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CENTRO SUPERIOR DE ESTUDIOS DE LA DEFENSA NACIONAL MONOGRAFIAS del CESEDEN MIGUELALONSOBAQUER ANTONIO DE QUEROL LOMBARDERO MARTIN KUTZ CLAUSEWITZ Y SU ENTORNO INTELECTUAL Kant, Guibert, Fichte,Moltke, Schlieffen, Lenin MINISTERIO DE DEFENSA e o’

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CENTRO SUPERIOR DE ESTUDIOS DE LA DEFENSA NACIONAL

MONOGRAFIASdel

CESEDEN

MIGUELALONSOBAQUERANTONIO DE QUEROL LOMBARDEROMARTIN KUTZ

CLAUSEWITZ Y SU ENTORNOINTELECTUAL

Kant, Guibert, Fichte, Moltke,Schlieffen, Lenin

MINISTERIO DE DEFENSAe

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CENTRO SUPERIOR DE ESTUDIOS DE LA DEFENSA NACIONAL

[o o o MONOGRAFIASdel

CESEDEN

MIGUEL ALONSO BAQUERANTONIO DE QUEROL LOMBARDEROMARTIN KUTZ

CLAUSEWITZ Y SU ENTORNOINTELECTUAL

Kant, Guibert, Fichte, Moltke,Schlieffen, Lenin

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CATALOGACION DEL CENTRO DE DOCUMENTACIONDEL MINISTERIO DE DEFENSA

ALONSO BAQUER, MiguelClausewitz y su entorno intelectual: Kant, Guibert, Fichte,Moltke, Schlieffen, Lenin / Miguel Alonso Baquer, Antonio deQuerol Lombardero, Martin Kutz.— [Madrid] : Ministerio deDefensa, Secretaría General Técnica, D. L. 1990—102 p.;24 cm.— (Monografías del CESEDEN).— Bibliografía.ISBN 84-7823-092-0.—NIPO 076-90-045-2.—D. L. M-20445-1 990.1. Ministerio de Defensa. Secretaría General Técnica ed. II.Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (Madrid).III. Título.

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TEiI N

EDITA. MINISTERIO DE DEFENSA

Secretaria General Técnica

ISBN 84 7823 092-0

NIPO. 076-90-045-2

Depósito Legal: M-20445 1990

IMPRIME: Imprenta Ministerio de Defensa

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SUMARIO

Págs.

1 Los intelectuales y la estrategia.Miguel Alonso Baquer9

2. Influencias kantiaflas en el tratado “De la Guerra” de ClausewitzAntonio de Querol Lombardero15

3. GUIBERT. Un oficial progresista al servicio de la Revolución.Miguel Alonso Baquer31

4. FICHTE. Jacobino, nacionalista y místico.Miguel Alonso Baquer43

5. MARIE VON BRULH Esposa de Clausewitz..Miguel Alonso Baquer55

6. Las ideas y las creencias de Carl Clausewitz.Miguel Alonso Baquer67

7. Doce proposiciones sobre las huellas de Clausewitz.Martin Kutz79

8. Las dos estirpes desviadas del pensamiento clausewitziano.Miguel Alonso Baquer89

Bibliografía101

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1. LOS INTELECTUALES Y LAESTRATEGIA

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1. LOS INTELECTUALES Y LA ESTRATEGIA

Miguel Alonso Baquer

En la historia universal del pensamiento no es fácil encontrar nombres degrandes pensadores que hayan dedicado su tiempo a la penetración enproblemas de estrategia. Entre nosotros, los españoles de la contemporaneidad, sólo a principios de siglo llegó a darse la coincidencia de un grupo deescritores particularmente atento a los problemas del Ejército, aunqueninguno prestó atención a las cuestiones estratégicas.

Ramiro de Maeztu, Ortega y Gasset, Eugenio D’Ors, Pérez de Ayala yGarcía Morente pensaban en la milicia con una notable frecuencia, sobretodo si se les compara con quienes actualmente ocupan su lugar en lacumbre de la intelectualidad. Pero aún en aquellos grandes nombres esdifícil encontrar el vocablo mismo’ de estrategia. Ortega, en una obrapóstuma. —La idea de principio de Leibniz—, sorprendentemente, califica de“estrategia de aproximación cicloide” a su modo de resolver la preguntacapital de qué cosa sea la filosofía. Pero en ninguno de sus escritos dejacaer una sola idea sobre lo que para él sea la estrategia. Nada, pues, nospermite sugerir que Ortega fuera lector de Liddell Hart, el tratadista británicoque inventó la expresión “estrategia de la aproximación indirecta”.

Muy pocos pensadores de talla se han ocupado del arte del estratega. Ymuy pocos de los tratadistas militares, ocupados en su día en desentrañarlos hilos de la madeja que explican la raíz de los acontecimientos bélicos,fueron pensadores de talla. Pero la exigua relación de grandes cerebrosaplicados a la esencia de la estrategia reúne nombres excepcionales.

Abre la lista Tucídides con su Historia de la Guerra del Peloponeso, elprimer monumento literario que revela un autor bien dotado para la reflexiónestratégica en su más alto nivel. A su lado hay que poner el nombre delsiempre tratado con injusticia por los críticos, Jenofonte. El ateniense amigode Esparta —que éste fue su pecado— sabe bien de qué está hablando

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cuando describe las decisiones del protagonista de la Ciropedia o narra susvicisitudes personales durante La retirada de los diez miL

Algo parecido ocurre con Julio César. Pero es mejor buscar enseñanzasen las obras de Polibio y de Tito Livio y en cuantos romanos de condicióncivil le dieron vueltas y vueltas al juego operativo del cartaginés Aníbal, unasveces elogiando la estrategia fabiana y otras —las más— gozándose en loséxitos más fulgurantes del mayor de los Escipiones. La obra de Vegecio—interesantísima en orgánica—, es débil en estrategia y esta debilidad lefue transmitida al gran pensador del Renacimiento italiano, NicolásMaquiavelo, su más penetrante lector.

Maquiavelo, para quien tanto Tucídides como Tito Livio y Vegecio noeran unos desconocidos ni unos desviados, creó un modo de reflexionarsobre la realidad política donde el empleo de la fuerza ocupa un puestoprivilegiado. Este modo de ver la estrategia de ningún modo dejó indiferentesa Federico de Prusia, ni a Napoleón, ni a Clausewitz que, inmediatamente,contrastaron las ideas estratégicas de Maquiavelo con las no menosestratégicas de sus admirados maestros Voltaire, Montesquieu y Fichte,respectivamente.

En nuestro tiempo ha sido un intelectual francés, Raymon Aron, elhombre que con más seriedad ha penetrado en el problema estratégico dela cultura de Europa. Todas las obras de Aron, en una medida importante,están impregnadas de estrategia. Aron ha sido sincero al reconocer en lafigura del general Clausewitz el hiato intelectual que, partiendo del Arte de laGuerra de Maquiavelo, se afirma en el humanismo de Montesquieu, antes deentregarse al idealismo alemán en Fichte (y no en Kant o en Hegel, comotodavía quieren hacernos creer los estudiosos de las dos estirpes declausewitzianos, la germano-francesa de Foch y Bernardi y la germano-rusade Engels y Lenin).

Los intelectuales europeos que acceden a la estrategia son pocos, peroson, en todos los casos, profundos y brillantes. Ha habido en nuestro siglotímidas aproximaciones de pensadores hispanos a las raíces de laestrategia que están esperando algún grado de exhibición de sus ideas.Pero me parece que es, todavía, inoportuno el comentarlas, no vaya a serque por esta causa se les acuse de militaristas.

El entorno intelectual de Clausewitz estuvo ocupado por las ideas de laRevolución francesa en su proyección sobre el fenómeno de la guerra. Deaquí que para conocer las ideas de Clausewitz sobre qué cosa sea laestrategia militar —verdadero objeto de tantos desvelos intelectuales—resulte conveniente una mirada a la impresión que al meditador prusiano le

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produjeron tres figuras de su inmediato contorno vital harto diferentes entresí: Guibert, Fichte y María de Brühl.

Guibert aparece ante Clausewitz como lo que verdaderamente fue, undestacado maestro de Napoleón Bonaparte. En realidad las ideas deClausewitz sobre estrategia pueden ser interpretadas como la búsqueda deuna solución distinta a la ofrecida por el genio napoleónico. Donde Guibertpone táctica, Clausewitz añade estrategia. Donde Napoleón toma laofensiva, Clausewitz proclama la fortaleza de la defensiva. Donde Franciaensalza la revolución, Clausewitz propone la reforma. Las polémicas deClausewitz contra los métodos de Bülow y de Jomini son en realidad gestosde rebeldía contra el universo francés de valores.

Fichte aparece ante Clausewitz en otra perspectiva bien distinta.Clausewitz espera del filófoso idealista tanto una ayuda intelectual de lamáxima calidad como una buena oportunidad al servicio de su empeñoclarificador de la misión del estratega. Clausewitz quiere confiarse alpensamiento de un cerebro privilegiado que no desdeñe la acción y que,además, exprese el alma de la tradición germánica. La identidad no llegó aproducirse por culpa de ambas partes. Clausewitz, trasladado a Rusia nodemasiado después de su regreso de Francia, careció de tiempo parapenetrar el secreto fichteano. A su vez Fichte, en absoluto quiso-que sufilosofía ganara a la élite de los reformadores prusianos, sino a launiversitaria.

María von Brülh, la esposa de Clausewitz, completa el tríptico del entornointelectual del militar prusiano. María suaviza todas las aristas; en particularse esfuerza en dos reconciliaciones: la de la filosofía con la religión, en loque fracasa por causa de la evidente frialdad mística de su marido, y la dela cultura francesa con la cultura alemana, en lo que tiene más éxito.

Las tres influencias son sólo una parte de la explicación del procesointelectual cumplido por Clausewitz como escritor. En realidad Clausewitzera un discípulo fiel de un jefe militar práctico e intuitivo, Scharnhorst, queapenas le invitaba a sumergirse en las profundidades donde anidan lasvivencias de Guibert, Fichte y María de Brülh. El Clausewitz que reflexionasobre la guerra de montaña —un tipo de guerra que nunca hizo—, como elque reflexiona sobre la guerra de guerrillas —otro tipo de guerra que no sele dejó practicar— es el verdadero Cla•usewitz desprovisto de influenciasintelectuales que, en general, le separaban del fenómeno de la guerra en símismo y le empujaban a la abstracción.

Paradójicamente las dos estirpes desviadas del pensamiento clausewit

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ziano (la germano-francesa de Ferdinand Foch y la germano-rusa de Lenin),aun siendo poco fieles al creador de la escuela de pensamiento prusiana,están también en el entorno intelectuál de Clausewitz. Clausewitz no estotalmente inocente del desvío. En ocasiones dudó y en ocasiones secorrigió a sí mismo al optar por lo abstracto o al refugiarse en lo concreto,alternativamente.

Para España el entorno intelectual de Clausewitz tiene algún interés porcuanto la trayectoria marcada por el innovador Marcenado, por el ilustradoAranda y por el crítico Cadalso no estaba demasiado lejos de los supuestosdonde Clausewitz edificó su obra. Es más, las tres voluntades reformadorasque España conoció en la segunda mitad del siglo XIX —las de Villamartín,Cassola y Marvá— tienen alguna remota relación con el pensamientoprusiano. Lo curioso es que ninguno de los tres se confiesa conocedor deClausewitz. Lo notable es que le desprecian tanto cuanto le ignoran.

Las tres voluntades españolas de la reforma del XIX —una reforma másincoada que cumplida— dependen de Clausewitz mucho más de lo quereconocen. Será en los primeros años de nuestro siglo cuando por vezprimera resulten traducidos algunos de los fragmentos de su obrafundamental. Sólo a partir de 1914 España y sus tratadistas militaresacceden al entorno intelectual de la sobresaliente figura de Clausewitz.

En definitiva, el pensamiento militar español no estuvo ni siquiera en elentorno de Clausewitz a lo largo del siglo en que su influencia creció. Suinfluencia fue algo tardía. Hacerlo ver, para bien o para mal, es el objeto delas semblanzas militares que vamos a centrar en el oficial progresista quefue Guibert, en el jacobino místico que fue Fichte y en la esposa ejemplar deClausewitz que fue María von Brülh.

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2. INFLUENCIAS KANTIANAS EN ELTRATADO «DE LA GUERRA»

DE CLAUSEWITZ

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2. INFLUENCIAS KANTIANAS EN EL TRATADO«DE LA GUERRA» DE CLAUSEWITZ

Antonio Querol Lombardero.

Para estudiar la influencia que tal o cual filosofía ha podido tener sobrela obra de un escritor no dedicado a temas filosóficos no es necesario sentarel hecho de que éste la haya estudiado al detalle, ni tan siquiera que tuvieraun conocimiento consciente de aquélla. Las influencias pueden llegarle derebote por diferentes vías y, especialmente, por moverse dentro de laatmósfera intelectual portadora de esa filosofía. No es infrecuente que elambiente en el que vivimos produzca condensaciones aquí y allá y cristaliceen ideas que, al surgir de nosotros, nos enorgullecen hasta que nos damoscuenta de que son casi copia literal de algo ya dicho por Popper o Kukn.

Por ello no vamos a elucidar aquí si Clausewitz leyó detalladamente lasobras de Kant o si el kantismo que pueda haber en su obra se lo proporcionóla «atmósfera», no tan enrarecida como se podría suponer en un oficialprusiano que desde los trece años no paró de luchar en las guerras contrala república francesa y contra Napoleón, y solamente en 1 81 6, acabadas lascontiendas, se puso a escribir su célebre obra. Pues Clausewitz siempre fueun estudioso que sin duda aprovechó los largos ocios de las campañas paraleer todo lo que caía en sus manos. Aparte de eso, fue a los veinte añosprofesor de historia militar y de matemáticas en una academia militar, ycomo ayudante del príncipe heredero debió llevar una activa vida social quele tuvo que poner en contacto con las últimas novedades del pensamientoy de la cultura. Por sus cartas se sabe que fue un apasionado admirador deFichte’ Así que ya tenemos una vía segura por donde le pudo venir lainfluencia kantiana. Pues el Fichte de la primera época, el Fichte que éladmiró es kantiano por los cuatro costados. Recordemos su jactancia deque él había entendido la filosofía de Kant mejor que Kant mismo cuandoéste rechazó la teoría de la ciencia que le había dedicado su discípulo.

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Bien para entender a Fichte, bien por propia iniciativa, lo más verosímil esque Clausewitz hubiera entrado en contacto con la filosofía kantiana durantesu estudiosa adolescencia, cuando las influencias son verdaderamentefructíferas y dejan un poso indeleble. Kant edita la Crítica de la razón puracuando Clausewitz tenía un año, los Prolegómenos cuando tenía tres, laMetafísica de las costumbres cuando tenía cinco, y las dos siguientescríticas, la de la Razón práctica y la del Juicio cuando tenía ocho y diez. Elescándalo nacional y casi mundial de la publicación de La religión dentro delos límites de la mera razón, en 1 793, le llegó a Clausewitz en el sitio deMaguncia, su primer hecho de armas, cuando tenía trece años. La pazperpetua y Los principios de la teoría del derecho en sus años de guarnicióny de intensa lectura antes de ir a la Academia Militar de Berlín y por los añosque Fichte empezaba a publicar. Y, en fin, tenía veinticuatro años cuando seprodujo el gran duelo nacional de la muerte del gran filósofo. Es imposibleque un joven estudioso y aficionado al manejo de las abstracciones nohubiera tenido la curiosidad de leer las obras del más popular de suscompatriotas.

Sea como sea, olvidemos al autor y pasemos a su obra De la guerra. Ensu primera página, Clausewitz va directamente al grano, ahorrándonos lasdisquisiciones predefinitorias de rigor. La guerra es, dice, un acto de fuerzapara obligar al contrario al cumplimiento de nuestra voluntad.

Verdaderamente, es una definición chocante, al menos para la literaturadiscursiva de aquel tiempo. Se esperaría de un escritor de entonces que ladefiniera como «la resolución violenta de las diferencias entre naciones»,«modo de dirimir los conflictos por la fuerza» o algo así, pero siempreponiendo como predicado el término bipolar «conflicto» y sin preocuparse enabsoluto por una finalidad forzosamente variable para cada guerra.Clausewitz, por el contrario, destruye la polaridad, pone al sujeto agente denuestro lado (del autor y del lector) y al sujeto paciente en el otro, y marcamuy claramente la finalidad que ha de recaer completamente sobre lasespaldas del contrario: el cumplimiento de nuestra voluntad.

Indudablemente, esta definición se puede transformar en una del otrotipo con suma facilidad. Y además estas dos líneas pudieran no tener muchaimportancia dentro de las cincuenta del primer libro de la obra que estudiala naturaleza de la guerra. Pero síla tienen, pues todo el primer libro, y engeneral toda la obra, sigue contemplando el fenómeno bélico desde un yoque impone por la fuerza su voluntad. Es más, el pobre adversario va a pasarde sujeto paciente a sujeto desvanescente; tampoco se le tiene en cuenta.

«Pero imponer la voluntad así, a secas? ¿La voluntad de qué, para

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qué?» Tiene usted razón: verdaderamente, eso huele no ya a Fichte, sino aSchoperhauer y sobre todo a Nietzsche. Sin embargo, y como avance deque Kant también puede estar impregnado de ese olor, incluso que ese olores «marca de la casa» que los otros filósofos usarán, puro o mezclado,anticiparros unas líneas de la Introducción a la teoría del derecho: Si uncierto uso de la libertad es él mismo un obstáculo a la libertad, la coacciónque se opone a él coincide con la libertad.

El énfasis sobre la voluntad, surgiendo de la subjetividad, es un énfasistotalmente kantiano. En la obra citada anteriormente lo deja bien claro: Lavoluntad es el apetito considerado no tanto en relación con la acción, sinomás bien en relación con el fundamento de determinación del arbitrio parala acción; en este sentido, la voluntad misma no tiene ante sí ningúnfundamento de determinación en sentido propio, sino que es la misma razónpráctica.

Para notar la importancia de esta identificación, recordemos que la razónpura en cuanto práctica es lo más alto dentro del sistema estructural delintelecto kantiano. La razón, para el conocimiento teórico, necesita laempine como materia en la que actuará la determinación de su forma, sopena de crear con sólo el esquema formal entes vacíos (entes de razón). Encambio, en cuanto práctica, no está condicionada por ninguna experiencia,no está condicionada por nada, ni siquiera por sus propios mecanismos,sino que extrae de ella, que es pura autonomía y libertad, el-contenido de lavoluntad. Y así como en el conocimiento teórico distingue entre el fenómenoque capta y estructura nuestra sensibilidad y la cosa en sí de la que éste esfenómeno, en la rizón práctica no existe tal distinción, pues la cosa en sí senos da de manera directa e inmediata en el imperativo categórico de la leymoral.

Por eso no ha sido extraño que otro discípulo de Kant, Schopenhauer,extrapolara al máximo la filosofía de su maestro y pusiera como cosa en sícon carácter universal a la voluntad, dejando la naturaleza como mera«representación» de ésta, resto y casi deshecho de una voluntad que haactuado. El mismo Nietzsche y su principio universal de la acción, pese asus exageraciones, es heredero de la Crítica de la razón práctica.

Que Clausewitz no se preocupara de concretar a qué voluntad se refierecon su definición es algo coherente con estos presupuestos filosóficos. Bienes verdad que Kant distingue entre los imperativos categórico e hipotéticoen cuanto motores de la acción, y que sólo el primero es el incondicionado,universalmente obligatorio y del que no hay por qué ni es posible preguntar

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por sus motivos. El segundo, el hipotético, es a veces muy engorroso demanejar, pues la empine está siempre como incrustada en un largo continuode causas. A veces, no sirve un imperativo hipotético tan sencillo como «Siquieres aprobar, tienes que estudiar», sino que hay que recorrer la serie tanlarga como nuestros deseos teóricos de precisión de «Si quieres conseguirtrabajo debes tener un título, debes aprobar los exámenes, debes conocerlas materias, debes estudiar...». Ya veremos que el desarrollo que haceClausewitz de la naturaleza de la voluntad guerra es, y no podía ser de otraforma, de este inferior segundo tipo; pero mantiene en su concepto latendencia a la absolutización de la voluntad que se puede observar en Kant.Fichte, extrapolando, aunque no demasiado, su pensamiento, afirma: Noobramos porque conocemos, sino que conocemos porque estamos determinados a obrar; la razón práctica es la raíz de toda la razón.

De su primera ley de moralidad, el imperativo categórico que encierratodos los demás imperativos categóricos, Obra de modo que la máxima detu voluntad pueda valer como principio de una legislación universal, sepuede decir que encierra la perfección moral más absoluta, pero su puestaen práctica en la naturaleza y en la sociedad requiere talesconocimientos y reflexiones que la sola visión de las series inacabables desu casuística paralizaría la acción de un sujeto condenado a vivir encontinua perplejidad.

Para evitar esto, Kant debe aclarar el alcance del imperativo categórico,que no connota la materia de la acción, ni de lo que de ella resultara, sino laforma y el principio. Es decir, Kant desarrolla la teoría de la intención. Todamoral descansa en obrar por respeto a la ley que libremente se da a símisma la razón. Consiguientemente, toda acción que por casualidad oporque los deseos de la propia inclinación venga a coincidir con elimperativo categórico, pero no se debe exclusivamente a él, será una acciónlegal pero no moral. Inversamente, cuando se realiza por respeto a losdictados del imperativo categórico, aunque el resultado no fuera legal seríamoral. Para nuestro filósofo no es el infierno, sino el cielo el que estáempedrado de buenas intenciones; o, mejor dicho, preferíria el camino delinfierno siguiendo la ley moral determinada por nuestra razón a cualquierotro, aunque lleve al cielo. Así, no sería moral un individuo de buenossentimientos, caritativo con los menesterosos y generoso con todos al daruna limosná, porque no lo hace por obediencia a la ley moral sino porinclinación natural (y no por misantropía vencida), O, como se ha repetidotantas veces jocosamente, por mor de obedecer el imperativo que prohíbefaltar a la verdad, no sería moral indicar una dirección falsa al asesino quenos pregunta por dónde ha escapado su posible futura víctima.

