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textos Certamen Literario

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ESCALA DE GRISES

I.E.S. ZIZUR B.H.I.

CERTAMEN LITERARIO.

Cuntanos tu historia

Textos Premiados

TERCERA CATEGORA

Primer Premio: Edurne Ipia Martnez (1 Bachiller)

Segundo Premio: Bidatz Villanueva Etxage (1 Bachiller)

Tercer Premio: Amaia riz Huarte (2 Bachiller)

ESCALA DE GRISES

"Dnde est el nio que yo fui,

sigue adentro de m o se fue?

Por qu anduvimos tanto tiempo

creciendo para separarnos? "

Pablo Neruda

(Libro de las preguntas)

A veces tengo la sensacin de que los recuerdos de la infancia se quedan marcados como las huellas de la historia en las paredes de piedra. Cada paso, cada olor, cada sonido trae sensaciones que se agolpan alocadamente, intentando aflorar en cada uno de mis sentidos y mi piel las percibe suavemente, como una caricia.

Los recuerdos retornan a mi mente teidos de gris.

Camino entre la niebla, siempre la misma niebla perpetua en esta pequea ciudad de tonos grises llena de personajes en blanco y negro, como lo hemos hecho siempre, como lo seguirn haciendo cuando de los que ahora estamos ya no quede nada y los recuerdos de los que aun no estn, regresen como los mos regresan ahora.

Suenan las campanas de la iglesia llamando a misa de nueve, amordazadas por esa bruma que viste el cielo con el color del humo. Cmo explicar que mi vida est presente en cada rincn de esta ciudad, en el aire mismo que respiro en este instante, en cada gota de roco que resbala sobre mi gabardina, teida del mismo color de la calle por la que ando y por la que siempre anduve.

Cmo no recordarme, hace ya muchos aos, de la mano de m padre, por esta misma avenida cada domingo de invierno. l, vestido con el mismo traje color marengo, con el que se arreglaba cada da de fiesta, y yo, saltando a su alrededor, ataviado con mis pantalones cortos y mi abrigo color ceniza, ascendiendo por la acera plateada franqueada de rboles desnudos, escuchando de nuevo sus historias, reviviendo su infancia en un lugar que envolva todo de un pesado color plomizo. Todo en mi padre era monocromo, la ropa, los zapatos, su tono de voz y esa mirada triste que desprendan sus ojos. Hasta sus recuerdos eran grises, como las fotos de ese viejo lbum en el que almacenaba las instantneas de toda una vida. Grises como las noticias del NO-DO que veamos antes de la pelcula en la sesin matinal del lnguido cine de barrio, en un vano empeo de teirlo todo de color esperanza. Todo en su vida era as, gris como consecuencia del paso del tiempo, que haba suavizado el negro que manch todo despus de la maldita guerra.

Domingo tras domingo, subamos la calle hasta alcanzar los soportales de la Plaza Mayor. All, detrs de una pequea mesa, la encontrbamos siempre. Una mujer con la cara surcada por arrugas y su pelo encanecido recogido en un gran moo. Siempre enlutada, aguantando el reproche de la fra piedra del banco en sus muslos y contando, con su voz ronca, a quien quisiera or, que fue la ms hermosa y que tuvo un elegante caf donde no entraba cualquiera, pero que, al terminar la contienda, perdi bienes y favores por servir al bando equivocado.

- Buenos das, nos pone una docena de churros y cuatro porras? Por favor.

Sus manos huesudas se movan torpemente sobre la mesa e iba introduciendo en un cucurucho de papel gris el pedido, mientras volva a lamentarse de su mala fortuna con los ojos nublados por las mismas lgrimas que desde hace aos luchaban por escapar de su turbia prisin y deslizarse por sus mejillas.

Mi padre dejaba unas monedas sobre la mesa y recoga el envoltorio, sin prisas, lentamente, como si no quisiera acabar con la tristeza de este momento, como si quisiera gritar, de una vez por todas, que l tambin formaba parte de los nacidos para perder, de los que vestan un traje gris que ocultaba un corazn enlutado; que l tambin luchaba por no llorar, y que cuando lo haca, lo haca con lgrimas oscuras, casi negras.

Despus tocaba deshacer el camino, recorriendo la misma calle, la misma acera, los mismos rboles, los mismos escaparates, los mismos edificios grises recortados sobre un fondo del mismo color.

De nuevo, como cada domingo, la misma sentencia en la boca de mi padre, agria, montona como una letana, pero que era el resumen de su vida, una vida sin color en una ciudad de ceniza.

