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)oAru CllffflsiEq; cdrts Nrevos, Sal Te¡trre ¡ ?aa{a.nclcz Zooa Santidad idolos, rebeldes, estrellus y santos: La santidad en la tradición católica «La santidad -decía Jean Anouilh en Becket_ es también una tentación». La autenticidad de esta intuición ".t¿ tut.nt" Li "i centro del alma. O quizá debería estarlo. La uto.rnentado.a ien- dencia a aparentar santidad mediante gestos piadosos, ú ;;r;i lidad de_ser seducido por falsas formas d'e surti¿u¿, por-"t encanto-de unos santos de plástico que desfilan por los difc¡en_ tes estadios de nuestra vida envueltoi en in"i"nró y.opus,"ciu. mientras el mundo está sumido en el aolor, poneáeá;;ñ;.;; los horrores de la «tentación de la santidad». .-.La tradición católica proporciona una clara advertencia con sólidos modelos de sanfidad que van mucho más allá de Ia nre- ¡cntac.ió.1 dcl yo etórea o ascética. La santitlarl crisriana ciigc convers¡ón a la voluntad de Dios, inmersión en el espíritu áe Jesús y compromiso con la comunidad t rmunr. Nos'tiomul luchar con el yo, a asumir la ardiente audacia dc Cristo y ; ;;tre_ garnos por el bien del mundo que nos rodea. La santidad cris_ tlana no consiste en vivir la ley, sino cn vivir la vida dcl Jcsús que recorrió los caminos de Galilea alimentando, sanando v afirma¡do en todas pafes que había venido a traei'ei n"¡". ¿á Dios. Su.modelo es el Jesús que respondió a Ia pregunt" d; j;; «¿Eres tú el que ha de vcnir?». con: «ld y coniad-a.luan lo quc oís y.veis:.los ciegos ven y los cojos andán, U. t"p.r* qu"ji, Ilmptos y ¡os sordos ovo¡. los mucrtos resucitan y se anuncia a SANTIDAT) los pobrcs la Buena Nueva» (Mt I I,4-5). Está claro que los cris- tianos no van al cielo solos. Cuando Ia santidad de algunos se - construye sobre la invisibilidad del resto de nosotros, cl buen y honesto pecado, cl natural egocentrismo, es preferible a la pseu- do-santidad. La tradición cristiana deja la cuestión meridianamcntc clara: no varnos al ciclo ¡ror nrtcstros ¡rropios tttór'itos; no alci¡rrzi¡r¡ros la cima dcl desarrollo cspiritual humano maquillándorros con ritos y manteniéndonos por encima de la refriega de la condición humana. Muy al contrario, cl santo cristiano es quien lra asumi- do la mentalidad de Cristo y, por tanto, el corazón roto del mundo. Ésas son las personas cuya santidad pone en cuestión la vida del resto de nosotros. Puede darse el caso de que nos sintamos tcntados a pasar nuestra vida haciendo en nombre de la santidad algo que no merezca en absoluto la pena. Podcmos disponernos a ser justa- mente lo que el mundo no necesita y lo que Jesús desdeñaría como signo de un «sepulcro blanqueado». Esa forma dc santi- dad constituye una tralnpa de inmensas proporciones tanto para los sinceros como para los impostores. A los sinceros les plantea el espectro de una vida malgastada; a los impostores les amcna- za con la revelación dcl engaño. Por un lado, buscar la santidad en lugares no debidos supone correr el riesgo de tener el alma vacía. Dar por scntado quc la rcgularidad cn las dcvocioncs y cl rigor de la disciplina constituyen la materia de la santidad cs dar por supuesto que podemos hacer dioses de nosotros mismos, para nosotros mismos y por nosotros misrnos. Esto es una santi- dad no puesta a prueba. Por otro lado, prelender la santidad por razones equivocadas es garantizarse un alma desvirfuada. Ponerse frcnte a la raza humana sin algo esencial, sin el bcneñ- cio de la moderación, sin la divisa del significado humano como base del intercambio, es distorsionar las fibras de nuestra vida en un tapiz de nada. La falsa santidad -la santidad empapada dcl yo-, por sincera que pueda ser en sus excesos, por seductora que pueda resultar en su atractivo público, no es cristiana. La santi- il5

