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MARGARITA URUETA CONFESIONES DE SOR JUANA INES DE LA CRUZ PIEZA EN DOS ACTOS ESTRENADA EN EL TEATRO HIDALGO DE LA CIUDAD DE MÉXICO, EL 26 DE SEPTIEMBRE DE 1969, EN LA TEMPORADA QUE PATROCINA EL INSTITUTO MEXI- CANO DEL SEGURO SOCIAL

Confesiones de Sor Juana - Margarita Urueta

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Urueta, Margarita. “Confesiones de sor Juana Inés de la Cruz.” Teatro mexicano 1969. Ed. Antonio Magaña-Esquivel. México, DF: Aguilar, 1972. 107-60.

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MARGARITA URUETA

CONFESIONES DE SOR JUANA INES DE LA CRUZ

PIEZA EN DOS ACTOS

ESTRENADA EN EL TEATRO HIDALGO DE LA CIUDAD DE MÉXICO, EL 26 DE SEPTIEMBRE DE 1969, EN LA TEMPORADA QUE PATROCINA EL INSTITUTO M EXI­

CANO DEL SEGURO SOCIAL

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M A R G A R ITA U R U ETA

Confesiones de Sor Juana Inés de la Cruz

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MARGARITA URUETA(1913)

Nació en la ciudad de México, hija del célebre tribuno, polí­tico, escritor Jesús Urueta. Publicó su primer libro en 1933, Almas de perfil, cuento surrealista. A l año siguiente apareció Conversación sencilla, un volumen con varios cuentos. A este género corresponden también El mar la distraía (1940), Espía sin ser (1941) y Mediocre (1947).

Sin abandonar del todo la narración, se dedicó al teatro a partir de 1943; este año publicó sus primeras piezas dramáticas reunidas en un solo volumen, San Lunes, Una hora de vida y Mansión para turistas; esta última fue realmente la primera obra suya que se estrenó, interpretada por Pedro Armendáriz. Dos años más tarde apareció Ave de sacrificio, que estrenó la eminente actriz María Tereza Montoya inmediatamente, o sea, en ese mismo año de 1945. Durante un tiempo escribió progra­mas de televisión y aun telenovelas. Luego, viajó por Europa, estudió, y escribió nuevas piezas dramáticas. A l regresar a M é­xico decidió edificar su propio Teatro, que llamaría con el nombre de su padre, Teatro Jesús Urueta, e inauguraría, al fin, el 7 de agosto de 1963 con el estreno de su pieza El señor Perro; mientras tanto había estrenado Duda infinita, en 1959; La mujer transparente, en 1960, que señala su afiliación al teatro de vanguardia y de búsqueda, y Grajú, en 1961. También ha escrito una obra de teatro infantil, Juanito Membrillo (1964), y una pastorela política, La Pastorela de las tres Marías, además de otras piezas de corte moderno, El hombre y su máscara y Poderoso caballero es don Dinero, entre ellas.

CRITICAS

La pieza Confesiones de Sor Juana Inés de la Cruz, que bajo el patrocinio del Instituto Me­xicano del Seguro Social se ha

estrenado en el Teatro Hidal­go, ha constituido un muy le­gítimo triunfo de la autora, Margarita Urueta, quien al

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mismo tiempo asumió la res­ponsabilidad de la puesta en escena.

En esta pieza Margarita Urueta, que ha tenido magní­ficos éxitos en obras anterio­res como Grajú, Señor perro y El hombre y su máscara, trata de formular una tesis acerca de la actitud religiosa de Sor Juana. Según se ve en la co­media, nuestra poetisa abando­nó el mundo, el lujo y las va­nidades de la Corte virreinal, cuando se enteró que ella era hija natural. Entonces decidió ingresar al convento de San Jerónimo, decepcionada de no poder desarrollar una activi­dad intelectual, abiertamente, ni participar en la vida pública en favor de los pobres y los desamparados. La autora afir­ma que el temor de amar lo humano llevó a Juana Inés a amar lo divino. Pero allí tam­poco la dejaban amar a Dios libremente, sino conforme a los dogmas y reglas del clero que exigía, como principios funda­mentales, penitencia y humil­dad, y estudiar menos para te­mer más a Dios.

Según la autora fue precisa­mente en la sabiduría donde Sor Juana purificó su vocación reli­giosa; aunque al cabo resultó víctima del mismo clero que trató de defender.

Del amplio reparto de Con­fesiones de Sor Juana Inés de la Cruz sobresalen no solo por la importancia de su papel sino por el relieve de su trabajo interpretativo, la primera ac­triz Emilia Carranza, que en­carna a la protagonista; Ismael Larumbe, que sirve el papel del

padre Miranda, confesor de nuestra poetisa; Óscar Servín, que desempeña el personaje del virrey; Teresa Grobois, que ac­túa como la virreina; Eusebia Cosme, que es la sierva negra, y Víctor Sorel, que interpreta el papel del capitán Fernando de Reza, enamorado de Juana Inés en la Corte. Particular­mente el trabajo de Emilia Ca­rranza es convincente, por su acertada expresión.

La dirección, como se dice antes, es de la propia autora. Y la escenografía se encomen­dó al maestro David Antón.

(D e Revista Tiempo, de Méxi­co, D. F.)

El gran amor al teatro que profesa Margarita Urueta des­emboca en esta meritoria obra. El primer acto, donde se nos presenta al personaje un tanto desdibujado, es el más flojo, ya que le faltó consistencia y se­guridad a la dirección. En cam­bio, en el segundo acto, cuaja como autora e incluso como directora. La Sor Juana reli­giosa está llena de fuerza, de conciencia, de grandeza espiri­tual. Mejora notablemente la dirección de los actores. La es­cenografía de Antón austera y majestuosa. Emilia Carranza como Sor Juana, imponente, crea un personaje difícil de ol­vidar, sobresalen sus monólo­gos. Servín, como el virrey, so­brio; Larumbe, como el padre Miranda, en su justo medio. Los demás actúan con donaire.

La prematura inteligencia y

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el don innato -para la sabiduría que poseía Sor Juana hacen que su madre la mande a estudiar a Amecameca; de ahí parte a la ciudad donde su profesor — entre otros— la presenta a la virreina, que estupefacta ante sus conocimientos, la hace for­mar parte de su Corte. Tiene la oportunidad de conocer la va­nidad del mundo e incluso es cortejada por un apuesto caba­llero que la quería hacer su esposa. Entre la vida matrimo­nial y la religiosa, opta por la segunda. Ya como religiosa se acentúa su pasión por el cono­cimiento, tachándosele incluso de rebelde por el tipo de obras que concibió, demasiado auda­ces para el siglo xvn.

(De Revista Gente, de México, D. F.)

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CONFESIONES DE SOR JUANA in é s d e l a c r u z . — Esta obra, original de Margarita Urueta, revela notable fervor y admi­ración por la vida de la inmor­tal doncella, “emperatriz del idioma castellano”, que consa­gró su vida al Altísimo. La muestra llena de ruborosas ti- midices en la Corte cuando la rondan con requiebros en bus­ca de un amor que no estaba en su índole dar sino a Aquel al que iba a dedicar su vida hasta consumirla como ascua viva de pasión, que termina en chis­porroteo amorosísimo.

Que la señora Urueta haya alcanzado o no los límites de la perfección en su obra no resta méritos a su empeño, harto enaltecedor y sobrado de mé­

ritos. Ha escogido la vía de un confesor que recibe las confi­dencias de la “Décima Musa” para adentrarse lo más posible en su vida ejemplar llena de sacrificios. He aquí un acierto de la autora. N o lo son menos los poemas que fluyen por boca de Sor Juana durante la re­presentación, trozos escogidos con mucho tino, como lo es también la escena en que la reclusa del Convento de San Jerónimo expone los vibrantes conceptos de su “Carta Athena- górica” al padre jesuita Vieyra.

Emilia Carranza otorga con­substanciación al personaje en lo que tiene de vibrante y franco, valiente sin rebozo. Su recitación del poema “Hom­bres necios que acusáis”, puso en tensión al auditorio y le valió cerrada ovación al decir el último verso: “Juntáis dia­blo, carne y mundo”, lo que interrumpió breves momentos al sucedido escénico como ho­menaje a la actriz. Estuvo afor­tunada asimismo en todo el pa­saje de la celda y hasta en la dulce muerte que da fin a los pesares de Sor Juana. Ismael Larumbe es un buen padre Mi­randa; Teresa Grobois y Óscar Servín sirven eficazmente la virreina y el virrey. Muy gra­ciosa Eusebia Cosme en la sirvienta. El resto cumple dies­tramente. Al final hubo ovacio­nes y se reclamó la presencia de la autora en la escena, que salió acompañada de todos sus intérpretes a recibir el home­naje.

F rançois Baguer .

(D e Excelsior, de México, D. F.)

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CONFESIONES DE SOR JUANA INES DE LA CRUZ

R E P A R T O

PERSONAJES ACTORES

S or Juan a ............................... E m ilia C arranzaPadre M iranda .................. Ism ael Larum beG racia ......................................... M aría W agnerR o m ana ...................................... A n gélica G allurC anónigo ................................. R oberto A ntúnezV irreina .................................... T eresa G roboisV irrey , M arqués de M an-

c e r a ............................................ Ó scar ServínN egrita, la sierva ............... E useb ia C osm eP riora ......................................... L ily InclánF ernando de R eza, C ap i­

tán ............................................ V íctor SorelV íctor , herm ano d e R o­

m ana ....................................... Sebastián AlburqueH er m a n o de S or Juana . Julio SernaSor R ita ................................. A n gélica G allurSor B ertha ............................ M aría W agnerS or M aría ............................... V erón ica SantellSor G racia ............................ A ndrea d e L lanoP adre Santa C ruz ............. Óscar ServínU jie r 1 ...................................... Javier D ie zU j ie r 2 ...................................... A lberto N oriegaH o r tensia ................................. V erón ica SantellP adres d e l C abildo .......... Javier D ie z y A l-

berto N oriega

Direción de M argarita U rueta Escenografía de D avid A n t ó n

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A C T O P R I M E R O

Al dar la última llamada, se apagará totalmente la sala. Al encenderse de nuevo, un reflector enfocará a S or Juan a , de pie, en medio del telón, de espaldas al público. Simula el primer velo de la conciencia. Comenzará a correr el telón lentamente. Un confesionario estará en medio con el P adre M iranda dentro. La espera. Una cortina transparente dejará ver a todos los per­sonajes de la obra, que serán de los cuales ella confíese su pasado importante. Inmóviles para desaparecer dentro del confesionario.

Música.

Voz.— Se descorre en mi mente una pesada cortina de recuerdos enmarcados en luz, en dolor, en sangre. (Da dos pasos.) ¿Qué tanto es la confesión? Mucho es, un continuo descorrer de cortinajes que vanse develando uno a uno. (Da dos pasos más.) Ave María Purísima, venerado San Jerónimo. Inspiración y culto; tu sierva, llena de tormentos, dudas y ansias, desea postrarse ante el tribunal de Dios. (Camina dos pasos más.) ¿Qué es la confesión? Un mirarse hacia dentro, y asombrarse. Un deseo de abrir hacia fuera una ventana luminosa con alas extendidas hacia el universo; el principio de la ver­dad, la superficie de la verdad, el fondo de la verdad. (Da otros dos pasos.) ¿Qué es la confesión? Es lavarse el rostro interno y externo frente a nuestro Dios. (Se descorre la última cortina.) ¿Qué es la confesión? Si no un adiós al pasado, un decir para olvidar, un aliviarse, un tener fe en que el pasado tiene muerte perdurable. Amén. (Ha llegado al confesionario. Fin de música. Se hinca ante el confesionario. Se ilumina al Padre M i­randa, que va a confesarla. Los personajes que están a los lados saldrán para subir tras ella entrando por cada lado del confesionario y desaparecer dejándola sola con el padre confesor.)

Padre M iranda .— Ave M aría Purísima.Sor Juana .— Sin pecado concebida. Tenía yo cinco

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años. Pedí a Josefa, mi hermana, que me llevara con ella a estudiar. Por agradarme, accedió; el estudio se volvió en mí obsesión, delirio. . .

Padre M iranda .— ¿Delirio?Sor Juana .— Mi madre temió ver en mí al demonio.Padre M iranda .— ¿Dijisteis demonio? ¿Y no pensas­

teis en la Inquisición?Sor Juana .— Seguramente la gente habló y comentó.

Mi madre escribió a mi abuelo, y me llevó con él, para evitar los comentarios y, sin esperar la caída de mis dien­tes de leche, recibí la Hostia.

Padre M iranda .— ¿Sabríais lo que era el infierno?Sor Juana .—Aún no lo entiendo.Padre M iranda .— Si hubieseis sido varón. . .Sor Juan a .— Fue mi deseo. Me vestí de hombre alguna

vez.Padre M iranda .— ¿De hombre?Sor Juan a .— Sí, deseaba pasar por hombre para asistir

a la Universidad. Por temor de amar lo humano, aprendí a amar lo divino. Entre mis primeras composiciones re­cuerdo una: (Se retiran muebles y cortinas para dejar ver la cámara de la V irrein a en palacio. Se oye la Voz grabada.)

Sor Juana .— Cuando estuve en la corte. ..Padre M iranda .— Erais mimada y celebrada.

Se enciende la luz y vemos la cámara de la V irr ein a . U jier e s afuera de la puerta, que se abre. Por la izquierda entran R om ana

y G racia, dos damas de compañía elegantemente vestidas.

Rom ana .— (Riendo.) Al pasar Don Fernando, os acer­casteis tanto, que se llevó el rosetón de vuestro corpiño prendido en la espalda.

G racia .— El recaudador de tributos es tan hermoso que bien vale un corpiño desgarrado. (Ríen de lo dicho. Se oyen pasos. La puerta se abre; ellas, creyendo que llega la V ir r e in a , hacen una reverencia. Entran Sor Juana y el Padre M iranda . Ella viene azorada. También se agacha, tropezándose. Las jóvenes se yerguen y esconden

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una sonrisa, soltando el vestido y mirándola con despre­cio, aprovechan para salir por las mismas puertas. Sor Juana y el Padre M iranda. A la mirada de Sor Juana , responde el Padre M iranda .)

