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Alain de Benoist Comunismo y nazismo 25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX (1917-1989) Traducción de José Javier Esparza y Javier Ruiz Portella INTRODUCCIÓN «Antaño ciego ante el totalitarismo, el pensamiento es ahora cegado por él», escribía con razón Alain Finkielkraut en 1983. 1 * El * Las notas señaladas con cifras remiten a una abundantísima referencia bibliográfica y se encuentran agrupadas al final del 1

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Alain de Benoist

Comunismo y nazismo

25 reflexiones sobre el totalitarismo en elsiglo XX (1917-1989)

Traducción de José Javier Esparza y JavierRuiz Portella

INTRODUCCIÓN

«Antaño ciego ante el totalitarismo, elpensamiento es ahora cegado por él», escribíacon razón Alain Finkielkraut en 1983.1 * El* Las notas señaladas con cifras remiten a una abundantísimareferencia bibliográfica y se encuentran agrupadas al final del

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debate inaugurado en Francia por lapublicación del Libro negro del comunismoconstituye un buen ejemplo de esta ceguera.Otros acontecimientos que, regularmente,obligan a nuestros contemporáneos aenfrentarse con la historia reciente, tambiénilustran la dificultad de determinarse enrelación con el pasado. Esta dificultad se vehoy acentuada por la confrontación entre unenfoque histórico y una «memoria» celosa desus prerrogativas, la cual tiende en lo sucesivoa afirmarse como valor intrínseco (habría un«deber de memoria»), en moral sustitutiva, oincluso en nueva religiosidad. Ahora bien, lahistoria y la memoria no tienen la mismanaturaleza. Desde diversos puntos de vista,incluso se oponen radicalmente.

La memoria dispone, por supuesto, de sulegitimidad propia, en la medida en que aspiraesencialmente a fundar la identidad o agarantizar la sobrevivencia de los individuos ylos grupos. Modo de relación afectiva y amenudo dolorosa con el pasado, no deja de serante todo narcísica. Implica un culto del

libro. Se señalan con asterisco las notas que comportancomentarios del autor o alguna explicación de lostraductores. (N. del Ed.)

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recuer4do y obsesiva remanencia del pasado.Cuando se basa en el recuerdo de las pruebassufridas, estimula a quienes se reclaman de lasmismas a sentirse titulares de la máxima penay sufrimientos, por la sencilla razón de quesiempre se siente con mayor dolor elsufrimiento experimentado por uno mismo.(Mi sufrimiento y el de mis allegados es, pordefinición, mayor que el de los demás, puestoque es el único que he podido sentir.) Se correentonces un gran riesgo de asistir a una especiede competencia entre las memorias, dando a suvez lugar a una competencia entre las víctimas.

La memoria es, además, intrínsecamentebelígena. Necesariamente selectiva, puesto quese basa en una «puesta en intriga del pasado»(Paul Ricœur) que implica necesariamente unaelección —por lo cual el olvido esnecesariamente constitutivo de su formación—, imposibilita cualquier reconciliación,manteniendo de tal forma el odio yperpetuando los conlictos. Al abolir ladistancia, la contextualización, es decir, lahistorización, elimina los matices einstitucionaliza los estereotipos. Tiende arepresentar el encadenamiento de los siglos

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como una guerra de los mismos contra losmismos, esencializando de tal modo a losactores históricos y sociales y cultivando elanacronismo.

Como lo han señalado certeramente TzvetanTodorov y Henry Rousso,2 memoria e historiarepresentan en realidad dos formasantagonistas de relacionarse con el pasado.Cuando esta relación con el pasado avanza porel camino de la memoria, nada le importa laverdad histórica. Le basta con decir:«¡Acuérdate!» La memoria empuja de talmodo a replegarse identitariamente en unossufrimientos singulares que se juzganincomparables por el solo hecho deidentificarse con quienes han sido sus víctimas,mientras que el historiador tiene, por elcontrario, que romper en toda la medida de loposible con cualquier forma de subjetividad.La memoria se mantiene medianteconmemoraciones; la investigación histórica,mediante trabajos. La primera está al abrigo dedudas y revisiones. La segunda, en cambio,admite por principio la posibilidad de sercuestionada, en la medida en que aspira aestablecer hechos, aunque estén olvidados o

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resulten chocantes para la memoria, y asituarlos en su contexto con objeto de evitar elanacronismo. El enfoque histórico, para serconsiderado como tal, tiene, con otras palabras,que emanciparse de la ideología y del juiciomoral. Ahí donde la memoria exige adhesión,la historia requiere distanciación.

Es por todas estas razones, como loexplicaba Paul Ricœur en el coloquio«Memoria e historia». organizado el 25 y 26 demarzo de 1998 por la Academia Universal deCulturas de la Unesco, por lo que la memoriano puede sustituir a la historia. «En un Estadode derecho y en una nación democrática, lo queforma al ciudadano es el deber de historia y noel deber de memoria». escribe por su partePhilippe Joutard.3

La memoria, por último, se hace exorbitantecuando pretende anexionarse la justicia. Ésta,en efecto, no tiene como finalidad atenuar eldolor de las víctimas u ofrecerles algoequivalente al dolor que han sufrido. Tiene porfinalidad castigar a los criminales en relacióncon la importancia objetiva de sus crímenes, yhabida cuenta de las circunstancias en las quehan sido cometidos. Anexionada por la

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memoria, la justicia se convierteinevitablemente en venganza, cuando esprecisamente para abolir la venganza por loque fue creada.

Después de la publicación del Libro negro,hay quienes han reclamado un «Nuremberg delcomunismo». Esta idea, presentada porprimera vez por el disidente ruso VladimirBukovski,4 y generalmente recuperada confines puramente polémicos, es como mínimodudosa. ¿Para qué juzgar a quienes la historiaya ha condenado? Por supuesto que losantiguos países comunistas, si así lo desean,pueden perfectamente hacer comparecer a susantiguos dirigentes ante sus tribunales, pues lajusticia de un país determinado garantiza elorden interno de este país. No ocurre lo mismocon una justicia «internacional», de la que seha demostrado con creces que se basa en unaconcepción irenista y adormecida de la funciónjurídica, y más concretamente en la idea de quese puede desvincular el acto judicial de sucontexto particular. Más profundamente,también se puede pensar que la función de lostribunales consiste en juzgar a hombres y no aideologías o a regímenes. «Pretender juzgar un

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régimen —decía Hannah Arendt— espretender juzgar la naturaleza humana.»

Hace cuatro siglos, el edicto de Nantes yaproclamaba en su artículo primero la necesidadde acallar la memoria para restaurar una pazcivil descompuesta por las guerras de religión:«Que la memoria de cuantas cosas acaecieronpor un lado y por el otro, desde el comienzodel mes de marzo de 1585 hasta eladvenimiento de la corona, y durante lasalgaradas anteriores y con ocasión de aquestas,mantendráse apagada y adormecida, como cosaque acontecido no hubiere; y ni derecho nipotestad tendrán nuestros fiscales generales, niotras cualesquiera personas, en momentoalguno o por la razón que fuere, de efectuarmención, acusación o proceso ante la audienciao la jurisdicción que fuere».

El pasado ha de pasar, no para caer en elolvido, sino para hallar su lugar en el únicocontexto que le conviene: la historia. Sólo unpasado historizado puede, en efecto, informarválidamente al presente, mientras que unpasado mantenido permanentemente actual nopuede sino ser fuente de polémicas partidariasy de ambigüedades.

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I

La publicación, con ocasión del 80.ºaniversario de la Revolución de Octubre, de unLibro negro del comunismo redactado por ungrupo de historiadores bajo la dirección deStéphane Courtois, ha desencadenado undebate de gran amplitud primero en Francia ydespués en el extranjero.5 La obra, que teníaque haber sido prologada por François Furet,fallecido algunos meses antes, se esfuerza pordibujar, a la luz de las informaciones de quehoy disponemos, un balance preciso ydocumentado del coste humano delcomunismo. Este balance se cifra en cienmillones de muertos, o sea, cuatro veces másque el número de muertos que esos mismosautores atribuyen al nacionalsocialismo.

En rigor, tales cifras no constituyen una

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revelación. Numerosos autores, desde BorisSouvarin hasta Robert Conquest y Soljenitsin,se habían interesado ya en el sistemaconcentracionario soviético (Gulag); en lashambrunas deliberadamente mantenidas —sino provocadas— por el Kremlin en Ucrania,que en 1921-22 y 1932-33 causaron cinco yseis millones de muertos respectivamente; enlas deportaciones de que fueron víctimas sietemillones de personas en la URSS (kulaks,alemanes del Volga, chechenos, inguches yotros pueblos del Cáucaso) entre 1930 y 1953;en los millones de muertos provocados por la«revolución cultural» china, etc. Respecto aesos trabajos anteriores, el balance quepropone el Libro Negro parece inclusocalculado a la baja: no han faltadoestimaciones mucho más altas.*

* Mientras que S. Courtois evalúa en 20 millones el númerode víctimas en la URSS, Z. Brzezinski (The Gran Failure.The Birth and Death of Communism in the 20th Century,Scribners, Nueva York, 1989) se arriesgaba diez años antesa dar una estimación de 50 millones de muertos. R. J.Hummel, de la universidad de Hawai, estima que elrégimen soviético mató 61,9 millones entre 1917 y 1987(Letal Politics. Genocid and Mass Morder since 1917,Transaction Pulbl., New Brunswick, 1996). R. Conquest,cuyos trabajos (La grande terreur, Stock, 1970, 2.ª ed.revolución; La grande terreur. Sanglantes moissons.

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El interés del libro reside más bien en que seapoya en una documentación rigurosaprocedente en parte de los archivos de Moscú,hoy abiertos a los investigadores. Ésa es larazón de que las cifras que en él se reflejan nohayan sido apenas impugnadas, y la conclusión

Robert Laffont, 1995) han afirmado durante mucho tiemposu autoridad, llega a un total de 450 millones de víctimas,sin contar los muerots de la Segunda Guerra Mundial. D.Volkgonov (Le vrai Lénine, d’après les archives secrètessoviétiques, Robert Laffont, 1995) ha hablado de 35 mil-lones de muertos entre 1917 y 1953; J. Julliard, de «40millones de muertos en la URSS» («Les pleureuses du com-munisme», en Le Nouvel Observateur, 19 de septiembre de1991, pág. 58); D. Panine, de «60 millones de víctimas». A.Soljenitsin, en el segundo volumen del Archipiélago delGulag también daba la cifra de 88 millones devíctimas.Algunos investigadores basan sus cálculos en unaevaluación del «lucro cesante» demográfico de la poblaciónrusa. En 1917, la URSS contaba con 143,5 millones dehabitantes. Las anexiones de 1940 sumaron 20,1 millonesmás; o sea, un total de 163,6 millones. De 1917 a 1940, yluego de 1940 a 1940 a 1959, el incremento natural dehubiera debido de llevar el volumen a 319 millones deindividuos. Ahora bien, en 1959 sólo había en la URSS208,8 millones de habitantes, lo cual significa un «déficit»de 110,2 millones. Si de esta última cifra se deduce elnúmero de las víctimas de la guerra (44 millones), el resto,es decir, 66,2 millones de hombres, mujeres y niños,representaría el coste humano del sistema soviético (cf. elartículo del demógrafo Kurganov publicado el 14 de abrilde 1964 en el periódico Novie Russkoié Slova, traducciónfrancesa en Est & Ouest, 16 de mayo de 1977). En el otro

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de un cierto número de observadores es que «elbalance del comunismo constituye el caso decarnicería política más colosal de la historia»6

o que ya se ha hecho la verdad sobre «elmayor, el más sanguinario sistema criminal dela historia».*

extremo, J. Arch Getty todavía sostenía hace quince añosque el número de las personas ejecutadas en la épocaestaliniana nunca superó «algunos miles» (Oirgins of theGreat Purges, Cambridge, 1985, pág. 8). Cf. también J.Pág. Dujardin, «Couût du communisme: 150 millones demuertos», en Le Figaro-Magazine, 18 de noviembred 1978,págs. 50-51 y 150; R. W. Thurston, Life and Terror ’su inStalin ’su Russia, 1934-1941, Yale University Press, NewHaven, 1998. El número de los internados del Gulag hasido probablemente sobrevaluado. M. Collinet, en suTragédie du marxisme, avanzaba en 1948 la cifra de 20millones de deternidos al final de la guerra. J. Rossi (LeManuel du Goulag, Cherche-Midi, 1997) habla de 17 a 20millones de prisioneros para el período 1940-50. Basándoseen los archivos oficiales, N. Perth («Goulag: les vraieschiffres», en L’Histoire, septiembre de 1993) ha mostradoque la población total del Gulag al final de la épocaestaliniana era de unos 2,5 millones de personas. Se tieneque añadir, sin embargo, el número de los deportados en«colonias especiales»: más de 2,7 millones de personas a 1.ºde enero de 1953

* Pierre Chaunu, «Les jumeaux “malins” du deuxièmemillénaire», en Commentaire, primavera 1998, p. 219.«Desde el comienzo del mundo —ya había escrito JacquesJulliard—, ningún régimen, ninguna dinastía, ningúnmonarca había conseguido nada parecido. Ni siquiera el

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Así las cosas, lo que ha despertado eldebate no son tanto los propios hechos comosu interpretación. Sea cual fuere su latitud —observa Stéphane Courtois—, todos losregímenes comunistas han «erigido el crimende masas en verdadero sistema de gobierno».Puede deducirse de ahí que el comunismo noha matado en contradicción con susprincipios, sino en conformidad con ellos —en otros términos, que el sistema comunistano ha sido sólo un sistema que ha cometidocrímenes, sino un sistema cuya esenciamisma era criminal. «Nadie más —escribeTony Judt— podrá desde ahora poner enduda la naturaleza criminal del comunismo».7

A ello se añade el hecho de que elcomunismo ha matado más que el nazismo,que ha matado durante más tiempo que él yque ha comenzado a matar antes que él. «Losmétodos instituidos por Lenin ysistematizados por Stalin y sus émulos —escribe Courtois— no sólo recuerdan a losmétodos nazis, sino que con muchafrecuencia les son anteriores». Y añade:

nazismo, que, hacia el final, se quedó corto de tiempo»(«Les pleureuses du communisme», art. cit., pág. 58).

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«Este mero hecho incita a una reflexióncomparativa sobre la similitud entre elrégimen que a partir de 1945 fue consideradocomo el más criminal del siglo y un régimencomunista que hasta 1991 ha conservado todasu legitimidad internacional y que, hasta hoy,está en el poder en varios países y mantieneadeptos en el mundo entero».

El debate ha ido a anudarse en torno a estasdos últimas cuestiones. La idea de que elcomunismo pueda ser considerado comointrínsecamente criminógeno y virtualmenteexterminacionista continúa, en efecto,prestándose a las más vivas resistencias. Lomismo ocurre con el postulado de compara-bilidad entre comunismo y nazismo. Por haberabordado ambos puntos, Courtois se ha «vistoatacado con inusitada violencia por autores queno han dudado en calificar su libro corno «unaimpostura intelectual», una «operación depropaganda»(Gilles Perrault), una «amalgama»(Jean-Marie Colombani), un «regalo al FrenteNacional en el momento del proceso Papon»(Lilly Marcou), una «macabra contabilidad demayorista» (Daniel Bensaïd), un «panfletoideológico» (Jean-Jacques Marie), una «estafa»

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(Maurice Nadeau), una «negación de lahistoria» (Alain Blum) e incluso como«negacionismo» (AdamRayski). Muyrevelador, a este respecto, es el hecho de que sehaya podido reprochar a Stéphane Courtois elhaber escrito que «la muerte por inanición delhijo de un kulak ucraniano deliberadamentecondenado al hambre por el régimen estalinista“vale” lo mismo que la muerte por inanicióndel hijo de un judío del gueto de Varsoviacondenado al hambre por el régimen nazi». Loverdaderamente escandaloso no es esta frase,sino el propio hecho de que alguien puedadiscutirla. Philippe Petit ha llegado incluso aescribir que «todos los muertos no valen lomismo»,8 aunque no ha precisado los criteriosde apreciación que permitirían distinguir entrevíctimas de primer y de segundo rango. Quehoy en día sea preciso argumentar paraconsiderar que un crimen es un crimen, o parademostrar que todas las víctimas valen lomismo, es algo que dice mucho sobre el espíritude nuestro tiempo.

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II

La idea de que se pueda comparar a losregímenes comunista y nazi ha sido siemprerechazada con indignación por los comunistas.Generalmente se olvida que los nazis lahabrían rechazado con igual indignación. Sinembargo, tal comparación ha sido establecidadesde hace mucho tiempo por autores tandiferentes como Waldemar Gurian, ElleHalévy, George Orwell, Victor Serge, AndréGide, Siinone Weil, Marcel Mauss o BernardShaw.

Quienes tuvieron el triste privilegio de sersucesivamente internados en los camposcomunistas y en los nazis, pudieron hacerdicha comparación sobre el terreno. Liberadaen 1945 del campo de Ravensbrück, después

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de haber formado parte de un grupo decomunistas alemanes que el NKVD habíahecho pasar sin transición de los campos de lamuerte en Siberia a las mazmorras de laGestapo, Margarete Buber-Neumann habíadeclarado en su día: «No creo que haya habidoo que persista aún una diferencia de grado afavor de los campos soviéticos». Su voz fueinmediatamente ahogada.

La misma comparación ha servido despuésde fundamento al estudio del totalitarismo,concepto teorizado especialmente por HannahArendt. Igualmente, Allan Bullock haredactado una biografía paralela de Hitler yStalin. François Furet, más recientemente, seha preguntado en profundidad por los motivosde fondo que mueven a quienes se niegan acomparar ambos sistemas. «Esta prohibición—escribe Furet—, interiorizada por losinconsolables como una verdad casi religiosa,no permite pensar el comunismo en su realidadmás profunda, que es totalitaria».9 Nazismo ycomunismo han sido descritos también porPierre Chaunu como «gemelos dicigóticos»,«falsos gemelos».10 Alain Besançon, en lacomunicación presentada a la sesión pública

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anual de reapertura del Instituto de Francia, losha presentado como sistemas «igualmentecriminales».11

La comparación entre comunismo y nazismoes, de hecho, no sólo legítima, sinoindispensable, porque sin ella ambosfenómenos resultan ininteligibles. La únicamanera de comprenderlos —y de comprenderla historia de la primera parte de este siglo—es «tomarlos juntos» (Furet), estudiarlos «en suépoca» (Nolte), es decir, en el momentohistórico que les es común.

Una de las razones en las que se basa estaposición es la existencia de lo que Ernst Nolteha llamado «un nexo causal» (kausaler Nexus)entre el comunismo y el nazismo. En efecto, elnazismo aparece, en muchos aspectos, comouna reacción simétrica al comunismo. YaMussolini, en 1922, cuando la marcha sobreRoma, pretendía hacer frente a la amenaza«roja». El año siguiente, cuando la marcha dela Feldherrnhalle, el nazismo naciente hallaeco en el recuerdo de la Comuna bávara y delas insurrecciones espartaquistas. Frente a unosregímenes parlamentarios a los que se percibíacomo débiles e inadaptados, el golpe de Estado

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revolucionario «nacional» aparece como unarespuesta lógica al golpe de Estadobolchevique, al mismo tiempo que introduceen la vida civil métodos de acción extraídos dela experiencia de las trincheras. El nazismopuede, pues, definirse como un anticomunismoque ha tomado de su adversario las formas ylos métodos, empezando por los métodos delterror. Esta tesis, sostenida desde 1942 porSigmund Neuman,12 ha sido sistematizada porNolte en su interpretación «histórico-genética»del fenómeno totalitario, y obliga ainterrogarse sobre las relaciones de mutuoengendramiento y reciprocidad ointerdependencia entre los dos sistemas. Esverdad que tal tesis, llevada al extremo, puedetambién conducir a desdeñar sus raícesideológicas, que son anteriores a la GranGuerra, pero no cabe duda de que contiene,cuando menos, una parte de verdad. Podemosexpresarlo de otro modo preguntándonos si elnazismo habría tenido las formas que lo hancaracterizado en caso de que el comunismo nohubiera existido. La respuesta, muyprobablemente, es negativa.

Otro motivo que justifica la comparación

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entre ambos sistemas es la estrechaimbricación dialéctica de sus respectivashistorias. Del mismo modo que el sistemasoviético ha despertado una poderosamovilización en nombre del «antifascismo», elsistema nazi no cesó de movilizar en nombredel anticomunismo. El segundo veía en lasdemocracias liberales regímenes débiles,susceptibles de desembocar en el comunismo,mientras que el primero, en el mismomomento, las denunciaba como susceptibles delimpiar el camino al «fascismo». Elcomunismo, siendo antinazi, intentabademostrar que todo antinazismo consecuentellevaba al comunismo. El nazismo, siendoanticomunista, intentaba instrumentalizar elanticomunismo de forma similar, es decir,legitimándose frente a un enemigopresuntamente común. Ambas estrategiasdieron sus frutos. En los años treinta, como hasubrayado George Orwell, muchos se hicieronnazis por un motivado horror al comunismo,mientras que muchos se hicieron comunistaspor un motivado horror al nazismo. El miedojustificado al comunismo empujó a sostener aHitler en su «cruzada contra el bolchevismo»,

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y el miedo justificado al nazismo llevó a ver enla Unión Soviética la última esperanza de lahumanidad.

Comparar evidentemente, no quiere decirasimilar: unos regímenes comparables no sonnecesariamente idénticos. Comparar significaponer juntas, para pensarlas juntas bajo uncierto número de relaciones, dos especiesdistintas de un mismo género, dos fenómenossingulares en el interior de una mismacategoría. Comparar tampoco es banalizar orelativizar. Las víctimas del comunismo noborran a las del nazismo, del mismo modo quelas víctimas del nazismo no borran a las delcomunismo. No es posible, pues, apoyarse enlos crímenes de un régimen para justificar oatenuar la importancia de los cometidos por elotro: los muertos no se anulan, sino que sesuman

Que el comunismo haya sido más destructoraún que el nazismo no puede hacer que elsegundo sea «preferible» al primero, porque ladecisión jamás se ha reducido a una alternativaentre uno u otro.

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III

El comunismo ha destruido más vidashumanas aún que el nazismo, y sin embargocontinúa prevaleciendo la opinión de que elnazismo ha sido, de cualquier forma, algomucho peor que el comunismo. ¿Cómo es estoposible? Ante dos sistemas igualmentedestructores, ¿cómo puede juzgarse menoshorrible al que ha destruido más? ¿Cómo esposible seguir rechazando la idea de que ambossistemas pueden ser comparados?Evidentemente, para sostener semejante puntode vista hay que apartarse del balancerespectivo de cada uno de ellos, pues lacomparación no iría en el sentido de lo que sepretende demostrar.

El argumento alegado con más frecuenciareside en la diferencia de inspiraciones

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iniciales: el nazismo habría sido una doctrinadel odio, mientras que el comunismo habríasido una doctrina de la liberación. Elcomunismo habría sido impulsado por el amora la humanidad (la «comunión». dice RobertHue), y el nazismo por el rechazo de la nociónmisma de humanidad. Así, Jean-JacquesBecker afirma que «hay un humanismo en elorigen del comunismo, y el nazismo es locontrario».13 «El comunismo —añade RogerMartelli— se inscribe en una concepciónhumanista, racionalista, de igualdad entre loshombres.» «En el origen del nazismo —diceRoland Leroy— está el odio a los hombres. Enel origen del comunismo está el amor a loshombres». Guy Konopnicki: «Uno se hacíanazi por odio al género humano. Uno se hacíacomunista por razones rigurosamenteinversas».* El argumento equivale a decir que

* «Un naufrage dans l ’archipel du Goulag», en L'Événe-ment du jeudi, 6 de noviembre de 1997, pág. 22. El propioRaymond Aronhabía recurrido a este argumento al hablar, apropósito del comunismo, de «compaginación de unobjetivo sublime y de una técnica despiadada» (cf.Démocratie et totalitarisme, Gallimard, 1965, pág. 302).Esta distinción había sido criticada por Alain Besançon(Présent soviétique et passé russe, LGF, 1980, págs. 147-148). Aron acabó después renunciando a dicha distinción,

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no que el fin justifica los medios, sino que losmedios no pueden hacer olvidar el fin, y quesobre todo no lo desacreditan. Se abre entoncesel debate de saber si un fin «sublime» no hace,sin embargo, que ciertos medios de lograrloresulten más aceptables…

De ahí se concluye que los crímenes delnazismo eran previsibles, mientras que los delcomunismo no lo eran. Los crímenes de Stalinprocederían de una perversión del comunismo,que era «en sí mismo un ideal de liberaciónhumana»,* mientras que los de Hitler se

confesando al final de su vida que ya no estabaimpresionado por la tesis que distinguía «el mesianismo dela clase y el de la raza» (Mémoires. 50 ans de réflexion po-litique, Julliard, 1983, pág. 737).

* La definición es del dirigente comunista Robert Hue: «Na-zisme, communisme: la comparaison est odieuse et inaccep-table», en L’Evénement du jeudi, 13 de noviembre de1997, pág. 59. Simone Korff Sausse ha subrayado conacierto que la forma en que Robert Hue denuncia el Gulag,al que califica de «monstruosidad», tiene precisamente porobjetivo presentar al estalinismo como una excrecenciapatológica sin relación con el comunismo «real». El«monstruo» (el Gulag) difiere por naturaleza de lanormalidad (el comunismo). «He aquí un hermoso ejemplo—escribe Simone Corp— de maniobra de tipo estalinianoal servicio de una presunta crítica del estalinismo. Lanoción de monstruo aparece para hacer imposible eldebate.» («Monstruosité et manœuvre stalinienne», en Li-

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derivarían directamente de su ideología,abiertamente odiosa y destructora. El nazismosería comparable a un asesino en serie,mientras que el comunismo sería como unaltruista desdichado que mata a quienespretendía socorrer. Al destruir vidas humanas,el nazismo, criminal por vocación, habríacumplido sus promesas y aplicado suprograma. El comunismo, criminal por error,habría traicionado a los suyos. Las prácticasnazis procederían directamente de su doctrina,mientras que las del comunismo soviético«constituirían, por así decirlo, la aplicaciónerrónea de una ideología sana»».14 De maneraque el comunismo sólo habría sido destructorpor accidente, por descuido o por error. Dadoque sus crímenes proceden de unainterpretación equivocada o de un error deaplicación, el terror comunista seríacomparable a un avatar desdichado, a unaccidente, de algún modo, meteorológico(Alain Besançon). En definitiva, elcomunismo, pese a sus cien millones demuertos, podría describirse como un pensa-miento del amor fraternal que ha caído en el

beration, 9 de diciembre de 1997, pág. 5).

