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  • Victoria y control en el Madrid ocupado

    Los del Europa (1939-1946)

    Alejandro Prez-Olivares

  • traficantes de sueosTraficantes de Sueos no es una casa editorial, ni siquiera una editorial independiente que contempla la publicacin de una coleccin variable de textos crticos. Es, por el contrario, un proyecto, en el sentido es-tricto de apuesta, que se dirige a cartografiar las lneas constituyentes de otras formas de vida. La construccin terica y prctica de la caja de herramientas que, con palabras propias, puede componer el ciclo de luchas de las prximas dcadas.

    Sin complacencias con la arcaica sacralidad del libro, sin concesiones con el narcisismo literario, sin lealtad alguna a los usurpadores del saber, TdS adopta sin ambages la libertad de acceso al conocimiento. Que-da, por tanto, permitida y abierta la reproduccin total o parcial de los textos publicados, en cualquier formato imaginable, salvo por explcita voluntad del autor o de la autora y slo en el caso de las ediciones con nimo de lucro.

    Omnia sunt communia!

  • Omnia sunt communia! o Todo es comn fue el grito colectivista de los campesinos anabaptistas, alzados de igual modo contra los prncipes protes-tantes y el emperador catlico. Barridos de la faz de la tierra por sus enemigos, su historia fue la de un posible truncado, la de una alternativa a su tiempo que qued encallada en la guerra y la derrota, pero que en el principio de su exigencias permanece profundamente actual.

    En esta coleccin, que recoge tanto novelas histricas como rigurosos estu-dios cientficos, se pretende reconstruir un mapa mnimo de estas alternativas imposibles: los rastros de viejas batallas que sin llegar a definir completamen-te nuestro tiempo, nos han dejado la vitalidad de un anhelo tan actual como el del grito anabaptista.

    Omnia sunt communia!

    historia

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    cc creativecommonsLicencia Creative Commons

    Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Espaa

    Primera edicin de Traficantes de Sueos:1.000 ejemplaresAbril de 2018Ttulo:Victoria y control en el Madrid ocupado. Los del Europa (1939-1946)Autor:Alejandro Prez-OlivaresMaquetacin y diseo de cubierta: Traficantes de [email protected]: Traficantes de SueosC/ Duque de Alba 1328012 MadridTlf: [email protected]:Cofs SA Calle de Juan de la Cierva, 58, 28936 Mstoles, Madrid

    ISBN: 978-84-948068-6-5 Depsito legal: M-13424-2018

    Imgen de portada: Carlos Garca-Alx, Cinema Europa. El palacio del crimen.

    del texto Alejandro Prez-Olivares, 2018. de la edicin, Traficantes de Sueos, 2018.

  • traficantes de sueos

    historia

    Victoria y control en el Madrid ocupado

    Los del Europa (1939-1946)

    Alejandro Prez-Olivares

  • Prlogo. Carlos Gil Andrs 19ndice de siglas y abreviaturas 25Prefacio 27Introduccin. Una denuncia en Chamber 411. Los interrogatorios de Almagro 36 532. Informes de conducta para despus de una guerra 853. Crceles y tribunales, fbricas de llanto 125Un eplogo 157Dramatis Personae 173Comentario de fuentes y referencias 177ndice de imgenes 211

    NDICE

  • Para Alba,por vencer a los hombres grises

    y devolverme el tiempo.

    Flor de la luz el relmpago,y flor del instante el tiempo.

    Miguel Hernndez

    Y el tiempo de la flor entr en la rama,y sube hasta tus pies la tierra entera.

    Abraham Gragera

  • Cualquier cosa con tal de tener paz. Y desde entonces no ha cesado el control. La verdad ha salido perjudicada,

    desde luego. Pero no la felicidad. Las cosas hay que pagarlas. La felicidad tena su precio. Y usted tendr

    que pagarlo, Mr. Watson; tendr que pagar porque le interesaba demasiado la belleza. A m me interesaba

    demasiado la verdad; y tuve que pagar tambin.Aldous Huxley, Un mundo feliz.

  • 19

    Prlogo Carlos Gil Andrs

    Madrid era una ciudad que se tragaba a la gente, un animal grande y voraz. As describe Rafael Chirbes, en La larga marcha, la capital de Espaa en la posguerra, cuando pronunciar ese nombre, Espaa, era como llenarse la boca con un cogulo de sangre. Madrid era un cementerio por el que circulaban los hombres como cadveres silenciosos, una ciudad llena de gente desesperada que buscaba refugio, precisamente, en el mayor descampado de la nacin. El libro de Alejandro Prez-Olivares nos habla de aquellos cadveres silenciosos, de los vivos y los muertos, de los liberados y los condenados, de los rostros con nombres y apellidos, que habitaban aquel descampado, aquel cementerio, la gran crcel en la que se haba convertido la capital de la Victoria.

    El punto de partida es una denuncia presentada en la primavera de 1939, el inicio de una causa judicial militar para investigar los asesinatos cometidos durante la guerra en el entorno del cine Europa, una sala del distrito de Chamber convertida en cuartel, punto de abastecimiento y centro de detencin, la checa del Europa. El libro recorre el proceso del consejo de guerra, la investigacin realizada por la Auditora militar durante varios aos. Y tambin, de forma paralela, el proceso de investigacin del historiador. Casi siete aos de sumario, casi siete dcadas de olvido, en el silencio de un legajo del Archivo General e Histrico de la Defensa.

    El sumario ilumina el pasado hacia atrs y hacia adelante. Hacia atrs, hacia los orgenes locales de la violencia en la retaguardia del Madrid republicano. Los interrogatorios y las pesquisas policiales

  • 20 Victoria y control en el Madrid ocupado

    revelan la importancia de las relaciones vecinales y comunitarias para comprender la espiral que tejieron el odio y el miedo, la red sobre la que se desplegaron las denuncias, las detenciones y los asesinatos. El reguero de sangre que entraba y sala de la checa del cine Europa, un grupo ms de los muchos que surgieron en los barrios de la capital asediada, uno ms de los casi dos centenares de rganos armados que sembraron las madrugadas de cadveres de burgueses y fascistas, que competan por aduearse de la calles que un Estado desplomado era incapaz de controlar.

    Hacia atrs y, sobre todo, hacia adelante. El objetivo principal del libro es explicar las races violentas de la dictadura franquista, entendida como un rgimen de control, conocer la maquinaria de la justicia militar franquista, los apoyos sociales de la dictadura, la creacin de un inmenso sistema penitenciario, la forja de una sociedad en libertad vigilada. El autor sabe de lo que habla, se nota que este trabajo forma parte de uno ms amplio, su tesis doctoral sobre la ocupacin de Madrid al final de la Guerra Civil. Conoce y maneja con soltura las referencias historiogrficas fundamentales sobre el Madrid de guerra y de posguerra, el universo de la represin y los pilares sobre los que se construy la dictadura. Y no elude cuestiones tan relevantes como la funcin de la violencia poltica, la colaboracin ciudadana, el uso de conceptos como los de dominacin y control social o el debate sobre la naturaleza y las condiciones de produccin y comunicacin del conocimiento histrico.

    Pero el libro no se queda ah. Desde el primer prrafo el lector puede advertir que tiene en sus manos un libro de un historiador que sabe que escribir no es algo ajeno a su oficio, que no es una cuestin menor, que el contenido va siempre acompaado de la forma, que si un investigador quiere dar a conocer su trabajo, la manera de hacerlo importa mucho. En las pginas del texto aparecen citas, entre otros, de Walter Benjamin, William Morris y William Faulkner. Y sabemos que su mirada de historiador se ha enriquecido con la lectura de novelas de autores como Patrick Modiano, Andrs Trapiello o Rafael Chirbes, que ha recogido la hondura literaria y vital de testigos como Miguel Hernndez o Antonio Buero Vallejo. La buena literatura, como argumentaba Jorge Semprn, es capaz de transmitir un testimonio

  • 21Prlogo

    histrico con una densidad inimaginable, de contar lo que nos parece indecible, de recrear el contexto en el que una vez existieron esos fragmentos del pasado que el historiador interroga y trata de dar sentido desde el presente.

    Cuando pienso en el Madrid del final de la guerra y de la posguerra me acuerdo de Fernando Fernn Gmez, de las escenas de Las bicicletas son para el verano o de las pginas de El tiempo amarillo, de los vecinos que se encerraban en sus casas cuando otros salan a celebrar la liberacin, de las maanas de los domingos, a la salida de misa, cuando las hijas de los vencedores, bien vestidas y peinadas, proclamaban su triunfo del brazo de alfreces y tenientes. Me acuerdo del mundo carcelario que narra Dulce Chacn en La voz dormida, de la desesperanza del personaje que sabe que ya no tiene sentido hablar de los nuestros, que la guerra se acab y nadie va a llegar a rescatarlos, que estn todos ms muertos que vivos, y solos, que todo se acab. Me acuerdo de los testimonios escritos de condenados a muerte como Jos Aldomar Gutirrez o el poeta Marcos Ana, de la angustia, la perplejidad, la tensin, el aturdimiento y el espanto de las noches de espera ante la lista con los nombres de la saca. Me acuerdo de los relatos de Juan Eduardo Ziga, La tierra ser un paraso, en los que late la huella indeleble del Madrid de posguerra. Los arenales con restos de trincheras, los tranvas desvencijados cargados de gente, las calles sin pavimento, el gesto reconcentrado de los transentes, las palabras que se pronuncian siempre desviando la mirada, las vidas llenas de hambre, palizas y desprecio, los negocios impunes, el mercado negro, las acusaciones de pecado, la vergenza, la sangre, la venganza, la oscuridad de las prisiones donde remansaban todas las miserias.

    Un libro de historia, claro est, no tiene la libertad de la ficcin. No basta con que parezca verosmil, debe contener pruebas de verdad, evidencias empricas contrastadas con rigor y sentido crtico. Pero un libro de historia no es un informe, no es una memoria tcnica, no es una recopilacin ms o menos ordenada de datos y referencias. Los documentos son las huellas que quedan de los hechos, de lo que ya pas, de lo que ya no es. Materiales fragmentarios, parciales y limitados, piezas sueltas que el historiador debe dotar de significado de acuerdo con el contexto histrico en el que se crearon, armado con

  • 22 Victoria y control en el Madrid ocupado

    las herramientas de anlisis disponibles y con los estudios de otros especialistas. Con la obligacin de comprender lo que ocurri. Y de explicar por qu ocurri.

