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TRASTORNOS ADICTIVOSDROGAS
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CINE Y DROGAS
Es la primera vez que nos acercamos directamente al
fenómeno de las drogas, en nuestras páginas, desde la
Historias del
Kronen, basada en la novela homónima de Ángel Mañas,
la cual fue recibida en su día como una radiografía de una
generación de jóvenes urbanos, criados en la cultura au-
diovisual, que entre otras características singulares tenían,
y tienen, la del consumo de drogas. El estudio se centra
en analizar la puesta en escena: la simbología y la estética
de las drogas; la manera en la que el director plasma el
través del uso simbólico de los escenarios, la utilización
de la música y de otros medios de expresión (vídeo, cine):
la selección de planos, el montaje, reforzado por el juego
de contrastes, va más allá de escenarios y niveles.
PALABRAS CLAVE: Consumo de drogas, cultura audiovisual, simbología de las drogas, estética de las drogas.
PEDRO SANGRO COLÓN Y MIGUEL ÁNGEL HUERTA FLORIANO
Ética y estética del consumo de drogas en Historias del Kronen
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PROYECTO
Una característica recurrente del
comportamiento de la “generación
X/Kronen”, plasmada en la obra de Mañas
es la “normalización” del consumo de drogas
para todos aquéllos que, “colocados”, se
sienten pertenecientes al mentado grupo
sociológico.
La “generación Kronen” y las drogas
Cuando, siendo todavía un desconocido escritor, José
-
ta del premio Nadal por su novela Historias del Kronen
(1994), mientras algunos reputados críticos tildaron su
obra de “novela cutre” o “realismo sucio”, otros reconoci-
dos literatos (como Francisco Umbral o Manuel Vázquez
Montalbán) elogiaron sin reparos su debut literario, consi-
derándolo una cruda y descarnada fotografía de una parte
de la juventud nacida con el arranque de la década de los
setenta. Tal y como siempre ha defendido el propio autor:
el de la gente de mi edad. 1
En síntesis, Historias del Kronen narra la vida de una pan-
dilla de jóvenes estudiantes criados en la cultura audiovi-
sual que, fascinados por las historias de psicópatas que
consumen de forma reverencial, se desgastan en una es-
piral de salidas nocturnas, excesos de drogas, frenesíes
sexuales y juegos de riesgo, mientras ven pasar su vacua
vida a lo largo de un verano madrileño en los albores de
los años noventa.
-
ricana contemporánea (cuyo tótem bien podría ser Charles
Bukowski), se inspira sobre todo en una promiscua cultura
de culto como La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, Tobe Hooper, 1974), La naranja mecánica (A Clockwork Orange, Stanley Kubrick, 1971) o Henry, re-trato de un asesino (Henry: Portrait of a Serial Killer, John
punk
que representaron grupos como Los Ramones o la Velvet
Underground. Pero sobre todo se hace muy patente el dé-
bito literario que se establece con el universo del escritor
americano Bret Easton Ellis, y en concreto, las explícitas
referencias a American Psycho (1991), cuyo protagonista,
Patrick Bateman, se convertirá en un modelo de fascina-
ción para Carlos, el también narrador y protagonista de
Historias del Kronen.
La obra de Mañas, aceptada como una radiografía social
emergente, llega a acuñar el término “generación Kronen”
para referirse a la camada a la que pertenecen sus perso-
najes, considerando tal denominación como algo parejo y
equiparable a la conocida como “generación X”. Sacando
canadiense Douglas Coupland en 1991, la “generación
pirámide de población joven de aquellos que vivieron sus
años de adolescencia en la década de los ochenta. Así,
el término suele asociarse a movimientos culturales como
el que abandera la música punk-rock y el grunge (con es-
tandartes como los grupos R.E.M. o Nirvana), o bien a
actitudes de desencanto y nihilismo relacionadas con el
descreimiento de valores tradicionales (especialmente los
de la familia) y la fascinación por la cultura popular des-
prendida por los medios de comunicación de masas.
Pero sobre todo, y ahí es donde centraremos nuestra
atención a partir de ahora, una característica recurrente
del comportamiento de la “generación X/Kronen”, plas-
mada en la obra de Mañas es la “normalización” del con-
sumo de drogas para todos aquéllos que, “colocados”, se
sienten pertenecientes al mentado grupo sociológico.
Historias del KronenNo ha de extrañar que el lanzamiento de la adaptación
homónima que Montxo Armendáriz2 hizo de la novela
de Mañas –quien, además, colaboró en la escritura del
1 Declaraciones de José Ángel Mañas recogidas en: Moix, Llàtzer (1994, Enero 8). “Veinteañeros, audiovisuales y psicópatas”. La Vanguardia, p.23.
