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3 Créditos
Traductoras
Mona
Akanet
Areli97
Auroo_J
Brenda Carpio
Curitiba
Dark Killer
Lola_20
MaryLuna
Mir
Mlle_Janusa
Mokona
Nayelii
Nelly Vanessa
Sweet Nemesis
Susanauribe
Vettina
Correctoras
Akanet
Nanis
Clarksx
Elena Ashb
Bibliotecaria70*
Carito
Recopilación y Revisión
Final
Akanet
Diseño
Jenn ღ
Índice
Sinopsis_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _1
Capítulo 1_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _2
Capítulo 2_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _7
Capítulo 3_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _17
Capítulo 4_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _27
Capítulo 5_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _37
Capítulo 6_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _44
Capítulo 7_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _54
Capítulo 8_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _62
Capítulo 9_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _70
Capítulo 10_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _79
Capítulo 11_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _87
Capítulo 12_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 101
Capítulo 13_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _106
Capítulo 14_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _116
Capítulo 15_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _125
Capítulo 16_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _136
Capítulo 17_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _142
Capítulo 18_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _149
Capítulo 19_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _159
Capítulo 20_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _168
Capítulo 21_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _173
Acerca de la autora _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _178
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Sinopsis
Cuando Cassie se muda desde la pequeña ciudad donde siempre
ha vivido a un suburbio en Seattle, está determinada a dejar atrás su
existencia como niña buena y aburrida. Ésta es su oportunidad de
dejar de ser invisible y de convertirse en la clase de chica que es
digna de ser notada.
Crear una nueva identidad es más fácil de lo que Cassie hubiera
imaginado... un momento, una decisión, lo cambiarán todo.
La nueva existencia de Cassie la excita y al mismo tiempo, la
aterroriza. Conducida a un mundo de fiestas ilegales y minas sociales,
deja atrás su virginidad, abraza el entumecimiento que le dejan las
drogas, y flota a través de todo eso, sabiendo que ahora la llaman
"hermosa". Ignora los peligros de su nueva vida, rápida y alocada,
pero no puede esquivar los secretos y la crueldad.
Cassie está atrapada en una espiral que la lleva hacia abajo, con
violencia y abusos, y nadie, ni siquiera la única persona en quien
creyó que podía confiar, la puede ayudar ahora.
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Capítulo 1
Traducido por Auroo_J, Lola_20, Areli97, Mlle_Janusa y mona
Corregido por Akanet
No la vi venir.
Estoy mirando mi pedazo de pizza. Estoy viendo al pepperoni relucir. Es mi
tercer día en la nueva escuela y estoy sentada en una mesa al lado del
baño de chicas. Estoy comiendo el almuerzo con chicas rubias con
suéteres rosas, las chicas que hablan incesantemente sobre Harvard
incluso aunque solo estamos en séptimo grado. Ellas son la clase de chicas
que siempre me habían ignorado. Pero estas chicas son diferentes de las
de la isla. Ellas creen que soy una de ellas.
Ella toma mi hombro desde atrás y salto. Me doy la vuelta.
Ella dice—: ¿Cuál es tu nombre?
Le digo—: Cassie.
Ella dice—: Alex.
Ella está usando una chaqueta militar, una falda corta de mezclilla, medias
de red, y botas de combate. Su cabello le llega hasta el hombro, y es
esponjado y verde. Es alta y delgada, no delgada como una modelo sino
delgada como un chico.
Sus ojos azules son tan pálidos que casi no parecen humanos y sus
pestañas y cejas son tan rubias que casi parecen blancas. No es bonita, ni
siquiera se acerca a bonita. Pero hay algo acerca de ella que es mejor
que bonita, algo mejor que chicas inteligentes yendo a Harvard.
Es solo mi tercer día, pero supe en el segundo que llegue aquí que este
lugar era diferente. No es como la isla, no es un lugar gobernado por las
chicas buenas. Vi a Alex. Vi a los chicos de noveno grado con los que
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pasaba el rato, sus cabellos multicolores, sus posturas de indiferencia, sus
ropas que les dicen a todos que son demasiado geniales para que les
importe. Escuché su fuerte voz ahogando la de los demás. Vi como otras
chicas la dejaban colarse frente a ellas en la línea del almuerzo. Vi a todos
los demás mirándola, mirando a los chicos con su tranquila confianza,
todos mirando y tratando de no ser vistos.
Los vi en la mejor mesa de la cafetería y decidí cambiar. No es difícil
cambiar cuando nunca fuiste nada en primer lugar. No es difícil ponerte
una remera de una banda que escuchaste que les gustaba a los
populares, usar jeans ajustados con agujeros, caminar junto a su mesa y
asegurarte de que te vean. Todo lo que se necesita es mudarse de una isla
a un suburbio de Seattle donde nadie sabe quién eras antes.
—Estás en séptimo grado —dice como una afirmación.
—Sí —respondo.
Las chicas con suéteres rosa me miran como si hubieran cometido un gran
error.
—¿De dónde eres? —pregunta.
—Bainbridge Island.
—Puedo verlo —dice.
—Ven conmigo. —Ella toma mi muñeca y mi tenedor plástico se cae—.
Tengo algunas personas que quieren conocerte.
Se supone que debo pararme ahora. Se supone que debo dejar la pizza y
a las chicas inteligentes e irme con la chica llamada Alex hacia la gente
que quiere conocerme. No puedo mirar atrás, no al lugar de la pizza
grasienta y las chicas que casi eran mis amigas. Sólo seguir a Alex. Seguir
caminando. Un paso. Dos pasos. Debo concentrarme en que mi cara no
se vuelva roja. Concentrarme en respirar. Pararme derecha. Recordar, esto
es lo que quieres.
Los chicos se están haciendo más grandes. Debo pretender que no noto
sus miradas fijas. No me puedo sonrojar. No puedo sonreír de la forma en
que lo hago cuando estoy nerviosa, con mis mejillas temblando, mis labios
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curvados todos torpes y desiguales. Debo ignorar el ardor donde Alex
sostiene mi muñeca tan apretadamente. No puedo imaginar por qué
sostiene mi muñeca en la forma en que lo hace, por qué no confía en mí
para caminar por mi cuenta, por qué sigue mirando hacia atrás para
verme, por qué no me dejará fuera de su vista. No puedo pensar en quizás.
No puedo pensar en “¿Qué pasa si doy vuelta ahora mismo? ¿Qué pasa si
voy en la otra dirección?” No hay otra dirección. Sólo hay adelante, con
Alex, hacia los chicos que quieren conocerme.
Estoy desacelerando el paso. Me he detenido. Estoy viendo las grandes
zapatillas deportivas de los chicos de noveno grado. Las piernas juntas.
Otras cosas. Pechos, brazos, rostros. Ojos mirando. Ojos caídos y rojos de
chicos grandes. Sonrisas. Manos en mis hombros. Empujando, guiando,
conduciéndome.
—James, esta es Cassie, la hermosa chica de séptimo grado —dice Alex. El
cabello rapado de un lado, un mohicano en el medio, hermoso rostro y
perfecto. Este es el más lindo. Este es el líder.
—Wes, esta es Cassie, la hermosa chica de séptimo grado. —Pantalones
holgados, piernas separadas, holgazaneando con los brazos abiertos,
rostro gordo de bebé. No un bebé, peligroso. Él sonríe. Todos ellos sonríen.
Jackson, Anthony. Recuerdo sus nombres. Dijeron: “Siéntate”. Hice lo que
dijeron. Alex asintió con aprobación.
No debo levantar la vista de mis zapatos. Debo pretender que no siento la
pierna de James tocando la mía, su boca muy cerca de mi oreja. Que no
veo a Alex susurrarle. No siento las miradas. No puedo escuchar las risas.
Sólo recuerdo que mamá dijo algo acerca de "ojos almendrados" mi
"cuerpo de bailarina", mis “altos pómulos" mi "largo cuello”, mi cabello, mis
labios, mis pechos, todas esas cosas que tengo ahora y que antes no tenía.
—Cassie —dice James, y mi nombre suena como flores en su boca.
—Sí. —Miro su cincelado mentón. Miro sus dientes, perfectos y blancos. No
veo sus ojos.
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—¿Eres convencional1? —dice y estimo en mi cabeza lo que esta pregunta
puede significar, y digo—: Sí, bueno, eso creo.
Porque creo que él quiere saber si me gustan los chicos. Miro sus ojos y sé
que he cometido un error. Son verdes, sonrientes y curiosos, esperando que
responda correctamente. Dice—: Quiero decir, ¿eres una buena chica?
¿O haces cosas malas?
“¿Qué quieres decir con malas cosas?” Es lo que quiero decir, pero no
puedo decir nada. Solo lo miro, esperando que no pueda leer mi mente,
que no pueda oler mi terror, que no se dará cuenta ahora que no merezco
esta atención, que se equivocó con sólo mirarme de esta manera no cruel.
—Me refiero a que me te he notado este último par de días. Parecías una
buena chica. Pero hoy luces diferente.
Eso es verdad. Soy diferente de cómo era ayer y todos los días anteriores.
—Así que, ¿eres convencional? —dice—. Me refiero a, ¿te drogas y esas
cosas?
—Sí, um, supongo que sí. —No lo he hecho. Lo haré. Sí. Haré lo que quiera.
Me sentaré aquí mientras todos me miran. Me sentaré aquí hasta que
suene la campana y sea hora de volver a clase y la chica llamada Alex
dice: “Dame tu número”. Y lo hago.
A pesar de que nadie más me habla por el resto del día, me aferro a
“hermosa". Me aferro al almuerzo mañana en la mejor mesa de la
cafetería. Aunque viajo sola en el autobús a casa, y observo el puerto
deportivo y las grandes casas pasar, hay chicos de noveno grado en algún
lugar que pueden estar pensando en mí.
A pesar de que mamá está durmiendo y papá en el trabajo, a pesar de
que todavía hay cajas amontonadas por todas partes por la mudanza, a
1 Convencional: Original en inglés straight, que en español puede significar ser
heterosexual —que es lo que ella entiende— y lo que él en realidad le está preguntando
es si ella participa en actividades peligrosas como drogas, alcohol, sexo o actividades
criminales. Ser una buena chica/chico.
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pesar de que mamá está demasiado triste para cocinar y de que como
mantequilla de maní para la cena y papá no viene a casa hasta que la
casa está oscura y las paredes son demasiado delgadas para ocultar los
gritos, a pesar que puedo escuchar el llanto de mi madre, hay una chica
en algún lugar que tiene mi número. Hay chicos de noveno grado que lo
querrán. Hay chicos de noveno grado que podrían estar pensando en mí,
haciéndome existir en algún lugar distinto de aquí, haciéndome algo más
grande que una silueta en la esquina de esta habitación. Hay una imagen
de mí en sus cabezas, una imagen de alguien que no conozco todavía.
Ella no es la chica rechoncha con corrector dental y mal peinada.
Ella no es la chica que se oculta en el cuarto de baño en el recreo. Ella es
alguien nuevo, una pizarra en blanco que ellos han llamado hermosa. Es lo
que soy ahora: hermosa, con este nuevo cuerpo, rostro, cabello y ropa.
Hermosa, con este borrado de historia.
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Capítulo 2
Traducido por Mir
Corregido por Clarksx
Cuando llegamos a mi casa, llevé a Alex directamente a mi habitación. No
le mostré a mi mamá dormida en el sofá, las cajas amontonadas alrededor
del apartamento, la alfombra naranja en la habitación de mis padres o su
pequeña ventana que no deja entrar la luz, el baño con el linóleo
despegado, la cocina que huele a moho, la plataforma donde apenas
cabe nuestra barbacoa y un par de sillas de plástico. Le llevo a mi
habitación en la que iba a trabajar tan pronto como llegamos allí, la
habitación en la que no podía dormir hasta que todo estuviera guardado,
hasta que todos los posters estuvieran derechos, los libros ordenados
alfabéticamente en las estanterías y divididos de acuerdo a su materia y
país de origen, la cama hecha, la ropa doblada y metida en cajones, todo
exactamente de la manera que debería ser. Eso fue hace dos semanas,
pero todavía hay cajas por todas partes y mamá todavía sigue arreglando
la sala de estar a pesar de que no tiene nada que hacer en todo el día,
excepto ver la televisión y jugar juegos de video.
Alex no ha dicho nada acerca de los posters en mi pared, los de las
buenas bandas que nunca escuché pero que mamá me compró en el
centro comercial. Ella no se da cuenta del quemador de incienso, las velas
o los recortes de estrellas de rock de revistas que parecen drogadictos. Lo
único que hace es reír y decir: “¿Todavía tienes animales de felpa?” Y yo
me río y digo: “He tenido la intención de deshacerme de ellos”. Y los meto
en el bote de basura aunque no entran y tengo que seguir empujándolos
mientras Alex camina alrededor de mi cuarto y toca todo. Saca libros de
mi biblioteca y no los vuelve a poner en orden alfabético.
—Este es jodidamente grueso —dice.
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—Es uno de mis libros favoritos —le digo—. Es sobre la Revolución Francesa,
cuando toda la gente pobre se rebeló contra el gobierno y un tipo que
solía ser un criminal fugado de la cárcel, se vuelve bueno y…
—Eres tan nerd —dice con una mirada en su cara como si estuviera
empezando a pensar que cometió un error sobre mí. Se da la vuelta y
sigue mirando a través de mis estanterías hasta encontrar mi álbum de
fotos y dice—: Oh, ¿qué es esto? —Le digo que nada porque no hay nada
que pueda decir excepto mentiras. Ella lo saca, se sienta y deja de hablar
conmigo. Me siento en mi cama, sin respirar, esperando el descubrimiento,
esperando que la mirada seria en su rostro cambie y se convierta en risa.
Puedo oír a mi madre arrastrando los pies en la sala de estar. Algo se
rompe y la escucho decir—: Mierda. —Alex se ríe pero no levanta la vista.
—¿Por qué estás en esas clases? —dice mientras sigue hojeando el álbum
de fotos de las niñas que nunca fueron mis amigas.
—¿Qué clases?
—Las de los chicos inteligentes. —Saca una foto de Angela allá en casa, la
chica más popular en la escuela. Llevaba un suéter de cachemira y una
falda. Su cabello es rubio y perfecto y tiene una mirada en su cara, como si
cualquier cosa fuera posible. De repente me siento avergonzada por ella,
avergonzada por su confianza y el sol brillando en su cabello, avergonzada
por su piel de color rosa suave. Ella no tiene idea de que hay un lugar
como este, un lugar donde no es nada. Hay un montón de fotos de ella en
mi álbum, tomadas en el día de campo de sexto grado, en la obra de la
escuela cuando era la estrella, en la graduación de la escuela primaria.
No hay imágenes de mí. Siempre estoy detrás de la cámara. Siempre estoy
en alguna parte donde nadie pueda verme.
Alex rompe la imagen a la mitad, y luego a la mitad otra vez. Creo que
debe ser una broma, que era sólo un pedazo de papel lo que rasgó. La
imagen debe estar en algún lugar todavía entera.
—¿Por qué hiciste eso? —le pregunto.
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—No me gusta ella —responde. Miro sus manos, y Angela está rota en
cuatro trozos irregulares—. Dime por qué estás en las clases inteligentes —
dice ella.
—No lo sé.
—¿Eres inteligente? —dice, como si estuviera preguntando si soy retrasada.
—No. Sí. No lo sé. —Está destruyendo la imagen en pedazos aún más
pequeños. Me está mirando mientras lo hace, rompiéndola lentamente y
sonriendo.
—¿Tus padres te hicieron tomar esas clases?
—Sí —le digo, a pesar de que en realidad no es cierto, y la respuesta
parece satisfacerla.
—Desearía que tuviéramos clases juntas —dice ella, levantando otra foto.
—Yo también —le digo. No puedo lucir molesta por la imagen. Debo
actuar como si fuera gracioso. Debo actuar como si nada me preocupara.
—¿Quién es esta? —dice.
—Esa es Leslie —le digo, y por alguna razón agrego—: Es mi mejor amiga.
—No era tan popular como Angela, pero siempre fue mi favorita. Era la
más buena en el grupo, no tan rica como las otras y algo tranquila—.
Estábamos en el picnic de sexto grado y estábamos en la playa el fin de
semana antes de que finalizara la escuela y Derrick Jenson justo pateó la
pelota hacia el agua y…
—Vamos a quemarla —dice Alex.
—¿Qué? —Ella está arrugando a Leslie en su mano.
—Vamos a quemar a todos ellos. Ya no son tus amigos, ¿verdad?
—¿Por qué no?
—Tú vives aquí ahora.
—Todavía podemos ser amigos.
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—No, no pueden. Están en Bainbridge. —Ella dice el nombre de la isla
como si yo debería estar avergonzada de ella, como si estuviera por
debajo de ella, como si todo lo de allí no fuera bienvenido aquí. Y a pesar
de que está sólo al otro lado de Seattle, sé que nunca voy a volver. No hay
nada allí para mí, nada para mi madre o mi padre. Hay un lago, tierra y
agua salada entre nosotros. Hay un puente, un ferri, árboles y caminos de
tierra. Hay otro mundo con una versión totalmente diferente de mí, un yo
que no es bonita, un yo que ningún chico quiere, un yo al que ella nunca
le hablaría. La verdad es mucho peor de lo que ella piensa. Soy algo peor
que una chica de buen gusto de una isla. Soy una chica fea de una isla.
Soy una chica que no puede hablar. Soy una chica con un álbum de fotos
lleno de personas que ni siquiera saben quién soy.
No quiero que Alex vea más fotos. Ella tiene razón. No son reales. Ellos no
son mi vida. Esta es mi vida ahora, y es mejor que la fingida. Alex es mejor
que Leslie, Angela y todas las otras chicas que nunca existieron como
nada más que fotos instantáneas tomadas en secreto, espaldas
alejándose, distantes ecos de risas. Ellas se han ido. No existen. Nunca
existieron.
—Yo soy tu amiga, ¿no? —dice.
—Sí.
—Así que no las necesitas.
—No.
Alex me dice que le diga a mi madre que vamos a dar un paseo. Ella pone
el álbum de fotos en su mochila. Mamá está poniendo fotografías
enmarcadas en la parte superior de la falsa chimenea, las mismas que
solían estar en la cima de nuestra vieja y real chimenea. Hay una foto de
ella sosteniéndome cuando era un bebé, cuando ella era flaca y hermosa.
Hay una de mi padre cuando él todavía tenía barba, sentado en un gran
sillón que no reconozco. Hay una de todos nosotros de pie junto al árbol de
Navidad, las manos de mi madre están sobre mis hombros y tiene una gran
sonrisa como si estuviera más feliz que nunca, como si ni siquiera se diera
cuenta de que luzco asustada y mi papá luce enojado como siempre lo
hace.
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Caminamos por la colina hasta las vías del tren detrás de mi edificio.
Podemos ver el Lago Washington y toda la ciudad desde aquí, pero se ve
diferente a cuando lo veía desde la isla. Todos los edificios están al revés.
Nos sentamos en las vías del tren y Alex me entrega un encendedor y
dice—: Quémalas. —Ella comienza a sacar las fotos del álbum y a
entregármelas, una a una. Las sostengo en mi mano, las chicas que
observé durante años, las chicas que soñaba ser, las buenas niñas, las niñas
que nunca me iban a conocer. Están más allá del agua, a través de los
árboles. Ellas no son mis amigas. Ella lo es. Alex lo es. Ella es mi única amiga.
Me sorprende la facilidad con que se queman, la rapidez con la que sus
caras se vuelven ceniza gris en mis manos. Cuando terminamos, hay un
montón de restos carbonizados a mis pies. Son los fantasmas de la gente
que nunca conocí, que la lluvia lavará.
Alex lanza el álbum vacío entre los matorrales. El sol comienza a ponerse y
el puente titila con la gente volviendo de sus trabajos de Seattle. Uno de
ellos podría ser mi padre. Pero es probable que todavía esté en la oficina.
Probablemente no lo veré esta noche.
—¿A qué hora es tu toque de queda? —pregunta Alex mientras se pone
de pie.
—Realmente no tengo uno. —No le digo que es porque nunca he
necesitado uno. No le digo que es porque nunca he tenido a donde ir.
—¿Tienes dinero? —dice.
—Ocho dólares.
—Eso es suficiente.
Caminamos por la colina a lo largo del paseo marítimo, donde los gansos
Canadienses están graznando y cagando en la hierba. Pasamos por
delante de la hamburguesería, donde podemos ver a las familias
comiendo a través de las ventanas. —Mira a esos pendejos —dice Alex.
Yo digo—: Sí.
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Hay una tienda que vende artículos para hacer tu propio vino. Hay un
restaurante con un menú en la ventana, donde las ensaladas cuestan
quince dólares. Pasamos por delante de estos lugares hacia la esquina con
el 7-Eleven y la sala de videojuegos. No hay familias aquí. Aquí es donde
termina la ciudad. Hay niños pequeños en el interior de la sala de juegos.
Hay chicos grandes en el exterior.
—La mayoría son estudiantes de secundaria —me dice Alex. Ellos están
fumando y bebiendo de bolsas de papel.
Nunca he hecho nada interesante en mi vida, pero voy a hacerlo. Voy a
ser uno de ellos. Voy a hacer cosas.
Hay un tipo gordo sentado en el medio de la acera con una rata trepando
a través de sus hombros y por su espalda, sobre su regazo y por su pecho.
Se instala en la parte superior de su cabeza y nos mira con los mismos ojos
pequeños y brillantes que el tipo. La rata es de color púrpura como el pelo
del chico gordo. Se instala como camuflaje.
—Purple Haze2 —dice Alex.
—¿Qué quieres? —dice él. Su voz es aguda y nasal. Su cara es grasosa y
picada de viruela.
—Cuatro toques —dice ella, y no tengo ni idea de lo que está hablando.
—¿Escuchaste algo de tu hermano? —dice el chico gordo.
—Está en Portland.
—Ya sé eso —dice, rodando los ojos.
—Tiene un buen trabajo.
—No, no lo tiene.
—Sí que lo tiene.
2 Purple Haze: Se trata de una de las plantas de marihuana hibrida más vigorosas del
planeta, obtenida genéticamente en Holanda alrededor del año 1983, a partir de la cruza
de las variedades conocidas como Haze y Afghani.
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—Es un adicto que vive en un almacén y golpea a gente gorda por
diversión —dice el chico gordo, como si fuera lo más gracioso que jamás
escuchó.
—No, no lo hace.
—Está en una pandilla contra la gente gorda.
—¿Dónde escuchaste eso?
—Información clasificada.
—Dame un cigarrillo —dice Alex.
—Sólo si tu amiga me besa.
Ella me mira. Yo niego con la cabeza.
—Sólo dame un cigarrillo.
Saca uno y me lo entrega. —Querida —dice, y se ofrece a encenderlo. Lo
pongo en mi boca y succiono como he visto a mi madre hacerlo.
—¿Podemos tener el ácido ahora? —dice Alex.
—¿Tienes dinero?
—Ella tiene.
Me mira de arriba abajo y la grasa debajo de su barbilla se menea como si
fuera gelatina. —Te lo daré gratis si ustedes dos se besan —dice, y el humo
del cigarrillo va demasiado lejos en mis pulmones y comienzo a toser.
—No soy lesbiana, hijo de puta —dice Alex.
—Ella no va a inhalar —dice Purple Haze y apunta hacia mí.
—¿Qué?
—Tú amiga bonita. Ella no sabe cómo fumar.
Alex me mira como si hubiera hecho algo terrible. Le entrego el cigarrillo, y
mi cara arde.
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—Mira, se está sonrojando —dice Niebla Púrpura—. ¿No es eso lindo?
—Sólo danos el ácido —dice Alex, exhalando humo como si supiera lo que
está haciendo. Todo el mundo está observando. Sé que están pensando
en lo tonta que soy. Piensan que no pertenezco aquí. Están pensando,
Vuelve a de donde viniste, niña.
—¿Alguna vez has tomado una mierda que fuera tan buena que era mejor
que un orgasmo? —dice Niebla Púrpura—. ¿Como aquellos realmente
largos que duran para siempre y se sienten como si hubieras perdido como
cinco kilos?
—Dale el dinero —me dice Alex. Abro mi bolso y saco mi billetera. Me
tiemblan las manos.
—Tranquila, niña. Siéntate aquí a mi lado.
Miro a Alex. Ella asiente con la cabeza.
Me siento a pesar de que la falda es corta. Pongo mi bolso en mi regazo
para ocultar el lugar que no está cubierto. Purple Haze se inclina y susurra
en mi oído: —Sácalo lentamente, estírate y ponlo en mi bolsillo. —Hago lo
que dice. Sus jeans son demasiado calientes y ligeramente húmedos. Huele
a salami.
Del otro bolsillo, saca un maquillaje compacto. Saca dos pequeños
paquetes de celofán con sus dedos gordos y los pone en mi mano. —Que
tengan un buen viaje, señoras. —Me pongo de pie y quito el polvo de mi
falda. Estoy tratando de no temblar. Están pensando, Vete a casa, niña.
No miro a Alex o a Purple Haze mientras comienzo a caminar. No miro a
ninguno de los chicos de secundaria, aunque sus ojos queman agujeros en
mí. Vete a casa.
—Ella no habla mucho —le oigo decir a Purple Haze detrás de mí, aunque
ya estoy a mitad de la manzana.
—¡Espera! —grita Alex. Sigo caminando. Todavía estoy demasiado cerca. Si
dejo de caminar, voy a empezar a llorar y todos me verán.
—¿Cuál es tu problema? —dice cuando me alcanza.
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—Sólo quería irme.
—Tenías que esperarme —dice.
—Lo siento.
Ella deja de caminar y yo también Me está mirando a los ojos. Me está
mirando como si me odiara. —No lo hagas otra vez —dice. Su voz es fuerte,
no como la de una chica. Miro al suelo y siento mi cuerpo
desmoronándose, convirtiéndose en piezas pequeñas e invisibles.
—Lo siento —le digo. Miro hacia arriba y espero que ella se haya ido, pero
todavía está allí, sonriendo como si nada. Soy firme de nuevo. Ella toma mi
mano y tira de ella con suavidad.
—Entremos aquí —dice.
Nos deslizamos entre una tienda cerrada y una tienda de queso de lujo. En
las sombras Alex dice—: ¿Dónde está el ácido? —Le extiendo mi mano con
los dos pequeños paquetes de celofán—. Tú tomas uno y yo tomaré dos. —
Ella abre un paquete y lo lame. Los dos pequeños cuadrados de papel
blanco se adhieren a su lengua. Ella abre el segundo paquete y presiona
su dedo en el interior. Un cuadrado se pega y ella me lo enseña a mí—.
Aquí tienes —dice.
—¿Qué? —le digo.
—Cómelo.
Le lamo el dedo y es salado.
—¿Se supone que tengo que tragarlo?
—Sólo deja que se disuelva.
—¿A dónde vamos ahora?
—A la casa de James.
Y digo—: Mierda —y suena ridículo saliendo de mi boca.
—Te ves bien —dice Alex—. No te preocupes. Él ya te quiere.
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Camina rápido y trato de mantener el ritmo, pero quedé atontada con las
palabras “él te quiere”. Es bueno que ella esté tan lejos por delante, que
no puede ver la sonrisa tonta en mi cara.
—Es sólo un kilómetro y medio —dice, y no hablamos hasta que llegamos
allí.
Caminamos a lo largo del lago, en la acera hecha para los corredores y las
madres con carritos. Es extraño cuán diferente es la orilla aquí, toda
perfecta y recta. En lugar de rocas afiladas, en lugar de algas, percebes y
otros seres vivos, esta playa es llana, arenosa y estéril, marcada sólo con
caca de ganso y alguna pieza ocasional de basura.
Aquí estoy con la primera amiga que he tenido en mucho tiempo. Aquí
estoy camino a conocer a un chico que me quiere. Mi vida en la isla ha
terminado. Tengo una nueva imagen, un nuevo cuerpo y nueva ropa.
Tengo una nueva amiga y nada volverá a ser como antes.
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Capítulo 3
Traducido por Mir
Corregido por Nanis
La casa de James se encuentra es en una urbanización de mansiones,
siguiendo por la colina de mi edificio de apartamentos, en el lago donde
las grandes casas miran Seattle, a estrenar, con patios de tierra desnuda
en la que nadie tiene tiempo para plantar nada.
Las sombras que se aferran a un lado de la casa empiezan a moverse y no
puedo decir si veo a James o a la oscuridad con forma de él. Se siente
como si el suelo estuviera respirando y el aire tuviera manos, como si todo
se estuviera moviendo excepto yo, como si yo fuera la única cosa sólida,
como si fuera el resto del mundo lo que está mareado.
Digo:
—Me siento rara.
Alex dice:
—Está funcionando.
—Hola —dice James, y me mira como si él fuera una estrella de cine. Algo
es raro sobre la manera en que se apoya contra la casa, como si sus
caderas estuvieran fuera de las articulaciones, como si su cuerpo estuviera
desbordado y luchando por mantenerse en posición vertical. Lleva una
sudadera color negro liso y una gorra de béisbol sobre su cresta. Podría ser
cualquiera justo ahora. Podría ser normal, anónimo. Empiezo a reír porque
de repente él no parece tan duro. Me río porque de repente todo está
coloreado como un dibujo animado. Me río porque es lo único que haces
cuando tus piernas se rinden y te caes al suelo, cuando eres una idiota y
sabes que eres idiota y todo el mundo alrededor es idiota y no hay nada
que puedas hacer al respecto.
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Estoy en el suelo. Mirando la cabeza gigante con forma de luna de James,
que no se está riendo. Me está mirando como si hubiera hecho algo mal,
como si yo no fuera la hermosa Cassie de Séptimo Grado, y de repente
nada de esto es divertido y me dan ganas de llorar.
—¿Qué hiciste con ella? —le dice a Alex. Él está enojado. Va a lastimarnos.
—¿Qué quieres decir? —dice ella, y por alguna razón la odio. Agarro su
mano de todos modos, ella la aleja y sé que debo permanecer en el suelo.
—¿Qué carajo hiciste con ella? —Él la está sosteniendo por los hombros. La
está sacudiendo con fuerza. Su cabeza se balancea.
—Ay —dice ella, como si estuviera empezando a pensar en no reír.
—La arruinaste, puta de mierda. La arruinaste —es lo que dice él, como si
fuera la peor línea de la peor película alguna vez hecha. Ya no puedo
escuchar lo que dicen porque mis oídos están llenos de suciedad. Puedo
sentir el suelo y me gustaría que fuera barro para poder rodar en él, para
poder ser cubierta en color marrón. Podría correr y ser invisible en la
oscuridad. Podría vivir en los árboles y nadie me encontraría. Estoy
planeando esto. Estoy tomando notas en mi cabeza para recordar más
tarde. No sé lo que voy a comer, pero he oído que hay personas que
comen gusanos, insectos, roedores. Voy a comer esas cosas. No voy a
necesitar nada.
No puedo escuchar, pero puedo ver a Alex convenciéndolo de algo. Veo
a James calmarse como si ella hubiera puesto un hechizo sobre él. Puedo
ver que ella le da la otra pieza de ácido que no me dio, y él está
poniéndola en su boca y sonriendo con sus dientes rectos, grandes y
brillantes. Veo todo esto, pero todo lo que oigo es la tierra crujiendo en mis
oídos y la arruinaste una y otra vez. No sé lo que significa, pero me gusta el
sonido de eso. Suena como una película, dramática e importante, y yo soy
dramática, importante y digna de tener una película sobre mí. Hay gente
que pagará dinero para verme arruinarme. Estoy en el suelo, no puedo
levantarme y me siento como una estrella de cine, el tipo de estrella de
cine bella y trágica cuya vida termina demasiado pronto, cuya muerte
hace que la gente las recuerde como brillantes.
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James me mira como si fuera algo rescatable, como si lo que se arruinó
aún está en algún lugar. Me ayuda a levantarme y dice:
—Así que no eres tan recta conservadora.
Y yo digo:
—No. —A pesar de que todavía no sabía lo que eso significa.
Él dice:
—¿Cómo te sientes? —Y siento que mis pies dejan el suelo y el aire en mis
pulmones se siente pesado, caliente y lleno de lodo—. Tomé algo,
también. Voy a estar como tú pronto.
Los chicos de la mesa del almuerzo son sombras al otro lado del patio
vacío, mirando y sonriendo como si supieran algo que yo no. Ellos están
bebiendo algo marrón de una botella y fumando algo que no huele a
tabaco. Se supone que debo caminar ahora, pero lo que quiero más que
nada en el mundo es acostarme en el suelo, mirar hacia arriba y sentir
como si estuviera en la parte inferior de algo.
Hay escaleras de un kilómetro de largo que conducen a una terraza con
nada en ella. Oigo mis pasos resonando en la madera y estoy despertando
a todo el vecindario. Hay una puerta que conduce a una cocina de
ciencia ficción, todo de brillante cromo plateado con botones y mandos,
la clase de cocina en las revistas que compra mamá, el tipo de cocina en
los programas sobre los ricos. Los chicos y Alex están aquí en alguna parte,
pero no los veo. Están en el fregadero. Se esconden en los armarios. No
están en el refrigerador que es frío y está lleno de cajas de comida para
llevar y tiene una puerta llena de condimentos. Hay un bloque de queso
con manchas de color azul, y otro que es redondo y polvoriento. Los
sostengo en mis manos y los veo fundirse a través de mis dedos,
manchando mi piel con olor a pies que nunca se va a lavar.
James dice:
—¿Qué estás haciendo?
—Nada. —Y él golpea mi mano para manipular el queso, el fascinante
queso con nombres en diferentes idiomas. Dice que tengo que salir de la
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cocina, que sólo puedo estar abajo. Es negro como el carbón y no puedo
escuchar el sonido de mis pasos. En la planta baja está su piso, todo su
piso. En la planta baja está su dormitorio. Puedo distinguir una mesa de
ping-pong. Mis pies sienten la costosa alfombra. Mis dedos no sienten un
interruptor de luz.
Él les dice a los chicos que se queden. Les dice que nosotros tenemos que
hablar. Se ríen y ríen y no sé de qué me estoy riendo pero es risa y se siente
mejor que el tirón en mi mano, el olor del queso, la nevera de acero frío y
la cocina, en la que nunca se cocina. Los muchachos se sientan en el sofá,
uno de ellos se tira un pedo y los otros se ríen. Alex abre cajones y toca
cosas. James no le da un manazo. Él está ocupado llevándome a su
habitación al final del pasillo. Ya hay música sonando.
Sus paredes son de ladrillo blanco. No son reales. Se trata de la portada del
álbum de Pink Floyd como la que tiene mi padre. Pintado, profesional,
encargado por padres que no están aquí. Las paredes están goteando
porque tomé ácido. Él todavía no está colocado por el ácido. El papelito
está todavía en su lengua, disolviéndose, degustándolo como una bola
ensalivada.
Tengo trece años y estoy colocada por el ácido. Él tiene quince y estará
colocado por el ácido pronto. Estoy en la cama, bajo The Wall3 y
escuchando a Pink Floyd. No sé por qué James escucha la música que le
gusta a mi papá. No sé por qué estoy mirando a su equipo de música, el
tipo real, con diferentes niveles apilados uno encima del otro y con
parpadeantes luces de color verde y rojo, con altavoces tan grandes
como yo, tocando Pink Floyd y me recuerda a la nieve.
Él lleva una gorra de béisbol y la quiero fuera de su cabeza. Lo hace ver
como un chico normal. Quiero su gorra fuera de su cabeza, porque él no
es ese tipo de chico. Yo no estaría sobre mi espalda así para ese tipo de
chico.
Le quito la gorra de béisbol porque necesito que sea otra persona. Su
cabello es plano y recto como el de una chica y cae sobre sus ojos. Toma
la gorra de mi mano y se la pone de nuevo en la cabeza.
3 The Wall: album de Pink Floyd.
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Dice:
—Basta. —Yo me río, y lo hago de nuevo y él la agarra de nuevo. Creo que
es un juego, pero él no y dice—: Detente maldita sea. —Sujeta mi muñeca
a la cama, y me detengo. Entonces, su lengua va a mi boca y esto no es
para nada como se supone que debe ser un primer beso.
Alex abre la puerta y dice:
—¿Puedo usar el teléfono? —James agita su mano y no puedo decir si le
está dando su permiso o espantándola, pero ella entra, se sienta en su
escritorio, agarra el teléfono y comienza a marcar. Él se quita la gorra,
porque se está metiendo en medio de nuestras caras y sé que es mejor no
preguntar por qué no pasa nada si él lo hace ahora, pero no cuando
quería que lo hiciera, y no puedo ver cómo luce ahora porque voy a cerrar
mis ojos.
Alex está en el teléfono hablando con todos los que conoce. Puedo
sentirla sentada en el escritorio cerca de las parpadeantes luces verdes y
rojas del equipo de música, que prenden y apagan. La lengua de James
está en mi boca y sabe a algo polvoriento, pequeño, lanzándose dentro
de mi boca y golpeando los dientes como si estuviera buscando una
manera de entrar dentro de mí, una trampilla, buscando algo escondido y
desbloqueado. Alex está mirando y diciendo a todo el mundo que
conoce:
—Cassie está en la cama con James y se están sorbiendo. —Ella sigue
diciendo “sorbiendo” y suena como algo feo. Su risotada rebota en las
paredes, en los ladrillos blancos como la portada del álbum, y hay
demasiado ruido aquí. Es demasiado brillante y el sorber me hace escupir y
escupir me hace asfixiar, cierro la boca y le impido el acceso a su lengua.
Él dice:
—Fuera de aquí, perra. —Y creo que me está hablando a mí, pero Alex da
una risotada y cuelga el teléfono. James dice—: Apaga las luces. —Ella lo
hace—. Cierra la puerta. —Y ella lo hace, y mis dientes se abren y su
lengua entra. Trato de mantener el ritmo, pero no tengo ni idea de lo que
estoy haciendo y tengo miedo porque sólo somos él y yo, y no puedo ver
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nada más que las luces verdes y rojas, y él es el único que conoce su
camino aquí en la oscuridad.
Hay una boca sobre la mía, dientes raspando y estoy pensando en queso.
Estoy pensando, ¿por qué el queso caro huele mal? Estoy pensando en mis
axilas sin afeitar que él está tocando con sus grandes manos. El sonido de
una cremallera abriéndose. El sonido de Pink Floyd. Y estoy pensando en la
nieve. Estoy pensando en conducir rápido en ella, nada más que formas
blancas y brillantes a veces con textura, que cambian y cacarean porque
el cielo está nublado y las sombras están cayendo. Y estoy usando un
sostén de algodón blanco que no es un sujetador de chica mala.
Él ríe y dice:
—¿Es un sostén de entrenamiento? —Yo miro las luces de color rojo y verde
y no me dicen nada de lo que debería responder. Así que me encojo de
hombros, tanto como soy capaz de encogerme de hombros con su
cuerpo sobre el mío, mi brazo derecho debajo de su mano caliente, mi
brazo izquierdo sin querer moverse en absoluto y mis hombros fríos y
temblando bajo la nieve de Pink Floyd.
