14
G. K, Chesterton Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), inglés, uno de los escritores más populares y leídos en su época, y permanentemente por sus narraciones en las que creó un personaje célebre en la novela policial, el padre Brown, con cuatro libros dedicados a él. Su fama en vida tuvo mucho que ver con

Chesterton. Los tres jinetes del Apocalipsis.pdf

Embed Size (px)

Citation preview

  • G. K, Chesterton

    Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), ingls, uno de los escritores ms populares y ledos en su poca, y permanentemente por sus narraciones en las que cre un personaje clebre en la novela policial, el padre Brown, con cuatro libros dedicados a l. Su fama en vida tuvo mucho que ver con

  • Los tres jinetes del Apocalipsis 295 su carcter polmico, custico, paradjico, particularmente en el periodismo, en el cual public, con su gran amigo Hilaire Belloc, la revista New Witness, desde la cual zahiri y combati la corrupcin poltica, difundiendo un humanitarismo como utpico programa de reforma social que denomin "distribucionismo". Liberal, despus de largas dudas y meditaciones, se hizo catlico en 1922. Chesterton es autor de un cuento magistral, Los tres jinetes del Apocalipsis, incluido en esta compilacin, y descubierto al idioma espaol por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, que lo tradujeron y anexaron a su antologa Los mejores cuentos policiales, diciendo de Chesterton que ejerci y renov la novela, la crtica, la lrica, la biografa, la polmica y las ficciones policiales.

    Los tres jinetes del Apocalipsis

    La singular y a veces inquietante impresin que Mr. Pond me cau-saba, a pesar de su cortesa trivial y de su correccin, se vinculaba tal vez a alguno de mis primeros recuerdos y a la vaga sugestin verbal de su nombre. Era un viejo amigo de mi padre, un funcio-nario; y sospecho que mi imaginacin infantil haba mezclado de algn modo el nombre de Mr. Pond con el estanque del jardn. Pensndolo bien, se pareca extraamente al estanque. Era, en ge-neral, tan sereno, tan regular y tan claro en sus habituales reflejos de la tierra, del cielo y de la luz del da como aqul. Y yo saba, sin embargo, que haba algunas cosas raras en el estanque del jar-dn. Una o dos veces al ao el estanque pareca un poco distinto: una sombra fugaz o un destello interrumpa su lisa tranquilidad, y un pez o un sapo o alguna criatura ms grotesca se mostraba al cielo. Y yo saba que tambin en Mr. Pond haba monstruos: mons-truos mentales que emergan un instante a la superficie y luego se perdan. Tomaban las formas de observaciones monstruosas en me-dio de sus observaciones inofensivas y razonables. Algunos interlo-cutores pensaban que en la mitad de un dilogo juicioso se volva loco. Pero tambin reconocan que regresaba a la cordura inme-diatamente. .

    Una tarde, hablaba muy juiciosamente con Sir Hubert Watton, el conocido diplomtico; estaban sentados bajo enormes quitasoles, mirando el estanque, en nuestro jardn. Hablaban de una parte del mundo que ambos conocan y que en Europa Occidental se conoce

  • 296 G. K. Chesterton muy poco: las vastas llanuras anegadizas que se deshacen en pan-tanos y cinegas en los confines de Pomerania y de Polonia y de Rusia, y que se dilatan acaso hasta los desiertos siberianos. Y Mr. Pond record que en una regin de profundas cinegas, cortadas por lagunas y lentos ros, hay un solo camino en un estrecho te-rrapln empinado: una senda no peligrosa para el peatn, pero es-casa para que dos jinetes pasen a un tiempo. Este es el principio del cuento.

    Se refiere a un tiempo no muy lejano, a un tiempo en el que an se usaban tropas de caballera, aunque ms para correos que para combates. Baste decir que esto ocurri en una de las muchas gue-rras que han arrasado a esa parte del mundo, si es posible arrasar un desierto. Esa guerra entraaba la presin del sistema prusiano sobre la nacin polaca, pero es innecesario formular la poltica del asunto o discutir el pro y el contra. Digamos ligeramente que Mr. Pond divirti a los presentes con un ugma.