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PROYECTO
propuso una completa concepción
desarrollados en la cinta, especialmente los
que tienen que ver con el consumo desmedido
de sustancias tóxicas.
guión– Historias del Kronen (1995), superara con mucho la
proyección de los ecos ya despertados por la publicación
del libro. La imagen que, con las diferencias pertinentes,
se proyectaba de la juventud española era desde luego
incómoda por el vacío existencial en el que ésta parecía
instalada. Por ello, de forma elocuente, la mirada cinema-
-
en la cinta, especialmente los que tienen que ver con el
consumo desmedido de sustancias tóxicas.
historia alguna (de hecho, empieza y acaba en dos mo-
muchos casos inconscientes o reprimidos) actúan como
catalizadores de la conducta excesiva de sus personajes.
En el caso de Carlos (su protagonista), el primero de los
-
tipo de pasiones que siente en el plano emocional, lejos
de pretender consolidar una relación, Carlos toma a las
mujeres únicamente como juguetes sexuales, incapacita-
do para experimentar el amor. Esta falta de sentimientos
generará al personaje, ante todo, una confusión en lo re-
ferente a sus opciones sexuales que, disparada debido al
consumo de drogas, le llevará, por ejemplo, a experimen-
tar ser objeto de una felación practicada por un travestí
en la casa de campo, masturbar a su amigo Roberto a
sabiendas de su reprimida condición de gay, o manosear
a su propia hermana tras confesarle que, desde la adoles-
cencia, le excita sexualmente. Pero todas estas experien-
cias, lejos de proporcionarle respuestas sobre los placeres
de la vida, le sumirán en un caos identitario que refuerza
su escéptica posición existencial.
De la misma forma, la falta de motivación y la ausencia de
-
po siempre desde una posición de inmediatez en la que
la experiencia del pasado o la expectativa de futuro no
existen. En una ocasión, él mismo confesará a su amigo:
‘Mañana’ no existe, Roberto. No vuelvas a decir eso nun-ca. Ese omnipresente “ahora” somete su vida a un caos
cronológico que hace que su organismo poco a poco se
resienta. Las drogas como elemento de evasión van poco
a poco convirtiéndose en una necesidad para reestable-
cer la compostura orgánica frente a ese maratón de hora-
rios y esfuerzos físicos a los que Carlos somete a la débil
maquinaria de su cuerpo: la cocaína termina pasándole
factura provocando varias hemorragias en su tabique na-
sal, y poco a poco se va haciendo adicto al valium y otras
pastillas como muletas para dormir y despertar. El ocio y el
placer se han transformado también en rutina, y el mons-
truo que los mueve necesita alimentarse a diario.
resuelta. Por ello, para sentirse vivo buscará estimulantes
en el riesgo y el peligro. Pero una vez más, estas situa-
del protagonista (permitiéndole emular las hazañas de los
la efímera mentira que los “colocones” de droga y alcohol
le proporcionan sobre las reglas de juego del terreno de
la realidad. Así, se siente seguro al atravesar caminando
una estrecha viga situada a muchos metros de altura en
Roberto para que conduzca en dirección contraria por la
carretera mientras grita e insulta con rabia a los coches
que vienen de frente.
para la esperanza. El personaje del abuelo de Carlos (un
mentor en toda regla al borde de la muerte) conseguirá
2 Armendáriz es también responsable, entre otros, de títulos emblemáticos del cine español que abordan diferentes problemáticas sociales como Tasio (1984), 27 horas (1986), Las cartas de Alou (1990) o Silencio Roto (2001).
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PROYECTO
Los escenarios varían según el tipo de
sustancias consumidas: el tabaco y el alcohol
aparecen en cualquier lugar, mientras que el
hachís se fuma en espacios que podríamos
de que su tolerancia social es mayor.
-
tes para que el joven emprenda una leve redención moral
cuando haya de enfrentarse a la justicia por el homicidio
accidental de su amigo Pedro (un diabético al que Carlos y
Roberto obligaron a beber alcohol por diversión provocán-
dole, involuntariamente, la muerte). No se trata de un arco
de transformación heroico, pero al menos, el viaje iniciático
concesión esperanzadora del director y su coguionista.
Puesta en escena: simbología y estética de las drogas en Historias del Kronen
¿Cuáles son, nos preguntamos a continuación, las prin-
cipales apuestas estéticas que Armendáriz emplea para
la materialización audiovisual de todas estas cuestio-
nes? A nuestro juicio, se pueden agrupar en tres grandes
bloques:
El uso simbólico de los escenariosLa película arranca con varios planos generales de situa-
ción de una gran urbe –Madrid–, en una síntesis de un
día cualquiera que abarca desde su despertar hasta el
anochecer. La puesta en escena privilegia una iluminación
fría, con tonos grises en la imagen, dejando en el especta-
dor una sensación de retrato monocromático y opresivo.
La banda de ruidos se suma a la representación con los
sonidos de las bocinas de los coches, la ensordecedora
actividad de unos obreros, etcétera. El pasaje depara una
visión deshumanizada y rutinaria del entorno urbano, con
el que se establece desde el comienzo una especie de
vínculo social.