Chisttister Joan - Odres Nuevos

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)oAru CllffflsiEq; cdrts Nrevos,Sal Te¡trre ¡ ?aa{a.nclcz Zooa

Santidad

idolos, rebeldes, estrellus y santos:La santidad en la tradición católica

«La santidad -decía Jean Anouilh en Becket_ es también unatentación». La autenticidad de esta intuición

".t¿ tut.nt" Li

"icentro del alma. O quizá debería estarlo. La uto.rnentado.a ien-dencia a aparentar santidad mediante gestos piadosos, ú ;;r;ilidad de_ser seducido por falsas formas d'e surti¿u¿, por-"tencanto-de unos santos de plástico que desfilan por los difc¡en_tes estadios de nuestra vida envueltoi en in"i"nró y.opus,"ciu.mientras el mundo está sumido en el aolor, poneáeá;;ñ;.;;los horrores de la «tentación de la santidad».

.-.La tradición católica proporciona una clara advertencia consólidos modelos de sanfidad que van mucho más allá de Ia nre-

¡cntac.ió.1 dcl yo etórea o ascética. La santitlarl crisriana ciigc

convers¡ón a la voluntad de Dios, inmersión en el espíritu áeJesús y compromiso con la comunidad t rmunr. Nos'tiomulluchar con el yo, a asumir la ardiente audacia dc Cristo y ; ;;tre_garnos por el bien del mundo que nos rodea. La santidad cris_tlana no consiste en vivir la ley, sino cn vivir la vida dcl Jcsúsque recorrió los caminos de Galilea alimentando, sanando vafirma¡do en todas pafes que había venido a traei'ei n"¡". ¿áDios. Su.modelo es el Jesús que respondió a Ia pregunt" d; j;;«¿Eres tú el que ha de vcnir?». con: «ld y coniad-a.luan lo qucoís y.veis:.los ciegos ven y los cojos andán, U. t"p.r* qu"ji,Ilmptos y ¡os sordos ovo¡. los mucrtos resucitan y se anuncia a

SANTIDAT)

los pobrcs la Buena Nueva» (Mt I I,4-5). Está claro que los cris-tianos no van al cielo solos. Cuando Ia santidad de algunos se -

construye sobre la invisibilidad del resto de nosotros, cl buen yhonesto pecado, cl natural egocentrismo, es preferible a la pseu-

do-santidad.La tradición cristiana deja la cuestión meridianamcntc clara:

no varnos al ciclo ¡ror nrtcstros ¡rropios tttór'itos; no alci¡rrzi¡r¡rosla cima dcl desarrollo cspiritual humano maquillándorros conritos y manteniéndonos por encima de la refriega de la condiciónhumana. Muy al contrario, cl santo cristiano es quien lra asumi-do la mentalidad de Cristo y, por tanto, el corazón roto delmundo. Ésas son las personas cuya santidad pone en cuestión lavida del resto de nosotros.

Puede darse el caso de que nos sintamos tcntados a pasar

nuestra vida haciendo en nombre de la santidad algo que nomerezca en absoluto la pena. Podcmos disponernos a ser justa-