Sor Juan a .— ¿Son princesas?Padre M iranda .— Son damas de compañía de la virrei­

na Leonor María de Carreto, Marquesa de Mancera.Sor Juana .— (Asombrada, repite en voz baja.) ¡Ah!

Leonor María de Carreto, Marquesa de Mancera. Debo aprenderlo. ¿Y cuántas damas tiene?

Padre M iranda.— Cuantas quiera. . .Sor Juana .— ¿Son todas nobles?Padre M iranda.— Doncellas de abolengo, nacidas en

España: si fuesen de aquí, deberían poseer ricas tierras, de labores diferentes.

Sor Juana .— ¿Se perm ite la entrada a las criollas. . .?Padre M iranda .— N o venís a m ostrar vuestro origen

ni vuestra belleza, venís a m ostrar vuestro talento.Sor Juana .— ¿M i talento? Si recorto mi pelo en cas­

tigo de mi terrible ig n o ran c ia .. . ¿Cómo lograremos tal cosa? (Los U jie r e s anuncian.)

U jie r e s .— i Su Excelencia, la V irreina y M arquesa de Mancera! (Entra la V irrein a seguida de las damas. El Padre M iranda y Sor Juana hacen reverencia. Sor Juana no conoce la forma exacta de hacerlo y espía para mirar a la V ir r ein a . Al pasar junto a ella la V irrein a le sonríe y sigue su camino. Ella la sigue, extasiada, en la misma postura. La V irrein a la hace levantarse. Las D a­mas se burlan. La V irrein a toma asiento. Las D amas se sientan alrededor de ella, ella llama al Padre M i ­randa. Éste se acerca. Sor Juana se queda atrás muy confusa.)

V ir r ein a .— Decidme, Usencia, ¿qué os trae por aquí?Padre M iranda .— Venimos de Amecameca. .V ir r ein a .— ¿D e dónde decís? (Las D amas esbozan

una sonrisa maliciosa.)Padre M iranda.— E l padre de Juana de Asbaje es ori­

ginario de Guipúzcoa, España. Ella es nacida en México. (Aquí Sor Juana se pone realmente avergonzada y las D amas cuchichean.)

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Damas.— (Simultáneamente.) ¡Una criolla!Padre M iranda .— Es bachiller en varias materias. En-

liende latín, es aplicada, mucho más que algunos santos varones; conocedora de música y matemáticas, compone­dora de canciones y poemas. Lee desde los tres años, y de corrido desde los cinco. (Ahora todas la miran con curiosidad.)

V ir r ein a .—Venid aquí, pequeña.. . (Le extiende la mano. Sor Juana se acerca y se la besa.) Y vos, hermosa Minerva, ¿qué deseáis? (La V ir r ein a la examina son­riente y, por fin, Sor Juana le suelta la mano poniéndola de pie.)

Padre M iranda.— Deseamos acogernos al artículo que ordenó Su Majestad, el santo Rey de España, en el cual se aconseja proteger a los criollos más destacados; Juana de Asbaje desea, con vehemente anhelo, seguir estudian­do y, como la Universidad les está negada a las mujeres, pedimos a su graciosa Excelencia nos guíe en nuestro empeño.

V ir r ein a .—Yo amo la poesía y el canto, si vos que­réis decirnos a lg o ... (Pausa. A las D amas.) Vosotras podríais acompañarla con el a rp a .. .

Gracia .— Si fuese algún romance europeo. . .Rom ana .— O cantos gregorianos. . . Decid vos. . .Sor Juana .— Excelencia, mis canciones no son co­

nocidas de nadie, porque yo misma escribo música y letra.

V ir r e in a .— D adnos un ejemplo.Sor Juana .— H oy, ¡ah!, ahora, tiemblo de vergüenza

y solo puedo deciros unos pasillos que he compuesto hace tiempo, cuando os m iraba. . . (Las Damas sonríen.)

V ir r e in a .— (Sonriente, se dirige a una dama. Pausa.) Que toque la música y le acompañe.. . (Música.) Y ¿cómo es que me mirabais?. . . (Música 2 clavecín. Sor Juana deja a un lado su bolsa, su sombrerillo y se acerca a la V ir r ein a con semblante emocionado.)

Sor Juana .— En casa de mi hermana, María de Mata, hay un retrato de Vuestra Excelencia. . . (De pronto se oye el arpa lejana y Sor Juana muy seria, con voz grave, recita.)

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Copia divina. En quien veo desvanecido el pincel, de ver que ha llegado él donde no pudo el deseo alto, soberano empleo de más que humano talento exento de atrevimiento, pues su beldad increíble, como excede a lo posible, no la alcanza el pensamiento.

¿Qué pincel tan soberano fue a copiarte suficiente?¿Qué numen movió la mente?¿Qué virtud rigió la mano?No se alabe el Arte vano que te formó peregrino; pues en tu beldad convino, para formar un portento, fuese humano el instrumento, pero el impulso divino.

¿Posible es que no has sentido esta mano que te toca?¿Y que atiendas te provoca a mis rendidos despojos?¿Que no hay luz en esos ojos?¿Que no hay voz en esa boca?

(La V irrein a la abraza y la besa con cariño. El presbítero sonríe. Las otras sonríen falsamente y aplauden.)

V ir r ein a .— ¡Juana! Nunca imaginé que una hiña fue­se a escribir con tanta elocuencia. (Al presbítero.) De­cidle a María que me la quedo. (Se ve a las otras disgus­tadas.)

Padre M iranda .— Gracias, Excelencia, vos siempre generosa. Así lo explicaré a sus cuñados.

Sor Juana .— Gracias, señora, sois mil veces buena.

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V ir r ein a .—Aquí aprenderéis el portugués, el bor­dado, canto, música. Esta misma noche tendremos un baile.

Padre M iranda .— Nunca se imaginó María de Mata, que seríais tan generosa con ella. Os la dejo, y, repito, es un portento de inteligencia.

V ir r e in a .— Venid a verla cuando queráis y decidle a su cuñada M aría de M ata que gustaría de verles por aquí. (El Padre M iranda se retira.) Id con D io s . . . (Sor Juana le acompaña; en el camino le va diciendo.)

Padre M iranda .—Buen cuidado con lo que dice vues­tra lengua. Tacto. Seréis recatada y virtuosa, no sigáis malos consejos, guardad para vos los comentarios peli­grosos; sumisión, sumisión. . . (El U jie r abre la puerta. Sor Juana se agacha y recibe la bendición... Sale el Padre M iranda . Sor Juana regresa. Ante la curiosidad de las Dam as, que la ven con recelo.)

V ir r e in a .— ¡Traed el vestido rojo, irá muy bien con sus ojos de mora!

Sor Juana .— ¿Para mí? ¡Si yo nunca me he puesto esas ropas! (G racia sale por él de prisa mientras Ro­mana dice disgustada.)

Rom ana .— ¡Ay, el vestido rojo! (Suspirando.)Sor Juana .— Usadle vos, si os gusta; yo estoy habitua­

da a mis ropas ligeras. . .G racia .— (Llegando con el vestido.) ¡Aquí está, lu­

ciréis como la Virreina!V ir r e in a .— Q uitadle el chal y d esv es tid la .. .S o r J u a n a .— ¡No lo tiréis; afuera todo es miseria y

de ella nace esta riqueza! (Caja de música. S o r J u a n a abraza sus ropas y ellas, sin hacerle caso, proceden a des­vestirla. Van lanzando hacia fuera sus ropas como si fuese basura.)

Rom ana .— ¡En la Corte, no hay modestia!Sor Juana .— Pero este vestido se ha ungido contra

mi piel m ientras p e n s a b a .. . en mi soledad. (Le quitan el chal.)

V ir r ein a .— En la Corte no hay soledad. Yo haré pu­blicar vuestros poemas! ¡Aquí seréis mimada! (Ya está en ropa interior.)

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V ir r ein a .— ¿Lo veis? Sois herm osa.. . ¿Qué os preo­cupa?

Sor Juana .— Me preocupa la gran ignorancia de nues­tro pueblo; deseo estudiar para. . .

Gracia.— ¡Estudiar y estudiar!... y ¿para qué, Jua­na? Con vuestra belleza basta y sobra. . .

Sor Juana .— (Viendo el vestido encantada. Han ter­minado de vestirla.) ¡Qué habré hecho yo para merecer vuestras finezas!

H orten sia .—Vos debéis halagar a la Virreina y ador­nar su sa lón .. .

Romana .— Si podéis, con eso basta y sobra.U jie r e s .— Don Antonio Alvaro Sebastián de Toledo,

Marqués de Mancera y Virrey de la Nueva España. (Entra el V irrey . Todas hacen reverencia. Sor Juana esboza una reverencia y acaba hincada, mirándole con el rabillo del ojo.)

V ir r ein a .— Esta es Juana de Asbaje, de Amecameca, de quien tantas cosas nos dicen. Lee desde los tres años y ha escrito loas y villancicos.

V irrey .— ¿Qué habéis aprendido?...Sor Juana .— Cartas geográficas, matemáticas y letras.

Poesía religiosa y laica que a mis manos ha llegado, de tiempos y metros distintos. Un poco de teología y otro poco de filosofía. Mi pobre entendimiento a vuestras órdenes pongo.

V irrey .— Pues no es poco, Juana de A sbaje.. . Ten­dréis que darme a mí alguna lección. (Ríen.)

Sor Juan a .— Agradezco vuestra atención a mi humilde persona.

Romana .— Se lo ha creído...V irrey .—Aquí tendréis clases con los mejores maes­

tros que a nosotros acuden. Si sois un prodigio, quiero que aquí lo seáis mucho más. . . y os va muy bien ese vestido rojo, ¿no es así? (Mira a las otras.)

Romana .— No se parecerá a los que se usan en las tierras de San Miguel Nepantla.

Sor Juana .— Es demasiado hermoso para mí, que no deseo más que estudiar y no envanecerme.

V irrey .— La corte, hija mía, es, de por sí, vanidosa

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y vos debéis estar a bien con e lla .. . (A la V ir r ein a .) Ayudadla. Salgo a ver cómo están los repartos de comes- libles. Hay descontento por la carestía de víveres. No siempre entregan todo, y yo deseo darme cuenta. Des­afortunadamente ellos no hablan español y tienen varios dialectos. ¿Conocéis alguno, Juana?

Sor Ju an a .— Conozco el náhuatl.V irrey .— Me ayudaréis, entonces. ¿Por ahora tenéis

alguna petición?Sor Juan a .— ¡Ojalá pudiese vuestra Majestad liberar

a los esclavos! Se les trata con mucha rudeza. (El V irrey sonríe. Se despide de los otros. Se acerca a ella.)

V irrey .—Vuestros deseos coinciden con los m ío s ... Muy buenos días, queridas damas. (Hacen la reverencia del caso. Sor Juana aún está cohibida y apenada de su propia audacia.)

Gracia.— ¿Lo veis?, no ha pedido nada.Rom ana .— ¡Vaya una petición; debiendo pedir una

carroza!V ir r ein a .— Ahora, vamos con la costurera para que

os prepare ropas y todo lo necesario para estar a la altura de estas hermosas damas. (Salen la V irrein a y las damas. El U jie r vuelve a su sitio para cuidar la entrada. A la derecha. Por la izquierda entra la sierva de Sor Juana , buscándola.)

N egrita .— ¿Juana Inés? (Da vuelta atrás de los ar­cos.) ¡Juana Inés! (Ve de pronto al U jie r , lo examina.) Oye, oye tú, machetón, ¿no has visto por ahí a mi niña Juana? (Él no dice nada y solamente da un paso firme.) ¡Mira nomás, éste ni oye, ni habla, ni entiende! (El U jie r vuelve a marcar firmes con los pies y se pone la mano en la espada.) Oye tú, ¿qué haces, eh? ¿Estás ma­tando cucarachas o qué? (Se le acerca.)

U j ie r .— ¡Alto! Dadme el permiso de entrada. ..N egrita .— ¡Pasa, pues que no hay quien te detenga!

Pero mi niña. . .U j ie r .— ¡Os sacaré, sierva!N egrita .— ¡Que otra vez afuera, al patio, entre caba­

llos y carrozas! ¡No! ¡Me asustan!U j ie r .—Venid conmigo...

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N e g r i t a .— (Retirándose coqueta.) ¿Yo contigo? ¡Ay! ¡qué ilusión!. . . ¡Pero no al patio!

U j i e r .— ¡Venid, pues, fuera de aquí! (La toma por la cintura y se la lleva haciéndola volar. Salen. Se corre el comodín. Salen por la izquierda R o m a n a y G r a c ia . R o m a n a va y viene a todo lo largo, mientras la otra la sigue a disgusto.)

R o m a n a .— ¿Te parece que le den esta atención a una recién venida de la Meca queca? No es de mujeres estar leyendo libros de hombres. No es española, es criolla. No es de nuestra ascendencia. ¿Quién es y qué busca en este lugar? No permito que nadie me quite mi sitio y mucho menos que le den ese vestido. Yo soy nacida en España, no soy ni criolla ni mestiza. Esto es casi una ofensa. ¡He de decírselo a mi hermano! ¡Aunque esa criolla tenga la cabeza llena de letras y cosas del demo­nio!

G r a c ia .—Ten paciencia.. .R o m a n a .— ¡No, mi hermano se quejará con el Vi­

rrey! . . .G r a c ia .— ¿Por qué te ensañas con esa pobre joven?. . .R o m a n a .— (Casi llorando.) ¡La Virreina me ha des­

preciado por su culpa!. . .G r a c ia .— Pero la criolla nada sabe de todo esto. Aca­

ba de llegar.R o m a n a .— ¿Y qué? Debo seguir recibiendo despre­

cios. . . , ¿nooo?G r a c ia .—Ten calma, Juana no es n ad ie ...R o m a n a .—Entonces para el baile, ya verás cómo hace

el ridículo. Esa Juana solo es una sierva, por eso defiende a los esclavos. (Sale disgustada y con ella la otra D am a. Abre el telón. Música.)

Cambio al baile de palacio. Se ve al V irrey y la V irreina , acompañada de sus damas. Of e l ia , R om ana , G racia y H or­ten sia . S or Juan a entra después desorientada. Se oye la música de arpas y van la V irreina , R o m ana , O felia y G racia. Sor Juana viene atrás, no conoce las formas y se siente perdida. Llega hasta el estrado. R om ana la llama. Está con su hermano

VÍCTOR.

