reforma, como Abad y Queipo y Lizana, quienes se integraron a la facción reaccionaria.

Consciente de que carecía de las fuerzas para detener a la masa insurgente, el corregidor de Toluca, Nicolás Gutiérrez Caballero, reunió las pocas fuerzas realistas que guarecían la ciudad —esencialmente el escuadrón de caballería local, que hacía las veces de policía, y un regi-miento de infantería, los cuales sumaban apenas 800 hombres—, declaró a

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La participación social en la Independencia

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Toluca ciudad abierta, dejó en manos del subdelegado Agustín de Aroz-queta la difícil tarea de recibir a Hidalgo (Alanís,1994:16) y se fue a la ciudad de México, donde reiteró su lealtad al virrey Venegas. Aquellos hombres se integraron al regimiento que comandaba el coronel Torcuato Trujillo, cuyas avanzadas estudiaron los movimientos de los insurgentes desde la salida de Ixtlahuaca hasta el puente de San Bernabé, y conclu-yeron que los rebeldes eran tan numerosos que no tenía caso enfrentarlos a campo abierto. Los realistas volvieron sobre sus pasos, cruzaron Toluca sin detenerse y tomaron posiciones en Lerma, a fin de tener ventaja (Sánchez, 1974: 226-227).

Hidalgo entró en Toluca el 28 de octubre. El hecho es motivo de la placa que recuerda su estancia en la antigua casa de la familia Oláes, donde hoy está el museo José María Velasco, en la esquina de las calles de Lerdo y Bravo. No halló resistencia, pero decidió permanecer sólo algunas horas. Dividió entonces su ejército en dos columnas al man-do, respectivamente, de Allende y Aldama. La de éste penetraría por Lerma, siguiendo el que se conocía como camino de conductas, y la del primero lo haría por el camino de diligencias. Por su parte, Hidalgo marcharía en seguida hacia Tianguistenco, pero no por el puente de Lerma, donde aguardaban las avanzadas realistas, sino por el de Atenco (Sánchez, 1974: 226-227).

A partir de este momento, la información sobre el combate de las Cruces que tuvo lugar el día 30 es bastante confusa, pues las fuentes insurgentes y realistas no sólo no coinciden, sino que las afines o surgidas de cada bando también son diferentes. Los insurgentes ven-cieron, a costa de grandes pérdidas; es lo único sobre lo que hay plena certeza. Las fuerzas realistas reunían poco más de dos mil hombres y dos cañones. Los insurgentes eran más de 80 mil. Con todo, la posición ventajosa la tenía la minoría, cuyos contrincantes eran casi todos campesinos mal armados y sin idea alguna de estrategia militar, aunque, eso sí, impulsados quién sabe en qué medida por su pobreza y su fe guadalupana (Camacho, 1953: 45-46). Lorenzo de Zavala (1985) recogió las versiones de que los indígenas trataban de cubrir con sus sombreros de palma la boca de las baterías realistas lanzándose hacia

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éstas de manera suicida, mientras que la mosquetería enemiga causaba entre ellos grandes estragos.

Allende dirigió la batalla por el bando insurgente. Es muy probable que no haya querido arriesgar las únicas fuerzas profesionales de que disponía, los regimientos de Celaya y de Dragones de la Reina, y que por ello enviara por delante a las masas indígenas. Los realistas se retiraron finalmente a la capital ante el peligro de quedar rodeados. Los insurgentes se quedaron dueños del terreno y de los dos cañones que tanto daño le habían causado a sus fuerzas. La retirada realista fue ordenada y sin perder la capacidad de réplica en caso de una persecución del enemigo. Según distintas fuentes, Trujillo perdió entre 500 y 800 hombres. La cifra de bajas de los insurgentes nunca ha quedado clara, pero se cree que superaron los cinco mil hombres, sin contar los heridos, muchos de los cuales murieron por la precariedad de los recursos para atenderlos (Camacho, 1953: 45-46).