mente lo que el mundo no necesita y lo que Jesús desdeñaríacomo signo de un «sepulcro blanqueado». Esa forma dc santi-dad constituye una tralnpa de inmensas proporciones tanto paralos sinceros como para los impostores. A los sinceros les planteael espectro de una vida malgastada; a los impostores les amcna-za con la revelación dcl engaño. Por un lado, buscar la santidaden lugares no debidos supone correr el riesgo de tener el almavacía. Dar por scntado quc la rcgularidad cn las dcvocioncs y clrigor de la disciplina constituyen la materia de la santidad cs darpor supuesto que podemos hacer dioses de nosotros mismos,para nosotros mismos y por nosotros misrnos. Esto es una santi-dad no puesta a prueba. Por otro lado, prelender la santidad porrazones equivocadas es garantizarse un alma desvirfuada.Ponerse frcnte a la raza humana sin algo esencial, sin el bcneñ-cio de la moderación, sin la divisa del significado humano comobase del intercambio, es distorsionar las fibras de nuestra vidaen un tapiz de nada. La falsa santidad -la santidad empapada dclyo-, por sincera que pueda ser en sus excesos, por seductora quepueda resultar en su atractivo público, no es cristiana. La santi-

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lt6 «ODRES NUEVOS»

dad debe ir más allá de [a satisfacción del yo, más allá de unaforma de piedad protectora o de una tentativa de aprobaciónpública.

Así pues, cuando nos disponemos a ser santos en la tradicióncatólica, ¿qué es exactalnente lo que nos disponemos a haccr ycómo reconocer esa santidad?

Diferentes estilos de santidad marcan cada período de la his-toria cristiana, algunos de ellos son sorprendentemcnte senci-llos, mientras que otros rayan en lo neurótico. La santidad cris-tiana va de la negación total de la vida a la proclamación totalde la Palabra. Optar por una de esas formas constituye el desafioespiritual central de cada época y tiene un significado tanto per-sonal como público. Sea cu¿l sea la forma concreta de santidaden una cultura determinada, el verdadero santo ha sido sicmpreconsiderado tanto un testigo público como un devoto privado.Eso fueron los santos que influyeron en la vida de los demás demodo significativo, al mismo tiempo que se concentraban en lasuya propia.

El santo cristiano se convierte en el Rostro de Dios en elpunto central de la vida, recordándonos a cada uno de nosotrosque somos llamados a hacer más que existir y a ser más que unaliento perdido en la noche de los tiempos. Lo que adoptamoscomo modelo de nuestra vida, pues, no sólo nos cambia, sinoque hace girar nuestro mundo entero grado a grado. La santidadno es devoción privada. El llamamienlo a la santidad es unainvitación a elegir cuidadosamente el modo de gastar nuestraalma, una invitación a optar por el evangelio en lugar de por elsentido de la perfección del yo o por [a preservación dc la insti-tución perfecta o por la seguridad de una salvación muy banal.

La santidad cristiana es mayor que el yo, mayor que la pic-dad privada y más significativa que la religión por sí misma. Noes un único estado de vida ni un único trabajo ni un conjuntodeterminado de circunstancias. Es tan diversa como el desicrtode Judea, la celebración de una boda en Caná y cl ternplo deJerusalén. Lo mejor de la tradición cristiana encuentra sus san-

SANTIDAD 117

tos en medio de la multitud, asi como en las ermitas; en la cum-

bre de las montañas, asi como en las cuevas; en la resurrección,

así como a los pies de la cruz; en lo ruidoso, así como en lo

silencioso; en lai mujeres que desafian al sistemá para construir

un mundo mejo¡ y en los hombres quc entregan su vida para que

otros puedan tener vida «y vida en abundancia».

Lós que el mundo llama santos, lo que los «santos» llaman

santidad, nos dice algo al resto de nosotros acerca de lo que

puedc ser nucstra vida. Todo llcva a Ia conciencia la noción dc

que en la vida puede haber mucho más de [o que vemos En la

vida pucdc haber mucho más dc lo que nos las aneglamos para

obtener. La vida pucde exigirnos mucho más que lo que estanros

dispuestos ¿ dar. La santidad cristiana es claramentc más un

"on""pto comunitario que privado, más un proceso social que

personal. Lo que yo soy, el resto del mundo tiene dcrecho a

ierlo. En lo quL yo me convierto es también un criterio de com-

paración para el iesto de la sociedad. Cargo con la obligación de

ier lo que el mundo necesita que sea y miro con esperanza a

quienes han cargado con la misma obligación antes que yo' La

vida cristiana exige compromiso con la vida del Cristo que se

relacionaba con pecadores, sanaba leprosos, resucitaba mujeres,

litigaba con los representantes dcl «establishment» y desafiaba

al cstado. Es una vida de prescncia profética y servicio genero-

so en un mundo cuya alma está desértica.

