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Ciro Alegría De Wikipedia, la enciclopedia libre Saltar a: navegación , búsqueda Ciro Alegría Detalle de la portada del libro autobiográfico póstumo Mucha suerte con harto palo (Losada , Buenos Aires , 1976 ). Nacimiento 4 de noviembre de 1909 Perú , Hacienda Quilca, Distrito de Sartimbamba , Provincia de Sánchez Carrión , 1 Departamento de La Libertad Defunción 17 de febrero de 1967 (57 años) Perú , Chaclacayo , Lima Ocupación Escritor, educador, periodista Nacionalidad Peruana Período Contemporáneo Género Novela , cuento , poesía

Ciro Alegría

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Ciro AlegríaDe Wikipedia, la enciclopedia libreSaltar a: navegación, búsqueda

Ciro Alegría

Detalle de la portada del libro autobiográfico póstumo Mucha suerte con harto palo

(Losada, Buenos Aires, 1976).

Nacimiento 4 de noviembre de 1909

Perú, Hacienda Quilca, Distrito

de Sartimbamba, Provincia de

Sánchez Carrión,1 Departamento de

La Libertad

Defunción 17 de febrero de 1967 (57 años)

Perú, Chaclacayo, Lima

Ocupación Escritor, educador, periodista

Nacionalidad Peruana

Período Contemporáneo

Género Novela, cuento, poesía

Movimientos Indigenismo

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Ciro Alegría Bazán, más conocido como Ciro Alegría (n. Sartimbamba, departamento de La Libertad, 4 de noviembre de 1909 2 - m. Chaclacayo, 17 de febrero de 1967) fue un escritor, político y periodista peruano. Es uno de los máximos representantes de la narrativa indigenista, marcada por la creciente conciencia sobre el problema de la opresión indígena y por el afán de dar a conocer esta situación, cuyas obras representativas son las llamadas “novelas de la tierra”. En ese sentido es autor de las siguientes novelas: La serpiente de oro (1935), Los perros hambrientos (1939) y El mundo es ancho y ajeno (1941), siendo esta última su obra cumbre y la novela capital de la literatura hispanoamericana, que ha tenido innumerables ediciones y traducciones a muchos idiomas.

Al margen de sus méritos literarios, se le recuerda por su calidad humana y su bonhomía,3 salpicada de un humor muy peculiar. Hijo de hacendados ricos y blancos, él se consideraba un cholo serrano, ya que nació en la sierra y convivió durante sus primeros años con indios y cholos, peones y empleados de los inmensos latifundios pertenecientes a su familia. De ese recuerdo de su infancia y de los relatos que oyó entonces nacieron sus grandes novelas indigenistas. De sus padres recibió una educación liberal, que contrastaba con aquel ambiente en que creció. Ciro Alegría es uno de los representantes más destacados del Grupo Norte que surgiera en la primera mitad del siglo XX en la ciudad de Trujillo.

Índice

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1 Microbiografía 2 Biografía ampliada

o 2.1 Nacimiento e infancia o 2.2 Adolescencia o 2.3 Estudiante universitario o 2.4 Militante aprista o 2.5 Destierro en Chile y sus primeras novelas o 2.6 El mundo es ancho y ajeno, su gran novela o 2.7 Estancia en los Estados Unidos y Puerto Rico o 2.8 Estancia en Cuba o 2.9 Retorno al Perú e incursión en la política o 2.10 Fallecimiento

3 Descendencia 4 Contexto literario 5 Obras 6 Véase también 7 Referencias 8 Bibliografía 9 Enlaces externos

Microbiografía[editar · editar código]

Ciro Alegría nació en la hacienda Quilca, cerca de Huamachuco, en el año de 1908, aunque fue inscrito recién en 1909, por lo que el escritor usó este año en la fecha oficial

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de su nacimiento. Realizó sus estudios primarios y secundarios en el Colegio Nacional San Juan de Trujillo, donde tuvo como profesor al entonces joven poeta César Vallejo. En 1927 fundó la Tribuna Sanjuanista, periódico escolar que dirigió; integró el Grupo Norte, ya en su fase final; y en 1930 tuvo activa participación en la formación de la célula aprista de Trujillo, junto con Antenor Orrego.

Por su actividad proselitista, fue perseguido y torturado y, luego de la debelada revolución aprista de 1932, fue encarcelado, pero liberado al año siguiente, en 1933, por una ley de amnistía. En esta época empezó a publicar algunos relatos, pero en 1934 fue deportado a Chile. En 1935, su novela La serpiente de oro ganó el concurso de la editorial Nascimento de Chile, y en 1939 obtuvo, con su novela Los perros hambrientos, el segundo premio de novela de la editorial Zigzag, también de Chile. Dos años después, en 1941, con su gran novela indigenista, El mundo es ancho y ajeno, ganó el primer premio convocado a nivel continental por la editorial estadounidense Farrar & Rinehart.

Después de recibir este premio se estableció en Estados Unidos, primero, y luego en Cuba y Puerto Rico. Se dedicó al periodismo, la traducción y la enseñanza universitaria, así como a la literatura, aunque no publicó nada por estos años. En 1960 retornó al Perú, donde a sus actividades usuales sumó la carrera política: se afilió al partido Acción Popular en 1963 y llegó a ser elegido diputado ante el Congreso de la República. En 1963 publicó su última obra: Duelo de caballeros (libro de cuentos). Falleció en 1967, en la localidad de Chosica. Dejó varias novelas inconclusas así como varios relatos inéditos, que fueron publicados por su viuda, Dora Varona, quien se convirtió en una gran estudiosa de su vida y obra literaria.

Biografía ampliada[editar · editar código]

Nacimiento e infancia[editar · editar código]

Ciro Alegría nació en el caserío de Quilca, uno de los 7 "pungos" (casas de administración y gestión), en que se dividía Marcabal Grande, la extensísima hacienda de su familia (más de 75.000 hectáreas), en la sierra del departamento de La Libertad, cerca de la ciudad de Huamachuco.

Su padre, José Eliseo Alegría Lynch, natural de Huamachuco, fue un joven intelectual, lector del anarquista peruano Manuel González Prada, que desafió la autoridad del abuelo del novelista, Don Teodoro Alegría, casándose con la hija del capataz de la hacienda (María Herminia Bazán Lynch), e intentando una pequeña reforma agraria entre los campesinos de Marcabal Grande. Don Teodoro, que había dejado a José Eliseo al frente de la Hacienda y vivía en Lima como Diputado, regresó a sus tierras y deportó a su hijo a Quilca, un modesto caserío en las estribaciones de la Cordillera de los Andes, y ahí nació y vivió su primera infancia Ciro Alegría, rodeado de indios, hasta la edad de cinco años, cuando se trasladó con sus padres a Marcabal Grande.

Algún tiempo después, el abuelo recordó que su nieto tenía que escolarizarse y lo separó de sus padres para enviarlo a Trujillo (capital del departamento de La Libertad, en la costa), donde se matriculó en el primer año de primaria en el Colegio San Juan, siendo su primer maestro, el que le enseñó a leer y escribir, el poeta peruano César Vallejo 4

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(1917). Durante esos años escolares vivió en casa de su abuela paterna Elena Lynch Calderón de la Barca de Alegría.5

En 1920 enfermó de paludismo y volvió a la sierra, prosiguiendo su educación primaria en el Instituto Moderno de Cajabamba. Vivió entonces en casa de su tío Gerardo Falcón, de dicha ciudad. En 1923 permaneció en la hacienda Marcabal Grande, donde se dedicó a las tareas agrícolas, a la cabeza de los peones. Aprendió entonces mucho de las costumbres y maneras de vivir de los indios.

Adolescencia[editar · editar código]

En 1924 su padre lo envió de nuevo a Trujillo, para cursar la secundaria en el Colegio San Juan. Por entonces definió su vocación y escribió, alentado por su familia, sus primeros relatos y poemas. En especial su madre fue la que tuvo mucha influencia en su vocación literaria, pues a ella solía leerle sus primeras producciones, tomando muy en cuenta sus cariñosos y atinados comentarios.

Las vacaciones de 1925 las pasó en la Hacienda Galindo, en las cercanías de Trujillo, en casa de su tío Constante Bazán Lynch. Tuvo entonces la oportunidad de ver como era la vida en una hacienda de caña de azúcar.

En 1926 falleció su madre, víctima de una penosa enfermedad. A mediados de ese año se escapó a Lima con un compañero de colegio apellidado Rojas, quien había inventado un acumulador y planeaba aprovecharlo comercialmente. Pero el amigo no logró su propósito y volvió a Trujillo mientras Ciro decidió permanecer en Lima, intentando publicar un artículo y varios cuentos. Pero igual que su amigo fracasó, no consiguiendo trabajo; sin dinero, tuvo que dormir a la intemperie, en las bancas del zoológico. Un tío suyo lo encontró y lo convenció de retornar a Trujillo. Ciro volvió entonces y reingresó al colegio para continuar cursando el tercer año de secundaria, logrando aprobar los exámenes finales, pese al tiempo perdido.

En 1927, cursando el cuarto año de secundaria, fue nombrado director de un pequeño periódico del Colegio, llamado Tribuna sanjuanista. La publicación llamó la atención de Antenor Orrego, entonces director del diario El Norte de Trujillo, quien convocó a Ciro para que trabajara con él como periodista, durante el período vacacional escolar de enero a marzo de 1928. Ciro trabajó como reportero policial, anotándose algunos éxitos, y publicando por primera vez sus versos, de tendencia vanguardista.

En 1928 siguió sus estudios, ya en el último año de la secundaria, aunque continuó trabajando en El Norte, después de clases, en trabajos especiales y que no le demandaban demasiado tiempo.

Estudiante universitario[editar · editar código]

En 1929 estuvo trabajando en una compañía de construcción, que hizo una carretera y el puente llamado Virú. Luego volvió a la redacción de El Norte. Ese mismo año enfermó de malaria.

En 1930, tras discutir con Orrego, abandonó El Norte e ingresó a la redacción de otro diario trujillano, La Industria. También ese mismo año ingresó a la Facultad de Letras

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de la Universidad Nacional de Trujillo. A fines del año participó junto con otros estudiantes en un movimiento de intento de reforma universitaria. El movimiento fracasó y junto con otros dirigentes fue expulsado de la Universidad.

Militante aprista[editar · editar código]

A comienzos de 1931 se afilió al Partido Aprista, formando parte del Comité Ejecutivo del Primer Sector del Norte, con sede en Trujillo. Durante todo ese año estuvo dedicado a labores de propaganda política que luego pasaron a ser de oposición al naciente gobierno de Luis Sánchez Cerro.

En diciembre de 1931 fue apresado y estuvo en la cárcel de Trujillo hasta el 7 de julio de 1932, fecha que la revolución ocurrida en esa ciudad lo liberó. Tomó parte en la revuelta, que fue bárbaramente reprimida por las fuerzas del orden. Huyó rumbo al norte y tras varios meses de burlar a la policía, al fin fue capturado en la provincia de Celendín.

Fue trasladado a Trujillo, donde el tribunal encargado de juzgar a los rebeldes ya lo había sentenciado a diez años de prisión, en ausencia. Fue torturado y luego enviado a Lima donde fue recluido en la Penitenciaría. Allí recibió la visita de Rosalía Amézquita Alegría, su tía en segundo grado. Entre ellos se inició un romance que perduró durante su carcelería y continuó cuando el nuevo régimen del general Óscar R. Benavides dio una ley de amnistía para los presos sin proceso y los que todavía seguían enjuiciados. Como ya había sido sentenciado, aparentemente no le beneficiaba la amnistía, pero un jurista descubrió un decreto que consideraba ilegales las condenas en ausencia. En tal caso Ciro quedaba como enjuiciado y le correspondía entonces la amnistía. Salió en libertad en octubre de 1933.

Enseguida ingresó a la redacción del diario aprista La Tribuna de Lima, donde hizo varias crónicas, reportajes y ocasionalmente la sección "Barricada”. Tras intervenir en el llamado “complot de El Agustino” (intentona revolucionaria aprista en Lima), en diciembre de 1934 fue desterrado a Chile.

Destierro en Chile y sus primeras novelas[editar · editar código]

Arribó a Santiago el mismo día en que era asesinado su compatriota, el poeta José Santos Chocano.

En 1935 se casó con Rosalía Amézquita quien había viajado a Chile por él. Transformó su cuento “El Marañón” en la que sería su primera novela: La serpiente de oro, con la cual ganó en Chile el concurso literario convocado por la Editorial Nascimento. Al año siguiente fue elegido miembro del directorio de la Sociedad de Escritores de Chile y comenzó a trabajar en la Editorial Ercilla, como corrector de originales. Asimismo tradujo obras de Stefan Zweig e Ilya Ehrenburg, para la Editorial Zig-Zag.

A fines de 1936, como consecuencia de la dura vida de prisión y persecución política, enfermó de tuberculosis pulmonar. Se recluyó en el sanatorio de San José de Maipo y allí estuvo dos años. Poco antes de darle de alta le aplicaron un neumotórax. Una burbuja de aire le produjo entonces una embolia cerebral, lo que a la vez le causó una parálisis temporal de la mitad de su cuerpo, lo que le anuló momentáneamente la

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capacidad de escribir. Durante su recuperación y a manera de terapia, compuso su novela Los perros hambrientos, tarea que le demandó un mes de labor. Presentó la obra al concurso convocado por la Editorial Zig-Zag. De las 62 obras presentadas, la suya obtuvo el segundo puesto, siendo el fallo del jurado muy discutido. La novela se publicó en agosto de 1939. En 1938 había nacido Ciro Guillermo, su primer hijo.

El mundo es ancho y ajeno, su gran novela[editar · editar código]

Luego, con el apoyo económico de un grupo anónimo de intelectuales, pudo dedicarse a componer su novela más extensa, El mundo es ancho y ajeno, terminada en octubre de 1940, año en el que había nacido Alonso, su segundo hijo. Con esta novela ganó en 1941 el Concurso Latinoamericano de Novela, convocado desde Estados Unidos por la prestigiosa Editorial Farrar & Rinehart y auspiciado por la Unión Panamericana de Washington. Fue invitado a Nueva York adonde viajó para recibir el premio, quedando en Lima Rosalía Amézquita y los dos pequeños hijos de ambos. El premio le fue entregado en un banquete que se le ofreció en el Hotel Waldorf Astoria, el Día de las Américas, el 14 de abril de ese año. Dicha obra se ha convertido en un clásico de la literatura peruana e hispanoamericana en general.

El 19 de abril de 1941, en compañía del ensayista venezolano Mariano Picón Salas, Alegría viajó a Puerto Rico y participó en la Conferencia Interamericana de Escritores. Concurrió posteriormente al Congreso de Escritores Americanos de Washington, donde conoció al escritor norteamericano Waldo Frank, con quien mantuvo desde entonces una gran amistad. En octubre de 1941 apareció la traducción al inglés de El mundo es ancho y ajeno (Broad and allien is the world) y su libro fue ubicado por la prensa en el cuarto lugar de ventas.

Estancia en los Estados Unidos y Puerto Rico[editar · editar código]

Después del ataque a Pearl Harbor y al impedírsele volver a Chile por motivo de la guerra, trabajó unos meses en la revista Selecciones del Reader's Digest (1942). Ocupó además un puesto en la sección de prensa de la oficina encargada de la propaganda de guerra de los Estados Unidos en América Latina, con sede en Washington. En 1943 fue trasladado a la sede de la oficina en Nueva York, trabajando en la sección de Radio, y eventualmente, en la de Prensa.

Durante 1945 se dedicó a trabajar como traductor en la compañía cinematográfica Metro-Goldwyn-Mayer. Se divorció por mutuo acuerdo de Rosalía Amézquita, quien había permanecido con sus hijos en el Perú. Asimismo fue llamado por don Federico de Onís para dictar un curso sobre la novela hispanoamericana en la Universidad de Columbia. Su amiga Gabriela Mistral lo invitó desde San Francisco (1946) y esta visita le sirvió para su libro póstumo Gabriela Mistral íntima. Pertenece a esta época su breve matrimonio con la puertorriqueña Ligia Marchand.

En 1948 le recrudeció una vieja dolencia al hígado contraída en la Penitenciaría de Lima. Fue operado con éxito de la vesícula. Ese mismo año se separó pública e irrevocablemente del partido aprista, explicando su actitud en declaraciones y artículos publicados en El Diario de Nueva York. Aparte de este diario, colaboró también en La Prensa de la misma ciudad y en revistas en inglés como Red-Book, Encore, Free Woorld, The Nation y otras más.

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En 1949 fue contratado por la universidad de Puerto Rico, donde dictó durante cuatro años cursos sobre Literatura Hispanoamericana y Técnica de la Novela, en el Departamento de Estudios Hispánicos, y un curso sobre Problemas Contemporáneos en la Facultad de Pedagogía. En esos años colaboró también en el diario El Mundo de San Juan de Puerto Rico y la revista Asonante.

En 1950 presentó al Congreso de Literatura Ibero-americana celebrado en Albuquerque, Nuevo México, un trabajo sobre “El Personaje de la Novela Hispanoamericana”. Se publicó en las Memorias de dicho Congreso.

Estancia en Cuba[editar · editar código]

En 1953 fue invitado al Congreso de Escritores Martianos en La Habana, donde se reunió más de un centenar de escritores de Europa y América. Fue nombrado vicepresidente de la Comisión II de dicho Congreso, dedicada a examinar los temas literarios y artísticos. Renunció a su cátedra de la Universidad de Puerto Rico y se estableció en Cuba, dedicándose intensamente a su trabajo como escritor y periodista. Trabajaba entonces en cuatro proyectos de novela. Desde Cuba colaboró también con la revista Letras Peruanas.

En 1956 fue invitado por la Universidad de Oriente (Santiago de Cuba) a dictar un curso sobre la novela y su técnica. Además, aceptó escribir la historia de la Casa Bacardi, productores del famoso ron del mismo nombre. La tituló Cien años de vida productiva.

También en 1956 conoció a la poetisa cubana Dora Varona Gil, con quien contrajo matrimonio el 25 de mayo de 1957. Con ella viajó por Estados Unidos, México, Puerto Rico, Santo Domingo y Jamaica.

Retorno al Perú e incursión en la política[editar · editar código]

En ese año de 1957 fue invitado al Festival del Libro Peruano, organizado por los editores Juan Mejía Baca, P. L. Villanueva y Manuel Scorza. Tras una larga ausencia de 23 años arribó al Perú el 4 de diciembre de 1957. Este retorno se había truncado en múltiples ocasiones a causa de la concatenación de dictaduras y gobiernos políticamente enemigos que le negaron su derecho a volver a su patria. Fue objeto de un recibimiento multitudinario y su obra alcanzó gran difusión con el Festival del Libro Peruano, al que asistieron escritores amigos como Jorge Icaza y Enrique López Albújar.

Con su esposa Dora Varona viajó por el Perú dando conferencias en Universidades y centros culturales. Fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Trujillo. Luego volvió a Cuba con la idea de regresar pronto al Perú. Desde febrero de 1958 colaboró asiduamente en el diario El Comercio de Lima. En diciembre de 1958 nació su hija Cecilia. Pero al agravarse la situación política de la isla con motivo de la revolución cubana, decidió retornar al Perú con su familia.

El 12 de enero de 1960 arribó una vez más a Lima. En abril de ese año enfermó gravemente de úlcera duodenal y al mes siguiente fue operado, aprovechando su convalecencia para escribir varios cuentos y leyendas.

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El 23 de abril de 1960 la Academia Peruana de la Lengua –dirigida por Víctor Andrés Belaunde– lo eligió por unanimidad como miembro de número. En octubre asistió al Tercer Festival del Libro de América, en Buenos Aires. Viajó a Montevideo y colaboró con el afamado diario argentino La Nación. En 1961 dejó de colaborar para El Comercio y empezó a escribir para el diario Expreso, y para la revista Caretas de Lima.

Se afilió al partido Acción Popular, liderado por el arquitecto Fernando Belaúnde Terry. Después de fracasar en las elecciones de 1962 como candidato a una senaduría por La Libertad, en las elecciones de 1963 ganó una diputación por Lima. En setiembre del mismo año se publicó su libro de relatos Duelo de caballeros, en la editorial Populibros, obra que tuvo gran acogida.

Fue invitado al Segundo Encuentro Internacional de Escritores, celebrado en Berlín en 1964 y al que asistieron –entre otros– Jorge Luis Borges y Julio Ramón Ribeyro. Por invitación del Parlamento francés, viajó a Francia y después a Italia, país este por el que quedó fascinado. Estando allí recibió una invitación especial de la Universidad de Yale y viajó a Nueva York, donde dictó varias charlas y conferencias. De retorno al Perú, pasó por Brasil.

Ya en el Perú se mudó a Chaclacayo, en busca de mejor clima, y asistió al Primer Encuentro de Narradores Peruanos, convocado por la Casa de la Cultura de Arequipa, que dirigía el crítico Antonio Cornejo Polar. El 28 de mayo de 1966 fue elegido presidente de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas (ANEA), venciendo a Luis Alberto Sánchez, por entonces rector de la Universidad de San Marcos.

Fumador empedernido, Alegría –quien se consideraba miembro de la “generación del 30”– frecuentó a artistas de diversas generaciones. Fue asiduo concurrente a las tertulias que organizaba el librero Juan Mejía Baca, alternando con Martín Adán, Arturo Hernández y Francisco Izquierdo Ríos.

Fallecimiento[editar · editar código]

Ciro Alegría falleció el 17 de febrero de 1967, a la 1 y 30 de la mañana, a causa de un infarto cardíaco, tras una agonía dolorosa. Su muerte fue sorpresiva, cuando aparentemente gozaba de buena salud y recién cumplidos los 58 años de edad. El Presidente Belaunde, como homenaje póstumo, decretó que le fueran tributados honores de Ministro de Estado. Fue también condecorado con las Palmas Magisteriales en su grado más alto: el de Amauta.

Actualmente llevan su nombre diversas entidades culturales y educativas peruanas, una calle de Miraflores y un pueblo de la Amazonía peruana.

Descendencia[editar · editar código]

En su exilio en Santiago de Chile, Ciro Alegría se desposó con su tía segunda, Rosalía Amézquita Alegría, con la que tuvo dos hijos, Ciro y Alonso. Se divorció de Rosalía por mutuo acuerdo, desde Nueva York, en 1945. El segundo hijo de este matrimonio, Alonso Alegría, ha llegado a ser un considerado dramaturgo peruano.

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Luego Ciro se casó con una portorriqueña, con la que no tendría hijos, Ligia Marchand. Por último, desposó en terceras nupcias con la poetisa peruano-cubana Dora Varona (que llegó a ser la gran recopiladora y estudiosa de su obra) con la que tuvo cuatro hijos: Cecilia, Ciro, Gonzalo y Diego; éste último nació póstumamente, cinco meses después de la muerte de padre, y falleció a la edad de 14 años, durante un accidente ocurrido durante una excursión escolar.

Gonzalo Alegría Varona, economista y sociólogo, residente por varios años en España e Inglaterra, es fundador y presidente de la Fundación bMundi, dedicada a la investigación y al desarrollo de la Nueva Economía; en el año 2005 retornó al Perú y en el 2010 lanzó su candidatura a la alcaldía de Lima por el partido Acción Popular, el mismo donde militara su padre.

Contexto literario[editar · editar código]

Ciro Alegría es, junto a José María Arguedas, el escritor más importante de la corriente indigenista en el Perú. Aunque hay que deslindar que Ciro pertenece al indigenismo primigenio, de los años 1930, mientras que Arguedas representa el llamado neo-indigenismo. Coincidentemente, en el año 1941, cuando Alegría publicaba su última gran novela, Arguedas daba a la luz su primera novela, Yawar Fiesta. Ambos autores sintieron una estimación recíproca y se defendieron de inútiles competencias que algunos quisieron establecer entre ellos. Alegría narra la vida de los indígenas del norte del Perú, diferentes a los indios del sur que reflejan las novelas de Arguedas. El indio del norte es más aculturado y mestizado, y desconoce por lo general el quechua, pero, obviamente, no por ello es menos representativo del Perú.