Debido al papel que jugaría en la consumación de la Independencia once años después, vale la pena recordar que Agustín de Iturbide destacó en el combate, por parte de las fuerzas realistas, desde luego. Era pariente lejano de Hidalgo y éste, necesitado de oficiales profesionales, le escribió desde San Felipe del Obraje ofreciéndole el grado de teniente general si se unía a los insurgentes, pero el futuro y efímero emperador rechazó la oferta (Castillo, 1985: 235). Su criollismo lo hacía simpati-zante de una independencia que no supusiera los cambios sociales que proponía el cura de Dolores. Las ideas de Iturbide se acercaban más a las de Allende, quien también quería una revolución limitada, pero fue rebasado por los acontecimientos.

El alto costo de la batalla del Monte de las Cruces pesó en el ánimo de Hidalgo, quien era más un humanista que un soldado. Sus avanzadas llegaron a Cuajimalpa, en donde ya no siguió. Aunque este hecho ha sido discutido de manera abrumadora, persiste la pregunta: ¿por qué no siguió? Se ha dicho que creía imposible evitar el saqueo de la capital por parte de sus desordenados seguidores, a los que se unirían seguramente los pobres de la capital misma. Además, de haber sido ese su razonamiento, una tarea sería tomar la Ciudad de México y otra muy distinta conservarla,

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La participación social en la Independencia

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ya que el ejército de Calleja avanzaba desde el Bajío y el del conde de la Cadena, Manuel Flon, lo hacía desde Puebla. El día 31, Hidalgo en-vió una intimación a rendirse al virrey Venegas, quien ni siquiera se dignó abrir el pliego y menos recibir a los emisarios del cura (Fuente, 1980: 284-285).

Misterio de la historia: Hidalgo decidió no tomar la capital de la Nueva España, en contra de la opinión de Allende y sus demás oficiales. Este nuevo disgusto entre ambos ahondó sus diferencias y, a la larga, resultó fatal para ambos, pues se dio cuando más necesaria era la unión de los insurgentes. Ésta parece la explicación más plausible, junto con otras causas, de su derrota y muerte, así como de que la lucha se prolongara durante muchos años con costos altísimos para la nación que empezaba a nacer.

Tampoco a partir de este punto coinciden las fuentes sobre la ruta de retirada del ejército insurgente. Algunos autores afirman que volvió a Toluca, siguió por Ixtlahuaca y que por mera casualidad se encontró con Calleja en San Jerónimo Aculco. Otras versiones apuntan a que escapó del general español con el grueso de sus fuerzas por Villa del Carbón, mientras que el contingente rebelde derrotado en Aculco el 7 de noviembre por el realista era sólo una corta vanguardia.

Calleja se vanaglorió más tarde ante el virrey de haber causado a los rebeldes “más de 10.000 bajas”, pero según José María de la Fuente (1980: 289) en el combate de Aculco murieron apenas unos 85 insurgen-tes y menos de 20 realistas. Como haya sido, y aun si esa derrota fue poco costosa en cuanto a vidas y todavía más si la victoria de las Cruces resultó pírrica —además de que los insurgentes no tomaron la capital por la ya mencionada posibilidad de que se produjera un saqueo incontro-lable—, esa cadena de hechos desanimó de tal modo a la primera oleada insurgente que, para cuando Hidalgo llegó a Guadalajara y Allende a Guanajuato, sus fuerzas se habían reducido a la mitad. Lo que se puede decir con certeza es que Hidalgo tuvo el mayor de sus éxitos militares y el peor de sus fracasos en los pocos días que estuvo en el territorio del actual Estado de México.

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De la batalla del Calvario a la Plaza de los Mártires

No obstante lo breve de su estancia Hidalgo dejó huella, pues casi desde el momento en que el cura rebelde se retiró comenzaron a organizarse guerrillas en los alrededores de Toluca, en la que no tardó en restable-cerse la administración virreinal luego del pequeño lapso de ocupación insurgente. Las circunstancias convencieron a los nuevos rebeldes de que la improvisación era el camino más lógico para que la lucha po-pular perdurase, pues ni militar ni económicamente podía permitirse por mucho más tiempo la existencia de ejércitos grandes, desorganizados y mal armados. Al estallido inicial le empezó a dar forma organizada la participación social.

