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1 CUADERNILLO DE TEMAS GRIEGOS Y LATINOS Constantino el Grande REDACCIÓN Diego Ribeira María Mercedes Schaefer Raúl Lavalle Editor responsable: Raúl Lavalle Dirección de correspondencia: Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina tel. 4811-6998 [email protected] Publicación auspiciada por la Asociación Cultural Helénica Nostos nº 10 2015 Nota: La Redacción no necesariamente comparte las opiniones vertidas en esta publicación.

Cuadernillo clásico 10

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Cuadernillo clásico 10

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Page 1: Cuadernillo clásico 10

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CUADERNILLO DE TEMAS GRIEGOS Y LATINOS

Constantino el Grande

REDACCIÓN

Diego Ribeira

María Mercedes Schaefer Raúl Lavalle

Editor responsable: Raúl Lavalle

Dirección de correspondencia:

Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina

tel. 4811-6998

[email protected]

Publicación auspiciada por la Asociación Cultural Helénica Nostos

nº 10 – 2015

Nota: La Redacción no necesariamente comparte las opiniones vertidas en esta

publicación.

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ÍNDICE

Raúl Lavalle. La noche, tópico en el poeta neolatino

Lorenzo Viscido p. 3

Mariela Tellado. La venganza a través de Electra p. 10

Enrique Berbeglia. La más perversa de cuantas inmoralidades p. 16

“Los dos amigos”, Gesta Romanorum, nº 172

(trad. española: Raúl Lavalle) p. 18

Minucias griegas y latinas p. 25

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LA NOCHE, TÓPICO EN EL POETA NEOLATINO

LORENZO VISCIDO

RAÚL LAVALLE

Conocí a Lorenzo Viscido a través de Vates; The Journal of New

Latin Poetry, creada y editada por el profesor inglés Mark Walker.1 Allí

vi unos dísticos de este poeta neolatino,2 nacido en Italia en 1952; poeta,

dije, y gran estudioso, en especial de la obra de Casiodoro. En la lengua

eterna escribió Carmi latini.3 Me ocuparé ahora de unos pocos poemas

de dicho libro; concretamente, de aquellos en los que veo la presencia de

la noche. Comenzaremos por “Viator nocturnus” (p. 21), compuesto en

estrofa alcaica.

Siste, o viator nocte deambulans

verna per oras aligero pede.

Flabri susurrum lenis audi

somnia qui generosa gignit.

Blandi liquores conspice Nerei 5

mire nitentes sub Triviae face.

Gaude poli fulgore; forsan

crastina erit sine nocte vita.

Detente, caminante que andas por las tierras

en noche primaveral, con muy rápido pie.

Escucha el susurro del suave soplo

que despierta en ti bellos sueños.

Contempla las aguas del suave Nereo,

que brillan maravillosas a la luz de Trivia.

Alégrate con el resplandor del cielo;

quizá mañana tu vida no tendrá noche.

1 Agradezco muy especialmente al profesor Walker haberme permitido conocer, por

medio del correo electrónico, a este y a otros poetas latinos actuales. 2 “Monita”, Vates, nº 9, pp. 5-7

(http://pineapplepubs.snazzystuff.co.uk/Vates%20Issue%209.pdf). 3 Con introducción de Giacinto Namia; selección y versión italiana de Leonardo

Calabretta. Istante, 2013.

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No es raro, en la epigramática antigua, que el poeta se dirija al

caminante1 y lo invite a leer la inscripción del epitafio. Aquí Laurentius

2

habla a un peripatético que muy bien podría ser yo mismo; es decir, su

lector. El convite no son los versos de una tumba, sino la música de la

naturaleza nocturna, cuyas brisas cantarinas nos obsequian somnus y

somnium. El mar y el cielo de la Calabria (Laurentius nació en Squillace)

son tan bellos que provocan una suerte de éxtasis. Pero un espíritu

horaciano sabe que nada es demasiado duradero. Por ello el consejo del

gaude, porque no puedo ser crastinae nocti credulus. Pero ahora

oigamos los armónicos dísticos elegíacos de “Melos nocturnum” (p. 24).

Harmoniam mitem dum caelica limina spargunt,

stellarum promptam carmine mellifluo,

cuncta illic arcana sonant et candida cuncta,

nulla ut vox possit verba referre poli.

Nunc solum, ante Eos noctem quam vincat amoenam 5

et lyricas caeli destruat illecebras,

dulce mihi est oculos operire et fingere mundum,

ordo ubi summa quies vitaque pulchra patet.

Nunc solum pondus curarum exstinguitur ingens

atque levem ducit me super astra melos. 10

1 Por ejemplo en la Antología Palatina: a un hodítes (9, 679); a un xénos (9, 680); a un

parerjómenos (9, 439). Para mayor comodidad, empleo transliteraciones en los griegos. 2 Ya se sabe que el autor no es necesariamente el yo lírico. Cuando yo diga aquí

“Laurentius” o “Lorenzo” o “el poeta”, tampoco haré tal identificación.

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5

Mientras los umbrales celestes esparcen armonía

suave, que nos da el melifluo canto de las estrellas,

suenan allí todos los arcanos y toda la blancura:

¡ninguna voz podría expresar las palabras del cielo!

Solo ahora, antes que la Aurora venza a la dulce

noche y destruya los líricos encantos del cielo;

solo ahora es dulce para mí abrir los ojos e imaginar

un mundo, donde se halle vida bella y reposo perfecto.

Solo ahora se extingue el peso enorme de los cuidados

y el canto me conduce ligero más allá de los astros.

Primero deseo aclarar algo sobre el v. 3. En efecto, el traductor

italiano dice: “lì ogni cosa risuona arcana ed ogni cosa candida.”

Seguramente es lo mejor, lo que responde mejor al sentir del poeta. No

obstante, preferí hacer uso de libre interpretación y darle mi sentido a

dicho verso. El lector podrá tomar uno o ambos –quizás algún otro. La

arbitraria elección mía me pareció que me llevaba más fácil a esa música

de las esferas. Sí, a esa harmonia mundi, silenciosa e inmensa, que

poetas y filósofos laudaron; ante la cual solo cabe muda contemplación.

Fray Luis de León, nuestro gran poeta y teólogo, escuchaba la música de

Don Francisco Salinas, catedrático de música en Salamanca, y escribía

en su Oda III.

Ve cómo el gran maestro,

aquesta inmensa cítara aplicado,

con movimiento diestro

produce el son sagrado,

con que este eterno templo es sustentado.

