Christie, Agatha - El Tren de Las 4.50

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novelaChristie, Agatha - El Tren de Las 4.50

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COLECCIN AGATHA CHRISTIE

EL TREN DE LAS 4.50

AGATHA CHRISTIE

COLECCIN AGATHA CHRISTIE

Ttulo original:

4'50 FROM PADDINGTON

(c) 1930 by Dodd Mead & Company Inc.

Traduccin:

GUILLERMO DE BOLADERES

Esta edicin puede ser comercializada en todo el mundo excepto Centro y Sudamrica

(c) EDITORIAL MOLINO

Calabria, 166 - 08015 Barcelona

Depsito legal: B. 41.555/02 ISBN: 84-272-8562-0

Impreso en Espaa

Printed in Spain

LIMPERGRAF, S. L. - Mogoda, 29-31 - Barbera del Valles (Barcelona)

GUA DEL LECTOR

Relacin de los principales personajes que intervienen en esta obra:

BACON: inspector de polica.

CORNISH, Frank: sargento de polica de St. Mary Mead.

CRACKENTHORPE, lady Alice: esposa de Harold Cra-

ckenthorpe. CRACKENTHORPE, Alfred: soltero, bala perdida y poco fiable en los negocios.

CRACKENTHORPE, Cedric: soltero, pintor extico y bohemio.

CRACKENTHORPE, Emma: bondadosa joven, hermana de los anteriores.

CRACKENTHORPE, Harold: hombre de negocios residente en Londres, hermano de los citados.

CRACKENTHORPE, Luther: hombre rico, avaro, propietario de Rutherford Hall, jefe de la familia y padre de Cedric, Harold, Emma y Alfred.

CRACKENTHORPE, Martine: viuda de Edmund Cra-ckenthorpe, asesinada, difunto hermano de los anteriores.

CRADDOCK, Dermot: detective inspector de Scotland Yard.

DESSIN, Armand: inspector de polica de la Sret.

EASTLEY, Alexander: nieto de Luther Crackenthorpe e

hijo de Bryan. EASTLEY, Bryan: viudo de Edith Crackenthorpe, hija de

Luther.

ELLIS: elegante muchacha, secretaria de Harold.

EYELESBARROW, Lucy: joven de 32 aos, amiga de miss

Marple y domstica de los Crackenthorpe.

GRISELDA: madre de Leonard. HART: asistenta de los Crackenthorpe.

HAYDOCK: mdico de miss Marple.

HILL, Florence: antigua doncella de miss Marple.

HILLMAN: viejo jardinero de los Crackenthorpe.

JOHNSTONE: mdico forense.

JOILET: bailarina francesa, directora del Ballet Maritski.

KIDDER: asistenta de los Crackenthorpe.

LEONARD: coleccionista de mapas y gran cartgrafo.

McGILLICUDDY, Elspeth: ntima amiga de miss Marple.

MARPLE, Jane: vieja solterona de aficiones detectivescas.

MORRIS: antiguo mdico de los Crackenthorpe.

QUIMPER: actual mdico de los Crackenthorpe.

SANDERS: polica.

STODDART-WEST, James: amigo ntimo y compaero de estudios de Alexander Eastley.

STRAVINSKA, Anna: bailarina del Ballet Maritski.

WEST, David: sobrino de la anciana Marple, empleado en los ferrocarriles.

WETHERALL, Bob: sargento de polica.

WIMBORNE: abogado de la familia Crackenthorpe.

CAPTULO PRIMERO

Mrs. McGillicuddy corra jadeando por el andn en la estela del mozo que le llevaba la maleta. La dama era baja y gruesa, y el mozo alto y de pasos largos. Adems, Mrs. McGillicuddy iba cargada con gran cantidad de paquetes, resultado de un da de compras de Navidad. Por lo tanto, la carrera resultaba desigual y el mozo dobl la esquina al final del andn cuando a Mrs. McGillicuddy le faltaba an un buen trecho para alcanzarlo.

El andn nmero 1 no estaba en aquel momento excesivamente concurrido, porque acababa de salir un tren, pero en los otros andenes la muchedumbre se mova en todas direcciones, subiendo y bajando a la estacin del Metro, entrando y saliendo de la consigna de equipajes, de los salones de t, de las oficinas de informacin, y cruzando las puertas de entrada y salida por las que la estacin de Paddington comunicaba con el exterior.

Mrs. McGillicuddy y sus paquetes fueron zarandeados de un lado a otro, pero lleg por fin a la entrada del andn nmero 3, donde dej un paquete en el suelo para buscar en el bolso el billete que le permitira pasar al otro lado del severo guardin de aquel acceso.

En ese momento, una voz estridente pero refinada, empez a hablar por encima de su cabeza.

-Estacionado en la va 3 el tren que tiene su salida a las 4.50 con destino a Chadmouth y paradas en Brack-

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hampton, Milchester, Waverton, Carvil Junction y Roxeter. Pasajeros con destino a Brackhampton y Milchester sitense en el vagn de cola. Los pasajeros que se dirijan a Va-nequay debern hacer transbordo en Roxeter.

La voz se interrumpi con un chasquido, y luego reanud la informacin anunciando la llegada del tren de las 4.35 procedente de Birmingham y Wolverhampton en el andn 9.

Mrs. McGillicuddy encontr por fin su billete. El revisor lo taladr, murmurando:

-A la derecha, parte de atrs.

Mrs. McGillicuddy sigui por el andn y encontr a su mozo con expresin aburrida y mirando al vaco frente a la puerta de un vagn de tercera clase.

-Por aqu, seora.

-Yo viajo en primera clase -observ Mrs. McGillicuddy.

-No lo dijo -gru el hombre que mir con desprecio el abrigo a cuadros de mezclilla y corte masculino.

Mrs. McGillicuddy, que s lo haba dicho, no quiso discutir. Todava le faltaba el aliento.

El mozo recogi la maleta y la llev al vagn inmediato, donde Mrs. McGillicuddy qued instalada en una esplendorosa soledad. El tren de las 4.50 iba casi vaco. Los viajeros de primera clase preferan el expreso de la maana, o el de las 6.40 que llevaba vagn restaurante. Mrs. McGillicuddy entreg al mozo una propina que ste recibi con disgusto, al considerarla ms propia de tercera clase que de primera. Aunque Mrs. McGillicuddy estaba dispuesta a gastarse el dinero en un cmodo viaje de regreso, despus de una noche de viaje desde el norte y un febril da de compras, no era dada a excederse en las propinas.

Se instal confortablemente en el mullido asiento con un suspiro y abri una revista. Al cabo de cinco minutos sonaron lo silbatos y el tren arranc. La revista resbal de las manos de Mrs. McGillicuddy, su cabeza se lade y

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tres minutos ms tarde ya estaba dormida. Se despert despus de un reparador sueo de treinta y cinco minutos. Se coloc bien el sombrero, que se le haba torcido, se enderez en el asiento y observ por la ventanilla lo que poda verse del fugaz paisaje. Ya era casi de noche en un da gris y nebuloso de fines de diciembre, pues slo faltaban cinco das para Navidad. Londres resultaba un lugar triste y oscuro, y el campo no lo estaba menos, aunque aqu y all lo alegraban algunos grupos de luces, al pasar el tren por las distintas poblaciones y estaciones.

-Van a servir el ltimo t -anunci un camarero, abriendo la puerta como un geniecillo oriental.

Mrs. McGillicuddy ya haba tomado el t en unos grandes almacenes y, de momento, se senta satisfecha. El camarero continu por el corredor con su montona llamada. Mrs. McGillicuddy mir con expresin satisfecha el portaequipaje donde estaban sus paquetes colocados. Las toallas le haban salido a buen precio y eran exactamente como las que quera Margaret; la pistola espacial para Robby y el conejo para Jean gustaran a los nios, y la casaquilla de noche era justo lo que ella necesitaba, abrigada pero elegante. Tambin el jersey para Hctor. Asinti complacida por el acierto de sus compras.

Su mirada satisfecha volvi a la ventanilla: un tren que corra en la direccin contraria pas con un estridente ruido que hizo temblar los cristales y la sobrecogi por un momento. Lleg luego el repiqueteo de su propio tren al pasar por el cambio de agujas de una estacin.

De repente, el tren empez a aminorar la marcha, obedeciendo quizs a alguna seal. Durante algunos minutos se arrastr lentamente, se detuvo y, por fin, reanud la marcha. Pas por su lado otro tren que iba en direccin contraria, aunque a menor velocidad que el primero. El tren empez a coger velocidad otra vez. En aquel momen-

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to, otro tren se desvi repentinamente hacia su misma direccin, dando la sensacin por un instante de que iban a chocar. Durante un rato, los dos trenes corrieron paralelos, adelantndose apenas el uno al otro, alternativamente. Desde su ventanilla, Mrs. McGillicuddy mir las ventanillas de los vagones paralelos al suyo. La mayor parte de las cortinillas estaban echadas, pero de vez en cuando poda ver a sus ocupantes. El otro tren tampoco estaba muy concurrido y algunos de los vagones iban casi vacos.

En un momento en que los dos trenes producan la ilusin de hallarse inmviles, se alz una cortinilla de uno de los compartimientos del otro tren y Mrs. McGillicuddy vio el interior iluminado del compartimiento de primera clase que tena tan slo a unos cuantos pies de distancia.

Inmediatamente sinti que se le cortaba la respiracin y casi salt de su asiento.

De espaldas a la ventanilla, vio a un hombre con las manos incrustadas alrededor del cuello de una mujer que se hallaba de cara a l y, de forma lenta y despiadada, la estaba estrangulando. Los ojos de la mujer se salan de sus rbitas y su rostro estaba prpura y congestionado.

Mientras Mrs. McGillicuddy observaba fascinada, lleg el final: el cuerpo qued inerte entre las manos del hombre.

En aquel mismo instante, el tren de Mrs. McGillicuddy volvi a aminorar la marcha y el otro aceler. Avanz rpidamente y, un momento despus, se perdi en la oscuridad de la noche.

La mano de Mrs. McGillicuddy se dirigi automticamente hacia la alarma. Luego se detuvo indecisa. Despus de todo, de qu servira dar la alarma en el tren en que ella viajaba? El horror de lo que haba visto tan de cerca y las desusadas circunstancias la dejaron paralizada. Era necesario emprender alguna accin inmediata, pero cul?

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Se abri la puerta del compartimiento. Era el revisor.

-Billetes, por favor.

Mrs. McGillicuddy se volvi hacia l con vehemencia.

-Una mujer ha sido estrangulada en ese tren que acaba de pasar. Lo he visto. ; El revisor la mir con cierta incredulidad.

-Deca usted, seora?

-Que un hombre ha estrangulado a una mujer! En ese tren. Lo he visto por aqu! -exclam, sealando la ventanilla.

La expresin incrdula del revisor se agudiz.

-Estrangulado? -pregunt en un tono de profunda duda.

-S, estrangulado! Le repito que lo he visto. Debe usted hacer algo inmediatamente!

El revisor carraspe como queriendo disculparse.

-No cree usted, madam, que tal vez haya echado una cabezadita y al despertar...? -se interrumpi con prudencia.

-He dormido un poco, pero si cree usted que se trata de un sueo, est equivocado por completo. Le digo que lo he visto.

La mirada del revisor se fij en la revista abierta en el asiento. En la pgina visible apareca una muchacha a la que estaban estrangulando, mientras un hombre amenazaba con un revlver a la pareja desde una puerta abierta.

-Vamos, madam -sugiri entonces el revisor, con voz persuasiva-, no le parece que, despus de leer una historia emocionante, ha dado una cabezada y ha despertado un poco confusa?

