Corral, Wilfrido - Humberto Salvador y Pablo Palacio

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  • 7/26/2019 Corral, Wilfrido - Humberto Salvador y Pablo Palacio

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    Gabriela Plit Dueas, compiladora

    AntologaCrtica literaria ecuatoriana

    Hacia un nuevo siglo

    FLACSO - ECUADOR

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    FLACSO, Sede EcuadorPez N19-26 y Patria, Quito EcuadorTelf.: (593-2-) 232030Fax: (593-2) 566139www.flacso.org.ec

    ISBN Serie: 9978-67-049-1ISBN Volumen: 9978-67-062-9Compiladora: Gabriela Plit DueasCoordinacin editorial: Alicia TorresCuidado de la edicin: Mara Isabel Hayek, Cecilia VelascoDiseo de portada y pginas interiores: Antonio Mena Impresin: RISPERGRAFQuito, Ecuador, 2001

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    ndice

    Presentacin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

    ESTUDIO INTRODUCTORIO

    Jirones en el tejido. Una lectura de los aportes de la crtica literaria ecuatoriana en la ltima dcada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9Gabriela Plit Dueas

    BIBLIOGRAFIA TEMTICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

    ARTCULOS

    Juan Bautista Aguirre y la potica colonial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43Francisco Javier Cevallos

    Sociedad y Literatura en la Audiencia de Quito. Perodo jesutico . . . . 57Hernn Rodrguez Castelo

    En busca de nuevas regiones:la nacin y la narrativa ecuatoriana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141Fernando Balseca

    Siglo XIX La polmica en torno de la valorizacin del quichua en la literatura . . . 157Regina Harrison

    Jonats y Manuela: Lo afroecuatorianocomo discurso alternativo de lo nacional y lo andino . . . . . . . . . . . . . . 195Michel Handelsman

    La nocin de vanguardia en el Ecuador:Recepcin y trayectoria (1918-1934) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223Humberto E. Robles

    Humberto Salvador y Pablo Palacio: poltica literaria y psicoanlisisen la Sudamrica de los treinta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 251 Wilfrido H. Corral

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    Acerca de la modernidad y la poesa ecuatoriana . . . . . . . . . . . . . . . . . 307Ivn Carvajal

    Petrleo, J.J. y utopas: cuento ecuatoriano de los 70 hasta hoy . . . . . . 329Ral Vallejo

    Los avatares de un viejo dilogo: Los estudios de la cultura y la crtica literaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 349 Alicia Ortega

    Notas sobre los autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 360

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    Hay una reaccin muy real cuando se lidia con autores y obras ecuatorianos qen las tres primeras dcadas del siglo veinte cuestionaron, en un sentido muy aplio, lo que entonces se entenda por realidad: esa literatura, y sobre todo la tica que quiso objetivar su papel cultural, siempre han sido relegadas a la notapie de pgina de la historia literaria andina. El desdn empeora cuando se trade la historia de la narrativa del continente, y en particular de autores cuyo prgresismo no sigue ciertas lneas establecidas, o no contribuye al capital cultudel progresismo anclado en un poder relativo. La condena es mayor cuando autor ecuatoriano se atreve a lidiar con el psicoanlisis o su representacin lraria en un momento incipiente de esa disciplina. No expreso lo anterior por ptriotismo barato, o como parte de un esfuerzo recuperativo triunfalista, porqucomo veremos, el rechazo frecuentemente comienza en casa. Es esa crecientedena de exclusividad y sus efectos en el siglo veintiuno lo que quiero rastraqu. Para ello escojo una poca especfica, los aos treinta, y la muestra sHumberto Salvador y Pablo Palacio. Pero ladespolitizacin de la literatura des-pus de catstrofes polticas o durante ellas no era aceptada por todos, a pesarque el siglo veinte lleg a probar que, polticamente, no poda haber otra coque catstrofes. La trayectoriadel escribir-como-vivir de estos novelistas puede servista entonces como un largo intento de construir (para hasta cierto grado lugodeconstruir ) una serie de identificaciones o preocupaciones. En principio, stas le permitiran acercarse ms y ms a su yoes verdaderos y a su voz autntica.

    Humberto Salvador y Pablo Palacio:poltica literaria y psicoanlisisen la Sudamrica de los treinta *

    Wilfrido H. Corral

    * Tomado de laColeccin Archivos . Ediciones UNESCO, 2000.

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    Lo que pasa es que nunca, aun muertos, han permitido que sus lectores

    mantengan un pice concreto o definitivo de su realidad. Su uso de un sinn-mero de dobles no es en verdad un reflejo de una divisin de su vida en dopartes, porque si sus novelas pueden ser vistas como productos de soadorenunca existi un Palacio, hombre de accin o un Salvador, hroe de novelpara contrarrestarlas. Pedirle coherencia a un escritor es no slo exigirle demsiado sino pedirle algo irracional, en su juventud y su madurez; y parece que xito de Salvador y Palacio al respecto slo fue espordico. Sin embargo,s tu-vieron xito en entregarse totalmente a todos esos estmulos desperdigados, y

    compromiso, tal como lo entendan. Por y de ellos, como es notable en su narrativa, su conocimiento de la vida mejor o aument con los aos, lo cual tambin ha obligado a revalorizar sus tempranas novelas. Es patente hoy que escrbieron una prosa magnfica, cuyo significado es frecuentemente accesible, a psar de que algunos de sus smbolos inspiradores sean oscuros. Este pagano dvivi adems en una poca en que el escritor no dejaba de probar diferentes pesonalidades, pero la mayora de esos autores progres y abandon esa prcttan chocante para sus coetneos. Salvador y Palacio aparentemente nunca cam

    biaron, y mantuvieron la condicin subjetiva de raros. No obstante, su obra cambi, a pesar de la gran laguna temporal (no es otra cosa) que existe entre snovelas y su recepcin en el siglo veintiuno.

    Salvador: otra novela ecuatoriana perdida por la historia literaria

    Es un lugar comn, no slo en la historia literaria ecuatoriana sino en la hispa

    noamericana, que Pablo Palacio y sus novelas nos han permitido el accesoese club privilegiado que es la narrativametaficticia . La llamo as por comodi-dad, para ser literariamente correcto, por lo menos por un momento, respectoa las convenciones crticas. En el clubmetaficticio , por lo menos desde la pers-pectiva ecuatoriana y ecuatorianista, Palacio se ubica junto a precursores comMacedonio Fernndez, para tomar el ejemplo ms cercano en trminos cronolgicos y de prctica. Yo mismo he contribuido a enarbolar la obra de Palacicomo emblema de la entrada ecuatoriana en la vanguardia, y lo que sigue e

    una especie de mea culpa, elemento saludable e higinico en la historia literaria. Resulta que en la poca en que escribe Palacio escriba otro autor ecuatoriano, el guayaquileo Humberto Salvador, que en 1929 (las historias literarianacionales dicen 1930 o 1931) publicEn la ciudad he perdido una novela.

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    Es triste que su ttulo refleje hoy lo que le pas a su texto, porque lo hemos p

    dido a l y su autor. Las implicaciones de ambas prdidas son el objeto de eseccin. Se ha dicho de diferentes maneras que la obra de Palacio se puecomparar a varios autores, y la lista de ellos aumenta. Esa ansiedad de las fluencias puede conducir a regresiones infinitas, y por eso no quiero sobremensionar niinfravalorizar las influencias sino renovar la lectura de Palacio enun momento de reivindicaciones de nuevo siglo. Por eso, se podra hablar los nuevos olvidados, y me refiero brevemente a Herclito, principalmentHumberto Salvador. Es otra nueva manera de sacar a Palacio de su pas, y a

    vez de situarlo junto a autores ms cercanos a l. S que toda comparacinhorrible y peligrosa, y que hacerla es inevitable para crticos y lectores, que atunadamente no siempre son lo mismo. As, an entre los olvidados, encontrmos jerarquas y lo que Alfonso Reyes llamaba simpatas y diferencias. Phasta cundo consideraremos raros a Macedonio, Felisberto, Julio Garmendy tantos otros? Por experiencia propia s que esecomparatismo lleva a exagera-ciones y desajustes.

    Cuando compilaba la edicin crtica de lasObras completas de Palacio

    otra prueba de los excesos de querer fijar a un autor, sobre todo ahora que Gutavo Salazar ha encontrado otro cuento de Palacio pensaba en qu nuevautores afines ayudaran a contextualizarlo, ms all de cualquierdependentis- mo o triunfalismo localista.1 No me daba cuenta de que una primera respuesta se hallaba en la obra misma. Como sabemos, en 1935 la Editorial Zig-Zag chlena public la traduccin que haba hecho Palacio de losFragmentosde Her-clito, no del griego original sino de la versin francesa de Solovine. Como ga Costas Axelos enHraclite et la philosophie (1962), el pensamiento global

    y sinttico de Herclito contiene en potencia el de los que le sucedieron, entotros Nietzche y Heidegger. Y despus de todo, para Heidegger todo pensmiento es necesariamentetraduccin (Qu significa pensar , 1954, 1958). Perotambin en ese aspecto la regresin o proyeccin hubiera sido infinita, as qen mi introduccin examin la conexin con Heidegger y su estudio de lo

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    1 Se trata de Una carta, un hombre y algunas cosas ms,Iris I. 1 (1 junio 1924): 2, 6, 7. Debemos estehallazgo a Gustavo Salazar. Sin pretender analizar aqu ese texto, vale sealar, que aunque haya sidocrito cuando el autor tena unos dieciocho aos, ya se puede notar un cambio entre este cuento y los q

    se podra calificar como primerizos, por lo menos en el sentido que lo libresco adquiere protagonismQuiero tambin dejar constancia de mi gran gratitud a Ral Serrano y Ral Pacheco, del Centro Cutural Benjamn Carrin de Quito, que no slo me proveyeron fotocopias de las ediciones originales Salvador que registro en la bibliografa, sino que dialogaron conmigo respecto a varias de las ideas presento en este trabajo. Excepto donde indique lo contrario, toda traduccin posterior es ma.