La respuesta virreinal fue, en un principio, armar una especie de contraguerrilla conocida como “volantes”, pero se cometieron tantas tropelías entre diciembre de 1810 y abril de 1811—hubo saqueos de Cacalomacán, Tianguistenco y San Antonio Buenavista, y se arrasó Jocotitlán, lo que avivó el movimiento libertario en vez de sofocarlo— que el virrey Venegas terminó por disolver esos grupos e integrarlos a las fuerzas realistas regulares que, bajo el mando de Juan Bautista de la Torre, prosiguieron la tarea represiva. Este personaje, famoso por su crueldad, fue apresado y linchado en Tlalpujahua (Sánchez, 1974: 229-230).

Mientras el Valle no estuvo pacificado, Toluca permaneció bajo la ley marcial. José María Oviedo, primera figura destacada que dio la insur-gencia en lo que ahora es el Estado de México (entonces Intendencia de México) y vencedor del mencionado De la Torre, se unió en Zitácuaro al núcleo insurgente dirigido por Ignacio López Rayón (Sánchez, 1974: 229-230), cuando Hidalgo y los restantes jefes insurgentes ya habían sido capturados en las Norias de Baján y esperaban su ejecución en Chihuahua (después de marzo de 1811).

La primera etapa de la lucha en el Valle de Toluca concluyó realmen-te con la que se conoce como la batalla del Calvario, librada entre el 19 y el 25 de octubre de 1811. El coronel Rosendo Porlier debía rechazar a las gavillas insurgentes que merodeaban por Tenango y Tenancingo, a las

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La participación social en la Independencia

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que Rayón ordenó volver a tomar la ciudad de Toluca. Los insurgentes, tras burlar al realista, se reforzaron con nuevos contingentes procedentes de Tierra Caliente hasta alcanzar casi 10 mil hombres —otra de las pocas veces que la insurgencia pudo reunir a contingentes numerosos—, que bajo el mando de Oviedo cayeron sobre Toluca. Porlier, amenazado, regresó a marchas forzadas a la ciudad para contener la ofensiva insur-gente con apenas mil 500 hombres. Hubiese sido derrotado de no haber tenido el refuerzo de los 500 hombres del capitán de marina español Joaquín de la Cueva. Así fue como los realistas lograron desalojar a los rebeldes de la estratégica posición que tenían en el Cerro del Calvario y Oviedo tuvo que ordenar la retirada; había perdido demasiada gente y ya casi no tenía víveres ni municiones (Sánchez, 1974: 229-230). Es famoso el parte de Porlier al virrey en el que se vanagloriaba de haber “derrotado a los rebeldes en menos de tres minutos” en el combate del Calvario, pero en rigor la victoria fue mérito de De la Cueva, y Venegas no dejó de reconocerlo.

De acuerdo con esta versión, Porlier, despechado, se desahogó con un acto de crueldad que la historia aún le reprocha: el fusilamiento en la hoy llamada Plaza de los Mártires, antes Jardín y actual plaza cívica de Toluca, sin formación de causa, de los insurgentes que tomó prisioneros (Sánchez, 1974: 229-230). Se dice que dejó vivo sólo uno “para que fuera a contar a los otros rebeldes lo que había visto”.

Sin embargo, la primera investigación acuciosa del supuesto aconte-cimiento lo confirmó, pero con datos mucho más precisos que corrigen errores. Se trata de dos hallazgos de los historiadores María del Pilar Iracheta Cenecorta y Raymundo César Martínez García (2002: 68-87 y Gaceta de Ciencias y Humanidades de El Colegio Mexiquense, A. C., 2004, 27: 1-3). En el primer caso, el texto “De las ocurrencias memorables de Guerra que desde el Grito memorable de Dolores han sucedido en estas poblaciones que ha pedido y remitido al Gobier-no”, escrito en 1840 por una comisión nombrada por el ayuntamien-to y formada por el síndico Miguel Rayón, el licenciado Juan Antonio Yzarbe y los señores Rafael de Monroy y José Manuel González, y en el cual se detallan “las batallas y escaramuzas llevadas a cabo en

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Los inicios: textos y testimonios

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el Valle de Toluca y varios lugares circundantes, durante el periodo 1810-1821” (Iracheta y Martínez, 2002: 69). Ese documento, escrito menos de dos décadas después de la consumación de la Independen-cia es, con todo, mucho más fresco que las versiones que se dieron a lo largo del siglo pasado de aquel cruento acontecimiento, con el cual quedó demostrada la amplia e intensa participación social en el movimiento insurgente.