Mrs. McGillicuddy le interrumpi.

-Lo he visto! Estaba tan despierta como lo est usted ahora. Mir a travs de esta ventanilla y vi la del otro tren que circulaba paralelo al nuestro, y un hombre estaba estrangulando a una mujer. Y lo que quiero saber es qu piensa hacer al respecto?

-Bueno... madam...

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-Porque har usted algo, supongo.

El revisor suspir reacio y mir su reloj.

-Estaremos en Brackhampton dentro de siete minutos. Comunicar lo que me ha dicho. En qu direccin corra el tren al que se refiere usted?

-En esta misma direccin, naturalmente. No imaginar usted que pudiera haberlo visto en un tren que pasara a gran velocidad en direccin contraria?

Por la expresin del revisor resultaba obvio que consideraba que Mrs. McGillicuddy era muy capaz de ver cualquier cosa que le sugiriera su imaginacin. Pero mantuvo una actitud corts.

-No se preocupe, madam. Comunicar lo que me ha dicho. Quiz podra usted darme su nombre y direccin, slo para el caso de que...

Mrs. McGillicuddy le dio la direccin del lugar donde se instalara los das inmediatos y la de su residencia permanente en Escocia. El revisor tom nota y se retir con el aire de quien ha cumplido con su deber y ha tratado exitosamente con un fastidioso viajero.

Mrs. McGillicuddy se senta algo recelosa. Comunicara el revisor su declaracin? O slo haba tratado de calmarla? Supona vagamente que haba mujeres mayores, viajando por el mundo, convencidas de que haban desenmascarado complots comunistas, que se hallaban en peligro de ser asesinadas, de que haban visto platillos volantes y secretas naves espaciales, o de que haban presenciado asesinatos que nunca tuvieron lugar. Y si aquel hombre se haba desentendido pensando que era una de sas?

El tren redujo velocidad para cruzar algunos cambios de agujas y pasaron entre el brillante alumbrado de una importante poblacin.

Mrs. McGillicuddy abri el bolso, sac una vieja factura, que fue el nico papel que pudo encontrar, y escribi en el dorso una nota rpida con su bolgrafo, la

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meti en un sobre que por fortuna llevaba, lo cerr y le' puso las seas.

El tren se detuvo en una poblacin cuyo andn se ha-IIaba atestado. La misma voz anunciaba:

-Entrada en va 1 del tren semidirecto de las 5.38, con destino Chadmouth. Para en las estaciones de Milchester, Waverton y Roxeter. Los pasajeros con destino a Market Basing deben dirigirse a la va 3. Entra en va 1 el tren con destino Carbury.

Mrs. McGillicuddy observ ansiosa a un extremo y al otro del andn. Tantos viajeros y tan pocos mozos! Ah, all haba uno! Lo llam con voz autoritaria.

-Mozo! Por favor, lleve esto inmediatamente a la oficina del jefe de estacin.

Le entreg el sobre y un cheln.

Luego, con un suspiro, se reclin en su asiento. Haba hecho lo que haba podido. Por un momento se qued lamentando el cheln. En realidad, hubieran bastado seis peniques.

Su mente volvi a la escena que haba presenciado. Horrible, horrible de verdad. Ella era una mujer de temple firme, pero se estremeci. Que cosa tan extraa y fantstica acababa de ocurrirle a ella! Si la cortinilla de aquel compartimiento no se hubiera levantado casualmente... Pero esto era, por supuesto, providencial.

La Providencia haba querido que ella, Elspeth McGillicuddy, fuese testigo de un crimen. Sus labios se apretaron con torva expresin.

Se oyeron gritos, silbatos, portazos. El tren de las 5.38 dej lentamente la estacin de Brackhampton. Una hora y cinco minutos ms tarde se detena en Milchester.

Mrs. McGillicuddy recogi los paquetes y la maleta y se ape. Su mirada recorri el andn de arriba abajo, y volvi a reafirmarse en su opinin: no haba bastantes mozos. Los que haba estaban ocupados con las sacas de correo y los carros de equipaje. En estos tiempos pare-

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ca darse por supuesto que cada pasajero cargara con sus propios bultos. Ella no poda cargar con la maleta, el paraguas y todos los paquetes. Tendra que esperar. Finalmente consigui los servicios de un mozo.

-Taxi?

-No, espero que habrn venido a recogerme.

Fuera de la estacin de Milchester se le acerc un taxista que haba estado observando la salida.

-Es usted Mrs. McGillicuddy? -le pregunt con voz suave y acento local-. Va a St. Mary Mead?

Mrs. McGillicuddy respondi que s y recompens al mozo adecuada, pero no esplndidamente. El coche, con Mrs. McGillicuddy, la maleta y los paquetes, se alej en la oscuridad. Era un trayecto de nueve millas. Tiesa en su asiento, Mrs. McGillicuddy fue incapaz de relajarse. Sus sentimientos esperaban con ansia el momento de poder manifestarse. Por fin, el taxi entr en una calle conocida y lleg a su destino. La dama se ape y sigui el camino enladrillado que conduca a la puerta. Una doncella de edad madura abri la puerta y el taxista deposit los bultos en el interior. Mrs. McGillicuddy cruz el vestbulo hasta la sala de estar, donde la esperaba la duea de la casa: una dama de avanzada edad y delicado aspecto.

-Elspeth!

-Jane!

Las dos mujeres se besaron y, sin prembulos ni circunloquios, Mrs. McGillicuddy chill:

-Oh, Jane! Acabo de ver un asesinato!

CAPTULO II

Fiel a los preceptos, transmitidos por su madre y su abuela, de que una verdadera dama no debe mostrarse nunca escandalizada ni sorprendida, miss Marple se limit a enarcar las cejas y a asentir mientras responda:

-Muy penoso para ti, Elspeth, querida. Y sin duda muy inslito. Creo que ser mejor que me lo cuentes en seguida.

Esto era exactamente lo que Mrs. McGillicuddy deseaba hacer. Dej que su amiga la acercase ms al fuego, se sent, se quit los guantes y se enfrasc en una vivida narracin.

Miss Marple la escuch con gran atencin. Cuando, por fin, Mrs. McGillicuddy se detuvo para tomar aliento, su amiga habl con decisin.

-Creo que lo mejor que puedes hacer ahora, querida, es ir arriba, quitarte el sombrero y lavarte. Luego, cenaremos y, durante la cena, no hablaremos del asunto en absoluto. Despus de cenar, lo trataremos a fondo y discutiremos todos los detalles.

Mrs. McGillicuddy acept la sugerencia. Las dos damas cenaron y, mientras lo hacan, hablaron de varios aspectos de la vida en St. Mary Mead. Miss Marple coment la desconfianza general que inspiraba el nuevo organista, cont el reciente escndalo sobre la esposa del farmacutico e hizo alusin a la hostilidad entre la maestra de la escuela y el instituto del pueblo. Luego discutieron acerca de sus respectivos jardines.

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-Las peonas -coment miss Marple al levantarse de la mesa- son imprevisibles. Pero si arraigan, te acompaan durante toda la vida. Hay infinidad de variedades que son muy hermosas.

De nuevo se instalaron ante el fuego y miss Marple sac de un armario del rincn dos antiguas copas, y de otro armario una botella.

-Esta noche nada de caf, Elspeth. Ests ya sobreexcitada (y con razn!) y es probable que no duermas. Te receto un vaso de mi vino de prmula y, ms tarde, quizs una taza de manzanilla.

A Mrs. McGillicuddy le pareci bien y miss Marple sirvi el vino.

-Jane -dijo Mrs. McGillicuddy despus de beber un sorbo-, t no crees que lo he soado, verdad?

-No, ciertamente -contest afablemente miss Marple.

Mrs. McGillicuddy lanz un suspiro de alivio.

-El revisor lo crey as. Se mostr muy corts, pero, de todos modos...

-Creo, Elspeth, que, dadas las circunstancias, era muy natural. Parece, y en realidad lo es, una historia inverosmil. Adems, t eras una desconocida para l. No, yo no tengo la menor duda de que viste lo que me has contado. Es un caso extraordinario, pero en modo alguno imposible. Yo tambin he sentido siempre inters por ver lo que suceda en los trenes que corren paralelos al mo, por la vivida e ntima imagen que se te ofrece de lo que est pasando en uno o dos compartimientos. Recuerdo que una vez vi a una nia pequea que jugaba con un osito de peluche, y de pronto lo tir deliberadamente contra un hombre gordo que dorma en un rincn, y cmo ste dio un salto indignado, mientras los otros pasajeros parecan muy divertidos. Lo percib todo de un modo tan real, que luego hubiera podido decir con exactitud qu aspecto tenan o qu ropa llevaban.

Mrs. McGillicuddy asinti agradecida.

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-Eso mismo me ha ocurrido a m.

-Me has dicho que el hombre estaba de espaldas, o sea que no viste su cara.

-No.

-Y la mujer, podras describirla? Joven? Vieja?

-Ms bien joven. Entre treinta y treinta y cinco aos, me parece. No podra precisar ms.

-Bien parecida?

-Tampoco esto podra asegurarlo. Como comprenders, su cara estaba contrada y...

-S, s. Lo comprendo muy bien -seal miss Mar-pie con presteza-. Cmo iba vestida?

-Llevaba un abrigo de piel, de una piel clara. Sin sombrero. Su cabello era rubio.

-Y no tena el hombre algn rasgo distintivo que puedas recordar?

Mrs. McGillicuddy se tom su tiempo para pensar a fondo antes de contestar.

-Alto y moreno, creo. Llevaba un abrigo grueso, de modo que nada puedo decir en concreto sobre su constitucin fsica. -Y aadi con desaliento-: En realidad, no es gran cosa.

-Algo es algo -coment miss Marple-. Ests completamente segura de que la muchacha estaba muerta?

-Estaba muerta. De eso s estoy segura. Tena la lengua fuera y... bueno, prefiero no hablar de ello.

-Claro que no. Claro que no -se apresur a decir miss Marple-. Supongo que sabremos algo ms por la maana.

-Por la maana?

-Me figuro que saldr en los peridicos de la maana. Despus de atacarla y matarla, ese hombre se encontrar con un cadver en las manos. Qu habr hecho? Es de suponer que habr bajado del tren en la primera estacin. A propsito, puedes recordar si era un vagn con pasillo?

-No, no lo era.

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-Eso parece indicar que el tren no era de largo recorrido. Es casi seguro que se detuvo en Brackhampton. Supongamos que el asesino se apeara en Brackhampton y hubiera dejado el cadver sentado en un rincn, con la cara escondida en el cuello del abrigo para retrasar su descubrimiento. S, creo que seguramente eso es lo que hara. Pero, naturalmente, la descubrirn antes de que pase mucho tiempo, y es de esperar que la noticia de una mujer asesinada y descubierta en un tren aparecer con toda certeza en los peridicos de la maana. Ya veremos.

Pero no apareci en la prensa de la maana.

Despus de asegurarse de esto, ambas amigas terminaron su desayuno en silencio. Las dos reflexionaban.

Despus de desayunar, dieron un paseo por el jardn. Pero este absorbente pasatiempo result un paseo deslucido. Miss Marple llam la atencin de su amiga sobre alguna especie nueva y rara que haba adquirido para su jardn de rocas, pero lo hizo casi distrada. Y Mrs. Mc-Gillicuddy no contraatac, como era su costumbre, con una lista de sus propias y recientes adquisiciones.

-El jardn no tiene el aspecto que debiera -afirm miss Marple siempre distrada-. El doctor Haydock me ha prohibido que me incline y que me arrodille y, la verdad, qu puedes hacer sin inclinarte ni arrodillarte? Tenemos al viejo Edwards, por supuesto, pero es tan terco! Y esta faena le ha hecho adquirir malas costumbres: muchas tazas de t, muchos descansos y nada que signifique verdadero trabajo.