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Romana .—Venid, Juana, éste es mi hermano. Juana Inés de Asbaje, Víctor de Avendaño y Marqués del Rigo. (V íctor extiende la mano sin decir nada.) Mi hermano conoce Amecameca; tiene por ahí unas tierras perdidas. (Música. Sor Juana le extiende la mano sin hablar. La música comienza y salen los V irreyes . Después que ellos han bailado y vuelven, los caballeros se adelantan y van con las otras tres.)

V íctor .— (A Sor Juana .) Venid, y daremos unos pasos.

Rom ana .— Él os enseñará. (Sor Juana , temerosa, le sigue.)

V íctor .— Sois muy hermosa.Sor Juana .— ¿Hermosura? No es vanidad lo impor-

lante. (Todos bailan. Ellos dan una vuelta, pero se de­tiene Sor Juana .)

V íctor .— La belleza es el único salvoconducto para la vida. Aquí podréis hacer un buen matrimonio, aun­que no tengáis dote. . . ¿Qué os pasa, no sabéis bailar?. . .

Sor Juana .— Os diré la verdad, caballero: bailar no me interesa.. .

V íctor .— Criollita. . . a un señor noble y español, no se le deja de pie en medio del salón. Ahora termina­réis . . .

Sor Juana .— (Haciéndose a un lado, sin hacerle caso.) Permaneceré donde más me plazca. ..

V íctor .— (Malicioso.) Yo os enseñaré los modales de la Corte, os enseñaré a beber como una dama. .. Yo os diré mil secretos, ya que yo soy de sangre española. (Tomándola de la cintura. Todos vuelven a su sitio.)

Sor Juana .— (Retirándose.)

Porque tu sangre se sepa cuentas a todos, Alfeo,Que eres de reyes. Yo creo que eres de muy buena cepa, y que, pues a cuantos topas con esos reyes enfadas, que, más que reyes de espadas debieron de ser de copas.

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V íctor .— ¿En dónde habéis leído e so ... ? (Sor Juana trata de alejarse. Él la detiene: pasa la V irrein a , las damas la siguen y V íctor se hace a un lado disgustado.)

V ir r ein a .— ¿Estáis bien, pequeña?Sor Juan a .— ¡Hombres necios, sin sen tir!...V ir r ein a .— ¿Qué ha sucedido?Sor Juana .— Querida Virreina. Mis costumbres auste­

ras y humildes hacen sombra a tanto lujo cortesano. No sé hablar como corresponde a la Corte y no soporto los requiebros de los barbilindos. (R omana sonríe al verla disgustada.)

V irrey .— ¡Las jóvenes desprecian los requiebros y los viejos las esperan!

Fernando .— ¡Es verdad!V ir r ein a .— Estáis muy hermosa y debéis aprender a

bailar y a escuchar requiebros. . . No les deis impor­tancia.

V irrey .— El que llega de provincias, ¡todavía siente a limpio!

Fernando .— Es pureza de la campiña.. .Rom ana .—Esto no se parece a Ameca, ¿verdad?Sor Juan a .— ¡Así es! De donde vengo, hay verdad y

luz del sol!Rom ana .— (Sonríe.) No os disgustéis, querida...V ir r ein a .— (Acercándose.) ¿Sabéis, Juana?, quiero

enseñaros mis poemas. . . (Comienza la música. Las damas se levantan. Viene de nuevo V íctor a sacar a Sor Jua­na a bailar.)

V irrey .— ¡Miradle!Fernando .— ¡De nuevo!Sor Juana .— Señora, permitidme acompañaros. Yo no

deseo bailar con nadie, os lo aseguro. . . Me siento atur­dida. Estoy acostumbrada a charlar y a pensar con los prelados y este diálogo banal e intencionado' me llena de tem or.. .

V ir r ein a .— Es necesario que sepáis que no todos me­recen vuestra verdad. . . Ni vuestro talento.

Sor Juana .— ¡Vos me devolvéis la vida! P e ro ...V irrey .— ¡Dentro de un año seréis diferente! (Pal­

madas.)

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V ir r ein a .— El baile es pasatiempo y no otra cosa. Debéis aprender a bailar.

V irrey .— Es vuestro turno, c a p i tá n .. .Fernando .—A vuestras órdenes, Excelencia.V irrey .— La Virreina desea pediros algo.V ir r ein a .— Bailaréis con e lla .. . enseñadla...Fernando .— (Va hacia ella. Hace una reverencia.)

¿Quisiera la hermosísima dama darme el brazo? (Van juntos.) Fernando de Reza, cuatro veces General de Armada de Barlovento y Factor de la Casa de Hacienda. (El caballero le ofrece el brazo y la admira. Las otras damas de compañía la miran asombradas. Desde lejos Víctor la ve con rencor. El caballero la mira con arrobo. Sor Juana , avergonzada, baja los ojos.)

Fernando .— ¿Acabáis de llegar? (Sor Juana asiente con la cabeza.) ¿En qué goleta habéis venido?

Sor Ju an a .—Acabo de llegar.Fernando .— ¡Ah! ¿Habéis venido a visitar a vuestros

familiares?Sor Juana .— No, caballero, soy criolla y he nacido en

el pueblecillo de Nepantla. Un lugar rodeado de volcanes con un hermoso río. El sol es tan terso que da de pleno en el rostro. No mira de soslayo, como aquí en el alti­plano.

Fernando .— (Sorprendido.) ¡Ah, sois una criollita!. . . ¿Y vuestra gracia?

Sor Juan a .— Juana de A sbaje...Fernando .— Sois una joya mexicana. Con esto me

basta para saber que quienes han dado una criolla tan hermosa deben ser personas muy dignas, pues estáis en la Corte y brilláis más que un lucero.

Sor Juana .— N o he venido para lucir, sino para ins­truirm e; éste es mi propósito.

Fernando .— Como toda una princesa, en labores so­ciales y femeninas y nada menos que al lado de la Vi­rreina. (Le ofrece un ponche. Sor Juana no acepta.)

Fernando .— ¿Y qué intentáis aprender?Sor Juan a .— Mi deseo es instruirme en teología, his­

toria y geografía.Fernando .— (Sonriente.) ¡Me hace gracia! Cuando

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sepáis un poco de geografía, os llevaré por el mundo. Yo recibo de España grandes cargamentos de telas. Como la de vuestro vestido. . . Mi padre las expende; vendiendo he aprendido a conversar como un merolico. . . Pero vos, ¿para qué estudiáis?

Sor Juana .— Para enseñar a niños que, como vos, no habéis aprendido...

Fernando .— Teología y latín. . . ¿y podéis dormir con tanta sabiduría en la cabeza? (Sonríe.) No bastan acaso vuestras gracias, para tenernos a vuestros pies rendi­dos?. . .

Sor Juana .— Nunca había visto este lado de la vida.Fernando .— Pues en latín, yo no os podré responder

(Pausa, en que se le acerca.), conmigo no os hará falta todo ese saber. Con que me miren vuestros ojos. . . Juana de A sbaje.. . (Salen a un balcón.)

Sor Juana .— Todo el mundo en opiniones es de pare­ceres tan varios que lo que en uno es negro, el otro prueba que es blanco. A unos sirve de atractivo lo que otro con­cibe enfado; y lo que éste por alivio aquél tiene por trabajo. El que está triste, censura al alegre de liviano; y el que está alegre se burla de ver al triste penando.

Fernando .—Me agradó muchísimo ese refrán. . . , qui­siera recordarlo para darles por ahí una lección.

Sor Juana .—Vuestra franqueza me agrada, pero es tarde y no quisiera desagradar a la Virreina. Es mi pri­mera salida.

Fernando .— ¿Volveré a veros?Juana .— No sé yo misma lo que viva, ni lo que haga,

si sería grato, o ingrato, no lo s é . . . (Se aleja dejando al caballero haciendo una reverencia. Al levantarse, la admira curioso. Sor Juana se acerca a la V irrein a y las damas la miran disgustadas.)

H o rten sia .— ¿Habéis visto? ¡También lo ha plan­tado!

Romana .— Como una plebeya. . . (Llega Sor Juana .) ¿Os disgustó el caballero?

Sor Juana .— No me desagrada. (Sigue hasta la V i­rreina y toma su sitio.)

V ir r ein a .— ¿Qué os ha sucedido, no gustáis del baile?

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Page 23: Confesiones de Sor Juana - Margarita Urueta

Sor Ju an a .— Estuve en plática con el caballero, Fer­nando de Reza.

V ir r ein a .— Ellas no tienen tu suerte.Rom ana .— ¿Habéis oído?H ortensia .— El joven más rico entre los factores. . .V ir r ein a .— Creo que voy a retirarme; vosotras po­

déis quedaros.. .Sor Juana .— Señora, perm itidm e acom pañaros. . . es­

toy fatigada. . . (Se pone de pie. Todas se ponen de pie para dejarlas pasar.. . )

Romana .— ¡No! Iremos todas. No vamos a dejarla sola con ella. (Sor I uana las mira alejarse y, en vez de seguirlas, va hacia el frente [supuesto balcón] y mira a las estrellas.)

Sor Juana .— Id, pues, con ella, que yo estoy frente al cielo en este hermoso balcón, y es tal el misterio del fir­mamento, que, como dice mi amigo, el astrónomo Góngo­ra, ésa. . . (Señala y cuenta con los dedos. En ese instante entra Fernando y, descubriéndola sola, va hacia ella.)

Fernando .— ¡Juana de Asbaje! ¡La criollita toda para mí! (Se acerca.)

Sor Juana .— Me habéis descubierto hablando sola; me preocupo por el movimiento de los astros, ¡es tan her­moso! ¡Mirad!

Fernando .— ¡En vuestros ojos los veo reflejarse mu­cho más hermosos! Para qué distraerme. . . Venid. . .

Sor Juana .— ¿A dónde me lleváis?Fernando .— Por ahí está una salida secreta que solo

yo conozco; hay una plaza, una fuente y después la ciudad en te ra ... ¡Vamos!

Sor Juana .— No tengo secretos ni quiero tenerlos. . .Fernando .—Ved, pues, la alameda desde el patio;

hay naranjos, una fuente y, en mi corazón, mil latidos que dicen: ¡os amo, os amo!

Sor Juana .— Sin razón, caballero. . .Fernando .—Venid; ahí está la razón, en el fondo de

la fuente, en el agua. (Se oyen voces, risas; dos damas vienen.)

Sor Juana .—Vamos, pues, que alguien viene. . . (Sa­len de frente. Por el otro lado vienen damas.)

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Rom ana .— ¿Y tanto así os gusta, mi pobre herma­no?. . . ¡Seréis una más!

H o rten sia .— De eso me encargaré yo, antes de que me lo arrebaten. (Salen. Oscuro y encender.)

E l m ism o salón convertido en estud io . S or Juana está traba­jando con el C a n ó n ig o .

Canónigo .— Juana, ¿no creéis que tres horas diarias es demasiado para la cabeza de una doncella? Hemos repasado matemáticas, geografía y un poco de astrono­mía.

Sor Juan a .— Lo dejaremos para la tarde.Canónigo .— Pensad, chiquilla, ¿acaso yo no tengo de­

beres?Sor Juana .— ¿Podré guardar vuestros libros y repasar­

los a mi antojo. . . ?C an ó n ig o .— ¡Sabréis más que yo! Juana Inés, algo

extraño hay en esa mente que parece espejo. (Se pone en pie cuando la puerta se abre y entra el V irre y . L os dos saludan respetuosos.)

V irrey .— Juana, ¿aún estáis por aquí? Podéis reuniros con las damas. Yo conversaré un instante con el maestro.

Sor Juana .— (Tomando los libros.) ¿Podré llevár­melos?

Canónigo .— Hoy los necesito y o ...Sor Juana .— (Sale respetuosa.) Con vuestro permi­

so. . .V irrey .— ¿Y qué me decís de la discípula?Canónigo .— No sabría si reír o llorar. Solo puedo de­

ciros, Excelencia, que es más aviesa que un muchacho, y que me deja asombrado la fiereza con que aprende cual­quier tema que le enseño. ¿Habéis visto? Quería llevarse los libros para seguir estudiando sola. . .

V irrey .— Entonces es un hallazgo...Canónigo .— Es como un animalillo que tiene hambre

y más hambre de sabiduría. Todos los días le digo que debería ingresar al convento y dedicar su tiempo a Dios, aprender teología. Cantaría los coros en latín y en griego,

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si fuese necesario. Me parece que este mundo vano no podría traerle nada más que pesares y desilusiones. . .

V irrey .— Dejadla que pruebe sus fuerzas en el mun­do. Se me ocurre enfrentarla a los que se dicen sabios y contradecir o afirmar si Juana es resultado de ilustra­ciones adquiridas o de una gracia infusa.

Canónigo .—Bien sabéis, Excelencia, que todos esta­mos frente al catalejo del Santo Inquisidor, y si fuese ciencia infusa. . . ¡o el esfuerzo!

V irrey .— Faltan, por lo menos, seis meses y vos po­dréis p repararle. . .

Canó nigo .— ¡En seis meses me habrá secado los se­sos! Sería interesantísimo.. . (Sonríe.) Pondrá a muchos a prueba. Lee al matemático y astrónomo Sigüenza y Góngora, y su estilo es inmejorable. (Al pasearse el Canó­nigo y abrirse la puerta, entra Fernando de Reza .)

Fernando .— Perdón, señor, que os venga a interrum­pir, me indicaron. . .

V irrey .— Pasad, amigo; hablábamos de Juana de As- baje.

Fernando .— Es muy hermosa. No la he podido olvi­dar. . .

V irrey .— Los deseos del presbítero y el maestro son dedicarla a la Iglesia.

Fernando .— Mis deseos, si vos me lo permitís, serían llevármela, de luego, a España. . . (Sonríen.)

V irrey .— Ella y la Virreina desean convencernos de que hay mujeres que piensan. (Sonríe.) Por eso este año concursará con cuarenta de los hombres más sabios de la Nueva España. . . ¿No es esto una diablura?

Fernando .— ¿Olvidáis que es mujer, queréis que pier­da el seso? ¿Por qué vais a forzarla?

