Cuentos Hispanoamericanos

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  • 7/30/2019 Cuentos Hispanoamericanos

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    AANNTTOOLLOOGGAADDEELL

    CCUUEENNTTOOHHIISSPPAANNOOAAMMEERRIICCAANNOO

    Departamento de LenguaIES Vega del Turia. Teruel

    2010/2011Lecturas de 2 Bachillerato

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    ndice

    Jorge Luis BorgesFunes el memorioso ....................................................... 1El jardn de los senderos que se bifurcan .................... 6La intrusa ......................................................................... 13El hacedor ....................................................................... 17

    Alejo CarpentierViaje a la semilla ............................................................. 18

    Julio CortzarCasa tomada ................................................................... 28La noche boca arriba .................................................... 32No se culpe a nadie ....................................................... 38Continuidad en los parques ......................................... 41

    Gabriel Garca MrquezEl ahogado ms hermoso del mundo ........................ 42

    Augusto MonterrosoMister Taylor ................................................................. 47El eclipse ........................................................................ 52

    Juan Carlos OnettiBienvenido, Bob ....................................................... 53

    Juan RulfoMacario ........................................................................... 58

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    JJOORRGGEELLUUIISSBBOORRGGEESS(1899-1986)

    Borges es un autor raro y tambin un maestro indiscutible

    para todos los cuentistas posteriores. Raro porque es capaz dereinventar el cuento y camuflarlo bajo el aspecto de un estudiocrtico o la versin de un mito clsico o una reflexinfilosfica. Por eso sus relatos son inclasificables, aunque sucapacidad inventiva abra la puerta de lo que se ha venidollamando relato fantstico, que viene a ser una indagacinen los diferentes universos que conviven en lo real.

    Dos colecciones de relatos son indispensables: FiccionesyEl Aleph

    FUNES EL MEMORIOSO(Ficciones, 1944)

    Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, slo un hombreen la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria1 en la mano,

    vindola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepsculo del da hasta el de lanoche, toda una vida entera. Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente

    remota, detrs del cigarrillo. Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzador. Recuerdocerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en la ventana dela casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre. Recuerdo claramente su voz; la vozpausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Ms detres veces no lo vi; la ltima, en 1887... Me parece muy feliz el proyecto de que todosaquellos que lo trataron escriban sobre l; mi testimonio ser acaso el ms breve y sin dudael ms pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarn ustedes. Mi deplorablecondicin de argentino me impedir incurrir en el ditirambo gnero obligatorio en elUruguay, cuando el tema es un uruguayo. Literato, cajetilla, porteo: Funes no dijo esas

    injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para l esasdesventuras. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de lossuperhombres; Un Zarathustra cimarrn y vernculo; no lo discuto, pero no hay queolvidar que era tambin un compadrito de Fray Bentos2, con ciertas incurables limitaciones.

    Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo ofebrero del ao ochenta y cuatro. Mi padre, ese ao, me haba llevado a veranear a FrayBentos. Yo volva con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco.

    Volvamos cantando, a caballo, y sa no era la nica circunstancia de mi felicidad. Despus

    1pasionaria. Planta originaria de Brasil cuya flor es muy vistosa2Fray Bentos es una ciudad que se encuentra en la Repblica Oriental del Uruguay y es capital deldepartamento de Ro Negro.

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    de un da bochornoso, una enorme tormenta color pizarra haba escondido el cielo. Laalentaba el viento del Sur, ya se enloquecan los rboles; yo tena el temor (la esperanza) deque nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carreracon la tormenta. Entramos en un callejn que se ahondaba entre dos veredas altsimas de

    ladrillo. Haba oscurecido de golpe; o rpidos y casi secretos pasos en lo alto; alc los ojosy vi un muchacho que corra por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rotapared. Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contrael nubarrn ya sin lmites. Bernardo le grit imprevisiblemente: Qu horas son, Ireneo?Sinconsultar el cielo, sin detenerse, el otro respondi: Faltan cuatro minutos para las ocho, jovenBernardo Juan Francisco. La voz era aguda, burlona.

    Yo soy tan distrado que el dilogo que acabo de referir no me hubiera llamado laatencin si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo) cierto orgullolocal, y el deseo de mostrarse indiferente a la rplica tripartita del otro.

    Me dijo que el muchacho del callejn era un tal Ireneo Funes, mentado por algunasrarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregque era hijo de una planchadora del pueblo, Mara Clementina Funes, y que algunos decanque su padre era un mdico del saladero, un ingls O'Connor, y otros un domador orastreador del departamento del Salto. Viva con su madre, a la vuelta de la quinta de losLaureles.

    Los aos ochenta y cinco y ochenta y seis veraneamos en la ciudad de Montevideo.El ochenta y siete volv a Fray Bentos. Pregunt, como es natural, por todos los conocidosy, finalmente, por el cronomtrico Funes. Me contestaron que lo haba volteado unredomn3 en la estancia de San Francisco, y que haba quedado tullido, sin esperanza.

    Recuerdo la impresin de incmoda magia que la noticia me produjo: la nica vez que yo lovi, venamos a caballo de San Francisco y l andaba en un lugar alto; el hecho, en boca demi primo Bernardo, tena mucho de sueo elaborado con elementos anteriores. Me dijeronque no se mova del catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraa. Enlos atardeceres, permita que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto desimular que era benfico el golpe que lo haba fulminado... Dos veces lo vi atrs de la reja,que burdamente recalcaba su condicin de eterno prisionero: una, inmvil, con los ojoscerrados; otra, inmvil tambin, absorto en la contemplacin de un oloroso gajo desantonina4.

    No sin alguna vanagloria yo haba iniciado en aquel tiempo el estudio metdico dellatn. Mi valija inclua el De viris illustribus de Lhomond, el Thesaurus de Quicherat, loscomentarios de Julio Csar y un volumen impar de laNaturalis historiade Plinio, que exceda(y sigue excediendo) mis mdicas virtudes de latinista. Todo se propala en un pueblo chico;Ireneo, en su rancho de las orillas, no tard en enterarse del arribo de esos libros anmalos.Me dirigi una carta florida y ceremoniosa, en la que recordaba nuestro encuentro,desdichadamente fugaz, del da siete de febrero del ao ochenta y cuatro, ponderaba losgloriosos servicios que don Gregorio Haedo, mi to, finado ese mismo ao, haba prestadoa las dos patrias en la valerosa jornada de Ituzaing, y me solicitaba el prstamo de

    3redomn. Se aplica al caballo que no ha sido completamente domado4santonina. Otra planta, en este caso medicinal

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    cualquiera de los volmenes, acompaado de un diccionario para la buena inteligencia deltexto original, porque todava ignoro el latn. Prometa devolverlos en buen estado, casiinmediatamente. La letra era perfecta, muy perfilada; la ortografa, del tipo que AndrsBello5 preconiz: ipory, jporg. Al principio, tem naturalmente una broma. Mis primos

    me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignoranciao a estupidez la idea de que el arduo latn no requera ms instrumento que un diccionario;para desengaarlo con plenitud le mand el Gradus ad Parnassumde Quicherat y la obra dePlinio.

    El catorce de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente,porque mi padre no estaba nada bien. Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatariode un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradiccin entrela forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentacin de dramatizar mi dolor,fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacerla valija, not que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. ElSaturno zarpaba al da siguiente, por la maana; esa noche, despus de cenar, meencamin a casa de Funes. Me asombr que la noche fuera no menos pesada que el da.

    En el decente rancho, la madre de Funes me recibi. Me dijo que Ireneo estaba en lapieza del fondo y que no me extraara encontrarla a oscuras, porque Ireneo saba pasarselas horas muertas sin encender la vela. Atraves el patio de baldosa, el corredorcito; llegual segundo patio. Haba una parra; la oscuridad pudo parecerme total. O de pronto la alta yburlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latn; esa voz (que vena de la tiniebla) articulabacon moroso deleite un discurso o plegaria o incantacin. Resonaron las slabas romanas enel patio de tierra; mi temor las crea indescifrables, interminables; despus, en el enorme

    dilogo de esa noche, supe que formaban el primer prrafo del vigsimo cuarto captulo dellibro sptimo de laNaturalis historia. La materia de ese captulo es la memoria; las palabrasltimas fueron ut nihil non iisdem verbis redderetur auditum6.

    Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando.Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentnea delcigarrillo. La pieza ola vagamente a humedad. Me sent; repet la historia del telegrama y dela enfermedad de mi padre. Arribo, ahora, al ms difcil punto de mi relato. Este (bueno esque ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese dilogo de hace ya medio siglo.No tratar de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad

    las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y dbil; yo s quesacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados perodosque me abrumaron esa noche.