El trabajo literario de Ciro Alegría trascendió muy tempranamente las fronteras, puesto que escribió febrilmente desde el exilio en varios países. En Chile escribió y publicó sus dos primeras novelas, La serpiente de oro y Los perros hambrientos, así como su obra cumbre, que ganó el Concurso Latinoamericano de Novela convocado por la Editorial Farrar and Rinehart de Nueva York: El mundo es ancho y ajeno, novela de la cual Mario Vargas Llosa ha afirmado que constituye "el punto de partida de la literatura narrativa moderna peruana y su autor nuestro primer novelista clásico".6 Dicha novela fue traducida a 14 idiomas.

El mundo es ancho y ajeno refleja las bases de un Perú moderno, mestizo, y rico en regiones, culturas y costumbres diversas. Sus personajes abandonan su comunidad andina (Rumi) obligados por el injusto expolio que de sus tierras realiza un cruel hacendado (Don Álvaro Amenábar) y se desplazan por todo el Perú, intentando ganarse la vida. La historia cuenta con dos personajes centrales o héroes: Rosendo Maqui, que representa al indio sabio, mayor y tradicional, y Benito Castro, el cholo joven que vuelve a su comunidad cuando muere Rosendo con el fin de defender el derecho de sus gentes a vivir en sus tierras.

En general, todas las novelas de Alegría defienden la integración de todos los peruanos en la sociedad, y denuncian las miserias y la injusticia social sufrida por los más humildes, especialmente, por los indios. Sus obras poseen un tono épico, en donde destacan especialmente la naturaleza y las tradiciones culturales peruanas, conjuntamente con la lucha de sus gentes por su subsistencia. En ellas la narración se

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desarrolla hilvanando hábilmente las historias de varios personajes de la misma comunidad en torno a un núcleo central.

Luego de sus tres grandiosas novelas indigenistas, en sus 27 años de vida restante Alegría solo publicó un libro de cuentos, que la crítica ha considerado muy inferior en comparación con su obra precedente: Duelo de caballeros. Estuvo también trabajando en cuatro proyectos de novelas: Siempre hay caminos, Lázaro, El dilema de Krause y El hombre que era amigo de la noche. De ellas solo concluyó la primera, publicada póstumamente, la cual es una novela corta considerada por la crítica como una joya literaria. Las tres restantes quedaron inconclusas y sus fragmentos han sido también publicados de manera póstuma. De todas ellas, se debe destacar Lázaro, un ambicioso proyecto que el autor abandonó en 1954, pero que bien pudo convertirse en una gran novela de temática proletaria, teniendo como protagonistas a los trabajadores de las grandes haciendas azucareras de la costa norte del Perú. Habría sido una especie de continuación de El mundo es ancho y ajeno. Se ha dicho que la razón del abandono de sus proyectos novelísticos fue la falta de un estímulo editorial, sumada a su recargada labor periodística y docente, así como su precaria salud, todo lo cual influyó negativamente en su voluntad creadora.

Obras[editar · editar código]

Aparte de las novelas y cuentos que Ciro Alegría publicó en vida, cabe señalar que, producto a la intensa actividad política y periodística que ocupó gran parte de su vida, el grueso de su producción escrita se encuentra en distintos periódicos de la época, y aún no hay un estudio sistematizado que la recoja. Por otra parte, una parte también significativa de la obra de Ciro Alegría (una novela breve, fragmentos de otras novelas, cuentos, memorias, etc.) ha sido publicada después de su muerte, gracias a la labor de recogida y selección de quien fuera su última mujer, la poetisa Dora Varona.

En vida, Alegría publicó las siguientes obras:

La serpiente de oro (Santiago de Chile, Editorial Nascimento, 1935), novela Primer premio del concurso de novela convocado por la Editorial Nascimento de Chile.

Los perros hambrientos (Santiago de Chile, Editorial Zig Zag, 1939), novela, Segundo premio del concurso de novela convocado por la Editorial Zig-Zag de Chile.

La leyenda del nopal (Santiago de Chile, Editorial Zig Zag, 1940), cuentos ilustrados para niños.

El mundo es ancho y ajeno (Santiago de Chile, Editorial Ercilla, 1941), novela. Primer premio del concurso Latinoamericano de Novela convocado por la Editorial Farrar & Rinehart de Nueva York.

Las aventuras de Machu Picchu (Editorial desconocida, 1950) . Duelo de caballeros (Lima, Populibros, 1962), colección de 7 cuentos y 2

relatos.

Después de su muerte y a base de escritos insertos en la prensa periódica o manuscritos inéditos, su viuda Dora Varona editó las siguientes obras:

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Panki y el guerrero (Lima, 1968), cuentos y leyendas amazónicas para niños. Premio Nacional de Literatura Infantil "José María Eguren".

Gabriela Mistral íntima (Lima, Editorial Universo, 1969), ensayo. Sueño y verdad de América (Lima, Editorial Universo, 1969), relatos de hechos

históricos basados en los cronistas y en Ricardo Palma. La ofrenda de piedra (Lima, Editorial Universo, 1969), tres cuentos, un relato,

cuatro fragmentos de novelas y completa la magistral novela corta Siempre hay caminos.

Siempre hay caminos (Lima, Editorial Universo, 1969), novela corta. El dilema de Krause (Lima, Ediciones Varona, 1969), novela inconclusa, de

carácter testimonial y autobiográfico sobre su paso por la Penitenciaría de Lima. La revolución cubana: un testimonio personal (Lima, Editorial PEISA, 1971),

ensayo. Lázaro (Buenos Aires, Editorial Losada, 1973), novela inconclusa. Mucha suerte con harto palo (Buenos Aires, Editorial Losada, 1976), memorias

armadas a base de distintos escritos periodísticos, autobiográficos y ficcionales. Siete cuentos quirománticos (Lima, Ediciones Varona, 1978), narraciones

urbanas ambientadas en Nueva York y ciudades hispanoamericanas (cinco cuentos, un fragmento de novela y la notable novela inconclusa El hombre que era amigo de la noche).

El sol de los jaguares (Lima, Editorial Varona, 1979), cuentos amazónicos, Fábulas y leyendas americanas (Madrid, Editorial Espasa-Calpe, 1982).

Posteriormente se publicaron una serie de selecciones de leyendas y cuentos (muchos de ellos procedentes de El mundo es ancho y ajeno) para el público infantil y juvenil:

Sueño y verdad de América (Madrid, Alfaguara, 1985). Fitzcarraldo, el dios del oro negro (Madrid, Alfaguara, 1986), cuentos. Sacha en el reino de los árboles (Madrid, Alfaguara, 1986), cuentos. Nace un niño en los Andes (Madrid, Alfaguara, 1986), cuentos. Once animales con alma y uno con garras (Madrid, Alfaguara, 1987), libro de

cuentos armado a base de fragmentos de las tres primeras novelas de Ciro. El ave invisible que canta en la noche (Madrid, Alfaguara, 1989), cuentos

extraídos íntegramente de El mundo es ancho y ajeno. Mi alforja de caminante (Lima, Editorial Norma, 2007), cuentos y relatos. El zorro y el conejo (Lima, Editorial Norma, 2008).

Véase también[editar · editar código]

Grupo Norte Literatura del Perú

Referencias[editar · editar código]

1. Jump up ↑ Esta provincia hasta 1976 se llamó Huamachuco, y es por eso que muchas biografías del escritor mencionan a la “provincia de Huamachuco” como el lugar de su nacimiento.

2. Jump up ↑ Una investigación realizada por Dora Varona Vda. de Alegría ha llegado a la conclusión que el año de nacimiento del escritor fue 1908, y no 1909. Dora Varona recibió el testimonio de Constante Bazán, tío de Alegría, quien fue quien apadrinó a

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Ciro en un bautismo de urgencia a los 21 años, ya que el muchacho no tenía ningún documento y necesitaba la partida de bautismo para ingresar a la Universidad de Trujillo. La madrina fue su abuela Elena Lynch Calderón de la Barca. Por error fue inscrito como nacido en el año 1909; no obstante, Ciro terminó por adoptar dicha fecha, ya que así hacía menos complicado el asunto (“Ciro Alegría en sus 87 años”. Entrevista a Dora Varona por el Dr. José Cernicharo. Publicado en el suplemento “El Dominical” del diario El Comercio, pág. 10-11. Lima, 12 de noviembre de 1995).

3. Jump up ↑ Se entiende por bonhomía a la conjunción de bondad, sencillez y honradez en el carácter y en el comportamiento. Es un galicismo.

4. Jump up ↑ Sobre este episodio Alegría escribió después El César Vallejo que yo conocí. Publicado originalmente en Cuadernos Hispanoamericanos (México, año III, vol. XVIII, núm. 6, noviembre-diciembre de 1944).

5. Jump up ↑ Elena Lynch de Alegría y la otra abuela (materna) del escritor, Juana Lynch Mesía, eran primas hermanas, hijas de don Manuel Lynch, apellido éste de origen irlandés. Ciro siempre sostuvo con orgullo que su sangre indígena provenía de su abuela Juanita, hija de don Manuel en Paula Mesía, natural de Chachapoyas. En cuanto a la abuela Elena, el escritor la menciona en su novela El mundo es ancho y ajeno, describiéndola como una señora blanca, fina y compasiva (capítulo 4: “El fiero Vásquez”).

6. Jump up ↑ Vargas Llosa, Mario (marzo de 1967). «Ciro Alegría según Mario Vargas Llosa». Revista Caretas.

Bibliografía[editar · editar código]

Alegría, Ciro (1976). Mucha suerte con harto palo. Buenos Aires: Losada. García Montero Koechlin, María Luisa (1963). Detrás de la máscara (1º

edición). Lima: Latinoamericana. Alegría, Ciro: Breve Autobiografía. Inserta en: La serpiente de oro. Tomo 3 de

la Biblioteca Peruana. Lima, Ediciones PEISA, 1973. Cornejo Polar, Antonio : Historia de la literatura del Perú republicano. Incluida

en “Historia del Perú, Tomo VIII. Perú Republicano”. Lima, Editorial Mejía Baca, 1980.

Tauro del Pino, Alberto : Enciclopedia Ilustrada del Perú. Tercera Edición. Tomo 1. AAA-ANG. Lima, PEISA, 2001. ISBN 9972-40-150-2

Varios autores: Grandes Forjadores del Perú. Lima, Lexus Editores, 2000. ISBN 9972-625-50-8

Enlaces externos[editar · editar código]

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Nacidos en 1908 Fallecidos en 1967 Alegría (familia) Escritores del Perú Escritores en español del siglo XX

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Indigenistas Novelistas del Perú Periodistas del Perú Educadores del Perú Miembros del Partido Aprista Peruano Miembros de Acción Popular Liberteños Grupo Norte (Trujillo)

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BIOGRAFIA DE CIRO ALEGRIA BAZAN (1909-1967)“… De Pacasmayo nos trasladaron a Trujillo al oscurecer, en automóvil. Su plan posiblemente, fue fusilarnos esa misma noche. Felizmente el auto se encalló en una llanura desierta por la que apenas había una huella, y demoraron varias horas en sacarlo. El mismo auto comenzó a fallar y se deterioró del todo a la altura de la hacienda Chiclín. Allí perdieron mucho tiempo igualmente hasta que consiguieron otro automóvil. En todo caso, llegamos a Trujillo ya entrado el día. En la puerta de la cárcel de la guardia civil había varios guardias esperándonos. Nueva escena de insultos, golpes con el cañón del fusil por las costillas. Quien sabe por qué confusión ordenaron que nos pasaran a la cárcel. Cuando nos estaban abriendo la puerta, llegó una contraorden y nos volvieron al cuartel de la guardia civil. Entonces nos metieron en el último de los calabozos del cual sacaron hasta la silla. Pensamos entonces que nos iban a fusilar. A eso de las dos o tres de la mañana, un camión sale detuvo frente a la cárcel. Oímos que se llamaban a varios guardias y que cargaban los fusiles. Mi tío se arrodillaba en una esquina del calabozo y se puso a rezar. Yo permanecí de pie, pero por mi cuerpo pasó una especie de corriente eléctrica que me estremeció no sé si un segundo o un minuto. Después me quedé completamente tranquilo. Ahora comprendo la serenidad del condenado a muerte y la historia de la ceniza del cigarrillo que no se cae.Las horas avanzaron y no vinieron por nosotros. Aguardando, vimos crecer la luz. Comenzamos a pensar que quizás estaban haciendo algo por salvarnos. A eso de las doce del día, el capitán de la guardia civil gritó desde la puerta: Pasen a esos a la cárcel. Nos pasaron. Por la tarde llegó a visitarnos mi tía Ofelia Alegría Lynch. Nos hablamos salvado”

Por Tito Agüero Vidal

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Ciro Alegria Bazan

Nació el 4 de noviembre en la hacienda Quilca, distrito de Sartimbamba, Provincia de Huamachuco en 1909. La familia vivía de la agricultura y gozaba de buena posición económica. En 1915 se instalan en la hacienda Marcabal Grande, de propiedad del abuelo –Teodoro Alegría–, situada en la misma provincia de Huamachuco, en las postreras estribaciones de los andes limando con el río Marañón. Su imagen gobierna su primera novela (La serpiente de oro).

En 1917 viaja a Trujillo para estudiar primaria en el Colegio Nacional de San Juan para lo cual debió cruzar los Andes a caballo. Vivirá en la casa de su abuela. El poeta César Vallejo fue su maestro cuando Alegría cursó el primero de primaria .

En 1920 Alegría se enferma de paludismo en Trujillo, por lo que es enviado a Cajabamba para continuar sus estudios en el Instituto Modelo de esa ciudad hasta 1923 en que concluye su primaria. En 1923 termina sus estudios primarios y regresa a Marcabal Grande para trabajar como capataz o simplemente para dedicarse a descansar. Para 1924 se encuentra de nuevo en Trujillo para seguir sus estudios secundarios. Por esa época comienza a desarrollarse fuertemente la vida cultural y política en la ciudad norteña. Dos años más tarde, en 1926, muere su madre: Alegría que por esa época ya escribía poesías y uno que otro cuento, le habla mostrado algunas de sus creaciones literarias.

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En 1927 se incorpora al Grupo Norte, que lideraba el filósofo Antenor Orrego y ya en 1928 lo vemos laborando en el periódico El Norte, vocero de dicho cenáculo político e intelectual. En 1930 ingresa a la Facultad de Letras de la Universidad de La Libertad y participa activamente en las luchas estudiantiles por la reforma universitaria. A raíz de la realización de una huelga estudiantil la Universidad fue clausurada. Alegría como uno de los directores del movimiento estudiantil conoció la cárcel. Fue su primera experiencia de ese tipo; contaba con tan sólo 20 años.

“Cayó Leguía y lanzamos el movimiento de la reforma universitaria… Ya habla escogido el tema para la tesis de bachillerato en Letras. Iba a escribir sobre el romanticismo de Larra. Si hubo idealistas en ese movimiento uno de ellos era yo. El caso fue que, luego que lanzamos la huelga y presentamos nuestro pliego, el Consejo Universitario procedió a clausurar la Universidad y no nos hizo caso. El Ministro de Educación, tampoco. Los compañeros estudiantes de San Marcos, a quienes los delegados trujillanos apoyaron en las asambleas previas a la huelga, una vez que obtuvieron sus demandas, se olvidaron de nosotros. Magnífica lección recibí sobre el centralismo, el limeñismo, inclusive vigente en los estudiantes. Con una semana que hubieran hecho durar la huelga de Lima, demandando que resolvieran el caso de Trujillo, habríamos ganado también. Pero no lo hicieron. La Universidad de Trujillo estuvo cerrada meses. Cuando ya la resistencia sicológica de padres y muchachos se había resquebrajado, la reabrieron. Y era de ver cómo los muchachos, unos por sus propios pies y otros porque los

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ANALISIS LITERARIO DE LA OBRA - LOS PERROS HAMBRIENTOS

 I. INFORMACION INTERNA

A).- DATOS DEL AUTOR: CIRO ALEGRIA, Nació en Sartibamba, Prov. de Huamachuco, Dpto. de La Libertad. En 1917 se estableció en Trujillo realizando estudios en el Col. Nacional "San Juan", luego pasó a Cajamarca y volvió, nuevamente, a Trujillo para ingresar en la universidad en 1930. Militante del partido aprista, participó en la revolución de 1932; en calidad de arrestado fue traído a Lima y, en 1934, fue desterrado a Chile, donde obtuvo éxitos literarios con sus obras: "La serpiente de oro" (1935), "Los perros hambrientos" (1939), "El mundo es ancho y ajeno" (1941). Entre 1941 a 1949 radicó en E. U., luego estuvo en Puerto Rico y Cuba, retornando al Perú en 1957. Alejado del APRA, fue elegido como diputado por Lima en la lista de Acción Popular (1963); fue, además, Presidente de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas. Con posterioridad a su fallecimiento su esposa Dora Varona ha publicado otras Obras de este insigne escritor: "Sueño y verdad de América", "La ofrenda de piedra".

 

B) ARGUMENTO La segunda novela de CIRO ALEGRIA los perros hambrientos, se gesto de forma extraña. Las Luchas apristas, las presiones y el destierro habían minado el Organismo del escritor; una embolia le produjo amnesia parcial y le privó de la vista del habla. E l médico para que recuperarse la visión le ordeno escribir. De esta forma comenzó la segunda novela. Los aullidos de los perros que habían en el hospital para hacer experimentos, trajo a su memorias el recuerdo de otros que había oído ladrar durante una sequía que ocurrió en la sierra cuando era niño. Los perros hambrientos (1939) es, intencional y originalmente, la novela de unos perros pastores que, en su desarrollo. Alcanza cumbres de humanidad ubicada la acción en las alturas andinas, en la “puna”, tierras frías y secas a cuatro mil metros de altitud, aparece una pastora, Antuca con sus rebaños y sus perros en medio de un paisaje idílico donde un día truena la carga de dinamita: ha surgido la violencia de los gendarmes, el mundo organizado en el interior del mundo natural. Los perros de Antuca wanka, zambo, hueso, y pellejo adquieren enseguida a los ojos del lector auténticos valores humanos, así Máuser morirá en la explosión de dinamitas; tinto destrozado por los dientes del feroz Raffles; los gendarmes arrastrarán a mateo a la milicia; hueso será roado por los Celedonios, huirá, se echara al monte, para morir violentamente. Este perro bandolero es una de las figuras novelescas mejor trazadas. Las desraízas viene una tras otra: Los Celedonios son exterminados por su fiereza, mientras a los indios les quitan Ley sus tierras. Y en medio de esta desgracias, aparece la sequía, a la que sigue, como inevitable consecuencia, el hambre. El Mundo del hombre se desmorona; los mismos perros antes sus fieles amigos, huyen tras dar muerte al ganado para comer. Es la hora en que los

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mastines hasta entonces pastores se convierten en la peor amanzana del ganado. Solitarios o en grupos, expulsados por sus dueños, merodean como alimañas, aullando constantemente la inmensidad de la noche Puneña: “Tornaba el coro trágico a estremecer la puna. Los aullidos se iniciaban cortando el silencio como espadas. Luego se confundían formando una vasta queja interminable. El viento pretendía alejarla, pero la queja nacía y se elevaba una y otra vez de mil fauces desoladas... “Y llega un momento en que el perro se come al perro ante los ojos de los cóndores, illaguangas y otras aves de carroña que esperan, desde el aire, su momento. Hasta que por fin, ya en el desenlace, vuelve la lluvia; y con ella, algunos perros que regresan humildes, en espera del castigo, a casa de su dueños: “wanka, Wanka, vos sabes lo que es cuando el pobre y el animal no tienen tierra ni agua... Sabes, y puso has vuelto... Has vuelto como la lluvia quema...” En los perros hambrientos, Alegría se desenvuelve, Novelas comento hablando, en su ambiente en su ambiente adecuado, en un medio propio, donde el lado de los temas de evocación, de esas peripecias abrumadoras, pone una conciencia humana. La impresión de madurez que da las novelescas fruto de un equilibrio entre el sentimiento y la conciencia, entre la evocación y la significación de la realidad. Hay que destacar también la poesía que se desprende de cada línea cuando Alegría canta la naturaleza peruana, la estrecha comunión existente entre la tierra y el indio, la protesta que el autor invoca en nombre de este desposeído que guarda en su corazón la esperanza de salvarse algún día, de alcanzar la dignidad de hombre en toda su dimisión.

2.- INFORMACIÓN EXTERNA

A.- BIOGRAFÍA DEL AUTOR

Ciro Alegría Bazán nació el 4 de noviembre de 1909 en el distrito de Sartimbamba de la provincia de Huamachuco (La Libertad). Sus padres, José Alegría Lynch y Herminia Batán Lynch, eran primos hermanos. Ellos se encargaron de prodigarle una educación humanista y liberal, a pesar de que gran parte de su niñez transcurrió en los ambientes de la hacienda Marcaba! Grande, propiedad de su abuelo. Herminia alentó sus precoces creaciones. El pequeño Ciro cursó sus estudios primarios en el colegio San Juan de Trujillo. Allí pudo conocer a nuestro inmortal poeta, César Vallejo, quien fue su profesor de primaria. Desde muy temprano el destino marcó su vida literaria. En su niñez sufrió enfermedades que motivaron que su padre lo llevará a vivir en Cajabamba. Luego de una larga y fructífera experiencia en la vida rural, en la hacienda Colpa, inició sus estudios secundarios nuevamente en el colegio San Juan. Allí siguió desarrollando su camino creador, componiendo algunos versos y escribiendo ocasionales relatos. En el año 1926 falleció su madre, aciago acontecimiento que le causó muy hondo pesar. Quizás empujado por el bello recuerdo de su madre, Ciro Alegría quiso iniciar muy pronto su carrera literaria, cuando a la sazón frisaba los diecisiete años. Para tal fin, viaja a Lima con la esperanza de que le publiquen algunos cuentos y artículos, pero el empeño lamentablemente no llegó a buen término. Era difícil bailar trabajo de escritor en

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la metrópoli y, por ello, hasta tuvo que pernoctar en el Zoológico. Sin embargo, a su regreso a Trujillo, la ilusión de ser escritor no había claudicado. Por ese entonces, el filósofo Anterior Orrego lo llama para que colabore en el diario El Norte de Trujillo y de ese modo comienza su oficio de periodista. En 1930 nuestro escritor ingresa a cursar estudios en la Facultad de Letras de la universidad de Trujillo y, asimismo, a la redacción del diario La IrvSustfw. No pudo concluir sus estudios porque fue separado de la universidad, a causa de haberse comprometido en la noble tarea de lograr la ansiada reforma universitaria. A partir de entonces. Ciro Alegría realizó una activa vida política como miembro del Partido Aprisca. Por diversos motivos políticos, estuvo preso primero en Trujillo, después en Lima y, por último, fue desterrado a Chile. Cuando llegaba al vecino país se enceró de la infausta noticia del asesinato de José Santos Chocano, nuestro gran poeta modernista. En el país sureño desarrolló una intensa actividad de creación literaria. Fue en Chile donde escribió, entre otras cosas, las tres grandes obras por las que es reconocido como uno de los novelistas más destacados del Perú, América y el mundo.

B.- PRINCIPALES OBRAS.

