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25 24 CULTURA José Díaz Cappa Fiscal de la Fiscalía Superior de la Comunidad Autónoma de les Illes Balears. Vicecoordinador de la Sección de Menores. Delegado de Delitos Informáticos de la Fiscalía Superior de la C.A. de les Illes Balears. Profesor Asociado de Derecho Penal de la Universitat de les Illes Balears. C iberbullying. Desde luego es una palabra poco común como para intro- ducirla en una conversación normal, y, sin embargo, no se imaginan la de personas que la utilizan en su acceso a los servicios de fiscalía, juzgados y policía, y, sobre todo, la de veces que se puede llegar a confundir con la reali- dad de un verdadero acoso moral con entidad delictiva. Lo mismo ocurre con la modalidad, digamos, no virtual, el llamado bullying, con el que en no pocas oca- siones se confunden conductas delictivas de menor entidad o, incluso, simples conductas disruptivas en las aulas. Con ambos términos se viene aludiendo a la situación de intimidación entre estudiantes que se traduce en el hostigamiento, el acoso y/o la amenaza sis- temática de un estudiante en particular o un grupo hacia un menor o sus igua- les, produciendo en la víctima un grave menoscabo de su integridad moral. El ciberbullying no es sino la dimensión on line de tales conductas que se desa- rrollan mediante el uso inadecuado y agresivo de las TIC´s, y es por ello que el elemento de agravio psicológico se acentúa sobremanera ya que, inicialmente, si bien no existe la facilidad de causar temor, que normalmente proporciona de forma más rápida la agresión física directa o la posibilidad de causarla de for- ma inmediata, sí que se cuenta con el potencial dañino y pernicioso que pro- ducen la difusión ingente del mal pretendido y las dificultades de eliminación de lo introducido en la Red y el mantenimiento del perjuicio mientras esa ex- tensión temporal exista. Además, implica un campo de operaciones sin límite para el acosador, pues puede llevar a cabo sus acciones desde cualquier lugar. En todo caso, lo que verdaderamente concede a tales actitudes (por cierto, de lo más variado: amenazas, coacciones, injurias, vejaciones, robo de contra- señas, suplantación de identidades, revelación de datos o imágenes privadas o íntimas…) su especialidad, son tres características: por un lado, un desequilibrio inicial de fuerzas que permite y anima la práctica de tales conductas por parte del sujeto activo; por otro, que las acciones y omisiones (recorde- mos que también es posible el llamado ciberbullying pasi- vo consistente en ignorar a una persona reconduciéndola al ostracismo y aislamiento social) en que se traduzca el acoso sean mínimamente continuadas en el tiempo -lo que se obtiene con violencia, sólo se puede mantener con violencia, decía Gandhi- y tengan un carácter reiterativo, y, finalmente, que tales conductas produzcan como resul - tado un menoscabo grave en la integridad moral del sujeto pasivo. En este sentido, y desde el punto de vista puramente pe- nal, que es el tratado aquí, el artículo 173.1 del vigente código penal dispone que “El que infligiera a otra persona un trato degradante, menoscabando gravemente su inte- gridad moral, será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años”. Por supuesto, ello sin perjuicio de los posibles delitos de todo tipo en que se pudiera haber in- currido mediante las prácticas acosadoras descritas. De- bemos recordar que, tratándose de menores infractores, es la LO 5/2000, reguladora de su responsabilidad penal, la que se aplicaría para sancionar tales conductas. De lo brevemente apuntado se deduce -como ya insinué al principio-, que la dimensión penal del acoso moral es- colar, no debe llevar a olvidar que cualquier otra manifes- tación no penal tiene también su importancia y métodos de atención y tratamiento. De hecho, el especial cuidado en paliar y eliminar este otro tipo de conductas evitará, sin duda, el paso a un nivel superior de agresividad y de respuesta social y legal. Esto ocurre, por un lado, con aquellas actuaciones que por su no continuidad o reiteración no encajan en los tipos penales mencionados y quedan en meras infracciones ci- viles o administrativas (como las referidas a las afrentas al bre el mismo, a modo de conclusiones, siempre vienen bien: En primer lugar, que la respuesta penal a tales conductas implica el haber llegado a una fase del problema en el que debe tenerse en cuenta no sólo que el menor es respon- sable de ello, sino también todas las personas e institucio- nes que deberían haber estado implicadas. En segundo lugar, que cuando se llega a tal extremo, no sólo hay que preguntarse el porqué de la conducta del menor acosador, sino también el porqué de la ausencia La dimensión penal del acoso moral escolar, no debe llevar a olvidar que cualquier otra manifestación no penal tiene también su importancia y métodos de atención y tratamiento honor, intimidad personal y familiar o a la propia imagen, o las enumeradas y sancionadas en la legislación sobre pro- tección de datos personales) y también en aquellas que se refieren a las llamadas conductas disruptivas en las aulas -esto es, que implican la interrupción o desajuste en el desarrollo evolutivo del niño imposibilitándolo para crear y mantener relaciones sociales saludables y que a veces esconden verdaderos supuestos de menores necesitados de educación especial-. Del mismo modo, tampoco se pueden confundir con aquellas pautas de comportamien- to anómalo de los menores que, en su caso, puedan ser paliadas mediante el recurso a los resortes académicos del régimen disciplinario de los centros educativos. Escaso espacio sin duda para desarrollar el tema de éste nú- mero de ENKI, pero no cabe duda que unas reflexiones so- de habilidades sociales y personales en el menor que la sufre, ya que ello puede ser síntoma y toque de atención para su resolución futura. Que no hay que menospreciar todas aquellas otras con- ductas no penales que ut supra mencioné, pues pueden ser la clave para la evitación de otras de mayores conse- cuencias negativas. Y que, sin duda, es necesario reforzar el recurso a la no violencia como elemento principal para la resolución in- terpersonal de conflictos. ¿Cómo? Insistiendo en la edu- cación en tal sentido supongo. O echémosle imaginación. Como decía John Ruskin “educar a un joven no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía”. CIBERBULLYING

