Upload
others
View
3
Download
0
Embed Size (px)
Citation preview
CORTE SUPREMA DE JUSTICIA
SALA DE CASACION CIVIL
Magistrado Ponente
PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA
Bogotá, D. C., cinco (5) de octubre de dos mil cuatro (2004).
Ref. Expediente No. 6975
Decide la Corte el recurso de casación interpuesto por
ambas partes contra la sentencia que el 31 de octubre de 1997 profirió el
Tribunal Superior de Cúcuta, Sala Civil- Familia, en el proceso ordinario de
ANDREA TAMIA DIAZ RANKIN y GENE RANKIN DIAZ, esta última actuando,
también, en representación de su hijo JOSE SEBASTIAN DIAZ RANKIN,
entonces menor de edad, frente a AEROLINEAS NACIONALES DE COLOMBIA
S.A., “AVIANCA”.
ANTECEDENTES
1. Mediante escrito radicado el 6 de octubre de 1992,
reclamaron los libelistas que se declarara civilmente responsable a su
contraparte y se le condenara a pagar los perjuicios a ellos causados con
ocasión de la muerte del señor PEDRO LEON DÍAZ SÁNCHEZ, ocurrida el día 17
de marzo de 1988, a bordo de la aeronave B727-100, HK1716, en el accidente
aéreo que tuvo lugar cuando se cumplía el vuelo 410 en la ruta Bucaramanga-
Cúcuta- Cartagena-Barranquilla. Pidieron, igualmente, que la condena en
perjuicios materiales incluyera el lucro cesante, debidamente indexado, así
como los intereses a que hubiera lugar, y que los morales se fijaran en el
equivalente a 1.000 gramos oro para cada uno de los demandantes, calculados
a la cotización vigente para la fecha de ejecutoria de la sentencia.
Como soporte fáctico de las anteriores pretensiones, se
adujo, en síntesis, lo que sigue:
En el referido accidente aéreo, que según la Aeronáutica
Civil, fue causado por fallas atribuibles a la tripulación, se estrelló la
mencionada aeronave, que pertenecía a AVIANCA, que la explotaba
comercialmente. En esa oportunidad fallecieron todos los pasajeros, entre ellos
el señor Díaz Sánchez (nacido el 23 de agosto de 1934), casado con Gene
Rankin Díaz (nacida el 20 de julio de 1946), de cuya unión nacieron José
Sebastián y Andrea Tamia Díaz Rankin (el 21 de abril de 1975 y el 2 de
diciembre de 1972, respectivamente).
Lo cierto es que aquél sufragaba los gastos de
sostenimiento de la familia Díaz Rankin, radicada en Cúcuta desde el año de
1985, pues era economista egresado de la Universidad de los Andes, autor de
varias publicaciones, con vasta experiencia laboral y académica, amén que
desempeñó su último cargo público del 1º de marzo de 1986 al 15 de enero de
1987, como Director Administrativo y Financiero de las Empresas Públicas
Municipales de Cúcuta, devengando $108.556.oo mensuales, más cesantías y
demás prestaciones legales, así como la suma de 1.600 dólares americanos
que mensualmente recibía de la nombrada empresa, según convenio suscrito
entre ésta y el Banco Mundial. Culminada la misma, el señor Díaz Sánchez se
dedicó a realizar trabajos de consultoría de diversa índole, especialmente en lo
relativo al sector de agua potable, saneamiento básico y ambiental, según
repetidamente lo demandaban múltiples entidades públicas, ello atendiendo
sus sobresalientes calidades profesionales, a la vez que al momento de finar,
se desempeñaba como consultor particular de varias empresas, entre otras,
“Hidroambiente” y “Correurbanor”.
Con HIDROAMBIENTE, el occiso realizaba labores de
asesoría económica para el “Estudio Socioeconómico Termo-Tibú”, gestión que
adelantó por mes y medio, recibiendo honorarios a razón de $260.000.oo
mensuales, e igualmente participaba con esta sociedad en un concurso de
méritos para obtener el contrato de “Declaratoria de Efecto Ambiental para la
Línea de Transmisión de 230 KV Bucaramanga-Ocaña”, en el cual “se estimaba
como honorarios para Pedro León”, la suma mensual de $367.500.oo.
Además, en un contrato que “Correurbanur” estaba
perfeccionando con el Departamento de Norte de Santander, el señor Díaz
Sánchez participó como “codirector” y por honorarios, durante los tres meses
de ejecución del mismo, habría recibido a razón de $457.000.oo, por mes.
Por las prenotadas razones, podía estimarse que los
ingresos mensuales del señor Díaz Sánchez, para el tiempo de su fallecimiento,
alcanzaban la suma de $750.000.oo.
Con ocasión del trágico acontecimiento, los demandantes se
vieron sometidos a graves padecimientos de índole emocional y económico,
teniendo que acudir a la solidaridad de sus parientes para atender sus gastos
normales, incluyendo los de tipo escolar; la señora Rankin Díaz hubo de
desempeñar labores menores y como los dineros así obtenidos eran
insuficientes para sostener a su familia, se trasladó con ella a los Estados
Unidos, donde sigue recibiendo la ayuda de parientes que allí residen.
2. Al contestar la demanda Avianca, manifestó que no le
constaba la mayor parte de los hechos en los que se fincaron las pretensiones
y propuso las excepciones de “carencia de causa” y “hecho de un tercero”,
alegando que la demandada cumplió la totalidad de los reglamentos
aeronáuticos; que dispensaba adecuadamente el mantenimiento de la nave y
que, según la Aeronáutica Civil, un tercero no identificado interfirió en la
operación normal del vuelo colapsado, distrayendo a la tripulación en el
eficiente desempeño de sus funciones.
3. El Juzgado Primero Civil del Circuito de Cúcuta dictó
sentencia, el 29 de octubre de 1996, en la que dispuso lo siguiente: primero,
rechazar las excepciones de merito; segundo, declarar a la demandada
responsable de los perjuicios causados a los demandantes por razón del citado
accidente; tercero, condenarla a pagar, a título de indemnización por concepto
de perjuicios morales, la cantidad de $4’000.000.oo para cada demandante, y
por perjuicios materiales “debidos y futuros”, a favor de Gene Rankin Díaz,
$142’180.665.50; para Andrea Tamia Díaz Rankin, $28’055.716.61, y a favor
de José Sebastián Díaz Rankin, $53’733.830.29. Dispuso, además, que los
“anteriores rubros devengarán un interés comercial desde la ejecutoria de la
presente providencia” (fl. 332).
4. La demandada apeló la referida decisión, recurso al
que adhirió su contraparte, pero sólo en lo desfavorable, esto es, en cuanto el
juzgador a quo se abstuvo de tasar los perjuicios morales en gramos oro a
pesar de tratarse de un caso expresamente regulado en el Código de Comercio
(art. 1880 y 1881); en cuanto dejó de actualizar el lucro cesante mensual
reconocido en la sentencia, no obstante tratarse de ingresos de la víctima
correspondientes al año de 1988, y porque dedujo que de los ingresos que
podría obtener el señor Díaz Sánchez destinaba el 25% para sufragar sus
gastos personales, sin tener en cuenta que él se encontraba a cargo de dos
hijos adolescentes y una esposa que no trabajaba.
5. El juzgador ad quem profirió sentencia el 31 de
octubre de 1997, confirmando parcialmente la de primera instancia. Amplió a
$13’008.920.oo, a favor de cada demandante, el monto de los perjuicios
morales a ellos reconocidos, pero revocó la condena impuesta en punto
tocante con los perjuicios materiales.
LA SENTENCIA DEL TRIBUNAL
Sostuvo el citado sentenciador, en cuanto pueda ofrecer
incidencia en la presente decisión y luego de situar el litigio en el campo de la
responsabilidad civil extracontractual derivada del ejercicio de una actividad
peligrosa, que los demandantes acreditaron el parentesco y el vínculo
matrimonial que ellos esgrimieron con relación al señor Díaz Sánchez, así como
el fallecimiento de este último cuando se movilizaba como pasajero en la
aeronave HK 1716 operada por Avianca, la que se accidentó, habiendo
perecido todos sus ocupantes, en la forma registrada en la demanda.
Así, luego de corroborar que fueron demostrados los
elementos estructurales de la responsabilidad por culpa aquiliana, entró el
Tribunal a pronunciarse respecto de los perjuicios materiales y morales
alegados por la parte actora.
En lo atinente a los primeros, se preguntó qué dejaron de
percibir los demandantes desde el deceso del causante y qué hubieran
podido recibir durante la vida probable del mismo (fl. 40), al cabo de lo
cual advirtió que la respuesta a esos interrogantes se deducía de los
artículos 411, 413 y 422 del Código Civil, por lo que relacionó esos
perjuicios materiales con los alimentos congruos que el occiso estaba
obligado a suministrar a su cónyuge, hasta el fallecimiento de ésta, y a
sus hijos, hasta que cumplieran los 24 años, edad calculada para la
terminación de sus estudios superiores. Con todo, advirtió que esa
“deducción sería incompleta si no estuviera demostrado que
efectivamente contaban (los demandantes) con el auxilio en cuestión al
tiempo en que se produjo el accidente mortal” (fl. 41).
Apoyado en abundante prueba testimonial, la ofrecida por
los señores Gustavo Alfonso Paredes Rojas, María del Rocío Canal Jordán, Rosa
María Somavilla de Mogollón, Julio Mario Silva Contreras, Alejandro Canal
Lindarte, Eduardo Asaff Elcure, María Mercedes Castro de Gutiérrez, Eduardo
Iván Ramírez Jaimes, Carlos Arturo Gómez Rivera, Pedro Eduardo Díaz Castro,
Julia Sofía Castro de Díaz y Jaime Enrique Barajas León, el Tribunal dio por
cierto que las necesidades económicas de la familia eran solventadas,
exclusivamente, con el producto del trabajo del difunto (fl. 42), y que con la
desaparición de éste, los demandantes sufrieron el perjuicio de no tener a su
disposición los alimentos congruos que él les suministraba, pero lo que se
echaba de menos, era la demostración de su cuantía (fls. 46 y 47).