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La intención de la acción lo es todo, el resultado empírico no importademasiado. No obstante, la intención es algo tan sutil, tan oculto incluso parael propio sujeto, que se sobreentiende unida al hecho. A no ser que semanifieste de una manera objetiva, ni el mismo derecho la reconoce. Así quela intención, y por tanto la moralidad de la voluntad a la que se refiereClausewitz, también se sobreentiende. En la guerra, todo bando que luchatiene sus motivos; su intención no puede ser otra que restaurar la ley objetivadañada por el contrario; incluso cada bando suele tener a Dios de su parte.Ni el mismo Hitler tuvo el cinismo de manifestar que sus reivindicacionessólo se podían fundamentar en el ansia de poder; y en Austria, enChecoslovaquia y en Polonia (e incluso el día de la invasión de Rusia, en elmomento en que se metía en la más incierta de las aventuras, dicen quesuspiró aliviado: «Me acabo de quitar un peso de mi conciencia») siempreintentó presentar motivos que dejaran a salvo su buena intención.

«Bueno, pero el otro, el adversario, también tendrá algo que aportar: suvoluntad, sus buenas intenciones». Se supone que sí, pero no de formainmediatamente evidente. Para apreciarla, Clausewitz, siguiendo a Kant, hade hacer un tour de force, recoger todos los bienes parafernales de la razónpura y abandonar el antiguo yo para ir a situarse en el adversario. Allí se nosaparecerán los motivos, la buena intención y el imperativo de una voluntadque ahora quiere imponerse al anterior yo. A esta transhumancia hay queconocerla con el nombre de intersubjetividad.

Y aunque uno de los más célebres imperativos categóricos definidos porKant reza «Tratar a cada hombre como un fin en sí mismo, nunca como unmedio», desde los supuestos de su teoría del conocimiento es muy difíciltomar al otro como mi a/ter ego, puesto que lo percibo como fenómeno decuya cosa en sí (en este caso, ser un a/ter ego) nada puedo decir. Y noqueda el remedio de conocer su yoidad por analogía con mi propio yo, puesese es un modo de conocimiento absolutamente prohibido por Kant, lademostración de cuya ilegitimidad fue causa nada menos que de Fa Críticade la razón pura. Como se sabe la tesis de este extenso tratado es que todoconocimiento teórico (no así el práctico) sólo puede venir de los datos de lossentidos, bien que éstos sean fuertemente determinados por los mecanismosdel conocer de nuestra razón. Todo otro conocimiento es producto delfuncionamiento de los propios mecanismos del conocer, los cuales tantopueden llevar a una conclusión como a su contraria, según mostró en susfamosas Antinomias. Según la misma teoría de Kant, deducir del conocimiento(empírico) que pueda tener del «otro», mediante una relación de analogía,que es semejante a mi «yo» es lo mismo que del ser contingente deducir el

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ser necesario, mera extrapolación de la razón sin ningún fundamento paraello.

Por tanto, el otro, a fuer de fenómeno, no tiene ni buenas intenciones niautonomía de la voluntad; sólo tiene capacidad de resistirnos, susceptiblilidada ser obligado. Así la definición de Clausewitz; así, por doctrina y práctica lade Kant y la de todos los kantianos, hombres verdaderamente temibles quesi dan al individuo todo con la mano de la razón práctica se lo quitan dehecho con la otra, la de la razón teórica; que le reconocen una infinitalibertad, pero que los limitarían, encorsetarían, coaccionarían, impondríanleyes y si fuera preciso eliminarían cuando, mera empine al fin y al cabo, unode sus imperativos de aplicación universal exigiera la imposibilidad de quenadie quedara fuera.

Pero el sistema kantiano sí permite reconocer al a/ter ego sin recurrir ala analogía. Según Kant, con cada hombre, merced a la autonomía(capacidad de causar sin ser causado) de la razón práctica para decidir laley moral, aparece una nueva fuente de causalidad en el mundo. Así que atodo foco fenomenal cuya actuación implica causar sin ser a su vezcausado, es decir, que actúe bajo el mandato de un imperativo categórico,podemos lícitamente considerar como un a/ter ego y concluir que detrás desu manifestación fenomenal existe la cosa en sí de un yo igual al mío, en elsentido de que consideremos al yo igual a nuestra fuente autónoma devoluntad.

De esta manera reconoce también Clausewitz al contrario, cuandointenta adentrarse con su teoría en el campo de la realidad. Por ser cada unofoco independiente de causas, la tendencia general de ambos combatientesserá elevarse al extremo empleo de la fuerza. Si el contrario no tuviera unavoluntad de la misma especie que la mía, si fuera un obstáculo fijo podríacalcularse el esfuerzo necesario para su eliminación como tal obstáculo.Pero como, igual que yo mismo, el otro es una fuente autónoma de causas,los esfuerzos suyos y míos han de aumentar hasta el extremo, pues a unaacción responderá de inmediato una reacción según una voluntad queintentará capitalizar igual que yo la acción y reacción de su propio beneficio.

Igualmente, ello rodea a todas las acciones de la guerra de un halo deincertidumbre, ya que de las intenciones del enemigo, en tanto sujetocondicionante y no condicionado, se puede esperar todo, pero nunca sesabrá con seguridad nada.

Así que para poder imponer nuestra voluntad al oponente la primera

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acción será eliminar de su esencia el ser foco de voluntad, hacerlo cosainerte. Y ello sólo se logra eliminando los mecanismos fenoménicos de suvoluntad; esto es, dejándolo indefenso, destruyendo su fuerzas combatientes.

A partir de estas premisas se pensaría que la guerra no tiene másciencia: Cada contendiente reúne todas sus fuerzas según el máximoesfuerzo del que es capaz y las lanza contra las del otro; los que queden delbando que gane impondrán la voluntad al otro bando; y asunto concluido.Ocurriría igual que en un combate singular, lo cual no excluye de cada unode los contendientes un conocimiento del oficio y aprovechamiento de losrecursos de la inteligencia y aun de la astucia.

Sin embargo, no es así. Los progresos de abstracción permiten reunir lomúltiple en lo uno, pero la realidad lo sigue considerando múltiple. En lascharlas de café, e incluso en algunas revistas de estrategia y de relacionesinternacionales, se emplea para tratar de estos problemas un lenguaje querecuerda al de aquellos arbitristas satirizados por Quevedo. Francia tiene...Israel no puede... Con la perestroika de Gorbachov ya no...». ¿Y cómo sehace eso? ¿Cómo se consigue que efectivamente Francia tenga que..., ycómo se lleva hasta las últimas consecuencia la voluntad de un hombre pormucho poder que tenga, de un gobierno, de una clase?

Clausewitz se apresura a dejar bien claro que él no va a teorizar así. Todose transforma a/paso de la abstracción a la realidad. Lo dicho anteriormente,la unificación en el combate singular de los duelistas de la multiplicidad delas fuerzas en combate, el mero choque puntal sucedería así, si:

1 .0 La guerra fuera un acto aislado que naciera de repente y sin relaciónalguna con la vida anterior del Estado.

2.° Cuando consistiera en una solución única o en una serie simultáneade soluciones.

3.° Cuando llevase en sí un resultado definitivo y no influyera en ella,mediante el cálculo, la consecuente situación política que debesuceder a la guerra.

Es decir, dicho kantianamente, podría ser así cuando la acción noestuviera sometida a la intuición del tiempo. No importa que esté sometidaa la del espacio, siempre que éste sea continuo y nos permita abstraerlopuntualmente, puesto que todas las intuiciones del espacio pasan luego aconvertirse en intuición del tiempo (pero no al revés). El tiempo es laverdadera forma de la intuición sensible, y por ello a Clausewitz le esindiferente que se dé una solución única a una serie «simultánea» desoluciones.

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La guerra se desarrolla en la realidad temporalmente con una relaciónrespecto a la vida anterior del Estado, una relación sucesiva consigo mismay una relación con la consecuente situación política que debe suceder alconflicto. Esto es, la voluntad de alguno de los dos contendientespermanece invariable. Cambia temporalmente con la realidad, se acopla aella y, aunque le siga marcando sus leyes, éstas no son cada vez la mismassino las pertinentes a cada una de las relaciones temporales.

En cambio, no es nada kantiana la deducción que de forma pocoreflexiva hace Clausewitz de lo anterior. Puesto que la guerra tieneantecedentes y consecuentes políticos, incluso ella misma obtiene en cadamomento resultado de índole política, la guerra no ha de ser otra cosa que«la simple continuación de la política por otros medios»; definición que hatenido siempre muy buena prensa, se ha llevado mucho más lejos de lo quelas explicaciones de Clausewitz autorizan y hoy día es casi la únicaconocida.

Con la misma argumentación podríamos definir el matrimonio depríncipes con la continuación de la política por otros medios, puesto que porél se han unido o separado estados, se ha hecho o deshecho alianzas yhasta (Enrique VIII de Inglaterra) ha sido la causa de que millones depersonas cambien de religión.

En la guerra, la voluntad tiende a lo absoluto. La voluntad política (sedefine la política comoel arte de lo posible) es el paradigma de lo hipotético.Según Kant (Crítica del Juicio) la capacidad de desear es la facultad de serla causa, por medio de sus representaciones, de la realidad de los objetos deesas representaciones. La guerra y la política coinciden en eso, pero en laprimera el objeto de nuestras representaciones es único e invariable,mientras que en la política, por la variabilidad de las representaciones, susobjetos son cambiables, aptos para el trueque y susceptibles de innumerablesrecombinaciones entre sí. El mismo Clausewitz lo reconoce así, y al final delas disquisiciones a las que su desafortunada definición ha dado lugar,concluye: Si nos detenemos otra vez ante el concepto abstracto de laguerra, deducimos que e/fin político se halla fuera de su campo; pues si laguerra es un acto de fuerza para someter al contrario a nuestra voluntad,tratará siempre y únicamente de derribarle, esto es, dejarle indefenso.

Eso no quita para que la política utilice los resultados de la guerra, peroeso no dice nada, porque la política aprovecha todo para sus fines. No le esimprescindible la destrucción de las fuerzas del adversario; le basta conllevar a éste a un punto tal que le sea más perjudicial continuar la guerra que

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doblegar su voluntad. Asimismo, puede siempre rebajar la voluntad de supropia nación con la seguridad de que ello rebajará asimismo el límite de lossacrificios que el enemigo estará dispuesto a sufrir para no doblegarse aella; y de esta manera puede meter también a la guerra en su heterogéneoámbito del «arte de lo posible». Es decir, la política puede ir aprovechandomediante un desear hipotético los resultados del empleo absoluto de lavoluntad en la acción guerrera.

Y pasemos ya al aspecto epistemológico de cómo aborda Clausewitz lateoría de la guerra en cuanto conjunto de fenómenos.

Que el espacio y el tiempo no son res sino ordines es una opinión que seha mantenido por ciertos filósofos, desde Ockham y algunos escolásticoscomo Suárez hasta Leibniz. Sin embargo, fue Kant quien desarrolló todo elalcance que para el conocimiento tiene que el espacio y el tiempo no seanotra cosa que la forma de nuestra sensibilidad donde han de sersubsumidos todos los fenómenos. Clausewitz, estaríamos casi dispuestos aasegurar que con plena consciencia, inicia el desarrollo de su teoríaubicando ese confuso conglomerado de fenómenos que componen laguerra, hasta entonces sólo tratados por la Historia Militar y por algunascolecciones de aforismos profusamente adornados por una fronda deejemplos, bajo los esquemas de espacio y tiempo de nuestra sensibilidad.

Así lo hace respecto al espacio, tratando del dispositivo de las fuerzas, deacuerdo al esquema kantiano, en el que los fenómenos según el espaciohan de transformarse en fenómenos según el tiempo Un dispositivo debeatender a todas las cambiantes necesidades del combate, sin que laposición de una fuerza interfiera la actuación de otra en cada una de ellas.Esto quiere decir: establecer Su situación según los empleos más probables;articular según principios espaciales tales como que si el todo se divide enpocas partes éstas resultan poco manejables y si se llega a muchassubdivisiones lo poco manejable es el conjunto; combinar lo heterogéneo,de manera que las fuerzas de una especialidad potencie o prolongue losdefectos las de otras; y ubicar el conjunto teniendo en cuenta las vías pordonde ha de llegar la alimentación de la batalla y por donde han de retirarseelementos no necesarios a ella. Es decir, dispositivos espaciales pero confinalidad temporal. Así, la situación de las fuerzas según su- probable empleoadmite otra división en vanguardia, grueso y retaguardia, cada una de ellascon cometidos claramente dirigidos a la duración, la articulación enunidades homogéneas y la combinación de las heterogéneas flexibiliza lanecesaria cohesión del todo para permitir la aplicación pertinente a lasvariaciones que traerá la mera duración. En cuanto al enlace con lo que no

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se encuentra en la batalla, pero puede pesar en ella su misma idea delcambio nos remita el tiempo.

Existe otro grupo de fenómenos directamente asociados a la vez alespacio y al tiempo, los fenómenos del movimiento. El movimiento defuerzas, aunque hoy no la haya perdido del todo, tenía en los tiempos deClausewitz una verdadera influencia destructora. Refiriéndose a las marchasexplica que es tan intensa, que puede ser considerada como un principioactivo de destruccón, tanto como el combate. El ejército con el queNapoleón inició la campaña de Rusia, trescientos mil hombres, dejócontinuamente rezagados entre batalla y batalla, casi siempre un númerosuperior a las bajas por combate; de manera que las pérdidas diarias poreste motivo fueron de 1 a 150 del efectivo total al principio de la campaña,creciendo a 1 de cada 1 20 posteriormente, y alcanzando al final, durante laretirada, el 1/19.

En el tiempo, por último, quedan subsumidos todos los fenómenosrelativos a la decisión del combate, es decir, a la victoria y a la derrota.Ningún combate se decide en un solo instante, aunque siempre sepresentan instantes de importancia mayor que contribuyen esencialmentea la decisión. Compara estos fenómenos a los pesos que sevan añadiendo para decidir la caída de uno de los platillos de una balanza.Tras unas oscilaciones, hay un instante en el cual el desequilibrio puede yaconsiderarse como irremisiblemente decidido. Pero en el otro platillo de labalanza no hay fenómenos de la misma naturaleza, sino que está sostenidosolamente por la voluntad del oponente. Las cuestiones cualitativas no sonesenciales, sino la ruptura que se produce como consecuencia del desgastede la voluntad mediante esos fenómenos sí cuantificables. Clausewitz, trasdar numerosos ejemplos de batallas donde el vencido obtuvo al final másventajas y tuvo menos pérdidas que el vencedor, afirma que sólo estáderrotado el que se confiesa derrotado. En esto Clausewitz se muestra buendiscípulo del gran teórico de la voluntad. Y esta afirmación, además de serun gran acierto, nos lleva a explicarnos muchos hechos de la historia militardonde no siempre los presuntos vencedores obtuvieron la victoria final, puesvictoria o derrota son meros nombres, y basta para denominarlas así queuno de los bandos abandone el campo o que el otro se apodere de susenseñas, meras convencionalidades que no dicen nada sobre quién haobtenido las mayores ventajas en ese combate.

Para el desarrollo de estos fenómenos según un primer sistema inscritoen las formas de espacio y tiempo, nuestro tratadista lo estructura según suconcepto de polaridad asimétrica, sin ninguna duda influido por la categoría

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kantiana de relación que denomina «comunidad» o reciprocidad de acciónentre el sujeto agente y el paciente. En principio reconoce la polaridadabsoluta: En una batalla cada una de las dos partes quiere vencer, por esohay una verdadera polaridad, porque la victoria de una parte significaríanecesariamente la derrota de la otra. Sin embargo, diversas circunstanciasla rompen. La primera es lo que Clausewitz llama muy expresivamentefricciones o rozamientos. Este concepto denota lo que ya el lector está conseguridad pensando: transformación en pura pérdida de parte de la energíaempleada. Clausewitz lo define como lo que dificulta lo aparentemente fácil.A ello se refería Napoleón cuando afirmó que el arte de la guerra es muysencillo, pero todo él de ejecución. Nada más sencillo en teoría que obtenerun permiso en un ministerio, pero entre ventanillas y pólizas pueden acabarcon la voluntad del más templado. Fricción es el concepto que correspondea la diferencia existente entre la guerra real y la guerra en el papel. Estosrozamientos originados por el mero ser de la multitud, la multiplicidad, lajerarquía, el movimiento, la articulación del todo y mil cosas más son el reinodel azar. Una lluvia que enfanga el terreno, un convoy que se pierde, la roturade la pata del caballo de un mensajero, pueden dar al traste con las másacertadas disposiciones. En buena teoría, éstas son acertadas comogeneralia, seguramente derivadas de una buena doctrina donde seestablecían como universalia, pero la acción se hace por hechos individuales,y el rozamiento no lo sufre la superficie del conjunto al que se refieren tantolos buenos tratados como las buenas órdenes de operacionés, sino que sonsometidos a sus efectos cada uno de los individuos participantes, cada unade las máquinas, cada uno de los hechos aislados.

Por tanto, la fricción no sólo castiga por igual aunque aleatoriamente aambos contendientes, sino que destruye de raíz su polaridad, de manera queel beneficio de uno no significa siempre el perjuicio del otro y viceversa. Porejemplo, no llega un mensajero que traía la orden de ataque a una unidad ala que precisamente el enemigo tenía preparada una celada. Ambas salenperjudicadas, una al no participar en el combate, otra por no tener ocasiónde llevar a cabo su plan. Sin embargo, el francotirador de este bando quederribó al mensajero seguramente se dijo: «Qué bien uno menos!».

La otra forma de romper la simetría de la polaridad es consecuencia dela existencia de dos modalidades en la manera de realizar el combate: elataque y la defensa. Si sólo existiera el ataque, la polaridad indicaría, porejemplo, que si un bando renuncia a atacar, es decir a llevar la iniciativa, elinterés del otro es apoderarse de esa iniciativa atacando él. Pero si éste seencuentra a la defensiva, es decir, esperando un golpe que ha de parar, elprincipio de polaridad ya no puede obligarle a que tenga interés en atacar él,

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sino que su interés será que el otro ataque (y su maniobra, hacer algo quea ello le incite o le fuerce).

Para Kant que considera la voluntad, con lenguaje de los escolásticos,como universalia ante rem, la quiebra de esta polaridad sería un verdaderoengorro. Para Clausewitz también; y para remediarlo ha de hacer largasdisquisiciones sobre la multiplicidad de acaecimientos que aparecen en elcombate con desigual influjo, sin la menor sistematización, serie inacabablede principios (por otra parte muy del estilo de Kant cuando trata también eltema de la guerra en la paz perpetua, o el tema de la estética en la Críticadel Juicio o en De lo bello) de tal craso empirismo que se resisten acualquier ley y no se diferencian mucho de los aforismos recargados deejemplos de los tratadistas militares que le precedieron. Por supuesto, no esen absoluto culpa suya, sino de la imposibilidad de encontrar simetría, y conello un primer principio de cuantificación, en el caos de fenómenos queaparecen en ella.

Todo lo dicho es pertinente con el estudio del combate en sí. Sinembargo, y de acuerdo con una frase que se repite con frecuencia, inclusoen broma: «Se ha perdido una batalla, no la guerra», un combate por muyimportante que sea no lo es todo. Efectivamente, ni el tiempo ni el espaciopermiten reunir todo el esfuerzo, del que la nación es capaz, en la formapuntual del combate. La voluntad, motor de toda la energía y toda laactividad, mal que le pese a su consustancial impaciencia, ha de irrealizándose o agotándose según las circunstancias que la mente ya tieneprevistas en su sistema relacional de las categorías. Por eso Clausewitzdiferencia y trata por separado la disposición y conducción de los combates,según hemos visto ya, y después, separadamente en un marco diferente, lacombinación de estos combates para el fin de la guerra. La táctica seencarga de lo primero y la estrategia de lo segundo. Sus campos soncompletamente distintos y sus circunstancias de diferenle influencia. Latáctica se encarga del choque brutal del combate, del aprovechamiento delas ventajas del número, de la posición, de la preparación y de la inteligenciarectora. Para la estrategia algunas de estas cuestiones tienen menosimportancia; por ejemplo, el número nunca es demasiado relevante, y se hanvisto naciones de pequeña entidad lograr la victoria sobre una gran potenciaque por la mera lógica de los combates no debería haber tenido la menordificultad en resultar vencedora. Ni siquiera la pérdida o éxito del combate esotra cosa que un dato más. Podrían ponerse bastantes ejemplos de cómosin quedar victoriosos en la batalla se han conseguido victorias estratégicas.

La estrategia, primera materialización de la voluntad, aplica sus energíassobre las fuerzas militares, el país y la voluntad del enemigo; y precisamente

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por este orden, aunque de hecho están tan interrelacionados estos objetivosque la destrucción de las fuerzas enemigas se lleva a cabo progresivamentea la vez que conquista el país, y ambos al tiempo que van desgastando suvoluntad. La teoría clausewitziana conoce esta —digamos— epifaníageneral de la voluntad bélica según el esquema general de las categoríaskantianas de la siguiente relación:

Cantidad: Estructura general de las fuerzas armadas, teatro de la guerray de operaciones, contingentes, proporción de diferentes armas, orden debatalla y dispositivos generales y la alimentación del combate (lo que hoy seconoce como logística).

Cualidad: Factores morales y de economía de fuerzas, sorpresa yterreno.

Relación: Movimientos, el elemento geométrico, ofensiva y defensiva,plan estratégico de utilización de la victoria y de salvar la derrota (retirada),reservas, y todo lo relativo al fin político (aparte de la ya comentadapolaridad).