Sus dedos están dentro de mí y yo estoy tratando de hacer que mi boca se
mueva. Siento algo que se siente como mal, algo a lo largo de mi cuerpo,
como un veneno que me llena poco a poco. No sé si mi boca se mueve
porque no puedo sentir nada excepto el veneno. Hay algo ejecutándose
en mi cerebro. No puedo verlo, pero sé que está por venir. Puedo sentir el
golpeteo de las pisadas que sacuden todo. Oigo pantalones abriéndose,
en algún lugar muy lejano, y no sé cuánto tiempo se supone que debe
tomar, pero espero que sea rápido porque quiero ir a casa. Quiero que
esta sensación se detenga. Quiero darle lo que quiere e irme. Quiero dejar
a Alex por ahí sin nada que ocultar. Quiero dejar a los chicos de la mesa
del almuerzo con sus pedos y sus bebidas. Quiero dejar a James con su
gorra, su cabello, sus manos, su lengua, su pared y su equipo de música
diciendo que me detenga y que siga, direcciones que no escucho.
Algo en la otra habitación se rompe. Él dice:
—Mierda. —Y sale corriendo por la puerta sin abrochar sus pantalones. Me
siento flotando sin el peso de él sobre mi cuerpo. Oigo a los chicos gritando
y a Alex riéndose, y el CD se termina y es definitivamente el momento para
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irme. Me cierro los pantalones y me coloco el sujetador. Me coloco mi
camisa enredada. Salgo de la habitación. Siento los fantasmas de sus
dedos dentro de mí.
Hay un florero roto en el suelo. James está gritando al chico con la botella
en la mano. Los otros chicos se están quemando unos a otros con el metal
caliente en sus encendedores. Alex está sentada en el sofá y mirándome
como, ¿Y bien?
—Me voy a casa —le digo, y mi voz suena lejana.
—No, no te vas —dice ella.
—Ya pasó mi toque de queda —miento.
—¿Ustedes ya lo hicieron? —pregunta. Niego con la cabeza—. Tienes que
quedarte un poco más. Tienes que quedarte hasta que lo hagan.
—Tengo que ir a casa. Te llamaré mañana.
Camino hacia la puerta. James deja de gritar y dice:
—¿No vas a pasar la noche?
Los chicos dicen:
—¿No vas a pasar la noche?
Alex dice:
—Sí. —No digo nada y todos me están mirando como si mi vida
dependiera de lo que haga ahora. Todo está en silencio, esperando y
quiero correr.
—Tengo un toque de queda —digo. Es lo más cercano que puedo decir a
algo que no estoy autorizada a decir, nada como un “No”, ni un “quiero
irme”, ni un “no quiero estar en tu cama, no con sus paredes que gotean,
no con tu gorra puesta o no, no contigo tocándome, no con tus dedos
dentro de mí o cualquier otra cosa de tu cuerpo”. No puedo decir eso. No
puedo decir nada parecido a la verdad, sólo “tengo un toque de queda”,
y las manos de James están en mi cintura, tirando, su voz es
angustiantemente dulce:
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—Vamos, nena.
La voz de Alex:
—Espera.
Los chicos del almuerzo:
—Calientapollas.
Mi voz pequeña e inaudible:
—Tengo un toque de queda.
Una y otra vez. Sus manos me están empujando y su voz es dura:
—¿Qué eres, una niña?
Alex:
—Jesús, Cassie.
Los chicos del almuerzo:
—Calientapollas. Niña.
Sí, soy una niña. No soy nada que ustedes quieran. Me voy. Estoy
caminando por la puerta corrediza de cristal que no se desliza muy bien y
hacia el patio de tierra, cuesta abajo, y a través de las vías del tren, hacia
el puerto deportivo y a través de las sombras de los mástiles de los veleros.
El banquillo no es cómodo. El cuarto de baño está cerrado. No hay donde
esconderse, parar y respirar. El lago está acribillado con pequeños
tsunamis. Suenan las campanas. Las gaviotas duermen.
Corro hasta la colina del lago, más allá de las filas de garajes para tres
coches, pasando por el restaurante con las ensaladas de quince dólares,
paso demasiadas luces rojas y verdes. Corro a casa, a la vivienda junto a
las vías del tren, más oscura aún que la mansión junto al lago. No hay
sillones de cuero, ni quesos malolientes, ni cocina de revistas, ni mesas de
ping-pong, Pink Floyd o pinturas murales caras. Sólo hay aire negro y formas
negras que no hacen ruido. Sólo es mi habitación y todo puesto
exactamente en donde se supone que debe estar. Está mi cama, mi
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escritorio, mi ropa, mis libros y una nota de Alex aún arrugada por los
pliegues elaborados.
No voy a dormir. Me sentaré aquí mordiéndome las uñas hasta sangrar.
Voy a mirar por la ventana hacia los árboles negros que solían ser de color
verde. Voy a escuchar los sonidos que hacen los fantasmas. Me sentaré
aquí, en esta oscuridad y no recordaré nada. Este es mi lugar. Oscuro. Una
cueva. No es una casa cuadrada al final de un camino de grava. No es
una isla, empapada por la lluvia, nublada con verde. Esos no son los
árboles rascacielos que hablaban detrás de mi espalda. No susurran sobre
la chica descalza que siempre está sola. No soy la chica. Ella no tiene una
pala de plástico. No es fin de semana, mi padre no está en casa y mis
padres no están fuera destrozando la tierra, pretendiendo hacer crecer
cosas. No estoy usando botas de goma o llevando una pala de plástico o
preguntando a mamá cómo hacer crecer cosas, preguntando a papá
cómo hacer crecer cosas. Nadie está diciendo “Ahora no”. Nadie está
destrozando la tierra. Los árboles no están riendo.
No estoy tratando de hundirme en charcos de barro. No estoy diciéndole a
la tierra, “Llévame”. No estoy soñando con arenas movedizas, terremotos y
monstruos que me roban en la noche. Estoy demasiado grande para
juegos de imaginación, demasiado grande para Barbies, demasiado
grande para llevarlas al bosque y ahogarlas en el río, demasiado grande
para decirles que no hay nadie para salvarlas y ver sus caras quietas y
serenas cubiertas con agua, no asustadas, sin defenderse, sin gritos
saliendo de sus boquitas pintadas. No hay muñecas. No hay ninguna
chica. No hay padres construyendo hogueras para destruir las cosas que
descubren, nada de raíces, nada de malas hierbas, nada de zarzas, ni
cosas con espinas, no dejan nada para quemar, nada para crecer sin
vigilancia. No soy la chica con el fuego o la pala. Este no es mi bosque.
Estas no son mis partes de muñecas quemándose, no son mis piernas, mis
brazos, mi cabeza, mi suave torso rosa. Yo no estoy viéndolas derretirse, no
estoy viendo sus perfectas caras de plástico volviéndose grotescas. El
humo no está persiguiéndome y haciendo que mis ojos suden. Mis ojos no
están quemándose. No estoy llorando. No estoy de pie detrás mi madre y
ella no está enfrentándose a la pared y no está diciendo:
—El humo sigue a la belleza.
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El humo sigue a la belleza. El humo sigue a la belleza. El humo sigue a la
belleza.
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Capítulo 4
Traducido por Nayelii
Corregido por Carito
—Estás hermosa —dice Alex.
Es viernes por la noche y estamos en mi baño. Ha sido una semana desde
el desastre en la casa de James y, por alguna razón, ella no me odia. Él
piensa que soy una broma, pero Alex dice que hay más de donde él vino.
No sé por qué está siendo tan agradable conmigo. Ella está de pie detrás
de mí en el baño y estamos mirándonos en el espejo. La luz fluorescente
refleja las paredes verde vómito y nos hace lucir como muertas.
Creo que eres la chica más hermosa que he conocido dice ella.
Puedo verme a mí misma ruborizarme incluso a través de la espesa base y
polvo que estoy usando. Mis ojos están delineados en negro y mis labios
son de color de la sangre. Alex me mostró como ponerme maquillaje y
ahora no me reconozco a mí misma.
¿En verdad crees que luzco bien? digo.
Luces caliente. Que se joda James. Puedes conseguir un estudiante de
secundaria.
Que se joda James digo, incluso aunque me sentí llorar cada vez que
lo vi en la escuela esta semana, con esa otra chica en sus brazos y esa
mirada en su cara como de, “mira lo que te estás perdiendo”. Era apenas
soportable porque tenía a Alex, porque ella seguía recordando a los
chicos en la mesa del almuerzo cuan caliente soy y, no, no soy una broma
y sí, estoy disponible.
Deberías haberte quedado. Ella corre sus dedos a través de mi
cabello.
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Lo sé digo. Si me hubiera quedado, James no tendría que haber
invitado a esa otra chica, la alta y rubia puta de noveno grado, la que
tiene tetas más grandes que yo. Ella no debería haber sido con la que
pasó la noche. No debería haber sido la que le dio lo que él quería. Se
suponía que sería yo quien lo hiciera. Se suponía que yo estaría en sus
brazos en la escuela.
Deberíamos mudarnos a Portland dice mientras empuja mi cabello
hacia atrás apretadamente. Siento mi cara completa levantarse.
Ouch digo.
Cállate dice ella. Esto luce bien.
Luzco como que tengo veinticinco.
¿Por qué deberíamos mudarnos a Portland? pregunto.
No lo sé. Porque es algún lugar más. Está lejos de nuestros padres. Mi
hermano está ahí. Él es agradable. Te gustará.
Mi papá dice que las mejores librerías en el mundo están en Portland.
Eres una jodida nerd dice.
Tu hermano está en una pandilla contra la gente gorda respondo,
pensando en una respuesta ingeniosa, pero ella agarra mi cabello incluso
más apretado y tira mi cabeza hacia atrás y me mira en el espejo con una
mirada en su cara que nunca había visto.
No, él no lo está dice lentamente, su mandíbula apretada. Nunca
digas nada acerca de mi hermano otra vez.
Lo siento digo.
Ella afloja su agarre en mi cabello.
¿Sabes por qué está él en Portland? dice.
¿Por qué?
Se fue después de que encontró a mi papá colgando en el sótano.
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Espero a que diga más, que me diga que está bromeando, pero ella sólo
empuja mi cabello en una goma y se siente como si mi cuero cabelludo
fuera desgarrado.
Lo siento digo otra vez, pero ella luce como que no me escuchó. No
digo nada más porque no quiero hacerla enojar otra vez, pero hay una
imagen en mi cabeza de un pálido hombre con cabello verde y una
cuerda alrededor de su cuello.
Deberíamos irnos pronto dice.
¿Ir a dónde? pregunto.
Portland. Tan pronto como consigamos algo de dinero. Lo que tienes
que hacer es robar un poco de las carteras de tus padres cada día, no
demasiado o ellos lo notarán.
¿Qué haremos por dinero cuando estemos ahí?
No lo sé. Mi hermano hace un montón de dinero. Podría ayudarlo.
¿Qué hace?
Vende drogas.
Oh digo. Ella sigue tirando de mi cabello poniéndolo más apretado.
Tiene un amigo que podría conseguirte un trabajo.
¿Haciendo qué?
Dando mamadas.
No le digo que todavía no sé exactamente qué es eso.
No tienes que tener sexo con ellos explica. De esa forma. Mantienes
tu auto respeto.
¿Qué si no soy buena en eso?
No importa. Los chicos grandes pagarán una fortuna por tenerte sólo
mirando sus pollas.
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No quería mirar una polla de un chico grande. No quería mirar la polla de
nadie.
Soy una genio dice Alex, y saca sus manos de mi cabeza. Miro en el
espejo, mi cabello está tirado hacia atrás y fijado plano en mi cuero
cabelludo. Mi cara es de un plano, uniforme blanco, mis ojos delineados
en espeso negro, mis párpados de un oscuro púrpura. Mis labios son
viscosos, húmedos, y rojos.
Hay un golpe y puedo oler el cigarrillo de mi mamá incluso aunque hay
una puerta entre nosotros.
Chicas, ¿listas para cenar? dice ella.
Sí, mamá. Escuchó sus pies arrastrarse lejos. ¿Quieres quedarte para
cenar? pregunto a Alex. Ella me mira como si fuera una idiota.
¿Tú qué crees?
No lo sé digo. Mi mamá hizo espagueti. Su espagueti es bastante
bueno.
Mi mamá hizo espagueti Imita Alex.
Está haciéndonos tener una noche familiar.
Diviértete con eso dice, y comienza a empacar sus cosas.
Podemos rentar una película y conseguir algo de helado o algo.
Diablos no dice. Quiero ser jodida. No quiero pasar el rato con tus
padres en tu apartamento de mierda como un jodido bebé. Y tampoco
deberías.
Tengo que hacerlo.
No tienes que hacer nada.
Ella lanza su mochila sobre su hombro y camina fuera del baño. La sigo a la
puerta del frente.
Llámame más tarde digo.
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Quizás dice, y haría lo que fuera por hacerla quedarse, por retirar mi
estúpido “tengo que hacerlo”. Caminaría fuera de la puerta e iría con ella
pero mi mamá está en la sala y puede verme, me seguiría, me preguntaría
a dónde estoy yendo y por qué, y no sería capaz de decirle. No puedo ir.
Tengo que quedarme, y mi pecho se siente hecho trizas tan duro que no
queda nada en el medio. Hay un lugar vacío donde mi corazón debería
estar, hecho trizas, arañado y lanzado fuera de la puerta. No puedo
respirar para llenarlo. La sensación de vacío se siente como plomo, como
la cosa más pesada en el mundo.
Alex no me mira, sólo camina fuera de la puerta sin decir adiós. Me quedo
de pie ahí mirando a la puerta y tratando de no golpear mi cabeza contra
ella, de no golpear mis puños en la dura madera hasta sangrar, hasta que
destroce mis nudillos y el dolor en mi pecho se vaya.
¿No se está quedando a cenar? dice mamá desde la sala de estar.
Debo actuar normal. Debo fingir que todo está bien.
Ella tenía que ir a casa y cenar con sus padres miento, incluso aunque
todo lo que sé de sus padres es que uno de ellos está muerto.
Bueno, vamos dice mi madre, y me doy la vuelta. Ella se había
cambiado los pantalones de chándal que siempre usa. Estábamos sólo
comiendo en casa esta noche, pero ella estaba usando maquillaje y una
falda y una blusa con volantes que es demasiado pequeña. Verla de pie
ahí así, toda vestida en ropas que no le quedaban, me hacía querer llorar.
¿Quieres que te ayude a poner la mesa? digo por alguna razón. Ella
me mira como si acabara de darle diamantes o un cachorro.
Sí dice. Eso sería bueno.
Mientras pongo la mesa, puedo ver a papá en el porche a través de las
puertas correderas de cristal, todavía en su traje del trabajo. Está de pie
con su pierna apoyada en una de las sillas de plástico, mirando hacia
Seattle. Él comenzó a fumar puros cuando nos mudamos aquí, de pie fuera
en el porche con su barbilla en el aire como si estuviera posando para una
revista acerca de empresarios ricos.
Trae a tu padre dice mi mamá.
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Tú hazlo.
Cassie, sólo golpea en la ventana.
Golpeo en la ventana pero él no escucha, sólo sigue de pie ahí como si
fuera el rey del mundo. Golpeo más duro y se gira con humo saliendo de
su cara y creo que es como los demonios deben de lucir. Pero él saluda y
apaga el puro, y creo que quizás esta noche no será totalmente horrible.
Tal vez de hecho actuaremos como una familia.
Tal vez él no nos odia y tal vez mudarnos aquí fue una buena idea como
mamá dijo.
El olor del humo del puro sigue a papá dentro y hace que todo sepa a eso.
Puedo decir que mamá ha estado bebiendo porque está hablando
demasiado, algo acerca de un show para señoras que ve cada día y
chicas bulímicas cuyos dientes se cayeron.
Jesús, Olivia dice papá. Estoy tratando de comer.
Ella se queda callada por cerca de dos segundos, luego dice:
¿Cómo estuvo la escuela, Cassie?
Bien digo.
Es tan agradable que hayas hecho amigos tan rápidamente.
Amigo, en singular digo.
Sé paciente dice ella. Sólo eres un poco tímida. Pero eres tan bonita
ahora, pronto tendrás tantos amigos que no sabrás que hacer con ellos.
El espagueti está bueno, mamá digo, incluso aunque está frío y
demasiado salado.
Papá me mira con ojos bizcos y una mandíbula apretada y trato de
ignorarlo y enfocarme en comer, pero los fideos no se quedan en mi
tenedor y estoy sólo esperando que él diga algo, o lance una de sus
rabietas de temperamento que nos hace a todos callar.
¿Qué hiciste a tu cara? dice lentamente. Así es como empieza.
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Cassie y su nueva amiga estaban sólo jugando con maquillaje dice
mamá.
¿Crees que eso de hecho luce bien? Me pregunta él con sus cejas, lo
cual significa que soy el pedazo de mierda más estúpido que nunca vivió.
No lo sé digo a mi plato de espagueti.
Tú eres tan naturalmente hermosa dice mi madre. Eres tan
afortunada de no necesitar maquillaje como otras chicas.
Luces como una puta dice mi papá.
Cariño dice mi mamá, levantando su bebida, tratando de tomar el
poco líquido que queda.
¿Qué? dice mi papá. Ella lo hace. ¿Qué se supone que haga, sólo
fingir que no veo su cara toda pintada como una pieza de basura blanca
barata?
Eso sólo suena un poco cruel, es todo dice Mamá, mirando a su
bebida como si la hubiera desilusionado.
Cruel no es lo mismo que honesto, querida. Él la odia.
Mamá se levanta para hacer otra bebida. Estoy mirando a mi plato,
tratando de hacer al espagueti moverse con el poder de mi mente. Quiero
que los fideos se aten a sí mismos en un nudo, del tipo intricado de los Boy
Scouts. Puedo verlos moviéndose, deslizándose alrededor y haciendo
ruidos de sorber, convirtiéndose en dobleces, trenzas, lazos.
¿Me escuchaste? dice él.
Sí digo.
¿Tienes algo que decir?
No. No tengo nada que decir. Apenas puedo escucharlo. Estoy
haciendo al espagueti moverse.
¿Cómo estuvo el trabajo hoy, cariño? pregunta mamá, y esa es la
pista para ignorarme. Papá dice:
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Bien. Y mamá dice:
No seas modesto, cariño. Sabes todo ese duro trabajo va a ser
compensado pronto. Y él está masticando como si quisiera matarla. Ella
empieza a hablar de cómo vamos a tener una gran casa y una alberca y
una sirvienta y ahora quiero matarla, también.
¿Cómo suena eso, Cassie? dice mamá, y yo digo:
Genial. Incluso aunque todo lo que quiero es un pequeño lugar donde
pueda estar sola y nadie me mirará o hablará o tocará. Una casa de árbol.
Una cueva.
Todos están masticando y no hablando y el hielo en la copa de mamá
suena cuando bebe y por alguna razón pienso en cómo mi papá y yo
tenemos el mismo IQ, cómo tuve que tomar ese examen respondiendo
estúpidas preguntas y poniendo triángulos juntos, como mamá siempre
está diciéndome.
Tú y tu papá tienen exactamente el mismo IQ. Como si fuera magia,
como si fuera algo para estar orgulloso incluso aunque no tenía nada que
ganar.
Es el trabajo duro lo que te lleva a algún lugar, no tu IQ. Papá siempre
dice. Ve lo que la inteligencia la consiguió al resto de mi familia. Un
maldito estacionamiento de tráiler.
Mamá está mirando de atrás a adelante a mí y papá con esa mirada de
esperanza en su cara, esperando por alguna señal de que esta cena está
funcionando, que valió su cambio de chándal y organizar su cabello.
Digo:
Discúlpenme. Y voy al baño porque tengo que salir de la habitación
con el silencio, el espagueti, el olor de los puros y el sonido de los cubos de
hielo de mamá. Cierro la puerta y miro en el espejo y la luz verde saca las
bolsas bajo mis ojos, hace mis pómulos lucir más agudos. No luzco como
una puta. No es eso. Luzco dura. Luzco como si pudiera hacer todo. Como
si pudiera lastimar a la gente.
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Cuando salgo, mamá está de pie afuera de la puerta del baño realmente
cerca. Ella luce triste y estoy pensando que quizás vino a hacerme sentir
mejor. Tal vez va a decirme que empaquemos nuestras cosas, y nos vamos.
Quizá ella finalmente lo entendió. Puede ser sólo ella y yo. Algún lugar
nuevo. Algún lugar donde nadie nos conozca.
¿Qué? digo.
Tu papá va a hacer algo de trabajo en la habitación.
¿Así que? digo, tratando de sonar como que no me importa, como
que no quiero que haga algo como preguntarme como me siento.
Ella luce nerviosa y no dice nada.
¿Qué, mamá?
Sólo quería asegurarme… bueno, siempre pareces ir al baño después de
comer. Y el doctor en el programa dijo…
Jesús, mamá, no soy bulímica. Eso es de lo que estaba preocupada.
Esa es la única cosa de la que se preocupaba.
Luce avergonzada, como si deseara no haber dicho nada, haberse sólo
quedado sentada en la mesa de la cocina sola con su bebida, cenicero y
control remoto. De repente, estoy cansada. Ni siquiera me importa que es
viernes por la noche y la única amiga que tengo está enojada conmigo,
que estoy atascada en mi casa con padres que piensas que soy una puta
bulímica.
¿Tienes planes para esta noche? pregunta mi mamá.
No.
¿Quieres ver A Chorus Line4 conmigo?
4 Chorus Line: Adaptación del espectáculo más exitoso de Broadway en los últimos
tiempos, representado ininterrumpidamente desde 1975 hasta finales de los 80. Las
excelentes canciones de Marvin Hamlisch y Edward Kleban, así como la apañada
coreografía de Jeffrey Hornaday, no fueron suficientes para conseguir una obra
homogénea.
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Lo que sea digo. Trato de no sonar dura, pero mi voz se agrieta.
Cuando pienso en ello, mirando musicales cursis con mi mamá no suena
tan malo. Cuando era pequeña solíamos elegir personajes de las películas
y hacer todas sus partes. A veces me reía tan duro que no podía respirar. El
truco es estar callada lo suficiente así papá no se molestaba y nos decía
que nos calláramos.
Seré Morales le digo a mi madre.
¿Quién voy a ser yo? dice. Ella siempre quiere ser Morales, también.
Porque Morales es dura. Porque ella no toma mierda de nadie.
Puedes ser ese chico gay que rompe su tobillo digo.
Él no tiene ningunas buenas canciones.
Se la chica que canta “Tetas y Traseros”. Le digo.
¿Yo? De ninguna manera dice, pero parece halagada.
Nos quedamos ahí por un segundo, tratando de no mirar a la otra.
¿Mamá? digo, casi susurrando, como si tuviera miedo de que alguien
me escucharía, de que Alex me escucharía, incluso aunque sé que está en
el centro por ahora, en algún lugar mejor con un amigo más agradable
que yo.
¿Sí? dice Mamá.
Estoy pensando en cuan cálida estaría en mi piyama, la suave franela azul
con pequeñas ovejas rosas. Me estoy preguntando cuando fue la última
vez que tuve mi cabeza en el regazo de mi madre. Me pregunto si mi
cabeza ha estado alguna vez en el regazo de mi madre.
¿Me harías algo de chocolate caliente? digo.
Por un segundo, ella sonríe y su cara no parece tan vieja. Pero entonces es
mi madre otra vez, con la doble barbilla y la piel manchada y las bolsas
bajo sus rojos, hinchados ojos.
Por supuesto dice, y toma una calada de su cigarrillo, y decido que la
dejaré ser Morales esta noche.
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Capítulo 5
Traducido por Nayelii
Corregido por Elena Ashb
—Lo conozco —dice Alex.
—Él es agradable.
Estamos formadas en línea para conseguir tacos y veo al chico nuevo a
través de la cafetería chocando los cincos con los chicos de la mesa del
almuerzo.
—Su nombre es Ethan —dice ella—. Y él conduce.
—¿Cómo conduce si sólo está en noveno grado?
—Reprobó un grado.
—Oh.
Un taco, papas fritas y una Coca-Cola dietética.
—Lo echaron de Rose Hill por vender marihuana —―dice. Todos los chicos
están tratándolo como a una celebridad. Las chicas empujan sus pechos
hacia afuera, tratando de acercarse y ríen cada vez que dice algo.
—Vamos a hablarle —dice, y comienza a caminar.
—No —digo, pero ella finge que no me escucha. Lanzo mi comida en la
basura incluso aunque acabo de conseguirla. No puedo comer en frente
de los chicos, especialmente chicos famosos.
El imbécil de James tiene su brazo alrededor de la chica putita y me sonríe
antes de comenzar a chupar su oído, y ella me mira y se ríe como si tener
su sucia boca en su oído la hace mejor que yo. Miro al reloj sobre la pintura
del estúpido lobo mascota de la escuela y todavía faltan catorce minutos
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para la clase y no puedo esperar tanto para salir de aquí. Incluso sentarme
en clase rodeada de personas que me odian sería mejor que conocer a
ese chico que es demasiado genial y demasiado viejo para hablarme.
—Hey, Ethan —dice Alex al chico nuevo mientras él pega el pan de su
hamburguesa en la pared y todos se ríen.
—Oh, hey —dice—. Te conozco.
—Mi hermano es David.
—Oh, sí. ¿Cómo está?
—Bien —dice ella, pero él no la escucha. Él está mirándome, y todos lo ven
mirarme, y quiero desaparecer.
―Hola —dice él, y extiende su mano. Le doy la mía y lo dejo sacudirla, su
mano es grande y cálida y la mía se siente pequeña y segura dentro de
ella. Sé que me estoy ruborizando pero lo miro de todos modos, sus labios
lucen suaves y húmedos y sus ojos son grandes y castaños. Dejo ir su mano
y sonríe. Tomo un sorbo de mi Coca-Cola dietética porque tengo que
hacer algo y eso hace un sonido de sorber que es la cosa más ruidosa que
alguna vez he escuchado. Alguien dice algo y él se voltea y dice algo en
respuesta, y muy pronto todos están hablándole a alguien y nadie me está
hablando a mí. Alex está susurrándole algo a Wes y su mano está sobre su
pierna y yo sólo estoy ahí sentada esperando a que la campana suene.
Estoy mirando a todas las mesas en el comedor, los pandilleros a nuestro
lado y nadie más valiente o lo suficientemente genial para sentarse a su
lado, los deportistas y sus delgadas novias, los chicos cristianos con su
estúpida ropa, la pequeña mesa de asiáticos que están todos de algún
modo emparentados y no le hablan a nadie más. En el medio de la
cafetería está el océano de chicos normales que lucen todos iguales, que
lucen todos como las personas de las que solía soñar ser amiga, las chicas
que todavía tienen fiestas de piyamas, que pasan notas y ríen en los
pasillos. Son chicos aburridos, y en medio de ellos están los dotados
quienes son incluso más aburridos, de quienes casi era amiga, los únicos
que piensan en la facultad de leyes y la escuela de medicina, los únicos
que nunca han probado licor, que están destinados a hacer grandes
cosas y todavía son aburridos. Y yo estoy aquí sentada, expulsada del
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mundo que me dio la bienvenida hace sólo unos días. Puedo escuchar a
los pandilleros hablar acerca de algún rival que les hizo algo malo. Puedo
escuchar al imbécil de James jactarse sobre cuán drogado se puso ayer
por la noche. Puedo escuchar al hermoso chico nuevo hablar acerca de
subir a la autopista y marcar la señal de Mercer Island.
—Amigo, ¿qué escribiste? —pregunta Anthony, y Ethan saca un marcador
gigante de su bolsillo y escribe en la mesa: Aleph.
—¿Qué significa eso? —dice el chico.
—A. Es hebreo para A.
—¿A, qué?
—A, la letra A. Como la primera letra del alfabeto.
—Eso es genial.
—Porque soy el primero, hombre. El mejor.
—Bien —dice Wes, y chocan los cinco. Todos siguen hablando y yo sigo
bebiendo mi Coca-Cola dietética y mirando el reloj y al lobo que no luce
fuerte en absoluto. Ethan sigue mirándome y sonriendo y yo sigo mirando
lejos porque no puedo decir si es una sonrisa agradable o una sonrisa de
burla así que lo mejor es fingir que no lo veo. Él está escribiendo algo en un
pedazo de papel y la campana suena y me pongo de pie, él se levanta y
me da el pedazo de papel. Lo pongo en mi bolsillo y digo.
—Gracias. —Sin mirarlo y él dice:
—Nos vemos. —Y camina lejos. Quiero golpearme. ¿Gracias? ¿Se supone
que digas gracias cuando alguien te da un jodido pedazo de papel?
Alex dice:
—Adiós. —Y me sonríe como su supiera algo que yo no. Todos se han ido
excepto el imbécil de James y la putita quienes todavía están besándose
en el banco, y yo sólo estoy de pie ahí como una idiota sin amigos.
Comienzo a caminar hacia mi salón de clases y soy la única persona en la
escuela entera caminando sola. Llego a la puerta que dice: A&A
AMPLIADA Y AVANZADA la única clase que tengo todo el día. Mientras
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todos los demás consiguen un nuevo salón, un nuevo profesor, y nuevos
compañeros cada cincuenta minutos, estoy atascada aquí con los mismos
perdedores y un profesor que me odia. Puedo ver a través de la ventana a
todos ya sentados y esperando atentamente, y considero por un momento
escaparme. Pero no hay a donde ir.
Las clases normales se sientan en filas. Las clases dotadas se sientan en
círculos. Los estudiantes dotados son sencillos y aburridos y solían pensar
que era una de ellos. Ahora no me hablan y yo no les hablo. Me mantengo
en silencio y hago mi trabajo. Puedo verlos a todos preguntarse qué estoy
haciendo aquí. Tratan de ser solapados cuando nuestros trabajos vuelven,
como si no se estuvieran inclinando para mirar mis notas, como si no les
molestara que siempre consigo A’s.
Me siento en la silla al lado de Justin, el chico con lentes y chaqueta que
huele a moho. Es el único que me habla. Todos lo odian, también.
—Hola, Cassie —dice.
—Hola.
—¿Tuviste un buen fin de semana?
—Bien.
—Mi mamá me puso Ritalin. —Él rasca algo en su cara.
—¿Por qué estás diciéndome eso?
—No lo sé. —Limpia su nariz con el dorso de su mano—. ¿Qué hiciste el fin
de semana?
—Pasé el rato con algunos amigos.
—¿Ésos de noveno grado con los que siempre estás hablando en el
almuerzo?
—Tal vez.
—No son muy agradables.
—Son agradables conmigo.
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—No, no lo son.
—No me hables —le dije, y él obedeció. Él es la única persona a la que le
hablo así. No puedo evitarlo. Él sólo lo toma, como si nada lastimara nunca
sus sentimientos.
El Sr. Cobb camina a través de la puerta y todos se giran incluso más
atentos. Levantan sus lapiceros y abren sus libretas que ya están esperando
ansiosamente en sus escritorios. Saco el pedazo de papel de mi bolsillo,
respiro, y lo desdoblo.
Yo Casy.
¿Por q eres tan tímida?
Paz,
Ethan.
P.D. Creo que eres caliente.
Me estoy derritiendo. Esperando para decirle a Alex. Esperando para
sacudir esta carta en la cara de el imbécil de James, en la cara de su
putita. Voy a explotar.
—¿Por qué estás sonriendo? —dice Justin.
—No me hables maldición —digo demasiado alto, y todos me miran como
si acabara de orinar en el piso.
—Cassie, estás así de cerca de detención —dice el Sr. Cobb con sus
blancos, delgados dedos sosteniéndolos como pinzas, y los chicos dotados
ríen disimuladamente y las chicas dotadas ruedan sus ojos como siempre
hacen.
—Lo siento —digo, pero no lo hago. Tengo esta nota en mi mano y es todo
lo que importa. Lo que importa es que el chico más genial de la escuela
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piensa que soy caliente. Miro a la carta, buscando más pistas, pero todo lo
que veo es mi nombre mal escrito y la forma incorrecta de “tueres” así que
saco un lapicero fuera de mi bolso y lo hago perfecto. La carta es perfecta
y el chico que conduce me quiere.
—¿Todos terminaron Romeo y Julieta? —pregunta el Sr. Cobb, y todos
dicen que sí. Un par de chicas que fueron juntas a una escuela privada
ruedan sus ojos otra vez, y quiero decirles que sería más eficiente si nunca
dejaran de rodar sus ojos, si sólo los mantienen rodando y rodando hasta
que rueden justo fuera de sus cabezas y pueda pisarlos y aplastarlos como
uvas.
Una de ellas se queja.
—Leímos eso hace dos años.
El Sr. Cobb dice:
—Entonces estarán mucho más adelante en la curva. —Y eso parece
satisfacerlas—. Alguien de ustedes aún no ha leído a Shakespeare —dice, y
todos me miran como si fuera la responsable de este trabajo correctivo.
—Vamos a separarnos en grupos de dos para analizar y actuar una escena
para la clase —dice. Todos comienzan a chillar y luchar por compañeros
mientras el maloliente de Justin y yo sólo nos sentamos ahí porque somos
los únicos que nadie quiere.
Él me mira y dice:
—¿Quieres ser mi compañera?
—Como sea.
El Sr. Cobb nos dice que movamos nuestras sillas juntas y discutamos
nuestra escena, y Justin ya está pasando a la página con el beso.
—Tú eres Julieta y yo seré Romeo —dice.
—Tú eres Tybalt y yo seré Mercutio —le digo.
—Pero mueres —dice él.
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—Y tú me matas.
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Capítulo 6
Traducido por Vettina
Corregido por Akanet
—Hogar dulce hogar —dice Alex, y huele como humo y algo podrido. La
puerta del frente se cierra con un golpe y ella tira su abrigo en el suelo, en
un montón de otros abrigos y bolsas de compras medio vacías. Hay una
pizza congelada en una de ellas que parece estar completamente
descongelada. La bolsa de papel esta oscura con humedad y hay un
charco alrededor de ella.
—Por aquí —dice ella, y me guía dentro de la sala de estar. Hay cosas
apiladas por todas partes y apenas puedo ver el piso. La habitación está
caliente y el aire se siente húmedo, como si alguien hubiera estado
tomando una ducha por meses.
—Esta debe ser Cassie —dice una voz rasposa viniendo del sofá. No noté a
la mujer acostada ahí con cabello y ropa tan negra como el cuero. Sus
labios están rojos con lápiz labial y sus ojos pintados oscuros y algo acerca
de ella me recuerda a un gato. Un delgado, larguirucho, soñoliento gato.
—¿No se supone que estés en el trabajo, Lenora? —dice Alex.
—Estoy enferma —dice la mujer, fingiendo toser y riéndose con una risa
profunda. Es la mujer más hermosa que haya visto.
—Sí, claro —dice Alex a la mujer—. Vamos abajo —me dice. Asiento y sigo
aunque quiero seguir escuchando a esta mujer-gato ronronear en su voz
baja.
—Cassie —la mujer dice, me giro. Se sienta y golpea el espacio junto a ella
en el sofá.
—Ven a hablar conmigo por un minuto.
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Miro a Alex y su rostro está enojado, pero voy a sentarme junto a la mujer
igualmente. El sofá está cálido donde sus piernas estaban y me hundo en
él. Algo huele familiar.
—Mi hija me dice que eres inteligente —dice la mujer, mirando en mis ojos
tan duro que tengo que alejar la mirada. No puedo creer que esta sea la
madre de Alex. No puedo creer que sea la madre de alguien.
—Más o menos —digo—. No realmente.
—Pensé que ella iba a ser inteligente. Pero resulto justo igual que su
hermano.
Levanta un vaso de la mesa de café y gira el hielo alrededor, igual que lo
hace mi madre.
—¿Te dijo acerca de su viaje al hospital psiquiátrico? —dice la mujer.
—Muy graciosa —dice Alex, quien no luce divertida. Aún esta parada junto
a las escaleras.
—Su loco hermano la llevo a despellejar algunos gatos.
—Cállate la maldita boca —dice Alex.
—Tu cállate, pequeña malcriada —dice ella, luego bosteza y cierra sus ojos
mientras estira su largo cuerpo, arqueando su espalda y extendiendo su
cuello como su quisiera ser rascada—. Estoy contando una historia —dice,
y toma un sorbo de su bebida. Enciende un cigarrillo con sus ojos cerrados
y me hundo más en el sofá.
—Los llevamos a ambos a arreglar —continua, abriendo sus ojos a medio
camino, su mirada borrosa asentándose en algún lugar en la dirección de
Alex—. ¿Qué llamaron a tu hermano?
—No lo sé, Lenora. ¿Cómo lo llamaron?
—Un sociópata. ¿No suena eso bonito? —Ella toma una calada de su
cigarrillo y deja un perfecto halo rojo alrededor del filtro—. Y esta —hace
un movimiento hacia Alex, soplando humo en su dirección —ellos dijeron
que era demasiado pronto para decirlo.
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La habitación esta en silencio y Alex esta sonriendo y con los ojos abiertos
como si estuviera loca. No quiero creer la historia, pero lo hago. Lenora
esta mirándome como si pudiera ver a través de mi, como su supiera todo
sobre mi, y quiero desaparecer. Ella se ríe una risa áspera.
—Apuesto a que tu familia es buena y normal, ¿huh, niña bonita?
—No lo sé.
Ella se apoya hacia atrás en el sofá y cenizas de su cigarro caen al piso.
—Padres aún casados.
—Sí.
Toma otra calada y la sopla lentamente. Miro a Alex apoyándose contra la
barandilla, tratando de decirle con mis ojos que quiero irme, pero ella no
me mira. Continúa mirando a su madre, como si ni siquiera estuviera aquí.
—Cuan lindo —dice Lenora, y entonces se gira para enfrentarme. Su pierna
toca la mía y siento rayos surgir a través de mi, algo cálido dentro, fuera,
extendiéndose, por todos lados. Ella mira a mis ojos y siento mis rostro
volverse caliente y todo lo solido dentro de mi convirtiéndose en denso
liquido.
—Debí tener una chica como tú —dice. Levanta su mano y desliza su
palma por mi mejilla. Cierro mis ojos y siento la calidez expandiéndose.
—Sensible.
—Vamos —dice Alex, casi gritando, y abro mis ojos. No está sonriendo. Está
caminando. Está detrás de mí tirando de mi hombro—. Vamos.
Me levanto. La sigo hacia las escaleras. Mis pies mueven mi cuerpo, pero
parte de mi aun esta en el sofá, aun cálida y derritiéndome. Mira atrás y
Lenora esta acostada con sus ojos cerrados, el cigarrillo colgando de su
labios rojos, como si yo nunca hubiera estado ahí. El aire es brumoso con
humo y polvo y el sol poniéndose a través de ventanas sucias, y tengo la
repentina urgencia de acurrucarme junto a ella, presionar contra ella,
absorberla. Quiero vestir su ropa negra y lápiz labial. Quiero asustar chicas
como yo.
