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CINCO HISTORIAS MÁGICAS ASTHAROT ESPERA Es una noche madrileña del mes de mayo, noche clara, ¡as estrellas titi- lan en el techo azul brillante del cielo. El aro de la Luna reparte rayos blancos sobre las alcantarillas y los tejados. Hacen guardia los faroles creando románticas manchas de luz, que siluetean el embrujo y el mis- terio de los balcones en paredes y baldosas. Algún que otro cafetín deja escapar aroma de anís y café. La plaza está solitaria. Por una esquina vemos aparecer a Carolina, una vieja de ochenta y cinco años, trasnochadora de oficio, borrachína y vagabunda. CAROLINA: ¡Eh, amigos! ¡Llega Carolinita, vuestra princesa! ¡Llega el terror de los Madriles! ¡Esta noche me pienso casar con un emperador japonés! ¡Eh! ¡Ahí va!, si no ha venido nadie y el reloj marca las doce y cinco. ¿Han visto ustedes a alguien pasar en el rato que llevan aquí sentados? ¿No? Ya me han abandonado. ¡Claro!, dicen que soy una pesada y que he perdido la cabeza, y como me gusta... (Muestra una bota de vino). En fin, qué se le va a hacer; a mí estas cosas me ponen muy triste. ¿A ustedes no les pone tristes?. Es tan bonito encontrar amigos y tener amor... Amor, qué cosa más olvidada. (Saca dos chinitas del bolsillo y juega con ellas. Pausa. Ríe). Todavía me acuerdo de mi pirata, cuando me salvó la vida en aquel tenebroso mar y me pidió en matrimonio. ¡Vaya! No quiero llorar. Además, esta plaza está tan preciosa esta noche... Especial. ¿Que no? Ahora lo verán. Todos ustedes van a pensar que estoy chiflada, pero a mí eso no me importa. ¡Música! (Canta). Yo soy Carolina, una vieja divina, vagabunda, qué más da, voy errante por las calles, pues me encanta esta ¡ciudad! VOCES COMERCIANTES: Nos encanta esta ciudad. CAROLINA: Vivo en las alcantarillas de la Cibeles, en las buhardillas de las Vistillas, en los arcos de la Plaza Mayor. - 1 -

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CINCO HISTORIAS MÁGICAS

ASTHAROT ESPERA

Es una noche madrileña del mes de mayo, noche clara, ¡as estrellas titi­lan en el techo azul brillante del cielo. El aro de la Luna reparte rayos blancos sobre las alcantarillas y los tejados. Hacen guardia los faroles creando románticas manchas de luz, que siluetean el embrujo y el mis­terio de los balcones en paredes y baldosas. Algún que otro cafetín deja escapar aroma de anís y café. La plaza está solitaria.

Por una esquina vemos aparecer a Carolina, una vieja de ochenta y cinco años, trasnochadora de oficio, borrachína y vagabunda.

CAROLINA: ¡Eh, amigos! ¡Llega Carolinita, vuestra princesa! ¡Llega el terror de los Madriles! ¡Esta noche me pienso casar con un emperador japonés! ¡Eh! ¡Ahí va!, si no ha venido nadie y el reloj marca las doce y cinco. ¿Han visto ustedes a alguien pasar en el rato que llevan aquí sentados? ¿No? Ya me han abandonado. ¡Claro!, dicen que soy una pesada y que he perdido la cabeza, y como me gusta... (Muestra una bota de vino). En fin, qué se le va a hacer; a mí estas cosas me ponen muy triste. ¿A ustedes no les pone tristes?. Es tan bonito encontrar amigos y tener amor... Amor, qué cosa más olvidada. (Saca dos chinitas del bolsillo y juega con ellas. Pausa. Ríe). Todavía me acuerdo de mi pirata, cuando me salvó la vida en aquel tenebroso mar y me pidió en matrimonio. ¡Vaya! No quiero llorar. Además, esta plaza está tan preciosa esta noche... Especial. ¿Que no? Ahora lo verán. Todos ustedes van a pensar que estoy chiflada, pero a mí eso no me importa. ¡Música! (Canta). Yo soy Carolina, una vieja divina, vagabunda, qué más da, voy errante por las calles, pues me encanta esta ¡ciudad!

VOCES COMERCIANTES: Nos encanta esta ciudad.

CAROLINA: Vivo en las alcantarillas de la Cibeles, en las buhardillas de las Vistillas, en los arcos de la Plaza Mayor.

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COMERCIANTES:

CAROLINA:

COMERCIANTES;

GINES:

PASCUAL:

LUCIO:

PAULINA:

CARIDAD:

CAROLINA:

Mirar la Luna es mi pasión, soy romántica de obsesión. Yo soy Carolina, una vieja divina, vagabunda, qué más da, voy errante por las calles, pues me encanta esta ¡ciudad!

Nos encanta esta ciudad.

¡Dejad lucirse a esta vieja! ¡Callad!

Somos los comerciantes.

Don Ginés.

Y don Pascual.

Don Lucio.

Doña Paulina.

Y la doña Caridad.

Bueno, sí, ¡hale!, meteros para dentro. ¿Qué entenderán éstos de arte. Cuando yo cantaba cuplés en el Moulin Rouge de Paris...

COMERCIANTES: No metas bolas, Carolina.

CAROLINA: (Disimula el enfado. Canta). Me gusta de las nubes columpiarme, de los balcones colgarme, en los comercios colarme con los duendes de ¡Madrid! (De una estrella se descuelgan dos duendecillos. Cantan).

DUENDES: Somos los duendes de la noche, nos gusta montar en coche. Noche a noche, bajamos a Madrid, venimos con el viento, frenamos un momento y... (Ahora hablan).

UN DUENDE: Nos posamos en las bombillas de los faroles.

OTRO DUENDE: En los jardines de palacio.

UN DUENDE: En los pucheros de la comida.