    Un trabajo en el que la precisin no tiene por qu estar reida con la imaginacin. Incluso con el riesgo. Un buen libro de historia es una aventura intelectual. Y este que ahora presentamos es un buen ejemplo. En sus pginas Alejandro Prez-Olivares demuestra un uso cuidadoso de las fuentes, conoce el suelo que pisa, el tiempo histrico y el espacio geogrfico en el que se mueve, y maneja con solvencia una amplia y slida seleccin de lecturas. Revela madurez y oficio. Pero tambin inquietud, ilusin y curiosidad. La imaginacin est ya en el archivo. En las preguntas que hace a los documentos. Qu nos cuentan y qu callan? Cmo interpretar los silencios? Quines eran los actores? Por qu cuadran tan mal con los estereotipos?

    La imaginacin est tambin en la construccin del relato. Los protagonistas son los del Europa, los encausados en el sumario. Pero no estn solos. Aparece tambin el autor del libro, el historiador que reconstruye los hechos a partir de los indicios, que explora los posibles caminos que va encontrando, que intenta salvar los vacos y los silencios a travs de conjeturas, que habita la misma ciudad, que no oculta la primera persona, su yo, las dudas y los problemas, las preguntas que se hace desde el presente, que se cuestiona los lmites y el sentido de su trabajo.

    El narrador no se esconde. Tiene voluntad de estilo y sensibilidad literaria. Dosifica la informacin, mantiene la intriga, realiza preguntas progresivas que hacen avanzar el texto, lo reordenan, enlazan cada parte con la siguiente, acompaan la curiosidad del lector. Y sortea el posible tedio de una mera sucesin de oficios, diligencias, nombramientos, interrogatorios y relaciones de documentos judiciales. Hay muchos libros de historia que sirven para el trabajo de otros especialistas, para un anlisis comparado de casos o para una consulta puntual. Pero no son tantos, en realidad son muy pocos, los que se sostienen de pie como objeto de lectura, con la ambicin de que el lector que se aventure en las primeras pginas no se detenga hasta el final. Este es uno de ellos.

    Un libro que apuesta por las virtudes del microanlisis, un enfoque que, en buenas manos, permite revelar la densidad y complejidad de las

  • 23Prlogo

    relaciones y las acciones de los sujetos histricos. Que no repite, como un mero reflejo, lo que ya conocemos a escala general, sino que plantea un caso concreto como una oportunidad para cuestionar y reinterpretar lo que sabemos. Historia local que merece la pena, aquella capaz de atraer a quien no tiene inters en el mbito o el espacio concreto investigado, a quien en un principio se siente ajeno. Si el lector termina la ltima pgina, cierra el libro y piensa que lo all se cuenta, que lo que aqu se cuenta, aunque corresponda a un lugar distante, aunque provenga de un tiempo ya lejano, le concierne. Y a m me concierne.

  • 25

    ndice de siglas y abreviaturas

    AGA. Archivo General de la Administracin.

    AGHD. Archivo General e Histrico de la Defensa.

    AHN. Archivo Histrico Nacional.

    AGMAV. Archivo General Militar de vila.

    ARCM. Archivo Regional de la Comunidad de Madrid.

    AVM. Archivo de la Villa de Madrid.

    BOE. Boletn Oficial del Estado.

    BBC. British Broadcasting Corporation.

    CCTV. Closed-Circuit Television. Circuito cerrado de televisin.

    CDMH. Centro Documental de la Memoria Histrica.

    CNT. Confederacin Nacional del Trabajo.

    CSIC. Consejo Superior de Investigaciones Cientficas.

    DNSD. Delegacin Nacional de Servicios Documentales.

    FAI. Federacin Anarquista Ibrica.

    FET-JONS. Falange Espaola y Tradicionalista de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista.

    PCE. Partido Comunista de Espaa.

    PSOE. Partido Socialista Obrero Espaol.

    SIM. Servicio de Informacin Militar.

    SIPM. Servicio de Informacin y Polica Militar.

    UGT. Unin General de Trabajadores.

  • 27

    Y este enemigo no ha cesado de vencer.Walter Benjamin, Tesis sobre el concepto de historia, Tesis VI.

    Madrid, primavera de 2015. Se llam Ley de proteccin de la segu-ridad ciudadana pero ya se la conoca como ley mordaza. Curiosa discrepancia para una norma que, en tanto ley orgnica, necesitaba el voto de la mayora absoluta del Parlamento. La misma que disfrutaba el Partido Popular, entonces en el gobierno, y que hizo imposible cual-quier tipo de oposicin dentro del hemiciclo. En las semanas previas, el ruido meditico haba mostrado que en los pasillos de las Cortes la mayora de las voces eran contrarias. Al tiempo, en las calles las mani-festaciones clamaban contra la ms que posible aprobacin de la ley. Y as fue, finalmente. Ciertos sectores de la sociedad llevaban protestan-do en las calles por la gestin de una crisis que, desde sus comienzos all por 2008, estaba convirtiendo en historia los derechos sociales y econmicos conquistados en las dcadas anteriores. La modificacin de la Constitucin de 1978 sin posibilidad de referndum, en agosto de 2011, haba sellado una distancia cada vez mayor entre los partidos polticos dentro del Parlamento y la gente que no poda acceder a sus escaos. Haca algunos meses que desde las calles se peda participacin poltica. Mientras tanto, la mordaza de la nueva ley no slo se pretenda ceir sobre las bocas y gargantas de quienes clamaban por ms demo-cracia, de quienes pedan que sta significara tambin un horizonte de esperanza. Tambin amenazaba los bolsillos de la gente. Manifestacin sin autorizacin: multa de hasta 600 euros. Obstruccin a cualquier autoridad en el ejercicio de sus funciones: multa de hasta 30.000 euros. Reuniones o manifestaciones no comunicadas o prohibidas en lugares considerados infraestructuras crticas: multa de hasta 600.000 euros.

    Prefacio

  • 28 Victoria y control en el Madrid ocupado

    Negativa a identificarse ante la autoridad, sin especificar su significado: multa de hasta 30.000 euros. Falta de respeto a la autoridad, sin definir: multa de hasta 600 euros. Uso no autorizado de imgenes de miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad: multa de hasta 30.000 euros. En su prembulo, la ley especificaba que la seguridad ciudadana es la garanta de que los derechos y libertades reconocidos y amparados por las constituciones democrticas puedan ser ejercidos libremente por la ciudadana. No pareca ser as.

    La primera vez que pas las hojas de aquel consejo de guerra, los nombres y las fechas que le en ellas no me dijeron nada. Sumario nm. 13769, diciembre de 1946, en la portada. Era tarde ya. Las horas de la maana se haban agotado mientras apuraba los folios de otros sumarios, anteriores a aquel, como parte del repertorio que me haba propuesto analizar en mi tesis doctoral sobre la ocupacin de Madrid al final de la Guerra Civil. Cruzar los nombres de la lista, que traa de casa, con los que aparecan en la base de datos del archivo me haba deparado resultados dispares. La hoja empezaba a llenarse de tachaduras, de algunos noes en maysculas ciertamente desesperadas; tambin de signos de exclamacin y acierto cuando alguna informacin me pareca relevante o haba co-sechado alguna coincidencia. La maana se acababa y ya haba captado alguna mirada de reojo de Ana, la responsable de sala, indicndome que transitaba el tiempo de descuento. Volv a la maana siguiente y en cuan-to pude pasar de las primeras pginas, vi que los espacios que describa y las personas a las que se refera me resultaban muy familiares. El honor de las injurias, la pelcula que haba visto haca ao y medio era respon-sable de que al leer Cinema Europa o Felipe Sandoval mi mente se situara en coordenadas muy concretas, que viera ntidamente las formas de un edificio, las facciones de una cara. Las frases escritas a mquina en aquellas pginas, llenas del polvo de los setenta aos que haban transcu-rrido hasta que yo pude pasarlas una a una, me llevaron hasta el Cuatro Caminos del otoo de 1936, hasta el Chamber de un 1939 lleno de victoria y miedo a partes iguales. Y tambin saba que por mucho que me deslumbrara la historia que contena aquel sumario, cosido al primero que haba ojeado, no poda decirme nada por s mismo. No era ms que un fragmento del pasado al que haba que interrogar desde el presente. Lo haba escuchado en alguna de las aulas de la Facultad de Historia de la Complutense, donde estudi. Pero, sobre todo, lo haba ledo en un libro, tan incisivo como necesario, de un historiador que vivi y muri por los mismos aos de la historia que apareca en ese consejo de gue-rra. Reducir la historia al pasado era, y sigue siendo, efectivamente, una

  • 29Prefacio

    forma impropia de hablar. El significado de esas pginas que entonces empezaba a pasar estaba condicionado por las preguntas que yo pudiera hacer en un Madrid muy distinto al que apareca ante mis ojos, en aquel incipiente verano de 2014. Pero, cules iban a ser esas preguntas?

    Washington D.C., septiembre de 2001. Das despus de los aten-tados terroristas contra el World Trade Center, en Nueva York, y con-tra el edificio del Pentgono, en la propia capital de Estados Unidos, el presidente George Bush anunci una guerra permanente contra el terror. La compar con la II Guerra Mundial. Era una guerra contra una ideologa heredera del fascismo, del nazismo, del totalitarismo. Para el presidente, el odio hacia EEUU se diriga a nuestra libertad de religin, nuestra libertad de expresin, nuestra libertad de votar y congregarnos y de estar en desacuerdo entre nosotros. No se acord, sin embargo, de la libertad de no sufrir penurias, ni la libertad de no vivir con miedo. Con la perspectiva que slo puede ofrecer el tiempo, se puede decir que la guerra liderada por el presidente Bush, desde que dijera aquellas palabras, ha extendido el neoliberalismo de una forma apenas conocida antes, con los gobiernos de Margaret Thatcher y Ro-nald Reagan en Reino Unido y EEUU. Y tambin ha hecho del miedo una imposicin global. En aras de potenciar la seguridad frente a otros posibles ataques, la Ley patritica, aprobada das despus de su dis-curso en el Capitolio, ha limitado de forma continua los derechos y garantas constitucionales de los ciudadanos. Sus normas, inicialmente previstas de forma temporal hasta 2005, han convertido el estado de ex-cepcin en una norma. Y no slo en Estados Unidos. El 16 de diciem-bre de 2004, un parlamentario britnico expuso que la detencin de sospechosos de terrorismo sin juicio, sancionada como legal por la Ley de antiterrorismo, crimen y seguridad, aprobada por el gabinete de Tony Blair, era incompatible con la Convencin Europea de Derechos Humanos. Otras medidas de control han pasado ms desapercibidas. O, mejor dicho, han sido asumidas por parte de la sociedad civil con mucha menor oposicin. Entre ellas, las cmaras que llenan las ciuda-des, sus medios de transporte y espacios pblicos. Circuitos cerrados de televisin, cuyas primeras pruebas se realizaron en los aos ochenta y cuyas siglas en ingls, CCTV, se han extendido con el nuevo siglo. La eficacia de estos artefactos en la prevencin del delito est en entredi-cho. Sin embargo, su papel es ntido en la extensin del sentimiento de inseguridad y en la construccin de un espacio pblico cada vez ms privatizado y menos de las personas.