- Mira a tu alrededor, hijo, mira al horizonte. Sabes lo que vers? Una ciudad del color de tu porvenir. Eso es lo que vers, el color de tu futuro reflejado en cada casa, en cada ventana, en el cuerpo y en el alma de cada vecino con quien te cruzas en tu camino.

Hoy recorro las mismas calles. Todo ha cambiado mucho, pero siguen resonando en mis odos las palabras de mi padre. Miro todo lo que me rodea, y a pesar del tiempo transcurrido, solo veo a mi alrededor, unas vidas grises deambulando por una ciudad en escala de grises. Sobre el gris pintados de gris.

Edurne Ipia Martnez

MS ALL DE LA MSICA

Una espesa niebla se cierne sobre las lgubres calles de la ciudad de Barcelona. La luz de las farolas ha sucumbido al lento amanecer y el aura fantasmagrica se acenta. Corrientes de aire fro rasgan la tensin que crea el profundo silencio.

All, a lo lejos, se escuchan dos disparos. Uno y dos. La ciudad vuelve de nuevo a su ficticia normalidad.

Minutos despus, dos almas desesperadas cruzan la rambla de Santa Mnica. La mano diminuta y desvalida del nio se aferra a la del hombre en busca del sosiego que no logra alcanzar. Este ltimo mira inquieto a su alrededor. Sabe de donde huye, pero le es imposible centrarse en la direccin que debiera tomar. Con el corazn desbocado y la respiracin agitada se detiene en seco. Parece abatido. Su cometido lo abandona. Cuidar del nio. Por un instante sus miradas desconocidas se posan una sobre la otra. Cristalina e inocente una, sombra y ajada la otra. S, la decisin est tomada, y rescatando de su mente agitada la desamparada serenidad, reanudan la marcha.

Una espesa niebla se cierne sobre las lgubres calles de la ciudad de Barcelona.

Susanna Simats era una periodista catalana recin licenciada. La ciudad se haba hecho eco de sus dotes y se dice que hubo una puja bastante reida entre las redacciones de los peridicos para lograr su simpata. Finalmente, la muchacha, haciendo caso omiso de todas aquellas ofertas, opt por una empresa de bastante mala reputacin, por sus polmicos enfrentamientos con la justicia, que sola facilitar informacin confidencial de inters social a los servicios de comunicacin. Susanna era consciente del peligro que supona aquel trabajo, pero esa preocupacin quedaba reducida a un segundo plano, pues las puertas que le abra aquel nuevo mundo eran infinitas e inalcanzables para el resto de los mortales. Y fue tal la devocin y empeo de la gran periodista Susanna Simats, que lleg a escudriar all donde no alcanza la razn humana.

Al tercer mes de su comienzo, su compaero Albert le dej encima de la mesa un peridico que databa del 3 de diciembre de 1940.

"DOS ESPAS RUSOS HALLADOS MUERTOS"

-Nos han pedido que investiguemos acerca de espas rusos en la guerra civil y la posguerra- Aclar Albert.

Susanna ech un vistazo a la noticia. Segn citaban, Olga Ivanova y Alexander Vasiliev, los dos de origen ruso, haban sido asesinados en su domicilio con un arma de fuego. Los vecinos, sin embargo, aseguraron que el hombre era un comerciante italiano que se haba trasladado a Barcelona en vista de la pobreza causada por la Guerra Civil. Sobre la mujer no se mencionaba nada especial, pero se aluda al hijo de diez aos, del que no quedaba rastro.

-Est bien, yo me encargo- dijo Susanna, y sinti un hormigueo de emocin ante la nueva trama. Se apresur a recoger rpido sus cosas para empezar con la investigacin, antes de que alguien la solicitase.

Desde el primer momento supo a dnde acudir. Siempre sola ser el punto de partida en sus indagaciones. Tener contactos era imprescindible. Ya en la mansin de su amiga Anna, sin ms prembulos, fue al grano:

-Me haras un gran favor, de verdad, si pidieses informacin sobre estas dos personas.

Anna, como siempre, acept. Era una mujer extraa, de pocas palabras, pero realmente eficaz. Susanna nunca le pregunt sobre sus fuentes y nunca lo hara. Era un acuerdo mutuo del que nunca hablaron. Susanna, por su parte, jams delatara a Anna por todos aquellos archivos que haban alterado la etrea paz de la gente sin escrpulos cuyas acciones y consecuencias se apilaban, a modo de basura, a su alrededor.