UN DUENDE: Por las chimeneas nos colamos.

OTRO DUENDE: A los chicos visitamos.

UN DUENDE: Y de sueños la cama les llenamos.

CAROLINA: Ya estamos enterados. ¡Hale!, vosotros dos también largaros. Porque... (Canta). Yo soy Carolina,

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una artista, la más fina, borrachína, qué más da, voy errante por las calles, pues me encanta esta ¡ciudad! (Aparecen ios comercian íes. Cantan). Es Madrid con sus tienditas una bonita ciudad, usted compra y yo le vendo.

PASCUAL: (Can tando). Una barrita de pan.

LUCIO: (Cantal. Y yo les vendo pescado, pescaditos de la mar, tan vivitos, tan vivitos, que sólo les falta hablar.

GINES: (Grita). ¿Quién quiere café con leche y churros para mojar? ¿O prefie­ren chocolate y un trocito de pastel?

PAULINA: (Grita). ¿Qué dice usted, compañero? Cerveza de la mejor. Pimientos y huevos fritos en mi casa tengo yo.

CARIDAD: (Grita). ¿Y qué hay de mis muñecos y mis casas de cartón, mis canicas

de cristal y mis trompos de latón?

PASCUAL: Ya entró aquí la propaganda.

LUCIO: La competencia, señor.

GINES: Oiga, que usted no se queda corto en anunciarse.

LUCIO: A mandar. Un servidor.

PAULINA: Vamos, Caridad del alma, que ya comienza el follón. (Entran ¡os comerciantes en sus respectivas tiendas entre protestas y malos humores).

DUENDES: (Cantan). Somos los duendes de la noche,

nos gusta montar en coche...

CAROLINA: (Can ta). Yo soy Carolinaaa.

DUENDES: (Cantan). Somos los duendes de la noche,

nos gusta montar en co...

CAROLINA: (Canta). Yo soy Carolinaaa.

DUENDES: (Cantan). Somos los duendes de la noche, nos gusta montar...

CAROLINA: (Canta). ¡Yo soy Carolinaaaa!

Carolina soy yo. ¡Hum!

PASCUAL: ¡Vaya escándalo, Carolina!

LUCIO: Si la hemos hecho algo, dígalo. GINES: Qué castigo con ella. PAULINA: Cuando da dos traguillos...

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CARIDAD: Se pone más contenta que unas pascuas.

CAROLINA: Pero... ¿qué estás diciendo? No sabéis apreciar a una artista de talla, nunca sabréis apreciar.

CARIDAD: ¿Usted artista?

CAROLINA: Sí, señora; de talla (Lloriquea). De las más grandes.

PAULINA: ¡Vaya por Dios! Ya está llorando.

UN DUENDE: No llores, Carolina.

OTRO DUENDE: Claro que eres artista, la mejor artista del mundo.

CAROLINA: Me lo decías para contentarme.

UN DUENDE: Que no, Carolina, que es la verdad.

OTRO DUENDE: No hay otra como tú.

PASCUAL: Carolinita, no llore.

LUCIO: Vamos, Carolina, que no es usted una niña.

GINES: Talmente una niña.

PAULINA: A ver, Carolina, ¿a qué vienen esas lágrimas?

CARIDAD: Si sabe lo mucho que la queremos.

CAROLINA: Si, ya lo veo.

PASCUAL: Que sí, mujer, que sí, que ha sido una broma.

LUCIO: Claro que es usted una artista, y tan grande como usted quiera.

CAROLINA: ¿De verdad?

UN DUENDE: Claro, Carolina, ya ves que sí.

OTRO DUENDE: No te queremos ver ni una lágrima.

CAROLINA: Está bien, pero prometedme que vamos a jugar a contar historias, o me pongo a cantar de nuevo.

GINES: ¡No, no, no! Carolina, por hoy ya... ya... ya... está bien. Prometido.

CAROLINA: ¿Todos?

TODOS: Todos. Prometido.

CAROLINA: ¡Hala! Cómo lo vamos a pasar. Si mi alma lo sabe canto más fuerte. ¿Quién empieza?

GINES: Mira que tener que contar historias...

CAROLINA: ¡Me lo habéis prometido!

TODOS: ¡Si, sí, si! Se lo hemos prometido.

CAROLINA: Bueno, pues yo soy la madre del juego.

LUCIO: Eso, para mangonearnos a todos.

CAROLINA: ¡Yo soy la madre, digo!

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PAULINA: Bueno, ¡hale!, dejad que ella sea la madre, y el padre, y la bella dur­

miente del bosque, si le da la gana.

CARIDAD: Si siempre hace lo que quiere

PASCUAL: La tenemos muy mal acostumbrada. Eso es lo que pasa.

CAROLINA: Bueno, bueno, bueno. Empiezas tú, Ginés. Después, Lucio; después vas tú; luego tú, y luego tú, Paulina.

DUENDES: Nosotros haremos de actores.

CAROLINA: Muy bien, preciosos. ¡Cómo lo vamos a pasar! ¡Presten atención uste­des, los transeúntes nocturnos! ¡Foco! ¡Foco inútil! ¡Sobre Ginés! No sobre Lucio. Mal viento me trague lo inútil que eres.

GINES: No tan deprisa, Carolina; me tengo que poner los bigotes y la barba.

CAROLINA: En tanto te preparas, voy a decirles a los chicos quién fue tu abuelo. Miren ustedes, chicos, el abuelo de Ginés fue un gran aventurero. El fue el que fundó esta chocolatería; la compró con las perras que ganó matando cocodrilos en el Mississippi; dicen que mató más de ocho­cientos mil; los cogía de la cola y les daba vueltas en el aire, y venga vueltas y vueltas, hasta que los pobres bichos se ahogaban. De matar cocodrilos pasó a chocolatero, un chocolatero un tanto tacaño. Reba­jaba la leche con grandes cantidades de agua; total, que de leche dejaba una cantidad tan pequeña como esta uña.