Y como está compuesta

de números concordes, luego envía

consonante respuesta;

y entrambas a porfía

se mezcla una dulcísima armonía.

Aquí la alma navega

por un mar de dulzura, y finalmente

en él ansí se anega

que ningún accidente

estraño y peregrino oye o siente.

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Si bien a menudo esperamos ansiosos el día, porque nos trae

luces y colores y da contornos más precisos a las formas, el poeta, sin

negar necesariamente todo ello, se siente mejor en la summa quies que le

da la noche. Además ella le permite ejercitar mejor la imaginación

(fingere); lo aligera (levem ducit) y lo libera más del peso de su

existencia. El día puede ser grato, sí; pero también es cierto que quiebra

la música de los astros. Nox es un tiempo bueno para la meditación y el

estudio. No en vano Plinio el Viejo, en el prefacio de su Historia

natural, dice al emperador Vespasiano que sus escritos fueron

temporibus nocturnis. Seguramente porque de día tenía otros

menesteres; pero también porque la noche es buen momento: vita vigilia

est,1 añade. No en vano los griegos llamaban a la noche euphróne, ‘la

bienhechora.’

Tornaremos nuestra atención ahora a “Vesper Senerclensis” (p.

32); vale decir, ‘Atardecer en Senerchia.’ Dicho nombre propio designa

a un municipio del sur de Italia, no muy lejos de Squillace, donde nació

Lorenzo. Nuevamente se hace presente Horacio, porque está escrito en

estrofas sáficas.

1 Ambas citas latinas son del mencionado Prefacio, 18.

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Me dispenso en este caso de traducir, porque creo que la

tradición pastoril nos acerca mucho a su contenido. Quizás todavía hay

pastores, como había en los tiempos virgilianos, del final de la primera

Bucólica, cuando Títiro decía: ‘Ya a lo lejos humean los techos más

altos de las villas / y sombras mayores caen de los altos montes.’1 El

pastor de esta égloga de Laurentius está ansioso por llevar al redil sus

cabritas. Arrastra sin duda la fatiga del día, pero el humo homérico de

rústicas casas lo convida al descanso hogareño. La felicidad que aquí se

sugiere es muy profunda, porque –enseñaba el gran poeta rumano Lucian

Blaga– ‘Yo creo que la eternidad nació en la aldea.’2 A esto se suma la

noche, cuya sede celestial recibe todas nuestras plegarias.

En este año cervantino, podemos recordar

al Cervantes pastoril

1 Virgilio, Bucólicas 1, 82-83.

2 Es el segundo verso de ‘El alma de la aldea”, que tomo de: Mihai Eminescu – Lucian

Blaga. Dois poetas do espaço miorítico (texto rumano y trad. portuguesa de Luciano

Maia). Fortaleza, UFC, 1998, pp. 88-89. Me ayudo con el portugués y con mi muy

pobre rumano para traducir el original: “Eu cred că veşnicia s’a născut la sat.”

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A menudo olvidamos las bendiciones de la noche. Dicen que en

algunos lugares de Alaska, donde hay luz solar continua en el verano, se

ven obligados a oscurecer algunas habitaciones, en “horario nocturno.”

Tal vez el peso más fuerte de nuestro poema lo lleve la palabra dulcedo

(v. 13). Tal dulzura entonces la aportan el pequeño pueblo (vicus, v. 15)

y la noche. Ellos dos son ajenos al estrépito y venenos de la ciudad. Si

alguien gusta de paralelismos: sol, urbs, venena / nox, vicus, alma pax.

Pero sigamos con otros sáficos, los de “Candidi amoris lumen” (p. 36).

Candido lumen renitens amore

quod meam posset recreare vitam

fervido optabam reperire corde,

o veneranda,

cum locum aspexi illecebrante forma 5

teque surgentem ex gremio profundo

luminis, Phoebi veluti decori

lampada, vidi.

Aetheri linquo modo siderum ignes,

at mihi semper maneas corusca 10

ne tegant umquam tenebrae nocentes

pectora nostra.

Con ardiente corazón deseaba encontrar,

venerado amor, una luz resplandeciente

de amor puro; luz que pudiera devolverme

mi propia vida.

Vi entonces un lugar de atrayente belleza;

y vi que surgías del seno profundo

de la luz, cual luminaria de Febo,

hermoso dios.

¡Que quede el éter con sus fuegos estrellados!

Pero tú permanece siempre junto a mí,

llena de brillo; no cubran nuestro pecho

malas tinieblas

En poemas anteriores vimos que se ensalzaba la hermosura de la

noche y sus astros: los siderum ignes que menciona (v. 9). Pero aquí la

amada es objeto de una comparación distinta, pues semeja la luz del

Febo identificado con el sol. Como el astro rey ilumina y da nueva vida

(recreare, v. 2), así también ella brilla en la oscuridad del ánimo y lo

vivifica. No es nada nuevo, pues miles de poetas han cantado lo mismo a

lo largo de siglos. Me permito glosar la idea fuerte tenebrae nocentes (v.

11), con una humilde copla española de mi autoría:

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Eres sol, amada mía,

que ilumina mis tinieblas.

Brillen astros en la noche,

tu luz transforme mis penas.

*****

Después de haber leído Carmi latini de Laurentius, dije que me

proponía escribir algo sobre la presencia de la noche en dichos versos.

Me gustaría que no fuera este mi único trabajo; creo que sería bueno

mostrar otros aspectos de la poesía de un verdadero humanista. Intentaré

entonces iniciar mi propio camino en una lectura más meditada de él.

Será también una manera de cultivar la amistad. Dirás tal vez, querido

lector, que la amicitia que acabo de mentar es una palabra

desproporcionada: Laurentius vive en los Estados Unidos y yo, en un

rincón austral del globo (peor todavía hoy, cuando mi pobre patria

parece negarse a formar parte de la Humanitas perenne). Pero creo que,

pese a la distancia, puede existir amistad entre dos cultores del

humanismo. Uno de ellos lo hace de modo excelso; el otro, como

malamente puede. De cualquier forma, lo importante es la vigencia de la

Roma eterna, cosa ampliamente probada por los Carmi latini.

