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La lengua espaola: confluencias de dos mundos
Escriben: Manuel Alvar, Juan Jos Amate Blanco,
Nstor Toms Auza, Mara Caballero Wanguemert, Teodosio Fernndez, Beatriz Fernndez Herrero, Juan Antonio Frago, Alejandro Herrero, Sonia Mattala, Julio
E. Miranda, Jos Montero Reguera, Fernando Murillo, gueda Rodrguez Cruz y
Anastasio Rojo Vega
^Cuadernos Hispanoamericanas
HAN DIRIGIDO ESTA PUBLICACIN Pedro Lan Entralgo
Luis Rosales Jos Antonio Maravall
DIRECTOR Flix Grande
SUBDIRECTOR Blas Matamoro
REDACTOR JEFE Juan Malpartida
SECRETARIA DE REDACCIN Mara Antonia Jimnez
SUSCRIPCIONES Maximiliano Jurado
Telf.: 583 83 96 REDACCIN
Instituto de Cooperacin Iberoamericana Avda. de los Reyes Catlicos, 4 - 28040 MADRID
Telis.: 583 83 99, 583 84 00 y 583 84 01 DISEO
Manuel Ponce IMPRIME
Grficas 82, S.A. Lrida, 41 - 28020 MADRID Depsito Legal: M. 3875/1958
ISSN: 00-H250-X - IPO: 028-90-002-5
500 7 Del castellano al espaol
MANUEL ALVAR
41 El castellano hasta su expansin americana
JUAN ANTONIO FRAGO GRACIA
53 La filologa indigenista en los misioneros del siglo XVI
JUAN JOS AMATE BLANCO
71 Las primeras universidades hispanoamericanas
GUEDA RODRGUEZ CRUZ
97 La utopa humanista de Vasco de Quiroga
BEATRIZ FERNANDEZ HERRERO
115 Los grandes libreros espaoles y Amrica
ANASTASIO ROJO VEGA
133 La recepcin del Quijote en Hispanoamrica
JOS MONTERO REGUERA
500 Amrica Potica: primera
antologa americana NSTOR TOMAS AUZA
Andrs Bello: poesa, paisaje y poltica
JULIO E. MIRANDA
El significado de una admirable continuidad
FERNANDO MURILLO
Las polmicas lingsticas durante el siglo XIX
MARA M. CABALLERO
La imagen de Espaa en Juan Bautista Alberdi
ALEJANDRO HERRERO
Rubn Daro y el regeneracionismo modernista
TEODOSIO FERNNDEZ
Las vanguardias del veinte en Latinoamrica y Espaa
SONIA MATTALIA
141
153
169
177
189
201
209
Nuestra revista cumple hoy el medio millar de entregas, distribuidas a lo lar-go de cuarenta y cuatro aos de trabajo ininterrumpido. Aos que la historia, como lo hace habitualmente, aprovech para marcar los destinos de Espaa y Amrica, unos destinos que parecan imprevisibles y que hoy nos resultan in-soslayables.
En 1948, cuando se fund Cuadernos Hispanoamericanos, Espaa era an la malherida y empobrecida criatura de posguerra, sometida a un rgimen dic-tatorial, recelado por los pases de su entorno. Gran parte de su inteligencia es-taba silenciada o exilada. Era difcil para cada una de las dos Espaas escu-char la voz de la otra. Una de las primitivas misiones de Cuadernos fue, preci-samente, un intento de poner de nuevo en dilogo a las dos voces de Espaa.
Hoy, la nacin donde se edita la revista es un pas integrado en Europa, una democracia consolidada y una sociedad prspera, que sufre los trastornos pro-pios a un grado relativamente alto de desarrollo.
Las repblicas americanas eran, en 1948, un relativo remanso de paz y bo-nanza en medio de un mundo todava maltrecho y azorado por la guerra mun-dial ms destructiva de la Historia. Atraa inmigrantes, se proyectaba hacia un futuro integrado y satisfactorio, pareca recuperar un horizonte de generosa uto-pa, como en los momentos fundacionales de su historia.
Las condiciones actuales de Hispanoamrica han cambiado en sentido opuesto a las de Espaa. Amrica es hoy un continente agobiado por su deuda pblica, con unas sociedades empobrecidas y duramente desiguales, cuyo desarrollo e integracin siguen pesando con crueldad sobre la mayora de sus habitantes.
Con desdichas y esperanzas contrapuestas, la historia difcilmente comn de los pases que une nuestra lengua sigue adelante hacia una meta ardua pero, por ello mismo, apetecible: la unidad de una cultura dentro de la diversidad de los individuos, los grupos y las comunidades.
En este denso y dramtico tejido histrico, Cuadernos Hispanoamericanos ha querido, con modesta constancia, hacer su contribucin, tal vez minsculo, pero en cualquier caso intensa y sincera. Conducida anteriormente por tres ilus-tres humanistas espaoles Pedro Lan Entralgo, Luis Rosales y Jos Antonio Maravall la revista ha trabajado para que.las diversas voces de la lengua hi-
t OmeroS Hipanoamericanog aeran or sus ecos en estas pginas espaolas dirigidas a Amrica, en estas p-ginas americanas dirigidas a Espaa.