GINES: Bueno, ya soy mi abuelo.

CAROLINA: Una noche estaba el abuelo de Ginés calentando un gran caldero de leche para hacer el chocolate que había de vender al día siguiente a sus parroquianos. Todo estaba tranquilo mientras él raspaba la libreta de chocolate y silbaba una canción.

JUSTINIANO: ¡Hum! Se está consumiendo. Habrá que poner más (Agrega agua). ¡Toma, que toma, que toma! Agüita de la fuente del Berro.

CAROLINA: Esto, como ya dije antes, lo hacia todas las noches. Pero ese día pasó algo curioso.

JUSTINIANO: (Agrega más agua al caldero). ¡Toma, que toma, que toma! Agüita mila­grosa de Lourdes. ¿Quién decía que los milagros no existen? Me voy a forrar descarado a costa de esos parroquianos bobos. El dinero es para los listos, así que los listos necesitamos muchos tontos, cuantos más, mejor. Yo todas las noches rezo a San Petronilo, patrono de los tontos, y mira que me va bien. Le tengo gran fe a ese santo, que conste. (Pausa). El caso es que algunos ponen cara rara cuando sorben de la taza, pero como no dicen nada..., pelillos a la mar. ¡Ay! Qué sinver­güenza soy. (Silba). Confieso que engañar a los demás me produce cierto placer, era lo mismo cuando mataba cocodrilos. (Pausa). ¿Qué? ¿Qué tal va eso, calderito? Voy a poner aquí unos cuantos polvos de bellota, que son muy buenos para los granos. (Canta). A dos realitos la taza, la leche de la mejor, chocolate del más puro

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les ofrece un servidor. Que lo quiere más espeso, les echo polvos de lavar; que lo quiere más ligero, sin los polvos, me da igual. Que ustedes se ponen malos, que les da intoxicación, que les sube más la fiebre, que les pega el achuchón. Que tienen que esperar cola en la consulta del doctor, que se van al otro barrio, el dinero es lo mejor. ¡Ay!, Justiniano del alma, cuando seas ricachón y te compres una finca y te compres el amor, ya no habrá ningún problema, habrás conseguido tu sueño do-ra-doooo! A costa de la salud de todos tus parroquianos. (Hace una reverencia). ¡A mandar!

UNA VOZ: (Monocorde). Justiniano, qué malo eres, puñetero. ¿Te parece bonito engañar y envenenar al prójimo?

JUSTINIANO: ¿Eh? ¿Qué ha sido eso? ¿Quién anda ahí? Debe de haber sido una alucinación de mi cabeza. He de descansar, tanto chocolate y chocolate me va a quitar el sentido. (Silencio).

VOZ: Justiniano, Justiniano, te mereces una buena paliza.

JUSTINIANO: ¿Eh? Otra vez, no puede ser. Estoy peor de lo que imaginaba. (Se mira a un espejo). Tengo la cara verde como una lechuga. Y ojeras, tengo unas ojeras que me llegan hasta la barba. ¡Ay!, San Cucufato, apiádate de mí (Reza).

VOZ: Mucho rezo y mucho rezo, ¿eh, sinvergüenza? Cuántas úlceras habrás provocado a tus parroquianos con tus potingues. Cuántas intoxicacio­nes, que los tienes envenenaditos a todos. Justo es que pagues tu culpa, así que prepárate.

JUSTINIANO: (Abalanzándose al caldero). El caldero. La voz sale del caldero. (Aparecen dos cocodrilos que empujan a Justiniano dentro del caldero. Una vez dentro sólo vemos ¡a atormentada mano de Justiniano fuera del líquido).

COCODRILOS: (Estrechan la mano de Justiniano). Encantados de haberte conocido, Justiniano. (Salen).

CAROLINA: Los dos cocodrilos que acaban de salir eran los espíritus representan­tes de todos los cocodrilos que Justiniano había matado allá en el rio

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Mississippi. Algunas veces suelen pasar estas cosas en la vida. Sólo algunas veces. Lo que no podría decir Justiniano, si es que pudiera retornar, es que no se empachó de tanto y tanto chocolate como debió de tragar. Ni tampoco que murió de hambre. Así fue esta historia, que­ridos.

GINES: La verdadera historia no fue así, Carolina.

CAROLINA: ¿Que no fue así?

GINES: No. Mira, Carolina, la vida de mi abuelo fue muy'aburrida, y cuando los demás chicos contaban aventuras intrigantes y presumían de sus abuelos, pues yo me sentía con la obligación de contar algo extraordi­nario. Así que me acordé de una historia de miedo que me había con­tado un maestro hacía ya mucho, y con un poco de imaginación me inventé los cocodrilos. Pero ni mi abuelo mató cocodrilos ni estuvo nunca en el Mississippi.

CAROLINA: Pues ¡vaya con el maestro y con tu imaginación! No pudiste inventar algo bonito, no. Tuviste que inventarte un abuelo sanguinario y dos cocodrilos criminales. Pobre de Justiniano, si levantara la cabeza.

GINES: Estábamos jugando.

CAROLINA: Sí, estábamos jugando, pero me lo creí todo. Más tonta soy yo, por creer en fantasmas.

GINES: Los fantasmas no existen, Carolina. Más tonta ha sido usted.

CAROLINA: Oye, que yo me llame tonta,, vale, pero que me lo llames tú, no te lo consiento. Tú ya has gastado tu tiempo, así que la verdad la dices otro día si te da la gana. Bien, chicos, espero que esta próxima historia os guste tanto o más que la anterior. Una vez, hace mucho tiempo, estaba yo sentada en los salones del palacio del marqués de Torreslindas, pues me había pedido en matri­monio...

LUCIO: ¡Eh! ¡Eh! ¿A dónde se ha ido? Es mi historia.