Los santos, en consecucncia, siempre han fonnado partc de

la historia cristiana. Son quienes, con el alma limpia y [a mira-

da franca, trazan la trayectoria de su vida recordando el sentido

de ésta. Los santos indican el camino a quienes van dctrás dc

ellos. Son los pioneros, los modelos, las estrellas en la oscuridad

de cada generación que nos hacen posible recordar la gloria de

la humanidad, así como el magnetismo dc la divinidad' Nos pro-

porcionan la promesa de la posibilidad en las profundidades de

ia desesperación, y de la esperanza en medio de lo prosaico'

Otorgan nueva luz a esas partes de la vida que se lruelven tedio-

sas por abandono. Nos recuerdan en nuestros peores momentos

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ll8 «ODRES NUEVOS»

lo mejor que la humanidad puede ser. Nos dan una nueva pers-pectiva para las antiguas verdades, una nueva mirada al Diosque estií en medio de nosotros, que viene entre nosotros para que<<los ciegos vean, los sordos oigan y los pobres tengan la pruebarlc su libcración».

Los sabios han sido utilizados y mal utilizados, infravalora-dos e ignorados, mal cntcndidos y sobrcvalorados cn cada genc-ración. Algunos han sido llamados ((santos)) en una generaciónc ignorados eu la siguientc. Algunos han sido infravalorados en

una época y e hipervalorados en otra. Pero la mayoría han sidosimplemente la memoria en la raza humana de la grandeza deespíritu. La mayoría han sido simplemente personas que, cuan-do se h¿n visto lanzadas a situaciones de significado público,han respondido basándose en su profunda espiritualidad pcrso-

nal. Los sufies dicen que un discípulo pregunta a un venerablcanciano ((¿Hay algo que yo pueda hacer para conseguir la ilu-minación?»; «Tan poco como lo que puedes hacer para que elsol salga por la mañana». <<Entonces ¿de qué sirven los ejerci-cios espirituales que tú prescribes?»; «Para asegurarte de noestar dormido cuando el sol comience a salin>.

La devoción cristiana no es sino la preparación para la san-

tidad cristiana. Prepara el alma para que, cuando e[ momento deIa presencia sagrada finahnente se haga imperativo, estemos en

disposición de captarlo y aferrarlo. La santidad cristiana es

mucho más que devoción cristiana. La santidad cristiana exigeque nos convirtamos en lo que buscamos, para que los demás,

en sus momentos de combate espiritual, puedan tener también elconsuelo que ello proporciona.

Para quienes preguntan, entonces, ¿por qué tener santos?, larespuesta es: ¿por qué no tenerlos? Toda generación necesitahéroes. No es que los santos sean seres humanos que se hayanvuclto divinos, es quc los santos son scrcs hurnanos quc se hanlrccho plenamcnte humanos, se han hecho plcnamentc lo mejorque los scres humanos podemos ser, han sintonizado plcnamen-tc con la vida en su nráximo significado. Los santos son esas

sANTIDAD I 19

nersonas oue nos rodean en barriadas diminutas y en espaciosas

#ñ;t, ;;; no, "onf'ontun

diariamentc con las grandes cues-

ii""t ili" "i¿"

yapoftan a ellas la respuesta de ellosmismos'"-"Ei

o.oul"r" á. ü d.fini"ión de los santos es el problema de

r" ¿íi¡í¡'"-t l" r,rs crilcrios ¿Quién tlcbc rlccir lo quc lu «satr-

;id;¡;; ;. realmente? De hecho, ¿puede algulen lY" T :"u I-"sabcr lo quc yo hc pasado en la vida y con qué ot8,lll1,!lt-fundidad y náblcza?; ¿puede alguien saber si he *:L:"t'-':.:,icllo con Áayor o tncnor valor' con mayor