En apoyo al documento11 los mismos investigadores lograron hallar en la iglesia de El Sagrario el acta de defunción de aquellos mártires, con la cual se pone fin a las versiones acerca de su número, lugar de fusilamien-to y de enterramiento, así como la fecha de ambos acontecimientos.

En diez y nueve de octubre de mil ochocientos y once años, se les dio

sepultura eclesiástica en el campo como a sesenta y tres arcabuceados y

a doscientos ochenta y dos que murieron en el ataque del Calvario sin ha-

berse sabido su estado ni sus nombres y origen y lo firmé.

Fr. Francisco Gómes

Cura [rúbrica]12

Sí, esa batalla la ganó Porlier, cuyas “guerrillas”, luego de triunfar

[…] de una y otra clase hicieron salir de sus casas más de doscientos hom-

bres inocentes que metieron en triunfo a la ciudad con nombre de prisioneros

de guerra, de los cuales la furia de Porlier hizo que fusilasen en la tarde

sesenta y siete [en realidad 63, como se señala en el acta de fray Francisco

Gómes], dejándolos como a Adán, y por una casualidad se escapó el resto

que a otro día salieron libres ¡terribles aflicciones tanto en los días del sitio

como en sus consecuencias!” (Iracheta y Martínez, 2002: 79)13

11 Se encuentra en el Archivo Histórico Municipal de Toluca/Sección Especial/Caja 6/Exp. 396/1840. “El documento inicia en la foja 17…” (Iracheta y Martínez, 2002: 72, n. 8)

12 El documento está en el Archivo Parroquial de El Sagrario, Toluca, Entierros de indios mexicanos, Libro 7, 1809-1813, en Caja 5/Defunciones/1805-1815/4 vol./Caja 77 (Iracheta y Martínez, 2002: 70, n. 6). La crónica del hallazgo puede leerse en Gaceta de Ciencias y Humanidades de El Colegio Mexiquense, A. C., 2004, 27: 1-3.

13 Se trata de un fragmento del Fo. 20 del documento mencionado.

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La participación social en la Independencia

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Por el resto de la guerra, la insurgencia no intentó nuevas acometidas con-tra el casco urbano de Toluca, si bien Morelos desde el sur y Rayón por el este mantuvieron al valle en jaque con sus constantes incursiones.

Después de aquella atrocidad, en cuya conmemoración la plaza cívica de Toluca sigue siendo conocida con el nombre de Plaza de los Mártires, el año 1811 concluyó gratamente para la insurgencia con la derrota que Morelos infligió a Porlier en Tenancingo, el 29 de diciembre, aunque hay que decir que unos días antes el realista había vencido y matado en combate a Oviedo (su enemigo en Toluca) en Tecualoya (hoy Villa Guerrero) (Sánchez, 1974: 239-241). El triunfo de Morelos, que se festeja año con año en Tenancingo, inició una nueva etapa de la lucha independentista.

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CRONOLOGÍA

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Sublevación de Madrid contra la invasión napoleónica. Comienza la Guerra de Independencia española.

Comisionados criollos del ayuntamiento de la Ciudad de México proponen al virrey José de Iturrigaray la creación de una junta de gobierno provisional que gobierne la Nueva España mientras dure la guerra en la península Ibérica. Por primera vez se habla de soberanía del pueblo y de congresos.

Proclama de Iturrigaray a la Nueva España jurando a Fernando vii como rey.

Golpe de Estado de Gabriel de Yermo contra el virrey Iturrigaray, que es destituido por los peninsulares y remitido a España. Arresto de los regidores Talamantes, Azcárate y Primo Verdad, principales propugnadores del plan de una junta soberana. Pedro Garibay, anciano militar de 79 años, nuevo virrey interino.

Primo Verdad aparece muerto en la cárcel del arzobispado.

18082 de mayo

Julio-agosto

13 de agosto

15 de septiembre

4 de octubre

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Los inicios: textos y testimonios

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Talamantes muere preso en San Juan de Ulúa, al parecer de malaria.

Renuncia el virrey Garibay. Francisco Javier de Lizana y Beaumont, arzobispo de México, nuevo virrey interino.

Conjura de Michelena en Valladolid (hoy Morelia) que persigue fines independentistas.

Abortamiento de la conspiración de Valladolid.