Añadió que como se probó que Díaz Sánchez atendía
cumplidamente sus obligaciones alimentarias, la parte actora “fácilmente
hubiera podido recurrirse a acreditar con la prueba testimonial, por ejemplo, lo
que una familia como la de autos gasta en su sostenimiento por los conceptos
de alimentación, vestuario, habitación, educación, etc”., para que, “con la
ayuda de la prueba pericial se hubiera determinado la cuantía de todos estos
rubros que vendrían también a ser el monto de los perjuicios materiales
reclamados” (fl. 47).
Después de citar varios apartes de muchos de los
testimonios antes relacionados, precisó el juzgador que esas declaraciones, en
conjunto, no acreditan la contribución económica que el causante aportaba al
sostenimiento de su familia, si bien algunos de estos testigos sí mencionaron el
monto de lo que podía ganar el difunto, “pero más presumiéndolo que
constatándolo” (fl. 49).
Estimó, además, que no era atendible el segundo dictamen
pericial, en cuanto concluyó que el occiso devengaba, en promedio,
$259.800.oo mensuales, pues no medió ningún “contrato laboral que
permitiera colegir una posible estabilidad, tanto en el trabajo como en el
sueldo ... y menos como para tomar pie en él y hacer una deducción
extendiéndola a todos los años de vida probable que le quedaban al
contratista” (fl. 50).
Observó, también, que HIDROAMBIENTE dictó una
resolución 11 días después de la muerte del causante, adjudicando un contrato
de concurso de méritos, cuya ejecución se realizó entre septiembre 12 de 1988
y febrero 23 de 1990 y que “según la certificación respectiva, se estipuló un
valor de $735.900.oo, por dos meses, de lo cual los expertos deducen que le
hubiera correspondido al señor Díaz Sánchez la suma de $367.950.oo”,
cantidad que adicionada a la que obtenía como asesor económico de
Hidroambiente ($259.800.oo, mes), arrojaba un promedio mensual de
$627.750.oo.
Con esas dos únicas bases, acotó, los expertos hicieron sus
cálculos teniendo en cuenta la vida probable del occiso y la de los
demandantes, fijando, como indemnización consolidada, a la viuda
$47’135.067.oo, y tanto a José Sebastián, como a Andrea Tamia Díaz Sánchez,
la suma de $23’567.533.oo, y por concepto de indemnización futura, a la
primera, la cantidad de $86’347.340.oo, a José Sebastián, $20’269331.oo, y a
su hermana $11’726.402.oo.
En palabras del Tribunal, “lo devengado por el señor Díaz
Sánchez unos meses antes de su muerte en el corto tiempo de 45 días y lo que
pudo devengar en un contrato que se consolidó después de su muerte para
laborar en escasos dos meses, nunca pueden constituir bases sólidas y firmes
para hacer los cálculos que los peritos han hecho” (fl. 51).
Concluyó que la comentada experticia carecía de la firmeza
y precisión que debía tener, acorde con el artículo 241 del C. de P. C.; que las
respectivas deducciones no corresponden a la realidad; que “dichos datos no
pueden ser meras especulaciones; que si bien el Tribunal no desconocía que,
como dieran cuenta varios testigos, el causante era un técnico de las más altas
calidades, que había hecho trabajos de asesorías a organismos internacionales
de fama mundial, tampoco podía ignorarse que así como en nuestro medio
“son muchos los cerebros que se fugan en busca de mercados internacionales”,
también “en más de una ocasión, profesionales con títulos académicos deben
dedicarse a oficios menores, distintos de su profesión” (fl. 53).
Aseveró el juzgador que en la primera experticia no se
precisó de dónde se coligió que el señor Díaz Sánchez ganaba $600.000.oo
mensuales y que, al igual que el segundo dictamen, carecía de fundamentos
sólidos, por lo que resultaba inoficioso pronunciarse sobre la objeción que por
error grave planteó la parte demandada contra ese dictamen inicial.
De otra parte, encontró que no había que abundar mucho
para decretar la indemnización por perjuicios morales, ya que se trataba de
una familia bien constituida, que gozaba del entendimiento de sus miembros y
de la contribución económica del causante para llevar una vida armónica en la
cual el respeto y la autoridad de este último eran evidentes. Así, con apoyo
jurisprudencial y “guardando ecuación directa con lo pedido en la demanda”,
amplió la condena, por el anunciado concepto, en la forma ya anotada.
LAS DEMANDAS DE CASACION
La Corte primero despachará la demanda de casación
impetrada por la demandada, toda vez que en su única acusación denunció
errores de procedimiento, y luego se ocupará del segundo de los cuatro cargos
que formularon los demandantes, encaminado por la primera de las causales
que prevé el artículo 368 del C. de P. C., por estar llamado a prosperar.
DEMANDA IMPETRADA POR AVIANCA
Con soporte en la causal segunda de casación, la
demandada calificó de incongruente el fallo de segunda instancia y para
demostrar su acusación, además de invocar el artículo 305 del C. de P. C.,
recordó que en la demanda se reclamó la indemnización por daños morales, en
el “equivalente a 1.000 gramos de oro fino”, para cada demandante y que por
ese concepto el Tribunal reconoció $13’008.920.oo a favor de los distintos
integrantes del extremo activo del litigio.
Añadió que del simple cotejo de lo pedido por los
promotores de este proceso con lo decidido por el juzgador ad quem, se
deducía que éste incurrió en un fallo ultrapetita, en la medida en que a la fecha
en que ella fue proferida (31 de octubre de 1997), mil gramos oro tenían un
valor, según certificación expedida por el Banco de la República (aportada con
la demanda de casación), de $12’785.850.oo, cifra inferior a la dispuesta en el
fallo impugnado.
Precisó que la diferencia así obtenida, “no solo eleva la
condena”, sino que adicionalmente ésta “quedaría establecida en una suma
muy superior a la que usualmente ha señalado la Jurisprudencia como
perjuicios morales en este tipo de casos”; que el arbitrio judicial para tasar los
perjuicios morales estaba sujeto a lo pedido por el demandante y que, al no
obrar en conformidad, el juzgador ad quem propició “un enriquecimiento
injustificado del demandante y una transgresión de los más elementales
principios de Justicia” (f. 83).
SE CONSIDERA
1.- De tiempo atrás se tiene aceptado que la consonancia
de la sentencia fluye cuando lo decidido por ella es reflejo cabal del litigio
sometido a composición judicial, lo cual traduce, por tanto, que para ser
consonante el fallo debe pronunciarse en torno de las peticiones de la demanda,
de la reconvención si la hubo, de las excepciones propuestas y también respecto
de aquellas que la ley autoriza a estimar de oficio. La decisión tiene entonces que
abstenerse de comprender pretensiones o excepciones no esgrimidas por las
partes y mantenerse dentro del límite de lo pedido por ellas, a fin de evitar el
vicio que deriva de un exceso en el ejercicio del poder que le asiste al fallador o
del defectuoso despliegue del mismo.
Es claro, por tanto, que son los hitos fijados por las partes los
que marcan el lindero de la controversia y confinan a su ámbito la actuación del
juzgador. A éste le resulta vedado abandonar el límite trazado por ellas y abordar
cuanto no esté comprendido en ese restricto escenario, porque se lo impide la
frontera establecida por los interesados para que allí se desenvuelva la relación
jurídico procesal. Esa prohibición está consagrada en el artículo 305 del Código
de Procedimiento Civil, texto legal que establece para la sentencia el deber ser
congruente con los hechos y las pretensiones aducidas en la demanda y en las
demás oportunidades que el Código contempla, y con las excepciones que
aparezcan probadas y hubieren sido alegadas si así lo exige la ley.
Así, la inconsonancia del fallo se estructura cuando este
otorga más de lo pedido o si decide pretensiones o excepciones no propuestas ni
debatidas, casos en los cuales resultará evidente que el poder de la jurisdicción
se ejerció con exceso; adicionalmente, ese ejercicio será igualmente defectuoso,
por insuficiente, si aquél no resuelve todos los extremos del litigio y deja sin
solución, total o parcial, cualquiera de los aspectos sometidos a juicio o que
requerían decisión oficiosa. En todas estas hipótesis se predica un yerro in
procedendo que puede ser remediado por la vía establecida para tal efecto en el
artículo 368, numeral 2, del Código de Procedimiento Civil, el cual determina
como causal de casación la falta de consonancia de la sentencia con los hechos
que informan la demanda, o con sus pretensiones, o con las excepciones que
haya opuesto el demandado o que el juez deba reconocer de oficio.
Y desde luego, por razones tan obvias que sobra enunciarlas,
la falta de congruencia tiene que ser estudiada para el momento de la decisión y
mediante el contraste de lo resuelto con la demanda, si a este extremo se reduce
la acusación. De modo que si se encuentra que los hechos y pretensiones allí
definidos fueron despachados por el juzgador, en sentido que no encaja con
ellos, tiene que verse que incurrió en un clásico error de conducta por desacato a
la manera de obrar que le impone el artículo 305 del Código de Procedimiento
Civil, y con la finalidad de remover el desacierto deberá casarse la sentencia
acusada.
2.- Si la parte demandante le fijó un límite máximo al
monto reclamado a título de perjuicios morales, pues solicitó, para resarcirlos, el
“equivalente en pesos a mil (1.000) gramos de oro fino, para cada uno de los
demandantes” (cuad. 1 f. 68), y si, según lo certifica el Banco de la República,
para el 31 de octubre de 1997, fecha de la sentencia, el valor de un (1) gramo
de oro fino era de $12.785.85, tiene que concluirse que la suma de $13.008.920,
reconocida a cada uno de los demandantes por ese concepto, resulta excesiva
frente a lo pedido, como fluye de la conjugación de tales factores y de la
comparación de las cifras. Es que, de manera sencilla, si mil gramos de oro fino
valían $12.785.850.00 en la fecha del fallo y éste determinó la suma de
$13.008.920.00 como valor equivalente de esa cantidad de oro, tiene que
comprenderse que en este preciso aspecto lo concedido resulta ultra petita.
3. No debe perderse de mira cuál es el colofón de un cargo
que, como el de acá, prospera porque el vicio de incongruencia consistió en
conceder algo más de la suma que por el propio actor habíase fijado. Es
apenas natural que allí no quepa más que cercenar el exceso, y dejar la
condena tal como ha debido pronunciarla el tribunal allá. Cualquier adición está
de sobra, porque entonces será la Corte la que ahora cayera en inconsonancia.