-Oh, tienes razn! -contest Mrs. McGillicuddy--. Claro que no es que a m me prohiban inclinarme, pero la verdad es que despus de las comidas y habiendo aumentado de peso -baj la vista sobre sus amplias proporciones-, me viene acidez de estmago.

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Hubo un silencio y Mrs. McGillicuddy se detuvo en seco y se volvi hacia su amiga.

-Y bien?

Era una pregunta insignificante, pero el tono de Mrs. McGillicuddy era harto elocuente, y miss Marple comprendi su significado perfectamente.

-No lo s.

Las dos se miraron.

-Creo -sugiri miss Marple- que podramos acercarnos a la comisara para hablar con el sargento Cor-nish. Es un hombre inteligente y dotado de una gran paciencia. Nos conocemos muy bien. Creo que nos escuchar y comunicar la informacin donde corresponda.

En consecuencia, unos tres cuartos de hora ms tarde, miss Marple y Mrs. McGillicuddy estaban hablando con un hombre que andara por la treintena, grave, robusto, que las escuchaba con suma atencin.

El sargento Frank Cornish recibi a miss Marple con cordialidad y deferencia. Dispuso sendas sillas para las dos damas.

-Veamos, en qu puedo servirla, miss Marple?

-Deseara que escuchase lo que tiene que comunicarle mi amiga, Mrs. McGillicuddy.

Cornish la escuch atentamente y, cuando finaliz el relato, guard silencio durante unos segundos.

-Es un relato extraordinario -opin.

Disimuladamente haba estado calibrando a la narradora.

En conjunto, su impresin fue favorable. Era una mujer inteligente que saba expresarse con claridad. No era, dentro de lo que l poda juzgar, una mujer de imaginacin desbordada ni una histrica. Adems, miss Marple pareca creer en la exactitud del relato de su amiga, y l la conoca bastante. Todo el mundo en St. Mary Mead la conoca: menuda y tmida en apariencia, pero en el fondo tan viva y astuta como el que ms.

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-Por supuesto -aadi despus de un leve carraspeo-, quiz est usted en un error: fjese bien, no digo que se haya equivocado, pero sera una posibilidad. Hay gente aficionada a las bromas pesadas, y el incidente podra no haber sido serio o fatal.

-Yo s lo que he visto -insisti Mrs. McGillicuddy con severidad.

"Y no cambiar un pice su veredicto -pens Cor-nish-. Creo que me guste o no, quiz tenga razn."

-Ha informado usted a los funcionarios del ferrocarril y a m -coment en voz alta-. Ha actuado correctamente, y puede estar segura de que me ocupar de que se lleven a cabo las indagaciones necesarias.

Se detuvo. Miss Marple asinti satisfecha. Mrs. McGillicuddy no lo estaba tanto, pero no dijo nada. El sargento Cornish se dirigi a miss Marple, no tanto porque deseara conocer sus ideas, sino porque quera or su opinin.

-Si aceptamos los hechos tal como han sido expuestos, qu cree usted que habr ocurrido con el cadver?

-Slo parece haber dos posibilidades -apunt miss Marple sin vacilar-. La ms probable es, por supuesto, que el cadver fuera abandonado en el tren, pero eso parece ahora poco probable porque hubiera sido encontrado por otro pasajero o por el personal del ferrocarril al final del trayecto.

Frank Cornish asinti.

-La otra posibilidad que le quedaba al asesino era echar el cadver a la va. Supongo que debe estar en algn recndito lugar del trayecto, aunque tampoco esto parece probable. Pero no acierto a ver de qu otro modo hubiera podido resolver el problema.

-En los peridicos hablan de cadveres metidos en bales -seal Mrs. McGillicuddy-, pero ahora nadie viaja con bales, slo se llevan maletas. Y no puede meterse un cadver en una maleta.

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-S -acept Cornish-, estoy de acuerdo con ustedes. El cadver, si lo hay, tendra que haber sido descubierto a estas horas, o lo ser muy pronto. Las tendr al corriente de cualquier novedad, aunque me figuro que se enterarn por los peridicos. Desde luego, est la posibilidad de que la mujer, aunque atacada de una manera salvaje, no est muerta y que se apeara del tren por su propio pie.

-Difcilmente hubiera podido hacerlo sin ayuda -seal miss Marple-, y en ese caso alguien hubiera advertido a un hombre que sostena a una mujer diciendo que est enferma.

-S, tiene razn -convino Cornish-. Si encontraron a una mujer sin conocimiento o enferma en un compartimiento y la llevaron al hospital, aparecera en los informes. Tengan la certeza de que en breve conseguiremos algo.

Pero pas aquel da y el siguiente. Esa noche miss Marple recibi una nota del sargento Cornish que deca as:

Respecto al asunto que me consult, se ha llevado a cabo una investigacin exhaustiva sin resultado. No se ha encontrado ningn cadver. Ningn hospital ha prestado asistencia a mujer alguna como la que me describi, y no ha sido observado ningn caso de una mujer inconsciente o enferma que dejase la estacin sostenida por un hombre. Puede estar segura de que la investigacin se ha hecho a fondo. Debo suponer que, aun habiendo presenciado su amiga una escena tal como la que describi, el resultado de la misma fue mucho menos grave de lo que ella ha supuesto.

CAPTULO III

Menos grave? Qu disparate! -exclam Mrs. Mc-Gillicuddy-. Fue un asesinato! Mir con aire desafiante a miss Marple, y su amiga le devolvi la mirada.

-Vamos, Jane. Di que me he equivocado! Di que lo he imaginado todo! Es eso lo que crees?

-Todo el mundo puede equivocarse -insinu miss Marple con dulzura-. Todo el mundo, Elspeth, incluso t. Creo que debemos tenerlo en cuenta. Pero sigo creyendo que es poco probable que t precisamente te hayas equivocado. Usas gafas para leer, pero a distancia tienes muy buena vista. Y lo que viste te impresion muchsimo. Cuando llegaste aqu sufras las consecuencias del choque.

-Es una cosa que no olvidar nunca -afirm Mrs. McGillicuddy, estremecindose-. El problema est en que no s qu puedo hacer!

-Me parece -observ miss Marple con aire pensativo- que t no puedes hacer nada ms. -Si Mrs. McGillicuddy hubiese prestado ms atencin al tono de la voz de su amiga, hubiese advertido que haba puesto un ligero acento en la palabra t-. Has comunicado lo que viste al personal del ferrocarril y a la polica. No, no hay nada ms que puedas hacer t.

-Eso me tranquiliza en cierto modo porque, como sabes, me voy a Ceiln despus de Navidad, para estar con Roderick, y no quiero aplazar esta visita que tanto

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he deseado hacer. Aunque, claro est, la aplazara si creyese que mi deber as lo exige.

-Bien s que lo haras, Elspeth, pero considero que has hecho cuanto estaba en tu mano.

-Ahora es asunto de la polica -confirm Mrs. Mc-Gillicuddy-. Pero si la polica se empea en ser tan estpida...

-Oh, no! La polica no es estpida, y eso es lo que lo hace ms interesante, no crees?

Mrs. McGillicuddy la mir sin comprender y miss Marple se reafirm en la opinin de que su amiga era una mujer de slidos principios e incapaz de dejarse llevar por fantasas.

-Una desea saber qu es lo que realmente sucedi -aadi miss Marple.

-La mujer fue asesinada.

-S, pero, quin la mat y por qu? Y qu ha ocu-irido con el cadver? Dnde est ahora?

-A la polica le corresponde averiguar eso.

-Exactamente, y no lo han encontrado. Lo cual significa que el hombre ha sido listo, muy listo, no es cierto? -dijo miss Marple, frunciendo el entrecejo-. No logro imaginar cmo ha podido deshacerse del cadver. Supongamos que la mat en un arrebato de pasin. Porque desde luego no creo de ninguna manera que fuera un crimen premeditado, no tendra sentido, y menos an si tenemos en cuenta que estaban tan slo a unos minutos de una estacin importante. No, debi de ser una disputa, celos, o algo por el estilo. La estrangul y se encontr con un cadver en las manos y a punto de entrar en una estacin. Qu puede hacer con l, salvo como dije al principio dejarlo apoyado en un rincn como si durmiese, ocultando la cara, y largarse lo ms pronto posible? No veo ninguna otra posibilidad y, no obstante, tiene que haberla.

Miss Marple se perdi en sus pensamientos.

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Mrs. McGillicuddy tuvo que llamarla dos veces antes de que le contestase.

-Ests volvindote sorda, Jane.

-Un poquito quiz. No me parece que la gente pronuncie las palabras con tanta claridad como acostumbraba. Pero no es que no te haya odo, me temo que no estaba atenta a lo que decas.

-Te preguntaba por los trenes que salen maana para Londres. Me ir bien el de primera hora de la tarde? Voy a ver a Margaret, y ella no me espera antes de la hora del t.

-Estoy pensando, Elspeth, si no te importara tomar el de las 12.15. Podramos almorzar un poco ms temprano.

-Por supuesto, y...

-Y tambin pensaba -continu miss Marple, ahogando las palabras de su amiga- que quizs a Margaret no le importara que no llegases a la hora del t, que llegases hacia las siete, por ejemplo.

Mrs. McGillicuddy mir a su amiga con curiosidad.

-Qu te propones, Jane?

-Lo que querra, Elspeth, es poder ir a Londres contigo, y volver a Brackhampton en el mismo tren que tomaste el otro da para venir. Luego regresaras a Londres desde Brackhampton y yo continuara hasta aqu como t hiciste. Naturalmente, yo abonara los billetes. -Miss Marple recalc este importante detalle con firmeza.

Mrs. McGillicuddy no hizo caso del aspecto financiero.

-Qu esperas encontrar, Jane? Otro asesinato?

-De ningn modo -contest miss Marple escandalizada-. Pero te confieso que me gustara ver con mis propios ojos el... es difcil encontrar la palabra adecuada... el escenario del crimen.

En consecuencia, al da siguiente, miss Marple y Mrs. McGillicuddy se hallaban una frente a la otra, en un com-

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partimiento de primera clase correspondiente al tren que liaba salido de Paddington a las 4.50. La estacin estaba aquel da ms concurrida an que en el viernes precedente, porque slo faltaban dos das para Navidad, pero los vagones de cola estaban relativamente tranquilos.

En esta ocasin no hubo ningn tren que circulase en su misma direccin y a la misma velocidad. A intervalos se cruzaban con los que se dirigan a Londres. En dos ocasiones pasaron trenes que les adelantaban corriendo a gran velocidad. Mrs. McGillicuddy consultaba su reloj de vez en cuando con expresin dubitativa.

-Es difcil decir exactamente cundo. Hemos pasado por una estacin que conozco. -Pero continuamente pasaban por estaciones.

-Llegaremos a Brackhampton dentro de cinco minutos -anunci miss Marple.

Un revisor apareci en la puerta. Miss Marple alz la mirada con expresin inquisitiva, pero Mrs. McGillicuddy mene la cabeza. No era el mismo del otro da. El revisor taladr los billetes y continu su camino tambalendose ligeramente al describir el tren una larga curva, moderando un poco su marcha.

-Supongo que vamos a entrar en Brackhampton -dijo Mrs. McGillicuddy.

-Me parece que estamos ya en los arrabales -respondi miss Marple.

Por la ventana pasaban fugaces el resplandor de las luces, edificios, calles, tranvas. El tren aminor an ms la marcha. Empezaron a cruzar los cambios de agujas.