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    fragmentos de Herclito. Lo hice por una razn muy obvia. Al rastrear la pro

    gresin de la crtica en torno a Palacio not la ausencia total de tratar de conectar su cosmovisin con por lo menos dos ensayos de l, Sentido de la palabrverdad y Sentido de la palabrarealidad , por no decir nada de los conceptosen torno a lo uno y lo mltiple en los fragmentos de Herclito.2 Es una ausen-cia que se puede comprobar, y estoy seguro de que las futuras lecturas de Palcio aprovecharn de poder cotejar las relaciones entre el pensamiento de Palcio y su ficcin. Como en verdad no podemos hablar de una filosofa de Palcio, ni en verdad de ningn autor hispanoamericano, es ms factible hablar d

    su pensamiento, pero slo en el sentido de que las ciencias del hombre transforman lo vivido en conceptos. Otra vez, esa hubiera sido una empresa de epitemologa comparativa, as que prefiero bajar a la tierra y hablar de autores dficciones y cmo, segn reitera Wright en su potica del subconsciente, el pscoanlisis puede explicar por qu el lenguaje siempre es literario y por qu irreprensiblemente figural (13).3

    Reitero entonces que un autor que ayuda no slo a entender a Palacio si-no su contexto, y tal vez su destiempo respecto al ambiente que le toc vivir,

    Salvador. Naturalmente, no pretendo hablar aqu de toda su obra sino de la queescribi alrededor de la poca en que Palacio estaba en su apogeo. Ese mometo, como veremos, resulta ser el mismo en el cual el psicoanlisis comenzabapresentar como un tipo de ciencia, aun entre los sectores de menor acceso econmico. Como se sabr, tanto el lojano como el guayaquileo experimentarocierto ostracismo, y no hay tiempo para entrar en detalles, algunos conocidosotros dichos a medias. Lo mismo ocurra, hasta esta fecha sin la aceptacicompleta que ha tenido Palacio, o la de a medias de Salvador, con Castelnuo

    vo. Ya que deca que todo comienza en casa, creo necesario citar una clarividete aseveracin de Benjamn Carrin que, afortunada y desafortunadamente, to

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    2 En el caso del primer ensayo es patente la conexin con el fragmento de Nietzsche Sobre verdad y metira en sentido extramoral (1873/1903), recogido ahora con La voluntad de ilusin en Nietzsche (sobre la idea de ficcin en el filsofo) de Hans Vaihinger en Friedrich Nietzsche,Sobre verdad y mentira ,trad. Luis ML. Valds y Teresa Ordua (Madrid: Tecnos, 1990).

    3 En este momento del desarrollo de la crtica y teora literarias es pleonstico argumentar la ingerencia del psicoanlisis en ellas. Tampoco incumbe reiterar el recorrido del siglo veinte del psicoanlisis clco que culmin en la crtica cultural, aparte de decir que en esta ltima el feminismo, el marxismo y

    el nuevo historicismo terminan debindole igualmente. Las ideas de Wright me parecen la mejor puesta al da del asunto, pero vase Psicoanlisis y psicocrtica literaria de Demetrio Estbanez Calder1999, 883-886. enDiccionario de trminos literarios . Madrid: Alianza Editorial, y Vera J. Camden.1993 Psychoanalytic Theory, en ed. Irena R. Makaryk;Encyclopedia of Contemporary Literary Theory .Toronto: Univesrity of Toronto Press.

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    dava tiene ecos para la vida intelectual del Ecuador. EnEl nuevo relato ecuato-

    riano (1950, 1958) Carrin sustenta que gran parte de los escritores del 30 sufri un proceso de consagracin de fuera para adentro. Especficamente en tno a Salvador, debido a la hostilidad malera de los detentadores de la crticaqul sufri el silencio constrictor, y lo que Carrin llama el cuentagoteo elogio.

    Don Benjamn decide explayarse respecto al silencio, y vale repetir lo qdice:

    Pero lo que ha predominado es el silencio [...] la contenida rabia de inte-lectualejos incrustados en rganos de publicidad que, verdes de envidia conel xito ajeno, cobardes para el ataque frontal, se han quedado mudos, de-finitivamente. Si un investigador extranjero viniere, sin informacin ante-rior y sin prejuicios, a documentarse para una historia de la literatura ecua-toriana, y para ello se dejara guiar por las colecciones de cierta prensa dia-ria, apostara mucho, seguro de ganar, que no encontrara muchos nombresvlidos de nuestras letras contemporneas... (Carrin 1981: 469).

    Qu contemporneo era y es don Benjamn! Lo digo por varias razones. Pepara mantenernos en la etapa que propongo, pensemos en lo siguiente. Comtambin sabemos, Salvador publicaEn la ciudad he perdido una novela...en1929. En ese momento, a Palacio slo le faltaba publicarVida del ahorcado , losensayos que mencion, ms unos pocos ms y las traducciones de Herclito.decir, Palacio ya haba hecho el dao del cual fue acusado: hacer una literatudiferente. Ahora, en 1993 se publica una edicin de la novela de Salvador, an

    tada por la crtica espaola Mara del Carmen Fernndez, si no la descubridra de Palacio, la autora del libro ms importante sobre l. Que yo sepa, casi ha habido reseas de ambas ediciones de la novela de Salvador. El silenciovez tenga que ver con la agresin e indiferencia en torno al extranjero que atreve a tratar la narrativa ecuatoriana, tal como examino para Fernndez mi edicin crtica (cvii-cxet passim ).

    Si autores como Macedonio y sus intentos novelsticos son hoy cannicpor pura inflacin crtica, qu pasa cuando el autor y la obra sonmacedonia-

    nospero de un pasmenor , donde no hay muchos ejemplos convencionalmen-te cannicos? Este es el caso del proustiano Salvador, y me detengo enEn la ciu- dad he perdido una novela...para mostrar algunas implicaciones de una omisinen el registro del gnero novela. Ya mencion la falta de atencin crtica en t

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    no a esa obra. Cmo pasar entonces del canon nacional al canon internacio

    nal? Qu hacer cuando la crtica pontifica que la evaluacin es un mito y uarma para establecer jerarquas y otras opresiones agenciadas por lecturas hegmnicas? La obvia respuesta de internacionalizar lo autctono no resuelve problema, porque sin duda la salvacin, por as decirlo, de Palacio y de Salvdor depende inicialmente de la valorizacin nacional, sin efusiones o hiprboles. Salvador oh Patria mil veces oh patria!

    La novela de Salvador,ensaystica y fragmentaria por excelencia, cumpleampliamente con varios requisitos postmodernistas que ven en la potencialida

    la esencia de la modernidad (De Obaldia, 186).En la ciudad he perdido una no- vela...desborda la exigencia de que la novela sea heterognea, abierta, intensamenteautorreflexiva , aparte de pasar el examenbajtiniano de que sea polifni-ca, de varios estilos y frecuentemente de varias lenguas (De Obaldia, 236). Savador fragmenta su obra construyendo un pastichede varios discursos, no una parodia que aleja a los lectores de ellos, como ocurre en algunas novelas exhautas delboom . Tampoco es un pastiche como las que condujeron a la crtica for-nea del gnero a incorporarlas al postmodernismo, o incluso como metfora

    del caos postmoderno que imposibilita hallar una novela comprometida. Loque en Salvador pareciera ser una serie de fragmentos pintorescos,metatextua- les , se presenta comoreterritorializaciones subjetivas en torno a una mujer idea-lizada, como Guni Pirqu enUmbral (1934-1977/1996) de Juan Emar, Solveig Amundsen (Norah Lange) en Adn Buenosayres (1948) de Marechal, o Cesrea Tinajero enLos detectives salvajes (1998) de Roberto Bolao.En la ciudad he perdido una novela..., como otras novelastotalizantes , termina de manera simi-lar al comienzo deRayuela : Encontrar a Victoria algn da. Acaso ese da ma-

    ravilloso, que ser el amanecer de mi arte, no est lejano... (183). Ntese qutodas esas novelas son posteriores a la del ecuatoriano. El de Salvador es un ate que inevitablemente censura la esterilidad e insensibilidad de la vida modena (43-45), y no slo en centros urbanos, porque la subjetividad y agencia culturales de las relaciones humanas permiten constituir novelas en cualquier siti

    La novela de Salvador piensa, pero en ella el pensar no es un fin en s sinel fruto de una especie de mundo exterior malogrado por las palabras. Comomantiene Philippe Dufour, el novelista explica porque no entiende (Dufour

    1999: 76), y porque las lenguas, al estar en la historia, se corrompen (60). La lengua deEn la ciudad he perdido una novela...hace que la condena social sea obvia (tampoco hay humor en ella). Si sta no pareca extraa en un pas en el cual lmodernidad incompleta todava sigue oponindose a ciertos tipos de postmode

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    nidad, tampoco extraa en un novelista cuyo compromiso social era claro en

    gran mayora de sus otras novelas, hasta el fin de sus das. Recordemos, y no de paso, que haba publicado en la editorial argentina proletaria de Elas Castel-nuovo, y en Zig Zag, que public a su nico par ecuatoriano, Palacio.

    No obstante, Salvador se permite superar esebinarismo , porque el marcode su novela incluye muchos otros elementos (el cine y sus estrellas, por ejeplo), y en esa superacin y combinacin yace la novedad y originalidad deobra. Como las de Macedonio, de quien el ecuatoriano probablemente no sba nada por la proximidad cronolgica y a pesar de ella, la novela potencia

    existencia desde su comienzo (9-10). Su naturaleza especular tambin la haanti-genrica por definicin, y termina mostrando que la complejidad del todosocial hace que los individuos no entiendan las historias en que se encuentratrapados. Guattari, quien arguye por una conceptualizacin heterognea desubjetividad que supere la oposicin clsica entre sujeto individual y socied(12), cree que en trminos generales se debe admitir que chaque individu, chque groupe social vhicule son propre systme de modlisation de subjectivcest--dire une certaine cartographie faite de repres cognitifs mais aussi m

    hiques, rituels, symptomatologiques partir de laquelle il se positionne par raport ses affects, ses angoisses et tente de grer ses inhibiitons et ses pulsio(24). O sea, los giros novelsticosautor-izados siempre implican un distancia-miento de leyes, reglas, pautas y normas genricas, y el desvo de todas ellasvela la importancia de las desherencias y descarrilamientos para la subjetivinovelstica deEn la ciudad he perdido una novela...

    La de Salvador sigue siendo novela porque los gneros dejan de existirlo cuando no tienen sentido o se reducen a pura parodia, y el pastiche de Salva-

    dor carece de los motivos ulteriores del parodiar. El pastiche no es una vulgari-zacin o discurso discontinuo sino, como arguye Dufour para el gnero en gneral, un pensar. La relacin excesiva entre realidad, vida y ficcin como ebn constante, es elmodus operandi del texto. Tambin lo son las referencias re-currentes a lo que es o debe ser literatura, y a la conciencia narrativa (Se pde hacer una novela a base de detalles, pero no ser yo quien invente la tramporque no me une a usted la confianza que sera indispensable para conocerntimamente [35]). No faltan imgenes de la poca: la luz elctrica [...] as

    sin a todos los fantasmas (14), puede usted ocultarse en las espirales de hmo (39). Tambin est presente, al entrar el personaje Carlos, la visualizacien el papel de lo dicho: la palabra Carlos queda literalmente encerrada en cuadro dibujado a su alrededor en la pgina 49.