Ni siquiera vale traer la consideración procesal de que el actor vinculó el límite
a “la fecha de la ejecución de la sentencia”, pues ha de entenderse, por los
caracteres propios de la casación, que ello no puede estar referido sino a la
sentencias de instancia. Las sentencias que se acusan de incongruentes son las
de las instancias y es lógico pensar entonces que el cotejo que impone la
inconsonancia ha de tener presente las circunstancias existentes al tiempo de
su proferimiento, y por antonomasia le son ajenas las que deparen los días
venideros. El recurrente propone la casación con arreglo al vicio procesal
cometido allá, y mal haría en abocársele a que la suerte del mismo dependa de
lo que ha de producirse en un futuro próximo o lejano. Lo contrario fuerza a la
conclusión paradojal de que en casos como el presente está el tribunal
habilitado para dictar fallos incongruentes, con la seguridad de que impune
quedará, pues si no se recurre en casación, el vicio se consolida; y, en
impugnándose, el recurso no tendrá éxito porque entre tanto el tiempo
enmienda el error. Lo que en buenas cuentas traduciría que para el
demandante es mucho mejor que el tribunal se equivoque y le conceda de
más, que no habrá cómo corregirse el asunto.
Es la interpretación que dicta la lógica y que de cualquier
modo está por encima de la meramente procesal.
Así que al prosperar el cargo, simplemente se reducirá la
condena al límite calculado para el tiempo de la sentencia del tribunal, pues
fue allí donde hubo la inconsonancia.
4.- El cargo se abre paso.
DEMANDA IMPETRADA POR LA PARTE ACTORA
CARGO SEGUNDO
Con estribo en la causal primera de casación, se acusó la
sentencia de ser violatoria, en forma indirecta, de los artículos 16l3, 16l4,
2341, 2343, 2356 del Código Civil, y 1003, 1006 y 1880 del Código de
Comercio.
1. Tras ofrecer un cotejo entre lo concluido por el
Tribunal en torno a los testimonios rendidos por Alejandro Canal Lindarte,
Eduardo Assaf Elcure, Iván Ramírez Jaimes, María del Rocío Canal, Rosa María
de Mogollón, Julio Mario Silva Contreras, Pedro Eduardo Díaz, María Mercedes
Castro de Gutiérrez, Julia Sofía Castro, Jaime Enrique Barajas León y Carlos
Arturo Gómez Rivera, y el texto de los apartes que de esas declaraciones tuvo
a bien destacar, consideró el casacionista que el sentenciador incurrió en
manifiesto error de hecho al apreciarlos, puesto que de haberlos examinado en
su objetividad, habría concluido que ellos daban cuenta-por la propia y directa
percepción de los testigos-de que el señor Díaz Sánchez era quien cubría la
totalidad de los gastos de su familia, en condiciones óptimas, pues sus
ingresos como profesional altamente calificado así se lo permitían, y que las
expectativas económicas del desaparecido eran muy prometedoras,
consecuentes con su amplio historial laboral, profesional y académico. Agregó
que algunos de estos testigos calcularon los ingresos pecuniarios que el aludido
percibía para la época de su defunción, no con base en meras especulaciones,
sino dado el trato personal y frecuente que sostenían con él.
2. También la parte inconforme atribuyó al Tribunal la
comisión de un error de derecho en la valoración de “los apartes de las
pruebas testimoniales a los cuales se refirió en la sentencia” (fl. 49), por
inaplicación del artículo 187 del C. de P. C., pues el análisis “conjunto” que
hizo de ellas, fue contradictorio, ya que a la par sostuvo que los testimonios no
dieron fe de la contribución económica que el causante aportaba para el
sostenimiento de su familia”, pero que, “demostrado el cumplimiento de la
obligación alimentaria, fácilmente hubiera podido recurrirse a acreditar con la
prueba testimonial, por ejemplo, lo que una familia como la de autos gasta en
su sostenimiento”.
Acotó que para “determinar un ingreso mensual, el dato
fundamental no es cuánto puede gastar una familia en dichas condiciones, sino
cuánto puede ganar quien está encargado de sostenerla” (fl. 50).
3. Acorde con la censura, el Tribunal incurrió en error de
hecho porque no apreció los anexos de la hoja de vida del occiso, de los que se
deduce que éste trabajó en la misión de la Unesco, en Guatemala y en el
Departamento Nacional de Planeación, como Jefe de la División de Inversiones
Privadas de la Unidad de Estudios Industriales y Agrarios; que fue Profesor del
curso sobre Política y Planificación Científica y Tecnológica, celebrado en San
José de Costa Rica, bajo el auspicio de la OEA, entidad que lo contrató para
ejercer el cargo de especialista del Departamento de Asuntos Científicos,
División de Planificación y Estudios en Washington D.C.; que desempeñó por
encargo la gerencia de las Empresas Municipales de Cúcuta y que estuvo
vinculado a la misma empresa, hasta el 15 de enero de 1987, por solicitud del
Banco Mundial, quien le cancelaba un sobresueldo en dólares y exigía a la
entidad contratante, para el aludido, un ‘nivel de salario apropiado’ (fl. 51).
Se deduce de la certificación expedida por las Empresas
Municipales de Cúcuta, agregó, que el aludido, para la fecha de su retiro de
dicha entidad (15 de enero de 1987) un año antes de su muerte, devengaba,
por “sueldo”, $ 65,753.oo, por gastos de representación, $ 42,803.oo, más el
equivalente a US$ 1.600, o sea, $374,848.oo, para un total de $483,404.oo.
Si dichas pruebas hubiesen sido apreciadas, prosiguió, el
Tribunal no habría concluido que, seguramente, el occiso sería uno de aquellos
profesionales con títulos académicos que deben dedicarse a oficios menores
para obtener su subsistencia y hubiera visto que por el contrario, dada su
destacada hoja de vida, en el año de 1987 el mencionado decidió dejar un
empleo muy bien remunerado “para convertirse en consultor con mejores
expectativas financieras” (fl. 52).
Añadió que el Tribunal “apreció indebidamente” los
documentos que “acreditan las labores que realizaba la víctima al momento
de su deceso”, entre ellos el escrito con el que Correurbanor certifica que
“dicha entidad estaba desarrollando un contrato con el Departamento por
$5'484.000,oo, con una duración de tres meses en el cual Pedro León Díaz
Sánchez se desempeñaba como Codirector del proyecto”, y que la susodicha
certificación fue sustentada con “copia simple del citado contrato” y con los
documentos allegados en el curso de la inspección judicial practicada en la
sede de Correurbanor, incluyendo una comunicación del Director Ejecutivo de
la mencionada Corporación al Gobernador del Departamento, informando
sobre la necesidad de reemplazar a su “Economista Asesor”, el señor Díaz
Sánchez, en razón de su deceso.
4. De otro lado, afirmó el recurrente que el juzgador ad
quem incurrió en error de hecho con relación al segundo dictamen pericial
rendido en el proceso, aclarado en los escritos visibles a los folios 258, 268 y
281 del cuaderno principal, puesto que “no valoró en forma completa” su
contenido, esto es, sus conclusiones, sus fundamentaciones y las pruebas en
que ellas se sustentaron (fl. 53).
Al apreciar parcialmente el dictamen, agregó, el juzgador
llegó a la equivocada conclusión de que la suma indicada en el mismo como
ingresos mensuales del desaparecido ($627.750,oo), carecía de sustento.
Observó la censura que de haberse examinado “los fundamentos que lo
sustentan y las demás pruebas obrantes en el expediente”, se habría colegido
que el dictamen “demostraba razonablemente” que la cuantía de los ingresos
mensuales de la víctima era la ya señalada (fl. 53).
Para sustentar tales argumentaciones, adicionó la censura,
luego de traer a colación lo dicho por los peritos para calcular en $627.750.oo
el “promedio mensual” de los ingresos que para la época de su muerte podía
obtener el señor Díaz Sánchez, con base en los ingresos laborales que habría
percibido en las Empresas Municipales de Cúcuta, hasta el 15 de enero de
1987, al igual que sus honorarios como asesor económico de Hidroambiente,
por los contratos de Estudio Socioeconómico Termo-Tibú” y de “Concurso de
Méritos”, que la aseveración de los expertos conforme a la cual, la suma
indicada corresponde a la que “pudiera haber percibido en condiciones
normales una persona de las calidades académicas y la experiencia laboral de
la víctima”, por lo que dicha cantidad “nos parece un ingreso equitativo para
un ejecutivo calificado en el año 1987”, estaba “fundamentada”, de una parte,
en los certificados de ingresos laborales de la víctima y de otra, en sus
calidades profesionales y académicas (fl. 55). Además, con el mismo propósito,
el casacionista reiteró, a grandes rasgos, lo que en el presente resumen de la
acusación a despachar ya consignó la Corte en el numeral precedente,
concerniente a las pruebas de índole documental que, según el casacionista,
habrían sido indebidamente apreciadas por el juzgador ad quem.
Igualmente, el recurrente censuró al Tribunal porque al
pronunciarse sobre la misma experticia, sostuvo que la vinculación del occiso
con Hidroambiente “debía ser desechada como base para liquidar ingresos
mensuales, porque ella no implicaba relación laboral que asegurara estabilidad
en los ingresos allí señalados”, pues el juzgador ignoró la abundante prueba
testimonial que acreditaba “las excelentes expectativas de trabajo de la
víctima”. Para demostrar tal aserto, la inconforme ofreció extractos de las
declaraciones rendidas por los señores Eduardo Iván Ramírez Jaimes,
Alejandro Canal Lindarte, Julio Mario Silva Contreras y Eduardo Assaf Elcure
(fl. 59).
Así las cosas, prosiguió, examinado el dictamen y sus
fundamentos, en concurso con las pruebas atrás comentadas, había de
concluirse, sin lugar a dudas, que el monto de los ingresos calculado por los
expertos, que fue el acogido por el juez a quo, era el que razonablemente
recibía el señor Díaz Sánchez para la época que antecedió a su muerte, y que
“era previsible que esos ingresos se mantuvieran y aumentaran en el futuro”
(fl. 59).
Tan evidente es el destacado error de hecho, remató el
impugnante, que el apoderado de la parte demandada, partiendo de las
certificaciones que sobre los ingresos del difunto expidieron Hidroambiente y
Correurbanor, “propuso que la condena se hiciera con base en unos ingresos
mensuales de $207.975.oo”, resultado de dividir entre 12 (el número de meses
del año), los honorarios que según tales escritos, le fueron reconocidos a la
víctima, por los pocos meses de vigencia y ejecución de los contratos respecto
de los cuales prestó sus servicios de asesoría, acorde con las constancias
acompañadas a la demanda inicial (c. 1, fls. 45 y 46).