    Ireneo empez por enumerar, en latn y espaol, los casos de memoria prodigiosaregistrados por laNaturalis historia: Ciro, rey de los persas, que saba llamar por su nombre atodos los soldados de sus ejrcitos; Mitrdates Eupator, que administraba la justicia en los22 idiomas de su imperio; Simnides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, queprofesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fese maravill de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que

    5Andrs Bello fue uno de los ms importantes gramticos del espaol6 para que nada vuelva a ser repetido con las mismas palabras

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    lo volte el azulejo, l haba sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, unabombado, un desmemoriado. (Trat de recordarle su percepcin exacta del tiempo, sumemoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve aos haba vivido como quiensuea: miraba sin ver, oa sin or, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdi el

    conocimiento; cuando lo recobr, el presente era casi intolerable de tan rico y tan ntido, ytambin las memorias ms antiguas y ms triviales. Poco despus averigu que estabatullido. El hecho apenas le interes. Razon (sinti) que la inmovilidad era un preciomnimo. Ahora su percepcin y su memoria eran infalibles.

    Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos losvstagos y racimos y frutos que comprende una parra. Saba las formas de las nubesaustrales del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podacompararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta espaola que slo habamirado una vez y con las lneas de la espuma que un remo levant en el Ro Negro la

    vspera de la accin del Quebracho7. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visualestaba ligada a sensaciones musculares, trmicas, etc. Poda reconstruir todos los sueos,todos los entresueos. Dos o tres veces haba reconstruido un da entero; no haba dudadonunca, pero cada reconstruccin haba requerido un da entero. Me dijo: Ms recuerdos tengo

    yo solo que los que habrn tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y tambin:Mis sueosson como la vigilia de ustedes. Y tambin, hacia el alba: Mi memoria, seor, es como vaciadero debasuras. Una circunferencia en un pizarrn, un tringulo rectngulo, un rombo, son formasque podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines deun potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con lainnumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No s cuntas

    estrellas vea en el cielo.Esas cosas me dijo; ni entonces ni despus las he puesto en duda. En aquel tiempo

    no haba cinematgrafos ni fongrafos; es, sin embargo, inverosmil y hasta increble quenadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lopostergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde otemprano, todo hombre har todas las cosas y sabr todo.

    La voz de Funes, desde la oscuridad, segua hablando.Me dijo que hacia 1886 haba discurrido un sistema original de numeracin y que en

    muy pocos das haba rebasado el veinticuatro mil. No lo haba escrito, porque lo pensado

    una sola vez ya no poda borrrsele. Su primer estmulo, creo, fue el desagrado de que lostreinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra yun solo signo. Aplic luego ese disparatado principio a los otros nmeros. En lugar de sietemil trece, deca (por ejemplo) Mximo Prez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril;otros nmeros eran Luis Melin Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, gas, la caldera,

    Napolen, Agustn Vedia. En lugar de quinientos, deca nueve. Cada palabra tena un signoparticular, una especie marca; las ltimas muy complicadas... Yo trat de explicarle que esarapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario a un sistema de numeracin. Ledije decir 365 tres centenas, seis decenas, cinco unidades; anlisis no existe en los

    nmerosEl Negro Timoteo

    omanta de carne

    . Funes no me entendi o no quiso entenderme.7Se refiere a un episodio anticolonial de la historia de Argentina acaecido en junio de 1846.

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    Locke, siglo XVII, postul (y reprob) un idioma imposible en el que cada cosaindividual, cada piedra, cada pjaro y cada rama tuviera nombre propio; Funes proyectalguna vez un idioma anlogo, pero lo desech por parecerle demasiado general, demasiadoambiguo. En efecto, Funes no slo recordaba cada hoja de cada rbol de cada monte, sino

    cada una de las veces que la haba percibido o imaginado. Resolvi reducir cada una de susjornadas pretritas a unos setenta mil recuerdos, que definira luego por cifras. Lodisuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, laconciencia de que era intil. Pens que en la hora de la muerte no habra acabado an declasificar todos los recuerdos de la niez.

    Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para serie natural de losnmeros, un intil catlogo mental de todas las imgenes del recuerdo) son insensatos, perorevelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferir el vertiginoso mundo deFunes. ste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platnicas. No slo lecostaba comprender que el smbolo genrico perro abarcara tantos individuos dispares dediversos tamaos y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto deperfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propiacara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendan cada vez. Refiere Swift que elemperador de Lilliput discerna el movimiento del minutero; Funes discernacontinuamente los tranquilos avances de la corrupcin, de las caries, de la fatiga. Notaba losprogresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lcido espectador de un mundomultiforme, instantneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva Yorkhan abrumado con feroz esplendor la imaginacin de los hombres; nadie, en sus torrespopulosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presin de una realidad tan

    infatigable como la que da y noche converga sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabalsudamericano. Le era muy difcil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, deespaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casasprecisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era msminucioso y ms vivo que nuestra percepcin de un goce fsico o de un tormento fsico.)Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, haba casas nuevas, desconocidas. Funes lasimaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homognea; en esa direccin volva la carapara dormir. Tambin sola imaginarse en el fondo del ro, mecido y anulado por lacorriente.

    Haba aprendido sin esfuerzo el ingls, el francs, el portugus, el latn. Sospecho, sinembargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar,abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no haba sino detalles, casi inmediatos.

    La recelosa claridad de la madrugada entr por el patio de tierra.Entonces vi la cara de la voz que toda la noche haba hablado. Ireneo tena

    diecinueve aos; haba nacido en 1868; me pareci monumental como el bronce, msantiguo que Egipto, anterior a las profecas y a las pirmides. Pens que cada una de mispalabras (que cada uno de mis gestos) perdurara en su implacable memoria; me entorpeciel temor de multiplicar ademanes intiles.

    Ireneo Funes muri en 1889, de una congestin pulmonar.

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    EL JARDN DE LOS SENDEROS QUE SE BIFURCAN

    (Ficciones, 1944)

    A Victoria Ocampo

    En la pgina 22 de la Historia de la Guerra Europea, de Liddell Hart, se lee que unaofensiva de trece divisiones britnicas (apoyadas por mil cuatrocientas piezas de artillera)contra la lnea Serre-Montauban haba sido planeada para el veinticuatro de julio de 1916 ydebi postergarse hasta la maana del da veintinueve. Las lluvias torrenciales (anota elcapitn Liddell Hart) provocaron esa demora nada significativa, por cierto. La siguientedeclaracin, dictada, releda y firmada por el doctor Yu Tsun, antiguo catedrtico de inglsen la Hochschule de Tsingtao, arroja una insospechada luz sobre el caso. Faltan las dospginas iniciales.

    ... y colgu el tubo. Inmediatamente despus, reconoc la voz que haba contestadoen alemn. Era la del capitn Richard Madden. Madden, en el departamento de ViktorRuneberg, quera decir el fin de nuestros afanes y pero eso pareca muy secundario, o deba

    parecrmelotambin de nuestras vidas. Quera decir que Runeberg haba sido arrestado, oasesinado8. Antes que declinara el sol de ese da, yo correra la misma suerte. Madden eraimplacable. Mejor dicho, estaba obligado a ser implacable. Irlands a las rdenes deInglaterra, hombre acusado de tibieza y tal vez de traicin cmo no iba a abrazar yagradecer este milagroso favor: el descubrimiento, la captura, quiz la muerte, de dos

    agentes del Imperio Alemn? Sub a mi cuarto; absurdamente cerr la puerta con llave y metir de espaldas en la estrecha cama de hierro. En la ventana estaban los tejados de siemprey el sol nublado de las seis. Me pareci increble que ese da sin premoniciones ni smbolosfuera el de mi muerte implacable. A pesar de mi padre muerto, a pesar de haber sido unnio en un simtrico jardn de Hai Feng yo, ahora, iba a morir? Despus reflexion quetodas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sloen el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, ytodo lo que realmente pasa me pasa a m... El casi intolerable recuerdo del rostro acaballadode Madden aboliesas divagaciones. En mitad de mi odio y de mi terror (ahora no me

    importa hablar de terror: ahora que he burlado a Richard Madden, ahora que mi gargantaanhela la cuerda) pens que ese guerrero tumultuoso y sin duda feliz no sospechaba que yoposea el Secreto. El nombre del preciso lugar del nuevo parque de artillera britnico sobreel Ancre. Un pjaro ray el cielo gris y ciegamente lo traduje en un aeroplano y a eseaeroplano en muchos (en el cielo francs) aniquilando el parque de artillera con bombas

    verticales. Si mi boca, antes que la deshiciera un balazo, pudiera gritar ese nombre de modoque lo oyeran en Alemania... Mi voz humana era muy pobre; cmo hacerla llegar al ododel Jefe? Al odo de aquel hombre enfermo y odioso, que no saba de Runeberg y de m

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    Hiptesis odiosa y estrafalaria. El espa prusiano Hans Rabener alias Vctor Runeberg agredi con unapistola automtica al portador de la orden de arresto, capitn Richard Madden. ste, en defensa propia, lecaus heridas que determinaron su muerte. (Nota del Editor)

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    sino que estbamos en Straffordshire y que en vano esperaba noticias nuestras en su ridaoficina de Berln, examinando infinitamente peridicos... Dije en voz alta: Debo huir. Meincorpor sin ruido, en una intil perfeccin de silencio, como si Madden ya estuvieraacechndome. Algo tal vez la mera ostentacin de probar que mis recursos eran nulos

    me hizo revisar mis bolsillos. Encontr lo que saba que iba a encontrar. El relojnorteamericano, la cadena de nquel y la moneda cuadrangular, el llavero con lascomprometedoras llaves intiles del departamento de Runeberg, la libreta, una carta queresolv destruir inmediatamente (y que no destru), una corona, dos chelines y unospeniques, el lpiz rojo-azul, el pauelo, el revlver con una bala. Absurdamente lo empuy sopes para darme valor. Vagamente pens que un pistoletazo puede orse muy lejos. Endiez minutos mi plan estaba maduro. La gua telefnica me dio el nombre de la nicapersona capaz de transmitir la noticia: viva en un suburbio de Fenton, a menos de mediahora de tren.