" T*9t "1:ip:-:::,lrri"n sabér lo que he soportado para ser mi mejor yo'l; ¿y lo

i"?r, ut*i"n rcalmente sin lucha? Se trata de preguntas oe oes-

;?;;i;il;;"ir. ¡, 'ontu

rcrcsa de Lisieux' cuvos escritos

fueron depurados p6¡ 59 gs¡¡¡¡idad nara el consumo público' se

lc ltizo ver cl lnundo como masilla cn las manos de Dios' En los

llt'it"".;i"t de su vida, sin cmbargo' escribió en sy dilioryr-sonal: usoy asaltada por las peores tentaciones de atelsmo»'"r.,?

ir"." át. ü "rtencia

de lucha no es la esencia de la santi-

O"J. gt fu lucha lo que desanolla la santidad'---

l*-i" tigf"s, la Iglesia ha confrontado a la comunidad

hu*"nu con *ód"los de grandeza' Los llamamos santos' aunque

;;;itd"á' ;;ñ"t quJrer decir «ídolos»' «estrellas»' «héro-

;;;;;;;";;; po."íd" po' unu 'isión

intema de la grandeza

divina que nos proporclonan un atisbo del rostro dc Dios en el

""rit" á.i" ft"r.no Nos hacen posible percibir las posibilida-

des de grandeza en noso(ros mismos''-" p..i, ¿"tg*.iadamente, a la noción modema de santo le han

sucedido dos cosas: en prlmsr lugar' los santos se han oficiali-

zado; en segundo, se han vuelto insulsos'".trr-et;isÑii',

después de cientos de años de identifrc-ación

a" ri'.'*nto', pot o"lamación popular' el Vaticano desa¡rolló un

,rr.,"".o , "titários

para determinar si las personas veneradas por

ffi;;;;; b"li"run "t"""doras

de emulación general'

i:. lr#;;;. ;unori,ution. "n

su mayor parc' no carecian ni

J" "ont"ni¿"

ni de razón de ser' La prolitbración de santos loca-

i* "oitia".o¿ot

tales por las personas que los conocian o se

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120 «( )l)ltliS Nl lljV( )S»

scntían impresionadas por los frutos dc su cspiritualitlad o elv¡k.¡r dc sus obras cra un gesto grandioso y perspicaz, aunquc nofucra más que porquc ponía de relieve la importancia de hacer-se consciente del carácter de las personas del entomo, de esaspcrsonas que están a nuestro lado hoy, aportando el ardor delevangelio a la normalidad de las circunstancias. No obstante, esasuperabundancia de bíen servía tanto para desdibtljar el carácterdc la grandcza como para preservar su imagen. Los <<santos»»

surgían por todas partes, y todos los territorios, regiones, ciuda-tlcs y puchlos sc disputaban reliquias y patrones.

Al mismo tiempo, un proceso de canonización oficialmenteestablecido separaba a las personas necesitadas de modelos delas personalidades y fuerzas que habían aportado espíritu a suvida en el aquí y cl ahora. En la mayoría de los casos, sólo aque-llas rcputaciones que duraban más que la vida de la personano¡ninada para la santidad eran consideradas aptas para el exa-men de la Congregación de las Causas de los Santos. Para ese

momento, como es natural, su fama espiritual solía haber pali-decido y su influencia social frecuentemente sc babia eclipsado.

El proceso de canonización buscaba lo hcroico en lo bueno,separaba lo meramente piadoso de [o podcrosamente santo, yquería también milagros como pn¡eba de una vida buena paracualificar a la persona para la canonización. Se centraba en lafigura de los religiosos profesionales en perjuicio de los laicos,en los hombres en detrimento de las mujeres, en los ricos enlugar de en los pobres; se centraba en la docilidad eclesiásticacomo signo de santidad yjuzgaba los casos de acuerdo con ideasde siglos algunas vcces muy lejanos.