V irrey .— No será para ella esfuerzo ninguno...Fernando .— ¿Tendría vuestro consentimiento para vi­

sitarla? Quisiera arrebatarla a la sabiduría, si me dais tiempo. Desgraciadamente salgo mañana en vuestras co­misiones, señor.. .

V irrey .— De regreso traedme algún libro de Calderón, a quien dicen que iguala.. ., y estaréis ya para el even­to. . .

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Fernando .— Es amiga del astrónomo Sigüenza y Gón gora.

V irrey .— (Mirando al caballero.) Y se interesa en sus escritos. Amigo Fernando, tenéis que ser muy lis to ... pues, si no, la Iglesia os la ganará.

Fernando .— Si tengo oportunidad, la haré olvidar todo eso y será mi santa esposa.. . o la raptaré.

Canó nigo .— ¡Ave María!Fernando .— Le tengo enviadas dos misivas, no soy

muy apto en prosas.. . Solo recibí una respuesta.Canónigo .— ¿Una respuesta? ¡Ave María!Fernando .— ¿Qué decís?.. .Canónigo .— ¡Nada! (Murmura.) Lo sabrá el padre

Miranda. ¡Con vuestra venia! (Sale y se quedan los dos.)V irrey .— (A Fernando .) Os deseo suerte con nues­

tra enigmática joven .. . ¿Ya habéis arreglado vuestra salida?

Fernando .— Os traeré lo que pedís, Excelencia. Des­graciadamente. . . (Suspira.) no podré despedirme de Juana.

V irrey .—Ahora mismo vend rá ... Permaneced aquí, y si habéis traído los avisos y sellos de salidas, dádmelos de una vez, para que no perdáis tan hermoso tiempo.

Fernando .— Aquí están. Adivináis los deseos de mi corazón, y gracias, señor.

V irrey .— (Se encamina sonriente, y dice:) ¿Estáis, pues, para ganarle a la Iglesia?

Fernando .— ¿La Iglesia decís? Estoy, y a la Iglesia démosle las quedadas. (Sale el V irrey y queda solo.) ¡Triunfaré, o seré desdichado! (Entra Sor Juana con los ojos bajos.)

Fernando .— Buenos días, Juana, ¿por qué tan esquiva? He leído lo que me habéis escrito, pero yo sigo enloque­ciendo por vos.

Sor Juana .— N o logro entender la razón de vuestra locura.

Fernando .— Perdonad si os he ofendido, pero debo partir; mi deseo sería llevaros conmigo, y casarnos en España; ¡al instante de llegar!

Sor Juana .— Al instante mismo de l le g a r . . . (Se re-

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Iiki.) “La buena cara de una joven pobre es una pared blanca, donde no hay necio que no quiera echar un borrón.”

F e rn a n d o .— ¡Nada importa! ¡Venid conmigo! ¡El amor lli'ga a nuestra puerta! y yo os ofrezco todas mis rique­zas. ..

Sor Juana .— (Como hablando a lo lejos.) “El per­seguirme, mundo, ¿qué interesa? ¿En qué te ofendo, cuando solo intento poner belleza en mi entendimiento y no entendimiento en las bellezas? Yo no estimo tesoros ni riquezas, y, así, siempre me causa más contento poner riquezas en mi pensamiento que no mi pensamiento en las riquezas.”

Fernando .— Perdón, Juana, no sé lo que digo; sé que mañana debo partir, y si no venís conmigo.. . ¡Bogaría­mos abrazados frente al mar! (Ella lo mira sorprendida. I*ausa, en que se miran.) ¡Por lo menos, esperadme!

Sor Juan a .— Esperar es de todos común. Cuando vol­váis, habréis olvidado. (La abraza y la besa. Ella se retira asombrada de haberlo permitido.) ¡Dios mío, qué atre­vimiento! (Tocan a la puerta.)

Fernando .— ¡Os amo! ¡Os amo! ¡Os amaré siem­pre! . . . (Detiene la puerta. Vuelven a tocar, y abre. En­tra U jie r 1.)

U jie r 1.— Perdón, ¡ah, señor!, os requiere un instan- le el escribano. Debéis firmar los pergaminos. . . (Vase.)

Fernando .— ¿Os veré por la noche, antes de partir?Sor Juana .— ¡Partid, por Dios, partid!

(Ya ha salido él. Ella, asombrada, prosigue.) Detente, sombra de mi bien esquivo, imagen del hechizo que más quiero, bella ilusión por quien alegre muero, dulce ficción por quien penosa vivo. . .

(Paseándose por el salón.) Nunca creí sen tir.. . y al sentir, creo que existo .. . ¡Perdón, Dios mío!

U jie r 2.— (Entrando.) El señor, vuestro hermano, quiere veros. . .

Sor Juana .— ¡Dios mío, qué alegría!. . Hacedle pa­

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sar aquí. (El U j ie r 2 sale en el instante en que entra el P a d re M ira n d a .)

Padre M iranda.— ¡Vengo sólo un instante a deciros que el Virrey ha decidido que concurséis hoy en contra de los cuarenta sabios del Virreinato!

Sor Juana .— ¿Por qué hoy mismo, señor? Me parece que se juntan el cielo y la tierra.

Padre M iranda .— ¿Podéis prepararos?Sor Juana .— Si vos me a y u d á is .. . (Padre M iranda

observándola.)Padre M iranda .— ¿Qué os sucede? Parecéis transfor­

mada . . .Sor Ju a n a .—Tanto ha sucedido, que sufro de confu­

sión. Me siento pecadora.Padre M iranda .— ¡El llamado de Dios! No sabéis es­

cucharle. . . Los hombres, no podrán entenderos; en cam­bio, Dios os devolverá lo que le ofrezcáis. Junto a Él nada os sucederá, nunca os veréis traicionada.

Sor Juana .— Confieso mi inquietud por Fernando...Padre M iranda .— ¿El capitán? ¿Acaso le conocéis

bien? ¿Qué razón tiene vuestra inquietud?. ..Sor Juan a .— M e ha escrito y le he visto varias veces.

¡Soy criolla, padre! ¿N o sería m ejor casarme, para que él me defendiera?

Padre M iranda .— ¿Y vuestra inteligencia? ¿Agrada­rá a Don Fernando? ¡No! En cambio, en vuestra celda, protegida, sin miedo, así dejaréis atrás la horrible reali­dad del mundo, que solo desea destruiros, envidiaros. . . (Se abre una puerta y entra el H ermano de Sor Juana . Saluda con reverencia al Padre M iranda y el Padre M iranda sale diciendo:) Yo diré al Virrey que aceptáis la afren ta .. . (Sale de prisa. El H erm ano de Sor Jua­na trae un pergamino enrollado junto con el sombrero, que se ha quitado.)

H erm ano .— ¡Hermana querida! Esto es increíble. ¿Cómo habéis venido a dar hasta aquí? Con solo unos días de ausencia, parecéis. . . ser la próxima virreina de España. (Sor Juana ríe de buena gana.)

Sor J u a n a .— ¡Siempre os burláis de mí! ¿Cómo está mi m adre? (Pausa.) ¡Pero, estáis hecho un hombre!

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H erm ano .— ¿Y vos? Yo pensé encontraros casada.. . (Le entrega el pergamino.)

Sor Juana .— ¿Lo habéis leído?H erm ano .— Mi madre lo ha lacrado especialmente

para v o s ... (Pausa mientras lo abre.) Me dijeron que cstábais con un acaudalado caballero. . .

Sor Juana .— (Riendo.) Acaso suceda lo que tem éis.. . MÍ deseo era vivir sola, totalmente sola, pero, parece que una mujer no debe andar vagando por el mundo. . . (Abre el papel.) Leedle vos, querido...

H erm ano .— Es vuestra fe de bautismo. . .Sor Juan a .— Es verdad, la había pedido por si acaso

ese caballero y yo. . . (Abre el pliego con aire divertido. Sor Juana se pasea por el cuarto ilusionada.)

H erm ano .— (Leyendo) Juana, hija de la Iglesia. Crio­l la .. . De madre soltera. . . (La mira.) Querida hija, quiso Dios que tanto tu padre Don Pedro de Asbaje, como el Capitán, padre de Flavio, tuviesen ya el Sacra­mento del Matrimonio por eso no pudieron dármelo a mí, es así como os he dado a la Iglesia. . . ¡Que Dios os bendiga! (Vuelve a mirarla.) ¿Lo sabíais?

Sor Juan a .— N o, ¿y vos?H erm ano .—Tampoco. (Él, agobiado, se vuelve de

espaldas para que no lo vea llorar. Sor Juana , tensa y triste, de pie frente al público.)

Sor Juan a .— ¡Pobre madre! (Tira por el suelo el es­crito. Luego recita agobiada.)

Hombres necios que acusáis a la mujer, sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis.

Si con ansia sin igual solicitáis su desdén,¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia y luego, con gravedad,

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decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco, al niño que pone el coco y luego le tiene miedo.

¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no está claro?

¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada: la que cae de rogada, o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga, o el que paga por pecar?

Pues, ¿para qué os espantáis de la culpa que tenéis?Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis.

Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo.

Se enfoca en ella la luz para que, en la oscuridad, entren todos. O se corre un primer telón. El telón se abre y ella entra directamente al día en que, habiendo ya discutido con los cua­renta hombres de ciencia, recibe una rosa en forma de premio. Estarán todos: el Padre M iranda, el C anónigo , un grupo de hombres con sus togas. En el estrado la V irreina, el V irrey , las damas y el Caballero de Reza. El V irrey se levanta, todos se levantan, y entrega en las manos de S or Juana la rosa, diciendo:

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V irrey .— Yo, don Antonio Alvaro Sebastián de Toledo, marqués de Mancera, virrey de la Nueva España en el año de 1674, otorgo el premio a Juana Inés de Asbaje, por salir triunfante de una polémica ante cuarenta letra­dos de todas facultades, por su capacidad intelectual en humanidades, antiguas y modernas, teología, física, filo­sofía, astronomía, música, pintura y poesía. (Aplausos.)

Sor Juana .— Quiero agradecer tan inmerecida honra y ofrecer esta rosa a la Virreina, como símbolo de belleza espiritual. Ahora deseo pedir permiso a los virreyes. . . para ingresar al convento, como religiosa. (A todos se les oye exclamar: ¡Oh!)

T odos.— ¡Oh ! . . .V irrey .— ¿L o habéis pensado bien, hija m ía?V ir r e in a .— ¡Sufrís de confusión, querida!Sor Juan a .— Pondré mis anhelos al servicio de Dios,

Nuestro Señor. (El Padre M iranda, feliz, la mira. Los V irreyes se disponen a salir. La V irrein a toma del brazo a Juan a .)

V ir r ein a .— ¡A condición de que tendréis un año para pensarlo; estoy segura de que no sabéis lo que decís!

V irrey .— ¡Dios mío! (Todos van saliendo y despi­diéndose. El Padre M iranda viene hacia Sor Juana y trata de que ella no se dé cuenta de que Fernando ha permanecido en el fondo y todo escucha.)

Padre M iranda .— ¡Qué triunfo tan hermoso!Sor Juana .— T al vez inmerecido.Padre M iranda.— ¿Lo veis? Ahora sí escucháis. Ese

pergamino ha sido la palabra de Dios que vos esperabais. Dios os bendiga.

Sor Juana .— ¿Y vos cómo lo sabíais? (Padre M i­randa, llevándola hasta la puerta, para prepararse a salir, le habla al oído.)

Padre M iranda.— T odos en la Corte, lo sabían, me­nos vos. (Mutis. Le envía una bendición, y sale. Sor Juana se vuelve para encontrar que está ahí Fernando y, tapándose la boca, habla.)

Sor Juana .— ¡Qué vergüenza! (Camina unos pasos y va hacia Fernando .) Caballero, la sesión ha term inado. (Fernando se pone de pie y va hacia ella.)

TEATRO MEXICANO, 1 9 6 9 .— 5129

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Fernando .— Me doy cuenta de que todo ha terminado, pero no puedo resignarme. Mi viaje se aligeraba creyendo escuchar vuestra voz. ¿Ya no tendré esperanza? ¡Os amo! (Pausa.) ¿Será irrevocable?

Sor Juan a .— ¿Acaso es revocable la palabra de Dios? (Como única respuesta Fernando se hinca y le besa am­bas manos. Se pone en pie y se dirige a la puerta lenta­mente mientras Sor Juana , poniéndose una mano en el corazón, escucha lo que piensa.)

Voz.— Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba, como en tu rostro y tus acciones vía que con palabras no te persuadía, que el corazón me vieses deseaba. Y amor, que mis intentos ayudaba, venció lo que imposible parecía, pues entre el llanto que el dolor vertía, el corazón des­hecho destilaba. Basta ya de rigores, mi bien, baste; no te atormenten más celos tiranos ni el vil recelo tu quietud contraste con sombras necias, con indicios vanos: pues ya en líquido humor viste y tocaste mi corazón deshecho entre tus manos.

telón

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A C T O S E G U N D O

Interior del Convento de las Jerónimas. Varias monjas caminan por el patio y a la derecha estará S or Ju an a como la vemos

en el retrato de Cabrera, en su celda escribiendo.

Sor Juana .— Entrém e religiosa porque conocía que te­nía el estado cosas, muchas repugnantes a mi genio, y para la total negación al m atrim onio era lo más decente cu m ateria de seguridad; así cedieron y sujetaron la cer­viz de im pertinencillas de mi genio, que era vivir sola y sin rum or de la com unidad. Para la Santa Priora lo que yo escribo son simples papelillos. Confieso que mal so­porto las hablillas de las criadas y sus rosarios de m en­tiras. (La Priora y dos monjas van hacia su puerta y locan.) Pasad, M adre P r io ra . . . (La puerta se abre. Entra la Priora y retira a las otras dos monjas que le siguen, tratando de meter las narices para curiosear a Sor Juan a . La Priora cierra la puerta frente a ellas, y curiosea lo que hace Sor Juan a .)

Sor R ita .— (Afuera.) ¡Hoy todos nos desprecian! (Alegres.) ¡Al salir, la cubriremos de pinchazos! (Ríen.) lista tarde tenemos que hacer el pan. Juanita tiene que venir a persignar la masa.

Sor Be r t h a .— (Medio canta en voz alta.) ¡Que ya de­jéis de escribir y que vengáis a la cocina! (Una saca un alfiler y corretea a la otra hasta que salen de la escena.)