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odio sin haberlo querido —un proyectohonorable que ha terminado mal.

Así las cosas, el coste humano delcomunismo habría de achacarse a una«desviación» que, como tal, no tendría nadaque enseñarnos acerca de la naturaleza mismadel sistema. Es lo que afirmaba todavía ClaudeLefort en 1956. Veinte años después,reaccionando ante la publicación de Elarchipiélago del Gulag, Jean Elleinsteindescribía igualmente el estalinismo como unsimple «accidente».15 El terror soviético,explica actualmente Jean-Jacques Becker,resulta ante todo de «la incapacidad de susdirigentes para hacer triunfar por otros me-dios» un ideal que, no obstante, sigue «basadoen la justicia social y la alegría de vivir».16 Losmilitantes comunistas, proclama GillesPerrault, «se adherían a un proyecto deambición universal y liberadora. Que este idealse haya desviado no empobrece susmotivaciones». «Decir que el comunismo esigual al nazismo —añade MadeleineRebérioux, presidenta de honor de la Liga delos Derechos Humanos— es tanto comoolvidar […] que la URSS nunca organizó la

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exclusión de un grupo humano de la leycomún» (!).17 Los crímenes comunistas, a finde cuentas, iban en el sentido del progreso.

Esta argumentación merece ser examinadamás detenidamente.

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IV

«Tenemos derecho a preguntarnos —escribe Stéphane Courtois— por qué el hechode matar en nombre de la esperanza en“alegres amaneceres” es más excusable queel asesinato vinculado a una doctrina racista.En qué la ilusión —o la hipocresía—constituyen circunstancias atenuantes delcrimen de masas».18 En efecto, no termina deverse por qué habría de ser menos grave, omenos condenable, matar a aquellos a quienesse les ha prometido la felicidad que matar aquienes no se les ha prometido tal cosa. Hacerel mal en nombre del bien no es mejor quehacer el mal en nombre del mal. Destruir lalibertad en nombre de la libertad no es mejorque destruirla en nombre de la necesidad desuprimirla. Desde muchos puntos de vista

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hasta es peor. El vicio es aún menos excusablecuando lo practican los profesores de lavirtud, porque éstos están más obligados quenadie a respetar sus principios. Cabe pensartambién que los criminales son tanto máspeligrosos cuanto que se presentan comobienhechores de la humanidad. «Elcomunismo es más perverso que el nazismo—escribe, por ello, Alain Besançon— porquese sirve del espíritu de justicia y de bondadpara expandir el mal»19 Hay, pues, una ciertalógica a la hora de juzgar más severamente aun sistema cuyas intenciones son buenas, peroque, en la práctica, «allá donde se ha impuestopor la violencia, ha provocado un númerogigantesco de víctimas, que a un partido cuyasintenciones pueden calificarse de antemanocomo malas».20 En otros términos, lascircunstancias agravantes no están en el ladoque parece.

Inmediatamente se plantea la cuestión desaber si debe juzgarse a los regímenespolíticos por sus intenciones o por sus actos.Hay que decir que Marx es el primero enrecusar la moral de la intención: la historia,según él, procede ante todo de la praxis.

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«Cuando un idealista perpetra crímenes desdehace ochenta años y se niega a que le llamencriminal a causa de su intención primera —observa Chantal Delsol—, podría pensarseque tal intención tiene las espaldasdemasiado anchas».21 «Ver a los últimosmarxistas de este país refugiarse en unamoral de la intención —añade JacquesJulliard— va a ser, para quienes gusten dereír, uno de los grandes chistes de este fin desiglo».22

Afirmar que el ideal queda a salvo si laintención es buena, es tanto como decir que laverdad de una doctrina se confunde con lasinceridad de quien la reivindica.* Esta actitudse halla hoy muy extendida, y va de par conuna perspectiva a la vez subjetiva y moral de lahistoria de las ideas. Mejor que distinguir entreideas acertadas e ideas falsas, se prefieredistinguir entre ideas «buenas» e ideas«malas», sin precisar, por otro lado, respecto aqué habrían de ser consideradas como tales.(Ésta es una de las razones por las que nadie se

* «Lo importante no es que mi discurso sea verdadero, sinoque sea sincero», escribe textualmente Albert Jacquard(Petite philosophie à l ’usage des non-philosophes,Calman-Lévy, 1997, pág. 205).

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molesta en refutar las ideas falsas.) Pero, enrealidad, con calificar al ideal comunista comoideal «generoso» no hemos adelantado nada.En efecto, enseguida surgen dos preguntas. Laprimera es: «generoso», ¿según qué criterios?Y la segunda: una idea «generosa», ¿esnecesariamente una idea acertada? Elcomunismo y el nazismo son sistemas políticosque reposan sobre ideas falsas. Ante estaconstatación, su «generosidad» respectiva,supuesta o real, no tiene ninguna importancia.Y añadamos que, si en nombre de una idea«generosa» puede asesinarse al cuádruple degente que en nombre de una doctrina de odio,quizá vaya siendo hora de empezar adesconfiar de la generosidad.

Hay que subrayar, en fin, que esta casuísticade la desgracia humana (todas esas objecionessobre el ideal liberador y demás) se colocadeliberadamente en el lado de los verdugos, noen el de las víctimas. Ahora bien, ser víctimade una idea hermosa, ulteriormente desviada,no hace que uno deje de ser víctima: ¿dóndeestá la diferencia para quien recibe una bala enla nuca? Cuando la Inquisición enviaba gente ala hoguera, a las víctimas no les consolaba el

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hecho de que estuvieran siendo quemados porsu propio bien. Cuando los medios empleadosson los mismos, la diferencia entre los fines sedesvanece.

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V

No basta con decir que el comunismo es unabuena idea que ha terminado mal. Hay queexplicar además cómo ha podido terminar mal;es decir, hay que preguntarse cómo una buenaidea, lejos de inmunizar contra el horror, no leimpide realizarse menos que una mala idea.¿Cómo ha sido posible perseguir en nombredel bien, abrir campos de concentración paraliberar al hombre e instaurar el terror ennombre del progreso? ¿Cómo la esperanza hapodido virar hacia la pesadilla? He aquí unaverdadera cuestión filosófica.

Desgraciadamente, la respuesta que nosproponen no tiene nada de filosófico, sino quese limita a alegar las circunstancias. Laviolencia leninista habría sido heredera de laviolencia zarista. Se habría alimentado de la

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violencia de la guerra de 1914-1918, o de laviolencia de las relaciones capitalistas, porentonces en pleno desarrollo en Rusia. Habríaresultado de la necesidad bolchevique de hacerfrente a la oposición violenta de los ejércitos«blancos» durante la guerra civil. Llegados alpoder en un país sin tradición democrática, losbolcheviques, en defensa propia, habrían sido«arrastrados a un ciclo de violencia que nopudieron detener» (Michel Dreyfus). Peroincluso esta violencia se habría mantenidodentro de ciertos límites. Por el contrario, elterror estalinista representaría una corrupción ouna desviación del comunismo ruso: laviolencia habría cambiado de naturaleza, no degrado.

Pero es precisamente esta explicación la queya no se tiene en pie después de la publicacióndel Libro negro, que refuta la fábula del«Lenin bueno» y el «Stalin malo»,demostrando que el sistema de terror se instalaen la Unión Soviética desde la llegada deLenin al poder.23 Éste había escrito ya en 1914:«La esencia entera de nuestro trabajo […] esaspirar a que la guerra se transforme en guerracivil». la cual no es sino «la continuación, el

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desarrollo y la agudización natural de la guerrade clases». La Cheka se funda en diciembre de1917. Trotski declara: «En menos de un mes,el terror va a lomar formas muy violentas, asemejanza de lo que pasó cuando la GranRevolución Francesa». Entre 1825 y 1917, elrégimen zarista había promulgado 6.321condenas a muerte, buena parte de ellasconmutadas por penas de trabajos forzados;* enmarzo de 1918, el régimen de Lenin, con sólocinco meses en el poder, ya había hecho matara 18.000 personas. El 26 de junio de 1918,Lenin escribe a Zinoviev: «No hay que vacilaren golpear con el terror de masas a losdiputados de los soviets, cuando se trata depasar a los actos». El 31 de agosto de 1918, eljefe de la Cheka, Djcrzinski, ordena que sedeporte a campos de concentración a «todoindividuo que ose hacer la menor propaganda

* En 1883, Leroy-Beaulieu, apoyándose en las acta de laadministración penitenciaria rusa, estimaba que el exilioadministrativo por razones políticas sólo había afectadodurante el período 1871-78 a una media de treinta y ochopersonas, rusos y polacos incluidos, al año. En 1889, uno delos más feroces adversarios del régimen zarista, Steniak,indicaba que el mayo penal de Liberia, el de Kara, sóloalbergaba a 150 detenidos (cf. Jocelyne Fenner, Le Goulagdes tsars, Tallandier, 1986).

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contra el régimen soviético». El decreto por elque se crean campos de concentración espublicado en el Izvestia el 10 de septiembre.Trotski precisa que «la cuestión de saber aquién pertenecerá el poder […] no se resolverápor referencias a los artículos de laConstitución, sino por el recurso a todas lasformas de violencia». En 1921 se cuentan yasiete campos de concentración cuyos internosson mayoritariamente mujeres y ancianos.Serán ya sesenta y cinco en 1923, en cuyafecha un millón ochocientos mil oponentes yahabrán sido pasados por las armas.

De modo que el terror comunista no puedeinterpretarse simplemente como unaprolongación de la cultura políticaprerrevolucionaria, como tampoco es el reflejode una «violencia venida del pueblo» o de una«tradición del presidio ruso». Tampoco puede,por último, ser reconducida a una simplerespuesta al «terror blanco». Al contrario, larepresión cobra toda su amplitud cuando laguerra civil termina.

El argumento de las «circunstancias» invitaa contextualizar los crímenes comunistas,levantando acta del encadenamiento histórico

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de las causas y efectos; por ejemplo, de lanecesidad de defenderse frente al enemigo.Esta postura rara vez se adopta en lo queconcierne a los crímenes nazis. Sin embargo, sihemos de creer que no hay nadaespecíficamente comunista en el terrorcomunista, se podría igualmente sostener queno hay nada específicamente nazi en el terrornazi. En detrimento de su pretensión deuniversalidad, el comunismo sería de algúnmodo soluble en la geografía. Sin embargo, elhecho de que se haya manifestado como unafuerza destructora en todas partes donde hallegado al poder, obliga a ser escéptico sobre lasupuesta influencia del contexto. Se alega elpeso de las circunstancias, pero habría quepreguntarse cómo es posible que talescircunstancias se hayan reproducido en todaspartes. Por otro lado, es difícil ver el terrorcomo «una desviación», cuando éste aparecedesde los inicios del sistema. Y si Stalin se halimitado a sistematizar el aparato de terrorfundado por Lenin, se hace igualmente difíciloponer el ideal comunista a sus aplicacionesconcretas. Por supuesto, siempre podrásostenerse que el sistema soviético nunca ha

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tenido nada que ver con el comunismo. Pero siLenin no era comunista, ¿quién lo era?

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VI

Pregunta Jacques Julliard: «¿Por qué loscriminales que dicen estar del lado del bien sonmenos condenables que los criminales quedicen estar del lado del mal?».24 La pregunta espertinente, pero está mal formulada. En efecto,el nazismo, como el comunismo, jamás hadicho «estar del lado del mal»». Ha dicho estardel lado de ideas que podemos juzgar, y conrazón, como falsas, y por tanto malas, lo cual esmuy diferente. Pero no podemos actuar como siel juicio que el nazismo formulaba sobre símismo correspondiera al juicio que nosotrosformulamos sobre él. De lo contrario, tambiénpodríamos decir que el comunismo no estabadel lado del bien, sino del lado del mal, enproporción con el horror que sus ideas puedaninspirarnos.

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En este sentido, el razonamiento que oponela «doctrina de odio» del nazismo al «ideal deemancipación humana» del comunismo resultaperfectamente sesgado. Es tanto como oponeruna definición del comunismo proporcionadapor sus partidarios a una definición delnazismo proporcionada por sus adversarios. Entales condiciones, no es difícil hacer que elprimero aparezca como un mal menor. De unaasimetría fáctica se extrae una conclusión nomenos artificial: non sequitur.

En realidad, el nazismo no pretendía menosque el comunismo conseguir la «felicidad» deaquellos a quienes se dirigía. Ni tampoco dejabade prometer perspectivas «radiantes» a suspartidarios. Sostener lo contrario -como DanielLindenberg cuando escribe que los nazis«obtuvieron numerosas adhesiones sobre la basede su elogio de la matanza»,25 conduce a hacerinexplicable el apoyo que encontró en las masas.Plantear que un sistema político puede suscitar elentusiasmo presentándose abiertamente comoportador de una «doctrina de odio» implicaconsiderar a sus partidarios como locos,criminales, enfermos o pervertidos. Y entonceshabría que explicar cómo es posible que un

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pueblo entero se vuelva loco. Si lo es pornaturaleza, ¿qué idea tendríamos que hacernos dela naturaleza humana? Si lo es por accidente,¿cómo se ha vuelto loco —o cuándo deja deestarlo?

Nazismo y comunismo han seducido a lasmasas mediante ideales diferentes, pero quepodían parecer igualmente atractivos. Todo elproblema viene de lo que la realización de talesideales implicaba; a saber: en ambos casos, laerradicación de una parte de la humanidad.Desde este punto de vista, resulta muy dudosala distinción entre el exterminio como mediode realizar un objetivo político y el exterminiocomo fin en sí: ningún régimen ha consideradojamás como «un fin en sí» las matanzas a lasque haya podido entregarse. Stéphane Courtoiscaracteriza el «genocidio de raza» y el«genocidio de clase» corno dos subcategoríasdel «crimen contra la humanidad». El punto departida, en todo caso, es el mismo. La utopíade la sociedad sin clases y la utopía de la razapura exigen por igual la eliminación de losindividuos sospechosos de obstaculizar larealización de un proyecto «grandioso»; a sa-ber, el advenimiento de una sociedad

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radicalmente mejor. En ambos casos, laideología (lucha de razas o lucha de clases)conduce a la exclusión de un principiomaléfico, representado por categorías (razas«inferiores» o clases «nocivas») compuestaspor individuos cuyo único crimen es pertenecera esas categorías; es decir, existir. En amboscasos se designa un enemigo absoluto con elcual es impensable transigir. En ambos casos,de ahí resulta un terror planificado de maneramuy similar. Odio de clase u odio de raza, pro-filaxis social o racial, todo es lo mismo.

A este respecto, la «clase» no es una categoríamás flexible ni menos indeleble que la «raza».Una y otra fueron esencializadas de manerasemejante. El 1.º de noviembre de 1918, MartynLatsis, uno de los primeros jefes de la Cheka,declara: «Nosotros no hacemos la guerra contralas personas en particular. Nosotrosexterminamos a la burguesía como clase». El 24de enero de 1919, el Comité Central del PCUSordena que los cosacos sean «exterminados yfísicamente liquidados hasta el último». «Loskulaks no son seres humanos», dirá Stalin. En1932, Máximo Gorki añadirá: «El odio de clasedebe ser cultivado como una repulsión orgánica

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respecto al enemigo en cuanto ser inferior. Miconvicción íntima es que el enemigo esrealmente un ser inferior, un degenerado en elplano físico, pero también en el moral». En1940, al llegar el Ejército Rojo a los paísesbálticos, hizo saber que las poblacionesconquistadas serían juzgadas por su «pasado ypor las acciones de las generaciones anteriores».En la óptica de un Lyssenko, que sostenía lahereditabilidad de los caracteres adquiridos, lastaras sociales podían también ser consideradascomo genéticamente transmisibles…

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VII

François Furel ha escrito que el nazismo yel comunismo «se oponen como lo particular alo universal». (Hubiera podido señalar queesta oposición ha revestido un cierto carácterdialéctico: del internacionalismo al«socialismo en un solo país» en el caso deStalin; del nacionalismo alemán al racismo unniversal en el caso de Hitler.) Otros otorgan alcomunismo el crédito de haberse movido, almenos, por una preocupación universalista.Pero este razonamiento también es un tantosesgado. Que el nazismo haya pretendidohacer la felicidad de tan sólo una fracción dela humanidad —el pueblo alemán—, mientrasque el comunismo ha pretendido conseguir ladicha de la humanidad entera, no dice nada en

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favor de este último. Cuando se combate ennombre de una nación, sólo de ésta se puedeexcluir a quien se combate. El imperativo de«purificar la raza» limita al menos los costes aesa raza. Pero… ¿purificar la humanidad?

Sobre la base de sus presupuestos, elnazismo describió como «infrahombres» aalgunos de sus adversarios. El comunismo,sobre la base de los suyos, tenía que extenderla exclusión a toda la humanidad. En efecto, lased de regenerar la humanidad entera,pretendiendo identificarse con sus interesesobjetivos, conduce inevitablemente a situarfuera de la humanidad a aquellos a quienes seha designado como obstáculos para tal re-generación. «Cuando se lucha por lahumanidad —escribe Claude Polin—, se luchacontra los enemigos de la humanidad —esdecir, contra seres que no forman parte de lamisma».26 En 1927, el propagandista soviéticoA. Arosev llegó a escribir: «Es enemigoquienquiera dé la impresión, por signosfísicos, psíquicos, sociales, morales u otros,de estar en desacuerdo con el ideal de lafelicidad humana» (sic).27 Con semejantesdefiniciones, todo el mundo puede con razón

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ser perseguido. El universalismo agrava eltotalitarismo, no sólo porque hace del mundoentero su campo de batalla, sino también porquegeneraliza por ello mismo la «lucha de todoscontra todos». «Más explícitamente aún que elnazismo —subraya también Claude Polin—, eldespotismo comunista se entronca en elpequeño tirano que existe en cada hombre,pero de tal modo alza a todos los hombrescontra todos: el enemigo ya no es el otro, sinoel semejante, y precisamente por ser unsemejante».28

Precisamente porque el comunismo haquerido desde su inicio luchar en nombre de lahumanidad, su carácter destructor se haextendido a toda la humanidad. Lejos de sercircunstancias atenuantes, sus pretensionesuniversalistas son, al contrario, las queexplican su carácter universalmente mortífero.

Así pues, el anhelo de emancipar la tierraentera no supone un obstáculo para el terror,sino que, al contrario, le confiere unalegitimación superior. Defender un idealabsoluto justifica, igualmente, el recurso amedios absolutos. En Krasnyi Metch («Ladaga roja»), órgano de la Cheka de Kiev,

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podía leerse en agosto de 1919: «Nuestramoralidad no tiene precedente, nuestrahumanidad es absoluta, porque descansasobre un nuevo ideal: destruir cualquierforma de opresión y violencia. Para nosotrostodo está permitido, pues somos los primerosque en el mundo han levantado la espada nopara oprimir y esclavizar, sino para liberar ala humanidad de sus cadenas […] ¿Lasangre? ¡Que la sangre corra a mares!».

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VIII

Hostiles a cualquier comparación entrenazismo y comunismo, algunos autores hanquerido, más allá de la supuesta diferencia deinspiración, buscar otra en las motivaciones oen los comportamientos. Así, Jean Danielescribe: «Un joven que va hacia el comunismose halla al menos impulsado por un deseo decomunión. Un joven fascista sólo se vefascinado por la dominación. Eso marca unadiferencia esencial».29 «Siempre habrá unadiferencia —añade Jean-Marie Colombani—entre quienes se comprometen creyendo en unideal unido, por la reflexión, a la esperanzademocrática [sic], y quienes se ven atraídospor un sistema que reposa sobre la exclusión yque apela a las pulsiones más peligrosas delindividuo».30 Dentro de un espíritu próximo,

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Jean-Jacques Becker ha podido glosar la «fazclara» del sistema soviético: «La faz clara delcomunismo ha existido, existe en los millonesy millones de comunistas simples militantesque han sido capaces de hacer todos lossacrificios por una cuasa en la que creían […].Este por esta faz clara, entre otras razones, porlo que el comunismo no puede confundirse enmodo alguno con el nazismo»31

Se trata de apreciaciones completamentesubjetivas. En realidad, como bien hasubrayado Alain Besançon, tanto el nazismocomo el comunismo han propuesto por igual«ideales elevados» capaces de «suscitar laentrega entusiasta y los actos heroicos». Uno yotro han seducido por igual a grandes nombresy a intelectuales de alto nivel. Uno y otro handespertado actos desinteresados y han movidoa los hombres al sacrificio de sí hastaproporciones rara vez vistas. El pueblo alemánsostuvo a su Führer hasta el fin, a pesar de lasruinas y de los muertos, mientras que el podersoviético, en el momento de su desplome,había disipado todo el crédito que poseía entresu población. Pero el comunismo también harepresentado una inmensa esperanza para

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millones de hombres y de mujeres; hainspirado luchas que con frecuencia eran justasy necesarias. Decir, como Jean-JacquesBecker, que «el nazismo o el fascismo nuncaprovocaron el mismo impulso» que elcomunismo32 significa olvidar que hubo368.000 voluntarios extranjeros en las Waffen-SS, mientras que en las BrigadasInternacionales no hubo más que 35.000.

Es verdad que los propios sistemastotalitarios organizaron la movilización de lasmasas, pero no es menos cierto que también sebeneficiaron, al menos durante algún tiempo,de una adhesión masiva, y que esta adhesiónpudo traducirse en comportamientos dignos desuscitar admiración. Mejor que negar oignorar esto, habría más bien que preguntarsecómo es posible que unos sistemas políticosque han demostrado ser los más destructivosde la historia pudieran suscitar también tantadevoción, tanto heroísmo, tanto espíritu desacrificio y de entrega de sí. En una primeraaproximación, la respuesta podría ser que, enla medida en que ambos aspiraban a loabsoluto, así ambos impulsaroncomportamientos absolutos, en lo mejor y en

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lo peor. Que un mismo sistema pueda ser a lavez criminal y capaz de inspirar conductasadmirables sólo puede turbar a los ingenuos oa los sectarios, ya porque deduzcan(erróneamente) que tal sistema no era tancriminal, ya porque crean (tambiénerróneamente) que tales conductas no eran tanadmirables. El hecho de que los partidarios delos sistemas totalitarios hayan podido mostraruna conducta heroica no hace mejor la causaque defendían, pero, inversamente, lanaturaleza de esa causa no resta nada a suheroísmo. La virtud de los hombres no hacevirtuosas a las doctrinas que defienden. Pascalse equivoca cuando dice que sólo hay quecreer los testimonios de quienes son capacesde dejarse matar por ellos: eso atestigua lafuerza de sus convicciones, pero no su justeza.

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IX

Roger Martelli se apoya de formaextravagante en el hecho de que Stalinniultiplicara las purgas dentro de su propiopartido para escribir: «Hubo anliestalinistascomunistas, pero nunca hubo antihitlerianosnazis».33 El argumento lo retoma NicolasWerth cuando afirma que nunca se ha visto amilitantes nazis criticar el hitlerismo o«intentar reformar el sistema desde el interior».La existencia de comunistas que han sidovíctimas del sistema estaliniano o que se hanlevantado contra la «desfiguración» de susideas por el régimen soviético daría testimoniode la traición del ideal comunista por parte delcomunismo «oficial».

Este argumento es mediocre. Robespierrefue víctima del Terror, pero ello no le exonera

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de responsabilidades en su instauración. Espropio de todo sistema político el suscitar ensu seno todo género de disidencias; ello no im-plica que los disidentes tenganautomáticamente razón contra sus antiguoscompañeros. En cuanto a la idea de que jamáshubo «antihitlerianos nazis», simplemente esfalsa. Al margen del caso de todos aquellosque en 1933 aspiraban a tina «revoluciónnacional» en Alemania y que fueron no sólodecepcionados, sino también frecuentementeperseguidos por el III Reich, podría citarse elejemplo de los hermanos Otto y GregorStrasser, o el de las víctimas de la purga dejunio de 1934. También podría citarse aHermann Rauschning, cuya Revolución delnihilismo, publicada en vísperas de la guerra,es comparable al Stalin de Boris Souvarin.Podríase, por último, recordar los núcleos deoposición, hoy en día bien identificados, quedurante la guerra se constituyeron en el seno delas SS o del SD. Si el III Reich hubiera duradomás que los doce años durante los que ocupó elpoder, es probable que tales disidencias sehubieran ahondado y multiplicado, sin que setenga por supuesto la posibilidad de saber en

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qué dirección.Lo que sí puede decirse, en cambio, es que

el nazismo, efectivamente, mató menos nazisque comunistas mató el comunismo. Pero¿habla esto en favor del segundo? Una de lasparticularidades del sistema soviético, poroposición al sistema nazi, es que los adeptosal régimen no eran menos sospechosos ni seveían menos amenazados que sus adversarios.En el sistema soviético, el imaginario delcomplot se hallaba completamenteinteriorizado, y los propios partidarios eranconsiderados corno traidores en potencia. Poreso, la vigilancia de la población fue aún másintensa, y las llamadas a la delación aún mássistemáticas: en 1939, la Gestapo empleaba a6.900 personas; el NKVD, a 350.000. En1939, en el 18.º Congreso del PCUS, sóloestaban presentes treinta y cinco delegados debase del congreso anterior (de un total de1.966): 1.108 de ellos habían sido detenidosmientras tanto por «crímenescontrarrevolucionarios». Dos años antes,cuando estalló el caso Tukhachevsky, ladepuración del Ejército Rojo se había saldadocon la ejecución de 30.000 oficiales, el

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noventa por ciento de los cuales erangenerales, y el ochenta por ciento coroneles.¡Mientras tanto, en París, L’Humanité secongratulaba por esta purga de «traidores alservicio del espionaje hitleriano!

Otro rasgo específico del terror comunista,bien evidenciado por los procesos de Moscú,era la voluntad de hacer «confesar» a losdisidentes crímenes que no habían cometido;es decir, empujarlos a renegar de sí mismos.Las tiranías clásicas se limitan a amordazar a laoposición; los regímenes totalitarios quieren,además, suscitar la adhesión y controlar nosólo los actos sino también los pensamientos.Y el comunismo soviético, más lejos aún,quería controlar también las reservas mentalesde los individuos. Lenin y Stalin ordenaronmatar en gran número a sus propios compa-ñeros de armas (lo que no hizo Hitler, aexcepción de la purga de junio de 1934). Secomprende que la cosa les haya chocado a lossupervivientes. Pero resulta extraño apoyarseen este plus de inhumanidad para concluir queel comunismo era más humano.