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Pero dejo a Alex llevarme escaleras abajo al frio sótano sin muebles. Las
paredes son de concreto y alineadas con montones de cajas, bicicletas
oxidadas, y otras cosas rotas. Alex abre una puerta a un pequeño
compartimento con un colchón manchado en el piso y grafiti del color de
la sangre en la pared—. Esta era la habitación de mi hermano —dice ella,
de manera casual. Ella apunta a una lámpara rota en el techo—. Y ahí es
donde, redoble de tambor, por favor, mi papa se colgó.
La miro con incredulidad. —¿Hablas en serio?
—Sí. Bastante genial ¿uh?
No, estoy pensando. Esa es la cosa menos genial que alguna vez he
escuchado decir.
—¿Cuando? —pregunto por qué no se que mas decir.
—No lo sé —dice, pateando una patineta rota—. Hace un par de años.
—¿Fue entonces cuando tu hermano su fue?
—Sí. Él solo lo dejo ahí y empaco su mierda y se había ido. La parte más
graciosa es que dejo una nota justo al lado de la nota de suicidio. Decía,
“Papá está colgado en el sótano. Me voy. Adiós”, que raro.
—¿Qué decía la nota?
—Acabo de decirte.
—No, la nota de suicidio.
—Oh eso. No lo sé. Nunca la leí.
Alex continúa pateando la patineta y quiero sujetarla y hacerla detenerse.
Quiero agarrar la patineta y golpearla con ella. Pero ella probablemente
solo se reiría. Incluso si su mandíbula estuviera rota y ella estuviera cubierta
en sangre, solo me sonreiría con sus grandes ojos locos y me haría sentir
como que no hay nada que haga que la pueda lastimar.
—¿Realmente hiciste eso con los gatos? —finalmente digo.
—¿Qué piensas? —dice, sonriendo.
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Si digo que no, ella se reirá de mí. Si digo que si, hará algo peor. Así que en
su lugar digo—: Arreglémonos para irnos —y sonríe como su supiera
exactamente lo que estaba pensando.
El baño huele como moho y orina vieja y hay mechones de cabello verde
por todas partes. Una caja de tampones regada en el piso y las toallas
lucen como que no han sido lavadas en meses. Estoy trazando el contorno
de mis labios con un lápiz rojo sangre y puedo ver a Alex detrás de mí en el
reflejo. Esta sentada en el inodoro, orinando, y sus muslos están cubiertos
con moretones.
—¿Qué paso? —le pregunto.
—¿A qué? —dice, limpiándose.
—¿A tus piernas?
Se ríe de mí como si yo fuera una niña estúpida. —A Wes le gusta rudo.
—¿Qué le gusta rudo?
—El sexo, estúpida —dice—. Pero tú no sabrías nada de eso, ¿cierto? No
Cassie, la pequeña dulce virgen.
No digo nada. Me giro y comienzo a rizar mis pestañas.
—¿Cuánto dinero robaste? —dice al levantarse y vacía el inodoro. Toma
un par de medias de red que estaban colgadas del picaporte.
—¿Huh? —digo.
—Para Portland, tontita. Para poder mudarnos a Portland.
—Oh —digo—. No pensé que hablaras en serio acerca de eso.
—Por supuesto que hablo jodidamente en serio— dice, su voz dura. Me
está mirando como si quisiera matarme—. ¿Tú hablas enserio? ¿O eres una
maldita gallina?
—Hablo en serio —digo.
—Porque puedo encontrar a alguien más que venga conmigo.
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—No —digo—. Hablo enserio.
—Entonces comienza a conseguir algo de dinero. Y ten una bolsa
empacada para que estés lista cuando sea el momento.
—¿Cómo sabremos que es el momento?
—Lo averiguare —dice ella. Rocía algo de laca para el cabello y hace que
mis ojos ardan.
—Estamos listas —dice, y es tiempo de irse.
Lenora esta inconsciente cuando nos vamos, así que Alex roba un paquete
de cigarrillos y una botella de vodka, solo los pone en su mochila como si
no fuera la gran cosa, como si ni siquiera tuviera miedo de ser atrapada.
Caminamos al lago y esta helando. Bebo rápido para calentarme, así no
tengo que pensar acerca de esa casa y las cosas que pasaron ahí, así no
estaré asustada de a dónde vamos.
—Mi media hermana se mudara la próxima semana —dice Alex, su voz
rota por el trago que acaba de beber.
—¿Qué edad tiene?
—Octavo grado.
—¿Es genial?
—Está bien.
—¿Por qué se está mudando aquí?
—Su papá se la está follando —dice, y el vodka se atasca en mi garganta,
dándome nauseas, jalando todo dentro de mí hacia afuera.
—Tenemos la misma mamá —dice—. Pero el papá de Sarah era un tipo
con el que mi mamá tuvo una aventura así que mi papá hizo que mi
mamá se deshiciera de ella.
—Oh —logro decir, tratando de no vomitar, tratando de darle sentido a lo
que Alex acaba de decir.
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—Ahora los estúpidos trabajadores sociales dicen que tiene que venir a
vivir con nosotros a pesar de que no la queremos.
—Oh —digo de nuevo porque no puedo pensar en otra cosa. No estoy ni
de cerca ebria, pero mi estómago se siente como si estuviera lleno de
veneno, como si hubiera un puño dentro moviéndolo alrededor. Estoy
haciendo todo lo que puedo para evitar vomitar. Estoy apretando mis
dientes, mis puños. Estoy caminando rápido. Estoy pensando en el verano y
playas y el sol en mi cara.
Llegamos a la cima de la colina y vemos el Lago Washington, oscuro y
agitado, Seattle brillando detrás de él. Nos acercamos y puedo ver el
sombreado grupo de chicos, ninguno de ellos a quien reconozca.
—¿Quiénes son esos chicos? —pregunto.
—Chicos de secundaria.
Quiero volverme. El vodka no está funcionado. Bebo más y aun no está
funcionando.
—¿Dónde está Ethan? —pregunto.
—Justo ahí. —Alex apunta y él está iluminado por la luz de la luna, parado
encima de una banca en sus pantalones holgados y sudadera gigante,
balanceándose en ella como una cuerda floja. Nos acercamos y puedo
escuchar a los otros chicos alentándolo. Siento algo en mi estómago que
no es nausea, un placentero, pesado entumecimiento. El miedo no se ha
ido, pero es de alguna forma más suave.
Un chico alto con el labio perforado se gira y nos mira de arriba abajo. —
¿Qué tenemos aquí? —dice él. Ethan salta de la banca y sonríe y el
entumecimiento se convierte en líquido.
—Hola —me dice, ignorando a Alex—. Me alegra que vinieras.
—Sí —digo.
—¿Quieres sentarte? —hace un movimiento hacia la banca cubierta con
sus sucias huellas. Me siento y él se sienta junto a mí y todos los demás se
sientan y pronto estamos todos en un círculo, y Alex está pasando
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alrededor la botella de vodka y esta volviéndose más y más vacía y de
repente estoy muy enojada. Estoy furiosa. Ese es nuestro vodka, quiero
decirle. Están bebiéndolo todo y se acabara y no habrá suficiente para mí.
Todos están hablando excepto yo. Bebo extra cuando la botella viene
alrededor así no pensare acerca del hecho que no estoy hablando. No
toma mucho para que me embriague lo suficiente para que mi mente no
tenga que estar aquí más. Estoy pensando en islas tropicales y clima cálido
y me siento bien aunque estoy sentada aquí con un montón de chicos de
secundaria y no he dicho nada en treinta minutos. No he estado prestando
atención a lo que están diciendo porque he estado en otro lugar, y de
repente todos están de pie excepto yo y Alex esta gritando porque los
chicos están llevándola al dique y amenazando con tirarla al lago.
—Hey —dice Ethan, creo que va a salvarla, aunque no me importaría si no
lo hiciera. Y estoy sorprendida ante este pensamiento y miro alrededor
para asegurarme que nadie lo escucho, pero todos están riendo y no de
mi—. Es hora de irse —dice él, y él es el jefe así que la dejan ir. Ella esta
riéndose como si entendiera la broma, pero no creo que lo hiciera. Ethan
se levanta y de repente tengo mucho frio. Todos toman sus mochilas y
patinetas y estoy aliviada pero sintiéndome patética, y quiero arrastrarme
hasta volverme una bola y esconderme en una cueva y nunca salir, no
hasta sea lo suficiente mayor y esto haya terminado.
Estoy sentada en la banca, y Alex está de pie cerca del agua, todos los
demás se alejan. Ethan se queda atrás y se sienta junto a mí. —Fue bueno
verte esta noche —dice con sus suaves labios y largas pestañas, como si no
notara que la única cosa que dije en toda la noche fue “si”.
—A ti también —digo.
—Sería bueno pasar el rato solo tú y yo alguna vez —dice, y el cálido,
sentimiento extendiéndose vuelve—. Me gustaría conocerte mejor. Tal vez
no serias tan tímida si solo fuéramos tú y yo.
—Sí —digo, aunque lo dudo. Nunca seré capaz de hablar con él. Pero
puedo hacer otras cosas además de hablar.
—Tengo que irme —dice—, ¿Puedo darte un abrazo?
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—Está bien —digo, y no puedo recordar la última vez que alguien me
abrazo.
Hay brazos a mí alrededor, un duro pecho contra el mío, manos en la parte
baja de mi espalda, aliento en mis oídos.
Aquí es cuando se supone que ponga mis brazos alrededor de su cuello,
cuando se supone que ponga mi rostro cerca del suyo. Es cuando se
supone que lo bese, cuando esta tocándome y su calidez está entrando
en mi ropa. Se supone que lo haga ahora o él no estará interesado
después. Debo besarlo porque lo que él quiere no es mi voz. Él no quiere
realmente hablar. No quiere realmente llegar a conocerme mejor, no
conocerme de verdad, no meterse en mi cabeza donde hay cosas
ocultas. Debo besarlo porque lo que él quiere es mi boca, mis manos en su
espalda, mi cuerpo, cerca. Debo girar mi cabeza, sentir su aliento en mi
cara, mover mis labios a su boca. Abrir. Lengua dentro. Fuera. Cerrar mis
ojos. A ellos les gusta cuando cierras los ojos.
—Demonios, chica —dice, lamiendo sus labios.
—¿Qué? —digo sonriendo, mi cabeza inclinada hacia un lado. Estoy
mirándolo directamente a los ojos. Soy una persona diferente. No estoy
asustada. Se lo que quiere.
—Solo demonios.
—Vamos, hombre —alguien grita al otro lado de la calle. Los otros se están
riendo con sus risas que nunca parecen estar dirigidas a nada.
—Tengo que irme —dice, alejándose y mirándome de arriba abajo.
—Te veo después —digo. Aun estoy mirando sus ojos. Cafés. Superficiales.
—Definitivamente —dice, entonces —Mmmm —y esto debe ser lo que se
siente ser un pedazo de carne, ser deseada por alguien hambriento. Esto
es todo lo que tengo que hacer. Esto es fácil. Soy deliciosa.
Alex y yo caminamos desde el lago. Ella tiene una gran sonrisa en su cara
pero no está diciendo nada y yo solo estoy esperando para que ella me
diga que lo arruine de alguna manera, que me veía como una tonta frete
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a los chicos de secundaria. De repente, ella deja de caminar y me mira y
pone sus manos en mis hombros.
—No puedo creer que hiciste eso —dice, sonriéndome como si la hubiera
hecho sentir orgullosa.
—¿Qué? —digo.
—Solo besarlo así.
—¿Por qué? —estoy sonriendo ahora, también. He hecho algo bien.
—¿Qué le paso a Cassie la pequeña dulce virgen? —se está riendo.
—No lo sé —me rio en respuesta. Estoy mareada.
—Se ha ido. —dice Alex.
—Sí. —digo. Estamos corriendo por la calle ahora. Riéndonos tan fuerte que
estamos gritando.
—La maldita perra se ha ido. —dice Alex.
—Adiós —digo.
—Adiós, Cassie —dice ella.
—Adiós.
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Capítulo 7
Traducido por Vettina
Corregido por Clarksx
Sarah no es nada de lo que esperé. No es hermosa, pero es algo cercano
a bonita. Es pequeña, rubia, callada y luce más joven que yo, como que
algo la hizo dejar de crecer. No es pequeña como yo, no como una mujer
miniatura, sino pequeña como un niño grande, como si su cuerpo no fuera
lo suficientemente fuerte para sostenerla y no hay nada entre su piel y sus
huesos.
Todo lo que debería ser sólido es frágil.
Podrías romperla a la mitad con tus manos.
Tiene esta mirada en blanco en su rostro, como congelada, como si toda
la vida hubiera sido succionada de ella. Ni siquiera parpadea, solo se
sienta ahí mirando al espacio como si pensara que es donde pertenece.
Podrías soplarla y ella se caería y desmoronaría en millones de piezas.
—Sarah —digo. Ella no se mueve.
—Sarah —digo de nuevo. Está sentada en el borde de la cama de Alex,
mirando afuera de la ventana a pesar de que todo está empañado y todo
lo que puedes ver son manchas chorreando de color, verde donde están
los arboles, gris por el cielo.
—¡Sarah! —grita Alex—. Despierta, maldita fenómeno.
Sarah parpadea y nos mira—. ¿Qué? —dice ella, como si nada estuviera
mal, como si no supiera que fue una zombi por tres minutos.
La habitación de Alex es igual de desordenada que el resto de la casa,
llena de platos sucios, montones de ropa, revistas viejas y rotas. El piso está
cubierto pero las paredes están completamente en blanco. No hay
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afiches, ni fotos, ni recortes de estrellas de rock o actores. Es como si este es
un depósito de basura, un almacén, un lugar para apilar las cosas no
deseadas, en lugar de la habitación de una chica adolescente. Estamos
sentadas en el piso, pasándonos un porro, y queremos algo más fuerte.
—¿Ese chico desagradable en tu clase para inteligentes no toma Ritalin?
—dice Alex.
—Amo el Ritalin —dice Sarah, y su cara se ilumina. Es lo más animada que
la he visto.
—Llámalo —dice Alex.
—No tengo su número —digo, lo que es una mentira porque hemos sido
pareja en cada proyecto de grupo. Tanto como quiero drogarme y tanto
como lo odio, hay algo que me hace querer mantener a Alex lejos de
Justin.
—Habla con el lunes, entonces.
—Lo hare —digo.
—¿Qué vamos hacer? —dice Sarah mientras gira su cabello alrededor de
sus dedos. Su cabello es desigual por todas partes porque lo jala. Ni
siquiera sabe que lo está haciendo. No puedes realmente ver que es así
cuando lo lleva atado, pero ahora su cabello esta suelto y luce como un
paciente de cáncer.
Es sábado y Alex no sabe dónde está su mamá. No hay comida en la
casa, así que traje algo. Está comiéndose su cuarto sándwich de
mantequilla de maní y mermelada. Sarah está mordisqueando
distraídamente una pieza de carne del sándwich que tiene envuelta
alrededor de su dedo.
—Estoy tan jodidamente aburrida —dice Alex, y Sarah y yo decimos—: Yo
también —en unisonó.
—Necesitamos dinero —dice ella, y Sarah y yo asentimos. Nos sentamos en
silencio por un rato, pensando sobre dinero y drogarse. Estoy pensando
acerca del Ritalin. Tratando de adivinar que podría hacer, porque algo tan
grandioso podría ser la prescripción de un niño. Mi estomago da vuelta y
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mi cuerpo cosquillea. Por supuesto que él me lo dará. Probablemente ni
siquiera me hará pagar. Tendré un suministro sin fin de algo nuevo que
sentir.
—Oh, mierda —dice Alex—. Tengo la mejor maldita idea.
Sarah y yo somos las que golpeamos en las puertas porque lucimos más
dulces. Alex nos dice donde ir y qué decir, entonces se esconde detrás de
un arbusto o un auto hasta que hemos terminado. Estoy sosteniendo el
sobre de manila con “donaciones para la clase de ciencias de la escuela
media de Kirkland” escrito en marcador negro. Sarah hizo eso. Tiene la
escritura más bonita, cuidadosa, como si alguien la estuviera viendo.
Una anciana con cabello azul responde la puerta. Un perro como una
pequeña bola de pelo blanca comienza a saltar en mis piernas. El pelo
alrededor de sus ojos y boca está manchado de café con mocos y
lagrimas y cosas asquerosas de perros.
—¡Mitzy, ven aquí! —la anciana grita con más fuerza de la que hubiera
imaginado saldría de su frágil cuerpo. Ella comienza a toser
incontrolablemente, y Sarah y yo nos miramos la una a la otra como
diciendo ¿Deberíamos correr? No queremos estar alrededor cuando
muera.
La anciana toma una calada de su cigarrillo y la tos se detiene. —¿Puedo
ayudarlas chicas? —pregunta en una voz áspera.
—Um, somos alumnas de séptimo grado en Kirkland Junior High —digo—.
Como quizás sepa, el financiamiento para las escuelas es bajo, y nuestra
clase de ciencias no tienes los fondos necesarios para comprar suministros.
Estamos recolectando donaciones para que podamos comprar animales
para nuestra clase. —Sostengo arriba el sobre manila, y Sarah le da la
carta oficial que escribí en la computadora de la mamá de Alex.
La señora se pone sus gafas de lectura que están colgando alrededor de
su cuello. Resopla mientras lee, y el perro está mordiendo sus tobillos.
Quiero patearlo pero no lo hago. —Hmm —dice la señora—. ¿Qué clase
de animales?
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—Jerbos —dice Sarah—. Ratones, lagartijas, serpientes, usted sabe,
animales de ciencia.
—No me gustan las serpientes —dice la mujer, entrecerrando los ojos.
—A mi tampoco —dice Sarah.
—¿Van a hacer experimentos con ellos? —Ella luce preocupada.
—No. Solo vamos a observarlos —digo—. Lo dice en la carta. —apunto
para ella.
—Eso es bueno.
Nos quedamos ahí por un momento, Sarah y yo mostrando nuestras más
dulces sonrisas.
—Bueno, supongo que podría prescindir de algunos dólares. Para la
educación y todo.
—Eso sería grandioso —dice Sarah.
—Nuestra clase realmente lo apreciaría. —Agrego.
Ella vuelve dentro de la casa, y el perro la sigue. Mientras encuentra
nuestro dinero para la droga, Sarah y yo nos miramos y tratamos de no reír.
—Aquí tienen, chicas —la anciana dice al entregarme un billete de cinco
dólares. Lo pongo en el sobre.
—¿Le gustaría un recibo? —pregunta Sarah—. Para los impuestos —
Robamos un bloc de recibos de la tienda de suministros de oficina que
queda bajando por la calle. Pensamos en todo.
—Oh no, chicas, está bien —dice la señora—. ¿Qué haría con otro pedazo
de papel?
Nos despedimos, damos las gracias y Sarah añade un “Dios la bendiga” y
yo pienso que voy a romper a reír mientras nos apresuramos a caminar
alrededor de la esquina donde Alex nos espera. Tan pronto como salimos
fuera de vista de la casa de la señora, me estoy riéndome tan fuerte que
pienso que me voy hacerme pipi en mis pantalones y Sarah está
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prácticamente en el suelo y continua diciendo —No puedo respirar, no
puedo respirar. —Y entonces traga aire, y pongo mi brazo alrededor de sus
hombros y me enfoco en mi vejiga.
Alex surge de detrás de una furgoneta—. ¿Qué es tan gracioso? —dice
ella, como si estuviera enojada.
—Debiste haber visto a esa señora —dice Sarah.
—Sarah la bendijo —digo, y estábamos riéndonos de nuevo pero Alex no
se ve feliz.
—¿Cuánto consiguieron?
—Cinco dólares —digo, y de repente las cosas no parecen graciosas
porque Alex es toda negocios y tiene el ceño fruncido como si hubiéramos
hecho algo mal.
—Necesitamos más.
—Oh, alégrate —dice Sarah, y ahora nadie está riendo. Ahora todo es
pesado y arruinado.
—No me respondas —dice Alex.
—¿Por qué no?
—Porque te lastimare.
—Mentira.
—¿No me crees?
—No.
Se miran la una a la otra y quiero estar en cualquier lugar menos aquí.
Sarah se ve rara, como si fuera otra persona, poseída, como si pudiera
morir en este momento y no le importara. Alex luce como si pudiera
matarla.
Podría irme y nadie se daría cuenta. Podría solo alejarme.
—Golpéame —dice Sarah, mirando a Alex directamente a los ojos.
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—¿Quieres que te golpee?
—Sí, golpéame.
Se miran la una a la otra mientras Alex considera esto. Estoy callada. Miro
arriba hacia las copas de los árboles como si viera algo interesante. Debo
pretender que soy invisible. Debo fingir que nada está mal. Mi cuerpo se
tensa, sólido, como si mis músculos petrificados fueran lo único que evitara
que Alex y a Sarah se mataran entre ellas. Mi cerebro es un espacio negro,
vacío, con una línea de pequeña escritura blanca, apenas visible,
palabras blancas contra negro, silenciosamente repitiendo, Por favor
paren, por favor paren, por favor paren.
Alex rueda sus ojos y empieza a caminar. —Te voy a golpear cuando no lo
quieras —dice ella.
—Como sea —dice Sarah, y seguimos a Alex a la siguiente casa. Puedo
respirar ahora. Estoy contenta de que nos movamos. Me alegra que
estemos en una sola fila, sin decir nada, sin mirarnos. Estoy alegre de que
estemos pretendiendo que nada paso.
Una madre con dos niños llorando nos da veinte solo para hacernos ir. Un
anciano nos da setenta y seis centavos y nos invita a entrar a ver su
colección de recuerdos de la segunda Guerra Mundial. Una mujer con un
millón de gatos nos da cinco. Un tipo de treinta y algo con una camiseta
blanca manchada no nos da nada, pero nos dice que somos bonitas y
que nos dará algo de whisky si nos quedamos. Yo lo considero, pero Sarah
comienza a alejarse.
Tocamos la puerta de una pequeña casa con un patio que luce como si
hubiera sido lindo hasta recientemente. El seto traiciona los perfectamente
cortados ángulos, hojas caídas cubren el pasto crecido, y los esqueletos de
varias flores están alineados al lado de la casa. Puedo escuchar
movimiento dentro y alguien hablando. Una frágil mujer mayor abre la
puerta y sonríe cuando nos ve. Un extraño olor se filtra de la casa, como
algo demasiado dulce.
—Oh, hola —dice ella, como si nos estuviera esperando.
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—Hola, señora —dice Sarah y comienza el discurso, pero la señora
continua mirando entre nosotras con una gran sonrisa en su cara como si
no estuviera siquiera escuchando. Sarah llega a la parte de los animales
cuando la señora interrumpe.
—Entren, entren —dice ella—. George y yo justo estábamos sentándonos a
cenar.
—No queremos importunar —dice Sarah.
—Cariño, entre más mejor —dice la anciana—. Amamos la compañía,
¿Cierto George? —dice detrás de ella dentro de la casa, pero nadie
responde.
Al entrar, el olor es muy abrumador. Mis ojos comienzan a lagrimear y Sarah
tose. La señora está diciendo algo sobre no tener nietos, pero no puedo
escuchar porque estoy mirando alrededor de la casa y cada mesa,
alfeizar y mostrador está cubierto con jarrones llenos de flores muertas,
gigantes ramos de la clase que las personas envían después de que
alguien muere. La mesa esta puesta para dos pero no hay nadie ahí. Una
pequeña pila de galletas esta en uno de los platos junto a una lata de
atún medio comida.
—¿Ahora que estaban diciendo acerca de jerbos? —la señora dice.
—Estamos juntando dinero para comprarlos —digo—. Para nuestra clase
de ciencias.
—Oh —dice la señora. Mira alrededor nerviosamente, como si estuviera
buscando jerbos o efectivo o algo que nos ayudara—. Creo… —dice la
señora, pero no termina su oración. Está cavando a través de los bolsillos
de sus pantalones de poliéster.
—Está bien —dice Sarah—. Si no puede…
—No, la señora dice —Quiero ayudarlas—. Ella entra en la sala de estar,
hacia el sofá, tomando su bolso, y comienza a rebuscar a través de ella.
—Creo que en realidad hemos alcanzado nuestra meta —Sarah dice,
mirándome con una tristeza en sus ojos que la hace ver de repente muy
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vieja—. Creo que hemos terminado de recaudar fondos, así que nos
vamos a ir ahora.
—No, espera —dice la señora—. Sé que tengo algo de dinero para
ustedes. —Hay pánico creciendo en su voz.
Mis ojos buscan algo que mirar, lo que sea menos ella. Miro la mesa. Hay
moscas en el atún.
Hay moho en las galletas.
—Fue bueno conocerla señora —digo, comenzando ya a caminar hacia la
puerta—. Encontraremos el camino de salida.
—No, espera —dice de nuevo—. George, ve si tienes algo de dinero para
estas niñas.
Abro la puerta y respiro aire fresco. Miro detrás de mí y Sarah está tomando
un billete de veinte dólares fuera del sobre manila. Coloca el dinero
debajo del plato que tiene la horrible cena de la señora. La señora aun
está en la sala de estar, rebuscando a través de su bolsa y diciendo “No,
esperen”, una y otra vez, pidiendo ayuda a George. Sarah encuentra mi
mirada y comienza a caminar, y la amo más de lo que he amado a
alguien.
Caminamos rápidamente a donde Alex está esperando. No decimos
nada. Estamos más cerca a la otra de lo que necesitamos estar, nuestros
hombros y manos golpeándose.
Alex esta parada alrededor de la esquina fumando un cigarrillo—. ¿Cuánto
tienen hasta ahora? —dice ella.
Sarah le entrega el sobre manila y Alex cuenta el dinero mientras nosotras
estamos paradas ahí, nuestros hombros apenas tocándose—. Cincuenta y
dos con setenta y seis —dice Alex—. Eso es suficiente para algunos tacos,
hierba y acido.
Vamos a la sala de juegos y encontramos el Purple Haze y no dormí hasta
el día siguiente.
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Capítulo 8
Traducido por Mokona
Corregido por Nanis
Estamos conduciendo lejos de la escuela en el Honda Civic del 87 de
Ethan y digo adiós con la mano como si estuviera en un desfile. La gente
está reunida alrededor para ver cómo nos vamos. Debería haber habido
serpentinas, globos, una gran banda tocando. Estoy peleando con el
deseo de tocar el claxon.
Estoy montada en el asiento delantero de un auto con el tipo más genial
de la escuela. Eso me hace la chica más genial de la escuela.
Alex se está despidiendo con esa sonrisa en su rostro como diciendo: Sé lo
que harás, y Sarah luce tímida y triste como diciendo: No me dejes sola
con ella, y el pendejo de James está allí con su cara diciendo: Soy tan
idita, y yo quiero gritar por la ventana: “¡Mira lo que te estás perdiendo!”
—¿Qué quieres hacer? —pregunta Ethan cuando nos alejamos de la
escuela. De repente, su auto no parece tan espectacular. Me doy cuenta
del ligero olor a hamburguesa mohosa. Estamos conduciendo a través de
tranquilas calles residenciales.
—No sé —digo. Quiero seguir manejando. Quiero pasar al lado de cada
persona que conozco. Quiero que entrecierren sus ojos y miren por la
ventana y vean que soy yo.
—¿Tienes hambre? —dice.
—No.
—Yo estoy malditamente hambriento.
—Hay comida en mi casa. Mi mamá estará dormida hasta las cinco. —No
sé por qué digo eso. Parecía lo que debía decir.
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—Genial —dice él, y yo le digo a dónde ir.
Quiero seguir conduciendo. Quiero ir de regreso y traer a Sarah. No quiero
ir a casa y verlo comer. No lo quiero en mi habitación donde puede ver la
silla cerca a la ventana donde me siento cuando me siento sola, donde
duermo, donde me recuesto y miro el techo. No quiero estar a solas con él.
Esto es a lo que él se refería con “quiero conocerte mejor”. Esto es el
“tiempo a solas”. Ahora es cuando pasamos juntos una y otra vez y yo lo
dejo hablar y le dejo pensar que estoy interesada en lo que está diciendo.
Estamos hablando de las cosas que se supone debes decir antes de tener
sexo.
Él me dice:
—Mi padre es un artista, pero no vivo con él. Mi madre es contable y una
aficionada al fisicoculturismo.
Yo le digo:
—Mi padre hace algo con computadoras. Mi madre no hace nada.
Es la mitad de la tarde y mi madre está durmiendo. Ella no sabe que
estamos aquí, en mi habitación, en mi cama. Ella no sabe que la mano de
él está bajo mi camiseta y frotando mientras habla. Él no sabe que no
siento nada.
Nunca he conocido a un fisicoculturista, pero los he visto en televisión.
Estoy preguntándome cómo se ve la mamá de Ethan. Si es el tipo de mujer
que luce como un hombre.
—Mi padre vive en Israel —dice él―. Viviré con el cuándo me gradúe.
¿Qué tiene de especial Israel? Quiero decir, pero no lo hago.
—Mi mamá es una pagana, por lo que de acuerdo a la ley judía, no soy
judío. No sé por qué mi padre se casó con una maldita pagana —dice eso
mientras desabotona mis pantalones paganos, mientras desliza sus manos
dentro de mi ropa interior pagana.
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Esto es lo que yo sé sobre él: le gusta patinar y las hamburguesas, sin queso,
no es permitido de acuerdo a las creencias judías. No le gustan los
vegetales o la escuela. Sí le gusta la cerveza y la hierba y el gas de la risa y
la ketamina.
Lo que él sabe de mí es mi primer nombre, mi edad, y que vivo en este
edificio de apartamentos. Sabe que mi mamá duerme como muerta en la
tarde, que tenemos gran cantidad de refrigerios, que mi puerta cierra con
llave, que soy buena besando, que lo dejo hacer lo que sea que quiera. Él
sabe que mi ropa interior y sostén son rosados y de encaje. Él no sabe de
mis viejos sostenes y ropa interior de algodón escondidos en mi cajón. Él no
conoce mi rostro sin maquillaje.
Él sabe lo que se siente estar sobre mí, que no me muevo, que soy
pequeña y delgada y flexible, que mis senos son del tamaño perfecto para
sus manos.
Estoy pensando, se supone que esto debería ser especial. Estoy pensando,
todo el mundo miente al decir que esto es especial. Extrañamente no estoy
asustada. Todo esto parece vagamente familiar, como lo que he visto en
películas, como si yo misma lo hubiera hecho. Me pregunto por qué casi
no siento nada, cómo podría no estar aquí, cómo podría distanciarme a
otro lugar, flotar hacia el techo y ver qué tan ridículos lucimos: el
empujando dentro de mí como si su vida dependiera de eso, yo recostada
luciendo como si fuera madera, algo rígido y tenso, cuando en realidad no
lo soy, cuando en realidad solo soy piel envuelta en niebla.
—¿Te hago daño? —me pregunta.
—Está bien —digo.
—¿Se siente bien? —me pregunta
—Sip —digo. Estoy mintiendo. No se siente nada. Desearía que dejara de
hablar. Desearía que dejara de hacerme hablar. Es difícil hablar cuando
estoy en el techo, en la esquina. Eso me hace tener que regresar, sentir su
peso sobre mí, sentirlo duro dentro de mí, perforando mis entrañas. Bajo lo
suficiente para decir lo que él quiere oír, luego floto lejos de nuevo. No es
difícil, volar de un lugar a otro. Es como si hubiera nacido sabiendo cómo
hacerlo.
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—Oh, mierda, me vengo —dice, lo oigo y mis oídos me traen de regreso a
la cama justo a tiempo para sentirlo temblar, y oírlo gemir. Él sostiene el
aliento y el mundo se detiene y siento como estoy sosteniendo todo con
mis delgados brazos y rodillas dobladas, mis piernas ampliamente abiertas,
luego todo continuó y él cayó sobre mí y yo me hundo en el colchón hasta
que no soy nada.
Permanece así por un rato, como si estuviera muerto, y creo por un
momento que lo está. No estaría traumatizada si muere sobre mí, su
reducida, marchita polla aún dentro de mí. Cualquier cosa podría pasar y
no importaría.
Él se da la vuelta y escarba en el bolsillo de su pantalón en el piso. Pone un
cigarrillo en su boca, me da uno. Abro la ventana, prendo algo de incienso
y pongo el frasco que uso como cenicero en la cama entre nosotros. Me
recuesto junto a él, arrinconada entre el muro y el cenicero. Escasamente
cabemos. Me siento demasiado desnuda. El rueda en su lado y me
enfrenta, poniendo sus brazos a mi alrededor. Besa mi hombro, mi cuello,
mi mandíbula, mi oreja, haciendo molestos ruidos de arrullo mientras me
besa. Quiero detenerlo. Quiero aplastar mi cigarrillo en su parpado. Prefiero
que siga jodiéndome el resto de la noche a que se recueste a mirarme y
trazar mis costillas con la punta de sus dedos, actuando como si lo que
acaba de suceder significara algo.
—Eso fue hermoso —dice, y me besa suavemente en la boca y todo lo que
puedo hacer para no vomitar es apretar mis ojos cerrándolos, levantar el
cigarrillo a mi boca, tensar mis labios, chupar, soplar, bajar de nuevo mi
brazo. Una y otra vez hago eso, imaginando que el humo se vuelve solido
dentro de mi cuerpo, hasta que el filtro del cigarrillo se ha desvanecido y lo
apago en el cenicero.
Me obligo a moverme para levantarme e ir al baño. Hago que mi cuerpo
gire y trepo sobre él, mis pies caminando, mis manos metiéndome en mi
bata de baño. Sus ojos siguiéndome, somnolientos, como si se movieran
solo porque necesitan algo que hacer.
—Hey —dice.
—¿Sip? —Regreso de la puerta.
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—Te amo —dice, y suena ridículo. Todo sobre él es ridículo: el cabello
desordenado, la montaña de granos de su barbilla, el delgado, patético
intento de bigote, los muslos blancos, el pene recostado contra ellos,
marchito y pequeño aún con el condón puesto.
—También te amo —digo porque es la única cosa que puedo pensar,
porque es la única cosa que tienes permitido decir cuando alguien te dice
que te ama primero. Tal vez eso es todo lo que es el amor, una persona
diciéndolo porque supone que debería hacerlo y otra persona sintiéndose
demasiado culpable para decir algo más, y todos engañándose a sí
mismos creyendo que es algo como lo que escribió Shakespeare, porque
Romeo y Julieta estaban locos y calientes a la misma edad que Ethan y yo.
Tal vez esto es todo lo que es el amor y lo que podría ser, chicos jodiendo
chicas y simulando que las aman, chicas siendo jodidas y simulando que
les gusta, diciendo “también te amo” y queriendo vomitar.
Abro la puerta y corro al baño. Cierro con seguro y abrazo el inodoro. Mi
boca está abierta y goteando y las babas gotean, gotean, gotean. Espero
y nada viene. Estoy vacía por dentro así que nada viene.
Cepillo mis dientes. Salpico agua fría en mi rostro. Orino y me limpio con
una toallita húmeda. Quiero que se vaya para poder bañarme. Quiero
tomar la ducha más caliente que haya tomado alguna vez.
Cuando regreso a mi habitación, él está sentado poniéndose sus
calzoncillos. Algo en su rostro está mal.
—Hey —digo.
—Hey. —No está mirándome.
—¿Qué está mal? —digo, tratando de sonar calmada, pero de repente no
puedo respirar. Tengo que haber hecho algo malo. Lo deje hacer lo que
quiso, pero olvidé algo. Hice todo pero no fue suficiente.
No está feliz conmigo. Tuve que hacer algo malo.
Mira su regazo, buscando las palabras adecuadas.
—No sangraste —dice finalmente en una voz suave. No se ve enojado,
pero no sé cómo más puede estar.
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—¿A qué te refieres? —digo.
—Las vírgenes se supone que sangran —dice, y me doy cuenta que está
señalando, buscando en las sábanas blancas como si lo hubieran
decepcionado, buscando por sangre como si fuera alguna especie de
trofeo.
—¿De qué hablas? —Debí hacer algo mal pero no sé qué fue. Estoy
tratando de no derrumbarme.
—¿Eres virgen, no?
—Sí. —Por supuesto que soy virgen. ¿Por qué no sería una virgen?
—13 es demasiado joven para no ser virgen.
—Soy virgen. —Por supuesto que soy una maldita virgen. Mis manos se
cerraron en puños, mis ojos se pusieron llorosos y no pude detener las
lágrimas. Se sintió como si el mundo terminara, como si alguien hubiera
encontrado la forma perfecta de matarme, como si un hoyo dentro de mí
se hubiera abierto y toda mi valentía cayera. Trato de no temblar. No
puedo dejarlo verme llorar. ¿Por qué estoy llorando? Solo es sangre, la
ausencia de sangre. Le deje hacer todo lo que quiso. Ese es el problema. Él
no está molesto. No está molesto conmigo.
Me mira, arrepentido, como si de repente entendiera que habló cuando
no debía. Pero eso no es todo. No sé lo que es, pero no lo es todo.
—Lo siento —dice. Palmea el sitio cerca de él en la cama. Me siento. No
respiro. Cuento hasta diez. Empujo los sentimientos lejos—. Es solo que
siempre creí que las chicas debían sangrar la primera vez. Me preguntaba
porque, como, no sangraste y hay, como, esa cosa que se supone debe
romperse.
—No todas las veces —le digo. Estoy respirando. Sé esto. Lo leí en el libro
que me dio mi mamá para enseñarme sobre sexo. A veces se rompe por
otras cosas. Montar a caballo. Accidentes.
Escojo uno. Y digo.
—Montar a caballo.
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—¿Qué?
—Solía montar a caballo. Eso es lo que lo rompió.
—Oh —dice. Luce escéptico.
—Todo el rebote —le digo.
—Está bien.
No me importa si cree que no era virgen. No me importa si cree que soy
una zorra, si cree que he jodido un millón de chicos antes. Todo lo que
quiero es que deje de hablar de eso. No quiero nada, silencio. No quiero
recordar, sin sentimiento, a nadie, nada dentro de mí.
Ethan termina de vestirse mientras miro hacia afuera al muro de árboles
verdes que nos separa del otro edificio de apartamentos. Me da mi ropa y
yo solo la miro puesta sobre mi regazo. Vestirme parece la cosa más difícil
que he hecho. Luego escuchó la puerta de la habitación de mi mamá
abrirse, sus abultadas pantuflas cruzando la sala, y me pongo la ropa y
alisar mi cabello, Ethan se levanta y sale de mi habitación y yo lo sigo a la
puerta de enfrente, mi mamá está sentada en el sofá encendiendo el
televisor mira hacia nosotros y dice:
—Oh, hola.
Y yo digo:
—Mamá, él es Ethan.
Y ella dice.
—Gusto en conocerte, Ethan.
Y él dice:
—Lo mismo.
Y ella dice:
—Ethan, ¿te gustaría quedarte a cenar?