Priora .— Querida hermana, vengo a deciros algo muy importante.

Sor Juana .— ¿M uy importante? Tomad asiento. (La I’riora se recarga en la tela que cubre los papeles y dice.)

Priora .— ¿Bordáis? (Levantándole.) ¡Ah! ¡Vuestros eternos papelillos! ¡Ah, claro! Lo importante es que nos visitará la Virreina (Pausa.), y como vos sabéis, éste no es un convento muy rico. ¿Cómo podríamos hacérselo saber a la Virreina?

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Sor Juana .— Seré yo quien se lo diga.Priora .— (Pone una mano sobre su hombro.) Gra­

cias, hermana; la ceremonia será tal como ella lo merece, y vos, hermana, querida hermana, debéis preparar la bienvenida con algún papelillo. . .

Sor Juana .—Algo muy pequeño, para no fastidiarles.Priora.— (Se levanta.) ¡Ay, no, querida hermanita! Ya

podéis ir pensando en un entremés, en el cual salgan todas vuestras hermanas, y que el tema agrade a Dios y nos hable de los dioses paganos.

Sor Juana .— Las herm anas no son precisam ente his- triónicas, es difícil hacerlas ac tuar. . . Usaré de mi buen juicio.

Priora.— A vuestro buen juicio dejamos también el adorno del a lta r .. . debéis dirigir en todo a vuestras hermanas, que tanto os quieren. Ellas tienen en su cabeza pájaros.. . y si no estáis para ayudarles. . . (Sonríe con falsa sonrisa.) ¡Tan inocentes! ¡Me entendéis!

Sor Juana .— Sí, M adre...Priora .— Cuando habléis con la Virreina, hablad de

nuestras necesidades; haced caridad, y para hacer cari­dad, ¡haced sacrificios! Se trata de Dios, ¿verdad, her­mana? ¿Me entendéis? ¡Nos abandonan por el Real Convento!

Sor Juana .— A sí lo haré.Priora .— ¡No hay dinero para construir el comedor

de las novicias y cultivar la huerta! Necesitamos provi­siones para el invierno.. . ¿Me entendéis?

Sor Jua n a .—Así lo comprendo.Priora .— ¡Qué barbaridad! Si los verduleros que vie­

nen por el canal de la Viga no nos compran, o se esca­sean las cosechas, o se disgusta el Factor de Hacienda, por un quítame allá esas pajas (Aprovecha.para echar por tierra sus papeles.), nos vemos arruinadas y sin dine­ro para entregar a la Santa Sede. Nosotros no podemos ir de acuerdo con la política. ¡Los padres entregan nueve reales en legumbres! ¿Lo entendéis?

Sor Juana .— Haciendo un gran esfuerzo, natural­mente. ..

Priora .— ¿Qué vale vuestro orgullo cuando se trata del

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bienestar de las siervas de Dios? Vos siempre coméis bien, pues nunca os faltan regalos. ¿Entendéis?

Sor Juana .— Vos misma lleváis mis regalos al refec­torio. . .

Priora.— Vos me entendéis. Los llevo para evitar las envidias a la hora de recibir el alimento que Dios nos manda. (Pausa.) ¿Para cuándo, entonces, estarán esos papelillos? (En ese instante tocan las campanas. Las dos quedan silenciosas, como es costumbre al tocar las cam­panas. Se persignan, y al terminar.)

Sor Juana .— ¿No los queréis para antes de la cena?Priora .— (Riendo.) ¡Venid, Juana! Que vos debéis

atender a vuestros pobres, pobres! (Trata de ver qué es lo que escribe Sor Juana ; ésta, empujando sus papeles, los cubre con una tela. Sonriendo cariñosa.) ¡Nunca permitís que el aire les entre! (Sor Juana no responde. Salen de todas las puertas las otras religiosas hasta formar una hile­ra. Al verlas salir Sor Juana cierra la puerta.) ¡Este en­cierro es demasiado para vuestra salud! ¿Entendéis?

Sor Juana .— Encargo a Dios de mi salud.Priora .— Dicen que escribís cosas profanas, cuando

estáis sola. ¿Es verdad?Sor Juana .—Nunca estoy sola.Priora.—Mirad a Sor Bertha y a Sor Rita. . . Se dicen

la “Zorrita” y el “Sorbete” . (Ríe histérica.) El “Sorbete” por la forma en que sorbe el champurrado y la “Zorri­ta” porque no tira los huesos en el plato general, sino que los echa debajo de la mesa. ¿No os hace gracia? (Se acercan las dos monjas.)

Sor R ita .— Estuvimos arreglando las huertas y lim­piando las hojas. (Se chupa los dedos.)

Sor Be r t h a .—Y lavando los membrillos; vos daréis el punto de la jalea. Nos hemos reído con el viejo jardi­nero, que ya no puede moverse; lo hemos pinchado. . . (La toman del brazo.) con nuestros alfileres. (Los sacan.)

Sor Juana .— ¡Ay, hermanas! Si no me pinchan, iré con ustedes. (Precisamente la pinchan, la corretean. Sor María llega corriendo y abraza a Sor Juana .)

Sor María .— ¿Qué tanto le hacéis? ¿Por qué no me la dejáis en paz?

133

Page 36: Confesiones de Sor Juana - Margarita Urueta

Sor R ita .— ¿S abéis que la fiesta de la V irreina será en las huertas?

Sor Be r t h a .— La Priora dice que vos dibujaréis las guirnaldas.

Sor G racia .— Dibujar, cocinar, además escribir todas las reverencias. . .

Sor R ita .— Q ueremos salir todas, y que no hagáis n in­gún papel p r in c ip a l . . .

Sor Juana .— (Señalándolas.) Puesto que es en la huerta, vos seréis el Céfiro, Vertumno, Flora, Pomona, y haremos un poco de música y canto para las hermanas. Vamos por los cetros.

Se retira la fuente y se ponen árboles para simular huerta. Una banca. Celda a la derecha. Se cierra comodín y adelante quedan

la N egrita y la Priora .

Priora .— ¡Venid, sierva, debemos poner todo en or­den! . . .

N egrita .—No como lo haces tú . . . (La sigue.)Priora .— ¡No me sigáis tan de cerca! y vos permane­

ced silenciosa!N egrita .— Entonces...Priora.— Me ponéis los nervios de punta.N egrita .— D e punta.Priora.— Esperad aquí, y no espiaréis... (Entran

la V ir r e in a , el V irrey , les acompañan la Priora y Sor Juana . Se sientan en la banca. Poemas en ridículo, como debió ser, por voces inexpertas.)

Sor Juan a .— ¡Música!Sor Be r t h a .

Hoy la Reina de las luces, trasladada a las florestas, trueca por sitial de flores, el solio de las estrellas; y al contacto de sus huellas, las flores que van saliendo, a las demás van diciendo:¡salid apriesa, apriesa,

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flores, y besaréis sus plantas bellas!(Música grabada en ridículo. Cantos. Toca la flauta

el C a n ó n ig o .)

Sor R it a .

Suspensa Pomona hermosa, tu rara beldad contemplo.¿Qué te suspende, qué tienes?

Sor M a r ía .

¡Qué preguntas, que suspenso se queda el dolor al ver,Céfiro, que cuando vengo (de tu aclamación llamada y aplaudida de tu acento) a que fueron mis piadosos premio de tus rendimientos, encuentro con mi enemiga!¿Pomona?

(La sierva, distraída, no escucha; le hacen seña.) ¡Pomona!

N e g r it a .

¡No vino! ¡Ah, sí, Pomona!Sí, cuando llego,Vertumno, de ti llamada, con mi opuesta Flora encuentro, que te admira que la ira, encendido Mongibelo

(Mirando a la P r io r a .) me reviente por los ojos,¡me reviente por los ojos, por no caber en el pecho!

(La P r io r a , en un deseo de imitar a S o r J u a n a , toma la mano de la V ir r e in a . Ésta, con una sonrisa fría, se la abandona y vuelve a retirarla simulando necesitarla, para recoger algo, y secándola de la

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Page 38: Confesiones de Sor Juana - Margarita Urueta

humedad que ha dejado en ella la P r io r a . S o r J u a n a sonríe viendo la escena.)

C é f ir o .—Y, pues es tal su belleza. . . (Música.) ¡Vi­va! ¡Viva! ¡Viva!

N e g r i t a .— ¡Boba! ¡ A y ! . . . (Un último viva en tono triste. En ese momento el V ir r e y se levanta.)

T o d a s .— V iv a . . .C a n ó n ig o .— (Al V ir r e y .) Si vuestra Excelencia qui­

siera acampañarme a recorrer las huertas.. . Los árboles están cargados de frutos y las. . . (Salen. La P r io r a es­cucha un instante y va tras ellos, seguida de todas las monjas. Quedan solas J u a n a y la V ir r e in a . )

V ir r e i n a .— ¿Y por qué os veo tan triste en medio de tanta alegría?. . .

S o r J u a n a .— ¡Habíais de ver los sacrificios que han hecho para preparar vuestra visita! Estamos en espera de una orden, pues dependemos del Regidor, que compra todo y no deja nada para nosotras.

V ir r e i n a .—Vamos, querida. Yo misma veré que eso sea corregido. (Se oye música.) Pero vos. . . ya veo que les habéis traído alegría.

S o r J u a n a .— Les enseño cuanto puedo: caridad, y estudio. En cuanto a mí, soy claustro de espíritu y de cuerpo.

V ir r e i n a .— Querida, ¿nadie os dijo que estuve en­ferma? ¿No recibisteis mi billete?

S o r J u a n a .— La Priora, tan santa y tan buena, me pri­va de la inmensa dicha de serviros. . . No recibo billetes.

V ir r e i n a .— Es por eso que he venido para respirar el aire de las huertas, pero, sobre todo, para reclama­ros. . .

S o r J u a n a .—Bien sabéis que estoy para serviros. (Re­gresan V ir r e y y C a n ó n ig o .)

V ir r e y .— Nos retiramos, Juana. Desearíamos veros pronto; ya hemos enviado vuestros últimos poemas, pron­to tendremos mucho que deciros... (Salen V ir r e y e s seguidos de todos. S o r J u a n a queda al final. Nadie, en la salida, advierte que a S o r J u a n a le da un desmayo.Y llama:)

Sor J u a n a .— ¡Nana! ¡Nana!

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Page 39: Confesiones de Sor Juana - Margarita Urueta

N e g r i t a .— (Entrando.) ¡Dios mío! ¡Hermanas! (Llega la P r io r a . Acuden después las demás y C a n ó n ig o .)

C a n ó n ig o .— ¿Qué les sucede?P r io r a .— (Entrando.) ¿Qué pasa? (Las hermanas la

sostienen y la llevan a su celda.)P r io r a .— Ya no es posible, padre Canónigo. No debe

continuar. . . así. Debemos esconder esa pluma y esa tin­ta donde no pueda alcanzarlas. . . Es esto lo que la está matando. (Sacan paños y alcohol, y le mojan la frente.)

C a n ó n ig o .— Se extralimita escribiendo y trabajando en cosas que no son estrictamente de Dios.

P r io r a .— Podrían ser endechas o vidas de santos, que tanto nos gustan. Pero no, tiene que romperse el seso con todo lo pagano y cansar su mente con ninfas y ver- tumnos que nadie conoce. . .

C a n ó n ig o .— Pero. . .P r io r a .— Personajes paganos, que trae a nuestro re­

cinto. . .S o r M a r ía .— ¡Ha trabajado tanto, para hacernos que­

dar bien!. . .P r io r a .— ¿Acaso os hablaban, hermana?S o r R it a .— ¡Dios mío, trae el corpiño de púas!. . .C a n ó n ig o .—Aflojadlo...S o r B e r t h a .— Trabajó en todos los detalles. . . coci­

n a . . . decoración. . .C a n ó n ig o .— ¡Vamos! Dejadla un instante sola, que le

quitáis el aire, queriendo todas a la vez ayudarla. ¡Ya despierta!

S o r J u a n a .— ¡Ya estoy mejor! (La rodean, aglomera­dos, la P r io r a , el C a n ó n ig o y la N e g r i t a . Oscuro y cambio a la celda. S o r J u a n a cierra los ojos. Ellos ha­blan en voz baja.)

P r io r a .— (Al C a n ó n ig o .) ¡Mirad, cuánto papel!. . .C a n ó n ig o .— Dejadla reposar un poco.P r io r a .— (Toma la pluma y la tinta y las pone a un

lado.) Guardaré esto en mi celda, bien guardado. (J u a n a principia a volver en sí.)

C a n ó n ig o .— Sor Juana Inés, ¿qué sentís, hermana?S o r J u a n a .— Nada, hermano, n a d a .. . , simplemente

cansancio.

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Page 40: Confesiones de Sor Juana - Margarita Urueta

Priora.— Cansancio del cerebro, por tanto esfuerzo.. . En mi categoría está el ver por mis hermanas y debéis prohibirle escribir, ¿entendéis?, ¡de menos un mes!

Canónigo .— (Tomándole el pulso y tocándole la fren­te.) Tenéis fiebre .. . , hermana; no podréis abandonar la cama en menos de dos días. . .

Sor Juana .— Gracias, padre Canónigo, buena falta me hacen el silencio y el descanso.

Canónigo .— Pero habré de prohibiros escribir. Con fiebre no escribiréis más que cosas malignas.

Priora.—Yo misma voy a vigilaros, no queremos que perdáis la razón. . . , ¿entendéis?

Sor Juana .— Ap e n a s .. . si os e n tie n d o .. .Canó nigo .— Os vendré a ver mañana mismo, y, mien­

tras tanto, que vuestra sierva os ponga unas sanguijuelas y unos paños con alcohol. . .

Priora .—Yo misma puedo hacerlo.Sor Juana .— No, hermana, para eso tengo mi nana. . .

Nadie más lo hará, con el permiso del Canónigo.Canónigo .— Conozco el pudor de la hermana. . . , dejad

que la sierva la atienda.Priora.—Vuestra nana está con las muchachas en

el huerto, pues no es menudo el trabajo de recogerlo todo. Yo me quedaré aquí.

Sor Juana .— La V irreina ha prom etido la ayuda, tal y como vos lo deseabais. . .

Priora .— ¡Dios os bendiga, hermana; cumplís con la santa caridad!