También hay que constatar que el nazismo,en conjunto, trató a los alemanes de forma muy

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diferente que a las poblaciones de los paísesocupados, mientras que Stalin no trató a lapoblación rusa de forma menos brutal que a lade los países que conquistó. En los campos deconcentración nazis, sólo una pequeña minoríaera alemana, mientras que, entre 1934 y 1947,quince millones de rusos fueron enviados alGulag. Que el régimen nazi se haya ensañadosobre lodo con las poblaciones extranjeras,mientras que los regímenes comunistasexterminaban prioritariamente a suspoblaciones propias tampoco es algo que hableen favor de los segundos. En derecho penalsuele considerarse que el hecho de matar a lapropia familia es un delito particularmentegrave.

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X

En un editorial digno de figurar en unaantología de la literatura bajo influencia, Jean-Marie Colombani afirmaba que el contenidodel Libro negro corre el riesgo de hacer eljuego a la extrema derecha». Es un argumentode tipo estratégico. Hablando de «toma departido ideológica», de «simplificación» y«amalgama», Colombani escribe que elverdadero peligro estriba en «servir decoartada a quienes quieren probar que, dadoque un crimen equivale a otro, las últimasbarreras que nos preservan de la legitimaciónde la extrema derecha están caducadas».34 Deahí se deduce que el único medio para«ilegitimar» a la extrema derecha seríasostener que no todos los crímenes valen lomismo; es decir, que hay crímenes que son

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menos graves que otros. Pero ¿según quécriterio?

El argumento según el cual la denuncia delos crímenes del comunismo haría el juego a laextrema derecha retoma de forma integral laretórica estaliniana de movilización contra untercero presentado como enemigo común. Estaretórica descansa en un silogismo muy simple:dado que algunos anticomunistas sonimpresentables, es preciso no criticar alcomunismo para no ofrecerles argumentos quepudieran luego explotar. Nadamos en plenoutilitarismo teleológico: hay verdades que sonindeseables porque no son rentables, y haymentiras que son necesarias. La cuestión quese plantea entonces es de dónde viene el valorde la verdad: ¿proviene de que manifiesta laverdad o de que en determinadascircunstancias puede proporcionar unbeneficio? Si la verdad no vale por sí misma,sino solamente en tanto que puede ser puesta alservicio de una causa o de una creenciadeterminada, entonces ya no hay verdad quevalga. Además, si la oportunidad de decir laverdad depende del uso que se pueda hacer deella, nada nos permitirá decir que una doctrina

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es más verdadera que otra. Precisamente poreso el valor de verdad de las ideas ya no es hoytenido en cuenta. Hoy ya no se juzga loverdadero o lo falso, el «bien» y el «mal» —un«bien» puramente instrumental, sin ningunarelación ya con lo verdadero.

Si seguimos a Colombani, es evidente quehabría que prohibir toda investigación históricaque amenazara con alimentar malospensamientos. Seguimos así los pasos de Jean-Paul Sartre cuando pretendía que había queguardar silencio sobre los campos soviéticos«para no desesperar a Billancourt».* «Estasgentes —observa Courtois— todavía no hanroto con esa cultura de comisario político queemponzoña el mundo editorial».35

* Billancourt: barrio de las afueras de París célebre por susmovilizaciones comunistas. (N. del T.)

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XI

También se ha querido, en fin, negar el quese pudiera comparar los regímenes comunista ynazi arguyendo la horrible persecuciónorganizada por el III Reich contra los judíos.Tal persecución, declarada «única», sería pornaturaleza inconmensurable y, por tanto,«indecible»; un acontecimiento sin parangóncon ningún otro del pasado, presente o futuro.La palabra «genocidio» no tendría plural y elnazismo sería el astro negro cuya sombría luzharía palidecer a todos los demás. Discutir esta«unicidad» (Einzigartigkeit) equivaldría atrivializar el nazismo. Reconocerla obligaría aver en él un mal absoluto; es decir, un malincomparable a cualquier otro.

Desde el punto de vista del historiador, estáclaro, sin embargo, que declarar «único» el

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fenómeno nazi no es algo que permitacomprenderlo. Es algo, por el contrario, queprohíbe incluso su análisis, el cual esidentificado de antemano con una«banalización». En efecto, un acontecimientoque no puede ser puesto en relación con otrosacontecimientos se convierte en algoincomprensible. Deja de ser un acontecimientohistórico, necesariamente situado en uncontexto, para convertirse en una idea pura.Por otra parte, tal declaración de «unicidad»presupone una contradicción, puesto que sólose puede rechazar la comparación entre dossistemas si antes se ha buscado entre ellosdiferencias «absolutas» que sólo puedenencontrarse, precisamente, comparándolos.«Cómo saber que una cosa es diferente a todaslas demás si nunca se la ha comparado connada?». subraya al respecto Tzvetan Todorov.*

* «Je conspire, Hannah Arendt conspirait, Raymond Aronaussi…» [Yo conspiro, Hannah Arendt conspiraba,Raymond Aron también…], en Le Monde, 31 de enero de1998. «A quienes le deniegan a la comparación cualquiervalor, explicando que la historia sólo se interesa por loúnico —escribe por su parte Ian Kershaw—. se les puedesencillamente responder que sólo mediante la comparaciónse puede establecer la unicidad de un acontecimiento»(«Nazisme et stalinisme. Limites d’une comparaison», en

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Es igualmente insostenible la idea de que loscrímenes nazis se «banalizarían» si nosnegáramos a ver en ellos un acontecimiento«único». Presupone que los crímenes se anulanunos a otros, o que los asesinatos, al sersituados en su contexto, son menos criminales.La verdad es que ningún crimen sirve paraexcusar a otro. De esa idea se deduce ademásun efecto perverso, que estriba en laposibilidad de darle la vuelta: hacer de unsistema y sólo de uno el «mal absoluto» estanto como hacer relativas las acciones detodos los demás. Si recordar los crímenes delcomunismo equivaliera a banalizar los delnazismo, el recuerdo de los crímenes nazisbanalizaría necesariamente todos los demáscrímenes. De manera que para no banalizar uncaso singular, se desemboca en unabanalización general. Pero también podemospreguntarnos si la palabra «banalización» es lamás conveniente. Hay necesariamente una«banalidad del mal» (Hannah Arendt) porqueel mal, como el bien, forma parte de lanaturaleza humana.

Afirmar dogmáticamente la singularidad

Le Débat, marzo-abril de 1996, pág. 180).

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absoluta de un hecho equivale, por otra parte, adespojarlo de toda fuerza de ejemplaridad.Sacar lecciones del pasado implica, pordefinición, que ese pasado sea, al menos enparte, reproductible, sin lo cual no sirve denada pretender sacar lecciones. Como escribede nuevo Todorov, «lo que es singular no nosenseña absolutamente nada sobre el futuro».36

Los mismos que se indignan porque se puedacomparar al comunismo con el nazismo son losprimeros, sin embargo, que se dedican aasimilar con el nazismo cualquier tipo de ideaque les disguste. Es una inconsecuencia. Losmismos que afirman ver en el nazismo unfenómeno «único», aseguran verlo renacertodos los días. Otra inconsecuencia. No sepuede afirmar a la vez que el nazismo es«único» y que está presente por todas partes.Por definición, un hecho «único» no puedereproducirse. Por el contrario, si se estima quese puede reproducir, entonces no es «único».

La tesis de la «unicidad» es, de hecho, unargumento metafísico. Si los verdugos no soncomparables con ningún otro, lo mismo ha depasar necesariamente con las víctimas. Comoel mal absoluto remite al bien absoluto, la

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singularidad absoluta de unos implica lasingularidad absoluta de los otros. Lapersecución se ve entonces explicada por laelección. Hitler consideraba, por lo demás, queno puede haber dos pueblos elegidos. Enúltimas, el sufrimiento de los judíos participa-ría, «no de la historia, sino de una Providenciaal revés en la que los judíos serían el puebloCristo».37 Para calificar semejante visión de lascosas, Jean Daniel, Edgar Morin y HenryRousso han hablado de «judeocentrismo».*

Pero presentar a un verdugo comorepresentante del mal absoluto no tiene mássentido que presentar a una víctima comorepresentante del bien absoluto. De lo contra-rio, habría que sostener que hay vidas (las querepresentan el bien absoluto) cuya supresión esmás imperdonable que la de otras. Y esta ideaes precisamente la que sostenían los naziscuando hablaban de «vidas sin valor de vida».Es inaceptable. Ningún pueblo, ningunacategoría humana posee por naturaleza un

* «Por mi parte —escribe Jean Daniel—, no tengo ningúnembarazo en considerar que tal abandono casi místico a unavisión judeocéntrica encierra todos los peligros.» («Sur untexte d’Alain Besançon», en Commentaire, primavera de1998, pág. 228.)

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estatuto existencial o moral superior. Ningunopuede sacar de sus creencias, de sus orígenes,de su aportación colectiva o de su historia lapretensión de afirmarse ontológicamente comomejor o más irreemplazable que otro.

La comprensión del pasado no puedeefectuarse desde el horizonte del juicio moral.En el terreno de la historia, la moral secondena a la impotencia, porque se basa en laindignación —definida por Aristóteles comouna forma no viciosa de la envidia—, unaindignación que, al proceder mediante eldescrédito, impide el análisis de lo quedesacredita. «La descalificación por razones deorden moral —escribe Clément Rosset—permite evitar todo esfuerzo de la inteligenciapara entender el objeto descalificado, de formaque un juicio moral traduce siempre un rechazode analizar e incluso un rechazo de pensar».38

Además, la denuncia moral del comunismo odel nazismo pasa por alto el hecho de queambos sistemas se jactaban de sereminentemente morales. No pretendían abolirla moral, sino inventar otra distinta —u oponerla suya a la de los demás.*

* «Denunciar el orden moral impuesto por la Alemania

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«Los defensores de la ideología ética —subraya Alain Badiou— ponen tal empeño enlocalizar directamente en el Mal la singularidaddel exterminio que, con frecuencia, niegancategóricamente que el nazismo haya sidopolítico. Pero ésta es una postura a la vez débily sin coraje […]. Los partidarios de la“democracia de los derechos humanos”gustan, con Hannah Arendt, de definir lapolítica como el escenario del “estar-juntos”[…]. Nadie deseó tanto como Hitler el estar-juntos de los alemanes».39 Los sistemastotalitarios son sistemas políticos. Paracondenarlos basta con reconocer que sonpolíticamente malos: su nefasta cualidadpolítica permite por sí misma hacerlos ina-ceptables.

La noción de mal absoluto, referida a losasuntos humanos, carece de sentido, pues loabsoluto no es de este mundo. Del mismo modoque no hay sufrimientos «inconmensurables» en

nacionalsocialista durante su penoso régimen —escribetambién Clérnent Rosset— sólo era y sólo es una reacciónsaludable si y solamente si tal denuncia no encierra, a suvez, una nueva denuncia moral, cuyo efecto sería el deanular el datodo» (Le démon de la tautologie. Suivi de cinqpetites pièces morales, Minuit, 1997, págs. 68-69.)

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el orden del conocimiento positivo, tampoco haycrímenes que no puedan ser comparados a otros.Los medios empleados para cometer un crimenpueden ser inéditos, pero ello no hace que esecrimen sea «único». El carácter criminal de unacto resulta de la naturaleza de ese acto, no delos medios empleados para cometerlo. Todoacontecimiento se sitúa en un contexto, y por esopuede ser comparado con otro acontecimiento.Todo acontecimiento es a la vez único yuniversal, eminentemente singular yeminentemente comparable. Por último, al aislarun sistema totalitario para hacer de él un malabsoluto, se olvida que también los propiossistemas totalitarios designaban a sus adversarioscomo el mal absoluto. Ver en ellos el malabsoluto es aceptar ese efecto de espejo.Situarlos fuera de la humanidad es seguir suescuela.

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XII

El obstinado rechazo, bien evidenciado porel Libro negro, de comparar el comunismo y elnazismo tiene una consecuencia directa: ladiferencia de trato entre ambos totalitarismos ytodo lo que les pueda estar emparentado.Mientras que el nazismo es considerado comoel régimen más criminal del siglo, elcomunismo, que ha causado la muerte de unnúmero mucho más considerable de hombres,sigue siendo considerado como un sistema,desde luego impugnable, pero perfectamentedefendible tanto en el plano político como enel intelectual o moral.

Se podrían dar incontables ejemplos de estadiferencia de trato. La misma afecta tanto a loshombres como a las ideas. También pesa sobreel panorama político. El nacionalismo es

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corrientemente asimilado al fascismo, el cuales a su vez asimilado al nazismo, mientras queel socialismo nunca es considerado comopotencialmente estaliniano. La derecha siemprees sospechosa de «fascismo», mientras que elcomunismo, pese a sus errores, se supone quepertenece a las «fuerzas de progreso». Lapuesta en venta de un libro nazi suscitavehementes protestas (y cae sobre él el peso dela ley), mientras que la venta de un librocomunista no suscita ningún comentarioparticular. Un antiguo nazi se convierte enalguien infrecuentable para siempre jamás,mientras que el hecho de haber sido comunistano acarrea ninguna pérdida de prestigio ni destatus social, incluso para quienes nunca hanexpresado arrepentimiento alguno. La menorvinculación, real o supuesta, con una ideologíade la que se supone, con o sin razón, que tengala más remota relación con el nazismo,constituye una indeleble marca de infamia queacarrea la denuncia y la exclusión. Un escritorde la Colaboración* forma parte para siemprejamás de los «malditos», pero a un escritor o a

* Es decir, quienes colaboraron con los alemanes durante laocupación de Francia en la II Guerra Mundial. (N. del T.)

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un artista estaliniano no se le niegaretrospectivamente ningún homenaje a causade su estalinismo. Pablo Neruda, BertoltBrecht o Eisenstein son, con razón, celebradospor su talento. Drieu de la Rochelle, Céline oLeni Riefenstahl, cuando no se les deniega elsuyo, siguen rodeados de un aura demalditismo, que lleva a señalar que «el talentono es una excusa». No se le perdonaría a unescritor fascista haber redactado un himno a lagloria de la Gestapo (cosa que, por lo demás,nunca sucedió), pero que Aragon haya podidocantar las virtudes del Gepeú* nunca ha dañadoen lo más mínimo a su reputación. Se hacenburlas del «anticomunismo primario» y sealaba a los comunistas por que, al menos,combatieron a Hitler, pero a nadie se le pasaríapor la cabeza ironizar sobre el «antinazismoprimario», ni alabar a los nazis por habercombatido al menos a Stalin. Se califica alestalinismo de «desviación» del idealcomunista, mientras que a nadie se le ocurrever en el nazismo una «desviación» del idealfascista. Se tenía derecho a equivocarse sobre

* «Yo canto al Gepeú necesario para Francia. Pedid unGepeú. Os hace falta un Gepeú. ¡Viva el Gepéu, figuradialéctica del heroísmo!» [sic.]

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el comunismo, pero no sobre el nazismo.** Ensuma, cualquier compromiso con el nazismodesacredita absolutamente, mientras que loscompromisos con el comunismo siguen siendoconsiderados faltas comunes y veniales.

No sólo la denuncia del nazismo sobrepasa ala del comunismo, sino que tiendeparadójicamente a incrementarse conforme vapasando el tiempo. Más de cincuenta añosdespués de la caída del II Reich, los crímenesnazis, no los crímenes comunistas, son objetode una ininterrumpida avalancha de libros,películas, emisiones de radio y televisión. «Ladamnatio meroriæ» del nazismo —subrayaAlain Besançon—, lejos de conocer la menorprescripción, parece agravarse de día en día.»*

Más de medio siglo después de su muerte,Hitler prosigue una brillante carrera en losmedios de comunicación, mientras que Stalinya está casi olvidado.

** «Si se supone que Maurice Papon tenía que conocer larealidad de Auschwitz durante la guerra, ¿cómo imaginarque Marchais hubiera podido ignorar el Gulag durante lapaz?», se pregunta Jacques Julliard (L’année des fantômes,op. cit., pág. 434).

* Comunicación a la sesión inaugural de curso del Institutde France, art. cit., pág. 790.

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En 1989, el sistema comunista se desmoronópor sí solo ante los asombrados ojos dequienes, pocos meses antes todavía,aseguraban que el bloque soviético era máspoderoso que nunca y que el Ejército Rojo sepreparaba a invadir Europa Occidental.1 Estaimplosión, cuyas circunstancias exactas nuncahan sido hasta ahora seriamente estudiadas, seprodujo sin acarrear ningún grancuestionamiento entre la opinión. No sólo nose ha llevado en ningún sitio a los antiguosdirigentes ante los tribunales, sino que casi entodas partes (salvo en Alemania y en laRepública Checa) se les ha autorizado a

1 Tan sólo cinco años antes de que cayera el muro de Berlín,Raymond Aron calificaba de «idea aberrante» la hipótesisde que «la Unión Soviética estuviera amenazada dehundirse» (Les dernières années du siècle, Julliard, 1984,pág. 119): «Si los soviéticos —añadía— piensan enconquistar Europa Occidental sin destruirla, aunrecurriendo a las armas nucleares, los próximos años, esdecir, los de la década del ochenta y también del noventa,parecen los mejores» (ibid., pág. 139). El poder soviéticotampoco se ha dislocado por efecto de la «revuelta de lasnaciones» pronosticada equivocadamente por HèlèneCarrière d’Encause (L’empire éclaté. La révolte desnations de l ’URSS , Flammarion, 1978): El propio FrançoisFuret reconoció en 1995, que, aun no haciéndose, ya desde1956, ninguna ilusión sobre la URSS, nunca se hubieraimaginado un fin tan rápido.

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proseguir, bajo una u otra etiqueta, su carrerapolítica, habiendo incluso conseguido a vecesregresar al poder.** En Austria, el ex presidenteKart Waldheim, antiguo Secretario General dela ONU, sufrió por el contrario un generalostracismo cuando se descubrió su «pasadonazi». Esta amnistía de hecho no ha suscitadoen Occidente ninguna protesta ni ningunasorpresa especial. Nadie piensa en convertir enmuseos los antiguos campos soviéticos, nisiquiera en alzar monumentos a las víctimasdel terror estaliniano.*

** En Polonia, hace poco, Alexander Kwasniewski, antiguomiembro del gobierno Jaruzelski, fue elegido, frente a LechWalesa, Presidente del país. En Hungría, el actual PrimerMinistro, Gyula Horn, perteneció al último gobiernocomunista. En Rusia, los comunistas que, en 1917, nollegaban al 20 por ciento de los votos, constituían en 1998la fracción más importante del Parlamento. Sobre laausencia de acciones judiciales contra los antiguosdirigentes comunistas, véase Timothy Garton Ash, «Lesséquelles du passé en Europe de l ’Est», en Esprit, octubrede 1998, págs. 45-66.

* Una de las raras excepciones es la piedra traída del campode Solovki, en el círculo ártico, que se ha erigido en Moscúen la plaza Lubianka, en el lugar de la antigua sede delKGB. El campo «Perm-36», que albergó a los detenidospolíticos hasta 1987, también ha sido transformado enMuseo de la Represión. Alexander Solenitsin y elgobernador de la región de Perm, Guennadi Igumnv,

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En Francia, donde un partido nazi seríaprohibido de inmediato, nadie duda de lalegitimidad y hasta de la honorabilidad delPartido Comunista, antiguamente financiadopor Stalin y que se mantuvo durante casi mediosiglo a las órdenes de Moscú, y ello a pesar detodo lo que hoy se sabe sobre su pasado en elKomintern. Cuando la derecha le criticó sualianza con dicho partido, Lionel Jospinincluso se declaró «orgulloso de contar conministros comunistas en [su] gobierno».1

Mientras que ningún fascista francés se hadesignado nunca a sí mismo como«hitleriano», los dirigentes del PCF, encambio, se han glorificado durante muchotiempo de ser «estalinianos».** Jean-François

pertenecen a su Junta Directiva.

1 Este mismo partido que, en noviembre de 1949, acusabade «fabricar falsos documentos» a quienes evocaban laexistencia de campos de concentración en la URSS, es elque hizo aprobar hace algunos años la ley Gayssot. Cabedestacar también que a los alemanes no se les ha ocurridocrear una calle Henrich-Himmler, pero sí existe unmunicipio comunista que ha creado en Pantin una calleDzerjinski, en homenaje al fundador de la Cheka.

** El 28 de abril de 1951, Maurice Thorez era calificadocomo «el mejor estaliniano de Francia» por el semanariocomunista France Nouvelle.

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Forges observa a este respecto que «en elcementerio del Père Lachaise de París, en lasinmediaciones del Muro de los federados, losmonumentos a las víctimas de los camposhitlerianos están significativamente cerca delas tumbas de los dignatarios del partidocomunista francés, es decir, de hombres que ensu momento no expresaron ninguna condenadel principio mismo de los camposestalinianos.»40

En el pasado, a los antifascistas siempre lescreyó de inmediato, mientras que quienesdenunciaban el comunismo eran consideradosa menudo como fabuladores o espírituspartidistas. El 13 de noviembre de 1947,después de que Victor Kravchenko hubieradesvelado, en Yo escogí la libertad, la realidaddel sistema soviético de campos deconcentración, el periódico comunista Leslettres françaises lo trató inmediatamente de«falsificador» y de «borracho». Ello dio lugar aun juicio por calumnias, que tuvo lugar enParís del 24 de enero al 4 de abril de 1949.Margarete Buber-Neuman atestiguó en dichojuicio el 23 de febrero. Al explicar, basándoseen sus vivencias personales, que no hay

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ninguna diferencia de intensidad entre loscampos soviéticos y los nazis, se hizo tratar decómplice de los nazis. El antiguo deportado yresistente David Rousset, que dio igualmente suapoyo a Kravchenko, fue acusado asimismo porPierre Daix de haberse «inventado los campossoviéticos».41 En el proceso que entabló en1950 contra Lettres françaises, Marie-ClaudeVaillant-Couturier declaró: «Sé que no existencampos de concentración en la Unión Soviética,y considero que el sistema penitenciariosoviético es indiscutiblemente, en el mundoentero, el más deseable de todos».42 En 1973,cuando Soljenitsin publicó El archipiélago delGulag, el periódico Le Monde todavía le acusóde lamentar «que Occidente haya sostenido a laURSS contra la Alemania nazi», al tiempo queel autor del artículo, Bernard Chapuis, novacilaba en compararlo explícitamente conPierre Laval, Marcel Déat y Jacques Doriot,1 yse daba en el propio periódico la falsa noticiade que Sojenitsin se había instalado en el Chiledel general Pinochet. Un año después, uneditor alemán que había adquirido los derechos

1 Destacados colaboracionistas franceses durante laocupación nazi. (N. del T.)

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del libro de Pierre Chaunu, Le refus de la vie,se negó a publicarlo, después de haberlo hechotraducir íntegramente, porque el autor serefería a los crímenes del comunismo. Lapropia matanza de Katyn, descubierta por elejército alemán, sólo fue definitivamentereconocida como un crimen soviético cuandoel Kremlin se decidió a confesarlo.

Otro signo revelador: sólo cuando ha sidoadoptado por antiguos comunistasdecepcionados es cuando se ha empezado aconsiderar creíble el discurso anticomunista.43

Sus pasados extravíos han sido consideradoscomo una especie de garantía de su nuevalucidez, mientras que se sigue considerandosospechoso el hecho de haber sido lúcidodesde un comienzo. Y, por lo demás, sólo seles consideró creíbles sobre la base delrenombre adquirido en los tiempos de susantiguos extravíos.

La situación, hoy, sólo ha evolucionado enparte. Dos años después de caído el muro deBerlín, un Guy Sitbon todavía podía escribir:«Finalmente, ¿es seguro que el comunismotendrá que enrojecerse [sic] por su balance enRusia, en el imperio, o en China?»44 Resulta

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también significativa la forma en que losmedios de comunicación han dado cuenta de lapelícula que Jean-François Delassus y Thibautde’Oiron45 han realizado sobre el pactogermano-soviético y el reparto de Polonia:pese a sus evidentes cualidades, se ha podidoleer en L’Histoire que la película tendría «eldefecto de querer demostrar a toda costa que elsistema soviético es la mayor plaga que haconocido nuestro siglo», efectuando unacomparación entre los dos sistemas, elcomunista y el nazi, «que va en detrimento deStalin» [sic]. En cuanto a los crímenes delcomunismo, todavía se acostumbrafrecuentemente a no calificarlos de tales. JeanDaniel escribe por ejemplo que el comunismoestaliniano recurrió a «medios nazis»,46 cuandosería probablemente más adecuado a la verdadhistórica decir que es el nazismo el que utilizó«medios comunistas», puesto que fue desde laépoca de Lenin, y por su expreso mandato,cuando el comunismo se lanzódeliberadamente en la vía del crimen contra lahumanidad como medio de gobierno.1

1 Con parecido espíritu, un Jean d’Ormesson ha podidoescribir que, «entre los hombres de izquierdas que, duranteun período más o menos largo, han llevado a cabo con éxito

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«Si como fenómeno político, el monstruoha muerto —escribe Jean-François Revel—,sigue bien vivo como fenómeno cultural.Cayó el muro en Berlín, pero no en lasmentes. Describir la realidad del comunismosigue siendo un delito de opinión […]. ¿Porqué el negacionismo** es definido como uncrimen cuando se refiere al nazismo, y no loes cuando se escamotean los crímenescomunistas? La razón consiste en que, a ojosde la izquierda, subsisten buenos y malosverdugos.»*** «La insistencia en recordar loscrímenes del comunismo —observa por su

una política de derechas o de extrema derecha, cabe citar,lamentándolo [sic], Mussolini y Stalin» (Le Figaro, 14 deabril de 1998.)

** El hecho de negar el holocausto nazi. (N. del T.)

*** «85 millions de morts!» en Le Point, 15 de noviembrede 1997, pág. 65. El mismo autor constatabarecientemente: «Existe un negacionismo procomunistamucho más hipócrita, más eficaz y más difuso que elnegacionismo pronazi, el cual no deja de ser sumario ygrupuscular […]. La organización del no arrepentimientoen relación con el comunismo habrá sido la principalactividad política de la última década del siglo, al igualque la organización de su no conocimiento habrá sido lade las siete décadas anteriores». («Nazismo-comunismo.El eterno regreso de los tabúes», en Le Point, 10 deoctubre de 1998, pág. 118-9.)