 “La Serpiente de Oro”

“Los Perros Hambrientos»

“El Mundo es Ancho y Ajeno»

“El Dilema de Krause"

“Selva", "Lázaro"

“Siete Cuentos Quirománticos"

“La Ofrenda de piedra"

“La Novela de mis Novelas" (ensayo)

“Panki y el guerrero"

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A.- Genero literario Narrativo

B.- Especie Literaria Novela

C.- Corriente Literaria Pertenece a la escuela Literaria Indigenismo

D- Titulo de la obra “Los Perros Hambrientos”

E.- Influencia literaria Es influido por la corriente Literaria indígena

II.- ANÁLISIS:

1.- TEMA CENTRAL La sequía Problema de la tierra; a través de la vida comunitaria de Rumi, el despojo de sus tierras y su posterior destrucción por la codicias del latifundios voraz dentro de una estructura Social propicia al abuso y a la injusticia legalizada frente a la razón y justicia de los comuneros de Rumi

SUB- TEMAS

 La comunidad como espacio de fraternidad.

- La justicia al servicio de los gamonales.

- La sabiduría popular.

- La corrupción de funcionarios.

- El enfrentamiento entre campesinos y gamonales.

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ESCENARIO: La novela se desarrolla en la Comunidad de Rumi, ubicada en la sierra Norte (Huamanchaco), del departamento de La Libertad, de nuestro país, Concebido por el hombre andino como el Universo promisorio de sus maestros y su vida, y razón Embrión Literario de la obra; En donde el campesino alcanza la fraternidad, felicidad, el bienestar y el significado humano, Rumi es descrita en toda la grandeza de su intimidad del miedo andino,: por uno de sus lados “descendería una quebrada con toda la belleza de sus bosques” y tierras labrantía.

PERSONAJES.

PERSONAJES PRINCIPALES Rosendo Maqui, primer alcalde de la comunidad. Benito Castro, último alcalde que incita a la rebelión.

PERSONAJES SECUNDARIOS Demetrio Sumallacha, joven flautista. El fiero Vásquez, bandolero que ayuda a los campesinos. Nasha suro, que vaticina la muerte de la comunidad. Alvaro Amenábar, gamonal de la hacienda de Umay. Bismarck Ruiz, abogado que se entrega al servicio del gamonal. Augusto Maqui, hijo de Rosendo.

ESPACIO GEOGRÁFICO:

MACROCOSMOS: Perú (costa sierra selva).

MICROCOSMOS: - Rumi - Yanañahui - Muncha - May

TIEMPO:

CRONOLÓGICO - 1941 siglo XX - Aproximadamente 16 meses.

TIEMPO PSICOLOGICO. Tiempo psicológico de la novela de los “PERROS HAMBRIEMBTOS” La narración es terminada.

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TÉCNICA:

PUNTO DE VISTA DEL AUTOR: Está construido como narración retrospectiva (pasado) contado en tercera persona.

LENGUJE El lenguaje utilizado fue el castellano y el dialecto de Rumi.

III CONDUCCIÓN

A.-MENSAJE: Expresa un mensaje desgarrador sobre el abuso, la prepotencia, la brutalidad y la arbitrariedad del latifundismo en detrimento de las comunidades indígenas por un lado y por otro lado el amor a la tierra y la valentía de los campesinos en la defensa de lo que para ellos significa la supervivencia de la intangibilidad de la comunidad.

B.- VALORES LITERARIOS. La corriente indigenista tanto en pintura como en literatura se manifestó en nuestra patria eh la década del veinte. Conjuga los caracteres del realismo en las inquietudes de la reivindicación social que se hicieron ostensibles en nuestro siglo. El indigenismo busca una profundización de la convivencia histórica para afirmar los elementos constitutivos de nuestra nacionalidad. El indigenismo e exalta al indio y sus valores y protesta por su situación postergada en el Perú.

C: OPINIÓN PERSONAL. Esta novela; conmueve todo sentimiento del lector más aún cuando sus raíces son indígenas, es decir desde los profundidades del pueblo andino, que con similarmente a los de Rumi, los gamonales de aquélla vez usurparon en toda su magnitud (social, económica, psíquica, etc.) sin que estos hallen justicia; llenándose de grandes capitales a cambio de la explotación y apropiación ilícita

………….

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Los perros hambrientosDe Wikipedia, la enciclopedia libreSaltar a: navegación, búsqueda

Los perros hambrientos

Autor Ciro Alegría

Género Novela

Idioma Castellano

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Editorial Zig-Zag

(Santiago de Chile)

País Perú

Fecha de

publicación

1939

Formato Impreso

Los perros hambrientos es una novela del escritor peruano Ciro Alegría, publicada en Santiago de Chile por la Editorial Zig-Zag (1939). Es considerada como una de las obras más representativas de la novela indigenista peruana y latinoamericana en general.

Índice

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1 Contexto 2 Escenarios 3 Época 4 Argumento 5 Personajes

o 5.1 Los hombres o 5.2 Los perros

6 Sinopsis o resumen por capítulos o 6.1 I. PERROS TRAS EL GANADO

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o 6.2 II. HISTORIAS DE PERROS o 6.3 III. PERIPECIA DE MAÑU o 6.4 IV. EL PUMA DE SOMBRA o 6.5 V. GUESO CAMBIA DE DUEÑO o 6.6 VI. PERRO DE BANDOLERO o 6.7 VII. EL CONSEJO DEL REY SALOMÓN o 6.8 VIII. UNA CHACRA DE MAÍZ o 6.9 IX. LAS PAPAYAS o 6.10 X. LA NUEVA SIEMBRA o 6.11 XI. UN PEQUEÑO LUGAR EN EL MUNDO o 6.12 XII. “VIRGEN SANTÍSIMA, SOCÓRRENOS” o 6.13 XIII. VOCES Y GESTOS DE SEQUÍA o 6.14 XIV. “VELAY EL HAMBRE, ANIMALITOS” o 6.15 XV. UNA EXPULSIÓN Y OTRAS PENALIDADES o 6.16 XVI. ESPERANDO, SIEMPRE ESPERANDO o 6.17 XVII. EL MASHE, LA JACINTA, MAÑU o 6.18 XVIII. LOS PERROS HAMBRIENTOS o 6.19 XIX. LA LLUVIA GÜENA

7 Análisis 8 Características 9 Versión cinematográfica 10 Nota 11 Bibliografía 12 Enlaces externos

Contexto[editar · editar código]

Ciro Alegría, que por entonces vivía en Chile, ya era conocido en el mundo literario pues años antes había publicado su novela La serpiente de oro, ganadora en 1935 de un concurso convocado por la Editorial Nascimento y auspiciada por la Sociedad de Escritores de Chile. A fines de

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1936, como consecuencia de la dura vida de prisión y persecución política que sufrió en el Perú, enfermó de tuberculosis pulmonar. Se recluyó en el sanatorio de San José de Maipo y allí estuvo dos años. Antes de darle de alta le aplicaron un neumotórax, pero una burbuja de aire inyectada en la sangre le produjo entonces una embolia cerebral que le dejó temporalmente ciego y con medio cuerpo paralizado. Esta dificultad motriz le anuló la capacidad de escribir. Durante su recuperación, a manera de terapia, fue obligado a escribir “algo” para readiestrar el uso de su mano derecha. Una noche despertó sobresaltado por los ladridos de unos perros. Entonces se le vino la idea de componer una novela basándose en relatos cortos que había escrito con anterioridad, sobre la vida de unos perros en la serranía del norte peruano. La tarea de armar la novela le demandó un mes de labor, titulándola Los perros hambrientos. Acto seguido la presentó al concurso de novela convocado por la Editorial Zig-Zag y auspiciada por la Sociedad de Escritores de Chile. De las 62 obras presentadas, la suya obtuvo el segundo puesto. El primer premio lo obtuvo el escritor chileno Rubén Azócar con su novela Gente en la isla. El fallo del jurado fue muy discutido. La obra fue publicada en agosto de 1939; tuvo después múltiples ediciones en países de habla hispana y se la tradujo a varios idiomas.

Escenarios[editar · editar código]

La historia está ambientada principalmente en la serranía del departamento de La Libertad, en la región conocida como puna, en una comunidad de indígenas dedicada a las ancestrales labores del cultivo de la tierra y pastoreo de ganado. Cerca de ellos se extienden las inmensas propiedades de la hacienda de Páucar, donde los indios trabajan como peones o colonos. Se mencionan otras comunidades de indígenas, como Huaira (comunidad desaparecida por obra de un despótico terrateniente, que se apodera de las tierras de los indios), y los pueblos lejanos de Sarún y Saucopampa (este último lugar de culto de una milagrosa Virgen del Carmen). Otro escenario mencionado es Cañar, en la zona de la ceja de selva, cerca al río Marañón, refugio de bandoleros dedicados al abigeato o robo de ganado.

Época[editar · editar código]

La época de los sucesos relatados es entre los años 1910 y 1920, es decir durante la niñez del narrador, precisamente la etapa en que éste estuvo en contacto con la gente recreada en la obra, es decir los indios y cholos, peones y empleados de la hacienda de su padre. Eran los últimos años de la llamada “República Aristocrática” (a la que mejor llamaríamos oligárquica) y el Oncenio del presidente don Augusto B. Leguía, quien es mencionado en la obra aunque solo de manera incidental.1 Es una época turbulenta, de protesta y conmoción social, particularmente en los Andes, lo que se refleja claramente en el relato. Una de las más sonadas rebeliones de indígenas de esa época fue la encabezada por Rumi Maqui, en Puno, en 1915. Solo como detalle significativo, agregaremos que dicha época coincide con la ambientada en la otra gran novela indigenista

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representativa de la literatura peruana, Los ríos profundos, de José María Arguedas, pero la trama de esta se concentra en los andes del sur y en los años 1920.

Argumento[editar · editar código]

A través de la tercera persona del narrador omnisciente, Alegría desarrolla la historia paralela de unos campesinos indígenas de la sierra norte del Perú y de sus perros pastores frente a la agresión de la naturaleza manifestada en una prolongada sequía de dos años de duración. La falta de lluvias priva de alimentos tanto a los hombres como a sus animales domésticos y entonces surge con toda su magnitud y fuerza la necesidad básica de la subsistencia. Se representa la desesperada solidaridad campesina pero también al desalmado hacendado blanco que dispara a los indios indefensos que le vienen a suplicar comida. También los perros trastocan el orden establecido, pues al verse privados de alimentos ven roto el vínculo ancestral que les une a sus dueños y empiezan a devorar a las ovejas, por lo que son expulsados, formando jaurías que asolan los contornos de la comunidad. Finalmente serán envenenados por el hacendado, cuyas propiedades habían empezado a invadir. El paralelismo es notorio: a vista del desalmado patrón, los “perros hambrientos” son indistintamente tanto los aldeanos como los animales. Cuando las lluvias anuncian el fin de la sequía, finaliza un ciclo y empieza otro. .

Personajes[editar · editar código]

En la obra de Ciro Alegría encontramos una gran variedad de personajes, tanto seres humanos como animales (perros). Cada uno tiene relevancia, pero solo mencionaremos los de mayor importancia en el desarrollo de los hechos del cuento.

Los hombres[editar · editar código]

La familia Robles, gente típica de la serranía del norte peruano. Lo conforman los esposos Simón y Juana, y tres hijos todavía menores que conviven con ellos y que les ayudan a en las tareas del hogar, el cultivo y la cuida del ganado: Vicenta, Timoteo y Antuca.

o Simón Robles, el viejo jefe de familia, hábil narrador de cuentos e historias, también gusta tocar la flauta y la caja, además de poner apelativos a las cosas. Entre sus más curiosos apodos está el dado a un caballo muy flaco: “Cortaviento”, y a una gallina estéril: “Poniaire”.

o Juana, la esposa de Simón, ya entrada en años y con la experiencia y sabiduría natural de las mujeres de su edad.

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o Vicenta, la hija mayor, aun soltera, ágil y espigada, quien se dedica a tejer bayetas y frazadas. El relato menciona también que en una ocasión, durante una fiesta celebrada en Saucopampa, la sacó a bailar el cholo Julián Celedón (luego célebre bandolero), pero su padre se opuso a que la cortejara pues aquel ya tenía ya muy mala fama.

o Timoteo, joven, muy robusto y empeñoso. Se enamora de Jacinta, hija de unos emigrados indios y la lleva a su casa, luego que la muchacha queda huérfana de padre.

o Antuca, muchacha de aprox.12 años, pequeña y lozana, que se dedica a pastorear el ganado. Sale temprano de casa junto con los perros conduciendo las ovejas al campo, para regresar al atardecer. A veces se encuentra con otro pastorcillo, el Pancho, de su misma edad, con quien se entretiene contándose mutuamente historias y cuentos. Con las penurias causadas por la sequía se vuelve muy delgada y pálida, y lamenta que su desarrollo corporal se trunque de esa manera, a pocos años de convertirse en una mujer casadera.

Mateo Tampu, es un indio joven y fornido, agricultor muy laborioso, que tiene su propia choza y su chacra. Aparece en el relato adoptando a un perrillo para que le ayudara en el pastoreo de ovejas. Lleva la vida sencilla y laboriosa del campesino, junto con una esposa amorosa, la Martina, que le da dos niños, pero todo se malogra cuando es llevado por la fuerza a enrolarse al ejército. Su ida trastoca el hogar al dejar a su esposa sola y con la inmensa responsabilidad de cuidar a su familia y sus tierras.

Martina Robles, hija de Simón Robles, esposa de Mateo Tampu, madre de Damián y de otro niño de meses de nacido cuyo nombre no se menciona en la obra. Cuando su marido es llevado por los gendarmes entra en una gran desesperación pero no pierde la esperanza de que retorne. Al final, da la impresión de ser una madre irresponsable al dejar al pequeño Damián, de 7 años, solo en la casa, mientras ella se lleva al hijo mas chico para ir a buscar alimentos donde los padres de Mateo, que vivían en un pueblo lejano llamado Sarún. La razón que da para abandonar a Damián, es que alguien debía esperar en casa la vuelta de Mateo. No se sabe más de ella luego de su partida.

Damián, hijo de Mateo Tampu y de Martina Robles. Es un niño que sufre al igual que todos la desgracia de la sequía. En su caso es abandonado por una madre que decide partir en busca de alimentos. Junto con el perro Mañu y una oveja queda solo en casa. Al final muere de hambre y sus restos, que son defendidos de los cóndores por el fiel Mañu, son recogidos por Rómulo Méndez, quien lo lleva donde Simón Robles, el abuelo que le da cristiana sepultura.

Los hermanos Celedonios, Julián y Blas Celedón, bandoleros serranos, dedicados al abigeato o robo de ganado. Julián es el que más destaca y tiene dotes de líder. Debido a un conflicto que tuvo con su patrón, quien lo acusó sin pruebas de ladrón, Julián tuvo que matarlo y así empezaron sus días de criminalidad. Ambos hermanos viven siempre al filo del peligro, evadiendo las emboscadas que le tiende el

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Culebrón, el jefe de gendarmes, su peor enemigo. Tienen su guarida o refugio en Cañar, cerca al río Marañón. Al final sucumben tras ser acorralados por los gendarmes.

Venancio Campos, amigo de los Celedonios y bandolero como ellos.

Elisa, bella chinita (muchacha indígena) del pueblo de Sarún, amante de Julián Celedón, de quien espera un hijo.

El alférez de gendarmes Chumpi, apodado el Culebrón. Representa a las fuerzas del orden. Es un cholo con bigotes, trigueño, alto y fornido. Tenaz perseguidor de los Celedonios, solo logrará su cometido utilizando un ardid infame: envenenando unas papayas que los hambrientos bandoleros, acorralados en una cueva, devoran con fruición.

Don Fernán Frías y Cortés, subprefecto de la provincia, blanco y costeño. Es uno de esos funcionarios que merced a sus influencias son enviados desde Lima a las provincias y cuyo interés es solo hacer dinero de manera venal, para retornar luego a la capital. Ordena al alférez Chumpi a apresurar la captura de los Celedonios, vivos o muertos, ya que necesitaba de un logro con que presumir antes de volver a Lima.

Don Cipriano Ramírez, es el patrón u hacendado, dueño de la hacienda de Páucar. Tiene una esposa joven y un hijo, todavía niño, llamado Obdulio. En sus tierras trabajan los indios o aldeanos de los contornos, contratados como peones. Don Cipriano es un hombre generoso cuando le conviene, pero a la vez un patrón despiadado, que sabe aplicar el látigo. Durante el periodo de sequía ayuda a sus peones dándoles alimentos, haciéndoles creer a cada uno que solo con él se mostraba generoso. También recibe a otros indios que vienen de lejos, dándoles parcelas de tierra y alimentos, a fin de retenerlos para futuras siembras y cosechas. Pero la sequía se prolonga demasiado y don Cipriano termina por suspender la entrega de subsistencias. Los aldeanos se rebelan (entre ellos Simón), y don Cipriano no duda en ordenar dispararles para hacerlos retroceder. Como consecuencia de ello mueren tres personas, hecho ante el cual el hacendado se muestra indiferente.

Don Rómulo Méndez, empleado de la hacienda de Páucar y brazo derecho de don Cipriano.

El indio Mashe (contracción de Marcelo) y su familia: su esposa Clotilde y dos hijas, de las que solo se menciona el nombre de la mayor, Jacinta. Junto con otros comuneros indígenas había sido expulsado de Huaira (comunidad lejana) por el terrateniente don Juvencio Rosas. Mashe llega hasta la hacienda de Páucar, propiedad de don Cipriano Ramírez, a quien ruega para que lo reciba como peón o

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trabajador de la tierra, aunque tiene la mala fortuna de llegar en plena sequía. El hacendado le da una parcela y un poco de trigo para que subsista mientras dure la sequía, pero esta se prolonga mucho y al suspenderse la ayuda alimenticia, Mashe muere enfermo y agotado.

Jacinta, la hija de Mashe, es una muchacha en edad de tener marido, pero por culpa de la sequía debe postergar su deseo. Timoteo se fija en ella y tras la muerte de Mashe lo lleva a casa de sus padres. Estos la aceptan y queda sobreentendido que terminarán casándose y formando un nuevo hogar.

El Narrador, es un ser omnisciente que no toma parte en la obra misma y relata en tercera persona singular, pero a pesar de ello conoce cada aspecto de los personajes incluyendo los pensamientos y emociones, así como los lugares en donde se realizan las acciones.

Los perros[editar · editar código]

Wanka, la perra, madre de muchas camadas, animales que son muy apreciados por la comunidad pues desde temprana edad son acostumbrados a vivir en el redil junto con las ovejas y adiestrados para ser hábiles cuidadores de rebaños. Otros son criados para ser guardianes de casa. “....¿Raza? No hablemos de ella .Tan mezclada como la del hombre peruano...”, nos aclara el narrador. Entre los hijos de Wanka se cuentan Güeso, Pellejo, Mañu, Chutín, etc. Wanka, como todo perro, es fiel al amo mientras éste le da comida y abrigo pero cuando este vínculo se rompe a consecuencia de la sequía, pesa más el instinto primario canino. Wanka mata a una oveja del rebaño y se lo devora; los otros perros la imitan. Por tal falta es exiliada del hogar de los Robles, junto con los demás perros. Finalmente cuando las lluvias regresan y finaliza la sequía, Wanka retorna y Simón lo perdona.

Zambo, hermano y pareja de Wanka. Le pusieron ese nombre por el color oscuro de su pelaje. No tiene un rol muy llamativo en el relato. Sin embargo tiene un trágico final al igual que el resto de los perros, pues muere envenenado y es devorado por el Pellejo (su hijo), quien por ende comparte su triste final.

Güeso, hijo de Wanka y Zambo, y hermano de Pellejo. En torno a su figura están sin duda las páginas más emocionantes del relato. Tras vivir como un simple perro ovejero, de pronto es apartado de su mundo por obra de unos bandoleros, el Julián y el Blas Celedón, quienes le quieren convertir en perro conductor de reses robadas. Güeso se niega rotundamente al principio, incluso es azotado y marcado con hierro como castigo. Tiene también un intento frustrado de escape. Odia a aquellas personas que le arrebataron su vida tranquila. Pero surge un cambio radical cuando ve que aquel “humano”, el Julián, realmente se preocupa por él y lo atiende como a un miembro de su familia, curándole sus heridas y dándole comida. Termina encariñándose con su nuevo amo, quien feliz, le desata y lo junta con otro

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perro, el Güenamigo. Ambos perros se convierten en un gran auxilio para los Celedonios pues aparte de ayudarles en el arreo de reses, sus ladridos advierten las emboscadas de los gendarmes. Al final Güeso compartirá el triste final de los bandoleros: morirá abaleado junto con el Julián y el Blas.

Pellejo, hijo de Wanka y Zambo, y hermano de Güeso. Durante la sequía encabeza junto con Wanka y Zambo la bandada de perros hambrientos que deambulan en busca desesperada de alimento. Muere tras devorar el cuerpo del envenenado Zambo.

Mañu, es hijo de Wanka y Zambo. Muy cachorro aún, es llevado por Mateo, esposo de Martina y padre de Damián. Este último, todavía infante, en su media lengua llama “mañu” al perrillo (en vez de decirle “hermano”), y así se queda con ese nombre. Cuando Mateo es enrolado en el ejército, Mañu asume un gran compromiso que es el de cuidar a la familia. Demuestra su valor y fidelidad al defender el cadáver de Damián de las aves de rapiña. Regresa al hogar de los Robles, enrolándose en las tareas de pastoreo, pero al ver que no hay comida disponible huye y se une a la manada de perros hambrientos. Morirá víctima del hambre, en una escena muy conmovedora, en donde la Antuca le acompaña en sus últimos instantes.

Shapra, el guardián del hogar de los Robles. Reemplaza en esa función al perro Tinto, muerto de una dentellada por Raffles. Muere abaleado durante una incursión que hace con otros perros en una chacra de maíz.

Raffles, perro de raza fina, de pelaje amarillento, enorme y feroz, que junto con otros similares guarda la casa-hacienda de don Cipriano. Durante la sequía, Raffles y su jauría se dedican a despedazar a los perros chuscos y hambrientos que deambulan por los contornos de la hacienda, pero ante el crecido número de estos, el hacendado prefiere encerrar a sus canes en un cuarto, desde donde ladran cada vez que sienten cerca la presencia de los perros vagos.

Chutín, hijo de Wanka y Zambo, fue un obsequio que el hacendado don Cipriano le hizo a su menor hijo, Obdulio, ante la insistencia del chicuelo de tener un perrillo a su lado, en vista de no poder juguetear con el Raffles y los otros perros feroces de la hacienda. Le pusieron ese nombre por ser chusco (chuto) pero se ganó la simpatía de toda la familia y desplazó en las preferencias a Raffles.

Güenamigo, perro de pelo lacio y amarillento, de propiedad de los Celedonios, entrenado para la conducción del ganado mayor (vacas y toros) robado. Se hace amigo de Güeso, de quien aprende el arte de arrear las reses. Ambos compartirán el mismo destino al morir abaleados al lado de sus amos.

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Sinopsis o resumen por capítulos[editar · editar código]

La novela se divide en 19 capítulos de variable extensión, rotulados y numerados con dígitos romanos. A continuación un breve resumen de la obra por capítulos.

I. PERROS TRAS EL GANADO[editar · editar código]

El relato empieza mencionando los ladridos de los perros pastores que conducían un rebaño de ovejas. La pastora es Antuca, una chiquilla de doce años. Es una “chinita”, como les dicen a las muchachas indígenas del norte del Perú. El rebaño lo conforman cien pares de ovejas sin contar los corderos. Los perros que la ayudan en la labor responden a los nombres de Zambo, Wanka, Güeso y Pellejo. Antuca se encuentra a veces con Pancho, otro pastorcito, que con su antara toca un yaraví muy triste, denominado el manchaipuito. Este yaraví cuenta la desgracia de un sacerdote que se enamora de una doncella del pueblo, la cual muere, por lo que el cura enloquece junto al cadáver de su amada, mientras tocaba día y noche con una flauta, hecha de uno de los huesos de aquella. La Antuca se siente feliz con la compañía del Pancho, mientras que él se solaza contemplándola; así son los idilios en la sierra del Perú, nos dice el narrador. Ya de noche Antuca regresa a su casa con el rebaño, donde le esperan don Simón Robles, el padre; doña Juana, la madre; Timoteo y Vicenta, los hermanos, y Shapra, el perro guardián de la casa.