Y él dice:
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—Gracias, pero debo ir a otro lugar. —Camino con él a la puerta y me
besa en la mejilla, prolongándolo tanto que puedo oler su caliente, rancio
aliento—. Eres mi chica ¿cierto? —dice suavemente.
—Cierto —digo. ¿Qué más sería? Eres el tipo más popular en la escuela y
yo no soy nadie. Seguiré dejándote que me jodas hasta que te canses de
eso, hasta que encuentres a alguien mejor para joder.
Él se retira de la puerta batiendo sus parpados, creí que eso era tan sexy
cuando lo vi por primera vez. Ahora solo quiero arrancárselas de a una.
Cierro la puerta detrás de él y mi piel se siente como si arañas y serpientes y
cada desagradable e imaginable cosa se arrastraran sobre ella, tratando
de entrar en mí. Si tomo una ducha lo suficientemente caliente, los mataré
y no sentiré nada más aparte del ardor hiriente del agua, no el ligero dolor
donde Ethan estuvo dentro de mí, no la enfermedad, no los fragmentos de
sentimientos como hipo en mi cerebro.
—¿Es ese tu novio? —pregunta mi mamá desde la sala.
—Eso creo —digo.
—Parece agradable —dice—. Apuesto que a tu padre le gustaría
conocerlo.
—Iré a tomar una ducha —digo, y no espero por su respuesta.
Cierro con seguro la puerta del baño y enciendo el agua tan caliente
como puede ir. Me quito la ropa, entro y siento el agua como cuchillos
rebanándome. Cierro mis ojos, aprieto mis dientes y me concentro en el
dolor, dándole la bienvenida, dejándolo ser parte de mí. Me sostengo de
la pared mientras el agua cae en mi espalda, quemando a través de mi
piel y llegando dentro de mí, quemando mis venas y músculos y grasa y
huesos y a través de mis recuerdos, quemándome hasta que no soy nada,
hasta que estoy limpia. No escucho la voz en mi cabeza gritándome que
salga.
Hay voces que puedes silenciar.
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Capítulo 9
Traducido por Mona y Susanauribe
Corregido por Carito
Es una extraña clase de tranquilidad bajo un puente de la autopista
durante un día lluvioso. Puedes escuchar los autos encima de ti, silenciados
por capas de concreto. Puedes escuchar la lluvia golpeteando sobre el
asfalto, sobre el metal de autos abandonados, sobre la madera de
edificios abandonados. Puedes escuchar a los chicos sobre monopatines,
su crujiente balanceo hacia adelante y hacia atrás, la madera golpeando
el concreto, raspando. Puedes escuchar a los chicos cuando ellos se caen,
sus cuerpos suaves que golpean el suelo, los monopatines volando,
estrellándose, las mierdas, los joder, los malditas seas. Puedes escuchar
todas esas cosas, pero ellos son de alguna manera pequeños, como si sólo
escucharas sus sombras. Eres consciente de todo, pero nada de eso
importa. Puedes ver el movimiento de las bocas de los chicos, pero todo lo
que puedes escuchar es estática. La cosa más ruidosa es tu castañeo de
dientes. La cosa más ruidosa es la lluvia golpeteando, demasiado húmeda
y demasiado pesada para ser nieve a pesar de que está congelando.
Los labios de Sarah están azules. Le paso la pipa y ella apenas puede
mantenerla en su boca. La ayudo a encenderla porque sus manos
tiemblan. Ella inhala y el humo parece calentarla.
—Gracias. —Ella dice.
Sarah no tiene un abrigo de invierno, solamente la chaqueta de jean que
usa cada día. Llevé mi viejo abrigo a su casa la semana pasada, porque
ya no lo necesito más. Tengo uno nuevo ahora, del tipo grande e inflado
que es popular.
Alex se rió cuando le traje a Sarah el viejo abrigo, dijo algo sobre la
caridad. Sarah dijo gracias y lucía avergonzada, lo puso a su lado en el
suelo. Nunca la he visto usarlo.
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—Está tan jodidamente frío —digo, abrazando mis brazos a mi pecho.
—No hables de ello —dice Sarah—. Cuanto más hablas al respecto, más
cierto es.
Los chicos no tienen frío porque ellos se mueven. Ellos transpiran en sus
camisetas. Sus sudaderas y abrigos se apilan en montones con sus
mochilas. Alex no tiene frío porque ella está dentro del abrigo gigante del
saco de dormir de Wes. Él tiene su brazo alrededor de ella y lo que están
haciendo podría ser llamado besar, pero es más como una lucha de
espadas con lenguas. Ellos están por las pilas de ropa desechada, al otro
lado del concreto donde estamos Sarah y yo, del otro lado del mundo.
Me levanto y me acerco. Agarro la sudadera de Ethan. Él es mi novio
ahora. Porque lo dejé follarme, puedo hacer lo que quiera con su
sudadera.
Alex me ve y me detiene.
—¿Qué estás haciendo? —Ella dice. Su rostro está cubierto de lodo. Luce
orgullosa de sí misma, a pesar de que ella es la que me contó sobre la
reputación de Wes de follar cualquier cosa, incluyendo un par de
retardadas de Educación Especial.
—Consiguiéndole una sudadera a Sarah —digo.
—Oh, no eres dulce —dice ella como si fuera la peor cosa en el mundo.
Wes tiene su mano levantando su camiseta. Está tratando de encontrar lo
poco que hay allí. Alex gira y abre su boca ampliamente y aplasta su rostro
contra el de Wes como si su piel pálida, como de goma y cubierta de
granos, fuera la cosa más apetitosa en el mundo. Me escapo tan rápido
como puedo.
Le entrego a Sarah la sudadera y ella dice:
—¿Qué es esto?
Y digo:
—Una sudadera, tonta. Póntela.
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Ella se la pone y esto la hace lucir incluso más pequeña porque las mangas
son casi 30 centímetros demasiado largas.
—Tu novio huele mal —dice Sarah mientras ella huele la axila de la
gigantesca sudadera.
—Todos los chicos huelen mal —digo, y ella asiente con su cabeza como si
hubiéramos averiguado algo importante.
Nos sentamos tranquilas. Miramos patinar a los chicos hacia adelante y
hacia atrás. Ellos de vez en cuando saltan o se deslizan sobre la acera o la
barandilla, algo de concreto o de metal. Solo es interesante cuando
alguien se cae. Ethan nos ve observándolos, voltea y se dirige hacia
nosotras rápidamente. Gritamos como se supone que debemos y se
detiene justo antes de que se encuentre con nosotras. Él pone su brazo
alrededor mío y comienza a besarme. Puedo saborear el humo de
cigarrillo rancio en su lengua. Puedo oler su sudor. Puedo sentir sus axilas
mojadas que descansan sobre los hombros de mi abrigo nuevo.
—¿Cómo luzco, bebé? —dice. Él respira con fuerza y el vapor se levanta
de su cuerpo. Está posando para nosotras, hinchando su pecho.
—Bien —digo—. Te ves realmente bien.
—Genial —dice él, y patina para unirse a los otros chicos que van y vienen.
Esta es la rutina, excepto por Alex que suele sentarse con nosotras y no
besa al tipo gordo con sarna.
Por lo general, fingimos cuán impresionadas estamos. Pero hoy, doy vuelta
hacia Sarah y hago rodar mis ojos. La hago reír. Puedo hacerlo porque Alex
está ocupada consiguiendo su rostro aspirado. Puedo hacerlo porque ella
no mira.
—Esto es tan estúpido —dice Sarah—. ¿Por qué nos sentamos aquí
muriéndonos de frío?
Los chicos están tomando un descanso de patinar ahora. Ellos están
marcando sus nombres sobre los postes de concreto con pintura de
aerosol.
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—Ellos se parecen a los perros meando sobre los postes para marcar su
territorio —digo. Ethan ya ha reclamado la mayor parte de los postes. Rojo,
azul, verde y negro, Aleph por todas partes.
—Yo tengo al perro alfa —digo.
—¿Qué te hace eso? —dice Sarah. Ella balancea sus pies como una niña,
ahogándose en la gigante sudadera.
La miro muy seriamente.
—Su perra —digo.
Ella se ríe tímidamente y yo también. Ella se ríe de nuevo y yo igual, y luego
las dos nos estamos riendo tan fuertemente como podemos. Estamos
riéndonos tan fuertemente que nos olvidamos que hace frío, olvidamos la
lluvia y nos olvidamos de Alex y Ethan y todos los demás. Sólo están
nuestros rostros y todo fuera de enfoque detrás de nosotras. Simplemente
están nuestras voces ahogando todos los demás.
Sarah está intentando recobrar su aliento.
—Esa es una palabra de doble sentido —le digo. Ella hace muecas, lo cual
me hace reír de nuevo.
—¿Por qué eres amiga de nosotros? —pregunta ella, finalmente
respirando.
—¿Qué? —Estoy comenzando a sentirme normal de nuevo. Fumo un poco
más.
—Eres muy inteligente para ser nuestra amiga. Deberías salir con esos
chicos de tu clase.
—Odio esos chicos de mi clase. Todos son unos idiotas aburridos. —Le digo,
lanzando humo en su rostro.
—¿Por qué sales con nosotros? —dice ella.
—Porque me gustas.
Le entrego la pipa y ella inhala, sostiene su aliento, exhala lentamente.
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—¿Te gusto? —dice ella.
—Claro que me gustas.
—¿Te gusta él? —dice ella, asintiendo en dirección a Ethan, quien está
intentando pararse de manos. Me encojo de hombros.
—¿Te gusta ella? —dice ella, haciendo señas hacia Alex, quien está
debajo de un abrigo/bolsa de dormir, arrodillada frente a Wes con su rostro
en su regazo.
Miro a Sarah y ella sostiene mi mirada y de repente siento que quiero llorar.
Siento ganas de decirle todo lo que he pensado, cada secreto que he
tenido, como si eso de alguna manera pudiera hacer que todo esto se
fuera y que no nos estuviéramos congelado, no estaríamos viendo a los
chicos orinar en las cosas como unos perros, no estaríamos respirando
pintura en aerosol y humo del tubo de escape, no estaríamos sentadas
aquí pretendiendo que somos como estas personas, no como Alex con su
rostro en el regazo de alguien, no como los chicos que van y viene, no
como esta gente que no va a ningún lugar.
—Extrañas donde solías vivir —dice Sarah mientras recarga la pipa.
Encojo mis hombros de nuevo. Siento como si extrañara algo, pero no
puede ser eso. No puedo extrañar vivir en medio de la nada y no tener
amigos. No puedo extrañar el estar sola todo el tiempo.
—¿Cómo eras allí? —dice ella.
—Diferente —digo—. Aburrida.
—¿Cómo? —pregunta, pasándome la pipa. Inhalo, siento el humo
suavizando la presión de mi garganta y mi pecho.
—No era muy popular —digo, lo cual es lo más cerca a la verdad que le
he dicho a alguien—. Y era buena. Nunca hice nada. No sabía nada de
nada.
Sarah tiene una mirada distante en su rostro y temo por un momento haber
dicho mucho. Pero después de un rato, ella sonríe y dice:
—Eso suena bien.
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—Sí. —Estoy pensando en las fotos, las que están en cenizas, las personas
que no se me permite extrañar.
—Sería lindo no saber nada —dice Sarah.
—Como si simplemente pudieras regresar al pasado —digo.
—Olvidarse de todo.
—Apuesto a que puedes hacerte olvidar —digo—. Si lo intentas, puedes
hacer que los recuerdos desaparezcan. ¿Sabes cómo los humanos sólo
utilizan la décima parte de su cerebro? Apuesto a que simplemente
piensas mucho en controlar todo en tu cerebro, incluso las cosas del
subconsciente, como los sueños. —Me doy cuenta que estoy hablando
como una personas drogada—. ¿Eso suena estúpido? —pregunto.
—No —dice ella—. Puedo hacer eso.
—¿Qué?
—Hacer que los recuerdos se vayan. Hacer como si nunca sucedió.
Sarah está temblando de nuevo y no puedo soportarlo. No puedo soportar
verla tan pequeña, triste y congelada. Saco su mano de la manga de la
chaqueta, la aprieto con la mía, la siento pequeña y huesuda y frágil y fría,
la siento devolverme el apretón.
—Vas a congelarte hasta morir. —Le digo.
—Lo sé —dice ella.
—Vamos a casa.
Su cuerpo se tensa.
—No quiero —dice.
—No tu casa, la mía.
Ella casi susurra cuando dice:
—¿En serio? —Como si estuviera asustada de que le estuviera haciendo
una broma, como si tuviera miedo de ilusionarse.
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—Sí —digo—. Creo que mi mamá va a cocinar esta noche.
Me pongo de pie y Sarah se para conmigo.
—¿Ella cocina bien? —pregunta.
—No, en verdad —digo. Ahora estamos caminando—. Pero es mejor que
las cenas de microondas.
—Estaría feliz con cenas de microondas —dice ella. Casi nos hemos ido.
Estamos en la parte donde la pasarela voltea. Estamos casi fuera de vista.
—Hey, ¿a dónde van? —Ethan grita lo suficientemente fuerte para que no
podamos pretender que no lo escuchamos.
—¡A casa! —grito. Él comienza a venir hacia acá. Deberíamos haber
caminado más rápido.
—Pensé que íbamos a ir conduciendo más tarde —dice él, lo cual significa
estacionar detrás de un edificio abandonado o al final de una calle rural
para que pueda tener sexo conmigo.
—No nos sentimos bien —digo—. Probablemente un resfriado.
—Sí —dice Sarah—. Como si fuéramos a vomitar.
—Asqueroso —dice Ethan, su rostro está contorsionado con asco como si el
pensamiento de mí vomitando lo forzara a reevaluar mi atractivo. Pienso
en despedirme con un beso pero decido lo contrario.
—Adiós —digo, moviéndome hacia atrás.
—Adiós —dice Sarah. Ya nos estamos yendo.
—Espera un minuto —dice Ethan—. ¿A dónde vas con mi suéter? —Tiene la
irritante tendencia de decirle suéter a su sudadera, como si fuera muy
estúpido para saber la diferencia.
—Sarah olvidó su abrigo —le digo—. Préstale tu sudadera y ella te la
regresará mañana.
—No —dice él—. Entonces yo me congelaré.
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—Está bien —dice ella—. No la necesito. —Ella levanta su mano hacia el
cierre y yo lo agarro, bajándola.
—Ves, ella no la necesita —dice él.
—Sí la necesita.
—Dile que me entregue mi sudadera —dice él, alzando su voz.
—No —digo, y es lo más fuerte que ha salido de mi boca. Hay algo grueso
y caliente hirviendo en mi estómago, en mi pecho, en mi garganta y
llenando mi cabeza, latiendo, rojo, pesado. Algo está llenándome y el
sonido de este es tan fuerte que no puedo pensar. Estoy explotando.
Explotaría en este momento si algo me tocara.
Sarah y Ethan me miran de forma divertida, como si no me reconocieran y
me doy cuenta de que he hecho algo muy mal, que lo que sea que entró
a mi cuerpo y se movió a mi boca debe salir o algo terrible pasará. Debo
hacer que se vaya. Justo como Sarah, puedo hacer que cosas internas se
vayan.
Vete, le digo a la cosa dentro de mí. Muere, le digo, y justo así, todo
regresa a la normalidad, como si nada hubiera pasado. Luego soy
simplemente yo, callada y delgada, aturdida y exhausta, con nada dentro
aparte de aire.
—Está bien —dice él—. Lo que sea. —Tiene la misma mirada que cuando
me imaginó vomitando.
—Gracias —dice Sarah, sin mirarme a mí o a él.
Tengo que besarlo ahora. Tengo que hacerlo olvidar la voz que salió.
Tengo que recordarle que soy quien él quiere que sea, no alguien que le
dice que “no”. Lo acerco. Muerdo su oreja. Pongo mi boca en la suya.
Pongo mi mano en su entrepierna, aprieto suavemente, lo siento caliente y
sudoroso en sus pantalones anchos.
Cuando su respiración se vuelve pesada, es seguro irse. Me muevo hacia
atrás. Digo:
—Adiós.
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Él me mira, con sus ojos entrecerrados y dice:
—¿Segura de que no quieres ir conduciendo?
—Mañana —digo. Le soplo un beso, me doy vuelta y comienzo a caminar.
Caminamos en silencio por un rato, Sarah un poco detrás de mí. Cuando
llegamos tan lejos como podemos en la pasarela, nos detenemos.
—No dijimos adiós —dice ella, mirando al cielo.
—Ella estaba ocupada —digo.
—Estaba mirando cuando nos fuimos —dice ella—. No se veía feliz.
Considero esto y sé que debería sentirme nerviosa. Pero estoy muy
cansada para que me importe.
—También me vería infeliz si el viejo pene de Wes acabara de estar en mi
boca por la última media hora —digo y Sarah sonríe y nos ponemos
nuestras capuchas en la cabeza. Ella toma mi mano y nos adentramos en
la manta gris de lluvia.
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Capítulo 10
Traducido por Brenda Carpio
Corregido por Elena Ashb
Corremos el último par de cuadras a mi casa y nuestros zapatos coinciden
con el ritmo de los pasos del otro.
En el momento en que llegamos a casa, estamos empapadas y tiritando,
nuestras caras manchadas de rímel, nuestro cabello enmarañado y
pegado a la cabeza. Apenas puedo conseguir introducir la llave en la
puerta porque mis manos están congeladas. Nunca en mi vida he estado
tan feliz de estar en casa.
—Oh mi Dios —dice Mamá a medida que entro por la puerta.
—Hola, mamá —digo mientras me deshago del abrigo—. Esta es Sarah.
—Sarah, estás temblando —dice, y Sarah se queda parada allí. Puedo oír
el castañeteo de sus dientes—. Necesitas quitarte esa ropa. —Sarah se
estremece cuando mamá pone su mano sobre la cremallera, pero la deja
quitarle la sudadera. Ella tiene esa mirada en su cara, como si su cerebro
se hubiera ido a otro lugar.
—Vamos a mi habitación —digo. Ella se despierta un poco cuando jalo su
brazo.
—Encantada de conocerle —dice a mi mamá.
—Lo mismo —dice mamá, como si no supiera muy bien qué pensar de
ella—. Pónganse algo cálido y yo podré la ropa en la secadora. —Algo ha
entrado en ella y está tratando de actuar como súper mamá. Estas fases
no duran mucho tiempo.
—Gracias —dice Sarah, todavía medio zombi.
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Muestro a Sarah mi habitación y consigo toallas limpias en el baño.
Cuando regreso, ella está allí de pie, en la mitad de la habitación, como si
tuviera miedo de tocar algo.
—Hace calor aquí —dice.
—Aquí. —Le tiro una toalla y ella no la atrapa.
Normalmente sería tímida, pero tengo demasiado frío para impórtame si
Sarah me ve desnuda. Empiezo a quitarme la ropa sin tratar de ocultar
nada. Sarah se vuelve de espaldas a mí y empieza a desvestirse
lentamente, encorvada, tratando de hacerse lo más pequeña posible. Me
seco, envuelvo la toalla a mí alrededor y empiezo a buscar en mi armario
por unos pijamas que no sean muy embarazosos.
Cuando me doy la vuelta, Sarah está de cara a la pared. Sin su suéter y
puedo ver su pálida espalda desnuda con una larga cicatriz corriendo por
el medio, 1.27 cm de espesor de piel descolorida, no una cicatriz como las
que he tenido alguna vez, no es el tipo de cortes y raspaduras que
desaparecen después de unos pocos meses. Este es el tipo de cicatriz que
no se cura, que va a durar para siempre.
—Sarah —susurro.
Envuelve la toalla alrededor de ella y vuelve la cabeza para mirarme. Trata
de mirarme a los ojos, pero su mirada cae en el espacio, en algo que no le
devolverá la mirada. Hay una mirada en sus ojos que está destinado para
mí, una especie de ruego para que diga algo más.
—¿Cuál quieres? —digo finalmente. Le extiendo las pijamas en mis manos.
Hay una franela roja, de cuadros azul y verde, y medio ocultas debajo de
ellos, una de un azul bebé borroso con ovejas de color rosa.
Sarah sonríe, se endereza un poco, y da algunos pequeños pasos hacia mí.
—La de ovejas —dice. Se la entrego y nos vestimos en silencio.
La cena es carne asada, y mamá está usando un delantal. El lugar de
papá está vacío, como casi todas las noches, pero mamá ha puesto un
plato, cubiertos y servilletas allí, como esperando que ésta noche fuera
diferente. Sarah está diciendo por favor y gracias por todo, como si no
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tuviera idea de cómo cenar con la gente, pero está sonriendo como si
fuera el mejor viernes por la noche que ha tenido. Me pregunto si ella
alguna vez se sentó a cenar así. Me pregunto si piensa que las cosas son
siempre así con otras personas, que las madres cocinan carne asada, usan
delantales, te ayudan a quitarte la ropa mojada y la ponen en la
secadora.
Mamá enciende la falsa chimenea y resplandece con luz roja.
—Sarah —dice ella—. Es bueno que te hayas quedado a cenar con
nosotras.
—Gracias. Quiero decir, sí, estoy contenta, también —dice Sarah, tratando
de cortar su carne pero las mangas del pijama son muy largas.
—Desearía que trajeras a tus amigos más a menudo —me dice mamá.
—Vendré —dice Sarah, y la miro. Sus ojos se amplían y casi se le cae su
tenedor.
—Bueno, eres bienvenida en cualquier momento —dice mamá, y Sarah
mira a su plato como si estuviera avergonzada por hablar, avergonzada
por querer algo.
—¿Cómo estuvo la escuela hoy? —dice mamá, y las dos decimos:
—Bien.
—¿Sigues consiguiendo sobresaliente?
—Sí —digo.
—Estoy orgullosa de ti —dice, pero no lo dice en serio. Muestra a tus hijos
que le importas probablemente era el tema del programa de entrevistas
de hoy.
Mamá balbucea acerca de haber ido a la tienda de comestibles, y como
tuvo que conducir tres veces alrededor para encontrar un lugar en el
estacionamiento. Habla sobre el buen trato que recibió en la carnicería,
de cómo las cajas de cereales estaban a dos por el precio de uno. Me
pregunto si este es el tipo de cosas que habla con papá cuando están
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solos en su dormitorio. No lo culpo por quedarse en el trabajo toda la
noche.
Sarah escucha como si esta fuera la noticia más emocionante que alguna
vez hubiera oído, como si estuviera tratando de asimilarlo todo, tratando
de guardarlo para más tarde. Pateo su pierna debajo de la mesa y ella me
responde del mismo modo.
—¿Cómo se conocieron ustedes, chicas? —dice mamá—. ¿Estás en las
clases de Cassie?
—Um, no —dice Sarah con la boca llena.
—Ella acaba de mudarse aquí —digo—. Es media hermana de Alex.
—Oh —dice mamá—. La misteriosa Alex, con quien Cassie siempre va a
algún lugar, pero a quien apenas conocemos. —Me mira como una
caricatura de una madre severa, como si estuviera practicando,
probablemente algo que aprendió en la televisión.
—¿De dónde vienes? —dice, sonriendo para sí misma acerca de su
desempeño.
—Mukilteo —dice Sarah, su sonrisa desaparece repentinamente.
—¿Qué te hizo mudarte aquí? —dice mamá, y Sarah mira a su plato y
empuja las zanahorias blandas un poco con el tenedor.
—Su padre está en el ejército —digo—. Tenía que ir al extranjero, por lo que
vino a vivir con su madre hasta que vuelva.
—Qué interesante —dice mamá—. ¿Dónde fue asignado?
Sarah me mira suplicante.
—A algún lugar del Medio Oriente —digo—. ¿Cierto, Sarah?
Ella asiente lentamente.
—Oh, cariño, luces muy triste —dice mamá—. Debes extrañarlo mucho.
Sarah asiente otra vez, como un robot.
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—Dejaremos de hablar acerca de esto —dice mamá. Sarah mira por la
ventana como si quisiera desaparecer.
—¿Podemos levantarnos? —digo.
—¿Realmente han terminado? —dice mamá.
—Sí. —Miro a Sarah. Ella asiente otra vez.
—Hay helado.
—Tal vez luego —digo.
Tomo a Sarah del brazo para llevarla hacia mi habitación, dejando a
mamá sola en la mesa mirando a la falsa chimenea.
—Gracias —dice Sarah, cuando la arrastro lejos y mamá levanta la mirada,
sus ojos llenos de gratitud.
—Lo siento —digo, cuando entramos en mi habitación.
—Tu mamá me odia —dice Sarah.
—¿Por qué piensas eso?
—No lo sé —dice. Está quieta por un momento—. Ella es agradable. Tienes
una buena madre.
—Ella normalmente no es así —digo—. Se está comportando de la mejor
manera esta noche.
—Pero es genial que la tengas. Es bueno que haga eso a veces.
—Sí —digo, me doy cuenta de que mis padres en su peor momento son
probablemente mejores que algo que Sarah alguna vez haya conocido.
Se sienta en mi cama y acaricia las sábanas.
—Me gusta tu habitación —dice—. Es mejor que la mía. —Ella duerme en la
habitación donde el padre de Alex se suicidó, la que está cubierta de
Grafiti y llena de cosas rotas.
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Abro mi armario y encuentro la botella de agua escondida detrás de la
mochila que Alex me dijo que tuviera lista para Portland. Todo lo que he
logrado empacar es ropa interior limpia, medias y un cepillo de diente. Lo
único que he conseguido robar son 43 dólares.
Le paso a Sarah la botella llena de licor claro que he robado del gabinete
de licor de mi mamá, el ron, vodka y ginebra que no toma pero lo guarda
en caso de que recibamos visitas que nunca tenemos.
Toma un poco y se estremece.
—Esto es desagradable.
—Pero hace efecto —digo, enciendo algo de incienso y abro la ventana,
nos fumamos un porro y compartimos mi paquete de cigarrillo hasta que el
licor no nos hace estremecer.
Estamos en la cama jugando un juego que solía ver jugar a las chicas de la
Isla, donde escribes en la espalda de la otra persona con tu dedo y luego
la otra persona trata de adivinar lo que escribiste. Trazo lentamente las
letras en la espalda de Sarah, sintiendo la rigurosidad de su cicatriz.
—Macarrones —dice Sarah, riendo tan fuerte que deja caer su cigarrillo
entre la cama y la pared, y tenemos que mover el colchón para encontrar
el orificio quemado a través de los resortes.
—Ops —dice.
—Mi turno —digo.
Nos damos vuelta y Sarah sólo hace círculos por un tiempo, tranzando
espirales en mi espalda. Y es la mejor sensación que alguna vez he sentido.
—O —digo—. Muchas O.
—Espera, estoy pensando.
Luego de muchas O, Sarah hace puntos.
—Vamos —digo.
Luego de un momento empieza a escribir; T-E-N-G-O-M-I-E-D-O.
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Siento la cama moverse cuando ella se da la vuelta. Es mi turno.
¿P-O-R-Q-U-E?, deletreo.
Giramos otra vez. M-I-P-A-D-R-E
Doy la vuelta, pero ella se queda dónde está. Estamos una frente a la otra.
—Él me encontrará —dice—. Pronto saldrá de la cárcel.
—Pero él no puede —digo.
—Un abogado comete errores. Lo dejarán salir.
—No pueden soltarlo…
—Pueden hacer lo que sea —dice, sin emoción, como si fuera algo que
ella ha sabido desde hace mucho tiempo.
―Sarah —digo.
—¿Quieres saber lo que me hizo? —preguntó.
No.
—Sí —digo.
—El trabajador social me lo dijo. Realmente no recuerdo.
—Está bien. —Puedo oler su aliento. Puedo oler alcohol, asado y cigarrillos.
Huele desagradable pero quiero respirarlo. Lo quiero dentro de mí.
—Dijeron que me había estado violando desde que era niña.
—¡Oh Dios! —digo. Su cara está en blanco, como si estuviera poseída,
como si alguien hubiera puesto la información en ella y estuviera
simplemente haciendo un reporte, una máquina, sin sentimientos. El “de
mi” pudiera ser cualquiera.
—Dijeron que los doctores podían saberlo por las cicatrices.
—Para.
—Las cicatrices pueden decirte que tan viejas son.
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—Para.
—Cuando dejé de asistir a la escuela, ellos vinieron y me encontraron. Me
encontraron en el armario.
—Sarah. —Pongo mi mano sobre su boca. Pongo la otra alrededor de su
cintura y la atraigo hacia mí, tan cerca que no hay aire, sin espacio para el
aire, sin espacio para manos, espacio sólo para nosotras. Mi mano está en
la parte posterior de su cuello y mi boca cerca de ella, diciendo—: Para,
por favor, para. —Estoy confundida. Quiero irme a dormir.
—Lo siento —dice.
—No te preocupes. —Respiro en ella. Lo digo con todo dentro de mí.
Ella está llorando. Es silenciosa, pero puedo sentir sus sollozos
sacudiéndonos. Sus ojos están cerrados pero hay lágrimas brotando y sus
dedos están presionando mi espalda. Sus pequeñas y quebradizas uñas
están casi cortando mi pijama, amoratando mi piel.
—Está bien. —Sigo diciendo, incluso cuando sé que no, cuando sé que no
tengo ningún derecho a decirlo. Muevo mi mano bajo su pijama,
posándola por la rugosidad de la cicatriz en su columna vertebral. Siento su
corazón latiendo, frágil y rápido como un pájaro. Beso su frente y la
acerco—. Respira. —Lo hace, y no quiero moverme otra vez.
Nos dormimos así, sobre las mantas, borrachas y cansadas. Despierto en
medio de la noche y nos cubro con las mantas. Ella tiene sus ojos cerrados
tan apretados como nunca lo he visto en otros.
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Capítulo 11
Traducido por Akanet
Corregido por bibliotecaria70
—¿Dónde está Sarah? —le digo.
Alex está caminando rápido y es difícil mantenerse a su ritmo porque sus
piernas son dos veces más largas que las mías.
—No lo sé —dice.
—Reduce la velocidad.
—Apresúrate —me dice ella sin ni siquiera mirarme.
Estoy prácticamente corriendo para seguirle el ritmo. Es difícil correr con
tacones, sobre todo cuando se tiene una resaca.
Son las ocho en punto ahora y acabamos de comprar drogas a un
hombre en un automóvil con vidrios polarizados. No sé que nos dieron,
cómo Alex consiguió los cien dólares con los que las compró, o incluso a
dónde vamos, porque Alex sigue fingiendo que no me escucha cuando le
pregunto algo, o me da una respuesta que en realidad no responde a
nada en absoluto.
—¿Sarah no quiso venir? —le pregunto ahora.
—Ella no fue invitada —dice Alex.
—¿Por qué no?
—¿Por qué demonios te importa tanto? —Ella deja de caminar y se da la
vuelta. Su nariz está prácticamente tocando la mía y puedo oler su aliento
agrio y perfume barato—. Eres mi mejor amiga, no la de ella —dice.
No digo nada. La he hecho enojar.
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—¿No? —dice. Parece como si quisiera matarme.
No digo nada. Puedo sentir las lágrimas brotando. Puedo sentir mi pecho y
garganta calientes y apretados como si alguien estuviera de pie sobre mí.
—¿No? —dice de nuevo. Ella empuja duro mi hombro, y doy un paso
atrás—. Dilo —dice ella.
—Lo siento —le digo y ahora estoy realmente llorando. Las lágrimas están
corriendo por mi cara y embadurnando mi maquillaje y hay uñas gruesas y
opacas martillando en mi pecho.
—Dilo —dice otra vez, su voz baja, gruñendo. Me está sosteniendo de los
hombros, sus grandes manos aplastándome.
—Eres mi mejor amiga —gimoteo a través de los mocos.
—Dilo de nuevo. —Sus manos se mueven a mi garganta. Puedo sentir su
dedo pulgar en mis venas, mi pulso se magnifica por la presión, golpeando
en mi cabeza. Mi respiración está detenida. Mi voz está atrapada bajo su
mano y palpitante.
—Eres mi mejor amiga —toso, y suena como alguien muriendo.
Me suelta y respiro, ella se enciende un cigarrillo. Empieza a caminar y me
tropiezo tras ella, saboreando su rastro de humo y perfume. Siento la piel
alrededor de mi cuello con mis manos, comprobando que todo está
intacto. La gente camina junto a nosotras, mirando hacia el frente o hacia
el agua, cualquier cosa para no encontrarse con mis ojos, cualquier cosa
para no reconocer que me ven.
Siento mi cara y está húmeda. Paso mi dedo por la parte inferior de mi ojo
y está delineado con rímel negro, cada una de mis pestañas impresas con
pequeñas pinceladas. Miro mis manos y están manchadas con base,
como pintura del mismo color que mi piel, parece que me estoy
derritiendo, como si las palmas de mis manos se estuvieran convirtiendo en
gelatina, como si hubieran renunciado a ser sólidas.
Alex desacelera por lo que está caminando a mi lado. Ella me da el
cigarrillo. —¿Quieres el resto? —dice.
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—Gracias —le digo. Doy una bocanada y quema mi garganta, pero me
siento más tranquila.
—Te ves como una mierda —dice ella. Abre su bolso, saca su espejo, y me
lo da—. Aquí —dice.
—Gracias —le digo de nuevo. Reviso mi cara y froto las manchas de
lágrimas para quitármelas. Aplico más maquillaje mientras caminamos. Lo
hago lucir como si nada hubiera pasado.
La fiesta es en una parte de la ciudad en la que nunca he estado. Ni
siquiera es en Kirkland. Está más allá de la sala de juegos y sobre el cerro
que nos separa de los grandes centros comerciales y las calles como
carreteras, todo el camino hasta llegar a Juanita en un destartalado
edificio de apartamentos, cerca de la iglesia gigante del tamaño de un
estadio y el cartel de neón de dos pisos que dice Jesús, luz del mundo.
Para el momento en que lleguemos allí, las bolas de mis pies están
entumecidas y mis tobillos se sienten como si pudieran derrumbarse en un
millón de pedazos. Todo lo que quiero es una bebida y un porro y un rincón
tranquilo para sentarme hasta que Alex decida que es hora de volver a
casa.
Wes está de pie fuera bebiendo una cerveza. Alex lanza su abrigo en mi
dirección, corre hacia él, y lanza sus brazos alrededor de su cuello. Meten
la lengua en la boca del otro, mientras que yo estoy en la acera,
sosteniendo su chaqueta y viendo a gente que no conozco fumar
cigarrillos y beber de bolsas de papel. Todos ellos son mayores y son casi
todos negros, y me siento más joven y más blanca de lo que alguna vez lo
he hecho en toda mi vida.
Es sólo ahora que me doy cuenta de que hay algo diferente acerca de
Alex, que ha sustituido sus habituales botas de combate y medias de red
por tops de concha Adidas y pantalones holgados que cuelgan tan bajo
que se puede ver la parte superior de su tanga. En lugar de una camiseta
rasgada, está usando un top rojo atado al cuello que apenas se aferra a su
pequeño pecho. Su cabello está cubierto por un pañuelo negro, sólo
mostrando sus raíces que ya no son de color verde. Me siento como una
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extraña en mi atuendo, un bebé, una extraña basura blanca. Los chicos
inclinados contra el edificio de apartamentos me miran con sus ojos
lánguidos y drogados, susurrando cosas y haciéndose reír los unos a los
otros.
—¡Cassie! —Alex grita, y camino otra vez, sintiendo el calor de los ojos
siguiéndome. El bajo de la música rap desde el interior de la vivienda hace
que la tierra se sacuda.
—Oye, chica —dice Wes.
—Oye —le digo.
—Esta fiesta está apretada, ¿eh?
—Sí —le digo—. ¿Está Ethan aquí? —Y, de repente, no quiero nada más
que estar en la parte de atrás de su auto detrás del embalse, mirando al
techo mientras dejo que me joda. No es divertido, pero es predecible y no
es esto. Es una especie de guión que he memorizado. Sé qué hacer
cuando estoy con él.
—No —dijo Wes—. Fue a poner etiquetas con unos tipos de Redmond High.
—No sé por qué, pero esta parece la noticia más triste que alguna vez he
oído.
—Vamos a dentro —dice Alex y los sigo.
El apartamento es pequeño y desordenado y está abarrotado de gente.
Nadie está bailando, pero todos los cuerpos parecen estar en movimiento,
latiendo al ritmo de la música. Las cervezas están amontonadas sobre una
mesa y Wes nos entrega a cada una de nosotras una. Casi todo el mundo
se ve aún más viejo que alguien del instituto. Oigo una chica unos años
mayor que nosotros decir: "No, amigo, esta es mi madre", sobre una mujer
a su lado que se ve apenas unos años mayor que ella. Esto es justo como
un video de rap, creo, excepto que no hay autos o champán caro y todos
son un poco menos hermosos. Me pregunto si soy racista por pensar eso.
Sigo escuchando la voz de mi padre en mi cabeza diciendo: Esas malditas
personas, cuando hay noticias sobre un tiroteo de pandillas en la televisión,
y siempre recuerdo estar enfadada con él por eso. Me pregunto si soy una
racista por estar asustada ahora.
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Wes nos lleva a una puerta al final del pasillo, golpea tres veces, y la abre.
Es más limpio y silencioso dentro y sólo hay un puñado de personas
sentadas en la cama y en el suelo alrededor de una mesa de café baja de
cristal. La música de la sala de estar todavía es lo suficientemente alta
para escucharla, pero el suave R & B reproduciéndose desde un estéreo
en la esquina ahoga la mayoría de ella. La gente sentada parece que está
más cerca a nuestras edades. Las chicas nos miran y sonríen y los chicos
dicen: "¿Qué pasa?" y espero que nos quedemos aquí por el resto de la
noche.
Una hermosa chica con ojos verdes grandes se mueve a un lado en la
cama y me siento. Wes y Alex se sientan en el suelo y todo el mundo se
presenta a sí mismo. No estoy tan asustada en esta habitación con la fiesta
en silencio, pero todavía me siento blanca.
—¿Lo conseguiste? —le dice Wes a Alex.
—Por supuesto que sí —dice Alex.
—Esa es mi chica —dice Wes mientras ella vierte un montón de polvo
blanco sobre la mesa de cristal. El chico llamado Jarvis saca su tarjeta de
identificación del instituto y comienza a picarla. Wes y otro tipo hacen lo
mismo, el resto de nosotros se sienta, mira y escucha el tap, tap, tap del
polvo blanco volviéndose cada vez más fino. Wes hace líneas para todos
nosotros y parecen enormes, más grandes que las que he visto en las
películas. Me pregunto si sabe lo que está haciendo, si simplemente está
adivinando cuánto es la cantidad correcta, si alguien sabe cuál es la
cantidad adecuada, si todos vamos a tener una sobredosis y morir.
Jarvis enrolla un billete de un dólar, aspira una línea, y no muere. Pasa su
dedo por el cristal y se frota los dientes. Cierra los ojos y dice: "Vamos,
nena." Él pasa el billete de un dólar y todo el mundo toma su turno. Para el
momento en que llega a mí, me imagino el billete cubierto de mocos, pero
lo hago como todo el mundo lo hizo, pongo mi dedo en una fosa nasal,
pongo el billete de un dólar en la otra, me inclino, y aspiro tan fuerte como
puedo.