    Espero que ustedes recordarn dijo Pond el revuelo que produjo Pablo Petrovski, el poeta de Cracovia, que hizo dos cosas bastante peligrosas en aquel tiempo: mudarse de Cracovia a Poz-nam y ser a la vez poeta y patriota. La ciudad en que viva estaba ocupada en ese momento por los prusianos; estaba situada exacta-mente en el trmino oriental del largo camino; pues, como es de imaginarse, el comando prusiano se haba apresurado a ocupar la cabeza de puente, de ese puente tan solitario, sobre ese mar de cinegas. Pero su base estaba en el trmino occidental del camino: el clebre mariscal von Grock tena el comando supremo; y su antiguo regimiento, que segua siendo su regimiento predilecto, los Hsares Blancos, estaba acampado cerca del extremo occidental del alto camino. Por supuesto, todo era impecable, hasta el menor detalle de los esplndidos uniformes blancos, atravesados por el ta-hal llameante esto era anterior al empleo de los colores del barro y de la arcilla para todos los uniformes del mundo. No los re-pruebo. A veces pienso que el tiempo de la herldica era ms her-moso que el tiempo del mimetismo que trajo la historia natural y el culto de los camaleones y de los escarabajos. Sea lo que fuere, este regimiento de caballera prusiana usaba su propio uniforme; y, co-mo vern ustedes, se fue otro elemento del fiasco; pero no slo eran los uniformes; era la uniformidad. Todo fracas, porque haba demasiada disciplina. Los soldados de Grock le obedecan dema-siado; de modo que no poda hacer lo que quera.

    Eso debe ser una paradoja dijo Watton, con un suspiro. Ser muy ingenioso y todo lo que quieran; pero realmente es un desatino. Ya s que la gente suele decir que hay demasiada disci-

  • Los tres jinetes del Apocalipsis 297 plina en el ejrcito alemn. Pero en un ejrcito no puede haber de-masiada disciplina.

    Pero no lo digo de una manera general dijo Pond, quejum-brosamente. Lo digo refirindome a este caso particular. Grock fracas porque sus soldados le obedecieron. Claro que si uno de los soldados le hubiera obedecido, las cosas no hubieran ido tan mal. Pero como dos de sus soldados le obedecieron, el hombre fra-cas.

    Watton se ri guturalmente. Me encanta su nueva teora militar. Usted permite la obedien-

    cia a un soldado en un regimiento; pero que dos soldados obedez-can, ya es un exceso de la disciplina prusiana.

    No tengo ninguna teora militar, hablo de un hecho militar contest Mr. Pond plcidamente. Es un hecho militar que Grock fracas porque dos de sus soldados le obedecieron. Es un hecho militar que hubiera tenido xito si uno de ellos hubiera desobedecido. Encrguese usted de las teoras militares.

    No soy aficionado a las teoras dijo Watton con cierta se-quedad, como alcanzado por un insulto trivial.

    En ese momento se vio la vasta y fanfarrona figura del capitn Gahagan, el incongruente amigo y admirador del apacible Mr. Pond. Tena una fogosa malva en el ojal y un sombrero de copa atesado sobre la roja cabellera; y aunque era relativamente joven, haba en su andar un contoneo que sugera la poca de los dandies y de los duelistas. Alto y de espaldas al sol, pareca el emblema de la arrogancia. Sentado, cara al sol, atenuaban la impresin anterior los ojos pardos, muy suaves, tristes y un poco ansiosos.

    Mr. Pond interrumpi su monlogo y se perdi en un torrente de disculpas:

    Estoy hablando demasiado, como de costumbre; la verdad es que hablo de ese poeta, Petrovski, que casi fue ejecutado en Poz-nam, hace ya tiempo. Las autoridades militares vacilaban; iban a dejarlo en libertad, si no reciban rdenes directas del mariscal von Grock; pero el mariscal haba decidido que muriera el poeta; y mand la sentencia de ejecucin, esa misma tarde. Despus man-daron un indulto; pero como el portador del indulto muri en el camino, el prisionero fue puesto en libertad.

    Pero cmo ... repiti mecnicamente Watton. Naturalmente, el prisionero fue puesto en libertad observ

    Gahagan, con una voz fuerte y feliz. Es claro como la luz del da. Cuntanos otro cuento.

    Es una historia estrictamente cierta protest Mr. Pond, y ocurri exactamente como les digo. No es una paradoja. Claro,

  • 298 G. K. Chesterton si se ignoran los hechos, todo puede parecer complicado.