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parte Jacques Julliard— varía en razóninversa de la profundidad de nuestrasconvicciones progresistas».47 Todavía hoy,añade Stéphane Courtois, «los crímenes delcomunismo no se han visto sometidos a unaevaluación legítima y normal tanto desde elpunto de vista histórico como desde elmoral».

Todos estos hechos, que se puedenestablecer en páginas y más páginas, confirmanque todavía en la actualidad, el nazismo suscitaun horror que el comunismo, pese a suscrímenes, no produce. Lo que se planteaentonces es la cuestión de saber por qué. Es lapregunta que formula Alain Besançon cuando,después de haber observado que «la amnesiadel comunismo empuja a la muy fuertememoria del nazismo y recíprocamente,cuando la simple y justa memoria conduce acondenarlos ambos», se pregunta: «¿Cómo esposible que hoy […] la memoria histórica tratede manera desigual [estos dos sistemas] hastael punto de parecer olvidar el comunismo?»1

1 Art. cit., págs. 793 y 790. «Courtois y Besançon tienenrazón de quejarse de que la memoria no trate por igual alcomunismo y al nazismo», estima Valerie Monchi enJewish Chronicle (11 de septiembre de 1998).

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¿Cómo se explican el silencio voluntario y laceguera culpable de los que el comunismo seha beneficiado durante tanto tiempo? ¿Por quéhechos conocidos desde hacía mucho tiemposólo ahora empiezan a ser admitidos? ¿Por quéencontramos en un lado la «memoria» y hastala hipermnesia, y en el otro tanta indiferencia yolvido?

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XIII

Para responder a esta pregunta se hanapuntado diversas causas. Se ha destacado elhecho de que los intelectuales de los paísesoccidentales cedieron masivamente ante lailusión comunista; unos intelectuales queactualmente no tienen la más mínima intenciónde reconocer su culpa y aún menos de ceder lasposiciones que ocupan, al tiempo que siguenejerciendo directa o indirectamente sumagisterio sobre la opinión. También se haevocado el temor de desagradar a la potenciasoviética, que confortó durante mucho tiempoel cinismo de los empresarios y de lospolíticos. François Furet, por su parte, hainsistido en el prejuicio favorable que no podíadejar de encontrar en Francia una revoluciónbolchevique que pretendía situarse en la línea

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de la Revolución de 1793. Pero estasconsideraciones sólo se refieren a causasparciales. No pueden por sí solas dar cuenta dela «excepcional ceguera» evocada porStéphane Courtois.

Una razón más fundamental estriba en laalianza establecida durante la última guerraentre el estalinismo y las democraciasoccidentales, alianza que ha constituido elfundamento del orden internacional surgido dela derrota alemana de 1945.

A partir de 1941, la URSS participó al ladode los Aliados en la caída del nazismo. Obtuvode ello un crédito moral que, luego, nunca dejóde explotar. Después de 1945, la victoria sobreel nazismo impidió cualquier interrogaciónsobre el totalitarismo vencedor, cualquiercuestionamiento de su legitimidad política ymoral. Permitió a la memoria comunistaconstruir su propia leyenda sin recibir la menorréplica. En 1939, las democracias occidentaleshabían declarado la guerra a Hitler paraimpedirle invadir Europa Central y Oriental.Stalin, en 1945, pudo hacer caer un telón deacero sobre esta misma Europa Central yOriental sin que nadie pensara en impedírselo.

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Por contigüidad con ello, todo el movimientocomunista ha disfrutado en la opiniónoccidental de un prejuicio favorable. «La guerra—subraya también Alain Besançon—, alestablecer una alianza militar entre lasdemocracias y la Unión Soviética, debilitó lasdefensas inmunitarias occidentales contra laidea comunista».48 Tony Judit explica de igualforma el silencio que durante tanto tiempo harodeado a los crímenes comunistas: «Se debe enparte a que seguimos siendo los herederos de laalianza victoriosa establecida con Hitler».49

«1945 le permitió probablemente al comunismosobrevivir cincuenta años más», afirma por suparte François Furet.50 Es ésta, en efecto, unaclave decisiva para explicar la cuestión. Comola Unión Soviética y las democraciasoccidentales combatieron juntas durante laguerra, es por ello por lo que sigue siendonecesario que Hitler haya sido peor que Stalin,o lo que es lo mismo: que Stalin haya sidomejor. Y al revés, si el nazismo era realmente elmal absoluto al que sólo se podía liquidaraliándose con Stalin, ello significa que elsistema estaliniano era objetivamente útil, locual reduce en idéntica medida los reproches

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que se le pueden hacer. En 1949, en el procesoKravchenko, Jean Cassou explicó de tal modoque «la guerra contra Hitler constituye unbloque»: criticar a Stalin equivale aempequeñecer Estalingrado y por tanto adescalificar Vercors. De igual modo, cuandoSoljenitsin publicó El archipiélago del Gulagfue una vez más en nombre de la «prueba porEstalingrado» como se intentó ahogar su voz.

En 1945, escribe Jean-Marie Domenach, «elprestigio del partido comunista, que después de1941 había participado en la Resistencia, asícomo el del Ejército Rojo, que había vencido alos nazis, era tal que cualquier denuncia de laURSS aparecía como una complacencia haciala “barbarie fascista” que estuvo a punto decubrir a Europa».51 Admitir la realidad delrégimen soviético de campos de concentraciónresultaba, en tales condiciones, casiinconcebible. Domenach añade que, despuésde haberse reunido con Margaret Buber-Neumann en 1947, «no dudaba de lo que decíaacerca del Gulag. Pero se trataba para mí de unfenómeno en vías de desaparición, de unaanomalía que sería corregida por la revoluciónen marcha. En realidad resultaba difícil, para

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una gente que se había lanzado con toda sualma en la lucha antinazi, concebir que unhorror análogo estaba causando estragos en elcampo de sus propios aliados».52

Lo paradójico es que la Unión Soviética hapodido disfrutar de tal modo de su más altocrédito moral en el momento mismo en que elterror estaliniano alcanzaba su cúspide. Es en1942, en el mismo año de la batalla deEstalingrado, cuando la mortalidad bate todossus récords en el Gulag: uno de cada cincodetenidos muere de hambre. Es asimismo en1945 cuando los campos conocen el mayornúmero de detenidos (entre los cuales, cercade dos millones de rusos entregados por losAliados a Stalin, e inmediatamente deportadospor éste). La otra cara de esta paradoja es quela verdad sobre el Gulag sólo seráverdaderamente admitida por la opinióncuando se habrá desmantelado parcialmente elsistema concentracionario soviético: lasprimeras liberaciones masivas de detenidosdatan de los años 1954-58. Ello equivale adecir, como lo ha subrayado René Girar, que«el prestigio del estalinismo decreció,especialmente entre los intelectuales

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occidentales, a partir del momento en quedisminuyó su grado de violencia».

Al liberar a Europa Occidental en el precisomomento en que sellaba la servidumbre deEuropa Oriental, la victoria de 1945 permitió,así pues, la aniquilación de un sistematotalitario al tiempo que consagraba otro. Elconcepto de totalitarismo, en la medida en queenglobaba a la vez al vencedor y al vencido,quedó de tal modo desacreditado. Al mismotiempo, el aplastamiento del nazismo otorgóuna indudable base de legitimación al«antifascismo»: a esa categoría discursiva quepermitió dar un mínimo contenido ideológico ala alianza entre la Unión Soviética y lasdemocracias occidentales. «La participación delos comunistas en la guerra y en la victoriasobre el nazismo —escribe Stèphan Courtois—hizo triunfar definitivamente la noción deantifascismo como criterio de la verdad en laizquierda, de modo que los comunistas sepresentaron por supuesto como los mejoresdefensores de este antifascismo. Este último seconvirtió para el comunismo en una marcadefinitiva, habiéndole sido fácil, en nombre delantifascismo, hacer callar a los recalcitrantes.»

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Este dispositivo, sin embargo, sólo se llegóa establecer tardíamente. En un primermomento, los comunistas no quisieron ver enel fascismo más que una variante «dictatorial»del capitalismo, interpretándolo como laforma política a través de la cual elcapitalismo traicionaba en cierto sentido suverdadera naturaleza (al tiempo que,invirtiendo la fórmula, el capitalismo podíaser definido como una forma no dictatorial delcomunismo). En 1931, en el XI Pleno de laInternacional, Dimitri Manuilsky todavíaafirmaba que «entre el fascismo y lademocracia burguesa sólo hay una diferenciade grado». En febrero de 1934, MauriceThorez declaraba: «La experienciainternacional muestra que no hay ningunadiferencia de naturaleza entre la democraciaburguesa y el fascismo. Son dos formas de ladictadura del capital. El fascismo nace de lademocracia burguesa. No se escoge entre elcólera y la peste». El fascismo erarepresentado entonces como un sistemafinanciado por un gran capital acorralado cuyoúnico recurso consistía en suscitar unadictadura para oponerse al irresistible avance

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del proletariado. Era la época en que BertoltBrecht escribía: «Sólo combatiendo alcapitalismo se podrá combatir alnacionalsocialismo. En esta lucha no hay otroaliado que la clase obrera».53 Como la URSStenía por función dirigir las luchas proletarias,encarnando de tal modo la oposición másrigurosa al capitalismo, de ello se derivabaque cualquier crítica del poder soviético«hacía el juego» del fascismo, al tiempo que,subsidiariamente, la mejor forma de lucharcontra el fascismo consistía en hacersecomunista.

Esta interpretación del fascismo como unaemanación del capitalismo tuvo comoparadójica consecuencia hacer que laInternacional favoreciera, indirectamente almenos, la victoria de los fascismos. Si elfascismo no es más que una forma delcapitalismo, no hay en efecto ningún motivopara ayudar al segundo cuando pareceamenazado por el primero. Son patentes a esterespecto las responsabilidades comunistas en lallegada al poder del fascismo en 1922 y delnacionalsocialismo en 1933. En ambos casos,el sectarismo de los partidos comunistas los

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condujo a negarse empecinadamente aconstituir un frente común con los partidosburgueses. Esta postura se radicalizó en 1928,con ocasión del VI Congreso delKOMINTERN, que afirmó la línea «clasecontra clase» y denunció a la socialdemocraciacomo el alter ego del fascismo.

Sólo a partir de 1934-35 esta orientación fuebrutalmente sustituida por las estrategias de«frente popular». Como a partir de entoncesStalin consideraba necesario, a fin de que no seformara un bloque antisoviético, obtener elapoyo de las democracias liberales y de lospartidos progresistas burgueses, el«antifascismo» concebido como frente comúnse convirtió por ello mismo en la mejor formade defender los intereses ideológicos, perotambién materiales y territoriales, de la UniónSoviética. La firma del pacto germano-soviético, el 23 de agosto de 1939, mostraráque esta estrategia antifascista, a la cual elKremlin volverá dos años después, en realidadsólo era para la Unión Soviética uninstrumento de su potencia exterior.1 «El

1 Sin embargo, la Unión Soviética —cosa que a menudo seolvida— ya había firmado el 29 de noviembre de 1932 unpacto de no agresión con Francia, al que se le agregó un

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antifascismo —escribe Pierre-Jean Martineau— fue para la Internacional Comunista menosuna doctrina implacable que un instrumentopolítico y diplomático al servicio de una causaúnica: la defensa de la URSS».54

François Furet ha mostrado con todaclaridad cómo el antifascismo, antes de laguerra, fue instrumentalizado por elcomunismo para crear una representación de lacorrelación de fuerzas políticas en la que larealidad del terror soviético desaparecía comopor arte de magia, mientras que el sistema quelo aplicaba se veía legitimado por la destacadaparte que tomaba en la lucha contra el«fascismo».55

A partir de la segunda mitad de la década delos treinta, el antifascismo, tal como lo defineel Kremlin, va en efecto mucho más allá de lalucha contra el fascismo real. Su principalfunción consiste en hacer desaparecer elfenómeno totalitario. Por un lado, elantifascismo borra la especificidad delnacionalsocialismo (agrupado a partir de

«tratado de asistencia mutua», firmado el 2 de mayo de1935, según el cual, en caso de agresión provocada contraFrancia o la URSS, ambos países se prestaríaninmediatamente asistencia y apoyo.

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entonces bajo el término genérico de«fascismo» con regímenes tan distintos comolos de Franco o Mussolini). Por otro lado,borra asimismo la especificidad del régimensoviético, al situarlo en el mismo campo quelas democracias occidentales. De este mododesaparece por completo el parentesco entre elnazismo y el comunismo. El mundo quedadividido en «fascistas», cuyo abanderado esAlemania, y en «antifascistas», cuyo másdestacado representante es la Unión Soviética.La alianza establecida durante la guerraconsagrará esta dicotomía falsa, la cual acabarásuscitando su propia historiografía.

Semejante estrategia resultaba, ni que decirtiene, sumamente rentable. Oscurecer laespecificidad del nazismo permitía o bienpresentarlo como una variante de las derechasautoritarias, o bien hacer pesar sobre cualquierderecha la presunción de contigüidad, decolusión o de identificación con el fascismo.Ulteriormente, lo cómodo de tal procedimientohará que se vaya usando cada vez más:mediante sucesivas olas concéntricas, seacabará lanzado contra cualquiera la acusaciónde «fascismo». «Los comunistas siempre dicen

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de sus enemigos que son fascistas», observabaya André Malraux. Al igual que elanticomunismo como referencia supremapermite denunciar como «comunista» todo loque se execra, también el antifascismo permitecatalogar de «fascismo» todo lo que sepretende combatir. El fascismo deja entoncesde ser definido como una estructura social ypolítica determinada. Kravchenko y Soljenitsinfueron, de tal modo, tratados sistemáticamentede «fascistas» por haber denunciado el Gulag.Aún hoy, «quienquiera subraye la identidad delfascismo y del socialismo es de derechas, yquienquiera es de derechas es en el fondo deextrema derecha, es decir: un fascista».1

El mito de la URSS «baluarte delantifascismo» permitía, por otra parte,

1 Jean-François Revel, «L’essentielle identité du fascismerouge et du fascisme noir», en Commentaire, primavera de1998, pág. 233. El método utilizado consiste en lo queJoseph Gabel ha denominado el «silogismo de la falsaidentidad». Este método pseudológico consiste en disociarlos conjuntos concretos representados en los términos deuna comparación, extrayendo artificialmente un elementoidéntico y elevando esta identidad parcial al rango deidentidad total: «De Gaulle está en contra del comunismo,Hitler también lo estaba, luego de Gaulle = Hitler» (JosephGabel, Ideologies, Anthropos, 1974, pág. 84). ¡Inagotablemétodo del que nunca se ha dejado de abusar!

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identificar al comunismo, tanto en el planonacional como en el internacional, con ladefensa de los valores democráticos. De talmodo se mantenía la idea de que elcomunismo no era otra cosa que una formasuperior o perfeccionada de democracia. Elantifascismo, por último, permitíadesacreditar el anticomunismo. Si loscomunistas se oponen al fascismo, e inclusose le oponen con mayor vigor que los demás,cualquier anticomunismo hace objetivamenteel juego del fascismo (silogismo destinado aservir de conminación alternativa). Y comoel nazismo es anticomunista, resulta fácilextraer de ello la idea de que cualquieranticomunismo sirve la causa del nazismo, ypor consiguiente de que el anticomunismo esun mal superior al propio comunismo. De talmodo, el Kremlin pudo hacer delantifascismo «una especie de escaparate delcomunismo, a partir de la idea de que, paraser un buen antifascista se tenía que serfilosoviético, y que no se podía ser a la vezantisoviético y antifascista. Esta especie dechantaje político fortalecióextraordinariamente el poder de atracción

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del estalinismo».56

Dado que cualquier adversario delcomunismo era considerado comopotencialmente nazi, los métodos de terrorsoviéticos, también ellos santificados por elantifascismo, resultaban de tal modo muchomás excusables o comprensibles. En 1936, porsolicitud de su presidente, Victor Basch, laLiga de los derechos humanos nombró unacomisión de investigación sobre los procesosde Moscú. A su regreso de la URSS, dichacomisión concluyó que los acusados eranculpables. En el mismo momento, BertotBrecht escribía: «Por lo que atañe a losprocesos [de Moscú], sería absolutamenteinadmisible adoptar una actitud hostil algobierno de la Unión [Soviética] que losorganiza, aunque sólo fuera porque tal actitudpronto se habría transformado, automática ynecesariamente, en una actitud de hostilidadhacia el proletariado ruso amenazado deguerra por el fascismo mundial, así comohacia el socialismo que está edificando».57

Tal como fue diseñado y aplicado por Stalin,el antifascismo sirvió sobre todo paralegitimar, así pues, el sovietismo. Dándole al

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«fascismo» un alcance lo bastante amplio paraincluir en él cualquier forma de anticomunismo(en la época de la guerra fría, Eisenhower,Foster Dulles, de Gaulle y Adenauer tomaronmuy naturalmente la sucesión de Hitler yMussolini como figuras del «fascismo»), creóla ilusión de un común denominador entre laUnión Soviética y las democraciasoccidentales, suscitando de tal modo una nuevacategoría artificial.1 Subsidiariamente, lamovilización «antifascista» empujó aMussolini a establecer con Hitler una alianzade la que nada quería saber al comienzo. De talforma, como señala George Orwell, laizquierda se ha convertido en «más antifascistaque antitotalitaria». «Uno de los grandes éxitosdel régimen soviético —observa AlainBesançon— es haber difundido y poco a pocoimpuesto su propia clasificación ideológica delos regímenes políticos modernos».58

1 «El prefijo “anti” —subrayaba Annie Kriegel— da laseguridad de que se posee lo que es más necesario y valiosopara ser, para existir, para justificar su existencia; da laseguridad de tener un enemigo» (ponencia en el coloquioorganizado en abril de 1989, en Cortona, por la FundacionFeltrinelli sobre «El mito de la URSS en la culturaoccidental». Texto publicado en Commentaire, verano de1990, págs. 299-302.

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XIV

Otra consecuencia de la manipulación delantifascismo por parte del Kremlin haconsistido en oscurecer su objeto: el fascismo.Al agrupar bajo este mismo término unossistemas políticos o ideológicos sumamentedistintos, el antifascismo ha contribuido ahacer más difícil una definición que, todavíahoy, sigue siendo problemática. Losespecialistas que han estudiado el fascismo noestán de acuerdo, en efecto, ni sobre susorígenes ni sobre sus características esenciales.Los movimientos fascistas han sidointerpretados por Ernst Nolte como respuestasa la amenaza bolchevique. Renzo De Felicepiensa que el fascismo se define ante todocomo un modo particular de entrar en lamodernidad. Zeev Sternhell, que hace observar

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que «en Francia, el fascismo toma susorígenes, y sus hombres, tanto en la izquierdacomo en la derecha, y muy a menudo muchomás en la izquierda que en la derecha»,59

asegura que la ideología fascista ya estabaconstituida, en sus principales elementos, antesde la guerra de 1914. Todavía se discute hoy siel fascismo constituye un giro «soldadesco»yvoluntarista de una ideologíacontrarrevolucionaria, jerarquizante yantimoderna (Nolte), si constituye por elcontrario una doctrina modernista yrevolucionaria, abierta a una sociedad nueva yque nada tiene que hacer de un pasadotrasnochado (Furet), o si resultafundamentalmente de una revisión delsocialismo en un sentido antimaterialista yantiinternacionalista (Sternhell). La opiniónmás generalizada es que el fascismo, comocategoría general, constituye un sistema mixtoen el que se asocia un socialismo purgado delmaterialismo con un nacionalismo jacobino,todo ello sobre el fondo de la crisis de lasclases medias, el recuerdo de la Gran Guerra yla explosión de la modernidad.

En su acepción más restringida, y por tanto

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la menos discutible, el término, en cambio, seutiliza legítimamente para calificar elVentennio mussoliniano. Ahora bien, elfascismo italiano es el gran ausente del Libronegro. Ocurre, en efecto, que en materia deviolencia social y represión política, no escomparable con los regímenes totalitarios. Sedispone actualmente de cifras muy precisassobre el balance del régimen fascista italiano alrespecto. Este balance consiste en nueveejecuciones entre 1922 y 1940 (en su mayoría,terroristas eslovenos), seguidas de otrasdiecisiete durante los años de guerra, de 1940 a1943, mientras que el número total deprisioneros políticos, por su parte, nunca fuemás allá de algunos millares.1 El fascismoitaliano, que Pietro Barcellona no ha dudado endescribir como «una especie desocialdemocracia autoritaria» impuso, es cierto,indudables restricciones a las libertades. Pero

1 Véase Stanley G. Payne, Franco y José Antonio. Elextraño caso del fascismo español, Planeta, Barcelona,1997. «Lo que prueba que la dictadura fascista no estotalitaria —subrayaba ya Hanna Arendt— es que lascondenas políticas fueron muy poco numerosas» (Lesystème totalitaire, Seuil, 1972). Este argumento fuecalificado de «niñería» [sic] por Jean-Pierre Faye (LaQuinzaine littéraire, 16 de marzo de 1973, pág. 28).

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las mismas no tienen punto de comparación conel terror totalitario. Raymond Aron ya lo habíaseñalado con toda claridad: «El régimen deMussolini nunca fue totalitario: lasuniversidades, los intelectuales nunca se vieronsometidos, incluso si se restringió su libertad deexpresión».60 «Entre Mussolini y Hitler —observa Jacques Willequet— siempre existirá elabismo que separa a la cárcel política delcampo de concentración».61 Colocar laresistencia al totalitarismo nazi bajo el signodel «antifascismo» constituye, en talescondiciones, una impostura. «Esta amalgama—declara Pierre Chaunu— forma parte de lamentira comunista consistente en oponer lademocracia al fascismo, con lo cual elcomunismo aparece como el sistema másdemocrático, ya que el más opuesto alfascismo. Es la forma más perfecta de lamentira.»62

Tomado como común denominador de todoslos totalitarismos, reales o supuestos, eltérmino «fascismo», sin embargo, siguesirviendo todavía hoy de «espantajo universal»(De Felice). Jean Lacouture habla de «fascismotropical» para calificar al régimen de Pol Pot;

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otros, de «fascismo verde» para designar elislamismo, mientras que el propio Jean-François Revel no duda en calificar alestalinismo de «fascismo rojo». Este usoretórico es un resto de la concepciónestaliniana del antifascismo. Mantiene unefecto de óptica que no corresponde a loshechos. Como lo ha destacado Hanna Arendt,los regímenes políticos no se dividen enregímenes fascistas y antifascistas, sino por elcontrario en regímenes liberales, democráticos,autoritarios y totalitarios. Aunque el propioMussolini usó el término «totalitario»,1 el

1 Contrariamente a un prejuicio existente, fueron sinembargo los antifascistas italianos quienes utilizaron porprimera vez el término para denunciar el fascismo naciente.Giovanni Amándola fue el primero que describió alfascismo como un «sistema totalitario» en un artículopublicado el 12 de mayo de 1923 en el periódico IlMondo. El adjetivo fue luego transformado en sustantivopor Lelio Basso, en un texto de La Rivoluzione liberaledel 2 de enero de 1925. Véase J. Petersen, «La nasita delconcetto di “Stato totalitario” in Italia», en Annalidell ’Istituto storicoitalo-germanico in Trento, 1, 1975,Mussolini retomó l pal p s cuenta en su célebre discursopronunciado el 22 de junio de 1925 en el Teatro Augusteo,con ocasión del IV Congreso del Partido Nacional-Fascista(PNF): «¡Todo en el Estado, nada fuera del Estado! Tal esnuestra feroz voluntad, implacable y totalitaria». Loutilizará de nuevo en un artículo de la Enciclopedia Italiana

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régimen fascista italiano no puede ser colocadoentre los sistemas totalitarios, como tampocoentre los regímenes pertenecientes a lascategorías clásicas del despotismo o de latiranía. Como la mayoría de los politólogos loreconocen actualmente, las diferencias entre

publicado en 1932. El contexto indica bien a las claras queMussolini se refiere tan sólo al medio de superar la divisióndemocrática entre el Estado y la sociedad. En un país, cuyaunidad, tardíamente realizada, sigue siendo obstaculizadapor las consecuencias de la crisis económica y por eldesigual desarrollo del Norte y del Sur, Mussolini piensaque sólo un Estado fuerte puede realizar la unificación y lamodernización de una verdadera comunidad nacional.«Para el fascismo —dirá también— todo está en el Estado;nada de humano o de espiritual existe y aún menos tienevalor fuera del Estado.» Esta mística del Estadocorresponde a la «estatolatría», no al totalitarismo. Se apro-xima a las teorías del «Estado total»desarrolladas por CarlSchmitt /«Der totale Staat», en Der Hüter der Verfassung,J.C.B. Mohr, Tübingen, 1931; «Die Weiterentwicklung destotales Staats in Deutschsland», en Positionen und Begriffeim Kampf mit Weimar — Genf — Versailles 1923-1939,Hanseatische Verlangsanstalt, Hamburgo, 1940, págs. 185,ss., texto publicado en 1933 en la Europäische Revue), ysobre todo por Ernst Forsthoff (Der totale Staat, Hansea-tische Buchgesellschat, Hamburgo, 1933). Estas teoríasfueron muy pronto rechazadas por los nazis, quienesreprocharon a sus autores sucumbir a la «estatolatría»latina. La importancia concedida al Estado bajo el fascismohay que ponerla en relación con la relativa mediocridad delpapel del partido, muy bien analizada por Renzo De Felice(Mussolini, il Duce. Lo Stato totalitario 1936-1940, Einau-

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los regímenes fascista y nazi superan conmucho a sus similitudes.63 En cuanto régimen,el nazismo es totalmente distinto del fascismo,al igual que el comunismo es totalmentedistinto del socialismo. Englobarlos en unmismo término equivale a poner en un mismocesto a Léon Blum y Stalin, a Lionel Jospin yPol Pot. Presentar el nazismo como unavariante nacional de un basto y nebulosomovimiento titulado «fascismo» es unaconcesión tardía al sovietismo. Quien empleeel sintagma «fascismo alemán» para designarel nazismo habla la lengua de Stalin.

di, Turín, 1981). Véase también Marco Carchi, Partito uni-co e dinamica autoritaria, Acrópolis, Nápoles, 1983. Elfascismo italiano, en últimas, no fue «totalitario» más que«en el sentido en que él mismo tomaba esta palabra»(Claude Polin, Le totalitarisme, PUF, 1983, pág. 61)-

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XV

Si se admite que los crímenes de losregímenes comunista y nazi no se derivan deun azar o de un accidente, se tiene que elucidarla naturaleza de la lógica o de la necesidadcuya culminación representan. Para ello, no esposible limitarse a indagar en qué medida cadauno de ellos, al cometer sus crímenes, haactuado de conformidad con su propiadoctrina. Hacia lo que hay que orientarse es,por el contrario, hacia lo que tienen en común.Para ello, hay que volver al concepto detotalitarismo que, pese a sus imperfecciones,sigue siendo el más operatorio para lacomprensión del fenómeno.

