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EL SUEÑO DE MIGUEL. En una lejana isla del Océano Pacífico vivía una pequeña comunidad llamada Coral; en dicha comunidad una humilde familia trabajaba arduamente como todas las demás para lograr sobrevivir. Pero lo que en realidad la hacía diferente era su pequeño e inquieto hijo Miguel, a quien todos apodaban “pequeño león marino” por su gran habilidad para pescar y defenderse en el mar. A pesar de su corta edad, Miguel salía con su padre todas las madrugadas a pescar y ayudar a su familia en el sustento diario; aunque lo hacía con gran agrado, su mayor deseo era luchar contra la contaminación del hermoso mar. Noche tras noche soñaba que con una red gigantesca y un extraordinario poder sacaba toda la basura del mar hasta dejarlo limpio y cristalino. Cada madrugada antes de ir a pescar como de costumbre, Miguel se le adelantaba a su padre para recoger las basuras y desperdicios que llegaban hasta la playa traídas por las olas del mar. Mientras las recogía, pensaba: -¿Cómo es posible que existan hombres capaces de hacer tanto daño?- Y continuaba recogiendo las desperdicios de la playa mientras era hora de partir. A las cinco de la madrugada su padre alistaba la pequeña y destartalada canoa y ambos se embarcaban mar adentro entonando preciosas canciones de mar. Una vez en altamar su padre echaba las redes al mar, esperaba un tiempo prudente, las sacaba a flote, revisaban la pesca y devolvían al mar los peces más pequeños. De vez en cuando la red se atoraba en las rocas o en la vegetación y Miguel, el pequeño león marino, se lanzaba gustoso al mar e incluso fingía dificultad para desatar la red con el único fin de disfrutar de la belleza del mar. Día a día realizaban las mismas actividades, pero Miguel no se cansaba, era tanto su amor por el mar que descubría nuevas cosas que lo atraían a él. De igual manera crecía su preocupación por la contaminación excesiva, así que decidió cambiar su estrategia para recoger basuras diariamente y planeó algo diferente y mágico. A la mañana siguiente como cualquier día, Miguel se levantó, se asomó por la ventana de su pequeño y humilde cuarto, que se encontraba de frente al mar, y miró fijamente al horizonte. Parecía que quería medir de alguna forma la extensión del mar. Tan concentrado se encontraba que

Cuentos de universidad

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EL SUEÑO DE MIGUEL. En una lejana isla del Océano Pacífico vivía una pequeña comunidad llamada Coral; en dicha comunidad una humilde familia trabajaba arduamente como todas las demás para lograr sobrevivir. Pero lo que en realidad la hacía diferente era su pequeño e inquieto hijo Miguel, a quien todos apodaban “pequeño león marino” por su gran habilidad para pescar y defenderse en el mar. A pesar de su corta edad, Miguel salía con su padre todas las madrugadas a pescar y ayudar a su familia en el sustento diario; aunque lo hacía con gran agrado, su mayor deseo era luchar contra la contaminación del hermoso mar. Noche tras noche soñaba que con una red gigantesca y un extraordinario poder sacaba toda la basura del mar hasta dejarlo limpio y cristalino. Cada madrugada antes de ir a pescar como de costumbre, Miguel se le adelantaba a su padre para recoger las basuras y desperdicios que llegaban hasta la playa traídas por las olas del mar. Mientras las recogía, pensaba: -¿Cómo es posible que existan hombres capaces de hacer tanto daño?- Y continuaba recogiendo las desperdicios de la playa mientras era hora de partir. A las cinco de la madrugada su padre alistaba la pequeña y destartalada canoa y ambos se embarcaban mar adentro entonando preciosas canciones de mar. Una vez en altamar su padre echaba las redes al mar, esperaba un tiempo prudente, las sacaba a flote, revisaban la pesca y devolvían al mar los peces más pequeños. De vez en cuando la red se atoraba en las rocas o en la vegetación y Miguel, el pequeño león marino, se lanzaba gustoso al mar e incluso fingía dificultad para desatar la red con el único fin de disfrutar de la belleza del mar. Día a día realizaban las mismas actividades, pero Miguel no se cansaba, era tanto su amor por el mar que descubría nuevas cosas que lo atraían a él. De igual manera crecía su preocupación por la contaminación excesiva, así que decidió cambiar su estrategia para recoger basuras diariamente y planeó algo diferente y mágico. A la mañana siguiente como cualquier día, Miguel se levantó, se asomó por la ventana de su pequeño y humilde cuarto, que se encontraba de frente al mar, y miró fijamente al horizonte. Parecía que quería medir de alguna forma la extensión del mar. Tan concentrado se encontraba que

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no escuchó la voz de su padre que lo llamaba desde la playa con potentes gritos: - Miguel ¿Hoy no vas a recoger basuras en la playa? Primera vez en diez años que esto sucede, llevo media hora esperándote. Miguel no puso atención a la lejana voz de su padre y terminó de organizar su plan. Caminó lentamente, le dio un fuerte abrazo a su madre y no quiso tomar el caldo de pescado que le había preparado.

