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 CORMAC MCCARTHY La extraña seducción del mal Después de ese tropiezo que se llamó “La carretera”, Cormac McCarthy vuelve con toda su furia en “No es país para viejos”, el libro en el que se basaron los hermanos Coen para la realización del premiado film homónimo (que en la Argentina se titula “Sin lugar para los débiles”), que llegó a las salas el jueves pasado. Más frío, más seco que de costumbre, McCarthy vuelve a demostrar que es uno de los grandes. Por Guillermo Piro Reseco y lacónico. Parece haber olvidado esas metáforas con las que antes adornaba sus novelas. Una cosa (bueno, en realidad más de una ) se cristaliza al terminar de leer No es país para viejos (bueno, en realidad apenas se lo empieza) y es que Cormac McCarthy siempre, desde su debut en 1992 con Todos los hermosos caballos, hasta El guardián del vergel, pasando por En la frontera, Ciudades de la llanura y Meridiano de sangre, siempre parece haber escrito para ser filmado por los hermanos Coen. Siempre. Esta relación es, naturalmente, correspondida. Porque Simplemente sangre o Fargo son películas que parecen haber sido escritas por Cormac McCarthy. Obviamente, esto no corre para La carretera, uno de los peores bodrios que nos depararon las novedades de 2007, una novela tan mala que sólo podía haber sido concebida por el mejor escritor norteamericano del momento. Porque todo aquello que en La carretera era banal e innecesario, simplemente porque no aportaba un sólo nuevo ítem o situación o acontecimiento a la saga –que la literatura del siglo XX ya había abandonado por obsoleta y anacrónica– del último hombre sobreviviente en la Tierra, en No es país para viejos (traducida por Luis Murillo, su “traidor” histórico) es auténtico, pero de una autenticidad que, a falta de un nombre mejor, sugiero que empiece a llamarse mccarthyana, y que se identificaría con una serie de personajes que parecen sacados de una corte de los milagros, bestiales, con dolorosos secretos ocultos en alguna parte, presos de tentaciones de lo más terrenales y, sobre todas las cosas, lúcidos en su crueldad, en su estupidez y en su accionar parecido al de los lobos hambrientos o los buitres. La trama es modesta: lo que queda d espués de un tiroteo entre narcotraficantes es un moribundo clamando por agua y un maletín con 2 millones de dólares adentro. La lógica dice que nadie se resiste a un botín semejante. Y también que nadie que haya perdido esa suma no esté dispuesto a hacer cualquier cosa por recuperarla. Y hay más cosas que indican esa lógica: no hay nadie a quien el dinero no cambie. Y Llewelyn Moss, el cazador y veterano de Vietnam que encuentra el dinero y huye, no puede ser el primero. Otros dos personajes centrales, antagónicos, hacen escandir sus tribulaciones, siempre detrás del paradero de Llewelyn: Bell y Chigurh, el sheriff y el psicópata.

Cormac Mccarthy

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CORMAC MCCARTHY

La extraña seducción del mal

Después de ese tropiezo que se llamó “La carretera”, Cormac McCarthy vuelve contoda su furia en “No es país para viejos”, el libro en el que se basaron los hermanosCoen para la realización del premiado film homónimo (que en la Argentina se titula

“Sin lugar para los débiles”), que llegó a las salas el jueves pasado. Más frío, másseco que de costumbre, McCarthy vuelve a demostrar que es uno de los grandes.

Por Guillermo Piro

Reseco y lacónico. Parece haber olvidado esas metáforas con las que antes adornaba susnovelas.

Una cosa (bueno, en realidad más de una) se cristaliza al terminar de leer No es país para viejos(bueno, en realidad apenas se lo empieza) y es que Cormac McCarthy siempre, desde su debut en1992 con Todos los hermosos caballos, hasta El guardián del vergel, pasando por En la frontera,Ciudades de la llanura y Meridiano de sangre, siempre parece haber escrito para ser filmado por los hermanos Coen. Siempre. Esta relación es, naturalmente, correspondida. Porque Simplementesangre o Fargo son películas que parecen haber sido escritas por Cormac McCarthy. Obviamente,

esto no corre para La carretera, uno de los peores bodrios que nos depararon las novedades de2007, una novela tan mala que sólo podía haber sido concebida por el mejor escritor norteamericano del momento.