II. HISTORIAS DE PERROS[editar · editar código]

Wanka y Zambo provenían de Gansul, de la afamada cría de don Roberto Poma. Los perros son criados, antes de que abran los ojos, en el rebaño, amamantados por las ovejas; de esa manera se acostumbran tempranamente con el ganado. A Zambo le pusieron ese nombre por ser de color prieto; en cambio, nadie pregunta al Simón Robles por qué puso el nombre de Wanka a la perra (lo cual era una alusión a una tribu guerrera de la sierra central peruana). La perra se convirtió en madre de muchas camadas, cuyos miembros fueron repartidos entre los habitantes del pueblo y de otros lugares. Simón les ofrecía ya sea como perros ovejeros o como guardianes de casa. Muchos de ellos ganaron fama. Güendiente, el perro del repuntero Manuel Ríos, manejaba excepcionalmente a las vacas. Máuser, el perro de Gilberto Morán, muere en una explosión de dinamita, durante una obra de construcción de carretera; Tinto, el perro guardián de la casa de Simón Robles, es muerto por el feroz Raffles, enorme perro de don Cipriano Ramírez, el hacendado de Páucar, siendo reemplazado por el ya mencionado Shapra como guardián del hogar. Quien de alguna manera venga a Tinto es Chutín, otro hijo de Wanka y Zambo, el cual fue regalado al niño Obdulio, hijo del hacendado Cipriano, quien se rindió ante la insistencia del niño de tener un perrito de compañía. Chutín se ganó la preferencia de todos en la casa hacienda, en desmedro del feroz Raffles. Cuando el rebaño de Simón Robles aumenta y se necesita más ayuda en el pastoreo, los Robles deciden quedarse con dos perros de la

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siguiente parición de Wanka. A ellos les colocan los nombres de Güeso y Pellejo debido a una historia que Simón narra sobre una viejita que para no ser asaltada disimuladamente se quejaba: “estoy hecha puro Hueso y Pellejo”, llamando de este modo a sus perros que tenían esos nombres. Los perros al oír el llamado de su ama ingresan al cuarto de la vieja y se lanzan contra el ladrón, “haciéndole leña”. Cuando el Timoteo objeta la historia haciendo notar que cómo podía ser que unos perros guardianes dejaran entrar a un ladrón en casa y encima necesitaban que su ama los llamara, el Simón Robles se limita a sentenciar: “cuento es cuento”. Y el narrador pone como ejemplo la historia de un curita de Pataz quien luego de narrar con mucha emoción y patetismo la pasión y muerte de Nuestro Señor, vio atónito como todos los feligreses lloraban a moco tendido. El cura tuvo que finalizar diciendo que como era una historia ocurrida hace mucho tiempo, bien podía ser solo cuento.

III. PERIPECIA DE MAÑU[editar · editar código]

Mateo Tampu era un joven y robusto campesino, muy laborioso, casado con Martina Robles (hija de don Simón Robles). Tenía su propia choza y su chacra, y como necesitaba un perro pastor para su rebaño de ovejas que cada día crecía más, solicita a su suegro que le obsequiará un cachorrillo. Simón le da permiso para que coja uno de los perritos de la última camada de Wanka. Mateo escoge al azar uno y lo mete a su alforja, acomodándolo para que quedara con la cabeza afuera. Se despide de su suegro y retorna a su casa. Damián, su pequeño hijo, en su media lengua llama Mañu al perrito (en vez de decirle “hermano”), y con ese nombre se quedó. Todo prosperaba en la familia y la Martina dio luz a otro niño. Pero un día, mientras Mateo trabajaba en su chacra, aparecen dos gendarmes o policías, quienes le piden su libreta de conscripción militar. Como no la tenía se lo llevan violentamente, a pesar de las súplicas de Martina, quien es abofeteada por uno de los gendarmes. La pobre esposa queda sumida en la más profunda tristeza; sin embargo, guarda la esperanza de que su esposo retornara, aunque sin tener una idea cabal de qué se trataba eso de “servir en el ejército”. Ante la ausencia del esposo cobra importancia el Mañu, como guardián no solo del rebaño sino del pequeño Damián, a quien sigue a todos lados.

IV. EL PUMA DE SOMBRA[editar · editar código]

Los perros ladran de noche porque sienten la presencia de un enemigo (un puma o un zorro). Los hombres se alertan, sueltan a los perros y salen a merodear. Luego esperan el retorno de los perros. Simón aprovecha para contarles una historia: el puma de sombra. Les relata que estando solo en el Paraíso, Adán le pide a Dios que no exista la noche y que fuera siempre de día. El Señor le pregunta la razón de ese pedido y Adán le responde que por miedo a la oscuridad. Entonces Dios le hace ver una visión: un puma enorme se acerca bramando y corriendo, ante el terror de Adán, pero cuando ya lo tenía cerca, éste ve que se le pasa por encima: era solo una sombra. Dios le explica entonces que así es la noche, pura sombra. Luego Adán le pide a Dios compañía, ya que todos los animales la tenían menos él, y viendo que tenía razón, Dios se lo concede,

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creando así a la mujer. Y termina Simón señalando que la mujer surgió por el miedo del hombre a la noche. Los perros regresan fatigados y todo indica que solo se trata de un puma de sombra, como el de la historia de Simón.(relatada antes)

V. GUESO CAMBIA DE DUEÑO[editar · editar código]

Un día Vicenta pide permiso para acompañar a su hermana Antuca en el pastoreo, pues quería ir al campo a buscar ratanya (una planta que servía para dar tinte morado a los tejidos). Su padre aprovecha para encargarle que trajera pacra (hierba que servía para engordar al ganado). Cumplido su cometido, Vicenta se despide de su hermana. De pronto aparecen dos jinetes con aire amenazante. Vicenta se esconde detrás de una roca y los reconoce: son los cholos Julián y Blas Celedón, hermanos bandoleros, muy temidos en la región. Recuerda que años atrás ella había bailado con el Julián en una fiesta pero su padre se había opuesto a que la cortejara pues el cholo ya tenía muy mala fama. Julián atrapa a Güeso con un lazo, pues quería un perro de la muy afamada cría de los Robles para entrenarlo como conductor de ganado robado. Wanka y los otros perros se acercan ladrando a los intrusos y a su encuentro les sale Güenamigo, el perro de los bandoleros, pero Julián lo contiene para evitar una pelea desigual. Wanka espera solo la orden de su ama para lanzarse contra los forajidos, pero el Blas apunta su carabina amenazando con disparar, por lo que Antuca se apresura a alejar a sus perros y calmarlos. Cuando se entera por boca de ellos mismos de que se trataban de los famosos “Celedonios” queda helada de conmoción. Suplica llorando por su perro, pero los bandoleros la amenazan y se llevan a Güeso arrastrándolo por el camino. No bien se alejan, la Vicenta sale de su escondite y se va a consolar a su hermana, quien no cesaba de llorar.

VI. PERRO DE BANDOLERO[editar · editar código]

Los bandoleros se llevan pues a Güeso, pero este, muy terco, no quiere avanzar. Lo flagelan; finalmente, el Blas lo marca con hierro candente. Muy adolorido, no le queda al perro sino seguir a los bandoleros para no recibir mayores maltratos. Luego de un largo recorrido llegan a una cabaña, donde los reciben una pareja de esposos llamados Martín y Pascuala. Los bandoleros se alimentan y se disponen a dormir, dejando a Güeso atado a una viga con una soga. El perro intenta escapar, royendo la soga. Ya estaba a punto de romper la última hebra cuando es descubierto por Julián. Lo ata entonces con una soga de cerda. Gueso se siente entonces perdido, sin esperanza ya de huir. Muy de mañana parten los Celedonios y llegan a Cañar, un valle profundo lleno de monte tupido, escondite ideal de ladrones, a cuyo lado corre el río Marañón. Después de cierto tiempo, Güeso se acostumbra con sus nuevos dueños y termina por encariñarse con Julián, quien lo suelta y lo junta con el Güenaamigo para que aprendiera a ser perro abigeo o conductor de reses robadas. Güeso conoce entonces a los amigos de los Celedonios: el Santos Vaca, el Venancio Campos, bandoleros todos. Un día Güeso ve de lejos a Antuca y a su rebaño; parece recordarlos pero luego de un rato regresa corriendo donde Julián, decidiendo así su destino, el ser un “perro de bandolero”. El amor de Julián es Elisa, bella chinita del pueblo de Sarún, a quien embaraza. Su peor enemigo es Chumpi, apodado el Culebrón, un alférez de gendarmes, el cual le sigue tenazmente los pasos pero siempre

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era burlado. El Güeso y el Güenamigo se convierten en aliados valiosísimos de los Celedonios ya que con sus ladridos avisan cuando los gendarmes se hallan cerca.

VII. EL CONSEJO DEL REY SALOMÓN[editar · editar código]

En aquel año no hubo buenas cosechas. Las lluvias escasearon y las mieses de la mayoría de las chacras no alcanzaron su plenitud. La comida empezó a escasear. Los Robles se enteran que las chacras de la Martina se han perdido y que para colmo, recibe la visita de su cuñada, la cual tenía problemas con su marido y no quería volver donde él. Aprovechando este percance, don Simón cuenta la historia de un hombre que no era feliz debido a que su esposa siempre le causaba problemas y lo comparaba con su anterior marido, el “difuntito”, diciendo que éste había sido más bueno. El hombre, desesperado, visita al rey Salomón, el cual le aconseja sabiamente que vaya a ver lo que hacía un arriero con su burro, en un cruce de caminos, y que haga lo mismo. El hombre observa que el arriero, cada vez que su burro quería ir en la dirección contraria a la que él quería, le sonaba las orejas con un palo; el animal le obedecía entonces. Entonces el hombre va a su casa, y cuando su esposa le sale a su encuentro amenazando con irse, coge un palo y le da duro, tal como vio hacer al arriero con su burro. La mujer le suplica entonces que no la pegue más, y desde ese día no volvió a molestar al marido.

VIII. UNA CHACRA DE MAÍZ[editar · editar código]

La casa-hacienda de Páucar, propiedad de don Cipriano, contaba con una represa que almacenaba el agua de una quebrada. De modo que en torno a ella verdecían los alfalfares y germinaban los maizales, lo que contrastaba con la desolación del contorno. A una de esas chacras de maíz ingresan los perros Manolia y Rayo, seguidos por Shapra y Wanka. Se alimentan de la pulpa jugosa de los choclos aún tiernos. Guiados por su fino olfato, Zambo y Pellejo los imitan. Pero el hacendado decide frenar los estragos. Una noche, don Rómulo Méndez, el empleado de la hacienda, coloca una trampa, donde al día siguiente muere Rayo, aplastado por una piedra enorme. Los demás perros huyen pero Shapra y Manolia sucumben bajo las balas de los guardianes. Los sobrevivientes no volvieron más a la chacra de maíz.

IX. LAS PAPAYAS[editar · editar código]

Don Fernán Frías, el subprefecto de la provincia, encomienda una misión al alférez Chumpi, conocido como el Culebrón: capturar a los Celedonios, vivos o muertos. Chumpi recibe la colaboración de los hacendados y ordena arrear unas vacas a Cañar, refugio de los Celedonios, como señuelo para atrapar a los bandidos. A Cañar llega el cholo Crisanto Julca, para avisar a los Celedonios que había divisado una vacada de la que podían echar mano fácilmente. Sin sospechar la trampa se duermen esa noche. De madrugada los despiertan los ladridos de los perros. Se

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dan cuenta entonces que los gendarmes estaban muy cerca. Tratan de huir por una quebrada, pero notan que han sido rodeados. En la balacera mueren el Crisanto y el Güenamigo. Los hermanos Celedonios se ocultan en una cueva, junto con el fiel Güeso. Allí resisten varios días, sin comida ni agua. Un gendarme, cansado de esperar, se acerca a la cueva dispuesto a acabar con los Celedonios, pero estos lo matan a balazos. Una esperanza renace en los Celedonios cuando ven asomar de lejos a su amigo, el Venancio Campos, junto con un segundo suyo. Pero el Venancio no se atreve a enfrentar a los gendarmes, superiores en número. Pasan los días y a los mismos gendarmes se les agotan las provisiones. Ya no hay ni frutas qué coger de los árboles a excepción de unas cuantas papayas que recién pintaban de maduras. Simulan entonces retirarse, pero antes, el Culebrón envenena las frutas que quedaban, utilizando una jeringuilla que para el efecto había comprado en el pueblo. Los hermanos bajan entonces de su escondite confiados, y sacian la sed con el agua de un arroyo. Pero no encuentran nada para comer, y solo divisan las papayas, las que se apresuran a derribar y devorar ávidamente. Blas siente primero los estragos del veneno, luego Julián. Caen ambos al suelo, retorciéndose de dolor, y entonces llega el Culebrón y los remata a tiros. Güeso trata de defender a su amo, y es también baleado, cayendo muerto al lado de Julián.

X. LA NUEVA SIEMBRA[editar · editar código]

Luego de un año malo para las cosechas, las nuevas lluvias parecen anunciar una naciente época de fecundidad del suelo. Don Cipriano Ramírez, junto con sus empleados y peones, ara y siembra los campos, ayudado por las yuntas de bueyes. Los granos de trigo y cebada son depositados en los surcos. Junto con su mayordomo don Rómulo Méndez, don Cipriano es el último en abandonar las labores. Regresan ambos a la casa-hacienda donde les espera la comida lista. Esa noche llueve. por lo que auguran que la siembra promete una buena cosecha.

XI. UN PEQUEÑO LUGAR EN EL MUNDO[editar · editar código]

Pero las lluvias solo duraron una semana. Luego la sequía continuó. El indio Mashe y cincuenta indígenas, quienes habían sido expulsados de Huaira por el terrateniente don Juvencio Rosas, llegan hasta la hacienda de Páucar y ruegan a don Cipriano Ramírez para que los reciba. El hacendado los acoge porque iba a necesitar trabajadores para las futuras siembras. Les da permiso para que se asienten en sus tierras, así como cebada y trigo para que coman, mientras durara la sequía. Mashe, quien tiene una esposa y dos hijas solteras, es recibido temporalmente por la familia Robles, mientras busca un pequeño lugar en el mundo donde vivir. El Timoteo observa detenidamente a una de las hijas de Mashe, la Jacinta. Pero la época es tan mala, al punto que no se puede estar pensando en buscar pareja.2

XII. “VIRGEN SANTÍSIMA, SOCÓRRENOS”[editar · editar código]

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Gente muy devota de los santos, cada uno de estos tiene la virtud de conceder favores específicos, que los creyentes invocan con rezos y demás ceremonias. La favorecedora de las lluvias es la Virgen del Carmen del pueblo de Saucopampa. La gente decide sacarla en procesión. Los Robles se unen al cortejo. Simón recordaba una anécdota del pueblo de Pallar, cuando la imagen de la Virgen que cargaban los fieles cayó sobre las rocas destrozándose completamente; la gente, mientras tanto, seguía cantando el tradicional himno: “Eso se merece nuestra Señora, eso y mucho más, nuestra Señora”. Pero Simón, incansable narrador, esta vez ni siquiera intenta traer a colación su historia pues el ánimo de la gente se hallaba por los suelos. Su mujer y sus hijos iban tras él, en silencio. Timoteo deseaba más que nadie que se acabara la sequía para poder sembrar y a la vez tomar como su mujer a la Jacinta.

XIII. VOCES Y GESTOS DE SEQUÍA[editar · editar código]

Pasaron varios días desde la procesión y seguía sin llover. Las sementeras ya habían muerto pero los campesinos seguían anhelando la lluvia. Esta llega al fin pero solo dura algunos días. La sequía continúa. Un cielo azul alumbrado por un sol ardiente cubre el horizonte. Wanka pare pero sus cachorros son arrojados a una poza. Era la única manera de librarles de una muerte más penosa por el hambre. Simón guarda las semillas de trigo, arveja y maíz para el año entrante. Hombres y animales en medio de la tristeza gris de los campos, vagan languidecientes y descarnados.

XIV. “VELAY EL HAMBRE, ANIMALITOS”[editar · editar código]

El ganado no tenía qué comer y es dejado suelto en los campos. Pero apenas encuentran alimento con qué calmar el hambre: solo paja seca, chamiza e ichu reseco. Uno tras otro los animales son sacrificados y comidos por los campesinos. Los perros llevan la peor parte. Muy flacos, deambulan por el pueblo en busca de sustento que casi nunca encuentran. Una vez la Juana regresa indignada a su bohío luego de visitar la capilla de San Lorenzo, en Páucar: habían robado el manojo de espigas que cada año se ofrendaba al santo. Para ella era un sacrilegio nefando. La Antuca seguía saliendo a pastear a las ovejas junto con sus perros, pero ya no era como antes. Ella misma había enflaquecido y para colmo, ya no se encontraba con el Pancho. Viendo el paisaje tan desolador y sus animales raquíticos, les dice tristemente: “Velay (he aquí) el hambre, animalitos”.

XV. UNA EXPULSIÓN Y OTRAS PENALIDADES[editar · editar código]

En una ocasión la Antuca se percata que sus tres perros (Wanka, Zambo y Pellejo) están devorando a una oveja. Grita a los perros tratando de alejarlos, pero estos le ladran agresivamente. Antuca, llorando, regresa a su casa contando lo sucedido. Los perros vuelven al hogar de los Robles pero son expulsados a garrotazos y hondazos. Por su parte el indio Mashe levanta su choza cerca a un alisar, en la parcela que le había sido

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otorgado por don Cipriano. Pero no tenía cómo dar el sustento a su familia. Su hija, la Jacinta, sale entonces a buscar algo. Regresa con los restos de la oveja que los perros habían devorado. Mashe y toda la familia se alegran y preparan la comida con las piltrafas, que para ellos es un festín.

XVI. ESPERANDO, SIEMPRE ESPERANDO[editar · editar código]

Martina decide ir a Sarún, donde vivían sus suegros, pues su cuñada le había contado que allí si abundaba comida. Lleva a su menor hijo, todavía bebé, pero deja en la casa a su hijo mayor, Damián, niño de 9 años, acompañado sólo por el perro Mañu, y con una modesta ración de trigo. Le encarga que en caso de que ella demorara y se acabara la comida, llamara a la vecina, doña Candelaria, para que le ayudara a matar la única oveja que quedaba. Y si tardaba más, que fuera donde su abuelo, el Simón Robles, que vivía en un trecho no tan lejano. Damián y el Mañu pasan los días cuidando a la oveja y comiendo trigo tostado. Cuando se les acaba la comida, Damián llama a gritos a doña Candelaria, la cual no responde. Una noche se roban a la oveja. Damián se encamina entonces a la casa de don Simón. Pero desfalleciente, cae en el camino. Un cóndor planea encima, tratando de acercarse al cuerpo. Mañu, su fiel compañero, lo defiende heroicamente, pero Damián muere de hambre y sed. Don Rómulo, quien pasa por allí, recoge el cadáver del niño y lo lleva a la casa de don Simón Robles, quien de inmediato lo entierra en el cementerio. Al día siguiente Simón va a la casa de la Martina y la encuentra vacía y desolada. Se da cuenta entonces que su hija se había ido definitivamente.

XVII. EL MASHE, LA JACINTA, MAÑU[editar · editar código]

El indio Mashe lleva una gruesa culebra a su casa, le corta la cabeza y la cola, lo asa y se lo come compartiéndolo con su familia. Pero rara vez tenía la suerte de encontrar algo qué comer. Hasta que un día cayó enfermo y ya no se pudo levantar. El perro Mañu se suma a la labor de pastoreo del rebaño de ovejas cuidado por la Antuca y el Timoteo. Pero no recibe ninguna ración de comida, por lo que abandona la casa de los Robles y se reúne con los perros expulsados. Mashe agoniza en su lecho, y antes de morir, le confiesa a Clotilde, su mujer, que él fue quien robó el manojo de espigas de la capilla de San Lorenzo de Páucar. Jacinta es llevada por Timoteo a su casa, donde Simón la recibe. Esto era señal que el viejo aceptaba a la chica como pareja de su hijo.

XVIII. LOS PERROS HAMBRIENTOS[editar · editar código]

Las jaurías de perros hambrientos deambulan por todo lado. Un día Antuca va a recoger agua y encuentra al perro Mañu tirado sobre las piedras, con la lengua afuera y agonizante. Siente mucha pena por el animal y se queda acariciándole durante un largo rato, hasta que la voz de su madre lo vuelve a las tareas cotidianas. Los perros llegan a invadir la casa hacienda de don Cipriano. Raffles y los demás perros enormes de la hacienda son encerrados para evitar que se pelearan con los callejeros, muy numerosos. Zambo husmea en busca de comida pero las personas ya no botan

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ni las cáscaras de los alimentos. Pellejo recuerda que tiempo atrás una vez una señora muy buena, doña Chabela, le había dado una semita, y confiadamente se le acerca, pero esta vez aquella la expulsa cruelmente, hiriéndole con un tizón ardiente. Los perros hambrientos invaden el comedor de don Cipriano, asustando a su familia. Son expulsados a patadas y garrotazos. Pero esta vez don Cipriano decide terminar con el problema. Ordena colocar pedazos de carne envenenada alrededor de la casa. Muchos perros comen el fatal bocado, entre ellos Zambo, cuyo cuerpo es devorado por Pellejo, el cual muere igualmente víctima del tósigo. Con la extinción de los perros, los zorros y pumas aprovechan para atacar al ganado, por lo que los campesinos hacen guardia de noche. Algunos incluso imitan el ladrido de los perros. Rendidos por tantas penurias, indios y cholos se reúnen frente a la casa hacienda de don Cipriano, rogándole que les diera comida, mientras esperaban la lluvia para iniciar las labores. Pero don Cipriano se niega, aduciendo que ya no tenía más grano para repartir. El Simón Robles le replica entonces, diciéndole que ellos sabían que alimentaba a su ganado con cebada, como si un animal valiera más que un cristiano. Don Cipriano y su mayordomo se retiran amenazantes y la masa de hombres intenta forzar la puerta de la casa. Se escuchan disparos. Tres indios caen muertos. Los demás huyen. Los tiradores son los empleados del hacendado; incluso al pequeño Obdulio, el hijo de don Cipriano, porta un arma que su padre le ha enseñado a usar. La sequía se prolonga por algunos meses más.

XIX. LA LLUVIA GÜENA[editar · editar código]

Llega Noviembre. El cielo se cubre de nubes densas. Y las primeras gotas de lluvia levantan polvo. Es, indudablemente, el fin de la sequía. El júbilo estalla entre los hombres y animales. Una tarde Simón Robles miraba desde el corredor y una sombra le hizo volver hacia otro lado. Era la perra Wanka, escuálida, quien retornaba para ocupar su puesto de guarda de ovejas, de las que solo quedaban dos pares. Simón la llama y la perra se acerca a restregarse cariñosamente a su amo. Conmovido, Simón la acaricia y le habla con ternura, llorando de emoción. “Y para Wanka las lágrimas y la voz y las palmadas del Simón eran también buenas como la lluvia”.