SE CONSIDERA
Resulta ostensible que en virtud de su propio mérito, la
crítica que el casacionista efectuó sobre la forma como el Tribunal apreció la
documentación acompañada a la demanda, referente a las actividades
académicas, laborales y profesionales que habría desempeñado el señor Díaz
Sánchez a partir de que en el año de 1964 obtuviera su grado de economista
(numeral 3º del mismo resumen), aunque no con el alcance pretendido por él,
impone el quebrantamiento del fallo impugnado, por ser lo cierto que el
juzgador de segunda instancia incurrió en manifiesto y trascendental error de
hecho cuando concluyó que carecía por entero de sustento lo deducido por los
peritos, en el sentido de que, como el mencionado señor usualmente venía
ejerciendo actividades lucrativas concernientes a su profesión, era del caso
inferir que de ordinario obtenía la correspondiente remuneración (parte de la
cual la destinara al sostenimiento de los demandantes), la que bien podía ser
promediada, razonablemente, en una suma mensual. En efecto, examinado el
contenido material de los demás elementos de juicio invocados por el censor,
especialmente, los de linaje documental, se colige indefectiblemente que éstos
ofrecían suficiente corroboración al reseñado aserto pericial. Dícese lo anterior,
con ocasión de las siguientes apreciaciones:
1. En primer lugar, cumple reiterar que “lo que confiere
el derecho para reclamar el pago de perjuicios materiales de índole
extracontractual, derivados de la muerte de una persona es la dependencia
económica del reclamante con respecto al extinto, siempre y cuando, claro
está, exista certeza de que, dadas las circunstancias, la ayuda o socorro habría
continuado de no haber ocurrido su fallecimiento” (sent. de 7 de diciembre de
2000, exp. 5651).
Destácase, además, que la jurisprudencia de esta
Corporación “se orienta sin duda en un prudente sentido restrictivo cuando en
sede litigiosa, se trata de admitir la existencia material del ‘lucro cesante’ y de
efectuar su valuación pecuniaria, haciendo particular énfasis en que procede
la reparación de esta clase de daños en la medida en que obre en los
autos, a disposición del proceso, prueba concluyente en orden a acreditar
la verdadera entidad de los mismos y su extensión cuantitativa, lo que
significa rechazar por principio conclusiones dudosas o contingentes acerca de
las ganancias que se dejaron de obtener, apoyadas tales conclusiones en
simples esperanzas, expresadas estas en ilusorios cálculos que no pasan de ser
especulación teórica, y no en probabilidades objetivas demostradas con el rigor
debido. En otras palabras, toca al demandante darse a la tarea, exigente por
antonomasia, de procurar establecer, por su propia iniciativa y con la mayor
aproximación que sea factible según las circunstancias del caso, tanto los
elementos de hecho que producen el menoscabo patrimonial del cual se queja
como su magnitud, siendo entendido que las deficiencias probatorias en estos
aspectos de ordinario terminarán gravitando en contra de aquél con arreglo al
Art. 177 del C. de P.C.” (sent. del 4 de marzo de 1998, exp. 4921).
Seguidamente se impone resaltar que en aquellos casos en
que ese lucro cesante está íntimamente vinculado con los dineros que el occiso
recibía como contraprestación por sus actividades personales lucrativas y
lícitas, cuando quiera que medie una relación laboral, la pauta que el juzgador
ha de tener en cuenta para cuantificar ese rubro se deduce, por lo general sin
mayor dificultad, del monto de los salarios que devengó el trabajador durante
la época que precedió a su óbito, los que se promediarán, según suele hacerse,
si fueran variables. De la base así obtenida se descontará la proporción en que
habría de calcularse lo que destinaba para sus gastos personales y el
excedente se dividirá entre los perjudicados, sin perder de vista, en ningún
caso, que como el hecho que da lugar al daño no puede legítimamente
convertirse en una fuente de ganancia o enriquecimiento para los reclamantes,
ha de procurarse, en lo posible, que la indemnización que el cónyuge y los
deudos del desaparecido reciban, se acompase con lo que éste en vida les
proporcionaba, ni más ni menos, tal y como si la muerte no hubiera tenido
ocurrencia.
Pero hay oportunidades, también, en que tal laborío de
demostración se torna más complejo, en razón, v. gr. de que no obstante
existir la cabal convicción de que-si no en forma permanente, sí por lo menos
frecuente-el difunto ejercía actividades lícitas lucrativas, de manera
independiente, esto es, por fuera de una relación laboral o de una contratación
semejante, se carece de la prueba directa que permita establecer sin mayor
tropiezo la respectiva remuneración pecuniaria. Desde luego, en estas
hipótesis, la ausencia de prueba del monto exacto de los dineros obtenidos por
tales actividades no significa que el causante no las hubiera realizado, o que no
se causó o percibió la respectiva contraprestación, o que hubiera dejado de
destinar parte de dicha remuneración a cubrir los gastos de sostenimiento de
su familia, por lo que resultaría abiertamente contrario a la equidad que-por
las resaltadas dificultades de tipo probatorio-se negara a los afectados la
indemnización a que ciertamente tienen derecho de conformidad con las
normas que regulan el tema, contenidas, principalmente, en los artículos 1613,
2341, 2343 y 2356 del Código Civil, pues ello sería tanto como cerrar los ojos
ante una realidad incontrastable: que el alimentante de todos modos cumplía
cabalmente con sus obligaciones
Con referencia específica al invocado principio de la
equidad, vale la pena recordar, además, con apego a númerosos contenidos
doctrinarios, jurisprudenciales y, por supuesto, normativos, que no obstante
las consecuencias inherentes al ejercicio de la delicada carga probatoria atrás
aludida, hay casos en que sería injusto no concretar el valor de la
indemnización so pretexto de que a pesar de estar demostrada la existencia
del daño, su cuantificación no ha sido posible, pues ante esta circunstancia, el
juez, además de estar impelido a usar las facultades oficiosas que en materia
probatoria ponen a su alcance las normas procesales, ha de acceder a criterios
de equidad que le impiden soslayar los derechos de las víctimas. De ahí que,
atendiendo expreso mandato constitucional (art. 230 de la C. P.) y “en guarda
del espíritu de equidad que ha de atemperar siempre la aplicación judicial del
derecho”, al juez no le esté permitido pasar por alto que “el daño en cuestión,
aunque futuro, ha de ser resarcido en tanto se muestra como la prolongación
evidente y directa de un estado de cosas” que, además de existir al momento
de producirse la muerte accidental del causante, “es susceptible de evaluación
en una medida tal que la indemnización no sea ocasión de injustificada
ganancia para quienes van a recibirla y comprenda por lo tanto, sin caer desde
luego en el prurito exagerado de exigir exactitud matemática rigurosa en la
evidencia disponible para hacer la respectiva estimación, el valor aproximado
del perjuicio sufrido ... ni más ni menos”. (sent. de 7 de octubre de 1999, exp.
5002).
En efecto, ante la configuración de excepcionales
circunstancias fácticas que imposibiliten o hagan en extremo difícil deducir un
equivalente exacto entre el monto de la indemnización y el daño material
padecido por las víctimas y por cuanto “dicho monto no viene a desempeñar,
en la generalidad de los casos, sino la función de satisfacer, enfrente de los
beneficiarios, cierto bienestar que reemplace al que fue arrebatado por la
muerte de una persona”, se colige, siguiendo otros precedentes
jurisprudenciales, que la simple dificultad de tipo probatorio, per se, no puede
cerrar el paso a la merecida indemnización, pues “si ello fuere así, los
perjuicios morales de tan inasible evaluación, no podrían jamás representarse
en cantidades pecuniarias”, lo que, en el entendido de que “la ley no dice cuál
es el criterio adoptable para tales justiprecios”, lleva ineluctablemente a
concluir que “en esta labor es indispensable acudir a las reglas
generales del derecho”, admitiendo que “el juez está dotado de alguna
relativa libertad para llegar a conclusiones que consulten la equidad, siendo,
como es, irrealizable a todas luces una justicia de exactitud matemática”, y
que, tratándose de daños ciertos que se proyectan en el futuro, “la prestación
de la indemnización debe consultar una compensación equitativa que ponga
a los damnificados en una situación patrimonial más o menos equivalente a la
que tenían antes del acontecimiento que les causó el menoscabo” (XLVI, págs.
689 y 690).
Y no está por demás recordar que la equidad se erige en
uno de los más caros criterios teleológicos que debe caracterizar la gestión
judicial, no sólo para interpretar la ley cual lo disponen los artículos 32 del
Código Civil y 8º de la Ley 153 de 1887, sino para definir tópicos ajenos a la
labor hermenéutica propiamente dicha, inclusive de naturaleza probatoria,
pues, v. gr., de conformidad con la Ley 446 de 1998, dentro de cualquier
proceso que se surta ante la administración de Justicia, la valoración de daños
irrogados a las personas, “atenderá los principios de reparación integral y
equidad y observará los criterios técnicos actuariales” (art. 16, se
subraya).
En adición a lo explicado con antelación, conviene destacar
que-con miras a evitar que su fallo sea blanco de censura por iniquidad-el juez
cuenta a su haber con una multiplicidad de mecanismos, bastante eficaces por
cierto. Cítase así, por vía de ejemplo, el deber de decretar pruebas de oficio,
cuando ellas sean indispensables o por lo menos reporten alguna utilidad. En
ese orden de ideas, baste con tener presente que en armonía con el artículo
307 del C. de P. C., la condena al pago de perjuicios, cuando quiera que éstos
estén plenamente demostrados, “se hará en la sentencia por cantidad y valor
determinados”, pero si el juez considera que no existe prueba suficiente para
la condena en concreto, “decretará de oficio, por una vez, las pruebas que
estime necesarias para tal fin”.
Habrá ocasiones, claro está, en que dadas las
particularidades excepcionales de un caso específico, esa prueba oficiosa no
sea indispensable para tasar el lucro cesante, porque el mismo puede ser
deducido acudiendo a otros mecanismos igualmente admisibles, y habrá otros
eventos en que no resulte de mayor utilidad, porque la información perseguida
no sea susceptible de obtener de los medios probatorios cuyo recaudo oficioso
pudiera disponer el juzgador, quien en todo caso, se insiste, siempre va a
contar con instrumentos idóneos para propender eficazmente por la protección
de los derechos sustanciales de los justiciables.