  • 30 Victoria y control en el Madrid ocupado

    Cuando termin mi investigacin sobre la reconstruccin de Madrid tras el final de la Guerra Civil, tena claro que no quera abandonar ni la ciudad ni la posguerra como marcos de anlisis. Pero la duda era recurrente: realmente poda decirse algo nuevo sobre los primeros aos del franquismo? Los ltimos aos de Licenciatura haba visto florecer multitud de ttulos sobre la represin entre 1936 y 1939 (y despus), la memoria traumtica que sigui a la violencia y la construccin de la dictadura. Al mismo tiempo, y a nivel internacional, los acadmi-cos no haban podido sustraerse del mundo que surga despus de los atentados del 11-S. En el debate poltico, cuestiones como el miedo, la seguridad y la vigilancia eran cada vez ms comunes y orientaban el mundo en que yo crec, en el que daba mis primeros pasos como ciuda-dano poltico. Aos despus diferentes disciplinas, desde la sociologa a la antropologa, an seguan, y siguen hoy, produciendo trabajos que tratan de responder a estos desafos en un mundo cada vez ms inter-conectado y global. Influido cada vez ms por la sociologa criminal y crtica y, en particular, por los estudios sobre el control social como una prctica represiva, me preguntaba: si otras disciplinas ofrecan reflexio-nes sobre el presente desde estas coordenadas, por qu dialogar con el pasado tena que caminar por una senda distinta?

    Londres, madrugada del 5 de noviembre de 2015. La manifestacin que haba recorrido el centro de la ciudad la noche de Guy Fawkes volva a Trafalgar Square. Ya era tarde y las ediciones digitales de los pe-ridicos britnicos se hicieron eco a golpe de tweet de lo que estaba suce-diendo en la Million Mask March. Ese era el nombre que los convocantes, ataviados con las mscaras popularizadas desde el estreno de la pelcula V de Vendetta, decidieron poner a su protesta contra los masivos recortes del gobierno conservador de David Cameron. Pero, quines convocaban la manifestacin? Era la misma pregunta que se haca la polica cuando decidi retener a la gente en la plaza. Nadie poda abandonarla si no era para volver a su casa, anunciaron por megfono, mientras en la fachada de la National Gallery aparecan proyectados los mensajes de las autori-dades. Acababa de proclamarse el toque de queda y se recomendaba a la gente dispersarse pacficamente. Se record especialmente que cualquier persona que decidiera caminar hacia el palacio de Buckingham podra ser detenida inmediatamente, sin mayor motivo que el de caminar por una zona de dispersin, definida por la Ley de polica y contra el com-portamiento antisocial y el crimen. La ley haba sido aprobada haca un ao. La ltima restriccin a la libre circulacin que el operativo diseado por la polica haba establecido para ese da y que haba recordado en

  • 31Prefacio

    las redes sociales esa misma tarde. Como afirm el Jefe Superintendente Mills, la gente tiene derecho a ir a casa despus de trabajar, de hacer compras o ir al teatro sin miedo a verse arrastrada por la violencia. Unas declaraciones sorprendentes, pues haban sido previas a que la manifes-tacin diera comienzo. Al da siguiente, la prensa conservadora suscribi las declaraciones de la polica, que afirm haber disuelto la manifestacin con una fuerza razonable. Nada dijo de la limitacin de movimiento en el espacio pblico que se llev a cabo esa noche en la ciudad.

    Barcelona, febrero de 2006. Se utiliz tambin una fuerza razo-nable contra Rodrigo, Juan y lex? Fueron detenidos tras una carga policial en la que uno de los agentes de la Guardia Urbana result he-rido por una maceta arrojada desde la azotea de un edificio. Ellos no pudieron haber sido los responsables, puesto que la entrada al edificio qued bloqueada por el operativo policial. Agredidos antes de su de-tencin, y ya en la comisara de Ciutat Vella, en las Ramblas, las palizas no se hicieron esperar. Las noticias que llegaban sobre el estado de salud de Juan Jos, el polica herido, no eran buenas, y pronto se sucedieron los golpes de los policas que no dejaban de entrar en la sala al grito de sudacas. Al mismo tiempo, otras dos personas, Patricia y Alfredo, eran detenidas cerca del Hospital del Mar, a casi tres kilmetros de los hechos. Estaban all por un accidente de bici. La acusacin, por parte de dos guardias que ya haban sido condenados por tortura, fue que su forma de vestir era sospechosa. Los cargos eran sus piercings, sus peinados, su ropa. El caso, que pudo haberse quedado en una historia de abuso policial en Barcelona, otra ms, pronto revel un fondo ms complejo. El propsito era culpabilizar a un barrio del centro de la ciu-dad, desde haca muchos aos en el punto de mira del Ayuntamiento, al que se le quera exprimir con un negocio inmobiliario que cada vez daba ms sntomas de agotamiento. Un nuevo intento de transformar el espacio pblico de una ciudad segn criterios de higiene pblica. Preservarlo como un lugar de convivencia y civismo, en el que todas las personas puedan desarrollar en libertad sus actividades de libre cir-culacin, de ocio, de encuentro y de recreo, tal y como reza el artculo 1 de la Ordenanza de Civismo aprobada a finales del siglo pasado por la corporacin municipal barcelonesa. Pero se ha demostrado que en ese lugar no caben realmente todas las personas. La pugna por la ciudad es realmente la definicin de lo que est permitido, o no, en el espacio p-blico. Y los estereotipos, las imgenes de quienes no son como quienes definen ese espacio, se convierten en formas de clasificacin, en valores jurdicos que esconden un modo concreto de gobierno.

  • 32 Victoria y control en el Madrid ocupado

    Mientras reflexionaba sobre cules iban a ser los siguientes pasos de mi investigacin, fuera de los muros de la Universidad se sucedan los intentos por controlar las calles y las plazas de las ciudades, por go-bernar los movimientos y los comportamientos de las personas dentro de ellas. Aumentaba el poder que los rumores y las imgenes tenan en la creacin de estereotipos sobre las otras, los otros, quienes no seguan una serie de normas establecidas por la sociedad. Se extenda el miedo a que manifestar una opinin diferente te llevara a la sala de una comisara donde, ah s, las cmaras se apagaban; a que el derecho a la protesta, fundamental para disfrutar de una libertad real, fuera si-nnimo de una sancin econmica o a que la forma de vestir pudiera convertirse en prueba de sospecha. A mi alrededor se materializaba la pugna por los valores y los significados que llenaban el espacio pblico de la sociedad que yo habitaba. Ms all de mis lecturas, de mi progreso en los archivos y el dilogo con las fuentes que iba recopilando, la his-toria que contena el sumario me interpelaba en mi da a da: al leer la prensa, ver un documental o incluso salir a la propia calle.

    msterdam, agosto de 2015. Mis pasos me llevaron hasta Rapenbur-gerstraat, la calle de la que me haban hablado algunos das atrs, donde se concentraba la mayor parte de la poblacin juda en la ciudad ha-cia 1940. Haba ledo algunos textos sobre la ocupacin nazi, sobre las polticas de control dirigidas contra ese barrio. Y al alzar la vista, en la esquina, vi la cmara de seguridad que enfocaba hacia los peatones. Ines-peradamente, pareca que el pasado y el presente se unan a travs del espacio, a travs de una misma prctica. El mismo tipo de vdeo vigilan-cia que haba podido ver cmo se implantaba en mi barrio. Desde 2012, Lavapis era el objetivo de un Plan integral de mejora de la seguridad y la convivencia, que tena por mtodo aumentar la presencia policial en sus calles, al tiempo que pretenda revitalizar el barrio y dinamizar-lo econmicamente. Seguridad, orden pblico y negocio. Realmente eran necesarias las cmaras? Hacan falta ms policas en el barrio? El propio plan situaba la tasa de criminalidad de Lavapis por debajo de la media del distrito Centro, un espacio que ya haba experimentado un proceso similar de gentrificacin en otras latitudes, como Malasaa o Chueca, donde los usos urbanos se haban remodelado hacia el consu-mo de las clases ms acomodadas. Las cifras globales tampoco parecan hacerlo necesario. Las tasas de delincuencia del pas estaban, an hoy lo estn, entre las ms bajas de Europa, como llevan afirmado los sucesivos informes del Ministerio de Interior desde hace algunos aos. Se aprecia, incluso, un descenso de la percepcin de la delincuencia como problema,

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    con tendencias a la baja en los ltimos meses. Los datos contrastados no coinciden con las percepciones generalizadas y la necesidad de seguri-dad ciudadana est muy por encima de otros valores como la libertad, la igualdad o la solidaridad. Qu ocurre para que as sea?

    La historia que aparece en este libro no comienza en 1939. Ni siquie-ra setenta y cinco aos despus, cuando descubr el sumario militar, su fuente principal, en 2014. Un consejo de guerra ms entre otros muchos en el camino de la investigacin de mi tesis doctoral. Comienza con las preguntas que me surgieron durante las horas de archivo, lectura y re-flexin como investigador y como habitante de un mundo marcado por la extensin de la inseguridad tras los atentados del 11-S, por la pujanza del miedo como operador poltico y el control social como herramienta del gobierno neoliberal en los albores del siglo XXI. Comienza con una pregunta concreta. Qu ocurri en Madrid despus de 1939 para que varias personas pasaran cerca de siete aos en una crcel franquista? Qu estaba sucediendo en las calles de su ciudad mientras ellas estaban en pri-sin? Cada hoja que pasaba del sumario me introduca ms y ms en una sucesin de hechos que, quiz en otro contexto, nada hubiesen significa-do para m. Me introduca en un conjunto de relaciones personales, en una serie de espacios concretos de una ciudad de posguerra, que para m slo adquiran sentido si me los presentaba a m mismo como un dilogo entre los fragmentos del pasado que encontraba y mis propias preguntas desde el presente. Supongo que, por eso, estas pginas han adquirido la forma que tienen ahora, quiz poco comn en un libro de historia. Pero son pginas que intentan tambin reflejar el propio proceso de investiga-cin, reflexin y escritura que me ha llevado hasta aqu, con las dudas, las preguntas que al final no pude contestar y las sorpresas que me deparaba una historia de la que conoca, a priori, el final.