- Miguel ¿te sientes bien? - Sí mamá, no te preocupes por mi.

Padre e hijo se embarcaron y navegaron mar adentro. Por una extraña razón, esa madrugada el mar se encontraba demasiado tranquilo y apacible, como si esperara algo y Miguel no quiso cantar, pero en su rostro se dibujaba una enorme sonrisa.

- Miguel, te noto muy extraño. Tu mirada es diferente el día de hoy y no quisiste cantar... ¿Qué dices a eso?- Preguntó su padre.

- ¿Sabes algo papá? Quiero guardar mi alegría para cuando mi sueño se haga realidad.

- ¿Tu sueño? ¿Qué sueño?. -

Pero su pregunta se quedó sin contestar. Al cabo de un rato Miguel exclamó:

- Papá, ¿podemos navegar hacia el arrecife de coral? - Pero Miguel, es demasiado lejos y tu sabes que allí no debemos

pescar, el lugar está poblado de vegetación y fauna. - Papá, sólo quiero disfrutar del paisaje. - Está bien, dijo su padre. Mereces un poco de descanso.

Y comenzaron a remar hacia el arrecife de coral. En el trayecto hacia el arrecife, era tan fuerte el poder del pequeño Miguel y las ansias de hacer su sueño realidad, que invadió a su padre del mismo deseo y en pocas palabras le contó tan preciado anhelo y lo mucho que significaba para él. Así que su padre decidió apoyarlo y compartir su sueño. Al llegar al arrecife, padre e hijo se miraron fijamente, se tomaron de la mano y se lanzaron a lo profundo del mar; con ellos llevaron su red; que

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al ser mojada por las cálidas aguas su tamaño se triplicó una y otra vez. Cada uno tomó un extremo de la inmensa red y un poder maravilloso se apoderó de ellos. Se sumergieron y nadaron rápida y ágilmente por las grandes profundidades del mar Caribe y toda la contaminación que había en el mar quedaba atrapada en la red como si ésta tuviera un poderoso imán. Ballenas, delfines, tiburones, pulpos y estrellas se unían a la labor y juntos arrastraban la enorme red. Su labor duró tres días y tres noches sin descanso...Pero lo lograron y regresaron felices a “Coral” en su vieja y destartalada canoa; el padre entonando canciones de mar y Miguel repitiendo una y otra vez: -Mi sueño se hizo realidad, ¡lo logramos papá!. La basura fue llevada por Miguel y su padre hacia un lugar apartado del arrecife de coral y allí como por arte de magia, fue convirtiéndose en vegetación y en pequeños pececillos de color dorado como el sol. La inmensa red quedó sumergida en lo más profundo del océano y desde allí atrapa a los hombres inconscientes que siguen contaminando los mares y los convierte en pequeños gotas de agua que se evaporan en los días calurosos. Miguel sigue colaborando en la pesca diaria y fue nombrado por su comunidad como “Guardián de la isla” por su gran amor al mar y su interés por el medio ambiente.