Así, a guisa de ejemplo, la Sala memora que la
jurisprudencia de esta Corporación, de antaño ha encontrado en la equidad,
aún mucho antes de que la ley aludiere expresamente a ella, un criterio
valiosísimo en orden a dilucidar lo atinente a la cuantificación del lucro
cesante, presente y futuro, solución aplicable, inclusive, para el evento en que
esa modalidad de perjuicio material haya derivado de la interrupción de la
asistencia alimentaria a los reclamantes, cuando quiera que-a diferencia de lo
que por lo regular acontece de mediar una relación de tipo laboral-, ni la
actividad lucrativa, ni su remuneración se pueden encuadrar en parámetros
temporales y numéricos que ofrezcan mayor uniformidad.
Ciertamente, en múltiples ocasiones en que establecida la
existencia del daño y su naturaleza, no es factible precisar su cuantía (como
con alguna frecuencia ocurre tratándose de la indemnización por lucro cesante
y daño futuro), la Corte ha acudido a la equidad, lo cual no quiere decir, ni de
lejos, que esta Corporación se haya permitido cuantificar tal concepto con
soporte en simples suposiciones o fantasías. Muy por el contrario, en las
oportunidades en que ha obrado en estos términos, la Sala ha sido por demás
cautelosa en su labor de verificación de los elementos de juicio requeridos para
dar por ciertas las bases específicas de los cálculos por ella deducidos.
En ese orden de ideas, se recuerda que en su fallo de 12 de
marzo de 1937, ante la necesidad de definir el lucro cesante causado con
ocasión de la muerte de una persona que estaba cesante para la época de su
desaparición, pero que, según se acreditó fehacientemente, poco tiempo antes
contaba con un empleo, remunerado a razón de $80.oo mensuales, la Sala
concluyó que no obstante la terminación de la respectiva relación laboral, “es
prudente pensar que ella estaba en aptitud o capacidad de devengar un sueldo
mensual no menor de $70.oo (XLV-I, pág. 361), apreciación que guarda
armonía con la contenida en la sentencia de 20 de noviembre de 1943, de
conformidad con la cual, “el que tiene una profesión u oficio: abogado, médico,
agricultor, mecánico, etc., ejerce una actividad productiva cuyos rendimientos
actuales se conocen más o menos exactamente. Muerta la persona o
inutilizada total o parcialmente para seguir trabajando y explotando la
ocupación en que vivía, la ganancia o utilidad futura de la víctima o del
lesionado es susceptible de cálculo y por ende de evaluación, teniendo
por base cierta la utilidad actual” (LVII, págs. 238 y ss.).
Por igual, en muchos casos que así lo han ameritado, para
sortear la misma dificultad de tipo probatorio en torno al quantum del lucro
cesante, se ha acudido a similares patrones, v. gr. al salario mínimo. Fue así
como, acudiendo a las pautas someramente reseñadas, es decir, atendiendo la
asistencia económica prodigada periódicamente por el occiso; su efectiva
capacidad de producción económica; la posición social del núcleo familiar al
que pertenece y la vida probable de la víctima indirecta, esta Corporación ha
sostenido que el monto de la indemnización será impuesto, entre otros
factores, atendiendo el valor mensual de la contribución familiar frustrada, que
será establecido, “a falta de otra prueba categórica sobre el particular”, sobre
la base del salario mínimo por mensualidades (sent. de 10 de marzo de 1994,
retomada más recientemente el 7 de octubre de 1999, exp. 5002).
Es más, en su fallo de 8 de julio de 1964, cuando encontró
que había de disponerse una condena por los frutos que dejó de producir un
predio rural por hechos atribuibles a la parte demandada, ante la imposibilidad
de acreditar con exactitud su cuantía dadas las particulares dificultades
probatorias que allí se verificaron, la Sala tuvo como tal, el monto de la utilidad
que reportó una cosecha anterior (CVIII, pág. 292, pág. 296).
Lo anterior sin contar con otros pronunciamientos en que
esta misma Corporación ha efectuado o corroborado condenas concretas, por
lucro cesante, no obstante la pluricitada dificultad de tipo probatorio,
acudiendo, en todos estos eventos, al principio de la equidad (LVII, pág 244;
XLVI, pág 676; LVII, pág. 771; LVIII, pág. 841 y 842; LXVIII, pág. 496; XCI,
pág. 666; XCVIII, pág. 57; 30 de enero de 1964).
2. Aplicadas las anteriores premisas de orden general al
cargo que se despacha, conviene partir del hecho de que tanto el Tribunal
como la censura, dieron por ciertas varias circunstancias de indiscutida
incidencia en la definición del litigio, principalmente, que abundante prueba
testimonial llevaba a establecer que el señor Díaz Sánchez, con el producto de
sus ingresos normales profesionales, era quien, en forma exclusiva, solventaba
las necesidades económicas de su familia, cumpliendo a cabalidad, hasta su
muerte, con la obligación de brindar alimentos congruos a su esposa e hijos;
que, por lo mismo, con la trágica desaparición del aludido, “los demandantes
sufrieron el perjuicio de no tener a su disposición los alimentos congruos que
éste les suministraba”, y que el causante era un economista altamente
especializado, que durante muchos años había prestado sus servicios
profesionales y académicos a varios organismos de carácter internacional. El
punto único de discrepancia, con relación a los descritos tópicos, lo constituyó
la prueba de la cuantía de ese perjuicio material, pues según el juez ad quem,
no se acreditó la suma de dinero que normal y efectivamente destinaba el
occiso para la congrua manutención de su familia, ni que los ingresos
mensuales deducidos por los peritos con soporte en la certificación expedida
por Hidroambiente ofreciera los visos de estabilidad requeridos para calcular el
lucro cesante dejado de percibir por los demandantes con ocasión de la muerte
del señor Díaz Sánchez, aspecto último del cual disintió el impugnante.
Itérase, entonces, que por igual, Tribunal y casacionista
convinieron en la veracidad de la certificación que se aportó con la demanda
incoativa del proceso, fechada a 13 de septiembre de 1992, suscrita por la
gerente de Hidroambiente, sobre la existencia y monto de los honorarios
causados por las labores de asesoría que durante los últimos meses de su vida
prestó el occiso a la mencionada sociedad (c. 1., fl. 45). Lo que sí disputó la
censura al juzgador, fue el alcance dispensado a la referida certificación de
cara a la apreciación del dictamen decretado oficiosamente por el juez a quo
dentro del trámite de la objeción que impetrara el demandado contra la
experticia rendida inicialmente, pues mientras que para el Tribunal, por su
carácter ajeno a relación laboral y meramente temporal, tales asesorías no
podían ser la base del promedio de ingresos del causante durante el tiempo
que antecedió a su muerte, para el recurrente sí, en la medida en que otros
medios probatorios señalaban a plenitud que el señor Díaz Sánchez
normalmente estaba llevando a cabo gestiones de la indicada naturaleza, y que
dados sus antecedentes profesionales y académicos, así como su enorme
potencial profesional, bien podía esperarse que siguiera desempeñando, de
corriente, esas mismas labores de asesoría de las cuales habría derivado hasta
entonces su congrua existencia y la de su familia y que, por ende, continuara
devengando una remuneración igual o superior a la calculada
“razonablemente” por los peritos.
Precisado lo anterior, se observa que, en efecto, como lo
resaltó el censor, la cuantificación efectuada por los peritos sobre lo que-para
el final de sus días-pudo haber devengado el señor Díaz Sánchez en razón de
sus actividades profesionales, prima facie armoniza con lo que informó al
respecto la prueba documental procedente de Hidroambiente Ltda (fl. 45, c.
1), a cuyo tenor aquél “venía participando en algunos proyectos” de esa misma
sociedad, como asesor económico, con relación al contrato “Estudio
Socioeconómico Termo-Tibú”, por el que se le canceló la suma de $389.700.oo
(por 1.5 meses de trabajo), y el contrato de Concurso de Méritos “Declaratoria
de Efecto Ambiental para la Línea de Transmisión de 230 KV Bucaramanga-
Ocaña-Cúcuta”, que se adjudicó a Hidroambiente, quien lo ejecutó, habiendo
“presupuestado”, a favor de su asesor económico, “con dedicación” de dos
meses de labores, la cantidad de $735.900.oo.
Ahora, contrariamente a lo sostenido en el fallo impugnado,
encuentra la Corte que cuando, para calcular los perjuicios materiales
causados a los demandantes, los referidos peritos partieron de la permanente
capacidad potencial del señor Díaz Sánchez para obtener unos recursos
económicos acordes con su condición de profesional especializado, tampoco tal
deducción estuvo ayuna de la requerida corroboración. En verdad, como bien
lo destacó la censura, de haber apreciado objetivamente, en su materialidad,
las probanzas, el Tribunal habría llegado a la convicción de que por ser aquél
un economista en grado sumo capacitado (amén de reconocido en su medio
laboral y social), así como por haber agotado con antelación gestiones
remuneradas en proporción similar a la deducida por los peritos, y porque,
para esa misma época, normalmente adelantaba gestiones de asesoría que le
representaban dividendos de alguna consideración, por fuerza debió concluir
que, de ordinario, el señor Díaz Sánchez desempeñaba actividades
profesionales lucrativas, con cuyo producto sostenía, en su totalidad, los
gastos que la adecuada manutención de su familia exigían.