Hasta el día de hoy, los procesos evitan que la histeria popu-lar se convierta en nonna de la santidad. No obstante, se corretarnbién el riesgo de reducir [a pasión sarrta al nivel de la piedadprosaica. Se arrostra el peligro de santificar lo insípido. Puededarse el caso de transformar la bondad en cartón picdra. Se des-califica a las pcrsonas quc cacn cn la carcra para alcanzar nuc'-

vas altrrras humanas. Sc corta cl mismo traje para toda santidad:

sANllt)Al) t2l

lo tcológicamentc dchitlo, lo eclcsiásticamcntc dócil' lo moral-

,"nt".iguro' Como resultado, sc clinrina dc la vista a un gran

[rufn A."p"ttono. gracias a las cuales cl alma misma dc'l mundo

ie ila ¿itata¿o, p"io qu" pueden no haber coincidido con las

ideas dc la lgtesia en su nromcnlo. qtre pueden incluso 1o flbcrsido curóti"ai. que pucden no habcr carccido dc signos de defec-

i.,., trct'as. foio "llo

ll"uu' hnperceptible pero casi invarir¡ble-

,n"í,", o un, tcología dc la dcsilusión' a la idca dc que stilo lo

Derfccto v lo cristiano nos proporciona at¡shos dcl rostro de

bios, lo .ont*rio dc Moisés y Abraham' la samaritana y Pcdro'

David y Sansón.

Peio es evidente que no todas las personas que nos señalan

el camino hacia Dios pueden ser pert¿ctas' Hay figuras re^splan-

áecientes "n

rr, "uu.u,

sagradas que son grises en su vida per-

sonal. Algunas veces está; cont'usas, como nosotros' Son vir-

iuoru. rni, allá de lo imaginable en una dimensión, y débiles

hasta el pecado en otras. Al mismo tiempo, manl¡enen- en su

aniurOn un n "go

tan brillantc qrlc cs capaz de iluminar el carni-

no a muchas oiro. p".ronut. Sc sicntcn impclidrs nor la volun-

tad de Dios con respecto a la humanidad y no soportan que no

se cumpla. Sobresaicn claramente por encima del resto de su

g"naroaión, de sus compañeros, de su gntpo, y sc convierlen en

in signn pa* todas las generaciones' Son una prueba de lo qrte

". p"".¡ttf" proccdente di los tiempos pasados y un símbolo dc

"rpa.unru para los tiempos venideros' Son una muda condena

dei tiempo en que vivcn y nos dcsafian a scrlo también nosotros'

Y sobré todo, .on importantes para nosotros ahora'. «No se

avuda únicalnente a la propia gcncración -enseñan los hasi-

dlm : David inslila su cntusiasmo cn las almas sombrias: genc-

.uaiin ,tut generación, Sansón arma a las almas débiles con la

fuerza de los hóroes».

Por lo tanto, la santidad cn la tradición cristiana exige

mrtcho más que piedad personal Prr"sttpone una vida tan enrai-

zirtlit c'n la vi.rnia.l dc Dios, lan contprrmctirLt t'ott los tlclttás y

con prcocttpltcioncs dc tan gran alcance qtlc stlsciia prcguntasI

t

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122 «oDREs NUEVos»

acerca de l¿ calidad de nuestra alma, la profundidad de nuestravida y el valor de nuestras opciones en ;l corazón del resto denosotros. Los santos nos confrontan con el corazón de Jesús y lamente de Dios. Los santos nos cortan la respiración. Vemoi enellos lo que sabemos que nosotros deberíamls ser e inclinamosIa cabeza no por vergüenza, sino en contemplación. Los santosno predican tópicos; los santos claman por la justicia y propor-cionan servicio hasta que esa justicia llega.