Para disgusto de los peninsulares, que exigían mano dura contra todos los conspiradores, el arzobispo-virrey otorga el perdón a los conspiradores de Valladolid.

Lizana publica el bando de la Junta Central española para que virreinatos y capitanías generales envíen diputados a las cortes extraordinarias reunidas en la isla de León (Cádiz).

Renuncia el virrey Lizana. La Audiencia asume el poder provisional.

Conspiración de Querétaro en la que descuellan los capitanes Ignacio Allende y Juan Aldama, la esposa del corregidor local, Josefa Ortiz de Domínguez, y el cura de Dolores, Miguel Hidalgo, al parecer el último en sumarse.

1809Abril

19 de julio

Septiembre

21 de diciembre

1810Enero

7 de mayo

8 de mayo

Julio–agosto

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La participación social en la Independencia

155

Llegada a Veracruz del nuevo virrey, Francisco Javier Venegas. Entra en la capital el 13 de septiembre, sólo tres días antes del estallido de la rebelión de Dolores.

Es delatada la conspiración de Querétaro.

Hidalgo libera a los presos de la cárcel de Dolores y arresta a los españoles residentes.

Grito de Dolores. Comienza la Guerra de Independencia mexicana.

Hidalgo toma en Atotonilco una imagen de la Virgen de Guadalupe como bandera de la rebelión.

Los insurgentes entran en San Miguel el Grande (hoy de Allende). Allí se les suma el Regimiento de Dragones de la Reina, al que Allende y Aldama pertenecen.

Los insurgentes entran en Celaya y se les une el regimiento local.

Los insurgentes aclaman a Hidalgo capitán general y Allende es designado teniente general. Suman a estas alturas ya unos veinte mil hombres. Manuel Abad y Queipo, obispo de Michoacán, excomulga a Hidalgo y sus seguidores.

En San Luis Potosí, el comandante local, brigadier Félix María Calleja, moviliza sus tropas para combatir la creciente rebelión.

25 de agosto

14 de septiembre

15 de septiembre

16 de septiembre

17 de septiembre

18 de septiembre

20 de septiembre

24 de septiembre

25 de septiembre

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Los inicios: textos y testimonios

156

26 de septiembre

28 de septiembre

1 de octubre

7 de octubre

10 de octubre

14 de octubre

17 de octubre

19 de octubre

27 de octubre

Manuel Flon, conde de la Cadena e intendente de Puebla, moviliza tropas para combatir la insurgencia.

Los insurgentes toman Guanajuato. Matanza de la Alhóndiga de Granaditas. Se une al movimiento Mariano Jiménez.

Se une al movimiento Ignacio López Rayón. Hidalgo lo nombra su secretario.

Camino a Valladolid, partidarios de la insurgencia apresan al intendente Merino y al Conde de Rul.

En Indaparapeo, primera (y única) entrevista entre Hidalgo y Morelos, quien seguía la caravana insurgente desde Charo. El caudillo insurgente lo nombra su lugarteniente y lo comisiona para que extienda la revuelta a las provincias del sur.

Abad y Queipo huye de Valladolid.

Los insurgentes entran en Valladolid. Hidalgo es nombrado generalísimo y Allende capitán general.

Decreto de José María Ansorena en que, cumpliendo las órdenes de Hidalgo, declara la abolición de la esclavitud.

Los insurgentes entran al actual Estado de México por San Felipe del Obraje (hoy del Progreso). Su número ya rebasa los ochenta mil. Hidalgo ofrece el cargo de teniente general a Agustín de Iturbide,

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La participación social en la Independencia

157

sobrino lejano suyo, quien lo rechaza y toma el partido realista.

Los insurgentes entran en Toluca. Calleja recupera Dolores y deja a sus soldados saquear la casa de Hidalgo. Nicolás Gutiérrez Caballero, corregidor de Toluca, pone al batallón de esta ciudad a las órdenes del virrey tras evacuarla el día anterior por la proximidad de los insurgentes.

Batalla del Monte de las Cruces entre la división realista del español Torcuato Trujillo y los insurgentes mandados por Allende. Vencen los rebeldes, pero a costa de grandes pérdidas. Destaca Iturbide en el bando realista.