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    Conjeturas, dilogos teatrales (el xito inicial de Salvador), episodios ai

    lados, pontificaciones (en torno al pueblo), razonamientos (acerca de la ficin), ms otros personajes (Matilde, otra encuadrada, 85) ysubpersonajes (112-171); todos contribuyen a potenciar la novela (por eso est perdida). Pro lo que la hace ms rica como novela, y para la poltica literaria ecuatoriandel momento, peligrosa, es que establece lo epistemolgico como dominanteste, segn Jakobson y el formalismo de Praga, el elemento que rige, determna y transforma el resto de los elementos de una obra, caracterizara a las muetras ms desafiantes del gnero durante el resto del siglo veinte. Parecera e

    tonces que el compromiso de una novela total como la de Salvador es generamente consigo mismo. No obstante, ello no quiere decir que las fuerzas sociales no adquieran protagonismo o que no se den premoniciones tericas sobrel mundo social representado en ellas. La sociedad, como otro aspectorepresen- tacional de la novela, funciona de maneraauto-referencial ; y la novela, comootros aspectos de la sociedad, funciona con la reconsideracin de sus formaDespus de todo, es slo al relacionarse con el mundo exterior que los indivduos adquieren su subjetividad, y la interpretacin de las discrepancias mim

    ticas entre el yo y el mundo requiere lenguaje (Gebauer y Wulf 1995: 275). Pero en el Ecuador de los treinta no se crea, por lo menos entre los pocos crticos y lectores cultos que tenan el privilegio de dedicarse a la literatura, que novela de Salvador tena o pretenda una relacin con ese mundo y la manerpreferida de representarlo en ese momento.

    Cabe preguntarnos si los crticos pueden mantener rencores por tantas d-cadas, aunque lo ms probable es que los contemporneos de Salvador no estentre nosotros. Creo que el silencio en torno a Salvador va por otro lado. Poli

    ticemos entonces el asunto, porque se trata de la poltica de la interpretacinTal vez no sea coincidencia que tengamos que recurrir a Gallegos Lara, el antcristo de ambos, Palacio y Salvador. No retomo la trillada discusin de por quGallegos Lara embisti contra Palacio, pero vale cuestionar por qu Salvadorincluso los autores contemporneos tienen que seguir pasando exmenes de ppel tornasol ideolgico. En 1931 Gallegos Lara publica una nota titulada El prandelismo en el Ecuador, tibiamente elogiosa, en que le recrimina lo que describe como un formalismo que no est a la altura de Salvador y su novel

    Tambin le resta originalidad, e indirectamente le acusa de hacer concesioneal decir respectivamente en todos los casos que conozco el pirandelismo es medio y no, un fin, algo episdico y no esencial (151), y luego, Es literaturmoza, cosmopolita, desasida que se pliega dcil a la exigencia deshumanizan

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    de los pblicos contemporneos de nervios gastados, que aman los refinami

    tos y, a veces, perdido un poco el [sic] su equilibrio los snobismos, tambi(Robles 1989:151-152). Gallegos Lara concluye que para Salvador seran melas realidades de su medio que poseen valor histrico: el indio, las clases animas en cuyo vientre colectivo se gesta el porvenir (Gallegos Lara 1931).4

    Es obvio que elutopismodesaforado de Gallegos Lara le hace estereotipary homogeneizar al pblico, aun considerando los nuevos intereses de esa mauno de los cuales era y debe seguir siendo la justicia social. Es patente que Gllegos Lara no nota que el artista comprometido como l tambin se pliega

    cilmente a su ideologa. Por ltimo, es notable que, como ser de su momentse equivoque olmpicamente al predecir que para el tipo de literatura que pratica Salvador en esa novela Parece difcil que [...] pueda hacer escuela, crulos mares y hallar epgonos (151). Es el tipo de ilgica practicada por GalleLara que nos mantuvo anclados en el exotismo por muchos aos, y cuando cautores como Palacio y Salvador haba luces de una verdaderaotredad , o diver-sidad para decirlo con trminos de moda, vena alguien como Gallegos Larapagaba la luz. Ntese, simplemente como otra ilustracin de esa oscurid

    forzada por la ceguera de ese momento y las tres dcadas que siguen a la mute de Gallegos Lara, como un autor tan perspicaz como Jorge Enrique Adouescribe, en 1948, un texto elogioso sobre el guayaquileo, lleno de todo clicsobre el escritor y el compromiso. En ese artculo es notable la ausencia de da crtica, y no slo la literaria. Pero Adoum tal vez tenga razn al decir sobGallegos Lara que Lo que haba visto en su pas, se le desbordaba ; su aliento era pico, como si respiraba en l la multitud; ronca la voz; madura el alma (31las cursivas son mas). Y cuando dice Adoum que Gallegos Lara escriba

    una novela es como una persona viviente, convenientemente se olvida de qlo dijo sobre Salvador y suTrabajadores 5.

    259Humberto Salvador y Pablo Palacio

    4 El texto completo es de Gallegos Lara. 1931. El pirandelismo en el Ecuador. Apuntes acerca del mo libro de Humberto Salvador: En la ciudad he perdido una novela,Semana Grfica , Suplemento deEl Telgrafo 2, Nmero 2 (junio) p. 6. Cito de una edicin ms asequible: Humberto E. Robles. 1989.La nocin de vanguardia en el Ecuador . Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana.

    5 Adoum, Jorge Enrique. 1987.Joaqun Gallegos Lara; en Guerra Cceres, Alejandro ed.;Pginas olvi- dadas de Joaqun Gallegos Lara , Guayaquil: Editorial de la Universidad de Guayaquil, p. 311-333. sta es una antologa de ensayos, narrativa, y escritos polticos, a la cual se aade escritos sobre el autor y

    homenajes. Slo uno de estos ltimos se repite en Prez Pimentel Rodolfo et al., 1997 Joaqun Gallegos Lara (En el cincuentenario de su fallecimiento ). Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana. No se dispo-ne de una edicin fiable o completa de la obra de Gallegos Lara. Guerra Cceres (1995) tambin copilaEscritos literarios y polticos de Joaqun Gallegos Lara . Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana, queincluye un texto sobreLos trabajadores [sic] de Salvador, pero no el texto en que critica a su compaero.

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    Lo que pasaba es que Gallegos Lara vea con anteojeras, y tena evidente

    puntos ciegos. Digamos que Adoum quera homenajear a un amigo, ser discreto y reticente, promulgar un punto de vista, refortalecer una idea, mantenerideas recibidas. Era su derecho, pero no es crtica, sobre todo respecto a una polmica que tuvo un efecto determinante en cmo Salvador conceptualizaba squehacer y cmo lo apreciara el pblico posteriormente. Y si la amistad o admiracin son factores que influyen en lo que escribimos, cmo explicamoscompaginamos el hecho de que Gallegos Lara, compaero de lucha y de genracin de Salvador (siempre que escribe de l menciona algn detalle persona

    presenciadoin situ ), haya escrito una nota positiva sobreTrabajadores del lti-mo? No hay que engaarse recurriendo a la ecuanimidad del crtico, peor a sobjetividad. Es ms que claro que Gallegos Lara hablaba positivamente dTrabajadores (aunque no sin alguna salvedad, que parece ser sumodus operan- di ) por su temtica, y hasta llega a decir que con su novela Salvador prosigusu camino recto (137). Traducido, en esa novela Salvador piensa como debser, pero no as enEn la ciudad he perdido una novela...

    Qu es lo que hace que Gallegos Lara desatienda la libertad del novelis

    ta de escribir sobre lo que le d la gana, o para decirlo con una parfrasis dCortzar, hacer revolucin con el lenguaje? Creo que se debe a la intransigencia ideolgica de un progresismo antipluralista cuya prepotencia, desgraciadmente, todava tiene muchos herederos en el mbito intelectual ecuatorianoCastelnuovo, el Salvador uruguayo/argentino en varios aspectos, recordabque cuando Roberto Arlt ley el texto del programa del curso de marxismo quel Partido Comunista ofreca a los escritores de Boedo, exclam: Che, todo que vamos a saber cuando terminemos este curso!. Ese entusiasmo, muy de

    poca, permite que veamos la conjuncin de marxismo, psicoanlisis y vanguardia y las peleas en torno a cmo se negociaran esos campos para la cutura como parte de los pininos hispanoamericanos hacia la modernidad. Enese contexto, en que la modernidad todava no tiene quien le escriba, tanto Salvador como Palacio fueron adelantados. El primero se adelanta a su co-ideariCastelnuovo respecto al inters en los cruces entre subjetividad personal, clatrabajadora y literatura con por lo menos cuatro aos, ya que es en 1938 queCastelnuovo publica suPsicoanlisis sexual y social . Palacio, como Salvador y

    Castelnuovo, convirti en protagonistas de la literatura a los preteridos de la sociedad, pero lo hizo de una manerasui generis que ya todos conocemos.El problema con el argumento de Gallegos Lara en torno a Salvador y su

    novela vanguardista, entonces, es querer homogeneizar no slo la manera d

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    pensar sino tambin la de representar, como si las clases oprimidas funciona

    de la manera que quieren los intelectuales, o como si esos preteridos deben conceptuados como preteridos del arte. Por eso, an dentro de las similitudque podamos hallar entre Salvador, Castelnuovo y Palacio, quiero dejar en cro que las diferencias son igualmente importantes. Por ejemplo, cuando doLuis Alberto Snchez, en el cuarto tomo de suHistoria comparada de las litera- turas americanas ( Snchez 1976) dice que Castelnuovo y el grupo de la edito-rial Claridad se distinguieron por esa devocin al fesmo aterrador en las tras (269), la narrativa ecuatoriana permite hacerle salvedades al crtico per

    no. Don Luis tambin califica a Salvador, como mucho antes haba determindo errneamente sobre Palacio, de Abundante y en extremo obsesionado plos complejos sexuales que analiza Freud (45). Es ms, en otra parte de misma historia, dice que la novela Alice and the Lost Novel (1929), del estadou-nidense Sherwood Anderson, hace recordar la indudable imitacin del novlista ecuatoriano Humberto Salvador conEn la ciudad he perdido una novela ,1933 [...] (54).

    Snchez, sabemos, estimaba muchsimo a Alfredo Pareja Diezcanseco y

    obra, y tendramos que indagar en las preferencias ideolgicas y amistades historiador literario para saber a ciencia cierta las pulsiones que pululaban l. El hecho es que Snchez no se da cuenta de que, si en efecto Salvador pgi a Anderson, lo habra hecho en el mismo momento en que ambos noveltas escriban sus obras, porque la realidad es que ambas fueron publicadas mismo ao, 1929. No cabe duda de que Salvador, como Breton, Cortzar Vargas Llosa, no hallaba ninguna paradoja o contradiccin entre el arte vaguardista (en trminos tcnicos) y la literatura de tesis. Tampoco hay ningun

    duda de que la narrativa tiene mucho que ofrecer a la teora poltica. Pero la dda mayor es si es mejor para un pas como el Ecuador, sobre todo en este nuvo siglo, seguir hablando de la poltica en la literatura en vez de la literaturala poltica. El sesgo vanguardista de Salvador est presente en dos de sus priros libros, las colecciones de cuentos Ajedrez (1929) yTaza de t(1932). La pri-mera incluye Las linternas de los autos, la segunda Proyecto de cuentoCuento ilgico. No se nos debe escapar que estas coordenadas tambin aplican a Palacio. Los dos autores no slo piensan y escriben la ciudad, haci

    dolos contemporneos de alguien como el argentino Roberto Mariani y suCuentos de la oficina (1925), sino que presentan dos actitudes opuestas, aunqueparadjicamente unidas por el asombro ante los elementos de la modernidadla abulia y frustraciones que ya comenzaban a causar en esa poca. Pensem

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    por ejemplo, en las tan discutidas nociones del flneur , la decadencia y otros

    para conceptualizar el papel del ser humano en las nuevas sociedades que ntan sutilmente engendraban las ciudades y las metforas del imaginario urbano.6 La base psicolgica del tipo metropolitano de la individualidad, dice Simmel, consiste de la intensificacin de la estimulacin nerviosa (175), la cual rsulta del cambio rpido y sin interrupcin de estmulos internos y externos. Siduda, Palacio y Salvador se dieron cuenta de ese peso, y lo convirtieron en ate. Y fue la ciudad que los perdi como novelistas, mientras alguien como Catelnuovo convierte todas esas posibilidades en queja.