Los protagonistas, sin embargo, habitan otro universo que
comienza a dar sus pasos cuando al primero le toca des-
cansar. Se trata de un mundo nocturno en el que abunda
un tipo de iluminación contrastada de naturaleza dual por
la combinación de luces y densas sombras. Bien podría
entenderse que el contexto en el que se insertan los per-
sonajes funciona como el residuo natural que genera el
sistema a modo de compensación. Y, desde luego, se
aprecia en la actitud del creador una voluntad de relacio-
nar los dos niveles.
La estrategia de contraste se percibe, además, en mu-
chos otros momentos. Los hogares físicos de los jóvenes
nos hablan de una clase social acomodada que, en pu-
ridad, ha sido incapaz de contagiar valores éticos en la
generación de sus hijos. Así, Carlos come en más de una
ocasión junto a sus padres y su hermana en un ambiente
de silencio que tan sólo rompe el sonido de la emisión
televisiva de un programa informativo que, por cierto, da
cuenta de un ambiente social corrupto, violento y desgra-
ciado, en plena efervescencia de la “cultura del pelotazo”
de la España de primera mitad de los noventa. El núcleo
-
lación sincera que tiene como respuesta antitética el “ho-
gar” vivo y dinámico de la noche: frente a la pasividad del
primero, se da una hiperactividad bastante subrayada en
el segundo, compuesto de bares, discotecas, locales de
-
mente en el caso del automóvil, metáfora muy represen-
tativa del movimiento que los personajes asocian con la
sensación de vitalidad y con un medio que les resulta
idóneo para contravenir lo sancionado socialmente. No
por casualidad es uno de los lugares en los que suelen
esnifar cocaína, como si fuera un refugio privado que po-
see también un atractivo toque de clandestinidad. En este
aspecto, los escenarios varían según el tipo de sustancias
consumidas, con las connotaciones simbólicas y rituales
que ello implica: así, por ejemplo, el tabaco y el alcohol
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PROYECTO
El narrador aclara que el alcohol es una
realidad que forma parte de los genes
culturales de toda la comunidad.
aparecen en cualquier lugar, sea público o privado, mien-
tras que el hachís se fuma en espacios que podríamos
etcétera), dando así la impresión de que su tolerancia so-
cial es mayor.
observadores
privilegia el punto de vista de Carlos, si bien es cierto
que el estilo que emplea tiende a la contemplación ob-
jetiva de unos fenómenos que no se pretenden juzgar
de nuevo choques o posicionamientos duales sobre las
cuestiones abordadas: las escalas más abiertas suelen
corresponderse con la representación del mundo “con-
vencional” frente a los planos más cerrados que tienden
a darse en el impulsivo universo de la noche y el frenesí.
Lo que hace la cámara es aproximarse desde fuera a los
personajes y a su psicología no para que seamos uno
de ellos sino uno más entre ellos, concepción reforzada
con los numerosos travellings de acompañamiento que
saltean el metraje.
Igualmente, el montaje participa de estos principios ge-
nerales de contraste. A la combinación de imágenes más
sintética o premiosa que se da en la rutina diurna se con-
trapone una sintáctica mucho más analítica y vibrante en
que los personajes devoran sin control. Por si fuera poco,
el montaje también cumple una función ideológica más
que interesante para la cuestión que nos ocupa, sobre
todo en la aludida diferencia entre las drogas legales y las
ilegales. Hay un pasaje muy ilustrativo en la secuencia en
la que, primero, se ve a los padres de Carlos brindando
con vino junto a sus hijos en un restaurante donde cele-
bran su aniversario de bodas para, por corte y haciendo
una elipsis temporal, pasar a un primer plano de la cerveza
que cae del grifo de un barril en el Kronen. De esta forma,
el narrador aclara que el alcohol es una realidad que forma
parte de los genes culturales de toda la comunidad.
Metalenguaje en la representaciónNinguno de los temas principales de la obra, incluido el
de las drogas, puede leerse completamente sin tomar en
consideración el discurso que se propone sobre el poder
de la representación a través de diferentes canales. En
Historias del Kronen se da un subrayado protagonismo
-
bre todo del rock más duro– que explicitan la postura vital
de los personajes con temas como No hay sitio para ti o
Cargado de alcohol que interpreta el grupo al que perte-
necen algunos de los miembros de la pandilla. Además, el
cine es consumido por Carlos y Roberto como un diver-
timento que alimenta el atractivo de los excesos –vistos,
el punto de convertir la violentísima Henry, retrato de un asesino en su obra de culto.
-
ruedan su propia snuff movie al acabar con la vida del
amigo diabético. La cámara doméstica de vídeo atrapa
la verdad del pasaje, lo que les obliga, poco después, a
verse a ellos mismos desde fuera. Los rostros de Carlos y
Roberto muestran en ese instante unos gestos bien dis-
tintos a los que les contagiaba la película de McNaughton
en el refugio confortable del salón de su casa. Por primera
vez, y gracias a la fuerza de la imagen, descubren que la
vida al límite que llevan sí tiene consecuencias reales y que
su arriesgado juego pertenece al orden de lo real.