En ese orden de ideas, destaca la Corte que la
documentación acompañada a la hoja de vida de Díaz Sanchez, refiere que
éste obtuvo el grado de economista en el año de 1964 (fl. 33); que trabajó
como Jefe de la División de Inversiones Privadas de la Unidad de Estudios
Industriales y Agrarias, con una asignación básica mensual de $10.000.oo
desde el 13 de abril de 1967, hasta el 5 de julio de 1970, fecha en que, valga
la pena acotarlo, el salario mínimo más alto apenas alcanzaba la cifra de
$495.oo (fls. 35 y 36); que en el año de 1973 fue contratado por la Secretaría
General de la OEA, para desempeñarse como Especialista del Departamento de
Asuntos Científicos, con sede en Washington (fl. 38); que estuvo al servicio de
la ONU como asesor técnico principal del Proyecto Piloto de Política Científica y
Tecnológica, con sede en Guatemala, del 1º de abril de 1973 al 30 de agosto
de 1975, según certificación de INCOMEX (fl. 39), cargo que también detentó
del 31 de agosto de 1975 al 31 de diciembre de 1976, acorde con similar
certificación (fl. 34); que del 1º de marzo de 1986 al 15 de enero de 1987,
ostentó el cargo de Director Administrativo y Financiero de las Empresas
Municipales de Cúcuta, devengando una asignación mensual de $65.753.oo,
gastos de representación de $42.803.oo y un “sobresueldo” de 1.600 dólares
americanos (teniéndose, según la misma certificación, como valor de cambio
para el respectivo periodo, un monto que osciló entre $189.01 y $234.28), lo
que arroja un promedio mensual de $483.404.oo, a lo que se suman las
prestaciones sociales de rigor (fl. 44). Recuérdese que durante el año de 1986
el salario mínimo mensual vigente era de $20.509.80, y que para la fecha de
defunción del aludido profesional, 17 de marzo de 1988, el salario mínimo
mensual, estaba cifrado en $25.637.oo.
De lo anterior fluye sin dificultad que las razones que
condujeron al juzgador ad quem a revocar la condena efectuada por el a quo
en punto de los perjuicios materiales reclamados por la parte actora, difieren
en mucho de lo que se hubiera concluido de un examen objetivo del contenido
material de las relacionadas probanzas. Además, si para el Tribunal fue
debidamente acreditado que el señor Díaz Sánchez, con el producto de sus
actividades profesionales, se erigía como el único aportante de los dineros
requeridos para sostener los gastos de su familia; si admitió que normalmente
desempeñaba algunas actividades lucrativas relacionadas con su profesión y
que se trataba de un economista bastante distinguido en su área académica y
laboral, en la forma atrás destacada, entonces, no deja de lucir contradictorio
que el mismo juzgador hubiera concluido que por la aludida modalidad de
perjuicios materiales no cabía efectuar ningún tipo de reconocimiento, por no
ser manifiesta la estabilidad de las reseñadas actividades lucrativas del difunto,
ni la regularidad o continuidad de sus ingresos.
Y menos luce admisible el predicamento esgrimido por el
Tribunal, según el cual no cabía “considerar una posible estabilidad, tanto en el
trabajo como en el sueldo”, porque las actividades de las cuales los auxiliares
de la Justicia dedujeron el monto de los ingresos que la víctima habría podido
obtener para la época que precedió a su deceso, no tenían carácter laboral (fl.
50). Como a espacio ya lo explicó la Corte en las consideraciones generales de
esta providencia, tal vicisitud puede implicar una simple dificultad de orden
probatorio, a efecto de establecer una suma determinada de dinero como base
para calcular el daño emergente de esta forma configurado, pero en ningún
modo imposibilita-y menos justifica-, que acreditado a cabalidad ese daño, así
como los demás elementos que integran la responsabilidad civil
extracontractual, el juzgador se abstenga de imponer la respectiva condena,
solución hipotética esta que iría en indiscutida contravía con las orientaciones
normativas, doctrinarias y jurisprudenciales destacadas por la Sala en la
indicada oportunidad.
Tampoco encuentra la Corte de recibo el que para revocar
la condena que por perjuicios materiales efectuó el juez de primera instancia,
el juzgador ad quem adujera que los elementos de juicio obrantes en el
expediente no permitían fijar las bases requeridas para establecer la cuantía
necesaria para promediar los ingresos mensuales del señor Díaz Sánchez,
tanto los que obtuvo hasta su muerte, como los que hubiera podido devengar
en el futuro, de no haber ocurrido aquella. Cosa distinta es que, como más en
detalle se explicará en la sentencia de sustitución, rectamente examinadas,
esas probanzas conducían a razonamientos y cifras distintas de las obtenidas
por los segundos peritos, lo que impone precisar, desde ya, que el error de
hecho del Tribunal, tan manifiesto y trascendente que será suficiente para
casar el fallo por él proferido, fue el que lo llevó a desechar la prueba del
monto de la indemnización por lucro cesante cuyo reconocimiento se imponía,
y no las conclusiones que lo condujeron a deducir que la cifra adecuada para
servir de punto de partida a la necesaria cuantificación de las indemnizaciones
reclamadas por los demandantes, a título de lucro cesante, difería de la
calculada en la segunda experticia.
Sobre el último de los asertos referidos en el párrafo
anterior y en lo que de alguna manera acompasa con lo deducido por el ad
quem, se observa que-por su contenido material-las pruebas documentales
recién comentadas no dan cuenta, de manera concreta y contundente, que
desde que obtuvo su título de economista el señor Díaz Sánchez, en forma
permanente, esto es, sin solución de continuidad, viniera obteniendo
remuneraciones fijas o variables que promediaran el monto mensual que los
peritos dedujeron, tomando como soporte principal la certificación expedida
por Hidroambiente. Por el contrario, cumple resaltar que ninguna de las
certificaciones que allegó la parte actora con miras a corroborar la información
contenida en la hoja de vida del causante (fls. 27 a 32) ofrece luces suficientes
sobre las actividades de tipo lucrativo que éste pudo haber desempeñado
durante un periodo muy considerable, tanto por su duración, como por su
cercanía a la fecha del deceso y, concretamente, el comprendido entre el 1º de
enero de 1977 y el 28 de febrero de 1986, vacío que tampoco fue suplido por
la prueba testimonial extractada en la acusación en estudio. Sin embargo, lo
cierto es que las obtuvo y en monto tal que le permitió sostener a su familia,
como así lo señalan prolijamente los declarantes. En todo caso, a efectos de
estimar el perjuicio que sufrieron los alimentarios por causa de su
fallecimiento, no es menester acudir a toda la vida laboral del finado, pues
basta determinar el estado de cosas en una época cercana al suceso.
De manera, pues, que atendiendo las particulares
circunstancias de tipo fáctico y probatorio que caracterizaron el asunto
sometido a su estudio, la destacada falencia probatoria no habilitaba al
Tribunal para repudiar en su totalidad el comentado reconocimiento, pues la
verdad es que, como se explicó en las consideraciones generales consignadas
precedentemente para despachar la acusación en estudio, el ordenamiento
patrio ha puesto a disposición de los jueces un buen número de mecanismos
tendientes a hacer efectivo el derecho de la víctima a una reparación plena, no
obstante las dificultades de tipo probatorio que, como en el sub judice, impiden
establecer con alguna precisión la cuantía del daño material, condicionado,
claro está, a que no quepa la menor duda en torno a la presencia de los demás
elementos estructurales de la responsabilidad civil extracontractual, los que,
valga la pena acotarlo desde ya, en esta oportunidad fueron deducidos por el
Tribunal, sin que en sus respectivas demandas de casación, las partes hubieran
discutido lo que sobre tales tópicos apreció el funcionario ad quem.
En armonía con las premisas recién consignadas, vale la
pena poner de presente que según el sentenciador de segunda instancia, dado
que se probó que el occiso atendía cumplidamente sus obligaciones
alimentarias, por la parte actora “fácilmente hubiera podido recurrirse a
acreditar con la prueba testimonial, por ejemplo, lo que una familia como la de
autos gasta en su sostenimiento por los conceptos de alimentación, vestuario,
habitación, educación, etc”., para que, “con la ayuda de la prueba pericial se
hubiera determinado la cuantía de todos estos rubros que vendrían también a
ser el monto de los perjuicios materiales reclamados” (fl. 47). Entonces, causa
real extrañeza el que, en estas condiciones, el Tribunal haya prescindido de
toda actividad oficiosa tendiente a conseguir la información que, acorde con lo
sostenido por él mismo, se hubiera podido obtener sin mayor dificultad, y que,
desestimando la prueba testimonial, documental e indiciaria existente (la que
sin duda ofrecía una singular utilidad al respecto), así como el principio de
equidad que ha de orientar las decisiones judiciales, el juzgador haya optado
finalmente por revocar la condena que impuso el juez a quo, por concepto de
lucro cesante.
Y no se diga que a ese deber, que no facultad, de perseguir
que los fallos de fondo no terminen siendo ajenos a la equidad, no estaba
sometido el juzgador ad quem, so pretexto de que para la fecha en que profirió
su sentencia (31 de octubre de 1997), todavía no había cobrado vigencia el
artículo 16 de la Ley 446 de 1998, porque si bien fue a través de este precepto
que en forma expresa, clara y categórica se previó que en la “valoración de
daños irrogados a las personas”, debe atenderse el principio “de equidad”,
observando “los criterios técnicos actuariales”, lo cierto es que tal
preocupación, como quedó pormenorizado líneas atrás, jamás se ha
considerado ajena a la actividad judicial nacional, al punto que, como tantas
veces se ha dicho, el juez está ineludiblemente compelido a decretar pruebas
de oficio con miras a concretar el daño de cuya realización tiene certeza. Así lo
manda palmariamente el artículo 307 del Código de Procedimiento Civil.
Implica lo anterior el rompimiento del fallo impugnado, lo
que impone su reemplazo.
LA SENTENCIA DE SUSTITUCION
Ha de advertirse, desde ya, que el esfuerzo de la Sala
estará centrado en dos aspectos, uno dirigido a remover el exceso de lo
concedido en el fallo a título de perjuicios morales, y el otro enfilado a dilucidar
lo concerniente con la determinación de la cuantía de la indemnización
correspondiente al lucro cesante, como quiera que los demás elementos de la
responsabilidad civil extracontractual atribuída a la demandada-los que dedujo
el Tribunal-no fueron atacados por ella a través del recurso extraordinario que
se desata. Baste acotar, al respecto, que “lo que está al margen de la
acusación es intangible para la Corte” (Sent. de 27 de febrero de 2001, exp.
5987).
Recuerda esta Corporación, grosso modo, que la
prosperidad de la reclamación por lucro cesante, además de exigir la prueba
del daño propiamente dicho, demanda la demostración de su cuantificación,
recayendo, en principio, la carga de la prueba sobre estos dos aspectos, en la
parte actora (art. 177 del C. de P. C.).
LIQUIDACIÓN DE LOS PERJUICIOS MORALES
Sobra un extenso análisis del tema por razón de la claridad
del yerro que dio lugar a casar este aspecto del fallo. Establecida la confluencia
de los elementos estructurales de la responsabilidad civil en la sentencia de
instancia, y dirigido el combate del censor a facetas que no involucran esa
conclusión, basta con decir que el resarcimiento del perjuicio moral se abre
camino, y que, obvio, su reconocimiento deberá ceñirse a lo pedido, esto es, al
equivalente en dinero de un mil (1000) gramos de oro, al momento en que se
dictó la sentencia de segundo grado.