CAROLINA: ¡Ay! Sí, hijo. Tienes razón. Bien. Lucio quedó fascinado cuando sus ojos contemplaron el mar por primera vez. Se enamoró tanto y tanto de la mar, que yo diría que en sus ojos han quedado retazos de ola y algo de azul. Lucio vio saltar a los peces de un lado a otro algunas tardes que paseaba por el puertecillo. y se dio cuenta de que el conjunto de sus escamas tenían los colores del arco iris. Eran como piezas perfecta­mente talladas de piedras preciosas. Pero Lucio pronto ibà a abando­nar ese bello paisaje para volver a Madrid. Y vio muy claro que no podía traerse aquel inmenso mar entre sus brazos. Así decidió poner una pescadería. Hubo de pedir prestado, y asi. poco a poco, su sueno se hizo realidad. Todo iba bien más o menos, hasta que una mañana...

LUCIO: ¡Ay. Virgencita del Carmen! ¿qué ha sido de mi caja de sardinas? Si la dejé aquí, aquí mismito. Ha desaparecido por arte de magia. Aunque es posible que me la dejara en el Mercado Central...

CAROLINA: Y de esta manera quedó todo. Así que al día siguiente puso mucho

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cuidado en contar el pescado que había comprado en el mercado y más tarde el que le había sobrado de la venta del día.

LUCIO: Dos de gallos, una de bacaladitos, tres de boquerones, dos de sardinas, una de salmonetes y un cabracho. Este me lo llevo para la cena de esta noche. No van a quedar ni las espinas. ¡Chao!, pescaditos míos, papi se marcha.

CAROLINA: Lucio se asó el cabracho con unas gotitas de limón y lo devoró. Luego se acostó, pero debía ser que una espina le andaba dando la lata en el estómago y no podía dormir. Tomó un compuesto de sales, cogió el abrigo y salió a andar un poco. Sin darse cuenta había tomado el rumbo de la pescadería. Eran las tres y cuarto cuando llegó a esta plaza.

LUCIO: Anoche estaba escaso de hielo, voy a ver, no vaya a ser que se me eche a perder el género de mañana. (Pausa). ¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡Ay!, Virgencita mía, Patrona de los marineros. Esto es cosa de fan­tasmas.

CAROLINA: Lucio echó a correr la calle abajo como un desesperado. Pero al día siguiente, más sereno...

LUCIO: Esta noche la paso en la pescadería. He de saber qué pasa aquí. Me quedaré escondido tras esas cajas. (Pausa. Se oyen ronquidos). (Aparecen dos gatos negros. Entra la música de intriga).

GATO: ¿Nadie?

GATA: Nadie. Campo despejado.

GATO: Pues ¡hala! ¡Sal!

GATA: Al momento, hermoso. ¡Ah!, gracias a la mar serena tenemos otra cajita.

GATO: ¡Ya me rechupeteo los bigotes!

GATA: Mira, he traído un trocito de pan.

GATO: ¿Nos comemos una aquí?

GATA: Vamos juntos alas cajas.

GATO: Mitad para ti, mitad para mí.

GATA: Oye, ¿tú no olisqueas algo extraño? ¿Como una respiración?

GATO: Yo estoy comiendo.

GATA: ¡Vamonos de aquí! No estoy muy tranquila.

(Lucio levanta un palo).

GATO: Bien, vamonos, los niños nos están esperando.

GATA: Sí. Tendrán hambre. Oye, ¿tú crees que el dueño será un hombre pobre?

GATO: Qué preguntas. Y aunque no fuera rico. Hay otros que ni siquiera se pueden defender en la vida.

GATA: Como los niños a los que llevamos las sardinas.

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GATO: Como ellos y como otros que no conocemos. ¡Vamos! No les hagamos esperar.

(Salen).

CAROLINA: Lucio bajó el palo y se puso a pensar. A partir de esa noche siempre compró una caja más de sardinas, y todas las mañanas sonreía cuando encontraba el lugar de la caja de sardinas estaba vacio. (Pausa). ¡Qué Lucio! ¿Cuándo vuelves a la mar?

LUCIO: ¡Ah!, Carolina, ese es el sueño de mi vida, bien lo sabe usted. Habrá que trabajar, y duro, pero algún día... ¿Quién compra unos salmone­tes? ¡Hale, que se acaban! ¡Boquerones! ¡Boqueroncitos del Cantábrico! (Canta). Que nadie se quede sin probar estos frescos pescados de la mar.

CAROLINA: Que nadie se quede sin saber lo que con ellos se debe beber.

LUCIO: (Hablando). Usted a lo suyo, ¿no? (Canta) Jureles en escabeche, boquerones en vinagre, calamares en su tinta, besugo a la gratiné.

CAROLINA: Pescadillita a la plancha, merlucita a la cazuela, palometa en salsa verde, truchitas a la navarra.

LUCIO: Son un gusto, son un gusto

los pescados de don Lucio.

CAROLINA: Son un gusto, son un gustooo.

LUCIO: Bien ricos para comer. (Sale).

CARIDAD: A mí estas cosas me dan mucha vergüenza.

CAROLINA: Lo vas a hacer muy bien.

CARIDAD: Prefiero no salir. Pase a otra historia.

CAROLINA: Todos han salido y tú también, hija. Además, ¿tienen ellos cara de comerse a alguien? Estos son unos transeúntes pacíficos y civilizados.

CARIDAD: Ya lo sé, eso se les ve en la cara. Pero...