    S convino Gahagan, necesitaremos muchos detalles para comprender que esa historia es simple.

    Cuntela de una vez dijo Watton. Pablo Petrovski era uno de esos hombres nada prcticos, que

    son de prodigiosa importancia en la poltica prctica. Su poder estaba en el hecho de que era un poeta nacional, pero tambin un cantor internacional. Es decir, tena una bella voz poderosa con la que cantaba sus himnos en todas las salas de concierto del mundo. En su patria, naturalmente, era una antorcha y un clarn de esperan-zas revolucionarias, especialmente entonces, en aquella crisis inter-nacional en que el lugar de los polticos prcticos haba sido ocupado por hombres mucho ms o menos prcticos. Porque el verdadero idealista y el verdadero realista comparten el amor de la accin. Y el poltico prctico vive de formular objeciones prcticas a cualquier accin. La obra del idealista podr ser impracticable; la del hombre de accin, inescrupulosa; pero en ninguno de los dos casos puede un hombre ganar una reputacin por no hacer nada. Es raro que esos dos tipos extremos estuvieran en los dos extremos de ese largo camino entre los pantanos: el poeta polaco, prisionero, en la ciudad, a un extremo; el soldado prusiano, comandando el campamento, al otro.

    "Porque el mariscal von Grock era un verdadero prusiano, no slo enteramente prctico, sino enteramente prosaico. Jams haba ledo un verso, pero no era un imbcil. Posea el sentido de la reali-dad, propio de los soldados; este sentido le impeda incurrir en el error asnal del poltico prctico. No se burlaba de las visiones; se limitaba a detestarlas. Saba que un poeta, o un profeta, podan ser peligrosos como un ejrcito. Y haba resuelto que el poeta muriera. Era su nico tributo a la poesa, y era sincero.

    "Estaba sentado ante una mesa, en su tienda; el yelmo con punta de acero, que siempre usaba en pblico, estaba a su izquierda; y su cabeza maciza pareca calva, aunque slo estaba rapada. Tambin la cara entera estaba rapada y nada la cubra, salvo unos anteojos muy fuertes, que daban un aire enigmtico al rostro pesado y ca-do. Se volvi a un teniente que estaba firme a su lado, un alemn de los de cara indefinida y cabello plido, cuyos redondos ojos azules miraban como ausentes.

    "Teniente von Hocheimer pregunt, dijo usted que su alteza llegara esta noche al campamento?

    "A las siete y cuarenta y cinco, mi general respondi el te-niente, que pareca poco dispuesto a hablar, como un gran animal que apenas dominase esa habilidad.

  • Los tres jinetes del Apocalipsis 299 "Estamos justo a tiempo dijo Grock para mandarlo a us-

    ted con la sentencia de muerte, antes que llegue. Debemos servir a su alteza de todas formas, pero especialmente ahorrndole mo-lestias intiles. Ya tendr bastante con revistar a las tropas; cuide que todo est a disposicin de su alteza. A las ocho y cuarenta y cinco su alteza partir para el prximo puesto avanzado.

    "El teniente volvi parcialmente a la vida e hizo un esbozo de saludo.

    "Es claro, mi general, todos debemos obedecer a su alteza. "He dicho que todos debemos servir a su alteza dijo el ma-

    riscal. "Con un movimiento ms brusco que de costumbre se quit los

    anteojos y los arroj sobre la mesa. Si los vagos ojos azules del te-niente hubieran sido perspicaces, se hubieran dilatado todava ms ante la transformacin operada por ese gesto. Fue como la remo-cin de una mscara de hierro. Un segundo antes, el mariscal von Grock se pareca extraordinariamente a un rinoceronte, con sus pesados pliegues de coricea mandbula y mejilla. Ahora era una nueva clase de monstruo: un rinoceronte con ojos de guila. El fro resplandor de sus ojos viejos hubiera dicho casi a cualquiera que algo haba en l que no era solamente pesado; que algo haba en l, hecho de acero y no slo de hierro. Porque todos los hombres viven por un espritu, aunque sea un espritu malvado, o uno tan extrao a la comunidad de los hombres cristianos, que stos apenas saben si es bueno o malo.