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SIMÓN EL GRANDE. Eran tiempos difíciles en la vieja aldea, escaseaban los alimentos y el gran sabio se encontraba enfermo de una extraña fiebre que lo mantenía delirante día y noche. Las mujeres tristes murmuraban la dura situación mientras hacían sus quehaceres y los hombres debían viajar distancias cada vez más largas para conseguir los alimentos; y sin los consejos de Joel, el sabio, la vida de todos los aldeanos se hacía cada vez más compleja. Los niños inocentes al cabo, continuaban sus vidas tranquilamente. Jugueteaban sin preocupaciones en el inmenso bosque y cumplían tareas mínimas y sencillas al lado de sus madres; todos excepto uno, el pequeño Simón, a quien la naturaleza no sólo le había dado un singular tamaño sino una especial inteligencia e intuición. Simón aunque minúsculo y escurridizo, ya se había percatado de que las cosas en la aldea no andaban bien y había observado con lástima la desmejoría de Joel, quien por muchos años había guiado a su pueblo con gran lucidez y maestría. Gracias al sabio, la aldea había sobrevivido a grandes crisis e infortunios; al ataque feroz de bárbaros y colonizadores y a fuertes sequías y vendavales. Aunque Simón no había vivido estas duras experiencias, las conocía muy bien; ya que sus padres cada noche, contaban alrededor del fuego una historia diferente, con el fin de que él conociera sus raíces y aprendiera a amarlas y respetarlas. Así que el pequeño Simón decidió visitar diariamente a Joel, le llevaba raciones de pan y algunas frutas que el mismo recolectaba en el bosque; lo alimentaba con paciencia y amor y una vez por semana cortaba un poco su larga y blanquecina barba. El gran sabio comía lentamente, con la mirada perdida en el horizonte y balbuceando palabras incomprensibles. Un día en el que el sabio, a fuerza de los bebedizos y brebajes que preparaban las mujeres de la aldea, a base de plantas medicinales, recuperó por un instante su cordura, le habló a Simón y le dijo: - Mi pequeño Simón, en estos días de enfermedad he podido darme cuenta que mi débil cuerpo no resiste más, es hora de descansar y abandonar mi misión en este mundo. Tu serás mi sucesor. - Pero, gran sabio- respondió Simón- Soy sólo un niño... - Sí, un niño valiente y noble como ninguno. Prepara la aldea para mi pronta muerte, día en el cual deberás guiar al pueblo hacia otras tierras más prósperas.

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- Gran sabio, nadie me creerá y no seré capaz de lograr tu comedido, no sé como hacerlo. - No te preocupes Simón, escucha tu corazón y obedece a tu instinto; haz nacido para ser grande. No temas, yo estaré contigo. Y diciendo esto, el sabio expiró con una dulce sonrisa y Simón lloró amargamente. La noticia se difundió rápidamente entre los aldeanos que con gran dolor se congregaron en torno a la choza de Joel para darle la última despedida. Adornaron con flores y antorchas encendidas un camastro y como era costumbre, se dirigieron al Rajé, el río sagrado de la aldea, y allí depositaron el cuerpo sin vida de su amado sabio. De regreso en casa, Simón fue quien contó su historia en torno al fuego. Sus padres atónitos no podían creer lo que escuchaban, pero conociendo a su hijo decidieron apoyarlo y convocaron a los aldeanos a un gran concejo a la mañana siguiente. Todos estuvieron allí puntuales y expectantes, la muerte del sabio los tenía asustados y temerosos. Simón y sus padres en el centro del concejo eran el blanco de todas la miradas y comentarios. Se puso en pie el padre y contó la historia tal cual lo había hecho su hijo la noche anterior. Los más ancianos se sintieron ofendidos por la decisión y con gran ironía replicaron: - ¡Esto es inaudito! Joel nunca hubiera tomado tal decisión. Un niño no tiene la experiencia ni el conocimiento para guiar a un pueblo. - Esto es un vil engaño, son sus padres los que quieren el poder y usan a su hijo para lograrlo. - Joel el sabio estaba delirante y no sabía lo que decía; todo debió ser producto de su enfermedad... Cada comentario enardecía los ánimos de los aldeanos y la situación se estaba complicando. Con gran valentía y seguridad, Simón se puso de pie y pese a su tamaño, su voz se impuso entre los rumores y exclamó con energía y sencillez:

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- No soy yo quien ha buscado esta misión, es el dios supremo quien me ha llamado a cumplirla. Todos los presentes guardaron silencio y comprendieron que Simón poseía la inteligencia y el valor que requería todo gobernante. Después del concejo, fue considerado el nuevo líder y tal como lo indicó el sabio, Simón los condujo en una gran travesía en busca de una mejor calidad de vida. Fueron meses de sufrimiento y sacrificio, pero en Simón una fuerza interior se revelaba con mayor decisión para hacerle frente a las dificultades. Finalmente hallaron un lugar más promisorio y allí se asentaron. Les tomó muchos años construir la aldea, pero lo lograron. Simón creció en sabiduría, honestidad y valor, es ahora el gran sabio de su pueblo y al igual que Joel es amado y respetado por todos. Cada noche alrededor del fuego, reúne a los más pequeños de la aldea y les narra la historia de su pueblo, para que lo amen y acrecienten su sentido de identidad y pertenencia; y de cariño, los niños lo llaman “Simón el grande”.

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LOS HIJOS DEL SEMBRADOR.