    Dentro delcronotopo que he escogido, y mi admisin de que sera impo-sible dar en este contexto una visin cabal de la obra de Salvador -que requiere varios libros para su salvacin- he escogido esos cuentos porque son emblmas de lo que se cree ser el problema con su autor: no sobredimensionar los rferentes sociales. En Las linternas de los autos las diferencias entre tener o tener un auto no se reducen al poder adquisitivo y de dnde viene, lo cual siempre hemos sabido en el Ecuador. Nos ilustra ms ver cmo la novedad de escrbir un cuento dividido en tres historias y sus conflictos es tambin un cuestio

    namiento de la modernidad (los ojos de sta son las linternas de los autosProyecto de cuento es una antesala conceptual o complemento cronolgicdeEn la ciudad he perdido una novela..., en la medida que el narrador constan-temente potencializa la narracin e instala lo que llama psicologa artstica co-mo parte del enigma que, diferente de un cuento tradicional de la poca, nun-ca se descifra. En Cuento ilgico nos acercamos a la otra razn por la cual Svador es desterrado en su tierra. En este relato tenemos una crtica de la doctrna cristiana, y, ms cercano a lo que podra ser una etapa intermedia del auto

    (pasadaEn la ciudad he perdido una novelay como prlogo aEsquema se- xual ), latextualizacin de la educacin sexual y el carcter cientfico de su di-vulgacin, obviamente relacionada a la psicologa. Como Palacio, Salvador npudo ser profeta en su tierra, y no s si llegar a serlo, pero no descubro la p

    262 Wilfrido H. Corral

    6 Estos temas son amplia y brillantemente discutidos por Bolvar Echeverra en varios de los artculos icluidos en suValor de uso y utopa (Mxico, D.F.: Siglo veintiuno, 1998). Es revelador pensar en que,por lo menos en la crtica literaria practicada en Estados Unidos, no se cita ni se parece conocer los excelentes trabajos de ese ensayista y socilogo ecuatoriano. Conceptual y polticamente, sus otros libro

    Las ilusiones de la modernidad (1995) yLa modernidad de lo barroco (1998) dejan muy atrs a cualquierlibro elaborado por latinos estadounidenses sobre los destiempos de la modernidad. A Echeverra, coma otro ecuatoriano, Agustn Cueva, le afecta el mismo tipo de desdn que termin borrando a Palacio su obra por mucho tiempo. Algo similar ocurre con los trabajos del chileno Jorge Larran Ibez, sobrtodoModernidad, razn e identidad en Amrica Latina(Santiago de Chile: Editorial Andrs Bello, 1996).

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    vora al reiterar que la crtica ha cometido una gran injusticia con estas obr

    porque ni siquiera se ha dedicado a la ltima y tercera etapa de Salvador, la las novelas posteriores aCamarada (1933). Es que tendremos que, salvedadesaparte, convertir a Salvador y su obra en otro proceso y demorarnos, comohizo con Palacio, varias dcadas para reconocer su valor? Quiero ser optimy pensar en que debemos atender los errores de los crticos de Salvador, ms de que Gallegos Lara haya dicho que Salvador era guayaquileo, Snchez qera un perverso sexual; y ambos que no era original. Debemos ver esos errocomoayudamemoria al tratar de objetivar, en lo posible, las nuevas lecturas que

    de hecho permiten estos autores.Quiero terminar esta seccin sealando que la suerte compartida por Savador y Palacio tiene repercusiones relativamente recientes, lo cual si a primvista denota un estancamiento mental, tambin muestra algo ms grave. En medicin de la obra de Palacio mostr lasinelegancias de la crtica nacional sobrePalacio (xciv-cviiet passim ), rastreando cmo aqullas parecen ser ms que unproblema generacional. Reitero que estoy seguro de que aquellos crticos sbuenos padres de familia, comenllapingachos con orgullo, son honestos, e in-

    cluso van a misa (sea en el altar conservador o progresista) y se preocupan los subalternos y la dolarizacin. Lo nico que he querido sealar es que, aa principios del siglo veintiuno, se detecta una falta de formacin, a lo cualpuede aadir cierta falta de disciplina (aparente). Lo digo modestamente, y peranzado de que mejorar la situacin (que se extiende, no cabe duda, a lecuatorianos que residen fuera del pas), y consciente de que hay algunas excciones. Mi evaluacin ser ms convincente con un ejemplo, que desgraciamente es emblemtico, y que linda con lo que deca Benjamn Carrin hac

    medio siglo. En Humberto Salvador, novelista y maestro Len Vieira preseta un recorrido en torno a la vida y obra del autor guayaquileo. Su especie repaso cubre la mayora de la obra publicada en vida por Salvador, hasta poantes de su muerte. En ningn momento Vieira pretende analizar la obra en stotalidad, ni concentrarse en una obra especfica. Lo interesante es que Vieaparentemente tuvo contacto personal con Salvador, acceso a sus manuscrity manifiesta haber revisado los escritos del autor en peridicos y revistas, cohaberlo entrevistado. Llevar a cabo ese tipo de trabajo es valioso, y prometed

    Pero ese trabajo no va ms all de ser un catlogo desordenado de vietas.Sin embargo, aparte de uncurriculum vitae del autor, de plantear fugaz-mente el papel de Salvador enbinarismoscomo literatura y revolucin o li-teratura y poltica, Vieira no sabe aprovechar el privilegio de haber tenido

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    ceso al tesoro de opiniones y detalles que le provee Salvador. Si Vieira hubie

    conceptualizado de otra manera el trabajo crtico habra podido armar una visin contundente, o por lo menos novedosa o perdurable de Salvador. Vieirahace un recorrido estilstico y bsicamente impresionista de una obra demasido compleja como para reducirla a etapas sintticas (158-160). Si es verdad quSalvador participa de mdulos romnticos, realistas, realista sociales, y cienfico-existencialista, tambin es verdad que esos mdulos, examinados en la hbridez con que los emplea Salvador, nos revelaran a uno de los escritores mimportantes y vigentes de Hispanoamrica. No exagero, como muestro m

    adelante en la conexin que establezco entre psicologa y literatura para Salvdor. Precisamente, Salvador se refiere a ese binomio en la vieta del mismnombre:

    Mis inquietudes cientficas han tenido varias corrientes. No han sido sola-mente FREUDIANAS. 20 aos de trabajo en la psicologa me han depara-do experiencias y nuevas oportunidades de estudio. Por ejemplo en mi l-tima obra titulada:Rfaga de angustia , trato el caso de una dama norteame-

    ricana que fue un asunto clnico tratado por m. Consciente o inconscien-te uno debe tocar los problemas reales del hombre; la poca en que vive y los problemas que se confrontan polticamente como en el caso de Marx (156).

    Ms adelante Vieira repite una brevsima seccin de la trama de esa amplia novela como parte de lo que llama Estudio estilstico de su obra general, que cmienza con la aseveracin que Salvador sigue un lineamiento joyceano; cue

    ta a lo Prout [sic] y su narracin tiende a novelar por tarea [sic] (165). Luegde catalogar 15 de los que llama puntos de vista del autor (161-164), que noson ms que arbitrarios e incompletos registros temticos, Vieira llega a suconclusiones. Una de ellas es que Estilsticamente, Salvador no aporta maycosa a las letras ecuatorianas (sinembargo [sic] de estar ligado amigablemencon Pablo Palacio el gran daimon de la generacin del desconcierto latinoamricano (169).

    En otro momento de la feliz compilacin que ha hecho Vieira, Salvador

    habra aseverado (escojo ese tiempo verbal porque Vieira no especifica las ccunstancias de atribucin de lo citado por l): Muchas veces en nuestros pases una manera de hacerse grande es hablar mal de los escritores; tal vez padivertirse. Es una catrsis sicoanaltica (157). Volvemos al campo esclareci

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    por Carrin, pero es obvio que los crticos no escuchan. Para m la veta psic

    lgica respecto a lo que verdaderamente piensa un tpico crtico ecuatoriade la escuela de Vieira, que sigue siendo numerosa, se basa en una relacinamor y odio con el autor y su obra. Como deca arriba, no es nada personasino una inconsistencia lgica y tica relacionada a las relaciones de podertablecidas en el mundillo literario, que no siempre dejan de reflejar las de sociedad. Un poco antes de lo inmediatamente citado, Salvador tambin hbra dicho, respecto a la negacin de sus obras, Creo que el seor Hernn Rdrguez Castelo u otro tiene el derecho de opinar en forma diferente (157

    Vieira recoge la crtica categrica que aparentemente ocasion la opinin dmocratizante de Salvador: Para Rodrguez Castelo (ARIEL), Salvador no aportado nada a la literatura ecuatoriana, por haber utilizado una temtica sicologa pasados de moda y fuera de tiempo, sin embargo, Salvador est cosiderado como uno de los novelistas ms profcuos [sic] de su tiempo (16La frase hecha o vaca, elnon sequitur , el don para lo obvio, la falta de contex-to, la documentacin inexacta, incompleta o descuidada, la falta de verificcin y de criterio, todo se suma para hacer de los comentarios de Vieira u

    ejemplo tpico de lo que ocurra en la crtica ecuatoriana del siglo veinte. hay honrosas excepciones (Carrin, Zaldumbide, Rojas, Cueva, Carvajal hoy unos pocos ms), la verdad es que con la falta de profesionalismo los que hsalido perdiendo ms no son los crticos, sino los autores y las obras. Termiredondeando el ejemplo de Vieira, quien al referirse a las ltimas obras de Svador afirma:

    Las ltimas obras de Salvador corresponden a una ratificacin Joyciana

    [sic].La rfaga de angustia (1971), es un testimonio del desafo planteadopor el escritor de Dubln. Frente a las 800 pginas del normando, el ecua-toriano supera las de stas con 900, llegando con la rfaga tormentosa ha-cia lmites angustiosos del maestro, que van hacia una meta que se confun-de con el calor del sol (161).