A la maana siguiente, Susanna recogi del buzn la esperada carpeta y agradeci en silencio una vez ms la rapidez de Anna. Segundos despus se hallaba en el escritorio de su casa devorando con avidez aquella inquietante historia, que a medida que suceda captaba ms su atencin.

Cuando levant la cabeza de aquel tumulto de hojas, lo nico que sinti fue un leve dolor de cuello y una necesidad atroz de dar con la clave de aquel caso.

Olga Ivanova y Alexander Vasiliev eran pareja, pero no constaba que estuviesen casados. Por alguna razn, los servicios de inteligencia de entonces, el NKVD, antiguo KGB, los tenan en el punto de mira, pero sobre todo, hacan alusin una y otra vez, al hijo de cinco aos, Igor. ste era capaz de tocar cualquier instrumento musical, pero en el corto relato sobre l, se mencionaban episodios con el piano. Con tan solo esa edad, hizo gala de su habilidad en los ms conocidos clubes de la poca en la ciudad de Leningrado, actual San Petersburgo. Y no solo eso, sino que se deca que tena un don ligado a la msica, que iba mucho ms all de cualquier entendimiento.

Olga y Alexander haban participado en la revolucin, los dos a sus dieciocho aos fueron firmes defensores del comunismo. Amantes de la msica tambin, un da gris de invierno de 1935, la familia entera se esfum cuan nube de vapor en un da soleado.

Lo ltimo que ley Susanna fue bsicamente lo mismo que dictaba el viejo peridico. Como nueva informacin, al nio lo daban por muerto aunque nunca fuese encontrado su cadver y el documento estaba firmado por Felipe Aguilar. Sin pensarlo dos veces, la periodista llam a Anna pidindole que indagase sobre el nuevo personaje y se dirigi a donde supuestamente haba vivido aquella familia de espas rusos, que Susanna dudaba que lo fueran.

Desde la iglesia de Santa Eulalia de Barcelona, se intern por una estrecha callejuela. Finalmente encontr la casa. Susanna qued un poco decepcionada, pero no era de extraar que despus de tanto tiempo hubiesen remodelado todo. Se acerc a la ventana intentando atisbar el interior, pero el vaho se lo impeda. Cuando mir de nuevo hacia el exterior, la calle se haba ensanchado. Todo pareca en orden, pero a medida que enfocaba ms la vista, se dio cuenta de que se haba creado un eje simtrico desde donde ella haba estado mirando. Susanna, angustiada, empez a marearse. Casi no poda tenerse en pie. Dos personas se acercaban por aquella nueva zona incomprensible que se haba originado. La muchacha exhausta intent pedir ayuda y sin quererlo cruz la invisible franja.

Alexander lleva de la mano a Igor. Es un amanecer grisceo de espesa niebla. Han ido a llevar un pedido urgente. Caminan tranquilos, felices, olvidando por un momento en aquella silenciosa maana al nuevo da al que deben hacerle frente. Alexander abre la puerta. En esta hay un letrero: "Familia Gabanelli". Alexander se lo ha

repetido incontables veces a Igor, que su nuevo apellido es se y que hable italiano como le ha enseado. Nunca en su lengua natal. Igor obedece. Slo quiere que le dejen tocar el piano, sus dedos vivaces volando sobre ochenta y ocho teclas inspidas que despiertan de su letargo, concebir el nuevo mundo idlico que traza la meloda en su mente.

La tenue luz de la vela alumbra el pequeo acceso. A medida que avanzan por el pasillo oscuro de madera descolorida, la oscuridad los envuelve. El suelo cruje a cada paso, pero no logra oprimir el alboroto al otro lado de la pared. Alexander aparta a Igor hacia un lado y el pequeo empieza a ponerse nervioso. Le da miedo la oscuridad, pero no quiere decrselo a su padre. Sus dedos comienzan a moverse al son de una meloda muda.

Alexander presiona la manilla. De un leve movimiento abre la puerta pausadamente, dejndose cautivar por el haz de luz ocasional que aquel da fatdico le ha brindado como ltimo obsequio. Alexander cae al suelo de un disparo. Igor escucha a Olga sollozando en la habitacin, pero un segundo disparo enmudece el dbil llanto vencido de la mujer.

Igor, paralizado y desencajado por dentro, solo es capaz de mover sus deditos y la meloda es ahora veloz y basta, repleta de acordes rtmicos desafinados.