    Soy un hombre cobarde. Ahora lo digo, ahora que he llevado a trmino un plan quenadie no calificara de arriesgado. Yo s que fue terrible su ejecucin. No lo hice por

    Alemania, no. Nada me importa un pas brbaro, que me ha obligado a la abyeccin de serun espa. Adems; yo s de un hombre de Inglaterra un hombre modesto que para m noes menos que Goethe. Arriba de una hora no habl con l, pero durante una hora fueGoethe... Lo hice, porque yo senta que el Jefe tema un poco a los de mi raza a losinnumerables antepasados que confluyen en m. Yo quera probarle que un amarillo podasalvar a sus ejrcitos. Adems, yo deba huir del capitn. Sus manos y su voz podan golpearen cualquier momento a mi puerta. Me vest sin ruido, me dije adis en el espejo, baj,escudri la calle tranquila y sal. La estacin no distaba mucho de casa, pero juzgu

    preferible tomar un coche. Arg que as corra menos peligro de ser reconocido; el hechoes que en la calle desierta me senta visible y vulnerable, infinitamente. Recuerdo que le dijeal cochero que se detuviera un poco antes de la entrada central. Baj con lentitud voluntariay casi penosa; iba a la aldea de Ashgrove, pero saqu un pasaje para una estacin mslejana. El tren sala dentro de muy pocos minutos, a las ocho y cincuenta. Me apresur; elprximo saldra a las nueve y media. No haba casi nadie en el andn. Recorr los coches:recuerdo unos labradores, una enlutada, un joven que lea con fervor los Anales de Tcito,un soldado herido y feliz. Los coches arrancaron al fin. Un hombre que reconoc corri en

    vano hasta el lmite del andn. Era el capitn Richard Madden. Aniquilado, trmulo, me

    encog en la otra punta del silln, lejos del temido cristal.De esta aniquilacin pas a una felicidad casi abyecta. Me dije que ya estaba

    empeado mi duelo y que yo haba ganado el primer asalto, al burlar, siquiera por cuarentaminutos, siquiera por un favor del azar, el ataque de mi adversario. Arg que esa victoriamnima prefiguraba la victoria total. Arg que no era mnima, ya que sin esa diferenciapreciosa que el horario de trenes me deparaba, yo estara en la crcel, o muerto. Arg (nomenos sofsticamente) que mi felicidad cobarde probaba que yo era hombre capaz de llevara buen trmino la aventura. De esa debilidad saqu fuerzas que no me abandonaron.Preveo que el hombre se resignar cada da a empresas ms atroces; pronto no habr sino

    guerreros y bandoleros; les doy este consejo: El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que

    ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado. As proced yo,

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    mientras mis ojos de hombre ya muerto registraban la fluencia de aquel da que era tal vezel ltimo, y la difusin de la noche. El tren corra con dulzura, entre fresnos. Se detuvo, casien medio del campo. Nadie grit el nombre de la estacin. Ashgrove? les pregunt a unoschicos en el andn. Ashgrove, contestaron. Baj.

    Una lmpara ilustraba el andn, pero las caras de los nios quedaban en la zona desombra. Uno me interrog: Usted va a casa del doctor Stephen Albert? Sin aguardarcontestacin, otro dijo: La casa queda lejos de aqu, pero usted no se perder si toma ese camino a laizquierda y en cada encrucijada del camino dobla a la izquierda. Les arroj una moneda (la ltima),baj unos escalones de piedra y entr en el solitario camino. Este, lentamente, bajaba. Erade tierra elemental, arriba se confundan las ramas, la luna baja y circular parecaacompaarme.

    Por un instante, pens que Richard Madden haba penetrado de algn modo midesesperado propsito. Muy pronto comprend que eso era imposible. El consejo desiempre doblar a la izquierda me record que tal era el procedimiento comn paradescubrir el patio central de ciertos laberintos. Algo entiendo de laberintos; no en vano soybisnieto de aquel Tsui Pn, que fue gobernador de Yunan y que renunci al podertemporal para escribir una novela que fuera todava ms populosa que el Hung Lu Mengypara edificar un laberinto en el que se perdieran todos los hombres. Trece aos dedic aesas heterogneas fatigas, pero la mano de un forastero lo asesin y su novela era insensatay nadie encontr el laberinto. Bajo los rboles ingleses medit en ese laberinto perdido: loimagin inviolado y perfecto en la cumbre secreta de una montaa, lo imagin borrado porarrozales o debajo del agua, lo imagin infinito, no ya de quioscos ochavados y de sendasque vuelven, sino de ros y provincias y reinos... Pens en un laberinto de laberintos, en un

    sinuoso laberinto creciente que abarcara el pasado y el porvenir y que implicara de algnmodo los astros. Absorto en esas ilusorias imgenes, olvid mi destino de perseguido. Mesent, por un tiempo indeterminado, percibidor abstracto del mundo. El vago y vivocampo, la luna, los restos de la tarde, obraron en mi; asimismo el declive que eliminabacualquier posibilidad de cansancio. La tarde era intima, infinita. El camino bajaba y sebifurcaba, entre las ya confusas praderas. Una msica aguda y como silbica se aproximabay se alejaba en el vaivn del viento, empaada de hojas y de distancia. Pens que un hombrepuede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de unpas; no de lucirnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes. Llegu, as, a un alto

    portn herrumbrado. Entre las rejas descifr una alameda y una especie de pabelln.Comprend, de pronto, dos cosas, la primera trivial, la segunda casi increble: la msica

    vena del pabelln, la msica era china. Por eso, yo la haba aceptado con plenitud, sinprestarle atencin. No recuerdo si haba una campana o un timbre o si llam golpeando lasmanos. El chisporroteo de la msica prosigui.

    Pero del fondo de la ntima casa un farol se acercaba: un farol que rayaban y a ratosanulaban los troncos, un farol de papel, que tena la forma de los tambores y el color de laluna. Lo traa un hombre alto. No vi su rostro, porque me cegaba la luz. Abri el portn ydijo lentamente en mi idioma:

    Veo que el piadoso Hsi Png se empea en corregir mi soledad. Usted sin dudaquerr ver el jardn?

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    Reconoc el nombre de uno de nuestros cnsules y repet desconcertado:El jardn?El jardn de senderos que se bifurcan.Algo se agit en mi recuerdo y pronunci con incomprensible seguridad:

    El jardn de mi antepasado Tsui Pn.Su antepasado? Su ilustre antepasado? Adelante.El hmedo sendero zigzagueaba como los de mi infancia. Llegamos a una biblioteca

    de libros orientales y occidentales. Reconoc, encuadernados en seda amarilla, algunostomos manuscritos de la Enciclopedia Perdida que dirigi el Tercer Emperador de laDinasta Luminosa y que no se dio nunca a la imprenta. El disco del gramfono girabajunto a un fnix de bronce. Recuerdo tambin un jarrn de la familia rosa y otro, anteriorde muchos siglos, de ese color azul que nuestros artfices copiaron de los alfareros dePersia...

    Stephen Albert me observaba, sonriente. Era (ya lo dije) muy alto, de rasgos afilados,de ojos grises y barba gris. Algo de sacerdote haba en l y tambin de marino; despus merefiri que haba sido misionero en Tientsin antes de aspirar a sinlogo.

    Nos sentamos; yo en un largo y bajo divn; l de espaldas a la ventana y a un altoreloj circular. Comput que antes de una hora no llegara mi perseguidor, Richard Madden.Mi determinacin irrevocable poda esperar.