Modalidad: La decisión del combate, victoria y derrota, fricción, incertidumbre e información.

A la argumentación de este trabajo se le podría argüir que la teoría delconocimiento de Kant se puede siempre aplicar a cualquier teoría, incluso auna anterior a Kant, sin que se pueda hablar de influencias filosóficas. Loque el filósofo ha hecho ha sido sacar a la luz lo que está o, tal como él lopresenta, es verosímil que esté en la base de todo conocimiento humano. Noes necesario estudiar ningún tratado de lógica para pensar con lógica. Yefectivamente tienen razón los que así arguyan. Sin embargo, seguimosmanteniendo que en la obra de Clausewitz se da por primera vez un intentoserio de sistematización del tema de la guerra para el que parece habersetenido muy en cuenta la filosofía kantiana. De un teórico de la antigüedadque emplease la lógica formal de los «indemostrables» y no la de Aristóteles,podríamos decir con bastante seguridad que ha tenido influencia de losestoicos si no es estoico él mismo. No podría decirse lo mismo de uno de laactualidad, después de que la lógica formal ha vuelto a utilizarse.

Otro alegato que se nos podía hacer, éste de tipo sentimental, es queparece al menos chocante que el filósofo que escribiera La paz perpetuasea el que haya influido en una teoría sobre la guerra. A esto responderemosque el tal tratado no ve en la guerra sino en la política la enemiga de la paz,como muestran las continuas referencias al desacuerdo radical entre lapolítica y la moral respecto a la paz. No excluye la guerra en el camino para

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lograr esta paz perpetua, puesto que, en los artículos preliminares deltratado, expone en el primero la forma de hacer humanitarias las guerras ycon qué garantías deben terminarse. En el artículo sexto dice textualmente:Es la guerra un medio por desgracia necesario en el estado de naturaleza—en el que no hay un tribunal que pueda pronunciar un fallo con fuerza dederecho— para afirmar cada cual su derecho por la fuerza. Kant, ya noshemos referido a ello, no es contrario a las medidas coactivas. No está encontra de las guerras en sí, sino de la falta de una autoridad superior,mundial, que las convierta en un medio de coacción del todo, poseedor delderecho, sobre el uno, que no se pliega a la ley. Por eso la vía para la pazperpetua que él preconiza es la constitución de una sociedad de nacibnes(federación de estados libres, lo llama él) establecida de manera democráticapara promulgar un derecho de gentes y hacerlo cumplir coactivamente. Estetratado de Kant sin duda ha sido tenido en cuenta en la formación de laantigua Sociedad de Naciones y en la actual Organización de las NacionesUnidas, organismo que envía con cierta frecuencia unidades militares azonas de conflicto, pero con poca o ninguna fortuna para la causa de la paz,precisamente por no haber cumplido lo que Kant propugnaba: una autoridadsupranacional que defina y haga cumplir, por la fuerza si es preciso, elderecho de gentes.

De todas formas no estoy en total desacuerdo con los argüidores. Puesnos tememos que es cierto que el contenido de la filosofía de los grandesfilósofos lo llenamos sus comentaristas. Así que un consejo que no noscansaríamos de repetir es que se olviden de nosotros y acudan a lasfuentes, que acudan directamente a las obras de los grandes autores, comoHoracio aconsejaba en su Arte Poética que se estudiasen los modelosgriegos tanto de día como de noche:. «VOS EXEMPLARIA GRAECANOCTURNA VERSATE MANU, VERSATE DIURNA».

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3. GUIBERT. UN OFICIALPROGRESISTA AL SERVICIO

DE LA REVOLUCION

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3. JACOBO A. H. GUIBERTUn oficial progresista al servicio de la Revolución

Miguel Alonso Baquer

La figura de Clausewitz adquiere su debido relieve en el contraste con lostratadistas de su época incorporados sucesivamente a la solución de sumismo problema intelectual. Cabe referirse al alemán Henrich von Bülow(1757-1807), el autor del Esprit de la guerre moderne, (versión francesa de1 799), porque fue la obra elegida por l joven Clausewitz para irrumpir en lapolémica. Sería oportuno hablar del barón de Jomini (1 779-1 869), porquedurante medio siglo ocultó con el peso de su prestigio el nombre deClausewitz. Y será más necesario aún ocuparse del conde de Guibert (1 743-1 790), porque es, todavía hoy, el teórico de la guerra que con más ardor ledisputa el acierto en el diagnóstico o en el significado de la crisisrevolucionaria de 1 789.

Guibert, Bülow, Jomini y Clausewitz son nombres inevitables en lo que elbrillante general francés Lucien Poirier ha llamado «genealogía de laestrategia militar». A los dos, que siempre escribieron en lengua francesa(Guibert y Jomini), se les consagra la parte substancial del libro aparecidoen París en agosto de 1985 bajo el título Les voix de la stratégie:

«El concepto de estrategia no se impone hasta finales del siglo XVIII: aparecetímidamente balo la forma de »estratégica», en manos de Joly de Maizeroy (1719-1780), y de Guibert y es Heinrich von Bülow quien lo utilizapor primera vez en suacepción de ciencia de los movimientos fuera del alcance del enemigo».

La semblanza de Jacobo Antoine Hippolyte de Guibert nos parece la máscoherente con una aproximación a Clausewitz. Bülow apenas penetra desdesu espíritu geométrico en los problemas nuevos del Estado. Jomini, desde suespíritu aritmético o mecánico, resultó atrapado por el desprecio napoleónicoa los fraseadores. Sólo Guibert, levanta el vuelo desde su concepto

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omnicomprensivo de «táctica)> hasta las cumbres de la «Constitución delEstado» llegando más allá en el empeño que el siempre moderadoClausewitz.

1. EL CRECIENTE ESTUSIASMO POR LA SIGNIFICACION DE GUIBERT

Aquí y ahora nos interesa menos el pensamiento estratégico de Guibertque su pasión reformadora de las instituciones militares del AntiguoRégimen. El teórico francés se permitió imaginar un orden nuevo en larelación fuerzas armadas-sociedad que será, exactamente, el que Clausewitzcorrija para ofrecérselo a Prusia mejorado. El que Clausewitz llegara o no aanalizar los escritos de Guibert, no es lo decisivo. La mentalidad de losrevolucionarios franceses, que el prusiano trató en París durante sucautiverio de 1807, estaba impregnada de las ideas de Guibert.

El subtítulo que ponemos a su semblanza merece un comentario. Sudefinición como «oficial progresista al servicio de la Revolución» tienesentido, sobre todo, respecto al primero y más famoso de sus libros, Essaigénéral de Tactique, (1770). Lo tiene también en relación con el Projet dediscours d’un citoyen aux trois ordres de l’assamblée du Berry (1789). Sóloen alguna medida sirve para el último de sus trabajos De la force publiqueconsiderée dans tous ses raports (1790). En las obras intermedias, hechaabstracción de los dramas, tragedias y comedias, Guibert se presenta comoun heredero de la tradición aristocrática que adivina temeroso los males deuna revolución social. Es el caso de los tres Elogios, el del mariscal deCatinat (1 775), el de Michel de l’Hopital (1 777) y el del rey de Prusia (1 787).Lo es también el de las autocríticas sinceras al Essai que se contienen en LaFrance politique et militaire (1772), correspondiente a la primera edición delEssai y en Defense du systeme de guerre moderne ou réfutaticn completedu systeme de M. Mesnil Durand (1779).

La ambigüedad del pensamiento de Guibert —antes profeta queprecursor, antes crítico de lo que anuncia que predicador de una sólidareforma— le hace aún más atractivo. Otra faceta de su personalidad apenasaludida —el éxito en los salones y la afición literaria— nos resulta hoy a losespañoles el rasgo que mejor le emparenta con su coetáneo José Cadalso.

Desde que Napoleón dijera del Ensayo General de Táctica que era «unlibro adecuado para formar hombres grandes» y Jorge Washington añadieraa los elogios de Federico el Grande que «las obras del coronel de Guibertson los compañeros de mi gloria» no se ha dejado en Francia de considerarimportante a este militar de origen modesto. Había nacido en Montauban el11 de noviembre de 1743. Se distinguió en Rossbach y en Puente Nuevo

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(Córcega) para terminar siendo colaborador de las reformas militares delconde de Saint Germain (1775) y del mariscal de Ségur (1787). Fuefinalmente candidato a diputado para los Estados Generales que desencadenarían la Revolución. Guibert, solemnemente proclamado académico el1 3 de febrero de 1 786, no llegaría a conocer los resultados políticos de lacrisis porque a los 47 años de edad le sorprendería la muerte en un ataquede erisipela el 6 de mayo de 1790.

Liddell Hart le aplaude con energía aunque, naturalmente, están siendolos militares franceses quienes se disputan el honor de engrandecerle. Elgeneral Bardin ya esbozó una biografía en 1836. El general Chassim ledestacó en su antología de clásicos militares aparecida en 1950. El coronel,luego general, Poirier le citó calurosamente en 1952 y le constituye en unode los dos quicios de Les voix de la stratégie. Los generales Weygand,Menard y Paul Armand de Foiard, con fervorosa admiración castrense, hanpreparado el terreno para que un intelectual relevante, Roger Callois, en Lacuesta de la guerra le consagre el capítulo más logrado de este bello libro.El propio André Beaufre decía de Guibert:

«Hacia finales del siglo XVIII las mejores mentes militares (Puységur, Folard,Guibert, singularmente este último) tuvieron la intuición de que el nuevoarmamento podría hacer posible una forma de operaciones más decisiva...Guibert apelaba con sus votos a un ‘nuevo Alejandro” para aplicar sus teorías.’>

Los apláusos de Menard llevan otra dirección menos personalista

«Guibert no puede ser clasificado entre los grandes capitanes... Su mérito y suejemplaridad consisten en haber buscado en la historia las constantes de ordenpsicológico y moral que hacen la grandeza de una nación, la fuerza de un estado,en haber situado sus preocupaciones de orden militar en el contexto general delas instituciones políticas y sociales... En muchos aspectos su obra es profética.»

Pero, en definitiva, la exaltación francesa de la figura de Guibert conducesiempre a la comparación con Clausewitz, el caballo ganador de la carrera.

«Los hombres que modelan el porvenir son raros... clausewitz domina el sigloXIX y el principio del XX. Es el oráculo de las guerras de masas. Guibert, habiendoadivinado el flujo de las guerras de los pueblos, queda como el teórico de losconflictos limitados con ejércitos de oficio de volumen reducido, lo que le da a supensamento una gran actualidad... Guibert habia escrito para un capitán de genio.Clausewitz escribe para generales de valor medio, para artesanos capaces depreparar con paciencia, método y visión de conjunto la entrada en acción de losejércitos de masas.»

La tesis francesa, en la pluma de Menard, termina con esta fórmula:

«En el siglo XVIII, del excesivo poder del fuego nace el remedio que abrirá una

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nueva era en el arte de la guerra, donde Guibert será el profeta, Bonaparte elpráctico y genial y Clausewitz el teórico».

Es la tesis que Roger Callois hace suya de este modo:

«Esta obra —se refiere al Essai— parece superar con mucho, en tanto alucidez, a la de Glausewitz. Prevé, incluso propone (y muy curiosamente, sinsaberlo, abomina), lo que va a suceder: la transformación de la guerra bajo lainfluencia de las instituciones democráticas. Medio siglo más tarde, Clausewitz nohará, después de todo, sino comprobar y analizar>’.

A mi entender ni Callois ni los militares franceses demuestran lo queafirman. Incluso se permiten esta pequeña «boutade»:

dejó ciertas huellas en la historia de la literatura francesa, no por lo queescribiera sino por lo que se escribió sobre él... las cartas de amor que le dirigierala seftorita de Lespinasse garantizaron a su oscuro nombre una gloria duradera,aunque de rebote».

La derivación de los comentarios hacia el retrato de Guibert que resultade sus relaciones amorosas le retraen hacia lo que verdaderamente pudoser, un hombre del Antiguo Régimen bien capacitado como técnico para elservicio del progreso del arte de la guerra. Es lo que pretende decir Amandde Foiard:

»Guibert inició el orden disperso... Su genialidad ha sido, sin duda, el habersedado cuenta que era preciso fundamentar el arte de la táctica sobre la flexibilidadde la maniobra y en la búsqueda de una batalla decisiva, en el lugar y en elmomento que se estimara preferible. De esta manera abrió el camino al fulgurantegenio napoleónico».

Yo pienso que la clave de Guibert no está en lo peculiar de su talentoprofesional, sino en la crítica a la corrupción de los ejércitos de su tiempo.Las «columnas a lo Guibert» que utilizó Napoleón eran, en realidad,pequeñas concentraciones del orden lineal (o delgado) fieles todavía alesquema federiciano de ofensiva. Guibert se sirve de esas lecciones detáctica para predióar el regreso a una existencia más próxima a lanaturaleza de las cosas. Ve la guerra, al igual que nuestro Cadalso, como laocasión caballeresca que permite el lucimiento de las grandes virtudes delhéroe. Contempla la ciudad como cuna de vicios. En absoluto desea nadade lo que a su muerte fomentó el jacobinismo en las filas de las amalgamasde la revolución. La validez actual de sus ideas para la educación delmoderno oficial francés le viene del hecho de que han reaparecido suspostulados profesionales tras el fracaso del fenómeno social —los ejércitosde masas— a cuyo nacimiento insensatamente contribuyó. Los jacobinosDanton, Carnot, Robespierre, Saint-Just y Dubois-Crancé tomaron de

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Guibert sus aproximaciones a la disolución del ejército de mercenarios y alarmamento del pueblo y despreciaron sus proyectos de regeneración de loscuadros de mando que sí que gustaron a Napoleón.

2. EL RETRATO TRAZADO POR TRES MUJERES NOTABLES

Clausewitz pensará de las instituciones militares de Prusia lo mismo queGuibert de las de Francia: que acababan de ser reformadas antes de lallegada de la revolución y que apenas sirvieron para otra cosa que parapedestal de una nación en armas dirigida por revoltoEos. Pero mientras elprusiano 0pta por la regeneración prioritaria del aparato militar tradicional,Guibert optará por la creación de otro aparato en el que no quedan losvicios. Y que en nada habrá de parecerse a una fuerza clásica. Esto es lorevolucionario de su mensaje.

Antes de ponerse a escribir, el joven Clausewitz disponía de la noticia delcambio militar ya operado en Francia. Guibert murió al iniciarse el cambiojurídico previo a la proclamación de la República. Nada pudo saber de lasrealizaciones militares del jacobinismo.

Pero los jacobinos contaron con sus propuestas hasta tal punto que lasexageraron todas. Cuando Clausewitz proponga su esquema de armamentode milicias hará desaparecer del horizonte toda sombra de hostilidad entreel ejército y estas tropas. Y es que el prusiano juega con ventaja y se permiteel lujo de omitir cualquier alusión a enseñanzas procedentes de Guibert.Hoy, los admiradores de Guibert ya le han perdonado su resentimientocontra las fuerzas regulares ocasionado, al parecer, porque éstas senegaron a ser reformadas todo cuanto deseaba Guibert. Pero ¿Cómo era deverdad el hombre que tanto desconfió de esa regeneración?

Tres mujeres nos han dado testimonio del modo de ser de JacoboHipólito: Julia de Lespinasse, su ferviente enamorada; Germana de Stael, lahija ilustrada del hacendista Necker y Boutinon de Courcelles, su esposa, lanieta del comediante d’Ancourt. Nada nos dicen de los contradictores deJacobo Hipólito porque firmemente le contemplaron corno un triunfador. Nosimpresiona, sobre todo, el juicio de Julia:

«La figura.., es bella sin ser distinguida. Pero tres cualidades principales yllevadas al más alto grado hacen su carácter: la facilidad, la sagacidad y laprofundidad. Filosofía, bellas letras, materias de gobierno y administración,quienes están en condiciones de juzgar dicen que es iguafmente idóneo paratodo, igualmente instruido en todo, igualmente pletórico de visión y de reflexiónsobre todo».

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El retrato incluye una devoción tan desmedida que los lectores de lascartas de amor cruzadas presentan a Guibert como un amante demasiadodistraido. La «musa de la Enciclopedia» a juicio de los asiduos a su salónliterario de la calle de Santo Domingo (Turgot, Condorcet, Diderot y Grimm)quedó fascinada por un hombre once años más jóven que ella que no supocorresponderle con una pasión similar. El retrato lo escribe Julia en 1773,tres años antes de su llorada muerte, víctima de la tuberculosis.

Madame de Stael escribió su elogio, justamente cuando moría Guibert,en 1790. Nada sugiere la imagen de un revolucionario, pero tampoco la deun mando militar:

«Monsieur de Guibert era violento de carácter e impetuoso de espíritu, pero niuno ni otro sentimiento tenían duración... Ningún resentimiento, ningún malrecuerdo quedaba en su alma: su dulzura y su superioridad eran la causa... Suconversación era la más variada, la más animada, la más fecunda que yo heconocido... Tenía pensamientos nuevos para cada objeto, un interés habitual paratodo... Su alma entera os pertenecía al hablar con vosotros... Se admiraba en élfacultades maravillosas que ningún hombre había poseido todavía, por ejemplo,doblar el uso del tiempo y ser tan instruido a los veinte años como sólo se puedeser a los cuarenta».

Las palabras de la esposa, que lo fue a partir del 1 de julio de 1 775, nohacen sino refrendar los dos anteriores retratos. Las tres mujeres le danconsejos de moderación. Julia de Lespinasse escribe: «no tenía el talento dehablar fríamente de las verdades que sentía>’. El carácter recto y laconvicción profunda se percibe en los rasgos regulares de la escribura deGuibert. Napoleón demostrará su aprecio llevando en su biblioteca decampaña el Essai y favoreciendo a la viuda en 1811 de manera especial, «enconsideración a las obras y a las ventajas que el ejército francés le»debe». Un sobrino de Guibert actuará en Egipto como ayudante de campodel todavía general Bonaparte.

La imagen que Francia tuvo de Guibert es la de un hombre muy completoque unía a su evidente profesionalidad un saber enciclopédico asombroso.Nadie podía sospechar que con su primer libro se habían sentado las basespara la ruptura entre las dos esferas, la profesional y la política, que eljacobinismo provocaría el año exacto de su muerte.

3. EL PROGRESISMO DE UN PATRIOTA REFORMISTA

La primera formación de Guibert se la brindó su padre Charles Benoit(1715-1786), cuyo título de conde nada tuvo que ver con la nobleza francesasino con servicios prestados al Sacro Imperio de Occidente. Llegó a ser

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teniente general gobernador de Inválidos. Tiene su lápida a pocos metrosdel mausoleo de Napoleón en la Iglesia de S. Luis.

Jacobo A. Hipólito entró en las filas del ejército a los trece años. Prontose anota una acción distinguida que se demuestra con la muerte sobre sucuerpo joven de dos caballos por impacto de bala. A los dieciocho añossufre la amargura de la derrota de Rossbach frente a los prusianos. A losveinticinco es un coronel obsesionado por el estudio de las causas de losmales de su patria. Devora libros, junto a un amigo de su padre, el mariscalde Broglie, creador del principio divisionario y un excelente táctico. PeroSaint Beuve, el mejor biógrafo de Jomini, despreciará al joven estudioso,acusándole de ser a un tiempo, poeta, dramaturgo, reformador y candidatoa diputado, jefe de filas de los teóricos militares y un ídolo de los salones.Estas expresiones hostiles a Guibert están escritas en 1 857. Saint Beuve,pienso yo, no cae en la cuenta de la función central que el patriotismo juegaen la vida de Guibert. La dedicatoria de su primer libro anuncia lo que seríanlos nacionalismos posteriores. Güibert dice, simplemente «a mi patria».

El Essai Générale de Tactique incluye un contenido sorprendente,Guibert habla de la política en acto. Es la estrategia de una mente que seaplica a lo político con un espíritu práctico. El vocablo «táctica» prometía unpropósito de profesionalidad que Guibert no respetará. La táctica de Guibertno es un edificio inmenso que abarca dos proyectos constitucionales, unopolítico y otro militar. La táctica para Guibert es «base única de la vastaciencia de la guerra». Distingue la táctica elemental de la táctica sublime,pero nunca se refiere al vocablo «estrategia». Llama táctica a la cienciamilitar válida para todos los tiempos, para todos los lugares y para todos losejércitos.

El Essai iba precedido de un Discurso Preliminar ya en 1 770 (edición deLeyde previa en dos años a la de Londres) que recordaba al discursopreliminar que lleva la Enciclopedia. Si el Essai introduce lógica cartesianaen el pensamiento sobre la guerra, el Discurso introduce la noción desistema en política. Guibert busca la globalidad, porque ninguna reformamilitar será posible en tanto no sean cambiadas las estructuras institucionalesdel Reino de Francia. Desde su primera obra había optado por una reformapolítica radical que será la misma a la que aluda en la Carta a la AsambleaNacional escrita en el último año de su vida bajo el pseudónimo de AbéeRaynal, donde lo jurídico y lo constitucional ocultan lo estratégico. En elTratado sobre la Fuerza Pública ya no se hablará de gran táctica. La misiónde la fuerza armada se centra exclusivamente en el mantenimiento de lapaz. La guerra de gran estilo, que años atrás había descrito como lo perfectoen el elogio a Federico el Grande, no tiene sitio en el último Guibert.

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El general Poirier ha localizado el giro ideológico en las páginas de laDefensa de! sistema de guerra moderna donde se refutan las ideasofensivas del caballero Folard tal como las había predicado Mesnil-Durand.El último Guibert es tácticamente neutro.

«El Guibert temporal se encamina dolorosamente, de equívoco en equívoco,de incomprensión en incomprensión hacia la sabiduría casi intemporal delTratado de la Fuerza Pública donde el estilo es impersonal, neutro».