Sor Juana .— Podré quedarme sola, vuestras obligacio­nes son muchas; no os molestéis por m í . . . Desearía des­cansar. . .

Priora .—El tiempo mejor empleado es cuando estamos haciendo la caridad. Y la caridad es descanso.. ..

Sor Juan a .— ¡Estoy rendida!Priora .— (Suspirando.) Ánimo, hermana, que pronto

se nos vienen tantas cosas, el santo del Virrey, la llegada del Arzobispo. Sí, hay que cocinar, pulir y remendar. Esperamos que ya estaréis bien para entonces.

Sor Juana .— (Como hablando sola.) Yo, aunque el premio se me impida, pues cuando estoy más postrada,

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pierdo, por bien empleada, el m érito de rendida, pido que la eternidad en que reina su beldad se funde en mi cau­tiverio, pues reina más que en su im perio quien reina en la v o lu n tad . . . con la ventaja que al dominio del cuerpo hace el del alma! (Asombrada, la Priora mira al Ca­nón ig o .)

Priora .— ¿L o veis?, delira. . .Sor Ju an a .— Sois una to n ta .. . Padre Canónigo, es

ella quien me cura y quien me enferma.. .Priora .— Saldré, hacéis demasiadas im pertinencias.Ca nó nigo .— M a d r e . . .Priora.— Salgamos.. . (Disgustada, sale llevándose la

pluma y tinta, sin que Juana lo vea. El Canónigo sale con tristeza.) ¡Salgamos! (Salen sin hacer ruido. Ella pretende dormir. Apenas salen, y Sor Juana se pone en pie y busca por todas partes la pluma, la tinta y el papel.. . Al no encontrarlos, llorando, se reclina en su mesa. . .)

Sor Juan a .— Señor, qué puedo hacer si no escribo? . . . Solo esto calma mi terrible ansiedad . . . , que las púas del cinto no calman las púas del corazón. . . (Entra la N egrita .)

N egrita .— ¡Niñia, niñia! ¡Entra a tu cama, niñia, que estás mal! (La obedece entrando, desfallecida, en la cama.)

Sor Juana .— ¿Acaso una persona enferma deja de pensar?. . . Sí, me siento mal, pero ve y rescata mi pluma, mi papel y mi tinta.

N egrita .— ¿En dónde están?. . . ¿Quién se las ha llevado?

Sor Ju a n a .— Deben estar en la celda de la Priora.N egrita .— Me valdré de las madres ayudantas, que son

muy güeñas conmigo. (Sale la N egrita y en el patio, frente a la celda de la Priora , habla con Sor Berth a y Sor Ma ría .) ¡Venid! Tenemos que rescatar papel y pluma! (Se dicen algo en secreto. Sor María queda tras un arco y Sor Berth a toca en la puerta de la Priora . La puerta se abre y sale Sor R ita .)

Sor R ita .— La Priora no está, fue al refectorio. ¿Qué buscáis?

139

1.

Page 41: Confesiones de Sor Juana - Margarita Urueta

S o r B e r t h a .— Algo que vos tenéis.S o r R i t a .—Aquí no tengo nada. (Vuelve de prisa la

N e g r i t a . )N e g r i t a .— (Llegando.) Tengo que dejar un recado, voy

de frente; ¡déjame entrar, “Zorrita” ! (S o r B e r t h a mete un pie en la puerta. La N e g r i t a da un empujón y se cuela. S o r R i t a forcejea con S o r B e r t h a adentro. S o r M a r ía , afuera, se pasea rezando el Rosario.)

S o r R it a .— ¡Si queréis saber lo que dice la Priora, vais a saberlo! ¡Que vos estáis embrujada y que Sor Juana Inés también! ¡Y que lo sabrá el Santo Oficio!

N e g r i t a .— ¡Ay, Dios mío! ¡Eso no!S o r B e r t h a .— ¡No es cierto, eso es mentira!S o r R it a .— Nadie habla en verso, y cuando habla, es

que tiene trabada la lengua. ¿Y quién traba la lengua? ¡El demonio!

Sor B e r t h a .— ¿Q ué sabéis vos? ¡Estáis pecando en Semana Santa! (Sor B e r t h a mira por todos lados.)

Sor R ita .— ¡Ahí está, ella! Se enojó el diablo y la puso en cama.

N e g r i t a .— Stá loca toda. . . Pide la llave pa salir.S o r B e r t h a .— ¡Hermanita, dejadnos buscar, sed bue­

na!S o r R it a .— Lo hago por vuestro bien, Sor Bertha. . .

¿Y sabéis adonde os van a llevar? ¡A la Inquisición! (A lo lejos se oye la voz de la P r io r a . Comienzan a bus­car y S o r R i t a se hace la disimulada.)

Sor Be r t h a .— ¡No tenemos tiempo! ¿En dónde está el papel y la plum a de Sor Juana?

S o r R it a .— (Abre el cajón.) ¡Aquí!N e g r i t a .— ¡Dame la llave pa salí! ¡Dámela, herma­

nita! (De pronto S o r M a r ía parece ver algo, y corre a la puerta de la P r io r a y toca tres veces, volviendo a su sitio. S o r R i t a se hace la disimulada.)

S o r M a r ía .— ¡Corred, nana, corred! (Sale corriendo la N e g r i t a con pluma, tinta y papel. S o r R it a suelta a la N e g r i t a y S o r B e r t h a sale corriendo y se une a S o r M a r ía . En ese instante llega la P r io r a . Las encuentra a las tres en el patio. Se alinean repentinamente.)

P r io r a .— ¡Qué sucede!

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S o r M a r ía , S o r R i t a y S o r B e r t h a .— (A coro.) ¡Orábamos, madre! (Otras monjas vienen atrás y se unen a ellas frente a la celda de la que sale S o r R it a . S o r M a r ía la toma del brazo. Suenan las campanas. El grupo se detiene en silencio. Oscuro.)

Cambio a la celda de S or Ju a n a . S or Juan a dormita, pero abre los ojos cuando llegan.

N e g r i t a .— ¡Aquí está todo, mamita chula, y la Priora ni cuenta se dio! (Lo esconde todo debajo de la cama y comienza a ponerle unos paños de alcohol.)

S o r J u a n a .— Ponedme más, nana, que necesito tener las ideas claras.

N e g r i t a .—Voy a ver a la Virreina Leonó y le voy a contar todo. . .

S o r J u a n a .— ¡Lo habéis traído nana, gracias! (Escri­biendo.) ¡Queridísimo padre Miranda, deseo confesarme! (A la N e g r i t a . ) Guardadlo dentro de vuestro pecho. Cuando salgáis al mandado, id directamente, y ahora de­volved pluma y tinta al sitio en que los encontrasteis, que no quiero que seáis víctima de la buena y santa Priora.

N e g r i t a .—Yo no quiero devolverlo (Mirándola.) Yo no quiero, pero si tú quieres. ..

La celda se obscurece. Un segundo de música, para dar paso de tiempo. Se ilumina el exterior de las celdas. Es de mañana y la N egrita lleva una canasta. Se detiene en la celda de la P riora

y toca la puerta. Sale la P riora.

P r io r a .— ¡Hermana, vais muy temprano de mandado!N e g r i t a .— ¡Con la venia de Dio! ¿Vuestra reverencia

quiere darme unos lienzos para ponelos en su frente de mi niñia? (La P r io r a sube sobre un banco para bajar las vendas; mientras lo hace, la N e g r i t a saca a toda prisa el tintero y la pluma, los pone sobre la mesa, pero la P r io r a se vuelve en ese instante.)

P r io r a .— (Bajándose de la silla.) ¡Ah, sierva, estáis robando! Dejad esos instrumentos en su sitio. Es ella

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quien os aconseja que robéis. Siento mucho lo que pasa, pero esto requiere un castigo. Entrad a la celda negra y quedaréis ahí encerrada. (Abre una puerta.)

N egrita .— ¡No, Mali purísim a, la celda negra, no!Priora .— Saldréis cuando yo lo mande.N egrita .— ¿Y el mandado, cuándo? ¡Mi ama está en­

ferma!Priora.—No quiero saber más. (La N egrita entra.)

Estaréis ahí hasta que venga el padre para confesaros. (Le pone llave. Llega Sor R ita y entra.)

Sor R ita .— ¿Qué sucede?Priora .—Teníais vos razón, la sierva de Sor Juana

ha entrado a robar. (Señala la celda donde ha encerrado a la negra.)

Sor R ita .— ¿En la celda? ¡Oh!. . .Priora .—Encerraré a todas las que estén envueltas en

los malos consejos que da Sor Juana Inés en este convento. (A lo lejos se ve venir al Padre M iranda . Sor María llega a su encuentro, saludándole.)

Sor María .— ¡Reverendo padre, llegáis a tiempo! (En secreto.) ¡Sor Juana está muy grave, y a la sierva la ence­rraron en la celda negra! (Señala la celda de la Priora . Llegan a la puerta de la Priora cuando ésta sale; se sa­ludan ad libitum.)

Priora .— ¡Reverendo padre, qué gusto en veros por aquí! Pasad a mi celda.. .

Padre M iranda .—No, llevadme con e lla . . . (Caminan de prisa hacia la celda en donde dormita Sor Juana . Tocan levemente a la puerta. Sor Juana no contesta. La Priora , disgustada, vuelve a tocar más fuerte.)

Priora.— Traigo a vuestro confesor, el padre Miranda. (Entrando.)

Sor Juana .— Pasad. . . (Sor Ber th a trata de entrar, pero la Priora la rechaza.)

Priora .— ¡Id a orar, para recibir vuestro castigo! (Sor Be r t h a , persignándose, se aleja de prisa.)

Padre M iranda .— Si vuestra reverencia nos lo permite, quisiera hablar con ella sola. (Sale disgustada la Priora , sin decir nada, y cierra la puerta sigilosamente.) Decid­me, pues, ¿qué sucede?

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Sor Juana .— Padre, mis reflexiones son tan profun­das . . .

Padre M iranda .— ¿P or qué os hacéis daño? (Sor Juana , a toda prisa, como si tuviera fiebre.)

Sor Juana .— ¿Es pecado pensar? Pues pienso.. .Padre M iranda .—Descargad vuestra conciencia.. .

Aunque no estéis doblegada, ésta es una confesión.. . ¡Tened calma!

Sor Juana .— No el saber, porque poco sé; solo el desear saber me ha costado tan grande trabajo, que pu­diera decir como mi padre San Jerónimo: “Y ha sido tal mi inclinación que todo lo ha vencido” . . . Ahora, her­mano, me quitan mis instrumentos. . . La madre Priora no sé si me adora o me aborrece.. .

Padre M iranda .— Os ama como una madre autori­taria. . .

Sor Juana .— ¿Quitándome el papel, tinta y plum a?.. . ¿Es eso amor?

Padre M iranda .— ¿No extrañaréis la Corte vanidosa? ¿O reviene algún amor que no fraguó?

Sor Juana .— (Llorando.) ¡No, padre, no es eso!Padre M iranda.— ¡Qué sabéis vos del amor!. . . Que­

rida hermana. . . dadle tiempo a vuestra salud para recu­perarse de esa continua agitación mental. Prometed que vais a dormir sin pensar en nada.

Sor Juana .— Me pedís demasiado, ¡enloquecería! (Llo­ra histéricamente.)

Padre M iranda .— Juana, Sor Juana, amada hermana, que Dios nos dé fuerzas para seguir adelante.. . Las explosiones son necesarias, pero traen consigo arrepen­timiento.

Sor Juana .—No, padre; no, padre, no estoy arrepen­t id a . . . , estoy rendida. Quiero que me dejen amar sin miedo, sin tem or.. .

Padre M iranda.— ¿A m ar?Sor Juana .— Sí, amar a Dios libremente, en toda la

amplitud de su sabiduría.Padre M iranda.— Descansad un instante. . . Iré a ver

a la Priora. (Sale al patio, en el cual aparece desesperado. La Priora lo espera.)

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Priora.—Es un honor que estéis aquí, querido Padre, y podéis estar seguro de que amo a Sor Juana Inés y pienso seriamente que es necesario salvarla de. . . (Van hablando camino de la celda.)

Padre M iranda .— En vuestras manos está ayudarla. Sé bien que sois prudente.

Priora .— ¿Estáis seguro de que es ella la que escribe? ¿O, alguien más le lleva la mano? ¡Yo diría que ofende a Dios!

Padre M iranda.— ¿Quiénes somos nosotros para juz­garla? (Llegan a la celda.)

Priora.— ¿En un santo convento se deben recibir cartas de amor? (En la celda.)

Padre M iranda .— ¿Habéis interceptado sus cartas?Priora.— Sé que es un gran pecado; yo misma pongo

las cartas en manos del mensajero, para que otras no pequen; pero aquí tenéis la respuesta. ¿Es ésta la casa de Dios o es ésta la Corte? (Abre el escritorio y le entre­ga una carta, que el Padre M iranda rechaza, y dice:)

Padre M iranda .— Leedla vos.Priora.— Si vos me perdonáis, de antemano, al repe­

tir lo que Sor Juana contesta a un señor del Perú. (Hace una señal de absolución. Con voz aguda.)

Señor, para responderos, todas las musas se eximen, sin que halle, ni aun de limosna, una que ahora me dicte.Y siendo las nueve hermanas madres del donaire y chiste, no hay, oyendo vuestros versos, una que chiste ni miste.

Padre M iranda .— Saltaos a otro párrafo, si 'es dema­siado largo. . .

Priora.

Que hay no sé qué virtud de dar alientos varoniles.

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Yo no entiendo de esas cosas; solo sé que aquí me vine porque, si es que soy mujer, ninguno lo verifique, y también sé que en latín solo a las casadas dicen uxor o mujer, y que es común de dos la Virgen.Conque a mí no es, bien mirado, que como a mujer me miren, pues no soy mujer que a alguno de mujer pueda servirle; y solo sé que mi cuerpo, sin que a uno u otro se incline, es neutro, o abstracto, cuanto solo el alma deposite.Y dejando esta cuestión para que otros la ventilen, porque en lo que es bien que ignore, no es razón que sutilice, generoso peruano. . .

¿Vos entendéis?P a d r e M ir a n d a .—Basta, muchas cartas debe recibir

nuestra madre, puesto que es conocida en España y en todo el mundo. ¿Es ésta la primera que habéis leído?. . .