Se siente como pequeñas agujas delgadas en mi nariz durante dos
segundos, luego nada. A continuación, un terrible sabor en mi garganta
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como productos químicos líquidos goteando. Saco un cigarrillo del bolso
de Alex, lo enciendo, tomo una calada, y espero a que algo suceda.
Uno de ellos dice: "Uh-huh".
Otro tipo grita como si estuviera animando a un equipo deportivo.
Una de las niñas tiene los ojos cerrados y está gimiendo suavemente como
si hubiera acabado de comer algo delicioso.
Oigo a Alex susurrar al oído de Wes, "La cocaína me pone caliente," y ahí
es cuando me golpea, cuando las luces de repente parecen más brillantes
y la cama es más suave y todo el mundo es más hermoso, y mi cuerpo es
más ligero y más fuerte y más sexy y más despierto, la resaca se ha ido, la
música es hermosa y todo es perfecto.
Wes y Alex están haciéndolo en el suelo. Jarvis y otro tipo están hablando
de cómo uno de sus maestros en el instituto es un abusador de menores. La
chica de ojos verdes está explicando a otra como hizo la blusa que lleva
puesta.
—Es hermosa —le digo.
—Gracias —dice ella, sorprendida por mi voz, como si ella ni siquiera
supiera que estaba allí.
—¿Cómo pusiste todas esas lentejuelas allí? —le pregunto. Es una obra
maestra. Es algo que pertenece a un museo.
—Oh, he tenido que coser a mano todo eso —dice—. Me llevó una
eternidad.
—Eres muy talentosa —digo y la amo.
—Gracias —dice y empieza a hablar a la otra chica de nuevo.
Hay un zumbido dentro de mí cuando miro alrededor de la habitación.
Estoy rodeada de gente guapa y luz blanca, brillante, con la textura de
papel de celofán. Pasa a través del colchón, el suelo, la mesa, Alex, Wes, y
todas estas personas que no lo saben. Pero es suave. Es como gotas de
rocío, como una bola de espejos líquidos, reflejando toda la luz en mí. Estoy
resplandeciente, reluciente de limpia y brillante.
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Me trago la barata cerveza caliente y es la cosa más maravillosa que he
probado alguna vez. Le doy una bocanada a mi cigarrillo y siento que el
humo me levanta. Me pongo de pie, floto fuera de la habitación, y entro
en el ruido del exterior. El bajo de la música cambia el latido de mi
corazón. Me agarra y me aprieta la garganta, el pecho, el corazón,
pulsando, como si toda mi vida se centrara allí.
Las luces están apagadas y todo el mundo está bailando. Me muevo entre
la multitud y siento los cuerpos moviéndose contra el mío. Veo un par de
las chicas delincuentes del instituto y asienten hacia mí y yo asiento hacia
ellas. Bailo como lo he visto en la televisión. Bailo con mis ojos cerrados, los
pies firmemente plantados en el suelo, mis caderas bombeando de ida y
vuelta con los compases de la música. No estoy vestida mal, no soy una
extraña y no soy una chica blanca de una isla. Soy una mota en esta
multitud de cuerpos latiendo. Soy parte de esta cosa que es enorme.
Pertenezco aquí. No sería lo mismo sin mí.
Hay un cuerpo contra el mío que se siente diferente a los demás. No es un
golpe temporal. No es un codo o una cadera o una mano. Se trata de un
cuerpo entero. Se trata de un hombre, mayor para estar en el instituto o
incluso en la secundaria, por lo menos treinta centímetros más alto que yo.
Él está sonriendo. Su cabeza es calva y sus dientes son blancos y su
camiseta está almidonada, dura y fría contra mi piel. Tiene las manos
alrededor de mi cintura. Mis manos están alrededor de su cuello.
Él dice algo a mi oído.
—¿Qué? —le grito.
—Soy Anton —dice.
—Cassie —le digo.
—¿Qué?
—Cassie.
Y seguimos bailando. Y él sigue encendiendo cigarrillos y porros y
poniéndolos en mi boca, la canción cambia, y la canción cambia de
nuevo, ésta es más lenta y todo el mundo es más lento y soy más lenta,
empiezo a notar qué tan bajo es el techo y cómo todo huele a cerveza
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rancia y cigarrillos, de repente Anton está demasiado cerca y es
demasiado alto, demasiado viejo y lo único que quiero es volver a la
habitación de Jarvis.
—Ven conmigo —le digo a Anton.
—¿Qué?
—Ven conmigo —le digo de nuevo.
—¿Qué?
Agarró su mano y tiro de él tras de mí. La pequeña yo está arrastrando a
este hombre de casi dos metros de altura a través de un mar de cuerpos
sudorosos y no puedo ir lo suficientemente rápido. Estoy empujando para
abrirme camino. Una chica dice, "Perra", y no me importa. Todo lo que
quiero es llegar a esa puerta. Todo lo que quiero es la perilla de la puerta
en mi mano y el aire fresco en el interior. Quiero todo silenciado.
Encuentro la puerta y de repente puedo respirar. La empujo para abrirla y
todos están todavía sentados donde estaban, excepto por Jarvis que está
en su equipo de música tratando de averiguar qué poner. Es muy tranquilo.
La gente no está hablando. La chica con los ojos verdes se muerde las
uñas. Alex está apoyada en Wes y fumando un cigarrillo. Nadie parece
notarme entrar.
—Este es Anton —digo.
Miran hacia arriba y todo el mundo parece feliz de repente.
—Anton, viniste —dice una de las chicas, él se inclina la abraza y le besa
en la mejilla. Uno de los chicos le da una palmada en la espalda y dice—:
Me alegro de verte, hombre. Te echamos de menos.
—¿Qué está pasando aquí? —dice Anton. Él está mirando la pila de polvo
blanco sobre la mesa.
—¿Quieres un poco, hombre? —dice Jarvis desde la esquina.
—Sí —dice—. Ha pasado un tiempo.
—Yo también —le digo y Anton se ríe.
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—Espera, muchacha —dice.
Todo el mundo está animado y esperando a que Anton corte las líneas. Me
doy cuenta de que mi nariz está goteando y la limpio con el dorso de mi
mano. Él no va lo suficientemente rápido. Tomo el resto de la cerveza que
dejé en el suelo y todavía no ha terminado. Enciendo un cigarrillo y
finalmente es mi turno. Él me deja ir primero. Es un caballero.
La línea que cortó no es lo suficientemente grande. Recojo la carta que
dejó sobre la mesa y saco más del montón que se ha vuelto mucho más
pequeño.
—Toma las cosas con calma, Cassie —se ríe Wes.
—Tú simplemente cálmate, joven —le digo y todo el mundo se ríe como si
fuera la cosa más divertida que alguna vez han oído, y aspiro las dos líneas
que he hecho para mí y le paso el billete de un dólar a Anton y saboreo el
lodo químico en la parte posterior de mi garganta.
—Esta chica blanca es divertida —dice uno de los chicos y me doy cuenta
de que esta es la mejor noche de toda mi vida.
Están hablando de algo, pero no estoy escuchando. Me doy cuenta de lo
suave que mis dientes se sienten al friccionarse el uno contra el otro. Oigo
fragmentos de conversación, palabras que flotan en el aire y no quieren
decir nada: "Fuera", "seis días", "dos años", "tiempo", "libertad condicional",
"problema", "hueco", "pieza." Nada de eso es tan interesante como la
sensación de hormigueo en mis manos o el hecho de que mis pies no
duelen o que el humo dentro de los pulmones me está haciendo ligera.
—Mierda, hombre —dice alguien, y levantó la mirada. Los ojos de todos
están apuntando hacia mí, y miro hacia abajo para comprobar si mi falda
está arriba alrededor de mi cintura. Me aseguro de que no hay mocos
corriendo por mi rostro. Miro alrededor de la habitación y me doy cuenta
de que todos están mirando a Anton. Están mirando la pistola en el regazo
de Anton.
Empiezo a reír. Esta no es mi vida. Se trata de una película. Estoy drogada
con cocaína y estoy sentada al lado de un hombre negro de casi dos
metros de altura que acaba de salir de la cárcel y tiene una pistola en su
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regazo. Oigo la voz de mi padre narrando: Esas personas, esas personas,
sigue diciendo. Todo lo que hacen es probar que los estereotipos son
ciertos.
Pero nadie más se está riendo. Miro alrededor de la habitación de nuevo,
las cosas no son como las vi la primera vez. Anton está dando la vuelta a la
pistola en sus manos con una mirada rota en su rostro, como si sólo la
sostuviera porque tiene que hacerlo. Los chicos son solemnes, asintiendo.
Las chicas parecen preocupadas, como pequeñas madres. Ya no me
estoy riendo. Esta no es una película. Se trata de un chico con el que
acabo de bailar y que está dispuesto a hacer algo terrible porque piensa
que no tiene otra opción.
De repente, estoy sobria. La sensación liviana en mi pecho se ha
convertido en cemento. La música suena hostil. Todos los productos
químicos dentro de mí se están arremolinando alrededor de mi estómago
vacío, haciéndome marear. Me bajo de la cama y me arrastro hacia Alex.
—No me siento bien —le digo.
—Floja —dice ella.
—Quiero ir a casa.
—Entonces vete —dice ella.
—¿Vendrás conmigo? —le pregunto. No hay manera de que pueda
encontrar mi camino a casa sola.
—Por supuesto que no —dice—. La fiesta justo se está poniendo buena.
Todo el mundo está hablando entre ellos en voz baja y grave. Todo lo que
quiero es estar en casa en la cama. Quiere que todo no esté
arremolinándose y volviéndose grotesco, la cara de todos convirtiéndose
en lodo, derritiéndose. Si no me levanto, me desmayare aquí en el suelo y
todo el mundo lo verá. Si me levanto, me puedo ocultar. Puedo morir en
privado.
Uso el hombro de Alex para levantarme del suelo. —Vete —dice ella,
alejándome. Me levanto y tropiezo hacia la fiesta, me abro camino a
través de la multitud sudorosa y fumadora. Llego afuera y está
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congelando, pero el frío hace que se detenga la fundición. Hace que mi
cuerpo sea sólido. Me hace ver derecha.
Empiezo a caminar en la dirección de la que venimos y nada me resulta
familiar. Todo lo que veo es cemento y aparcamientos abandonados. No
hay vida en ninguna parte, ni un pájaro o un gato o incluso un árbol. Sigo
caminando y caminando hasta que ya no sé ni cómo volver a la fiesta. El
mareo vuelve y vomito detrás un contenedor de basura. Me quedo allí por
un tiempo. Pienso en no irme. Pienso en congelarme hasta la muerte detrás
de este contenedor con una minifalda y tacones altos. Me pregunto quién
me encontraría. Me pregunto si estaría muerta o simplemente apenas con
vida, si terminaría en un hospital o un cementerio. Me imagino a mis padres
frenéticos, en duelo por mí, mi madre llorando, mi padre maldiciendo en
silencio para sí mismo. Me los imagino culpándose a sí mismos y este
pensamiento me hace sentir más cálida.
Pero no estoy muerta. Ni siquiera estoy muriendo. Tengo frío y estoy perdida
y a kilómetros de distancia de mi casa, pero no puedo ser perdonada
porque no estoy lo suficientemente cerca de la muerte. No hay excusa
para mí a menos que esté muerta.
Hay un 7-Eleven al otro lado de la calle con un teléfono público. El teléfono
público llamará a mi casa. Mi madre contestará el teléfono. Ella me
recogerá. Me odiará, pero sólo temporalmente y ella me recogerá.
Logró pasar la calle. Pongo una moneda en el agujero. Marco mi número
de teléfono. No sé qué hora es, pero sé que es tarde. Sé que todos en el
mundo están durmiendo, excepto las personas que están metiéndose en
problemas. Trato de no notar el tipo en el camión rojo chupando sus
dientes hacia mí. El teléfono suena. Una vez. Dos veces. Tres veces. Alguien
responde.
—¿Hola? —Es mi padre.
—¿Papá? —digo, y me pongo a llorar. No quiero que sea él. No quiero que
él sea al que tenga que explicarle lo estúpida que soy. Puedo lidiar con mi
madre porque ella no tiene nada que hacer excepto quererme, pero mi
padre no me quiere, incluso cuando soy buena. Va a estar enfadado
conmigo. Me va a gritar. Va a dejarme aquí, tirada y congelándome, sin
nadie alrededor excepto el hombre del camión.
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—Papá —digo de nuevo. No soy ruidosa cuando lloro. No me oyó llorar—.
¿Puedes venir a recogerme? —Sueno normal. Sueno como si nada
estuviera mal.
—¿Dónde estás? —dice.
—No lo sé —Mi voz se quiebra. Sueno como que estoy llorando.
—¿Estás bien? —No suena enojado. No suena como alguna vez que lo
haya escuchado.
—Sí.
—¿Estás herida?
Me estoy calmando. Él no va a dejarme aquí. —No. Sólo necesito alguien
que me recoja.
—¿Dónde estás?
—En un 7-Eleven.
—¿Por la sala de juegos?
—No. En Juanita.
—¿Cuál es la dirección?
—No lo sé —Las lágrimas están regresando. ¿Y si no puede encontrarme?
—Mira el edificio. Busca números en el edificio.
Miro. Ellos están ahí. Una dirección completa está ahí, pintura blanca sobre
el vidrio. —7644 Juanita Boulevard.
—Bien, estoy en camino —dice y cuelga el teléfono.
Me quedo allí durante unos quince minutos. El tipo en el camión se cansa
de mí y se aleja. Algunos chicos que reconozco de la fiesta vienen
conduciendo y me escondo detrás de la cabina de teléfono. Me quedo
allí hasta que llega mi padre, viendo a la gente acercarse conduciendo,
entrar, salir, alejarse conduciendo. Soy invisible detrás de la cabina de
teléfono. Nadie sabe que estoy aquí.
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Papá se acerca en su auto viejo de mierda y no me muevo por un
segundo. Pienso en ocultarme para siempre. Pero tengo frío y parece
caliente en el interior del auto, así que dejo las sombras detrás de la cabina
de teléfono y camino hacia las farolas y los faros. Estoy mirando las
manchas de aceite y goma ensuciando el estacionamiento. Estoy
contando las líneas blancas que designan plazas de aparcamiento. Una.
Dos. Tres. Cuatro. La caminata es de un kilometro y medio. Es en cámara
lenta. Puedo sentirlo mirándome, como si el parabrisas fuera una pantalla
de cine, como si esta fuera una película sobre la chica más tonta del
mundo.
Entro y siento que su grande abrigo de invierno está en el asiento.
—Pensé que tendrías frío —dice.
No digo nada mientras envuelvo el abrigo a mí alrededor. Huele
fuertemente a algo que no reconozco, me doy cuenta de que en realidad
no sé a que huele mi padre, que nunca he estado tan cerca de algo que
ha estado tan cerca de él.
—¿Estás bien? —dice en voz baja.
Asiento. Todavía no puedo hablar. Saca el auto del aparcamiento y nos
dirigimos a casa en lo que podría ser la misma ruta que Alex y yo tomamos
al caminar hacia aquí. Pero todo se ve diferente desde el interior de un
auto caliente. Todo se ve diferente envuelta en el abrigo de mi padre,
sentados en silencio cuando debería estar gritándome.
—¿Quieres una malteada? —dice y asiento de nuevo. A pesar de que no
he comido nada desde el plato de cereal esta mañana, comer es lo último
que quiero hacer. Pero podría tomarme una malteada. Podría beber algo
frío y dulce.
Nos detenemos en la ventanilla del McDonald que abre hasta tarde. La
señora grita a través del altavoz para tomar nuestra orden y eso me hace
saltar.
—¿De qué sabor lo quieres? —dice.
—Fresa —le digo. Mi voz suena extraña, más pequeña y más chillona de lo
usual.
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Él ordena la malteada. La tomo y me vuelvo hacia la ventana tan rápido
como puedo hacerlo para que no me pueda verme, para que no pueda
ver las lágrimas corriendo por mi cara y en mi boca mientras bebo.
—Cassie —dice.
No me muevo.
—Mírame —dice.
Vuelvo la cabeza, por lo que lo estoy enfrentando. Mis ojos no pueden
encontrar un lugar para establecerse. Veo su nariz, su barbilla, su hombro.
Por último, me encuentro con sus ojos, pero aparto la mirada antes de que
vean demasiado.
—¿Estás realmente bien? —dice.
Puedo ver sus ojos en el sonido de su voz, y hay explosiones dentro de mí,
ráfagas gigantes de calor, viento rojo sacudiendo todo lo sólido. Asiento
con la cabeza, porque es la única cosa que puedo hacer para no llorar,
para evitar decírselo todo.
—Está bien —dice, y contengo la respiración hasta que llegamos a casa.
Antes de que él abra la puerta de nuestro apartamento, dice:
—No voy a decirle a tu madre acerca de esto.
Todo lo que puedo hacer es asentir. Le doy la chaqueta y de repente
siento frío. Me voy a mi habitación y cierro la puerta, me quito los zapatos y
me meto en la cama sin cambiarme de ropa. A pesar de que estoy
cubierta con mantas, aunque estoy abrazando mis rodillas lo más fuerte
que puedo, estoy temblando. Me pregunto lo que mi padre está
pensando mientras se mete en la cama con mi madre, que nunca sabrá
nada de esto. Me pregunto cómo será por la mañana, cuando actuemos
como que todo está normal, cuando no hablemos, como siempre.
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Capítulo 12
Traducido por Curitiba
Corregido por Clarksx
Es el último día de clases antes de las vacaciones de invierno y estoy detrás
del gimnasio, sentada en el concreto. Justin está sentado a mi lado y estoy
esperando a que me dé lo que me trajo aquí. Estoy dejando que su pierna
roce la mía, que su abrigo hediondo a moho toque mi hombro, el brazo, la
mano. Lo dejo hablar de Bill Gates, computadoras, microchips, la
macroeconomía y todo lo que hay en su pequeño y feo cerebro. Imagino
que es gris y viscoso como el resto de su cuerpo, con olor a moho y a
comida vieja y grasosa.
Tengo la teoría de que cuanto más cerca lo dejo sentar, menos tiempo
esto tomará. Sin embargo, han pasado cuatro semanas, cuatro martes, y
esto siempre toma todo el almuerzo.
Todo lo que tenía que hacer era preguntarle si podía copiar su tarea, a
pesar de que no lo necesite, a pesar de que probablemente soy más
inteligente que él. Pero él no sabe esto. Mientras lo hago, nunca
sospechará que sea inteligente en absoluto.
Él llama a esto "nuestras citas." Lo dijo muy fuerte en la clase, "¿Te acuerdas
de nuestra cita en el almuerzo?" Y todos me miraban como si fueran a
vomitar, incluso el señor Cobb. Y lo único que podía hacer era sonreír y
decir: "Sí", y recordarle en voz baja que esto es nuestro secreto y tratar de
no romper a llorar, salir corriendo del salón, de la escuela e ir hacia el lago
y ahogarme en la contaminada y congelada agua.
Aquí es donde Justin me da su medicina y no pide nada a cambio. Solo
tiempo. Sólo oídos. Sólo la mirada en blanco en mi cara que he dominado.
El Ritalin lo hace normal y me hace invencible. Tomé cuatro todos los días,
y luego seis, luego ocho, ahora no puede realizar un seguimiento y nadie
tiene ni idea. Alex y Sarah piensan que sólo me da la mitad de su
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prescripción normal, que todos estamos recibiendo la misma cantidad
diminuta para salvar los fines de semana. Ellos no saben que no van a
obtener nada comparado conmigo. Ellos no saben que él consigue en su
receta cuatro veces más de lo que se supone que debe, su mamá no se
da cuenta, el farmacéutico no se da cuenta, su médico no se da cuenta y
nadie se da cuenta porque Justin es invisible.
Nadie se da cuenta de que yo no duermo, que me siento despierta en la
silla junto a la ventana y miro hacia las sombras que a veces están quietas,
a veces se mueven, a veces son planas, a veces con textura y respiración.
Ellos no conocen el agujero que perforo en mi brazo con agujas ardientes
que guardo en una cajita de oro falso que mamá me compró para mi
decimotercer cumpleaños. Incluso cuando estoy desnuda, Ethan no nota
la cicatriz del tamaño de una moneda de diez centavos en mi brazo que
no se cura, el agujero que sigo abriendo, cortando, quemando y
cicatrizando, ya que es lo único que puedo hacer a las cuatro de la
mañana, cuando todo está tranquilo y oscuro, y mi corazón late rápido y
pesado en mi pecho.
Esto es demasiado fácil. No debería ser tan fácil. No debería ser capaz de
deslizar una caja de somníferos en mi bolsillo trasero en el supermercado
cada vez que necesito recargar. No debería ser capaz de despertar y
sentirme bien y hacerlo todo de nuevo. Debería estar muriendo. Mi
estómago debería caerse. Mis padres deberían estar castigándome.
Debería ser arrestada. Alguien debería tratar de detenerme.
No debería esperar con impaciencia estas reuniones detrás de gimnasia, el
incesante parloteo de Justin sobre cosas que no importan, su masticación
terrible, mojada, en el almuerzo que no puedo comer. Esto no debería ser
lo más tranquila que me siento en toda la semana, sentada en el concreto
detrás del gimnasio, mirando la lluvia golpeando en los contenedores de
basura, sintiéndome muy agradecida de no estar dentro. No hay Alex, no
hay ningún Ethan, ningún James, ningún Wes, ninguna chica pandillera,
nada de fumadores de marihuana, ningún tweekers5, ningún patinador, ni
5 Tweekers: Usuarios de metanfetamina. Son conocidos por su paranoia extrema y
deshonestidad flagrante.
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putas. No existe una pared de cristal gigante que nos separe de los niños
normales que se sientan en sus mesas comiendo su emparedado de
mantequilla de maní y mermelada, planificando pijamadas y juegan
videojuegos, fantasean sobre primeros besos. Es sólo Justin y yo, la lluvia, su
emparedado, sus píldoras y las cosas raras que dice, como:
—Tus amigos no son agradables, —cosas como—: Tú no eres como ellos.
Él está hablando de microchips, está emocionado. Pequeñas burbujas de
saliva salen de los lados de su boca y se aferran a su piel grisácea con
tensión superficial o algún otro principio científico que puede que me
explique. Estoy tentado a decir:
—Explica el principio científico que hace que tus burbujas de baba se
agarren a tu piel —pero no lo hago. No por las razones de siempre por las
que no hablo, no porque esté en el concreto y mi boca está rellena de
vidrio. No hablo porque me gusta mi silencio aquí. Me gusta escuchar sus
divagaciones interminables, palabras que no importan. Me gusta que no
quiera saber nada de mí, sólo que me siente aquí, sólo mis oídos, sólo mi
silencio. No pide nada porque él es el chico que empujan en los armarios.
Él es el chico que incluso los niños inteligentes no quieren.
No le pregunto por sus burbujas de baba. No le pregunto por qué el abrigo
huele a moho o por qué sus gafas se mantienen unidos con cinta adhesiva
o por qué se sienta solo en el almuerzo todos los días excepto los martes. En
su lugar, le pregunto:
—¿Hay algo más que quieras de mí? —No pensé en estas palabras.
Solamente salieron, como un reflejo, como que tengo que compensar la
gratitud retorcida que siento cuando estoy con él. No me doy cuenta de lo
que he dicho hasta que noto que él dejó de hablar de microchips, que me
mira de una manera graciosa. Él se ruboriza, lo que hace que sus espinillas
parezcan adicionalmente grasientas y que entran más en erupción, se
limpia la boca con el dorso de la mano y las burbujas de baba
desaparecen. Me mira con los ojos entrecerrados y se inclina y susurra a
pesar de que no hay nadie alrededor para escucharlo, él y yo y el
recuerdo de las burbujas de baba, las píldoras en el bolsillo y su erección.
—¿Qué quieres decir? —pregunta, y su aliento huele a carne seca.
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Yo digo:
—Lo que sea. —Me estoy inclinando más cerca, presionando mis pechos
contra su hombro—. Cualquier cosa que quieras.
Piensa por un momento. Su boca se abre ligeramente y luego se cierra.
Finalmente, me mira. Por último, se inclina y susurra:
—Quiero tocarte. —Se sorbe los mocos—. Quiero tocarte ahí abajo.
—Está bien —le digo. Esto es fácil. Esto no es nada.
Él tiembla y se estremece con el sonido de la cremallera. Se estremece
cuando le agarró la muñeca y conduzco a su mano hacia abajo en la
ropa interior sexy que solamente llevo cuando sé que tengo una cita con
Ethan. Él deja que su mano esté allí un rato, sin moverse en absoluto, sus
ojos están cerrados y respira pesado, jadeante, lleno de mocos, como si
esa fuera la cosa más importante que le ha pasado. Su mano está tendida
tan suave y está asustado, quiero darle una bofetada. Sólo hazlo, quiero
decir. Quiero darle una bofetada.
—Eres tan bonita —dice.
—Jodidamente bonita —le digo.
—¿Por qué estás tan enojada? —pregunta.
—Jódete —le digo.
Sus dedos se mueven un poco. Él deja de respirar. Su cara está roja y aún
huele a moho, como huevos y tostadas, como las computadoras, suena el
timbre, y quiero darle abofetearlo aún más, y no sólo una bofetada, sino
golpearlo y patearlo y morderlo hasta que sangre y saltar en sus costillas
hasta que estén todas rotas. Sus ojos se disparan abiertos como si hubiera
escuchado los pensamientos dentro de mi cabeza, saca la mano y sale
corriendo sin su mochila, sosteniendo su mano en su pecho como si
estuviera rota, corriendo como un niño con asma, arrastrando olores de
muchacho sucio detrás de él, olores a moho, olores a algo mohoso mío.
Subo la cremallera de mis pantalones y fumo un cigarrillo a pesar de que
ya llego tarde a clase. Me siento sobre el hormigón y veo la lluvia caer,
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golpeando en el basurero y convirtiendo el campo en fango. Al otro lado
del campo, una de las chicas pandilleras da una paliza a una pequeña
chica gótica, mientras que los demás la animan. Todas ellas son del
tamaño de hormigas, nada. El dolor de la muchacha gótica no es nada.
La crueldad de la muchacha pandillera no es nada. Ellas no me ven. Soy
del tamaño de una hormiga, invisible.
Recojo la mochila de Justin y camino a clase. Los pasillos están vacíos y
silenciosos y huelen a zapatillas deportivas. Este es un lugar extraño, un
lugar por el cual paso, pero donde no pertenezco. Algún día me iré y
estaré en otro lugar, tamaño hormiga, invisible, de paso. Esto olerá a algo
más. Estará hecho de algo distinto a linóleo y ladrillo y armarios metálicos.
Será diferente, pero seré la misma.
Cuando entro en el salón de clases, ojos en blanco, como de costumbre, y
el Sr. Cobb me dice que tengo detención, mi tercera tardanza en dos
semanas. Me entrega la notificación.
—Lo que sea —le digo, y me siento en mi asiento junto a Justin. Dejo caer
su mochila en el suelo. Él tira de ella hacia él sin mirarme.
El señor Cobb dice:
—¿Has hecho tu tarea de matemáticas? —Quiero decir que no, quiero
admitir que no pertenezco a este lugar. Pero la saco de mi bolso y se la
entrego. Quiero decirle que esto me tomó cinco minutos. Quiero decirle
que soy más inteligente que todo el mundo que está aquí. Pero eso no es
lo que hago. Dejo que las personas piensen lo que quieran.
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Capítulo 13
Traducido por Akanet
Corregido por Nanis
Una señal gigante en la entrada al barrio de Ethan decía alturas de roble.
No veo ningún árbol, pero todas las calles llevan como nombre algo así
como Pícea, Madroño, Aliso, Secuoya. Conducimos por fila tras fila de
pequeñas casas de dos pisos en varios tonos de colores pastel. Parece que
sabe a dónde va, a pesar de que no hay señales de ningún tipo. Todos los
patios son iguales, con los mismos setos cuidados y parcelas de
hibernación para flores, los mismos juguetes y bicicletas ordenadamente
dispuestos en los mismos pequeños jardines delanteros. Lo único que
distingue algunas casas de las demás es una bandera estadounidense
colgada a la izquierda de la puerta frontal y algunas cadenas de buen
gusto de luces blancas de Navidad. Ethan me informa que se trata de las
únicas decoraciones que se permiten. Cada casa tiene un límite de dos
calabazas en Halloween.
—Una familia trató de pintar su casa de púrpura y fue expulsada —me
dice—. Estuvo en las noticias.
—¿Por qué? —le pregunto.
—Firmas un contrato cuando te mudas aquí. Sólo hay cuatro colores que
puedes elegir.
Él se detiene en el camino de entrada de una de las casas. Miro a mi
alrededor buscando algún indicio de que él vive aquí. No hay nada,
ningún monopatín en el patio delantero o graffiti en el bote de basura, ni
colillas de cigarrillos o latas de cerveza vacías en el suelo.
—Aquí estamos —dice.
—El patio es agradable —le digo.
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—Sí —dice—. Ellos tienen a alguien que lo hace.
Me pregunto quiénes son "ellos". Me pregunto cómo luciría este lugar si
"ellos" no estuvieran alrededor.
Él abre la puerta. Vamos adentro. Puedo ver la luz del exterior reflejando el
polvo en el aire, como rayos láser moteados cortando a través de la
desnuda sala de estar. Las paredes son de color blanco, sin nada en ellas.
Hay un feo sofá verde y una silla a juego, una mesa de café con velas que
nunca han sido encendidas, sin candelabros o cualquier cosa que
implique que pertenecen allí. Hay una biblioteca que está prácticamente
vacía, con sólo unos pocos libros de salud y de autoayuda, un florero que
no coincide con nada, un equipo de sonido. Una máquina de remo
StairMaster, y un banco de pesas ocupan todo un lado de la sala, frente a
una chimenea que nunca ha sido utilizada. Si "ellos" vieran al interior de
esta casa, Ethan y su madre definitivamente serían echados.
—¿Tienes hambre? —pregunta.
—No —le digo. No he tenido hambre en semanas. Por lo general, el
domingo es el día que como. Me tomo un montón de pastillas para dormir
la noche anterior y paso todo el día en el sofá bebiendo café y comiendo
todo lo que pueda encontrar, tomando descansos periódicos para ir a mi
habitación a fumar marihuana y cigarrillos. Ethan no sabe esto. Nadie lo
sabe. Pero él ha estado diciendo cosas últimamente, como si pudiera ver
mis costillas sobresaliendo, como si pudiera sentir mis huesos de la pelvis
apuñalándolo cuando me folla. Yo simplemente me encojo de hombros y
parpadeó y lo beso. Tuvimos una asamblea en la escuela acerca de los
trastornos alimenticios que me salté para fumar marihuana detrás del
gimnasio. Desde entonces, ha estado tratando de explicarme que a los
chicos no les gustan las chicas flacas, que echa de menos mis curvas. Diría
que es dulce, su preocupación, pero lo único que hace es molestarme.
—Me muero de hambre —dice, como siempre, y me lleva a la cocina.
—¿Qué es todo esto? —le digo. Hay algo así como un altar en un estante
junto a la mesa de la cena, flores secas, velas, una bandeja de plata llena
de monedas multicolores y llaveros, una placa bordada enmarcada que
decía UN DÍA A LA VEZ.
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08
—Oh, eso —dice Ethan—. Mi mamá está en AA. Esa es toda su mierda de
AA.
CINCO AÑOS, dice la moneda en la parte superior de la pila. Un año
después de que el padre de Ethan se fue.
—Eso está bien —le digo.
—¿Cuál quieres? —dice, empujando dos cajas de cenas de microondas
en mi cara. Carne salisbury o pollo frito.
—Ninguno —le digo.
—Oh, sí —dice—. Se me olvidó. Estás a dieta.
—No, no lo estoy —le digo—. Simplemente no tengo hambre.
—Por lo menos come un poco de la mierda de mi madre —dice.
—Está bien —le digo.
Él abre la nevera y todo lo que hay en ella es una botella de dos litros de
Coca-Cola, algunos batidos Slim-Fast, una manzana, y sobras de pizza. Me
da la manzana. Tomo un bocado harinoso.
—¿Cuándo viene tu madre a casa? —le digo. Él está presionando botones
en el microondas. Ni siquiera tiene que mirar la caja para saber las
indicaciones.
—No lo sé —dice—. Por lo general, va al gimnasio después del trabajo.
Luego a una reunión. A continuación, cena con sus amigos alcohólicos.
—Oh —le digo, y estoy sorprendida por un repentino y leve nudo en mi
pecho. Han pasado casi dos meses desde que empezamos a salir y esta es
mi primera vez en su casa. Tenía muchas ganas de venir aquí. Estaba
esperando conocerla. Fui lo suficientemente patética para pensar que hay
algo importante sobre conocer a la madre de mi estúpido novio.
La cena de Ethan está lista. La saca del horno de microondas y el olor me
da náuseas. Bajo la manzana. Lo observo mientras come de pie.
—Vamos abajo —dice, y lo sigo.
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09
Su habitación está en el sótano, con dos pequeñas ventanas cerca del
techo cubiertas de suciedad. Una televisión gigante se encuentra en el
suelo conectada a un sistema de videojuegos más avanzado que el que
tiene mi mamá. Carteles de patinadores en poses que desafían a la
muerte, y chicas en trajes de baño cubren las paredes. La ropa se
extienden por todo el piso y hay un ligero olor a pies. El único mobiliario es
un futón en el suelo con un reloj de alarma a su lado. Al lado del reloj de
alarma hay un vaso de margarita de plástico como los que tienen en los
restaurantes mexicanos cursis, con una gran taza y árboles de palmeras
verdes en el tallo. Está lleno de condones.
—Tengo algo que mostrarte —dice, terminando lo último de su cena y
tirando la bandeja de plástico en las escaleras. Tiene una mirada en su
cara como si estuviera nervioso y excitado, como si algo importante
estuviera a punto de suceder.
Abre la puerta en la parte inferior de la escalera que conduce al garaje.
Enciende las luces. Señala y veo un gran trozo de madera manchada con
pintura en aerosol.
—¿Qué piensas? —dice.
—¿De qué? —le digo.
—Mi mural —dice, sin dejar de apuntarle—. Es lo que voy a hacer.
—¿Qué vas a hacer? ¿Cómo? —le digo.
—Voy a comenzar un negocio —dice, con el rostro ligeramente caído—.
Pintando murales.
Lo miró de nuevo. Verde, rojo y manchas de color púrpura en un pedazo
de madera barata. Hay algunas manchas en el medio que lucen como
algo parecido a letras. P-A, descifro. Lo que debe ser la Z luce como un
cuadrado desigual.
—Es hermoso —le digo.
—¿De verdad lo crees? —dice.
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—Sí —lo digo, porque no puedo decir nada más—. Los colores realmente
funcionan bien juntos.
—Eso es lo que pensé —dice.
Pienso en James el idiota y su pared de Pink Floyd. Creo que no fue alguien
como Ethan quien lo pintó.
Puedo oír el teléfono sonando en la otra habitación. Ethan corre para
contestarlo y puedo oír su voz respondiendo, más profunda de lo que
realmente es, profunda como cuando habla con sus amigos en la escuela,
no como me habla a mí. Camino a su habitación y su voz ha cambiado de
nuevo a su voz real.
—Está bien, mamá —dice, y cuelga.
Yace en la cama. Él dice:
—Ven aquí. —Y lo hago. Lo dejó que me desnude. Muevo mis brazos
cuando es tiempo de quitarme mi camisa. Muevo mis caderas y piernas
cuando es hora de mis pantalones. Hago esto con los ojos somnolientos
que sé que le gustan, a pesar de que no he tomado una pastilla desde la
hora del almuerzo, aunque puedo ver mi bolso al otro lado de la
habitación, conteniendo lo que necesito para sentirme bien. Podría
levantarme ahora e ir a buscarlo. Podría decirle que pare y decirle que
tengo que hacer pis. Pero no lo hago. Sé que esto no tomará mucho
tiempo. Sé que él estará adormilado después y no cuestionará mi
necesidad de ir al baño.
Me jode y me quedó allí mirando a este nuevo techo que se parece a
cualquier otro techo que he visto, blanco, lleno de baches, sin nada,
neutral. Froto mis manos en su espalda por lo que parece como si estuviera
prestando atención. Termina, cae encima de mí con un suspiro, rueda a mi
lado. Espero unos segundos y empiezo a levantarme, segura de que se ha
quedado dormido.
—Espera —dice él, tirando de mí cerca de él.
—¿Qué? —le digo.
Hace una pausa por un momento. Me mira con sus ojos caídos.
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—¿Te gusta? —dice.
—¿Me gusta qué? —le digo.
—Te gusta el sexo —dice—. ¿Te gusta el sexo conmigo?
—Por supuesto que sí, cariño —Lo beso.
—Pero simplemente yaces allí —dice—. Ni siquiera te mueves. Parece que
no te gusta.
—Me gusta —le digo—. Realmente me gusta.
—¿Tú... ?
—¿Qué? —Estoy perdiendo la paciencia. Hay pastillas en mi bolso que me
esperan.
—No tienes un orgasmo —dice.
¿De qué estás hablando? Es lo que quiero decir. Las chicas no tienen
orgasmos, quiero decir, pero ya sé que no tengo idea de lo que estoy
hablando. Estas no son cosas que sé, no son cosas en las haya pensado.
Son cosas que he aceptado por no pensar en ellas. Vagamente recuerdo
haber leído algo acerca de los orgasmos en el libro que mamá me dio,
algo acerca de la mejor sensación del mundo. Pero lo único que me
importa es conseguir salir de aquí y llegar a mi bolsa y poner las pastillas en
mi garganta y sentir la única mejor sensación del mundo que conozco. No
me importan los sentimientos que todo el mundo dice que se supone que
sienta, las cosas que mi cuerpo se supone que quiera. Mi cuerpo es
diferente. No funciona como el de todos los demás. Hace lo que puede
hacer, y eso es todo. Hace lo que quiere, y eso debería ser suficiente.
Lo beso y me arrastro fuera de la cama. Tomo mi bolso y camino escaleras
arriba, desnuda excepto por mis calcetines.
—Te amo —le gritó.
—Yo también te amo —oigo, silenciado, al cerrar la puerta del baño detrás
de mí.
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—Mierda —dice Ethan mientras detiene el auto a un lado de la carretera.
La lluvia hace una percusión mojada en el parabrisas mientras él golpea el
volante con los puños, diciendo "mierda" una y otra vez. Estoy recostada
en mi asiento con mis pies en el tablero, soplando humo por la pequeña
grieta en la ventana. No estoy preocupada con su ira. El impulso eléctrico
del Ritalin está haciendo todo esto bien.
—Es sólo una llanta pinchada —le digo—. ¿No puedes simplemente
cambiarla? —Estamos a menos de un kilómetro y medio de mi
apartamento. Podría salir y caminar.