RAÚL LAVALLE

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LA VENGANZA A TRAVÉS DE ELECTRA

MARIELA TELLADO

El teatro de la antigua Grecia tiene como eje fundamental una

serie de temas universales que articulan el significado y la trama de sus

historias. Uno de los temas principales es la venganza; la venganza como

motor vital vinculado a un sentido de la justicia y a un concepto de

moralidad, capaz de transformar los valores más firmes. Intentaré

mostrar cómo se manifiesta a través del personaje de Electra, un antiguo

mito griego tratado por tres grandes trágicos en sus obras: Electra, de

Sófocles; Las coéforas, de Esquilo; y Electra, de Eurípides. Recordemos

que el mito narra los acontecimientos que siguieron a la muerte de

Agamenón, tales como la usurpación del trono, la venganza de Orestes y

Electra y las peripecias sufridas por esta última.

Partiré por mencionar que no creo posible sostener que el

personaje de Electra sea semejante en las tres tragedias, pero sí que

podrían fijar puntos en común. El principal y más notorio en las tres

obras es el de una Electra desesperada, obsesionada por cometer un acto

de venganza contra su madre, Clitemnestra y Egisto, debido al asesinato

que perpetraron en contra de su padre, Agamenón. Electra, después de

ver a su padre inhumado bajo el acto impío, quiere llevar a cabo el

restablecimiento de la justicia, pero confunde o, tal vez, relaciona esta

idea con la venganza.

Otro de estos aspectos afines es la vacilación, la duda, aspectos

que podrían considerarse humanos, a la que constantemente se ve

entregada. Si bien en Las coéforas se evidencia a una Electra menos

participativa en las decisiones del plan de venganza e incluso en el

proceder de los actos, no por ello se opaca su grandeza heroica. De

hecho, solo la vemos aparecer en las primeras páginas, como un

personaje secundario, y luego desaparece completamente de escena.

En las tres tragedias a la hija de Agamenón siempre la vemos

acompañada de incertidumbre acerca de la suerte de Orestes. Es un

factor común su invocación a los dioses para que le retornen a su

hermano. De esta forma en Las coéforas ella dice: “[…] Que surja un

vengador de tu muerte […] que vuelva en hora feliz Orestes”. E incluso,

cuando lo cree muerto, en Electra de Sófocles, toma la decisión de

actuar, pero no puede sola e intenta convencer a su hermana Crisótemis

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para que la ayude. Pero ésta solo le aconseja someterse a los más fuertes,

ser prudente, como lo es ella, y no actuar.

Cabe resaltar que esta Electra de Sófocles es distinguida de las

demás, por su rol principal y activo. Es el centro de la venganza, incita a

Orestes a cometer el delito, a no dejarse vencer por la debilidad. La

venganza es el centro de la vida y de los sentimientos de este personaje,

a diferencia, como hemos mencionado, de la Electra de Esquilo. Un

claro ejemplo de esta Electra despiadada se aprecia durante la ejecución

de la venganza: Electra interrumpe a Clitemnestra mientras esta le

suplica a Orestes: “[…] No permitas que hable más largo tiempo.

Mátale. Ese será el único remedio para mis largas miserias”. Luego,

cuando Orestes comienza a ejecutar el delito, Clitemnestra dice:

“¡Desdichada de mí! ¡Estoy herida!” Y Electra arremete: “¡Hiérela de

nuevo, si puedes!” Electra es aún más implacable que Orestes, pues en el

momento decisivo le ordena que vuelva a dar el golpe mortal.

En cambio, la Electra de Eurípides ya no está en el palacio como

en Esquilo y Sófocles, es expulsada de la casa de su padre y es enviada

afuera, donde es forzada a contraer matrimonio con un campesino, que,

siendo un buen hombre, no es amado por ella. Ella le dice a Orestes,

creyéndolo aún un extranjero: “[…] Contraje, forastero, un matrimonio

de muerte […]"[243] Esto significa de algún modo, la extinción de su

estirpe, de la digna sangre de su padre; además de agregar, en parte,

dolor a su vida y, sobre todo, sufrimiento. Padecimientos que acercan al

personaje a lo humano.

Cabe destacar también que Eurípides hace salir tanto a Egisto

como a Clitemnestra de la ciudad para consumar la venganza, lo cual

hace la obra más creíble.

Pero, ¿Por qué se convierte en matricida? ¿Por qué no es ella sino

su hermano quien debe realizar el hecho de sangre? ¿Por qué espera a su

hermano y lo impulsa a concebir la acción?

Electra es movida por otros factores, ajenos a su voluntad, que la

impulsan a vengarse de Clitemnestra, como por ejemplo la acción de los

dioses, la intervención del coro, amigos (Pílades, el Anciano) y el

inexorable destino. Es notoria en las tres obras la influencia que ejercen

estos agentes en el afán de los personajes a alcanzar su venganza. El coro

se muestra de acompañamiento en los acontecimientos y en los

sentimientos de los personajes. En la obra de Sófocles se comporta de

una manera más pasiva. Sin embargo, aquí es el dios Febo quien

aconseja a Orestes: “Tú solo sin armas, sin ejército, secretamente y por

medio de emboscadas, debes, por tu propia mano, darles justa muerte”.

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En cambio, en Las coéforas de Esquilo es donde se distingue más

la influencia del coro sobre el accionar de los personajes. En toda la

obra, actúa como apoyo incondicional tanto para Electra como para

Orestes y los persuade, para que lleven a cabo el plan de venganza. Por

ejemplo, mientras Electra está haciendo libaciones sobre la tumba de su

padre, le pide consejos al coro y éste le dice: “Acuérdate de los culpables

de la muerte. Pide que venga contra ellos algún dios o mortal. Alguien

que mate a su vez. […] Es piadoso devolver mal con mal a los

enemigos.” Otro ejemplo: Cuando Orestes está ratificando su pesar

contra los asesinos de su padre, el coro entra a apoyarlo: “Que un ultraje

se pague con otro ultraje, grita la justicia, reclamando lo que se le debe.

Que un golpe mortal expíe con otro golpe mortal: el que así ha orado así

sufra.” […]

En Eurípides, el coro interviene también de modo similar,

apoyando el plan de venganza, pero sin persuadir demasiado. En cambio,

es el personaje del Anciano el que estimula y refuerza los planes para

cobrar justicia. Veamos ejemplos:

ANCIANO: Hijo mío, en tu desgracia no tienes ningún amigo. Es

una suerte por demás extraña hallar algún ser dispuesto a

compartir con nosotros el mal como el bien. En la decadencia y la

completa ruina en que te ven tus amigos, ni siquiera les has

dejado algo de esperanza. Cree lo que yo te digo: solo puedes

contar con tu brazo, y con la suerte para recobrar el palacio de tu

padre y tu patria.