Felipe Aguilar se asoma por la puerta. Susanna lo sabe, pues no hay ningn otro personaje en su historia. El hombre agarra al nio y huye.

Susanna despert conmovida en el fro suelo de la callejuela cerca de la iglesia Santa Eulalia de Barcelona. Todo pareca en su sitio. Llam a la puerta de la casa incontables veces, pero nadie la recibi.

Al da siguiente, tena en su buzn otra carpeta. Era un largo relato sobre la vida de Felipe Aguilar y con ello una grabacin que Susanna no tardo' en reproducir. As empezaba:

"En la ciudad de Mjico, el 6 de abril de 1948. Mediante est grabacin, a peticin de Felipe Aguilar, para que su alma descanse." El monlogo se detuvo y mediante otro chasquido, surgi una nueva situacin.

-Acrcate Igor.

Susanna supuso que era la voz desvencijada de Felipe al que no deba de quedarle mucho de vida. Con el corazn en un puo esper inmvil la respuesta que no lleg. Felipe sigui hablando:

-Se acerca...se acerca la hora, pero sabes Igor que no puedo irme sin compartir contigo la verdad y quiero saber porgue... porque nunca me reprochaste lo de... lo que hice.

-No - respondi Igor.

Susanna se sobresalt. No imaginaba aquella voz; en realidad, lo crea mudo, pero la impact, pues era dulce y grave a la vez, cargada de sentimiento-no creas que no te lo reproch. Pero yo lo saba. Saba que sucedera.

-Mm... Tu talento... Sientes la msica Igor, por eso deberas estar muerto. Aquel da tuviste que morir. Pero yo... no pude. Desde que pudiste tocar un instrumento, el servicio de inteligencia ruso anduvo detrs de ti. A travs de la msica, caminabas por recovecos que nadie en la historia podra alcanzar. Lograbas intuir la solucin a situaciones que nadie ms poda resolver. T eras la clave, t tendras la solucin para todo. Cuando fueses mayor te reclutaran y les ayudaras en su ambicin de lograr un gran pas. Eras un prodigio, un talento necesario. Emigrasteis a Barcelona, escapando de las garras opresivas de entonces. Poco tardamos en saber sobre vosotros. Nuestras infiltraciones en la NKVD fueron imprescindibles. No sabamos por qu eras tan importante, pero sin sopesarlo, no bamos a dejarte vivir a tu libre albedro en la sociedad.

Aquella maana de 1940, no pude llevar a cavo mi cometido. Te vi tocando el piano, inmerso en tu imaginaria meloda, y te ubiqu tambin en aquellas tardes en un club de Sant Mart, donde abras el bal aprisionado por aquellos atroces das de la posguerra, y hacas vagar nuestra imaginacin lejos de all.

Susanna no saba que pensar. Era una mezcla de situaciones que llevara aos relatar. Pero deba acabarlo en un plazo determinado. Prest atencin al ltimo retazo de conversacin.

Yo tambin te reconoc, Francisco, en aquel amanecer sombro.

-Perdname Igor, eso es lo nico que pido- rog casi entre sollozos.

Hubo una breve pausa- Toca para mi Igor, aydame a olvidar hasta el da de maana.

Los dedos larguiruchos de Igor acarician el glido teclado. Llena los pulmones de aire y comienza a tocar. Con los ojos cerrados, un mundo nuevo se abre paso en su mente impoluta. De izquierda a derecha, las notas en perfecta armona. Igor palpa el paisaje y exultante corre a travs del verde prado, a travs de su mundo buclico. Olga y Alexander corren a su lado y lo acarician, pues no tuvieron ocasin la ltima vez. Igor derrama lgrimas reprimidas despus de tantos aos, pero desbordantes de felicidad. Los tres ren y saltan. De fondo toca Igor la meloda.

Bidatz Villanueva Etxage

ANATOMA DE UN INSTANTE

Un aire seco embargaba el ambiente y en la estancia predominaba cierto hedor a rancio, a viejo. Unos pocos muebles carcomidos salpicaban la sala y, junto con un silln bastante ajado, componan toda la decoracin.

En una esquina, inmvil, cual si fuese otro mueble, haba una persona. Se trataba de una mujer mayor, muy mayor. Los aos se reflejaban en su rostro. Sus mejillas enjutas y los prpados de cera enmarcaban unos ojos discordes con el resto de la composicin.