-Ya llegamos -observ Mrs. McGillicuddy-. No veo qu utilidad puede haber tenido este viaje. Te ha sugerido alguna idea, Jane?

-Me temo que no -contest miss Marple con voz indecisa.

-Un dinero malgastado intilmente -afirm Mrs. McGillicuddy, aunque con menor tristeza que si el viaje hubiera sido a su cargo.

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Miss Marple se haba mostrado inflexible en ese punto.

-De todos modos, siempre es bueno ver con tus propios ojos el lugar de los hechos. Este tren lleva un retraso de algunos minutos, me parece. Fue puntual el tuyo el viernes?

-Creo que s. En realidad, no lo comprob.

El tren entr lentamente en la concurrida estacin de Brackhampton. Del altavoz sali un ronco anuncio, se abrieron y cerraron puertas y la gente entr y sali por ellas. Era una escena de incesante movimiento.

"A un asesino -pens miss Marple- le sera fcil mezclarse entre la muchedumbre y salir de la estacin en medio de la multitud apretujada, o bien elegir otro vagn y continuar el viaje en el mismo tren. Fcil, para un hombre entre muchos. Pero no le sera tan fcil deshacerse de un cadver. Tiene que estar en alguna parte."

Mrs. McGillicuddy se haba apeado y le hablaba desde el andn a travs de la ventanilla abierta.

-Y ahora, cudate bien, Jane. No cojas un resfriado. Esta poca del ao es muy traicionera, y t ya no eres tan joven.

-Ya lo s.

-Y no nos inquietemos ms por todo este asunto. Hemos hecho lo que hemos podido.

Miss Marple asinti y la apremi:

-No te quedes ah con este fro, Elspeth, o de lo contrario sers t la que coja el resfriado. Ve a tomar una buena taza de t caliente en el bar. Tienes tiempo, faltan todava doce minutos para la salida del tren que vuelve a la ciudad.

-S, es lo que har. Adis, Jane.

-Adis, Elspeth. Feliz Navidad. Espero que encuentres bien a Margaret. Divirtete en Ceiln y dale mis afectuosos saludos al querido Roderick, si es que se acuerda de m, cosa que dudo.

-Claro que se acuerda de ti. T le ayudaste de

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algn modo cuando estaba en el colegio. Algo sobre un dinero que desapareca de una taquilla. Nunca lo ha olvidado.

-Oh! Aquello! -dijo miss Marple.

Mrs. McGillicuddy se apart, son un silbato y el tren empez a moverse. Miss Marple observ cmo iba disminuyendo el cuerpo macizo y robusto de su amiga. Elspeth poda irse a Ceiln con la conciencia tranquila: haba cumplido con su deber y quedaba libre de toda obligacin.

Miss Marple no se recost en su asiento mientras el tren aceleraba. Permaneci erguida y se entreg por completo a sus pensamientos. Aunque al expresarse fuera algo vaga y confusa, pensaba siempre con claridad y precisin. Tena un problema que resolver, el problema de su propia conducta futura y lo ms extrao era que se ofreca a su conciencia como se haba ofrecido a la de Mrs. McGillicuddy: como un deber que cumplir.

Mrs. McGillicuddy haba dicho que las dos haban hecho cuanto les era posible hacer. Esto era verdad respecto a su amiga, pero respecto a s misma, miss Marple no se senta tan convencida.

A veces, era cuestin de utilizar sus dones especiales. Pero quiz fuese esto presuncin. Despus de todo, qu poda hacer ella? Volvieron a su memoria las palabras de su amiga: "Ya no eres tan joven".

De un modo metdico, como un general que traza un plan de campaa o un consultor que considera la viabilidad de un negocio, miss Marple sopes en su mente los pros y los contras en su determinacin de emprender alguna accin sobre el grave caso de que tena conocimiento. En su favor contaba con los siguientes puntos:

1. Mi larga experiencia de la vida y de la naturaleza

humana.

2. Sir Henry Clithering y su ahijado (actualmente,

segn creo, en Scotland Yard), que tan amable se

mostr en el caso de Little Paddocks.

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3. David, el segundo hijo de mi sobrino Raymond,

que estoy casi segura se halla empleado en el ferrocarril.

4. El chico de Griselda, Leonard, que tanto entiende de mapas.

Miss Marple consider estos puntos y los encontr por completo satisfactorios. Necesitara de todos ellos para compensar los aspectos negativos, en particular, su propia debilidad fsica.

"No estoy -pens- como para ir de ac para all, haciendo averiguaciones."

S, era el principal obstculo: la edad y la debilidad fsica que la acompaaba. Aunque para su edad conservase una buena salud, el caso es que era vieja. Si el doctor Haydock le haba prohibido de forma tajante el ejercicio prctico de la jardinera, difcilmente la autorizara a salir a la caza de un asesino. Porque esto era, en efecto, lo que se propona hacer, y aqu estaba el dilema. Si hasta aquel momento, el asunto del asesinato haba venido a ella por as decirlo, ahora sera ella la que saldra deliberadamente a buscarlo. No estaba segura de querer hacerlo en realidad. Era vieja. Era vieja y estaba cansada. En aquel momento, al final de un da agitado, se senta un tanto reacia a emprender ninguna empresa. Slo deseaba llegar a casa y sentarse junto al fuego, con la bandeja de su cena, e irse a la cama, y al da siguiente, vagar por el jardn recortando algunas plantas, arreglndolo muy ligeramente, sin inclinarse, sin hacer esfuerzo alguno.

"Soy demasiado vieja para ningn otro gnero de aventuras", se dijo, mirando distrada por la ventanilla la lnea curva de un terrapln.

Una curva...

Algo se agit en su conciencia. Un momento despus de haber taladrado el revisor su billete...

Una idea. Slo una idea. Una idea por completo diferente.

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Un ligero rubor apareci en el rostro de miss Marple. De repente se sinti libre de toda fatiga.

"Maana por la maana escribir a David -se dijo. ILn ese momento, otro nombre de gran valor cruz por su memoria-: Por supuesto, mi fiel Florence!"

Miss Marple consider ordenadamente su plan de campaa, sin olvidar ni por un momento que la temporada de Navidad sera un factor dilatorio.

Escribi a su sobrino nieto David West, combinando la felicitacin de Navidad con el apremiante ruego de que le proporcionase informacin.

Por fortuna, como en otros aos, haba sido invitada a la cena de Navidad en la vicara, y all tuvo ocasin de hablar sobre los mapas con Leonard, que pasaba all las Tiestas.

Leonard era un apasionado de toda clase de mapas. La razn que pudiera tener aquella vieja dama para buscar un mapa a gran escala de una determinada regin no despert su curiosidad. Habl de los mapas en general con entusiasmo, y le indic cul era el que ms se adecuaba a sus necesidades. Es ms, record que ese mapa figuraba en su coleccin y se lo prest. Miss Mar-e le prometi que lo tratara con el mayor cuidado y se o devolvera pronto.

-Mapas -dijo Griselda, su madre, que, a pesar de tener un hijo ya mayor, se vea curiosamente joven y vivaz como para habitar en la vieja y destartalada vicara-. Qu tendr ella que hacer con esos mapas? Para qu los querr?

-No lo s -contest Leonard-. No recuerdo que lo mencionara.

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-Todo esto -dijo Griselda- me resulta sospechoso. | A su edad, tendra que haberse despedido de ese tipo de cosas.

Leonard quiso saber a qu tipo de cosas se refera.

-Oh, a eso de andar husmeando por ah -respondi su madre vagamente-. Por qu mapas?

Oportunamente, miss Marple recibi una carta del hijo de su sobrino nieto David West, que le deca afectuosamente:

Querida ta Jane:

En que andas metida? Tengo la informacin que deseabas. Slo hay dos trenes que puedan corresponder a tu peticin: el de las 4.33 y el de las 5. El primero es un tren lechero que se detiene en Haling Broadway, Barwell Heath, Brackhampton y otras estaciones hasta Market Basing. El de las 5.00 es el expreso de Gales, que va a Cardiff, New-port y Swansea. Es posible que el primero coincida alguna vez con el de las 4.50, aunque en teora tiene que llegar a Brackhampton cinco minutos antes; el otro adelanta al tren de las 4.50 justo antes de llegar a Brackhampton.

Me equivoco si me huelo que detrs de todo esto se esconde algn picante escndalo pueblerino? Al volver de tus compras en la ciudad, viste tal vez en el otro tren, desde tu tren de las 4.50, cmo el inspector de Sanidad abrazaba a la esposa del alcalde? Pero, qu importa el tren en que esto ocurri? Un fin de semana, quizs, en Porthcawl? Gracias por el jersey. Es precisamente lo que estaba buscando.

Cmo va el jardn? Supongo que no muy florido en esta poca del ao.

Con todo su afecto,

DAVID

Miss Marple esboz una ligera sonrisa,, luego estudi la informacin recibida. Elspeth haba declarado de un

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modo definitivo que el vagn no tena pasillo. Por lo tanto, no era el expreso de Swansea. Quedaba slo el tren de las 4.33.

Pareca inevitable efectuar otro viaje. Miss Marple suspir e hizo sus planes.

Se fue a Londres como antes en el tren de las 12.15, pero esta vez no volvi con el de las 4.50, sino con el de las 4.33 hasta Brackhampton. El viaje transcurri sin incidentes, pero ella tom nota de ciertos detalles. El tren no estaba concurrido (sala antes de la hora punta). En los compartimientos de primera clase slo haba un pasajero, un caballero muy anciano que lea el New States-man. Miss Marple viaj en un compartimiento vaco y, en las dos paradas, Haling Broadway y Barwell Heath, se asom a la ventanilla para observar a los viajeros que suban y bajaban del tren. En la primera comprob que subi un pequeo grupo de pasajeros de tercera clase. {en la segunda se apearon varios pasajeros de tercera clase tambin. Nadie subi o baj de los compartimientos de primera clase, salvo el anciano del New States-inan.

Al acercarse el tren a Brackhampton, siguiendo la curva que describa la va, miss Marple se puso en pie e liizo el experimento de colocarse de espaldas a la ventanilla, con la cortinilla bajada.

S, pens, el impulso debido a la repentina curva y al cambio de velocidad bastaban para hacer perder el equilibrio a una persona, lanzndola contra la ventanilla y, en consecuencia, era muy fcil que la cortinilla se levantara.

Mir al exterior. Estaba menos oscuro que la tarde en que hizo su viaje Mrs. McGillicuddy, pero an as, poco poda verse. Si quera ver algo, debera hacer el viaje de da.

A la maana siguiente sali en tren muy temprano, compr cuatro fundas de almohada (quejndose del precio!) a fin de combinar la investigacin con la nece-

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saria compra de artculos domsticos y volvi con un tren que sala de la estacin de Paddington a las 12.15. Tambin en esta ocasin se encontr sola en un compartimiento de primera clase.

"Es por culpa de estos impuestos -pens miss Marple-, eso es. Nadie puede permitirse viajar en primera clase en horas punta, excepto los hombres de negocios. Supongo que lo cargan a la cuenta de gastos."

Alrededor de un cuarto de hora antes de la llegada del tren a Brackhampton, miss Marple sac el mapa de Le-onard y observ el campo. Haba hecho de antemano un cuidadoso estudio del mapa y, despus de fijarse en el nombre de la estacin por la que acababan de pasar, no tard en identificar el punto en que se encontraba en el momento en que el tren aminor la marcha para tomar una curva muy cerrada. Con la nariz pegada a la ventanilla, miss Marple estudi con gran atencin el terreno que tena debajo (el tren corra ahora sobre un terrapln bastante elevado). Continu dividiendo su atencin entre el terreno que vea y el mapa, hasta que el tren entr por fin en Brackhampton.