ORESTES: ¿qué hemos de hacer, entonces, para conseguirlo?

ANCIANO: Matar al hijo de Tiestes y a tu madre.

También sabemos que este personaje forma parte del plan de

Electra para sacar a Clitemnestra del palacio, puesto que es el encargado

de hacerle llegar el mensaje falso, anunciándole que su hija dio a luz a

un hijo varón.

Un ejemplo del coro apoyándolos en su accionar:

CORO: Con crímenes se pagan los crímenes.[…] Antaño fue mi

príncipe, quien cayó herido de muerte en el baño. […] ¡Oh dolor!

¿Me asesinas, mujer, el día en que, después de diez años, regreso

a mi querida patria? A cambio la justicia hace comparecer hoy a

la mujer que rompió su matrimonio. […] ¡Oh desdichado esposo!

¡Qué mal poseía en aquel momento a esa desgraciada! […]

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Luego, dirigiéndose a Clitemnestra antes de morir, el coro

sentencia: “Un dios dispensa la justicia a la hora marcada por el destino.

Lamentable es tu suerte, más tú fuiste impía ¡Oh desdichada! con tu

esposo.”

Es ineludible también resaltar, además de los factores antes

mencionados que se consideran trascendentes para que se cometiera la

venganza, conocer el impulso que dieron otros personajes a Orestes para

que culminara el asesinato de su madre. En Electra de Eurípides, Orestes

es un personaje débil, temeroso y dudoso de las revelaciones que le ha

mostrado Febo. Electra en esta obra pasa a ser una motivadora y exige a

su hermano desarrollar la acción que ha predicho el destino. A parte de

esta mujer se debe resaltar la función que cumple su amigo, Pílades,

quien genera una gran diferencia en el carácter de Orestes; ya que en la

tragedia de Eurípides, el hijo de Agamenón duda frecuentemente de las

deidades, su fiel acompañante, Pílades, lo guía y por ello se puede lanzar

decidido a completar la venganza. En la tragedia de Esquilo, Orestes no

pone en duda la validez del oráculo de Apolo. Veamos ejemplos de lo

dicho:

ORESTES: ¿Vamos entonces a asesinar a nuestra propia madre?

ELECTRA: ¿Es que te ha entrado compasión?

ORESTES: ¡Ay! ¿Pero cómo matar a la que me alumbró y crío?

ELECTRA: Igual que mató ella a nuestro padre.

ORESTES: ¡Oh Febo! Muy insensato el oráculo qué dictaste…

ELECTRA: Si Apolo es insensato, ¿Quiénes son sabios?

[…]

ELECTRA: Pero, si vengas a tu padre, ¿De qué te crees

culpable?

ORESTES: Yo era puro, ahora seré un parricida.

ELECTRA: Si no prestas este servicio a tu padre, serás un

hombre impío.

ORESTES: Voy a entrar. Terrible es encargarme de ella. Pero si

los dioses lo han resuelto así, ¡Así sea! ¡Cuán amarga ha de ser

esa hazaña!

¿Queda satisfecha Electra después de consumar la venganza? La Electra

de Sófocles, luego del matricidio, queda saciada, pero a la vez, vacía de

aquel sentimiento que le daba razón a su existencia.

En Eurípides, al ejecutarse la venganza, Electra se casa con

Pílades por orden de los Dioscuros y la obra propone un cese del ánimo

melancólico.

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En Esquilo, Electra regresa para vigilar los alrededores del

palacio, no sea que llegue Egisto y eche todo a perder. Allí termina la

intervención de Electra en la obra. No se hace explícita su reacción al

ejecutarse la venganza. En esos momentos un grito se oye: Orestes y

Pílades han rodeado a la reina. Esquilo en el final pone sobre la escena el

diálogo entre la madre y el hijo que la asesina.

El tema central del relato es claramente la venganza. La venganza

anhelada por Electra, entendida como justa compensación por los

miembros del linaje, traicionada por Clitemnestra y rechazada por

Crisótemis, ejecutada por Orestes. Así, la venganza se asocia a las

nociones de castigo, culpa, justicia, linaje.

Los hermanos de sangre se convierten en hermanos de una

venganza. Electra concibe el plan. Ella puso en marcha la idea para

ejecutar el crimen y el príncipe Orestes aportó la fuerza para llevarlo a

cabo. El príncipe Orestes finalmente cometió brutalmente el matricidio.

Mató, por voluntad de los dioses, por influencia de su hermana o por

decisión personal, a su propia madre y al amante de ésta.

Aunque el ejecutor de la venganza es Orestes, muchos

interrogantes surgen luego de recorrer estás páginas. ¿Lo hizo por

voluntad propia? ¿Tomó él personalmente la decisión o se dejó influir

por el despecho y el odio de su hermana Electra, por el oráculo o el

dictamen de los dioses? ¿Pasiones humanas o designios divinos? ¿Acaso

alguien puede escapar del inexorable destino cuando éste está marcado?

¿Libertad o destino? ¿Justicia divina o venganza humana? ¿Culpable o

inocente?

Un debate moral y existencial abierto. Preguntas que generan

más interrogantes, sin respuestas inmediatas. La inocencia y la

culpabilidad no son tan fáciles de determinar. No es una novedad que el

ser humano es complejo. El amor y el odio coexisten en nuestro ser, nos

mueven. Internamente debemos lidiar con nuestros ángeles y demonios,

nuestras luces y sombras. Tenemos tendencias constructivas como

también fuerzas destructivas que pueden llevarnos a muchas formas de

involución y hasta la muerte. El personaje de Electra es un ejemplo de

ello. Electra se autocondena al sufrimiento al recluirse en el camino de la

melancolía que la lleva eventualmente a la autodestrucción, invadida por

el dolor de la pérdida de su padre y el odio en la espera de una venganza,

el motivo de su existencia.

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El personaje de Electra tratado por Sófocles, Eurípides y Esquilo,

en las obras griegas ya mencionadas, es una mujer que deja entrever en

cada una de las versiones, a una mujer más o menos prudente, más o

menos afligida, más o menos insensata, más o menos desesperada,

habitada por más o menos ira, pero, como hemos visto, lo que las une

verdaderamente a estas tres “Electras” es un único deseo, la venganza.

Un hecho que muestra ser ineludible, necesario y justo.