CAROLINA: Ni pero, ni pero. ¡Hala!, prepárate, que voy a hacer tu presentación. ¡Juguetería de Caridad! ¡Foco! (Entra luz). Caridad entró como dependienta en la tienda, hace bastantes años. Después de mucho esfuerzo y sacrificios, consiguió comprar la tienda a los antiguos dueños, un matrimonio mayor que se retiraba a descan­sar a... Australia, creo. La tienda antes era de relojes antiguos y otras cosas raras. Pero Caridad se especializó casi exclusivamente en jugue-

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tes, y ¿sabéis por qué? Porque vivió una infancia sin amor. Su vida de niña se vio alterada cuando quedó huérfana, por eso hubo de inventar un mundo de fantasía en el que halló consuelo.

CARIDAD: Me rodeé de juguetes que yo misma hacía con mis propias manos, con trapos viejos, cartones, estropajo... Así pasé mucho tiempo soñando en un mundo tierno de colores y personajes de cuento. (Los duendes, que en esta ocasión hacen de muñecos, ya están estáti­cos. Luz).

CAROLINA: Todas las noches, cuando las manillas del reloj estaban en las doce, daba cuerda a los juguetes.

CARIDAD: ¡Hola, preciosos! ¿Bailamos un poquito? A lo mejor estáis cansados; comprendo que anoche os hice dar muchas vueltas, pero estabais tan graciosos... Hubo un momento que os vi el cansancio en la cara. Ima­ginaciones mías, claro. Estabais tan graciosos... Hoy traigo otra nueva idea, os va a gustar. Y ahora, cuerda que te crió, que hoy la vais a necesitar... (Da cuerda a los muñecos, que comienzan a hacer movimientos mecá­nicos).

CARIDAD: ¡Qué lindos! ¡Pero qué lindos sois! (Pone un disco en una especie de gramola antigua. Entra la música). Tenéis que bailar al ritmo que os marque, sea cual sea. Y cuando el cambio de ritmo os pille desprevenidos, recibiréis una patada en el tra­sero. Y cuando no os pille desprevenidos, la patada me la tendríais que dar a mí, pero como sois muñecos y los muñecos no dan patadas... Ahora subo la música. ¡Atención! ¡Yuu! ¡Yuu! ¡A jajajaja! ¡Toma una patadita! ¡Yuu! ¡Yuu! ¡Otra patadita!

CAROLINA: Caridad se partía a carcajadas, como estáis viendo. Cuantos más gol­pes se dan los muñecos, más se ríe. Y hay que ver con qué gusto les patea el culo. Después, cuando la música era suave, les acariciaba.

CARIDAD: Sois lo único que tengo, mis juguetes, y por eso os quiero; tenéis que perdonar mis manías, mis excentricidades. Pero haceros mover a mi voluntad, me fascina. Y ahora bailemos antes del sueño, con la suavi­dad de esta sinfonía. (Sube la música. Baila). Qué deliciosos sois, queridos. ¡Ah! ¡Qué deliciosa sinfonía! (Pausa). Y ahora me voy, no quiero desaprovechar el suave sueño que me espera. ¡Bailad! ¡Bailad!, queridos. (Sale Caridad. Poco a poco los muñecos van cobrando movimientos propíos).

MUÑECA: ¡Mira!

MUÑECO: ¡Mira!

MUÑECA: Me muevo como quiero.

MUÑECO: Me muevo como quiero.

MUÑECA: Me he pasado de cuerda.

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MUÑECO: Me he pasado de cuerda.

MUÑECA: ¿Me he pasado de cuerda? Entonces ya no necesito que me den cuerda.

MUÑECO: No, no necesitamos que nos den cuerda. ¡Es magnífico!

MUÑECA: ¡Maravilloso! (Se acerca al muñeco). Qué guapo eres, siempre lo he

pensado, pero no podía acercarme a ti.

MUÑECO: ¡Qué hermosa eres!, siempre lo pensé, pero no podía acercarme a ti.

MUÑECA: (Oliendo), Hueles muy bien a cartón.

MUÑECO: (Oliendo). Y tú hueles muy bien a estropajo.

MUÑECA: (Acariciando). Qué suave es tu pintura.

MUÑECO: Y tus ojos de cristal, qué tiernos son, son como almendras.

MUÑECA: Quiero besarte. Acércate.

MUÑECO: Lo estoy deseando.

(Se besan J.

MUÑECA: Mira. Ponme la mano en el corazón. Mira cómo late de fuerte. ¿Tú?

MUÑECO: El mío también late Tortísimo, mira.

MUÑECA: ¡Es increíble!, lo bien que me siento.

MUÑECO: ¡Increíble lo que siento!

MUÑECA: Yo te amo.

MUÑECO: Te amo.

MUÑECA: Bailaremos hasta la madrugada. Después me iré.

MUÑECO: ¿A dónde?

MUÑECA: Abriré esa ventana y echaré a volar, como los pájaros.

MUÑECO: Seremos dos pájaros, y volaremos uno al lado del otro. Veremos los mares, los ríos, las ciudades...

MUÑECA: Viviremos. . MUÑECO: Sí, amor mío, viviremos.

(Sube la música. Fuera luz). (Entra Caridad. Luz).

CAROLINA: Al día siguiente Caridad fue a preparar el pedido que le habia hecho una dienta.

CARIDAD: ¿Quién habrá abierto la ventana? Así que está el tiempo como para refrigerios, con la helada que ha caído esta noche. ¿Y mis muñecos'? ¡Aquí quedaron! ¡Aquí habían de estar como siempre. Si la muñeca ya estaba vendida. ¿Qué le voy a decir a mi dienta? ¿Qué diré ahora?

CAROLINA: Caridad pidió mil perdones a la mujer y le hizo promesa dé construirle otra muñeca exactamente igual. De esta manera pudo conservar la confianza de su dienta, que todos los meses pasa por su tienda y com­pra algún que otro juguete mientras charlan animadamente. En

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CARIDAD:

CAROLINA:

PASCUAL:

CAROLINA:

PASCUAL:

CAROLINA:

PASCUAL:

CAROLINA:

PASCUAL:

CAROLINA:

PASCUAL:

CAROLINA:

PASCUAL:

CAROLINA:

PASCUAL:

cuanto a los muñecos, vaya usted a saber, yo no he tenido la suerte de encontrármelos nunca, pero no pierdo la esperanza de conocerlos algún día. ¡Qué, Caridad! ¿Pasaste mucho miedo?