    Me gustara pensar que la historia que recoge este libro puede hacer-nos pensar sobre ciertos aspectos de nuestro presente. As ha sido al me-nos conmigo. Aunque no entiendo el control social como una categora atemporal y muchas cosas han pasado desde aquellos aos, la pretensin de moldear voluntades y marcar los umbrales de lo permitido en el es-pacio pblico sigue siendo tema de controversia. A pesar de la distancia respecto a esos momentos terribles, la realidad de mi presente me ha ayudado a formular preguntas que pretenden explicar las races de la vio-lencia franquista desde este prisma. El ambiente de miedo y violencia que conquist Madrid a finales de la dcada de 1930 no es, afortunadamente, comparable a la situacin de crisis actual. Pero novelistas como George

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    Orwell o Aldous Huxley se preguntaron en sus novelas por el papel que la seguridad, el control y la vigilancia ejercan en la sociedad de su tiem-po, el mismo de los hechos que aqu se traen a colacin. Y aunque no he pretendido trazar ninguna analoga entre su poca y la ma, son aspectos que han protagonizado buena parte del contexto en que se ha escrito este libro y que incluso se han concretado en realidades bien palpables. Unas veces con cmaras, otras con la presencia masiva de policas en las plazas y las calles de algunas ciudades europeas o en largas filas de personas esperando a participar en la experiencia de seguridad colectiva e indivi-dualizada, al mismo tiempo, de un aeropuerto.

    La preocupacin fundamental de estas pginas se centra en la ad-quisicin de informacin, su utilizacin para definir mediante la ame-naza del castigo los comportamientos normativos y permitidos, y la persecucin de lo que desde el poder se tipifica como delito. Se trata de una historia de control, entendido como una forma de violencia proyectada sobre las conductas y sobre los espacios. Comienza con la presentacin del espacio en que se desarrolla, el distrito de Chamber, que en los aos treinta inclua el barrio de Cuatro Caminos, donde se situaba uno de los cines ms caractersticos de la capital, el Cinema Eu-ropa. La accin comienza con la denuncia de uno de tantos asesinatos cometidos en el Madrid de la Guerra Civil, la peticin de justicia por parte de un familiar y el sealamiento de unos primeros responsables. A partir de ese momento se puso en marcha la maquinaria de la justicia militar franquista, se sucedieron las detenciones e interrogatorios. Este proceso se desarroll bsicamente en las salas de interrogatorio de la segunda planta del nmero 36 de la calle Almagro, y a l se consagra el primer captulo, donde se sopesan las primeras informaciones y se desvela la importancia de ciertas preguntas. Despus de que cesaran los interrogatorios y las torturas, y los acusados entraran en prisin, los policas acudieron a las calles de Cuatro Caminos. El segundo captulo se extiende, por tanto, sobre unos agentes tratando de averiguar nuevos detalles de los acusados, sobre unos vecinos hablando de otros veci-nos, sobre familiares y amigos que hablaron ante esos policas y ante la amenaza patente del bando de guerra. As comenz la instruccin de una causa que empez a dar sus primeros pasos en el mismo momento en que en Madrid se representaba la victoria franquista en el conflicto. Pero la victoria fue tambin el hambre, la enfermedad y el aislamiento dentro de la celda de una crcel. Mientras eso ocurra, en sus barrios, los vecinos de los acusados siguieron hablando sobre s mismos, esta vez en su favor, en forma de avales. La instruccin de la causa tambin

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    avanzaba, los acusados pasaron a estar condenados y algunos de ellos vi-sitaron varias prisiones, varias enfermeras. A todo ello dedico el tercer captulo, que pretende recoger la simultaneidad de una investigacin que dio comienzo en 1939 y moviliz a muy diversos actores: policas, detenidos, vecinos, familiares, amigos, jefes y compaeros de trabajo, porteros de casa, jueces, abogados y directores de prisin.

    Cada captulo ha intentado recoger una voz diferente, reconstruir un espacio distinto. En la introduccin, la voz que predomina es la del historiador que sita a los personajes, sus propias relaciones personales y el ambiente en que se desenvuelven en sus coordenadas geogrficas y temporales. Una zona de Madrid con un desarrollo especfico antes de la guerra y donde el conflicto impact de forma particular a partir de 1936. Ms tarde, el espacio se reduce a la segunda planta de una comisara. Entre sus paredes, las voces que se escuchan son las de los detenidos, torturados, y las de los agentes de la polica franquista. En las pginas siguientes, los rostros y los espacios aumentan, los policas se trasladan a los barrios y aparecen los vecinos de los detenidos, con com-portamientos dispares ante la obligacin de declarar ante los agentes. Por ltimo, el espacio fsico vuelve a reducirse, en este caso al interior de la crcel, pero el espacio emocional se ensancha. Qu ocurra entre los amigos y familiares de los detenidos mientras ellos estaban en pri-sin? Tambin se intenta escuchar la voz de los jueces que deciden sobre la vida de los presos, de una instruccin militar cuyos fallos y amplia-ciones explican la extensin de la investigacin y la causa durante ms de seis aos. Tambin los efectos sobre las personas que protagonizan esta historia, presentadas al principio del libro, tal y como yo los conoc en las primeras pginas del consejo de guerra, en sus experiencias, que aparecen resumidas en una breve cronologa.

    Qu mirada puede ofrecer un historiador que se enfrenta al mis-mo lugar que ha estudiado? Qu queda de todo aquello siete dcadas ms tarde? Son preguntas que planteo en un eplogo final y de las que slo he podido ofrecer reflexiones abiertas, despus de tratar de resca-tar diferentes voces del pasado, diversos espacios donde se desarrolla una historia que tiene como hilo conductor una causa judicial. Una investigacin de la Auditora militar franquista entre 1939 y 1946 y la ma propia, setenta aos despus de que aquella terminara oficialmen-te. Espero que ambas estn reflejadas en estas lneas, que han tenido algunos espejos fundamentales con los que, sin nimo de calcar su des-tello, avistar puntos de fuga comunes. He manejado una fuente muy

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    similar a la de un clsico de la microhistoria, donde la pericia de Carlo Ginzburg pudo iluminar la cultura popular del siglo XVI a travs de un proceso inquisitorial a un molinero annimo. La influencia es clara, pero el objetivo no es el mismo. A travs del proceso a Justo Farias y otros no he pretendido abarcar la complejidad de la represin en Ma-drid tras el final de la guerra en 1939, ni he tratado a los procesados como Menocchios, cuyas declaraciones me permitieran reconstruir en su totalidad la poca que vivieron y sufrieron. S se preocupan, ambos libros, por unas personas corrientes atravesadas por un momento ex-cepcional, por los cambios dramticos que sufrieron a medida que su propio mundo cambiaba y la influencia que unos hechos especficos y las decisiones de los grandes personajes tuvieron sobre su propia vida. En algn momento, los personajes de esta historia se enfrentaron a los interrogatorios de una polica franquista en construccin, a los artcu-los de un Cdigo de Justicia Militar que los condenaba a la crcel, a la muerte. En algn momento, el propio Francisco Franco, que sigui gobernando el pas con mano de hierro muchos aos despus de que los detenidos fueran excarcelados, firm el enterado de su indulto de su mismo puo y letra. En algn momento, el gran dictador tuvo que descender su mirada hacia la gente corriente, quienes apenas dejaron otro rastro de su paso por el mundo que sus propias declaraciones, ob-tenidas a golpe de tortura en la mayora de los casos, las de sus vecinos y amigos, algn carnet de afiliacin o el aval de sus patronos y amigos.

    Cuando llegaba el silencio de las fuentes, comenzaba la exploracin de las posibilidades, de mi propia subjetividad. Aparecan las preguntas, no slo a los papeles, sino tambin a m mismo. Un dilogo con quie-nes apenas momentos antes ocupaban las hojas que pasaba del consejo de guerra, esta vez en forma de hiptesis que se cumplan, en algunas ocasiones, o que tena que desechar, la mayora de las veces. Momentos necesarios que, como el derrumbe de una pea, me liberaban de todas las certezas absolutas que bloqueaban las realidades del pasado a las que no poda acceder por el propio estado de la documentacin que consultaba o pretenda consultar. Instantes imprescindibles, tambin, para no olvidar que en ocasiones la investigacin slo puede avanzar si ciertas preguntas permanecen sin respuesta, como ya demostraron autores como Simon Schama o Patrick Modiano, desde mbitos quiz no tan diferentes como la historiografa y la novela. Pero las influencias que han nutrido este libro van ms all de la literatura y pasan tambin por otro tipo de formatos. Cmo podra haber intentado representar la coexistencia de tramas y perspectivas en un mismo espacio sin recurrir

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    a una serie de televisin como The Wire? En las pginas que siguen, he tratado de desarrollar una narrativa de la simultaneidad que tratase de hacer comprensible la complejidad de un pasado que yo encontr en fragmentos, en forma de denuncias, declaraciones y oficios.

    No creo, por tanto, en una historia objetiva, enemistada con otras formas de enfrentarse al pasado definidas como subjetivas. No pien-so que el oficio de historiar tenga el monopolio sobre ninguna de las verdades del pasado, en tanto que disciplina construida y reconstruida constantemente desde el presente en que se escribe. Soy consciente de que esta historia pudo ser contada de muchas otras formas. No en vano, fue William Faulkner, un novelista preocupado a partes iguales por la influencia del paso del tiempo y las formas narrativas, quien acu una de las frases que han guiado la escritura de este libro: El pasado nunca muere, ni siquiera es pasado. Por eso s confo en la honestidad del dilogo con las fuentes de las que podemos llegar a disponer y en la naturaleza cambiante de esa representacin. Confo en la capacidad de explicar el pasado desde el presente. Este es, al fin y al cabo, un libro de historia, uno que trata de explicar las races violentas de la dictadura franquista comprendida como un rgimen de control. Y aunque aleja-das de los moldes acadmicos, todo lo que puedan tener de radicales estas lneas no nace sino de las relaciones entre la academia y la expe-riencia activa, como recordara E. P. Thompson, maestro de historiado-res, pocos aos antes de que yo naciera.

    Pero quiz la historia pueda ser algo ms que una reconstruccin ms o menos completa del pasado, ms o menos acertada. Quiz pueda ser tambin un aviso de incendio, una voz de alarma que recupere un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro. As lo puso por escrito Walter Benjamin all por 1940. El tiempo de Benjamin, el mismo que el de Huxley o Bloch, idntico al de los protagonistas de la historia que ahora comienza, transit el peligro de un estado de excepcin que se convirti poco a poco en la norma. Me gustara pen-sar que estas pginas puedan servir para reflexionar sobre la extensin del control como una prctica represiva, ayer, y sobre la creacin de su necesidad, su aceptacin acrtica y su justificacin, hoy. En un tiempo de leyes mordaza y ciudades muertas, fijar la atencin en 1939 y en el control del espacio pblico quiz no sea volver la vista a un pasado demasiado lejano. Quiz ser historiador pueda significar tambin, en el mejor de los casos, ayudar a que los mejores futuros que se dibujan desde nuestro presente no se den nunca por agotados.