Y es que Guibert sé ha distanciado definitivamente del punto de vistamilitar. Pero ni aún entonces desea que la guerra sea hecha por la poblacióncivil. Cuida todavía de la profesionalidad de los cuadros y de la instrucciónde las tropas, ahora bien, sólo en la medida en que no perturben la economíade la nación. Será un oficial progresista al servicio de la revolución,sencillamente porque no ha descubierto ningún ejército cuya base sea elhonor y el patriotismo. La experiencia de la lucha en Córcega contra losguerrilleros de Paolí, al mando de unas tropas sin moral, pudo tener un papeldecisivo en su transformación.

«No existe —dice— un Estado en el que la profesión de soldado sea honrada;en el que la juventud reciba una educación guerrera; en el que las leyes inspirenvalentía y condenen la pereza; en el que la nación, en una palabra, se prepare pormedio de sus costumbres y sus prejuicios a formar una milicia vigorosa».

Tras la visita en 1 785 a Federico el Grande en Postdam volvió pensandoque el pueblo que sepa hacer la guerra con pocos gastos -nótese que nodice el ejército- será:

«... el que subyugará asus vecinos y el que derrocará las débiles institucionescomo el aquilón dobla los débiles arbustos... Terrible en su cólera, llevará alcampo enemigo el fuego y el hierro. Aterrorizará con su venganza a todos lospueblos que hubiesen intentado perturbar su reposo’>

Para lograr la fuerza armada más parecida a ese «pueblo en armas»Guibert exige que al soldado se le instruya lejos de París «tumba, de talentos,centro de corrupción, de ocio, ambición e indisciplina donde se formansiempre la Fronda y la Liga».

>‘Porque sueña -escribe Gaillois- con una guerra seria y un ejército ciudadanoes llevado a desear el régimen político que los engendra’>

Hoy sabemos que las revoluciones, en general y de ordinario, causanmayor desesperanza a aquellos que las han soñado. En el Essai, Guibertsueña una revolución pendiente. En el Tratado de la Fuerza Pública, elcuadro revolucionario ya está completo y está vigente. Lo que ocurre es que

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ese cuadro ya no contiene ni el menor atisbo de profesionalidad militarpropianente dicha.

Guibert había ejercido en dos ocasiones su patriotismo crítico en aras delprogreso, primero junto a Saint Germain y luego junto a Segur y Breinne. Losdiez años intermedios (1 776-1 786), los había vivido al mando del regimientoNeustria cambiando constantemente de guarnición. Su fe en las reformas sehabía ido hundiendo día tras día. Su crítica a los ejércitos alcanza a Prusiay Austria. Solamente el prestigio de Federico retiene la inexorable decadenciade su propio ejército. Habrá que hacer otra cosa. Este es su talantefundamental de reformador radical.

En el Consejo de Guerra creado por Luis XVI el 9 de octubre de 1787,Guibert será la figura dominante. El concepto de Fuerza Pública hadesalojado de su sitio al de Ejército del Rey.

GEste problema era, entre todos los que componen la gran obra de laconstitución nacional, el más importante y el más difícil de resolver. La fuerzapública es el lazo y la clave de todas las partes del edificio... Sin la fuerza pública,los poderes, los contrapesos, la misma libertad, no serían más que un conjunto deideas vanas y frágiles.

Como a todos los revolucionarios, el enemigo interior le interesa aGuibert mucho más que el exterior:

La fuerza pública de una nación tiene por objeto prevenir su seguridad, deuna parte contra los desmanes y los disturbios de dentro y de otra contra losenemigos de fuera.. Es necesario un género de fuerza para fuera y otro paradentro... pero los principios que sirven de base a la disciplina, están necesariamentepor su propia naturaleza en oposición con todos los principios del espírituciudadano.. Los soldados deben tener un espíritu de cuerpo y de profesión. Losciudadanos no deben tener más que un espíritu público y nacional’.

Los españoles de 1812 practicaron en Cádiz idéntica doctrina. Segúnella -una doctrina que niega patriotismo al soldado regular- el Rey no debedeterminar ni el pie permanente de la fuerza del ejército ni la suma anual quese destina para su entretenimiento. Las tropas extranjeras existirán sólo si lodecide el poder legislativo. En alguna medida para el Guibert del Tratadotodas las tropas tienen algo de extraño al ciudadano. «El soldado no tendrálos mismos derechos que el ciudadano activo». La costumbre del juramentode fidelidad es devaluada porque la ley lo cubre todo:

La ley, allí donde existe -son palabras de Guibert- es el soberano delciudadano, el soberano de los elércitos, el soberano del rey, el soberano detodos

Deberá crearse, como parte de la constitución, una fuerza interior.., no

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frente al bandolero o delincuente, sino frente al poder tradicional, «porque losúnicos enemigos peligrosos que puede tener la libertad pública son el tronoy el ejército». Aunque Guibert modera su juicio inmediatamente, el daño yaestá hecho en las bases sociales de la Revolución futura:

«Es necesario prever este peligro, pero no es necesario exagerarlo... Hariafalta que su coalición fuera íntima y que esta conspiración fuera preparadalargamente (de longue-main, escribe Guibert), contra la nación.., y que en elejército no quedará ningún sentimiento de patriotismo y de virtud opuesto a sucorrupción general»

En las bases sociales la sospecha será más fuerte que la cautelacuando, como es notorio, Guibert hable de conspiración preparada y decorrupción general. La fuerza pública será una milicia nacional permanenteapta para acciones locales y susceptible para recibir una organizaciónsuficiente para una acción general. Deberá ser «universal en el reino» paratodos los ciudadanos activos entre los 1 6 y los 50 años.

Lo esencial de la milicia descrita por Guibert es que en nada se parezcaa los ejércitos. Ni la fuerza de policía, ni la de gendarmería —marechausses,escribe Guibert- ni las tropas regladas como milicia nacional daránimpresión de ejército. Su salud depende precisamente de que no secontagien de los vicios militares. El único lazo entre el ejército y esa fuerzapública será el Rey, <que conserva la plenitud de la dirección y de laconducción suprema de toda la fuerza pública’> -incluido el ejército, ahoracomo sumando-, sólo durante las crisis,» para que los dos poderesconstitucionales estén a la vez en acción y en equilibrio.

Pero el equilibrio es exactamente lo que Guibert no busca mantener. Enel capítulo XX del Tratado programará que la patria (sic) cree una nuevametrópoli en Nantes, Rouen, Bordeaux, Lyon o Marseille caso de que laconspiración triunfe en París porque «en Francia la capital no es todo». Sóloen el último capítulo del texto, el XXII, se habla de Dios y de la religión, perono para que ampare al rey y a los ejércitos de todos los males y les apartede la tentación, sino para que sea mantenido el orden y la ley en las zonasrurales.

Este Guibert hostil a la profesionalidad de los militares fue el de losjacobinos; El Guibert que hoy aprecian los militares franceses es el técnicoque sólo existió en algún momento. Esto es lo que los textos dicen de sufigura.

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4. FICHTE. JACOBINO, NACIONALISTAY MISTICO

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4. JOHANN GOTTLIEB FICHTEJacobino, nacionalista y místico

Miguel Alonso Baquer

Mi interés por el pensamiento de Fichte procede de un fracaso.Dejándome llevar por la común opinión, supuse que las ideas y creenciasdel más famoso de los tratadistas militares, Carl Clausewitz, venían de unode estos dos grandes filósofos: Kant o Hegel. Como kantiano habían tomadoa Clausewitz sus continuadores germano-franceses, Moltke y Foch y comohegeliano le habían recibido sus críticos germano-soviéticos Engels, C. vonGoltz y Lenin.

Hoy creo que ambas consideraciones son erróneas. El firmamentoideológico de Clausewitz está ocupado casi exclusivamente por la admiraciónque le despertó otra figura cronológicamente intermedia, pero intelectualmentedistinta tanto del criticismo de Kant como del idealismo de.Hegel. Fichte nosólo impresionó a Clausewitz, sino que sentó las bases por donde hacirculado la corriente más viva de pensamiento hoy perceptible en lostratadistas militares de los dos últimos siglos.

No se trata, pues, de demostrar el influjo fichteano en Clausewitz, sino deseñalar que su influencia nos ha llegado por otras vías a través de otrasmentalidades como las de Bergson, Nietzsche, Scheler, LÚdendorff y DeGaulle hasta generar un estilo de pensar que tiende a confundirse con el quela cultura de Occidente atribuye a los pensadores militares de la Modernidad.

1. LA FUERZA DEL PRIMERO DE LOS IDEALISMOS FILOSOFICOS.

El idealismo irrumpe en Alemania con la obra de Fichte en la estela delracionalismo crítico de Kant, se prolonga en la obra de Schelling y culminaen Hegel.

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Cada uno de los tres idealistas -escribe Teófilo Urdanoz en el Tomo IV de suHistoria de la Filosofía- intenta deducir y desarrollar su sistema por distintocamino, Fichte parte del principio kantiano de la unidad trascendental de laconciencia... llegando así al yo absoluto, como principio supremo de todas lascosas. Es el idealismo subjetivo. Schelling se esfuerza por asignar realidad a lanaturaleza... Es por ello llamado idealismo objetivo... En reacción contra él, Hegelconcibe el principio supremo como algo espiritual, una Idea absoluta. Es elidealismo absoluto

El Contraste entre los tres idealismos, el del Yo, el de la Naturaleza y el dela Idea, no ha hecho más que agudizarse a lo largo de la historiacontemporánea. El Yo de Fichte, a mi modo de ver, ha afectado más alpensamiento de Europa meridional. La Naturaleza de Schelling, al modo dever las cosas del sovietólogo Alain Besancon, está en los orígenesintelectuáles del leninismo y la Idea de Hegel, vuelta al revés, como decíaMarx, ha dominado casi en solitario la reflexión de los europeos occidentaleshasta las vísperas de nuestro tiempo.

Entre los tres maestros pensadores del idealismo alemán es Fichte quienmejor ofrece una posible apertura hacia el futuro, quizás porque se le haagotado menos que a sus dos grandes contradictores. La recuperación delprestigio del filósofo de la Alta Lusacia (Sajonia) le viene de su incidencia enlos nacionalismos del área mediterránea y también de lo continuado de suinfluencia en lo que podríamos llamar inteligencia militar. Todo ello sinperjuicio de su profundidad filosófica cada día más valorada.

Fichte vivió 52 años, entre 1762 (19 de mayo) y 1814 (29 de enero). Supadre era un poble tejedor y su madre una mujer fuerte de profundossentimientos religiosos. De niño tenía tan excelente memoria que pudorepetir al pie de la letra el sermón dominical al barón Von Miltitz que habíallegado tarde al oficio divino. El noble le costeó los estudios. Lee, sobre todo,poesía heroica y se entusiasma con Lessing, Goethe y Klopstock con cuyasobrina Johanna .Hahn contraería años más tarde un feliz matrimonio,moderador de su carácter soberbio y arrogante. Estudia, sin embargo,teología en las universidades de Jena y Leipzig, hasta desembocar en undeísmo optimista al estilo de Leibniz y en una fácil confianza en laProvidencia como guía de los destinos del hombre.

En 1 791 visita a Kant, quien por una parte le respalda y por otra ledecepciona. Fichte se queda con la crítica de la razón práctica y con laexaltación de la voluntad y de la libertad. «Obrar, obrar, tal es el fin para elcual existimos)>. En 1792, convertido en exaltado jacobino, cscribe unaReivindicación de la libertad de pensamiento de los príncipes de Europa, quehasta ahora le han oprimido y en 1 793, la Contribución a la rectificación deljuicio del público sobre la Revolución Francesa. Es entonces cuando

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contrae matrimonio y renuncia a su anterior vida errante, haciéndose cargode la cátedra de filosofía de la Universidad de Jena, que ha dejado vacanteel ex-jesuita Reinhold.

Muy pronto estallará la polémica sobre el ateísmo en la que le introduceun discípulo, Forberg, ateo y negador de la inmortalidad del alma. Fichte,más discreto, deja a Dios como valedor impersonal del orden moral. ElGobierno de Sajonia y las autoridades de Weimar fuerzan la expulsión delcatedrático, que sin causar baja en la masonería, se traslada a Berlín y entraen contacto con el círculo romántico de los hermanos Schlegel y deSchleiermacher. «Se cree el apóstol de la verdad y lucha con todo elpatetismo de su oratoria» -escribe el dominico Urdanoz en el tomo que hadedicado la B.A.C. al siglo XIX (Kant, idealismo y espiritualismo).

Cuando estalla la guerra contra Napoleón de 1 806, se ofrece comoorador profano para despertar el entusiasmo de los soldados. Es de este añoel escrito Utilización de la elocuencia para la actual guerra, que sueleeditarse como apéndice a los Discursos a la Nación Alemana, pronunciadosen Berlín durante el invierno 1807-1 808. El bloque formado por el Tratadosobre Maquiavelo como escritor y Rasgos fundamentales de la épocaactual, en diez y siete lecciones pronunciadas dos años antes, seráexactamente lo que de Fichte tome Clausewitz merced a los buenos oficiosde su esposa Marie von Brühl, que se lo hace llegar a París.

Clausewitz no penetra en el principio fundamental de toda la filosofía deFichte -el yo como principio primero, que se pone a sí mismo como sujetoabsoluto y fuente de todo saber y de toda realidad. Pero sí en suconsecuencia, la exaltación de la actividad y del dinamismo. No parecehaber leído la obra mayor del filósoto, Doctrina de la Ciencia, de la queexisten siete versiones rectificadas por Fichte y hasta veinte posiblementeredactadas.- Pero sí los escritos menores del último Fichte en los que seesbozan sus ideas políticas, sus afanes educativos y sus esquemas éticospara dar paso al misticismo de su madurez final. -«Una religiosidadromántica al margen del cristianismo y de una concepción del Diospersonal... fiel reflejo de su personalidad egocéntrica que, como Unamuno,instalaba su yo en el centro de toda preocupación y de todos los debates»escribe Urdanoz.

El último Fichte, el místico, es el rector de la Universidad de Berlín.Mientras Clausewitz trabaja a las órdenes de Scharnhorst en el EstadoMayor del Rey de Prusia, Fichte, en línea con la Instrucción para la vida feliz,vuelve a hablar de Dios. Parece un intento sincero de conciliación de suidealismo con el evangelio de San Juan que sería bien recibido por los

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románticos del círculo de Jena. Trágicamente, el afán de su esposa Joahnnapor atender a los heridos en la campaña de 1813, donde dejaría la vidaScharnhorst, hace que el matrimonio contraiga una fiebre infeciosa que llevaal filósofo al sepulcro el 29 de enero de 1814.

2. ENTRE EL IDEALISMO FILOSOFICO Y EL NACIONALISMO ROMANTICO.

Sobre el Fichte filósofo escribió unas páginas Friedrich Meinecke en Laidea de la razón de Estado en la Edad Moderna, obra traducida por FelipeGonzález Vicens y estudiada por Luis Díez del Corral en su edición de 1 983del Centro de Estudios Constitucionales de Madrid. Lo publicó en la épocade la República de Weimar, hacia 1932, al tiempo que se disponía a ayudarla gestión del general von Scheilecher para frenar la ascensión delnacionalsocialismo. Meinecke también sería consejero del general Beck enlas fechas de la conjura para acabar con Hitler del 20 de julio de 1944.Antes, había biografiado a uno de los reformadores prusianos de la hora deClausewitz, el general Boyen. A finales de la II G. M. asumió el rectorado dela Universidad de Berlín, que había ejercido al principio de ella Carl Schmitt,,el gran jurista de nuestro siglo.

El historiador Meinecke señala en su obra la dependencia de Fichterespecto a Maquiavelo, puesta de relieve en 1807. La revista Vesta deKdningsberg le publicó «una verdadera alocución política a sus compatriotas»a cuenta del florentino, cuya tesis central era la siguiente:

<El vecino está siempre dispuesto a engrandecerse a tu costa. Quien no crece,decrece cuando los otros crecen».

Fichte -concluye Meinecke- «no pudo como Hegel concluir de modopermanente, sino sólo transitorio, la alianza entre idealismo y maquiavelismo».Se limitó a usar su nombre para que la nación alemana despertara de sumarasmo. Pronto retornó a la condena de la política de Maquiavelo. Es lomismo que hizo Clausewitz.

Del idealista Fichte ha hablado con más gravedad el español CamónAznar en Cinco Pensadores ante el espíritu, un pequeño libro aparecido en1975 donde se enlazan Fichte, Bergson, Unamuno y Heidegger con undesvío irregular, a mi modo de ver, hacia la figura de Theilard de Chardín, enel hueco que debía ocupar Nietzsche. Es el mismo Fichte al que se hareferido como filósofo de la intersubjetividad Manuel Riobóo González enuna obra, la última que se ha publicado en España sobre Fichte (1988), en

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la que aparece una definición del ser del hombre que resulta ser la propia deClausewitz: «un sistema de varias voluntades singulares, independientes yautónomas en unión y acción recíproca)>.

Para Camón Aznar, Fichte es:

<... el filósofo cuyas teorías han dejado una huella más honda y de un porvenirmás trágico en el pensamiento moderno.., su grandeza es tentadora; su alturapoética, no reconocida por los filósofos profesionales; su magnitud intelectual sólocomparable a las grandes cimas del pensamiento en todos los tiempos».

Camón, historiador del arte, percibe que desde Fichte vivimos en unámbito moral en el que el activismo es la expresión del cumplimiento deldeber; es decir, del desarrollo del yo.

«Desde Fichte el progreso no es una superación debida a la gracia o a un lujode esfuerzos, sino que es una fatalidad que va incluida en la esencia misma delser

Entre las etapas por las que ha pasado la humanidad, Fichte confiesaque la suya es la de la liberación de la autoridad y la de la absoluta libertadsin guía trascendente. «En su filosofía se alojan todas las potenciasrománticas alemanas, que, al estar servidas por un riguroso entendimientológico, alcanzan alturas alucinantes».

Las claves ideológicas del Fichte romántico reaparecerán en Schopenhauer y en Nietzsche: «Sé de dónde debe partir toda mi cultura: de lavoluntad, no de la inteligencia» -escribe Fichte-. Nos encontramos -concluyeCamón- ante un frenesí de voluntarismos que llega a ser una fatalidad:

«... el hombre activo, el hombre viperino, el que a sí mismo se erige ensuperhombre, aparece con plenitud en las ideas de Fichte... Es el voluntarismo,como soberbia razón de guerra, la actividad que se desvanece en el puro hacer...La maldad, o mejor, la nada, equivale a la inercia que Fichte identifica varias vecescon la naturaleza.»

Es fácil encontrar en Fichte expresiones que saltan a los principiosdoctrinales para el empleo de las fuerzas armadas en las guerras. Su talantefue siempre grato para los creadores de ejércitos nacionales. «Toda su vida—escribe Manuel Riobóo en Fichte, filósofo de la iritersubjetividad— fue uncontinuo compromiso con la sabiduría y se consideró como un sacerdote yun soldado de la verdad».

Del Fichte nacionalista se ha ocupado Elie Kedourie en Nacionalismo, unoriginal de 1 966 que ha editado en 1985 el Centro de Estudios Constitucionalescon prólogo de Francisco Murillo Ferrol. Para fundamentar su mirada aFichte, Kedourie arranca de las Cartas sobre el amor a la Patria de Federico

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de Prusia, que son de 1 779 y se detiene en la sospecha de Heme sobre elsignificado de Kant, un revolucionario que deja en la sombra a Robespierre.El nacionalismo le parece exactamente una doctrina de la autodeterminaciónque los escritores como Fichte y Schleiermacher, pertenecientes a unaescala social relativamente baja, conducen hacia el Estado. Ambos quieren,como Clausewitz, que el Estado sea el creador de la libertad del hombre, noen un sentido externo y material, sino en un sentido interno y espiritual.

La lucha se les convierte, —como al propio Kant— en el acompañantenecesario de sus teorías éticas. Los postkantianos consideran la historiacomo una lucha sin tregua. Sólo a través de la guerra, dicen, alcanzará elhombre la vida de la Razón.

Fichte llevará mucho más lejos que Kant la exaltación de la idea delucha. La guerra entre Estados, —escribe en Las características de la edadpresente— es el mecanismo que introduce un principio de vida y deprogreso en la historia. Y Schleiermacher sublimará el término al presentara cada nacionalidad como una determinada cara de la imagen divina. Lasnaciones son entidades ordenadas por Dios que sólo tienen sentido cuandoforman su propio Estado. Los Estados, como el Sacro Imperio, donde haymás de una nación, son antinaturales, opresivos y condenados a la postre,al desmoronamiento. Pero los Estados, como Prusia, que no abrazan a todala nación alemana, tampoco son absolutamente respetables.

Sólo el idioma, —la tesis es de Schleiermacher— un idioma, se implantafirmemente en el individuo. Quienes hablan idiomas neolatinos, comentaFichte, no poseen una lengua víva. Los franceses, concluye Clausewitz juntoa Fichte, originariamente teutones, renegaron de su idioma. Y es que elhecho de hablar un idioma era, para Fichte, razón suficiente para trastocartoda la organización política existente. El idioma, la raza, la cultura y hasta lareligión dejan de ser lo que venían siendo y se convierten en una sola cosa,excluyente, la nación. Para Fichte, únicamente queda viva en su entorno lalengua alemana. Su genio, similar al de Lutero, revela una capacidad dereforma que ya no es la reforma de la Cristiandad sino la de la Humanidad,a partir de la peculiaridad germana.

Por último, del Fichte místico y cosmopolita ha hablado Heleno Saña, unintelectual español proclive a las tesis del anarcosindicalismo de loslibertarios, en tres breves ensayos que se publicaron en la revista Indice apartir de marzo de 1972, bajo el título: El primer filósofo socialista alemán.Fichte. Y es que para Heleno Saña «Marx y Engels enfocaron sus ojos sobreHegel, pasando por. alto a Fichte, que era de mayor entidad ideológica y

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humana que el autor de la fenomenología». Todavía no se ha enmendado elerror.