La noción de totalitarismo nunca ha sidoaceptada unánimemente por los politólogos, locual no es de sorprender, ya que su uso se

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deriva de una creación ex post: basándose en laexistencia de los sistemas totalitarios se hainventado un término que, en una segundafase, ha permitido calificarlos de tales, siempreque correspondieran a la definición que supropia existencia había llevado a formular.Esta forma de actuar resultaba sin embargoinevitable en la medida en que los sistemaspolíticos descritos como totalitariosconstituyen fenómenos de un tipo totalmentenuevo. En realidad, sólo se puede comprenderel totalitarismo distinguiéndolo de todas lasformas clásicas de tiranía, absolutismo,dictadura o autoritarismo; es decir, partiendode su radical novedad. El totalitarismo no esuna forma intemporal, sino inédita de poder.No representa una versión más dinámica oagravada de los regímenes autoritarios.Cristaliza, por el contrario, una forma políticavinculada a una época determinada.64 Y es sucarácter inédito lo que permite comprender porqué resulta imposible explicarlo recurriendoexclusivamente a la psicología, a laantropología o a la historia de la filosofía.1 Los

1 Véase por ejemplo Kart Popper, quien hace deltotalitarismo una virtualidad permanente de la civilizaciónoccidental, cuyos principales representantes serían Platón,

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sistemas totalitarios han movilizado desdeluego pasiones inherentes a la naturalezahumana, pero combinándolas de una formanunca vista. De igual modo resulta imposible,y por las mismas razones, explicar el sistemasoviético por la «mentalidad rusa», o elnazismo por la Sonderweg alemana, por másque cada uno de estos dos regímenes poseyerauna indudable dimensión «nacional».Semejante enfoque equivale a trivializar lostotalitarismos,1 los cuales, por el contrario,tienen que ser estrictamente colocados en sucontexto.

Los términos «totalitario» y «totalitarismo»empezaron a difundirse durante el período deentre guerras en el mundo anglosajón. Ni quedecir tiene que los regímenes totalitarios nuncalos emplearon para calificarse a sí mismos.**

Hegel y Marx (La société ouverte et ses ennemis, Seuil,1979, 1.ª ed. de 1962)

1 Como lo hace, por ejemplo, Daniel Lindenberg cuandoafirma que, contrariamente al nazismo, «el comunismo,desde el punto de vista de la historia universal, es de unaterrible trivialidad» («Remous autour du Livre noir ducommunisme» en Esprit, enero de 1998, pág. 192.)

** La palabra «totalitario» brilla significativamente por suausencia en los diccionarios soviéticos de los años treinta y

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Desde 1935, el sociólogo alemán emigradoHans Kohn, escribiendo en una revistanorteamericana, vincula las «dictadurasmodernas» con fenómenos tales como unanueva concepción mesiánica del mundo, lairrupción de las masas en la vida política, unaconciencia política moldeada por laRevolución Francesa, y el papel de las técnicasmodernas. En 1939, Meter Drucker publicabauna obra, The End of Economic Man. TheOrigins of Totalitarianism, cuyo subtítulo leiba a proporcionar años después a HannahArend el título de su propio libro. En 1940,Carlton H. Hayes subrayaba por su parte laoriginalidad de las formas totalitarias degobierno.65 Dos años después, el concepto eraestudiado de nuevo por Sigmund Neumann.66

En Francia, uno de los primeros en emplear eltérmino «totalitario» fue Jacques Maritain, quese encontraba entonces en el entorno deEmmanuel Mounier y el equipo de la revista

cuarenta. Sólo aparece en 1953… ¡con la siguientedefinición: «Totalitario: fascista, que emplea los métodosdel fascismo»! Más adelante también se puede leer: «Estadototalitario: Estado burgués dotado de un régimen fascista».Véase Michel Séller, La machines et les rouages, op. cit.,págs. 97-98.

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Esprit.67

Apareció después el célebre libro de HannahArendt, The Origins of Totalitarianism,publicado en los Estados Unidos en 1951, peroque sólo se tradujo en Francia en 1972.1

Todavía hoy representa la contribución más1 The Origins of Totalitarianism, Harcourt Brace, NuevaYork, 1951 [Los orígnes del totalitarismo, trad. española,Taurus, 2.ª ed., 1998.] La primera edición del libro [enfrancés], que había sido concluida en 1949, consta de unprefacio de tres páginas y de las observaciones finales deonce páginas. En la segunda edición (1958), Hannah Arendtagregó un epílogo sobre la revolución húngara, mientrasque las observaciones finales de la anterior edición,integradas en el cuerpo del libro, eran sustituidas por unartículo titulado «Ideología y terror», Por último, tresprefacios distintos fueron redactados para la edición de1966, que comportó la publicación separada de las trespartes en que se divide la obra. Raymond Aron reseñó ellibro ya en 1954 en un artículo en el que, por lo demás, noaprobaba todas las tesis del mismo («L’essence dutotalitarisme», en Critique, 80, págs. 51-70, reproducido enMachiavel y las tiranías modernas, de Fallois, 1993, págs.195-213). El volumen publicado en Francia en 1972 (LeSystème totalitaire, Seuil) incluye tan sólo la traducción dela segunda parte. Las oras dos partes fueron traducidas en1973 (Sur l ’antisémitisme, Calmann-Lévy) y en 1982 (Lesorigines du capitalisme. L’impérialisme, Fayard),habiéndose editado ulteriormente los tres volúmenes en lacolección «Points». No es dudosa la causa de tales retrasos.«Esta conspiración del silencio —escribe Mireille Marc-Lipiansky— se explica por la fascinación que el marxismoy la URSS ejercieron sobre la intelectualidad parisina hasta

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profunda para el estudio del fenómeno.Oponiéndose a las teorías liberales que tendíana ver en los sistemas totalitarios resurgimientos«arcaicos» de naturaleza fundamentalmenteirracional, muestra por el contrario que sólomediante un análisis crítico de la genealogía dela modernidad se puede captar la esencia deestos sistemas, los cuales sólo pueden serexplicados muy imperfectamente por elantisemitismo, el socialismo o el imperialismodel pasado siglo. En 1956, por último, el

las postrimerías de la década de los sesenta»(«Totalitarisme», en L’Europe en formation, invierno de1990-primavera de 1991, pág. 82). Claude Lefort compartela misma opinión: «Parece, en realidad, que la ignorancia,el descuido o incluso la hostilidad de que en Francia ha sidoobjeto Hannah Arendt se deben al dominio del marxismoque constituía un manifiesto obstáculo para recibir susideas» («H. Arendt y la cuestión de lo político», en Cahiersdu Forum pour l ’indépendance et la paix, marzo de 1985,pág. 24). Véase asimismo Claude Lefort, L’invention dé-mocratique. Les limites de la domination totalitarie,Fayard, 1981, págs. 237-241; Jean-Marie Domenach,«L’intelligentsia française et la perception de l ’Est com-muniste», art. cit., págs. 18-27; Pierre Gremion,L’intelligence de l ’anticommunisme, Fayard, 1995. Sobrela influencia ejercida por el libro, véase S. J. Whitfield, Intoth Dark. H. Arendt and the Totalitarianism, Temple Uni-versituy Press, Philadelphia, 1980; Robert Nisbet, «Arendton Totalitarianism», en The Natinal Interest, primavera de19092, págs. 85-91.

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estudio de Carl Friedrich y ZbigniewBrzezinski, Totalitarian Dictatorship andAutocracy, ejerció una profunda influencia enlos Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, alenumerar seis criterios formales quecaracterizan a los regímenes totalitarios: unaideología oficial que abarca todos los sectoresde la vida social, un partido único enraizado enlas masas, un sistema político organizador delterror, un control monopolístico de los mediosde información y de comunicación, unmonopolio de los medios de combate y unadirección centralizada de la economía.68

Las teorías del totalitarismo —que,contrariamente a las del fascismo, se interesanexclusivamente por los regímenes y no por lafase «movimentista» que los precedió— semultiplicaron ulteriormente, provocando unaserie de debates que todavía prosiguen en laactualidad.69 Uno de los principales reprochesque se les han formulado, especialmente enAlemania por parte de Martin Brosszat,70 es elde su «falta de sentido histórico», que lesllevaría a preocuparse tan sólo por la esenciade los sistemas totalitarios, sin preocuparse nipor su evolución ni por la erosión ocasionada

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por el tiempo. Al categorizarlos de formaesencialista, tales enfoques sólo darían unavisión monolítica de estos sistemas y nopodrían, por consiguiente, explicar suevolución. Incapaz de integrar el cambio, elmodelo sólo constituiría un tipo idealdifícilmente integrable en la realidad. Estereproche se formuló sobre todo en el momentode la revolución húngara de 1956, y luego en ladécada de los sesenta, cuando quedó claro quela URSS de Krutchev no podía ser calificadade «totalitaria» de la misma manera que bajoStalin. En la década de los setenta, también secriticó el concepto de totalitarismo comoinstrumento de propaganda utilizado en elmarco de la guerra fría, provocando querecobrara influencia la escuela «revisionista»representada especialmente por MosheLewin.71 Por último, se les ha reprochado a lasteorías del totalitarismo sobreestimar lacapacidad de los regímenes totalitarios detransformar radicalmente la persona humana y,por consiguiente, la sociedad. Se ha dicho quesólo en la ficción puede haber un totalitarismoperfectamente realizado, lo cual ha llevado aMichael Walter a observar irónicamente a

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«cualquier totalitarismo realmente existente esun totalitarismo fallido».72

Aunque, desde el desmoronamiento delsistema soviético, las teorías sobre eltotalitarismo experimentan un gran auge ,reproches análogos han sido formuladosrecientemente por autores como GeorgeMouse, Denis Peschanski o Ian Kershaw.«Cualquiera que sea el planteamiento de quese trate —escribe este último—, eltotalitarismo no es nunca otra cosa que unconcepto, no una teoría. Ofrece un atajointelectual, no una explicación. Describetécnicas e instrumentos de poder similares. Notiene gran cosa, incluso nada que enseñarnos,sobre el cómo y el por qué de susurgimiento.»73

Tales críticas son injustificadas. Equivalen aconfundir la ciencia política, que se interesaprioritariamente por los conceptos generales, yla ciencia histórica, que estudia más bien suscristalizaciones particulares. Tomadas al pie dela letra, podrían conducir igualmente arechazar la noción de democracia, por cuantonunca ha existido un régimen perfectamentedemocrático. Como escribe Leszek

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Kolakowski, «está admitido generalmente quela mayoría de los conceptos que empleamospara describir fenómenos sociales de vastaamplitud no tienen equivalentes empíricosperfectos.»74 Pero no por ello dichos conceptosdejan de ser utilizables. No existe ningunasociedad «perfectamente» democrática oliberal, de igual modo que no hay ningunasociedad «absolutamente» totalitaria, pero ellono impide en absoluto estudiar el totalitarismo,el liberalismo y la democracia, o compararlosentre sí. El hecho de que nunca pueda haberlibertad absoluta tampoco impide efectuar unadistinción entre regímenes en los que hay máslibertad y otros en los que hay menos. El hechode que ningún tipo ideal se realiceperfectamente en el ámbito empírico no lequita nada de su valor para estudiar la realidad.Juan J. Linz observa a este respecto: «Cadacaso es único para el historiador. Pero elpolitólogo tiene que buscar los elementoscomunes, conceptualizarlos, y, por último,reducir este gran número de regímenespolíticos a ciertos tipos principales»75

Una crítica que sí se les puede hacer, encambio, a las teorías del totalitarismo es que

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tienden demasiado a menudo a definir lossistemas políticos que estudian por suscaracterísticas formales (culto de un jefesupremo surgido del pueblo, partido únicoque somete a su control la totalidad de la vidasocial, ideología sustraída a la discusión yerigida en verdad de Estado, movilización delas masas inmiscuyéndose en la vida privada,terror generalizado ejercido contra «enemigosdel pueblo», monopolio absoluto de lainformación, absorción de todas lasinstituciones y del derecho, etcétera) muchomás que por su aliento profundo, razón por lacual dichas teorías se quedan mudas, por logeneral, sobre las circunstancias de la génesisy desarrollo del totalitarismo, a cuyo respectoson efectivamente mucho más descriptivasque explicativas. Pero este defecto, del queadolecen sobre todo autores estadounidensescomo Carl J. Friedrich y ZbigniewBrzezinski, no constituye ningún rasgocomún a todas estas teorías. Lejos delimitarse a efectuar una descripciónestructural y estática de los regímenestotalitarios, Hannah Arendt, por ejemplo,trata por el contrario de explicar su origen, lo

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cual la lleva a proponer no un simple modelo,sino una verdadera teoría.

El totalitarismo no se reduce, en efecto, asimilitudes en las estructuras y modos defuncionamiento. Por encima de sus formascomunes, que son por lo demás susceptiblesde un cierto número de variaciones,1 el

1 La estructura y la naturaleza del partido único (PCUS yNSDAP), por ejemplo, no eran las mismas en la UniónSoviética y en la Alemania nazi. Tampoco hubo en laURSS una estructura social y política correspondiente a loque fue la SS bajo el III Reich. Las relaciones entre elpartido y el Estado también eran distintas. «El partidonazi —observa Ian Kershaw— nunca ejerció sobre elaparato del Estado una dominación comparable a la delpartido comunista en la URSS» («Nazisme et stalinisme.Limites d ’une comparaison», art. cit., pág. 184). Porúltimo, el carácter esencialmente burocrático de ladictadura estaliniana contrasta con la autoridad lo menosburocrática posible ejercida por Hitler. A partir de talesobservaciones llegó Raymond Aron, hacia el final de suvida, a pensar que el adjetivo «totalitario» sólo podíaaplicarse con todo rigor al régimen soviético. LeszekKolakowski ha expresado la misma opinión(«Totalitarianism and Lie», art. cit, pág. 34). Ian Kershawsubraya por otra parte que la autoridad carismática del jefesupremo constituía, bajo el nazismo, un elemento esencialque no se encuentra en la URSS, la mayoría de cuyosdirigentes estuvieron singularmente desprovistos de carisma(el culto de la personalidad de que fue objeto Stalin no setransfirió a sus sucesores). Por tal motivo, Hitler ocupabauna «centralidad» de índole distinta de la de Stalin: «Hitler

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parentesco entre los regímenes totalitariosestriba en primer lugar en su inspiración y ensu aliento, cuyas formas nunca constituyenotra cosa que medios. Esta inspiración y estealiento no se deben tanto a una idea común,en el sentido doctrinal del término (pueden,por el contrario, ser expresadas por ideastotalmente distintas), sino que significan másbien una actitud mental que sólo ha podidosurgir y desarrollarse en una época biendeterminada. Esta actitud mental se basa enla fusión de dos elementos distintos: por unlado, una visión maniquea y mesiánica, denaturaleza «religiosa», y por otro en unvoluntarismo extremo, vinculado a unaadhesión sin reservas a los valores de lamodernidad.

no fue el producto del sistema: fue el sistema» (Hitler.Essai sur le charisme en politique, Gallimard, 1995).Kershaw concluye precipitadamente, a partir de ahí, queHitler era irremplazable para el nazismo, mientras que lasobrevivencia del sistema soviético exigía por el contrariola sustitución de Stalin. El argumento es de naturalezapuramente especulativa, puesto que la victoria aliada de1945 permitió al sistema soviético perpetuarse después deStalin al tiempo que impidió que el nazismo se perpetuaradespués de Hitler.

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XVI

Las ideologías modernas son religionesprofanas. Se basan en conceptos teológicossecularizados. Esta constatación se aplica muyparticularmente a los sistemas totalitarios, cuyocomponente milenarista y mesiánico fue antañotransmitido sobre todo por las herejías cristianas.Al igual que ciertos otros autores (Waldemar,Gurian, Eric Voegelin, Jean-Pierre Sironneau),Raymond Aron ha podido calificar a lostotalitarismos modernos de «religiones políticas»o «religiones secularizadas»; es decir, «doctrinasque ocupan en las almas de nuestroscontemporáneos el lugar de la fe y sitúan aquíabajo, en la lejanía del futuro, la salvación de lahumanidad en forma de un orden social porcrear».76

La ideología desempeña indudablemente, a

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este respecto, un papel de primer plano.Diversos observadores de los sistemastotalitarios, como Alain Besançon, MichelSéller o François Furet, los han descrito por lodemás como «regímenes ideocráticos»,calificación que conviene sobre todo alrégimen soviético.1 Ahora bien, contrariamentea lo que creen los autores liberales (quienes seimaginan que ellos mismos están hablandodesde un lugar no ideológico), si eltotalitarismo es totalitario, ello no se debe tansólo a que se refiere a una ideología. Todas lassociedades humanas, en la medida en que secristaliza en ellas una cierta concepción delmundo, poseen en efecto una base defundamentación ideológica, ya sea de modoimplícito o interiorizado. Tampoco es,exactamente hablando, el contenido de suideología lo que en los sistemas totalitarios

1 «Por lo que se refiere a la ideología —escribe RaymondAron—, el nacionalsocialismo nunca adoptó la formasistemática, dogmática del marxismo-leninismo. Noexistió catecismo hitleriano equiparable a la Historia delpartido comunista de la Unión Soviética de Stalin. Elracismo, centro de la fe hitleriana, no corrompía elconjunto del pensamiento como lo hacía el estalinismo enla peor época.» (Los últimos años del siglo, op. cit., págs.113-114.)

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desempeña la función primordial.** Lofundamental es más bien la forma en que estecontenido es presentado deliberadamente comoun sistema de verdad, oficialmente profesado ysustraído a cualquier forma de debate. DecíaMontesquieu que todo régimen político teníauna naturaleza («aquello que le hace ser lo quees») y un principio («aquello que lo haceactuar»). Una de las características deltotalitarismo es que su principio y sunaturaleza se confunden, precisamente porqueestán subsumidos por una ideología «total»,que tiene la pretensión de «explicarlo todohasta el menor acontecimiento, deduciéndolode una única premisa».77 Esta ideología sepresenta, a la manera de las doctrinasreligiosas, como una estructura esencialmentedogmática, portadora de certidumbresabsolutas, que asigna a las demás ideas elpapel de falsa conciencia o de mistificacióndestinada a disimular la realidad de los retosesenciales. Como tal, se afirma como ciencia

** Hannah Arendt destaca a este respecto que ni el socialismo,ni el racismo, ni el antisemitismo son en sí mismos totalitarios,sino que lo llegan a ser a partir del momento en que lostotalitarismos «se apropiaron» de ellos (El sistema totalitario,op. cit., pág. 218).

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detrás de la historia o de la vida, erigiéndosesus conceptos y sus principios fundamentalesen verdades que excluyen cualquier otraverdad.

En los sistemas totalitarios, los rasgos«religiosos» más evidentes son la visión dualistadel mundo, la esperanza mesiánica de una nuevaera y la ilimitada voluntad de instaurar unasociedad nunca vista. «¿Qué se debe entender —escribe D. C. Rapoport— por sentimientomesiánico? Se trata del sentimiento según elcual llegará un día en que la historia y la vidaen esta tierra se verán total e irreversiblementetransformadas, pasándose del estadio de lalucha perpetua que todos hemos experimentadoal de una armonía perfecta en la que muchossueñan, y en la que ya no habrá nienfermedades ni lágrimas, en la que estaremoscompletamente liberados de toda regla, lo cuales condición indispensable para una perfectalibertad.»78

La concepción dualista consiste en pensar elmundo en términos de una división radical:nosotros y ellos, las fuerzas del bien y las delmal. El mundo se encuentra entoncesexclusivamente dividido entre amigos y

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enemigos, sin que resulte posible ningunatercera posición: «Quien no está conmigo estácontra mí», se lee ya en el Evangelio (Mat. 12,30). En Lenin, este principio se convierte en:«O bien la ideología burguesa, o bien laideología socialista. No hay punto intermedio».Kolakowski, refiriéndose al estalinismo, hapodido por ello hablar de «esquema de la únicaalternativa»; y Alain Finkielkraut, de«simplismo radical que asocia a undeterminismo implacable un moralismodesencadenado».

Esta visión de un mundo dividido en doscorresponde en el comunismo alenfrentamiento del proletariado y de las clasesexplotadoras; en el nazismo, a la oposiciónentre los alemanes (o los arios) y los judíos,oposición visiblemente calcada de la de Cristoy de un Anticristo satánico.1 En ambos casos,el Partido representa la quintaesencia del buenprincipio, puesto que se identifica con la partemás sana (social o racialmente) del pueblo —laparte «elegida», que tiene una misión históricay metafísica que cumplir en la medida en que

1 «Los burgueses son para Lenin lo que los judíos son paraHitler», observa Hélène Carrère d’Encause (Lénine, op.cit.).

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posee una conciencia de raza superior orepresenta la vanguardia del proletariado— yque, como tal, prefigura la totalidad del pueblodel futuro. Al Partido le corresponde, así pues,luchar por todos los medios en contra delprincipio dañino. La política se convierte, detal modo, en una guerra de religión de carácterapocalíptico emprendida contra las fuerzas delmal. En ambos casos, estamos ante una teoríaque formula «una doctrina salvadora en pro deuna colectividad elegida, raza alemana oproletariado mundial» (Philippe Burrin).

También en ambos casos esta luchauniversal se ve legitimada por unarepresentación del mundo basada en unametafísica de la subjetividad disfrazada ennecesidad histórica objetiva. Hitler asegura quela lucha que emprende el hombre ario, este«Prometeo de la Humanidad», corresponde alas «leyes eternas de la naturaleza»,interpretadas como lucha de todos contra todosen la perspectiva del darwinismo social. Lalucha universal opera la selección de losmejores, realizando de tal modo «la voluntadde la naturaleza, que tiende a elevar el nivel delos seres». Enseguida, la proposición se

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invierte con toda naturalidad: si los mejoresvencen necesariamente, de ello se deriva que ladominación de los más fuertes va en el sentidode la historia. Lenin afirma de igual modo queel advenimiento del comunismo corresponde ala necesidad histórica, interpretada comoperpetuo progreso. En ambos casos, la historiaconstituye el tribunal supremo que permiteverificar la justeza de la teoría. La lucha tieneel valor de un principio selectivo que permitehacer triunfar a quienes poseen la verdad: elque gana demuestra, por ello mismo, que teníarazón. Encontramos aquí el eco delhistoricismo moderno, versión laica de lacreencia en una historia lineal, orientada haciael reino de Dios. La clase, al igual que la raza,queda sustantivada en sujeto singular,depositario del sentido de la historia, que nipuede ser legítimamente dividido, ni plantearsu identidad el menor problema. Elvoluntarismo, paradójicamente, se encuentraasociado de tal forma la creencia en una leyabsoluta, que nada le debe a la interpretaciónde los hombres, sino que al contrario seimpone a ellos: ley de la Historia o ley de laVida, que circunscribe radicalmente el libre

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arbitrio y somete todo cuestionamiento sobre lalibertad a las mismas aporías que las formasclásicas de determinismo o de predestinación.Erigida por encima de todos y de todo, esta«ley del movimiento de una fuerzasobrehumana, la Naturaleza o la Historia»,79

tiene por efecto real privar de toda validez a lasleyes positivas, las cuales sólo son aceptadasen tanto en cuanto concuerdan con ella, altiempo que hace saltar en añicos los criteriosde lo permitido y de lo prohibido. Constituyeel origen fundamental del fantasma detransparencia y de dominio total quecaracteriza a los totalitarismos.

Al aspirar a una ruptura casi ontológica en elseno de la historia humana, los totalitarismosllevan por otra parte la pasión de la novedadhasta el paroxismo. Pretenden conseguir eladvenimiento de sociedades de un tipo nuncavisto: «nuevo Reich», «hombre nuevo», «eranueva» constituyen otras tantas fórmulas paratrazar una frontera absoluta entre el antes y eldespués, residiendo lo novum en el proyecto deplanificación racional cuyo objetivo colectivoreviste carácter supremo. Después de GiovanniGentile, quien desde 1898 había puesto de

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manifiesto el carácter «metafísico occidental»del marxismo, Ernst Bloch ha evidenciado queel papel de la aspiración a lo «totalmentedistinto» juega en el comunismo la funciónprofana del paraíso terrestre: la pretensión ahacer «del pasado tabla rasa» manifiesta unavoluntad de ruptura total, la única capaz dealumbrar un mundo inédito gobernado por unhombre nuevo. «En el nazismo y elcomunismo —subraya Alain Besançon— setrata, erradicando el mal, de crear una sociedadperfecta y un hombre nuevo».80 Tal es la dobleobsesión de cierre (el de una eradefinitivamente concluida) y de apertura (la deuna era radicalmente nueva).

Desde este punto de vista, el totalitarismo esel heredero directo de una modernidad que seconstituye, desde sus inicios, como tabula rasa;es decir, como rechazo de principio, repudio detodo cuanto antes era considerado como lo quese tiene que mantener y transmitir. El lemaincesante de la modernidad es que hay queexplorar sin cesar los «límites de lo posible»(Arendt), considerándose que todo lo posiblees deseable. Este lema corresponde a la«expansión ilimitada» que, según Hannah

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Arendt, constituye precisamente el telos de lamodernidad,81 o también la aplicación profanade lo que Heidegger denomina el «concepto deinfinidad». El mismo implica uncuestionamiento de la noción misma de límite,que la voluntad humana o el «progreso» estánllamados a hacer retroceder indefinidamente.Por definición, el totalitarismo es el sistemaque no conoce límite, el sistema que aspira a lamovilización total de los hombres y delmundo, el que aspira a sojuzgar, a dominarmediante la razón la totalidad del mundo,desplegándola como tal en una «potenciamasiva de convocación» (Jean-Luc Nancy yJean-Christophe Baillo). Es el sistema que creeno sólo que todo es posible (porque suvoluntad carece de límite), sino que todo estápermitido (porque representa la verdadabsoluta).