Aquella noche escribi y ech al correo una carta dirigida a miss Florence Hill, 4 Madison Road, Brackhampton. A la maana siguiente se fue a la biblioteca del condado, en la que consult cuidadosamente una gua de la zona, y ley algunas cosas sobre la historia del condado.

Nada, hasta entonces, haba venido a desmentir la vaga y fragmentaria idea que se le haba ocurrido. Lo que haba imaginado era posible. No pasara de aqu.

Porque el paso siguiente supona mucha accin, un tipo de accin para el que ella se senta fsicamente incapacitada. Para que su hiptesis pudiese definitivamente quedar probada o desmentida, necesitaba desde aquel momento la ayuda de alguna otra persona. El problema era: quin? Miss Marple pas revista a varios posibles nombres, descartndolos todos con un impaciente

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movimiento de cabeza. Las personas inteligentes en

uya capacidad hubiera podido confiar estaban todas demasiado atareadas. No slo tenan empleos de variada

importancia, sino que sus horas de ocio solan estar comprometidas con mucha antelacin. Y miss Marple

decidi que las personas poco inteligentes, que tenan tiempo de sobra, sencillamente no le servan.

Sigui pensando con impaciencia e indecisin crecientes.

Luego, de repente, su frente se despej y en voz alta pronunci un nombre.

-Por supuesto! Lucy Eyelesbarrow!

CAPTULO IV

El nombre de Lucy Eyelesbarrow era ya muy conocido en ciertas esferas. Tena treinta y dos aos. Haba quedado la primera de su promocin en Oxford, en la licenciatura de matemticas, se la consideraba una mujer de inteligencia preclara y todos le auguraban una brillante carrera acadmica.

Pero, adems de su notable erudicin, Lucy Eyelesbarrow gozaba de un envidiable sentido comn. Tena muy claro que en una vida de distincin acadmica la retribucin econmica era singularmente escasa. No senta el menor deseo de ensear y se complaca en el trato con inteligencias mucho menos brillantes que la suya. En una palabra, le gustaba la gente, toda clase de gentes, y que no fuesen siempre las mismas. Y, para ser francos, le gustaba el dinero. Y para ganar dinero es preciso aprovechar la escasez de oferta.

Lucy Eyelesbarrow dio inmediatamente con una escasez muy seria: la falta de mano de obra domstica bien cualificada. Y para gran sorpresa de amigos y compaeros de estudios, Lucy entr en el mercado del servicio domstico.

Su xito fue inmediato. Ahora, al cabo de algunos aos, era bien conocida a todo lo largo y ancho de las islas Britnicas. Era ya una costumbre para las esposas decir a sus maridos: "No habr ningn problema. Puedo ir contigo a Estados Unidos. Tengo a Lucy Eyelesba-

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rrow". Lucy tena la extraa virtud de conseguir que, cuando entraba en una casa, desaparecan de all todas las penas, inquietudes y trabajos. Lucy Eyelesbarrow lo haca todo, se cuidaba de todo, lo arreglaba todo. Era competente hasta lo indecible, en todos los terrenos. Se encargaba de los parientes ancianos, aceptaba el cuidado de los nios de corta edad, cuidaba de los enfermos, guisaba divinamente, se adaptaba bien a los viejos y anticuados servidores que pudiera haber (generalmente los haba), demostraba gran tacto con las personas difciles, calmaba a los borrachos habituales y amaba a los perros. Ms admirable an resultaba comprobar el nulo reparo que pona en hacer cualquier tipo de trabajo: fregaba los suelos, cultivaba el jardn, limpiaba la suciedad de los perros y cargaba con el carbn.

Una de sus reglas consista en no aceptar nunca colocaciones por largo plazo. Una quincena era el perodo acostumbrado: un mes a lo sumo, bajo circunstancias excepcionales. Y por una quincena haba que pagarle el oro y el moro! Pero durante esa quincena viva uno en el cielo. Era posible despreocuparse por completo, irse al extranjero, quedarse en casa, hacer lo que uno quisiera, con la seguridad de que todo estara bien en las hbiles manos de Lucy Eyelesbarrow.

Naturalmente, la demanda por sus servicios era enorme. Si hubiese querido aceptar, tena ofertas para unos tres aos por adelantado. Se le haban ofrecido sumas cuantiosas por un servicio permanente. Pero no tena intencin de trabajar permanentemente en ningn sitio, ni tena comprometidos nunca ms que los seis meses siguientes.

Y, dentro de este plazo, sin que sus desesperados clientes lo supieran, siempre se reservaba algunos perodos libres que le permitan tomarse unas vacaciones cortas pero lujosas (puesto que no gastaba nada y le pagaban y mantenan con generosidad) o aceptar cualquier otra colocacin momentnea que acertase a res-

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ponder a su capricho o que le fuese ofrecida por personas que a ella "le gustasen". Ahora que estaba en libertad de elegir entre los que reclamaban sus servicios, se -rega por su gusto personal. La riqueza no bastaba para conseguir los servicios de Lucy Eyelesbarrow. Poda escoger y as lo haca. Disfrutaba mucho de su vida, y su trabajo era un manantial continuo de satisfacciones.

Lucy Eyelesbarrow ley y reley la carta de miss Marple. La haba conocido dos aos antes, cuando fue contratada por el novelista Raymond West para que atendiese a su anciana ta, que estaba restablecindose de una pulmona. Lucy haba aceptado el trabajo y se haba dirigido a St. Mary Mead. All haba simpatizado mucho con miss Marple. En cuanto a la convaleciente, tan pronto como vio desde la ventana de su dormitorio que haca a la perfeccin los surcos para los guisantes, se recost en los almohadones con un suspiro de alivio, comi los tentadores platos que Lucy le preparaba y escuch gratamente sorprendida las historias que le contaba su vieja e irascible doncella, tales como "he enseado a esta miss Eyelesbarrow una muestra de ganchillo de la que nunca haba odo hablar, y no me lo ha agradecido poco". Y sorprendi a su mdico con la rapidez de su restablecimiento.

Miss Marple quera saber si Lucy Eyelesbarrow poda encargarse de una determinada tarea, algo un tanto inusual. Quiz podan concertar un encuentro y discutir el asunto.

Lucy frunci el entrecejo por un par de segundos mientras consideraba aquella proposicin. En realidad, tena todo su tiempo comprometido. Pero la palabra "inusual" y el recuerdo de la personalidad de miss Marple la decidieron. De inmediato telefone a miss Marple explicndole que le era imposible ir a St. Mary Mead, porque estaba trabajando, pero que la tarde siguiente estara libre de dos a cuatro y podran reunirse en cual-

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quier lugar de Londres. Le propuso su propio club, un establecimiento que tena la ventaja de poseer varias salas que solan estar desocupadas.

Miss Marple acept la proposicin y al da siguiente tuvo lugar la entrevista.

Intercambiados los saludos de rigor, Lucy Eyelesba-rrow condujo a su invitada a la ms sombra de las salas.

-En estos momentos estoy ocupada, pero s me gustara saber cul es la misin que desea confiarme.

-Verdaderamente es muy sencilla. Poco comn, pero sencilla. Necesito que encuentre usted un cadver.

Por un momento, por la mente de Lucy cruz la sospecha de que miss Marple estuviera loca, pero rechaz la idea. Miss Marple era de una preclara sensatez. Quera decir exactamente lo que haba dicho.

-Qu clase de cadver? -pregunt Lucy, con admirable compostura.

-El cadver de una mujer. El cuerpo de una mujer que fue asesinada en un tren. Estrangulada, para ser ms precisa.

Las cejas de Lucy se enarcaron ligeramente.

-Bien, la verdad es que esto no es muy corriente. Cuntemelo usted.

Miss Marple se lo cont. Lucy Eyelesbarrow la escuch con atencin y sin interrumpirla. Al final seal:

-Todo depende de lo que su amiga vio, o crey ver?

Dej la pregunta suspendida en el aire.

-Elspeth McGillicuddy no imagina cosas -dijo miss Marple-. Sus palabras gozan para m del mayor crdito. Si se tratase de Dorothy Cartwright, sera distinto. Dorothy siempre tiene a punto una buena historia y a veces hasta ella misma se la cree. Por lo general, tienen algn punto de verdad, pero nada ms. En cambio Elspeth pertenece a esa clase de mujeres a las que tanto les cuesta creer que pueda suceder algo anormal o fuera de lo comn. No se deja sugestionar por nada.

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-Ya veo -dijo Lucy con aire pensativo-. Est bien, supongamos que es cierto. Cmo se supone que intervengo yo en esto?

-Me impresion usted mucho con su trabajo, y ya lo ve, no tengo ahora las fuerzas necesarias para ir por ah y hacer las cosas yo misma.

-Desea usted que haga indagaciones? Qu clase de indagaciones? Pero, no habr hecho ya todo esto la polica? O es que le parece que han sido negligentes?

-Oh, no! No han sido negligentes. Es que yo tengo una idea sobre el lugar donde podra estar el cadver. Tiene que estar en alguna parte. No ha sido encontrado en el tren y, por lo tanto, es seguro que lo tiraron, pero no ha sido descubierto en ningn lugar de la va. Por esta razn, he hecho personalmente el viaje por el mismo trayecto para ver si haba algn punto donde hubiera podido ser arrojado el cuerpo sin que quedase sobre la va, y este punto existe. Antes de llegar a Brack-hampton, la va frrea describe una gran curva por el borde de un elevado terrapln. Si por all se echa un cuerpo, aprovechando la inclinacin del terreno, creo que caera directamente al pie del terrapln.

-Pero aun all habran de encontrarlo.

-Oh, s. Es obvio que el asesino lo retir en cuanto pudo. Pero hablaremos de eso ms adelante. Aqu est el lugar, en este mapa.

Lucy se inclin para estudiarlo siguiendo las indicaciones del dedo de miss Marple.

-Est en los arrabales de Brackhampton, en un lugar que antiguamente fue una finca con parques y jardines. l lugar contina intacto, aunque rodeado a cierta distancia por grandes urbanizaciones y pequeas viviendas suburbanas. Se llama Rutherford Hall. Fue construida por un tal Crackenthorpe, un rico fabricante, en 1884. El hijo de este primer Crackenthorpe es un anciano que vive an all, creo que con una hija. La va frrea rodea la mitad de esta propiedad.

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;-Y ahora lo que usted desea que yo haga es... es...

-Deseo que se coloque all -contest miss Marple con presteza-. Todo el mundo se desvive por poder disponer de un servicio domstico apto. No creo que haya de serle difcil.

-No, no creo que resulte difcil.

-Parece que Mr. Crackenthorpe tiene cierta fama de avaro. Si acepta un salario bajo, yo la compensar con la cantidad que considere usted apropiada y que, supongo, ser un poco ms elevada de lo normal.

-A causa de la dificultad?

-No tanto a causa de la dificultad como a causa del peligro. La misin pudiera resultar peligrosa. Creo que es mi obligacin advertrselo.

-No soy persona a la que amedrente la idea del peligro -dijo Lucy con aire pensativo.

-Ni se me hubiera ocurrido pensar semejante cosa.

-Jurara que ya saba que su propuesta me atraera, verdad? He encontrado muy pocos peligros en mi vida. Pero, cree usted realmente que esto pueda resultar peligroso?

-Alguien ha cometido un crimen con mucha fortuna. Nadie ha levantado la liebre y no hay motivos de sospecha. Dos damas maduras han contado una historia inverosmil, la polica ha investigado y no ha encontrado nada. As que todo est tranquilo y en orden. No creo que ese individuo, quienquiera que sea, tenga deseos de que se hable del asunto, especialmente si tiene usted xito.

-Qu es lo que debo buscar exactamente?