Saña tituló la primera parte de su trabajo «Cristianismo y autodeterminación». Fichte creía, con razón, que ni uno sólo de los filósofos alemanes desu tiempo le había comprendido. Ni Goethe, que no le merece una opiniónelevada, ni Herder que traicionó la ruta, ni Kant, al que nunca dejó derespetar, ni Hegel, por él siempre ignorado, ni Schleiermacher, que le dejabafrío...

«Fichte —concluye Heleno Saña— encarna mejor al jacobinismo moralde la Revolución francesa que al nacionalismo alemán». Y salvo en elperíodo germánico, el verdadero Fichte se esforzará por desembocar en ladoctrina del más puro cristianismo, el del Evangelio según San Juan, a partirde una sublimación de los primeros ideales de citada Revolución.

3. LA ETICA Y LA RELIGIOSIDAD DE UN MISTICO DE LA ACCION

Ahora bien, el Fichte que fue admirado por Clauséwitz, es el que escribe...«Tú no estás aquí sino para actuar. Tu acción y sólo tu acción es lo únicoque determina tu valor». Es el Fichte que, de nuevo en 1812, se ofrece alEstado Mayor del rey de Prusia como combatient o como predicador, mejorque como comisario político, que es la expresión de Héleno Saña. Es unFichte que deplora no poder compartir el destino del filósofo-soldado porexcelencia, Miguel de Cervantes, una figura a la que admira profundamentey a quien traduce junto a Camoens. Fichte, como más tarde Schopenhauery Nietzsche, siente un marcado interés por el mundo latino y estudia, cuandopuede, italiano, español y portugués. El ideal heroico juega en el brillanteFichte el papel que para el oscuro Kant tenía el modelo ético.

La ética. concreta de Fichte se separa del sentido abstracto del deber. Seapoya en la creencia, en la perfectibilidad del hombre, un perfeccionamientointersubjetivo, en dependencia del de los demás. Si el sistema de Hegeldesemboca en la represión y la obediencia coactiva, el de Fichte lo hace enla libertad. Fichte, siempre según Saña, no niega a Dios, pero tiende dehecho a reducirlo a un fruto de la actividad del hombre.

Se oía decir, —lo ha escrito Madame de Stael en su obra SobreAlemania— que Fichte en la próxima lección iba a crear a Dios. El impactopruducido en Fichte por la religiosidad del sentimiento, predicada porSchleiermacher, le lleva a afirmar que la moral y el sentido del deber soninferiores a la fe religiosa; pero no a asumir la noción de dependencia de un

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Dios personal. Dios para Fichte es potencia íntima que no penetra en lohistórico, asunto del hombre, Para Saña, la última religiosidad de Fichte,elmisticismo posterior, no representa una caída, un retroceso, sino alcontrario, un enriquecimiento de su jacobinismo anterior. El padre de losnacionalismos se ha convertido en un revolucionario social de más altosvuelos, próximo a las tesis anarcosindicalistas.

Del Fichte organizador social se ha ocupado Bertrand de Jouvenel enLos orígenes del Estado Moderno, uno de los últimos estudios del fecundopensador francés de tendencias aristocratizantes. Precisamente al comentaren 1976 un libro, El estado comercial cerrado, señala que no encuentra elsupuesto socialismo de Fichte.

«No deja de tener interés el imaginar lo que habría podido ser el siglo XIX si sehubiese querido y se hubiese podido adoptar el sistema de Fichte, repartir latotalidad de la población trabajadora en oficios ajustados a las necesidades.Fichte buscaba la generalización de la propiedad individual.>’

Del Fichte totalitario se han ocupado en 1977 dos autores franceses,Alain Besançon en Los orígenes intelectuales del leninismo y AndréGluksmann en Los maestros pensadores. Ni uno ni otro penetran en elmisticismo final de Fichte. No se trata de emparejar a Hegel con Richelieu,como modelo político, ni a Fichte, el filósofo, con Clausewitz, el general,porque comenzaran a parecerse al admirar o venerar a Maquiavelo. Ni deencontrar las huellas de Fichte en el comunismo ruso o en el socialismofrancés. Se trata de algo más profundo que sí que aparece en las notas delos traductores M.a Jesús Varela y Lus A. Acosta de la edición de 1988 de losDiscursos a la nación alemana, para quienes proceden de Fichte lasinvestigaciones de Bergson sobre los datos de la conciencia, la fenomenologíade Husserl y la teoría de Max Scheler, y son una realidad las huellas deFichte en filósofos tan influyentes como Heidegger, Sartre y Ortega y Gasset.

Fichte, finalmente, operó como un pedagogo que concuerda con el suizoPestalozzi, porque piensa que «en Pestalozzi, igual que en Lutero, los rasgosfundamentales del espíritu alemán)> están patentes. El Fichte pedagogo es elque inspira las ideas y las creencias de Clausewitz y el que a su través llegaa las Academias Militares de toda Europa. Su mensaje viene a ser el deestos dos párrafos:

«El amor a la patria tiene que ser quien gobierna al Estado en el sentido deproponerle incluso una meta superior a la común del mantenimiento de la pazinterna, de la propiedad, de la libertad personal, de la vida y del bienestar de todos.Solamente para este objetivo superior, y no con ninguna otra intención, el Estadoreúne una fuerza armada.»

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«El Estado que implante en su territorio la educación nacional propuesta pornosotros no necesitará ningún ejército especial, sino que a partir del momento enque una generación juvenil se haya formado en ella tendrá en los jóvenes unejército como no se ha visto nunca.’>

No hace falta ser un lince para descubrir en estas dos tesis una filosofíapolítica que realmente ha sido practicada por los pueblos de Europa.

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5. MARIE VON BRULH.ESPOSA DE CLAUSEWITZ

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5. MARIE VON BRULH. ESPOSA DE CARL CLAUSEWITZ

Miguel Alonso Baquer

El análisis de la biografía de Marie von BrLilh constituye una excelenteaproximación al pensamiento de Carl Clausewitz, Carl y Marie formaron unmatrimonio ejemplar.

En estas líneas voy a verter a la lengua española algunos fragmentos delas cartas y del diario de Marie tal como se publicaron en 1916 por KarlLinnebach. Proceden de la traducción francesa de Marie-Louise Steinhauser,editada por Gallimard en 1976, que contiene excelentes acotaciones. Noharé excesivas referencias a los orígenes del pensamiento clausewitziano.Me aplicaré a la esfera de conocimientos más próxima al espiritualismo.Marie poseía, en este punto, una conciencia viva que se mostró capaz dealterar los presupuestos demasiado racionalistas de su esposo.

1. LOS ORIGENES SOCIALES DE MARIE Y DE CARL

Marie nació en Varsovia el 3 de junio de 1 779, un año antes de que lohiciera el 1 de junio de 1 780, en Burg, Carl Clausewitz. Burg se encuentra asetenta millas al sur de Berlín.

Marie von Brülh descendía de una ilustre familia de Turingia. Su abueloHeinrich fue el primer ministro del suegro de nuestro Carlos III, Augusto III,elector de Sajonia y rey de Polonia desde 1733 a 1763. El conde de Brülh,entre 1740 y 1750, se opuso a las pretensiones de Federico de Prusia.Conocemos a través del conde de Aranda, embajador de España enVarsovia, los proyectos de Brülh que desembocaron en el duro castigo atodas sus posesiones nada más comenzar la Guerra de los Siete Años, pororden expresa de Federico. El abuelo de Marie dejó, sin embargo,excelentes muestras de su amor por las bellas artes tanto en Dresde como

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en Varsovia. Tenía fama de hombre fastuoso y protocolario. Mane heredó deHeinrich un notabilísimo celo por las relaciones sociales que compensaba elretraimiento de Carl.

Los cuatro hijos del conde de Brülh lucharon por recuperar los bienesfamiliares. El padre de Marie, Charles, tras varios conatos de aproximacióna la nueva corte prusiana, fue nombrado tutor del príncipe heredero conrango de teniente general, cuando ya había muerto el gran Federico, Susotros hermanos ocuparon cargos en Varsovia y en Múnich. Llevaban famade ser hombres inclinados a la mística. Federico Guillermo II les hizomiembros de la Rosa Cruz.

El mayor, Charles —que afrancesó su nombre alemán Karl AdolphGraf—, terminó siendo intendente general de los teatros de Berlín yChamberlán, tanto de la reina madre como de la reina Luisa, a pesar de sucondición de católico. Murió en 1802. Se había casado con Sofía Gomm, lahija del cónsul o embajador británico en San Petesburgo. La madre de Marieera una mujer atractiva, de educación esmerada y de moral rígida, que,finalmente, padeció graves histerias durante su ancianidad.

También el padre de Carl Clausewitz murió en 1802. Hubo un notableparalelismo entre las impresiones de Carl y Marie en relación con la muertede sus padres, justamente un año antes de conocerse.

Se conocieron en diciembre de 1803 en el transcurso de una cena a laque Marie asistió como dama de honor de la reina madre y Carl comoayudante del príncipe Augusto. Fue el coronel Scharnhorst, que habíaquedado viudo en febrero de ese mismo año, quien recomendó a Carl paraese puesto. Carl consideraba a Scharnhorst su padre espiritual. Este sevenía preocupando del futuro del joven oficial, desde que ingresó por méritospropios en la Escuela de Guerra, como si fuera su propio hijo. «Nadie en elmundo estaba tan próximo a él como Clausewitz y nadie le comprendía tanbien», comentó el ilustre hannoveriano.

Carl, en sucesivos banquetes, bailes y conciertos de ópera, insinuó suadmiración por Marie y condujo hábilmente los diálogos con ella hacia laobra más rómántica de Goethe, el Werther. Marie, en su diario, ha narrado entérminos bellísimos el despertar de su amor. «Nos comprendimos y la uniónde nuestras almas se produjo en silencio».

La muerte de la viuda del sucesor de Federico, Federico Guillermo II, el25 de febrero de 1 805, amenazó con la interrupción del idilio. El barón deStein, viejo amigo de Sofía, la madre de Marie, se empeñó en casarla con unnoble, ignorando que, sobre todo, desde la primera partida de Carl hacia la

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desgraciada campaña prusiana de Jena-Auerstadt (1 806), el corazón deMarie sólo tiene hueco para el seco y rígido ayudante del príncipe Augusto.

Marie tuvo que vencer la resistencia de su madre durante cinco años.Carl, en carta extensísima fechada el 1 3 de diciembre de 1 806, le explicasus orígenes sociales, poco antes de partir en calidad de prisionero deNapoleón, para París. La boda no tendrá lugar hasta finales de 1809, cuandoCarl, ya ascendido a mayor y nombrado miembro efectivo del Estado Mayorprusiano, trabaja en Berlín a las órdenes de su bien amado padre espiritual.Scharnhorst era, entonces, el primero de los reformadores prusianos, yaennoblecido por el rey de Prusia, a pesar de la modestia de sus orígenessociales.

Los orígenes sociales de Carl no se reflejaban en la carta con exactitud.Decía descender de una noble familia de Silesia que había perdido suspropiedades en la Guerra de los Treinta Años; pero en realidad su abuelohabía sido profesor de teología en la Universidad de Halle. Era, a su vez, hijoy nieto de ministros luteranos que se casaron con hijas de sacerdotes.

El padre de Carl, Federico Gabriel, fue uno de los oficiales del 47Regimiento de Infantería que en 1766, según la lista del Cuerpo, «nopertenecen a la nobleza». Quizás, tras resultar herido, hubo de dejar elservicio. Se convierte, entonces, en recaudador de impuestos en Burg.Cuando diez años más tarde pretenda que Federico el Grande acoja a unode sus hijos en el Ejército, se le dice que deberá empezar el servicio en laartillería desde abajo.

Fue el segundo matrimonio de la abuela de Carl con el capitán vonHundt, de una familia de señores de Mecklemburg, lo que llevó a. tres de loscuatro hijos varones de Federico Gabriel a las filas del ejército prusianocomo oficiales cadetes. Los tres alcanzaron el generalato. Cad, que era elmás joven, tenía doce años cuando sentó plaza en el regimiento 34, tambiénde guarnición en Burg, como el 47. A finales de enero de 1 793 el .regimientode Carl .tomó parte en un bombardeo de un poblado próximo a Maguncia,junto al Rhin, y Carl fue ascendido a alférez.

La buena carrera del joven prusiano no se percibirá como posible hastadespués de haber concluido los seis años que ejerció como subalterno enNeuruppin en el prestigioso regimiento que había mandado un hermano deFederico el Grande. Su capacidad intelectual le fue reconocida por el nuevocoronel Tschammer. Nada hacía suponer que a los treinta y cinco años Carlsería corónel y a los treinta y ocho general de Brigada.

La reorganización por Scharnhorst en 1801 del Instituto de Ciencias

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Militares puso fin a la etapa de vida de guarnición. Scharnhorst comprendió,nada más tratar con el aspirante a ingreso, que disponía de la lealtad de unode los oficiales más inteligentes. Siempre le calificaría en primer lugar entrequienes, con escasas excepciones, alcanzaron notoriedad en las filas delejército prusiano durante las siguientes décadas.

2. LA INTENSIDAD AFECTIVA DEL IDILIO AMOROSO

En las delicadas cartas de amor que Carl y Marie se cruzaron a buenritmo desde 1806 aparecen, frente a frente, un hombre que sólo quierereflexionar sobre las relaciones reales entre el poder político y la fuerzaarmada y una mujer que le sugiere un mundo, a la par, más profundo yelevado. El choque ideológico fue admirablemente llevado por las dospartes. No se trató de una dialéctica luterano-católica porque Carl eludía ladiscusión religiosa y porque Marie, gravemente marcada por la religiosidad,no había sido educada en el catolicismo, quizás por exigencia de su madreinglesa. La plataforma de las cartas queda en el ámbito de la literatura y delarte, aunque esté clara la intención de Marie por elevarla hasta lo religioso.

Marie dice que no es una mujer fría. «La calma y la ponderación,—añade— son los rasgos fundamentales de mi naturaleza desde mi más

• tierna infancia. Soy capaz de amar con todas las fuerzas de mi alma y portoda la eternidad». La clave de su actitud creo que se encuentra en estepárrafo de su diario que, al parecer, fue escrito cuando su esposo soñabacon luchar contra Napoleón, sea en España, en Tirol o en Rusia; es decir, en1811.

Dios ha hecho bien todas las cosas y al ver de qué modo tan manifiesto nosha protegido y guiado hasta aquí, nos sentimos seguros de poder contar con suprotección en el porvenir. Conscientes de que nuestra alianza, tan bella, tansagrada, es digna de su benevolencia, podemos levantar los ojos llenos de alegríay de confianza y orientarnos en su dirección.’>

Los largos —y también los cortos— períodos de separación de la parejalos ocupan extensas cartas en las que Carl incluye grandes párrafos deinterés profesional, aderezados de expresiones amorosas y Marie, ideasclaras de notable sensibilidad. Hay, sin embargo, una diferencia entre lacorrespondencia del idilio y la correspondencia posterior a la boda, quecomentaremos en su momento.

El 1 2 de octubre de 1 806, desde cerca de Weimar, Carl, equivocándoseen el pronóstico sobre la suerte del ejército prusiano (que se mostraría crueldos días más tarde en Jena y Auertadt) escribe deseoso de brindar a sunovia una hazaña:

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‘Yo espero una victoria. Adiós Marie, amada mía, jamás me he sentido tancerca de ti como en este instante ni más digno de ti. Adiós y au revoir, aquí abajoo en el otro mundo. Para ti, para toda la eternidad. Carl.’

El 9 de abril de 1807, desde Soissons, durante su cautiverio en Francia,Hega la hora de una confesión que Carl mantendría hasta su muerte:

“Hay en mi vida dos hechos que me han delado una impresión de alegría quenada ha podido debilitar o turbar...; la distinción de que fui objeto cuando mepusieron a la cabeza de cuarenta jóvenes. ., este privilegio me convenció.., de quemi pensamiento era el más cercano espiritualmente al de quien dirigía estainstitución (la Escuela de Guerra de Berlín a cargo de Scharnhorst) .. y haberganado tu amor . el amor consagrado a un ser absolutamente excepcionalpues la riqueza de tu alma es para mí garantía de la duración de mi propio amor.

A la vista de estas cartas Raymond Aron se pregunta por el alcance dela influencia que Marie ejerció sobre Carl. Yo creo que fue inmenso en los dosámbitos de honda trascendencia que Carl logró encubrir mejor, el del arte yel de la religiosidad, por creer que le distraían de su destino.

El 3 de octubre de 1807, Carl confiesa a Marie que era incapaz dededicar una atención permanente a temas que no fueran políticos nihistóricos. Pero todas las posteriores, escritas desde Francia o Suiza, dejande estar centradas en las reflexiones militares y se introducen en el espíritudel arte gótico, en la distinta profundidad de la obra de dos grandes pintores,Rafael y Rubens y en la seriedad de las filosofías de los pensadores másvivos que escriben en la lengua alemana.

Naturalmente que Marie se coloca discretamente en el lado de lascreencias religiosas y Carl en el de la naturaleza de las cosas. Pero en lapluma de Carl se reiteran las apelaciones hacia la Providencia, hacia Dios yhacia el Espíritu, al tiempo que Marie se desplaza hacia la fe cristiana enparticular. Incluso en esta época, Carl se defiende con exprésiones comoesta: «No es necesario que la religión desvíe nuestra mirada de estemundo», que Marie acogerá con paciencia.

El momento álgido, a mi modo de ver las cosas, se atravesará cuando, yaliberados, el príncipe Augusto y su ayudante de campo se detienen durantelos meses de agosto y septiembre de 1807 en la villa de Coppet (Suiza)donde madame de Stael ha organizado un círculo de personalidades queardorosamente busca la derrota de Napoleón. Esta detención demora elreencuentro de Carl y Marie y aunque es presentada como magníficaoportunidad para que el oficial prusiano perfile sus ideas políticas, no cabeduda que produjo en Carl una inmensa decepción.

La amistad con madame Stael, en el corazón reblandecido de Carl, se

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nos presenta como una crítica a las relaciones, firmes pero confusas, demadame de Stael con Benjamin Constant y a las relaciones, triviales peroardientes, de madame Recamier con el príncipe Augusto. El sentido innatode fidelidad que Clausewitz conserva en sus pensamientos le lleva adistinguir en sus cartas los elogios a la grandeza literaria de la primera mujer,—Madame de Stael aparece diciendo cosas muy interesantes— y lascensuras a la liviandad de la segunda —madame Recamier es descritacomo una mujer coqueta. Una carta, firmada en Lausana el 1 6 de agosto,termina con la narración de una anécdota, protagonizada por el granpedagogo Pestalozzi, que desde lvorne había ido a conversar con madamede Stael, en la que ella, abusando del candor de Pestalozzi, le tienta en supropia habitación.

Ciertamente que Clausewitz percibe el interés de Marie porque seintroduzca en los círculos intelectuales hostiles a Francia. Carl se somete aesas sugerencias, pero claramente se aprecia que Carl prefiere hablar delpatriotismo de Guillermo Schlegel, de la pedagogía nueva de Pestalozzi, delas noticias que ansiosamente reitera sobre los discursos de Fichte y, sobretodo, de la posición de Scharnhorst cerca del rey de Prusia. Este granhombre se ha convertido en su única esperanza de salvación.

3. LAS RELACIONES INTELECTUALES DEL MATRIMONIOCLAUSEWITZ

Dos años después de la experiencia suiza, Clausewitz, ya casado, va aser introducido por Marie en los círculos intelectuales de Berlín donde brillaFichte, a punto de ser nombrado primer rector de la Universidad, y dondedestacan las figuras, apasionantes para Marie, del filósofo de la religiónSchleiermacher y del historiador del derecho Savigny.

Debió de producirse una tensión matrimonial en torno a Fichte. PorqueCarl, desde mucho antes de conocerle personalmente, en carta a Marie de15 de abril de 1808, le había confesado que los Discursos a la naciónalemana le habían despertado toda la afición al razonamiento especulativoque lleva dentro de sí. Fichte, por entonces, se ocupaba de Maquiavelo, Carl,que obtiene gracias a Marie el número de la revista Vesta donde Fichtepublicaba sus ideas nacionalistas, le escribirá al filósofo, probablementepara no obtener ninguna respuesta.

Marie quiere retener a Carl en la esfera de Goethe, von Stein ySchleiermacher mientras Carl deriva hacia Fichte, que tiene fama dejacobino, de ateo y. de místico de la acción. Lo cierto es que, a partir de estosaños berlineses, la curva ascendente hacia la espiritualidad del noviazgo se

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detiene. Las cartas de Carl se cargan de profesionalidad. Clausewitz haacotado rígidamente el nivel intramundano donde quiere reflexionar.

Llegará el momento más grave. Carl decide abondonar el servicio del reyde Prusia, porque éste se ha aliado con Napoleón. Cuando Clausewitz sedesplaza a Rusia, Marie, una mujer recien casada que acaba de cumplir lostreinta años y que no espera hijo, le dice en tono heroico: «Tu amor es miúnico bien, mi bien supremo; pero nadie me consolaría si por consideracióna mi persona, por mi opinión o mis deseos, admitieras algún sacrificio quemás tarde te verías obligado a lamentar. Tienes que pensar en ti y en tupropio futuro y te cito a la Diótima de Hiperión: Actúa, estoy dispuesta asoportarlo todo».

Las expresiones amorosas de Marie no desdicen de la mejor literaturaromántica. A su lado, Clausewitz, un autodidacta formado en los campamentos,empezó a ser un hombre sensible y culto que, sin embargo, no aceptaríanunca penetrar con ideas propias en los problemas teológicos. Marie. conacusadas reminiscencias del catolicismo de los Brülh, se refugiará en lossentimientos religiosos de su padrino de confirmación, el ya citadoSchelciermacher y se limitará a tener éxito en el enfriamiento progresivo dela admiración de su esposo por el último Fichte, cada día más abstracto yespiritual, pero menos cristiano.