Esta movilización total es indisociable de laaspiración a lo homogéneo. El totalitarismopretende, antes de nada, reducir la diversidadhumana a un único modelo. Expresa de talmodo una perversión del principio de unidad,consistente en suprimir la contrapartida, lamultiplicad, sobre la base de una referencia

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política a la universalidad. En tal sentido,manifiesta un claro rechazo de la«ambivalencia del mundo»,82 un desesperadointento por reducir a lo único todas lassignificaciones humanas, por abolir la distanciaentre la multiplicidad de lo real y la unidad delconcepto, por instaurar a toda costa esta unidadaquí y ahora. Por tal razón, en los regímenestotalitarios tiene que suprimirse todo lo quedistingue a los individuos entre sí, todo lo quese interpone entre los individuos y el poder —supresión que puede efectuarse tanto másfácilmente cuanto que, «en la medida en quehay homogeneidad, la unidad como tal essimplemente desdeñable; sustraer a la totalidaduna unidad, o el número que sea de unidades,no afecta para nada a la totalidad como tal».83

Esta visión entronca, por supuesto, con laidea de un fin de la historia; es decir, de unafase terminal de la historia humanaeventualmente asimilada, con finalidadesretóricas, a una «nueva historia» desprovista detodas las características de la existenciahistórica. Pero esta idea es enfocada desde unaperspectiva a la vez voluntarista y dialéctica.Por un lado, no se considera que este proceso

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se desarrolle por sí mismo: el hombre tiene quetomar parte activa en el mismo para precipitarsu realización. Por otro lado, si bien se suponeque el momento final se caracteriza por ladesaparición de las tensiones y de las guerras,ello sólo se puede conseguir mediante laaceleración de las tensiones y el desarrollo deuna guerra absoluta. Para salir de la fase de losantagonismos y de las oposiciones, alcomienzo se las tiene que exacerbar. Tal es eltema de la «lucha final» (Endkampf), efectuadapor una minoría decidida y agrupada en unpartido único, que, haciendo desaparecer lacontradicción principal, pretende conducir lahistoria hasta su final. Los regímenestotalitarios son regímenes que quieren ponertérmino a la existencia histórica mediante unaaceleración radical de la historia.

En tal sentido, los sistemas totalitarios nuncapuede ser «de derechas», ya que toda política«de derechas» se caracteriza ante todo por laprudencia: implica la prosecución de objetivosque sólo ser limitados. Por más la política «dederechas» se apoye en una ideología o en unadoctrina, los resultados nunca están aseguradosde antemano. Se tiene en cuenta la naturaleza

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humana, lo cual impide pensar que todo esposible. El futuro nunca es considerado comoalgo que implica una ruptura absoluta con elpasado. Se adopta como regla general elrespeto de la diversidad humana, con todo loque ello implica de relatividad respecto alcontexto. Los sistemas totalitarios, por elcontrario, se sitúan de entrada en lo absoluto.Rechazando la política como prudencia, laconciben a la vez como una ciencia y como unsustitutivo de la fe, la cual poseería la verdadúltima de todos los asuntos humanos.

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XVII

Las tiranías clásicas se contentan conadueñarse de los cuerpos y controlar laexpresión de las opiniones, mientras que eltotalitarismo —he ahí otro rasgo que lo acercaa los sistemas religiosos— pretende poseertambién las almas. Tal es el motivo por el que,si bien las tiranías clásicas suprimen elpluralismo político, siguen siendo compatiblescon un cierto pluralismo social. Eltotalitarismo, por el contrario, intenta reducir aunidad toda la realidad social. Pretendesuprimir la exuberante contingencia de losocial; es decir, la libre expresión de losantagonismos que se derivan de la diversidadhumana, así como la posibilidad de resolverlosen forma de confrontación democrática. Elfantasma de transparencia social es llevado, en

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su caso, al extremo; se trata, en realidad, dehacer desaparecer lo aleatorio, lo imprevisible,lo espontáneamente irracional: todo aquelloque obstaculiza el que la gestión de la sociedadse haga por completo según el espíritu decálculo.

Hannah Arendt veía un vínculo evidenteentre la atomización de los individuosproducida por el auge del individualismoigualitario, y el hecho totalitario. Eltotalitarismo era, para ella, una respuesta al«desencanto del mundo», a la descomposiciónde los cuerpos intermedios, a la dislocacióncultural y social de las sociedades industrialesmodernas, en las que la aceleración deldesarrollo ha quebrantado los modos de vidaligados a los grupos orgánicos primarios(familias, comunidades campesinas, etcétera).Su surgimiento lo consideraba vinculado alauge de «masas» (mob) desarraigadas, que ladesaparición de las comunidades, de lasasociaciones y de los «estados» (Stände) hahecho más vulnerables que nunca. El individuoanónimo —escribe uno de sus discípulos,Domenico Fisichella— «se parece a un

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recipiente, siempre dispuesto a ser llenado».1

«Llevando las cosas al extremo —añadeClaude Pollin—, el grupo totalitario semantiene única y exclusivamente en virtud dela mera fuerza de su homogeneidad: el granode arena no es nada fuera del montón dearena.»84

También se ha hablado, para definir eltotalitarismo, de desvanecimiento o deaplastamiento total de la sociedad civil porparte de la esfera pública e institucional, porel Estado o, también, por un aparatojerárquico centralizado que no se confundenecesariamente con la administración estatal.En los regímenes totalitarios, no hay, en

1 Se ha opuesto a este análisis el resultado de ciertasinvestigaciones empíricas. Se sabe, por ejemplo, que, en laRepública de Weimar, la sociedad alemana distaba muchode parecer a la informal y atomizado agregación socialdescrita por Arendt. Tambén se sabe que el nazismo, en susinicios, no reclutó sus grandes batallones en la periferia delas grandes metrópolis, sino en pequeñas localidades ruralesen las que todavía subsistían fuertes realidades asociativas.Cabe responder a esta objeción que los medios socialestodavía no atomizados eran también los que más temíanserlo. Habría que interrogarse sobre la crisis de las clasesmedias en la República de Weimar, sobre su temor de«proletarización» y su falta de inserción política en lasociedad.

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efecto, ninguna fuente de legitimidad que nosea la del poder, lo cual es tanto como decirque toda la sociedad se confunde con elpoder que se supone la encarna. Sinembargo, existe un gran riesgo, si uno selimita a esta observación, de volver a caer enlas interpretaciones que hacen deltotalitarismo el resultado de un simple«llevar las cosas al extremo» en el ejerciciodel poder político. En esta perspectiva,común a los autores liberales, «eltotalitarismo es el poder desnudo».85 Ahorabien, el totalitarismo no se puede explicar,como las tiranías clásicas, por un contraste,por acentuado que sea, entre una minoríadominante y una mayoría dominada. No estanto un Estado todopoderoso, cuanto que unsistema que engloba estructuralmente todaslas funciones de la sociedad y que esresponsable del desmoronamiento de lasformas tradicionales de actividad social.Desde este punto de vista, sería másadecuado caracterizar a los regímenestotalitarios como los que consagran no tantola tiranía de unos pocos sobre muchos, sino—en una perspectiva hobbesiana— la

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dominación de todos sobre cada uno.Basándose especialmente en lasobservaciones de Alejandro Zinoviev,Claude Pollin escribe a este respecto: «Elpoder totalitario es, en primer lugar, latiranía de todos sobre todos; el verdaderofundamento del poder de quienes se hallanen la cúspide de la jerarquía es el poder dequienes constituyen la base».1 Eltotalitarismo puede definirse por lo tantocomo una «tiranía de un tipo nuevo, quecompagina extrañamente el coerción sobretodos y la participación de todos».86

La dominación de lo político sobre lo social,así pues, tampoco tiene que confundirnos.Cuando todo se hace político, la políticadesparecen en el mismo momento en queparece triunfar, y ello porque la política sólopuede existir, precisamente, en la medida en

1 Ibid., pág. 117. Alejandro Zinoviev constata, por su parte,que es sobre todo el régimen soviético el que ha destruidola base social del país. «Se puede rechazar el totalitarismoalemán —escribe—, aun conservando el sistema social delpaís. En cambio, resulta imposible operar de igual modocon el totalitarismo soviético sin arriesgarse a destruir lasbases mismas del régimen social del país» (Le communismecomme réalité, L’Âge d’Homme-Julliard, 1981, págs. 55-56).

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que no se identifica con lo social. La políticaforma parte del movimiento de institución de losocial —participa en el trabajo simbólico de lasociedad sobre sí misma—, pero no seconfunde con lo social. «Sólo hay política —observa Claude Lefort— ahí donde semanifiesta una diferencia entre —por un lado— un espacio en el que los hombres sereconocen unos a otros como ciudadanos,situándose juntos en los horizontes de unmundo común; y —por otro lado— la vidasocial propiamente dicha, en la que sóloexperimentan su dependencia recíproca, y ellobajo los efectos de la división del trabajo y dela necesidad de satisfacer sus necesidades.»87

Así como el totalitarismo pone término a lahistoria al pretender identificar su sentidoprofundo, así también destruye lo político a lavez que lo extiende por doquier.

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XVIII

Es evidente el carácter movilizador de lavisión dicotómica que caracteriza a lossistemas totalitarios. En semejante visión, elmundo tiene que ser necesariamente depuradode quienes han sido designados de antemanocomo enemigos ontológicos que abatir. «Elsanto terror, cualquiera que sea la época en queaparece —subraya D. C. Rapoport—, estáhabitualmente ligado al mesianismo.»88 Éste,en efecto, sólo alcanza su en la media en quelos buenos y los malos experimentan suertesradicalmente opuestas.

Resulta entonces obvio que la mejor formade liquidar una oposición consiste en eliminaruno de sus términos. Tanto para Lenin comopara Hitler, la supresión del principio malo (ladesigualdad de clase o la dominación judía) es

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condición para conseguir la salvacióncolectiva; es decir, el acceso a una vida futurarealizada, ya no en el más allá, sino en unfuturo más o menos lejano. Esta lucha es unalucha sin merced, sin pausa ni reconciliaciónposible, que sólo puede concluir mediante laeliminación total de uno de los dos campos.«El enemigo representa el mal integral,siempre peligroso o, en suma, algo distinto delo humano. Es imposible establecer acuerdos,pues las restricciones que el enemigo acepta opropone únicamente aspiran a engañarnos.Resulta fuerte la tentación de pretender que,frente a semejante adversario, todo estápermitido.»89 Un fin absoluto justifica, enefecto, que se recurra a todos los medios. Porterribles que sean, estos medios resultanaceptables a la vista del carácter sublime, delideal inconmensurable del objetivo perseguido.Lo grandioso del objetivo justifica que se actúede forma implacable frente a quienquieraobstaculice este objetivo, que se le oponga unodio total, sin tregua ni matices. La pretensiónde combatir en nombre de la «humanidad» —como hemos visto— aún refuerza más estadisposición mental: quien se opone a la

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humanidad es necesariamente no humano. Lomismo ocurre con la convicción de que el malno reside en el hombre, sino en la sociedad: asícomo en un clima igualitario cualquierdesigualdad resulta insoportable, así también siel hombre es intrínsecamente bueno, «el menorculpable es un monstruo espantoso».90 Laviolencia estatal puede entonces ser vividacomo una necesidad ética porque opera bajo lagarantía de la trascendencia a la que respondela sociedad futura. Cuando semejante finalidadse plantea como una necesidad derivada delpropio movimiento de la historia, el verdugo seconvierte en el instrumento de esta historia; yla eliminación del adversario, en la condiciónde su realización.

En esta visión maniquea en la que «ladiversidad dentro de un mundo único essubstituida por la oposición irreconciliable dedos mundos», «la totalización del bien obliga ala totalización del mal; es decir, a unaunificación no menos arbitraria de todo lo que,por las razones más diversas, se opone al bien“unificado”». 91 De entrada, el adversarioqueda, pues, situado en el lado del no ser. Es elcuerpo ajeno necesariamente perturbador de lo

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Idéntico, que impide el triunfo lógicamenteordenado del ser, y obstaculiza elcumplimiento de la gran aspiraciónunificadora, razón por la cual tiene que serreducido a la nada cuya amenaza, siemprereemprendida, encarna. La supresión deladversario no sólo es necesaria por lascondiciones inherentes a la lucha: también loes desde el punto de vista de los principios:como sólo el mejor puede triunfar, si eladversario no es aniquilado, la teoría resultafalsa.

Hannah Arendt ha sido la primera enmostrar que los sistemas totalitarios masacrana los hombres no sólo por lo que hacen, sinotambién por lo que son. Enemigos de raza yenemigos de clase son definidos en amboscasos como «“enemigos objetivos” de lahistoria o de la naturaleza» (Arendt); es decir,como hombres que merecen ser deportados osuprimidos porque su existencia mismaequivale a un acto de oposición. Pordefinición, son «hombres de más».92

Correspondiendo a la parte mala, perturbadoray por tanto radicalmente superflua de lahumanidad, a aquella parte cuya presencia en

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el mundo constituye desde siempre la causa detodos los males, no tienen tanto que sersancionados cuanto que erradicados, como sehace con una enfermedad, una contaminacióno un microbio; de donde se desprenden lascuantiosas metáforas biomédicas, higienistas ozoológicas de que son objeto: «virus fascista»,«vacilo judío», «bestia inmunda». Leninhablaba de «limpiar» a Rusia de sus«parásitos» y demás «insectos dañinos». Jean-Paul Sarte dirá que «todo anticomunista es unperro». La parte mala de la humanidad tieneque ser erradicada porque, frente a la leyobjetiva del devenir que se supone encarna laverdad absoluta, no puede, por su parte, sinorepresentar la mentira absoluta. La lógicaexterminadora y el terror planificado se hacenentonces inevitables.

Es por ello por lo que en los sistemastotalitarios la represión siempre va muchomás allá de la resistencia efectiva con que elpoder se topa en la sociedad. Un rasgocaracterístico del terror totalitario es quealcanza su punto culminante cuando elrégimen ya no tiene adversarios,redoblándose cuando ya no tiene razón de

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ser. A estos sistemas no les basta con hacerdesaparecer toda oposición.Paradójicamente, les hace falta al mismotiempo hacerla desaparecer y volver a crearuna oposición, incluso ficticia, para que suexistencia todavía tenga sentido; es decir,para que puedan seguir presentándose comoestando legitimados a proseguir su misión.Por ello, cuando ya no hay más oponentes,lejos de bajar la guardia, los vuelven a crearellos mimos, atribuyendo tal papel aaquellos de sus partidarios de quienessospechan que no son lo bastante fiables o alos que no encuentran suficientemente«claros».1 El imaginario del complot(«conspiración judeo-masónica» o«conspiración tramada por el capital contra lostrabajadores») constituye un poderoso resorte

1 A propósito del nazismo, Jean-Marie Vincent habla deidentificación inmediata a «una comunidad mítica que tieneque ser constantemente reafirmada y vuelta a poner enescena a través de la negación de lo que la trastorna operturba. La comunidad se hace y se rehace sin cesar contrasus supuestos enemigos, lo que equivale a decir que tiene,sin cesar, que hacer aparecer y reaparecer al enemigo comoamenaza inminente». («“Démocratie et totalitarisme” revi-sités. La démocratie et Claude Lefort», en Gérard Duprat[ed.], L’ignorance du peuple. Essais sur la démocratie,PUF, 1998, pág. 71.)

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de este proceso de sospecha generalizada: laastucia del Diablo consiste, en efecto, en hacercreer que no existe, pues los enemigos máspeligros andan siempre «enmascarados». Esesta persistencia del terror cuando ha perdidotoda «utilidad» normalmente concebible lo queexplica que los regímenes totalitarios no logranestabilizarse, sino que siempre se venobligados a huir hacia adelante. «En unaprimera fase —explica Maurice Weyembergh—, [la policía política] se contenta con liquidara quienes se oponen al régimen; en unasegunda fase, la emprende contra los“enemigos objetivos” y remplaza la “culpasospechada” por el “crimen posible”. En unatercera fase, en la que culmina el terror […], elenemigo objetivo es remplazado porquienquiera que sea».93 El totalitarismoinstitucionaliza de tal modo la guerra civil. Ycomo los enemigos pronto se convierten enenemigos metafísicos, las posibilidades depurga se hacen ipso facto inagotables. «Elterror propiamente dicho —escribe ClaudoPolin— comienza a existir cuando en cualquiermomento a todos se les puede decretarculpables sin haber transgredido ley alguna.»94

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El principio básico del totalitarismo es ladepuración como modo de administración delo social. El totalitarismo —escribe asimismoPolin— es una forma de organización social«que no utiliza el terror, sino cuya esencia es elterror».95

El rasgos fundamental en Lenin y sussucesores es precisamente la concepción de lapolítica como guerra civil. Este rasgo vaincluso más lejos que la lógica propia delnazismo, en la medida en que éste combatesobre todo a enemigos externos. En el sistemacomunista, el enemigo es ante todo un enemigointerno, siendo ésta la razón por la que dichosistema se entrega a la purga permanente. Enjunio de 1919, Lenin declaraba: «Sería unagran vergüenza mostrarnos dubitativos y nofusilar por falta de acusados».96 La frase essignificativa. Prueba que la falta de enemigoshace peligrar al sistema mucho más que suexistencia, siendo necesario producirlos sincesar para que el sistema se legitime a símismo mediante esta constante amenaza. En1937-38, el poder soviético llegó a fijar aciegas cupos de individuos a deportar. En total,entre 1934 y 1953, uno de cada cinco hombres

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pasó por una colonia penitenciaria o por loscampos. La política comunista aparece de talmodo como una política de hostilidad haciatoda una sociedad a la que, al mismo tiempo,incita a luchar contra sí misma participando enla violencia estatal. Dentro de semejante clima,sólo los órganos de represión tienen laposibilidad de actuar según les plazca; sólodisfrutan de plena libertad los encargados dehacerla desaparecer.

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XIX

Al mismo tiempo que prolonga unaintolerancia de tipo propiamente religioso, elfanatismo totalitario también se encuentraprofundamente modelado por la modernidad.Este carácter moderno se pone claramente demanifiesto en el comunismo soviético. Llevadopor el optimismo radical de la teoría delprogreso y por la idea de que es posible crearun hombre nuevo que reine en un mundotransformado tal como debe ser, dichototalitarismo adhiere plenamente alracionalismo y al cientismo de la Ilustración.Hallamos en él la afirmación prometeica deque no hay naturaleza humana, de que elmundo no es sino objeto para el hombre y quela tierra entera puede ser sometida al reino dela razón. La colectivización, con su obligado

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corolario de industrialización, es en sí mismaeminentemente moderna: la aniquilación de loskulaks aspira ante todo a obligar a una clasecampesina «arcaica» a que acepte losprincipios de la modernidad.

Pero esta modernidad también estápresente en el nazismo, tal como lo hapodido establecer la investigacióncontemporánea.1 Detrás de un arcaísmo1 Véase en particular Michael Prinz y Rainer Zitelman(Hrs..), Nationalsozialismus und Modernisierung, Wissen-schaftlicher Buchgesellchaft, Darmstad 1991 («Die totali-tarie Seite der Moderne», págs. 1-20); Rainer Zitelmann,Hitler Selbstverständnis eines Revolutionärs, Hamburgo,1987. Otro resultado importante de la investigación sobre elnazismo ha consistido en poner de manifiesto su carácterpolicrático. En el III Reich, tras la fachada del Führerstaat,el poder emanaba sobre todo de un montón deneofeudalidades personales, lo cual contribuye sumamentea explicar la falta de coordinación entre los diversoscomponentes del régimen. «La sumisión personal, que casiconstituía una forma moderna de anarquía feudal —escribeIan Kershaw—, eclipsaba las posiciones oficiales yconstituía la verdadera base de la correlación de fuerzas enla Alemania nazi» («Nazisme et stalinisme. Limites d’unecomparaison», art. cit., pág. 187). Martin Broszat ha podidohablar, dentro de la misma perspectiva, del carácter«amorfo»del régimen nazi. Reinhardt Bollmus llega inclusoa evocar el «caos de la gestión en el Estado del Führer»(Das Amt Rosenberg und seine Gegner. Zum Machtkampfim nationalsozialistischen Herrschaftsystem, DeutscheVerlag-Anstalt, Stuttgart, 1970, pág. 236). Véase también

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postizo y una ideología oficial que, por lodemás, nunca estuvo verdaderamenteunificada,1 el régimen hitleriano se dedicó conahínco a concluir la modernización deAlemania. Al igual que el comunismo, importómasivamente los métodos del taylorismo y del

Robert Koehl, «Feudal Aspects of National Socialism» enHenry A. Turner (ed.), Nazism and the Third Reich, NuevaYork, 19172, págs. 151-174; R. Hildebrandt, «Monokratieoder Polykratie? Hitlers Herrschaft und das Dritte Reich»,en Karl Dietrich Bracher, M. Funke y Hans-Adolf Jacobsen(Hrsg.), Nationalsozialistische Diktatur 1933-1945. EineBilanz, Bonn 1983, págs. 73, ss.

1 Más allá de las consignas difundidas entre las masas, laideología nazi se presenta como un conglomerado detendencias y corrientes bastante diversas, lo cual ha llevadoa distinguir en los autores nacional-socialistas una cincodistintas teorías del Estado. El apocalíptico darwinismosocial y la doctrina de la «lucha de razas», tal como laexpone Hitler, no se corresponde ni con el ruralismoecológico y nordizante de un Darré, ni con el nacionalismometafísico basado en una neumatología del «alma racial» deun Rosenberg, ni con la política pragmática yagresivamente modernista de un Goebbels, ni con elracialismo envuelto en ensoñaciones «prehistorizantes» deun Himmler. Nunca existió tampoco una teoría económicanacional-socialista bien elaborada, ni verdaderas constantesen materia de política exterior. En el plano filosófico, elelemento nacionalista y el elemento racista (necesariamentetransnacional) eran, además, potencialmentecontradictorios. Sobre el carácter ecléctico de la ideologíanazi, véase Thomas Klepsch, «Totalitarisme: un concept

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fordismo —con la diferencia de que la URSSnunca salió de la penuria, mientras que lasociedad alemana ya conoció bajo el III Reichun comienzo de consumo de masas—,racionalizó la producción, le dio a la técnica unlugar capital, favoreció el turismo masivo, eltráfico automovilístico y el desarrollo de lasgrandes ciudades. Reivindicaba una mística de«la tierra y la sangre», pero contribuyósumamente a liquidar al campesinado alemán.Cantaba las virtudes del ama de casa, pero lapuso masivamente a trabajar. También él«traicionó su ideal». François Furet ha podidodecir con toda la razón que «la dictadura nazidesarraigó verdaderamente a Alemania de sutradición, al mismo tiempo queinstrumentalizaba en su favor ciertos elementosde esta tradición»97

Desde este punto de vista, no erraba laEscuela de Francfort al considerar que elnazismo no hubiera sido posible sin elracionalismo de la Ilustración, al que sinembargo pretendía combatir. La preeminenciade la técnica, la dominación cada vez mayor

pertinent pour le IIIe Reich?», en Yannis Thanassekos yHeinz Wismann (ed.), op. cit., págs. 45-54.

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del mundo por parte del hombre, así como elreino de la subjetividad burguesa constituyen,según Theodor Adorno y Max Horkheimer,98

un conjunto indisociable de la comprensión delsistema concentracionario. El totalitarismo, enefecto, sólo puede aparecer cuando elconocimiento ha quedado identificado con la«calculabilidad del mundo» y se han suprimidotodas las estructuras «opacas» queobstaculizaban anteriormente el irresistibleavance hacia el dominio total. Desde 1939,Horkheimer escribía que «el orden nacido en1789 como un camino hacia el progresollevaba consigo la tendencia al nazismo».Agregaba que el nazismo «es la verdad de lasociedad moderna» y que combatirlo«reivindicando el pensamiento liberal equivalea apoyarse en lo que le ha permitidoimponerse». Augusto Del Noce también hadescrito la modernidad como una cultura«intrínsecamente totalitaria»,99 mientras queMichel Foucault hablaba a propósito delnazismo de «racionalidad de lo abominable».Zigmunt Baumann también afirma que es «elmundo racional de la civilización moderna» elque ha hecho al mismo tiempo posible y

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concebible unas persecuciones antisemitas queno han «representado tan sólo el rematetecnológico de la sociedad industrial, sinotambién la culminación organizativa de lassociedad burocráticas».100 Las masacrescometidas por los regímenes totalitarios hanrepresentado formas extremas de racionalidadinstrumental, que se derivan directamente de latransformación moderna del hombre en objeto.En ello es en lo que se distinguen radicalmentede todas las masacres anteriores.

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XX

Marcando el nacimiento oficial de lamodernidad, fue precisamente la RevoluciónFrancesa la primera que hizo de la masacre laconsecuencia racional del enunciado de unprincipio político. El primer intento degenocidio de la historia moderna tuvo comomarco la región de Vendée: 180.000 hombres,mujeres y niños matados por el mero hecho dehaber nacido. Refiriéndose a los habitantes deVendée, Couthon declaraba el 10 de junio de1794: «Se trata menos de castigarlos que deaniquilarlos». Frente a sus respectivosenemigos, reales o supuestos, los totalitarismosdel siglo XX han reaccionado al igual que losrevolucionarios franceses: con la voluntad deexterminio, teniendo siempre esta misma ideade que la aniquilación del enemigo es

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condición para la salvación del mundo. Pero laRevolución Francesa también fue la primeraque movilizó a las masas e impuso a suspartidarios políticos la ruptura de sus demásvínculos. También fue la primera que culminóel proceso de destrucción de los cuerposintermedios, con la intención de eliminar todolo que se pudiera interponer entre el podercentral y los individuos atomizados. Y, porúltimo, también fue la primera que profesó ununiversalismo brutalmente invertido en odiodel extranjero a partir del momento en que,identificados los términos «francés» y«universal», quienquiera no fuera francéspodía lógicamente ser situado fuera de lahumanidad.

El paralelismo entre la Revolución Francesay la Soviética, entre el terror jacobino y elbolchevique, ha sido explícitamentereivindicado por los propios comunistas rusos.Lenin fue el primero que asimiló los cosacos alos habitantes de Vendée, y que proclamó que1917 concluía 1789, dando de tal modo aentender que la Revolución de Octubreconstituía en cierto modo la revancha deRobespierre.101 En los países occidentales, los

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dirigentes de los partidos comunistas y suscompañeros de viaje también utilizaron esteparalelismo para legitimar el comunismosoviético, como lo ha subrayado FrançoisFuret, quien insiste en el papel desempeñadopor el «imaginario jacobino» en elconsentimiento francés al comunismo y en laindulgencia mostrada por los intelectuales antelos actos más macabros del poder soviético.1

Al regresar de la URSS, Marcel Cachindeclaraba: «Un francés no tiene nada querenegar de la revolución rusa, la cual, en susmétodos y en su proceso, reanuda la

1 F. Furet, El pasado de una ilusión, trad. española de M.Utrilla, FCE, 1995. Véase también Jacob L. Talmon, Lesorigines de la démocratie totalitaire, Calmann-Lévy, 1970.Furet resulta en cambio menos convincente cuando hace del«odio por el burgués» el principal denominador común delas ideologías totalitarias. La crítica comunista de lademocracia burguesa, en efecto, le reprocha a ésta no tantoel que sea burguesa, cuanto que traicione sus propiosideales: la figura histórica del burgués contradice laigualdad reivindicada por la ideología burguesa, que, segúnMarx, tuvo al menos el mérito de liquidar los últimosvestigios del modo de producción feudal. Así es como laburguesía es definida como la clase que, para maximizarsus intereses, ha renegado los ideales que se había dado. Lapropia Revolución Francesa, de la que Lenin diceinspirarse, fue por lo demás una revoluciónfundamentalmente burguesa.