Quedó esclarecido que en la fecha en que dicho fallo se
profirió un (1) gramo de ese metal valía $12.785.85, luego el monto de la
indemnización por tal concepto ascenderá a $12.785.850, que es la cantidad
resultante de multiplicar el valor unitario por la cantidad de unidades.
LIQUIDACIÓN DEL LUCRO CESANTE
Este cometido exige establecer de manera razonada la
cuantificación, actualizada, de los ingresos percibidos por el causante durante
la época que precedió a su muerte, al igual que el porcentaje de lo que el hoy
difunto podía destinar para sí mismo, la vida probable de los demandantes y el
periodo durante el cual estarían destinados a seguir recibiendo la truncada
asistencia económica.
Para determinar la primera información y atendiendo las
particulares dificultades de orden fáctico y probatorio comentadas a lo largo de
esta providencia, parece prudente y equitativo que, para fijar el promedio de
los ingresos usualmente recibidos por el señor Díaz Sánchez como
remuneración por los servicios por él prestados, se tome en consideración lo
percibido durante los dos años que antecedieron a su deceso, para dividirlo en
el número de meses (24), correspondientes a ese periodo.
A este respecto, viene bien reparar en que acorde con la
certificación que obra en el cuaderno principal, del 1º de marzo de 1986 al 15
de enero de 1987, el señor Díaz Sánchez ostentó el cargo de Director
Administrativo y Financiero de las Empresas Municipales de Cúcuta,
devengando una asignación mensual de $65.753.oo, gastos de representación
de $42.803.oo y un “sobresueldo” de 1.600 dólares americanos (teniéndose,
según la misma certificación, como valor de cambio para el respectivo periodo,
un monto que osciló entre $189.01 y $234.28), lo que arroja un promedio
mensual de $483.404.oo, (fl. 44), que aplicado al periodo laborado (de 10.5
meses), ofrece un subtotal de $5’075.742.oo.
Cítase, con igual propósito, la certificación expedida por
Hidroambiente, según la cual, la contraprestación por la participación del hoy
difunto en el contrato de “Estudio Socioeconómico Termo-Tibú” ascendió a
$389.700.oo y la correspondiente al de “Declaratoria del Efecto Ambiental para
la Línea de Transmisión Bucaramanga-Ocaña” estimó la intervención del occiso
en $735.900.oo, lo que arroja unos ingresos totales, por estos contratos, de $
1’125.600.oo.
En resumen, la Sala sumará los resaltados subtotales, que
corresponde a ingresos comprobados de lo percibido en razón de las
actividades lucrativas desplegadas por el señor Díaz Sánchez durante los
últimos dos años de su existencia, y los promediará dividiendo ese resultado
entre 24, lo que da un ingreso ponderado de $258.389.25 mensual, el que,
inclusive, se aproxima bastante al sugerido por la parte demandada al
presentar sus alegaciones de segunda instancia, oportunidad en la que cifró
esos ingresos mensuales en $207.975.oo (C. 5, fl. 16).
Ahora, puesto que en la contestación de la demanda
expresamente se manifestó que no se reconocía el contenido de los
documentos de terceros acompañados al libelo, circunstancia que resaltó la
demandada en sus alegatos de conclusión y que, en gracia de discusión, podría
plantearse frente a la certificación de Hidroambiente, se impone observar que
la misma no requería de ratificación porque la parte contra quien se adujo no
la solicitó y para la época en que se formuló, tanto la de la demanda incoativa
(6 de octubre de 1992), como la de su contestación (18 de marzo de 1993),
estaba vigente el precepto previsto en la regla 2ª del artículo 22 del decreto
2651 de 1991, a cuyo tenor, “los documentos declarativos emanados de
terceros se estimarán por el juez sin necesidad de ratificar su contenido, salvo
que la parte contra la cual se aducen solicite su ratificación expresa”, hipótesis
que en el sub lite no se verificó, debiéndose acotar que el aludido mandato
procesal, ulteriormente fue recogido por la Ley 446 de 1998 (num. 2., art.
10º), y la Ley 794 de 2003 (art. 27), razón de más para concluir según lo
recién advertido, lo cual, en lo pertinente, tampoco es ajeno al documento que
certifica la vinculación del mencionado con las Empresas Municipales de Cúcuta
(fl. 44).
Queda visto, entonces, que en orden a cuantificar los
eventuales ingresos del señor Díaz Sánchez es factible reparar en el contenido
de las referidas certificaciones, avaladas con suficiente respaldo testimonial,
según a espacio se explicó en líneas precedentes.
En cuanto al porcentaje que de sus ingresos el occiso podía
destinar a su propio sostenimiento, bien puede acudir la Corte, como en otras
oportunidades, a un 25% de sus ingresos, que corresponde al propuesto por
los peritos y en lo que atañe a la vida probable de los demandantes, así como
la que hubiera podido gozar el señor Díaz Sánchez de no haber tenido
ocurrencia el accidente aéreo que culminó con los resultados ya conocidos,
habrá de tenerse en cuenta la Resolución 1439 de 1972 (que en copia obra de
fls 61 a 65), vigente para la fecha del óbito del mencionado. Además, se
estimará que la viuda sería beneficiaria de ese apoyo por el término de vida
probable de su esposo y que sus hijos recibirían tal ayuda económica hasta la
edad límite de 25 años, época que razonablemente se asume como la de
culminación de sus estudios superiores, todo ésto de conformidad con las
directrices admitidas por esta misma Corporación en asunto similar (sent. de
18 de octubre de 2001, exp. 4504).
Con miras a establecer el monto del lucro cesante que se
reconocerá a la parte actora, la Corte seguirá, en lo pertinente, las pautas
observadas en otras oportunidades, principalmente, en sus sentencias de 7 de
octubre de 1999 (exp. 5002) y de 4 de septiembre de 2000 (exp. 5260).
ACTUALIZACION DE LOS INGRESOS PROMEDIO DEL OCCISO
Entonces, con apego a las precitadas decisiones y verificada
la confrontación de rigor entre los valores respectivos, establecidos por el
Banco de la República, y en marzo de 2004, se tiene que un peso, para marzo
de 1988 (el IPC alcanzaba un puntaje de 10.827170) corresponde a $13.873
de marzo de 2004 (el IPC era de 150.21). Por tal razón, los ingresos promedio
del señor Díaz Sánchez, calculados para la época de su deceso en $258.389.25
mensuales, equivaldrían, a marzo del año en curso, a $3’584.634.oo.
Deducida de la anterior suma, el 25% que se estima que el
difunto destinaba para sus gastos personales ($896.158.50), restarían, para
distribuir entre los demandantes, $2’688.475.50, así, la mitad para la cónyuge,
$1’344.237.70 y la otra mitad, en partes iguales, para los dos hijos, a razón
de $672.118.85.
LUCRO CESANTE CONSOLIDADO
El lucro cesante pasado resultará de multiplicar el valor del
monto indemnizable por el factor que en la tabla adoptada de conformidad con
las decisiones arriba referenciadas, le corresponde al número de meses
transcurridos entre la causación del daño y la liquidación, lo que se expresa en
la fórmula VA= LCM x Sn, en la que VA es el valor actual del lucro cesante
pasado total, incluidos intereses del 6% anual; LCM es el Lucro cesante
mensual actualizado, y Sn el valor acumulado de la renta periódica de un peso
que se paga “n” veces a una tasa de interés “i” por periodo.
En orden a desarrollar la fórmula, concretamente respecto
del factor Sn, la Corte, para la contabilización del tiempo transcurrido entre la
ocurrencia del hecho dañoso y el presente, toma en cuenta como punto inicial
el 17 de marzo de 1988, fecha de la muerte del causante, y como extremos
finales, para la viuda, por ser menor que su consorte, la de la fecha probable
de defunción de este último, haciendo caso omiso de su efectiva ocurrencia, y
frente a los demás demandantes, el día en que cumplieron sus 25 años de
edad, que ya sobrevino.
La fórmula matemática que se emplea en el método que se
viene utilizando para hallar el factor Sn es la siguiente: Sn= (1+ i) a la n
exponencial- 1
El resultado de la fórmula anterior lo traen las tablas
financieras mencionadas, constituyéndose en un factor que está dado en
función del número de meses correspondientes al periodo de la liquidación y al
interés aplicable que, como se dijo, en este caso de obligación surgida de
responsabilidad civil extracontractual, es del 6% anual.
Efecto de lo dicho es que, teniendo en cuenta que mediaron
145 meses entre la muerte de su padre y el día en que José Sebastián Díaz
Rankin cumplió sus 25 años (21 de abril de 2000), el lucro cesante consolidado
para éste responderá a la siguiente ecuación: V.A. = $672.118.85 x 209.9600
= $141’118.074.oo
Para Andrea Tamia, dado que mediaron 116.5 meses entre
la muerte de su padre y el día en que ella cumplió sus 25 años (2 de diciembre
de 1997): V.A. = $672.118.85 x 155.3963 = $104’444.782.45.
Y para la señora Gene Rankin, calculando la vida probable
del occiso, de 22.30 años (267.6 meses, que se extenderían hasta el 23 de
noviembre de 2010), quien al momento del funesto accidente contaba con casi
53 años y 7 meses de edad. Con todo, dicho lucro se entenderá consolidado
sólo hasta el 17 de abril del año en curso (es decir por 193 meses), pues el
referente al tiempo por venir, se liquidará como lucro cesante futuro. El lucro
cesante pasado a favor de la mencionada corresponderá a la siguiente
fórmula: V.A. = $1’344.237.70 x 318.9934= $428’802.954.33.
LUCRO CESANTE FUTURO
Para establecer el lucro cesante futuro de la viuda,
únicamente, la fórmula utilizada en el procedimiento elegido, tiene como
bases, de una parte, el monto indemnizable actualizado, y, de la otra, la
deducción de los intereses por el anticipo de capital, obtenido a su vez
mediante otra cuyo resultado reflejan las tablas financieras ya referidas,
expresándolo mediante un índice fijado en exacta correspondencia con el
número de meses de duración del perjuicio expresado en esa unidad de
tiempo, prescindiendo para ello de las unidades decimales, mediante la
aproximación o reducción a la unidad entera más cercana. La multiplicación de
los dos indicados factores (monto indemnizable por el índice referido de
deducción de intereses del 6% anual, por el anticipo de capital) arroja el
monto buscado.