Las cartas correspondientes a 1812 y 1813 son también entrañables.Carl se reafirma en la narrativa y en la didáctica de interés militar. La heriday la muerte de Scharnhorst le afectará a Carl de modo extraordinario, ya quees «irreemplazable para el ejército, para el Estado y para Europa».Curiosamente no se dice una palabra sobre la desaparición de Fichte, otrohombre bien amado por su esposa Marie Johaan, que muere de fiebresinfecciosas casi en las mismas fechas que el segundo padre de Clausewitz.

El matrimonio Clausewitz no se reunirá hasta abril de 1814. En mayo de1815 la campaña napoleónica de los cien días vuelve a separarles. En lacorrespondencia destaca la preocupación por la salud de Carl. Su artritis econduce al consumo de opio como calmante. Cuando en agosto vuelven aestar juntos, para no separarse más que circunstancialmente por viajestemporales desde Coblenza a Aquisgrán y desde Berlín a Koenigsberg, losClausewitz quedan abrazados por la amistad del general Gneisenau, quesatisface más a Marie que a Carl, ya decididamente melancólico y crítico.

En los quince años que separan las efemérides de Waterloo del destinode Carl a Posnania como jefe de EM. de Gneisenau para reprimir la rebeliónpolaca a finales de 1830, tiene lugar la intensa colaboración de Marie enlas obras de Carl. En Coblenza habían tratado al barón de Stein y a JosephGorres. En Aquisgrán, a punto de ser ascendido a brigadier (1818) ynombrado director de la Escuela de Guerra de Berlín, Carl acredita dotes

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diplomáticas y buen conocimiento del inglés y del francés. En Berlín, ambosesposos trabajan y se relacionan con la élite intelectual no sin que,prematuramente, en una carta fechada en Postdam el 1 8 de mayo de 1 821,aflore en Carl una inmensa melancolía, premonición de la muerte. La frase«un bello morir toda una vida honra» sustituye a otra de Fichte que losesposos habían repetido mil veces: «debemos dedicar la propia vida a unaidea>).

La sublevación polaca lleva a Carl a Breslau. Aunque regresa al hogar deBerlín entre diciembre y marzo, le volveremos a tener sólo en Posen yBreslau durante los últimos siete meses de su vida, junto a Gneinsenau, aquien acompañará hasta la muerte, víctima de una epidemia de cólera. Elcólera se llevaría por delante en Berlín a Hegel en los mismos días quesucumbe el propio Clausewitz en Breslau, ya acompañado por Marie.

4. LA NARRACION DE LA MUERTE DE CARL

Muy pocas mujeres han sido capaces de narrar la muerte del esposo conla delicadeza y profundidad con que Marie hizo llegar la triste nueva almatrimonio de los Bernstorff. Bernstorff era un danés, ministro de AsuntosExteriores de Prusia, seriamente empeñado en nombrar a Carl embajador enLondres.

Marie asocia sus sentimientos por la pérdida del último gran amigo deCarl, Gneisenau, —los BrLilh, los Scharnhorst y los Gneisenau habíanformalizado varios matrimonios entre sus hijos— con la beatitud por el hechode que ella acababa de reunirse con Carl en Breslau, tras una nueva ydolorosa separación:

«<Clausewitz me pareció realmente rejuvenecido, radiante, había adquirido mássolidez, parecía saludable ...Más tarde advertí que sus nervios estaban terriblementedesgastados y excitados... Sabía por sus cartas que en estos últimos tiempos, almargen del gran dolor que Dios le había infligido, muchas veces había sido heridoy ofendido y tal vez a causa de la vulnerabilidad debida a su estado de salud habíareaccionado ante muchas cosas con demasiada emoción. Yo esperaba que ladicha de nuestro hogar, la tranquilidad que podía encontrar allí, le hicieran bien yyo lograra borrar, poco a poco, todas estas impresiones.»

En la carta, Marie describe minuciosamente las dieciocho últimas horasde la vida de Carl...

«Los médicos piensan que el estado de sus nervios, más que el cólera, hancontribuido a su muerte Para mí sin embargo, había algo desgarrante en laexpresión, en el tono del último suspiro; fue como si rechazara la vida, un fardodemasiado pesado para cargarlo»

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Es entonces cuando Marie se descarga recordando —lo dice RaymonAron—, «el vía crucis que fue la existencia de su esposo».

«Gozá en un grado excepcional de la amistad de los hombres más nobles desu tiempo, mas no del reconocimiento, lo único que podía permitirle servirauténticamente a su país. ¡Ay!, Apenas tengo derecho a quejarme de que miamigo más querido, que fue toda la dicha de mi vida, me haya sido arrebatado tanpronto; pues su sensibilidad era demasiado profunda, demasiado tierna, demasiadovulnerable para este mundo imperfecto... en el país de paz y claridad donde vivehoy día percibe ciertamente dé manera más justa y perdona los errores humanoscometidos contra él y sus amigos.»

Marie, que distinguía entre amistad y reconocimiento, trabajó para lograrque Carl fuera reconocido lo indecible en los cinco años en que lesobrevivió. Ayudada por su hermano, el Conde de Brülh, y otros compañerosde talla intelectual, en pocos meses Fogró la publicación de los cuatroprimeros libros del Tratado sobre la Guerra. En 1 836, ya habían visto la luzsiete volúmenes de manuscritos y al año siguiente a su propia muerte, elTratado se había editado entero. Habría que esperar medio siglo para que elprestigio de Clausewitz llegara a las universidades alemanas y empezara aser traducida al francés, su obra fundamental.

La eficacia del trabajo de Marie no puede extrañar a nadie. Era en lahabitación de ella en la Academia de Berlín donde Carl tenía su mesa detrabajo y donde se archivaban todos los documentos. Al reordenarlos nohacía Marie otra cosa que prolongar una tarea a la que durante doce añosse había entregado posponiendo sus personales inquietudes.

Un biógrafo inglés, Peter Paret en Clausewitz y el Estado, nos la describe así:

«No tenía la gran belleza de su hermana; los contemporneos la describencomo una bailarina ligera, graciosa, enérgica y .como una buena amazonadibujaba y pintaba a la acuarela y su madre le había enseñado a hablar inglés,

y también hablaba francés y alemán, lo que le diferenciaba de la mayoría de susiguales era su profundo interés en’ el arte, la música y sobre todo la literaturamoderna».

Murió de unas fiebres infecciosas en Dresde el 28 de enero de 1836. fueenterrada junto a Carl en el cementerio militar de Breslau. La señoritaSteinhauser ha troquelado un justo epitafio.

«>lnteligente, sensible y modesta merece que se le reserve un lugar entre lasmujeres notables de su tiempo.»

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6. LAS IDEAS Y LAS CREENCIAS DECARL CLAUSEWITZ

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6. LAS IDEAS Y LAS CREENCIAS DE CARL CLAUSEWITZ

Miguel Alonso Baquer

Es sorprendente la vitalidad de la obra de un hombre como Clausewitz.Pasó inadvertida para sus contemporáneos. Los quince años que separan laparticipación en la campaña de 1 81 5 (Waterloo) de su muerte en Breslau,durante los que se produjo su temprano ascenso a general, no sirvieron másque para tenerle ocupado en tareas burocráticas o en encargos mínimamentedidácticos. Nada de cuanto tenía escrito fue publicado. Ninguna de suspropuestas de reforma fue aceptada. Unicamente algunos de sus informesmerecieron la lectura de sus mandos.

La fama de la obra de Clausewitz está unida cronológicamente a los dos.centenarios de la fecha de su nacimiento. Hacia 1880, su mejor discípulo olector, el viejo Moltke, solía declarar su deuda y desvelaba para la historiaque en el seno de las instituciones militares germanas y en las escuelas deguerra de Francia se estaban aceptando las ideas de Clausewitz. Pero enInglaterra y en los Estados Unidos, en Rusia y en Italia, los textos de Jominile llevaban una impresionante ventaja. Unicamente se había producido unhecho irrelevante en las relaciones de Federico Engels con Carl Marx, sinapenas publicidad, que señalaba la posibilidad de aplicar a la lucha declases las fórmulas del melancólico oficial prusiano.

En una España dolida por la prematura muerte de Villamartín, Luis Vidarttodavía citaba a Clausewitz como una prueba más de las nieblasgermánicas. Hacia 1 980, otro intelectual, Raymond Aron, lanzaba a losescaparates los dos tomos de Pensez la guerre donde se dejaba ver laposición central de la obra de Clausewitz en los tres grandes debates de1 870, de 1 91 8 y de 1 945. Clausewitz era el acusado, el testigo y el fiscal, Losdemás actores: Bismark y Moltke, Falkenhayn y Foch, Lenin y Lüdendorff,

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Hitler y Stalin, desfilaban por la sala para confesarse fieles o desviados enrelación con las ideas de Clausewitz.

Entre ambos centenarios los estudiosos del arte de la guerra (alemanescomo Delbruik y Halweg, franceses como Gilbert y Beaufre, anglosajonescomo Liddell Hart y Kissinger) no han acabado de ponerse de acuerdo sobrelo diabólico o lo genial del pensamiento de Clausewitz. En España, mientrastanto, se tradujeron versiones abreviadas de Sobre la Guerra a principios desiglo. La primera versíón completa se ha logrado en época reciente. Fueprologada por el general Cano Hevia, un teórico penetrante muy próximo ala postura de L. Hart, gracias al Servicio de Publicaciones del Estado Mayordel Ejército.

1. UNA DIALECTICA ORIGINAL

Raymond Aron aceptaba ser considerado un neoclausewitziano, aunquelo explicaba con estas palabras escasamente comprometedoras:

Por qué esta larga familiaridad, la simpatía que profeso por un hombre dequien todo debería separarme?. Romántico y razonable, implacable en susanálisis y de una sensibilidad estremecedora, Clausewitz pertenece al linaje de losTucídides y los Maquiavelo, que mediante el fracaso en la acción, encuentran elocio y la resolución para elevar al nivel de la ciencia clara a teoría de un arte quepracticaron imperfectamente>.

Personalmente, como Aron, estoy en contra de quienes utilizan fragmentosde aquella obra tan bien forjada para echar sobre su creador la responsabilidadde tantos sufrimientos. Creo que desde los textos clausewitzianos se puedeayudar a construir la paz y que quienes se sirven de sus palabras paraconducir nuevas hostilidades poco tienen que ver con él.

No es que la obra principal del tratadista más famoso de todos lostiempos carezca de deficiencias graves. Es que nunca revela el placer porla violencia. Sobre la Guerra es el fruto de una mirada profunda hacia larealidad de su tiempo que se centra en un aspecto o fenómeno, la guerra, alque se sabe aislar con técnicas de fenomenólogo.

Clausewitz, por otras razones que las de su personal especulación, tomópartido por el Estado contra el Imperio, o mejor, por la pluralidad de Estadoscontra la hegemonía de uno de ellos, el hijo de la Revolución Francesa. Suempeño debe contemplarse como el ofrecimiento de una forma factible deresistencia al imperialismo más práctica que la teoría de Kant sobre la pazperpetua, más patriótica que el discurso de Fichte sobre la nacionalidadalemana y más realista que el sistema estatal de Hegel.

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Nunca escribió una línea de filosofía propiamente dicha pero se le haconsiderado el filósofo de la guerra por autonomasia. Y es que se haaceptado, ligeramente, la opinión que Lenín expresó en 1915 sobreClausewitz: «uno de los grandes escritores de la historia militar en el queHegel ha contribuido a fecundar sus ideas», a la que se añade otra opinión,la del pensamiento militar de los aliados contra Hitler: «el precursor de losresponsables de la degradación de la cultura alemana Treitschke, Nietzschey Bernhardi».

Ya en 1 887, el francés George Gilbert, que tenía razones para descubriren Clausewitz la huella de Montesquieu, no dudó en situarle entre losdiscípulos de Kant.

Mi propuesta se acerca a la que recientemente ha resumido PierreNaville:

«El método dialéctico de Clausewitz es original.., no llegó a estudiar a Hegel...quizás ni siquiera le conoció, cuando Hegel llegó a Berlín en 1818, las ideas declausewitz ya tenían forma. Por el contrario, clausewitz sí conoció a Kant y aFichte. Después de 1806 estudió en Berlín bajo la dirección del kantianoKiessewetter. La voluntad Iichteana del Yo dejó profunda huella en él y parece serque Kant hizo que se interesara por la dialéctica. Sin embargo, lo que más influyóen Clausewitz fue el pensamiento dialéctico de Maquiavelo, junto con las lecturasde Montesquieu... No puede afirmarse que fuera un general hegeliano».

Creo que el método dialéctico de Sobre la Guerra es original. Clausewitzno se merece ser contemplado ni como una excrescencia de los maestrospensadores del idealismo alemán (tesis de André Gluckmann), ni como unsubterráneo educador de los hombres más violentos de su posteridad (tesisde Liddell Hart y de Ives Lacoste). Fue un autodidacta sencillo y sincero que,en ocasiones, buscó en las figuras filosóficas de su entorno una confirmaciónde lo que tenía bien sabido. Lo importante de Clausewitz son sus ideáspersonales, o mejor, sus intuiciones fundamentales, que él describe de estemodo: «lo que se conoce por experiencia inmediata y singular, el fenómenoaprehendido por nuestros sentidos».

Para entenderle hay que partir de su pesimismo vital que yo creo sedesprende de sus dos crisis: la personal de sus creeencias religiosas y lahistórica de la derrota militar de 1 806. En carta a su novia, María von BrLilh,de 5 de octubre de 1807 escribió:

«Por muchos siglos que puedan existir y funcionar, hasta las más sublimescreaciones de la humanidad llevan en sí mismas el elemento de su propiadestrucción».

Clausewitz se refiere, indistintamente, al agotamiento de las grandes

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religiones y al hundimiento del Estado fundado por Federico el Grande. Suúnica tabla de salvación ya no serán las creencias, sino las ideas que élmismo se forje. Esta es la clave de su pensamiento.

Lo ha comprendido bastante bien Peter Paret, el autor de Clausewitz y elEstado. Aquí se destaca al escritor prusiano como «un miembro importante,excepcionalmente creativo, de la generación de alemanes cuya suertedeterminaron Napoleón y Goethe, un soldado que había reunido un arsenalintelectual que en algunosaspectos era único».

Paret reconoce en Clausewitz capacidad para combinar valores y algodel método filosófico del idealismo alemán con un acusado sentido de larealidad. Le atribuye un punto de vista individualizado del pasado, que leacercaba al historicismo y una excelente comprensión de la forma en quefuncionan los Estados, especialmente en sus relaciones exteriores y en laguerra:

Fue su manera de combinar el punto de vista político y el social de la guerra-que también podría llamarse el punto de vista histórico- con un análisisestructural de cómo luchaban los hombres, lo que dio su fuerza a las teorías deClausewitz>’.

En definitiva, Clausewitz será, nada menos, que un temprano descubridorde la historicidad de lo real que romperá muy pronto con el idealismofilosófico de sus maestros, ciertamente que de modo discreto.

2. LA HUELLA DE MAQUIAVELO Y DE MONTESQUIEU

Se puede hablar de débiles ecos de la actividad mental de losintelectuales alemanes llegados al tratadista a través de la amistad en elacantonamiento de Wesfalia que el joven Clausewitz mantuvo con Heinrichvon Kleist, frustrado militar y poeta errante. Kleist, tras una crisis a favor deKant padecida en 1 801, sucumbiría dos décadas más tarde bajo la formatrágica del suicidio. Marie-Louise Steinhauser en la introducción a De laRevolución a la Restauración (escritos y cartas de Carl von Clausewitz), lesdescubre en 1811 como miembros activos dé la Deutsche Tischgessellschaft,el club de románticos alemanes mejor dispuestos para la revuelta contraNapoleón:

«Kleist y Clausewitz tienen en común la búsqueda de una inteligencia de laguerra y del fenómeno político>’.

Se puede añadir la influencia del profesor Kiessewetter, expositor de lafilosofía de Kant en la Escuela Superior de Medicina de Berlín, llamada La

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Pépiniére, a cuyos cursos asistió Clausewitz desde el otoño de 1801, yaingresado en la órbita magistral de Scharnhorts. Pero se trata de unainfluencia más cartesiana que kantiana. La guerra, por lo que escribeClausewitz antes de Jena, es una realidad sometida al concepto omnipresentede fricción. Frente a Kant -frente a la impensable cosa en sí de KantClausewitz pone unos hechos que por causa de la fricción no le dejan a laguerra adquirir las notas que idealmente le corresponden. La lógica de laguerra es una lógica del alma humana, que se materializa en el jefe delejército, en su personalidad -una cosa que piensa-.

Se puede, por último, hablar de las ideas estéticas del dramaturgoSchiller, siempre vivas en las consideraciones de Clausewitz sobre el genioen general y sobre el general en jefe en particular. La huella de Schiller serepetirá con ocasión de la visita de Clausewitz, recién liberado del cautiveriofrancés, a la localidad suiza de Coppet. Allí Clausewitz conoce a madame deStael y a Wilheim y a Friedrich Shlegel y cambia impresiones con BenjaminConstant y Pestalozzi. Esta circunstancia, sin embargo, afectó sólo a lossentimientos del oficial prusiano.

Aquellas impresiones no afectaron al rigor lógico de Clausewitz quesigue expresándose por máximas, como Montesquieu y que sigue exclusivamente atento a la experiencia humana, como Maquiavelo, Cuandodescubra quiénes entre los pensadores alemanes viven atentos al mismobinomio de escritores que él mismo -Fichte y Schleiermacher- se enfrentarácon ambos y levantará su vuelo solitario. La fecha crítica del despegue debesituarse en Berlín el 15 de octubre de 1810, día de la casi simultáneaapertura de la Universidad y de la Escuela de Guerra. A finales de marzo de1 81 2, punto de partir para Rusia, Clausewitz lo tiene todo decidido y darápor clausurada la etapa de influencias para comportarse como un escritoraislado y solitario.

Maquiavelo y Montesquieu le habían hablado como clásicos, serenamente.Sus amistades alemanas, en cambio, le producían fiebre. Dos cartas suyasa Marie, fechadas en Koningsberg el 1 5 de abril de 1 808 y el 1 2 de enero de1 809 nos dan la clave del tránsito:

Hay notables cosas buenas, a mi entender, en Fichte, pero en conjunto, talcomo dice Stein, no es más que una abstracción no muy práctica; es igualmentemanifiesto que prescinde en exceso de toda alusión a la historia y a la realidadempírica. Lo que ha dicho de la vocación del género humano y de la religión megusta mucho. Tendría gran placer en seguir su curso de filosofía si llegara contiempo; porque su manera de pensar me satisface plenamente y su lectura haactivado y reavivado toda esta tendencia al razonamiento especulativo que llevoen mb.

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Si tú pudieras encontrar, querida María, el número de junio del primer tomo deVesta, una revista editada aquí, ten el cuidado de leer el estudio de Fichte sobreMaquiavelo y leerlo pensando en cuanto ha sucedido cerca de nosotros».

Los primeros escritos de Clausewitz (1804), formalmente deudores delestilo de las reflexiones de Montesquieu, llaman a Maquiavelo «un hombreque juzga muy sanamente de las cosas de la guerra». Pero se refierentambién al estudio de la decadencia del Imperio Romano, al estilo deMontesquieu. Muy expresiva de su talante es la Nota 26 donde Clausewitzestalla en ira incontanible:

»,Por qué la historia es tan pobre en ejemplos útiles? Porque no se puedesacar nada de los generales mediocres o francamente malos».

3. LA INFLUENCIA VIVA DE FICHTE Y PESTALOZZI

Clausewitz no confesó nunca el título de los libros que leyó antes deponerse a escribir. Mientras estuvo acuartelado en una granja de Wesfaliatomaba los de la biblioteca de Osnabrück procedentes de una logia deiluminados fundada allí en 1 780. Clausewitz, un riguroso coetáneo de Krause(1781-1832), pero no un krausista, despreciaba a los masones, sobrequienes escribe a su novia con evidente desprecio:

«Por casualidad llegaron a mis manos algunos folletos de iluminados y otroslibros sobre perfectabilidad humana>.

Con el tiempo sabría que, como Krause, Fichte había entrado en 1 793 enla secta, diez años después que Pestalozzi. Pero nunca rectificó su juicioadverso contra las logias:

«... cuyo misticismo es demasiado superficial, carecen de sana inteligencia ydesean parecer modernas. No tengo escrúpulos por rebelarme contra elindecoroso misticismo que siempre transporta al hombre a una negra ribera».

Por entonces, Clausewitz había mejorado su rudimentario nivel culturalen la Academia Militar que abrió el coronel de su regimiento en Neuruppin(octubre de 1799). Pero fue en el Instituto de Ciencias Militares para jóvenesoficiales de Infantería y Caballería, convertido por Scharnhorst en MiIita’tischeGessel!chaft el 24 de enero de 1802, donde se forjó el grupo de cuarentaalumnos que, bajo la tutela del coronel Phull, el coronel Massensbach y elgeneral Scharnhorst, sentó las bases de la reforma militar prusiana. Lafamosa Aligemeine Kriegschule recibiría a Clausewitz como profesor en elverano de 1810, cuando ya era otro hombre, tan culto como delicado.