    "He dicho que todos debemos servir a su alteza repiti Grock. Hablar con ms claridad y dir que todos debemos sal-var a su alteza. No basta a nuestros reyes ser nuestros dioses? No les basta que los sirvan y que los salven? Nosotros somos quienes debemos servir y salvar.

    "El mariscal von Grock raramente hablaba o pensaba (tal como entienden el pensamiento las personas intelectuales). Los hombres como l, cuando se ponen a pensar en voz alta, prefieren dirigirse a su perro. Les complace ostentar palabras difciles y complicados argumentos ante el perro. Sera injusto comparar al teniente Ho-cheimer con un perro. Sera injusto para el perro, que es una cria-tura sensitiva y vigilante. Sera ms exacto decir que el mariscal von Grock, en ese raro momento de reflexin, tena la comodidad y la tranquilidad de sentir que estaba reflexionando en voz alta en presencia de una vaca o de una legumbre.

    "Una y otra vez, en la historia de nuestra casa real, el sirvien-te ha salvado al amo continu Grock sin lograr otro premio que sinsabores, a lo menos de parte de la opinin pblica, que

  • 300 G. K. Chesterton siempre gime contra el afortunado y el fuerte. Pero hemos sido afortunados y hemos sido fuertes. Maldijeron a Bismarck por haber engaado a su amo, con el telegrama de Ems; pero convirti a su amo en amo del mundo. Pars fue capturada; destronada Austria; y nosotros quedamos a salvo. Esta noche Pablo Petrovski habr muerto, y otra vez estaremos a salvo. Por eso lo mando con esta inmediata sentencia de muerte. Entiende usted que lleva la orden para la inmediata ejecucin de Petrovski y que no debe regresar hasta que la cumplan?

    "El inexpresivo Hocheimer salud; entenda muy bien esa orden. Al fin de cuentas tena algunas de las virtudes del perro: era va-liente como un bull-dog y poda ser fiel hasta la muerte.

    "Debe usted montar a caballo y partir sin tardanza continu Grock y cuidar que nada lo demore, o impida su misin. Me consta que ese imbcil de Arnheim libertar a Petrovski esta noche, si no recibe mensaje alguno. Apresrese.

    "Y el teniente volvi a saludar y entr en la noche; y despus de montar uno de los soberbios corceles blancos que eran parte del esplendor de ese regimiento esplndido, empez a galopar por el alto y estrecho terrapln, casi como el filo de una muralla, que do-minaba el sombro horizonte, los difusos contornos y los apagados colores de aquellos pantanos enormes.

    "Cuando el ltimo eco del caballo retumb en el camino, el ma-riscal se incorpor, se puso el casco y los lentes y sali a la puerta de la tienda; pero por otra razn. El Estado Mayor, con uniforme de gala, ya le esperaba; y, desde las profundas filas, se oan los sa-ludos rituales y las voces de mando. Haba llegado el prncipe.

    "El prncipe era algo as como un contraste, al menos en lo ex-terno, con los hombres que lo rodeaban; y aun en otras cosas era una excepcin en su mundo. Tambin usaba yelmo con punta de acero, pero de otro regimiento, negro con reflejos de acero azul; y haba algo semiincongruente y semiapropiado, por alguna anticua-da razn, en la combinacin de ese yelmo con la larga y oscura barba fluida, entre aquellos prusianos bien rasurados. Como para hacer juego con la larga y oscura barba, usaba un largo y oscuro manto azul con una estrella resplandeciente, de la ms alta orden real; y bajo el manto azul vesta uniforme negro. Aunque tan ale-mn como los otros, era un tipo distinto de alemn; y algo en su rostro absorto y orgulloso confirmaba la leyenda de que la nica pasin de su vida era la msica.

    "En verdad, el adusto Grock crey poder vincular con esa re-mota excentricidad el hecho fastidioso y exasperante de que el prn-

  • Los tres jinetes del Apocalipsis 301 cipe no procediera inmediatamente a revisar las tropas, formadas ya en todo el orden laberntico de la etiqueta militar de su nacin; y que inmediatamente abordara el tema que el mariscal quera evi-tar: el tema de ese polaco informal, su popularidad y su peligro; porque el prncipe haba odo las canciones de este hombre en los teatros de toda Europa.