    Digamos que no importa que el libro, publicado, haya tenido 733 pginas, ehecho es que Vieira nos obliga a recordar lo obvio: que cantidad y calidad

    son lo mismo. Ya lo vimos respecto aEn la ciudad he perdido una novela....SiVieira hubiera conectado a esta conLa rfaga de angustia se habra dado cuen-ta de la riqueza que ofrece otro comentario de Salvador que l mismo anotRfaga de angustia , no es un seguimiento a Joyce. Otros escribieron tambin

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    obras voluminosas. Fue tan maestro como Dante, Cervantes. Cuando escrib

    Rfaga de angustia hace ms de 20 aos, no haba ledo todava a Joyce (157).7

    De esta manera se puede seguir casi infinitamente, intercambiando los nombres de los crticos. S que es fuerte decirlo, pero la crtica ecuatoriana no ha do respetada desde la poca de Carrin, Zaldumbide y Carrera Andrade, porque es de entonces que nadie se ha atrevido a decir nada, a pesar de que, commuestra el caso de Salvador, el autor tiene ms que perder que el crtico.

    De una manera u otra, se puede encontrar en Palacio varias de las coyun-turas que he mencionado para Salvador y uno de sus crticos, sobre todo por l

    textualizacin de la subjetividad crtica. Y si me concentro en ese nuevo olvida-do que es Salvador, no es por enaltecer a unos y menospreciar a otros. Lo quhay detrs de esta situacin es la pregunta de quin escribe la historia literaricon qu agenda ideolgica, y cmo se va construyendo y a veces dictaminandsus argumentos y conclusiones. Si vemos las ltimas pginas deEsquema sexual (1934), en que se aade, como ocurre en otros libros de esa poca, elogios internacionales de la obra de Salvador, y adems consideramos la negatividad dsus contrincantes, no podemos hacer otra cosa que darle la razn al texto d

    Carrin que cit anteriormente. Jorge Carrera Andrade, en una resea escritaprobablemente despus de haber ledo la recusacin de Gallegos Lara, ve en novela de Salvador un antdoto a la prosa nacional uniformemente provinciana y declamatoria. Afirmando que con Palacio apareci, ayer, el humorismasegura que con Salvador aparece el psicologismo. Pero sobre todo dice, en alsin casi directa a Gallegos Lara, que Es verdad que leyndolo vendr a nuetra memoria el Pirandello deSeis personajes en busca de autor . Mas, hay una di-ferencia esencial: la del joven prosista ecuatoriano cuenta, por el contrario, l

    impresiones del autor en busca de sus personajes. Su libro es como el proceliterario de la creacin novelstica. Pasemos entonces a ver el problema Pacio, para volver a Salvador y suEsquema sexual .

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    7 Tomando en cuenta la presunta influencia de Joyce en la novela hispanoamericana, extiendo el corpu

    de novelas totales olvidadas, similares a las de Salvador, aEn babia. El manuscrito de un braquicfalo (1940/1961) del puertorriqueo Jos Isaac de Diego Padr,Umbral (1937-1964) del chileno Juan Emar,y otros de sus contemporneos, hasta llegar al chileno Roberto Bolao yLos detectives salvajes (1998) y varios ms. Vase mi Novelistas sin timn: exceso y subjetividad en el concepto de novela total ,Mo- dern Language Notes [Johns Hopkins University] CXVI. 2 (marzo 2001).

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    Palacio como precursor nonato

    Hay una foto muy conocida de Horacio Quiroga que, si no ha recorrido emundo por el carcter revolucionario de su obra, es memorable por el esteretipo con que se asocia casi inmediatamente el objeto del lente. No es arriesgdo decir que en esa foto se plasma la opinin de que, a pesar de su brillanteQuiroga tena algo de demente, y se lo ve en su sonrisa y ojos desorbitados. nemos un archivo fotogrfico o iconografa mnima de Pablo Palacio, pero facsmiles y dibujos nos lo presentan generalmente como un ser sensato, cuna sonrisa apaciguada.8 Mucho se ha hablado de los dibujos que acompaana su obra, as que es revelador que en una carta de 1930 le dijera a BenjamCarrin (quien aparentemente quera una caricatura de Palacio): [] Le parea usted insalvable la cuestin del dibujo? Diga usted cualquier cosa: que no tgo cara, que se me ha cado de vergenza, por ejemplo. O alguna otra invecin suya (Carrin 1995: 142). Sin embargo, los chispazos biogrficos que nhan llegado, entre ellos los cannicos (por proximidad y por ser los ms extsos) del mismo Carrin y su sobrino Alejandro, contradicen con frecuenciaquerer ver a Palacio como un ser en control de s mismo. Tampoco se supongeneralmente, por obra y gracia de la falacia biogrfica y la forma y contende sus textos, que stos surgen de una persona normal. Es decir, Palacio no be a estereotipo. Dnde est la verdad? Entre marzo y abril de 1928, en la vistaRenacimiento , publicacin mensual universitaria de Loja, se publica un ar-tculo en cuya primera pgina vemos y leemos Pablo Palacio. Pablo Palacself-made man .

    Por la disposicin de los titulares y la acostumbrada indisposicin genca de su obra, no sabemos si el texto fue escrito por el mismo Palacio (ya esba en Quito, lo cual no es bice para que lo hiciera) o por un autor que prefri mantenerse en el anonimato. El hecho es que los pocos crticos que se hreferido a ese artculo han supuesto que es annimo. A pesar de que contielo que se podra llamar deslices palaciegos, lo cual abrira otra caja de Pandrespecto al escritor que escribe annimamente para enjuiciar su obra, eso nolo ms importante. Pablo Palacio,self-made man (dejemos el pre-ttulo de Pa-blo Palacio fuera, aunque se duplica el nombre en el encabezamiento de la gina 189 del original) es bsicamente un examen de la rareza e independen

    267Humberto Salvador y Pablo Palacio

    8 En esta seccin retomo brevemente algunas partes de varias secciones de la Introduccin que me corponda como Coordinador de la Edicin crtica de lasObras completas de Pablo Palacio (vase Bibliogra-fa). He revisado y recortado extensamente el texto, como actualizado la bibliografa pertinente.

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    del autor, partiendo de varias escenas deDbora . Lo que quiere decir el autor

    annimo es que ninguna figura literaria de influencia similar a la de Palaci(recurdese que el autor escribe en 1928, lo cual hace sospechar del alcance dcriterio) ha balanceado tan precariamente un puado de logros inolvidablecontra una especie de barril lleno de momentos vergonzosos. No obstante, deducimos de lo dicho, la reverencia con la cual se lo estima en la profesin de ecritor es tan irrefutable como la estima que se le tena como abogado. Desde principio del artculo hay una gran carga irnica, comenzando con Pablo Palacio es lojano. Nos pertenece. De aqu que Loja haya permanecido extraa

    su triunfo (187). Pero el don de Palacio inclua ms que su poco velado desafo a las convenciones de la clase media y la escritura. Tena que ser as, si nno hubiera sido ms que un fenmeno momentneo. La crtica siempre nos insiste en que no hay una conexin entre la fuerza moral y la fuerza artstica, pro el caso de Palacio muestra que s existe, por complicada que sea la tragedde relacionar esas fuerzas.

    Cuesta creer que Palacio, nacido el 25 de enero de 1906 en Loja, y fa-llecido el siete de enero de 1947 en Guayaquil, era slo siete aos menor qu

    Borges. Sin embargo no es difcil darse cuenta de cmo Palacio representa pra su pas lo mismo que el argentino para el suyo. No menciono lo anteriorpara legitimar al autor y su obra, y me refiero a Borges. La realidad, sobre cual Palacio escribi el ensayo referido, es que mientras ms uno indaga en contexto del ecuatoriano ms se da cuenta de la verdadera esfera sociocultural que permite poner sus textos en perspectiva. Aparte de las seminales pautas provistas por Ana Mara Barrenechea en sus libros y artculos sobre Boges, y de las treinta biografas que hay hasta esta fecha acerca del autor d

    Nueva refutacin del tiempo, todava no sabemos cul es la gnesis de l,ese hecho tal vez sea lo que ms lo asemeja al ecuatoriano. Tomemos un ejemplo particular de otro hecho que aade a ese misterio. Hacia fines de los aoveinte, en el Per, se daba una guerra nada absurda entre los peruanos del alto Per y la costa. En sta se haba centrado, como en el Ecuador y otros pases, la cultura llamada cosmopolita. Precisamente, en una carta del 1 de junio de 1926 a Benjamn Carrin, Palacio aade la siguiente postdata: Estaramos encantados si nos mandara algunas colaboraciones [Carrin estaba e

    Francia] paraHlice , pues pretendemos darle a la Revistainters cosmopolita ,como dice su amigo Ernesto Fierro (1995: 137, el subrayado es suyo). Se trataba de guerras culturales, y las nicas armas presentes eran los ingenios dsus colaboradores.

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    269Humberto Salvador y Pablo Palacio

    Me refiero, por extensin, a la publicacin e importancia de revistas ma

    ginales comoBoletn Titika , que en la tpicamente fugaz existencia de las revis-tas culturales hispanoamericanas, logr mostrar que hay que cuestionar nuetros prototpicos centros culturales. Alejandro Peralta, editorialista y uno de lofundadores de esa revista publicada desde Puno, frecuentemente inclua nocias acerca de los ltimos gritos publicados en el continente. Pero es slo aos recientes que comenzamos a recuperar oreevaluar el valor de leer a los re-presentantes de una literatura aparentemente menor. No est de ms mencinar que uno de los colaboradores fue Jorge Luis Borges, y que elBoletn Titi-

    kaka , examinado a fondo, revela la gran actividad intelectual de la periferiapases andinos como el Ecuador, como tambin las redes intelectuales quehaban establecido o comenzaban a fijarse en los aos locos de Palacio. He ttado de dar ciertas pautas respecto a cmo se creaban esas redes (Corral, 199Por eso, lo que me importa sealar no es tanto el valor de la obra de Palacio. valor va de s. Por ende es ms fresco descubrir cmo el rescate que comiea darse en los aos sesenta es, en el mejor de los casos, una merecida recupecin cuya base es interna, nacional, y no siempre nacionalista. Como tal, y c

    mo muestra con creces Humberto Robles en el ensayo que se publica en mi ecin para la UNESCO, esa recuperacin tiende a olvidar que es mejor valoralo por lo que contribuye a los archivos vivos de la literatura occidental, catencin a la latinoamericana, ms que a la nacional. La realidad es que, si Placio es concebido en el Ecuador, nace ms temprano de lo que se crea, tato en su pas como en Cuba y el Per. Volvamos un momento alBoletn Titi- kaka .9 En el nmero 7, correspondiente a febrero de 1927, Jorge Reyes, presenta la obra de Palacio de la siguiente manera, y reproduzco fielmente la ortog

    fa y composicin textual que se convertira en emblema parcial de la ideoloque promulgaba la revista:

    pablo palacioun hombre muerto a puntapis-quito

    9 Agradezco a mi ex-alumna de Stanford University, Cynthia Vich, el acceso a estas resea de Palacio. se ahora su estudioIndigenismo de vanguardia en el Per: un estudio sobre elBoletn Titikaka (Lima: Pon-tificia Universidad Catlica del Per, 2000).