Hidalgo envía a Jiménez a México con un pliego para el virrey Venegas en el que lo intima a rendirse, pero éste desaira al mensajero y devuelve el pliego sin abrirlo. Hidalgo ordena la retirada desmoralizando a sus seguidores.

Victoria realista en Aculco.

El alzamiento insurgente domina San Luis Potosí.

El alzamiento insurgente domina Guadalajara.

Matanza de españoles en Bateas (Valladolid) autorizada por Hidalgo. La rebelión insurgente entra en una fase terriblemente violenta y no tardará en radicalizarse, exigiendo muchos de los sectores sublevados una verdadera guerra de

28 de octubre

30 de octubre

31 de octubre

7 de noviembre

10 de noviembre

11 de noviembre

13 a 17 de noviembre

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Los inicios: textos y testimonios

158

castas contra todos los blancos, sean españoles o criollos.

Primera victoria de Morelos sobre los realistas en El Veladero, cerca de Acapulco.

El alzamiento insurgente domina Tepic.

Calleja derrota a Allende y recupera Guanajuato. Ordena una brutal represión a la que la intercesión del cura Belaunzarán pone fin.

Hidalgo entra en Guadalajara y establece un esbozo de gobierno. Firma sus cartas como generalísimo y Alteza Serenísima. El alzamiento insurgente domina San Blas.

De manera directa (a diferencia del 19 de octubre), Hidalgo ordena abolir la esclavitud. Autoriza además el goce de tierras de las comunidades indígenas y la abolición de gabelas y estancos. Se unen a Morelos los hermanos Galeana.

Allende llega a Guadalajara y ve con disgusto que Hidalgo se desliga de la figura de Fernando vii. Fricciones entre ambos caudillos.

Hidalgo nombra a José María Letona embajador ante Estados Unidos. Jamás llegó a su destino pues fue capturado por los realistas y se suicidó.

13 de noviembre

23 de noviembre

25 de noviembre

26 de noviembre

6 de diciembre

12 de diciembre

13 de diciembre

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La participación social en la Independencia

159

Alzamientos insurgentes controlan Rosario y Mazatlán.

Sale el primer número de El Despertador Americano, primer periódico insurgente.

Morelos derrota a los realistas en Tres Palos.

Jiménez derrota a los realistas en Agua Nueva y entra en Zacatecas.

Calleja derrota a Hidalgo y Allende en Puente de Calderón. El intendente Flon muere en el combate.

Jiménez derrota a los realistas en Puerto Carnero y toma Saltillo.

Calleja recupera Guadalajara.

El insurgente Juan Bautista Casas extiende la rebelión hasta Texas.

Los realistas recuperan San Blas.

En la hacienda de Pabellón (Zacatecas), Allende y otros militares insurgentes destituyen a Hidalgo como generalísimo, asumiendo aquél el cargo pero conservando al cura por su ascendiente entre la tropa. Se buscaba dar así una verdadera organización militar al movimiento ante las varias derrotas sufridas.

17 de diciembre

20 de diciembre

18114 de enero

7 de enero

17 de enero

20 de enero

21 de enero

22 de enero

31 de enero

Febrero

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Los inicios: textos y testimonios

160

Los realistas triunfan en Piaxtla y recuperan Mazatlán.

Los realistas recuperan Tepic.

Hidalgo y Allende rechazan la oferta de indulto que les hace llegar el virrey a Saltillo, donde Allende ha situado su cuartel provisional.

Allende se entrevista con Ignacio Elizondo, quien solicita su ascenso a general insurgente. Allende le niega el ascenso.

Calleja recupera San Luis Potosí.

Allende resuelve pasar a Estados Unidos para comprar armas y pertrechos. Encomienda a Bernardo Gutiérrez una misión diplomática, y a López Rayón y José María Liceaga que sostengan la rebelión en su ausencia.

Traicionados por Elizondo, Allende, Aldama, Jiménez e Hidalgo son apresados en las Norias de Baján (Coahuila). En la emboscada muere Indalecio, hijo de Allende. El jefe de la escolta, Rafael Iriarte, se da a la fuga.

López Rayón manda fusilar a Iriarte por no haber evitado la captura de los principales jefes insurgentes a pesar de contar con fuerzas superiores a las de Elizondo. Morelos toma Tixtla, uniéndosele allí Vicente Guerrero, al que nombra capitán y pone a las órdenes de Hermenegildo Galeana.