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    Este libro habra sido imposible sin el encuentro con numerosas per-sonas. La deuda con todas ellas es infinita, y por eso los errores y defi-ciencias de las pginas anteriores slo son responsabilidad ma. Beatriz Garca, Blas Garzn y Emmanuel Rodrguez, de Traficantes de Sueos, creyeron en la idea original y la han mejorado con sus comentarios y su-gerencias. La gratitud y el vrtigo se mezclan, a partes iguales, al pensar que estas lneas hayan podido tener un hueco en la agenda para una historia radical que durante tanto tiempo lleva confeccionando esta editorial, la que ha hecho inseparable mi formacin como historiador y ciudadano crtico al mismo tiempo.

    Marisa Gutirrez y Daniel Oviedo pusieron su tiempo, sus ojos y su corazn a disposicin de algunos de los borradores que, pasados los me-ses, han conformado la versin final de este texto. Con cada sugerencia y cada comentario, ambos me han hecho partcipe del valor de la crtica sincera. Despus de todo ese proceso, siento que slo puedo hacer justicia a su esfuerzo y su cario tomando prestadas algunas palabras. Marisa, gracias por volver a mirar hacia arriba, porque la vida siempre tiene algo preparado. Dani, me enorgullece pensar que muchas veces me apro-bar usted. En ocasiones me criticar. Y todo ello ser entre nosotros un vnculo ms, como Marc Bloch le escribi a su maestro y amigo Lucien Febvre. Maestro y amigo, tambin t, a travs y a pesar de la distancia.

    Estas pginas han sido, en buena medida, una isla en mitad de un ocano llamado tesis doctoral. He podido escribirlas aprovechando una estancia de investigacin en Inglaterra. Mi agradecimiento se dirige a Gutmaro Gmez Bravo y Ana Martnez Rus, mis directores, quienes confiaron en que entre el fro y la lluvia adems quedara tiempo para leer y pensar. El apoyo de Gutmaro fue fundamental en los momentos en que estas pginas eran an ideas por madurar y que, como siempre me recordaba, cambiaron al tratar de ponerlas por escrito. En ese pro-ceso, Gareth Stockey fue algo ms que el supervisor de mi estancia en Nottingham. Gracias a l pude presentar y debatir mi interpretacin sobre el Chamber de 1939 en foros apenas imaginables sin su apoyo.

    Hay deudas intelectuales que se pueden delinear a travs de una sola conversacin. Cuando yo an no haba terminado mis estudios de Licenciatura, Jorge Marco me mostr que la historiografa poda ser diferente a lo que yo estaba acostumbrado. Todava guardo aquellas

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    palabras, a escasa distancia del viejo cine Europa, como uno de los me-jores consejos que me ha dado, an sin apenas conocernos. Seis aos despus de que yo leyera gracias a l Lejos del frente, su autor, Carlos Gil Andrs, no slo me ha regalado su prlogo. Tambin su confianza en este texto, en m, y la cercana de su mirada al pasado y al oficio.

    Muchas de las dudas que contiene este libro habran sido contesta-das, y muchos silencios habran podido convertirse en dilogos, si no fuera tan difcil acceder a las huellas del pasado traumtico de este pas. Por suerte, en ese proceso tambin he podido alcanzar algunas certezas gracias a la preciosa ayuda de diferentes profesionales. Ana Isabel Sanz, responsable de sala en el Archivo General e Histrico de la Defensa de Madrid, fue cmplice en la transcripcin de los folios del sumario 13.769. En el Archivo General Militar de vila, el apoyo de Vctor Mo-raleda siempre ha sido fundamental para sta y otras investigaciones. Por su parte, Rafael Anciones me ayud a bucear por el fondo Santos Yubero del Archivo Regional de la Comunidad de Madrid.

    Pero los secretos del pasado no residen nicamente en los archivos. En este sentido, la generosidad de Carlos Garca-Alix slo es equiparable a su memoria prodigiosa acerca del Madrid de la guerra, sentados en la terraza del Peyma. Quin sabe cuntas preguntas quedan por hacer a un espacio cuyo misterio captur en el cuadro que ilustra la portada de este libro, que pone el mejor broche posible a su apoyo y estmulo a esta aven-tura. Sin Chema Snchez Laforet, arquitecto, cartgrafo y explorador, los planos de este libro habran sido mucho menos tiles para sostener mis propias interpretaciones. Por su parte, Amy Rubio y Alberto Melgar fueron la conexin necesaria en Londres, cuando pasear con ellos entre Cross Bones y Hammersmith se convirti en un gran viaje en el tiempo.

    A lo largo de este camino, los sucesivos borradores del libro han es-tado rodeados de ilusin y de cario. Las deudas en este sentido toman diversos sentidos y se dirigen a Juan Carlos Garca Funes (Un libro con los trafis!), por las amistades que atraviesan carreteras. A Mnica Muoz, cuya hospitalidad me rode en los primeros das de Lenton Manor. A Jos Luis Ledesma, el mejor maestro que uno pueda tener, aun a riesgo de perder el tren. A mis tertulianos, porque me hacen ms libre con cada libro que eligen. A Carlos Quero, Cristina de Pedro y a Carlos Priz, por los debates y la rebelda que les une. Y a Santiago Gorostiza, porque estas pginas que comenzaron a escribirse en una sobremesa compartida estn esperando tener pronto a su libro hermano. En el momento de las dudas finales, lleg una vez ms el magisterio del profesor Rubn Pallol.

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    A l debo agradecerle muchas cosas, pero quiz la ms importante sea la de compartir distrito. Nada de esto habra sido posible si yo no hubiera ledo, hace ya algunos aos, una historia que comenzaba una maana fra de enero de 1859, cuando Madrid se desperezaba.

    La generosidad de mi hermano permiti traer al presente algunos de los espacios donde crecieron las races de la violencia franquista en la ciudad. Vicente, espero que el resultado final haya estado a la altura de tus fotografas. Junto con Vanesa, ambos son responsables de un regalo muy especial. Lu ha iluminado todas y cada una de las pginas anterio-res con su sola sonrisa, desde que una madrugada de febrero decidiera unir Chamber a mi geografa particular. Mi pequea, espero que pasen muchas historias, mucho ms felices, antes de que quieras leer esta.

    No puedo pensar este libro sin la compaa de los otros muchos que le antes de escribirlo. En ese viaje, Milagros y Vicente, mis padres, siempre han sido fundamentales. Algunos de los ttulos que aparecen aqu citados son, directamente, regalos suyos. Sin embargo, la mayor deuda que tienen este texto y quien lo escribe con ellos es haberme en-seado que los libros no mueren una vez escritos, viven siempre dentro de quien alguna vez abri sus pginas.

    Alba Fernndez Gallego ha acompaado este texto desde que fuera una vaga idea, antes de entrar a un teatro de Lavapis. Desde entonces la ha impulsado con infinito cario hasta que ha adoptado forma de libro, y a ella est dedicado. Por su tranquila energa, por la memoria de un paseo bajo el sol de junio y las distancias que se hacen cercanas, entre dos aguas. Y tambin, sobre todo, por las historias que an nos quedan por contar.

    Forest Fields, Nottingham - Lavapis, Madrid. Junio de 2017.

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    Por eso fue tan triste lo que vino luego poco a poco; triste que el tiempo lo convirtiera todo en gris y fro.

    Rafael Chirbes, La cada de Madrid.

    Entre la calle San Agustn y la calle Almagro no hay ms de dos kilmetros de distancia. Algo ms de veinte minutos a buen paso, casi en lnea recta desde el cntrico barrio de Cortes hasta una de las calles ms lujosas de Chamber. Quiz nunca se pueda saber si Alejandro Sirvent, que viva en el nm. 2 de San Agustn, acudi a las oficinas del Servicio de Informacin y Polica Militar de Almagro caminando, o si aprovech su condicin de militar para parar un taxi. Un gesto caro, seguramente, en aquellos primeros das de Victoria, pero la ocasin era especial. Su destino estaba en la acera de los pares, en el nm. 36. Uno de los edificios ms majestuosos del barrio de Fernando el Santo, junto al Paseo de la Castellana. Construida a principios de siglo, esta casa era conocida en la poca como una de las ms caras de la ciudad. Hoy en da, todava se puede apreciar que fue levantada para destacar entre el resto de edificaciones de la manzana. Incluso si uno no cruza la acera, como fue mi caso, paralizado por la conciencia del pasado que encierra. Un pasado que yo no poda imaginar sino en blanco y negro, la primera vez que me enfrent a su fachada.

    Al acabar la guerra, las dos primeras plantas fueron ocupadas por el SIPM, el espionaje militar franquista. En esos das, el lujo exterior del edificio ocultaba la miseria que arrastraban consigo los detenidos entre sus paredes. Alejandro, comandante de artillera en el servicio de aviacin y jefe de armamento del Estado Mayor del Aire, deba co-nocer su ubicacin aquel 20 de abril en que, no sabemos si en coche

    introduccin. una denuncia en chamber

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    o a pie, se dirigi a este edificio en el lmite del distrito de Chamber para denunciar a los asesinos de su padre y de su cuado. Por la ex-tensin y la precisin de su declaracin, es de suponer que llevaba algn tiempo haciendo sus propias averiguaciones, recopilando infor-macin. Ese paso, acudir a Almagro 36, era el ltimo de otros muchos recorridos apenas veinte das despus de que acabara la guerra:

    DON ALEJANDRO SIRVENT DARGENT, COMANDANTE DE ARTILLERA AFECTO AL SERVICIO DE AVIACIN, JEFE DE ARMAMENTO DEL ESTADO MAYOR DEL AIRE,

    DENUNCIA: A todos los elementos pertenecientes a la Checa del CINE EUROPA, como culpables de los asesinatos que han realizado y entre ellos los ejecutados el da 14 de noviembre de 1936 en las perso-nas de su padre Don Juan Sirvent Berganza, general de artillera, de 73 aos de edad y el del hermano poltico del declarante, Don Jos Palma Campos, fiscal de la Audiencia de Madrid, hechos ejecutados despus de haber sido detenidos por elementos de dicha Checa el da 13 de noviembre del mismo ao y realizada su ejecucin en la carretera de Francia, trmino de Fuencarral.

    El funcionario consign todos los datos que el denunciante apor-taba al fin de coadyuvar como considera un deber a la accin de la Justicia. La justicia de los vencedores sealaba, en primer lugar, a un preso de la crcel de Porlier. En efecto, Alberto Chanel de la Cal, tal y como transcribi el apellido el funcionario, vecino del nm. 158 de la calle Bravo Murillo, se encontraba detenido en la galera segunda de aquella prisin. Registrado, concretamente, con el nm. 884. En el interrogatorio al que fue sometido el 12 de abril, afirmaba el documento, Alberto haba apuntado la existencia de dos bandos dentro de la checa del cine. El primero de ellos, capitanea-do por un pintor muy alto y delgado llamado Santiago Aliques, que estuvo en el Europa hasta enero de 1937 y luego ejerci labores de comisario de polica en Valencia. El segundo estaba liderado por Alberto Solana, cuyo mote, El Fundi, aluda a su oficio: fundidor. Su descripcin pretenda ser definitiva: bizco, con un chfer perso-nal sin ms seas que su nombre, Leoncio, y un auxiliar principal, Serafn Gutirrez Oreja.