-Cualquier seal en el terrapln, un trozo de vestido, alguna rama rota, este tipo de cosas.

-Y despus?

-Yo estar muy cerca. Vive en Brackhampton una antigua doncella ma, mi fiel Florence. Durante unos aos cuid de sus ancianos padres. Los dos murieron y ahora hospeda en su casa a gente respetable. Me ha pre-

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parado habitacin. Me atender muy bien, y yo deseo estar cerca. Usted podra decir que tiene una ta ya mayor en las cercanas y que busca una colocacin que le permita visitarla con frecuencia. En todo caso, necesitar un tiempo libre y razonable para poder hacerlo.

Lucy se mostr conforme.

-Me marchaba a Taormina pasado maana, pero estas vacaciones pueden aplazarse. Slo puedo prometerle tres semanas. Despus, tengo un compromiso.

-Tres semanas sern ms que suficientes. Si no podemos descubrir nada en tres semanas, vale ms que lo dejemos correr.

Miss Marple se march y Lucy telefone a la directora de una agencia de colocaciones en Brackhampton. Le explic su deseo de obtener un empleo en los alrededores a fin de poder estar cerca de su "ta". Despus de rechazar con poca dificultad y mucho ingenio varias colocaciones ms deseables, le fue mencionado Rutherford Hall.

-Creo que es exactamente lo que necesito -dijo Lucy con firmeza.

La agencia telefone a miss Crackenthorpe. Miss Crackenthorpe telefone a Lucy.

Dos das ms tarde, Lucy sali de Londres con destino a Rutherford Hall.

Al volante de su pequeo coche, Lucy Eyelesbarrow cruz una imponente verja de hierro. Al otro lado haba una caseta en estado ruinoso, aunque resultaba difcil saber si se deba a daos recibidos durante la guerra o sencillamente por abandono. Un largo y tortuoso camino bordeado de rododendros conduca hasta la casa. Lucy se qued muda de asombro cuando apareci ante sus ojos una especie de miniatura del castillo de Windsor. Los peldaos de piedra delante de la puerta principal se vean

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descuidados, y la grava del camino quedaba casi oculta por la maleza.

Tir de una anticuada campana de hierro forjado y oy el taido que se repeta en el interior. Una mujer de aspecto desaliado le abri la puerta y le dirigi una mirada desconfiada secndose las manos en el delantal.

-La esperan, no? Es miss No-s-cuntos-Barrow, me han dicho.

-As es.

El interior de la casa era desesperadamente fro. Su gua la condujo por un vestbulo oscuro y abri una puerta a la derecha. No sin cierta sorpresa, Lucy se encontr en una sala de estar muy agradable, con libros y sillas tapizadas.

-Voy a llamarla -anunci la mujer. Y sali, cerrando la puerta, despus de dirigir a Lucy una mirada de profunda desaprobacin.

Al cabo de pocos minutos, la puerta se abri de nuevo. Desde el primer momento, Lucy decidi que Emma Crackenthorpe le caa bien.

Era una mujer de mediana edad, sin ninguna caracterstica sobresaliente, ni guapa ni fea, con un traje de tweed y jersey, cabello oscuro recogido, ojos castaos de mirada firme y voz muy agradable.

-Miss Eyelesbarrow? -pregunt tendindole la mano.

Luego la mir con expresin de duda.

-No s si esta colocacin es lo que usted buscaba. No necesito un ama de llaves que lo supervise todo, necesito alguien que haga el trabajo.

Lucy dijo que eso era lo que necesitaban la mayora de las personas.

-Ya sabe usted que muchas personas parecen creer que con quitar un poco el polvo ya est todo hecho, pero para eso me basto sola -aadi en tono de excusa Emma Crackenthorpe.

-Comprendo perfectamente. Usted quiere que guise,

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que lave la ropa, que haga todo el trabajo de la casa y cargue la caldera. Muy bien, eso es lo que yo hago. El trabajo no me asusta.

-Me temo que va a encontrar la casa demasiado grande y con unas cuantas pegas. Por supuesto, slo ocupamos una parte de ella, mi padre y yo, me refiero. Mi padre es casi un invlido. Llevamos una vida muy apacible. Tengo varios hermanos, pero no vienen mucho por aqu. Vienen dos asistentas: Mrs. Kinder, por la maana, y Mrs. Hart tres das por semana para limpiar los metales y cosas parecidas. Tiene usted coche?

-S, y puede quedarse al aire libre si no hay donde meterlo. Est acostumbrado.

-Oh, hay muchos establos vacos. No habr ningn problema por ese lado. -Frunci el entrecejo por un momento-. Eyelesbarrow es un apellido poco frecuente. Unos amigos mos me hablaron de una tal Lucy Eyelesbarrow, los Kennedy?

-S. Estuve con ellos en North Devon cuando Mrs. Kennedy tuvo un beb.

Emma Crackenthorpe sonri.

-Dijeron que nunca se haban encontrado tan a gusto como cuando usted se cuidaba de todo. Pero yo tena entendido que sus servicios eran terriblemente caros. El salario que yo mencion...

-Lo encuentro perfectamente adecuado. Lo que deseo es estar cerca de Brackhampton. Tengo una ta de avanzada edad y muy delicada de salud, y deseo poder estar lo ms cerca posible de ella. Como usted comprender, en estas circunstancias, el salario queda en un segundo trmino. No puedo permitirme estar cruzada de brazos. Si pudiera estar segura de disponer de algn tiempo libre la mayor parte de los das...

-Oh, por supuesto. Todas las tardes, hasta las seis, si le parece bien.

-Me parece perfecto.

Miss Crackenthorpe vacil un momento.

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-Mi padre es anciano y a veces un poco difcil de tratar. Es muy riguroso con los gastos y, en algunas ocasiones, dice cosas que molestan a la gente. Yo no quisiera que...

Lucy la interrumpi con presteza.

-Estoy acostumbrada a tratar con toda clase de ancianos, y siempre me arreglo para llevarme bien con ellos.

Emma Crackenthorpe pareci aliviada.

"Disgustos con pap! -diagnostic Lucy para s misma-. Apostara a que es un viejo dictador."

Se le asign un espacioso y lbrego dormitorio en el que una pequea estufa elctrica haca lo que poda por calentar, y luego recorri la casa: una mansin inmensa e incmoda. Al pasar por delante de una puerta del vestbulo, una voz grit:

-Eres t, Emma? Est ah la chica nueva? Trela aqu. Quiero verla.

Emma se sonroj y dirigi a Lucy una mirada de disculpa.

Las dos mujeres entraron en la habitacin. Estaba ricamente tapizada en terciopelo oscuro. Las estrechas ventanas dejaban entrar poca luz y se hallaba llena de muebles de caoba, de la poca victoriana.

El anciano Crackenthorpe estaba tendido en una silla de ruedas y tena a su lado un bastn con puo de plata.

Era un hombre alto y flaco, con cara de bulldog, barbilla prominente, pelo oscuro salpicado de gris y ojos pequeos de mirada suspicaz.

-Djeme que la vea, seorita.

Lucy se adelant sonriendo y con compostura.

-Hay una cosa que es mejor que tenga bien entendida desde el principio. El hecho de que vivamos en una casa grande no significa que seamos ricos. No somos ricos. Vivimos modestamente, me ha odo? Modestamente! De nada sirve venir aqu con un montn de ideas pomposas. El bacalao es tan bueno como el rodaballo. Y

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no lo olvide: yo no malgasto el dinero. Vivo aqu porque mi padre edific la casa y a m me gusta. Cuando yo me haya muerto, pueden venderla si quieren, y bien me figuro que querrn. Ya no hay ese orgullo de pertenecer a una estirpe, de conservar la propia identidad. Esta casa est bien construida, es slida, y tenemos nuestras tierras. Esto nos mantiene apartados. Podra conseguir mucho dinero si vendiese los terrenos para edificar, pero jams permitir semejante cosa mientras viva. No me sacarn de aqu, como no sea con los pies por delante.

Dirigi a Lucy una mirada furiosa.

-Su casa es su castillo -dijo ella.

-Se burla de m?

-Claro que no. Pienso que es muy bonito vivir en una verdadera residencia de campo, en medio de una ciudad.

-Exactamente. No ver usted ninguna otra casa desde aqu. Campos con vacas, y eso que estamos en el centro de Brackhampton. Se oye un poco el trfico cuando el viento viene de aquel lado, pero, por lo dems, sigue siendo el campo.

Sin detenerse ni cambiar de tono, aadi, dirigindose a su hija:

-Telefonea a ese condenado estpido de mdico. Dile que su ltima medicina es una porquera que no sirve para nada.

Lucy y Emma se retiraron. l grit tras de ellas:

-Y no dejes que esa condenada mujer que siempre anda a la caza del polvo entre aqu! Ha desordenado todos mis libros.

-Hace mucho tiempo que est impedido Mr. Cra-ckenthorpe? -pregunt Lucy.

-Oh, hace ya algunos aos. sta es la cocina -contest Emma de un modo un tanto evasivo.

La cocina era enorme. Haba una inmensa cocina econmica y con evidentes seales de abandono. A su lado haba una cocina de gas.

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Lucy pregunt por las horas de las comidas e inspeccion la despensa. Luego le dijo animadamente a Emma Crackenthorpe:

-Bien, ya s cuanto necesito saber. No se preocupe. Puede dejarlo todo en mis manos.

Aquella noche, al subir a acostarse, Emma dej escapar un suspiro de alivio y pens: "Los Kennedy tenan mucha razn. Es admirable".

A la maana siguiente, Lucy se levant a las seis. Arregl la casa, arregl las verduras, prepar y sirvi el desayuno. Hizo las camas con Mrs. Kidder y a las once se sentaron las dos en la cocina para tomar un t bien cargado y galletas. Ablandada por el hecho de que Lucy "no se daba grandes aires" y tambin por la fuerza y la dulzura del t, Mrs. Kidder se entreg al cotilleo. Era una mujer menuda y delgada, de mirada viva y labios fruncidos.

-Es un avaro de siete suelas. Lo que ella tiene que aguantar! De todos modos, yo no dira que sea una mujer acobardada. Sabe ponerle firmes si es necesario. Cuando vienen los seores, ella cuida de que tengan una comida decente.

-Los seores?

-S. Es una familia numerosa. El mayor, Mr. Ed-mund, muri en la guerra. Despus est Mr. Cedric que vive en alguna parte, en el extranjero. No est casado. Pinta cuadros en lugares lejanos. Mr. Harold trabaja en la City, y vive en Londres. Su mujer es la hija de un conde. Luego est Mr. Alfred. Es un hombre agradable y un poco la oveja negra. Se ha metido en apuros una o dos veces, y est el marido de miss Edith, Mr. Bryan, siempre tan buena persona. Ella muri hace algunos aos pero l ha continuado unido a la familia. Y est Alexander, el nio de miss Edith. Est ahora en el colegio, pero siempre viene a pasar aqu parte de sus vacaciones. Miss Emma lo tiene muy mimado. Lucy digiri toda esta informacin mientras serva a

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su informadora ms tazas de t. Por fin, Mrs. Kidder se puso en pie de mala gana.

-Parece que hemos hecho muchas cosas esta maana -exclam admirada-. Quiere que la ayude con las patatas, querida?

-Ya estn cocidas.

-Bueno. Tiene usted las manos ligeras para despachar el trabajo! Creo que me marchar porque parece que no queda nada ms por hacer.