Porque todo aquello que en La carretera era banal e innecesario, simplemente porque no aportaba

un sólo nuevo ítem o situación o acontecimiento a la saga –que la literatura del siglo XX ya había

abandonado por obsoleta y anacrónica– del último hombre sobreviviente en la Tierra, en No es

país para viejos (traducida por Luis Murillo, su “traidor” histórico) es auténtico, pero de una

autenticidad que, a falta de un nombre mejor, sugiero que empiece a llamarse mccarthyana, y que

se identificaría con una serie de personajes que parecen sacados de una corte de los milagros,

bestiales, con dolorosos secretos ocultos en alguna parte, presos de tentaciones de lo más

terrenales y, sobre todas las cosas, lúcidos en su crueldad, en su estupidez y en su accionar 

parecido al de los lobos hambrientos o los buitres.

La trama es modesta: lo que queda después de un tiroteo entre narcotraficantes es un moribundoclamando por agua y un maletín con 2 millones de dólares adentro. La lógica dice que nadie se

resiste a un botín semejante. Y también que nadie que haya perdido esa suma no esté dispuesto a

hacer cualquier cosa por recuperarla. Y hay más cosas que indican esa lógica: no hay nadie a

quien el dinero no cambie. Y Llewelyn Moss, el cazador y veterano de Vietnam que encuentra el

dinero y huye, no puede ser el primero. Otros dos personajes centrales, antagónicos, hacen

escandir sus tribulaciones, siempre detrás del paradero de Llewelyn: Bell y Chigurh, el sheriff y el

psicópata.

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Pocas cosas hay más secas que la escritura telegráfica de McCarthy. Carece del humor de otro

maestro de la novela negra como Elmore Leonard, pero en un lugar la literatura de los dos confluye

en el mismo punto: ambos son capaces, dando muestras de una maestría absoluta, de

desaparecer de la escena. Leyéndolos uno no se siente tentado a pensar, todo el tiempo, en las

dotes de quien es capaz de escribir semejantes cosas; de un modo mucho más simple, el lector se

vuelve una víctima, frágil, como casi todas las víctimas. Y ése es el único punto en donde la novela

de McCarthy parece flaquear, cuando al estilo de las novelas de Sven Hassel introduce cadacapítulo con un monólogo impreciso (poético, entonces) de Bell. Todas y cada una de esas páginas

están de más (eso es algo que jamás hubiera hecho Elmore Leonard, alguien que como ningún

otro narrador americano sabe espolvorear el orégano en la pizza).

Cormac McCarthy parece haber abandonado esos destellos metafóricos con los que cada tanto

adornaba las andanzas de sus antihéroes. Reseco, lacónico, solamente describe lo que ve y oye. Y

lo que ve y oye es difícil de transcribir. Sin embargo sigue fiel a cierto “diseño” visual. Como ocurre

con pocos escritores (Céline, Arno Schmidt), lás páginas de sus libros se reconocen a simple vista.

Cormac McCarthy posee un verdadero don, que es el sello de su inmensidad: cuando evoca una

mañana fría, literalmente nos congela las orejas. Una voz ronca suena verdaderamente

intimidatoria. Y el mismo atardecer, que los protagonistas contemplan desde distintos puntos,

deteniendo durante tres minutos el fluir de los pensamientos asesinos, es el atardecer más bello

que hemos visto en la vida.

La crítica comparó a Cormac McCarthy con William Faulkner, con Melville, con Mark Twain y con

Shakespeare. Convengamos que de todas, la única que suena un poco exagerada es la

comparación con Shakespeare. Porque con No es un país para viejos, McCarthy decidió volver a la

gran tradición de la novela negra, que es el género norteamericano por excelencia. El escenario de

fondo son las tierras froterizas entre Estados Unidos y México, lugar de encuentro y desencuentro

de dos mundos en apariencia divergentes, poblado por los mismos animales.

Hoja de vida 

Nació en Rhode Island en 1933 y creció en Knoxville (Texas).

Entre sus novelas se cuentan Todos los hermosos caballos, En la frontera, Ciudades de la llanura,

que conforman la llamada Trilogía de la frontera.

Se dice que vivió bajo una torre de perforación petrolífera y que en su juventud llevó vida de

vagabundo.

En 1992 obtuvo el National Book Award y el National Books Critics Circle Award por la publicación

de Todos los hermosos caballos.

Es considerado el único escritor norteamericano vivo que entronca genuinamente con los grandes

temas de la literatura de su país.

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