Existía en un lejano pueblo un humilde sembrador, que día a día, tras agotadoras jornadas de trabajo regresaba a su casa con un poco de alimento con el que sustentaba a sus cinco hijos y su mujer. Cada vez la situación se tornaba más difícil y era más poco el alimento que lograba conseguir para su familia, debido a las dificultades que se le presentaban en la siembra: poca semilla, sequías muy fuertes o simplemente cuervos que en la noche hacían un festín con lo que el buen hombre sembraba. Su mujer y sus hijos, hambrientos pero solidarios, siempre lo alentaban para que continuara adelante sin desfallecer; incluso sus hijos decidieron ayudarle en la siembra, seguros de que así obtendrían mayores y mejores beneficios. Una madrugada como de costumbre se dirigían hacia el campo el padre y sus cinco hijos, el padre distribuyó los quehaceres de la jornada y les recomendó hacer caso en todo lo que les indicará. Al llegar al sembradío, todos comenzaron a trabajar con gran entusiasmo y observaron como su padre a pesar de ser un gran trabajador, descuidaba algunos detalles en su labor: sembraba la semilla de manera muy superficial y sólo compraba productos de rápido crecimiento que no implicaran mucho cuidado y abono; perdiendo así la oportunidad de cosechar más variedad y en mayor abundancia. Su hijo mayor se acercó y explicó a su padre lo que había observado. El padre con gran ira respondió: - ¡Llevo años siendo un sembrador! ¿Qué te haz creído? No vas a venir a enseñarle ahora a tu padre como trabajar. Los otros hijos al escuchar la discusión, se acercaron y trataron de calmar a su padre, pero fue inútil. El hijo mayor se disculpó y trató de explicarle que sólo quería ayudar, pero el padre furioso, dio media vuelta y se fue. Los hijos no quisieron seguirle porque conocían su carácter y sabían que esto sólo agravaría la situación. Así que terminaron sus labores y antes de que oscureciera decidieron regresar a su casa. Tenían hambre y sed así que comieron las raciones de pan que habían llevado y bebieron todo el jugo. Emprendieron el camino y se dieron cuenta que

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estaban extraviados, nunca antes habían viajado solos y como es de suponerse no conocían aquellos parajes. Mientras tanto su padre se había tomado el tiempo para meditar al respecto y después de reflexionar, se dio cuenta que había sido muy duro con su hijo mayor y arrepentido quiso regresar a casa, abrazar a Antonio su hijo mayor, y disculparse por el altercado; al fin y al cabo él tenía razón y no estaba mal escuchar los consejos de otras personas, así éstas fueran muy jóvenes e inexpertas. Con sorpresa se dio cuenta que sus hijos no habían llegado, su mujer estaba desesperada y no era para menos, ellos nunca antes habían salido solos de casa. Ya era de noche y esto empeoraba la situación. El padre con gran sentimiento de culpa tomó una linterna, algunas frazadas y le ordenó a su perro cazador lo acompañara en la búsqueda. Su mujer quería ir, pero él se negó; ya que sería más riesgoso y además guardaba la esperanza de que sus hijos llegaran sanos y salvos. En medio del campo, los chicos, inteligentes como eran, decidieron no caminar más ya que se podrían estar alejando sin saberlo, se subieron a las ramas más altas de un árbol para escapar de los depredadores de la noche y esperar hasta el amanecer. Antonio permanecía despierto para cuidar de sus hermanos. En medio de la noche escuchó un ruido extraño pero la oscuridad no le permitía ver lo que era. De pronto vio ante sus ojos una mujer hermosa de sutil figura y de un color azul resplandeciente que con gran suavidad le habló: - Antonio, no temas, soy el hada protectora del campo, yo cuidaré de tus hermanos y de ti. Le daré una lección a tu padre y me serviré de ustedes para hacerlo, pero te prometo que todo estará bien. Y dicho esto desapareció. Entre tanto, el padre buscaba desesperado sin hallar el menor rastro. Ya casi al amanecer, el perro cazador olfateó a sus amos y condujo al padre hasta el árbol donde se encontraban. El padre emocionado gritó con alegría: -Hijos ¿Están bien? ¡Que gran alegría! Bajen del árbol para que volvamos a casa.