    "Hablar de ejecutarlo es una locura dijo el prncipe, som-bro bajo su casco negro. No es un polaco vulgar. Es una institu-cin europea. Sera lamentado y divinizado por nuestros aliados, por nuestros amigos, hasta por nuestros compatriotas. Quiere us-ted convertirse en las mujeres locas que asesinaron a Orfeo?

    "Alteza dijo el mariscal, sera lamentado; pero estara muerto. Sera divinizado; pero estara muerto. De los actos que anhela ejecutar, no ejecutara uno solo. Todo lo que hace ahora, cesara para siempre. La muerte es un hecho irrefutable, y me gus-tan los hechos.

    No sabe usted nada del mundo? pregunt el prncipe. "Nada me importa del mundo contest Grock ms all de

    los jalones de la frontera. "Dios del cielo! grit el prncipe. Usted hubiera fusilado

    a Goethe por una indisciplina con Weimar. "Por la seguridad de su casa real contest Grock no hu-

    biera vacilado un instante. "Hubo un breve silencio, y el prncipe dijo con una voz seca y

    distinta: "Qu quiere usted decir? "Quiero decir que no he vacilado un instante dijo el maris-

    cal, con firmeza. Ya he enviado rdenes para la ejecucin de Petrovski.

    "El prncipe se irgui como una gran guila oscura; su capa onde como en un vrtigo de alas; y todos los hombres supieron que una ira ms all del lenguaje haba hecho de l un hombre de accin. Ni siquiera se dirigi al mariscal; a travs de l, con voz al-ta, habl al jefe de Estado Mayor, general von Zenner, un hom-bre opaco, de cuadrada cabeza, que haba permanecido en segundo trmino, quieto como una piedra.

    "Quin tiene el mejor caballo de su divisin? Quin es el mejor jinete?

    "Arnold von Schacht tiene un caballo que vencera a los de carrera respondi en seguida el general. Y es un admirable ji-nete. Es de los Hsares Blancos.

    "Muy bien dijo el prncipe, con la misma decisin en su voz. Que inmediatamente salga en persecucin del hombre con

  • 302 G. K. Chesterton esa orden absurda, y que lo detenga. Yo le dar una autorizacin que el eminente mariscal no discutir. Traigan papel y tinta.

    "Sentse, desplegando la capa; le trajeron lo pedido, escribi fir-memente y rubric la orden que anulaba todas las otras y asegura-ba el indulto y la libertad de Petrovski, el polaco.

    "Despus, en un silencio de muerte, que von Grock aguant sin pestaear, como un dolo brbaro, el prncipe sali de la estancia, con su capa y su espada. Estaba tan disgustado, que nadie se atre-vi a recordarle la revista de las tropas. Arnold von Schacht, un muchacho gil, de aire de nio, pero con ms de una medalla en su blanco uniforme de hsar, junt los talones, recibi la orden del prncipe y, afuera, salt a caballo y se perdi por el alto camino, como, una exhalacin .o como una flecha de plata.

    "Con lenta serenidad el viejo mariscal volvi a la tienda; con len-ta serenidad se quit el casco y los anteojos y los puso en la mesa. Luego llam a un asistente y le orden buscar al sargento Schwarz, de los Hsares Blancos.

    "Un minuto despus se present ante el mariscal un hombre ca-davrico y alto, con una cicatriz en la mandbula, muy moreno para alemn, como si el color de su tez hubiera sido oscurecido por aos de humo, de batallas y de tormentas. Hizo la venia y se cua-dr mientras el mariscal alzaba lentamente los ojos. Y aunque era muy vasto el abismo entre el mariscal del imperio, con generales a sus rdenes, y aquel sufrido suboficial, lo cierto es que de todos los hombres que han hablado en este cuento, slo estos dos se miraron y se comprendieron sin palabras.

    "Sargento dijo secamente el mariscal, ya lo he visto dos veces. Una, creo, cuando gan el primer premio del Ejrcito en el certamen de tiro.

    "El sargento hizo la venia, silencioso. "La otra continu el mariscal cuando lo acusaron de ma-

    tar de un tiro a esa vieja que se neg a informar sobre la embosca-da. El incidente dio mucho que hablar, aun en nuestros crculos. Sin embargo, se movi una influencia en su favor, sargento. Mi influencia.