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Revolución Francesa». Ernst Nolte ha podidoobservar que «lo que caracteriza más que nadaa la izquierda francesa no es tan sólo que siguesituando a la Revolución Francesa en el rangosuperior, en la etapa fundamental de la historiade la emancipación humana; es también queestablece una relación positiva entre laRevolución Francesa y la Rusa».102 Todavía enla actualidad, agrega Krysztof Pomian, «losmejores intelectuales franceses no han sidoverdaderamente “desestalinizados”. Siguenestando muy profundamente apegados a lamitología del frente popular y másprofundamente a la idea de que la RevoluciónFrancesa ha sido un “bloque”, lo cuallegitima al Terror».103

Desde antes de la guerra, ciertos autores, porsu parte, habían sabido interpretarperfectamente la revolución nazi como elequivalente para Alemania del «momentojacobino» representado en Francia por laRevolución de 1789. En su Journalde’Allemagne, llevado entre octubre de 1935y junio de 1936, cuando era lector en launiversidad de Francfort, Denis deRougemont, en particular, había identificado

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muy claramente nacionalsocialismo y espíritujacobino. Describiendo el nazismo como un«jacobinismo pardo», y a sus partidarios comoa unos «sans-culottes con camisa parda»,mostraba hasta qué punto el III Reich estabavinculado, tanto en sus anhelos como en susmétodos, con este «espíritu de 1789» al quedenunciaba, sin embargo, en sus discursos: «Elmismo espíritu centralizador; la mismaobsesión de la unidad-bloque; la mismaexaltación de la nación considerada comomisionera de una idea; el mismo sentido de lasfiestas simbólicas para la educación de losespíritus».104 Así como los revolucionariosfranceses habían suprimido las antiguasprovincias, Hitler hizo también desaparecer laantigua Prusia, centralizó el Reich y procedióen todos los campos a una unificación forzada:desde febrero de 1934, fueron disueltos todoslos parlamentos regionales, quedando abolidaslas «nacionalidades» regionales.1 Alejandro

1 El paralelismo entre la Revolución Francesa y laNacionalsocialista también fue establecido,significativamente, por Marcel Déat, antiguo dirigentesocialista convertido en colaboracionista. «El Estadojacobino —escribe Déat— es, a su manera, tan totalitariocomo el Reich. Combate duramente el federalismogirondino, lleva enérgicamente a cabo la unificación del

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Kojève ya había puesto de relieve que «el lemahitleriano: “Ein Reich, ein Volk, ein Führer”[Un Imperio, un Pueblo, un Jefe] no es otracosa que una —mala— traducción al alemándel lema de la Revolución Francesa: “LaRépublique une et indivisible” [La Repúblicauna e indivisible]». «Lenin no escondió en lomás mínimo lo que debía a los jacobinos;Hitler, lo que debía a Lenin», señala por suparte Jules Monnerot.105

De todo ello se deriva que intentar absolveral comunismo en nombre de su inspiraciónprofunda, acorde con los ideales de lamodernidad, equivale a oscurecer el hecho deque esta inspiración constituye la raíz no sólode sus crímenes, sino también de los delnazismo. Nada es más falso que pensar que,contrariamente al comunismo, el nazismo hasido un régimen criminal por adecuarse a unaideología exclusivamente propia de él. Por elcontrario, su criminalidad proviene de aquellaparte de su inspiración que comparte con elcomunismo. Es lo que constata François

país, incluso en el plano lingüístico. ¿Es tal vez unacasualidad si Adolf Hitler ha proseguido los mismosesfuerzos desde 1933?» (Pensée allemande et pensée fran-çaise, Aux Armes de France, junio de 1944, pág. 21.)

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Rouvillois cuando escribe, a propósito delnazismo, que «lo que le hace criminal no es loque le distingue del marxismo, sino muyprecisamente lo que comparte con él». «Si elmarxismo y el nacionalsocialismo —agrega—son igualmente totalitarios, es por lo que lesune: es porque ambos provienen de estamodernidad radical que, por sus presupuestoshistóricos y antropológicos, no podía sinoacabar en la pesadilla.»106

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XXI

Más allá de la alianza establecida con Stalindurante la última guerra, la causa final de laincapacidad de las democracias occidentalespara sancionar el comunismo parece estribar,así pues, en el parentesco no reconocido que,derivado de la genealogía de la modernidad,las une a él. Es la percepción más o menosclara de este parentesco lo que explica que elcomunismo soviético haya podido serconsiderado como una prolongación delsocialismo, o incluso como una aplicación másrigurosa de la democracia. Como ha observadoErnst Nolte, la distinción entre un comunismobueno al menos en sus intenciones y unnazismo malo hasta en las suyas traicionaimplícitamente la idea de que las democraciasliberales y el comunismo comparten a fin de

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cuentas el mismo ideal, distinguiéndose tansólo por la forma de realizarlo.107 Lasdemocracias liberales, dicho de otro modo, nopueden dejar de reconocerse en los anhelosigualitario-universalistas del comunismo. Éstaes la razón de que, aun condenando los mediosa los que recurrió, tienden espontáneamente apensar que su ideal al menos era bueno, y acreer que denunciar los crímenes delcomunismo equivale a hacer el juego dequienes no comparten este ideal común.

Todo el equívoco aparece tan pronto como,con un mismo gesto, la democracia liberalcondena el totalitarismo soviético, a la vez quese proclama, como él, heredera de laRevolución Francesa. Se pone de tal modo demanifiesto que la democracia liberal y elcomunismo representan dos corrientes distintassurgidas de la misma ideología de laIlustración: la primera aspira a un «progreso»que se efectuaría por sí mismo, dentro delrespeto de los derechos humanos, mientras quela segunda corriente hace de la acciónrevolucionaria el medio de precipitar elcumplimiento de un sentido de la historia quetambién está orientado hacia el «progreso».

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Tal es precisamente la tesis defendida porJacob L. Talmon, en un libro que constituyótodo un hito.108 Destruyendo el mito de unaRevolución Francesa fundamental liberadora, yel de una oposición radical entre totalitarismoy democracia liberal, Talmon muestra cómo eltotalitarismo se ha constituido «a partir de lasmismas premisas» que esta última; representa«la segunda de las dos posibles variacionessobre el tema de la ideología democrática», altiempo que una parte esencial de su inspiración«está en gran parte contenida en elpensamiento original y general del siglo XVIII»,es decir, en la filosofía de la Ilustración. Entrelos elementos ideológicos comunes altotalitarismo y a las democracias liberales,Talmon cita la primacía de la razón que,aplicada a la acción pública, permite pensarque la política, realizada de forma «científica»,conduce necesariamente a soluciones«técnicas» que son las únicas posibles: «A lanoción de tradición, piedra de toque de lasinstituciones y de los valores sociales, elracionalismo le sustituye la noción de utilidadpública. Supone una forma de determinismosocial hacia el que los hombres tienden

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irresistiblemente y que aceptarán forzosamenteun día. Postula de tal modo un sistemaexclusivo y el único válido, que surgirá cuandohaya desaparecido todo lo que no estájustificado por la razón y la utilidad».109 Otropunto común: el historicismo; es decir, la ideade que la historia posee un sentido global y quese puede ofrecer una representaciónracionalmente convincente de la misma.Talmon habla aquí de «avance ininterrumpidohacia el desenlace del drama histórico». Tal esel fondo mismo de la ideología del progreso: lahistoria finalizada toma el relevo de laescatología, el insondable plan de salvacióndivina se convierte en el plan racionalmenteinteligible de la historia. Ahora bien, laideología del progreso, en la medida en quedesprecia el pasado y considera que el futurosiempre es mejor, devalúa por ello mismo a lahumanidad anterior: así lo ha observado, porejemplo, Alain Finkielkraut, quien cree en elprogreso cree necesariamente en el valorrelativo de la humanidad presente frente a lasgeneraciones venideras. De ello se desprendefácilmente que no es ilegítimo sacrificar laprimera a las segundas.

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También en Claude Lefort los regímenestotalitarios y democrático-liberales sonanalizados como los dos rostros que puedeadoptar la realización de la «revolucióndemocrática». «El totalitarismo —escribeLefort— sólo es comprensible, para mí, acondición de abarcar la relación que mantienecon la democracia […]. El Estado totalitariosólo es concebible en relación con lademocracia y sobre el fondo de susambigüedades. Constituye su refutación puntopor punto, y sin embargo lleva a su actualidadlas representaciones que contienevirtualmente».110 Para Lefort, la democraciamoderna se define como una forma política enla que el poder no remite a ningún origentrascendente, divino o tradicional, sino que sepresenta como un puro reflejo de la voluntadhumana. Ahora bien, la afirmación del carácterpuramente humano de la sociedad entraña sucapacidad de modelarse a sí misma según suantojo. Con la Ilustración, en efecto, se leatribuye a la sociedad un saber sobre sí mismaque se supone le dará los medios de producirsecomo guste; es decir, de componer un ordenpropio que sólo de sí misma extraería sus

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principios. El totalitarismo hace suya,llevándola al paroxismo, esta perspectiva deuna autotransformación infinita de unasociedad que se engendra plenamente a simisma. Al identificar totalmente poder humanoestablecido y poder instituyente de lo social(contrariamente a la democracia «clásica», quesiempre mantiene una distancia entre lo real ylo simbólico, entre el movimiento espontáneode lo social y su reactivación reflejada por elpoder), lleva hasta el extremo la noción deautonomía, manifestando de tal modo unilimitado deseo de poder de transformación.1

1 No seguiremos, sin embargo, a Lefort cuando interpreta eltotalitarismo como un intento moderno de restaurar unaunidad social premoderna (una sociedad «indivisa»), la cualtambién se caracterizaría por rechazar la distancia entre losimbólico y lo real. Esta concepción se basa, a nuestrojuicio, en un erróneo análisis de las sociedadestradicionales, las cuales se afirman, es cierto, como«indivisas», pero no como homogéneas. Lefort confundeigualmente unidad orgánica de lo social y sociedadtotalitaria, cuando escribe que el totalitarismo aspira aconvertir de nuevo a la sociedad en un «gran cuerpo»; laprincipal característica de las sociedades orgánicas u«holistas» estriba precisamente en la singularidad y lamutua dependencia de todas las partes del «cuerpo», asícomo en el hecho de que la «cabeza» dirige sin remplazar alas demás partes, mientras que en el totalitarismo elobjetivo esencial de la acción del poder consiste en poner a

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«Comprender el totalitarismo, escribeClaude Polin, tal vez sea comprender que lassociedades industriales, al igual que losregímenes democráticos, son susceptibles dedos versiones: la liberal y la totalitaria.»111 Escon esta ambigüedad con la que ha jugado elcomunismo al instrumentalizar el antifascismo

los «órganos» en vereda. Las sociedades holistas no son enabsoluto sociedades cuyos individuos se verían reducidos ala totalidad social. Son, por el contrario, sociedades en lasque el bien común antecede a los intereses individuales. Porello, no se puede sostener al mismo tiempo que eltotalitarismo intenta suprimir cualquier sociabilidadespontánea, y pretender que quiere volver a hacer de lasociedad un gran cuerpo. «De forma general —observaClaude Polin—, no es cierto que cualquier totalidadreclame de cada parte la subordinación total en todo ysiempre de cada parte (distinción de géneros); no es ciertoque cualquier totalidad implique que cualquiera de estaspartes deba su propio ser a esta totalidad (unidad accidentalo esencial); no es cierto que cualquier totalidad obligue aconsiderar que la finalidad de cada parte es la mismatotalidad (jerarquía de las finalidades) […]. La organicidadde una sociedad no significa pura y simplemente que eltodo de la parte esté absolutamente subordinado al todo delconjunto» (L’esprit totalitaire, op. cit., pág. 106). Eltotalitarismo tampoco puede ser confundido con lasfilosofías de la totalidad, noción eminentemente dialécticaque el propio Georg Lukács consideraba como una«categoría esencial de la realidad». Por lo demás, Leforttampoco tiene muy en cuenta la dimensión mesiánica ehistoricista de los sistemas totalitarios.

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para situarse en el mismo campo que unademocracia burguesa cuyo carácter «formal»por otra parte denunciaba. Al actuar de talmodo, decía la verdad al mismo tiempo quementía. Decía la verdad, pues es ciertamente dela misma matriz ideológica de donde procedenla democracia burguesa y el comunismosoviético. Mentía, porque no basta derivarse dela misma matriz que la democracia burguesapara ser uno mismo democrático: una mismainspiración puede desembocar en regímenestotalmente distintos.

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XXII

Una importante consecuencia se deriva deeste parentesco que acabamos de ver entre eltotalitarismo y las democracias burguesas: lasdemocracias liberales no están en absolutoinmunizadas, por su propia naturaleza, contra eltotalitarismo. Digan lo que digan susrepresentantes, también ellos están amenazadosde caer en el totalitarismo, de igual forma que1789 condujo a 1793. Por un lado, lasdemocracias siempre pueden usar mediosantidemocráticos: durante la última guerra, lasdemocracias liberales, para doblegar al Japónimperial y a la Alemania nazi, no retrocedieronante deliberadas y masivas masacres depoblaciones civiles (Dresde, Hiroshima,Nagasaki).1 Por otra parte, si sus formas son1 Más recientemente, Francia fue públicamente acusada dehaber tomado el partido de los genocidas en Ruanda. En

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evidentemente distintas de las de los regímenestotalitarios, su inspiración original, comoacabamos de ver, no difiere sustancialmente deellas. Una vez reconocida la dimensión modernadel totalitarismo, es lícito pensar que haytambién una dimensión totalitaria de la

Camboya fue con el apoyo de los occidentales, y másespecialmente de los norteamericanos, que deseabandebilitar el poder vietnamita, como los jemeres rojospudieron renacer de sus cenizas en 1979. «Los EstadosUnidos no quieren que se juzgue el genocidio camboyano»,se leía en Le Monde del 2 de mayo de 1998. Fue por lodemás la Inglaterra victoriana la que inauguró, durante laguerra de los Borres, el sistema de los campos deconcentración (véase Andrzej J. Kaminski, I campi diconcentramento dal 18906 a oggi, Bollati Boringhieri,Tuirín, 1997). También fue Inglaterra la que, en 1847,organizó la gran hambruna que provocó la muerte de unode cada cinco irlandeses. Gilles Perrault recuerda, por suparte, que si se hace el balance de la expansión colonial, y«se pone en relación el número de sus víctimas con la cifra—mediocre— de su población, Francia se sitúa en el grupode los países que mayores masacres han cometido en lasegunda mitad de este siglo» (Le Monde diplomatique,diciembre de 1997, pág. 22). Dicho autor hubiera podidocitar estas líneas de Lettres d’un soldat [Cartas de unsoldado] (Plon, 1885), publicadas a finales del siglo XIX porel coronel de Montagnac: «Todas las poblaciones que noacepten nuestras condiciones tienen que ser arrasadas. Todotiene que ser saqueado, sin distinción de edad ni de sexo.Que no crezca ni una brizna de hierba ahí donde el ejércitofrancés ha puesto los pies. Así es como hay que hacerles laguerra a los moros. En una palabra, aniquilar todo lo que no

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modernidad.Si se admite, por otra parte, que el

totalitarismo se caracteriza ante todo por susaspiraciones, y no por los métodos empleadospara lograrlas, se comprende de inmediato quetambién podría adoptar formas muy distintasde las que conoció. Esta eventualidad es tantomás concebible cuanto que los regímenestotalitarios, en la medida en que aspiran a lahomogeneidad, se sitúan perfectamente en estaconcepción específicamente moderna de lalibertad que consiste, como han mostradoAdorno y Horkheimer, en preferir siempre loMismo (Freiheit zum Immergleichen). Hay quepreguntarse entonces en qué medida losmedios extremos de represión (el «terror») sonindisociables de semejante anhelo. Sócrates

se arrastre a nuestros pies como perros.» Como lo hanhecho observar un cierto número de comentaristas, no seríaabsurdo, desde este punto de vista, escribir un «libro negro»del capitalismo liberal, cuya expansión ha causado y siguecausando considerables daños humanos (véase El libronegro del capitalismo, Temps des cerises, 1998). Se podráobjetar, es cierto, que existe una diferencia fundamentalentre una causa ordenada y una muerte provocada; entreuna muerte derivada de una orden de matar y una muertederivada indirectamente de la fuerza de una estructura osituación. Esta diferencia, sin embargo, resulta pocosensible para quienes mueren.

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decía que nadie causa el mal voluntariamente.Los regímenes totalitarios no han sidonecesariamente dirigidos por hombres queamaban causar el mal y matar por placer, sinopor hombres que pensaban que tal era el mediomás sencillo lo conseguir sus fines. Si hubierantenido a su disposición otros medios menosextremos, nada nos asegura que no hubiesenescogido recurrir a ellos. Tomado en suesencia, el totalitarismo no implicaautomáticamente recurrir a tal medio en lugarde a tal otro. Nada excluye que mediantemedios indoloros no se puedan conseguir losmismos fines. La caída de los sistemastotalitarios del siglo XX no aleja el espectro deltotalitarismo. Invita más bien a interrogarnossobre las nuevas formas que éste podríarevestir en el futuro.

Es bien conocido el célebre pasaje del librode Tocqueville, La democracia en América:«Pienso que el modo de opresión que amenazaa los pueblos democráticos no se parece ennada a lo que conocimos en los universos delpasado; nuestros contemporáneos no puedenimaginárselo recurriendo a sus recuerdos. Yomismo busco en vano la expresión que encierre

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y manifieste exactamente la idea que de ellome hago. Las antiguas palabras de despotismoy tiranía no convienen para este asunto».Tocqueville, en este texto, no pensaba en unsistema de opresión basado en la violencia,sino más bien en una nueva forma deservidumbre en la que el hombre se veríaplácidamente privado, incluso con su propioasentimiento, de su humanidad. El tema no esnuevo, y no es casual que El discurso de laservidumbre voluntaria de Etienne de LaBoétie haya llamado tanto la atención de unClaude Lefort o de un Marcel Gauchet. En1984, el genio de George Orwell consistió enimaginar una sociedad en la que Big Brotherlogra no sólo hacerse obedecer, sino hacersequerer por aquellos a los que ha reducido alestado de esclavos.

Muchos son los autores que han constatadoque la supresión de la diversidad de loshombres e ideas, de las opiniones ysensibilidades, su erradicación en pro de unmodelo unitario y homogéneo, puedenobtenerse tanto con la persuasión y elcondicionamiento como con la violenciabrutal.112 Refiriéndose a menudo ellos mismos

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a las advertencias premonitorias deTocqueville, dichos autores se han dedicado abuscar los gérmenes de un nuevo totalitarismoen ciertos rasgos de las sociedadescontemporáneas: naturaleza intrínsecamenteprometeica de la actividad científica,autonomización de la técnica («todo lo quepuede ser hecho técnicamente lo seráprácticamente»), aceleración de laconcentración industrial y constitución demonopolios, uniformización de las costumbresy orientación cada vez más conformista de lospensamientos, anomia social derivada de laparadójica conjunción del individualismo y elanonimato masivo, extensión de la«arbitrariedad cultural» que condiciona lasocialización de los individuos a través de losmedios de comunicación.

Las democracias liberales defienden, escierto, los derechos humanos, pero esta posturaes en sí misma equívoca, puesto que combatiren nombre de los derechos humanos, todavíaimplica identificarse con la humanidad, lo cualacarrea el riesgo de excluir de la misma a todoslos que impugnasen la legitimidad de estareferencia o de esta lucha. De hecho, sobre la

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base de los derechos humanos, las sociedadesliberales sólo profesan en muchos aspectos unpluralismo de fachada. No creen seriamente enel «politeísmo de los valores» constitutivo decualquier verdadera vida democrática, pues seimaginan que la razón «una y entera en cadauno» puede dar respuestas unívocas a lascuestiones políticas y morales. Se reclaman dela ideología de los derechos, pero piensan queéstos pueden fundarse sin tener en cuenta quelos intereses, las finalidades, las aspiraciones ylas concepciones humanas de la «vida buena»son no sólo diversas, sino inconmensurables.Creen que es posible alcanzar, por víasracionales, un consenso sobre las normasjurídicas o constitucionales, lo cual las obliga aexcluir todo lo que constituiría una disidenciarespecto a este consenso. Al igual que lostotalitarismos de ayer, tampoco estándispuestas a aceptar que sus normas no seannecesariamente asumidas y reconocidas.También ellas tienden a imponerse como elúnico sistema universalmente posible, ennombre de una ideología que, por «humanista»que sea, da paso a todos los abusos en lamedida en que es presentada como una

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«evidencia» que se supone tiene que imponersea todos.

Aunque con otros métodos, el mercado, latécnica y la comunicación afirman hoy lo quelos Estados, las ideologías y los ejércitosafirmaban ayer: la legitimidad de ladominación completa del mundo. Tambiénaquí está presente el fantasma de transparenciay de dominio total, actuante en los sistemastotalitarios. La sociedad liberal siguereduciendo el hombre al estado de objeto,cosificando las relaciones sociales,transformando a los ciudadanos-consumidoresen esclavos de la mercancía, reduciendo todoslos valores a los de la utilidad mercantil. Loeconómico se ha adueñado hoy de lapretensión de lo político a poseer la verdadúltima de los asuntos humanos. De ello sederiva una progresiva «privatización» delespacio público que amenaza conducir almismo resultado que la «nacionalización»progresiva del espacio privado por los sistemastotalitarios. Pierre Rosanvallon, después deLouis Dumont, ha demostrado hasta qué puntoel pensamiento de Marx se sitúaparadójicamente en la historia del

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individualismo. «Desde este punto de vista —escribe— la utopía de una sociedad comunistade abundancia, que ansía conseguir el plenodesarrollo del individuo se sitúa en la visiónliberal».113 Por consiguiente, no es absurdocomparar el ansia de establecer un gobiernocientífico o racional, que caracteriza a losregímenes totalitarios, con otras formas deracionalidad gubernamental, «en particular enel plano industrial, por ejemplo, en la idea dela organización sistemática, científica, deltrabajo o de la planificación, que ha sidoampliamente desarrollada en los países degobierno liberal».114 «Cuando la vidacondicionada por dispositivos disciplinarios yformas de sujeción —escribe Jean-MarieVincent—, se presenta fundamentalmentecomo un material para obtener fuerza detrabajo, sólo vale lo que puede aportar alcapital. Es cierto que existe un salto cualitativoentre desechar fuerzas de trabajodesvalorizadas y aniquilar sistemáticamente amillones de hombres, pero tanto en un casocomo en el otro la vida humana sirve dealimento a maquinarias sociales.»115

También se constata que, en las sociedades

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liberales, la normalización no ha desaparecido,sino que ha cambiado de forma. La censura porel mercado ha sustituido a la censura política.Ya no se deporta o fusila a los disidentes, sinoque les marginaliza, ninguneándolos oreduciéndolos al silencio. La publicidad hatomado el relevo de la propaganda, mientrasque el conformismo toma la forma delpensamiento único. La «igualización de lascondiciones» que le hacía temer a Tocquevilleque hiciese surgir un nuevo despotismo,engendra mecánicamente la estandardizaciónde los gustos, los sentimientos y lascostumbres. Las costumbres de consumomoldean cada vez más uniformemente loscomportamientos sociales. Y el acercamientocada vez mayor entre los partidos políticosconduce, de hecho, a recrear un régimen departido único, en el que las formacionesexistentes casi sólo representan tendencias queya no se oponen sobre las finalidades, sino tansólo sobre los medios a aplicar para difundirlos mismos valores y conseguir los mismosobjetivos. No ha cambiado el empeño: se siguetratando de reducir la diversidad a lo Mismo.

«El universo totalitario de la racionalidad

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tecnológica constituye la más recienteencarnación de la idea de razón», afirmaba yaHerbert Marcuse.116 Ernst Nolte, en su últimolibro, no duda en trazar el perfil de un«liberalismo totalitario».117 Se puede puesponer en duda el discurso según el cual elliberalismo constituiría el contrario absolutodel totalitarismo. En último extremo, comodice Augusto Del Noce, el fracaso del sistemacomunista constituye tan sólo la prueba de queel Occidente liberal era más capaz que él derealizar su ideal.

Con el fin del comunismo, el liberalismo haperdido su mejor valedor. Hoy intentacapitalizar el recuerdo de los regímenestotalitarios, presentándose como el únicosistema respetable, o incluso como el únicoposible, para seguir disfrutando de unespantapájaros cuando se le hacen ver suspropias taras. Sin embargo, si la caída delsistema soviético ha representadoindudablemente una victoria del capitalismo,queda por demostrar que haya correspondidotambién a una victoria de la democracia. En elpasado se había utilizado al antifascismo paralegitimar al comunismo, y al anticomunismo

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para legitimar al nazismo. Hoy es la crítica o laevocación del totalitarismo lo que seinstrumentaliza para hacer aceptar elliberalismo o los estragos del mercado. No sepuede aceptar esta forma de proceder —causade desesperanza para numerosos individuos ypueblos que ya no perciben ninguna alternativaentre el liberalismo o el horror. De igual modoque los logros positivos de un régimentotalitario no pueden justificar sus crímenes, oque los crímenes de un régimen totalitario nopueden justificar los de otro, el recuerdo de lossistemas totalitarios no puede hacer aceptar lasociedad actual en lo que tiene de másdestructivo y deshumanizante. No se tiene elderecho de aceptar una suerte injusta, sopretexto de que se podría sufrir otra peor. Lossistemas políticos tienen que ser juzgados porlo que son, no mediante la comparación conotros, cuyos defectos atenuarían los suyos.Cualquier comparación deja de ser válidacuando se convierte en una excusa: cadapatología social tiene que ser estudiada porseparado.