No -;rea, eso fue al principio, los primeros momentos de estar ahí. Pero después me sumergí tanto en lo que estaba haciendo que no me he

-enterado de nada.

¿Lo ves? Si no te hubieras atrevido, ahora te sentirías muy mal. Recuerdo yo una vez, en Versalles, con el archiduque de la Patagonia Florida...

¡Carolina!

En la ópera, cuando se abrió el aterciopelado telón rojo...

¡Carolina!

Y yo aparecía con un miriñaque y una peluca palo rosa...

¡Carolina!

¡Huy, hijo! ¿A qué vienen esos gritos?

Que se pasa usted un pelín, Carolina.

¿Un pelín? No. Dije peluca palo rosa.

¡Mi historia, Carolina! Pasamos de ella o se hace.

Se hace, se hace, hijo.

Pues venga, que ya estoy preparado.

¿Preparado? ¡Foco! Sobre la tienda de Pascual hubo una leyenda que dio sus quebraderos de cabeza al pobre hombre. Las gentes del barrio creían que la tahona era un centro de reunión de brujas y duendes. Hasta las habían visto volar, decían los más impresionables. No se habló de otra cosa en el barrio durante los diez años que la tahona estuvo cerrada. Todo se debió a la desaparición de unas joyas, que por más que se buscaron nunca pudieron encontrarse. Y lo más misterioso del caso era que el cofrecillo que las guardaba estaba herméticamente cerrado y la llave que lo abría colgaba como siempre del cuello de la dueña cuando ya habían sido robadas. Los dueños decidieron irse y traspasar la tienda. Y ahí apareció Pascual, todo lleno de ilusiones. (Luz. Pascual amasa el pan. Canta).

Amasando y amasando, el tiempo pasa volando, y ya listos para el homo, los panes se irán tostando. Mis bollos son los mejores, llevan pasas, ¡levan nueces, llevan azúcar "glasé", pongo cabello de ángel y un poquito de manteca para disfrute de usted.

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Amasando y amasando... Mis bollos son los mejores; pistolitas calientes, rosquillas, pan candeal, colines y tartaletas, trenzas, suizos, roscón. Para disfrute de usted.

CAROLINA: Se esmeró tanto que pronto consiguió una nutrida clientela. Así que hubo de tomar un aprendiz, un muchacho de unos trece años, un tanto nervioso y algo torpe.

PASCUAL: Te pagaré según rindas. En este oficio no hay días libres. Ahora ponte a trabajar ligero. (Actividad. El muchacho tira una cesta de pan).

PASCUAL: ¡Inútil¡ ¿Quieres arruinarme? Mira, se han roto dos barras. ¡Te lo des­

contaré!

APRENDIZ: Lo sien-sien-siento, ssseñor.

PASCUAL: Y encima tartamudo. Lo que me faltaba. Mete eso ahí dentro, ¡zoquete!

APRENDIZ: Si se se se...

PASCUAL: Se se se... ¡Ya estás a ello!

APRENDIZ: Cococomo usususted ddddiga. PASCUAL: Y ahora me voy, he de cobrar unas facturas. A ver cómo cuidas mi

negocio. (Sale Pascual. El chico saca un puro y da grandes chupadas).

APRENDIZ: Qqque te agu agu aguante tu padre. Será peetardo. Bobo bobo bonico soy yo ppara a tra tra tragar. (Pausa. Se pone malísimo). Ca ca a ra con el pitillo este, cococomo raspa. (Sale un ratón de un agujero y se lleva algo. También se lleva una barra de pan. Entraporel mismo agujero que salió).

RATON: Filomeno, Filomeno. No sabes lo que te espera.

APRENDIZ: El pupupuro ya me ha hecho efefecto. Alucino.

RATON: Filomeno, Filomeno, fumando puros cuando no está el patrón.

APRENDIZ: Este puro es una mi mi miel. ¡Bueno eso! Voy a dar un poco el ca ca callo que si viviviene el viviviejo... (Muestra la lengua). Ya me cuesta, ya. (Tira la masa bruscamente contra el suelo y contra cualquier cosa). Paparece que estáviviva. ¡Toooma! ¡Tootoma! (Aparece pascual y la masa le va a parar a los mismísimos hocicos).

PASCUAL: ¿Eh? ¿Tirando mi masa? ¡Sinvergüenza! ¡Mal nacido! ¡Prepárate! (Emprenden una carrera). ¡Te voy a estroncar el gaznate! ¡Por sinvergüenza!

RATON: Filomeno, Filomeno. Ahora te toca correr.

CAROLINA: Cuando acabó la jornada el chico se fue a su casa molido a golpes. Ya saben que los panaderos trabajan de noche, y él tenía que volver para

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hacer el pan del día. Pascual, como de costumbre, fue a guardar el dinero que había cobrado de las facturas en su bote de latón y, ¡oh! sorpresa...

PASCUAL: ¡Maldición! Mi dinero se ha evaporado. ¡Oh!, qué desgracia. ¡Filomeno! ¡Ese ha sido Filomeno! ¡El muy ladrón! Le mandaré a la policía.

RATON: ¡Ay! Mi madre, qué pasada. La policía. Tampoco contaba con eso. Pobre Filomeno. Pero, ¿y lo que me divierto?

CAROLINA: Dicho y hecho. Pascual mandó a los policías a casa del infortunado Filomeno, que del susto perdió la tartamudez. ¡Bueno! Ahora creo que habla como un orador. Encerraron a Filomeno y Pascual no recuperó el dinero, como es natural. Pero más adelante comenzaron a faltar cosas y algunos objetos eran cambiados de sitio. (Se ve al ratón trasteando. Vuelve a entrar en su agujero).