Análisis[editar · editar código]

La novela relata los trágicos efectos de una sequía en la sierra peruana y subraya el desquiciamiento del mundo andino al detenerse el ritmo de la producción agrícola. Aunque el proceso narrado deja ver la radical inhumanidad del sistema social serrano y pone de relieve el sufrimiento al que están sometidos los indios, lo cierto es que la novela diluye la energía de su denuncia y oscurece la casualidad real de los sucesos al remitirlos excluyentemente a una razón sólo natural (la sequía) y al ordenar su secuencia argumental mediante la formulación de una suerte de círculo que afirma la permanente reiteración de la historia, su carácter inevitablemente cíclico, su dependencia del ritmo de la naturaleza. Queda en pie, sin embargo, una imagen globalmente positiva del hombre, la sociedad y la cultura indígenas. Al contrario de lo que sucede en otras novelas

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indigenistas, aquí la miseria no conduce al aniquilamiento de la condición humana del indio, sino, al contrario, pone de manifiesto su honda e imperturbable dignidad (Antonio Cornejo Polar).

Características[editar · editar código]

Alegría despliega una admirable capacidad descriptiva, de tonalidad fuertemente lírica, y prefiere organizar el suceso mediante la adición de relatos breves, en cierto sentido independientes, que hacen pensar en el origen cuentístico del texto, al igual que su otra novela, La serpiente de oro. El tono lírico y la estructura fragmentada parecen remitir a las formas con que el mundo referido plasma sus expresiones literarias.

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El mundo es ancho y ajeno

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El mundo es ancho y ajeno es una novela del escritor peruano Ciro Alegría, publicada en 1941, considerada como una de las obras más destacadas de la literatura indigenista o regionalista, y la obra maestra de su autor.[1] Mario Vargas Llosa, al hablar sobre la literatura de su país, ha afirmado que El mundo es ancho y ajeno constituye «el punto de partida de la literatura narrativa moderna peruana y su autor nuestro primer novelista clásico».[2] Cuenta con numerosas ediciones en castellano y es la novela más traducida del autor,[3] a más de treinta idiomas.

Esta novela es también la primera gran novela peruana de dimensión universal. Si bien existen novelas peruanas anteriores, estas no son sino en su totalidad intentos fallidos o imperfectos. Aun cuando en otros países de Latinoamérica se tenían notables ejemplos de novelas regionalistas, indigenistas y sociales (como Doña Bárbara, Don Segundo Sombra, Raza de Bronce o Los de abajo), en el Perú no existía hasta entonces una novela que pudiese compararse a aquellas.

La novela narra los problemas de la comunidad andina de Rumi, liderada por su alcalde Rosendo Maqui, quien enfrenta la codicia del hacendado don Álvaro Amenábar y Roldán, el cual finalmente les arrebata sus tierras. «Váyanse a otra parte, el mundo es ancho», dicen los despojadores a los comuneros. Estos buscarán entonces un nuevo lugar donde vivir. Pero si bien es cierto que el mundo es ancho o inmenso, siempre será ajeno o extraño para los comuneros. La experiencia trágica de muchos de ellos que van a ganarse la vida a otros lugares, sufriendo la más cruel explotación, padeciendo enfermedades y hasta la muerte, lo demostrará con creces. Para el hombre andino la comunidad es el único lugar habitable. Este es el mensaje último que nos trasmite la novela.

Índice

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1 Publicación 2 Argumento 3 Escenarios 4 Época 5 Personajes

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o 5.1 Principales o 5.2 Secundarios

5.2.1 Los comuneros y sus amigos 5.2.2 Los despojadores y sus cómplices 5.2.3 Otros personajes

6 Resumen por capítulos o 6.1 I. Rosendo Maqui y La Comunidad. o 6.2 II. Zenobio García y otros notables. o 6.3 III. Días van, días vienen. o 6.4 IV. El fiero Vásquez. o 6.5 V. El Maíz y el Trigo. o 6.6 VI. El Ausente. o 6.7 VII. Juicios De Linderos. o 6.8 VIII. El Despojo. o 6.9 IX. Tormenta. o 6.10 X. Goces y penas de la Coca. o 6.11 XI. Rosendo Maqui en la cárcel. o 6.12 XII. Valencio En Yanañahui. o 6.13 XIII. Historias y Lances de Minería. o 6.14 XIV. El Bandolero Doroteo Quispe. o 6.15 XV. Sangre de caucherías. o 6.16 XVI. Muerte de Rosendo Maqui. o 6.17 XVII. Lorenzo Medina y otros amigos. o 6.18 XVIII. La cabeza del fiero Vásquez. o 6.19 XIX. El Nuevo Encuentro. o 6.20 XX. Sumallacta y unos futres raros. o 6.21 XXI. Regreso de Benito Castro. o 6.22 XXII. Algunos días. o 6.23 XXIII. Nuevas tareas comunales. o 6.24 XXIV. ¿Adónde? ¿Adónde?

7 El conflicto entre el progreso y la tradición

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8 Apreciación crítica 9 Análisis 10 Influencia política y social 11 Referencias 12 Bibliografía 13 Enlaces externos

Publicación[editar · editar código]

Ciro Alegría se puso a escribir esta obra para presentarla al Concurso Latinoamericano de Novela convocado desde Estados Unidos por la prestigiosa Editorial Farrar & Rinehart de Nueva York y auspiciado por la Unión Panamericana de Washington.[4] Pudo dedicarse tranquilamente a esta labor pues un grupo de amigos acordaron pasarle una subvención mensual. Comenzó a escribir desde junio de ese año y entregó los originales de la novela terminada el día 15 de noviembre.

De acuerdo a las bases del concurso serían seleccionadas una novela por cada país latinoamericano, de entre las cuales saldría un ganador. La novela de Ciro fue seleccionada y enviada a Washington. Lo anecdótico fue que participara a nombre de Chile (el escritor, debido a su militancia aprista, se hallaba desterrado en dicho país), mientras que por el Perú fue seleccionada la novela Panorama hacia el alba, del escritor José Ferrando, un desconocido autor que desplazó a novelas como Yawar Fiesta del entonces joven escritor José María Arguedas.

El 28 de febrero de 1941 le comunicaron a Ciro Alegría su triunfo, invitándosele a ir a Nueva York, con una bolsa de viajes pagada. El premio consistía en 2.500 dólares que le fue entregado en un banquete que se le ofreció en el Hotel Waldorf-Astoria, el Día de las Américas, el 14 de abril de ese año.

La novela fue publicada ese año por la Editorial Ercilla de Santiago de Chile. A fines de octubre apareció su traducción al inglés (Broad and alien is the world) que fue ubicado por la prensa en el cuarto lugar de ventas. Sin duda se trataba de la primera gran novela peruana y universal.

Argumento[editar · editar código]

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Faena agrícola en la sierra peruana.

El mundo es ancho y ajeno relata la vida de la comunidad de Rumi, ubicada entre las altas montañas de la Cordillera de los Andes, en el departamento de La Libertad (norte del Perú). Los indígenas que integran esa comunidad, encabezados por el alcalde Rosendo Maqui, se defienden de un déspota hacendado, don Álvaro Amenábar, quien, amparado por jueces corruptos y testigos falsos, quiere arrebatarle sus tierras para expandir su ya inmensa propiedad. Pero lo que en realidad más apetecía el hacendado era convertir a los comuneros en peones para que laboraran en una mina de su propiedad cercana a Rumi. Las tierras de cultivo tenían para él un valor secundario.

Debido a ello la comunidad de Rumi se encuentra permanentemente acechada por el despojo; cuando esto al fin sucede, los comuneros se trasladan a las alturas de Yanañahui, tierras pedregosas y de clima inhóspito, de escasa productividad, pero que al menos les permite mantener viva la comunidad. No obstante, muchos comuneros huyen en busca de un futuro mejor y se emplean en diversas partes del Perú, viviendo experiencias muy duras y hasta fatídicas. Varios capítulos de la obra se dedican a relatar las peripecias de algunos de estos comuneros, como Amadeo Illas, Calixto Páucar, Augusto Maqui, Demetrio Sumallacta y Juan Medrano.

Empero, las agresiones del hacendado continúan. Los comuneros, guiados por un abogado indigenista, apelan ante la Corte Superior para recuperar sus tierras, pero el expediente del juicio es robado por hombres contratados por Amenábar y termina en la hoguera. Algunos comuneros se unen a la banda del Fiero Vásquez, famoso ladrón, y se vengan a su manera de la gente de Amenábar. Rosendo Maqui es acusado de ladrón de ganado, de incitador de la violencia y de dar refugio a bandidos, entre ellos al Fiero Vásquez. El viejo alcalde es encarcelado y muere en su celda tras ser golpeado por los guardias.

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Los años transcurren y una nueva perspectiva para la comunidad se abre con la llegada de Benito Castro, un antiguo residente de Rumi, hijo adoptivo de Rosendo, que retornaba tras 16 años de ausencia. Benito, que ha recorrido el país viendo las injusticias, y que además ha aprendido a leer y escribir, trae las ideas de la modernidad a la comunidad, la cual según su punto de vista debía abandonar supersticiones e ideas anticuadas que constreñían su desarrollo, aunque conservando lo mejor de ella, como era la ayuda comunitaria. Es elegido Alcalde y bajo su dirección, la comunidad, con sede en Yanañahui, resurge y empieza a prosperar.

Sin embargo, ante un segundo juicio de linderos interpuesto por el ambicioso Amenábar, los comuneros, por instigación de Benito, se levantan en armas para evitar el despojo. La sublevación es brutalmente reprimida por la guardia civil, aliada con los caporales de Amenábar. Los comuneros rebeldes son aniquilados uno tras otro cayendo bajo el fuego de la ametralladora. La comunidad desaparece así.

Escenarios[editar · editar código]

El caserío de Rumi, comunidad arquetípica de los Andes, se ubica en la sierra del norte del Perú. Está situado entre el arroyo Lombriz (que era el límite con la Hacienda de Umay, propiedad de don Álvaro Amenábar) y la quebrada de Rumi (donde partía la acequia que alimentaba de agua al poblado). Posee tierras muy fértiles donde se cultiva el maíz y el trigo. De otro lado, los guardianes tutelares de la comunidad son el cerro Rumi y el cerro El Alto. Estos cerros agrestes rodean la llanura de Yanañahui frente a la cual está la laguna del mismo nombre. Dicha pampa solía estar cubierta de agua en invierno, por lo que le hacía inapta para el cultivo; este era solo posible en las faldas de los cerros, pero solo de productos de altura y de baja calidad: quinua, papas…

Pero Rumi, si bien es el principal escenario de los hechos, no es el único. En realidad la novela abarca múltiples escenarios: prácticamente están representadas todas las regiones o altitudes de la agreste y variada geografía del Perú, desde la costa hasta la selva.

Época[editar · editar código]

Los sucesos de la novela se desarrollan entre los años 1912 y 1929, aunque en el primer capítulo el autor hace algunas regresiones a las dos últimas décadas del siglo XIX, relatándose algunos episodios de la historia pasada de Rumi. También en capítulos posteriores se interpolan historias pasadas, como el relato de la rebelión de Pedro Pablo Atusparia (1885) y la masacre de los indios cashibos, en la selva peruana (1866).

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En dicha época estaba en boga el gamonalismo, un sistema de explotación de los campesinos de las haciendas, caracterizado por su baja productividad, su baja rentabilidad, el derroche de fuerza de trabajo y la exclusión cultural de sus peones agrícolas. Los gamonales ostentaban un apreciable poder local y eran los más firmes propagadores de la tesis de la inferioridad racial del indígena, tachándola de vicios que ellos mismos procuraban mantener, como la ignorancia, el consumo de alcohol y de coca. Las comunidades indígenas seguían sin embargo subsistiendo pese a que los gamonales hacían todo el esfuerzo por engullir sus tierras y reducir al indio a la condición de siervo.

Por esa época surge también la corriente indigenista que agrupa a intelectuales que procuran la redención del indígena. Se funda en 1909 la Asociación Pro-Indígena, por Pedro Zulen y Dora Mayer de Zulen, que cuestiona al gamonalismo.

Políticamente es la última fase de la llamada República Aristocrática, que dio pase al Oncenio de Augusto B. Leguía (1919-1930), época en la cual se produjeron muchas rebeliones de indígenas con la subsiguiente represión.

Personajes[editar · editar código]

Podemos decir que el personaje principal de la obra es la comunidad de Rumi, cuyos miembros son llamados comuneros. La comunidad es el único espacio en el Ande en el que el campesino puede ser completamente feliz. Es un sitio privilegiado donde persisten los ideales de solidaridad y donde el hombre aún puede ser auténtico. Y es que todas las historias de los comuneros que salen de Rumi, incluyendo la de Benito Castro, no hacen más que confirmar que Rumi es el único lugar en el que se puede ser feliz y que el resto del mundo es «ancho y ajeno». Existe una estrecha comunión del comunero con su entorno natural, al punto de que en este mundo novelesco lo humano aparece determinado por la naturaleza: la tierra es, en este caso, ese elemento natural condicionante.

Pero por razones didácticas es necesario individualizar a los personajes y dividirlos en principales y secundarios. Son numerosos y solo mencionaremos a los de mayor relevancia.

Principales[editar · editar código]

Rosendo Maqui, es el alcalde de Rumi. Dirime con sapiencia todo conflicto que se origina al interior de la comunidad. Pero la prueba de fuego la tiene cuando el hacendado don Álvaro Amenábar entabla a la comunidad un primer juicio de linderos. La comunidad pierde el juicio, debido a que el hacendado compra testigos falsos y soborna a jueces y autoridades. Rosendo continúa la batalla legal, haciendo una apelación. Pero es apresado, acusado de ladrón de ganado. Se niega a fugarse de la prisión con el Fiero Vásquez y muere luego como consecuencia de los golpes que recibe de los

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carceleros, a los que no opone ninguna resistencia para evitar mayores sufrimientos a los suyos. Su muerte, por ello, lo transforma en un símbolo de la comunidad.

Don Álvaro Amenábar y Roldán, el ambicioso y desalmado hacendado de Umay, inmensa hacienda que ocupaba buena parte de la provincia. Su padre, don Gonzalo Amenábar, era quien había empezado a expandir la propiedad, enfrentando a otros poderosos hacendados de la zona, como los Córdova. Álvaro prosiguió el avance hasta chocar con las tierras de la comunidad de Rumi. Viéndo a esta como una presa fácil, le entabló un juicio de linderos, lo que ganó merced a sobornos y testigos falsos. Esperaba que los comuneros aceptaran convertirse en sus peones, pero ellos prefirieron replegarse pacíficamente a Yanañahui, zona alta y de clima agreste donde a duras penas sobrevivieron. No conforme, don Álvaro entabló un segundo juicio a la comunidad, que también ganó. Esta vez, los comuneros, encabezados por Benito Castro, tratarán de defender sus tierras con las armas y sucumbirán reprimidos por las fuerzas gobiernistas.

Bismarck Ruíz, un tinterillo contratado como «defensor jurídico» de Rumi durante el primer juicio de linderos. Era originalmente enemigo de los Amenábar y por eso aceptó el encargo, alentando a la comunidad pues aseguraba que era una causa ganada. Sin embargo don Álvaro lo soborna con 5.000 soles para que cometiera algunas omisiones durante el proceso, por lo que la comunidad pierde el juicio. Con el dinero ganado pretende huir a la costa acompañado de su amante, Melba Cortez, pero los bandidos le roban los caballos y debe regresar caminando hasta el pueblo. Melba fallece en sus brazos y a él no le queda sino regresar donde su esposa, a seguir su vida monótona de siempre.

El Fiero Vásquez, es un temido bandolero de la región. Su apelativo de «Fiero» no aludía a su fiereza, sino que en el habla local significa «el picado de viruelas», pues efectivamente, en su rostro tenía las marcas del mal. Era un mestizo de piel oscura y con una notoria cicatriz en un lado del rostro, provocada por un escopetazo. Iba siempre montado en un caballo negro y su vestimenta era del mismo color. Se dedica a saltear a los viajeros, pero en determinado momento se convierte en una especie de vengador que abraza la causa de la comunidad y combate con gran eficacia contra la gente de Amenábar. En su banda se incorporan muchos comuneros que, como él, pretenden defender los intereses de Rumi, vengándose de los culpables del primer despojo. Será apresado y confinado en la prisión pero logrará huir mediante una fuga espectacular. Poco después morirá en circunstancias misteriosas. Su cabeza aparecerá abandonada en unos matorrales.

Benito Castro, hijo de un montonero y de una comunera de Rumi, fue fruto de una violación. El esposo de su madre aceptó cuidarlo como si fuera suyo, aunque siempre recordándole que era un indio «mala casta». Rosendo y Pascuala, compadecidos del maltrato que recibía del padrastro, se llevaron a Benito y lo criaron como a un hijo. Cierto día su padrastro le amenazó con un cuchillo y Benito se defendió, matándolo. Tuvo entonces que abandonar la comunidad, para evitar ser juzgado y condenado a prisión. Así, vagó con poca suerte por diversas haciendas del Perú hasta llegar a Lima, donde desempeñó numerosos oficios. Sirvió también en el ejército, participando en una represión de guerrilleros en Cajamarca. Luego de pasar por esta triste y dura experiencia, Benito regresó a Rumi, tras 16 años de ausencia. Se enteró del estado del juicio con Amenábar, quien

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pretendía ahora también despojarlos de las tierras de Yanañahui. Benito, entonces, se convertirá en el conductor del destino de Rumi y en el representante de la nueva conciencia de los indios. Es quien lleva la idea del progreso dejando de lado las tradiciones y supersticiones que mantenían al indio en la pobreza. Pero finalmente enfrentará la codicia insaciable del hacendado blanco, quien apoyado por las fuerzas del gobierno, termina por apoderarse de las tierras de la comunidad, con el fin subsiguiente de esta.

Secundarios[editar · editar código]

Los comuneros y sus amigos[editar · editar código]

Pascuala, la esposa de Rosendo, fallece muy anciana, al principiar el relato.

Anselmo el tullido, un indio inválido que era un eximio tocador de arpa. Rosendo y Pascuala lo crían como a un hijo. Tras el traslado de la comunidad a Yanañahui no soportará el clima muy frío y fallecerá poco después.

Porfirio Medrano, regidor de Rumi. Era un montonero azul que se había avecindado en Rumi, casándose con una moza. Conservaba su viejo rifle Pivode, que usaba para cazar venados. Tras el primer despojo, sus adversarios encabezados por Artemio Chauqui logran que se le destituya de su cargo. Vivirá hasta ser testigo del último despojo de la comunidad y morirá defendiéndola.

Goyo Auca, regidor de Rumi, muy adicto a Rosendo.

Clemente Yacu, regidor de Rumi, se distinguía por su arrogancia y buen sentido, y por su conocimiento de los suelos propicios para determinados cultivos.

Artidoro Oteíza, regidor de Rumi. Era blanco aunque sus ancestros habían sido siempre comuneros, no habiendo noticias de mestizaje cercano. El narrador sostiene una posible y lejana ascendencia española.

Ambrosio Luma, regidor de Rumi, elegido en reemplazo de Porfirio Medrano. Era gran trabajador, muy sencillo y modesto

Artemio Chauqui, era descendiente del viejo Chauqui, un comunero que era recordado por su sabiduría. Sin embargo, Artemio no igualaba al brillo del ancestro. Se muestra adversario de Porfirio Medrano, a quien achaca ser un foráneo. También se opone a Rosendo defendiendo la opción de la

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resistencia armada tras el primer juicio de linderos. Tiempo después se opondrá también a los cambios implementados por Benito Castro. Representa la defensa de las tradiciones de Rumi frente a la modernidad.

Abram Maqui, hijo mayor de Rosendo Maqui. Era un diestro jinete. Su esposa era la Eulalia y su hijo se llamaba Augusto. Falleció durante la epidemia de gripe de 1921.

Evaristo Maqui, hijo menor de Rosendo Maqui, era herrero, oficio que aprendió en el taller de Jacinto Prieto. Alcohólico y relajado, murió intoxicado con ron de quemar.

Teresa, hija mayor de Rosendo Maqui, ella es la que da un discurso laudatorio durante el funeral de su madre.

Juanacha, hija menor de Rosendo Maqui, esposa de Sebastián Poma y madre del pequeño Rosendo Poma. Tras la muerte de su madre, la Pascuala, se traslada a vivir junto con su padre. Vivirá hasta ser testigo del despojo final de la comunidad.

Nasha Suro, la adivina o bruja de Rumi, quien predice la desgracia de la comunidad. Su padre había sido un curandero muy célebre, que había sanado a don Gonzalo Amenábar, el padre de don Álvaro, de una fractura grave en la cabeza. Los comuneros esperaban que con sus artes Nasha hiciera algún maleficio a don Álvaro, pero ella termina por confesar su incapacidad para realizarlo. Luego del primer despojo se instala en Yanañahui pero desaparece poco después. No se supo de ella durante mucho tiempo hasta que apareció por el distrito de Uyumi, enfrentando al cura don Gervasio Mestas. Debió morir en edad muy avanzada.

Don Gervasio Mestas, el cura del distrito de Uyumi, era un español treintón y locuaz, blanco y obeso. A él recurren Rosendo y los regidores para pedirle consejo ante el despojo sufrido. Don Gervasio se limita a aconsejarles que aceptaran la voluntad de Dios y guardaran sus mandamientos.

Arturo Correa Zavala, joven abogado, miembro de la Asociación Pro-Indígena. Aceptará defender a la comunidad durante el segundo juicio de linderos, no cobrando por sus servicios. Vive muy pobremente.

El vaquero Inocencio, comunero de Rumi, padre de Tadea.

Jacinto Prieto, el herrero de Rumi. No era originario de la comunidad, sino que había venido de otro pueblo, pero había arraigado y se sentía un comunero más. Se ofrecerá para testificar a favor de Rumi en el primer juicio de linderos, pero será provocado por un pleitista apodado El Zurdo a

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quien golpeará rudamente. Encarcelado por este hecho, tiene esperanza de la justicia y hasta envía una carta al Presidente de la República. Terminará decepcionado. Saldrá de la cárcel merced a un pago de mil soles, dinero que le obsequia el Fiero Vásquez.

Augusto Maqui, hijo de Abram Maqui y nieto de Rosendo Maqui, es un joven fornido e impulsivo. Se enamora de una pastora llamada Marguicha. Es enviado a espiar a la hacienda de Umay de don Álvaro, logrando escapar tras matar de un machetazo a un perro guardián. Tras el primer despojo partirá a trabajar a las caucherías de la selva seducido por la paga alta que le ofrecen. Allí será testigo del horrible abuso que los caucheros cometen sobre los nativos selváticos. Quedara ciego debido a un accidente y se unirá a una nativa llamada Maibí. No volverá más a Rumi.

Marguicha (diminutivo de Marga), es una joven pastora de Rumi, pareja de Augusto Maqui, con quien se une durante una noche de luna llena, durante la cosecha. Pero Augusto la deja, partiendo a trabajar a las caucherías de la selva. Al final Marguicha se casará con Benito Castro con quien tendrá un niño, a poco de ocurrir el segundo y definitivo despojo de la comunidad.

Doroteo Quispe, comunero de Rumi, «indio de anchas espaldas», que era un gran rezador. Se sabía muchas oraciones para determinadas ocasiones, siendo la que más recomendaba la «Oración del Justo Juez» que según él alejaban las desgracias a quien lo repitiera sin cometer el más mínimo yerro. Se hace amigo del Fiero Vásquez. Tras el primer despojo de Rumi se pliega junto con otros comuneros a la banda de dicho bandolero. Tomará venganza sobre Bismarck Ruíz, Zenobio García y el Mágico Contreras. Luego retorna a la comunidad instalada en Yanañahui y será uno de sus defensores durante el segundo despojo.