Mrs. Kidder se march, y Lucy, que tena tiempo de sobras, se puso a fregar la mesa de la cocina, cosa que deseaba hacer, pero que no haba hecho antes, porque no deseaba ofender a Mrs. Kidder, a quien corresponda esta tarea. Luego limpi la plata hasta dejarla deslumbrante. Prepar el almuerzo, recogi la mesa, limpi el servicio y, a las dos y media, qued libre para empezar la exploracin. Haba dejado el servicio del t preparado en una bandeja, con sandwiches, pan y mantequilla, todo cubierto con una servilleta hmeda, para que no se resecase.

Primero dio un paseo por el huerto y el jardn. En el huerto slo haba unas cuantas verduras. Los invernaderos se hallaban en ruinas. Todos los senderos estaban cubiertos de maleza. Un nico lindero, junto a la casa, apareca libre de malas hierbas, y Lucy pens que era obra de Emma. El jardinero era un hombre muy viejo y algo sordo, que haca ver que trabajaba. Lucy charl amablemente con l. Viva en una casita adyacente.

De los establos parta un camino vallado que atravesaba el parque y continuaba por debajo del puente del ferrocarril hasta otro pequeo camino trasero.

Cada pocos minutos pasaba un tren por el puente con ruido atronador. Lucy observ que reducan la marcha al tomar la pronunciada curva que rodeaba la propiedad de los Crackenthorpe. Pas por debajo del puente y sali al sendero. Pareca poco transitado. A un lado estaba el terrapln del ferrocarril, al otro, una elevada pared que

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cerraba los terrenos ocupados por varias fbricas. Lucy sigui el sendero hasta salir a una calle de casas bajas. Oy el rumor del trfico en la carretera principal. Mir su reloj. De una casa cercana sali una mujer y Lucy la detuvo.

-Perdone, podra decirme si hay algn telfono pblico por aqu?

-En la oficina de correos, en la misma esquina de la carretera.

Lucy le dio las gracias y continu su camino hasta llegar a la oficina, que era tambin una tienda. A un lado haba una cabina telefnica. Lucy pidi hablar con miss Marple. Le contest la voz de una mujer que hablaba con un agudo ladrido.

-Est descansando. Y no voy a molestarla! Necesita descansar, es una seora anciana. Quin debo decir que ha llamado?

-Miss Eyelesbarrow. No es necesario que la moleste. Dgale nicamente que he llegado, y que todo va bien y que me pondr en contacto con ella cuando haya alguna novedad.

Tras colgar el telfono, emprendi el regreso a Ru-therford Hall.

CAPITULO V

Le molestar si practico algunos golpes de golf en el parque? -pregunt Lucy. -Claro que no. Es usted aficionada al golf?

-No soy una gran jugadora, pero me gusta practicar. Es una forma de ejercicio ms agradable que la de salir sencillamente de paseo.

-No hay donde pasear, fuera de esta finca -gru Mr. Crackenthorpe-. Nada ms que pavimento y grupos de casas que parecen cajones. Les gustara apoderarse de mi tierra para edificar ms. Pero no lo conseguirn hasta que est muerto. Y no voy a morirme para dar satisfaccin a nadie. Eso se lo aseguro. A nadie!

-Ya est bien, padre -dijo Emma con suavidad.

-Ya s lo que piensan y lo que estn esperando. Todos ellos, Cedric y Harold, ese zorro astuto de cara relamida. En cuanto a Alfred, creo que no le faltan ganas de quitarme de en medio. No estoy seguro de que no lo intentara en las vacaciones de Navidad. Tuve una indisposicin extraa. El viejo doctor Quimper estaba desconcertado y me hizo un sinfn de preguntas discretas.

-Todo el mundo tiene trastornos digestivos de vez en cuando, padre.

-Muy bien, muy bien. Diga bien claro que com demasiado! Eso es lo que quiere decir. Y por qu com demasiado? Porque haba demasiada comida en la mesa, mucha ms de la necesaria. Un despilfarro exorbitante. Esto me recuerda que usted, jovencita, ha puesto para el

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almuerzo cinco patatas, y adems grandes. Dos son suficientes para todo el mundo. No ponga ms de cuatro en lo sucesivo. Esta patata de ms ha sido hoy malgastada.

-Malgastada no, Mr. Crackenthorpe. He pensado utilizarla esta noche para hacer tortilla a la espaola.

-Brrr! -le oy exclamar Lucy al salir de la habitacin con la bandeja del caf-. Vaya una moza lista, siempre tiene una contestacin a punto. Pero guisa bien y tiene un buen tipo.

Lucy Eyelesbarrow tom un hierro corto de la bolsa que haba tenido la precaucin de traer consigo, y sali al parque saltando la valla.

Empez a practicar una serie de golpes. Al cabo de unos cinco minutos, una pelota sigui una trayectoria curvada hacia la derecha y fue a parar al terrapln de la va. Lucy se dirigi hacia all y empez a buscarla. Mir hacia casa. Estaba lejos, y nadie pareca interesado en lo que ella haca. Continu buscando la pelota. De vez en cuando jugaba un golpe corto desde el terrapln a la hierba. Durante la tarde tuvo tiempo de examinar una tercera parte del terrapln. Nada. Regres a la casa, practicando nuevos golpes.

Al da siguiente tropez con algo. Un arbusto espinoso, aproximadamente a la mitad del terrapln, tena las ramas quebradas. Lucy examin la planta. Enganchado en una de aquellas espinas haba un trocito de piel. Era casi del mismo color de la madera, un tono castao muy claro. Lucy lo mir un momento y luego sac unas tijeras, lo cort cuidadosamente por la mitad y lo guard en un sobre. Baj la empinada cuesta intentando descubrir alguna otra cosa. Observ atentamente la hierba y le pareci distinguir el rastro de unas pisadas, pero no tan claras como las huellas que ella dejaba. Tal vez haca tiempo que estaban all, y era demasiado vago para que pudiese estar segura de que no era slo fruto de su imaginacin.

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Empez a buscar cuidadosamente entre la hierba al pie del terrapln, en la misma lnea del arbusto roto. Esta vez, su bsqueda se vio recompensada. Encontr una pequea polvera esmaltada de mala calidad. La envolvi en su pauelo y se la guard en el bolsillo. Continu buscando, pero no encontr ms.

La tarde siguiente cogi el coche y se fue a visitar a su ta invlida.

-No se apresure -le dijo Emma Crackenthorpe amablemente-. No la necesitaremos hasta la hora de cenar.

-Gracias. Pero estar de regreso a las seis, lo ms tarde.

El nmero 4 de Madison Road era una pequea casa gris en una calle gris. En las ventanas se vean unas impecables cortinas de encaje de Nottingham, un umbral blanco brillante y, en la puerta, un tirador perfectamente pulido. Le abri una mujer alta, de severo aspecto, vestida de negro y el pelo gris ceniza recogido en un moo.

Mir a Lucy con suspicacia y la llev a presencia de miss Marple.

sta estaba en una sala posterior que daba a un pequeo jardn bien cuidado. Era una estancia escrupulosamente limpia, llena de esteras y tapetes, muchos adornos de porcelana, mobiliario de estilo jacobino, y dos helchos en sus macetas. Miss Marple, sentada cerca del fuego, estaba muy atareada haciendo ganchillo.

Lucy cerr la puerta y ocup el otro silln frente a miss Marple.

-Bueno, parece que tiene usted razn.

Sac sus hallazgos y explic detalladamente cmo los haba encontrado.

En las mejillas de miss Marple asom un tenue rubor de triunfo.

-Quiz no est bien presumir, pero es muy satisfactorio haber formulado una hiptesis y tener la prueba

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que la confirma. -dijo mientras acariciaba el trocito de piel-. Elspeth dijo que la mujer llevaba un abrigo de piel clara. Supongo que la polvera estaba en el bolsillo del abrigo y cay al rodar el cuerpo por la pendiente. No tiene ningn detalle distintivo, pero puede ser til. Recogi todo el trozo?

-No, dej la mitad en el espino.

Miss Marple asinti complacida.

-Muy bien. Es usted muy inteligente, querida. La polica querr hacer una comprobacin exacta.

-Piensa acudir a la polica slo con estas cosas?

-Todava no. -Miss Marple reflexion un momento-. Creo que sera mejor encontrar primero el cadver. No le parece a usted as?

-S. Pero, no es sa una pretensin imposible? Es decir, admitiendo que su suposicin sea acertada. El asesino tir el cadver desde el tren, luego es probable que se apease en Brackhampton y que aquella misma noche volviera para llevrselo. Pero, qu pas luego? Pudo haberlo llevado a cualquier parte.

-A cualquier parte no -replic miss Marple-. No creo que haya usted llegado a la conclusin ms lgica, mi querida miss Eyelesbarrow.

-Le ruego que me llame Lucy. Por qu no a cualquier parte?

-Porque en ese caso le hubiera sido mucho ms fcil matar a la muchacha en algn lugar solitario y llevarse el cuerpo desde all. No ha tenido usted en cuenta...

-Est usted diciendo.... -Lucy la interrumpi-... quiere usted decir que ha sido un crimen premeditado?

-No lo cre as al principio. No pareca lgico. Daba la sensacin de que haba sido una disputa: un hombre que pierde el control, estrangula a una muchacha y se encuentra luego con el problema de deshacerse del cadver, un problema que tiene que resolver en un plazo de pocos minutos. Pero, realmente, son demasiadas coincidencias que matase a la muchacha en un arrebato

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de ira y que luego, al mirar por la ventanilla, descubriese que el tren describa una curva exactamente en un lugar en que poda echarla fuera, y estar seguro de encontrarla ms tarde para llevarse el cuerpo. Si la hubiese arrojado all por pura casualidad, no hubiera hecho nada ms, y el cadver se hubiera encontrado en seguida.

Se detuvo. Lucy se qued mirndola.

-Ya lo ve -continu miss Marple con aire pensativo-. Es, en verdad, un modo hbil de planear un crimen, y yo creo que ste fue cuidadosamente planeado. Los trenes tienen algo eminentemente annimo. Si la hubiese matado en el lugar en que viva, alguien poda haberlo visto llegar o marcharse. O, si se la hubiese llevado al campo en un coche, alguien hubiera podido fijarse en la matrcula y la marca del coche. Pero un tren est lleno de gente desconocida que va y viene. En un compartimiento de un vagn sin pasillo, slo con ella, era muy fcil, en especial si tenemos en cuenta que saba muy bien lo que tena que hacer despus. Sin duda alguna, haba de conocer al detalle la situacin privilegiada de Rutherford Hall, su posicin geogrfica, quiero decir su extrao aislamiento: una isla rodeada de vas frreas.

-As es -confirm Lucy-. Es un anacronismo. La agitacin de la vida urbana lo rodea, pero no lo toca. Los repartidores pasan por la maana y nada ms.

-As podemos dar por seguro, como usted ha dicho, que el asesino lleg a Rutherford Hall aquella noche. Ya estaba oscuro cuando tir el cadver y no era probable que nadie lo descubriera hasta el da siguiente.

-S, es cierto.

-El asesino fue hasta all. Cmo? En un coche? Qu camino escogera?

Lucy reflexion.

-Hay un camino de tierra junto al muro de una fbrica. Probablemente lleg por all, pas por debajo del

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puente de la va frrea y sigui por el camino posterior. Luego pudo saltar la valla, continuar hasta el pie del terrapln recoger el cadver y llevarlo al coche.

-Entonces -seal miss Marple-, se lo llev a algn lugar que haba elegido de antemano. Todo esto tena que estar planeado, ya lo ve. Y no creo que se lo llevase muy lejos. Lo ms lgico es pensar que lo enterr en alguna parte, no le parece?

Le dirigi a Lucy una mirada interrogante.

-Parece lo ms lgico -contest la joven-. Pero no es tan fcil como puede parecer a simple vista.

Miss Marple convino en ello.