    Asombroso destino el de Tsui Pn dijo Stephen Albert. Gobernador de suprovincia natal, docto en astronoma, en astrologa y en la interpretacin infatigable de loslibros cannicos, ajedrecista, famoso poeta y calgrafo: todo lo abandon para componerun libro y un laberinto. Renunci a los placeres de la opresin, de la justicia, del numeroso

    lecho, de los banquetes y aun de la erudicin y se enclaustr durante trece aos en elPabelln de la Lmpida Soledad. A su muerte, los herederos no encontraron sinomanuscritos caticos. La familia, como usted acaso no ignora, quiso adjudicarlos al fuego;pero su albacea un monje taosta o budista insisti en la publicacin.

    Los de la sangre de Tsui Pn repliqu seguimos execrando a ese monje. Esapublicacin fue insensata. El libro es un acervo indeciso de borradores contradictorios. Lohe examinado alguna vez: en el tercer captulo muere el hroe, en el cuarto est vivo. Encuanto a la otra empresa de Tsui Pn, a su Laberinto...

    Aqu est el Laberinto dijo indicndome un alto escritorio laqueado.

    Un laberinto de marfil! exclam. Un laberinto mnimo.Un laberinto de smbolos corrigi. Un invisible laberinto de tiempo. A m,

    brbaro ingls, me ha sido deparado revelar ese misterio difano. Al cabo de ms de cienaos, los pormenores son irrecuperables, pero no es difcil conjeturar lo que sucedi TsuiPn dira una vez: Me retiro a escribir un libro. Y otra: Me retiro a construir un laberinto. Todosimaginaron dos obras; nadie pens que libro y laberinto eran un solo objeto. El Pabelln dela Lmpida Soledad se ergua en el centro de un jardn tal vez intrincado; el hecho puedehaber sugerido a los hombres un laberinto fsico. Tsui Pn muri; nadie, en las dilatadastierras que fueron suyas, dio con el laberinto; la confusin de la novela me sugiri que ese

    era el laberinto. Dos circunstancias me dieron la recta solucin del problema. Una: la

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    curiosa leyenda de que Tsui Pn se haba propuesto un laberinto que fuera estrictamenteinfinito. Otra: un fragmento de una carta que descubr.

    Albert se levant. Me dio, por unos instantes, la espalda; abri un cajn del ureo yrenegrido escritorio. Volvi con un papel antes carmes; ahora rosado y tenue y

    cuadriculado. Era justo el renombre caligrfico de Tsui Pn. Le con incomprensin yfervor estas palabras que con minucioso pincel redact un hombre de mi sangre: Dejo a losvarios porvenires (no a todos) mi jardn de senderos que se bifurcan. Devolv en silencio la hoja.

    Albert prosigui:Antes de exhumar esta carta, yo me haba preguntado de qu manera un libro puede

    ser infinito. No conjetur otro procedimiento que el de un volumen cclico, circular. Unvolumen cuya ltima pgina fuera idntica a la primera, con posibilidad de continuarindefinidamente. Record tambin esa noche que est en el centro de las 1001 Nochescuando la reina Shahrazad (por una mgica distraccin del copista) se pone a referirtextualmente la historia de las 1001 Noches, con riesgo de llegar otra vez a la noche en que larefiere, y as hasta lo infinito. Imagin tambin una obra platnica, hereditaria, trasmitida depadre a hijo, en la que cada nuevo individuo agregara un captulo o corrigiera con piadosocuidado la pgina de los mayores. Esas conjeturas me distrajeron; pero ninguna parecacorresponder, siquiera de un modo remoto, a los contradictorios captulos de Tsui Pn. Enesa perplejidad, me remitieron de Oxford el manuscrito que usted ha examinado. Medetuve, como es natural, en la frase: Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardn de senderosque se bifurcan. Casi en el acto comprend; el jardn de senderos que se bifurcan era la novelacatica; la frase varios porvenires (no a todos) me sugiri la imagen de la bifurcacin en eltiempo, no en el espacio. La relectura general de la obra confirm esa teora. En todas las

    ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una yelimina las otras; en la del casi inextricable Tsui Pn, opta simultneamente por todas.Crea, as, diversos porvenires, diversos tiempos, que tambin proliferan y se bifurcan, de ahlas contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido llama asu puerta; Fang resuelve matarlo. Naturalmente, hay varios desenlaces posibles: Fang puedematar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos pueden salvarse, ambos puedenmorir, etctera, En la obra de Tsui Pn, todos los desenlaces ocurren; cada uno es el puntode partida de otras bifurcaciones. Alguna vez, los senderos de ese laberinto convergen; porejemplo, usted llega a esta casa, pero en uno de los pasados posibles usted es mi enemigo,

    en otro mi amigo. Si se resigna usted a mi pronunciacin incurable, leeremos unas pginas.Su rostro, en el vvido crculo de la lmpara, era sin duda el de un anciano, pero con

    algo inquebrantable y aun inmortal. Ley con lenta precisin dos redacciones de un mismocaptulo pico. En la primera, un ejrcito marcha hacia una batalla a travs de una montaadesierta; el horror de las piedras y de la sombra le hace menospreciar la vida y logra confacilidad la victoria; en la segunda, el mismo ejrcito atraviesa un palacio en el que hay unafiesta; la resplandeciente batalla les parece una continuacin de la fiesta y logran la victoria.

    Yo oa con decente veneracin esas viejas ficciones, acaso menos admirables que el hechode que las hubiera ideado mi sangre y de que un hombre de un imperio remoto me las

    restituyera, en el curso de una desesperada aventura, en una isla occidental. Recuerdo las

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    palabras finales, repetidas en cada redaccin como un mandamiento secreto:As combatieronlos hroes, tranquilo el admirable corazn, violenta la espada, resignados a matar y a morir.

    Desde ese instante, sent a mi alrededor y en mi oscuro cuerpo una invisible,intangible pululacin. No la pululacin de los divergentes, paralelos y finalmente

    coalescentes ejrcitos, sino una agitacin ms inaccesible, ms ntima y que ellos de algnmodo prefiguraban. Stephen Albert prosigui:No creo que su ilustre antepasado jugara ociosamente a las variaciones. No juzgo

    verosmil que sacrificara trece aos a la infinita ejecucin de un experimento retrico. Ensu pas, la novela es un gnero subalterno; en aquel tiempo era un gnero despreciable.

    Tsui Pn fue un novelista genial, pero tambin fue un hombre de letras que sin duda no seconsider un mero novelista. El testimonio de sus contemporneos proclama y harto loconfirma su vida sus aficiones metafsicas, msticas. La controversia filosfica usurpabuena parte de su novela. S que de todos los problemas, ninguno lo inquiet y lo trabajcomo el abismal problema del tiempo. Ahora bien, ese es el nico problema que no figuraen las pginas del Jardn. Ni siquiera usa la palabra que quiere decir tiempo. Cmo seexplica usted esa voluntaria opinin?

    Propuse varias soluciones; todas, insuficientes. Las discutimos; al fin, Stephen Albertme dijo:

    En una adivinanza cuyo tema es el ajedrez, cul es la nica palabra prohibida?Reflexion un momento y repuse:

    La palabra ajedrez.Precisamente dijo Albert. El jardn de senderos que se bifurcan es una enorme

    adivinanza, o parbola, cuyo tema es el tiempo; esa causa recndita le prohbe la mencin

    de su nombre. Omitir siempre una palabra, recurrir a metforas ineptas y a perfrasisevidentes, es quiz el modo ms enftico de indicarla. Es el modo tortuoso que prefiri, encada uno de los meandros de su infatigable novela, el oblicuo Tsui Pn. He confrontadocentenares de manuscritos, he corregido los errores que la negligencia de los copistas haintroducido, he conjeturado el plan de ese caos, he restablecido, he credo restablecer elorden primordial, he traducido la obra entera: me consta que no emplea una sola vez lapalabra tiempo. La explicacin es obvia: El jardn de senderos que se bifurcan es una imagenincompleta, pero no falsa, del universo tal como lo conceba Tsui Pn. A diferencia deNewton y de Schopenhauer, su antepasado no crea en un tiempo uniforme, absoluto.

    Crea en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiemposdivergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan,se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en lamayora de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros,los dos. En este, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro,usted, al atravesar el jardn, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismaspalabras, pero soy un error, un fantasma.

    En todos articul no sin un temblor yo agradezco y venero su recreacin deljardn de Tsui Pn.

    No en todos murmur con una sonrisa. El tiempo se bifurca perpetuamentehacia innumerables futuros. En uno de ellos soy su enemigo.