En tal orden de ideas se tiene que el tiempo de duración
futura de la indemnización corresponde al número de meses (79.2)
comprendido entre el 18 de abril de 2004 y el 23 de noviembre de 2010, fecha
probable de la defunción del señor Díaz Sánchez (calculada según la edad que
tenía para el día del trágico suceso). Así, ese lucro cesante futuro, de 18 de
abril de 2004 a 23 de noviembre de 2010 (79.2 meses), obedecería a la
formula: V. A. = 65.4535 x $ 1’344.237.70 = $ 87’985.062.30.
En resumen, por lucro cesante consolidado se
reconocerá $ 141’118.074.oo a José Sebastián; $ 104’444.782.45 a Andrea
Tamia, y $ 428’802.954.33 a la viuda, a quien, por lucro cesante futuro se le
reconocerá una suma adicional de $ 87’985.062.30, lo que arroja una
indemnización total, a favor suyo, por lucro cesante, de $ 516’788.016.63.
PRONUNCIAMIENTOS ADICIONALES DE INSTANCIA
En consecuencia, se modificará el fallo de primer grado, tanto
respecto de la suma concedida a título de perjuicio moral como en lo relativo al
monto de la condena por lucro cesante, aspectos estos cuya modificación será
según acaba de explicarse. Además, se reconocerán intereses civiles para el
evento del no pago de las antedichas cifras en el término que disponga la
Corte, que distinto de lo deducido por el juez de primera instancia, dada la
naturaleza de la responsabilidad civil atribuida a Avianca, serán de carácter
civil y no mercantil.
Por último, se declarará probada la objeción que por error grave
formuló la parte demandada contra el dictamen inicial, por ser lo cierto que los
auxiliares de la Justicia concluyeron, sin haber lugar a ello, que para la época
que antecedió al óbito del señor Díaz Sánchez, éste devengaba un salario
mensual de $600.000.oo, sin que, según se explicó líneas atrás, de esa cifra,
ni del carácter laboral de la negociación que eventualmente le sirviera de
venero, diera cuenta la prueba recaudada.
En armonía con lo expuesto, la sentencia del a quo se
modificará en lo concerniente a la determinación del monto de los perjuicios
morales y materiales reclamados por la parte actora, en los términos atrás
explicados.
DECISION
Consecuentemente, la Corte Suprema de Justicia, Sala de
Casación Civil, administrando justicia en nombre de la República y por
autoridad de la ley, CASA la sentencia que el Tribunal Superior de Cúcuta
profirió en el proceso ordinario de Andrea Tamia Díaz Rankin, Gene Rankin
Díaz y José Sebastián Díaz Rankin contra la sociedad Aerolíneas Nacionales de
Colombia S.A., “Avianca”, y como juez de segunda instancia,
RESUELVE
PRIMERO. Confirmar los numerales primero, segundo, cuarto y
quinto de la sentencia de primera instancia, y modificar el tercero, el que
quedará así:
3º. Condenar a la demandada, al pago del lucro cesante
consolidado, a favor de José Sebastián Díaz Rankin, la cantidad de $
141’118.074.oo; a favor de su hermana Andrea Tamia, $ 104’444.782.45 y
de la señora Gene Rankin, $ 428’802.954.33.
Igualmente se condena a Avianca al pago, a favor de la misma
señora Gene Rankin, de la cantidad de $ 87’985.062.30, a título de lucro
cesante futuro.
Por concepto de daño moral, la condena a cargo de Avianca
y a favor de cada uno de los demandantes, se entenderá cifrada en
$12.785.850.oo.
Las condenas anteladamente cifradas devengarán, a partir
de la ejecutoria de esta providencia, un interés legal, civil moratorio, del 6%
anual.
SEGUNDO. Declarar probada la objeción que por error grave
formuló la parte demandada contra el dictamen inicial. Los auxiliares de la
Justicia reintegrarán su remuneración, de haberla ya recibido.
TERCERO. Costas de ambas instancias a cargo de la parte
demandada.
CUARTO. Sin costas en el recurso de casación.
Notifíquese
PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA
MANUEL ISIDRO ARDILA VELASQUEZ
JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR
CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO
SILVIO FERNANDO TREJOS BUENO
CESAR JULIO VALENCIA COPETE
EDGARDO VILLAMIL PORTILLA
ACLARACION DE VOTO
Solamente respecto del cargo único propuesto por la parte demandada, creo
que su improsperidad se imponía, principalmente por la ostensible falencia
técnica que ostenta en este punto la demanda, debido a que en inaceptable
mixtura involucra aspectos propios de la causal primera. Además, por cuanto
atendidas las pretensiones propuestas en el acto introductorio, en las que por
concepto de perjuicios morales se pidieron 1000 gramos oro, me parece que
en este asunto su equivalente podía estimarse para el momento en que fuese
pronunciada la sentencia de reemplazo; por este último aspecto, debió tenerse
en cuenta que en la súplica correspondiente se solicitó esa cantidad conforme
al precio que certificara el Banco de la República para la época en que quedara
ejecutoriada la sentencia.
Fecha ut supra.
CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE
Magistrado
ACLARACIÓN DE VOTO
Con profundo respeto me aparto del criterio mayoritario de la Sala en lo
concerniente con la incongruencia por la que se quejó la empresa demandada,
imputación que fue hallada próspera, pues en verdad creo, con toda
consideración, que lo resuelto al despachar el cargo único de dicha demanda,
queriendo servir a la lógica, terminó prestándole un flaco servicio, no sólo a
ella, sino, lo que es más grave, también a la justicia.
En efecto, es palpable que los demandantes pidieron la reparación del daño
moral que padecieron en términos de una deuda de valor, con miras, quizás, a
guarecerse de los demoledores efectos derivados de la depreciación del signo
monetario; sin embargo el Tribunal, con sustento en un juicio estrictamente
jurídico la concedió, mutándola, como una deuda nominal, que en cuanto tal
permanece inmodificablemente ligada a la cifra numérica concedida. Pero como
eso no fue lo pedido por la parte actora, no es posible establecer la
inconsonancia denunciada mediante la mera confrontación de rigor entre los
pedimentos de la demanda, que fueron otros, con la resolución del
sentenciador, con miras a establecer un exceso estrictamente numerario; por
supuesto que no fue la satisfacción de una obligación dineraria lo reclamado
por los demandantes, sino el valor de una cantidad de oro, esto es, que el
límite de sus pedimentos no es una suma de dinero, sino una cantidad de ese
metal.
Tanto ello es así que, inclusive, para despachar el cargo y acudiendo a un
procedimiento que no se aviene con la naturaleza de la causal alegada, hubo
de tener en consideración la Sala, dejando de lado elementales principios
probatorios entroncados con los derechos fundamentales, tales como el de
contradicción de la prueba, hechos no discutidos hasta ahora, concretamente,
el valor de un gramo de oro en el momento del fallo.
En todo caso, si se admitiese que bastaba la aludida operación matemática
para corroborar el exceso denunciado, es justamente la lógica la que conduce
a entender que si la pretensión fue enfilada a obtener el pago de una deuda de
valor, el juez de instancia, incluso la Corte, tendría que atender, con miras a
determinar el tope establecido por los demandantes, cuál es el precio del
gramo de oro al momento de dictar la sentencia de reemplazo, y prontamente
tendría que advertir que mil gramos de ese metal exceden con largueza los
$13.008.920,00 concedidos por el juzgador ad quem, tornándose,
subsecuentemente, irrelevante la recriminación. Por supuesto que la Corte,
obrando como juez de instancia se vería apremiada a enmarcar la decisión
recurrida dentro de los confines trazados por los demandantes, de manera que
los mil gramos de oro que constituyen su tope corresponderían hoy a
$33.217.110, monto que está sobradamente por encima de la condena
impuesta por el Tribunal.
Por consiguiente, si lo otorgado por éste se desquicia por verlo ahora
exagerado la Sala, al pretender “remediar” la demasía se mutila el derecho,
pues lo petrifica en el año de 1997, como si fuera esa la fecha de la sentencia
sustitutiva; en consecuencia, al extirpar la supuesta incongruencia del fallo de
segundo grado esta Corporación implanta en el suyo la propia; ésta por
defecto, aquélla por un supuesto exceso. Si ello no es una auténtica paradoja
no se sabe qué pudiera serlo, máxime si se repara en que los demandantes
reclamaron el monto equivalente en pesos a mil gramos oro, “según el precio
que al respecto certifique el Banco de la República para la ejecutoria de la
sentencia” (se subraya), que no es ni podía ser el año de 1997.
Pero, además, recuérdese que la censura desgajó recriminaciones de distinto
talante que debió trazar por la causal pertinente, como que con el incremento
dispuesto por el Tribunal, la condena por perjuicios morales “quedaría
establecida en una suma muy superior a la que usualmente ha señalado la
jurisprudencia como perjuicios morales en este tipo de casos”; que el arbitrio
judicial para tasar los perjuicios morales no era ilimitado y que, al no obrar en
conformidad, juzgador ad quem propició “un enriquecimiento injustificado del
demandante”, transgrediendo “lo más elementales principios de Justicia” (f.
83), imputaciones todas estas que encierran reproches concernientes a
verdaderos yerros de juzgamiento, ajenos por entero a la causal invocada por
la parte demandada, quien bien pudo prevalecer de ellos acudiendo a la
primera causal de casación.
En el punto conviene reiterar que si el rumbo diferente de la resolución del
juez se debe a la intervención de un motivo de fondo, cual serían las “las
consideraciones jurídicas sacadas del derecho sustancial, ya no es posible
hablar de inconsonancia, porque está de por medio un error de juicio y no de
actividad procesal que, fundado o no, sólo puede combatirse por la causal
primera de casación” (sents. De 28 de septiembre de 1970, CXXXV, págs. 171
y 172 y 28 de noviembre de 1991).
En fin, como encuentro que, a la postre, ese aspecto del fallo no le rinde cabal
tributo a la lógica, ni a la justicia me aparto del mismo. En lo demás, sobra
decirlo, comparto la decisión.
Fecha ut supra
PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA
Magistrado