A modo de cierre y con el propósito de dejar entrever mi postura,

me gustaría terminar con una frase célebre del famoso dramaturgo

italiano, Vittorio Alfieri:

“Esta acción no tiene más motor, no desarrolla ni admite más pasión que una implacable venganza. Pero siendo la venganza una pasión -aunque fuerte por naturaleza- muy debilitada en las naciones civiles, ella es considerada vil y se acostumbra a reprobar y rechazar sus efectos. Sin embargo es cierto que, cuando es justa, cuando la ofensa recibida es atroz, cuando las personas y las circunstancias son tales que ninguna ley humana puede resarcir al ofendido y castigar al ofensor, entonces la venganza llega a ennoblecerse y a engañar nuestra mente a tal punto que no sólo se hace tolerable, también se connota de asombro y sublimidad.”

MARIELA TELLADO

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LA MÁS PERVERSA DE CUANTAS INMORALIDADES

CARLOS ENRIQUE BERBEGLIA

En los tiempos antiguos la muerte sobrevenía por una peste, una

simple infección o un resfriado agudo, todos esos males fueron

paulatinamente combatidos y derrotados.

Hoy, la expectativa es distinta, vivimos cada vez más y mejor, el

hedonismo reemplaza al sufrimiento corporal, gozamos de mejores

comidas, múltiples prácticas deportivas, viajes a cualquier rincón del

mundo, cambiamos nuestras ropas a diario y los placeres sexuales se

prolongan hasta una edad avanzada.

Pero la muerte nos acontece igual, únicamente ha retardado sus

pasos y sobrevive a otras horas; en ese intervalo de gracia nos damos

cuenta del acuciado dolor con el que abandonamos la vida pues la hemos

vivido mejorándola día tras día.

A esto debe sumársele un hecho despótico, sin precedentes, la

indiferencia hacia Dios, quien antes suplía con su Gracia el sufrimiento

humano con la promesa de una pronta resurrección, donde nuestras

dichas se restablecerían infinitamente.

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Hoy no, por ello la muerte resulta más calamitosa y cruel su

llegada, porque detrás de ella solamente reluce la nada, el verdadero

rostro de su sonrisa inmunda.

En resumen:

Hasta ayer nomás

El nacimiento / la vida como un mar de lágrimas / la muerte

como liberación y encuentro con la divina luminosidad de Dios.

Desde ayer nomás

El nacimiento / la vida llena de satisfacciones e intensas alegrías

(si no aún para la totalidad de los mortales) / la muerte ya no como

liberación –o castigo– sino como simple finalización, fastidioso remate,

tras la culminación de la conciencia en la plenitud del ser, de una

perfidia horrenda, simplemente la nada, simplemente.

Cruzando el Mar Egeo, julio del año 2012

CARLOS ENRIQUE BERBEGLIA1

1 Agradecemos al autor el permiso para reproducir este escrito. Es de Moralinas

inhóspitas (Relaciones alternas), Buenos Aires, La Luna Que, 2014, pp. 32-33. Su

profundidad excedería cualquier comentario mío. Explico nada más por qué lo incluyo

en este cuadernillo de temas clásicos. Quizás, porque esta meditación sobrevino a

Berbeglia “cruzando el Mar Egeo. También, porque al leerla recuerdo a Mimnermo, a

Horacio y a tantos otros griegos y latinos que se ocuparon de la muerte y de la vejez.

[R.L.]

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“LOS DOS AMIGOS” GESTA ROMANORUM, nº 172

La colección medieval de relatos en latín llamada Gesta Romanorum tiene

interesantes historias. Presento aquí la versión española de una de ellas. Su título lo

tomé de la edición bilingüe latino-alemana de Rainer Nickel (Stuttgart, Reclam, 1991,

pp. 44-53). Puse número a los párrafos de dicha edición, para facilitar la lectura. [R.L.]

LOS DOS AMIGOS

(1). Había cierto rey en Inglaterra, en cuyo reino había dos

soldados: uno se llamaba Guido; el otro, Tirio. Guido hizo muchísimas

guerras y en toda guerra obtuvo victoria. Amó mucho a cierta muchacha

hermosa y muy noble; sin embargo no podía tomarla como esposa, sin

antes emprender arduas guerras por su amor. Pero luego, gracias a cierta

guerra especial, la obtuvo y la desposó con gran honor.

(2). A la tercera noche, después del canto del gallo, se levantó del

lecho y miró atentamente el firmamento, donde con toda claridad pudo

ver entre las estrellas a nuestro señor Jesucristo, que le decía: “Guido,

Guido, así como antes hiciste muchas guerras por amor de una sola

mujer, es tiempo de que por amor mío ahora te dediques a luchar contra

mis enemigos.” Dicho esto, desapareció Jesucristo.

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(3). Comprendió él que era voluntad de Dios que se dirigiera a

Tierra Santa y vengara a Cristo de los infieles. Dice a su esposa: “Creo

que ya concebiste de mí a un niño. Críalo hasta que vuelva, porque

quiero ir a Tierra Santa.” Ella, al oír esto, se levantó del lecho como

furibunda, tomó un puñal de la cabeza del lecho y dijo: “Oh señor,

siempre te amé y esperé tanto por tu amor, mientras esté unida1 a ti en

matrimonio, que hiciste muchas guerras y por todo el mundo se conoció

tu fama. Ya he concebido… ¿y ahora quieres separarte de mí? Antes

quiero matarme a mí misma con este puñal.” Él se levantó, tomó de

manos de ella el puñal y dijo: “Queridísima, temo tus palabras; hice voto

a Dios de visitar Tierra Santa. Ahora es tiempo más aceptable para

cumplir mi voto que si estuviera en la vejez. Resiste porque, con el deseo

de Dios, volveré pronto.” Ella quedó reconfortada por sus palabras, le

dio su anillo y dijo: “Toma este anillo: cada vez que lo mires, durante tu

expedición, tendrás memoria de mí y yo me mantendré con paciencia

hasta tu regreso.” El soldado se despidió y tomó consigo al soldado

Tirio. Ella lloraba durante muchos días y no podía consolarse.