    "Otra vez el sargento hizo la venia. El mariscal prosigui ha-blando de un modo fro, pero extraamente sincero.

    "Su alteza el prncipe ha sido engaado en un punto esencial a su propia seguridad y a la de la Patria, y ahora acaba de mandar una orden para que pongan en libertad a Petrovski, que debe ser ejecutado esta noche. Repito: que debe ser ejecutado esta noche. Tiene usted que salir inmediatamente en pos de von Schacht, que lleva la orden, y detenerlo.

  • Los tres jinetes del Apocalipsis 303 "Me ser muy difcil alcanzarlo, mi general dijo el sargen-

    to. Tiene el caballo ms veloz del regimiento y es el mejor jinete. "Yo no dije que lo alcanzara. Dije que lo detuviera dijo

    Grock. Luego habl ms despacio. Un hombre puede ser deteni-do de muchos modos: por gritos o disparos se hizo ms lenta y ms pesada su voz, pero sin una pausa. La descarga de una cara-bina podra llamarle la atencin.

    "El sombro sargento hizo la venia por tercera vez, y no despeg los labios.

    "El mundo cambia dijo Grock, no por lo que se dice o por lo que se reprueba o alaba, sino por lo que se hace. El mundo nunca se repone de un acto. El acto necesario en este momento es la muerte dirigi al otro sus brillantes ojos de acero y agreg: Hablo, claro est, de Petrovski.

    "El sargento Schwarz sonri ferozmente; y tambin l, despus de alzar la lona que cubra la entrada de la tienda, mont a caballo y se fue.

    "El ltimo de los tres jinetes era an ms invulnerable a la fan-tasa que el primero. Pero, como tambin era humano (siquiera de un modo imperfecto), no dej de sentir, en esa noche y con esa misin, el peso de ese paisaje inhumano. Al cabalgar por ese terrapln abrupto, infinitamente se dilataba en derredor algo ms inhumano que el mar. Porque nadie poda nadar ah, ni navegar, ni hacer nada humano; slo poda hundirse en el lodo, y casi sin lucha. El sargento sinti con vaguedad la presencia de un fango primor-dial, que no era slido, ni lquido, ni capaz de una forma; y sinti su presencia en el fondo de todas las formas.

    "Era ateo, como tantos miles de hombres sagaces, obtusos, del norte de Alemania; pero no era de esos paganos felices que ven en el progreso humano un florecimiento natural de la tierra. El mundo para l no era un campo en que las cosas verdes o vivientes surgan y se desarrollaban y daban frutos; era un mero abismo donde todas las cosas vivientes se hundiran para siempre; este pensamiento le daba fuerza para todos los extraos deberes que le incumban en un mundo tan detestable. Las manchas grises de la vegetacin aplas-tada, vistas desde arriba como en un mapa, parecan el grfico de una enfermedad; y las incomunicadas lagunas parecan de veneno, no de agua. Record algn escrpulo humanitario contra los en-venenadores de lagunas.

    "Pero las reflexiones del sargento, como casi todas las reflexiones de los hombres que no suelen reflexionar, tenan su raz en alguna tensin subconsciente sobre sus nervios y su inteligencia prctica. El recto camino era no slo desolado, sino infinitamente largo. Im-

  • 304 G. K. Chesterton posible creer que haba corrido tanto sin divisar al hombre que persegua. Sin duda, el caballo de von Schacht deba ser muy veloz para haberse alejado tanto, porque slo haba salido un rato antes. Schwarz no esperaba alcanzarlo; pero un justo sentido de la distan-cia le haba indicado que muy pronto lo divisara. Al fin, cuando empezaba a desesperarse, lo divis.

    "Un punto blanco, que fue convirtindose muy despacio en una forma blanca, surgi a lo lejos, en una furiosa carrera. Se agrand, porque Schwarz espole y fustig a su caballo; lleg a un tamao suficiente la raya anaranjada sobre el uniforme blanco que distin-gua al uniforme de los hsares. El ganador del premio de tiro de todo el ejrcito haba dado en el centro de blancos ms pequeos que aqul.