-No poda enterrarla en el parque. Hubiera sido un trabajo demasiado duro y se expona a ser descubierto. Quizs en algn sitio en que la tierra estuviese ya revuelta.

-Quizs en el huerto, pero est muy cerca de la casa del jardinero. Es viejo y est sordo, aunque no deja de ser arriesgado.

-Hay algn perro?

-No.

-Entonces, en un cobertizo o en una dependencia?

-Eso hubiera sido ms sencillo y ms rpido. Hay un buen nmero de viejas construcciones desocupadas: pocilgas en ruinas, guardarneses, talleres a los que nadie se acerca. O podra quizs haberla echado en la espesura de los rododendros, o entre los arbustos.

Miss Marple asinti.

-S, creo que eso es mucho ms probable.

Se oy un golpe en la puerta y entr la sombra Flo-rence con una bandeja.

-Es una satisfaccin para m que tenga usted una visita -le dijo a miss Marple-. He hecho los bollos que tanto le gustan.

-Florence prepara los bollos ms deliciosos del mundo -le inform miss Marple a Lucy.

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Muy contenta, Florence mostr una sonrisa totalmente inesperada y sali de la habitacin.

-Creo, querida -aadi miss Marple-, que no hablaremos del crimen durante el t. Es un tema tan desagradable!

Lucy se levant cuando acabaron de tomar el t.

-Me voy. Como ya le he dicho, actualmente en Rutherford Hall no vive nadie que pudiera ser el hombre a quien buscamos. No hay ms que un anciano, una mujer de mediana edad y un jardinero viejo y sordo.

-No he dicho que viviese all -observ miss Marple-. Todo lo que he querido decir es que se trata de alguien que conoce muy bien Rutherford Hall. Pero podremos ocuparnos de esto cuando usted haya encontrado el cadver.

-Parece usted dar por supuesto que lo encontrar. Por mi parte, no me siento tan optimista.

-Estoy segura de que lo conseguir, mi querida Lucy. Es usted una persona tan eficiente.

-Para algunas cosas, pero no tengo ninguna experiencia en la bsqueda de cadveres.

-Estoy segura de que todo lo que necesita es un poco de sentido comn -dijo miss Marple en tono alentador.

Lucy la mir y luego se ech a rer. Miss Marple le contest con una sonrisa.

Lucy se puso manos a la obra a la tarde siguiente.

Registr las dependencias, busc entre los hierbajos que cubran las antiguas pocilgas y mir el interior del cuarto de la caldera situado debajo del invernadero, cuando oy una tos seca. Al volverse, vio al viejo Hill-man, el jardinero, que le diriga una mirada de desaprobacin.

-Mejor es que se vaya con cuidado, no sea que tenga una" mala cada, seorita. Los peldaos no estn seguros

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y, hace un momento, la vi andar por el desvn, y el suelo all tampoco es seguro.

Lucy tuvo el cuidado de no dar muestras de preocupacin.

-Supongo que se figura usted que soy muy curiosa -coment alegremente-. Estaba pensando si no se podra sacar provecho de este lugar: criar championes para el mercado o una cosa as. Parece todo muy dejado.

-El amo es quien tiene la culpa. No quiere gastar ni un penique. Yo necesitara tener aqu dos hombres y un chico para poder tener el jardn presentable, pero no quiere ni or hablar de eso. Lo ms que pude conseguir fue que comprase una segadora mecnica. Quera que yo cortara a mano toda la hierba de la parte delantera.

-Pero este lugar podra ser rentable con algunas reparaciones.

-No se puede obtener rentabilidad de un lugar como ste. Lleva demasiado tiempo abandonado. En todo caso al amo no le interesa. Lo nico que le importa es ahorrar. Sabe de sobra lo que pasar cuando se haya ido: los jvenes vendern tan de prisa como puedan. Solamente esperan que desaparezca, nada ms. He odo decir que van a recibir una bonita suma cuando se muera.

-Supongo que es un hombre muy rico -dijo Lucy.

-El viejo, su padre, fue el que empez. Un hombre muy listo. Hizo su fortuna y levant esta residencia. Duro como el hierro, segn dicen, y nunca olvidaba una ofensa. Pero, a pesar de todo, era generoso. No tena nada de avaro. Segn se cuenta, sus hijos no le dieron ms que desengaos. Los educ para que fuesen verdaderos caballeros. Incluso fueron a Oxford. Pero eran demasiado caballeros para meterse en negocios. El joven se cas con una actriz y se mat en un accidente de coche estando borracho. El mayor, el que vive

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aqu, nunca le cay bien a su padre. Se pas mucho tiempo en el extranjero, compr una coleccin de estatuas paganas y las hizo enviar aqu. No escatimaba tanto el dinero cuando era joven. Se hizo ms avaro con la edad. No, nunca estuvieron muy de acuerdo l y su padre, segn he odo decir.

Lucy escuch al jardinero con el mayor inters y cortesa. El viejo se apoy contra la pared, dispuesto a continuar su narracin. Le gustaba mucho ms hablar que trabajar.

-l viejo amo muri antes de la guerra. Tena un genio terrible. Y no haca falta motivos para que rabiara.

-Y el actual Mr. Crackenthorpe vino a vivir aqu despus de morir el padre?

-Vino l y su familia, s. Ya empezaban a ser todos mayores por aquellas fechas.

-Pero seguramente... Oh, ya lo veo, se refiere usted a la guerra de 1914.

-No, no es eso. Muri en 1928, esto es lo que quera decir.

Lucy pens que efectivamente 1928 era una fecha "anterior a la guerra", aunque no era sa la manera en que ella la hubiera designado.

-Bien, me figuro que est usted deseando continuar su trabajo. No debe permitirme que lo entretenga.

-Oh -contest el viejo Hillman-. No hay mucho que hacer a esta hora del da. Hay poca luz.

Lucy volvi a casa detenindose para explorar un bos-quecillo de abedules y azaleas.

Encontr a Emma Crackenthorpe en el vestbulo, leyendo una carta que acababa de llegar con el correo de la tarde.

-Maana llega mi sobrino con un compaero de colegio. La habitacin de Alexander es la que est situada sobre el porche. La inmediata la ocupar James Stod-dart-West. Usarn el cuarto de bao de enfrente.

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-S, miss Crackenthorpe. Cuidar de que las habitaciones estn listas.

-Llegarn por la maana, antes del almuerzo. -Y aadi, tras un momento de vacilacin-: Supongo que llegarn hambrientos.

-Seguro que s. Rosbif le parece bien? Y una tarta?

-A Alexander le gustan mucho las tartas.

Los dos muchachos llegaron a la maana siguiente. Ambos iban muy bien peinados, con caras sospechosamente angelicales y modales perfectos. Alexander Eas-tley tena el pelo rubio y los ojos azules. Stoddart-West era moreno y usaba gafas.

Durante el almuerzo conversaron con gravedad sobre los acontecimientos del mundo deportivo, con referencias sueltas a las ltimas novelas de ciencia ficcin. Sus maneras eran las de un par de viejos profesores discutiendo artefactos paleolticos. En comparacin con ellos, Lucy se senta muy joven.

El solomillo desapareci en un momento y no qued una miga de la tarta.

-A este paso tendr que vender la casa para daros de comer -gru Crackenthorpe.

Alexander le dirigi una mirada de reproche.

-Comeremos pan y queso si no puedes comprar carne, abuelo.

-Si no puedo? S puedo. Pero no me gusta el desperdicio.

-No hemos desperdiciado nada, seor -observ Stoddart-West, mirando su plato, que era buena prueba de ello.

-Vosotros, muchachos, comis el doble de lo que yo como.

-Estamos en la edad del crecimiento -explic Alexander-. Necesitamos tomar muchas protenas.

Cuando los dos muchachos dejaron la mesa, Lucy oy que Alexander deca a su amigo, a modo de excusa:

-No tienes que hacerle caso a mi abuelo. Est a r-

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gimen, o algo as, y eso le vuelve algo raro. Adems es terriblemente tacao. Creo que debe tener un complejo de algn tipo.

-Yo tena una ta que siempre estaba pensando que iba a arruinarse -coment James con expresin comprensiva-. En realidad tena dinero a carretadas. Deca el mdico que era patolgico. Tienes una pelota de ftbol, Alex?

Lucy sali despus de recoger la mesa y lavar la vajilla. Oa a los muchachos llamndose a lo lejos. Por su parte, sigui la direccin opuesta por el camino de entrada y desde all se encamin directamente hacia las grandes masas de rododendros. Empez a buscar cuidadosamente apartando las hojas. Pasaba de una mata a otra y, con el palo de golf, tanteaba entre las ramas cuando la sobresalt la voz de Alexander Eastley.

-Est buscando algo, miss Eyelesbarrow?

-Una pelota de golf -contest Lucy prestamente-. Mejor dicho, varias pelotas. He estado practicando casi todas las tardes y he perdido unas cuantas. Ya es hora de que intente recuperar alguna.

-Nosotros la ayudaremos -se ofreci Alexander.

-Muy amable de tu parte. Crea que estabais jugando al ftbol.

-No se puede estar siempre dndole al baln -explic James-. Se suda demasiado. Juega mucho al golf?

-Me gusta mucho, pero no tengo muchas oportunidades de jugar.

-Ya me lo figuro. Usted cocina aqu, no es verdad?

-S.

-Guis la comida de hoy?

-S. Estaba buena?

-Sencillamente maravillosa -afirm Alexander-. En el colegio nos dan una carne detestable, demasiado hecha. A m me gusta la carne de ternera rosada y jugosa por dentro. Y la tarta estaba riqusima.

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-Debes decirme qu platos prefieres.

-Podra hacernos un da merengue de manzana? Es mi postre favorito.

-Naturalmente.

Alexander lanz un suspiro de satisfaccin.

-Hay un golf en miniatura debajo de la escalera. Podramos colocarlo en el campo y practicar un poco con el putter. Qu te parece, Stoddart?

-Bien! -grit James, con un deje australiano.

-En realidad, no es australiano -explic Alexander cortsmente-. Pero intenta hablar como ellos, porque su familia se lo llevar a ver el Test Match1 el ao que viene.

Animados por Lucy, salieron en busca del juego de golf. Ms tarde, cuando Lucy volva a la casa, los encontr instalndolo en el jardn y discutiendo sobre la posicin de los nmeros.

-No lo queremos como un reloj -le explic James-. Eso es cosa de nios. Queremos tener unos tiros largos y cortos. Es una lstima que los nmeros estn tan enmohecidos. Apenas se ven.

-Necesitan un toque de pintura blanca -dijo Lucy-. Podrais traerla y pintarlos.

-Buena idea -respondi Alexander entusiasmado-. Creo que hay algunas latas de pintura en el granero grande. Las dejaron los pintores en las ltimas vacaciones. Vamos a ver si las encontramos.

-El granero grande? -pregunt Lucy.

Alexander seal un gran edificio de piedra situado a cierta distancia de la casa, cerca del camino posterior.

-Es muy antiguo. El abuelo dice que es de la poca isabelina, pero eso es pura fanfarronera. Perteneca a la granja original. Mi bisabuelo la derrib y en su lugar levant esta horrible casa. Gran parte de la coleccin de

1. Test Match. Campeonato de cricket que se juega entre los mejores equipos de Inglaterra y Australia. (N. del T.)

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mi abuelo est en el granero. Cosas que trajo del extranjero cuando era joven. La mayor parte de ellas son cosas bastante horrorosas. El granero se utiliza a veces tambin para las subastas y tmbolas. Venga a verlo. Es interesante.

Lucy los acompa con agrado.

El granero tena una gruesa puerta de roble claveteada.

Alexander cogi la llave de un clavo ocult