(4). Cuando llegó el tiempo, dio a luz a un niño hermosísimo y lo

criaba con mucha ternura. Guido y Tirio pasaron por muchos reinos y

emprendieron muchas guerras, por amor a Cristo. Mientras tanto el reino

de Dacia2 era destruido por los infieles. Dijo entonces Guido a su

compañero: “Queridísimo, debes dirigirte a ese reino y con todas tus

fuerzas ayudar a su rey contra los infieles, porque es cristiano. En

cambio yo entraré en Tierra Santa y lucharé contra los enemigos de

Cristo; después volveré por ti y así entraremos a Inglaterra con gozo.” Y

él: “Te lo prometo fielmente.” Se dieron un ósculo y en la separación

lloraban amargamente.3

(5). Guido entró a Tierra Santa y Tirio, a Dacia. Guido hizo

muchísimas guerras contra los sarracenos y los paganos y en todas ellas

obtuvo la victoria; por ello su fama volaba por todo el mundo. Tirio

igualmente expulsó del reino de Dacia a todos los infieles; hizo muchas

guerras y obtuvo la victoria. El rey lo amó y honró por sobre todos. Fue

amado por todo el pueblo y el rey lo llenó de riquezas.

1 En este y en otros pasajes los tiempos verbales no están en la correspondencia que

pide la gramática. Traté de poner en español una inconsecuencia temporal que refleje la

del original. 2 En la antigüedad la Dacia era un territorio que se correspondía en parte con los

actuales países de Rumania y Moldavia. 3 Amare flebant dice el original. Tal vez el autor recordó en sus oídos a San Lucas 22,

62, sobre la negación de Pedro, quien salió fuera y flevit amare.

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20

(6). Había entonces en el reino cierto tirano muy fuerte, llamado

Plebeo, el cual envidiaba a Tirio el que tan súbitamente hubiera sido

promovido a riquezas y honores. Y lo acusó de traición ante el rey: de

que intentaba privar al rey de su reino. Creyó el rey sus palabras, porque

ese hombre era poderoso y fuerte, privó a Tirio de todo honor y riquezas,

de tal modo que Tirio llegó a gran pobreza, pues apenas tenía sustento. Y

Tirio se dolía mucho, pues se hallaba solo, abandonado y en la pobreza.

Lloró amargamente1 y dijo: “¡Ay de mí! ¿Qué haré yo?”

(7). Una vez, mientras iba deambulando triste, le salió al

encuentro Guido en forma de un peregrino. Tirio, al verlo, no lo

reconocía pero Guido inmediatamente lo reconoció, aunque no quería

revelarle quién era, y le dijo: “Queridísimo, ¿de dónde eres?” Y él:

“Vengo de unas partes lejanas pero he pasado largo tiempo, muchos

años, en este reino. Tenía cierto compañero que fue a Tierra Santa; pero

no tengo ninguna noticia de si está vivo o muerto, o de cómo le ha ido.”

Dijo Guido: “Por amor de tu compañero, permíteme descansar en tu

pecho, para dormir un poco, porque estoy cansado por mi viaje.” Él

consintió. Mientras Guido dormía en su pecho, Tirio vio que de la boca

abierta de su amigo salía una comadreja blanca, que entró después en un

monte cerca de él. Después de demorarse ella corto tiempo allí, entró

nuevamente a su boca. Ante esto Guido se despertó del sueño y dijo:

“Queridísimo, vi un sueño admirable. Me pareció que salía de mí una

comadreja y que entraba después en aquel monte; después entraba de

nuevo a mi boca.” Dijo Tirio: “Queridísimo, como viste en la visión, así

lo vi con mis ojos. Pero desconozco por completo qué hizo la comadreja

en ese monte.” Dijo él: “Entonces entremos ambos al monte; quizás

encontremos algo útil.” Entraban entonces al monte y he aquí que

encontraron un dragón muerto, cuyo vientre estaba lleno de oro y tenía

una espada. Sobre ella estaba esta inscripción: “Por medio de esta espada

el soldado Guido vencerá al adversario de Tirio.”

(8). Guido, al encontrar el dragón, se alegró mucho y dijo a Tirio:

“Queridísimo, te doy todo el tesoro, pero quiero tener conmigo la

espada.” Dijo Tirio: “¡Oh señor! No hice mérito ante ti como para que

me dieras semejante don.” Pero él: “Levanta tus ojos y mira: yo soy tu

compañero Guido.” Él, al oír esto, lo miró más detenidamente y de

inmediato lo reconoció; del gozo cayó a tierra, lloró amargamente2 y

contestó: “Por lo demás, me basta vivir, una vez que te volví a ver.” Su

1 Véase la nota al final del parágrafo 4.

2 Véase la nota al final del parágrafo 4.

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21

amigo respondió: “¡Levántate rápido! Más que llorar, debes alegrarte por

mi llegada. Lucharé en tu favor contra tu adversario y ambos nos

dirigiremos con honor a Inglaterra. Pero antes mira, no digas a nadie

quién soy.” Se levantó Tirio, cayó sobre su cuello y lo besó.

(9). Tirio se dirigió a su casa con el oro. En cambio Guido

golpeaba la puerta en el palacio del rey. El portero le preguntaba la causa

de su llamada, a lo cual él: “Yo soy un peregrino y acabo de llegar de

Tierra Santa.” Inmediatamente le dio entrada y fue presentado al rey.

(10). Al lado del rey estaba sentado aquel tirano que había

privado a Tirio de riquezas y honor. Dice el rey: “¿Cómo está la paz en

Tierra Santa?” Él: “Señor, ahora hay paz buena: muchos se convirtieron

al cristianismo.” Entonces dijo el rey: “¿Viste a aquel soldado de

Inglaterra Guido, quien tantas guerras había hecho allí mismo?”

Respondió: “Señor, lo vi con frecuencia y comí con él.” Y de nuevo:

“¿Tienes alguna opinión sobre los reyes de los cristianos?” Contestó:

“Sin duda, señor, acerca de tu persona; vale dccir, cómo los sarracenos y

otros infieles ocuparon tu reino por mucho tiempo y cómo, a través de

cierto soldado llamado Plebeo, privaste de todo honor y riquezas a un

noble soldado, y esto de modo injusto. Eso es lo que se dice allí sobre

vosotros.” Plebeo, al escuchar esto, dijo: “Tú, falso peregrino, que

cuentas estas mentiras, contra ti lucharé, porque ese Tirio quería privar

del reino al rey nuestro señor.” Se dirigió Guido al rey: “Mi señor,

puesto que él sostiene que soy un falso peregrino y que Tirio es un

soldado traidor, con vuestro beneplácito lucharé contra él y probaré que

miente, sobre mi cuerpo.” Asintió el rey: “Me parece bien; más aún, te

ruego que no desistas de tu propósito.” Y él: “Dame, señor, armas.” El

rey: “Encontrarás preparado todo lo que necesites.” Fijó el rey el día del

combate entre ellos. Pero temía que Guido fuera entretanto muerto por

acechanzas. Llamó entonces a su hija virgen y le dijo: “Oh hija, así como

amas tu vida, custodia a este peregrino diligentemente y encontrarás las

cosas necesarias.” Ella introdujo al peregrino en su habitación, lo hizo

bañar y lo tenía a su gusto.