Paula, esposa de Doroteo Quispe. No era de Rumi sino que de otra comunidad lejana. Le acompaña su hermana Casiana. Ambas habían huido de unos patrones explotadores para quienes trabajaban pasteando ganado en la puna.

Casiana, mujer que al principiar el relato tiene unos 30 años. Es cuñada de Doroteo Quispe y soltera. Se convierte en amante del Fiero Vásquez. Con él tiene un hijo, llamado Fidel Vásquez.

Valencio, hermano de Paula y Casiana, quien junto con ellas se dedicaba al principio a cuidar ovejas en la altura, al servicio de un patrón explotador, quien solía azotarlo cuando se perdía algún animal. Cansado de los abusos, mató a un caporal y se internó en la puna, guareciéndose en cuevas, hasta que fue reclutado por la banda del Fiero Vásquez. Su aspecto era grosero y primitivo y su habla muy primaria. Sin embargo se destaca por su valor y arrojo. Finalmente se sumará a la comunidad instalada en Yanañahui, donde tomará por mujer a una india llamada Tadea. Luchará contra los guardias civiles durante el último despojo, sucumbiendo junto con los otros comuneros.

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Fidel Vásquez, hijo del Fiero Vásquez y Casiana. Morirá durante el segundo despojo de Rumi, con apenas 15 años de edad y empuñando un arma de fuego.

Eloy Condorumi, comunero de Rumi, que junto con Doroteo se suma a la banda del Fiero Vásquez.

Jacinto Cahua, comunero de Rumi, uno de los opositores de Rosendo Maqui y partidario de la defensa violenta frente al primer despojo. Su posición es rechazada por la comunidad y junto con Doroteo se suma a la banda del Fiero Vásquez. Fallece poco después durante una lucha contra los gendarmes.

Mardoqueo, comunero de Rumi que se dedica a la fabricación y venta de esteras, abanicos y otros utensilios de totora. Enviado a espiar a la casa-hacienda de Amenábar, es descubierto y azotado. Se vengará haciendo caer una galga sobre la comitiva de don Álvaro, lo que causará la muerte al tinterillo Iñiguez. Descubierto, morirá abaleado.

Amadeo Illas, comunero de Rumi, que tiene la habilidad de contar fábulas y cuentos. Huye junto con su esposa para escapar de la pobreza de Yanañahui y se interna en la ceja de selva, empleándose como raumador en una plantación de cocales a orillas del río Calchis, atraído por la buena paga. Pero no se acostumbra a la fatigante labor y al mismo tiempo es testigo de la explotación del indígena de parte de patrones y caporales malvados. Su propia esposa es violada por los caporales mientras se hallaba ausente, pero ella no le cuenta nada. Endeudado, huye hacia otra hacienda, cuyo patrón acepta pagar la deuda a cuenta de su trabajo. Tiempo después, su amigo Demetrio Sumallacta le encuentra contando cuentos en la capital de la provincia. Las adversidades no amenguaron pues, su talento.

Calixto Páucar, comunero de Rumi, quien tras el primer despojo de Rumi partirá hacia el asiento minero de Navilca, para emplearse como peón de mina. Su llegada coincide con una huelga de mineros a raíz del cual muere víctima uno de los disparos realizados por los gendarmes. Es enterrado como desconocido.

Demetrio Sumallacta, joven flautista de Rumi, amante de las aves canoras, es quien incorpora en el relato aires poéticos. Huirá también de la pobreza de Yanañahui, instalándose en la capital de la provincia, donde vive junto con su mujer y su suegro, dedicado a la venta de leña y otros trabajos eventuales. Su encuentro con unos futres (petimetres o presumidos) es relatado en el capítulo XX.

Juan Medrano, comunero de Rumi, hijo del regidor Porfirio Medrano. Con su esposa Simona y sus dos hijos Poli y Elvira se traslada a Solma, en la ceja de selva, para emplearse como colono o aparcero de las tierras de un patrón ambicioso, que le requisa casi toda la cosecha dejándole solo la cantidad necesaria para su sustento

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Simona, la esposa de Juan Medrano. Es una india recia, de caderas y senos prominentes.

Adrián Santos, hijo de Amaro Santos, un comunero de Rumi. Su padre era uno de los tantos comuneros que habían nacido fruto de las violaciones de los montoneros en las muchachas de Rumi. Adrián aparece en el capítulo titulado «El maíz y el trigo», todavía niño, sumándose al grupo de repunteros enviados a reunir el ganado. Años después, Adrián parte hacia la costa en busca de trabajo, dejando en Yanañahui a su mujer Casimira Luma. En Trujillo trabaja en obras de canalización.

Casimira Luma, llamada familiarmente Cashe o Cashita, es la esposa de Adrián Santos. Es una muchacha dulce. Espera con paciencia el retorno de su esposo, de quien recibe una carta esperanzadora.

Los despojadores y sus cómplices[editar · editar código]

Doña Leonor, la esposa de don Álvaro, quien criaba a sus hijas en la casa-hacienda.

Óscar Amenábar, hijo de don Álvaro Amenábar, inescrupuloso como su padre. Gana una diputación para el Congreso de la República y se traslada a Lima.

Ramón Briceño, el jefe de los caporales de don Álvaro, quien le guarda mucha confianza.

Melba Cortez, la amante del tinterillo Bismarck, era apodada «La Costeña», pues efectivamente, era de la costa. Físicamente era alta, blanca, de edad ya madura y algo gruesa. Había llegado a la capital de la provincia muy delgada y pálida, pues sufría de tisis, pero a decir de ella, el aire serrano la mejoró. Se convirtió entonces en una escaladora social, explotando sus encantos femeninos, y varios notables del pueblo fueron sus víctimas. El último resultó ser Bismarck Ruíz, quien le cedió una casa, ante la ira de su esposa. Convencerá al tinterillo de recibir el soborno de Amenábar, pero fallecerá durante el viaje frustrado de ambos a la costa, sin poder disfrutar del dinero.

Zenobio García, gobernador del distrito vecino de Muncha, «un cholo gordo y rojizo como un cántaro». Tenía una destilería de aguardiente y una hija muy bella, llamada Rosa Estela, a quien esperaba casar con un buen partido. Sirve como testigo falso durante el primer juicio de linderos contra la comunidad de Rumi. Por ello, un grupo de comuneros convertidos en bandoleros toman venganza contra él: atacan su casa, destruyen su destilería y violan a su hija. Zenobio perderá su puesto de gobernador pero conservará cierta importancia. Durante el segundo juicio de linderos de Rumi apoyará a los comuneros.

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El Mágico Julio Contreras, era un mercachifle o comerciante, «cincuentón alto y huesudo, de cara larga y amarilla». Solía llegar a Rumi ofreciendo sus baratijas, telas y zapatos, entre otros artículos, siendo muy hábil para convencer al más regateador de los clientes. Su apelativo de «Mágico» se remontaba a su época juvenil, cuando era malabarista de una compañía de saltimbanquis que recorría el país promocionando su «salto mágico». De esa época lejana gustaba contar una anécdota suya sobre la manera en que engañó al mayordomo de la fiesta de un pueblo, comprometiéndose a dar una función de su salto mortal, para luego fugarse llevándose el dinero de las entradas, sin cumplir su promesa. Sirve como testigo falso durante el primer juicio de linderos contra la comunidad de Rumi. Doroteo Quispe lo captura y se venga arrojándolo a un pantano.

El tinterillo Iñiguez, «suma y compendio de los rábulas de la capital de provincia», servía los intereses de Amenábar contra la comunidad de Rumi. Tenía tercer año de derecho en la Universidad Nacional de Trujillo. Morirá con el cráneo aplastado por una galga, empujada por el comunero Mardoqueo, al momento de producirse la primera toma de las tierras de Rumi. Su muerte servirá para acusar a Rosendo como incitador de la violencia.

Otros personajes[editar · editar código]

Alemparte, secretario general del Sindicato de mineros de Navilca. Encabezará una huelga exigiendo mejor pago y seguridades en las labores. Morirá abaleado por los gendarmes.

Alberto, obrero del asiento minero de Navilca, quien se hace amigo de Calixto Páucar y se pliega a la huelga de mineros.

El viejo don Sheque, veterano minero que gustaba relatar en los salones de Navilca historias antiguas de la mina.

El gringo Jack, que trabajaba de mecánico en el asiento minero de Navilca. Influenciado por las ideas socialistas, se suma a la causa de los trabajadores.

Lorenzo Medina, sindicalista y propietario de una lancha llamada «Porsiaca». Trabaja en el Callao junto con Benito Castro. Tras explotar su embarcación consigue otro empleo y participa en el paro de obreros de Lima y Callao de 1919, en la cual es apresado.

El italiano Carbonelli, amigo de Lorenzo Medina y Benito Castro, pobre y desempleado que vivía en un callejón del puerto del Callao.

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El loco Pierolista, bohemio cantor y poeta popular, que con sus versos improvisados ridiculizaba a las autoridades y mandones. Le decían «pierolista» pues solía dar vivas a Piérola, el caudillo y presidente del Perú del siglo anterior, aunque nunca pudo explicar el motivo de tal adhesión, ya desfasada para la época. Por recitar unas coplas burlescas contra los Amenábar es encarcelado por unos días.

El estafador Absalón Quíñez, uno de los presos de la cárcel en donde se halla Rosendo. Cuenta orgulloso haber sido ayudante de un colombiano falsificador de billetes y cómo en otra ocasión estuvo a punto de engañar a un cura con el cuento del entierro o tapado de tesoros, pero fue descubierto y por esa causa se hallaba en la cárcel. Poco después es soltado, y antes de salir dice en voz alta que la cárcel era solo para los sonsos.

Los «tres futres (petimetres o presumidos) raros», mencionados en el capítulo XX: un folklorista, un escritor y un pintor, que discuten sobre las cualidades de la raza india.

Etc., etc.

Resumen por capítulos[editar · editar código]

La obra se divide en 24 capítulos, titulados y numerados con dígitos romanos.

I. Rosendo Maqui y La Comunidad.[editar · editar código]

La novela empieza hacia 1912, cuando el alcalde Rosendo, de vuelta a Rumi, se tropieza con una culebra, lo que de acuerdo a la visión indígena es signo de mal agüero. Rosendo, machete en mano, busca infructuosamente al reptil. El narrador hace un alto en el relato y nos cuenta la vida de este personaje: cómo por su sapiencia y laboriosidad fue elegido primero regidor y luego Alcalde de Rumi. También nos cuenta sobre su esposa Pascuala y sus hijos. Luego pasa a describir la vida e historia de la comunidad. Nos relata como los gamonales, usando a su favor leyes que los indios no entendían, fueron expropiando muchas tierras de los comuneros. Don Álvaro Amenábar, rico propietario de la hacienda Umay, cercana a Rumi, llevó a juicio a la comunidad por un pleito de linderos. El tinterillo Bismarck Ruíz fue contratado como «defensor jurídico» de Rumi. En el pasado, según recordaba Rosendo, hubo una epidemia de tifo que mató a mucha gente. También años antes había estallado la Guerra con Chile y muchos indios fueron reclutados. «Diz que Chile ganó y se fue y nadie supo nunca más de él». Luego hubo una guerra civil entre los partidarios de Miguel Iglesias (los «azules») y los montoneros de Andrés Avelino Cáceres («los colorados»). Los «azules» ocuparon Rumi y los indios fueron enrolados a la fuerza a sus filas. La guerra civil llegó hasta el mismo pueblo. Ganaron los «colorados». Muchas mujeres sufrieron violaciones de los montoneros y tuvieron hijos; uno de ellos fue Benito Castro, quien fue criado como un hijo por Rosendo y Pascuala. Escenas

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muy logradas son las que describen la vida rural de Rumi. Un buey llamado Mosco era muy apreciado por Rosendo pero desgraciadamente murió al desbarrancarse. Otro episodio antológico es el duelo entre los toros Granizo y Choloque. Tras finalizar la descripción de Rumi, el narrador retoma el relato: Rosendo retorna al pueblo con un negro presentimiento. Efectivamente, se entera que su esposa Pascuala había fallecido.

II. Zenobio García y otros notables.[editar · editar código]

Todo el pueblo asiste al velorio de Pascuala. La hija mayor de la finada, Teresa, hace una apología de la fallecida. Uno de los más compungidos era el arpista don Anselmo, quien tenía las piernas tullidas; él había sido criado como a un hijo por Pascuala. Esa misma noche llegó a Rumi una comisión de vecinos de Muncha (distrito vecino), presidida por su gobernador Zenobio García. Traían aguardiente, su principal producto de venta, y las condolencias del caso. Un comunero, Doroteo Quispe, se puso a rezar; él tenía fama de decir de memoria una serie de oraciones según la ocasión. Seguido de un nutrido cortejo, el cadáver de Pascuala fue sepultado en el cementerio.

III. Días van, días vienen.[editar · editar código]

«Días van, días vienen…», es la frase típica de los narradores populares cuando intercalan historias separadas por espacios largos de tiempo. Tras la muerte de Pascuala fue a vivir a casa de Rosendo su hija Juanacha, junto con su esposo y su hijito, llamado Rosendo como el abuelo. En Rumi se construía una escuela primaria, aunque las autoridades no parecían interesadas en mandar a un maestro. Llegó de pronto don Álvaro Amenábar, montado a caballo, diciendo que los terrenos eran suyos y que ya lo había denunciado. Rosendo sintió odio por primera vez. Al día siguiente partió junto con otros tres comuneros hacia la capital del distrito, para encontrarse con Bismack Ruíz, el tinterillo contratado como defensor de la comunidad, quien vivía junto con su amante, la tísica Melba Cortez. Bismarck les recibió cordialmente, diciéndoles que no se preocuparan, que la justicia estaba de parte de ellos; solo les pidió un adelanto del pago de sus servicios. Alentados, Rosendo y sus acompañantes retornaron a Rumi. Luego el narrador se dedica a contarnos la vida del «Mágico» Julio Contreras, un comerciante de baratijas y prendas de vestir, ya viejo y con habilidad para convencer al más reacio de los clientes. Su apelativo de «Mágico» se remontaba a su época juvenil, cuando era un malabarista de una compañía de saltimbanquis que recorría el país promocionando su «salto mágico». Luego el narrador se ocupa de otro comunero de Rumi, Demetrio Sumallacta, un habilidoso tocador de flauta o quena.

IV. El fiero Vásquez.[editar · editar código]

Un bandolero llamado el «Fiero Vásquez», solía llegar a Rumi, alojándose en casa de Doroteo Quispe. El Fiero dirigía un grupo de ladrones que asaltaban a los viajeros y tenían su escondite en las alturas o la puna. Conoció a Doroteo cuando éste iba a comprar fuegos artificiales para la

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fiesta de San Isidro. El Fiero le arrebató los cien soles que llevaba, pero después se hicieron amigos, devolviéndole casi todo el dinero, cuando Doroteo le prometió enseñarle una oración del Justo Juez, que, según decía, le protegía de la adversidad. El bandido quedó muy convencido y se esforzó en memorizar la larga oración. Doroteo vivía con su esposa Paula y su cuñada Casiana, ambas venidas de otra comunidad. Casiana, una india que pasaba de los 30 años, se convirtió en la amante del Fiero Vásquez. Ella se enteró por casualidad que su hermano Valencio pertenecía también a la banda del Fiero. Valencio era un bandido de aspecto grotesco y primitivo. Rosendo trató de aconsejar al Fiero de que cambiara su vida delictiva por otra más tranquila, dedicada al trabajo. El Fiero le respondió que ya lo había intentado pero que parecía que su destino era recaer en el mal. Relató enseguida su historia: en una ocasión, cuando ya era famoso ladrón, un desconocido le disparó en la cara. A duras penas, sangrante y sosteniéndose de su caballo, llegó a un pueblo, donde una señora muy amable, doña Elena Lynch (abuela de Ciro Alegría) le dio posada y le curó la herida. Don Teodoro, el esposo de Elena, se acercó a verle y le interrogó. El Fiero le contó que su desgracia había principiado cuando un vecino muy abusivo, don Malaquías, abofeteó a su madre, cuando ésta le reprochó que dejara suelto sus animales, los cuales habían causado destrozos en su chacrita que a duras penas mantenía con su hijo. El Fiero, todavía muy joven, no soportó el abuso y acuchilló a don Malaquías. Fue el inicio de su vida en permanente huida y dedicada al bandidaje. Pero agradecido con don Teodoro y su esposa, que le habían tratado con tanta bondad, prometió regenerarse. Convencido, Teodoro le dio un empleo en su hacienda. El Fiero se sentía orgulloso de su patrón que era un hacendado muy respetado en toda la provincia. Don Tedoro le dio tareas de mucha responsabilidad y el Fiero no lo decepcionó. Pasado algún tiempo, el Fiero pidió a su patrón que le dejara ir, para vivir junto con la Gumersinda, su pareja, en un terrenito que había comprado. Don Teodoro le concedió, pidiéndole solo que no recayera en el mal. El Fiero se lo prometió y vivió un tiempo feliz con su esposa y su hijo recién nacido. Pero poco después el hacendado tuvo que trasladarse a Lima al ser elegido diputado, y el Fiero se sintió desprotegido. Un día, estando en su chacra, El Fiero tuvo que matar a un desconocido, en defensa propia. Tuvo entonces que huir de la policía. A los seis meses regresó y encontró su casa vacía. Su esposa había sido encarcelada, acusada de cómplice, y su hijito había muerto víctima de la peste. A ella la violaron los gendarmes y para poder salir libre tuvo que trabajar de sirvienta en casa del juez. Herido profundamente, el Fiero volvió a la vida delictiva. Así terminó su relato. Muchos comuneros se habían acercado para oírle. Antes de partir de Rumi, El Fiero informó a los comuneros que Zenobio García y el Mágico Contreras andaban en conversaciones con Amenábar.

V. El Maíz y el Trigo.[editar · editar código]

Rosendo convoca a sus regidores a una junta para exponerles los avances del juicio de linderos y su temor de que Zenobio y el Mágico anduviesen en tratos con Amenábar. El regidor Goyo Auca es enviado donde Bismarck Ruíz para pedirle informes amplios. El tinterillo le da esperanzas de ganar la causa, diciéndole que ya había presentado el alegato al que todavía no respondían los demandantes; en cuanto a Zenobio y el Mágico, asegura que sería fácil anularlos hurgando sus antecedentes, en el caso de que fueran a testificar en contra de la comunidad. Ese mismo día empieza en Rumi la cosecha, lo que constituía una verdadera fiesta para la comunidad. Todos participan de la faena. La ocasión es

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propicia también para que los jóvenes busquen pareja y se unan. Se convoca también a un grupo de jóvenes repunteros para que arreen el ganado esparcido en las tierras de la comunidad, a fin de juntarlo para que comieran los rastrojos. Son llamados Cayo Sulla, Juan Medrano, Amadeo Illas, Antonio Huilca, entre otros. Adrián Santos, un chico de 10 a 12 años, consigue también a ruegos que lo sumen a la partida. Luego de culminada la tarea los jóvenes se reúnen a comer y uno de ellos, Amadeo Illas, les relata el cuento titulado: «Los rivales y el juez». Luego se narra la siega, el acarreo y la trilla. Se describe cómo se avienta el trigo con horquetas y palos de madera, hasta separar la paja del grano. Ya de noche, los jóvenes Augusto Maqui (nieto de Rosendo) y Marguicha se entregan al amor iluminados por la luna llena. Finalmente se hace el reparto de la cosecha entre los comuneros y el excedente es destinado para la venta.

VI. El Ausente.[editar · editar código]

Este capítulo relata la vida de Benito Castro, el mismo que había sido criado como un hijo por Rosendo y Pascuala, pero que tras cometer un crimen se había ausentado de la comunidad, dedicándose a recorrer el país. Se ganaba la vida como arriero y repuntero en las haciendas. Recorrió las serranías de Huamachuco y en una ocasión, durante una fiesta carnavalesca de un pueblo, ganó una competencia de carrera de caballos cuya meta fue atrapar un gallo enjaulado que colgaba de lo alto de un cordel; el premio consistía treinta soles en monedas, que se hallaban dentro en la misma jaula. Benito no quiso instalarse en pueblo alguno y siguió su vida errante, hacia el sur, llegando al Callejón de Huaylas. Allí los gamonales pagaban menos, a pesar que el trabajo era más duro. Trabajando en una hacienda, en una ocasión fue testigo de la tortura que sufrieron dos indios, acusados sin prueba de robo de ganado. Conmovido por este hecho, de noche liberó a los indios, y él mismo debió huir. En todo este andar le acompañaba su querido caballo Lucero. Llegó a un lugar llamado Pueblo Libre. Allí encontró a un agitador, apellidado Pajuelo, quien arengaba a la gente hablando a favor de los indios y contra los explotadores gamonales y autoridades. De pronto irrumpieron los gendarmes, se escucharon disparos y Pajuelo cayó muerto. Mucha gente fue arrestada bajo cargo de subversión, entre ellos Benito. Todos fueron quedando libres uno tras otro, menos Benito, quien por ser forastero no tenía quien lo defendiera. Luego de un tiempo lo soltaron, pero no le devolvieron su caballo. Benito se vio solo y sin ningún bien. La necesidad lo obligó a trabajar como peón en una hacienda. Allí, los indios le contaron historias de revoluciones pasadas, siendo la más recordada la de Pedro Pablo Atusparia (1885), que terminó en fracaso. Los indios esperaban algún día cobrarse la revancha.

VII. Juicios De Linderos.[editar · editar código]

El plan del hacendado Don Álvaro Amenábar era apoderarse de las tierras fértiles de Rumi y convertir en peones a los comuneros para que laboraran en una mina que pensaba explotar cerca de allí. Había planteado un juicio a la comunidad por un asunto de linderos, pero al ver el alegato de Bismarck, se enojó y se reunió con el tinterillo Íñiguez para reorientar su estrategia. Planearon sostener la tesis falsa de que el límite de

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las tierras de la comunidad no era el llamado arroyo Lombriz, sino la quebrada de Rumi, situada más adentro, y que el fraude estaba en que los indios habían cambiado los nombres de las torrenteras. Ello implicaba que las tierras de la comunidad eran más reducidas y se limitaban a las que se ubicaban en torno a la laguna Yanañahui, región pedregosa y menos fértil. Iñiguez sugirió comprar falsos testigos para que dijeran que los límites auténticos habían sido modificados por los comuneros en tiempos pasados. Don Álvaro dijo ya entenderse con el gobernador Zenobio García y el Mágico Julio Contreras, quienes serían excelentes testigos contra Rumi, junto con otros indios colonos, y que además ya tenía comprados al subprefecto y del juez. Por su parte, Iñiguez señaló que le preocupaba Bismarck Ruiz y sugirió que se le debía también sobornar; don Álvaro aprobó la idea. De acuerdo a lo planeado, Iñiguez respondió ante el juez el alegato de Bismarck. El Mágico Contreras, Zenobio García y otros más fueron los testigos en contra de la comunidad. Quedó pendiente la respuesta de la defensa de Rumi para días después. Mientras tanto, a Bismarck le llegó el soborno de Amenábar, de 5,000 soles; lo único que debía hacer era no descalificar a los testigos del hacendado. Bismarck aceptó. Mardoqueo, vendedor de esteras, fue enviado por Rosendo a espiar a casa de don Álvaro, pero descubierto, fue flagelado salvajemente. El narrador trata enseguida sobre Nasha Shuro, bruja y curandera de Rumi, única esperanza de la comunidad pues se creía que con sus artes podría acabar con Amenábar. Una noche Nasha se metió sigilosamente en la casa-hacienda de Umay y extrajo una fotografía de don Álvaro. Todo Rumi esperaba que de pronto don Álvaro enfermara o sufriera algún mal, pero nada de eso ocurrió. Entonces se empezó a dudar sobre los poderes de Nasha, y al final la bruja confesó que no le podía «agarrar el ánima». Volviendo al juicio de linderos, el juez escuchó la defensa de la comunidad por boca del mismo Rosendo; finalmente, el magistrado aconsejó al viejo alcalde que buscara testigos para que hablaran a favor de la comunidad pero que no fueran de Rumi. Los buscaron en varios pueblos y haciendas colindantes; pero nadie aceptó para no terminar peleado con don Álvaro. Entonces se ofreció como testigo Jacinto Prieto, el herrero Rumi, aunque natural de otro pueblo. Pero sucedió entonces que un tal «Zurdo» buscó pleito al herrero, quien ofuscado, le dio una paliza. Prieto fue por ello encarcelado, quedando así anulado como testigo. Para toda la comunidad era evidente que el «Zurdo» había sido enviado por Amenábar.