Hemos reunido, en este volumen monogrfico que hoy entregamos al lector algunos estudios que se ocupan de ertos momentos y figuras singularmente importantes en la historia comn, y que muestran cmo ha sido y es posible una convergencia cultural creadora, que refuerza la libre pluralidad de los hom-bres en el gran mbito comn de la lengua. Una lengua que no es unidad verti-cal ni dogmtica, sino torrente vivo en continua renovacin e infatigable con-frontacin. Es la esperanza de Cuadernos Hispanoamericanos poder contribuir a consolidar este trabajo de escucha mutua y de integracin cultural, proyec-tndose hacia pblicos de todo el mundo interesados en leer en espaol, esa creciente masa humana que sera inconcebible sin el tejido cultural que, desde hace cinco siglos, se urde entre ambas orillas del Atlntico.
R.
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Del castellano al espaol
Preliminares
L la invasin rabe vino a modificar totalmente la estructura de la Hispania visig-tica. De una parte, un nuevo superestrato cultural cambi por completo la tradicin histrica de los visigodos, como siglos atrs, los pueblos germanos haban alterado en buena parte la estructura latina. Cuando se haba logrado la unificacin de hispano-latinos e hispano-godos, la irrupcin islmica trunc la incipiente unidad cultural. La reac-cin contra los invasores naci en dos focos principales: a oriente, en el monte Pao donde est hoy el monasterio de San Juan de la Pea1; a occidente, en Covadonga Cada uno de estos ncleos cobr poltica y lingsticamente una fisonoma propia En Asturias, se trat de reconstruir el imperio toledano, y los reyes del reino incipien te se consideraron herederos de la tradicin visigtica2, mientras que los reyes ara goneses tuvieron que relacionarse y aun extender su seoro con el medioda de Francia1. He aqu dos posibilidades harto distintas del vivir hispnico, pero una y otra quedaron sin su plena realizacin porque entre ambas vino a surgir una tercera, inesperada, eclosin: Castilla4.
Lingsticamente, los rabes barrieron el estado -relativamente uniforme del ro-mance visigtico. Ellos hicieron que nuestra historia lingstica tuviera una especial fisonoma, como haban conseguido sealar una impronta decisiva en nuestra historia
' Aunque se refiere a una poca algo ms tarda, cuando Aragn ya se haba constituido como reino, es muy importante el trabajo de J. M.a Ramos y Loscerta-les, La formacin del domi-nio y los privilegios del mo-nasterio de San Juan de la Pea entre 1035 y 1094 (Ma-
drid, 929; publicado tam-bin en el AHDE, VI, 1929, pgs. 5-107). 2 Hay que ver el plantea-
miento de la cuestin en la obra de R. Menndez Vidal, El imperio hispnico y los cinco reinos. Madrid, 1950; en especial, las pgs. 21 y ss.
! Vid la nota 76 en mi es-
tudio Mercaderes y solda-dos: los francos en Aragn.
4 Amrico Castro ha sea-
lado muy bien cmo Casti-lla se constituy sobre la fuerza ejemplar de ciertos hombres excepcionales (Espaa en su Historia,
(jG^ffecndg)
Buenos Aires, 1948, pg. 239). Y fueron estos hom-bres los que crearon una conciencia y un Estado castellanos" que acabaron por imponerse sobre el res-to de Espaa, cuando su destino pareca el de sucum-bir ante Len o Navarra-Aragn.
Albornoz ha dado los lmites de lo que se llam Castilla en la primera mitad del siglo IX: era una regin situada al sur de la cordillera cantbrica, cerrada al este por los valles de Mena, Lora y Valdegovia; al sur por la Bureba y al oeste por el ro Ebro. Convertido el apelativo (caslella) en topnimo (Castelh) el nombre propio se fue extendiendo a medida que se extenda el condado castellano primero, y el reino despus.
Porque Castilla nace tardamente como consecuencia de la Reconquista; ms an, su nombre es el resultado de un hecho lingstico bien sabido9: el paso de un ape-lativo (Castilla regin de castillos) a nombre propio, Castilla, Porque antes de que Castilla fuera Castilla sus tierran tenan otro nombre: harto lo conoca el annimo de la Crnica Najerense: las Bardulias que nunc uocitatur Castella10. En el siglo XVIII, el padre Risco tuvo muy en cuenta esta situacin: vio que el nombre de Bardu-lia o Vardulia se extenda mucho ms que en tiempos de los romanos y el nombre de Bardulia se mud despus en el de Castilla, y abrazando ste las mrgenes boreal y medirional del Ebro, desde su origen hasta cerca de la Rioja y Alaba, es cosa cierta que la dicha parte de Cantabria11 se contena dentro de los lmites de Castilla12 [...]. En el reynado Gtico se restituy el nombre de Cntabros a su estado ms antiguo, no usndose ya de los nombres particulares propios de las regiones, sino slo el gene-ral '\ De ah que deba inferirse en la poca germnica fue una provincia abrazadora de muchas regiones y, despus, tras la invasin rabe, el nombre se redujo a casi sola la regin que hoy llamamos Riojal4.
El pasaje de la Najerense en que se igualan Bardulias y Castella est incluido en el reinado de Alfonso I (739-757) y se repiti con pocas alteraciones en Cronicn de Sebastin o Crnica de Alfonso III, donde se lee: Bardulia quae nunc appellatur Cas-tella". Sobre esta cuestin, Ramos y Loscertales emiti la hiptesis de que Castilla puede deber su nombre a una situacin anterior, que se refl