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Ciberbullying. Desde luego es una palabra poco común como para introducirla en una conversación normal, y, sin embargo, no se imaginan la de personas que la utilizan en su acceso a los servicios de fiscalía, juzgadosy policía, y, sobre todo, la de veces que se puede llegar a confundir con la realidad de un verdadero acoso moral con entidad delictiva. Lo mismo ocurre con la modalidad, digamos, no virtual, el llamado bullying, con el que en no pocas ocasiones se confunden conductas delictivas de menor entidad o, incluso, simplesconductas disruptivas en las aulas.

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252424 CULTURA

José Díaz CappaFiscal de la Fiscalía Superior de la Comunidad

Autónoma de les Illes Balears.

Vicecoordinador de la Sección de Menores.

Delegado de Delitos Informáticos de la Fiscalía Superior de la C.A. de les Illes Balears.

Profesor Asociado de Derecho Penal de la Universitat de les Illes Balears.

Ciberbullying. Desde luego es una palabra poco común como para intro-ducirla en una conversación normal, y, sin embargo, no se imaginan la de personas que la utilizan en su acceso a los servicios de fiscalía, juzgados

y policía, y, sobre todo, la de veces que se puede llegar a confundir con la reali-dad de un verdadero acoso moral con entidad delictiva. Lo mismo ocurre con la modalidad, digamos, no virtual, el llamado bullying, con el que en no pocas oca-siones se confunden conductas delictivas de menor entidad o, incluso, simples conductas disruptivas en las aulas.

Con ambos términos se viene aludiendo a la situación de intimidación entre estudiantes que se traduce en el hostigamiento, el acoso y/o la amenaza sis-temática de un estudiante en particular o un grupo hacia un menor o sus igua-les, produciendo en la víctima un grave menoscabo de su integridad moral. El ciberbullying no es sino la dimensión on line de tales conductas que se desa-rrollan mediante el uso inadecuado y agresivo de las TIC´s, y es por ello que el elemento de agravio psicológico se acentúa sobremanera ya que, inicialmente, si bien no existe la facilidad de causar temor, que normalmente proporciona de forma más rápida la agresión física directa o la posibilidad de causarla de for-ma inmediata, sí que se cuenta con el potencial dañino y pernicioso que pro-ducen la difusión ingente del mal pretendido y las dificultades de eliminación de lo introducido en la Red y el mantenimiento del perjuicio mientras esa ex-tensión temporal exista. Además, implica un campo de operaciones sin límite para el acosador, pues puede llevar a cabo sus acciones desde cualquier lugar.