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    Volv a sentir esa pululacin de que habl. Me pareci que el hmedo jardn querodeaba la casa estaba saturado hasta lo infinito de invisibles personas. Esas personas eran

    Albert y yo, secretos, atareados y multiformes en otras dimensiones de tiempo. Alc losojos y la tenue pesadilla se disip. En el amarillo y negro jardn haba un solo hombre; pero

    ese hombre era fuerte como una estatua, pero ese hombre avanzaba por el sendero y era elcapitn Richard Madden.El porvenir ya existe respond, pero yo soy su amigo. Puedo examinar de nuevo

    la carta?Albert se levant. Alto, abri el cajn del alto escritorio; me dio por un momento la

    espalda. Yo haba preparado el revlver. Dispar con sumo cuidado: Albert se desplomsin una queja, inmediatamente. Yo juro que su muerte fue instantnea: una fulminacin.

    Lo dems es irreal, insignificante. Madden irrumpi, me arrest. He sido condenadoa la horca. Abominablemente he vencido: he comunicado a Berln el secreto nombre de laciudad que deben atacar. Ayer la bombardearon; lo le en los mismos peridicos quepropusieron a Inglaterra el enigma de que el sabio sinlogo Stephen Albert murieraasesinado por un desconocido, Yu Tsun. El Jefe ha descifrado ese enigma. Sabe que miproblema era indicar (a travs del estrpito de la guerra) la ciudad que se llama Albert y queno hall otro medio que matar a una persona de ese hombre. No sabe (nadie puede saber)mi innumerable contricin y cansancio.

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    LA INTRUSA(El informe de Brodie, 1970)

    2 Reyes, I, 26.

    Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, el menor delos Nelson, en el velorio de Cristian, el mayor, que falleci de muerte natural, hacia milochocientos noventa y tantos, en el partido de Moran. Lo cierto es que alguien la oy dealguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repiti a SantiagoDabove, por quien la supe. Aos despus, volvieron a contrmela en Turdera, donde habaacontecido. La segunda versin, algo ms prolija, confirmaba en suma la de Santiago, conlas pequeas variaciones y divergencias que son del caso. La escribo ahora porque en ella secifra, si no me engao, un breve y trgico cristal de la ndole de los orilleros 9 antiguos. Lohar con probidad, pero ya preveo que ceder a la tentacin literaria de acentuar o agregaralgn pormenor.

    En Turdera los llamaban los Nilsen. El prroco me dijo que su predecesor recordaba,no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, concaracteres gticos; en las ltimas pginas entrevi nombres y fechas manuscritas. Era elnico libro que haba en la casa. La azarosa crnica de los Nilsen, perdida como todo seperder. El casern, que ya no existe, era de ladrillo sin revocar; desde el zagun sedivisaban un patio de baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo dems, entraron ah;los Nilsen defendan su soledad. En las habitaciones desmanteladas durmieron en catres;sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hoja corta, el atuendo rumboso de los sbados

    y el alcohol pendenciero. S que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de lasque nunca oiran hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El barrio los tema alos Colorados; no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro pelearonuna vez a la polica. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que nollev la peor parte, lo cual, segn los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores,cuatreros y alguna vez tahres. Tenan fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los

    volvan generosos. De sus deudos nada se sabe ni de dnde vinieron. Eran dueos de unacarreta y una yunta de bueyes.

    Fsicamente diferan del compadraje que dio su apodo forajido a la Costa Brava.

    Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo unidos que fueron. Malquistarse con unoera contar con dos enemigos.

    Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos haban sido hasta entoncesde zagun o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristian llev a vivir con

    Juliana Burgos. Es verdad que ganaba as una sirvienta, pero no es menos cierto que lacolm de horrendas baratijas y que la luca en las fiestas. En las pobres fiestas deconventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todava,con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados, bastaba que alguien la mirarapara que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las

    mujeres, no era mal parecida.9orillero. En gran parte de Amrica Latina vale por arrabalero

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    Eduardo los acompaaba al principio. Despus emprendi un viaje a Arrecifes porno s qu negocio; a su vuelta llev a la casa una muchacha, que haba levantado por elcamino, y a los pocos das la ech. Se hizo ms hosco; se emborrachaba solo en el almacny no se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristian. El barrio, que tal vez lo

    supo antes que l, previ con alevosa alegra la rivalidad latente de los hermanos.Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de Cristian atado alpalenque. En el patio, el mayor estaba esperndolo con sus mejores pilchas10. La mujer ibay vena con el mate en la mano. Cristian le dijo a Eduardo:

    Yo me voy a una farra en lo de Farias. Ah la tens a la Juliana; si la quers, usala.El tono era entre mandn y cordial. Eduardo se qued un tiempo mirndolo; no

    saba qu hacer, Cristian se levant, se despidi de Eduardo, no de Juliana, que era unacosa, mont a caballo y se fue al trote, sin apuro.

    Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabr los pormenores de esa srdidaunin, que ultrajaba las decencias del arrabal. El arreglo anduvo bien por unas semanas,pero no poda durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, nisiquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban, razones para no estar de acuerdo.Discutan la venta de unos cueros, pero lo que discutan era otra cosa. Cristian sola alzar la

    voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celndose. En el duro suburbio, un hombre nodeca, ni se deca, que una mujer pudiera importarle, mas all del deseo y la posesin, perolos dos estaban enamorados. Esto, de algn modo, los humillaba.

    Una tarde, en la plaza de Lomas, Eduardo se cruz con Juan Iberra, que lo felicitpor ese primor que se haba agenciado. Fue entonces, creo, que Eduardo lo injiri. Nadie,delante de l, iba a hacer burla de Cristian.

    La mujer atenda a los dos con sumisin bestial; pero no poda ocultar algunapreferencia por el menor, que no haba rechazado la participacin, pero que no la habadispuesto.

    Un da, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer patio y que noapareciera por ah, porque tenan que hablar. Ella esperaba un dilogo largo y se acost adormir la siesta, pero al rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo quetena, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le haba dejado su madre. Sinexplicarle nada la subieron a la carreta y emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Haballovido; los caminos estaban muy pesados y seran las cinco de la maana cuando llegaron a

    Morn. Ah la vendieron a la patrona del prostbulo. El trato ya estaba hecho; Cristiancobr la suma y la dividi despus con el otro.

    En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la maraa (que tambin era unarutina) de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entrehombres. Volvieron a las trucadas, al reidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, secreyeron salvados, pero solan incurrir, cada cual por su lado, en injustificadas o hartojustificadas ausencias. Poco antes de fin de ao el menor dijo que tena que hacer en laCapital. Cristian se fue a Morn; en el palenque de la casa que sabemos reconoci al overode Eduardo. Entr; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que Cristian le dijo:

    De seguir as, los vamos a cansar a los pingos. Ms vale que la tengamos a mano.10pilcha. Prenda de vestir, particularmente si es elegante y cara. Se usa en plural.

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    Habl con la patrona, sac unas monedas del tirador y se la llevaron. La Juliana ibacon Cristian; Eduardo espole al overo11 para no verlos.

    Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solucin haba fracasado; los dos habancedido a la tentacin de hacer trampa. Can andaba por ah, pero el cario entre los Nilsen

    era muy grande quin sabe que rigores y qu peligros haban compartido! y prefirierondesahogar su exasperacin con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana,que haba trado la discordia.

    El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un domingo (los domingosla gente suele recogerse temprano) Eduardo, que volva del almacn, vio que Cristian uncalos bueyes. Cristian le dijo:

    Ven; tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo; ya los cargu, aprovechemosla fresca.

    El comercio del Pardo quedaba, creo, ms al Sur; tomaron por el Camino de lasTropas; despus, por un desvo. El campo iba agrandndose con la noche.

    Orillaron un pajonal; Cristian tir el cigarro que haba encendido y dijo sin apuro:A trabajar, hermano. Despus nos ayudarn los caranchos. Hoy la mat. Que se

    quede aqu con sus pilchas. Ya no har ms perjuicios.Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro vnculo: la mujer tristemente

    sacrificada y la obligacin de olvidarla.

    11overo. Dicho de un animal, especialmente de un caballo: De color parecido al del melocotn

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    EL HACEDOR

    (El hacedor, 1960)

    Nunca se haba demorado en los goces de la memoria. Las impresiones resbalabanpor l, momentneas y vvidas; el bermelln de un alfarero, la bveda cargada de estrellasque tambin eran dioses, la luna, de la que haba cado un len, la lisura del mrmol bajo laslentas yemas sensibles, el calor de la carne de jabal, que le gustaba desgarrar condentelladas blancas y bruscas, una palabra fenicia, la sombra negra que una lanza proyectasobre la arena amarilla, la cercana del mar o de las mujeres, el pesado vino cuya asperezamitigaba la miel, podan abarcar por entero el mbito de su alma. Conoca el terror perotambin la clera y el coraje, y una vez fue el primero en escalar el muro enemigo. vido,curioso, casual, sin otra ley que la fruicin y la indiferencia inmediata, anduvo por la variadatierra y mir, en una u otra margen del mar, las ciudades de los hombres y sus palacios. Enlos mercados populosos o al pie de una montaa de cumbre incierta, en la que bien podahaber stiros, haba escuchado complicadas historias, que recibi como reciba la realidad,sin indagar si eran verdaderas o falsas.