P r io r a .— La mayoría de las veces no entiendo nada. . . (Sorprendida de lo que ha dicho.)

P a d r e M ir a n d a .— ¡Bah! ¡bah!, hermana, le habéis qui­tado la pluma y el tintero, le habéis abierto sus cartas. Vos misma decidme si es o no es pecado.

P r io r a .— (Casi llorando.) ¡Padre, son mis buenas in­tenciones y mi deber de guardiana! Si fuera Sor Filotea, que le escribe a diario y que dice que sus ideas rezan iguales.. . (Le entrega otra carta.)

P a d r e M ir a n d a .— ¿Sor Filotea de la Cruz (Toma la carta y la guarda.) Está bien; ¿sabéis adonde se encuen­tran las buenas intenciones?

P r io r a .— En la celda neg ra .. . (Horrorizada.) ¡O h!P a d r e M ir a n d a .— ¡Ahí está su sierva!

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Page 47: Confesiones de Sor Juana - Margarita Urueta

Priora .—Ella está orando, Padre, orando.Padre M iranda .— Sacadla a ella y vuestras intencio­

nes . . ., que ahora mismo voy con la Virreina.Priora.— ¿Qué vais a decirle, digno Padre? ...Padre M iranda .— ¡Que Sor Juana está segura en

vuestras manos y que vos me respondéis por ello!Priora .— Perded cuidado, perded cuidado. (El Padre

M iranda le extiende la mano para que se la bese, seguido de la madre, que lo acompaña hasta la puerta, encontrán­dose en el camino a Sor R ita y a Sor María , que lo alcanzan para besarle la mano antes de salir. La Priora lo despide y entra a su celda. Cerrando la puerta. Saca de la alacena un látigo dirigiéndose a la N egra.) ¡Salid de a h í! . . . (Sale la N egra adaptando sus ojos a la luz y persignándose.) El Padre os ha enviado veinticinco azotes, como penitencia.

N egrita .— No lo c reo .. . ¿quién lo dijo?Priora .— Lo digo y o . . . (La Priora comienza a azo­

tarla y, cada vez que lo hace, ella grita una razón. A sus gritos vienen las monjas, que se agrupan en el exterior, riendo y codeándose.)

N egrita .— Uno, por un Dios muy bueno que tú no conoces; otro por la Virgen pulísima; otro porque no me condenen; otro por mi niñia santa, ma santa que todo lo santo; otro porque se salga de este convento quien yo sé; otro por mi negra suete y otro porque venga la Vi­rreina y le dé su merecido. ¡Ay!, y otro por tonta; y otro, ¡Ay! y otro, ¡Ay! ¡calamba!, y que le duela a eta y no a mí. . . Oye, pero tú no sabes contar, porque dijiste que siete y ya s o n .. . ¡como 114!

Priora .— (Ya histérica.) Sierva, s ie rv ita ..., ahora azotadme a mí, yo también soy pecadora. . . (La N egri­ta , feliz, no pierde el tiempo y le da cuatro azotes bien dados. La Priora se retuerce gritando nombres de san­tos. La N egrita , asustada, sale corriendo por el patio, para encontrarse con la madre Sor M aría .)

Sor María .— ¡Ave María Purísima!N egrita .—Ave María y que Dio no nos guarde a la

Piora.Sor María .— ¡Callad, que no nos oiga!

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N egrita .— La van a trinchar en lo cielo, digo, en el otro sitio, ¡bien sabe tú adonde digo! No quisiera ni ver la luenga de fuego. . . que exiten para los pecadores y que la van a tener con la mano amarrá.

Sor María .— ¡Callad!N egrita .—Va a ver, y que el d iab lo .. .Sor María .—Andad, no estéis pecando, id a ver a la

niña Juana. Que cada vez que paso la oigo hablar sola.N egrita .— ¡Dios mío, niñia! No digai nada a la Piora,

que no la jugue mal.Sor María .— ¡Andad, que vuestra ama está delirando!N egrita .— ¡Voy corriendo!

Se apaga la luz. Música. Campanas de tiempo de medianoche. La celda de S or Ju a n a está invadida por la luna. Ella se levanta como sonámbula y busca por todas partes. Al fin encuentra un braserillo que le han dejado para que el cuarto esté caliente y,

tomando un pedazo de carbón, escribe en la pared.

Sor Juana .— Escribiré tal y como yo lo quiera, pues si me acecha la muerte, que venga. (Se oyen campanas.)

Voz.

Piramidal funesta, de la tierranacida sombra, al cielo encaminada;de vanos obeliscos punta altivaescalar pretendiendo las estrellas;si bien sus luces bellasexentas siempre, siempre rutilantesla tenebrosa guerraque con negros vapores le intimaba,la pavorosa sombra fugitivaburlaban tan distantes que su atezado ceñoal superior convexo aún no llegabadel orbe de la diosaque tres veces hermosacon tres hermosos rostros ser ostentaquedando solo dueñodel aire que empañabacon el aliento denso que exhalaba;

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■en la quietud contenta de imperios silenciosos, sumisas solo voces sostenidas de las nocturnas aves, tan oscuras tan graves que aun el silencio no se interrumpía (Pausa para cortar el poema y hacer como que

mira la noche por la ventana. Se oyen campanas.)Y llegar al ocaso pretendía con el (sin orden ya) desbaratado ejército de sombras acosado de la luz que el alcance le seguía.Consiguió al fin, la vista del ocaso el fugitivo paso,y — en su mismo despeño recobrada, esforzando el aliento en la ruina— en la mitad del globo que ha dejado el Sol desamparada, segunda vez rebelde determina mirarse coronada,mientras nuestro hemisferio la dorada ilustrada del sol madeja hermosa, que con luz judiciosa de orden distributivo, repartiendo a las cosas visibles sus colores iba restituyendoentera a los sentidos exteriores, su operación quedando a la más cierta el mundo iluminando y yo despierta.

(Campanas.)

Sor Juana .— ¡Nana! ¡Nana! (Entra la N egrita con cautela. Está dormida con una tiza en la mano.)

N egrita .— ¡Diosito santo, si apenas duerme! ¿Y qué tiene en la mano? (Mirando la pared.) ¡Qué barbaridad! ¡Carbón, y la pared pintáa! (Se hinca, se persigna y comienza a recitar una oración.) Yo voy a borrá eso, que creerán que es el demonio! (Toma un banco y un trapo, pero Sor Juana , abriendo los ojos, ve a la N e­grita y sonríe.)

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Sor Juana .— ¿A dónde vas?N egrita .— ¡A borrá lo que escribió e diablo!Sor Juana .— ¡Mira, cómo estás marcada de los láti­

gos! Dame tu mano, para que yo la bese. (Se la toma y la besa. La N egra llora.)

N egrita .— ¿Y por qué? ¿Y por qué?Sor Juana .— ¡Qué sería de m í sin ti, nanita!N egrita .— No te apure, niñia, que la Piora se va al

infierno, de segurito, y voy a borrá eso; dímelo a mí, niñia. ¿Estuvo aquí pata de cabra? Dímelo a mí, porque yo he oído unas cosas del Real Convento, que te voy a contar. Dicen que las ronda por ahí todas las noches. (Se sube al banco y trata de borrar lo escrito.)

Sor Juana .— ¡No! ¡No! Déjalo así, no lo toques! (La N egrita saca de abajo de su chal tinta y pluma y la pone en la mesa.) Pobre nanaíta mía. . . llena de supers­ticiones . . . ¿A quién tengo que me defienda sino a ti? ¡Horrible soledad si no fuera por ti! Que Dios me perdone por quejarme así. . . (Pálida, se recues­ta.)

N egrita .— V amo, niñia, ¿qué te p a s a ? . . . (Padre M iranda y la Priora entran. Al mirar la pared, se persignan. La Priora ve la pluma y papel en la me­sa.)

Priora .— ¡Mirad. . . mirad la pared!Padre M iranda .— Explicadme, hermana, ¿qué es eso?Sor Juana .— Anoche no tenía sueño, no tenía con qué

escribir lo que soñaba. Tomé una tiza del fuego y escri­b í . . .

Priora .— Ésa no es vuestra letra. ¡Ave María Purísi­ma! Como miembro de la Inquisición debéis decírselo al Santo Oficio.

Padre M iranda .—Vengo de estar con la Virreina y no tardará en venir. . . daos prisa, preparadlo todo.

Priora .— Pero Padre, no tenemos nada dispuesto, y mis ob lig ac io n es.. . ¿Cómo voy a dejar a mis herm anas? (La N egra sonríe.) ¡Venid conmigo, sierva! (Salen y se encuentran con el Padre Can ónigo .) ¡Ayudadme, pa­dre canónigo, que está en camino la V irre in a!. . . (Salen los tres por la izquierda; telón para arreglar. Frente al

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comodín la Priora y la N egrita . Aparecen.) Vos sois quien arru ina todo en estos casos. . .

N egrita .— ¿Cuáles casos? Habrá de comer. ..Priora.— Con carreras y vos de por m edio...N egrita .— ¿Vamos a volver a cantar?Priora .— Que me ponéis nerviosa. . .N egrita .— ¿Yo a ti?Priora.— No me habléis de t ú . ..N egrita .— ¿De quién?Priora .— Quedaos ahí; ahí viene. . . (Va corrien­

do por Sor Juana y salen las dos. Entra la V i ­rreina acompañada del Canónigo .) ¡Vuestra radian­te hermosura! (Besándole la mano. Sale Sor Jua­na .)

Sor J u a n a .— ¡Señora!V ir r ein a .— No hableremos de eso. En vista de los su­

cesos y conociendo vuestra bondad, creo que sé lo que os conviene. . . Os envío al convento situado en Yuca­tán, donde os encontraréis muy contenta con vuestras compañeras y hermanas. Y tiene la Virreina la gracia de concedéroslo, pues sabe que vos lo deseáis tanto como ella. . .

N egrita .—Yo te haré las maletas con guto; ¡no fal­taba m á!.. . (Salen.)

V ir r ein a .— Sor María tomará vuestro sitio. ..N egrita .—Ya es muy ta rd e .. .Sor Juana .— Pe r o . . . ¿qué decís, señora, me enviáis

a ? . . .V ir r ein a .—Vos, tan justiciera y buena, merecéis algo

mejor. Podéis ir ahora a preparar vuestras cosas. . . Os llevará mi carruaje dorado. . .

Priora .— (Pausa, llorando.) Con vuestro permiso, se­ñora Virreina. (La Priora sale rabiando y quedan solas Sor Juana y la V ir r ein a .)

V ir r ein a .— He guardado con cuidado vuestros versos, querida. ¡Cuán poco tiempo tenemos para estar a solas y conversar como cuando estabais aquí!

Sor Juana .— ¡Alabado sea Dios! (Se hinca.) Un há­lito de alegría.. .

V ir r ein a .— Olvidemos, y decidme como antes. ..

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Sor Juana .— Os veo tris te .. .V ir r ein a .— Las ausencias del Virrey son frecuentes.

Ahora lucha contra la esclavitud y esto no mucho les gus­ta a los encomenderos; temo por su vida.

Sor Juan a .— Está siempre en mis oraciones.. .V ir r e in a .— En todas partes está la soledad, en el con­

vento, en palacio, en mi corazón. . .Sor Juana .— Consuelo, hermosa m ía ...V ir r ein a .— Habéis visto el tamaño de este país. Es­

cuchan al Rey con asombro. Lo que él dice les sabe a mentira. ¡Hablan lenguas tan diferentes!. . . (Se pone en pie y mira por la ventana.) ¿En dónde estás, amigo? ¿Traerás buenas noticias?

Sor Ju an a .—Traerá buenas noticias, seguramente que sí. (Cantando suavemente.)

A la esposa divina canta la gala, pajarillos al alborada,que de ramas en flores y de flores en ramasvuelan y saltanLabrador de Vino y Pandulce, divino Bocadocontra el bocado de A dán .. .

V ir r e in a .— (Continúa viendo por la ventana.) Se­guid, ¡qué hermoso es!. . .

Sor Ju an a .

Corderita nueva, de color de aurora No sois, vida mía, para labradores.. .

V ir r ein a .— Pronto haremos largo viaje al trópico; este es un país árido, me parece que me lo arranca todo y me lo cubre de espinas. . .

Sor Juana .

Peinábase la Aurorahoy sus rubios cabellos,de la hermosura de ellosbañaba en hilos de oro lirios bellos. . .

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V ir r e in a .— (Afectuosa.) Ya os sentís m ejor.. . Sé que Femando pidió por vos. ¿Por qué abandonasteis el palacio?

Sor Juana .— ¡No hubiera soportado tanta vergüen­za! (Sonriente.)

¡Ahora digo a Dios!Llega, pues, eres mi Esposo¡Ay de mí, Dios! ¡Ay!, mano hermosa,que se me ha turbado el alma.Pasada tenéis la palma.¿Es llaga, es rubí o es rosa?. . .

V ir r ein a .— ¡Ah, querida, gracias a vos se libera, no sólo el cuerpo, sino también el alma!. . .

Canónigo .— (Entrando.) Por aquí, pasad, Excelen­c ia .. .

V ir r ein a .— ¡El V irrey!... ¡Ya ha llegado!...Sor Juana .— (Haciendo una mínima reverencia.)

S eñor. . .V irrey .— Os veo pálida, y debéis cuidar de vuestra

salud con más ahínco... Dejaremos órdenes estrictas para que se os atienda en nuestra ausencia...

Sor Juana .— ¿Vuestra ausencia? (La V irrein a la abraza llorando.)

V irrey .-—Han llegado emisarios de España.. . , es in­minente. Debemos partir, pero consolaos, no os preocu­péis. Fray Payo de Ribera tomará nuestro sitio.

Sor Juana .— ¿Debéis partir?V ir r ein a .— Os lo quería decir. . . El Rey nos ha man­

dado llam ar.. .Sor Juana .—Volveré hecha pedazos al convento.V irrey .— Podríamos llevaros a España.Sor Juana .— É sta es mi patria , iré con vosotros en

pensamiento.V irrey .—Ya están firmadas las órdenes, nada os fal­

tará.Sor Juana .— ¿Cómo podré vivir sin vosotros? El mun­

do se va a acabar.V irreyes.—Adiós, Sor Ju an a ... (Se retiran.)