Él no dice nada. Sólo se sienta allí mirando directo al frente a la lluvia
negra.
—¿Ethan? ¿Hola?
Gira su cabeza un poco hacia mí.
—Sí, puedo cambiarla —dice—. Solo estoy enojado porque está
malditamente mojado afuera.
—Te ayudaré —le digo. Me siento generosa.
—No necesito tu ayuda. Puedo cambiar una maldita llanta por mi cuenta
—Él se baja del auto y cierra la puerta de golpe.
—Está bien —le digo al tablero. Si él está enojado conmigo, no tengo ni
idea de por qué y no me importa. Simplemente me sentaré en el auto
mientras cambia el neumático. No voy a ofrecer ayuda, a pesar de que mi
padre me enseñó el año pasado cuando mi madre lo obligó a pasar
tiempo conmigo. Miraré el reflejo de Ethan en el espejo, fumaré mi
cigarrillo, y no me preocuparé por nada.
Él abre el maletero y puedo oírlo hurgando y murmurando "mierda" y
"joder" en voz baja. Si dice que no necesita mi ayuda, entonces no voy a
ayudarlo, pero parece que ya debería haber hallado la llanta de repuesto.
Puedo sentir el auto moverse mientras empuja cosas alrededor en el
maletero. Puedo oír cosas golpeando el suelo.
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No pasa nada por un tiempo. Estoy a la espera de los sonidos de metal
sobre metal, el auto levantándose. Miro el espejo retrovisor y veo a Ethan
sentado en la llanta de repuesto con el gato en sus manos, mojándose por
la lluvia y luciendo como si su perro acabara de morir.
—Esto es malditamente ridículo —le digo al parabrisas, y abro la puerta
—¿Qué pasa? —le pregunto a Ethan, ya sintiendo la fría lluvia filtrándose
en mi piel. Él no dice nada y no puedo ver su cara. Me acerco para
quitarle el gato pero él no lo deja ir—. Déjame ayudarte —le digo, tratando
de sonar preocupada o amable o dulce como se supone que debo ser,
cuando realmente lo que quiero es conseguir terminar con esto para
poder ir a casa.
—No —dice él, quejumbroso—. Debería ser capaz de hacer esto. —No
tengo ni idea de cuál es el gran problema. No tengo ni idea de por qué
piensa que está bien dejarme verlo haciendo pucheros y patético como
esta cuando todo el mundo piensa que él es el chico más genial de la
escuela.
—¿Por qué no dejarás que te ayude? —le digo, aunque estoy húmeda y
helada y empezando a sentirme con ganas de empujarlo en el barro.
—Porque eres mi novia. Soy el hombre. Este es el tipo de cosa que un
padre se supone que debe enseñar a un hijo —dice, su voz quebrándose
un poco al final.
Oh, Dios, estoy pensando. Se supone que debo consolarlo ahora. Se
supone que debo ser comprensiva y amorosa porque su padre no ha
llamado o escrito en un año, porque no recordó el cumpleaños de Ethan,
porque este hombre que Ethan quiere en su vida no lo quiere y debería
malditamente superarlo. Tengo un padre y no lo quiero. Él puede tener al
mío. O puede tener el de Sarah. Entonces sabrá realmente de lo que se
está perdiendo. Entonces se dará cuenta de que está mejor sin él.
Jalo el gato otra vez y esta vez lo deja ir.
—No le digas a nadie de esto, ¿de acuerdo? —dice.
—Por supuesto que no —le digo.
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—¿Lo prometes? —dice, mirándome con su patético rostro mojado.
—Lo prometo —le digo. No le diré a nadie lo perdedor que realmente es.
No lo diré porque si él cae, yo también. No lo diré porque no soy nada sin
el título de novia de Ethan. Si él no es nada, soy algo aún peor.
Sé lo que puede pasar si esto sale, algo tan estúpido y pequeño como el
gran semental en el campus extrañando a su papá y sin saber cómo
cambiar un neumático desinflado. Alex podría retorcerlo en algo que
podría acabar con él, algo que se extendería por toda la escuela como
una especie de virus hasta que se volviera incontrolable, mortal. He visto a
Alex hacerlo antes, cuando convenció a todos de que una chica en su
clase de gimnasia era una lesbiana y estaba mirando a las chicas
desnudarse. Las chicas pandilleras le pegaron tan fuerte que tuvo que ir al
hospital. Ella nunca volvió a la escuela. Alex me dijo unos días después que
ella invento todo el asunto. Se echó a reír mientras lo decía, con una
mirada loca en su cara como si acabara de bajar de la mejor montaña
rusa alguna vez construida.
Cambio el neumático y Ethan observa, desanimado y melancólico. Soy la
que está cubriéndose de grasa, mis manos sucias y mojadas, mis dedos
rojos y ardiendo por la lluvia helada, mientras que él sólo se sienta allí, inútil.
Nos metemos en el auto y me limpio las manos con las servilletas arrugadas
y usadas en el suelo que ya están pegajosa con la grasa de la comida
rápida, mocos, semen. Es la noche antes de la víspera de Navidad y así es
como estoy celebrando.
Ethan enciende el auto y enciende el calor en lo más alto. Toma mis
manos entre las suyas y empieza a frotarlas.
—Estás congelada —dice.
—Tú estás caliente —le digo, y frota sus manos más rápido.
—Tiene que poner a bombear tu sangre —dice, y me pregunto dónde ha
oído eso antes. La gente realmente no dice cosas como "tienes que poner
a bombear tu sangre" mientras frotan tus manos en un automóvil cálido en
la lluvia. Lo miro y él me está mirando fijamente, una tímida sonrisa en su
rostro, sus manos grandes y cálidas haciendo un sándwich en torno a las
mías.
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—Cassie —dice.
—¿Qué? —le digo.
—Eres maravillosa —dice—. Siento que puedo decirte todo. —Sonríe con
una sonrisa ridícula y acuna mis manos en las de él, sopla su aliento cálido
en mis puños, hace que mis manos se relajen. Mis brazos, mis hombros, mi
pecho, mi cuello, mi mandíbula, cada parte de mí se convierte en una
esponja. Por fin estoy caliente y tal vez esto no es tan malo, sentarse aquí
con Ethan, dejándolo pensar que soy maravillosa, dejándole pensar que lo
amo.
Levanta su mano y me toca la cara, arrastra los dedos suavemente por mi
mejilla.
—Eres hermosa —dice, y miro hacia otro lado. Capto vistazo de mí misma
en el espejo retrovisor y siento que algo pequeño se rompe en mi interior.
Mi cabello está pegado a mi cara, mis ojos ennegrecidos por el rímel
corriéndose, y de repente la lluvia es demasiado ruidosa, demasiado
violenta, y el rostro de Ethan es demasiado blando y sus dientes están
demasiado torcidos, y tengo que estar en cualquier lugar menos aquí. El
calor se ha ido de mi cuerpo y soy dura de nuevo, solida.
Vuelvo a mirarlo, su cara aún brillando y seria, y me gustaría que otras
personas pudieran verlo de esta manera, verlo todo dulce y sentimental.
Me gustaría que pudieran verlo así de débil.
Podría romper mi promesa con él. Me doy cuenta. Podría ver lo que ocurre
cuando alguien grande queda destruido y convertido en alguien
pequeña. Podría enseñarle a Ethan lo que se siente ser destruido. Podría
saber qué se siente al ser el que destruye.
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Capítulo 14
Traducido por Dark Killer
Corregido por Akanet
Estoy de pie fuera del mini centro comercial de lujo donde Kirkland ha
levantado un gran árbol de navidad llamativo, donde todo el mundo ha
llegado a Oh y Ah aunque es solo un árbol muerto estrangulado por las
luces de navidad. Aquí estoy, el día antes de navidad, viendo a todas las
personas agobiadas por bolsas de compras de último minuto. Las familias
en su camino a ver películas festivas cursis, el demacrado Santa con su
barba torcida sonando una campana al lado de un cubo de donación.
Estoy de pie quieta y todo el mundo está apurado a mí alrededor con
mejillas sonrojadas y suéteres de navidad, persiguiendo niños borrachos de
azúcar y las liquidaciones en los escaparates.
Ya es bastante malo en mi casa con mamá tocando el mismo álbum de
navidad de Frank Sinatra una y otra vez, papá escondiéndose en el
dormitorio para evitar todos sus adornos baratos, todo lo que ella pretende
es que su colección de falsas mierdas festivas hagan las cosas festivas. Solo
estar ahí, solo ver ese grueso plástico de Santa brillando intensamente en el
mantel, solo oliendo sus galletas quemándose en el horno, me hace querer
saltar por la ventana.
Creí que estar fuera de alguna manera podría ser mejor, que caminar
alrededor podría ejercitar mis latidos y respirar para seguir algún tipo de
orden, que el aire libre podría hacerme sentir más ligera. Pero hay un lugar
en mi pecho que todavía se siente como plomo, y el thumb, thumb,
thumb, amenazando con romper a través de mí.
Estoy esperando a Sarah. Busco alrededor, pero todo lo que veo son
blancas caras sonrientes y bufandas multicolores, todas estas personas con
algo que esperan con interés, todos ellos con fe de que mañana por la
mañana traerán algo nuevo. Ellos despertaran y encontraran sus brillantes
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cajas bajo sus árboles, lleno de todas las cosas que tenían que tener.
Abrirán las cajas y sus vidas estarán completas por ese momento.
Después habrá comida y ponche de huevo y una pesada noche de
sueño. A continuación la víspera de Año Nuevo, y promesas vacías,
resacas, y futbol. Después volverán al trabajo, a la escuela, de vuelta a
todo exactamente de la misma manera como era antes. La única
diferencia será la nueva fecha. La única diferencia será los nuevos
suéteres, nueva joyería, nuevas bufandas que van a dejar de querer tan
pronto como las consigan.
Pero por ahora, el tiempo se detuvo. Son las vacaciones de invierno y no
tengo que ir a la escuela por una semana. Debería ser capaz de respirar
ahora. Debería estar emocionada como todos los demás, pensando en
todas las cosas divertidas que voy a hacer. Pero todo lo que estoy es
cansada. Estoy cansada de Alex y Ethan y Justin. Estoy cansada de padres
y profesores y drogas y sexo y estoy incluso cansada de Sarah. Pero no hay
nada que pueda hacer, nada para hacerlos desaparecer. Ellos siguen
aquí a pesar de las vacaciones de invierno. Todavía estarán aquí cuando
hayan terminado. Estarán aquí y yo también lo haré.
—Cassie. —Es la voz de Sarah. Viene de algún lugar detrás de mí, pero
pretendo no escucharla. Ella me pidió que me reuniera aquí con ella antes
de que tenga que irme para la fiesta navideña anual de mis tíos, antes de
que ella tenga que volver a una casa vacía, antes de que ella tenga que
pasar la navidad sola porque Alex y su madre están con sus abuelos
quienes no consideran a Sarah parte de su familia. Le dije que sí porque
me daría algo que hacer, me daría algo en lo que pensar además de la
basura blanca familiar de mis padres y sus tradiciones de sentarse
alrededor en un círculo de sillas plegables fingiendo querer hablar los unos
con los otros. Estoy aquí porque cuanto más pienso en ellos, más detalles
veo en sus miserables rostros, más se convierten en una cara, más no
puedo respirar, más pesado se vuelve el plomo en mi pecho.
—Cassie —dice Sarah. Ella toca mi hombro y me volteo—. Feliz Navidad—
dice ella, su rostro se ilumina como si ella en realidad pensara que las
palabras significan algo.
—Odio la navidad—digo.
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—Yo también —dice. Estoy imaginando su casa sola esta noche, en esa
vacía casa llena de basura y suicidio—. ¿Qué deberíamos hacer? —dice.
—No lo sé —digo—. Salgamos de aquí. —Empiezo a caminar sin esperar
una respuesta. Sarah me sigue como siempre lo hace.
Me dirijo a la zona de aparcamiento en la calle. Es el único lugar que
puedo ver donde no hay familias o peatones o Santas o villancicos
navideños resonando en altavoces invisibles escondidos en farolas. El
estacionamiento es el único lugar en el que todo está normal, el lugar que
todo el mundo ha dejado y olvidado, el único lugar que no pretende ser
algo que no es. Camino a través de las filas de autos, zigzagueando entre
metal rojo y azul y blanco y negro. Sarah está siguiéndome. No cuestiona la
falta de dirección. Acaricio un Porsche rojo. Se siente pegajoso bajo mi
mano. Toco el faro con mi dedo y paso al siguiente carro.
—¿Estás bien? —dice Sarah.
—Sí —digo. Toco el Subaru Azul. Está frío.
—Estas actuando un poco raro —dice.
Debería mirarla. Debería decirle que no he dormido o comido en dos días.
En su lugar, meto la mano en el bolso y saco un cigarrillo. Lo enciendo y
soplo el humo en la ventana del auto, creyendo que tal vez soy lo
suficientemente fuerte para atravesarlo. Tal vez mis pulmones tienen el
poder para soplar a través del cristal, para entrar en algo impermeable.
—¿Puedo preguntarte algo? —digo. Los árboles que rodean el
estacionamiento son esqueletos. El cielo es gris y pronto será negro. No hay
color de ninguna forma.
—Sí —dice. Ella está detrás de mí. Estoy viendo el cielo.
—¿Alguna vez has tenido un orgasmo? —digo. Pienso en las nubes, como
lucen suaves, cuando en realidad son frías briznas de agua—. Quiero decir,
¿te, gusta, de verdad el sexo?
Me doy la vuelta. Sarah está pensando. Ella está viendo el suelo. Ella
levanta la mirada y abre su boca pero espera antes de hablar, y no puedo
decir si es como que esta avergonzada o como que está disculpándose.
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—Nunca he tenido sexo —dice—. No en realidad. No, como, con un novio.
—Ella mira el Subaru azul. Frota su mano en el lado. Dice a la puerta—.
Nunca he tenido novio.
Puedo ver su reflejo en la pintura brillante, toda distorsionada y azul y
trágica. Ella siempre es trágica. Siempre es pálida y débil y herida y frágil y
siempre está siguiéndome por ahí como un maldito cachorro. Tengo el
repentino deseo de golpear la puerta en donde su cara está reflejada, de
patearla tan duro como puedo, de encontrar algo duro y pesado y
golpearlo hasta que no sea nada.
—¿Quieres un novio? —le pregunto. La veo en el asiento de atrás, sobre su
espalda, sus piernas levantadas y sus ojos cerrados. Muevo el pomo de la
puerta. Está bloqueado y sigo caminando.
—No lo sé —dice—. No lo creo.
Pasamos por un Honda Civic gris, un poco mejor que el de Ethan. Está
bloqueado.
—¿Crees que es malo que no me guste el sexo? —pregunto.
Hace una pausa, como si estuviera pensando duro, como si estuviera
contemplando el trabajo en la pintura del carro y neumáticos y el
significado de la vida. Finalmente levanta la vista hacia mí. Inclina la
cabeza hacia un lado y dice—: No veo como alguien podría creerlo.
Ella es seria pero comienzo a reír. Ella trata de sonreír y puedo decir que no
quiere, pero no me importa porque es la cosa más divertida que he
escuchado. Ella está parada ahí con una mueca extraña en su rostro
como si estuviera tratando de no llorar, y todo lo que puedo ver son
películas proyectadas en los autos del estacionamiento, todos ellos
acercamientos de la cara de una mujer en medio de una película de
pasión, ojos cerrados, labios temblorosos, cabeza hacia atrás y gruñendo
como en esos gruñidos de películas de sexo que bajan y suben al mismo
tiempo, gutural y animal como alguna bestia feroz, pero también
quejumbrosa y gimiendo como un patético gatito muriendo de hambre.
Este sonido no existe en la naturaleza. Es un efecto especial, hecho en
algún laboratorio en Hollywood donde combinan el sonido de
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depredadores y los sonidos de la presa, como si los dos pudieran coexistir
en el mismo cuerpo sin destruirse unos a otros.
—Está abierto —dice.
—¿Qué?
—El auto —dice. Ella está tirando de la manija de un Audi blanco. La
puerta esta entreabierta. El sonido distante de una sirena de policía corta a
través del frio, vacío aire.
—Probablemente deberíamos entrar —digo. Es lo lógico. Es invierno. Es
víspera de Navidad y no tenemos a donde ir.
—Sí —dice.
—Yo conduzco —digo, y ella camina alrededor al asiento del pasajero.
Nos metemos en el auto y cerramos la puerta y de repente me doy cuenta
de lo fría que estoy. Froto mis manos juntas. Y sopló en ellas. Espero que
nuestro calor corporal caliente el auto. Sarah busca en la guantera, pero
no hay nada interesante, Unas servilletas, un mapa de Seattle y el Eastside,
un manual del propietario. Me pongo el cinturón de seguridad y me hace
sentir mejor.
—¿Estás bien? —dice nuevamente.
—¿Por qué sigues preguntándome eso? —Mis manos están en el volante.
Estoy pensando en manejar a través de la nieve.
Estoy pensando en las montañas. Estoy llegando más y más alto y la nieve
se está volviendo más y más profunda. Doblo a la izquierda y doblo a la
derecha. No hay autos en la carretera.
—Pareces extraña —dice—. ¿Te tomaste algo?
Sigo girando el volante. Es un video juego. Si me estrello, tengo tres vidas
más hasta que mi moneda se agote.
—Solo el Ritalin —digo.
—Pero hicimos todo eso —dice.
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—No, no lo hicimos —digo. Aparco el auto. Me vuelvo hacia Sarah.
—¿Qué quieres decir? —dice.
—No te enojes conmigo —Los autos aún reflejan las caras de mujeres, pero
están durmiendo ahora, calmadas y satisfechas después de una gran
película de sexo.
—No lo haré.
—Hay más —digo.
—¿Más qué?
—Más Ritalin. Mucho más. Justin me lo da y no te lo doy. —Giro el volante
tan a la derecha como es posible. Se bloquea y lo tiro de ello, pero no se
mueve más.
—Ooops —digo.
—¿Se lo diste a Alex? —dice.
—No —digo—. Y no se lo digas.
—No lo haré.
Los créditos ruedan y es el final de la película. Cierro la puerta y me hace
sentir más caliente.
—¿Estas enojada conmigo? —digo.
—No —dice, y la miro. Ha doblado una servilleta por la mitad, entonces la
doblo nuevamente, y ahora es un pequeño triangulo grueso que no se
dobla más. Lo sostiene en su mano como si estuviera pensando en
mantenerlo, como si estuviera orgullosa de lo que ha creado.
Entonces abre la palma y lo deja deslizarse al suelo.
—Deberías ser cuidadosa —dice, mirando por la ventana a todos los autos
inmóviles en el espacio oscuro.
—¿Sobre qué?
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—Quiero decir, solo porque es una prescripción no quiere decir que sea
segura. Es lo mismo que la velocidad, ya sabes.
—Hablas como un consejero.
—Lo siento —dice, y me mira, aún patética como siempre.
Sonrío. —No te preocupes —le digo—. Soy inteligente.
—Lo sé.
Nos sentamos por un tiempo viendo por la ventana todos los autos
detenidos y esperando para ser movidos. Una joven familia con un bebé
está peleando al lado de un camión. La esposa esta con la cara roja y
llorando mientras sostiene al bebé vistiendo como un pequeño elfo. Por
alguna razón, de repente me siento con ganas de llorar. Ese bebé no tiene
ni idea de que está usando un estúpido sombrero verde puntiagudo. No
tiene ni idea de que su madre y padre se odian mutuamente. Él no sabe
que no hay nada que pueda hacer sobre eso.
—Tengo algo para ti —dice Sarah.
—¿Qué?
—Un regalo de Navidad —dice. Siento un ruido sordo en mi pecho. No
tengo nada para ella.
—No conseguí regalos para nadie —le digo—. Lo siento. Ni siquiera
conseguí algo para mi mamá.
—Está bien —dice, sonriendo—. No consigo regalos de nadie más, de
todas formas. —Y eso me hace sentir peor.
Ella mira a través de su cartera, saca un pequeño sobre de color rojo y me
lo da.
Para Cassie, dice.
Con Amor, Sarah.
La abro cuidadosamente y saco un pequeño paquete de celofán con
cuatro dosis de ácido. La veo.
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—Para que nosotras lo hagamos juntas —dice. —Solo tú y yo. —Ella está
sonriendo, esperanzada, como si me estuviera pidiendo casarme con ella.
—Hagámoslo ahora —digo.
—Pero te vas —dice. Ella mira el reloj del tablero—. Te vas en treinta
minutos.
—Está bien —digo—. Entonces no estaré aburrida en mi estúpida cena
familiar y tú no estarás aburrida cuando estés en casa sola esta noche.
Abre la boca como si fuera a decir algo, entonces la cierra. Baja la mirada
a mi mano sosteniendo el celofán, luego la levanto hacia mí con la misma
patética vieja cara. —Está bien —dice. Pero puedo decir que no quiere, y
no me importa.
Recojo dos dosis con las uñas y las pego en mi lengua. Sostengo el resto
hacia ella. Ella las lame de la envoltura como si alguien estuviera
sosteniendo un arma en su cabeza y creo que si no quiere hacerlo, debería
darme el resto a mí.
—Ahora ya no estarás tan aburrida esta noche —le digo.
—Sí —dice.
Nos sentamos por un rato sin hablar. Sé que debe pasar una hora antes
que el ácido entre en acción, pero sigo esperando que sea pronto porque
mi estómago está vacío. Pero todo se sigue sintiendo igual. Los autos
todavía no se mueven y Sarah todavía está sentada ahí luciendo como
alguien muerto, como si ella quisiera que sintiera lastima por ella, pero no
puedo. Es víspera de navidad y es tiempo de ser festivo y que se joda si
quiere arruinarlo.
—Me voy —digo finalmente.
—Pero todavía no es el momento —dice.
—Tengo que pasar por la tienda por cigarrillos —le digo, aunque sé que
sabe que no va a tomar más de un minuto.
—Está bien —dice. Abro la puerta, pero ella se mantiene sentada ahí,
mirando el tablero.
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—Deberías salir del auto —digo—. Las personas podrían regresar.
—Sí —dice, y las dos salimos.
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Capítulo 15
Traducido por Nelly Vanessa
Corregido por Elena Ashb
Los faros de los autos que se acercaban parpadeaban al ritmo de “Jingle
Bell Rock”. Mamá está golpeando su pie y marcha a buen ritmo, papá
está usando una corbata que dice “Jo jo jo” cuando se aprieta el vientre
de Santa y estoy químicamente encantada en el asiento de atrás,
escuchando los autos cantarme y por primera vez no estoy temiendo por
completo la Nochebuena con la jodida familia de papá. Desearía que
hubiera una manera de sentirme así por siempre, para no tener que lidiar
con la ansiedad de bajar y correr hacia afuera, para no tener que
preocuparme de que mi cuerpo necesite dormir o comer, no tener que
preocuparme por el dinero y besar traseros y la humillación necesaria para
sentirme bien de nuevo. Podría convertirme en una científica. Podría
inventar la píldora que me hiciera sentir así para siempre. Podría hacer que
Justin inventara la píldora. Podría casarme con él y fingir todo tipo de cosas
y el haría que la píldora valiera la pena todas las mentiras y baboso,
maloliente sexo que tendría que tener con él.
Burien no está lejos, pero me gustaría que lo estuviera. Quiero conducir
para siempre, así puedo quedarme acurrucada en este oscuro y suave
pequeño mundo en el que nadie me está mirando, escuchando ésta
música navideña como burbujas rebotando en mi cabeza, sintiendo el frio
cristal contra mi frente cuando veo las luces de la ciudad pasar
rápidamente a nuestra lado. Con el sendero rojo, blanco y verde neón
frente a mí. Ahí está el Space Needle con el árbol de navidad en la parte
superior. Está el centro de la ciudad, los edificios de oficinas, el muelle, el
ferry y el agua reflejando las ondulaciones de la luz de la luna. Está
Bainbridge Island, toda envuelta como un regalo de navidad con papel
de envolver verde borroso. En algún lugar de la isla está mi antigua casa,
cuadrada y llena de alguna otra familia navideña, una caja de cartón
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grande en el extremo del camino de grava con decoraciones que solo las
aves, venados y mapaches verán.
—Blanca Navidad. —Avanza y mi padre empieza cantando con una falsa
voz de Sinatra. Mamá se ríe y pone su mano en la suya y él no la quita de
encima. Están tomados de la mano, están cantando y las luces de la
ciudad fluyen con el silencio como confeti. He encontrado el equilibrio
químico perfecto y podría morir en este momento, estoy tan feliz.
Aquí es Burien y aquí están los centros comerciales, los camiones oxidados,
los clubes de desnudistas y las tabernas. Aquí está Wal-Mart, la gasolinera y
la iglesia. Este es un vecindario como el Ethan pero al revés, con
cortacésped, colchones y juguetes rotos en el jardín, con hierba de color
amarillo, los autos en bloques, los renos de plásticos y escenas del pesebre,
las luces rojas, blancas y verdes cubriendo todo y tratando de convertirlo
todo en algo hermoso. Aquí está la casa de la tía Lily, el Santa para
decorar el césped brillando intensamente, los autos viejos y feos de mi
familia alineados a lo largo de la acera.
Y ahí está el BMW negro del tío Charlie estacionado en la calzada, como si
todo el mundo supiera como guardar ese lugar para él.
De repente, el equilibrio químico cambia y empiezo a sentir ansiedad de
nuevo. No he pensado en el tío Charlie. Cuando pienso en esta familia,
pienso en el surtido de El Caminos y otros rechonchos, abollados autos
fabricados en Estados Unidos. Pienso en como su moda siempre está un
par de años atrás. No pienso en él ni en su BMW negro, ni en su traje de
fantasía, ni en su colonia que huele a dinero. No pienso en como todos
intentan acercarse a él con tanto esfuerzo para fingir que su presencia es
la cosa más natural del mundo, como si la conversación siempre volviera a
alguien alardeando de algo, con la esperanza de que Charlie este
escuchando, con la esperanza de que esté impresionado. Nunca pienso
en Charlie y en la forma en que no habla mucho. No pienso en la forma en
que solo se sienta allí mirando y sonriendo, en silencio juzgando a todos.
Salimos del auto y ya puedo oler su colonia. Estoy mareada. El olor está
obstruyendo mis pulmones. El césped negro y verde sombreado está
girando alrededor con Santa, con las fibrosas plantas oscuras y plásticos
brillantes de color rojo que están bailando, mezclándose, convirtiéndose
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en algo antinatural y siniestro. Santa Claus con colmillos. Santa con saltones
ojos de color rojo. Santa cubierto de piel negra y verde.
—Cierra la puerta y vamos —dice alguien desde algún lugar detrás de mí y
lo hago. Camino hacia la luz y dejo el tornado detrás de mí. Ahora es el
momento de actuar con normalidad.
La luz se vuelve sobria. Todo el mundo está centrado. Las tías rebotan fuera
de sus asientos y nos abrazan porque eso es lo que siempre hacen, oliendo
como a un millón de cosméticos, aerosoles para el cabello y polvos para
bebés. Los tíos se levantan lentamente para estrechar la mano de mi
padre, sus grandes barrigas luchan contra los nuevos suéteres de navidad
de este año. Me dicen cosas y digo algo en respuesta. No los miro a los
ojos. No les muestro los discos negros y gigantes de mis pupilas. El tío Charlie
se queda sentado. Puedo ver su mano que sostiene una cerveza, sus
piernas, sus zapatos caros, pero no lo miro directamente. Puedo sentir sus
ojos ardiendo en mí. Puedo sentir la sonrisa en su rostro, la que dice, estas
personas son patéticas.
—Charlie —dice mi padre.
—Bill —dice Charlie. El sonido de su profunda voz me hace temblar, como
si fuera una erupción dentro de mis costillas, una explosión de aire frio,
extendiéndose y congelando todo a su paso.
—Los niños están en la habitación de Tracy —dice alguien—. Las bebidas
están en la lavandería —dice otro. Salgo sin esperar el “¿Cómo va la
escuela?” de todos y “Te ves tan crecida ahora” y “Debes de tener que
luchar contra los chicos con un palo”. Salgo lo más rápido que puedo.
La lavandería está configurada como bar, un mantel rojo cubre la
lavadora y la secadora. Se siente seguro aquí, fresco, tranquilo. Me gustaría
quedarme aquí toda la noche con las luces apagadas, si pudiera pero sé
que la gente se mantendrá entrando y saliendo, abriendo la puerta y
dejando que entre la luz, llenando el espacio con sus gordos y blancos
cuerpos y robándome el aire.
Lleno un vaso de plástico con hielo, ron y un poco de Coca-Cola. Tomo un
sorbo y es lo mejor que he probado. El calor se propaga por todo mi
cuerpo y de repente, no me siento con tantas ganas de esconderme. De
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repente, siento que todo estará bien y eso me hace reír un poco. Me río de
mi misma en un armario gigante porque es víspera de navidad y estoy en
el ácido y en la velocidad y nadie tiene ni idea. Estoy riendo, porque me
siento muy bien a pesar de que hace dos segundos quería desaparecer. Es
una locura como los sentimientos pueden cambiar tan rápido, como algo
tan estúpido como el sabor de algo puede cambiarlo todo.
Los adultos están sentados en un círculo en la sala de estar como hacen
cada año. Sillas plegables llenan el espacio entre el sofá, los asientos y el
armario. La TV tiene bandejas con frutos secos y dulces. Mamá se dirige
hacia mí en su camino a la barra y me deslizo en la habitación antes de
tenga la oportunidad de decir algo.
Tengo tres primas, todas nacidas con tres meses de diferencia, tres años
mayores que yo, todas viven en tres ciudades vecinas de Burien, Sea Tac y
Seahurst. Comparten los mismos amigos. Van a las fiestas de cumpleaños
de las otras. Aquí están, sentadas en la cama de la habitación con posters
de gato enmarcados.
Están sentadas en el edredón pastel con estampado de flores, rodeado
por un cordón satén o con almohadas de encaje de aguja, rodeado de
carteles enmarcados de gatos con bolas de hilado, gatos durmiendo,
gatos vestidos como marineros, gatos en jarras de cerveza gigantes. Estas
son variaciones un poco diferentes de la misma persona, con la misma piel
pálida gruesa, el mismo pelo castaño claro, los mismos cuerpos regordetes,
en forma de pera.
—Oh Dios mío —dice Tracy, la líder solo porque es la menos acogedora—.
¿Cassie?
—Oh Dios mío —dice Kelly, la bajita.
—Oh Dios mío —dice Becky, la gordita.
—Hola —digo. Soy la número cuatro, la extraña.
—Te ves tannnnn diferente —dice Tracy.
—Sí —dice Kelly—. Me gusta, mucho más grande. Y no tan fea.
—¿Cuándo fue la última vez que te vimos? —pregunta Becky.
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—En pascua —digo.
—Oh Dios mío —dice Becky—. Has cambiado tannnnnto desde entones.
—Sí —digo. Tú no, quiero decirle—. ¿Qué están haciendo?
—Solo hablando —dice Tracy, entonces mira a las demás como si tuvieran
un secreto y todas se ríen.
Me miran. Están esperando que les pregunte de lo que están hablando. No
lo haré. Tomo un gran trago de ron y la sensación es cálida e invencible.
Me siento en la silla de mimbre frente a la cama, como si estuviera en un
juicio y ellas fueran un grupo de jurados.
—¿Quieren un poco de ron? —digo, empujando mi vaso de plástico hacia
ellas.
—Oh Dios mío —dice Kelly—. ¿Bebes?
—Sí, ¿tú no?
—Si, a veces —dice Tracy—. Pero, como que, somos estudiantes de
secundaria.
—Eso está bien —digo. Hay silencio por un tiempo, mientras miran hacia mí.
Luego vuelven la espalda una a la otra y así como así, no existo. Estoy en
otro mundo en mi sillón de mimbre, una isla y su cama es una especie de
país que odia a las extrañas.
—Entonces ¿qué harás? —pregunta Becky a Tracy.
—No lo sé —dice Tracy.
—¿Lo amas? —pregunta Kelly.
—Por supuesto que sí —dice Tracy—. Solo no sé si estoy lista.
He caminado dentro de un especial de después de la escuela. Los gatos
en la pared suspiran conmigo. Uno de ellos pone los ojos en blanco. El
unicornio de cristal sobre la mesa de noche está señalado su cuerno hacia
ellas, amenazando con usarlo. Mis primas hablan y hablan en sus voces
silenciosas e importantes y estoy satisfecha de mi isla de mimbre con una
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vista de toda la mierda cursi acumulada en toda la habitación. No oigo
nada de lo que dicen. Estoy en una burbuja de sonido. Escucho el océano,
el interior de las conchas marinas, el ruido blanco.
—Cassie —dice alguien, perforando mi burbuja. Miro hacia arriba y todas
están de pie. La puerta está abierta y todas están mirándome como si
estuviera loca—. ¿No oíste a la tía Lily? —dice Kelly.
—¿Qué?
—Es hora de la cena —dice Tracy. Pone los ojos en blanco, todas
empiezan a caminar y sigo a su gordita procesión a la sala de estar.
Tomo mi lugar al final de la fila y los veo a todos apilar comida en sus platos
de papel. Me pregunto lo que los ricos comen en navidad, porque seguro
que no es puré de patatas de caja o un trozo de jamón que ha sido
presionado en una forma poco natural redonda y cubierta de piña en
conserva. Me pregunto lo que Charlie piensa acerca de todo esto, si está
totalmente asqueado y perdió su apetito, si ha olvidado el tiempo antes de
que fuera rico, cuando comida como esta era normal.
Las únicas cosas que pongo en mi plato son ensaladas de malvaviscos y
una docena brillante de redondas y negras aceitunas. Me siento en una
silla plegable y miro la pila de color melocotón, los trozos de mandarinas en
conservas irreconocibles en su capa de baba de malvavisco y de coco
rallado. Tomo un bocado y me sorprendo de lo bien que sabe, lo
engañoso de la apariencia, de como se ve como una mierda pero sabe a
cielo.
Después de todos estos años de encuentros en las fiestas, mamá todavía
no se ha dado cuenta de que esta familia no habla mientras come. Todo
el mundo se supone que se sienta, mastica y escucha los sonidos de unos y
otros, pero mamá siempre balbucea acerca de algo aunque nadie dice
nada.
—Bill conseguirá un ascenso pronto —dice—. ¿Verdad, cariño? —Papá no
reconoce que la ha oído.
Charlie la mira por el rabillo del ojo.
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—Eres un corredor de bolsa —dice ella, no es ni una pregunta ni una
declaración. Charlie medio asiente mientras pone mantequilla en su
panecillo.
—Tal vez ustedes dos deberían hablar. Quiero decir, Bill vende
computadoras y tú las necesitas, ¿no?
—Creo que mi compañía está bien con sus computadoras —dice el tío
Charlie finalmente. Todo el mundo mantiene sus ojos en sus platos, pero te
juro que están sonriendo.
Hay silencio por un rato y mamá no puede soportarlo.
—Ese es un buen auto el que tienes, Charlie —dice.
Charlie asiente y el único sonido es el raspado de los tenedores de plástico
sobre el cartón y el hielo de la bebida de mamá contra el lado de su vaso.
Es un sonido diferente al del tintineo de sus vasos en casa. Es diferente,
pero suena igual de triste.
Meto las aceitunas en las puntas de los dedos y las como de una en una.
Todo el mundo sigue comiendo y no hablan y ya no tengo ron. He comido
tanto como puedo, tres cucharadas de ensalada de malvaviscos y cinco
aceitunas. Ha llegado el momento de moverse, de salir de esta habitación.
Iré por más ron. Iré a dar un paseo. Iré a fumar un cigarrillo.
Pongo mi plato en la basura y llevo mi vaso a la lavandería. Vuelvo a crear
mi bebida de antes. Tomo un trago y me siento mejor. Todo lo que necesito
hacer es ir a la habitación del gato y conseguir mi bolso. Después necesito
salir por la puerta. Entonces seré libre. Puedo hacer esto. Esto es fácil.
Pero hay alguien que viene. Oigo los pasos acolchados en la alfombra.
Oigo la puerta de la lavandería abrirse y luego cerrarse. Huelo el perfume
que huele a dinero. Oigo su voz detrás de mí.
—Cassie.
—¿Qué? —digo. No me muevo.
—¿Por qué no te das la vuelta y me dices hola?
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Hago lo que dice. Me doy la vuelta y me siento las paredes cerrarse. Está
sonriendo. La puerta está cerrada y esta habitación es demasiado
pequeña.
—Se estaba poniendo raro ahí, ¿eh? —dice.
—Sí, supongo.
—Quería saludarte correctamente, pero siento que no puedo tener una
conversación real cuando están todos alrededor. —El olor de su colonia
llena la habitación. Me ahogaré si no salgo pronto. Empiezo a avanzar
hacia la puerta, pero él está en mi camino y no se mueve.
—¿Cómo has estado? —dice.
—Bien —digo. Puedo sentir mis pulmones cerrándose.
—Te ves muy bien —dice—. Eres una chica hermosa, Cassie. ¿Sabes eso?
No digo nada. Tengo mareo. Mi piel empieza a picar.
—Porque debes saber lo hermosa que eres. Una chica siempre debe saber
lo hermosa que es.
Puedo sentirlo mirándome a pesar de que estoy mirando el piso. Estoy
tratando de concentrarme en un espacio del tamaño de un centavo.
Estoy tratando de mantenerlo quieto mientras el resto del piso se
arremolina a su alrededor. Si puedo conseguir que ese espacio se quede
quieto, estaré bien.
—¿Puedo tener un abrazo? —dice Charlie. Sigo mirando el pedazo de
suelo. Es lo único que es mío.
Siento sus brazos alrededor de mi, mi cara se aprieta contra su pecho, sus
piernas contra mis piernas. Pone sus manos en mi espalda y me tira contra
él.
—Deberíamos ir a esquiar en algún momento —dice—. Podría llevarte.
¿Alguna vez has esquiado? —Besa la parte superior de mi cabeza, frota mi
espalda y mis ojos se abren y todo lo que puedo ver es blanco.
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Siento que mi cuerpo se aprieta entre su blando cuerpo y la dura pared.
Siento el pomo de la puerta, siento mi mano girando, tirando y siento el
espacio abierto. Ahí es blanco y es más blanco. Siento las paredes a
ambos lados y la alfombra bajo mis pies y otra puerta y otro picaporte.
Siento el botón y oigo cuando se cierra. Siento el fregadero, el mostrador y
lo suelto. Aire. Suave porcelana fría y el veneno saliendo. Mis ojos están
llorosos y el veneno sale. La nariz me arde, mis rodillas perforan el linóleo,
mis manos están en la fría porcelana.
Todo está fuera de mí y estoy vacía. Segura.
Alguien está llamándome. Si estoy quieta, nadie sabrá que estoy aquí.
—Cassie.
Es la voz de mi madre, sorda y metálica como el interior de una lata.