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    anunciamos a pirandello que en volca-

    nes de ecuador ha nacido pablo palaciodedos rayos x en la autopsia espiritualhai momentos que el sol se escalofra i el l-rico bistur de pablo palacio hace picadillode nervios prosa de perodos elctricos fuer-te espritu i un camino firmemente asfaltadopor delante (Reyes: 3).

    Quiero ver otro emblema dentro del que acabo de mencionar: ha nacido Pa-blo Palacio fuera del Ecuador con esa nota y su libro. Pero se peca de simplimo al repetir que un libro nace cuando es publicado, ledo, reseado y vendido, condiciones que no siempre se dan en ese orden, como tambin sabemosLimitado hasta la fecha en que escribe Jorge Reyes, tenemos un Pablo Palacnonato en el resto de las Amricas. Al ao y cuatro meses de la nota de Reyen Glosario del arte nuevo, una de las precarias o fantasmagricas columnque a veces inclua elBoletn Titikaka , Xavier Ycaza presenta otra obra de Pala-

    cio. Otra vez, mantengo la ortografa y disposicin textual:pablo palacio

    dbora

    quito

    novela de nervios desvelados tajeada car-

    daca para leda a la flama de insomnio-cuan-do re una amargura de nubrra atraviesa elcristal del sueo-dbora sabe besar jugosa-mente pulpa imposible hlito de mueca su-burbano olor toda la hembra-tragedia de c-lulas afiebradas defuminada en un suave co-lor blanco

    palacio ha contexturado novela enjundio-

    samente breve i fibrosa de contenido humano(Ycaza: 2)

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    Entre los textos de Reyes e Ycaza hay un autor annimo, probablemente cub

    no, que escribe la siguiente nota como presentacin de la publicacin del cueto Las mujeres miran las estrellas en laRevista de Avance en el nmero de abrilde 1927:

    Pablo Palacio, el intenso cuentista quiteo [sic], es casi totalmente desco-nocido en Cuba. Sin embargo, pocos escritores hispanoamericanos parecentan bien dotados para dejar una huella indeleble en las letras hispnicas. Sulibro de cuentos Un hombre muerto a puntapis -libro recin llegado a al-

    gunas manos cubanas- es una poderosa y violenta revelacin. Narrador deestilo taquigrfico; buceador denodado en el lgamo humano; tempera-mento vigoroso y virilmente cnico, humorista de honda veta trgica -tal esla extraa personalidad del Ecuador que 1927 descubre hoy a los catadorescubanos de novedad (61).

    Nunca sabremos la reaccin de Palacio a esas brevsimas evaluaciones de yes, Icaza y el autor annimo, pero estaremos de acuerdo en que probableme

    te le agradaron, si lleg a leerlas.10

    Despus de todo, y ntese la selectividad delauditorio (a algunas manos cubanas; catadores cubanos de novedad), la critura de los colaboradores de las revistas peruana y cubana no se distanmucho de la puesta en escena textual del ecuatoriano. Este encontr una mnera de fluir, recogiendo casi cada capricho y rareza de la voz humana, y tciendo la sintaxis para imbuir la prosa descriptiva con el aliento del habla. ms, esa sintaxis invertida, borrosa, puede parecer inmerecida y obstruccionta, preparada bajo una presin insuficiente de la realidad local, o a pesar

    ella. Tal vez por esa presin l se qued con sus manuscritos, y laautoapropia- cin de la escritura puede tener que ver con la inmensa ansiedad de la deudcon otros (el autor o autores detrs de Palacio), con el miedo de un autor fue

    271Humberto Salvador y Pablo Palacio

    10 Puede ser que s haya visto la siguiente de Gonzalo Zaldumbide, que tambin reproduzco por su bredad: Un hombre muerto a puntapis , par Pablo Palacios [sic] (Quito, 1927).- Cette nouvelle maniredcrire que nous signalons dans la note ci-dessus [se refiere a su nota sobreTreinta poemas de la tierra de Jorge Reyes], se dveloppe avec entrain dans les milieux artistiques et littraires de Quito et proddja des oeuvres inattendues, telle cetHomme mort coup de pied , o M. Pablo Palacios, jeune crivain

    de talent, pousse jusqu labsurde volontaire ce gout de lexcentrique. Il manque cependant de logiqdans labsurde et sa prolixit parfois inutile contraste avec le sommaire de linvention paradoxale. Mil y a en lui une force et des dons. Retenons ces promesses. EnRevue de lAmrique Latina [Pars] VI.67 (1er. juillet 1927): 83. Otra vez agradezco a Gustavo Salazar el acceso a este texto clarividente y eto de Zaldumbide.

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    te como Palacio, que no quiere que se sepa que ha fallado en crearse a s mi

    mo, ser un original.Es de suponer, si se juzga por la mayora de las historias del cuento o dela novela hispanoamericana, que con Palacio y su obra se podra hacer una hitoria de ausencias. De la misma manera, se podra suponer tambin que con suobra se puede hacer una historia de cmo hacer una literatura mayor de una literatura catalogada como menor, tema al que volver. Es desde la entonces necesaria conjuncin de estas dos suposiciones que hace casi cuatro dcada(1964) se publicaron las que resultaron ser sus obras incompletas. Las califi

    as perfectamente consciente de la imposibilidad de coleccionar la totalidad dla produccin de cualquier autor, incluso la compilacin que Mara del Car-men Fernndez public en 1998, ahora que se ha encontrado Una carta, unhombre y algunas cosas ms. Menciono este hecho porque en 1964, cuandose publica la pionera coleccin que se crea ser la suma del autor, casi nadie haba percatado de que en 1920, a los catorce aos, Palacio haba publicado epoema Ojos negros en la seccin La tribuna de los nios, en el tercer nmero de la revistaIniciacin (febrero 1920, p.61), rgano de la Sociedad de Es-

    tudios Literarios del Colegio Bernardo Valdivieso de la ciudad de Loja, dondhaba nacido el autor. No hay que ser adivino para darse cuenta de lo que lacolaboraciones tempranas podran significar para los que seguimos especulado respecto a la vocacin literaria del autor.11 Ahora, la vida de Palacio es tam-bin una ausencia que, por imposible que parezca, contiene otras brechas. Noobstante, a poco ms de medio siglo de su partida es obvio que tanto l comosu obra ser un punto de referencia necesario para descifrar hacia dnde van lliteraturas ecuatoriana e hispanoamericana del siglo veintiuno.

    Aparte el juego tautolgico de que la mencin de una ausencia es la mencin de una presencia, la realidad es que la canonizacin de Palacio, como sdice para varios autores de reconocimiento similar, e insisto en Salvador, es i justamente tarda. Cualquier intento actual de recuperacin de un autor tieneque recurrir al hecho de que la irrupcin de la narrativa contempornea no seda en un vaco milagroso, ya que la simbiosis con la recepcin crtica es evidete al ms recio y purista de los crticos. Al comienzo del siglo veintiuno, cuado Palacio y su obra ya han merecido varios homenajes de instituciones cultu

    rales hegemnicas como la editorial Casa de las Amricas, y por lo menos u

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    11 Cito las obras de Palacio parentticamente , porObras completas (Guayaquil, Casa de la Cultura: 1976), porahora la ms asequible. De aqu en adelante toda traduccin es ma excepto donde indique lo contrario

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    libro exhaustivo y una edicin casi completa (ambos de Mara del Carmen F

    nndez), el desconocimiento de este autor (por lo menos en la mayora de l Amricas) contina. El problema con los de Palacio es que sus nicos textos los bsicos y conocidos (en su pas), ms el cuento que he mencionado, no hms. Recordemos por lo menos una paradoja que nos recuerda Jauss de la pca en que estamos: que la escritura y la lectura jams pueden coincidir. Jaussmuestra con la discusin de dos autores nada distantes de Palacio:

    Si, par le Don Quijotte de Mnard, Borges avait voulu montrer que mme

    la rptition littrale dun texte acquiert travers le temps une significationnouvelle, Calvino va plus loin puisquil attribue la suprmatie la copie etfournit ainsi une lgimitation ironique du faux. A laube dune nouvelletape de notre civilisation: lre lectronique, lidal romantique de la cr-taion originale est compltement dpass; la notion dauthenticit devientune vaine illusion lpoque des mass-media et de la reproductibilit infi-nie de leur production (169, el subrayado es suyo).

    Pero obviamente que es mejor desbrozar este asunto con palabras del autor. Placio, como todo autor del carcter que se le atribuye, parece no querer moletarse con los detalles de la publicacin de sus obras. Su vida result ser tan cta que hoy se justifica que le importara ms que nacieran sus textos que el cmo. Esto no quiere decir que no se preocupara de su composicin inmediatEn una de las cartas (fechada 2 de mayo de 1931) que le escribe a BanjamCarrin, le dice:

    [...] antes de enviar el folleto aquel a Espaa [se refiere aVida del ahorca- do ], brale por la pgina 8 y en la 5ta. lnea, en donde dice volcanes a la ventana pngale promontorios a la ventana o cualquier otra cosa parecida que usted quiera. Sucede que en el parrafito slo hay el precedente de ElChimborazo y mis compatriotas, cuando lo lean, se van a poner a gritar:Dice que El Chimborazo es un volcn! Qu se lo ahorque! En realidad,el Chimborazo es solo [sic] un nevado. La ltima lnea de la convocatoria s debe quedar como est. Tiene msica. Tiene para m una hermosa y mo-

    desta msica (1995: 145).Palacio se refiere a la tan citada mencin de la subasta del Chimborazo. Pentese que su preocupacin no es por el atrevimiento de que se sugiera ven

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    el patrimonio nacional (suposicin inflada por sus crticos) sino la exactitu

    respecto a qu es el Chimborazo. Pero ante la posibilidad de que para mucholectores la obra de Palacio tal vez no merezca la atencin que se le sigue dandy que sea desconocida para otros, no me queda otra opcin que presentar ycontextualizar el problema, rellenar las lagunas. Debo, adems, criticar al crtco,revalorarlo valorado, hacer de ayuda memoria, y abrir estas aseveraciones aeste siglo veintiuno, para que su obra no sea inmediatamente digerible comolvidable . A veces leemos a ciertos autores por la misma razn por la cual confiamos en ciertas personas. Estas responden a nuestra necesidad de algo tan e

    trao que lo podemos explorar sin tener que explicarlo. A la vez, aquellos autores nos ofrecen ideas, sonidos y un ritmo que parecen dichosamente conocdos. ElPalacio-objeto , lostextos-Palacio , elPalacio-producto , elPalacio-mito , aunel Palacio-demente-y-brillante , y elPalacio-redentor-de-nuestra-literaturason la parte menos valorizada. Toda adjetivacin de este autor y su obra por lo general contiene una ambigedad producida por una sociedad crtica que hastacuando lo elogia logra degradarlo, presentando un caleidoscopio delPalacio- autor como ser irreprochable y a la vez execrable, desde muchos ngulos.