8 de febrero

9 de febrero

1 de marzo

4 de marzo

5 de marzo

16 de marzo

21 de marzo

26 de marzo

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La participación social en la Independencia

161

Rayón derrota a los realistas en Piñones.

Rayón derrota a los realistas en Cerro del Grillo.

Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez quedan presos en Chihuahua. Se les abre juicio sumario por infidencia (traición al rey).

El realista Amparán derrota a Rayón en El Maguey.

Victoria de Rayón en La Tinaja. Morelos toma Chilpancingo donde se le unen los hermanos Bravo.

Derrota realista en El Zapote.

Derrota del insurgente Amo Torres en Valladolid.

Ignacio Aldama, hermano de Juan, es ejecutado en Monclova.

El insurgente Amo Torres ataca Valladolid y es rechazado por segunda vez.

Rayón toma Zitácuaro, donde establecerá la Suprema Junta Nacional Americana. Primeros contactos entre éste y Morelos.

Allende, Aldama y Jiménez son ejecutados en Chihuahua.

Juicio eclesiástico y degradación de Hidalgo.

1 de abril

14 de abril

23 de abril

3 de mayo

24 de mayo

27 de mayo

30 de mayo

20 de junio

21 de junio

22 de junio

26 de junio

29 de julio

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Los inicios: textos y testimonios

162

Hidalgo es ejecutado en Chihuahua.

Morelos derrota al realista Torres en Tixtla.

Morelos manda fusilar a los “insurgentes” Faro, Mayo y Tabares, quienes quieren una guerra de castas indiscriminada.

El realista Porlier entra en Tenango.

Porlier entra en Tenancingo.

Las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez son colgadas en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas dentro de jaulas de hierro. Allí permanecerán hasta 1821.

El insurgente Oviedo trata de tomar Toluca pero es rechazado por Porlier y De la Cueva en el Cerro del Calvario. Esta batalla involucrará a más de diez mil combatientes. El jefe realista ordena fusilar por la tarde del día 19 a sesenta y tres insurgentes y gente del pueblo.

Morelos toma Tlapa.

Morelos toma Chiautla. Captura y fusila al jefe realista Manuel Musitu.

El cura Matamoros se une a Morelos; éste lo nombra lugarteniente.

Victoria de Morelos en Izúcar.

30 de julio

15 de agosto

Agosto

22 de septiembre

23 de septiembre

14 de octubre

19 a 24 de octubre

2 de diciembre

8 de diciembre

10 de diciembre

17 de diciembre

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La participación social en la Independencia

163

Hermenegildo Galeana toma Taxco. Morelos derrota a Porlier en Tenancingo.

29 de diciembre

Fuentes: AGN (1985), Herrejón (1987) y Riva Palacio (1973).

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FUENTESCONSULTADAS

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ARCHIVOS Y FONDOS

Archivo General de la Nación

Archivo Histórico del Estado de México

Archivo Histórico Municipal de Toluca

Fondo Reservado de la Hemeroteca Nacional

Hemeroteca Nacional de la Universidad Nacional Autónoma de México

Biblioteca Central Universitaria de la Universidad Autónoma del Estado de México

Biblioteca de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado

de México

FUENTES ELECTRÓNICAS

Iracheta Cenecorta, María del Pilar y Raymundo César Martínez García (2002), “Una

crónica de la Guerra de Independencia en el Valle de Toluca”, Contribuciones

desde Coatepec, Toluca, Facultad de Humanidades de la UAEM, Nueva Época, Año

ii, no. 3, julio-diciembre, pp. 68-87 en [www.redalyc.com] consultado el 25 de

noviembre de 2008.