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XXIII

No hay consenso sobre lo que se tiene quedenominar el «mal» en política. Tal es motivopor el que, a falta de mejor solución, seconsidera generalmente que la masacre o elexterminio constituyen un buen indicador deeste mal: un régimen que destruyesistemáticamente vidas humanas a vasta escalano puede ser un buen régimen. Sin embargo, elbalance de un régimen, incluso criminal, no sereduce a su dimensión de terror y de represión,como tampoco puede ser juzgado a la luz delos mártires que suscita. La propia RevoluciónFrancesa no se reduce al Terror, y ello tambiénes válido para los totalitarismos modernos.Hasta los regímenes más criminales hanpodido realizar cosas útiles u obtener logrospositivos en ciertos campos. El error consistiría

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en creer que por ello resultaban menoscriminales, o que sus crímenes se hacen másexcusables. Y al revés: sin tener en cuentaestos logros positivos, resultan inexplicableslas nostalgias que a veces les envuelven.1

¿Cómo comprender que, en diciembre de 1986,haya habido un 40 por ciento de rusos que ledieron su voto al partido comunista? «Lafrontera que divide el bien del mal pasa por elcorazón de cada hombre», escribe Soljenitsin.Aún se mantiene atento a las enseñanzas deltotalitarismo quien piense que el Bien estátotalmente en un lado, y el Mal en el otro.

1 Estas nostalgias demuestran, además, que la libertad nosiempre constituye el bien que los individuos prefieren acualquier otro. Incluso en los peores momentos delestalinismo, el comunismo representó una posibilidad depromoción social para un número no desdeñable desoviéticos. Fue solamente bajo Brejnev cuando se ralentizóesta movilización ascensional hasta quedar prácticamentedetenida. «La inmensidad de los crímenes no borra losméritos», escribía recientemente Thierry de Montbrial(«Nazisme et communisme», en Le Figaro, 20 de diciembrede 1997, pág. 2).

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XXIV

Queda por examinar el problema de lasrelaciones de la ideología con la práctica.Según algunos, los crímenes del nazismoprobarían la naturaleza intrínsecamentecriminal de su ideología, mientras que loscrímenes del comunismo, aunque sean másdestructivos aún, no probarían nada. NicolasPerth escribe, por ejemplo, que «el nazismoconstituye la adecuación total de la doctrina yde la realidad», mientras que «el comunismoexpresa el desfase entre la doctrina y larealidad».118 Semejante afirmación sóloconstituye, por supuesto, una petición deprincipio. «Si los 25 millones de muertos delnazismo expresan su sustancia —observaJacques Julliard—, ¿por qué los 75 millones demuertos del comunismo deberían considerarse

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como un simple accidente del mismo».119 Unade dos, en efecto: o bien el carácter destructorde un sistema se deduce totalmente de susactos, en cuyo caso el comunismo no tiene porqué ser juzgado de manera distinta que elnazismo; o bien dicho carácter destructor sededuce ante todo de su doctrina, pero en estecaso no hay lugar de deducir menos en loconcerniente al primero que en lo relativo alsegundo.

Otros sostienen que hubiera sido posible«otro» comunismo, el cual no hubiera tenidonada que ver con el que se conoció. Consemejante razonamiento también se podríasostener que hubiera sido posible «otro»nacionalsocialismo, el cual hubiera sido muydistinto de lo realizado bajo el III Reich.Siempre es posible, desde luego, interpretar unsistema como una desviación o una traición desu inspiración original. Pero semejante enfoqueno prueba en absoluto que otra aplicaciónhubiera sido mejor, precisamente porque es algoque no se puede demostrar. Saber en qué medidaun sistema realiza fielmente una idea o, por elcontrario, la traiciona, es algo que resulta en granparte imposible de decidir, pues por definición

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nos faltan los términos de la comparación.Históricamente, el nazismo no fue otra cosa quelo que fue, y el comunismo nada más tampocoque lo que se realizó con este nombre en lospaíses del «socialismo real».

Más valdría empezar por preguntarse en quémedida es tan sólo posible que una doctrina seafielmente transpuesta en los hechos. Formulartal pregunta equivale a referirse de formabastante banal a la cuestión de la distanciaentre la teoría y la práctica. Esta distancia esevidente, y sus causas son múltiples. Una deellas es que los hombres nunca haceníntegramente lo que quieren, pues nuncapueden prever exactamente las consecuenciasde sus actos: entre sus intenciones y losresultados de sus acciones se intercalanineludiblemente «efectos perversos» que aveces han sido calificados de «heterotélicos».Además, la práctica del poder siempre seejerce de forma sistémica: la ideología que seintenta poner en práctica es inseparable delacto que se ideologiza y en torno al cual, porun efecto de bumerang, se sigue edificando oreedificando esta ideología. Por último, resultaobvio que, en abstracto, cualquier idea abre

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una pluralidad de posibilidades, ya quesiempre es susceptible de diferentesinterpretaciones. Resulta a este respectosignificativo que la Revolución Francesa puedafigurar a la vez en el árbol genealógico de lasdemocracias liberales y de los totalitarismos.

Ahora bien, si la práctica nunca puedecorresponderse plenamente con la teoría, lanoción de ideología en acto resultanecesariamente equívoca. Los enunciados quepretenden decir de una idea que «se sabeadónde lleva», o que aseguran que «hay ideasque matan», son desde este punto de vistapuramente polémicas. Lo cierto es que no sesabe, pues no son nunca ideas, sino hombreslos que matan. Que un criminal se reclame deuna idea para justificar su crimen no basta parademostrar que esta idea implicaba dichocrimen. «No hay ninguna idea surgida de unespíritu humano que no haya hecho vertersangre», decía Maurras. No existe, en efecto,ninguna idea que esté inmunizada pornaturaleza contra el mal uso que de ella sepuede hacer. Pero, en rigor, el mal uso que sehace de una idea no desacredita esta idea, sinotan sólo este uso. El único vínculo existente

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entre una idea y un acto no es esta idea, sinoeste acto. Ello no significa evidentemente quelos productores de ideas no tengan suresponsabilidad. Ello quiere tan sólo decir queuna idea no es un acto —de igual modo queuna actitud no es un comportamiento—, y queun acto legitimado por una idea es todavía unacosa distinta de un acto que intenta justificarsea sí mismo refiriéndose a esta idea.

En estas condiciones, afirmar que unprincipio político manifiesta una «completaadecuación» de la teoría con la práctica, o que,por el contrario, revela un «desfase» entre lateoría y la práctica, es algo que tiene todas lasposibilidades de basarse en una interpretaciónretrospectiva o en un juicio de intenciones. NiGobineau es el antepasado del racismoexterminador, ni Demócrito es responsable dela bomba atómica. Por lo que atañe al vínculoentre el marxismo y el comunismo, la verdad

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obliga a decir que tampoco es evidente. Marxcelebra, es cierto, en el Manifiesto de 1848, «laguerra civil, más o menos oculta, que trabaja ala sociedad hasta el momento en que esta guerraestalla en una revolución abierta y en la que elproletariado establece las bases de sudominación mediante el derrocamiento violentode la burguesía». Sin embargo, ello todavía nonos dice nada sobre cuál habría sidoconcretamente, un siglo después, su actitudfrente al Gulag.1 En este campo se impone, asípues, la prudencia. Una cosa es decir quequienes establecieron el terror en la UniónSoviética se reclamaban de Marx; y otra cosa esafirmar que las ideas de Marx no podían sinoconducir a este terror (o que Marx lo habríaexpresamente querido y aprobado). Ningunadoctrina puede ser juzgada únicamente sobre labase de los actos cometidos por quienes se hanreclamado de ella. Y al revés, ningún crimen

1 Marx habla por lo demás de «dictadura del proletariado» yno de dictadura del partido comunista, el cual no es, para él,una organización estructurada como lo es para Lenin. EnLa Santa Familia, critica asimismo el terror jacobino, cuyocarácter pequeño burgués denuncia. Stéphane Courtois hasido el primero en decir que sería «abusivo asimilar laideología comunista con la ideología marxista»(«Comprendre la tragédie communiste», art. cit., pág. 16).

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cometido en nombre de una idea podrá bastarnunca para desacreditar completamente estaidea. Es por ello por lo que, para juzgar unaexperiencia histórica, hay que partir de lospropios hechos, y no de una moral de lasintenciones.

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XXV

Hoy el nazismo y el comunismo handesaparecido. El primero fue derrotado por lasarmas hace más de medio siglo; el segundo sedescompuso por sí mismo hace menos de diezaños, víctima de su propia entropía, después dehaberse agotado durante décadas intentandoalcanzar al mundo occidental por medio de un«mal pastiche» (Nicolas Berdieaev). Del uno ydel otro quedan por algún que otro sitiosupervivencias residuales. Sin embargo,mientras que el anticomunismo se haextinguido casi por completo con la caída delsistema soviético, y aun cuando el fascismo yel nazismo se han derrumbado desde hacemucho más tiempo, el «antifascismo» siguesiendo un tema de actualidad. Por facilidad opor táctica, cualquier ocasión hasta les parece

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buena a algunos para denunciar ciertos«resurgimientos» del fascismo. «Elantifascismo nunca ha estado tan expandidocomo desde que, en 1945, se venció alfascismo», constataba François Furet.120 Elestalinismo habría muerto para siempre jamás,mientras que por lo que al «fascismo» serefiere, la historia siempre estaría llamada arepetirse.

Este antifascismo póstumo, él mismoanacrónico o residual, es sin embargo muydistinto del que instrumentalizaba el Kremlinen los años treinta o incluso en los cincuenta,durante la época de la guerra fría. Ha cobrado,ante todo, mayor extensión, con el riesgo devaciarse de todo significado bajo el efecto desu propia dilución. Como el fascismo ya no esreivindicado por nadie, sino que solamente espresumido en todo el mundo (y tanto másfácilmente presumido cuanto que nadie sereclama de él), el antifascismo ya no se basa enuna constatación efectiva, sino en una simpleimputación. Al no remitir a ningún fenómenohistórico real, se reduce a un Schimpfwort; esdecir, a una operación de descalificación quefunciona con total vaguedad, recurriendo al

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imaginario ambiental, como mito incapacitantey repulsivo: intentando capitalizar su efectorepulsivo, se lucha contra un fantasma al quese declara omnipotente. Por otro lado, ya nocaracteriza a un sector preciso de la opinión,sino que forma parte de un consensoprácticamente general, en la medida misma enque ataca a un adversario con el que nadiequiere identificarse. Por último, y por estamisma razón, se ha modificado su beneficiario.Ya no sirve para legitimar al sistema soviético,sino por el contrario a esa sociedad estableciday a esa ideología burguesa que el antifascismode ayer pretendía destruir o suplantar. Por ello,forma parte de lo políticamente correcto yconstituye una inversión tanto más rentablecuanto que está absolutamente desprovista deriesgo. En la época de los fascismos reales, elantifascismo podía conducir a los campos deconcentración o ante el pelotón de ejecución.El nuevo antifascismo sólo constituye unmedio entre otros, pero sumamente destacable,para que a uno le abran las puertas de losmedios de comunicación y de las cadenas detelevisión.

Definido por Thierry Wolton como «el

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mayor común denominador de una izquierdanostálgica del marxismo-leninismo»,121 elantifascismo contemporáneo constituye, antetodo, una expresión de la pereza intelectual,pues siempre resulta más fácil identificar losmales del pasado que darse cuenta de los delpresente. En un mundo que ha aprendido adesconfiar de la idea de un bien absoluto, peroque sigue sintiendo más necesidad que nuncade un mal absoluto, el antifascismo representa,por otra parte, una cómoda forma de profesaruna moral mínima. «La actual oposición alnacionalsocialismo, oposición tardía y sinningún peligro, constituye un sustitutivo de lareligión», constata Ernst Nolte.122 Elantifascismo posee, por último, un evidenteaspecto utilitario. «La posteridad —decíatambién François Furet— se asombrará sinduda de que las democracias hayan inventadotantos fascismos y amenazas fascistas despuésde que los fascismos hubieran sido vencidos.Ello se debe a que, si la democracia estriba enel antifascismo, le resulta necesario a la mismavencer a un enemigo constantementerenaciente»123 Hacer de un fascismo imaginariouna omnipotente amenaza permite hacer

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aceptar todas las taras, todas las patologías delmundo actual como un mal menor frente al«mal absoluto».1

Fascismo y antifascismo, comunismo yanticomunismo comparten hoy la mismanostalgia y la misma incapacidad de analizar el1 Sobre el «neoantifascismo», véase también el artículo dePierre-André Taguieff, «Les écrans de la vigilance»,publicado en el número especial de la revistaPanoramiques dedicado al «linchamiento mediático» (4.ºtrimestre de 1998, págs. 65-78). «El neoantifascismo —escribe Taguieff— se caracteriza por ampliar sinlimitación el campo de lo que estigmatiza como“fascista” […]. El neoantifascismo es una demonología[…]. La trágica paradójica ilustrada por esta corrupciónideológica del antifascismo es que se parece cada vez más,tanto por sus métodos como por las pasiones negativas quelo vertebran, al “fascismo” que pretende combatir». En elmismo número, Alain Finkielkraut expresa una opiniónmás o menos idéntica: «Llevados por la idea de no perdersu cita con la historia, los antifascistas contemporáneosestán perdiendo su cita con la política. Y algunos de ellos,realizando la última forma del linchamiento, sucumben ala tentación del pensamiento binario. “La izquierda, decíaprofundamente Orwell, es antifascista: no esantitotalitaria”. Se ha creído, en los últimos años delcomunismo, que se había corregido tal defecto. Hoy espreciso darse cuenta de que no es así, al menos por lo queatañe a la izquierda intelectual. El fin de este valedor delas sociedades liberales que era el socialismo, así como elauge de la extrema derecha vuelven a dar vida al esquemade la única alternativa. La escena pública, interior ymundial, queda reducida al enfrentamiento de dos fuerzas:

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presente. Las pulsiones actuantes en lostotalitarismos del siglo XX siguen estandoobviamente presentes. Pero si todavía estánahí, es porque ya estaban ahí antes; es decir,porque pertenecen a fin de cuentas a lanaturaleza humana. Situar el comunismo y elnazismo en su época es comprender que tantoel uno como el otro representaron «respuestas»a un tipo de coyuntura, a una problemáticapolítica y social que difiere radicalmente de laque conocemos hoy. Los totalitarismosmodernos fueron los productos de unamodernidad que ya está hoy acabada. La eraabierta en 1917 concluyó en 1989. Laposmodernidad plantea una problemática quenada tiene que ver con la que le precedió. Latozudez de concebir el futuro tan sólo como unarepetición del pasado, la terquedad de quererentrar en el siglo XXI marchando hacia atrás,impide imaginar lo que podría ser untotalitarismo futuro. «Veo surgir —señala

la tribu de Abel y la de Caín, el pueblo en lucha y el restode la sociedad en vías de fascistización. El pluralismo esuna apariencia y la política un combate sin merced quetiene que acabar con la erradicación del mal […]. Ensuma, hay que completar la frase de Orwell: cuando laizquierda deja de ser antitotalitaria para ser solamenteantifascista, vuelve a hacerse totalitaria» (págs. 85-86).

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también Ernst Nolte— una amenaza concreta:que el “capitalismo” totalmentedesencadenado, dominando al mundo entero,haga que el vacío que trae consigo sea llenadopor un “antifascismo” que simplifica y mutilala historia de igual forma que el sistemaeconómico uniformiza el mundo».124 No haypeor error, para un observador, que el deequivocarse sobre el momento histórico que esel suyo.

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Notas bibliográficas

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1 Le Messager européen, 7, 1983.

2 Tzvetan Todorov, Les abus de la mémoire, Arléa, 1995; Henry Rousso, La hantise du passé. Entre-tiens avec Philippe Petit, Textuel, 1998.

3 «La tyrannie de la mémoire». en L’Histoire, mayo de 1998, pág. 98.

4 Jugement à Moscou. Un dissident dans les archives du Kremlin, Robert Laffont, 1995 (2.ª ed.), Ha-chette, 1996.

5 Stéphane Courtois (ed.): Le livre noir du communisme, Robert Laffont, París, 1997. Trad. española:El libro negro del comunismo, Espasa Calpe, 1998.

6 Martin Malia, «The Lesser Evil?», en Times Literary Supplement, 27 de marzo de 1988, pág. 3.

7 International Herald Tribune, 23 de diciembre de 1997.

8 Marianne, 10 de noviembre de 1997.

9 Carta del 23 de mayo de 1993 a Jean Daniel, publicada en Commentaire, primavera de 1998, pág.246. Cf. también François Furet: «Nazisme et communisme: la comparaison interdite», en L'-Histoire, marzo de 1995, págs.18-20.

10 Art. cit.

11 Texto publicado en Commentaire, invierno de 1997-98, pág. 790. También se han publicado extractosen Le Monde, 22 de octubre de 1997, pág. 17.

12 Permanent Revolution. Totalitarianism in the Age of International Civil War, Londres, 1942.

13 «Les fièvres anticommunistes», en L’Histoire, noviembre de 1997, pág. 7.

14 L’Histoire, enero de1998, pág. 3.

15 Le Monde, 15 de febrero de 1975.

16 Entrevista en La Vie, 27 de noviembre de 1997, pág. 11.

17 Le Journal du Dimanche, 2 de noviembre de 1997.

18 Le Journal du dimanche, 2 de noviembre de 1997.

19 Le malheur du siècle, Fayard, 1998.

20 Ernst Nolte, correspondencia con François Furet, en Commentaire, invierno 1997-1998, pág. 806.La correspondencia Furet-Nolte también ha sido publicada en forma de libro (Fascisme etcommunisme, Plon, 1998).

21 «Criminels par erreur», en Valeurs actuelles, 22 de noviembre de 1997, pág. 31.

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22 «Ne dites plus “jamais”!», en Le Nouvel Observateur, 20 de noviembre de 1997, pág. 49.

23 Véase sobre este tema Michele Heller, «Lénine et la Vetchéka ou le vrai Lénine», en Libre, 2, 1977,págs. 147-170; Hélène Carrère d’Encause, Lénine, le chef de sang et de fer, Fayard, 1998.

24 L’année des fantômes, Grasset, 1998, pág. 342.

25 «Remous autour du Livre noir de communisme», en Esprit, enero de 1998, pág.192.

26 L’esprit totalitaire, Sirey, 1977, pág. 132.

27 Citado por Michel Heller, La machine et les rouages. La formation de l’homme soviétique, Calmann-Lévy, 1985, pág. 21.

28 Op. cit., pág. 121.

29 Le Nouvel Observateur, 30 de octubre de 1997, pág. 51.

30 «Le communisme et nous», en Le Monde, 5 de diciembre de 1997.

31 «La vengeance du communisme», en Le Monde, 28 de diciembre de 1996.

32 «Les frères anticommunistes», art. cit., pág. 6.

33 Art. cit., pág. 28.

34 Art. cit.

35 «Le communisme réel a produit un cauchemar», en La Une, enero de 1998, pág. 18.

36 Les abus de la mémoire, Arléa, 1996.

37 Bernard-Henri Lévy, en Le point, 13 de diciembre de 1997, pág. 146.

38 Le démon de la tautologie. Suivi de cinq petites pièces morales, Minuit, 1997, pág. 68.

39 L’Éthique. Essai sur ¡a conscience du mal, Hatier, 1993, pág. 58.

40 Éduquer contre Auschwitz, ESF, 1997, pág. 18.

41 Les lettres françaises, 21 de abril de 1949. Véase Victor Kravehenko, J’ai choisi la liberté, Serf,1947; Guillaume Malaurie, L’affaire Kravchenko, Robert Laffont, 1982.

42 Véase Alfred Grosser, Le crime et la mémoire, págs. 166-173,

43 Es el caso, en particular, de Annie Kriegel, François Furet, Emmanuel Lerey-Ladurie, Claude Le-fort, Stéphane Courtois, etcétera. Es probable que, sólo quince años atrás, la mayoría de los propiosautores del Libro negro se hubieran negado a creer lo que hoy afirman.

44 Jeune Afrique, 11 de septiembre de 1991.

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45 Hitler y Stalin, amistades peligrosas, película difundida en el canal televisivo FR-3 los días 31 denoviembre, 7 y 14 de diciembre de 1991.

46 Le Nouvel Observateur, 13 de noviembre de 1997.

47 «Les pleureuses du communisme» [Las lloronas del comunismo], art. cit., pág. 59.

48 Ibid., pág. 791.

49 Internacional Herald Tribune, 23 de diciembre de 1997.

50 «Le totalitarisme communiste et les Juifs», en Information juive, abril de 1995, pág. 9.

51 «L’intelligentsia française et la perception de l ’Est communiste», en Cadmos, primavera de 1981,pág. 19.

52 Ibid., pág. 20.

53 «Plataforma para los intelectuales de izquierda». Traducción francesa en Écrits sur la politique et lasociété, L’Arche, 1970, pág. 184.

54 «L’antifascisme: grandeur et manipulation», en L’His toire, julio-agosto de 1998, pág. 52.

55 François Furet, El pasado de una ilusión, trad. española de M. Utrilla, FCE, 1995.

56 François Furet, «Le totalitarisme et les Juifs», art. cit., pág. 9.

57 «Sobre los procesos de Moscú», en Ecrits sur la politique et la société, op. cit., pág. 89.

58 Art. cit., pág. 792.

59 Ni droite, ni gauche, Complexe, Bruselas, 1987, pág. 43.

60 «Existe-t-il un mystère nazi?», en Commentaire, otoño de 1979, pág. 346.

61 «Le fascisme: autopsie, constat de décès», en Res Publica, 1971, pág. 252

62 La Une, enero de 1998, pág 6..

63 Véase en particular Renzo De Felice, Clefs pour comprendre le fascismo, Seghers, 1975; Le fascismo,un totalitarisme à l ’italienne?, Presses de la Fondation nationale des sciences politiques, 1988. En Ale-mania, Karl Dietrich Bracher (Zeitigeschichtliche Kontroversen. Um Faschismus, Totalitarismus, De-mokratie, Múnich, 1976) se ha negado a aplicar el concepto genérico de fascismo al nacionalsocialismoalemán.

64 Véase Juan J. Linz, «Totalitarism and Authoritarian Regimens», en F. I. Greenstein y N. W. Polsby(ed.), Macropolitical Theory. The Handbook of Political Science, vol. III, Addison-Wesley, Reading1975, págs. 175-453, en donde se pone claramente de manifiesto la diferencia de naturaleza, y no degrado, entre los regímenes autoritarios y totalitarios.

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65 «The Novelty of Totalitarianism in the History of Western Civilization», en Symposium on the To-talitarianState, Proceedings of the American Philosphical Society, 1940.

66 Véase Sigmund Neumann, op. cit., págs. 108-115.

67 Jacques Maritain, Humanismo intégral, Paris, 1936. Véase Jacques y Raïssa Maritain, Œuvres com-plètes, vol. IX (1935-1938), Ed. Universitaires, Friburgo, 1085.

68 Carl Friedrich y Zbigniew Brzezinski, Totalitarian Dictatorship and Autocracy, Harvard UniversityPress, Cambridge, 1956 (2.ª ed.: Harper, Nueva York, 1966).

69 Véase especialmente Raymond Aron, Démocratie et totalitarisme, op. cit.; Domenico Fisichella,Analisis del totalitarismo, D’Anna, 1976 (2.ª ed. 1978); Claude Lefort, L’invention démocratique,op. cit.; Kart Dietrich Bracher, Die totalitäre Erfahrung, Munich, 1987; Domenico Fisichella, Totali-tarismo. Un regime del nostro tempo, Nuova Italia scientifica, Roma, 1987; Pierre Bouretz, «Penserau XXe siècle: la place de l ’énigme totalitaire» , en Esprit, enero-febrero de 1996, págs. 122-139;François Furet, «Les différents aspects du concept de totalitarisme», en Communisme, págs. 47-48,1996; Alfons Söllner, Ralf Walkenhaus y Karin Wieland (Hrsg.), Totalitarismus. Eine Ideengeschich-te des 20. Jahrhunderts, Akademie, Berlin, 1997; Wolfang Wippermann, Totalitarismustheorien. DieEntwicklung der Diskussion von den Angängen bis heute, Primus, Darmstadt 1997; Marco Tarchi, «Iltotalitarismo nel debattituo politologico», in Filosofia politica, abril de 1997, págs. 43-70; AchimSiegel (ed.), Totalitarian Paradigm After the End of Communism. Towards a Theoretical Reassess-ment, Rodopi, Ámsterdam, 1998; Eckhard Jesse, «Die Totalitarismusforschung und ihre Re-präsentanten. Konzeptionen von Carl J. Dietrich, Hannah Arendt, Eric Voefelin, Ernst Nolte und KarlDietrich Bracher», en Aus Politik und Zeitgeschichte, 8 de mayo de 1998, págs. 3-18.

70 L’Etat hitlérien, Fayard, 1985. Dentro del mismo espíritu, véase Pierre Ayçoberry, La questionnzie. Les interprétations du national-socialisme, 1922-1975, Seuil, 1979.

71 Véase Moshe Lewin, «The Social Background of Stalinism», en Robert C. Tucker (ed.), Stalinism.Essays in Historial Interpretation, W. W. Norton, Nueva York, 1977; La formation du système so-viétique, Gallimard, 1987; Ian Kershaw y Moshe Lewin, Dictature Unleashed. Historical Approachesto Nazism and Stalinism, Cambridge University Press, Cambridge, 1996 (2.ª ed.: Stalinism andNazism. Dictatorships and Comparison, Cambridge, 1997). La escuela «revisionista», que explica elterror estaliniano de forma puramente contingente, invocando por ejemplo las debilidades de lasociedad rusa al salir de la guerra civil, se ha mantenido dominante en la universidad estadounidensedurante casi quince años. Véase Michael Curtis, «Retreat from Totalitarianism», en C. Friedrich, M.Curtis y B. Barber, Totalitarianism in Perspectiva. Three Views, Praeger, Nueva York, 1969.

72 Contribución en Irving Howe (ed.), «1984» Revisited. Totalitarianism in our Century, Harper,Nueva York, 1983. Véase también Michael Walzer, «On Failed Totalitarianism», en Dissent, veranode 1983.

73 «Nazisme et stalinisme. Limites d ’une comparaison», art. cit., pág. 181. Véase también Ian Ker-shaw, Qu’est- ce que le nazisme?Problèmes et perspectives d’interprétation, Gallimard, 1992;«Retour sur le totalitarisme. Le nazisme et le stalinisme dans une perspective comparatiste», art.cit., págs. 101-121.