VIII. El Despojo.[editar · editar código]

Rosendo quiso dejar al sospechoso Bismarck, pero ningún abogado aceptó defender a la comunidad. El fallo del juez favoreció a Amenábar, disponiéndose que la toma de las tierras fuera el 14 de octubre. Bismarck, muy hipócritamente, dijo que había hecho todo lo posible y que ya no había más que hacer, pues el fallo era definitivo (lo que no era cierto pues existía todavía la posibilidad de la apelación, lo que el tinterillo intencionadamente no mencionó). Rosendo envió a su nieto Augusto a espiar a la hacienda de Amenábar. El muchacho escuchó a unos guardias que don Álvaro ya se alistaba para ocupar la tierra de Rumi y tenía 40 hombres armados; luego logró escabullirse con peligro de su vida, matando a un perro guardián que se le abalanzó. Viendo que ya el despojo era inevitable, Rosendo convocó la asamblea de la comunidad y expuso la situación. Uno de los comuneros, Artemio Chauqui, criticó su gestión y la de los Regidores. Quedaban dos opciones: resistir o replegarse a las tierras altas y pedregosas de Yanañahui. Se discutió. Gerónimo Cahua optó por la resistencia armada; otros preferían la retirada.

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Los comuneros llegaron a un acuerdo: no ofrecerían resistencia para evitar muertes inútiles, y se irían a Yanañahui antes del día 14. De paso reeligieron como alcalde al viejo Rosendo. Mientras discutían, Casiana salió sigilosamente en busca del Fiero Vásquez, quien había prometido ayudar a la comunidad en caso de peligro. Enterado El Fiero, marchó para defender a Rumi con veinte hombres armados, sin conocer todavía la resolución que había tomado la comunidad. Al llegar a Rumi se enteró de todo. En la plaza del pueblo y ante la presencia de don Álvaro, el tinterillo Iñiguez, el gobernador Zenobio García, el subprefecto y otros principales, resguardados por un regimiento de gendarmes, se procedió a la ceremonia de la entrega de las tierras de la comunidad. Rosendo rogó al Fiero que no se enfrentara, ya que habían optado por la retirada pacífica. El Fiero optó entonces replegarse con su banda, no sin antes hacer notar a Rosendo que el abogado Bismarck les había engañado pues quedaba aún la opción de apelar. Cuando don Álvaro y su comitiva se retiraban triunfantes, de pronto vieron venir sobre ellos una galga (piedra rodante), rodada por el indio Mardoqueo; el impacto de la roca mató a Iñiguez. Los gendarmes sacaron una ametralladora y dispararon contra el pobre Mardoqueo, matándolo. Al ver ello, uno de los bandidos del Fiero apodado el Manco alzó su machete y a galope se dirigió contra los gendarmes pero también lo ultimaron a balazos. La comunidad de Rumi continuó el camino del éxodo.

IX. Tormenta.[editar · editar código]

Yanañahui, hacía donde los comuneros de Rumi emigran, era una zona situada en la puna, muy fría, pedregosa, dominada por los cerros Rumi y El Alto, y cerca de una laguna, que los indios creían encantada. Decían que allí vivía una mujer negra y peluda, que era el espíritu de la laguna. Cerca habían ruinas de un antiguo poblado, que estaba ubicado en un lugar adecuado, pero los comuneros tenían temor de asentarse allí pues decían que era la morada del Chacho, un ser maléfico en forma de enano. Prefirieron construir sus casas en las faldas del Rumi, aunque no era un buen lugar pues le azotaba directamente el frío viento de la puna. Siguiendo el consejo del Fiero, Rosendo intentó un recurso de apelación a la Corte Superior. Una comitiva fue a la capital del distrito y contrató a un joven abogado, Arturo Correa Zavala. Este les alentó a seguir el juicio y no les cobró sus servicios. En Yanañahui la vida cambió mucho por la aspereza del lugar. Solo se podía cultivar productos de la altura, como quinua, papa, oca, pero en menor cantidad y calidad. El ganado no se acostumbraba y muchos animales intentaron volver a Rumi llevados por la querencia; varios de ellos fueron capturados por los caporales de don Álvaro, quien los expropia. Se produce una gran tormenta en Yanañahui y algunos animales mueren, entre ellos «Frontino», el caballo querido de Rosendo, atravesado por un rayo. Un emisario de Zavala Correa llegó trayendo una mala noticia: habían asaltado el correo que transportaba el grueso expediente del juicio a la capital, lo cual era muy grave pues ya no se podría apelar al perderse hasta los papeles de reconocimiento legal de la misma comunidad. El expediente fue a dar a manos del hacendado, quien lo quemó en la chimenea de su casa. Algunos comuneros fallecieron, como Anselmo, el tullido. Otros abandonaron Yanañahui para probar suerte en lugares lejanos, trabajando en plantaciones o minas lejanas. Los comuneros Doroteo Quispe, Jerónimo Cahua y Eloy Condorumi se plegaron a la banda del Fiero Vásquez. Los tres fueron comisionados para matar a Bismarck y a su amante Melba, quienes montados a caballo iban a la costa para disfrutar del dinero que cobraron de Amenábar. Pero los comuneros no se atrevieron a ejecutar la misión: sólo se limitaron a

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robarles los caballos, aprovechando que la pareja habían hecho un alto para dormir en una cueva ubicada en medio de la puna. Bismarck y Melba debieron regresar al pueblo caminando muchos kilómetros, y debido al esfuerzo la mujer falleció poco después, de una pulmonía fulminante. El desolado Bismarck volvió al lado de su esposa y a la monotonía de su trabajo. Doroteo, Cahua y Condorumi se reunieron con los otros bandidos; uno de ellos, apodado el Sapo, se burló de los comuneros por no haber cumplido con el encargo. Doroteo y el Sapo se pelearon a cuchillo y venció el primero. Así, los tres comuneros se ganaron el respeto de los otros bandidos

X. Goces y penas de la Coca.[editar · editar código]

Uno de los comuneros, el joven Amadeo Illas, se fue con su esposa a trabajar a una hacienda de coca en plena ceja de selva. Un caporal lo recibió y lo instaló en una casa junto a una chacra. De acuerdo al contrato debía bajar cada tres meses a raumar (deshojar las hojas de coca) en el temple o valle situado al borde del río Calchis. Pasados algunos días fue notificado para empezar la labor y Amadeo marchó al temple. En el camino se encontró con otro peón o raumero, llamado Hipólito Campos, de quien se hizo amigo. La primera labor que se le encargó fue podar unos árboles bajo cuya sombra crecían los cocales. Luego empezó con la rauma. El trabajo, al principio, le pareció fácil; pero después le ardieron las manos y le salieron ampollas. Estas empezaron luego a sangrar. Le dijeron que era cuestión de acostumbrarse. Pero de todos modos era una labor muy fatigosa. Otro peligro más grave eran las víboras. A Hipólito le picó una en el pecho y a duras penas se salvó, tras ser cauterizada su herida con hierro candente. Pero quedó muy mal y lo enviaron de vuelta a su casa. Amadeo pensó en el contraste de que una hoja que tanto gozo daba al hombre andino se consiguiera con tanto sufrimiento. En fin, no pudo continuar en la rauma y pasó al lampeo. También esta vez le sangraron las manos. Para colmo contrajo las fiebres palúdicas y durante 30 días estuvo en cama. Su esposa debió ir al pueblo a comprar quinina. En total se adeudaron en 60 soles. No les quedó otra opción que huir lejos. Amadeo consiguió empleo de peón en la hacienda Lamas. Pero los caporales de Calchis lo persiguieron y lo encontraron. El hacendado de Lamas acordó pagar su deuda, pero a cuenta de su trabajo. Amadeo quedó así nuevamente amarrado a la tierra.

XI. Rosendo Maqui en la cárcel.[editar · editar código]

Rosendo Maqui no perdía la esperanza, pese a los sucesivos infortunios. La comunidad ya no tenía dinero para continuar el juicio. El ganado estaba diezmado, pues muchos animales iban hasta las tierras antiguas de Rumi y los caporales de don Álvaro los requisaban. Una vez un toro de labor se perdió y Rosendo fue decidido a rescatarlo. Pero al llegar a Umay, Amenábar se negó a entregarle el toro pues adujo que lo había comprado a Casimiro Rosas, cuyas marca de herraje eran similar a la de la comunidad de Rumi (C R). Rosendo insistió y el hacendado lo arrojó a fuetazos y golpes. El viejo alcalde no se quedó tranquilo y de noche ingresó sigilosamente al potrero del hacendado, pero los caporales lo descubrieron y lo tomaron preso. Rosendo fue a dar a la cárcel, acusado de abigeo, además de los cargos de azuzador de revueltas y de guarecer a

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los bandidos en su comunidad. En Yanañahui, los comuneros eligieron alcalde a Clemente Yacu. En prisión Rosendo se encontró con Jacinto Prieto, el herrero, y con otros personajes pintorescos como el loco Pierolista, y un estafador de nombre Absalón Quíñez. Otros presos le conmueven por sus tragedias personales, como un pobre indio llamado Honorio, acusado sin pruebas de ser ladrón de reses. Hasta la prisión llegó la noticia de que un piquete de gendarmes salía del pueblo para atrapar al Fiero Vásquez. Los días pasaron y Rosendo continuaba encarcelado.

XII. Valencio En Yanañahui.[editar · editar código]

En Yanañahui, Casiana esperaba un hijo del Fiero Vásquez; de éste no se sabía nada. Tampoco se sabía de Doroteo Quispe, el esposo de Paula, quien se había plegado a la banda del Fiero, junto con Cahua y Condorumi. Valencio, el hermano de Casiana, arribó al pueblo. Contó que se había producido un enfrentamiento de los bandidos con los gendarmes. Murieron varios de ambos bandos, pero El Fiero, Quispe y Condorumi seguían vivos, y solo Cahua había sido herido, pero no de gravedad. Valencio decidió asentarse en el pueblo y trabajar en las tareas comunales. Quiso tener mujer como todos y eligió a Tadea, la hermana del vaquero Inocencio. Construyó su casa ayudado por la comunidad y se dedicó a tejer esteras de totora y a hacer cal, productos que eran llevados al pueblo para venderlos, pero Valencio no aceptaba dinero sino costales de pan. También iba a la laguna a cazar patos, riéndose de las supersticiones de los comuneros. Le pareció que la vida en Yanañahui era feliz y que nadie debía quejarse.

XIII. Historias y Lances de Minería.[editar · editar código]

Un comunero, Calixto Páucar, partió hacia el asiento minero de Navilca, para emplearse como peón de mina. Allí fue recibido por un obrero llamado Alberto, quien le instaló en la barraca de los peones. Calixto se enteró que los mineros empezarían una huelga al día siguiente. Luego, junto con Alberto salió a dar un paseo, ya muy entrada la noche. Entraron a un salón donde había gente tomando y charlando. Uno de ellos era un viejo apodado don Sheque, quien charlaba con un periodista. Los presentes escuchaban atentos las historias de mineros que relataba el viejo. En una de ellas mencionaba al Fiero Vásquez, cuya banda había asolado la mina, entonces administrada por unos gringos apellidados Godfriedt. El viejo siguió contando sobre su propia experiencia en la mina y cómo en varias ocasiones salvó de morir, pero el periodista estaba más interesado en la huelga. De pronto ingresó Alemparte, el Secretario General del Sindicato de Navilca, quien había declarado la huelga. Esta empezaría al día siguiente. Los huelguistas reclamaban aumento del jornal de S/. 1 a 1.5, así como máscaras protectoras para los que trabajaban en los hornos y botas impermeables para los que laboraban en zonas inundadas. Calixto y Alberto volvieron a la barraca y se echaron a dormir. Al día siguiente vinieron muchos gendarmes al asentamiento. Se oyeron los gritos de: «¡Viva Alemparte!». Un gringo, llamado Jack, y que trabajaba de mecánico, se sumó también a la causa de los trabajadores. Alemparte, junto con otros más (entre ellos Calixto y Alberto) avanzaron resueltamente. Los gendarmes dispararon. Hubo ocho muertos: entre ellos Alemparte y Calixto. Al día siguiente los obreros enterraron a sus

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muertos. Jack y otro compañero desplegaron un trapo rojo y cantaron un himno que para el resto era desconocido. Decían que eran socialistas. Calixto fue sepultado como anónimo pues nadie sabía su nombre.

XIV. El Bandolero Doroteo Quispe.[editar · editar código]

Cuando nació el hijo de Casiana, Valencio encendió una fogata en la cumbre de un cerro, para dar aviso al Fiero Vásquez. Pero éste ya estaba preso y su banda diezmada. Solo quedaban Doroteo, Condorumi, El Zarco, El Abogao, y un tal Emilio Laguna. Todos enrumbaron al norte. Doroteo envió al Zarco a Muncha, el pueblo donde vivía Zenobio García, el gobernador, quien tenía una pequeña industria de fabricación de aguardiente, y una hija aun soltera para quien buscaba un buen partido. Zenobio tenía una cuenta pendiente con la comunidad de Rumi, pues había sido uno de los que testificaron contra ella. El Zarco entró a la tienda de Zenobio y pidió unos tragos; luego preguntó al empleado si necesitaban operarios para la destilería. Zenobio le respondió que no, y el Zarco se retiró. A medianoche los bandidos entraron al pueblo haciendo varios disparos. Zenobio huyó lográndose ocultar a duras penas en el descampado, pero la esposa, la hija y la sirvienta se quedaron en la casa. Los bandoleros destruyeron la destilería. Doroteo ingresó a la habitación de la hija y la violó. Cuando regresó a la casa, Zenobio se encontró con la destrucción provocado por los bandoleros: todo su esfuerzo de años se había perdido. Doroteo y el resto de los bandidos continuaron su camino. En uno de los senderos de la puna se tropezaron con el Mágico Julio Contreras, el otro de los testigos comprados por Amenábar. El Mágico rogó que no lo mataran, ya que enviaría a alguien para que fuera a traer un rescate en efectivo. Pero Doroteo no quiso arriesgarse y sentenció su muerte. El Mágico fue llevado hacia una zona inhóspita, poblada de pantanos. En uno de ellos fue arrojado, sufriendo así una de las más crueles formas de muerte.

XV. Sangre de caucherías.[editar · editar código]

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Extractor de caucho.

Augusto Maqui, el nieto de Rosendo, partió a las caucherías de la selva, cautivado por la elevada paga que le ofrecieron. Junto con otros aventureros llegó al puesto Canuco. Su trabajo consistía en internarse en el bosque, buscar los árboles de caucho y extraerles la savia o jebe. Don Renato era el jefe de Canuco. Se servía de indios sometidos, quienes tenían que entregar su cuota en bolas de jebe; de lo contrario eran castigados, sin distinción de edad y sexo. Augusto fue testigo de los abusos y atrocidades cometidos contra los indios. El narrador nos cuenta enseguida un hecho ocurrido en 1866, que graficaba muy bien la situación trágica del indio selvático: en esa ocasión, los nativos cashibos (que vivían en los márgenes del río Pachitea) fueron cañoneados por las fuerzas del gobierno venidas en buques de vapor desde Iquitos. Volviendo a nuestra historia, cada día menos indios iban a Canuco a entregar su cuota de caucho y don Renato decidió traspasar el puesto a Custodio Ordóñez. Augusto también quiso irse pero no lo dejaron pues se había endeudado. Escuchó fábulas propias de la selva, como la historia del Chullachaqui, un ser mítico con un pie de hombre y otro de venado, quien se enamoró de Nora, la esposa del cacique Coranke, e intentó llevársela consigo; pero Nora se negó y en castigo, el Chullachaqui convirtió a su pequeña hija en un pájaro, el «ayaymama», el cual en las

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noches de luna suele pronunciar un canto lúgubre que parece decir: «ay, ay, mama». Ordóñez tenía una amante, Maibí, una nativa de 15 años, a quien maltrataba de la peor manera. Augusto se conmovió al verla. Ordóñez era también muy cruel con los indios que estaban bajo su dominio. Una vez descabezó con machete a uno de ellos por no haber traído suficiente caucho. Hasta que ocurrió la desgracia para Augusto: mientras sahumaba una bola de caucho, esta explosionó saltándole en la cara. El accidente le provocó ceguera total. Como ya no venían indios a dar su cuota de caucho, Ordóñez preparó una expedición punitiva contra las tribus. Augusto se quedó solo en el puesto y Maibí se acercó para acompañarlo. La batalla entre caucheros e indios duró tres días. Los caucheros vencieron pero Ordóñez murió tras impactarle una flecha envenenada. Los vencedores retornaron a Canuco trayendo como prisioneras a 30 mujeres nativas. Augusto se quedó con Maibí y ambos se fueron a vivir en una cabaña a orillas del bosque. Maibí cultivaba en una chacra y Augusto tejía hamacas y petates de palmera para la venta.

XVI. Muerte de Rosendo Maqui.[editar · editar código]

Rosendo seguía en la cárcel. Un acontecimiento memorable fue cuando ingresó el Fiero Vásquez al presidio. Uno de los presos, el herrero Jacinto Prieto, escribió al Presidente de la República, seguro de obtener justicia. Recordemos que Jacinto estaba encarcelado por agredir a un provocador apodado el Zurdo. Jacinto recibió como respuesta una carta, donde se le informaba que el Presidente ya había tomado nota de su protesta. Pero después de eso no hubo más respuestas y Jacinto quedó decepcionado. Empezó a gritar lleno de rabia, pero de nada le sirvió. Los gendarmes lo torturaron. Al fin pudo salir gracias a los 1,000 soles que le obsequió el Fiero Vásquez, que los usó como soborno. A Rosendo Maqui lo pusieron en la misma celda que al Fiero, para dar a entender que ambos eran cómplices de sedición. El Fiero Vásquez propuso a Rosendo que le acompañara en su huida, que ya la tenía planificada. Rosendo lo pensó, pero no quiso seguirlo pues no quería ser un eterno fugitivo. El Fiero sobornó a dos gendarmes con 400 soles para que le facilitaran la huida. Luego abrió con una ganzúa el candado de su celda, salió al patio y allí mató a otros dos guardias. Ganó finalmente la calle, donde sus amigos bandoleros lo esperaban. Los gendarmes los persiguieron a tiros, pero el Fiero logró escabullirse. Otros gendarmes acudieron a la celda de Rosendo, a quien preguntaron por qué no había alertado al ver huir al bandido. Rosendo dijo que no pudo ver ni oír nada pues se hallaba dormido al producirse los hechos, pero los gendarmes no le creyeron, y acusándole de cómplice del Fiero, lo golpearon a culatazos, hasta dejarlo desmayado. Cuando horas después le llevaron el almuerzo, Rosendo ya no contestó: estaba muerto. El médico diagnosticó muerte por infarto y el juez levantó acta de defunción. El subprefecto mandó a los gendarmes que lo enterraran de noche para que los indios no armaran bulla, pues no quería desórdenes en el pueblo.

XVII. Lorenzo Medina y otros amigos.[editar · editar código]

El narrador nos traslada ahora hacia una cantina de Lima donde bebían y charlaban animadamente unos amigos. Uno de ellos es Benito Castro, quien trabajaba de ayudante en una imprenta. Benito le cuenta a su amigo, el tipógrafo Santiago, de su vida en las haciendas y la vez que domó a

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una mula. A la reunión se suma Lorenzo Medina, un líder sindical. La conversación deriva entonces en temas políticos y sociales, que a Benito no le atraían. Cada vez que le querían arrastrar a ese tipo de diálogos, solía decir que su comunidad era mejor. Lorenzo le ofrece trabajar como fletero en su bote pesquero, en el muelle del Callao. Benito acepta y se convierte en un fletero hábil. Lorenzo estaba al tanto de los problemas sociales y leía en voz alta las noticias de los periódicos sobre los sucesos de provincias, como la explotación de indígenas en las haciendas, en la construcción de caminos, ferrocarriles, etc. Todo lo cual empieza a interesar a Benito, pues le recordaban las injusticias que él mismo había sido testigo en su tierra. Un día, sumido en una angustia profunda le cuenta Lorenzo la razón por lo que había abandonado Rumi. Como ya dijimos, Benito era fruto de la violación que un montonero (guerrillero venido de lejos) cometió en una comunera de Rumi. Creció, pues, con el estigma de ser un indio «mala casta». Un día, su padrastro, muy borracho, le amenazó con un cuchillo, pero Benito se le adelantó, matándolo. A falta de cárcel, fue encerrado en un cuarto del alcalde Rosendo Maqui. Este y su esposa Pascuala lo querían como a un hijo y decidieron por ello soltarlo. Rosendo le entregó el caballo Lucero y le pidió que se fuera lejos. Benito obedeció, con el alma dolida. De eso ya habían pasado seis años y no había vuelto a saber nada sobre Rumi y sus habitantes. Pero ahora sentía nostalgia y quería volver a su comunidad; por lo pronto aprendía a leer y escribir. El bote de Lorenzo, llamado «Porsiaca», no producía mucho, debido a la competencia, pero al menos les daba para comer. Benito vivía en un callejón pobre del puerto. Una noche, mientras descansaba junto con Lorenzo, oyó una fuerte explosión que venía del puerto. Ambos corrieron a ver lo que sucedía. Una lancha cargada con dinamita había estallado, arrasando con muchas embarcaciones, entre ellas el «Porsiaca». Benito y Lorenzo quedaron en la miseria. Un día, un italiano apellidado Carbonelli, tan pobre como ellos, los llevó a la playa. Allí recogieron conchas y se comieron las almejas rociadas con zumo de limón y sazonadas con pimienta y sal.

XVIII. La cabeza del fiero Vásquez.[editar · editar código]

En los alrededores del distrito de Las Tunas, situada a legua y media de la capital de la provincia, una pastorcilla encontró entre unos matorrales una cabeza humana, ya en descomposición, pero con rasgos aun reconocibles. Se formó una aglomeración de campesinos en torno al hallazgo. Uno de los ellos lo identificó: era la cabeza del Fiero Vásquez. Llegaron el juez y el subprefecto, acompañados de muchos gendarmes. El juez confirmó que, en efecto, era la cabeza del bandido. Buscaron el cuerpo en los alrededores pero no lo hallaron. Llevaron entonces la cabeza a la capital de la provincia y lo exhibieron en la puerta de la subprefectura. Todo el pueblo acudió a verla. Pero no existía indicios de quién había cometido el asesinato. Se especuló mucho. Se atribuyó el hecho a los gendarmes, quienes habrían matado al Fiero cuando ésta ya se hallaba rendido. Se dijo también que la muerte lo había ordenado el mismo hacendado don Álvaro. Hasta se habló de la venganza de una mujer por celos. Pero examinadas cada una de esas teorías, ninguna parecía probable. La muerte del Fiero quedó en el misterio y fue todo un acontecimiento en la región, que marcó época.