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    La denuncia daba buenas muestras de conocer el contexto de ese cine, las personas que por all pasaban y sus circunstancias ms ntimas. Las certezas alcanzaban a la cpula, incluso. En la hoja tambin apareca el nombre de Antonio Serrano, responsable de todo el cuartel del Europa y vecino de la calle Berruguete, luego trasladado a Valencia en 1937, para desempear un cargo en la Capitana General de la ciudad. Junto a los anteriores, Antonio tena la costumbre de reunirse en el Bar Leo-ns, enfrente del cine, atendido en 1939 por los mismos camareros que antes del Glorioso Movimiento Nacional. Cuando no se vean en el Leons, lo hacan en un bar de la misma calle Bravo Murillo, donde se alzaba el cine, en la esquina que dibujaba con la calle Almansa, re-gentado por Tom Lpez, el Pernas. Pero lo que suceda dentro del Europa no era patrimonio nico del barrio donde se ubicaba. Lo saba muy bien Alejandro, pues haba hecho un trabajo previo interrogando al entorno de sus protagonistas. En primer lugar, habl con la portera del domicilio de Alberto, en Bravo Murillo nm. 158. Tambin con su hija. Ambas le confirmaron que dicho sujeto era de los ms peligrosos y desde luego un cabecilla de la Checa del Cine Europa. En la misma finca, uno de los taberneros, antiguo Camisa Vieja de Falange persegui-do en los aos de la guerra, seal a Francisco Snchez, de 27 aos, su propio vecino, como otro individuo de los peores antecedentes. Las manchas de sangre alcanzaban a otras personas, como a dos hombres apellidados Leal, padre e hijo. No haba que ir muy lejos para encontrar a otro acusado, llamado Gusi, un dentista dedicado a la compra de dentaduras de oro arrancadas a los asesinos. Gusi viva en el ltimo piso de Bravo Murillo nm. 158.

    Las responsabilidades sealadas en la denuncia tenan un fin cla-ro: resarcir la muerte de dos familiares directos. Una circunstancia que alcanzaba no slo al entorno de los verdugos, tambin al de quienes colaboraron en que la ejecucin fuera posible. En este punto, Alejandro afin la memoria y record a personas muy concretas: al portero del domicilio de su padre en la Avenida Reina Victoria nm. 60, Mariano Moreno Luengo, al cuado de este, Antonio Benjar Pradas y a Engra-cia Valiente de la Cruz, personal de servicio en la casa de su familiar poltico. Tres nombres completos que fueron apareciendo a medida que el interlocutor de Alejandro pulsaba las teclas de su mquina de escribir, y que eran algo ms que tinta sobre el papel. Tres personas que estaban detenidas, ya en aquel temprano momento de la posguerra, en la comisara de la calle de San Bernardo acusados de denuncias falsas inductoras de crmenes. Dos nmeros, reservados para ellos: 1.135

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    para los dos varones, 1.087 para la mujer. Nmeros que tambin re-presentaban la voluntad de clasificar las responsabilidades sobre lo que haba ocurrido en Madrid. Y para refrendar sus palabras, en caso de ser necesario, el denunciante aportaba testigos de primer nivel. Tanto Carlos Mendoza como su hermano Manuel y su hijo Jos Luis tambin haban sido encarcelados en el Europa y fueron liberados una hora antes de su ejecucin, el 14 de noviembre de 1936, por un grupo de obreros prximos a Carlos. Asimismo, requera el favor de un tal Carlos Sacki, parte de su familia poltica, que acudi al cine a interesarse por el para-dero de los detenidos.

    Cuando el polica militar que tom declaracin a Alejandro dej de teclear, los dos folios que contenan la denuncia dibujaban un mapa de Madrid muy completo. En primer lugar, acotaban un he-cho y un espacio concretos: los asesinatos originados en el cine Eu-ropa, entre la glorieta de Cuatro Caminos y el municipio de Tetun de las Victorias. Literalmente, el lmite administrativo de Madrid, aunque haca tiempo que la ciudad haba decidido desobedecer las convenciones oficiales y se extenda hacia los pueblos colindantes sin solucin de continuidad. A continuacin, el testimonio de Alejandro presentaba un denso conjunto de nombres y relaciones personales. Gracias a su posicin en los primeros das de posguerra, con el con-flicto terminado y una paz que nunca pretendi llegar, tuvo acceso a varios testimonios que completaron la informacin que ya posea. De ese modo fueron deslizndose otros nombres, otras direcciones, otras situaciones que referir. Un recorrido que le llev por las abarrotadas crceles de 1939, como Porlier, para enfrentarse a las revelaciones de Alberto Chenel. Acudi tambin a los vecindarios y porteras para recoger las acusaciones que se deslizaban tras sus umbrales. En un primer momento hablaron tres personas: la portera del bloque donde viva Alberto, su hija y otro vecino. Ms tarde, con el paso del tiempo y de la investigacin, hablaran muchas ms. Por ltimo, aparecieron las personas de confianza, aquellas encargadas de avalar la denuncia interpuesta y a las que las autoridades podran acudir para ms infor-macin. Lugares, acusados y avales. Un mapa mental que exceda lo ocurrido en el nm. 160 de la calle de Bravo Murillo hasta formular la siguiente pregunta: qu haba sucedido en Madrid entre 1936 y 1939? Por qu fue importante el cine Europa? Acercarse a los pri-meros das de posguerra desde el presente genera otras dudas. Por ejemplo, cmo explicar los porqus existentes tras una denuncia. O las implicaciones y consecuencias de hacer efectiva esa denuncia en el

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    SIPM, quiz uno de los organismos ms expeditivos en la obtencin de informacin. Cmo traer al presente el contexto de miedo y coac-cin que se adue de la ciudad tras la ocupacin, tambin. Cmo entender la relacin entre el silencio y la delacin, o el impacto que tuvo sta ltima.

    ***

    A la altura del 14 de noviembre de 1936, cuando los familiares de Ale-jandro Sirvent fueron ejecutados, Madrid se haba convertido en una ciudad asediada. El golpe de Estado, que en la capital se conoci en la tarde-noche del mismo 17 de julio, se concret la tarde del 19 en el encierro del general Fanjul en el cuartel de la Montaa del Prncipe Po, con su guarnicin militar y los sectores de derechas que le pudieron se-guir. A media maana del da siguiente, 20 de julio, las fuerzas obreras, armadas por orden del presidente republicano Jos Giral, tomaron el cuartel ayudadas por la Guardia Civil y la de Asalto. Sin embargo, en tan slo cuatro meses las fuerzas sublevadas consiguieron situarse a las puertas de Madrid. Por el norte, con las tropas del general Mola deteni-das en la sierra, la ciudad an poda disfrutar de un respiro. Pero por el sur y el oeste, terminaba literalmente en los puentes del Rey, de Segovia y de Toledo. El parque del Oeste y la Ciudad Universitaria, inaugurada apenas dos cursos atrs, eran pleno frente de guerra. El desfile de las Brigadas Internacionales por la Gran Va, la tarde del 8 de noviembre, termin en primera lnea de combate, en pleno barrio de Argelles. Haca dos das que el gobierno republicano, con sus ministros a la ca-beza, se haba marchado. Antes orden trasladar la capital a Valencia y en su lugar nombr una junta de defensa, encargada de mantener los resortes del Estado. El caos era total. Los nombramientos se sucedieron la misma noche del 6 y en asuntos tan cruciales como abastecimientos y orden pblico, los representantes nombrados tan slo pudieron encau-zar la espiral violenta que los milicianos, el pueblo en armas, haban iniciado en ese verano caliente.

    Entre los organismos que funcionaban en Madrid persiguiendo al enemigo de retaguardia, antes de que la ciudad tuviera realmente retaguardia, estaba el Comit del Cinema Europa (Imagen 1). Antes de la guerra, los comits de defensa, la organizacin militar clandes-tina de la CNT, estaban encargados de preparar la revolucin. Sus

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    miembros estaban acostumbrados al tacto de una pistola o al ma-nejo de los explosivos, organizados en pequeos grupos dedicados a la investigacin, al sabotaje y la intendencia. El golpe de Estado de julio transform algunas de sus funciones, y junto a otras brigadas y brigadillas de retaguardia, los comits transitaron las calles de Madrid y llenaron la Dehesa de la Villa, la Casa de Campo, el Matadero o la pradera de San Isidro de cadveres. Pero el cine Europa, o Cinema Europa, como se le conoca en los aos treinta, era especial, un centro de excepcional trascendencia en la vida poltica madrilea. De estilo expresionista en su fachada exterior, y plenamente racionalista en el interior, segn el diseo del arquitecto Luis Gutirrez Soto, en sus salas organizaron mtines Francisco Largo Caballero, el carismtico lder de la UGT, y sobre todo Cipriano Mera, el rostro ms visible de los albailes anarquistas madrileos (Imagen 2). Esa agitacin estaba en consonancia con la pluralidad de instituciones que articulaba la vida obrera en el barrio. En el mundo libertario sobresala el Ate-neo, espacio de formacin y afirmacin ideolgica, pero tambin de sociabilidad, donde los militantes se encontraban, discutan, com-partan impresiones al volver del escaso trabajo que haba. En Ma-drid, bastin del sindicalismo socialista, el anarquismo se implant relativamente tarde, casi al mismo tiempo que la Repblica, y eligi el entorno de la calle Bravo Murillo. La calle Artistas, en las inme-diaciones de la glorieta de Cuatro Caminos; la calle Garibaldi, ms all de Estrecho, al norte. La voluntad por movilizar a la poblacin de sus barrios, castigada con una desigualdad alimentada por la crisis econmica de aquellos aos, hizo que se dibujaran diversas formas de lo poltico. Incluso Jos Antonio Primo de Rivera intervino en aquel cine de Tetun, el 2 de febrero de 1936, la primera vez que se cant el Cara al Sol en pblico. En el verano que vino despus, los grupos de investigacin y vigilancia del Europa, de cuo confederal, se consa-graron a registros e incautaciones, a la persecucin de francotiradores (pacos, en el lenguaje de aquella poca) y la ejecucin de los conside-rados enemigos de la revolucin. Los paseos, segn el vocabulario de los madrileos de entonces. En noviembre, la retaguardia segua regida por las rdenes de partidos y sindicatos con numerosos centros de detencin, interrogatorio y tortura. Dentro de la ciudad se cono-can como checas, en recuerdo de la polica sovitica de los tiempos de la revolucin de 1917. Tan slo en Chamber, el distrito al que perteneca el Cine Europa, haba cuarenta de las cerca de doscientas que existieron en toda la ciudad.