    Gradualmente, el hermoso universo fue abandonndolo; una terca neblina le borrlas lneas de la mano, la noche se despobl de estrellas, la tierra era insegura bajo sus pies.

    Todo se alejaba y se confunda. Cuando supo que se estaba quedando ciego, grit; el pudorestoico no haba sido an inventado y Hctor poda huir sin desmedro. Ya no ver (sinti)ni el cielo lleno de pavor mitolgico, ni esta cara que los aos transformarn. Das y noches pasaronsobre esa desesperacin de su carne, pero una maana se despert, mir (ya sin asombro)

    las borrosas cosas que lo rodeaban e inexplicablemente sinti, como quien reconoce unamsica o una voz, que ya le haba ocurrido todo eso y que lo haba encarado con temor,pero tambin con jbilo, esperanza y curiosidad. Entonces descendi a su memoria, que lepareci interminable, y logr sacar de aquel vrtigo el recuerdo perdido que reluci comouna moneda bajo la lluvia, acaso porque nunca lo haba mirado, salvo quiz, en un sueo.

    El recuerdo era as. Lo haba injuriado otro muchacho y l haba acudido a su padre yle haba contado la historia. ste lo dej hablar como si no escuchara o no comprendiera ydescolg de la pared un pual de bronce, bello y cargado de poder, que el chico habacodiciado furtivamente. Ahora lo tena en las manos y la sorpresa de la posesin anul la

    injuria padecida, pero la voz del padre estaba diciendo: Que alguien sepa que eres un hombre, yhaba una orden en la voz. La noche cegaba los caminos; abrazado al pual, en el quepresenta una fuerza mgica, descendi la brusca ladera que rodeaba la casa y corri a laorilla del mar, sondose yax y Perseo y poblando de heridas y de batallas la oscuridadsalobre. El sabor preciso de aquel momento era lo que ahora buscaba; no le importaba lodems: las afrentas del desafo, el torpe combate, el regreso con la hoja sangrienta.

    Otro recuerdo, en el que tambin haba una noche y con inminencia de aventura,brot de aqul. Una mujer, la primera que le depararon los dioses, lo haba esperado en lasombra de un hipogeo, y l la busc por galeras que eran como redes de piedra y por

    declives que se hundan en la sombra. Por qu le llegaban esas memorias y por qu lellegaban sin amargura, como una mera prefiguracin del presente?

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    Con grave asombro comprendi. En esta noche de sus ojos mortales, a la que ahoradescenda, lo aguardaban tambin el amor y el riesgo. Ares y Afrodita, porque ya adivinaba(porque ya lo cercaba) un rumor de gloria y de hexmetros, un rumor de hombres quedefienden un templo que los dioses no salvarn y de bajeles negros que buscan por el mar

    una isla querida, el rumor de las Odiseas e Iladas que era su destino cantar y dejarresonando cncavamente en la memoria humana. Sabemos estas cosas, pero no las quesinti al descender a la ltima sombra.

    EL MUSEODEL RIGOR DE LA CIENCIA

    En aquel Imperio, el Arte de la Cartografa logr tal Perfeccin que el mapa de una

    sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del imperio, toda una Provincia. Con eltiempo, esos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartgrafoslevantaron un Mapa del Imperio, que tena el tamao del Imperio y coincida puntualmentecon l. Menos Adictas al Estudio de la Cartografa, las Generaciones Siguientes entendieronque ese dilatado Mapa era Intil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Soly de los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa,habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el Pas no hay otra reliquia de lasDisciplinas Geogrficas.

    Surez Miranda: Viajes de varones prudentes, libro cuarto, cap. XIV, Lrida, 1658.

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    AALLEEJJOOCCAARRPPEENNTTIIEERR(1904-1980)

    Representante (junto con el tambin cubano Lezama

    Lima) de la novela barroca en Amrica. Destaca por sucuidado casi manitico con el lenguaje y por su meticulosadocumentacin histrica en que se basan sus narraciones.Muy interesado en la experimentacin, juega con unelemento fundamental en todo relato: el tiempo (comopodemos ver en el ejemplo seleccionado).

    Le debemos la categora de lo real maravilloso, queha sido aplicada a muchas de las novelas caractersticas delboom.

    VIAJE A LASEMILLA(Guerra del tiempo,1958)

    I

    Qu quieres, viejo...?Varias veces cay la pregunta de lo alto de los andamios. Pero el viejo no responda.

    Andaba de un lugar a otro, fisgoneando, sacndose de la garganta un largo monlogo de

    frases incomprensibles. Ya haban descendido las tejas, cubriendo los canteros muertos consu mosaico de barro cocido. Arriba, los picos desprendan piedras de mampostera,hacindolas rodar por canales de madera, con gran revuelo de cales y de yesos. Y por lasalmenas sucesivas que iban desdentando las murallas aparecan despojados de su secretocielos rasos ovales o cuadrados, cornisas, guirnaldas, dentculos, astrgalos, y papelesencolados que colgaban de los testeros como viejas pieles de serpiente en muda.Presenciando la demolicin, una Ceres con la nariz rota y el pelo desvado, veteado denegro el tocado de mieses, se ergua en el traspatio, sobre su fuente de mascaronesborrosos. Visitados por el sol en horas de sombra, los peces grises del estanque bostezaban

    en agua musgosa y tibia, mirando con el ojo redondo aquellos obreros, negros sobre clarode cielo, que iban rebajando la altura secular de la casa. El viejo se haba sentado, con elcayado apuntalndole la barba, al pie de la estatua. Miraba el subir y bajar de cubos en que

    viajaban restos apreciables. Oanse, en sordina, los rumores de la calle mientras, arriba, laspoleas concertaban, sobre ritmos de hierro con piedra, sus gorjeos de aves desagradables ypechugonas.

    Dieron las cinco. Las cornisas y entablamentos se desplomaron. Slo quedaronescaleras de mano, preparando el salto del da siguiente. El aire se hizo ms fresco,aligerado de sudores, blasfemias, chirridos de cuerdas, ejes que pedan alcuzas y palmadas

    en torsos pringosos. Para la casa mondada el crepsculo llegaba ms pronto. Se vesta desombras en horas en que su ya cada balaustrada superior sola regalar a las fachadas algn

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    relumbre de sol. La Ceres apretaba los labios. Por primera vez las habitaciones dormiransin persianas, abiertas sobre un paisaje de escombros.

    Contrariando sus apetencias, varios capiteles yacan entre las hierbas. Las hojas deacanto descubran su condicin vegetal. Una enredadera aventur sus tentculos hacia la

    voluta jnica, atrada por un aire de familia. Cuando cay la noche, la casa estaba ms cercade la tierra. Un marco de puerta se ergua an, en lo alto, con tablas de sombrassuspendidas de sus bisagras desorientadas.

    II

    Entonces el negro viejo, que no se haba movido, hizo gestos extraos, volteando sucayado sobre un cementerio de baldosas.

    Los cuadrados de mrmol, blancos y negros volaron a los pisos, vistiendo la tierra.Las piedras con saltos certeros, fueron a cerrar los boquetes de las murallas. Hojas de nogalclaveteadas se encajaron en sus marcos, mientras los tornillos de las charnelas volvan ahundirse en sus hoyos, con rpida rotacin. En los canteros muertos, levantadas por elesfuerzo de las flores, las tejas juntaron sus fragmentos, alzando un sonoro torbellino debarro, para caer en lluvia sobre la armadura del techo. La casa creci, trada nuevamente asus proporciones habituales, pudorosa y vestida. La Ceres fue menos gris. Hubo ms pecesen la fuente. Y el murmullo del agua llam begonias olvidadas.

    El viejo introdujo una llave en la cerradura de la puerta principal, y comenz a abrirventanas. Sus tacones sonaban a hueco. Cuando encendi los velones, un estremecimiento

    amarillo corri por el leo de los retratos de familia, y gentes vestidas de negromurmuraron en todas las galeras, al comps de cucharas movidas en jcaras de chocolate.

    Don Marcial, el Marqus de Capellanas, yaca en su lecho de muerte, el pechoacorazado de medallas, escoltado por cuatro cirios con largas barbas de cera derretida.

    III

    Los cirios crecieron lentamente, perdiendo sudores. Cuando recobraron su tamao,

    los apag la monja apartando una lumbre. Las mechas blanquearon, arrojando el pabilo. Lacasa se vaci de visitantes y los carruajes partieron en la noche. Don Marcial puls unteclado invisible y abri los ojos.