En el momento que sus hijos tocaron la tierra, se convirtieron en unas extrañas semillas. El padre desconsolado los tomó en sus manos y lloró

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largo tiempo. Pensaba como le iba a explicar a su mujer el suceso y caminó de regreso a casa. Antes de llegar se le apareció la hermosa mujer, que con enfado le dijo: - Tu comportamiento ha sido reprochable, no mereces los hijos que tienes; pero te daré una oportunidad. Si siembras tu campo con amor y esmero, siguiendo los consejos de Antonio, recuperarás a tus hijos en la primera cosecha; de lo contrario serán por siempre semillas. El padre contó todo a su mujer, pusieron a sus hijos en un pequeño cofre de cristal lejos de todo peligro y ambos comenzaron con esmero a cultivar la tierra. Compraron semillas de diversos productos y se aseguraron de hacer con mayor profundidad los hoyos. A diario desyerbaban el campo y lo nutrían con abono. Pasados ocho meses recogieron la primera cosecha, la vendieron en el pueblo y llegaron a casa llenos de ilusión y con mejores ingresos económicos. Encontraron a sus hijos en su estado normal, se abrazaron y el padre pidió perdón por su error. Desde ese día en adelante todos cuidaron del campo y sus condiciones de vida mejoraron notablemente, al punto de que los tres chicos pudieron asistir a la escuela del pueblo y prepararsen para un futuro más prometedor.

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LOS LIPSOS DEL BOSQUE.

En lo profundo del bosque viven los Lipsos; son seres pacíficos y tímidos, de un diminuto tamaño, de narices respingadas y rojizas y cabellos de colores tan variados como las flores. Son juguetones y nobles, aman con intensidad la naturaleza y han sido creados para protegerla y venerarla. Cuenta la leyenda que cada vez que nace una flor, nace un Lipso de las profundidades de la laguna azul y el color de su cabello y de su corazón es igual al de la flor que le dado vida. De igual manera cada Lipso muere el día en que fallece su flor. En otros tiempos el bosque estaba plagado de Lipsos; ya que la naturaleza crecía en abundancia. Por día nacían en promedio cien flores y por lo tanto nacían la misma cantidad de Lipsos. Pero con el paso de los años, la contaminación ambiental y la cruel intervención del hombre en la naturaleza, el equilibrio se rompió y el bosque lentamente comenzó a morir. Eran común encontrar decenas de árboles talados, cientos de plantas y flores arrasadas, animalitos muertos y ríos contaminados. Los hombres llegaban con grandes máquinas y sus corazones cegados por el deseo de poder y el dinero a acabar con lo que encontraban a su paso. Los Lipsos escondidos en pequeñas cuevas escuchaban sus conversaciones en las que los hombres repetían con frecuencia: - Es hora de traer la civilización a este lugar. Es un extenso terreno en el que podremos construir muchas residencias, edificios y centros comerciales... Los Lipsos decidieron entonces una noche, reunirse en torno a la laguna azul, su hogar, ya quedaban muy pocos y si no hacían algo al respecto y pronto desaparecerían y la naturaleza moriría con ellos. Se unieron a la reunión animales de todas las especies preocupados también por el riesgo de extinción y la amenaza latente de la destrucción de su habitad. El Lipso mayor, se subió a la copa de un viejo árbol y desde allí habló: - Hermanos, hemos sido creados para proteger la naturaleza, obra suprema de la creación; sin ella la vida no sería posible. El hombre en su inconciencia piensa reemplazarla por grandes moles de cemento frías y vacías; pero no se ha dado cuenta que es ella quien le provee lo primordial para vivir... ¿Qué será del hombre sin el agua, sin el alimento, sin el oxígeno?

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Un Lipso menor, lo interrumpió y le dijo: - Hermano Lipso, tus palabras son sabias, pero el hombre no las escuchará. Si saben de nuestra existencia querrán aprovecharse y sacar como siempre un beneficio de todo; seremos vendidos a ferias y circos. Debemos pensar en otra forma de proceder que los lleve a la misma reflexión. El búho que escuchaba posado en otra rama del viejo árbol, intervino: - No hay mejor manera de lograr en alguien conciencia frente a un problema, que dándole un poco de su propia medicina. - ¿Qué quiere decir eso?- exclamaron los presentes en coro - Me explico- continuó el búho- El hombre se dará cuenta de la necesidad de la naturaleza y la valorara como fuente de vida, cuando realmente la pierda y la necesite. He ahí la lección que debemos darle. Los Lipsos y los animales entendieron el significado de las palabras del búho y toda la noche organizaron el gran plan que sorprendería a los hombres al día siguiente cuando volvieran a continuar con sus trabajos. Como era de esperarse, muy de madrugada llegaron con sus grandes máquinas, el ruido y sus intolerables risas y comentarios... - Pero... ¿Qué pasó aquí?- Habló desconcertado un hombre viejo y arrugado que llevaba entre sus amarillos dientes un cigarro que dejó caer de la sorpresa- ¡Ja, ja, ja que maravilla! Alguien nos adelantó el trabajo, ya no tenemos que talar ni demoler, ni cortar malezas; sólo nos resta construir, construir y construir. Así que fieles obreros hoy será un día de celebración. Y dicho esto todos los hombres dejaron a un lado sus máquinas y se dedicaron a celebrar; sacaron botellas de licor, encendieron radios, bailaron, fumaron y gritaron hasta quedar tendidos y ebrios en el suelo. El plan hasta el momento estaba funcionando, los Lipsos observaban de cerca lo que pasaba y mayor era su sorpresa al ver la insensatez y la ignorancia de los hombres; no sólo por la destructiva “celebración” que acaban de presenciar, sino por la falta de observación y cuidado.