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    Pacos, paseos, checas. Hablar del Europa es hablar de violencia, al igual que hablar de Chamber durante la guerra. Surgido como un arrabal junto al casco histrico, a mediados del siglo XIX, unas dcadas ms tarde se convirti en el ensanche norte de Madrid. Entre la auto-construccin y la especulacin, con el paso de las dcadas, Chamber se fue transformando en un espacio diverso, que atraa tanto a inmigran-tes del resto del pas como a pequeos burgueses de la propia ciudad, interesados en adquirir una parcela ms all del casco histrico. Era, de alguna forma, un smbolo de los nuevos tiempos que estaban por venir. As, las zonas del distrito se fueron diferenciando segn la renta del sue-lo, aunque en todas ellas dominaba una gran heterogeneidad. Cham-ber comenz a transitar el siglo XX habitado por empleados, obreros cualificados y profesionales liberales. Los barrios del centro del distrito, Cardenal Cisneros, Luchana, Trafalgar o Balmes o el mismo entorno de la plaza de Olavide, an guardaban cierto aire popular e interclasista. Pero hacia el norte, en direccin a la glorieta de Cuatro Caminos, y ha-cia el este, alrededor del Paseo de la Castellana, se encontraban dos zo-nas contrastadas. En las inmediaciones de Cuatro Caminos y la calle de Bravo Murillo crecieron grandes ncleos de jornaleros proletarizados. Sus chozas y casas bajas, ms all del emblemtico edificio Titanic y el Hospital de Maudes, y sus pobres descampados fueron el hogar de los protagonistas de la huelga general de 1917, cuando la propia glo-rieta fue tomada por las ametralladoras del Ejrcito. Era el ltimo paso antes de salir de Madrid y encontrarse, inmediatamente, en Fuencarral o Chamartn de la Rosa. Por su parte, en el este de Chamber se con-centraba la gran vivienda burguesa. Tambin haba, aqu y all, algunos palacetes de la aristocracia, los de aquellos nobles que haban decidido abandonar el centro histrico en las inmediaciones de la Puerta del Sol.

    En medio de este entramado social y esta configuracin espacial im-pact la guerra, impact la violencia. Chamber llegaba a 1936 como un espejo del propio Madrid, un reflejo de su diversidad, y al mismo tiempo con sus propias contradicciones. Entre las chabolas de los barrios de Lozoya y Tetun, y las lujosas casas de Fernando el Santo, se propag la violencia contra la propiedad burguesa. Tambin contra sus propias vidas. Entre los encargados de administrar la nueva justicia haba repre-sentantes de todas las organizaciones sindicales y polticas. La venganza por la represin desplegada en la zona rebelde desde el golpe de Estado, pero tambin por una explotacin secular, se serva por la noche en for-ma de registros y ejecuciones. Corran a cargo de diferentes brigadillas que no haban partido al frente, con algunos nombres propios bastante

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    conocidos. Entre ellos estaba Santiago Aliques, uno de los encargados de responder a la matanza de Badajoz, tras la toma de la ciudad, con registros y ejecuciones de algunos de los presos de la crcel Modelo: mili-tares, falangistas, monrquicos. Era agosto entonces. Pero la guerra, que dentro de Madrid apenas se dej sentir durante el verano, termin por aproximarse a la ciudad. En noviembre llam a las puertas y sus efectos se dejaron notar en Chamber, al tiempo que se ensayaban las primeras formas de una guerra total que asolara Europa aos despus. Frente y retaguardia apenas se diferenciaban y, aunque no estaba en primera lnea, el grado de destruccin del distrito fue notable. Numerosas viviendas se vieron afectadas por los bombardeos, en una cifra que tan slo estaba de-trs de la de aquellos barrios que vean las trincheras de cerca o del centro de la ciudad, en las inmediaciones de la Gran Va, la zona ms castigada por la aviacin. La guerra se hizo presente, sobre todo, en la parte norte, una de las zonas que fueron semi-evacuadas, al igual que otras exteriores como Arganzuela, Entrevas o Argelles.

    Las destrucciones, pero tambin la movilizacin blica, transforma-ron la orientacin de Chamber. Los edificios ms representativos fue-ron colectivizados, el cine Europa entre ellos, convertido en cuartel de milicias confederales. Las viviendas vacas, ocupadas y reutilizadas por todo tipo de instituciones y organismos. Por ejemplo, la Alianza de In-telectuales Antifascistas, con Mara Teresa Len a la cabeza. Su posicin relativamente alejada de las trincheras hizo del distrito un lugar perfecto para ubicar diferentes depsitos. Los de municiones se ubicaron en la zona norte, en el entorno del Europa y la calle Bravo Murillo: calles Jan, Tiziano y vila. Los de vveres, diseminados entre las zonas ms protegi-das del centro y del sur del distrito. Los de gasolina, repartidos por todos los espacios: Cuatro Caminos y la calle de Santa Engracia, al norte; al principio de las calles de Almagro y Gnova, al sur; tambin en las inme-diaciones del Paseo de la Castellana y a la altura del Paseo de Francisco Giner de los Ros (actual Martnez Campos), en la zona central. En las calles de Modesto Lafuente y Fernndez de la Hoz, as como en la glorie-ta del Pintor Sorolla, en la zona oriental del distrito, se situaron los garajes del parque automovilstico del Ejrcito Popular de la Repblica.

    As eran las calles de Chamber que se encontraron los soldados franquistas que ocuparon Madrid la madrugada del 27 al 28 de marzo. Los miembros de Falange clandestina que haban permanecido ocultos en la ciudad, uno de los objetivos de la brigada del Europa, ocuparon las primeras posiciones aprovechando la oscuridad de la noche. El Servicio

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    de Informacin y Polica Militar haba supervisado su labor. Mientras, los soldados republicanos abandonaron sus trincheras y volvieron a sus hogares. Antes, otros ya haban tratado de cruzar las lneas enemigas. Pasarse, lo llamaban. El smbolo del desplome de una retaguardia cada vez ms harta de la guerra, del hambre y las privaciones. De los bombardeos. Haban soportado veintiocho meses de asedio para termi-nar viendo cmo los combates llegaban al interior de la ciudad, cuando el golpe del coronel Casado la noche del 5 de marzo, decidido a acabar la guerra, origin una guerra civil en el seno de lo poco que quedaba ya del Estado republicano. Ms de tres semanas despus, los balcones saludaban la maana del 28 engalanados con la bandera monrquica, donde no haba espacio ya para el color morado. Mientras, en las ca-lles se producan las primeras detenciones al tiempo que en la Ciudad Universitaria, entre las ruinas del Hospital Clnico, se escenificaba la entrega de Madrid. El coronel Losas, todava con una chilaba africana como uniforme de campaa del Ejrcito de ocupacin, y el coronel Prada, republicano y vistiendo chaqueta de cuero, hicieron oficial la rendicin. Las imgenes que los servicios de propaganda rodaron de aquella maana incidieron en una idea: Madrid ha vuelto a Espaa, como afirmaba el locutor. A la Espaa franquista. La gente desbordaba las aceras, no se sabe si vitoreando a los soldados liberadores o a los camiones de abastecimiento que cargaban pan blanco, al fin. Un pan que se agotara pronto. Justo lo contrario que el himno monrquico en una Puerta del Sol brazo en alto. All, entonces, algunas personas se equivocaron y levantaron el izquierdo. Pronto aprenderan los ritos de la nueva Espaa. Algunos camiones se ayudaban de altavoces para popularizar los himnos. Frente al Banco de Espaa, en ese momento sonaban los acordes del himno de la Legin.

    Son las imgenes que, casi setenta y ocho aos despus, nos acercan a la atmsfera que se poda sentir tras la cada de Madrid. Todos cele-braban la liberacin porque pasaron el terror, el asesinato, la miseria? El triunfalismo del narrador de aquel metraje es comprensible, pero poda haber varias razones. Hambre. Miedo. nimo de disimular. Ver y ser visto. El tiempo del miedo y del terror tardaran en pasar. Tambin el de la miseria. En ese momento, las tropas que entraban lo hacan en una ciudad en ruinas. Por supuesto, en la Ciudad Universitaria y otros puntos del frente, como la calle Princesa, el parque del Oeste o el Puente de Toledo, donde los combates haban sido dursimos. La plaza de Espaa se encontraba an dominada, aquella maana, por las zanjas. Eran parte de las posiciones defensivas de las bateras que

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    all se encontraban. El Quijote, la estatua que controlaba el centro de la plaza y an hoy lo sigue haciendo, luca ya la bandera adecuada al nuevo tiempo. Desde el Paseo de Extremadura a la estacin de Atocha, pasando por Tetun, en todas las calles podan verse refugios, restos de parapetos o escombros producto de los bombardeos a los que se haba sometido la ciudad. Es lo que muestran los fotogramas de aquella pe-lcula propagandstica. En otra imagen, un recuerdo que inmortaliz el fotgrafo Santos Yubero, la fuente de Cibeles era desenterrada por unos nios que poco a poco retiraban la proteccin antiarea con que la Repblica haba asegurado el monumento en el otoo de 1936. Las misas de campaa no tardaron en llegar. Se improvis una en la glo-rieta del Cisne, actual Emilio Castelar, uno de los lmites orientales de Chamber. El peridico ABC, cuya redaccin fue incautada despus del golpe de Estado y puesta al servicio de la Repblica, volva a editar con el nombre de Torcuato Luca de Tena en su cabecera. An hoy puede comprobarse que, en su primer nmero tras la toma de la ciudad, la portada luca el rostro de Franco, a quien consigna el saludo ms entu-siasta en el momento de la liberacin. Tras ms de dos aos de asedio, finalmente haba conseguido entrar en la ciudad. Cae la noche sobre un Madrid resucitado, segn la voz en off que acompa las imgenes de la ocupacin. Pero, era aquel un Madrid en paz?

    Por la noche, las esquinas de las calles lucan ya el bando de guerra, proclamado por el general Espinosa de los Monteros esa misma ma-ana. A nadie debe asustar la severidad del mismo. Todo ciudadano tiene en su mano que no le alcance [sic] sus castigos, y para ello no tiene ms que cumplir rigurosamente sus disposiciones. Las autorida-des franquistas, que haban declarado el estado de guerra en la ciudad y la provincia, se presentaban conciliadoras. En apenas cinco artculos, el bando ordenaba y mandaba la entrega de cualquier tipo de arma en las tenencias de alcalda, una relacin de bienes muebles al margen de la propiedad antes del 18 de julio de 1936, defina la pena de muerte para actos de alteracin del orden pblico, robo, saqueo o pillaje, la propagacin de rumores o la perturbacin del abastecimiento. El delito de rebelin militar, que tan familiar empezara a resultar a muchas y muchos madrileos a partir de ese momento, tambin se reservaba a cualquiera que extendiera una denuncia falsa.