. La santidad cristiana exige compromiso público más qucpiedad personal, aunque la piedad ei importánte para el dls-anollo del alma cristiana.

La santidad va más allá de la encamación, llegando hasta lacrucifixión; va más allá de la presencia junto al-otro, hasta elpunto de estar dispuesto a sufrir por é1.

_. La santidad expone a la vista de todos los criterios evangé_licos en un mundo que prefiere la caridad a Ia justicia.

La santidad nos pone a todos de rodillas ante las cuestionesdel alma, nos reta a medimos por un canon mayor que el nues-tro, nos muestra el camino que, más allá de nosotros, Ileva a losdemás; que, más allá de la bondad, lleva al evangciio; que, vamás allá dc las preocupaciones privadas y provincianas, lieva alcompromiso cósmico.

Los santos vcn cl mundo dc la misma manera que Dios yresponden_dondequiera que estén y de la manera que d-eben, puráque el Jesús que vive en ellos pueda vivir a travéi de ellos.

- _El trayecto es oscuro y peligroso y supone más que fidelidad

al dogma, más que preservación de la doctrina, mis que cum_plimiento de la ley. Exige gran valor y mucha fe. Algunas vecesvive oculto, como Charles de Foucauld hizo con los irabes, sim-plemente para construir un puente privado entre el Islam y elcristianismo. Se hace sumamente público ulgrnas u""es,

"ámohizo Bafolomé de las Casas en su defensa d-e la humaniiad deIos indios americanos. Va adonde no puede ir y hace lo que nopuede hace¡ como hizo Catalina de Siena al implicarse cn lapolítica de la Iglesia y practicar la crítica al papa. üve una vida

SANTIDAD 123

tremendamente sola algunas veces, colno le ocurrió a Franz

Jágerstiitter, que fue el único de su pueblo en negarse al recluta-

miento del ejército dc Hitler y fue ejecutado por ello' Pero siem-

pre, siempre vive más por los principios que por la piedad.

Supera las normas normales para mostrar de nuevo la gloria de

Dios espcrando cn lo nonnal. Vive lo cotidiano de un modo que

nos pone en cuestión a todos. Y no es en absoluto sumiso a los

crilcrios oñciales del momento. Francisco de Asis hizo avanzarcl pcnsurnicnlo dc la lglcsia accrca tlt' ll riqucza. Tcrcsa tlc Jcsi¡s

dilató la visión de la lglesia acerca de la naturaleza de la espiri-

tualidad privada. Harriet Tubman enseñó a la Iglesia con su

valeroso ardid lo que podía ser frcnte al miedo. Monseñor Hugh

O'Flahe§, funcionario vaticano durante la II Guerra Mundial,

probó con su protección a los refugiados judíos que la Iglcsia

seguía siendo capaz de santidad en un mundo lleno de pecado.

Algunos oyen la llamada de las exigencias de la cotidiani-dad. Otros prcfiercn hacer de la cotidianidad la excusa para no

oír las exigencias que ésta ptantea realmente, para optar por lapicdad en lugar de por la santidad. Verdaderamente, «la santidad

es t¿unbiérr una tcntación». Vcrdaderamentc, la santidad pucde

ser un pecado, en cuyo caso debcmos aprcndcr a arrepentimos

de los niditos privados que nos hemos hecho en nombre de la

vida espiritual. Debemos empezar una vez más a recorrer los

caminos de Galilea con Aquel que nos lleva a nosotros mismospara luchar contra los demonios destinados a mantenemos ahí,

que nos lleva, r¡ás allá de nosotros, a un mundo en necesidad, yque nos lleva, por encima de nosotros, a ver el mundo comoDios [o ve. Debemos convertirnos en lo que todos pensamos que

no podemos ser si hemos de llegar algún día a convertirnos en

lo que todos estamos llamados a ser: <<ídolos»», «rebeldes»,

<<estrellas» y ((santos».