PASCUAL: ¿A que resulta que lo de la leyenda es verdad? ¿A que resulta que las brujas vuelan y las tengo a todas metidas en mi casa? ¡Ay!, que no lo quiero ni pensar.

RATON: (Con un trapo negro cubierto). Te vamos a comer las tripas, Pascualín. ¡Ooooooh! ¡Uhhhhh!

PASCUAL: Me lo temía. ¡Las brujas! ¡Las brujas! (Sale corriendo y se esconde).

RATON: Te vamos a comer las tripas, Pascualín. ¡Oooooh! (Se carcajea). Me doblo de la risa. Bueno, voy al desván a cotillear un poco. Pero antes le birlo este saquillo de harina. (Guarda el saco en el agujero. Sale. Entra Pascual, que va directo al agujero).

PASCUAL: ¡Mis gafas! ¡Mi. harina! ¡Mi pañuelo! ¡Mi dinero! ¡Mi dinero! Aquí hay otro paquete. ¡Santo cielo! ¡Joyas! ¡Las joyas que desaparecieron! ¡Diez años llevan aquí! ¿Entonces, Filomeno?...

CAROLINA: Pascual consiguió la libertad de Filomeno y lo reincorporó al trabajo, pero esta vez en unas condiciones estupendas. Sueldo fijo, día de des­canso, vacaciones..., y nada de malos tratos, Los dueños de las joyas no aparecieron por ninguna parte, así que Pascual amplió el negocio y hasta se compró un molino. Filomeno se dedicó a dar conferencias. (Filomeno está dando una conferencia).

FILOMENO: En esta conferencia me concierne tratar la fabricación del pan, señores congresistas. La elaboración del pan ha de ser una elaboración creativa surgida del subconsciente en vigilia que altere el orden de la levadura sincrónica, diacrónica y neutrónica en potencia. ¡He dicho!

RATON: ¡Qué grande eres, Filomeno!

PASCUAL: (Aplaude). ¿Se han dado cucucu cucucuenta lo bien que habla? (Fuera luz).

CAROLINA: ¡Vaya con el ratoncito! ¿En? ¡Bueno!, en la siguiente historia no hay ratones. En la siguiente historia hay arte, mucho arte, porque Paulina fue una admirable tamborilera en la banda de su pueblo. Tuvo que luchar mucho con sus padres para conseguir venir a Madrid, pues,

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como ya sabéis, no era ni es costumbre, desgraciadamente, que las mujeres estudien, y como quería dedicarse al mundo del espectáculo, entró en la Escuela de Arte Dramático. ¡Ay, el mundo del Espectáculo! Trabajó como tonadillera, tiple, vicetiple, animadora, hizo el papel de Juana la Loca, y casi se volvió loca de verdad fregando escaleras.

Un buen día su suerte cambió. Conoció a su ex marido, qué era dueño de un restaurante. Así que dejó colgada la carrera y se dedicó a comer buenos cociditos madrileños. ¡Claro! El teatro es una profesión para los que tienen el estómago pequeño.

MARIDO: Toma, cielito, de doce huevos, como a ti te gusta; también tiene dos kilos de cebollas y cinco de patatas. ¿Quién cuida de mi nena?

PAULINA: ¡Jrrrr! ¡Jrrrr!

MARIDO: ¡Claro! Tu maridito. Te aconsejo para postre el perolo de potaje que sobró ayer... ¡Ay, pichoncita mía, como te estás poniendo! ¡Lustrosilla, lustrosilla, como a mí me gusta!

PAULINA: ¡Jrrro! ¡Jrrro!

CAROLINA: El marido se deshacía en atenciones con Paulina, lo que pasa es que siempre se trataba de las mismas atenciones.

MARIDO: ¡Cuchicuchi! ¡Culigorda! Mira lo que te traigo. (Viene con un enorme paquetón). ¡Churritosl ¡Churritos, churritos para mi reina! Y unas vitaminas para cabras, que te pongas fuerte, que si no tu palomo no te va a querer. Un día te pongo una manzana en la boca y te aso.

PAULINA: ¡Jrrro! ¡Jrrro!

CAROLINA: Pero un día Paulina se sintió muy deprimida y dejó de comer. Se abu­rría soberanamente.

MARIDO: Toma, nenita. Un poco de punto te animará. Punto al derecho, una rosquilla; punto al revés, un bombón. Punto al derecho, una rosquilla; punto al revés, un bombón, y ahora vamos a ver la tele. ÍSaca una caja de televisión vacía. Los duendes harán ¡a publicidad. Música de la publicidad).

LOCUTOR: Y para usted, señora, no deje de probar los riquísimos callos a la madrileña... "La Vaca de Oro".

LOCUTORA: ¡La "Vaca de Oro". Su marca de toda la vida. ¡Din! ¡Don!

LOCUTOR: ¡Tampoco se olvide de la empanada gallega "Aires de Galicia". (Panto­mima. Va montado a caballo. Galopando).

LOCUTORA: De repente llegaste tú con "Aires de Galicia" y me enamoraste. (Se abraza a la empanada). ¡Din! ¡Don!

LOCUTOR: ¿Ven? Todas lo dicen. ¡Todas prefieren... 'Aires de Galicia"!

MARIDO: Es emocionante. Creo que ahora va a hablar el doctor Rollo de Prima­vera y la doctora Morcilla de Burgos.

PAULINA: guita eso.

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MARIDO: Pero, querida, ahora viene lo más emocionante, el segundo capítulo de "La maté porque era mía inflándola de comida".

PAULINA: ¿Así es como quieres librarte de mí? ¡Te voy a dejar el culo como un tomate! (Se pone al marido en las rodillas y le infla a azotes).