(11). Llegó el día del combate y Plebeo estaba en pie armado en

la puerta. Así gritaba: “¿Dónde está el falso peregrino? ¿Por qué tarda

tanto?” Al oír esto, Guido se armó y ambos se dirigieron al campo. Se

dieron recíprocamente dos golpes tan duros que Plebeo casi exhaló su

espíritu,1 si no probaba un poco de agua. Y dijo: “Oh buen peregrino,

permíteme al menos una vez tomar agua.” Y él: “Si prometes fielmente

1 El latín dice: fere spiritum emisit. Parece un eco del relato bíblico de la muerte de

Jesús: Mt 27, 50 dice que Jesús emisit spiritum.

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tener tal deferencia conmigo, si la necesidad lo requiere, te lo concedo.”

Plebeo respondió: “También yo te lo prometo fielmente.” Se acercó

luego al agua, bebió hasta saciarse e inmediatamente con todas sus

fuerzas se lanzó contra Guido. Ambos peleaban muy virilmente, a tal

punto que Guido tenía sed y le dijo; “Queridísimo, la misma deferencia

que yo te mostré, concédemela a mí, porque tengo una sed que apenas

puede creerse.” La respuesta: “Voto a Dios que no la probarás, a no ser

en mi fuerte mano.” Oyó esto Guido y se defendía cuanto podía. Se

acercó al agua y, cuando estuvo al lado, saltó en ella y bebió cuanto

quería. Salió luego del agua y, como león rugiente,1 saltó hacia su rival,

quien buscó la huida.

(12). El rey, al ver esto, hizo que uno y otro se separaran y que

descansaran esa noche, para que estuvieran preparados para el combate

el día siguiente. Entró el peregrino en la cámara de la hija del rey, quien

le dio toda clase de solaz, vendó sus heridas, le preparó la cena y lo hizo

descansar en un lecho muy firme de madera. Él, fatigado por el combate,

empezó a dormir

(13). Plebeo tenía siete hijos fuertes; los llamó y les dijo:

“Queridísimos, vosotros sois mis hijos. Os anuncio que, a no ser que ese

peregrino muera esta noche, el día de mañana seré contado en el número

de los muertos: nunca vi a alguien más fuerte que él.” Ellos

respondieron: “Padre, esta misma noche quedará listo.” Alrededor de la

media noche, mientras todos dormían, entraban a la cámara de la

muchacha, que estaba construida junto al mar, de tal modo que el agua

de mar corría bajo la cámara. Dijeron entre sí: “Si lo matamos en el

lecho, somos hijos de la muerte. Pero todos juntos lo echaremos con

lecho y todo al mar y entonces en todo el pueblo se dirá que se dio a la

fuga.” Lo tomaron entonces dormido y lo lanzaron al mar. Él dormía y

de nada se daba cuenta.

(14). Aquella noche estaba cierto pescador en el mar. Al escuchar

el sonido del lecho, pudo verlo a la luz de la luna, se admiraba y decía en

alta voz: “Dime, por Dios, quién eres, para que pueda ayudarte antes que

te sumerjas.” Guido, al oír el clamor, se despertó del sueño y, viendo las

estrellas en el cielo se admiraba del lugar donde estaba. Al ver que se

hallaba en el agua, gritaba al pescador: “Queridísimo, ayúdame y te daré

recompensa, porque soy aquel peregrino que ayer luchaba en el campo.

Pero cómo vine aquí lo ignoro por completo.” El pescador oyó esto y lo

recibió en su barca, lo llevó a su casa y lo hizo descansar en ese lugar.

1 La expresión latina leo rugiens parece un eco bíblico. En 1P 5, 8 se aplica al diablo.

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(15). Y llegaron los hijos de Plebeo a presencia de su padre y le

anunciaron que se había ahogado y, por tanto, nada tenía que temer.

Plebeo se alegró no poco; se levantó a la mañana, se armó y llegó a la

puerta del palacio. Allí exclamaba: “¡Sacad fuera a ese peregrino, para

que pueda vengarme de él!” El rey, al oír esto, ordenó a su hija que lo

despertara y preparara para la guerra. Ella se acercó al lecho de él y no lo

encontró. Empezó entonces a llorar amargamente1 y dijo: “¡Ay de mí, mi

tesoro me fue quitado!” Fue entonces a anunciar a su padre que no lo

había encontrado. El rey se entristeció mucho pero, como no encontraron

el lecho, se sorprendieron mucho. Algunos dijeron que él había

emprendido la fuga; otros, que había sido degollado. Pero Plebeo en la

puerta no dejaba de exclamar: “Sacad fuera a vuestro peregrino, porque

hoy presentaré su cabeza al rey.”

(16). Mientras en palacio se preguntaban dónde estaba el

peregrino, llegó el pescador ante el rey y dijo: “¡Señor, no te

entristezcas! Esta noche estaba pescando en el mar y encontré que el

peregrino había sido arrojado allí. Lo tomé, lo llevé a mi casa y lo dejé

dormido.” El rey, al oír esto, se alegró mucho y lo envió a buscar, para

que se preparara para el combate.

(17). Plebeo, al oír que no había muerto, temió mucho y pidió al

rey una tregua. Este no le concedió tregua ni de una hora. Entraban

ambos al campo y se dieron dos golpes, pero al tercero Guido le cortó el

brazo, luego la cabeza y se la presentó al rey. El rey se alegró mucho de

que el peregrino triunfara tan gloriosamente y, al oír que los hijos de

Plebeo lo habían arrojado al mar, mandó que los suspendieran del

patíbulo. El peregrino obtuvo licencia del rey. No obstante le dio muchos

dones, para que permaneciera con él. Pero el peregrino no consentía a

ello. El oro y la plata que el rey le había dado en gran cantidad, todo eso

dio a su amigo Tirio y, junto con el rey, lo devolvió a su antiguo estado y

con muchas riquezas. Se despidió por fin del rey. Pero este le dijo:

“Queridísimo, por Dios te pido una sola cosa, antes que te vayas. Dime

cuál es tu nombre.” Respondió: “Señor, me llamo Guido, de quien a

menudo oíste.” El rey, al oír esto, cayó sobre su cuello y le prometió

gran parte de su reino, si permanecía un tiempo más con él. Pero de

ningún modo quiso consentir; besó en cambio al rey y se alejó de él.