    A cualquier lector estrictamente literario ecuatoriano le agradar enormemente (y a la vez sorprender a cualquier lector hispanoamericano de gustos smilares) que un historiador actualizado de la novela hispanoamericana anterioalboom dedique dos captulos completos a la novela ecuatoriana (Arango 1988329-347; 349-366). La divisin que hace ste en esos dos captulos es convencional y peligrosa: contrastar las diferencias entre novela de la costa y novelala sierra. Es ms, al pormenorizar Arango los componentes de cada grupo loproblemas son patentes para los lectores que correctamente creen en la supera

    cin del mecanicismo de esa divisin. Para comenzar, varias ciudades o pueblmenos conocidos de la costa y la sierra ecuatorianas han producido novelistavaliosos, como los de cualquier otro pas, de Arequipa en el Per o de Aracatca en Colombia. Se puede entender la necesidad crtica de referirse a novelitas representativos para dar o acomodar una visin de conjunto, pero hay queevocar los antecedentes, y tener en cuenta los errores a que conduce tal elecin. No son stos necesariamente errores de estimacin, sino ms bien de contexto. Este se convierte en una necesidad primordial para entender la obra d

    un autor que lleg a la cumbre de la literatura de su pas antes de los treintaaos. As entonces, Arango postula que el grupo de novelistas de La Sierra

    ecuatoriana tiene tres focos: las ciudades de Quito, Cuenca y Loja. En relaci

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    con lo que discuto a continuacin, Palacio naci en la culta Loja; y ms o m

    nos con ese hecho se acaba cualquier relacin determinante con su ciudad ntal, por lo menos desde el punto de vista de la amplitud del mensaje de unobra literaria sin provincialismos. Como deca Ugarte, terico del autoctonmo literario y social alrededor de la poca en que Palacio y su obra disfruban del apogeo de su recepcin, y antes de que se pusiera de modaresemanti- zar la obvia relacin entre nacin y narracin: Es tan rpida la evolucin dnuestros pases y la capacidad de traduccin artstica tan lenta, que muchas mdalidades se diluyen antes de que las recoja una pluma. As va quedando u

    mundo muerto a medio siglo de distancia (Ugarte 1978: 289). Es esto lo qule pasa alanti-autor Palacio cuando los crticos lo catalogan: su mundo queda muerto y desamparado en la periferia nacional a ms de medio siglo de distacia. Refirindose al grupo de la Sierra, Arango asevera con razn que Este gpo a diferencia del Grupo de Guayaquil no tiene una uniformidad temtica(349), lo cual no es necesariamente una evaluacin negativa. El mismo valole puede atribuir a la afirmacin de que el grupo serrano trata con mayor nfsis la problemtica del hombre agrario andino, y podemos extender este cri

    rio,mutatis mutandi al Per y Bolivia. No obstante, cuando Arango entra enmayores detalles se comienza a notar la necesidad de una especificidad de ma y contenido, ya que, como a otros historiadores literarios, a Arango se le ce necesario decir por qu Palacio es una de las figuras prestigiosas de la cin ecuatoriana (Ibid .).

    Tal correccin es primordial si se discute posteriormente obras ecuatorinas de menor difusin o de canonizacin hoy cuestionable. Siguiendo con ete ejemplo reciente de lo que se hace con Palacio, es claro que su obra tergiv

    sa con creces la siguiente descripcincontenidista de la obra de sus coetneos:Caracterstica del grupo lojano es el gran amor por el paisaje. Tambin se dtaca por un tono melanclico, quiz como resultado del aislamiento de esa cidad. El mensaje social se percibe en forma discreta y un realismo amargo sesina a travs de la obra (Arango, 349). Como sabemos, Palacio se burla apliamente de la esttica del paisaje que aparece con mayor claridad enCuman- d , y por extensin a la dependencia en ella por la mentalidad generalmente dcimonnica de los narradores que no eran de su familia (Rama 1980). Por

    general tratamos dedesmitificar al autor reconocido, mientras que tratamos demitificar al autor menos conocido. En esa versin del vaivn de visin y cegra crtica, de renovada dialctica, lo que est en juego es el sentido de un aucomo sntoma e instrumento del progreso de la cultura literaria de una ciuda

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    un pas, un continente, de una tradicin cultural de ambiciones universales. Lo

    que se trata de rehabilitar por ambos conductos del mito en torno al autor essu valor como intrprete de la transmisin de varios bienes culturales, defindos ya a la marcha ya dentro de una tradicin. As, la nocin de la muerte deautor muestra sus debilidades y los lmites de la interpretacin.

    En su conocida polmica con Picard respecto al papel de la entonces nueva crtica, Barthes deca originalmente en 1966: la obra, el autor son slo epunto de partida de un anlisis cuyo horizonte es un lenguaje: no puede habeen l una ciencia de Dante, de Shakespeare, de Racine, sino solamente una

    ciencia del discurso (1972: 63). Si Palacio y su obra en verdad pueden ser mramente discurso, lo cual dudo, tambin lo puede ser cualquiera de las contrucciones tericas que las escuelas crticas actuales arguyen que una obra pude ser. Por esto, no debe sorprender que hasta el fin de siglo pasado se haya trtado de someter la obra de Palacio a interpretaciones que se puede ver comvertientes del postestructuralismo u ocasionadas por l: estudios del sujeto, post- modernismo , textualidad y deconstruccin , nuevo historicismo, anlisis cultural,teora postcolonial , etc. La interpretacin se agrava cuando el autor se convierte

    en ttere de un teatro pseudo ocuasimarxista , moldeado al gusto preconcebidoque, en el caso de Palacio, equipara ingenuamente autor y biografa poltica, como veremos. Por esto mismo, sorprende que no tengamos una indagacin feminista en su obra. S tiene razn Barthes, a la vez adelantndose a los postes- tructuralismos y dndoles su base, en decir: Tendremos pues que despedirnosde la idea de que la ciencia de la literatura pueda ensearnos el sentido que haque atribuir infaliblemente a una obra: no dar, ni siquiera encontrar de nue-vo ningn sentido, pero descubrir segn qu lgica los sentidos son engendra

    dos de una manera que pueda ser aceptada por la lgica simblica de los hombres [...] (Barthes 1972: 65, los subrayados son suyos). Ahora, lo que hace unobra como la de Palacio es mostrar a los lectores lo que Barthes y sus parangnes logran intelectualizar posteriormente, cuando la obra ya ha sido escrita y leda por un pblico ms general. En la cultura actual es difcil saber qu es prodia o robo, o qu es una adaptacin amistosa. Esta situacin, como muestroms adelante, es patente an hoy en las conclusiones de la crtica de la obra dPalacio.

    Toda crtica basa su argumentacin respecto a Palacio en una premisa inicial que uno reconoce intuitivamente como de sentido comn: siempre hay algo que los textos no pueden decir, cdigos o estrategias inalcanzables, o lectras totalmente inaceptables. Estos son ms amplios de lo que se puede cree

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    Consecuentemente la crtica pretende determinar cules lecturas son errne

    a travs de la reduccin al absurdo de las hiptesis contrarias. Ahora, si creemen sta u otra lectura de Palacio, lo que cabe preguntarse es cul es el parmtro que nos permite atribuir mayor validez a sta u otra interpretacin. Pocopoco, las escuelas interpretativas actuales s coinciden en otra actualizacin. mismo modo que un texto puede requerir un determinado tipo de lector o favorece mltiples interpretaciones, por lo general impone ciertas restriccionesus exgetas. As, un texto de Palacio nunca se trata de la situacin en la Eupa del este de 1999, y de la misma manera no se trata del Ecuador de los a

    veinte y treinta. En el pas las comunidades (no siempre indgenas) y sus froteras cambian con la intervencin gubernamental, con la emigracin y migrcin, con las intervenciones del capitalismo o su rechazo, como con los cabios en patrones de consumo cultural. Todo esto afecta a la comunidad imagnada, a la nacin, y lo que est fuera de ella no es siempre bienvenido. Es pesto que Palacio en cierto sentido no ha nacido todava.

    Se crean as otras fronteras o lmites, ms apegados al hogar y a la idenficacin tnica, durante todos los rituales de la vida cotidiana. Como vemos

    la crtica convencional en torno al autor lojano y su obra, la tribu manda, el trruo llama. Ese es el tipo de progresin y esquematismorepresentacional quePalacio quiso y quiere (est de ms decir que vive en su obra?) evitar. No otante, hablar de alegoras, ironas y metforas como de la bifurcacin entreintencin del autor y la intencin del texto, siempre implica reconocer la extencia de un sentido literal de los mensajes emitidos por los textos. Palacio era un realista mgico, ni un surrealista. Decir que captur lo onrico e insto no es decir que era frvolo, sino lo opuesto. Decir que era postmoderno

    avant la lettre es igualmente intil, y no slo porque la literatura, y especialmente la novela de las sociedades postcoloniales , no tienden a manifestarse como ale-goras de procesos de construccin nacional, como quisiera un crtico comFrederic Jameson, que todava cree que el realismo mgico sigue definiendohispanoamericano, sin haberse enterado que un crtico como el colombianRafael Gutirrez Girardot dio un renovado grito de independencia al manifetar basta ya de exotismos!. Aparentemente, para Palacio la bsqueda del gen de la hispanidad, como la de la esencia de lo latinoamericano ya haban

    do asumidas por el escritor hispanoamericano, y slo se poda parodiarlas dde una especie deuniversalismodado por sentado, al que todo autor del mo-mento ya tena acceso. sa tambin era la actitud de Salvador, por lo menhasta mediados de los aos treinta.

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    Cronolgicamente, Palacio se encuentra junto a escritores ecuatorianos

    que nacen con l en varios sentidos y que marcan hitos en la produccin literaria nacional: Carrera Andrade (1903), de la Cuadra (1903), Icaza (1906) Pareja Dezcanseco (1908), su Nmesis, Gallegos Lara (1909), ms los autores dLos que se van (1930); y alguno de ellos not que Palacio era diferente. Perotal vez lo que no notaron es que Palacio era honesto en sus apreciaciones, como cuando le dice a Benjamn Carrin en una carta del 2 de mayo de 1931Me llegLos que se van . He ledo ya los cuentos de Gallegos. Qu interesan-tes, qu bien hechos estn, caramba! (1995: 146). Lo anterior lo dice mucho

    antes de la reaccin polticamente correcta y muy conocida y citada de Gallegos Lara aVida del ahorcado . Precisamente, enGalera de msticos y de insurgen- tes , en que Carrera Andrade pretende resumir la vida intelectual ecuatorianadurante cuatro siglos (1555-1955), coloca a su compaero de la universidadPalacio, bajo la rbrica de novela social, y dice:

    Pablo Palacio pas del cuento a la novela conDbora que no es otra cosa que un cuento grande y public la extraaVida del ahorcado . La agudeza

    original de este escritor sarcstico y pattico da su fruto ms sabroso. En to-da la literatura ecuatoriana no tiene parangn esta novela fragmentada enmil facetas, por donde atraviesa el pvido relmpago mental que llev a suautor a los antros de la locura (Carrera Andrade 1959: 166).