    Quiz fue esa advocacin lo que anim a Alejandro Sirvent a em-plear los siguientes das en profundizar la investigacin sobre el asesina-to de su padre y su cuado. Reunir toda la informacin posible para no

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    incurrir en un delito tan grave en el momento de testificar. Lo cierto es que la ley tambin estaba a su favor. El edicto de la Auditora de Guerra del Ejrcito de Ocupacin, el organismo encargado de juzgar las res-ponsabilidades contradas en Madrid segn la ley marcial, era claro al respecto en su artculo sptimo:

    Todos aquellos que tuvieren conocimiento de la comisin de algn de-lito durante el dominio rojo y asimismo los que presenciaren cualquier hecho delictivo con posterioridad a la entrada de las tropas nacionales en esta capital, vienen obligados a denunciarlos inmediatamente ante los Juzgados Militares de guardia de la seccin de Orden Pblico correspon-diente, con los apercibimientos anteriores para en caso de no hacerlo.

    La Auditora obligaba, de este modo, a denunciar cualquier tipo de comportamiento considerado delictivo. Especialmente los atentados contra la propiedad y las personas. El suceso en el entorno de Alejan-dro apuntaba en este sentido. l se decidi el 20 de abril, menos de un mes despus de que se publicaran tanto el bando de guerra como el edicto, y tras una investigacin particular. Se dio prisa en que las responsabilidades por la muerte de sus familiares fueran investigadas y para ello confi en el Servicio de Informacin y Polica Militar, que registr su denuncia con el nm. 924. Casi mil denuncias en apenas un mes, en uno de tantos organismos que formaban parte de la maquinaria de la justicia militar franquista. A esas alturas, estaba ms que demostrada la pericia de la polica militar en la detencin de vecinos de Chamber y Cuatro Caminos. Quiz lo supiera y confiara en el personal de Almagro para llevar adelante su caso. El paso que dio Alejandro, que dieron tantos madrileos en los primeros instantes de la posguerra, era tan slo el primero, el que pona en marcha un mecanismo de mayor alcance. Un vecino, un compaero de traba-jo, un conocido en el bar, poda sealar a otra persona y desde ese momento la justicia militar se haca cargo de un proceso que poda ser ms o menos duradero. El 20 de abril, cuando termin su decla-racin, Alejandro no poda ser consciente de que su denuncia abrira un procedimiento que tardara siete aos en resolverse. Una causa que inculpara a muchas ms personas de las que aparecan en su testi-monio e implicara a otras instancias, ms all del SIPM. Las pginas que siguen son el reflejo de la investigacin que sigui a la denuncia de Alejandro, las personas a las que afect y los entornos en los que

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    impact. Un viaje a travs de un sumario militar que se adentr en el universo de Chamber, en sus calles y barrios y uni salas de interro-gatorio, vecindarios y celdas de crceles.

    [Imagen 1. El Cine Europa, imagen de poca.]

    [Imagen 2. El exterior del Cinema Europa tras un mitin de Largo Caballero. ARCM]

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    La fiesta se inicia apenas penetramos en el espacioso vestbulo del se-gundo piso de una casa de la misma calle. Esperando nuestra llegada se han reunido quince o veinte individuos vestidos de paisano, casi todos jvenes, que acogen nuestra entrada con gritos y algazara:- Aqu estn ya!- Duro con ellos!

    Eduardo de Guzmn, Nosotros los asesinos.

    La primera hostia le cay pronto, tras las dos primeras preguntas de rigor. Datos personales y filiacin poltica o sindical. Alberto Chenel de la Cal, 34 aos, natural de Madrid y domiciliado en la calle Bravo Murillo, nm. 158. Afiliado a la CNT desde 1936, donde no he desem-peado cargo alguno. Alberto haba estado los ltimos das preso en la prisin provincial de hombres nm. 1, en la calle del General Daz Porlier, en pleno barrio de Salamanca. Desde all le haba reclamado el SIPM para comparecer ante sus preguntas. Por el interrogatorio al que fue sometido el primero de mayo, contenido en el sumario nm. 13769, habra sido mejor no aparecer por la calle Almagro.

    Desde qu fecha actuaste en el comit que juzgaba a los detenidos en el Cine Europa? Desde los primeros momentos. Estuve en varios juicios, pero slo re-cuerdo el de un seor que trabajaba en el Instituto Geogrfico Catastral[PAM] Recuerdo A un seor anciano, con perilla blanca y gafas. Quiz un general del Ejrcito, que fue conducido al campo de San Germn, en Cuatro Caminos, y ejecutado. En el grupo de ejecucin estaban Serafn Gutirrez, Alberto Solana, Leoncio Snchez y Mximo Belloso.

    los interrogatorios de almagro 36 1.

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    Quin le rob la medalla a su cadver?[][PAM] No recuerdo Eso era cosa de quienes componan el grupo. Dnde fueron enterrados?[] Que dnde fueron enterrados![PAM] No recuerdo Los grupos solan dejar los cadveres abandonados... [PAM] Haba tambin otro grupo, donde estaba Santiago Aliques; Manuel, al que llaman el Penchi; Manuel Martnez, el Bartolo y Justo Farias, el chfer. Haba adems otro conductor. Dnde estn las alhajas y los otros objetos robados? T eras de confianza en el Cine Europa, debes saberlo S En el comit haba gran cantidad, se las entregaban a Vicente Daz, el presidente. Pero no s dnde estn, ni quin se las ha podido llevar.[PAM] Haba un polvorn en el cine? Dnde se guardaban las armas? S Las armas eran robadas, las llevaron al frente del Pardo. Qu sabes del cuartel delegado del Europa, en Hortaleza? Dinos lo que ocurra ah! Fui destinado all en enero de 1937, los cuerpos de los asesinados se enterraban en el jardn No s cuantos. [PAM] Quien lo puede decir es Rosendo Martn Maderuelo, que vive al lado del cuartel. Era quien los enterraba

    Tras la tortura a la que le sometieron aquel lunes, Alberto fue llevado de vuelta a la crcel de Porlier. Los agentes del SIPM tenan lo que que-ran: nombres e informacin. Su testimonio arrancado a golpes apun-taba nuevos detalles de la participacin de otras personas en los hechos que se estaban investigando. Era el turno de volver a interrogar a uno de los presos retenidos en Almagro: Justo Farias. Vecino de la glorieta de la Iglesia, nm. 4, haba sido detenido tres das antes, el 28 de abril. En su declaracin no se advierten signos de violencia. Apenas hay pau-sas, contradicciones o repeticiones. La informacin que transcribi el secretario durante el careo con los agentes aparece, setenta y siete aos despus, bastante fluida. Miembro de la CNT desde mayo de 1936, su colaboracin con la checa del Europa comenz a finales de agosto de ese mismo ao, cuando el Sindicato de Transportes instal un taller

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    de coches en el cine y fue colocado all. Su funcin consista en ser chfer de Santiago Aliques, delegado de Abastos del cuartel localizado en el cine. Su memoria acerca de la composicin del comit instalado tras sus muros era muy clara. Quiz la amenaza de una patada o un puetazo, quiz la de meterle la cabeza en un vter lleno de agua para provocarle asfixia, afinaron su recuerdo. Quiz no hizo falta. Lo cierto es que Justo seal, aparte de a Aliques, a Antonio Segura, a Marcelino Rodrguez, a Vicente Daz, a Antonio Serrano, a Andrs Amores, a Luis Pea, a Alberto Chener, a Eugenio Corredera, a Serafn Gutirrez, a Jos Calvio, a Jos Mas, a Pedro Sanz y a otro llamado Basilio, los cuales tomaban sus acuerdos a puerta cerrada. Los policas tenan una primera lista. En ese momento, tambin record que entre todos ellos, Antonio Segura figuraba como secretario. Tras esas reuniones pri-vadas, segua su declaracin, los individuos del comit salan a prestar el servicio que ellos llamaban de investigacin. Es decir, la detencin de las personas que ellos consideraban, a quienes llevaban al Europa donde, una vez ms a puerta cerrada, supone eran juzgadas e imagina que las sacaban por la noche para eliminarlas. Justo no poda decir ms, ya que se iba del taller a las siete de la tarde, pero s poda ofrecer informacin de lo que suceda en los trayectos que haca en coche. Por ejemplo, si alguna vez llev a detenidos o si escolt algn camin:

    Solamente en una ocasin y sobre las tres de la maana, fue requerido por Santiago Aliques que formaba parte del comit, para que preparara el coche, con el cual se dirigieron en unin de otros dos individuos a la crcel de Ventas. Que a su llegada pudo apreciar que haba unos doce o catorce coches ms y que despus de su llegada, emprendieron nue-vamente la marcha con direccin al pueblo de Aravaca, donde al llegar a las inmediaciones del cementerio se apearon de los coches excepto el declarante, que permaneci en el suyo, oyendo a los pocos momentos un nutrido tiroteo que supone fuera motivado por el fusilamiento de los presos sacados de la crcel de Ventas.

    Aun en tercera persona, estremece la frialdad con la que Justo relat aquel fusilamiento, incluido entre las pginas de un consejo de guerra. El protagonismo de Aliques en este testimonio le presentaba como uno de los principales killers del cine. Salan a la luz, asimismo, otros hechos importantes. Por ejemplo, que la actividad de esta checa no se limitaba a detenciones y juicios, tambin se cometan exacciones en las propias crceles, como la de Ventas. Justo no poda precisar ni el nmero de

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    ejecutados ni la fecha en que sucedi ese hecho, pero s la existencia de otros lugares de ejecucin, apartados del bullicio de la ciudad: la De-hesa de la Villa y otro lugar que ellos denominaban La Vaquera, en Fuencarral, aunque slo por odas. Las joyas robadas a los cadveres, as como algunas armas y explosivos, eran enterradas en el jardn del propio cine. Podran seguir all? La pregunta fue directa. Justo lo igno-raba, aunque poda asegurar que un da tuvo que entrar en la secretara del cine y vio cmo un perito tasaba gran cantidad de alhajas. As acababa su declaracin del 28 de abril.

    La cantidad de nombres e informacin desplegada hizo que los agentes del espionaje militar franquista apostaran por cruzar unas de-claraciones con otras. De esta forma, debieron pensar, sera ms fcil reconstruir el contexto. As como Alberto Chenel apareca en el inte-rrogatorio de Justo, este apareci nuevamente en el de Alberto, el pri-mero de mayo. Por eso, al da siguiente, martes, Justo tuvo que volver a enfrentarse a las preguntas de los policas. Con l comenzaron a afinar el mtodo, a incidir en los detalles. Y empezaron golpeando:

    [PAM] Es cierto que conducas los coches encargados de llevar a los dete-nidos