Era como si algo en ellos no encajase...Esa mirada perdida, como anclada en el pasado, ese brillo inmutable, ese resplandeciente destello...Cuando abra sus cetrinos prpados semejaba al abrirse de las pesadas tapas de un libro viejo, del que se agolpaban por salir las historias de toda una vida. Qu era lo que emanaba de esos ojos? Aoranza...

A travs de las empolvadas cortinas de terciopelo que colgaban a ambos lados del ventanal aun traspasaban unos pocos rayos de luz que penetraban en la habitacin. Al otro lado, el sol se desparramaba mortecino en el horizonte. Ese era el momento. La pobre anciana pasaba todo el da anhelando ese momento. Era entonces cuando, con paso taciturno, como si le pesasen los aos cada vez que despegaba los pies del suelo, se acercaba hasta el antiguo reproductor de pelculas que conservaba como un tesoro en el otro extremo de la habitacin. Una vez all, sin mayores prembulos, colocaba la nica cinta que posea en el aparato y con darle a un simple botn el artilugio comenzaba a funcionar. A pesar de hacer lo mismo da tras da, en el rostro de la anciana segua dibujndose un gesto entre asombrado y asustado.

No sin esfuerzo, la mujer conduca su cuerpo hasta el silln, alargaba los brazos y tomaba entre sus manos un viejo lbum desgastado. Esas rodas pginas contenan su vida, la que tan feliz la haban hecho y de la que ya slo quedaba una sombra de lo que fue.

Ya acomodada, se moldeaba un hueco en el sof y contemplaba las juguetonas motas de polvo bailotear en la estancia mientras daba comienzo el espectculo:

TRES, DOS, UNO...

"Anoche so que volva a Manderley... "

Esa voz tan conocida para ella resonaba en la sala mientras, al comps de la msica, se presentaban ante ella las asombrosas imgenes de Manderley. Haba recorrido mil veces el camino que la separaba de la mansin, su mente haba vagado juguetona por los infinitos salones, conoca cada recodo del paraje...

Con manos temblorosas abra la ventana hacia su pasado. All, entre muchas otras fotos, encontraba su favorita, donde su padre, aquel hombre robusto y siempre serio, la llevaba al cine por primera vez como regalo por su dcimo cumpleaos. Fue aquella hmeda y sombra tarde de noviembre cuando Manderley se adue de su corazn.

Instantes inmortalizados con su marido, que en paz descanse, alegres imgenes con sus hijas, que ahora vivan lejos, muy lejos...

Las escenas de la pelcula corran y corran, la pobre muchacha ya haba encontrado a su prncipe azul y vivan felices. La anciana mujer pens en lo irnica que es la vida. Ella tambin estaba pasando las escenas de la suya, como si se tratase de una pelcula que protagoniz tiempo atrs, cuyas escenas corran y corran sin pararse para poder disfrutarlas, y ahora su pelcula haba terminado, no quedaban ms que los ttulos de crdito.

A su mente acudan las imgenes de Manderley, donde el misterio se aduea de la atmsfera y una inmortal Rebecca es la reina del lugar. Ella haba sido como Rebecca, haba tenido ese poder y esa influencia, todos la haban querido, pero ella no haba sido inmortal. Porque las personas de carne y hueso no son inmortales. Estaba sola, en su anciana casa. Anciana como ella, que estaba cansada, que ya haba sido Rebecca, pero ahora la historia tocaba a su fin.

Se haba quedado absorta viendo fotografas y la msica le anunciaba que el film haba concluido. La pobre anciana estaba cansada, los prpados le pesaban, no pudo evitarlo y se dej llevar.

Una suave msica la despert con delicadeza, haba cierto aroma a fresco en la sala, algo era diferente. Una puerta se abri lentamente. El chirriar de la madera y el crujir del suelo bajo unos pies le enunciaron que alguien se acercaba. Quin estaba al otro lado? Era ella! Era Rebecca! Se levant ligera del silln, como si su cuerpo ya no le pesase, como si hubiese desaparecido el peso de los aos, y se asom a la puerta.

Estaba all, por fin, despus de mucho soar estaba all. La muchacha la invitaba a adentrarse con una sonrisa clida en el rostro. Ahora poda recorrer los serpenteantes caminos que llevaban a Manderley y Rebecca estara con ella, su adorada Rebecca que tan bien la comprendera, querida y temida por todos. Ahora tenan todo el tiempo del mundo.

Manderley, Manderley, Manderley...

Amaia riz Huarte