En todo caso, lo que verdaderamente concede a tales actitudes (por cierto, de lo más variado: amenazas, coacciones, injurias, vejaciones, robo de contra-señas, suplantación de identidades, revelación de datos o imágenes privadas

o íntimas…) su especialidad, son tres características: por un lado, un desequilibrio inicial de fuerzas que permite y anima la práctica de tales conductas por parte del sujeto activo; por otro, que las acciones y omisiones (recorde-mos que también es posible el llamado ciberbullying pasi-vo consistente en ignorar a una persona reconduciéndola al ostracismo y aislamiento social) en que se traduzca el acoso sean mínimamente continuadas en el tiempo -lo que se obtiene con violencia, sólo se puede mantener con violencia, decía Gandhi- y tengan un carácter reiterativo, y, finalmente, que tales conductas produzcan como resul-tado un menoscabo grave en la integridad moral del sujeto pasivo.

En este sentido, y desde el punto de vista puramente pe-nal, que es el tratado aquí, el artículo 173.1 del vigente código penal dispone que “El que infligiera a otra persona un trato degradante, menoscabando gravemente su inte-gridad moral, será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años”. Por supuesto, ello sin perjuicio de los posibles delitos de todo tipo en que se pudiera haber in-currido mediante las prácticas acosadoras descritas. De-bemos recordar que, tratándose de menores infractores, es la LO 5/2000, reguladora de su responsabilidad penal, la que se aplicaría para sancionar tales conductas.

De lo brevemente apuntado se deduce -como ya insinué al principio-, que la dimensión penal del acoso moral es-colar, no debe llevar a olvidar que cualquier otra manifes-tación no penal tiene también su importancia y métodos de atención y tratamiento. De hecho, el especial cuidado en paliar y eliminar este otro tipo de conductas evitará, sin duda, el paso a un nivel superior de agresividad y de respuesta social y legal.

Esto ocurre, por un lado, con aquellas actuaciones que por su no continuidad o reiteración no encajan en los tipos penales mencionados y quedan en meras infracciones ci-viles o administrativas (como las referidas a las afrentas al

bre el mismo, a modo de conclusiones, siempre vienen bien:En primer lugar, que la respuesta penal a tales conductas implica el haber llegado a una fase del problema en el que debe tenerse en cuenta no sólo que el menor es respon-sable de ello, sino también todas las personas e institucio-nes que deberían haber estado implicadas.

En segundo lugar, que cuando se llega a tal extremo, no sólo hay que preguntarse el porqué de la conducta del menor acosador, sino también el porqué de la ausencia

La dimensión penal del acoso moral escolar, no debe llevar a olvidar que cualquier otra manifestación no penal tiene también

su importancia y métodos de atención y tratamiento

honor, intimidad personal y familiar o a la propia imagen, o las enumeradas y sancionadas en la legislación sobre pro-tección de datos personales) y también en aquellas que se refieren a las llamadas conductas disruptivas en las aulas -esto es, que implican la interrupción o desajuste en el desarrollo evolutivo del niño imposibilitándolo para crear y mantener relaciones sociales saludables y que a veces esconden verdaderos supuestos de menores necesitados de educación especial-. Del mismo modo, tampoco se pueden confundir con aquellas pautas de comportamien-to anómalo de los menores que, en su caso, puedan ser paliadas mediante el recurso a los resortes académicos del régimen disciplinario de los centros educativos.

Escaso espacio sin duda para desarrollar el tema de éste nú-mero de ENKI, pero no cabe duda que unas reflexiones so-

de habilidades sociales y personales en el menor que la sufre, ya que ello puede ser síntoma y toque de atención para su resolución futura.

Que no hay que menospreciar todas aquellas otras con-ductas no penales que ut supra mencioné, pues pueden ser la clave para la evitación de otras de mayores conse-cuencias negativas.

Y que, sin duda, es necesario reforzar el recurso a la no violencia como elemento principal para la resolución in-terpersonal de conflictos. ¿Cómo? Insistiendo en la edu-cación en tal sentido supongo. O echémosle imaginación. Como decía John Ruskin “educar a un joven no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía”.

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