    Si Carrera Andrade no dice ms es porque Palacio le rompa los esquemas gran poeta: Palacio era un loco talentoso, pero no tiene parangn, porque entonces no se apreciaba lo que haca ms all de la superficie. No le era claro

    poeta, tan de avance como l, que Palacio y su obra trascendieran esa fecunddad literaria de los novelistas sociales, aquella que giraba en gran parte alredor de lo que Carpentier caracteriz en suTientos y diferencias (1967) como elmtodo naturalista-nativista-tipicista-vernacular. Esto a pesar de que enDbo- ra leemos Lo que quiero es dar trascendentalismo a la novela (90). Por otrlado, aun despus de su muerte, la crtica y sus bigrafos rehusan notar qureferirse a Palacio como loco es argir algo que slo se puede pensar como lacin, porque es una manera de distincin que implica un opuesto. El ademn

    frecuente, en la literatura y fuera de ella, que asocia algunas conductas con llocura intenta ligar lo normal a la falta de angustia, o signarlo a las relacionplenas con otros seres humanos.

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    Pero quin dijo que tiene que ser as? En Palacio los contrapuntos cl

    cos (bueno-malo, etc.) nunca ordenan las subjetividades, sino las luchas pidentidades sustentadas en lo extraordinario. Del mismo modo, no se pueddejar a un lado el hecho de que, si Palacio se margin de la esttica de su neracin, por cierto particip de la tendencia poltica de sus contemporneoComo dice Valdano este perodo supera la visin liberal de los problemas htricos para adoptar la explicacin marxista. Junto a Marx llega tambin FreuLos nuevos ideales e influencias socialistas dejan su huella en la primera lelacin social que aparece entre nosotros: Ley de Seguridad Social y el Cd

    de Trabajo... (100). Ese contexto poltico no desmerece otro hecho, porquCarrera Andrade no se da cuenta de que el Palacio que enjuicia est ms cerde otro autor ecuatoriano, sobre quien dice en el mismo captulo sobre la novela social:

    Nutrido de lecturas y doctrinas nuevas, Humberto Salvador se puso a ca-minar por los senderos de Pirandello, de Jarns y de Proust y reuni pacien-temente las pginas ingeniosas de su libroEn la ciudad he perdido una no-

    vela . Pero, insatisfecho y desilusionado por los fantasmas de la sutileza, sesum al afanar colectivo con su novelaCamarada , en que aborda los pro-blemas sociales y se pone al lado de las clases laboriosas, cuya vida intenta narrar con colores dramticos (166).

    Era la obra de Palacio menos comprometida que la de Salvador, menos vguardista? Puede un autor cansarse de la sutileza y abandonar una novela? el cambio en Salvador una decisin unilateral o agenciada por la poltica l

    raria que mencion anteriormente? Traigo estas preguntas y cuestiones a cocin ya que inevitablemente se confronta la relacin entre autor, personajeideologa, cuya importancia es obvia enDbora . Naturalmente, desde Marx sa-bemos que la relacin autor-ideologa queda en la base y por eso la biogradel autor no esclarece su orientacin literaria. La biografa no siempre cede uexplicacin, y la crtica que extrae de ella es invasora porque no distingue enla verdad y lo que no lo es. Como ejemplo, pensemos en los cuatro aos antriores a 1947 y el traslado de Palacio de Quito a Guayaquil, donde muere, o

    cundo verdaderamente comienza su enfermedad mental. Sin embargo, a pesde que se ha discutido constantemente la marginalidad de sus personajes, ncabe duda que enDboray otras obras esa marginalidad agobia a la clase me-dia, cortando y cortando la lnea que separa al autor de su personaje, y lleva

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    do muchas veces a la crtica a explicaciones autobiogrficas.12 Como dice Fou-

    cault (1969), sera igual de falso buscar al autor en su relacin con el escritoreal como en su relacin con el narrador ficticio. Lo que Foucault prefiere llamar la funcin-autor surge de esa divisin y de la distancia entre las dos relciones. En algunos casos el trmino autor denota una estructura, un tipo deobra, un estilo, un tipo de lenguaje, una actitud o una coleccin de escriturasmiscelneas. Es decir, se trata al autor como una funcin del discurso y hay quconsiderar las caractersticas del discurso que apoyan este uso, y determinar diferencia de otros discursos. As, los personajes de Palacio pueden reflejar

    problema inagotable de la clase media a la que perteneca el autor. Adoum hdefinido bien la situacin al decir que la clase media ecuatoriana:

    ... sufre de una inautenticidad o de una indecisinentre la fidelidad a un ideal o a una ideologa y la tendencia de ganarse la vida, entre la tendencia (yocreo que innata en esta clase) hacia la justicia y la necesidad aparente o cobarde de apartarse de ella

    ... Pablo Palacio logr ver con gran claridad estaindecisin de la clase media, este vivir crucificadoentre una tendencia idealista y una realidad srdida...(Adoum 1969: 163-164).

    En trminos de la produccin literaria hispanoamericana de la poca los desacuerdos crticos respecto al encasillamiento de autores como Palacio muestrun binarismo ideolgico cuyo componente bsico es la actitud ante el discurs

    azaroso del texto, que no permite una nocin nica aplicable a diferentes pr juicios filosficos o sociales, como vimos respecto a Salvador. El crtico, cola obra (deca W. Benjamin) produce una ideologa que puede o no obstruiruna verdadera percepcin histrica inevitablementerevertible al texto, contra-producente en Amrica Latina, segn ms de un crtico, de Benedetti en ade

    280 Wilfrido H. Corral

    12 Se ha visto con creces que la biografa de Palacio es esquiva y anecdtica. Lo ms cercano que tenema la recuperacin de la voz emprica de Palacio surge de una entrevista estrictamente poltica, publicadoriginalmente en 1934, y ahora recogida en la edicin de Fernndez (1998: 383-389). Vase adems s

    libro (1991), y la cronologa de su edicin de las obras de Palacio (67-79), que recoge testimonios tempranos y amplios, como los de Benjamn Carrin (1930), Carlos Manuel Espinosa (1947/1987, aunqueel mismo texto con otro ttulo) y entre otros, Arturo Armijos Ayala, Dos falsas afirmaciones sobre la vda del escritor Pablo Palacio I y II,El Universo , agosto 2 de 1992, 16; y agosto 9 de 1992, 18, respec-tivamente.

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    lante, para no mencionar Said, Eagleton y otros de la tradicin anglosajona.

    por esto interesante notar que cuando Palacio conscientemente parodia el gnero romntico enDbora se sita al lector ante un rechazo doble: de los crti-cos y de su obra como objeto crtico a posteriori.

    Menos dependiente es notar que en la poca en que Palacio produca sutextos operaba la posibilidad de practicar una pltora de ismos sin que ello plicara indiferencia ante las luchas sociales. Paralelamente, y a pesar de vaestudios que llegan hasta el 2000, sigue siendo undesidertumcrtico el plan-teamiento actualizado de lo que se conoce como vanguardia, sobre todo po

    que hubo una considerable cantidad de autores en la generacin de Palacio yas obras contienen los elementos precursores que la crtica consagra como racterstico de la produccin literaria de los aos sesenta (vase Corral, 19961997]). La realidad literaria de los aos veinte a cuarenta en que enmarco a Placio propone elementos de renovacin que, con la concientizacin histricsocial, terminan por imponerse. Hoy, terminado el siglo de Palacio, estamms cerca de una revalorizacin ms exacta, y hay decenas de sus coetneosesperan el mismo tipo de recuperacin. En suma, se requiere una visin nue

    de lo que es una vanguardia. En 1926 y 1928 Maritegui lo expresaba as:El sentido revolucionario de las escuelas o tendencias contemporneas noest en la creacin de una tcnica nueva. No est tampoco en la destruccinde la tcnica vieja. Est en el repudio, en el desahucio, en la befa del abso-luto burgus [...]

    Nueva generacin, nuevo espritu, nueva sensibilidad, todos estos tr-

    minos han envejecido. Lo mismo hay que decir de estos otros rtulos: van-guardia, izquierda, renovacin. Fueron nuevos y buenos en su hora [...]Hoy resultan ya demasiado genricos y anfibolgicos.13

    281Humberto Salvador y Pablo Palacio

    13 Las citas provienen respectivamente de Arte, revolucin y decadencia,El artista y la poca, Obras com- pletas , VI (Lima: Amauta, 1964), 19; y Aniversario y balance,Ideologa y poltica, Obras completas , XII(Lima: Amauta, 1969), 247. Recurdese que Maritegui puso en prctica el revisionismo por el que aga enLa novela y la vida. Siegfried y el profesor Canella . Vase la lcida exgesis de Ana Mara Barrene-chea, El intento novelstico de Jos Carlos Maritegui, ahora recogida en suTextos hispanoamericanos

    (Caracas: Monte Avila Editores, 1978), 263-287, como algunos de los textos incluidos enMaritegui y la literatura , ed. Ricardo Luna Vegas (Lima: Biblioteca Amauta, 1980). Aparte de volmenes individules de sus obras completas,Crtica literaria. Jos Carlos Maritegui , edicin de Antonio Melis (Buenos Aires: Editorial Jorge Alvarez, 1969) provee la mejor muestra de la clarividencia del peruano sobre etemas.

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    As, las generalizacionesterico-literarias enDbora muestran a la funcin-autor

    como extremadamente consciente de los mecanismos mediante los cuales utexto se traspone en producto literario, abierto a un gnero y generacin literarios, a crticos y a una contundente conciencia emotiva y creativa. Esta conciencia, gentica por excelencia, visualiza la progresin en que se presentanfragmentos. Lanovellacuestiona desde el comienzo sus discursos como esque-mticos, elusivos y la historia como discontinuidad y fragmentacin: Perolibro debe ser ordenado como un texto de sociologa y crecer y evolucionar(70). En seguida interviene la conciencia de que todo fragmento engendrado

    conducir a diferentes restricciones de la historia. Al intentar dar una descricin fsica del Teniente A. (cf. el estudio de A. Carrin enCinco estudios ..., 16-17) el narrador-protagonista la descarta, ya que Como todos colman el recuerdo con alguna dulzura, es preciso entrar en las suposiciones, buscando el artficio y dar al Teniente lo que no tuvo, la prima de las novelas y tambin de lvida (73). Las digresiones literarias, fijadas por los discursos, son irrecupebles:

    Para evitar estas dolorosas claridades se festone la obra en la forma antedi-cha... Lo dems nada importa. Claro que tampoco el hecho: slo que que-da en el espritu de