XIX. El Nuevo Encuentro.[editar · editar código]

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Juan Medrano, el hijo del regidor Porfirio Medrano, se fue con su familia a la lejana Solma, situada en la ceja de selva. Allí un hacendado, llamado don Ricardo, le arrendó un terreno para cultivar y donde construir su casa. Juan se instaló pues, junto con su esposa Simona y sus dos pequeños hijos, Poli y Elvira. De inmediato empezó a levantar su casa, y a sembrar la tierra, con la ilusión de obtener una buena cosecha. Cierto día llegó a Solma una mujer que dijo llamarse Rita, quien se dedicaba a hilar y tejer. Juan y Simona lo hospedaron y ella les ayudó en las tareas del hogar. Rita vendía sus tejidos a otros colonos y un día invitó a Juan y Simona a que lo acompañaran a un velorio. Así empezaron a relacionarse con otros campesinos colonos de la zona. Uno de estos era un tal Javier Aguilar, un indio reservado y sombrío, quien vivía con una mujer y dos hijos tenidos en un compromiso anterior. Otro era Modesto, un pastor que tenía fama de ser brujo, pues vivía únicamente acompañado con una culebra, que era la guardiana de su pequeña huerta; le acusaban de haber causado la muerte de la primera esposa de Javier. Pero volvamos a nuestra historia. Llegaron las lluvias y crecieron el trigo y el maíz. Juan realizó la cosecha ayudado por su familia y por Rita. Acabada la cosecha llegó don Ricardo, el patrón, quien de acuerdo al contrato se llevó la mitad de lo recogido, pero reclamó casi otro tanto por las facilidades prestadas. Los colonos se quedaron únicamente con los granos necesarios para su sustento. Pese a tamaño abuso, Juan pensó que cultivar la tierra era la mejor manera de ser hombre.

XX. Sumallacta y unos futres raros.[editar · editar código]

Uno de los comuneros de Rumi, Demetrio Sumallacta, el flautista, se había instalado en la capital de la provincia, donde vivía con su mujer y su suegro. Durante un día de fiesta, cuando el pueblo se hallaba lleno de visitantes, Demetrio reconoció una voz conocida que concentraba la atención de un grupo de personas. Al asomarse reconoció a su viejo amigo Amadeo Illas, quien relataba el cuento de «El zorro y el conejo». La fábula trataba sobre un conejo que con habilidad lograba constantemente burlarse del acoso de un zorro que quería devorarlo. Demetrio se enterneció al ver a Amadeo pero no se acercó a saludarlo, pues pensó antes cómo agasajarlo. Llevaba tres soles en su bolsillo, producto de la venta de leña que debía entregar a su esposa. Su suegro le reclamaba también diariamente una botella de cañazo y Demetrio le complacía a veces. Pero esta vez pensó gastar el dinero invitando a Amadeo y para tal efecto entró a una bodega para comprar dos botellas de aguardiente. Allí estaban tres futres (petimetres o presumidos): un folklorista, un escritor y un pintor, quienes discutían sobre el cuento que acababan de escuchar. El zorro, según interpretaba unos de ellos, representaba al mandón y el conejo al indio; pero el conejo, al igual que el indio, solía desquitarse. El pintor, al ver a Demetrio con su antara colgada del cuello, le pidió ser su modelo para una pintura; a cambio le daría dos soles diarios. Demetrio, sorprendido por tal oferta, aceptó y siguió a los tres futres hacia una habitación de hotel donde el pintor tenía su estudio. Observó dos cuadros del artista: uno representaba a un indio orando y otro a un maguey. Le impresionó este último, diciendo que él también tenía un maguey frente a su casa y que viéndolo así reproducido pictóricamente, recién entendía que el árbol podía mirar. Los futres celebraron lo dicho por Demetrio y discutieron entre ellos sobre las cualidades de la raza nativa. Al regresar a su casa Demetrio entregó los tres soles a su esposa y una botella de cañazo a su suegro. Les contó luego su encuentro con los tres futres raros que hablaban bien del indio, y cómo tras ver una pintura había

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entendido que el maguey tenía vida y podía ver. El suegro se burló de sus ideas pero Demetrio no le hizo caso y se durmió pensando en el maguey y sus cualidades, que lo hermanaban con el indio.

XXI. Regreso de Benito Castro.[editar · editar código]

Luego de muchos años de ausencia, Benito Castro decidió retornar a Rumi. Esperaba encontrar a Rosendo, a la Pascuala y a todos los comuneros, amigos suyos. Estaba lejos de imaginar lo peor. Pero antes de seguir el relato retrocedamos en el tiempo y volvamos en el momento en que Benito y Lorenzo se hallaban en el Callao, pasando hambre. Ambos lograron finalmente conseguir trabajo. Luego vinieron tiempos duros y se produjo el paro de obreros de Lima y Callao del año 1919. Lorenzo fue apresado y Benito huyó en un buque, que lo llevó hasta el puerto de Salaverry. Pasó a Trujillo y se enroló en el ejército. Ascendió a Sargento primero. Fue enviado con su regimiento a combatir al guerrillero Eleodoro Benel, quien controlaba varias provincias del departamento de Cajamarca. Benel fue encerrado en Chota, pero no lo pudieron atrapar, pues se escurría y atacaba por la retaguardia, ayudado por los campesinos lugareños. Hasta que un día el gobierno de Leguía decidió acabar de una vez con el problema. El regimiento de Benito fue movilizado. Corría el año 1925. Un centenar de campesinos fueron fusilados, acusados de benelistas. En una choza de un campesino encontraron escondidos muchas balas de rifle máuser; el indio, junto con su mujer y sus dos pequeños hijos fueron acusados de partidarios de los rebeldes y fueron fusilados en el acto. Antes de caer la mujer gritó: «¡Defiéndenos, Benito Castro!». Benito quedó sorprendido. No conocía a la mujer o al menos no la recordaba. Se limitó a explicar a sus soldados que la india le había confundido con su hermano. Pero su tropa empezó a desconfiar. Benito decidió licenciarse. Había ahorrado 300 soles. Se compró un rifle y decidió volver a su comunidad. Se compró un buen caballo y marchó hacia Rumi, donde llegó de noche. Se dio con la sorpresa de encontrar casas vacías y arruinadas; la casa de Rosendo estaba convertida en un chiquero o corral de cerdos. ¿Qué había pasado con la gente? ¿Dónde estaban? ¿Sucumbirían de la peste? Esto no era posible, pues luego de una epidemia siempre sobrevivía gente. ¿O acaso algún gamonal les habría desalojado? Y de ser así ¿hacía donde se irían todos? Temiendo lo peor, se sentó y se puso a llorar. Ya con la primera luz del día, se acercó a una casa frente a la cual se había detenido una piara de cerdos. Con su rifle en ristre gritó que salieran los que estaban dentro. Salió un hombre que se identificó como Ramón Briceño (uno de los caporales de Amenábar). Benito le interrogó y Briceño le respondió que su patrón don Álvaro había ganado un juicio de tierras a la comunidad y que los comuneros estaban en Yanañahui. Benito galopó hacia allá y llegó al caserío. Se encontró con Juanacha, la hija de Rosendo, quien pese al tiempo transcurrido lo reconoció y lo saludó abrazándole, muy emocionada. Benito preguntó por Rosendo y Pascuala; el gesto triste de Juanacha fue elocuente y Benito entendió lo sucedido. Fue hacia la casa del alcalde Clemente Yacu, quien estaba enfermo; éste le contó todo lo sucedido desde su partida. A la historia que ya hemos relatado solo agregaremos que don Álvaro Amenábar, aprovechando la desaparición del expediente de la comunidad, había vuelto a denunciarla exigiendo pruebas de sus derechos. Lo que el hacendado quería en realidad era peones para que trabajaran en una hacienda de cocales que había empezado a explotar. El juez falló en contra de la comunidad pero, por intermedio de Correa Zavala, se hizo una apelación ante la Corte Superior, que duraba ya años. Los comuneros tenían

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mucha esperanza de ganar el juicio. Contaban con el apoyo de los Córdova, los hacendados rivales de Amenábar. Benito se despidió de Clemente y se sintió tranquilo al notar que el espíritu de Rosendo animaba todavía a la comunidad.

XXII. Algunos días.[editar · editar código]

En los dos días siguientes Benito fue reconociendo a los antiguos comuneros y conociendo a los nuevos que se habían sumado tras su partida. Entre ellos a Valencio, cuya figura pintoresca le llamó mucho la atención. Muchos otros habían ya fallecido o se habían ido sin volver a saberse nada de ellos. Benito se alojó en casa de la Juanacha y mientras comía con su familia (el esposo de Juanacha era Sebastián Poma y su hijo mayor se llamaba Rosendo, como el abuelo), se presentaron ante él la joven Casimira y su madre, rogándoles que les leyera la carta que el esposo de la hija, Adrián Santos, les había enviado. Sucedía que nadie en la comunidad sabía leer y ya estaban enterados que Benito había aprendido las letras en Lima. Benito leyó la carta, donde Adrián Santos contaba a su esposa sus peripecias en Trujillo, donde se ganaba la vida como jornalero; al final prometía volver pronto. La carta estaba fechada un año atrás, pero aun así la Casimira siguió esperanzada con el retorno de Adrián. Benito fue a conversar con el doctor Correa Zavala, el abogado de la comunidad, quien le dio la noticia de que se podían quedar y cultivar las tierras que ocupaban, porque la Corte Superior de Justicia había fallado a favor de la comunidad. Benito regresó a dar aviso a todos, quienes festejaron la buena nueva. Al la mañana siguiente salió de caza con Porfirio Medrano. Mientras caminaban, Medrano le expuso los planes que tenía para mejorar la vida de la comunidad. Quería desaguar la pampa cercana a la laguna, para ganar más tierras de cultivo; deseaba también que los comuneros trasladaran sus casas al sitio donde se elevaban las ruinas de un pueblo viejo, situado al otro lado de la laguna, zona que estaba mejor protegida del viento. Para realizar todo ello se debía convencer a los comuneros a no creer en supersticiones, como la leyenda de la mujer negra y peluda de la laguna y la del Chacho o ser maléfico que supuestamente vivía en las ruinas. Medrano le anunció también a Benito que le propondría como regidor. Benito asintió. Como la costumbre imponía que las autoridades tuvieran mujer, Benito eligió a la Marguicha, la que fuera pareja de Augusto Maqui.

XXIII. Nuevas tareas comunales.[editar · editar código]

Benito Castro fue pues elegido regidor y todos quedaron a la expectativa de lo que haría. Se propuso ante el consejo llevar a cabo los planes de Porfirio Medrano. Clemente Yacu se opuso pues decía que se debía respetar la tradición, y Artidoro Oteíza arguyó que no era sensato asustar al pueblo, muy supersticioso. Artemio Chauqui también se oponía. Del lado de Benito estaban Ambrosio Luma, Antonio Huilca, y, naturalmente, Valencio, quien desde el principio se había reído de las creencias de los comuneros. Un día, Benito, junto con Porfirio Medrano, Rosendo Poma (el nieto de Rosendo Maqui) y Valencio taladraron el lecho rocoso de la laguna, para formar cauces por donde hacerla desaguar. Luego lo dinamitaron y el agua de la laguna empezó a bajar. Con la pampa ganada a la laguna se podía ya habilitar más tierras de cultivo. Luego Benito y

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sus amigos fueron a las ruinas del pueblo viejo donde pensaban levantar un nuevo asentamiento. Esta vez contaban con el apoyo del anciano alarife Pedro Mayta, quien empezó a demoler los muros, demostrando a todos que no existía ningún Chacho. Pero aun así muchos comuneros todavía estaban temerosos. El alcalde Clemente Yacu convocó a una asamblea para juzgar los actos de Benito. Artemio Chauqui encabezaba a los descontentos. Benito Castro se defendió: dijo que él era el único responsable de sus decisiones, y que sus actos eran para beneficio de la comunidad. Luego de una ardorosa discusión, la mayoría voto a favor de Benito. El tiempo le dio la razón. La pampa ganada produjo mucha cosecha, los comuneros construyeron casas más espaciosas, y no había ningún indicio de la maldición vaticinada. Clemente Yacu renunció a su cargo de Alcalde por enfermedad y Benito fue elegido en su reemplazo.

XXIV. ¿Adónde? ¿Adónde?[editar · editar código]

El relato empieza mostrándonos a los comuneros armados y en pie de lucha. Es el año de 1929. Sucedía que la comunidad había perdido la apelación y el ambicioso Amenábar se disponía una vez más a despojar de sus tierras a los comuneros. Seis caporales enviados por el hacendado Florencio Córdova (rival de Amenábar) llegaron para prestar auxilio a los comuneros, trayendo 20 rifles. Junto con otros rifles que guardaba Doroteo, sumaron una treintena de armas de fuego y los repartieron a los comuneros. El alcalde Benito Castro arengó a los comuneros explicándoles la situación. Al desalmado Amenábar no le importaba tanto las tierras sino lo que quería era convertir a los comuneros en sus peones para obligarlos a trabajar en los cocales del valle del río Ocros, donde sin duda enfermarían de paludismo y morirían. A las autoridades poco les importaba el abuso de los hacendados, si es que no estaban también en complicidad con ellos. «Váyanse a otra parte, el mundo es ancho», solían decir cuando los indios se negaban a abandonar sus tierras. Cierto que el mundo es ancho, explicaba Benito, pero a la vez ajeno. Una vez desarraigados de sus tierras, al indio no le quedaba sino trabajar en tierras de otros, expuesto a los abusos y al mal pago de su trabajo. La tierra propia, la tierra de la comunidad, era lo único propio que el indio poseía y esta vez estaban dispuesto a defenderla con su sangre. Los caporales de don Florencio, al ver el giro subversivo que tomaba la resistencia, quisieron regresar pero los comuneros los detuvieron, quitándoles sus armas y encerrándolos. Benito desplegó a los comuneros armados para emboscar a los hombres de Amenábar que venían apoyados por los guardias civiles. Un grupo de indios armados se ubicó en las peñolerías al pie del cerro Rumi y otro grupo se desplegó en la cima. Por el camino que bordeaba las faldas del cerro El Alto fue ubicado otro grupo y otro más en la cumbre del mismo. Valencio fue enviado de madrugada para observar el movimiento del enemigo. Regresó informando que los guardias, muy numerosos, se dirigían hacia el cañón de El Alto. Otro grupo, formado por los caporales de Amenábar, iba al cerro Rumi. Los comuneros esperaron. Cuando los guardias llegaron a El Alto, se produjo el tiroteo. Seis guardias murieron, aunque también de parte de los comuneros hubo bajas, entre ellos Porfirio Medrano y el joven Fidel Vásquez (hijo del Fiero). De otro lado, los caporales que subieron por la falda del Rumi, fueron recibidos también a balazos; al poco rato sintieron un estruendo y vieron venir sobre ellos piedras enormes resbaladas por los comuneros. Murieron muchos caporales y los pocos que sobrevivieron huyeron. La comunidad había ganado la batalla. Pero era solo el comienzo. Rumi fue considerado zona de rebeldía y Umay siguió su ejemplo.

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Las autoridades enviaron un batallón de guardias civiles (cuerpo que recientemente había reemplazado a la gendarmería), en camiones y armados con ametralladoras. La batalla fue desigual. Los comuneros fueron aniquilados uno tras otro. Algunos pocos heridos escaparon hasta el pueblo, rogando a sus familiares que partieran rápido, antes que llegaran los guardias. Entre ellos estaba Benito Castro, herido gravemente, quien rogó a Marguicha que se fuera con el hijito que tenían, de apenas dos años. Pero Marguicha, angustiada, se limitó a responderle: «¿Adónde iremos? ¿Adónde?»

El conflicto entre el progreso y la tradición[editar · editar código]

La figura de Benito Castro es importante para comprender uno de los temas centrales de la novela: el conflicto entre progreso y tradición. El mayor aprendizaje de Benito consiste en entender que la comunidad no está sola en el mundo, sino que más allá de sus confines existe un mundo «ancho y ajeno», que es necesario conocer, precisamente para poder defenderse de su hostilidad. Su experiencia en las diferentes haciendas donde trabajó como peón y sobre todo en Lima, lo convierten en un líder, un «escogido» para salvar a su comunidad de las desventuras y encaminarla hacia el bienestar. En efecto, Benito piensa que la construcción de la escuela y el rechazo a todo lo relacionado con las supersticiones y brujerías (lo tradicional) son logros fundamentales para que la comunidad pueda encaminarse hacia el ansiado progreso. Sin embargo, Benito es también consciente de que no todo lo que existe en el mundo exterior es digno de ser asimilarlo pues afuera dominan la ambición y la corrupción. Asimismo, sabe que no todo lo tradicional es incompatible con sus ideales de progreso: la solidaridad comunal es una virtud que Rumi debe conservar.

Es interesante observar cómo el ansiado bienestar está finalmente determinado por la propiedad de la tierra. Así, en la novela queda claro que no habrá escuela, ni progreso posible, si antes no se soluciona el real problema indígena, el de la posesión de la tierra.[5]

Apreciación crítica[editar · editar código]

«Las virtudes descriptivas de Ciro Alegría, su poder evocativo, su aliento telúrico, su capacidad para crear personajes vívidos, un argumento interesante, una sabia conducción de los eventos narrativos, su talento para llevar el drama individual a una dimensión universal, hacen de El mundo es ancho y ajeno una novela espléndida y única dentro de la literatura peruana.» (Ricardo Silva-Santisteban).

«La novela atrae desde la primera página. Alegría emplea un estilo directo, sencillo, elegante y rico en vocabulario y sintaxis. Presenta sus escenas con prolijidad de cineasta.» (Luis Alberto Sánchez).

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«El mundo es ancho y ajeno, la obra cumbre de Ciro Alegría, es una gran novela, ancha pero no ajena. Está escrita con una sensibilidad humana auténtica, pero desde el punto de vista indigenista, y no por un indígena.» (José Saramago).

«Como ha sido bien observado por la crítica, Ciro Alegría no escribe novelas de tesis. Su mensaje es muy simple y trabaja con profundidad. Aparentemente menos agresivo que Jorge Icaza, Alcides Arguedas o Miguel Ángel Asturias, el novelista peruano no grita pero convence. Su estilo sobrio, sensible e intenso parece hallarse cómodo junto al alma del indio, cuya fuerza poética logra transmitir en una inusual proeza de simpatía.» (Mario Benedetti).

«…El mundo es ancho y ajeno descuella por su espléndido título y su empeño totalizador, que, a la manera de las grandes novelas realistas decimonónicas, abraza todo el movimiento de una sociedad en un vasto mural narrativo.» (Mario Vargas Llosa)[6]

Análisis[editar · editar código]

La obra narrativa de Ciro Alegría se inscribe claramente en el ciclo latinoamericano de la novela rural o de la tierra. El mundo es ancho y ajeno, junto con sus anteriores novelas: La serpiente de oro (1935) y Los perros hambrientos (1938), revelan desde distintas perspectivas no solamente la complejidad de un mundo ajeno a la racionalidad occidental, sino también su dramático desencuentro con el centro de poder que alienta la modernidad.

A ello se debe que la lectura de la obra de Alegría vuelva a poner en el tapete, precisamente, la dicotomía barbarie/civilización, planteada por Domingo F. Sarmiento en Facundo. En este esquema de pensamiento, la barbarie está representada por el campo y la civilización por los núcleos urbanos, permeables a la influencia europea y con una marcada tendencia a asumir la idea occidental de cultura como principio rector de la sociedad.

Como consecuencia de esta imposición, el otro, el que habita el campo, tiene una concepción distinta del tiempo y la vida, apela al mito y al animismo para explicar su posición en el mundo, pasa a ser el blanco de la incomprensión y el desdén por parte del poder dominante, que se arroga la misión de modernizar a estas masas sin mostrar respeto alguno por sus creencias, su cosmovisión, en suma su cultura.

En El mundo es ancho y ajeno, el conflicto abandona la escena local para simbolizar el enfrentamiento de dos concepciones de comunidad, de vida nacional: la campesina, por un lado, y la del Estado, por otro.

En ese sentido, El mundo es ancho y ajeno, en comparación con La serpiente de oro y Los perros hambrientos, encierra un significativo cambio de perspectiva. Mientras que en sus dos primeras novelas el tiempo es presentado como la reiteración fluida de un acto esencial -es decir, un tiempo unívoco- o

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como una estructura circular basada en los ciclos naturales, respectivamente, en El mundo es ancho y ajeno, la lógica imperante en la temporalidad es la de la causalidad histórica.

El cambio de perspectiva, sin embargo, no le impide a Alegría plantear una vez más la inversión del dilema barbarie/civilización, tan esencial en otras novelas latinoamericanas. Y es que para Alegría está muy claro que la barbarie no está en el campo, sino en el egoísmo y la incomprensión de una clase dirigente cegada por intereses económicos; la civilización, en tanto, se halla en las comunidades campesinas, cuyos valores se presentan como superiores.

Pese a ello, la novela narra la desaparición de la comunidad de Rumi, una especie de emblema de las comunidades andinas tradicionales. El origen del conflicto está en un despojo de tierras logrado a través de un proceso judicial manipulado por el poder de los gamonales, lo que suscita la rebelión del alcalde Rosendo Maqui, que finalmente fracasará.

Sin embargo, Rumi está aún en pie, pero se presenta la amenaza de un segundo despojo, que será reprimido esta vez por el Estado, sellando la destrucción final de la comunidad. Este segundo levantamiento es liderado por el sucesor de Maqui, Benito Castro, un mestizo que representa la opción modernizante y en cuyo mensaje entendemos que si la comunidad no se transforma, sin traicionar su identidad, no podrá sobrevivir. La terrible sanción que enfrenta el lector, sin embargo, es que ambas opciones, la tradicional de Maqui y la modernizante de Castro, fracasan.

A pesar de la derrota, en la novela subyace un elogio abierto a las virtudes de la vida comunitaria, como apunta el crítico Antonio Cornejo Polar, lo que complementa una idea de Tomás Escajadillo, otro gran estudioso peruano de la obra de Alegría: que la comunidad es el único espacio en el que el indígena puede vivir plena y dignamente. Al desaparecer este espacio por obra de un despojo violento, El mundo es ancho y ajeno puede leerse como la despedida de un universo hoy casi extinto debido a la modernización avasalladora que ha transformado el rostro del Perú, y al mismo tiempo, como un severo llamado de atención a los sectores dominantes, bajo la forma de una defensa ética y cultural de una conciencia que el poder occidental no admite como válida.

Con El mundo es ancho y ajeno, Alegría logra un vasto fresco social que, en sus referentes, ha quedado inscrito en la historia peruana como un período trágico en el que se perfilaron, dolorosamente por cierto, agudos conflictos sociales y escisiones que, de alguna manera, tienen todavía un latido de actualidad.[7]

Influencia política y social[editar · editar código]

Como muchas obras de la literatura mundial, El mundo es ancho y ajeno ha tenido una influencia que va más allá del plano estrictamente literario. Con la frase «la comunidad es el único lugar habitable», Alegría expresaba que solo en ella el campesino se sentía feliz y por ello debía protegerse a la comunidad, célula del agro andino. Este deseo de cambiar el mundo, que subyace en las intenciones de Alegría, se considera un

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logro, ya que El mundo es ancho y ajeno fue un importante estímulo para que no se destruyera a las comunidades indígenas o campesinas del Perú.

En 1949 el gobierno peruano intentó mejorar las condiciones de los pobladores de la sierra y de los inmigrantes serranos en Lima, aunque con sentido paternalista, a través de la creación del Ministerio de Trabajo y Asuntos Indígenas y la preparación del Código de Trabajo y el Estatuto del Empleado. También a partir de la década de 1940 se controló la malaria, mal que atacaba a los inmigrantes serranos que bajaban a la costa. No obstante, el éxito de esta campaña radicó en la enseñanza de métodos de prevención.[8]