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S or Juana queda totalmente sola. Gime lentamente. Oscuro. Cambio de escena. Música para marcar el tiempo. Cambio a su celda. S or Juana escribiendo. Tocan a la puerta, entra el P adre

M iranda .

Padre M iranda.— (Mirando a su alrededor.) ¿Escribís a vuestro padrino? (Sor Juana se pone en pie y va hasta él.)

Sor Juana .— Querido Padre, efectivamente, le escri­bía estas cuantas palabras:

¡Oh, cándido pastor, sagrado,Y a cuyo divino pulso Cayado, bastón y pluma Deben soberano impulso!

Padre M iranda .—Mucho le halagáis, olvidando su doble investidura de realeza y modestia. . .

Sor Juana .— Es m erecim iento. . .Padre M iranda .— ¿Habéis perdido el hábito de la

confesión? Hace mucho que no nos vemos. . .Sor Juana .— Padre Miranda, no podría vivir sin la

confesión, tal vez ocupada y sin más cu lpa .. . (Él mira al derredor.)

Padre M iranda.— ¿Es ésta la humilde celda de una religiosa? Os visita el pintor Miranda, que se ha eterni­zado pintando vuestra efigie. Dicen que escribís cosas profanas, escudada en los nombres de otros. ¡Cuidado!

Sor Juana .— A veces escribo lo que quiero, y siempre preparo ya un cumpleaños, ya un bautizo. Llevo escritas tres alegorías para tres virreyes. Cuando me avisan, están siempre por llegar...

Padre M iranda.— Os traigo un recado del arzobispo de Puebla, el padre Santa Cruz. Decíame, que ambos admiráis al Padre Vieyra.

Sor Ju an a .—Así es, lo admiro mucho.Padre M iranda.— Pues bien, dice que nadie como

vos, sabe tan dulcemente criticarlo.. . (Sor Juana son­ríe.)

Sor Juana .— Es verdad. Sostuvimos una polémica a este propósito. El sermón se predicó en 1650.

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Padre M iranda .— Siento no conocerlo.Sor Juana .— (Va a su estante y saca un libro.) Voy

a leeros, pues, un pequeñísimo párrafo para que juzguéis. “Compra Cristo (dice el autor) cada presencia con una muerte en el sacramento.” Yo, entiendo, que compra la muerte con la presencia, pues tiene la presencia para acor­darnos su muerte, Cristo dice, “Acordaos que morí”, y no dice: acordaos que os crié, de que encarné, de que me sacramenté, luego lo mayor es morir.

Padre M iranda .—Vos creéis en la humildad de Cris­to al nacer y no envanecerse, al morir sin vanidad. . .

Sor Juana .—Así es, Cristo reitera su muerte y no otra. Luego ésta fue la mayor. Y teniendo infinitos bene­ficios que podemos acordar, sólo nos acuerda que murió, luego ésta es la mayor.

Padre M iranda .—Buen tema para leer en vuestra profesión mística. ¿Por qué no escribís esa crítica al ser­món?

Sor Juana .— (Sonríe.) ¿Me atreveré a escribirla?Padre M iranda .— ¡Adelante! Así lo desea don Ma­

nuel Fernández de Santa Cruz, vuestro confidente.Sor Juana .— (Como si no hubiera oído.) Dice, “Cris­

to en su muerte nos reitera Él de la conservación, pues no sólo nos conserva vida temporal, muriendo por que vivamos, si no que nos da su carne y sangre por sustento.”

Padre M iranda .— Entonces lo escribiréis. Escribid. . .Sor Juana .— ¿No es demasiada osadía?Padre M iranda .— Si os lo pide vuestro confidente y

confidenta que se escuda bajo el nombre de Sor Filotea de la Cruz y q u e ... (Sor Juana se sobresalta y baja los ojos.)

Sor Juan a .— ¿Y qué importa eso?, les amo a todos como a vos. Creo, pues, que los religiosos amamos, no en singular, sino en plural, no en femenino ni en masculino, sino hacia la humanidad; es amor, padre; es el amor que estalla en mil formas. ¿Cómo acallar el amor? ¿Acaso el hábito nos impide sentir? ¿Cómo amaríamos a Dios, si hemos de cegarle?

Padre M iranda .— Juana, ha llegado el momento de la

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humildad. Confesad. (Temblando.) Confesad, si no hay tentación.

Sor Juana .— N o hay tentación. Solo tentación de sa­ber. . .

Padre M iranda.— Sabiendo menos, se teme a Dios y se le ama más. . .

Sor Juan a .— ¿Es pecado am ar a Dios en toda la ex­tensión de su sabiduría?

Padre M iranda .— Para entenderle tendríais, como Él, que ser sacrificada. Amad el dolor.

Sor Juana .— La reina de los dolores se halla en el doloroso espectáculo de la muerte, de su Unigénito, “estantem video, non flentem video”, porque el infe­rior dolor llora; el supremo dolor suspende y no deja llorar.

Padre M iranda .—Acaso la Magdalena, la suprema pecadora, ¿no sacrifica todo a Cristo? ¿Por qué?

Sor Juana .— Para probar que es mayor dolor el que no deja llorar, que el que llora.

Padre M iranda.— El Padre Santa Cruz, que os ama mejor que yo, desea fervientemente que escribáis esa crí­tica. (Se pone en pie y va hacia la puerta. Le da su bendición.) Hija, ha llegado el momento, haced peni­tencia y actos de humildad. Vais a confirmaros, pensad en lo que esto significa para vos. (Sale disgustado sin dejarla seguirle. Cierra la puerta tras él.)

Sor Juana .— ¡Dios mío! También entre nosotros exis­ten las celosías! (Dirigiéndose a un pequeño Cristo.) Señor, ¿debo o no debo escribir la crítica a ese Ser­món? (Pensativa un instante, música y de pronto dice.)

¡Afuera, afuera, ansias mías; no el respeto os embarace, que es lisonja de la pena perder el miedo a los males!Salga el dolor a las veces si quiere mostrar lo grande, y acredite lo insufrible por no poder ocultarse.

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Salgan signos a la boca de lo que el corazón arde, que nadie creerá el incendio si el humo no da señales.No a impedir el grito sea el miramiento bastante, que no es muy valiente el preso que no quebranta la cárcel!

El mismo escenario del principio, en el proscenio. El grupo de sacerdotes que condenan la conducta de Sor Juan a , estarán todos reunidos en rueda. En medio, vestido de rojo, el Arzobispo

de Puebla, el Padre S anta C r u z .

Padre M iranda .—Yo, como jesuita que soy, digo que la vanidad y el paganismo van muy acordes; precisamente el padre Vieyra critica a San Jerónimo y dice que le azotaron los ángeles porque leía en Cicerón que era arrastrado y no libre.

Padre 1.—Así es, “Prefiriendo el deleite de su elo­cuencia a la solidez de la sagrada escritura.”

Padre 2.—Aprovechó este santo doctor de la erudi­ción profana que adquirió en semejantes autores para el bien de Dios.

Padre 3.— La vanidad lleva a Sor Juana hasta po­ner la atención que debiéramos a Cristo, desviada hacia ella.

Padre Santa Cru z .— ¡Acaso no podemos envanecer­nos de amor a Dios!

Padre 1.— ¡La carta atenagórica, la clasifica de Ate­nea!

Padre 3.— ¡Vanidad pagana!Padre M iranda .— ¡Vos habéis aceptado, Padre Santa

Cruz, la crítica a otro jesuita, el padre Vieyra. Debéis con­fesar vuestro error!

Padre Santa Cru z .—En mi personalidad de jesuita, confieso no haber meditado la ofensa que causara el pu­blicar la carta de Sor Juana Inés.

Padre 1.— ¡Meditad, pues, miembros de la Inquisi­ción!

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Padre 2.— El santísimo y reverendísimo padre Aguiar y Ceijas acepta y adquiere muebles y propiedades de Sor Juana, que ésta entrega en acto de humildad.

Padre Santa Cru z .— Sor Juana va que vuela en actos de humildad. La peste bubónica llega a todos los rinco­nes; Sor Juana Inés atiende a todos sin descanso.

Padre M iranda.— ¡Si de ella no ha sido la culpa, Pa­dre Santa Cruz, habrá sido vuestra!

Padre Santa Cruz .— Llamábase crisis a un sermón, acusóme, sí, de haber cambiado el nom bre.. . y ponerle Carta atenagórica.

Padre M iranda .— De lo que ella acusaba al padre Vieyra, sin querer, padecieron otros también. . .

Padre 2.— Vos, padre Miranda, debéis reprenderle en calidad de Jesús.

Padre M iranda .— Es verdad, letras que engendran he- lación no las quiere Dios en la mujer, pero no las reprue­ba el apóstol cuando no sacan a la mujer del estado de obediente.. .

T odos.— ¡Obediencia, padre, olvido de obediencia!Padre M iranda.—Ya en el último camino hacia el

cielo, no queda otro sendero que penitencia y humildad, así aconsejaré a la sierva de Dios!

Padre Santa Cr u z .— Entonces la carta atenagórica de­berá ser destruida.

Padre M iranda .— ¡Deberá ser destruida!T odos.— ¡Deberá ser destruida! ¡¡¡Destruida!!! (Des­

aparece el vestido de rojo. Quedan solo tres que van directamente a la celda de Sor Juana y sacan todo, menos los libros de la pared, y dejan dos tirados y pisoteados por el suelo. El Padre M iranda queda en la celda mi­rando lo que ha sucedido, cuando entra Sor Juan a , que lo mira todo angustiada.)

Sor Juana .— ¡Ya lo han consumado!Padre M iranda .— ¡Admiro vuestra humildad!Sor Juan a .— ¡Ah, reverendo, sé que ha circulado

“la crisis a un Sermón”, con el nombre de Carta Atena­górica! Yo no pedí que se publicara, la escribí a peti­ción vuestra.

Padre M iranda .— La publicación fue asunto de Sor

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Filotea de la Cruz, que a diario os escribe, y ahora os recrimina.

S o r J u a n a .— “Suelen en la eminencia de los templos, colocarse por adornos unas figuras de los vientos y de la fama, y por defenderlas de las aves, las llenan todas de púas; no puede estar sin púas que la puncen quien está en alto. Ahí está la ojeriza del aire, ahí está el rigor de las piedras y flechas. ¡Oh, infeliz altura expuesta a tan­tos riesgos! Pero la que con más rigor experimenta es la del entendimiento, y yo en descubrir, he pasado la vida guisando, rezando, ayudando a mis hermanas, y cuando me fue permitido, escribí, y cuando me fue prohibido, pensé.”

P a d r e M ir a n d a .— ¡Sor Juana! Vanitas. Ha pasado el tiempo. Estáis frente al muro de la prudencia y ¡habéis querido derribarlo! ¡Volved a la humildad renunciando a todo!

S o r J u a n a .— Padre Miranda, bien sabéis que esa cri­sis de un sermón fue la crisis de mi corazón. Una crisis de amor a Dios. ¡En defensa del Redentor!

P a d r e M ir a n d a .— ¡Usando a Dios para exaltar vues­tra erudición vanidosa!

S o r J u a n a .— Padre, ha pasado el tiempo, hemos visto morir dos virreyes, estamos en mil seiscientos. “El que vive lo que sabe, solo sabe lo que vive.”

P a d r e M ir a n d a .— ¡Cuidado, hermana!S o r J u a n a .— ¡Sed, pues, todos en mi contra, acabad

con las artes, prohibid la enseñanza, matad la alegría del pueblo, los toros, las peleas de gallos; poned fuego a los libros de España, las funciones de teatro, regalad a los po­bres mi increíble hacienda, un cuarto lleno de libros, un escritorio y tres plumas; escuchad al reverendo Aguiar y Ceijas, y llenadles de penitencia y de ignorancia, que nuestro universo es el cerebro y yo bien sé que con sabi­duría llega la virtud!

P a d r e M ir a n d a .— ¡Cuidado, hermana, perdéis la com­postura! ¡Poned barreras en vuestro pensamiento, hu­mildad!

S o r J u a n a .—Ahí está la humildad; la horrible peste amenaza a nuestras hermanas. Hace tiempo que todo lo

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he dejado para dedicarme a ellas y no me arrepiento, pero vos sois un muro, y a veces pienso que vos podíais haber inventado el pecado.. .

P a d r e M ir a n d a .— ¡Eso es blasfemia!S o r J u a n a .— ¡No importa, Padre Miranda, puesto que

por segunda vez habéis triunfado! (Sale de su celda ya con una tos agónica.) Habéis triunfado. (Al salir de su celda, se encuentra con el C a n ó n ig o , que le dice.)

C a n ó n ig o .— ¡Hermana, querida hermana, venid, están muriendo ya en la última celda; venid, ayudadme, os llaman. . . (Va con él lentamente, casi hasta el fin del escenario, en donde la detiene para llevarla hasta el confe­sionario, donde ya se ha sentado el confesor, P a d r e M ir a n d a . La tiende a sus pies.)

P a d r e M ir a n d a .— ¡Confesaos, hija!S o r J u a n a .— Suplico, por amor a Dios y de su purí­

sima Madre, a mis amadas hermanas, las religiosas que son y que ahora en adelante fueren, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. ¡Yo, la peor del mundo, Sor Juana Inés de la Cruz! ¿De qué sirve saber tanto, si es para vivir tan poco? (Las monjas se han ido hincando a los lados, las dos últimas toman un paño [sudario blanco] y mientras lo arrastran lentamente, hasta cubrirla, se oirá el poema de la rosa. Y, cuando termine, se retirarán para hincarse de nuevo. Todo que­dará inmóvil.)

Voz.

Rosa divina que en gentil cultura eres, con tu fragante sutileza, magisterio purpúreo en la belleza, enseñanza nevada a la hermosura. . .

Ama de la humana arquitectura, ejemplo de la vana gentileza, en cuyo ser unió naturaleza, la cuna alegre y triste sepultura.

¡Cuán altiva en tu pompa, presumida, soberbia, el riesgo de morir desdeñas

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y luego, desmayada y encogida, de tu caduco ser das mustias señas, con que docta muerte y necia vida, viviendo engañas y muriendo enseñas!

TELÓN LENTO

F IN DE“ CONFESIONES DE SOR JUANA

INÉS DE LA CRUZ”