    Confusas y revueltas, las vigas del techo se iban colocando en su lugar. Los pomos demedicina, las borlas de damasco, el escapulario de la cabecera, los daguerrotipos, las palmasde la reja, salieron de sus nieblas. Cuando el mdico movi la cabeza con desconsueloprofesional, el enfermo se sinti mejor. Durmi algunas horas y despert bajo la miradanegra y cejuda del Padre Anastasio. De franca, detallada, poblada de pecados, la confesinse hizo reticente, penosa, llena de escondrijos. Y qu derecho tena, en el fondo, aquel

    carmelita, a entrometerse en su vida? Don Marcial se encontr, de pronto, tirado en mediodel aposento. Aligerado de un peso en las sienes, se levant con sorprendente celeridad. La

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    mujer desnuda que se desperezaba sobre el brocado del lecho busc enaguas y corpios,llevndose, poco despus, sus rumores de seda estrujada y su perfume. Abajo, en el cochecerrado, cubriendo tachuelas del asiento, haba un sobre con monedas de oro.

    Don Marcial no se senta bien. Al arreglarse la corbata frente a la luna de la consola

    se vio congestionado. Baj al despacho donde lo esperaban hombres de justicia, abogadosy escribientes, para disponer la venta pblica de la casa. Todo haba sido intil. Suspertenencias se iran a manos del mejor postor, al comps de martillo golpeando una tabla.Salud y le dejaron solo. Pensaba en los misterios de la letra escrita, en esas hebras negrasque se enlazan y desenlazan sobre anchas hojas afiligranadas de balanzas, enlazando ydesenlazando compromisos, juramentos, alianzas, testimonios, declaraciones, apellidos,ttulos, fechas, tierras, rboles y piedras; maraa de hilos, sacada del tintero, en que seenredaban las piernas del hombre, vedndole caminos desestimados por la Ley; cordn alcuello, que apretaban su sordina al percibir el sonido temible de las palabras en libertad. Sufirma lo haba traicionado, yendo a complicarse en nudo y enredos de legajos. Atado porella, el hombre de carne se haca hombre de papel.

    Era el amanecer. El reloj del comedor acababa de dar las seis de la tarde.

    IV

    Transcurrieron meses de luto, ensombrecidos por un remordimiento cada vez mayor.Al principio, la idea de traer una mujer a aquel aposento se le haca casi razonable. Pero,poco a poco, las apetencias de un cuerpo nuevo fueron desplazadas por escrpulos

    crecientes, que llegaron al flagelo. Cierta noche, Don Marcial se ensangrent las carnes conuna correa, sintiendo luego un deseo mayor, pero de corta duracin. Fue entonces cuandola Marquesa volvi, una tarde, de su paseo a las orillas del Almendares. Los caballos de lacalesa no traan en las crines ms humedad que la del propio sudor. Pero, durante todo elresto del da, dispararon coces a las tablas de la cuadra, irritados, al parecer, por lainmovilidad de nubes bajas.

    Al crepsculo, una tinaja llena de agua se rompi en el bao de la Marquesa. Luego,las lluvias de mayo rebosaron el estanque. Y aquella negra vieja, con tacha de cimarrona ypalomas debajo de la cama, que andaba por el patio murmurando: Desconfa de los ros,

    nia; desconfa de lo verde que corre! No haba da en que el agua no revelara supresencia. Pero esa presencia acab por no ser ms que una jcara derramada sobre el

    vestido trado de Pars, al regreso del baile aniversario dado por el Capitn General de laColonia.

    Reaparecieron muchos parientes. Volvieron muchos amigos. Ya brillaban, muyclaras, las araas del gran saln. Las grietas de la fachada se iban cerrando. El piano regresal clavicordio. Las palmas perdan anillos. Las enredaderas saltaban la primera cornisa.Blanquearon las ojeras de la Ceres y los capiteles parecieron recin tallados. Ms fogosoMarcial sola pasarse tardes enteras abrazando a la Marquesa. Borrbanse patas de gallina,

    ceos y papadas, y las carnes tornaban a su dureza. Un da, un olor de pintura fresca llenla casa.

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    V

    Los rubores eran sinceros. Cada noche se abran un poco ms las hojas de losbiombos, las faldas caan en rincones menos alumbrados y eran nuevas barreras de encajes.

    Al fin la Marquesa sopl las lmparas. Slo l habl en la oscuridad.Partieron para el ingenio, en gran tren de calesas relumbrante de grupas alazanas,bocados de plata y charoles al sol. Pero, a la sombra de las flores de Pascua que enrojecanel soportal interior de la vivienda, advirtieron que se conocan apenas. Marcial autorizdanzas y tambores de Nacin, para distraerse un poco en aquellos das olientes a perfumesde Colonia, baos de benju, cabelleras esparcidas, y sbanas sacadas de armarios que, alabrirse, dejaban caer sobre las lozas un mazo de vetiver. El vaho del guarapo giraba en labrisa con el toque de oracin. Volando bajo, las auras anunciaban lluvias reticentes, cuyasprimeras gotas, anchas y sonoras, eran sorbidas por tejas tan secas que tenan diapasn decobre. Despus de un amanecer alargado por un abrazo deslucido, aliviados dedesconciertos y cerrada la herida, ambos regresaron a la ciudad. La Marquesa troc su

    vestido de viaje por un traje de novia, y, como era costumbre, los esposos fueron a la iglesiapara recobrar su libertad. Se devolvieron presentes a parientes y amigos, y, con revuelo debronces y alardes de jaeces, cada cual tom la calle de su morada. Marcial sigui visitando aMara de las Mercedes por algn tiempo, hasta el da en que los anillos fueron llevados altaller del orfebre para ser desgrabados. Comenzaba, para Marcial, una vida nueva. En lacasa de altas rejas, la Ceres fue sustituida por una Venus italiana, y los mascarones de lafuente adelantaron casi imperceptiblemente el relieve al ver todava encendidas, pintada yael alba, las luces de los velones.

    VI

    Una noche, despus de mucho beber y marearse con tufos de tabaco fro, dejadospor sus amigos, Marcial tuvo la sensacin extraa de que los relojes de la casa daban lascinco, luego las cuatro y media, luego las cuatro, luego las tres y media... Era como lapercepcin remota de otras posibilidades. Como cuando se piensa, en enervamiento de

    vigilia, que puede andarse sobre el cielo raso con el piso por cielo raso, entre muebles

    firmemente asentados entre las vigas del techo. Fue una impresin fugaz, que no dej lamenor huella en su espritu, poco llevado, ahora, a la meditacin.

    Y hubo un gran sarao, en el saln de msica, el da en que alcanz la minora deedad. Estaba alegre, al pensar que su firma haba dejado de tener un valor legal, y que losregistros y escribanas, con sus polillas, se borraban de su mundo. Llegaba al punto en quelos tribunales dejan de ser temibles para quienes tienen una carne desestimada por loscdigos. Luego de achisparse con vinos generosos, los jvenes descolgaron de la pared unaguitarra incrustada de ncar, un salterio y un serpentn. Alguien dio cuerda al reloj quetocaba la Tirolesa de las Vacas y la Balada de los Lagos de Escocia. Otro emboc un

    cuerno de caza que dorma, enroscado en su cobre, sobre los fieltros encarnados de lavitrina, al lado de la flauta travesera trada de Aranjuez. Marcial, que estaba requebrando

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    atrevidamente a la de Campoflorido, su sum al guirigay, buscando en el teclado, sobrebajos falsos, la meloda del Trpili-Trpala.

    Y subieron todos al desvn, de pronto, recordando que all, bajo vigas que ibanrecobrando el repello, se guardaban los trajes y libreas de la Casa de Capellanas. En

    entrepaos escarchados de alcanfor descansaban los vestidos de corte, un espadn deEmbajador, varias guerreras emplastronadas, el manto de un Prncipe de la Iglesia, y largascasacas, con botones de damasco y difuminos de humedad en los pliegues. Matizronse laspenumbras con cintas de amaranto, miriaques amarillos, tnicas marchitas y flores deterciopelo. Un traje de chispero con redecilla de borlas, nacido en una mascarada decarnaval, levant aplausos. La de Campoflorido redonde los hombros empolvados bajoun rebozo de color de carne criolla, que sirviera a cierta abuela, en noche de grandesdecisiones familiares, para avivar los amansados fuegos de un rico Sndico de Clarisas.

    Disfrazados regresaron los jvenes al saln de msica. Tocado con un tricornio deregidor, Marcial peg tres bastonazos en el piso, y se dio comienzo a la danza de la valse,que las madres hallaban terriblemente impropio de seoritas, con eso de dejarse enlazar porla cintura, recibiendo manos de hombre sobre las ballenas del corset que todas se habanhecho segn el reciente patrn de El Jardn de las Modas. Las puertas se obscurecieronde fmulas, cuadrerizos, sirvientes, que venan de sus lejanas dependencias y de losentresuelos sofocantes para admirarse ante fiesta de tanto alboroto. Luego se jug a lagallina ciega y al escondite.