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Las obras de Maquiavelo, Montaigne y Montesquieu están ahora entrelos libros de Clausewitz al costado de los tratados militares de Santa Cruz deMarcenado, Montecúccoli, Feuquieres, Folard, Sajonia, Puysegur, Guibert yLloyd. Lo que se subraya en ellos es la necesidad de conocer la psicologíade los grandes jefes. Son los personjes de Schiller (Guillermo Teil, GustavoAdolfo, Wallenstein y Federico de Prusia) los que le entusiasman. Ha pasadoya la hora del noviazgo con Marie, cuando desde París, Clausewitz intentabaen el Louvre captar la espiritualidad de las pinturas de Rafael frente alnaturalismo de Rubens y se expresaba con invocaciones a Dios y a laProvidencia. Ahora la clave está en la importancia de la educación.Clausewitz ha visitado atentamente el Instituto del abad Sicard parasordomudos, la escuela de lverdum conducida por Pestalozzi y la escuela deFellemberg, un aventajado discípulo del pedagogo suizo, donde capta unextraordinario afán innovador.

Clausewitz se resistía a verse afectado por la ola religiosa delromanticismo alemán con su nostalgia fingidamente medieval. No se dejallevar por el sentido patriarcal del Estado ni por el nacionalismo de la lengua.Siente a todos los hombres de todas las naciones como semejantes. Lo quele importa es la ejemplar supervivencia del ejército prusiano. Huye de lasfórmulas dogmáticas en aras del contacto con una realidad cambiante. «Unejemplo, —escribe— es un suceso viviente; una fórmula es una abstracción».La historia, base didáctica del quehacer de su padre espiritual, Scharnhorst,es para Clausewitz sólo una parte de la teoría que le suple cuando ésta esinútil.

«Clausewitz —concluye Paret— forzosamente tenía que estar de acuerdo conlas enseñanzas de Fichte sobre la primacía de la razón práctica y su llamada a losalemanes para llevar una vidas más activas que contemplativas en una época decrisis política y cultural.>’

Es cierto que nunca se separó de la terminología de Kant ni de usteorías estéticas y antropológicas sobre los temperamentos. Mucho menosaún de su concepto del genio, definido a través de Kiesseweter como launión de la imaginación y la razón a la que da vida el espíritu. Pero siemprequeda más cerca de Fichte y de su primado de la moral:

«El sentimiento religioso —escribe clausewitz contra Scheleiermacher— en supureza elemental existirá eternamente en los corazones de los hombres, peroninguna religión positiva puede durar siempre. La virtud ejercerá eternamente unainfluencia beneficiosa sobre la sociedad.>’

Entre los setenta suscriptores de la revista crítica, Tratado sobre losfilisteos, estarán con Clausewitz, además del gran filósofo de la religión

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Scheleiermacher, sus mandos de a Algemeine Kriegschule. Son éstosquienes le inspiran mayor confianza, según Paret:

«Ciertas características del maduro trabajo teórico de Clausewitz muestran unparecido con los escritos de Scharnhorst, por ejemplo la función no prescriptivade la teoría, el concepto absoluto del tema estudiado (la guerra) que en la realidadse modifica y la preocupación por el individuo actuante.

Para Clausewitz la religión no conduce a la reflexión. Su función esconducir éticamente la actividad de la vida diaria. No hay sitio para larevelación. En este punto, como en todos los demás, Clausewitz viene deMaquiavelo, se posa momentáneamente sobre Montesquieu, abandona muypronto al teísmo moral de Kant, discute con Scheleiermacher, se entrega aFichte con reservas, sin darle la menor oportunidad a Hegel y se coge delbrazo amigablemente con Pestalozzi. Este es el recorrido de una inteligenciaindependiente, que no soporta maestros.

La carta anómina que dirigió a Fichte el 12 de enero de 1809, empezabacon estas palabras, en pie de igualdad, que no debieron agradar al soberbiofilósofo:

«Al caballero que escribió el ensayo sobre Maquiavelo... Hoy más que nunca,todos los ciudadanos deberían tener una opinión firme sobre lo que es la guerra,los que ya están en el camino de comprenderlo deberían comunicarse entreellos. «

Y es que ambos creían que la lectura de Maquiavelo ayudaría a lageneración ciega y corrompida que vivió la Revolución Francesa areconocer la primacía de la fuerza, incluida la fuerza militar, en la vidapolítica. Ambos confiaban en la educación asumida por el Estado y llevadamás allá de las élites. Estaba,n de acuerdo con los proyectos de Pestalozzique presumían de ser naturales, —ni dogmáticos ni escolásticos.

Entre todos los reformadores prusianos Clausewitz destacaba por loarraigado de su preocupación pedagógica. El ensayo que escribe sobrePestalozzi a finales de 1807, cuya segunda parte se ha perdido, comentacon admiración la sencillez, la franqueza y el valor moral de Pestalozzi. Habíaque enseñar mediante ejemplos o demostraciones y con la libre interaccióndel profesor con sus alumnos.

Clausewitz no tuvo funciones docentes hasta sus treinta y un años. Lo hizoen el curso sobre la «pequeña guerra», un certero análisis de la guerra talcomo es en realidad que llama la atención por ser el contrapunto del libro 1de Sobre la Guerra. Me he ocupado de ello en un breve trabajo sobre

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«Clausewitz y la guerra de montaña», publicado en el Boletín del CESEDENdel último octubre.

Lo más sorprendente es que Clausewitz también se mofaba de losdogmas militares. Toda la dificultad —decía— consiste en seguir siendofieles durante la acción guerrera a los principios que nos hemos impuesto a‘nosotros mismos. Stein, que le conoció gracias a su amistad con Marie vonBrUlh, le calificó de hombre bravo, pero frío y estoico. No podría decir, comosus atumnos, que era desconcertante en sus interrupciones a los queexponían otras ideas.

Clausewitz debía encontrarse a gusto en las sesiones quincenales de laChristhish-Deutsche Tichgessellschaft donde se discutía de crítica literariay política y nunca de religión. Sabemos que Fichte acudió a la reunión del 24de enero de 1812 para celebrar el primer centenario del nacimiento deFederico el Grande. Y es casi seguro que junto al matrimonio Clausewitz sesentaban Kleist, Schleiermacher y Savigny.

Fue una despedida. Porque Clausewitz había decidido darse de baja enel ejército del rey de Prusia y presentarse al zar Alejandro. Hoy no nossorprende saber que de los treinta oficiales prusianos que abandonaron elejército en un momento en que el gesto significaba una protesta, FedericoGuillermo IV eligió a Clausewitz para darle el peor de los tratos. La sentenciadel tribunal que le condenó dice que «será privado de todas sus posesionesdentro de este territorio, así como de toda herencia que pudiese recibir en elfuturo».

Ciertamente que no fue perdonado del todo hasta después de su muertemerced a los buenos oficios de su amantísima esposa. Las ideas, que no lasrecónditas creencias de Clausewitz, quedaron escritas en Sobre la Guerracomo ideas de un solitario autodidacta que no fue comprendido en vida.

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7. DOCE PROPOSICIONES SOBRE LASHUELLAS DE CLAUSEWITZ

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7. DOCE PROPOSICIONES SOBRE LASHUELLAS DE CLAUSEWITZ

Martín Kutz

OBSERVACIONES PRELIMINARES

Para la presentación de estas notas dispongo de limitado tiempo. Al sertan múltiple y variada mi investigación sólo será posible presentarla en formade proposiciones, por lo que un gran volumen de diferenciaciones o maticestiene que quedarse en el tintero. A quienes les parezcan demasiadocategóricas mis proposiciones, les remito a otro estudio de mayor extensiónsobre el tema, KUTZ, Martín. —Geschichte als Empine oder Ideologie? DieAnalyse der Revolutions— und napoleonischen kriege bei Clausewitz und

• ihre Verfalschung im deutschen militarischen Führungsdenken siet Schlieffen.París, junio 1989.

1. CLAUSEWITZ, UN ESCRITOR ERRONEAMENTE COMPRENDIDO

Presento el tema de forma resumida, sin ofrecer ningún análisis ampliosobre Clausewitz. No pretendo hacer ninguna apottación a la exégesis de suobra, sino más bien me propongo que se tome seriamente a Clausewitzcuando manifestaba que él escribía precisamente para los miembros de lainstitución militar. Consecuentemente uno se pregunta ¿Por qué en ladoctrina del mando militar fue tan erróneamente comprendido o por qué sele interpretó de una forma tan desvirtuada?

2. SU METODO TEORICO DE PENSAMIENTO

Clausewitz es el gran analista de las guerras de la Revolución ynapoleónicas. Cerca del 70 % de sus estudios históricos tratan de ellas. Sóloen los últimos años de su vida encontró apoyo para sus teorías en el

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ambiente universitario. Pero no por esto se alteraron los fundamentos de suteoría, tal como se conocen hoy, puesto que él tuvo en cuenta lascondiciones políticas fundamentales. Estas incluyen también el análisis delas económicas, las sociales y las morales, antes de estudiar las causas delas diferentes formas en que se va presentando la guerra. Su métodoanalítico no se ve por ello afectado. Este método —no los resultadosobtenidos por él—, lo considero con razón como una aportación esencialmentecientífica. Las experiencias históricas de las guerras de su época noestaban ni en las doctrinas típicamente militares ni en los reglamentos deentonces, sino que se han transformado en un método teórico depensamiento años más tarde.

3. CLAUSEWITZ, FILOSOFO E HISTORIADOR

Puesto que no tiene a mano otra sistemática científica, Clausewitz utilizalos métodos de la filosofía y de la ciencia de la historia. Es, pues, tan filósofocomo historiador. No encontró ningún otro procedimiento que fuera utilizableen su época. Esto acarreó consecuencias para su forma de pensamiento ypara su expresión idiomática que dificultan en nuestra época mucho sucomprensión. Tendríamos que trasladar a Clausewitz a la situación deldesarrollo científico actual, el de hoy día, según los modelos de pensamientode la teoría científico-social y de las ciencias sociales empíricas.

4. UN ANALISIS DEL CASO MAS EXTREMO

Traducido al idioma de nuestra época, Clausewitz, parte de unaestructura de pensamiento ordenada jerárquicamente. La base de unambiente racional para el estudio del fenómeno de la guerra es el análisis desu imagen auténtica. Si nosotros entendemos hoy todas las formas actualesteóricamente pensables de la guerra, esto se lo debemos al concepto de laguerra absoluta. Lo que él define como absoluto es aquello que hoydesignamos como el «Worts case» (el caso más extremo).

En otras palabras Clausewitz comprende todas las formas de la guerradesde el punto de vista de la confrontación, desde el estado de una pazarmada hasta el desencadenamiento radical técnicamente posible, de todoslos potenciales bélicos de una guerra total con tendencia al aniquilamientofísico del enemigo.

Podemos, pues, si desarrollamos una adecuada idea de la guerra,calcular las posibilidades teóricas desde un atentado terrorista hasta llegar

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al aniquilamiento de la vida en este planeta (que por ciento es técnicamenteposible).

Clausewitz consiguió, partiendo de esta dimensión teórica, llegar a unnivel de concreciones mayores. A la vez que se pregunta lo que es la guerra,lo teóricamente probable a lo pensable teóricamente. Abstrae (segúncriterios racionales de la guerra absoluta o de la imagen de la guerra) todolo que tras una comprobación lógica es improbable en un futuro próximo,aunque más tarde pueda presentarse de hecho. Hoy a esto le llamamos«escenario». Pero el escenario de Clausewitz queda supeditado a la lógicade la idea «Worst-case».

La imagen de la guerra y del escenario están en una muy estrecharelación lógica y objetiva. El papel de la imagen o idea de la guerra es, eneste caso, el de impedir al analista que incorpore otros elementos a suescenario que le hagan ver posibilidades que realmente no existen enabsoluto.

La política, según Clausewitz, ha de orientarse a los resultados de estosanálisis teóricos. Ellos constituyen el patrón con el que han de medirse lasposibilidades o impulsos hacia la guerra o la paz. Puesto que el conceptoclausewitziano de política implica economía, sociedad y factores morales enel léxico corriente (y también en el militar) y puesto que para él la finalidadde la guerra es conseguir la paz duradera, finalmente aceptable para elenemigo, su teoría muestra (también para la situación actual) no sólo lalógica de la misma guerra, sino también los límites racionales en los que laguerra aún tiene sentido. Muchas guerras no hubiesen tenido lugar si laspartes beligerantes se hubiesen atenido a la forma de pensamiento deClausewitz. Por lo tanto, los juicios sobre Clausewitz que le han caracterizadocomo teórico de la guerra del aniquilamiento son falsos y demuestran lopoco que se le ha conocido.

Al pensamiento clausewitziano de la guerra absoluta se le aborda, tantopor parte de los militares como por parte de los científicos, con incomprensión.Los militares lo han confundido positivamente con el concepto delaniquilamiento y con la idea de la guerra total, tal como se ha pensado enAlemania. Los científicos (teóricos) también se han dejado llevar al error envirtud de las corrientes filosóficas que se sirven de esta idea. Aron, porejemplo, no ha sabido explicar exactamente como debía enfocarse esteconcepto que otros han tomado como la finalidad de sí en la descripción dela esencia de la guerra. El historiador germano H. U. Weher, lo haconfundido con el concepto de idea-tipo de Max Weber. Seguramente eldesarrollo de este concepto bipolar de extrema rivalidad que es la guerra

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total hace presuponer que se trata de la aplicación de un principio generalteórico.

Pero también, si esto fuera así, tendríamos que seguir reconociendo queClausewitz consideró siempre que su teoría estaba pensada desde lapráctica. Para Clausewitz el concepto de la guerra absoluta tiene que tenertambién una relevancia práctica. Esta considración en el desarrollo de laslíneas de su pensamiento es lo mejor de su gran obra y no los resultadosprácticos de tal pensamiento. Si Clausewitz tiene razón, entonces elconcepto de lo absoluto en la trayectoria de su pensamiento tiene que tenertambién relevancia práctica. La solución lógica a este problema estribaprecisamente en la igualación de los conceptos de la guerra absoluta eimagen de la guerra.

5. LA DOCTRINA DE CLAUSEWITZ EN MOLTKE

En ciertos períodos de la historia alemana, la doctrina de Clausewitz hasido llevada a la práctica en el época de Moltke y en las guerras germanasde unificación. Pero en las últimas décadas se ha considerado a Moltke másbien como el predecesor de Schlieffen en un aspecto teórico. Se ha dichoque había dirigido el desarrollo militar que condujo a la Primera GuerraMundial. Desempeñaron para ello un importante papel algunos trabajos deMoltke y los escritos no auténticos, que se habían editado por la división dela Historia del Estado Mayor General bajo la dirección de Schlieffen. Existíaademás un falso juicio sobre Moltke y sobre su postura en derecho políticoa la hora de formular este dictamen. Contra esta interpretación se puedeexpresar lo siguiente:

a) La formación de Moltke se había desarrollado en la tradición militardel Estado Mayor General, que aún estaba plenamente bajo el efectode las guerras de la Revolución y de Napoleón.

b) Había leido a Clausewitz en el primer escrito —sobre temasesencialmente políticos—, es decir, en la edición verdaderamenteauténtica.

c) Los escritos preliminares de Moltke se habían redactado para altosjefes militares de 1869 con fidelidad al espíritu y a las ideas deClausewitz.

d) Moltke se hallaba sometido a razones políticas, cuando ya habíansido aceptadas por quien tenía también la responsabilidad jurídica yno sólo la de hecho, es decir, por el Monarca. Los juicios negativos

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sobre Moltke se basaron en el malentendido de hacer de Bismark unJefe de Estado, jurídicamente responsable cuando era sólo el asesorcivil de más alta jerarquía del Monarca. Un monárquico tradicional,como lo era Moltke, no podía considerar a Bismark como su jefesuperior.

6. SCHLIEFFEN, UN TIPO CONTRARIO A MOLTKE

Moltke fue con su orientación clausewitziana, la gran excepción entre losmilitares de alto rango. Schlieffen no sólo pensaba otra cosa distinta, sinoque también estimó que Moltke había supervalorado y contribuido cara alexterior al culto al gran hombre. Schlieffen fue también biográficamente, eltipo contrario a Moltke. Schlieffen había vivido ya la profesionalización delmilitar con arreglo a las reformas de formación e instrucción sufridas por elmilitar prusiano en los años 50 del siglo XIX. Había vivido muchos años enel mando de tropas con competencia y dotes de mando. Se perfeccionó enel manejo técnico del aparato militar. Su estilo de pensamiento se habíadirigido también al arte táctico. Pero le faltaba completamente la asimilaciónde la relación entre la idea de guerra, escenario, política, estrategia y táctica.El era «sólo militar», con intereses políticos limitados.

7. EL INTERES POR LA COMPRENSION DE LA HISTORIA

Schlieffen tiene un gran interés por la historia. Pero en contraposición aClausewitz no demuestra ningún interés por su comprensión. Schlieffenutiliza la historia para legitimar sus puntos de vista militares y políticos. La.historia funciona como piedra de toque para justificar sus puntos de vista yno con sus elementos apropiados. Por ello en la época de su mando, lasobras póstumas de Moltke fueron redactadas y luego divulgadas en suverdadero sentido y se ¡mprimió un estudio sobre Moltke que no favorecía asus propios intereses.

8. LA SUSTITUCION DE LA ESTRATEGIA POR EL ARTE OPERATIVO

Con Schtieffen y la escuela de pensamiento influida por sus ideas, elmodelo de pensamiento de Clausewitz se convirtió en todo lo contrario de loque éste deseaba. El pensamiento militar parte ahora de la táctica.Clausewitz se hubiera indignado porque la estrategia sin intromisión de lapolítica le parecía apenas pensable. Quería Schlieffen desarrollar un plano

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nuevo tan profesional como netamente militar: «La dirección de lasoperaciones». Con el «arte operativo» Schlieffen creía poder sustituir a laestrategia.

Mando operativo simboliza desde entonces en Alemania la autonomíadel mando militar respecto a la política. Este mando es a la postre. elinstrumento de dominio que tiene la política. De esta forma puede Schlieffenpasar por alto para sus planeamientos la estrategia, la política, el escenarioy el concepto de la guerra.

9. LA PREFERENCIA POR LAS GRANDES BATALLAS

La orientación hacia la táctica del militar alemán en el entorno deSchlieffen condujo a tomar ejemplos históricos bélicos de grandes batallasa lo largo de los siglos pasados, es decir, al estudio de hechos y sucesostácticos del pasado que habían ocurrido en un campo de batalla de pocoskilómetros cuadrados de extensión. Así Cannas responde al concepto de lacampaña de Occidente durante la primera Guerra Mundial y Leuthen al dela invasión de Rusia en esa misma guerra.

10. LA GUERRA RELAMPAGO

El desarrollo de la Sociedad industrial, que Schlieffen había establecidocomo factor determinante de la guerra, le había llevado a conclusioneserróneas, porque no lo había distinguido y elaborado como elemento integralconstitutivo de una imagen o idea de la guerra. Los ejércitos de grandesmasas y sociedades industriales le sugieren la imposibiidad de una guerraduradera, por lo que él y sus partidarios llegan a la conclusión de que laúnica forma de guerra que promete éxito es la guerra relámpago. Puesto quese está seguro de la superioridad del potencial propio sobre los posiblesenemigos, la guerra tiene que concluirse pronto y conducirse de una formadecidida y audaz, en pocas semanas, de tal forma que al enemigo no se lepueda dar oportunidad de movilizar sus potenciales. La lógica de estaestrategia obliga a la ofensiva como única forma de guerra eficaz. Pero ladefensiva le permitiría realmente al enemigo el movilizar por de pronto supotencial, y luego proceder al ataque. La guerra preventiva y el desprecio delDerecho Internacional por imperativos militares son igualmente la lógicaconsecuencia del ideario de Schlieffen. En la lógica de este pensamiento, encontraposición a Clausewitz, la ofensiva es pues también la forma másefectiva y prometedora de la dirección de la guerra.

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11. LA ESTRATEGIA DEL POBREEl personal de mando alemán supo antes de 1914 que los potenciales

alemanes en la guerra moderna serían inferiores con respecto a los posiblesenemigos potenciales. Se prefirió, a pesar de todo, recurrir a la guerra deexpansión. Se tenía que dirigirla con una estrategia radical de guerrarelámpago, si se quería tener éxito. La victoria sobre Occidente debíaforzarse, pues, con la Infantería marchando, con la Artillería montada y conlos carruajes de caballos para el abastecimiento en menos de 30 días. Hitlernecesitó para esto 10 días más cuando ya tenía unas tropas de altamovilidad.

La inferioridad numérica de las tropas alemanas no era ningún problemapara estos militares, ya que creían que con el mejor Cuerpo de Oficiales ycon los soldados de mayor temple de su época podrían desplazar mediantemaniobras a los inmensos ejércitos de masas de sus adversarios. La victoriaen el lugar crítico sería determinante y decisoria, y las batallas perdidas encualquier otro lugar estarían sobrecompensadas. La educación militar, lainstrucción continua y la táctica perfecta aparecen como decisorias en laguerra. La guerra relámpago se evidencia pues como la estrategia del pobreque se ha decidido por el atraco a mano armada.

12. LA INCORPORACION DE LOS FACTORES ECONOMICOS YSOCIALES

El último punto de mis notas ha de entenderse como el esbozo para otrasinvestigaciones. Este tendrá que afrontar [a vigencia del pensamiento de laEscuela de Schlieffen en Alemania y tendrá que analizar sus consecuenciashistóricas, yendo más allá de la época del Nacional-socialismo y más alládel pensamiento político-estratégico del mando militar en Europa. Habrá deseguir considerándose muy especialmente la ulterior radicalización de estaforma de pensamiento, no sólo en Alemania sino sobre todo con laincorporación de los factores económicos y sóciales en el concepto de laguerra relámpago.

OBSERVACION FINALTodas estas ideas y las nefastas experiencias a que han dado lugar las

erróneas tradiciones del pensamiento militar no impiden, al parecer, que lasantiguas estructuras de pensamiento sigan causando sus efectos. Clausewitzserá siempre válido. Pero será tomado en consideración sólo por pocos,aunque muchos lo tengan en su boca. Schlieffen es hoy desconocido enmuchos ejércitos del mundo aunque, al parecer, sus teorías fueron muchomás eficaces que las del gran analista de la guerra, Clausewitz.