(18). Y Guido entró a Inglaterra y se dirigió a su propio

campamento. Encontró a unos pobres, sentados en gran muchedumbre

ante la puerta, y entre ellos, en forma de peregrina, estaba sentada la

condesa su mujer, la cual en persona a diario los atendía. A cada uno de

1 Véase la nota al final del parágrafo 4.

Page 24: Cuadernillo clásico 10

24

los pobres daba un denario y decía: “Rogad por mi señor Guido, para

que antes que yo muera tenga goza de él y retorne felizmente a mí,

porque hace mucho tiempo ya que fue a Tierra Santa.”

(19). Acaeció el mismo día que su hijo, que era de siete años,

magníficamente vestido seguía a su madre en el servicio a los pobres. Él,

al oír que su madre daba a uno de los pobres el nombre Señor Guido, le

dijo: “Oh madre, ¿es mi padre, a quien tú encomiendas a estos pobres?"

Y ella: “Sí, hijo mío. La tercera noche después que te concebí él se alejó

de mí y no volví a verlo.”

(20). Y mientras la señora caminaba por orden entre los pobres,

llegó hasta su esposo Guido y le dio limosna, pero ignoraba

completamente quién era: él inclinaba su cabeza, para no ser reconocido.

Mientras la señora caminaba hacia los otros pobres, su hijo la seguía.

Pero Guido, levantando sus ojos y viendo a su hijo, no podía contenerse;

lo tomó en sus brazos, lo besó y dijo: “¡Oh hijo dulcísimo, que Dios te

dé la gracia de agradar a Dios!”

(21). Al ver ciertas damas de la corte al peregrino besándolo al

niño, fue él llamado y le dijeron que se fuera de allí. Guido entonces se

acercó a su esposa y le pidió un lugar en el bosque, para poder

permanecer siempre allí. Ella, al ver al peregrino, por amor a Dios y a su

marido, construyó un lugar para él, quien permaneció allí mucho tiempo.

(22). Pero él se acercaba a la muerte. Hizo entonces venir a su

siervo y le dijo: “Idos, queridísimo,1 rápidamente a la condesa, dadle este

anillo y decidle que, si desea verme, venga inmediatamente hacia mí sin

la menor dilación.” El mensajero fue en seguida hacia la señora y le

mostró el anillo. Al verlo, exclamó ella con alta voz: “Este es el anillo de

mi señor.” Con rápida carrera fue al bosque pero Guido murió antes que

ella llegara. Cayó entonces sobre cadáver y exclamaba con alta voz:

“¡Ay de mí, murió mi esperanza!” Dio suspiros y lamentos y dijo:

¿Dónde están ahora mis limosnas, que por Dios todos los días he hecho?

Vi a mi señor recibir limosna de mis manos y no lo conocí. Viste a tu

hijo delante de tus propios ojos, lo tocaste, lo besaste… y ni a mí ni a él

lo hiciste saber. ¡Qué has hecho, Guido, oh Guido! Nunca más te veré.”

Con máximo honor entregó su cuerpo a la sepultura y ll oró su muerte

durante muchos días.

1 La diferencia entre plural y singular está también en el original. El plural mayestático

se ve aquí solo en los verbos: Ite, carissime […] tradite et dicite.

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MINUCIAS GRIEGAS Y LATINAS

Latines Moronienses

En nuestros pagos no podemos llevar a los alumnos a ver un

acueducto romano ni un coliseo, pero hacemos lo que podemos. Días

pasados descubrí una inscripción latina en un lugar de Morón, Provincia

de Buenos Aires. Me refiero a la Plaza La Roche. La piedra en cuestión:

No soy heraldista, pero se aprecian bien la Virgen de Luján, las

espigas y la carreta. La tradición religiosa y la riqueza de la tierra es, sin

duda, lo que destacado. El texto: SURGIT MORON ET NOS SECUM

FERT. Vale decir: ‘Surge Morón y nos lleva consigo.’ Me detendré un

momento en una curiosidad onomástica.

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En efecto, yo pensaba que Morón podía decirse Moronia; esto es,

como Bath / Bathonia. Por otra parte, siempre pongo el ejemplo de mi

amigo Oscar Conde: cuando él hizo una versión latina de la Marcha

Peronista, Perón era Pero,onis, como Nero,onis. En el último caso,

Morón / Moro,onis estaría bien. Pero el ignoto latinista hizo Moron. En

fin, este revoloteo solo interesa a algunos (muy pocos) latinistas. Abajo

estoy en compañía de mis alumnos, en la plaza más latina de Morón.

R.L.

Recuerdo de una amiga

En septiembre de 2014 falleció Josefina Nagore, profesora de

latín. Otros se ocuparon de recordar su destacada trayectoria. Nada más

me permito recordar cuán atenta y afable fue siempre conmigo. Trato de

expresar mi recuerdo con un poema. No quiero pecar de excesivo pero,

para quienes pueda interesar la versificación, son trocaicos acentuales.

Lítterás Latínas cúravísti

érudítis móribús;

nón solúm tua Látinítas

módo érat áulicó:

víta tíbi sémper cómis

módum Rómanúm egít.

[Cultivaste las letras latinas de modo erudito; pero tu

latinidad no era solo académica: tu vida siempre afable

la viviste al modo romano.]

R.L.

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En Madrid hablando latín… aunque entiendo poco griego

En febrero de 2015 pasé tres días en Madrid. Además de visitar

algunas bellezas y tesoros culturales de la ciudad, tuve un raro privilegio.

En efecto Pablo Villaoslada, moderator del Circulus Latinus Matritensis,

es uno de muchos que hoy intentan mantener el latín como lengua viva.

Tuve el privilegio, como dije, de asistir a una reunión de dicho

Circulus. Durante una hora intentamos hablar griego antiguo y las dos

horas siguientes lo hicimos en latín, ocho personas en total. La página

interrecial (http://circuluslatinusmatritensis.blogspot.com.ar/) da la

información necesaria sobre una iniciativa tan bella. En todo caso, desde

aquí solo quiero traer mi agradecimiento a los amigos de Madrid; y

también a Óscar Ramos Rivera, profesor en la ciudad de León, y a su

hijo Óscar, que estuvieron presentes (para diferenciar, Ansgarius Maior

y Ansgarius Minor). Videas precor, care lector, photographema infra: in

caupona Italico modo, cenamus post colloquium nostrum.

R.L.