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Confieso que he enseñado. Luis Iglesias El maestro Luis Iglesias nació en la provincia de Buenos Aires en 1915, y fue, durante 20 años, maestro único de la Escuela Rural Unitaria Nº 11 de Tristán Suárez. Con una larga trayectoria docente, fue reconocido en 1986 con un premio Konex. Su obra “Confieso que he enseñado” (Papers Editores, Buenos Aires, 2004) se inicia con estas palabras: “En la vida en el aula siempre hay “fracasos”, tareas que se proponen y no funcionan como se pensaba, tiempos previstos que se distorsionan, palabras que no inciden como se quisiera, búsqueda de mejoras que no se logran. Sin embargo, en la escuela siempre se puede hacer algo con esos fracasos: se puede aprender de ellos para transformarlos en algo distinto. Aceptar que la historia del aula –al igual que la del arte- es recorrida por fracasos ejemplares, no implica repetir lo que viene dado, al contrario, crea posibilidades nuevas, no imaginadas, innovadoras. De esa manera, el fracaso como tabú de lo oculto, lo temido y lo vergonzoso se convierte en un fracaso que permite seguir, andar y enseñar.” (pág. 13) A través de 50 años de docencia, Iglesias señala el lugar de inflexión preciso que permite repensar lo hecho y lo vivido en función de la siguiente experiencia vital: el fracaso, el problema que le plantea al docente la incomprensión de los estudiantes frente a temas arduamente planificados tanto en su secuencia curricular cuanto en las actividades generadas para el aula, la falta de sentido de muchos de los temas enseñados para los alumnos, el aburrimiento… ¿Cómo posicionarse frente al fracaso?

Confieso que he enseñado.LUIS IGLESIAS

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Confieso que he enseñado. Luis Iglesias

El maestro Luis Iglesias nació en la provincia de Buenos Aires en 1915, y fue, durante 20 años, maestro único de la Escuela Rural Unitaria Nº 11 de Tristán Suárez. Con una larga trayectoria docente, fue reconocido en 1986 con un premio Konex. Su obra “Confieso que he enseñado” (Papers Editores, Buenos Aires, 2004) se inicia con estas palabras:

“En la vida en el aula siempre hay “fracasos”, tareas que se proponen y no funcionan como se pensaba, tiempos previstos que se distorsionan, palabras que no inciden como se quisiera, búsqueda de mejoras que no se logran. Sin embargo, en la escuela siempre se puede hacer algo con esos fracasos: se puede aprender de ellos para transformarlos en algo distinto. Aceptar que la historia del aula –al igual que la del arte- es recorrida por fracasos ejemplares, no implica repetir lo que viene dado, al contrario, crea posibilidades nuevas, no imaginadas, innovadoras. De esa manera, el fracaso como tabú de lo oculto, lo temido y lo vergonzoso se convierte en un fracaso que permite seguir, andar y enseñar.” (pág. 13)

A través de 50 años de docencia, Iglesias señala el lugar de inflexión preciso que permite repensar lo hecho y lo vivido en función de la siguiente experiencia vital: el fracaso, el problema que le plantea al docente la incomprensión de los estudiantes frente a temas arduamente planificados tanto en su secuencia curricular cuanto en las actividades generadas para el aula, la falta de sentido de muchos de los temas enseñados para los alumnos, el aburrimiento… ¿Cómo posicionarse frente al fracaso?

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Modigliani, Retrato

“Una experiencia educativa que transforme lo que parece imposible, que abra nuevas posibilidades, que rompa con las trabas que impiden crecer, no surge de una receta. Es necesario pensar, crear e implementar un estilo único, propio, particular de enseñanza. (…) Hay que animarse a “deformar”, flexibilizar, amoldar, adaptar algunos contenidos, criterios metodológicos, espacios, tiempos, tomando lo que sirve, recreando lo que se conoce, de acuerdo a cada situación. No hacerlo a la manera de un iluminado que sabe qué hacer desde el primer momento, sino con la sabiduría del que cuando enseña, aprende. A las preguntas ¿qué hago? o ¿cómo sigo? es necesario responderles en el día a día, de la mano de los alumnos. Estas preguntas sencillas pero básicas, esta valentía para ir en contra de lo establecido precisan fundamentalmente de lo más simple y, a veces, ausente: animarse a probar, a crear, a no quedarse sólo con lo conocido.” (pág. 14)

“Animarse a probar, a crear, a no quedarse sólo con lo conocido”. Con estas palabras el maestro Iglesias promueve la inclusión, en el corazón de las propuestas curriculares, de aquellos conocimientos que resultan más interesantes, los que expresan el desarrollo de la ciencia y la tecnología o los que nos remiten a problemas serios o complejos de la sociedad, desde enfoques,

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estrategias y actividades que reconstruyen el currículum formal y lo convierten en un currículum vivido que al desplegarse testimonia lo que acontece en las aulas.

¿Cómo reconocer el valor de la experiencia? Luis Iglesias señala:

“El maestro y los alumnos deben moldear su experiencia pedagógica: tallarla, pulirla, pintarla, contarla. Lo que muchas veces no saben es que al realizar cada una de estas actividades también se tallan, se pulen, se pintan y se cuentan a ellos mismos. La escuela, el aula, el taller, las bibliotecas, el laboratorio, el campo, el museo, la bitácora, los cuadernillos de libre expresión y el paisaje del horizonte inalcanzable son algunos de los sitios para esculpir con apasionada delicadeza la vida escolar cotidiana. Nada está dicho para siempre ni desde siempre. Dos acciones se complementan como sol y sombra: el saber y el hacer. En la escuela se aprende haciendo y se hace para conocer. El camino no está predestinado, el camino se hace caminando. (…) La pedagogía se construye en la práctica, en el hacer de todos los días con los alumnos.” (pág. 16)

Y más adelante afirma:

“Así fue, por ejemplo, que la lección de los fracasos cotidianos me obligó a adquirir una capacidad de reacción que llevara a superarlos. Eso me permitió humanizar el ambiente escolar. Lo despejó de rigideces y formatos petrificados para comenzar a entender la enseñanza y el aprendizaje como una obra de arte que nunca se concluía, que siempre era necesario retocar.” (pág. 17)

La obra que reseñamos incluye tanto las reflexiones como las narraciones de la docencia del maestro Luis Iglesias. A lo largo del texto identifica las escuelas de pensamiento y los pedagogos en los que brevó (Pestalozzi, Jesualdo Sosa, Celestin Freinet, Olga Cossettini, Romain Rolland, Ricardo Nervi), y el modo como la práctica cotidiana requirió de adaptaciones en los enfoques clásicos para el logro de los aprendizajes de los estudiantes. Luis Iglesias intercala fragmentos de sus diarios de clase dando sustancia temporal y contextual a sus reflexiones. De esta forma reescribe su larga y rica experiencia otorgándole nuevos sentidos. La idea de clase-taller y el lugar del dibujo en la enseñanza ocupan un lugar destacado en sus propuestas, aunque de ningún modo la obra se convierte en un manual de uso.

Finalmente, nos deja esta reflexión:

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“Quizás, si dejamos de intentar poner cada cosa en algún lugar (la balanza sólo como instrumento de medición, el libro como objeto que sirve para aprender a leer, el cuaderno como copia del pizarrón, los dibujos como ilustraciones, el afuera como excursión, etc.) y comenzamos a buscar nuevas combinaciones, el arte de enseñar sea más simple, más humano, más democrático.” (pág. 19)