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8. LAS DOS ESTIRPES DESVIADAS DELPENSAMIENTO CLAUSEWITZIANO

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8. LAS DOS ESTIRPES DESVIADAS DEL PENSAMIENTOCLAUSEWITZIANO

Miguel Alonso Baquer

La influencia de la obra de Clausewitz tardó décadas en manifestarse.Aunque su viuda, María de Brülh, adelantó su publicación a los añosinmediatos a la muerte de Carl, hay que llegar hasta 1852 para encontrar alTratado sobre la guerra convertido en libro de texto de la Academia Militarde Berlín. Las traducciones al francés se produjeron a raíz del desastre de1 870. Hubo versiones fragmentarias, en inglés, a finales de siglo y versiones;aún más abreviadas, en español, sólo en los primeros años del siglo XX,como la de 1908 preparada por Abilio Barbero y Juan Seguí, primerostenientes alumnos de la Escuela Superior de Guerra (Madrid, Imprenta de laSec. de Hidrografía, Alcalá 56), en 268 páginas.

Entre nosotros, a partir de 1940, se ha citado con frecuencia aClausewitz, aunque no hemos tenido verdaderos clausewitzianos. Se le haleído en contadas ocasiones y se ha confundido casi siempre el sentido desu aportación a la teoría de la guerra. En 1 978 se editó en España el textoíntegro del Tratado —se manejaban anteriormente cuatro tomos de unaedición del Círculo Militar de Buenos Aires— por el Servicio de Publicacionesdel Estado Mayor Central. El prólogo del general Cano Hevia, resalta lacrítica clausewitziana a la absolutización conceptual de lo que por esenciaes relativo.

«De aquí —se concluye, según cano Hevia— que una de las grandes virtudesde los grandes capitanes y críticos sea la conciencia del campo de validez de suspropios iuicios.»

Clausewitz sigue de actualidad, incluso para quienes le combaten conardor. De las enseñanzas de Clausewitz han hecho uso muy distinto los

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militares del Occidente (y del Oriente) europeo, los dirigentes de las grandespotencias y los cabecillas del tercer mundo. Clausewitz sigue siendo elfrontón donde se estrellan encontradas opiniones. El mérito de los trabajosde Rayrnond Aron reunidos en Pensar la guerra, quizás consista en haberpuesto de relieve la existencia de dos estirpes desviadas de clausewitzianOS—la de los tratadistas militares germano-franceses rota por el libro deLudendorft La guerra total y la de los doctrinarios de la revolución social y dela insurrección armada, rota por la condena varias veces formulada por JoséStalin. Hoy, lo difícil es encontrar pensadores de condición civil o militar que,como recientemente Raymond Aron o von Seeckt, en su día, se hayanpreocupado por corregir los desvíos y por certificar las rupturas. Estecomentario, sin embargo, prolonga modestamente la actitud moderada devon Seeckt y de Raymond Aron.

1 —LA ESTIRPE DE LOS TRATADISTAS MILITARES DE FRANCIA YALEMANIA

Los tratadistas franceses —Aron cita como pionero a un oficial polaco,BystrzofloWSki al servicio del ejército francés de los africanistas tipoBugeaud, que publicó unos artículos en 1845— han estado obsesionadospor el conocimiento de las ideas del eterno rival para asimilarlas y vencercon ellas a los ejércitos alemanes. Es el caso del ingeniero militar De laBarre Dupart y del coronel Georges Gilbert. De la Barre utilizó la traduccióndel Tratado del mayor belga Paul Neums de 1853. Gilbert, que se sirve de latraducción de De Vatry de 1886, no se ocupó de Clausewitz hasta 1887. Hayque esperar a 1911 para que el general Hubert Camon, discípulo de Foch,Ilamara con temor a Clausewitz el más alemán de los alemanes. Todavía en1941, el gran pensador liberal Bertrand de Jouvenel en Aprés de la défaute,dedicaba el capítulo Vll las responsabilidades del mando militar a recordarque «yo he demostrado desde antes de la guerra que la gran política deAlemania ha sido conducida siempre desde la estrategia.»

Los tratadistas británicos, presididos finalmente por la pasión anticlausewitziana de Liddell Hart y del general Fuller, no sólo descubren siniestrosdesignios en los discípulos germanos del tratadista prusiano, —MoltkeFalkenhayn y Seeckt—, sino en los generales Ludendorff y Foch, es decir, enlos dos pensadores que públicamente se manifestaron hostiles al pensamientode Clausewitz. Se dio, pues, en Inglaterra una intencionada diabolización delautor del Tratado que debemos considerar injusta.

Raymond Aron reconoce en la obra de Clausewitz los aciertos teóricos

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que no asimilaron entre 1914 y 1918 ni sus fervorosos discípulos ni susardientes detractores. Podemos resumirlos en estos seis puntos:

a) Llevar la causa profunda de las guerras desde el simple sentimientohostil a la intencionalidad hostil de los dirigentes políticos del Estado.

b) Señalar que en los pueblos civilizados la inteligencia ocupa unespacio mayor que en os retrasados y que sólo aquéllos sabenemplear la fuerza de modo más eficaz que éstos los instintos.

c) Constatar que las guerras no concluyen hasta que el rival no sometesu voluntad a la voluntad del vencedor.

d) Ofrecer una excelente clasificación de los tres aspectos básicos de laguerra, el elemento pasional que se vincula al pueblo, el elementointelectual que se asocia al gobierno y el elemento aleatorio que seadjudica al ejército.

e) Diferenciar nítidamente lo peculiar de la estrategia, —arte de vencercon el mínimo sufrimiento— de lo peculiar de la diplomacia —arte deconvencer sin el emplep de la fuerza.

f) Propugnar que la dirección de la guerra debe corresponder por enteroa las intenciones de la política, si bien ésta debe adaptarsepreviamente a los medios de guerra disponibles.

El sensato reformador Von Seeckt, un fiel clausewitziano, en una obra de1 929 que entusiasmó a Jorge Vigón, Pensées d’un so/dat, concedía que laguerra era siempre un fracaso de la política, un remedio fatal para las cosasque no. tienen remedio. No pensaron así los generales hitlerianos. ParaSeeckt el fracaso de la política debía ser tomado como temporal. Encoincidencia con Aron creía que todas las guerras tienen solución política ymuy pocas solución militar. La política, enseñará Aron, es el instrumento quepermite volver sobre las causas de cada guerra y contribuir a su liquidación.Esto que estaba en la mente de Clausewitz, no fue asimilado por la estirpeclausewitziana de los tratadistas germano-franceses de la «Europa entredos guerras», que simplificaron las simplificaciones de Clausewitz hastallegar al simplismo del que fueron portavoces en Francia, Fernand Foch y enAlemania, Eric Ludendorff.

Los teóricos de la otra estirpe desviada, —la estirpe marxista declausewitzianos— se agarraron a otros fragmentos de su doctrina, los delarmamento del pueblo, como acaba de hacer Fidel Castro al conmemorarlos treinta años de la revolución cubana. Son los fragmentos menosrealzados en el Tratado, aunque se desarrollen en otros escritos. Pero ni

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estos fragmentos populistas ni los fragmentos militaristas, deudores de laascensión hacia los extremos, están en el centro de la reflexión del generalprusiano. De aquí que las dos estirpes sean, de hecho, dos estirpesdesviadas inexorablemente obligadas a romper con los orígenes, es decir,con el Tratado sobre la Guerra.

Clausewitz enseñaba que la destrucción de las fuerzas armadasenemigas asegura la posesión del territorio; pero no que la posesión delterritorio sea útil en absoluto para la destrucción de las fuerzas armadas.Que el centro de gravedad de cada teatro de operaciones es un conceptoindispensable para la representación simplificada de la lucha; pero que nohay que tratarle como si fuera un punto fijo en la cartografía. Que las guerrasse aproximan a su forma absoluta cuando los dos beligerantes buscan ladecisión; pero que no es el caso de la mayoría de las guerras, donde lofrecuente es que ambos ejércitos se comporten como masas de observación.Que la defensiva es tácticamente fuerte por el beneficio que puedeobtenerse de la sorpresa, del conocimiento del terreno y de los asaltos biencoordinados contra fracciones del adversario; pero lo es mucho más a nivelestratégico por el apoyo conjunto de las fortalezas, del pueblo en armas y dela moral ascendente. Que la noción de resistencia, como la idea derepresalia, al estar vinculadas al fundamento mismo del espíritu defensivoson tanto más eficaces cuanto más se extiendan a la totalidad del teatro deoperaciones, incluso si se elige la modalidad estratégica de la retirada alinterior del país. Que la aproximación a la forma absoluta de la guerra noproviene de la combatividad del soldado, sino del hecho de prohibir lacomunicación humana con el adversario, único factor moderador de lasintenciones hostiles. Que la teoría táctica, por ser más fácil, se presta mejorque la teoría estratégica al establecimiento de principios; pero no por ellodebemos esperar demasiado de su aplicación al margen de un buendesignio estratégico, etc.

El análisis de Aron nos deja ver con claridad lo que fue Clausewtiz —unrepresentante típico de la élite racionalista y romántica que conoció Europaa la salida de las guerras de la Revolución y del Imperio y que, porpertenecer a una familia de teólogos protestantes, hizo con sus reflexionesalgo demasiado parecido a una teología de la guerra:

«Clausewitz escribe en estilo filosófico sin comprender nada la filosofía.. E!Espíritu de las leyes de Montesquieu le sirve vagamente de modelo... La ambiciónde Clausewitz, como la de Montesquieu y la de todos los sociólogos, es hacerinteligible a la historia y racional a la acción... Su reacción en 1815 contra laconducta de Prusia y su admiración por la actitud de los ingleses testimonian sufidelidad a la filosofía pre-revolucionaria del sistema europeo.

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Desde esta interpretación se entiende la recuperación del prestigio deClausewitz a la salida de la hecatombe de 1945 y el oscurecimiento actualde las dos estirpes desviadas. Debería ser considerado, —escribe Aron— unbuen asesor de la Organización de las Naciones Unidas. Domina enClausewitz la idea de que cada tipo de guerra corresponde a un tipo derégimen político y que una estrategia buena para un tipo de conflicto puedeser inadecuada para otro. Hoy son escasos los estudiosos que se empeñanen verle como un metafísico de la violencia. Este oficial de E. M. «cultivado,curioso, dotado de talento literario y poder de análisis» puede ser mejorcomprendido desde la economía política o desde las teorías de los juegos.Los juicios de Liddell Hart no son aceptables de ninguna manera si serefieren a Clausewitz mismo:

»... un estratega que ignora la maniobra, que busca el choque directo, brutal,sangriento, donde el número decide el resultado, doctrinario de los ejércitosnacionales y de la conscripción que transifigura por una especie de marsellesaprusiana las matanzas de Eylau y de Borodino y prepara al justificar el avance deNapoleón hacia Moscú en 1812 las matanzas de Flandes o el Camino de lasDa mas»

Se trata de ufla Crítica al binomio Ludendorff-Foch de la Gran Guerra,ajena del todo a Clausewitz. Como escribe Aron:

»Clausewitz interpreta la búsqueda de la batalla decisiva en la épocanapoleónica como el retorno indeseable a la naturaleza original de ia guerra sindar una sola muestra de satisfacción. Es la inteligencia del jefe lo que restaura launidad de la lucha allá donde la complejidad de las fuerzas armadas o la de lamisma sociedad producen anarquía y desorden.»

2.—CLAUSEWITZ EN EL PENSAMIENTO DE MARX Y DE ENGELS

«Engels y Marx —nos dice Clemente Azcona en las palabras depresentación del cuaderno 75 de Pasado y Presente, Clausewitz en elpensamiento marxista aparecido el 31 de agosto de 1979— además deconocer y apreciar las obras de Clausewitz, delinearon su visión de la guerray de los conflictos armados en general en una forma tal que parece para unaserie de cuestiones fundamentales (naturaleza de la guerra, relación guerrapolítica, estrategia y táctica, ofensiva y defensiva, etc. ...) como el desarrollonatural en sentido materialista y dialéctico del pensamiento clausewitziano.»

La conclusión de Azcona nos parece, sin embargo, excesiva:

«Las tesis de Clausewitz no pueden ser ignoradas si uno quiere mantenerse enel ámbito de la teoría marxista.»

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Con todo, es significativa la presencia entre los amigos militares deEngels de estudiosos del Trat.dc Je la Guerra.

«El nombre del teórico militar prusiano aparece por primera vez en los escritosde Engels en una carta que dirigió a su amigo Joseph Weydenmeyer, quien en1 848 se pasé al bando de los insurrectos y luego. emigrado a América, en ladécada del sesenta toma parte en la guerra de Secesión en las filas del Ejércitonorteño con el grado de Coronel.»

Un historiador actual, Dirk Blasius, en una obra aún no traducida de 1 966,Carl von Clausewitz und dii Hauptaenker des Marxismus (que comentaGallie, profesor de la Universidad de Cambridge en un libro de 1 978> cuyaversión española de 1980 lleva el título de Filósofos de la paz y de la guerra),ha llevado la comparación más lejos todavía:

«El historiador alemán —escribe W. a Gallie en el capítulo IV, Marx y Engels:la revolución y la guerra, del citado libro— ha demostrado más allá de toda duda,no sólo lo seriamente que los dirigentes marxistas estudiaron De fa Guerra, sinotambién lo próximas a sus propias preocupaciones esenciales que reconocieronlas enseñanzas de Clausewitz’

Con razón Gal/le pone de relieve la preocupación de los revolucionariostras 1849, por la guerra y por la fuerza militar. Querían estar en condicionesde predecir, planificar y proyectar sus operaciones de modo eficaz.Particularmente, dice de Engels, que llegó a escribir cerca de dos milpáginas de letra menuda sobre temas milite’es. Aunque exagera al llamarle«el crítico más perspicaz del siglo XIX» no hay que menospreciar el hecho deque se introdujera en las obras de CIa usewitz, Jomini y Willisen y de losdemás tratadistas militares de la época y que narrara con detalles todas lasguerras y revoluciones de su tiempo sin excluir la Guerra Civil norteamericana,nuestra Guerra de Africa de 1860 y, anteriormente, la vicalvarada de 1854.

Y es que Engels veía las guerras como catalizadores de la actividadrevolucionaria y como pruebas de supervivencia para los movimientosrevolucionarios. Ahora bien, a mi modo de ver, la posición general de losfundadores del marxismo sobre la guerra es subsidiaria de su teoría de larevolución, pero no constituye una parte de dicha teoría. Porque...

«el marxismo no encuentra nada creador, —o de valor humano positivo— enla guerra en s ... los valores humanos surgen de las presiones en favor delcambio sociaf.

Esta conclusión de Gallie, a mi modo de ver correcta, está tomada de loque Marx le dijo a su amigo Kugelman en una carta muy comentada por losbiógrafos del fundador del marxismo:

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«.. tenemos la necesidad no ya de transferir la maquinara burocrática militar de unas manosa otras, sino más bien de aplastarla.., como condición esencial de toda revolución verdadera enel Continente Europeo».

El Tratado no fue acogido por Marx y Engel con voluntad de seguimiento.Se recibió como el retrato del enemigo a batir. «En política —escribióEngels— sólo hay dos fuerzas decisivas: la fuerza organizada del Estado yla fuerza elemental desorganizada de las masas populares». El proceso iráadelante según tres tipos, guerra del pueblo, guerra civil y lucha de claseshasta un desenlace utópico que podríamos llamar un paraíso terrenal.

El retrato que el profesor británico hace de Engels, muy típico de loslaboristas como Liddell Hart, recuerda a los retratos que ellos mismosofrecen de Clausewitz:

«espero que esa figura enigmática —tan exuberanter,ente enérgica y multifacéticaaunque curiosamente modesta y tímida, tan patéticamente tierna y leal en sus relacionespersonales aunque ocasionalmente áspera y brutal en sus juicios intelectuales— serárehabilitada algún día por os futuros historiadores del marxismo>.

Y es que el positivo gusto de Engels por la vida militar, el calificativo de«general» que le dieron sus compañeros y el aprecio del ejercicio de la cazacomo entretenimiento o de la lucha céltica como deporte, hicieron posibleque ya en 1852, apareciera un artículo suyo, Alemania, revolución ycontrarrevolución, donde Clausewitz asoma las orejas. Y ha sido S.Naumann en Engels y Marx: Military concepts of the Social Revolution, quienlo ha hecho notar a Edward Mead Eaerle, el conocido autor de Makers ofModern Sirategy. Engels es, con todo derecho, el animador de la estirpe declausewitzianos que pasará por Lenin y por Stalin y que desembocará enMao, no sin propiciar antes una ruptura flagrante hacia los años veinte conlo más esencialmente clausewitziano.

Muy particular es el caso de Mao Tse Tung. Su atención a la obra deClausewitz, a través de los comentarios de Lenin escritos en Suiza a partir de1 91 5, fue mayor que la de los generales de Hitler. Estos, muy afectados porlos sarcasmos anticlausewitzianos de Ludendorff, se consideraron continuadores de Schlieffen, «extraordinario técnico de las operaciones» que, segúnAron «no conservó un ápice del espíritu filosófico, de la tendencia a lameditación, de la inteligencia política del autor del Tratado». En definitiva, lasdos estirpes desviadas ya habían superado el punto de ruptura en el añocrítico de 1 914.

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3. LA ESTIRPE DE LOS TEORICOS DE LA INSURRECCION ARMADA

El escrítor comunista Otto Braun, aconsejado por el historiador soviéticode la era staliniana Mehring, se decidió a publicar íntegras las acotacionesque Lenin, refugiado en Ginebra, hizo de su puño y letra a los textos deClausewitz. Con ellas delante, uno de los profesores de Historia Militar de laAcademia Frunké, el coronel E. Razin, tuvo la audacia de escribir a Stalinpara saber si habían envejecido o no las tesis de Lenin sobre Clausewitz.

Razin se había dejado impresionar por un trabajo del teniente coronelMescheriakov que, bajo el título Clausewitz y la ideología militar alemana,dejaba lista para sentencia la cuestión: Clausewitz era un reaccionario enestado puro.

La respuesta de Stalin fue nacionalista, a su modo. Primero colocó aLenin, prudentemente, varios cuerpos detrás de Engels, eso sí, sólo encuanto tratadista militar:

«Lenin —dice Stalin— no se consideraba un conocedor profundo de las cuestionesmilitares. Lenin abordó los trabaios de ciausewitz no como militar, sino como político...Clausewitz, no fue en suma, un representante del período manufacturero de la guerra. Peroahora estamos en el período de a guerra de maquinarias.., en consecuencia es ridículo tomarahora lecciones de clausewitz».

A continuación, Stalin sacó a la vista su orgullo ruso:

«<Todo esto también lo conocía en profundidad nuestro genial estratega Kutusow, quien,como !d. recordará, venció a Napoleón y a su eiército con ayudas de una contraofensiva bienpreparada’).

En la antología preparada por Clemente Azcona, Clausewitz en elpensamiento marxista, se discrepa de Stalin. Dos escritores, Engelsberg yKorfes, le calificaron de oportunista. Ambos reconocen lo que hubo derevolucionario en el modo de pensar de Clausewitz y demandan elaprovechamiento de sus enseñanzas no para el empleo de los efectivosmilitares sino para la obtención de ventajas en una organización de laviolencia que merezca el calificativo de revolucionaria.

Lo que verdaderamente quería organizar Satalin salta a las páginas, hoyobjeto de abominación incluso para los partidos comunistas, del libro que setituló la Insurrección Armada. Un inexistente personaje que se llamaría A.Neuberg, recogía la responsabilidad de autor de unos textos de variosautores seleccionados por Stalin, entre los que estaban el mariscalTujachenky, el ideólogo Ho Chi Minh, el dirigente Palmiro Togliatti y elfamoso (<general Walter» de la Guerra de España. Fue una obra conjunta delSecretariado de la Internacional Comunista, del Estado Mayor del Ejército

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Rojo soviético y del Instituto Marx-Engels de Moscú, que sería utilizadocomo el manual de los revolucionarios.

La prim3ra edición se publico en Alemania en 1928. En 1931 se editó enFrancia por el Partido Comunista. Ese mismo año la editorial madrileña Rojasla vertió al español. Personalmente he manejado la edición argentina dePueblo en armas de 1 972, y la de Akal Editor de 1 977 y finalmente la de laEditorial Fontomara (abril de 1978), que son las tres ediciones másdifundidas en la actualidad por todo el mundo hispánico.

Para los autores del libro, el arte de la insurrección armada es la formasuperior de la lucha poPítica del proletariado. Nada hay en ella análogo aleurocomunismo de Gramsci. El libro rememora las efemérides sangrientasde Estonia en 1924, de Hamburgo en 1923, de Cantón en 1 927 y de Sanghaipor los mismos años. Explica una estrategia, pensada por profesionales delas armas al servicio del comunismo internacional, que nada tiene que vercon compromiso histórico alguno entre las izquierdas de las democraciasoccidentales.

El lenguaje clausewitziano está omnipresente en el libro, pero no elnombre del creador de la estirpe. La desviación de los orígenes es completa.La intención hostilde la inteligencia del partido diaboliza a los adversarios ybusca ansiosamente el estallido de la guerra civil como oportunidadrevolucionaria óptima para el proletariado.

La estirpe desviada de clausewitzianos, en este texto doctrinal, ya nodice nada sobre la razón o la sinrazón del autor del Tratado. Ha formado otrotratado que, afortunadamente para la población civil ya no es anunciadocomo la doctrina de unos partidos de masas o de una superpotencia. Peroel contexto de agresividad social es tan fuerte que únicamente las bandasarmadas que operan desde la clandestinidad podrían utilizar las normas deLa insurrección Armada de A. Neuberg en Europa Occidental.

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BI BLIOGRAFIA

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BIBLIOGRAFIA

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PUOL CACIONES

PcIlColección Monografías del CESEDEN DE DEFENSAJ