    "Enfil la carabina, y un disparo violento espant, por leguas a la redonda, las aves salvajes de los pantanos. Pero el sargento Schwarz no pens en ellas. Su atencin estaba en la erecta y remo-ta figura blanca, que se arrug de pronto como si el fugitivo se de-formara. Penda sobre la montura como un jorobado; y Schwarz, con su exacta visin y con su experiencia, estaba seguro de que su vctima haba sido alcanzada en el cuerpo; y, casi indudablemente, en el corazn. Entonces, con un segundo balazo, derrib al caba-llo; y todo el grupo ecuestre resbal y se derrumb y se desvaneci en un blanco relmpago dentro del oscuro pantano.

    "El sargento estaba seguro de haber cumplido su obra. Los hom-bres como l se aplican mucho en sus actos; por ese motivo suelen ser tan errneos sus actos. Haba ultrajado la camaradera, que es el alma de los ejrcitos; haba matado a un oficial que estaba cum-pliendo con su deber; haba engaado y desafiado a su prncipe y haba cometido un asesinato vulgar sin la excusa de una penden-cia, pero haba acatado la orden de un superior y haba ayudado a matar a un polaco. Estas dos circunstancias finales ocuparon su mente, y emprendi el regreso para dar su informe. No dudaba de la perfeccin de la obra cumplida, indudablemente, el hombre que llevaba el perdn estaba muerto; y, si por un milagro, slo estuvie-ra agonizando, era inconcebible que llegara a la ciudad a tiempo de impedir la ejecucin. No; en suma, lo ms prctico era volver a la sombra de su protector, el autor del desesperado proyecto. Con to-das sus fuerzas se apoyaba en la fuerza del gran mariscal.

    "Y, en verdad, el gran mariscal tena esta grandeza: despus de la monstruosidad que haba cometido, o que haba ordenado come-ter, no temi afrontar los hechos o las comprometedoras posibilida-des de mostrarse con su instrumento. Una hora despus, l y Schwarz, cabalgaban por el largo camino; en un determinado sitio

  • Los tres jinetes del Apocalipsis 305 desmont el mariscal, pero le dijo al otro que prosiguiera. Quera que el sargento llegara a la ciudad, y viera si todo estaba tranquilo despus de la ejecucin, o si persista algn peligro de agitacin popular.

    "Aqu es, mi general? interrog el sargento en voz baja. Hubiera jurado que era ms adelante; pero la verdad es que este ca-mino infernal se estiraba como una pesadilla.

    "Aqu es dijo Grock, y con lentitud se ape del caballo. Se acerc al borde del parapeto y mir hacia abajo.

    "Se haba levantado la luna sobre los pantanos y su esplendor magnificaba las aguas oscuras y la escoria verdosa; y en un caave-ral, al pie del terrapln, yaca, en una especie de luminosa y radiante ruina, todo lo que quedaba de uno de los soberbios caballos blancos y jinetes blancos de su antiguo regimiento. La identidad no era dudosa; la luna destacaba el cabello rubio del joven Arnold, el se-gundo jinete, y el mensajero del indulto; brillaban tambin el tahal y las medallas que eran su historia, y los galones y los smbolos de su grado. Grock se haba sacado el yelmo; y aunque ese gesto era tal vez la vaga sombra de un sentimiento funeral de respeto, su efecto visible fue que el enorme crneo rapado y el pescuezo de pa-quidermo resplandecieron ptreamente bajo la luna como los de un monstruo antediluviano. Rops, o algn grabador de las negras es-cuelas alemanas, podra haber dibujado ese cuadro: una enorme bestia, inhumana corno un escarabajo, mirando las alas rotas y la armadura blanca y de oro de algn derrotado campen de los que-rubines.

    "Grock no expres piedad y no dijo ninguna plegaria; pero de un modo oscuro se conmovi como en algn instante se conmueve la vasta cinega; y, casi defendindose, trat de formular su nica fe y confrontarla con el universo desnudo y con la luna insistente.

    "Antes y despus del hecho, la voluntad alemana es la misma. No la destruyen las vicisitudes y el tiempo, como, la de quienes se arrepienten. Est fuera del tiempo, como una cosa de piedra que mira hacia atrs y hacia adelante con una sola cara.