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ÍNDICE

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173

P R E S E N TA C I Ó N 9

P R E F A C I O 11

P R Ó L O G O 13

S I G L A S 19

I N T R O D U C C I Ó N 21

ANTECEDENTES DE LA INDEPENDENCIA 31

Las reformas borbónicas 33

La expulsión de los jesuitas 34

Las rebeliones indígenas 35

Polvorín social y racial 38

Personalidades de los primeros caudillos 40

DECRETOS Y PROCLAMAS 45

Fe de bautismo del Sr. Cura

don Miguel Hidalgo y Costilla 49

La Gratitud Nacional 50

Edicto del obispo electo de Michoacán

D. Manuel Abad y Queipo excomulgando

al cura Hidalgo y sus seguidores 51

Proclama de Hidalgo a la Nación Americana 56

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174

Decreto emitido por José María Ansorena

en Guadalajara el 19 de octubre de 1810 60

Fragmento de una carta de Hidalgo sobre

las batallas de las Cruces y Aculco 62

Decreto avoliendo la exclavitud 64

Decreto de Hidalgo en contra de la esclavitud,

las gabelas y el uso de papel sellado 67

Decreto de Hidalgo por el que ordena

la devolución de las tierras a los pueblos indígenas 69

Bando de la abolición de la esclavitud

y de las castas emitido por José María Morelos

a nombre del cura Hidalgo 70

Respuesta de Hidalgo y Allende a la oferta

de indulto del virrey 72

Fe de la ejecución de la sentencia de degradación

sacerdotal de Miguel Hidalgo y Costilla el 29 de julio

de 1811 así como de su condena a muerte

y confiscación de bienes 74

Certificado de la ejecución de Miguel Hidalgo

y Costilla el 30 de julio de 1811 76

Proclama de Félix María Calleja el 14 de octubre

de 1811 al ser colgadas las cabezas de los caudillos

insurgentes en la Alhóndiga de Granaditas,

según la inscripción puesta en la puerta principal

del edificio [fragmento] 77

COMPOSICIONES 79

Fernando vii a España ya no vuelve 83

Oración de Guanajuato 84

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175

Del romancero popular sobre la entrada del cura a Valladolid 85

Contra la Inquisición 87

Contra Venegas 88

Respuesta del Virrey al libelo anterior 89

Amenazas 90

La Castellana arrogancia 91

Boleros alusivos a las batallas del

Monte de las Cruces y Aculco 93

Anónimo contra el virrey Venegas cuando nombró

Generala del ejército realista a la Virgen de los Remedios

tras la derrota de las Cruces 95

Versos sediciosos 96

La guillotina 97

Algeciras 98

A la muerte del ilustre don Manuel Flon, Conde de la

Cadena, en la batalla del Puente de Calderón 99

Décimas de Hidalgo en la cárcel 100

A Allende 102

Oda al suplicio de los héroes Hidalgo y Allende,

víctimas de la libertad mexicana 103

En los días del General D. Ignacio Allende 108

TESTIMONIOS 111

Anécdota 115

María Catarina Pérez de Larrondo 116

María Trinidad 117

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176

María del Rosario Díaz 119

Ayuno y letanías 120

Doña Josefa Taboada de Abasolo 122

Correspondencia 124

Mujeres de Miahuatlán 125

Manuela Herrera 126

Pedro García: otro testigo 127

16 de Septiembre de 1810 129

Manifiesto insurgente anónimo publicado

en San Luis Potosí 131

Los Guadalupes y la Independencia 132

El origen de Los Guadalupes 132

La denominación 134

Las comunicaciones 135

Los Guadalupes y las imprentas insurgentes 136

Otras labores de los Guadalupes 136

EL INICIO DE LA INDEPENDENCIA

EN EL ESTADO DE MÉXICO 139

De San Felipe del Obraje al Monte de las Cruces 141

De la batalla del Calvario a la Plaza de los Mártires 146

CRONOLOGÍA 151

FUENTES CONSULTADAS 165

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de Gerardo Gil Abarca (coordinador), Margarito

Galicia Linares y Rocío Alcántara Enríquez

(compiladores) y José Luis Cardona Estrada

(coordinador de proyecto) se terminó de imprimir

en xxxxxxxxxxxxxxxx de 2009, en los talleres de

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx. La edición consta

de 3 000 ejemplares y estuvo al cuidado del Consejo

Editorial de la Administración Pública Estatal.

Redacción y corrección de estilo: Patricia

Ramírez y Blanca Leonor Ocampo. Concepto

editorial y diagramático: Lucero Estrada

y Hugo Ortiz. Supervisión en imprenta:

Pedro Ortega. En la formación se

utilizó la tipografía ITC Caslon 224,

diseñada por Edward Benguiat

para la International Typeface

Corporation.

La participación social en la

IndependenciaLos inicios: textos y testimonios

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