—Cassie, ¿estás enferma?
Mi mamá no me lastimará.
—El tío Charlie dijo que estás enferma.
Nadie me lastimará si piensan que es gripe, si se trata de algo que comí.
Nadie me lastimará si no hice nada malo.
—Cariño déjame entrar.
Abro los ojos. Ahí está la porcelana blanca y el agua viscosa de color
marrón y los trozos negros. Todo frío, claro y enfocado. Tiro de la cadena.
Me levanto y me lavo la boca con agua. Me froto un poco de pasta de
dientes.
—¿Cassie? —dice mamá otra vez y abro la puerta.
—Oh, cariño, no te ves muy bien.
—Creo que tengo gripe —digo, tratando de no hablar en la dirección de
su nariz.
—Es la temporada para eso, sin duda —dice una de mis tías y veo a todas
mis tías y primas que están alrededor de la puerta del baño, mirándome.
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Charlie está en la parte posterior con la cara más pálida que haya visto,
con los ojos muy abiertos, aterrado. Los primos se apiñan en una pequeña
capsula, mirando.
—Iré a buscar agua —dice otra tía.
—¿Por qué no te acuestas en la habitación de Tracy, cariño? —dice otra
tía.
—Está bien —digo y mi mamá me toma del brazo a medida que vamos
caminando por la puerta, todas las mujeres cacarean como pollos detrás
de nosotros. Me acuesto y pongo mi cabeza en una de las cientos de
almohadas.
—En esa no —grita Tracy y la saca de debajo de mi cabeza—. Aquí —dice
y me tira el cojín del asiento de la silla de mimbre. Siento que mi cuerpo se
hunde en la cama como si fuera de metal y fuera pudin. Me siento girando
alrededor, un desliz lento.
—Si necesitas algo, estaremos justo afuera —dice mamá, acariciando mi
cabello y tengo la repentina impresión de que todo estará bien para
siempre si solo sigue haciendo eso. Nada podría estar mal o dar miedo otra
vez mientras ella siga moviendo su mano sobre mi cabeza. Pero se detiene
justo cuando me convence de esto, y me siento desinflada, me vuelvo
ligera como cenizas y la cama no es repentinamente suave en absoluto.
Tracy es la última en salir.
—No vomites en nada —dice y cierra la puerta.
Me acuesto ahí por un tiempo, mirando al techo. Haría lo que fuera por
dormir ahora. Haría lo que fuera para estar en casa, en mi cama, con
cinco o seis pastillas para dormir en el estómago. Haría cualquier cosa para
nunca tener que despertar de nuevo.
Hay un suave golpe en la puerta. Ahí está mi nombre en la voz baja de
Charlie.
—Lo siento —Y después un:
—¿Puedo pasar?
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Ahí estoy levantándome y cerrando la puerta, apagando las luces. Ahí
estoy metiéndome en la esquina entre la cama y la pared, haciéndome
pequeña y quieta como puedo serlo. Cierro los ojos tan duro como se
pueden cerrar. Envuelvo mis brazos alrededor de mis piernas y las
mantengo apretadas contra mi cuerpo. Hay una voz en mi cabeza
ahogando la de Charlie: Si te quedas quieta, nadie podrá lastimarte. Y si
juegas a la muerta, no habrá nada que matar.
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Capítulo 16
Traducido por Brenda Carpio y Mona
Corregido por Akanet
No despertaría si no tuviera que hacerlo. No abriría los ojos y vería la luz
horizontal que rompe a través de mis persianas, no la vería doblar y girar
alrededor de las esquinas de mi habitación como telarañas amarillas,
como barras de prisión de neón. No sentiría el golpeteo en mi cabeza, mi
garganta seca, el sabor de acidez en mi boca en la mañana. No sentiría
mi estómago revuelto en su residuo químico. No yacería aquí, mirando el
techo blanco y deseando que fuera negro otra vez, queriendo la pesada
quietud del sueño, la carne como el plomo, la sólida ausencia de
memoria, la ausencia de sonido e imágenes, la luz y el movimiento.
Pero hay instintos que no puedo controlar, instintos que dicen “despierta” y
“vive”, sin mi permiso.
Hay un robot dentro que obedece, cuya vejiga dice, levántate y ve al
baño, que parpadea hacia la luz del sol y toma aliento. No hay nada que
pueda hacer para pararlo. No puedo yacer aquí por siempre. No soy tan
fuerte.
La alarma anuncia que es por la tarde. El sonido de villancicos y el olor a
café quemado me dice que mamá está esperando en el árbol,
pretendiendo que es de mañana. No hay nada que pueda hacer para
que no sea navidad.
Me levanto. Me pongo mi bata de baño. Voy al baño. Hago pís. Cepillo
mis dientes. Tengo arcadas y escupo pasta dental.
Camino hacia la sala y mamá está sentada en el sofá frente al árbol de
navidad que decoró ella misma, aún en pijamas. No está haciendo nada,
ni viendo tv, ni jugando video juegos, ni leyendo una de sus revistas que
muestran como la gente rica vive. Sólo está sentada, sólo mirando
fijamente el árbol, sólo esperando por mí.
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Me mira. —Traté de despertarte —dice—. Varias veces. —No suena
molesta, sólo cansada.
—Realmente estoy muy enferma —digo—. No te escuché.
—Es una molestia —dice, mirando hacia el árbol—. Enfermarse en navidad.
—Sí —digo, y sólo estoy parada ahí mirando el fuego falso en la chimenea.
—Voy a buscar a tu padre —dice, y se pone de pie, sosteniendo su
espalda como una persona mayor. Sus zapatillas rozan con la alfombra
mientras camina, como si simplemente se deslizara en sus pies, como si no
tuviera la energía para levantarlos del suelo.
Me siento donde ella estaba y todavía está caliente. Miro el árbol y su
cuidadosa decoración. Pienso en cómo llevar a casa el árbol y tratar de
hacerlo lucir hermoso siempre fue algo que hicimos juntos, la forma en que
ella y papá lo llevarían y lo estabilizarían, mientras yo buscaría en una caja
de zapatos llenas de adornos, eligiendo de mis favoritos, aquellos que
quería colocar. Recuerdo que, después de varios ajustes, el árbol siempre
quedaría un poco torcido. Es perfectamente recto este año. Ella pagó
extra para que el chico de los árboles condujera hasta aquí y lo instalara.
Nos saltamos el ritual de decoración porque papá tenía que trabajar hasta
tarde y yo estaba haciendo algo que no recuerdo. Llegué a casa en
medio de la noche y allí estaba, encendido, recto y perfecto, y recuerdo
haber deseado no haberlo visto.
Ahí está el adorno que hice en el jardín de niños, las cuentas en palitos de
helado en un charco de pegamento seco. Este es el que siempre
habíamos puesto de último, justo en la parte delantera, justo en el medio,
más importante que la estrella en la parte superior.
—Muy bien, vamos a abrir los regalos —dice papá mientras entra en la
habitación. Él está tratando de sonreír, pero no puede ocultar el hecho de
que él preferiría estar de vuelta en su habitación con la puerta cerrada,
haciendo lo que sea que él lo hace ahí. Mamá lo mira con esperanza,
pero su rostro se instala de nuevo en blanca decepción.
Tomo mi lugar en el piso porque es siempre mi trabajo ser Santa. Entrego a
cada uno un presente que se compraron entre sí, con ganas de acabar
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con esto. Tomo uno con Cassie escrito en las desordenadas letras de
mamá, el tipo de escritura que se espera de un artista o de un médico, no
de un ama de casa con un marido que la odia, no a una madre con una
hija como yo.
Lo abro y es un suéter que nunca voy a usar. —Gracias —le digo a nadie
en particular.
—Lo vi y supe que el verde se vería muy bien con tus ojos —dice mamá.
Me quito la bata de baño y me pongo el suéter. Es picante y muy grande.
Papá obtiene una cartera idéntica a la que recibe cada año. Mamá tiene
zapatillas idénticas a las que está llevando ahora.
Más regalos y más mierda que nadie quiere. Consigo una pulsera barata
con dijes colgantes de patines, labios, un corazón, y la palabra atrevida en
cursiva. Mamá consigue una bata y velas perfumadas. Papá obtiene una
corbata y un juego de pañuelos blancos. Consigo ropa interior blanca de
algodón y calcetines blancos de algodón.
—Eso es todo —dice mamá, y echa un vistazo bajo el árbol. Ambos me
miran.
—No tuve tiempo para hacer algo —suelto—. He estado tan ocupada con
la escuela y todo, y realmente no me di cuenta que era navidad y…
—Está bien —dice papá.
—Es suficiente que podamos estar todos juntos —dice mamá, otra frase
inspiradora de un programa de entrevistas.
Miro por la ventana y el cielo está gris. Todos los árboles lucen mojados y
sobrecargados.
—¿Vamos a tener panqueques? —digo. Mamá siempre hace panqueques
durante la mañana navideña.
—Ya comimos, Cassie —dice mi papá—, son casi las dos.
—Puedo hacer unos —dice mamá—. Podemos hacer panqueques para el
almuerzo.
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Mi estómago me duele y todos están en silencio.
—Bien, me voy —papá dice finalmente—. Tengo trabajo que hacer.
—¿En navidad, Bill? —dice mamá. Él le da una de sus miradas que dicen
no puedo creer que me casara contigo.
—Bien —dice mamá, mirando su regazo.
Él se levanta y la besa en la parte superior de su cabeza, me besa en la
cima de mi cabeza. Huelo el olor de su abrigo de la noche en que me
recogió en Juanita, caliente y picante, y luego se ha ido. Entonces él se
aleja y cierra la puerta de su dormitorio y el olor y mi padre se ha ido. —
¿Hambre? —dice mamá, y asiento con mi cabeza.
Ella camina hacia la cocina y me quedo sentada en el piso rodeada por el
papel de envolver. El CD de villancicos ha terminado y el único sonido es el
de mamá abriendo armarios y papel crujiendo mientras los recojo todos en
una pila.
—¿Cuántos quieres? —grita ella desde la cocina.
—Un millón —digo, a pesar de que ahora los panqueques parezcan tristes.
—Está bien —dice ella, y camino a la cocina para conseguir una bolsa de
basura.
—Nosotros deberíamos comenzar a reciclar —le digo, solamente por decir
algo.
—Tienes razón —dice mientras ella mide Bisquick6 en un tazón. Vuelvo a la
sala y coloco toda la basura en la bolsa. Pongo la bolsa en la puerta de
calle. Esta no será reciclada. Será puesta en el contenedor con toda la
demás basura de navidad.
Me siento en el sofá y huelo los panqueques cocinándose. Mis pies se
congelan así que los deslizo en las viejas zapatillas de mamá. Ella lleva sus
nuevas ahora.
—¿Puedo tener tus viejas zapatillas? —digo.
6 Bisquick: Es un producto de panadería previamente mezclado para hacer panqueques.
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—Seguro —dice ella.
Son calientes y suaves en mis pies. Puedo sentir donde sus dedos pasaron
un año grabados en el armazón. Ellos se adaptan perfectamente.
Me siento allí durante un rato mirando el árbol. Algo acerca de este no
está bien. Es demasiado perfecto, demasiado organizado.
Los adornos están todos igualmente espaciados, como si mamá usara una
regla para decidir donde colgarlos. Me arrodillo junto al árbol y despego
mi monstruosidad de palitos y cuentas pegadas. Encuentro mi adorno
favorito detrás del árbol, en el fondo, de porcelana, el Sr. y la Sra. Santa en
sus trajes rojos y blancos, ojos cerrados, labios fruncidos, inclinados el uno
hacia el otro por un beso. Coloco mi adorno al lado de ellos, destruyendo
la simetría que mamá gastó una solitaria noche creando. Pero en secreto,
en la espalda, en el fondo.
Mamá trae un plato de panqueques y una botella de jarabe. Ella ha
preparado una bebida para ella incluso cuando todavía es por la tarde.
—¿Quieres ver Qué Bello es Vivir? —dice ella, sus cubitos de hielo
tintineando.
—Sí —digo. No hay nada que quiera hacer más que comer panqueques y
mirar la película que siempre vemos en navidad.
El DVD ya está situado sobre la mesa de centro, como si ella lo colocara
allí, esperando para que nosotras lo veamos. Ella se levanta y lo pone en el
reproductor de DVD. Los créditos de introducción ruedan y yo devoro mi
comida. Nunca he probado nada tan bueno en toda mi vida. Mamá
enciende las velas que mi padre le compró y huelen como navidad.
Considero entrar en mi habitación para fumar algo de marihuana y un
cigarrillo. Pero mi habitación parece tan lejana, a kilómetros, estados,
países, continentes. Estoy agotada. Me acuesto y descanso mi cabeza
sobre el regazo de mi madre.
La siento tensa y lentamente relajarse. Trato de recordar la última vez que
hice esto. Mi mente está en blanco. Todo que puedo ver es a Jimmy
Stewart en blanco y negro. Todo que puedo sentir es la respiración de mi
madre y la piel caliente a través de su bata.
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Mi estómago está lleno, estoy caliente y estoy llorando. Ríos fluyen de mis
ojos y nadie lo sabe más que yo. Las lágrimas caen y se absorben en la
bata de mamá, haciendo diminutas piscinas negras que pronto secarán,
no dejando ningún rastro de que ellas estuvieron alguna vez allí.
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Capítulo 17
Traducido por Auroo_J
Corregido por Clarksx
Alex llamó y me dijo prepárate, porque nos vamos a Portland pronto. Ella
no me diría cuando, sólo "pronto." Ella es así de paranoica. No confía en mí
con nada. Probablemente piensa que voy a decirle a Sarah.
Probablemente piensa que Sarah nos seguirá. Ella no quiere que nos sigan.
Quiere que seamos sólo ella y yo. Nadie más. Sólo ella, su hermano y yo en
Portland.
Mi mochila está en el armario con más de un centenar de dólares que he
robado, unos pocos dólares al día en los últimos tres meses. Hay cinco
pares de ropa interior y calcetines limpios, un cepillo de dientes, un tubo de
pasta de dientes, una pastilla de jabón, un suéter, unos pantalones
vaqueros y dos camisas. Eso es todo lo que cabe. No sé lo que se supone
que debes usar cuando tienes trece y huyes a Portland y cuentas con un
traficante de drogas adolescente en una banda contra los gordos para
cuidar de ti. Ni siquiera sé lo que significa estar en una pandilla contra los
gordos, si tienen un uniforme, un nombre de banda, un saludo especial.
Sigo pensando en los programas que he visto, las películas con la niña en
las calles, toda vestida como una puta, todo dura y resistente. A
continuación descubrirás que ella es realmente agradable si te familiarizas
con ella y tiene algún terrible secreto que del cual está huyendo, algo tan
malo que vivir en la calle tiene más sentido que quedarse en casa. Su
tragedia parece tan atractiva, y ella es tan sexy con su mezcla de dura y
dulce. Ella siempre está fumando y bebiendo whisky, absorbiendo cosas
por la nariz o inyectando cosas en su brazo. Pero entonces alguien la
conoce, un buen chico o una chica que no quiere nada de ella. Alguien
que la hace llorar, decir sus secretos, y te das cuenta de que le gustan los
pasteles y los gatitos, o que ella tiene una vieja muñeca escondida en su
mochila con la que duerme por noche.
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Sigo tratando de pensar en algo así para poner en mi mochila, algo
especial, algo que podría conseguir un primer plano en la película sobre mí
y mostrar a todos cuán dulce soy realmente. Pero no tengo nada de lo que
es mío, no realmente mío, no hay fotos de gente que quiero, ni animales
de peluche que he tenido desde que era una niña. Todo eso se ha ido, o
nunca existió en primer lugar.
Alex dijo que cuenta conmigo. Lo dijo en la voz que dice que no tengo
elección. Yo dije que sí y colgué el teléfono. Está ubicado en la almohada
a mi lado, entre mi cabeza y la blanca pared agrietada. Hablé con ella en
la oscuridad, el débil azul-grisáceo del nublado crepúsculo lanzando
suaves sombras sobre mi cuerpo. La luz casi ha desaparecido ahora. Estoy
casi oscura, invisible. Sólo hay una cálida franja de color naranja
arrastrándose debajo de la puerta, pero no llega a hacia mí a través de la
habitación.
Es el día después de navidad y la escuela no inicia por una semana más.
Podría quedarme en mi habitación hasta entonces. Podría fingir
mononucleosis y hacer que mi madre me trajera comida. Podría lanzar el
Ritalin y la hierba en el inodoro. Podría leer y dormir y engordar. Podría
volver a la escuela después de las vacaciones de navidad como una
persona diferente. Nadie me reconocería. Los niños de mi clase dirían
"¿Quién es esa?" Y me gustaría ser alguien nueva, alguien buena, a alguien
que sea bueno.
Pero el cambio no es tan fácil. No después de que las personas te conocen
por una cosa y quieren seguir conociéndote de esa manera. Aun cuando
me presenté a la escuela con trenzas y pantalones deportivos, aun así,
sería la novia de Ethan. Todavía sería la mejor amiga de Alex. Todavía sería
ese tipo de chica. La gente no sólo te permite cambiar de identidades, no
a menos que haya algo en ello para ellos.
Lo que se supone que debo hacer ahora es fumar marihuana y comer
pastillas para dormir y dormir esta noche sin sueños. Se supone que debo
despertar, tomar el resto del Ritalin, a continuación, entrar en pánico en
pocas horas cuando empiece a desaparecer. Llamaré a Justin, aunque ya
sé que se ha ido por las fiestas, porque nadie ha contestado el teléfono en
su casa en días. Llamaré a Alex porque ella puede conseguir cualquier
cosa y yo no conozco a la gente que conoce y tengo miedo de ir a la sala
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de juegos por mí misma. Vamos a quedar hechas un lío y ella será mi mejor
amiga y si me dedico lo suficiente podría permitir que Sarah pasara el rato
con nosotras, siempre y cuando no prestemos demasiada atención a los
demás. Sarah será tranquila, abierta y sus ojos no tendrán nada en ellos.
Iremos a fiestas llenas de gente que no conozco. Iremos a la casa de Ethan
y veremos a los chicos jugar videojuegos. Nos dirigiremos hacia el parque y
aspiraremos cocaína y Alex le hará pajas a Wes en el asiento delantero,
mientras que Ethan me folla en el asiento trasero, y voy a ir a clase y
olfatear a Justin todo el día sentado a mi lado, sentir su dedo nudoso en mi
interior, y voy a pensar en dejar que lo haga de nuevo si eso significa que
no tengo que pensar ni sentir nada.
Podría hacer todas estas cosas, o me puedo quedar quieta. Puedo
quedarme aquí en mi cama, sin moverme, sin pensar. Puedo detener el
mundo. No puedo cambiarlo, pero puedo hacer que se detenga.
Estoy acostada en la oscuridad en mi pequeña habitación húmeda y todo
lo que quiero es la luz de neón, fluorescente, tan brillante que ahoga todo
afuera, tan brillante que la oscuridad arde fuera en pequeñas partículas
más pequeñas que los átomos, empujados a los rincones de mi visión,
esperando a que la luz se rinda y muera, esperando el momento en que va
a volver y tomar el control de nuevo.
—Te extraño —dice Ethan, su voz aplastada por las líneas telefónicas—.
¿Cuándo puedo verte?
—Todavía no —le digo. Faltan seis días hasta que empiecen las clases—.
Todavía tengo fiebre. Todavía estoy vomitando todo el tiempo. —Toso para
que suene creíble.
—Me estoy muriendo —dice.
—Lo siento —le digo, pero no lo hago.
—Sabes, podrías convertirte —dice él.
—¿Qué?
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—Podrías llegar a ser judía. Podrías convertirte y podríamos casarnos y
mudarnos a Israel. Podríamos vivir en una yurta7 y criar cabras.
—Uh-huh —le digo. No le pregunto qué es una yurta.
De nuevo hay silencio. A veces, cuando estamos en el teléfono, no
hablamos durante varios minutos. El único sonido es de nosotros fumando
cigarrillos y soplando el humo, ocasionalmente tosiendo para recordar al
otro que todavía estamos ahí. Suelo pintarme las uñas de los pies o hacer
la tarea en momentos como éste. Todo lo que puedo hacer ahora es mirar
a la pared.
—Te extraño —dice finalmente.
—Yo también te echo de menos —le digo, pero la idea de que me toque
pone mi piel de gallina. La idea de que alguien me toque me da ganas de
vomitar.
—Espero que te sientas mejor —dice.
—Gracias.
—Toma vitamina C —dice.
—Está bien.
Él empieza a decir: "Te amo", pero cuelgo antes de que termine.
Los días se están arrastrando más cerca al lunes. Pensé que la cama los
desaceleraría. Pensé que la oscuridad y el silencio y mirar al techo haría
que se detengan. Pero los límites no son estáticos. Cambian con el sol. Las
sombras giran alrededor de los bultos estuco mientras la luz se mueve al
este. Las pequeñas montañas de pintura son un páramo con las
estaciones. Las colinas de la textura del expediente barato, un teléfono
suena en cuenta regresiva. El teléfono siempre está sonando. Mi brazo se
extiende hacia la mesita de noche por costumbre. Mi dedo presiona el
botón. Mi voz croa. —¿Hola?
7 Yurtas: Carpas usadas por tribus nómadas.
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—¿Estás bien? —Dice Sarah.
—Sí —le digo. Faltan cinco días hasta que empiecen las clases. —¿Cómo
estás?
Puedo oler lasaña cocinándose y me gruñe el estómago. He comido más
en el último par de días de lo que he comido en todo el mes. Las personas
con gripe no se suponen que quieran comer, pero no me importa. Mamá
dice que lo hago todo al revés.
Sarah no dice nada. Me pregunto si ella está desconectada del mundo.
Me pregunto si se acuerda de que está sosteniendo un teléfono en su oído.
En cualquier momento, voy a escucharlo caer al suelo.
—Me ha estado escribiendo cartas —dice rápidamente, su voz una
explosión de sonido distorsionado tan fuerte que tengo que apartar el
teléfono de mi oído.
—¿Cómo qué? —le digo. Es sólo ahora que me doy cuenta de que mi
cama está empezando a sentirse pegajosa. Muevo mis dedos de los pies y
siento algo que debe ser un conejito de polvo empapado en sudor.
—Él dice que sabe dónde estoy. Dice que va a venir a buscarme.
Levanto la mano a mi cara y froto mis ojos. Siento las protuberancias de
grasa en mi frente sin lavar.
—No te va a encontrar, Sarah —le digo, con demasiada exasperación en
mi voz—. Hay una orden de restricción, ¿verdad? —Realmente no sé lo que
es eso, pero el abogado que sale en la televisión siempre habla de ello
como si fuera una gran cosa.
—Pero él sabe dónde está la casa de Lenora. —Su voz es fuerte, rápida y
asustada. Nunca la he oído hablar de esta manera. Incluso esa noche,
cuando me dijo lo que le hizo, ella no sonaba así.
—Sarah —le digo. Estoy oliendo lasaña. Estoy con ganas de fumar hierba,
comer lasaña y beber refresco de naranja. Me retuerzo dando vueltas en
mis sábanas pegajosas y siento como una soga alrededor de mi cuerpo.
Ninguna de los dos habla. Oigo a mamá golpeando platos y no sé si
tendré tiempo para fumar marihuana antes de la cena.
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—¿Hola? —Le digo.
—Lo siento —dice ella.
—No lo sientas.
—Voy a ir a buscar algo de comer —dice ella. Luego un click. A
continuación, el tono de marcación en mi oído.
Cuelgo el teléfono. Trato de no sentir la nueva opresión en mi pecho. Fumo
algo de hierba para conseguir el silencio de nuevo, para hacer que ella se
vaya.
—¿Dónde has estado? —dice Alex. Faltan tres días, hasta que empiecen
las clases. Tres días, hasta que el mundo vuelva y tenga que estar en él. Es
la víspera de Año Nuevo y todavía estoy en la cama con mi pijama.
—Tengo gripe —le digo. No le digo que he estado evitando sus llamadas,
que he estado yaciendo en la cama fumando marihuana desde navidad.
No le digo que no quiero volver a salir de la casa, que tengo la intención
de fingir que tengo gripe por el resto de mi vida si eso significa no tener que
salir de mi pijama o maquillarme o hablar con nadie nunca más.
—Un maldito tiempo —dice, y cuelga el teléfono. No "Feliz Año Nuevo." No
"Que te mejores pronto."
Me levanto de la cama y siento que mi cuerpo duele en los lugares que no
se han movido durante horas. Abro mi armario y desempaco la mochila
designada para Portland. Pongo todo en su cajón organizado. Pongo el
dinero en mi cajón de los calcetines. No sé lo que voy a hacer con él. Tal
vez voy a gastarlo en algo.
Tal vez voy a ponerlo de nuevo en la cartera de mi madre, poco a poco,
de la misma manera en que lo tomé.
Vuelvo a la cama, al capullo de almohadas, mantas, sudor y polvo. Me
doblo a mí misma en él. Me quedaré aquí para siempre. Me quedaré en mi
cama, en mi habitación encerrada con llave donde nadie quiere nada de
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mí. Dejaré que mi sudor se haga pegamento y el aire haga un vacío. No
habrá arriba o abajo o atrás o adelante.
No habrá aquí, ni allí, ni isla, ni Portland. No habrá nada más que yo,
inmóvil. No habrá ninguna dirección, excepto hacia el interior. Iré más y
más hacia el interior hasta que no haya lugar a donde ir.
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Capítulo 18
Traducido por Sweet Nemesis
Corregido por Nanis
Me despierto con un zumbido resonando en mi cráneo, un largo, pequeño
ruido metálico saliendo por la pared y entrando por mi oído. Oigo los pasos
de mi mamá en el pasillo, el destrabe de la puerta frontal y un acallado
“Hola”. Nunca había oído el timbre de este apartamento. El desgraciado
enfermo del arquitecto lo cableó en el interior de la pared de mi cuarto, el
altavoz colocado justo donde la cabeza de alguien estaría si estuvieran
horizontales como yo estoy.
Oigo la voz de mi mamá. Escucho la de Sarah. No la dejes entrar, pienso.
Intento enviarle telepáticamente un mensaje a mi mamá, pero no
escucha.
Escucho los cuidadosos pasos de Sarah en la alfombra, el tímido golpe en
mi puerta. Considero no responder. Tal vez piense que estoy dormida y se
vaya. Tal vez crea que estoy muerta. La imagino parada ahí durante horas,
mirando la puerta sin saber qué hacer. Pero la imagen de su confusión me
hace sentir como una idiota.
—Adelante —digo finalmente.
La puerta se abre lentamente y está ahí de pie, una oscura figura
bloqueando la luz del pasillo.
—No te acerques mucho —digo—. Podrías contagiarte de lo que tengo.
Cierra la puerta, y se queda parada en las sombras. No puedo ver mucho,
pero puedo decir que su rostro está hinchado.
—¿Todo bien? —digo, intentando sonar alegre. Me he puesto en el modo
“haz sentir mejor a Sarah”.
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La oscura línea de su cuerpo se encoge de hombros. —Sarah, no puedo
verte.
Camina hacia la cama como si fuera un sobresaltado gato olfateando la
mano de una nueva persona, como si estuviera esperando el momento
justo para salir corriendo y ocultarse. Se sienta al borde de la cama, su
cuerpo rígido y tenso como si estuviera esperando que algo la ataque. No
digo nada y sólo la miro a su demacrado rostro, preguntándome cómo
alguien tan joven puede verse tan vieja.
—Tengo que decirte algo —dice, apenas audible.
—¿Qué?
—Hice algo malo.
—¿A quién mataste? —digo, pero no ríe ni sonríe. Aprieta los ojos como si
mi voz la lastimara—. Sarah, ¿qué hiciste?
Estoy perdiendo la paciencia. Estoy cansada de que todo sea complicado
con ella. ¿Por qué no puede ser normal?
—Le dije a Alex sobre el Ritalin —dice finalmente.
—¿Qué de eso?
—Que lo estabas ocultando —dice—. Que lo estabas escondiendo de ella.
Debería sentir algo, pero no lo hago. Sólo está esa insensibilidad que he
desarrollado, cultivado y convertido en un arte. Comienza con un golpe
seco, un suave bombeo en mi pecho que se expande por mi cuerpo, y se
fija a mi cerebro como una esponja negra. Es esa insensibilidad lo que me
permite preguntar.
—¿Debería asustarme? —Pero es solo un pensamiento, no miedo real. Es la
desvanecida sombra del miedo. Porosa, disuelta, sin vida—. ¿Por qué
hiciste eso? —digo. Ni enojada ni nada.
—Me hizo hacerlo. —Sarah me mira, sus ojos suplicantes, patéticos—. Dijo
que sabía que algo estaba sucediendo, que tenías un secreto que no le
decías, pero que sí me habías dicho a mí.
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—Pero no sabía realmente qué —digo—. Podrías haber inventado algo. Le
podrías haber dicho que se jodiera.
La insensibilidad debería estar disolviéndose ahora. Pequeñas chispas de
enojo y miedo deberían estar abriéndose camino a través de la oscura
nube y esfumándola. Pero lo que más siento es el pequeño
entumecimiento de algo inespecífico. Pienso que hay peores secretos que
ese.
—¿Por qué se lo dijiste? —digo. Me siento. En algún lugar en mi interior, sé
que este es un movimiento importante. Mi cuerpo me hace prestar
atención, cuando todo lo que quiero hacer es volver a dormir. Eso es lo
más elevado que he estado en horas, y estoy exhausta.
Sarah mira hacia otro lado, y lentamente se levanta un lado de su
camiseta. Al principio no sé qué es lo que está haciendo, pero de pronto
presto atención. La visión de su suave piel me hace sentir más despierta de
lo que he estado en días.
Al principio veo una sombra, una sombra negro-azulada en sus costillas y su
estómago. Pero la sombra se vuelve líquida, un lago de sangre bajo la
superficie, dolor convertido en pigmento. Entonces es amoratada y sólida
carne sobre huesos de porcelana.
—Jesús Sarah —digo. No se mueve—. ¿Alex hizo eso? —digo.
Sigue sin moverse, y por alguna razón necesito tocarla. Me inclino hacia
adelante y coloco mi mano en sus costillas. Se encoge, y luego lentamente
se relaja mientras dejo que mi mano se curve alrededor de su cuerpo. Mis
dedos descansan en los cálidos valles entre sus costillas. Siento el distante
latido de su corazón. Puedo oler el champú en su aún húmedo cabello.
—Me dijo que no nos dejaría pasar el rato nunca más si no le decía —
susurra Sarah.
—Ella no puede hacer eso —digo, pero ambas sabemos que eso no es
cierto. Ambas sabemos que Alex puede hacer lo que quiera.
—¿Estás enojada conmigo? —dice.
—No.
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—No soy buena mintiendo —dice, sus ojos humedeciéndose.
—Ven aquí —digo—. Acuéstate.
Sarah se limpia los ojos con su puño como su fuera una niña pequeña.
Vuelve su espalda hacia a mí, y baja su cuerpo lentamente, como si cada
movimiento le doliera. Pongo mis brazos a su alrededor, y me acerco más.
Absorbo su calor a través de todas las partes donde nos tocamos. Ella
atraviesa mi ropa y penetra mis poros, mi piel, mis músculos y mis huesos.
Saca toda la insensibilidad fuera hasta que todo lo que puedo sentir es el
calor de Sarah.
—Desearía que pudiéramos quedarnos aquí por siempre —dice, y asiento
en la parte de atrás de su cuello—. Mi padre nunca podría encontrarme
aquí.
—Nunca te va a encontrar —digo por millonésima vez, pero ahora mismo
se siente como si pudiera ser verdad.
Ahora mismo, nada puede lastimarnos.
Sarah se vuelve y me enfrenta.
—¿Lo prometes? —dice.
—Sí —digo, y de pronto siento algo. Repentinamente la estoy tirando hacia
mí, y estoy respirando en su aliento, y estoy cerrando mis ojos, y mi nariz
siente la suya, y mis labios sienten los de ella.
Es tan suave y cálida como ni Ethan ni James jamás podrían ser. Y todo se
siente perfecto durante un minuto.
Ella no está ni golpeada ni atemorizada, y yo no estoy enferma y cansada
y temerosa de regresar a la escuela.
No hay escuela, ni historia. Alex es sólo un fantasma, una pesadilla. Me
quedaría aquí por siempre, nuestros brazos rodeándonos tan fuerte que
nos volvemos una sola persona, nuestros brazos sosteniéndose porque tan
pronto como nos soltemos las pesadillas volverán.
—Tal vez puedas quedarte aquí —susurro en su boca—. Por un tiempo.
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—¿De veras? —dice, sus ojos muy abiertos.
—Sí, ¿por qué no?
Me abraza tan fuerte que casi duele. Su fuerza me sorprende.
—Gracias, gracias, gracias —dice.
—¿Está Alex ahora en casa?
—No.
—Ve y empaca tus cosas, y yo hablaré con mi mamá. Te llamaré cuando
puedas venir.
Siento mi corazón acelerándose. Siento la insensibilidad terminar de arder.
—¿Qué le vas a decir? —Sus ojos son amplios, como si supiera que la
pesadilla está cerca, empujando contra las paredes intentando derribarla.
—No lo sé. —Imagino a Sarah de regreso en la casa de Alex, empacando
sus cosas, aterrorizada de ser atrapada. La imagino saliendo por la puerta
de esa loca casa y nunca regresar. La imagino comiendo la cena con
nosotras, mi papá haciendo bromas, mi mamá riendo. La imagino en mi
cama cada noche como ahora.
—Le diré que Lenora no te está dando de comer —digo. Hablo rápido. Mi
boca no puede seguirle el ritmo a mi cerebro y a mi corazón.
—Ni siquiera tendrías que mentir —dice Sarah, y se ríe ya no viéndose tan
vieja.
Se ve cómo debería verse, como una niña, no aterrada y golpeada.
—Sí —digo—. De acuerdo.
Agarro los costados de su rostro y la beso. Por primera vez veo algo brillar
en sus ojos, como alguna especie de fuego en su interior.
—Vamos —digo, y ella salta de la cama y da un tonto giro mientras corre
hacia la puerta—. ¡Todo va a estar bien! —grito tras ella, y de alguna
manera creo que puede ser verdad.
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Le explico a mi madre que Sarah está siendo descuidada. Le digo todas las
palabras que las señoras de los programas de televisión dicen, y mi mamá
frunce el ceño, como cualquier miembro de la audiencia que sabe que la
cámara podría captarla en cualquier momento.
—Por supuesto que puede quedarse aquí por un tiempo —dice mamá,
justo como supe que diría—. Esa pobre chica.
—Ella es realmente educada y todo —digo—. Definitivamente no será una
molestia.
—¿Deberíamos llamar a alguien? ¿Podríamos contactar a su padre? Estoy
segura que los militares tienen alguna manera de contactarse con las
personas por emergencias.
—No su padre —digo—. Él está en una misión secreta.
—Oh, cariño —dice mi mamá, retorciendo sus manos—. Tenemos que
decirle a alguien, ¿no? Tal vez debería hablar con su madre.
—Pero ella está loca, mamá —le digo—. Realmente loca. De ella es de
quien debemos salvarla.
—Oh, cariño —dice de nuevo.
—Lo resolveremos luego —digo.
—Tienes razón —dice, y puedo decir que la oxidada maquinaría en su
cabeza está comenzando a funcionar—. Lo que Sarah necesita en este
momento es un lugar seguro.
—Cierto.
Coloca sus manos alrededor de mis hombros y me mira a los ojos.
—Eres una buena persona Cassie.
Mi corazón se hunde y siento ganas de llorar, de abrazarla, de decirle todo.
Pero todo lo que digo es:
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—Gracias
Y corro hacia mi cuarto para llamar a Sarah aun cuando sé que no hay
manera de que haya llegado a casa aún.
Escucho el teléfono sonar y sonar. Lo hago porque tengo que hacer algo.
Escucho el teléfono sonar y al final oigo cómo si algo sucediera.
Pero alguien contesta. Todo lo que hay ahí es un “hola” y es Alex. Alex,
quien se supone que no estaría ahí. Alex quien no puede saber nada.
Pienso en colgar, pero mis pensamientos no llegan a mi mano lo
suficientemente rápido. Mi mano está paralizada, como piedra. No digo
nada. Sólo me quedo en medio de mi cuarto, sosteniendo el teléfono en
mi oreja.
—¿Hola? —dice—. Demonios, Cassie. ¿Eres tú?
—Hola —digo y suena como un graznido.
—Me sacaste de quicio —dice.
—Lo siento.
—No puedes tener secretos para mí.
—Lo siento.
—Estabas jodidamente robándome.
—Lo siento.
—Deja de malditamente disculparte.
No digo nada. El único sonido es su enojada respiración, chocando contra
el teléfono haciéndome encoger con cada exhalación. Miro la pared y es
plana y blanca. Miro a la ventana y las sombrías líneas de los árboles. Miro
la cama y a las desarregladas sábanas y el lugar donde acaba de estar
Sarah, donde hace tan solo un momento todo iba a estar bien.
Entonces de pronto, la respiración de Alex suena como nada, sólo
respiración, solo inocuo e inofensivo aire.
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Puedo olerlo a través del teléfono, nauseabundo y feo. Puedo ver sus finos
labios y el vello blanco sobre su boca. Veo su fina y torcida nariz, su pálida
y manchada piel, sus vacíos y adormilados ojos.
Veo su enorme y feo rostro y no quiero tener nada que ver con ella.
Estoy pensando ¿Cómo puede ser robar, cuando las drogas me las dio
Justin?, estoy pensando. No le debo nada a Alex. Estoy pensando, no me
arrepiento de nada.
Alex finalmente habla:
—Nos vamos mañana.
—¿A dónde? —digo, aunque ya lo sé.
—A Portland tonta. Ten preparada tu mierda. Nos vamos desde la escuela.
No te gastaste el dinero, ¿cierto?
—No. —Es mi dinero, el dinero de mamá. No de Alex.
—¿Estás lista?
Intento pensar en qué decir, la frase perfecta para no meterme en
problemas. Intento pensar en alguna manera mágica de hacer que todo
salga bien, pero nada se me ocurre. Mi mente está en blanco, sin pistas.
Todo lo que puedo decir es:
—No.
—¿Qué?
—No.
—“No”, ¿qué? ¿No de “no estoy lista”? Por Dios Cassie.
Siempre creí que la forma en que decía: “Por Dios Cassie” era como mi
papá la decía. Pero hay una diferencia: él lo dice como si lo hubiera
vencido, ella lo dice como si fuera a matarme.
—No de, “no voy a ir” —digo, y me sorprendo con lo fácil que sale. No
tengo que pensarlo. No tengo que planearlo y preocuparme con cómo va
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a sonar. Ahí está, colgando en algún lugar de la línea telefónica entre
nosotras, algo atascado en la electricidad y esperando.
—¿Qué? —dice. Puedo ver su rostro poniéndose rojo. Puedo ver su rostro
volviéndose el de un pitbull.