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Ninguno de ellos se percató que en la noche en sus campamentos, habían sido cambiados sus mapas y habían sido reemplazados por otros que conducían a un desierto muy lejos del bosque. Al despertar los hombres se encontraban cansados y enfermizos, las noches en los desiertos son frías y devastadoras. Se levantaban lenta y perezosamente; con gran ansiedad comenzaron a buscar agua para calmar su sed, ya que el sol golpeaba sin piedad, pero no hallaron nada. Como no habían árboles ni plantas tampoco encontraron un lugar que les proporcionara sombra y desesperados se presentaron ante el capataz para que solucionara la situación. Este dio orden pronta de abordar las máquinas y los camiones y volver al campamento para proveerse de alimentos y agua, pero tampoco los hallaron; las tormentas de arena los habían cubierto y ahora eran parte de las altas y escarpadas dunas. Los Lipsos continuaban observando con satisfacción, ya que el plan funcionaba a las mil maravillas. Sólo faltaba que a partir de la dura experiencia los hombres se concientizaran de la importancia de preservar el medio ambiente y armonizar la vida logrando un sano equilibrio con la naturaleza. Entre tanto el capataz había dado la orden de regresar al campamento a pie, pese a lo inclemente del lugar y a las deficientes condiciones de sus obreros por la falta de agua y de alimentos. Todos siguieron la orden, al fin y al cabo no había otra opción, pero pronto se cansaban y caían rendidos sin remedio. El mismo capataz se sentía imposibilitado para continuar y comenzó a temer por su vida y la de sus obreros. Al caer la noche, casi moribundos, los hombres se concentraron muy juntos en el mismo lugar, buscando generar calor y protegersen del frío. Con pesadez y dificultad el capataz habló: - Fieles obreros, estamos siendo víctimas de nuestro propio invento. Hoy la naturaleza nos da una dura lección... ¿Queríamos deshacernos de ella? ¿Era un estorbo para nuestros planes de progreso y civilización? Lo hemos logrado, pero pagaremos un alto costo: nuestras vidas. Que ciegos fuimos, sin naturaleza no hay vida. Espero que muchos conozcan nuestra historia para que no la repitan y que al contrario de nosotros siembren bosques, preserven la fauna y vivan en armonía con el ambiente.

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Dicho esto, se desmayó y por efectos de la deshidratación, los hombres cayeron en un largo sueño. A la mañana siguiente, los hombres despetaron en medio del bosque, sus heridas habían sido curadas y con el agua cristalina de la laguna azul habían sido bañados e hidratados. Lo que veían sus ojos, no lo podían creer, decenas de diminutos y coloridos hombrecitos a su alrededor los atendían con diligencia y ternura y los animales los miraban con miedo y temor. El capataz agradecido se dirigió a los Lipsos y en un gesto de respeto se inclinó y besó la tierra, prometió más nunca hacerle daño y en compañía de sus obreros repobló el bosque, reparó cada estrago que causó y se declaró protector de la naturaleza. Jamás volvió a construir, abandonó su profesión y creó un resguardo natural en el que protege a las especies que se encuentran en vía de extinción; al lugar lo llamó “Lipso”. Entre tanto en el bosque continúan naciendo cientos de Lipsos, de colores maravillosos y diversos, que aman profundamente la naturaleza y trabajan día a día por su preservación y defensa. Cuando visites un lugar natural, camina despacio, pisa delicadamente la hierba y observa con detenimiento al suelo, podría ser tu día de suerte y encontrar un Lipso; mira su color y pide un deseo en nombre del planeta.