    "El silencio dur lo bastante para halagar su fra vanidad con una sensacin de prodigio; como si una figura de piedra hubiera hablado en un valle de silencio. Pero la soledad volvi a estreme-cerse con un remoto susurro que era el redoble de un galope; poco despus lleg el sargento y su cara oscura y marcada no slo era se-vera, sino fantasmal en la luz de la luna.

    "Mi general dijo, haciendo la venia con una singular rigi-dez, he visto a Petrovski, el polaco.

  • 306 G. K. Chesterton "No lo enterraron todava? pregunt el mariscal sin levan-

    tar los ojos. "Si lo enterraron dijo Schwarz, ha removido la lpida y ha

    resucitado de entre los muertos. "Schwarz segua mirando la luna y la cinega; pero, aunque no

    era un visionario, no vea lo que miraba, sino ms bien las cosas que haba visto. Haba visto a Pablo Petrovski, recorriendo la ilu-minada avenida de esa ciudad polaca; imposible confundir la es-belta figura, la melena romntica y la barba francesa que figuraban en tantos lbumes y revistas. Y detrs haba visto la ciudad encen-dida en banderas y en antorchas y al pueblo entero adorando al hroe, festejando su libertad.

    "Quiere decir exclam Grock con estridencia repentina en la voz que han desafiado mi orden?

    "Schwarz hizo la venia y dijo: "Ya lo haban puesto en libertad y no haban recibido ninguna

    orden. "Pretende usted hacerme creer dijo Grock que del cam-

    pamento no lleg ningn mensajero? "Ningn mensajero dijo el sargento. "Hubo un silencio mucho ms largo, y por fin dijo Grock, ron-

    camente: "Qu ha ocurrido, en nombre del infierno? Puede usted ex-

    plicarlo? "He visto algo dijo el sargento que me parece que lo ex-

    plica. Cuando Mr. Pond lleg a este punto, se detuvo con una placidez

    irritante. Y usted puede explicarlo? dijo Gahagan. Me parece que s dijo Mr. Pond, tmidamente. Como usted

    sabe, yo tuve que aclarar el asunto cuando el ministerio intervino. Todo fue motivado por un exceso de obediencia prusiana. Tambin fue motivado por un exceso de otra debilidad prusiana: el desdn. Y de todas las pasiones que ciegan y enloquecen y desvan a los hombres, la peor es la ms fra: el desdn. Grock haba hablado con demasiada libertad ante el perro y ante la legumbre. Desdeaba a los imbciles, aun en su regimiento: haba tratado a von Hochei-mer, el primer mensajero, como si fuera un mueble, slo porque pareca un imbcil. Pero Hocheimer no era tan imbcil como pa-reca: haba entendido, tanto como el sargento, lo que el gran ma-riscal quera decir; haba comprendido la tica del mariscal, la que afirma que un acto es irrefutable, aunque sea indefendible. Saba que lo que su jefe deseaba era el cadver de Petrovski; que lo de-

  • Los tres jinetes del Apocalipsis 307 seaba de todos modos, a costa de cualquier engao de prncipes o muertes de soldados. Y cuando oy que lo persegua un veloz jinete, comprendi inmediatamente que ste traa un indulto del prncipe. Von Schacht, muy joven pero muy valiente oficial, que era como un smbolo de esa ms noble tradicin de Alemania, que este relato ha descuidado, mereca la circunstancia que lo convirti en heraldo de una poltica ms noble. Lleg con la rapidez de esa equitacin que ha legado a Europa el nombre mismo de caballerosidad, y orden al otro, con un tono como la trompeta de un heraldo, que se detuviera y se volviera. Von Hocheimer obedeci. Se detuvo, sujet el caballo y se volvi en la silla; pero la carabina estaba en su mano, y una bala atraves la frente de von Schacht. Luego se volvi y prosigui, con la sentencia de muerte del polaco. A su espalda el caballo y el jinete se desmoronaron por el terrapln, y qued despejado todo el camino; por ese camino despejado y abierto avanz el tercer mensajero, maravillndose de la longitud de su viaje; hasta que divis el uniforme inconfundible de un hsar que desapareca como una estrella blanca en la distancia; pero no mat al segundo jinete: mat al primero. Por eso no lleg ningn mensaje a la ciudad polaca. Por eso el prisionero fue libertado. Me equivocaba yo al decir que el mariscal von Grock fracas porque dos hombres lo sirvieron fielmente?