—Ya no quiero ir —digo—. Cambié de idea.
—No puedes cambiar de maldita idea —dice, su voz poniéndose más baja
y dura, áspera y gruñendo.
Hay silencio. Supongo que ahora debería acobardarme. Supongo que
debería pedir perdón.
—Sí, sí puedo —digo, y puedo oír como deja de respirar.
—Estás muerta —dice, y cuelga.
Hay un golpe sordo en mi pecho con el sonido del receptor estrellándose.
Hay un sonido en mis oídos como cuando te paras demasiado rápido,
como un zumbido resonando a la distancia. Todo sigue quieto y duro y
silencioso. Este es el sentimiento de que todo está cambiando. Este es el
sentimiento de que nada está vacío, el comienzo y el final de todo.
Necesito salir de mi cuarto. Necesito darme una ducha. Abro el agua
caliente y me froto los días de dormir, y de fumar cigarrillos y marihuana.
Me froto la historia y el silencio, y los secretos, y las drogas y el sexo. Me
froto a Alex, a Ethan y a James, y a Justin y al tío Charlie.
Estoy limpia y ya nada es lo mismo.
Me pongo ropa nueva. Me siento en el sofá y escucho a mamá decirle a
papá lo que está sucediendo. Lo veo asentir y callar.
—Sí —lo escucho decir—. Esa pobre chica.
Lo veo mirándome, su constante enojo ido y reemplazado por algo más
suave y triste y siento que lo amo.
Miro la televisión con mis padres, con el teléfono inalámbrico en mi regazo.
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Observo las perfectas familias comer la cena en una sinfonía de risas, sus
problemas más graves siendo las notas de los niños, y el síndrome
premenstrual de mamá.
En el comercial, mamá me dice que llame a Sarah, y lo hago aun cuando
sé que Alex será quien conteste todo el tiempo. Cuelgo rápido y le digo a
mamá que la línea está ocupada. No le digo a mamá sobre Alex gritando
que va a matarme.
Intento mirar la televisión, coloco mi rostro en uno de los felices hijos. Intento
ser la chica popular a la que todos aman, aquella cuyos problemas son las
malas notas. Pero me imagino a Sarah esperando junto a sus bolsos en su
atormentado cuarto, preguntándose por qué aún no he llamado.
Debe saber que Alex no me dejará hablar con ella. Debería saber que
podría ir a un teléfono público, que puede venir tan pronto como esté lista.
Debería saber que la estoy esperando.
Sigo revisando que el teléfono esté cargado, que el sonido esté activado,
y que no se quede sin cobertura. Pero Sarah no llama. Son las once y están
dando las noticias, pero no ha llamado.
—Ve a la cama —dice mamá—. Verás a Sarah en la escuela mañana.
Pero no puedo dormir. He estado durmiendo por una semana, y todo mi
sueño ya fue usado. Intento leer. Hago la tarea de la próxima semana.
Escucho bajito la radio. Pienso en Sarah en su cuarto, despierta como yo,
esperando por mañana. Me pregunto si aún está emocionada, si aún cree
en lo que le dije, de que todo estaría bien. ¿O si está la pesadilla filtrándose
de nuevo? ¿Está sentada en el cuarto embrujado y preguntándose si
nosotras las dos somos suficientes?
Veo el cuarto lentamente llenarse con la luz del día. Me visto y voy a la
escuela.
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Capítulo 19
Traducido por Nelly Vanessa
Corregido por Carito
Camino por la colina hasta el lago donde Ethan me recoge cada
mañana. Miro Seattle, aburrido y sin vida bajo el cielo bajo y gris, no verde
y brillante como siempre está en las revistas o en la televisión. No hay nada
más bello que las torres de hormigón y el metal de la ciudad, las cajas de
madera que flanquean las colinas, el estúpido Space Needle como un
juguete barato gigante.
Está tan ventoso que el lago tiene olas. El agua golpea contra las rocas y
salpica la acera donde estoy de pie. No me muevo, solo dejo que mis
pantalones vaqueros se oscurezcan con el agua, simplemente dejo que
corra por mis piernas y haga charcos en mis zapatos. Me gustaría que el
lago fuera de agua salada. Ojalá las rocas no fueran suaves y redondas.
Deseo que fuera el océano y no hubiera nada en el otro lado.
Ethan no aparece. Espero hasta que mis piernas están empapadas y mis
dientes están castañeando y el primer campanazo probablemente ya
sonó. Podría volver a casa y hacer que mamá me lleve. Podría saltar al
agua y nadar hasta las esclusas que conectan el lago con Puget Sound.
Podría surgir al otro lado, en el agua salada, y podría nadar de regreso a la
isla, de vuelta a la casa en medio del bosque, de vuelta a donde está
tranquilo y nadie quiere tener nada que ver conmigo.
Pero empiezo a caminar. La escuela está a casi cinco kilómetros, pero
empiezo a caminar, porque moverme me hace no tener que pensar. Me
puedo concentrar en el aguijón en mis pulmones mientras subo la colina,
en los músculos de mis piernas, en mis brazos moviéndose de ida y vuelta,
en el viento, en el dril de algodón mojado pegado a mis piernas, en el
entumecimiento en mis dedos. Siento la sangre moviéndose por mis
miembros, mi aliento que entra y sale, todas las diminutas células a toda
velocidad por los túneles de mi torrente sanguíneo. No tengo que pensar
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en por qué Ethan no me recogió. No tengo que pensar en Alex ni Sarah ni
a dónde voy.
Los pasillos están vacíos. Todo el mundo está en las aulas donde pretenden
aprender y yo estoy en el pasillo goteando el suelo. Empezó a llover hace
cuatro cuadras y corrí el resto del camino. Pero no pude escapar de la
lluvia. No puedes escapar de algo que se viene hacia abajo sobre ti en
lugar de por la espalda. Estoy jadeando, mis zapatos estás chapoteando, y
el espejo del baño me dice que parezco una persona sin hogar. Me
agacho debajo del secador de manos hasta que mi cabello está
enredado y muy rizado y mi ropa solo está húmeda y caliente en lugar de
fría y empapada. Pongo mi cabello en una cola de caballo y evalúo los
daños. Sería aceptable si fuera alguien que no fuera yo, si estuviera en otro
lugar en el que nadie supiera quién era. No me puse maquillaje esta
mañana. Estoy usando suéter y pantalones vaqueros. Estoy usando mi cara
desnuda que nadie ha visto desde la primera semana de clases.
Camino junto a la clase de Alex y me agacho bajo la ventana.
Camino por la clase de Sarah y ella no está en su asiento habitual en la
esquina trasera. Podría haber cambiado de asientos. Podría estar en algún
lugar que no puedo ver, en algún lugar al otro lado de la habitación.
Camino por la clase de Ethan y veo sus ojos, pero él mira hacia otro lado.
Me quedo allí y sigo mirando, pensando que debe estar jugando un juego,
porque por lo general empieza a lamerse los labios o hacer algo vulgar y,
después, el maestro le atrapa y me ahuyenta. Pero él está mirando el libro
sobre la mesa como si quisiera matarlo, quemar agujeros en él con sus ojos.
Algo está muy mal.
Cuando entro en la clase, todo el mundo se da la vuelta y me mira como
hacen cada vez que llego tarde.
—¿Una hora, Cassie? —dice Cobb—. No te deberías haber molestado. —
Alguien ríe y suena más nítido de lo habitual.
Asiento y murmuro:
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—Lo siento. —Por lo general, todo el mundo se da la vuelta a estas alturas.
Por lo general, vuelven a lo que estaban haciendo, tan pronto como el
señor Cobb termina de humillarme. Pero las chicas siguen viendo,
mirándome más duro de lo que alguna vez lo han hecho. Los chicos se ríen
en voz baja, capto los ojos de los demás, y veo las sonrisas torcidas.
Camino a mi escritorio y alguien tose:
—Mujerzuela.
Trato de actuar como que todo es normal. Saco mi libreta y lápiz y finjo
que estoy prestando atención a lo dice el Sr. Cobb. Pero lo único que
hago es tratar de no gritar. Todo lo que hago es apretar los dientes para
evitar que mis ojos se conviertan en agua, olas rompiendo contra las rocas,
para no levantarme de mi escritorio y tirarme por la ventana.
Me quedo en el salón de clases durante el descanso porque no estoy lista
para lo que hay ahí afuera. Puedo oír a todos los estudiantes normales
yendo a sus siguientes clases, a todos los estudiantes talentosos de pie en el
pasillo afuera de la puerta, esperando volver dentro. Ellos nunca se alejan
demasiado, nunca se aventuran al resto de la escuela, excepto cuando lo
tienen que hacer para el almuerzo o la clase de gimnasia.
Somos sólo yo y Justin. Barajo los papeles en mi escritorio, tratando de
parecer ocupada.
—Hola, Cassie —dice él.
—¿Qué?
—¿Qué tal las vacaciones?
—Bien. —No le digo que llamé a su casa veinte veces porque se me acabó
el Ritalin.
—Fui a la casa de mi padre en Wenatchee.
—Eso está bien —le digo. Ni siquiera tengo la energía para ser mala con él.
—¿Es verdad lo que todo el mundo está diciendo?
—¿Sobre qué?
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—Sobre ti.
Su rostro está preocupado, arrugado. Todo está muy tranquilo y de
repente me doy cuenta de que no estoy respirando, que no pude dormir
anoche y no hay drogas en mi cuerpo que me ayuden a fingir que estoy
despierta, sin drogas para ayudarme a fingir que no estoy aterrorizada.
Miro alrededor de la habitación para asegurarme de que no hay nadie
aquí. Sólo el señor Cobb y sus ensayos de clasificación en el escritorio. Me
inclino y susurro:
—¿Qué están diciendo? —Podría ser cualquier cosa. Podría ser algo
estúpido. Podría ser algo peor.
Él se inclina y puedo oler el hedor rancio en él. Sus labios tiemblan mientras
susurra:
—Todo el mundo dice que tuviste sexo con todo el equipo de fútbol de
Redmond High. —Hace una pausa—. Al mismo tiempo.
—¿Qué? —Dejo escapar, medio con risa, medio con un grito—. Eso es
jodidamente ridículo. —El Sr. Cobb levanta la vista de su escritorio y levanta
las cejas, así que callo—. ¿Quién dijo eso?
—No lo sé. Todo el mundo —dice Justin—. ¿Es verdad? —Luce como lo
hacía ese día al lado del contenedor de basura, todo feo y caliente y lleno
de esperanza.
—No, eso no es cierto —le digo. Él se ve decepcionado—. ¿La gente
realmente lo cree?
Se encoge de hombros.
—La gente creerá cualquier cosa.
No me muevo cuando la campana suena para el almuerzo. Trato de ser
invisible, pero el señor Cobb dice:
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—No te puedes quedar en el salón durante el almuerzo, Cassie. —Y ni
siquiera trata de ocultar la mirada de suficiencia en su rostro.
El tráfico en el pasillo me empuja hacia el comedor. Siento los ojos de
todos en mí, oigo sus susurros satisfechos. Quiero darme la vuelta, pero sigo
pensando en Sarah varada en medio de la cafetería. Pienso en que me
espera, más asustada que yo, y sigo caminando. Llegaré a ella y nos
iremos de este lugar. Saldremos y no volveremos nunca más.
Me quedo cerca de la pared y miro alrededor de la cafetería buscando a
Sarah. Ahí está Alex con su corte en la mesa fría donde fui una vez
coronada como Cassie la Hermosa de Séptimo Grado, como si eso
significara algo, como si el estúpido título me pudiera transformar. Ahí está
Wes con la mano en el trasero flaco de Alex. Está James besándose con su
puta, y está Ethan vertiendo whisky en su Coca-Cola, con cara de tristeza
en público y sin importarle quien lo ve. Ahí están los chicos superdotados y
los deportistas y los nerds. Todo el mundo en sus mesas designadas, en sus
pequeñas islas de identidad a las que se aferran como si sus vidas
dependieran de ello. En medio estaban todos los demás, cada uno
demasiado aburrido para que nadie pudiera molestarse en definirlos. Ellos
no tenían el don, no eran hermosos, no eran ricos, ni difíciles, ni repulsivos.
No eran nada controversial, ni amados, ni odiados, ni temidos. Quiero ver a
Sarah allí. Quiero verla sentada en una de las mesas, viéndose como todos
los demás, hablando de una estúpida película que acaba de ver. Quiero
verme a mí misma sentada junto a ella, planeando una fiesta de pijamas o
un viaje al centro comercial.
Pero Sarah no está allí. No está en la mesa fría que la toleraba porque era
mi amiga. No está en la línea comprando comida con el dinero que no
tiene. No está en ningún lugar.
Alguien grita mi nombre desde el otro lado de la cafetería. La sala se
queda en silencio y todo el mundo vuelve su cabeza para mirarme. Todos
los extras están perfectamente sincronizados. El foco está brillando. Este es
mi nuevo papel en mi nueva película. Este es mi momento. Es cuando mi
cara se vuelve blanca y olvido mis líneas.
—¡Hola, Cassie! —grita una de las chicas putas que ha tomado mi antiguo
asiento junto a Alex—. ¿Por qué no te sientas con nosotros? ¿Hay algún
problema? ¿Quieres hablar de ello? —Todo el mundo se ríe, excepto
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Ethan, que finge que no me ve, que está bebiendo whisky de la botella
ahora, sin molestarse siquiera en disfrazarlo con su Coca-Cola. Alex me
está mirando con esa sonrisa loca en su cara, y sus ojos no se ven
humanos. Son los ojos de alguien que puede despellejar a un gato con su
hermano, alguien que podría golpear a su hermana, alguien que podría
destruir a su mejor amiga por no haber hecho nada más que decidir algo
por ella misma.
Me doy la vuelta y busco la puerta que sale a la calle, la puerta que me
llevará detrás del gimnasio, junto a los contenedores de basura, donde
encontraré a Justin y las píldoras que harán que todo esto desaparezca.
Oigo el comedor riendo. No tengo la fuerza para detener las lágrimas
saliendo de mis ojos. Corro al contenedor y nunca he estado tan feliz de
ver a Justin en mi vida. Él está sentado en el cemento frío, con las piernas
cruzadas, comiéndose un sándwich, mirando hacia el lúgubre campo.
Me paro frente a él con la ropa todavía húmeda, con mi cabello hecho un
desastre, con lágrimas corriendo por mi cara.
—Tuviste un mal día, ¿eh? —dice.
Asiento y un pequeño gemido sale de mi boca, sonando como el ruido
más patético que alguna vez he hecho.
—Es una pena —dice, y toma un bocado de su sándwich.
—Justin. —Me las arreglo para decir—. ¿Tienes alguna de esas pastillas?
Él deja de masticar y me considera por un momento. Una mirada cruza su
rostro como ninguna que haya visto en él, una mirada que no creo que
sea posible. Justin me compadece. Traga.
—Mi mamá empezó a monitorearme —dice—. Ella tiene las pastillas ahora.
Siento un peso muerto en el estómago, como si estuviera de pie en el
borde del mundo, mientras el resto son ruinas detrás de mí, como que
pronto lo único que quedara seré yo en un pequeño pedazo de tierra,
rodeado de espacio.
—Lo siento —dice.
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Todo lo que puedo hacer es asentir y empezar a caminar. Estoy flotando
lejos, al lado de la escuela y en la lluvia. Siento las gotas frías golpear mi
cuello, la caricia de la hierba mojada contra mis tobillos. Eso es todo lo que
siento. Tengo piel y nada más. Soy una cáscara sin nada en su interior.
Camino hacia el teléfono público frente a la escuela. Llamo a mi madre
para que me recoja.
—¿Hola? —dice. Puedo escuchar el tema musical de su videojuego
favorito en el fondo.
—Mamá, ¿puedes venir a buscarme?
—¿Qué pasa?
—Todavía estoy enferma.
—Claro, está bien —dice—. ¿Puedes esperar una hora? Estoy un poco
ocupada ahora mismo.
—No —le digo—. Ven por mí. —Mi voz se quiebra al final, quejumbrosa,
como una niña al borde de una rabieta.
—Está bien, está bien —dice ella, ni siquiera tratando de ocultar el hecho
de que prefiere jugar videojuegos que recoger a su hija, que podría morir.
Nuestro apartamento está a casi cinco kilómetros de la escuela. Ella estará
aquí en cualquier momento. Sólo tengo que esperar. Puedo hacer esto.
Puedo esperar.
Oigo el golpe de la puerta frontal contra el costado del edificio. Oigo las
voces duras de las chicas pandilleras. Las veo y sus abrigos a juego
hinchados y rojos. Intento esconderme detrás de un poste, pero no es lo
suficientemente grueso para cubrir todo de mí. Si me quedo lo
suficientemente quieta, no me verán. Si no hago un sonido, nunca sabrán
que estoy aquí.
Las veo desde donde estoy escondida. La grande con la cara cubierta de
granos saca unos cigarrillos y la pequeña de labio leporino se lo enciende.
La gorda se rasca la entrepierna.
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Me quedo quieta todo lo que puedo, esperando el momento en que el
auto de mi madre se acerque para poder correr a la acera y saltar dentro.
Miro la calle buscándola, pero no está allí. Miro hacia atrás a las niñas
pandilleras y todas están mirándome. Moví la cabeza demasiado rápido.
Me ven. Se acercan. Las tres están caminando hacia mí y no hay ningún
lugar al que pueda ir.
—Hola, perra —dice la grande. Están cada vez más cerca. Empiezo a
retroceder.
—Hola, princesa —dice la gorda—. Sólo queremos hablar contigo. —
Regreso al lado del edificio, al filo de la señal que dice Kirkland Junior High.
Froto mi cadera magullada. No hay ningún lugar al cuál ir.
—Oímos que estuviste hablando mierda —dice la pequeña. Niego con mi
cabeza.
—¿Por qué mientes? —dice la gorda.
—No lo hago —le digo, mi voz en alto y quejumbrosa.
—¿Por qué dijiste toda esa mierda?— Dice la grande.
—No lo hice —le digo, tratando de retroceder aún más, tratando de hacer
que la pared me absorba—. No dije nada.
—¿Me estás llamando mentirosa? —dice la grande. Su rostro está en mi
cara. Su aliento huele a cigarrillos y comida frita.
—No, por supuesto que no —tartamudeo. Ella no está convencida. Es dos
veces más grande que yo. Está tan cerca que nuestras narices casi se
tocan.
Veo el auto de mamá por el rabillo de mi ojo. Respiro.
—Mi mamá está aquí —le digo.
—Me importa una mierda —dice ella.
—Me tengo que ir —le digo. Doy un paso hacia un lado. Me parece una
manera de salir de la trampa entre su cuerpo y la pared. Empiezo a
caminar. Las oigo detrás de mí. Veo a mamá que nos mira, confundida,
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preguntándose quienes son mis nuevas amigas. Camino más rápido.
Todavía están detrás de mí. Toco la manija. La levanto. La jalo pero no
pasa nada. La puerta está cerrada. Las manos grandes de la chica están
en mis hombros. Su voz está en mis oídos.
—Date la vuelta, puta. —Mis ojos gritan, abre la puerta. Mamá torpemente
levanta el botón y no estoy respirando y mi corazón está en mi garganta.
Oigo el chasquido de la puerta y la abro. Aprieto mi mano pero no está en
la puerta. Es apartada. Hay una chica gigante detrás de mí al volverme.
Hay manos sobre mis hombros. Hay aliento caliente en mi cara, oliendo a
podrido. Hay manos alrededor de mi cuello. Mis pies no están en el suelo.
Siento mi espalda deslizarse hacia arriba por el lado del auto. Siento mi
peso colgando de dos pulgares gordos presionados en mi garganta, mis
ojos saliéndose de mi cabeza, mis pies patean el aire, mis pies patean el
auto. Oigo los golpes sordos en el metal resistente a las abolladuras. Oigo el
silencio en su interior.
Esto no está sucediendo. No estoy aquí. No estoy pensando en mi madre
mientras no puedo tomar aire. No estoy pensando en mi madre o en las
manos alrededor de mi garganta ni en el dolor que se extiende desde mi
mandíbula por mi columna vertebral, mis dientes rechinan, chocan juntos,
mi lengua está enjaulada y golpeando, golpeo mis pies contra el aire,
contra el metal resistente a abolladuras, mis manos agarran el metal liso
que no poseo, con mis manos agarro a la chica con las manos de tamaño
enorme, con sus muñecas del tamaño de mis tobillos. No estoy pensando
en mi madre en el coche detrás de mi espalda. No estoy pensando en los
aburridos, golpes profundos que debe oír, que está tratando de no
escuchar, a pesar de que está sólo al alcance de un brazo de distancia,
detrás de un cristal que no se rompe, sin importar lo duro que lo golpeé.
Estoy en el suelo. No puedo ver. Oigo a las chicas caminar. Respiro y siento
como ladrillos en el interior de mi pecho. Abro la puerta. No está cerrada.
Pongo mi mochila a mis pies. Miro hacia adelante. El auto se mueve.
Mamá enciende un cigarrillo con la punta del viejo. Sus manos tiemblan.
Está respirando con dificultad.
El humo apuñala mis pulmones. Ella mira al frente. Toso tan fuerte que me
dan ganas de vomitar. Ella enciende la radio. Fuerte.
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Capítulo 20
Traducido por Nelly Vanessa
Corregido por Elena Ashb
El silencio como olas, ondulando como nausea. Como golpes metódicos
en el estómago, empujones, ondulando como un terremoto. Silencio en la
manera como mamá agarra el volante cuando está conduciendo, la
forma como las voces de la radio se desenfocan con el zumbido de la
frecuencia, bocas invisibles en movimiento, nada sale. Respiraciones
superficiales liberadas y son perseguidas. Pulsos de mi garganta.
—Mamá —digo.
Sus manos están en el volante, sus labios cerrados fuertemente.
—Mamá —digo, más fuerte.
Sus ojos cerrándose. El auto va más rápido.
—¡Mamá! —grito. Las voces de la radio gritan. Mis manos agarran el
tablero de mando mientras el carro frena a solo centímetros antes de
chocar contra el camión en frente de nosotras. Las bocinas suenan desde
atrás. El auto se instala en su abrupta quietud.
—Tenemos que ir a la casa de Sarah —digo.
Mamá no se mueve.
—Tenemos que ir ahora.
Ella niega lentamente.
—Mamá, tenemos que llegar a ella.
Nada.
—Por favor —digo.
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Una simple lágrima cae por su mejilla. Miro su suave recorrido hacia abajo,
veo que se asienta, suspendida al final de su delicada barbilla.
—Gira aquí —digo.
Lo hace.
—Gira a la derecha aquí. —Entonces—, izquierda aquí. —Luego—.
Detente.
—Regresaré —digo. Ella asiente, todavía sin mirarme. La lágrima colgando
de su barbilla ha crecido.
Sus mejillas están llenas con largas rayas brillantes.
Salgo del auto. Cierro la puerta. Cuento mis pasos mientras camino a la
casa. Toco el timbre. Golpeo la puerta.
Espero y oigo pájaros cantando. Toco otra vez. Nada. Pongo mi mano en
el frio pomo. Le doy vuelta. La puerta se abre. Huelo el familiar hedor.
—Sarah —grito en la casa. Nada.
—¡Sarah! —grito otra vez. Cierro la puerta detrás de mí y repentinamente,
espeluznante quietud, como si ésta atestada habitación fuera ahora todo
lo que existe, como si cerrar la puerta destruyera todo lo que hace sonido,
todos los autos, todos los pájaros, todas las podadoras, y aviones y voces.
Solo somos la casa, la ausencia de Sarah y yo.
—Sarah. —―Mi voz es devorada por la manchada alfombra, las paredes
amarillas con humo, las telarañas en las esquinas, las pilas y pilas de basura
y cosas rotas.
Oigo respiraciones lentas y húmedas. Veo a Lenora en el sofá con los ojos
cerrados, con nada más que su ropa interior y una bata de baño abierta.
—Oye —digo. Gruñe y su cuerpo se estremece. Navego a través del
atestado piso. Sacudo su húmeda espalda. Huelo el veneno saliendo de
sus poros.
—¡Lenora! —grito en su cara, sus ojos se abren de golpe y se sienta con la
espalda recta.
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—¿Qué? ¿Qué? —dice, mirando frenéticamente alrededor de la
habitación, finalmente encontrándome en frente de ella.
—Jesús, niña —dice, y se recuesta, sus ojos pesados otra vez.
—¿Dónde está Sarah? —digo.
Ella está cabeceando. Sus ojos cerrándose. Agarro sus hombros y la
sacudo despertándola.
—¿Dónde está Sarah, Lenora?
Me mira pero sus ojos no están enfocados.
—Se fue —dice.
—¿A dónde se fue?
—Se la llevaron.
—¿Quiénes se la llevaron? ¿Los trabajadores sociales?
Niega débilmente. Sus ojos se cierran otra vez.
—¿Su papá? —digo—. ¿Su padre se la llevó? —Oh Dios, estoy pensando.
Por favor Dios, no.
Lenora niega.
—Él no tuvo oportunidad —masculla—. Ella es más inteligente. Sarah.
—¿Dónde está ella? —Estoy perdiendo mi paciencia. Quiero abofetear a
esta mujer. Quiero pegarle duro.
Lenora abre sus ojos y por un momento ella parece sobria. Me mira a los
ojos y dice con una cara completamente en blanco.
—Está muerta, chica. Se tomó todas las pastillas en la casa.
Hay un entumecimiento que es mayor que los otros, uno que es diferente
que flotar al techo, diferente que una pared de niebla o una cascara
vacía o un sordo estupor o espacio negro o pura voluntad. Este
entumecimiento que empieza con el dolor más agudo que alguna vez has
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sentido. Hay un cuchillo sin filo que te corta el corazón. Hay puños gigantes
que te aplastan en una masa sanguinolenta. Pero luego en tu izquierda
hay una cavidad, un vacio y doloroso espacio que no puede sentir más
que pérdida, una palabra, pérdida, abstracta e inespecífica.
Y esta es la película más grande hasta el momento. La filmación está
perfectamente integrada. La iluminación es siniestra. Los apoyos están
expertamente ubicados: las pilas de basura, las colillas de cigarrillos, las
botellas de licor, la nevera vacía.
Los únicos sonidos son las silbantes respiraciones de Lenora y el grifo que
está goteando en la cocina. Después la voz apagada: “Está muerta,
chica”. Una y otra vez hasta que tienes que creerlo, hasta que aparecen
los créditos y las luces se encienden y puedes dejar el teatro y retornar a tu
seguridad, a tu vida normal, al margen de cualquier cosa, donde puedes
deshacerte de los residuos de sentimientos muriendo que no tienen nada
que ver contigo.
Está muerta, chica.
Está muerta.
—Les dije que no la quería —dice Lenora, y su voz suena muy lejos,
revoloteando y monótona como las alas de una mariposa—. Así que se la
llevaron. ¿Qué piensas que van a hacer con ella?
Sus dedos rozan mi brazo. Mi piel se siente como que está al otro lado de la
habitación. Veo que me toca, pero es un segundo antes de que lo sienta.
—Oye tú —dice, golpeando mi mano débilmente—. Te hice una pregunta.
—No lo sé —digo. Estoy mirando a la ventana húmeda, a las manchas de
color contenidas en las diminutas gotas de agua—. No sé lo que hacen
con los cuerpos.
Cuerpos. Un cuerpo. No Sarah. Solo el cuerpo de otra chica que ya no es
útil.
—Los cuerpos —dice Lenora mientras camino lentamente a la puerta.
Puedo ver mis piernas moviéndose, pero no las siento.
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—Cassie —dice—. ¿Es ese tu nombre?
Sigo caminando.
—Cassie. Cassandra. Que feo nombre.
Las aves todavía están cantando mientras camino al auto. Mis piernas
están débiles, como si hubiera estado caminando por días. No son ellas las
que están cargándome. Se mueven por costumbre, porque no saben que
más hacer. Estoy flotando.
Las aves están en algún lugar cercano, pero no puedo verlas.
Abro la puerta del auto. Me meto. Me abrocho mi cinturón de seguridad.
Mamá me mira fijamente. Su rostro está inundado con miedo y amor.
Empiezo a gritar.
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Capítulo 21
Traducido por MaryLuna
Corregido por Nanis
El otro día, encontré uno de tus cabellos en mi manta. Podía decir que no
era un cabello que te quitaste, no es parte de un mechón que arrancaste
de tu cuero cabelludo. Era un solo cabello, uno que cayó de forma
natural, uno que nunca supiste que faltaba. Lo sostuve en mis dedos y me
pareció extraño que pudiera existir sin tu cuerpo, que fuera la última pieza
que alguna vez alguien iba a ver de ti.
Sarah, puse el cabello en mi boca. No sé por qué, pero lo empujé hacia
adentro hasta que se enroscó en mi lengua. Bebí agua estancada del
vaso al lado de mi cama y lo sentí deslizarse hasta la mitad de mi
garganta. Es una extraña sensación tener un cabello atascado en tu
garganta, medio cosquilleante, medio asfixiante, como si estuviera
tratando recorrer su camino de vuelta, como si estuviera intentando
alcanzar el cielo y el aire y la luz.
Bebí más agua hasta que no pude sentirlo más. Estaba en alguna parte
dentro de mí, pero ahora se ha ido. Desintegrado. Convertido en nada.
Me despierto en estos días sospechosa, preguntándome por qué dormía
tan bien. Entonces recuerdo las pastillas que mamá me dio para
calmarme. Luego recuerdo el viaje a casa en auto. Lenora. Alex. Los gritos.
Tú.
Y ahí es cuando me golpea, el puñetazo en el estómago, el excavado en
mis entrañas. Ahí es cuando me doy cuenta de que nada de esto es una
película. No voy a salir con una explosión. No hay un final. No hay créditos.
Voy a despertar y seguiré despertando y eso siempre se espera de mí.
O puede que no. Tal vez esta es la película donde Cassie se despierta con
el sonido de los walkie-talkies y golpes fuertes en su puerta. La voz de su
madre, filtrada a través de la niebla del sueño: "Cariño, por favor,
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despierta". Un montaje de recuerdos: pasillos llenos de gente y chicas
grandes, la sensación de asfixia, el sonido de los pájaros, el olor a humo de
tabaco húmedo y comida podrida.
Tú, pálida y sin vida. Tú, con tu estómago lleno de veneno. Tú, sentada en
tu colchón con una maleta junto a ti, esperando a alguien que nunca
llegó.
―Cassandra. ―La chica escucha su nombre. No es tan hermosa como era
en el principio de la película. Se levanta de la cama y abre la puerta. Hay
un hombre y una mujer en uniformes azules. Todo lo que puede ver son las
armas de fuego en sus cinturones. Todo lo que puede ver es al hombre
mirando sus pezones a través de su camisa del pijama delgada mientras él
dice:
―Sólo tenemos algunas preguntas para hacerle, querida. ―Él suena
amable incluso mientras la mira de arriba abajo.
Este es el tipo de película en la que los policías toman notas en sus
pequeños cuadernos. La madre les cuenta sobre las llamadas telefónicas
que la chica se perdió mientras dormía, amenazas de muerte de la ex
mejor amiga. Luego es el turno de la chica de explicar cómo todo llegó a
esto. Es entonces cuando todo sale. Esta es la expiación, la hora de la
verdad, cuando todos los secretos se convierten en no-secretos, cuando
los policías toman notas y los hacen oficiales. Esta es la película con la
madre llorando, con el padre que aparece a través de la puerta principal
en el momento justo, el padre que nunca dejó el trabajo temprano, justo
cuando el hombre policía está diciendo:
―Conocemos esa familia bien. Nos aseguraremos de que nunca te
molesten de nuevo.
Justo cuando la mujer policía está acariciando la rodilla de la muchacha,
arrullando:
―No es tu culpa. ―Entonces la chica llora, cayendo al suelo en señal de
gratitud a esta excelente oportunidad, a esta preocupación sincronizada,
a todos estos oídos atentos. El final.
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O tal vez la chica no siente nada. Tal vez está haciendo lo que debe hacer
para que el teléfono pare de sonar, haciendo lo que debe hacer para que
los policías desaparezcan, para volver su casa de nuevo a la normalidad,
para hacer todo silencioso como debe ser. Esta podría ser la película en la
que nada cambia, donde todo el mundo termina exactamente donde
empezaron.
Otro camión de mudanzas. Otra escuela nueva. Nuevas chicas y nuevos
chicos que todavía quieren las mismas cosas.
La hija en un sofá en una pequeña, estéril oficina, mirando al vello de la
pierna de un terapeuta a través de medias de nylon, mirando el reloj en la
pared. El sonido de tic, tic, tic. El camino de vuelta al auto, la cara
esperanzadora de la madre.
―¿De qué hablaron? ―pregunta la madre.
―Nada ―dice la chica.
Tic, tic, tic.
Un médico y un talonario de recetas llenas de garabatos. Una botella de
píldoras brillando con esperanza. La chica se pone uno en su boca,
tragando saliva. La píldora se asienta en su estómago. La chica espera
horas para que surtan efecto, "para llegar al límite", como dijo el médico,
para hacer que todo desaparezca.
Pero tú estás todavía allí.
Y entonces es de nuevo invierno. Los bordes del lago se han congelado,
toda la vida abajo oculta, suspendida. Y allí está la chica, Cassie, en la
orilla, simplemente respirando.
¿O qué si se trata de un tipo diferente de película? ¿Que si se trata de un
tipo de película que aún no se ha hecho todavía? ¿Qué si esta es mi
película, realmente mía? ¿Qué si soy la que tiene la cámara en la mano,
mis dedos sobre los botones? ¿Qué si es mi voz diciendo alto, sigan,
acción, corte? ¿Qué si soy quien da todas las instrucciones? Y soy el actor.
Y tú eres la actriz. Y este es nuestro juego, nuestro escenario sonoro, este
lugar que no existe aún, una isla flotante en medio del océano, agua
caliente rompiendo contra la orilla arenosa. Este es un lugar donde nunca
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es invierno, donde hay comida por todas partes, colgando de los árboles,
esperando por nosotros para comerla, perfectamente maduras. Nos
duchamos en las cataratas. Vemos a las aves hacer piruetas en el aire, las
aves más bellas que has visto alguna vez, con las alas tan largas como
nuestra altura, rojas, amarillas, naranjas, plumas como llamas. Las plumas
caen al suelo para que las pongamos en nuestro cabello, para que
podamos tejerlas para hacer nuestra ropa. Hay lagos tan claros que
podemos ver el fondo forrado con diamantes.
No hay sombras, no hay cuevas, sin lugares oscuros donde las cosas se
pueden esconder. Solo somos tú y yo y las aves con plumas de llama, sólo
arena suave y cálido sol y el musgo para que durmamos. Nos tumbaremos
en la playa y escribiremos canciones en la piel de la otra. Cantaremos a las
aves y cantaremos de nuevo. Cuando se ponga el sol, será un tipo
diferente de oscuridad. No oscuridad que asfixia, no como que todo se ha
ido. No una oscuridad que puede ser utilizada en nuestra contra.
Simplemente va a ser oscuro como para dormir, oscuro como los ojos
pesados.
Encenderemos un fuego con plumas. Veremos la danza de la luz en la
cara de la otra. Nos mantendrá calientes, pero no nos va a quemar.
Porque es fuego que es nuestro, el fuego que hicimos. ¿Puedes sentirlo?
Extiende tus manos y agítalas un poco. Mira, puedes agitar el humo en
cualquier dirección, en cualquier forma. Estas son nuestras señales de
humo, nubes de blanco en el aire de la noche que sólo nosotros podemos
leer. Crearemos un fuego más grande que cualquier incendio que alguna
vez existió.
El humo será lo suficientemente fuerte como para cruzar el océano. Tal vez
uno de los anillos de humo, una de nuestras letras del código Morse, viajará
a algún lugar al que no hemos estado todavía. Llegará a la tierra y alguien
lo verá y se preguntará qué significa.
Pero por ahora, no hay ninguna isla. Te has ido y esto no es una película.
Por ahora, sólo hay una escuela nueva en una nueva ciudad, nuevos
maestros y nuevos alumnos que nunca sabrán quién era antes. Estoy con
una cara sin maquillaje y el cabello recogido en una coleta, tratando de
no ser vista. Hay una beca con mi nombre en ella y un aula con pupitres
caros dispuestos en un círculo. Hay estudiantes que hablan sin levantar las
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manos. Un maestro que escucha. Asiente con la cabeza y con las manos
en la barbilla, pensativo. Hay extraños mirando a la chica nueva. Están
mirándome y queriendo que hable.
Estoy sentada en mi escritorio, escuchando a todo el mundo hablar sobre
Dostoyevsky. Estoy tratando de no mirar hacia arriba, tratando de no
mostrar lo mucho que quiero estar en esta conversación, tratando de no
mostrar lo mucho que quiero decir. Estoy sosteniendo mi lápiz demasiado
apretado. Lo bajo por lo que no lo romperé. Miro fijamente mi cuaderno en
blanco, tratando de hacer que las líneas azules se muevan.
Y entonces hay algo delante de mí, un objeto extraño cubierto de líneas y
garabatos que no son míos. Miro hacia arriba y la chica junto a mí sonríe,
sus pecas tan perfectas que podría ser Annie. Entrecierro los ojos y miro
más de cerca. Recorro la piel blanca, los rizos rojos, los ojos azules de
crueldad. Pero todo lo que está haciendo es sonreír. Todo lo que hizo fue
poner su cuaderno sobre mi mesa, puesto en una página con una imagen
que no reconozco.
Se trata de un dibujo, un cómic dibujado a lápiz. Es una habitación llena
de patos dispuestos en un círculo, sus caricaturas con los picos abiertos, el
diálogo en burbujas deletreando ¡Quack! En la parte inferior de la página,
en un borde del círculo, se sientan dos gansos, uno con una coleta, el otro
con el cabello rizado y pecas. El ganso pecoso dice: "Hola, soy Chelsea."
Recojo mi lápiz y escribo palabras para el otro.
Cassandra. Mucho gusto.
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Acerca de la Autora
Amy Reed nació y se crió en los alrededores de Seattle, donde asistió a un
total de ocho escuelas para el momento en que tenía dieciocho años. El
movimiento constante le enseñó a ser inquieta y ser hija única hizo a su
imaginación hacer cosas divertidas. Tras una breve estancia en el Reed
College (sin parentesco), se mudó a San Francisco y pasó los siguientes
años sirviendo café y metiéndose en problemas. Con el tiempo se graduó
de la escuela de cine, rápidamente decidió que no quería tener nada que
ver con el cine, y volvió a su amor original y poco práctico por la escritura,
y obtuvo su título en Bellas Artes del New College de California. Su obra
corta ha sido publicada en revistas como Kitchen Sink, Contrary, y Fiction.
Actualmente Amy vive en Oakland con su esposo y dos gatos, y ha
aceptado que California del Norte ha sustituido al Noroeste Pacífico como
su hogar. Ya no está inquieta. Más información en amyreedfiction.com.
BEAUTIFUL es su primera novela.
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