MARIDO: ¡Cariño! ¡Has perdido la cabeza! ¡Ay! ¡Mi trasero!

PAULINA: ¡Te voy a dejar el culo lleno de golondrinos y luego te tiro a la basura!

MARIDO: ¡Pero envuélveme en plástico primero! ¡Ay!

PAULINA: ¡Ahí te quedas! ¡Me marcho! ¡Vete a cebar a la Cibeles! (Sale. Fuera luz).

CAROLINA: Paulina se puso a hacer gimnasia las veinticuatro horas del día. Hacía footing todas las mañanas y ayunó durante cuarenta y ocho días, así que se le quedó el cuerpo de sflfide gitana. Más tarde conoció a un bai­larín venezolano y con el puso esta cervecería. Claro está que Paulina no se contenta solo con dar cerveza y pepinillos en vinagre. Todos los días hace un número artístico y es una gozada. (Luz sobre Paulina).

PAULINA: ¡Querido público! ¡Esta noche, y en honor de todos ustedes y del alma de este barrio, la inigualable Carolina! Voy a cantar el cuplé del pañue-lito! ¡Con mucho gusto!

CAROLINA: ¡Gracias, Paulina! ¡Dios te lo pagará con un buen filete!

PAULINA: (Canta). Me regalaste un pañuelo de seda fina, bordao, me lo mandaste a mi casa a través de tu cuñao. Y tú no te imaginabas lo que podía querer a ese hombre tan atento que me visitaba ayer. ¡Ay!, pañuelito, pañuelo de seda fina bordao, seca sus lágrimas, fino pañuelito delicao. A él le entregué mi vida y le di mi corazón y se me fue a Buenos Aires a la primera ocasión. Cuando supe la noticia, tan contenta me quedé de que se fuera tan lejos y de no volverle a ver. ¡Ay!, pañuelito... (Todos aplauden. Los duendes han estado escenificando la canción a modo de cine mudo).

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PAULINA: ¡Gracias! ¡Ustedes se lo merecen todo! ¡Todo!

CAROLINA: ¡Con qué majestad inclinas la cabeza, Paulina, como las artistas!

PAULINA: ¡Gracias, Carolina! ¡Escuchen! ¡Escuchen todos! Cada cosa que ha sucedido aquí esta noche ha sido especial, todos han aportado su gra­nito de arena y han estado estupendos. Ustedes, como transeúntes' espectadores, habrán podido comprobarlo; por eso siguen todavía en esta plaza con nosotros y como todos ustedes y nosotros empezamos la noche juntos, propongo que también cerremos la noche con un número final.

TODOS: ¡Un número musical! Bueno, si Carolina está de acuerdo, que para eso fue la madre de los juegos.

CAROLINA: ¿Cómo no voy a estar de acuerdo, sabéis que el arte es mi debilidad. ¡Ah! Pero, eso sí, he de ser la primera que cante. ¿Dónde están mis duendes?

DUENDES: ¿Vas a venir a volar con nosotros esta noche?

CAROLINA: ¿A dónde iremos?

DUENDES: Hoy nos toca sobrevolar el casco antiguo de la ciudad.

CAROLINA: ¿Iremos a la calle Bailen?

DUENDES: Y a la del Rio.

CAROLINA: ¿Y a la del Reloj?

UN DUENDE: ¿Y a la plaza de la Cebada?

CAROLINA: ¿Y a la calle del Cordón?

OTRO DUENDE: Y a la plaza de la Villa.

CAROLINA: ¿Y a la calle de la Pasa?

UN DUENDE: Y a Malasaña.

CAROLINA: ¿A Malasaña también? Lo vamos a pasar virguero, tíos.

TODOS: Carolina, ¿empieza o no empieza?

CAROLINA: Rauda y veloz como el viento. (A los duendes). Vamos, niños.

TODOS: Fuimos, Carolina, los duendes, y don Pascual, don Lucio, doña Paulina, don Ginés y Caridad. Estuvimos encantados de poder representar unas historias tan raras que son mentira y verdad.

CAROLINA: A mí me gustaba el vino.

LUCIO: A mí me gustaba el man

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PAULINA:

CARIDAD:

GINES:

PASCUAL:

TODOS:

DUENDES:

CAROLINA:

LUCIO:

CARIDAD:

PAULINA:

CARIDAD:

PASCUAL:

CAROLINA:

COMERCIANTES:

DUENDES:

CAROLINA:

TODOS:

me gustaba dar cerveza con los muñecos jugar. Me gustaba el chocolate. A mí me gustaba el pan. Nos gusta decir verdades, a las ment i ras jugar. Nos gus ta montar en coche, a las farolas saltar, meternos por las ventanas, en los pucheros nadar. Yo soy u n a gran artista, con gran musicalidad, si alguno así no lo viera, que lo diga, me da igual; le daré dos soplamocos y lo mandaré a acostar.

Pescados del Mar del Norte,

muñecos de cartón piedra,

pepinillos en vinagre, un surtido de cerveza,

muñecos de porcelana,

pan candeal de u n a pieza. Canciones y más canciones Carolina aquí les deja, porque ha de ir a volar por toda la ciudad vieja.

Vamos a cerrar las tiendas, hay que ir a descansar, que mañana es duro día y hay mucho que trabajar.

Ustedes hagan lo mismo y sueñen con las estrellas, porque nosotros los duendes vamos a bailar con ellas. Con Carolina empezaron, con Carolina se acaban estas mágicas historias de duendecillos y trampas.

¡Adiós, t ranseúntes nocturnos! ¡Hasta pronto!

FIN MARIBEL LÁZARO

NOTA: El último verso de ia última estrofa, podrá ser cambiado por "Que el comercio presentaba". Según para que fin esté destinada esta pieza teatral en un momento u otro. Ej. si se dirige o enfoca el comercio, únicamente.

Madrid. 15-3-83. Doce en punto de la noche.

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