    Marcial, oculto con la de Campoflorido detrs de un biombo chino, le estamp unbeso en la nuca, recibiendo en respuesta un pauelo perfumado, cuyos encajes de Bruselasguardaban suaves tibiezas de escote. Y cuando las muchachas se alejaron en las luces del

    crepsculo, hacia las atalayas y torreones que se pintaban en grisnegro sobre el mar, losmozos fueron a la Casa de Baile, donde tan sabrosamente se contoneaban las mulatas degrandes ajorcas, sin perder nunca as fuera de movida una guaracha sus zapatillas de altotacn. Y como se estaba en carnavales, los del Cabildo Arar Tres Ojos levantaban untrueno de tambores tras de la pared medianera, en un patio sembrado de granados. Subidosen mesas y taburetes, Marcial y sus amigos alabaron el garbo de una negra de pasasentrecanas, que volva a ser hermosa, casi deseable, cuando miraba por sobre el hombro,bailando con altivo mohn de reto.

    VII

    Las visitas de Don Abundio, notario y albacea de la familia, eran ms frecuentes. Sesentaba gravemente a la cabecera de la cama de Marcial, dejando caer al suelo su bastn decana para despertarlo antes de tiempo. Al abrirse, los ojos tropezaban con una levita dealpaca, cubierta de caspa, cuyas mangas lustrosas recogan ttulos y rentas. Al fin slo queduna pensin razonable, calculada para poner coto a toda locura. Fue entonces cuandoMarcial quiso ingresar en el Real Seminario de San Carlos.

    Despus de mediocres exmenes, frecuent los claustros, comprendiendo cada vezmenos las explicaciones de los dmines. El mundo de las ideas se iba despoblando. Lo que

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    haba sido, al principio, una ecumnica asamblea de peplos, jubones, golas y pelucas,controversistas y ergotantes, cobraba la inmovilidad de un museo de figuras de cera.Marcial se contentaba ahora con una exposicin escolstica de los sistemas, aceptando porbueno lo que se dijera en cualquier texto. Len, Avestruz, Ballena, Jaguar, lease

    sobre los grabados en cobre de la Historia Natural. Del mismo modo, Aristteles, SantoToms, Bacon, Descartes, encabezaban pginas negras, en que se catalogabanaburridamente las interpretaciones del universo, al margen de una capitular espesa.

    Poco a poco, Marcial dej de estudiarlas, encontrndose librado de un gran peso. Sumente se hizo alegre y ligera, admitiendo tan slo un concepto instintivo de las cosas. Paraqu pensar en el prisma, cuando la luz clara de invierno daba mayores detalles a lasfortalezas del puerto? Una manzana que cae del rbol slo es incitacin para los dientes. Unpie en una baadera no pasa de ser un pie en una baadera. El da que abandon elSeminario, olvid los libros. El gnomon recobr su categora de duende: el espectro fuesinnimo de fantasma; el octandro era bicho acorazado, con pas en el lomo.

    Varias veces, andando pronto, inquieto el corazn, haba ido a visitar a las mujeresque cuchicheaban, detrs de puertas azules, al pie de las murallas. El recuerdo de la quellevaba zapatillas bordadas y hojas de albahaca en la oreja lo persegua, en tardes de calor,como un dolor de muelas. Pero, un da, la clera y las amenazas de un confesor le hicieronllorar de espanto. Cay por ltima vez en las sbanas del infierno, renunciando parasiempre a sus rodeos por calles poco concurridas, a sus cobardas de ltima hora que lehacan regresar con rabia a su casa, luego de dejar a sus espaldas cierta acera rajada, seal,cuando andaba con la vista baja, de la media vuelta que deba darse por hollar el umbral delos perfumes.

    Ahora viva su crisis mstica, poblada de detentes, corderos pascuales, palomas deporcelana, Vrgenes de manto azul celeste, estrellas de papel dorado, Reyes Magos, ngelescon alas de cisne, el Asno, el Buey, y un terrible San Dionisio que se le apareca en sueos,con un gran vaco entre los hombros y el andar vacilante de quien busca un objeto perdido.

    Tropezaba con la cama y Marcial despertaba sobresaltado, echando mano al rosario decuentas sordas. Las mechas, en sus pocillos de aceite, daban luz triste a imgenes querecobraban su color primero.

    VIII

    Los muebles crecan. Se haca ms difcil sostener los antebrazos sobre el borde de lamesa del comedor. Los armarios de cornisas labradas ensanchaban el frontis. Alargando eltorso, los moros de la escalera acercaban sus antorchas a los balaustres del rellano. Lasbutacas eran mas hondas y los sillones de mecedora tenan tendencia a irse para atrs. Nohaba ya que doblar las piernas al recostarse en el fondo de la baadera con anillas demrmol.

    Una maana en que lea un libro licencioso, Marcial tuvo ganas, sbitamente, de jugar

    con los soldados de plomo que dorman en sus cajas de madera. Volvi a ocultar el tomobajo la jofaina del lavabo, y abri una gaveta sellada por las telaraas. La mesa de estudio

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    era demasiado exigua para dar cabida a tanta gente. Por ello, Marcial se sent en el piso.Dispuso los granaderos por filas de ocho. Luego, los oficiales a caballo, rodeando alabanderado. Detrs, los artilleros, con sus caones, escobillones y botafuegos. Cerrando lamarcha, pfanos y timbales, con escolta de redoblantes. Los morteros estaban dotados de

    un resorte que permita lanzar bolas de vidrio a ms de un metro de distancia.Pum!... Pum!... Pum!...Caan caballos, caan abanderados, caan tambores. Hubo de ser llamado tres veces

    por el negro Eligio, para decidirse a lavarse las manos y bajar al comedor.Desde ese da, Marcial conserv el hbito de sentarse en el enlosado. Cuando

    percibi las ventajas de esa costumbre, se sorprendi por no haberlo pensando antes.Afectas al terciopelo de los cojines, las personas mayores sudan demasiado. Algunas huelena notario como Don Abundio por no conocer, con el cuerpo echado, la frialdad delmrmol en todo tiempo. Slo desde el suelo pueden abarcarse totalmente los ngulos yperspectivas de una habitacin. Hay bellezas de la madera, misteriosos caminos de insectos,rincones de sombra, que se ignoran a altura de hombre. Cuando llova, Marcial se ocultabadebajo del clavicordio. Cada trueno haca temblar la caja de resonancia, poniendo todas lasnotas a cantar. Del cielo caan los rayos para construir aquella bveda de calderones rgano, pinar al viento, mandolina de grillos.

    IX

    Aquella maana lo encerraron en su cuarto. Oy murmullos en toda la casa y el

    almuerzo que le sirvieron fue demasiado suculento para un da de semana. Haba seispasteles de la confitera de la Alameda cuando slo dos podan comerse, los domingos,despus de misa. Se entretuvo mirando estampas de viaje, hasta que el abejeo creciente,entrando por debajo de las puertas, le hizo mirar entre persianas. Llegaban hombres

    vestidos de negro, portando una caja con agarraderas de bronce. Tuvo ganas de llorar, peroen ese momento apareci el calesero Melchor, luciendo sonrisa de dientes en lo alto de susbotas sonoras. Comenzaron a jugar al ajedrez. Melchor era caballo. l, era Rey. Tomandolas losas del piso por tablero, poda avanzar de una en una, mientras Melchor deba saltaruna de frente y dos de lado, o viceversa. El juego se prolong hasta ms all del crepsculo,

    cuando pasaron los Bomberos del Comercio.Al levantarse, fue a besar la mano de su padre que yaca en su cama de enfermo. El

    Marqus se senta mejor, y habl a su hijo con el empaque y los ejemplos usuales. Los S,padre y los No, padre, se encajaban entre cuenta y cuenta del rosario de preguntas,como las respuestas del ayudante en una misa. Marcial respetaba al Marqus, pero era porrazones que nadie hubiera acertado a suponer. Lo respetaba porque era de elevada estaturay sala, en noches de baile, con el pecho rutilante de condecoraciones: porque le envidiabael sable y los entorchados de oficial de milicias; porque, en Pascuas, haba comido un pavoentero, relleno de almendras y pasas, ganando una apuesta; porque, cierta vez, sin duda con

    el nimo de azotarla, agarr a una de las mulatas que barran la rotonda, llevndola enbrazos a su habitacin. Marcial, oculto detrs de una cortina, la vio salir poco despus,

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    llorosa y desabrochada, alegrndose del castigo, pues era la que siempre vaciaba las fuentesde compota devueltas a la alacena.

    El padre era un ser terrible y magnnimo al que debla amarse despus de Dios. ParaMarcial era ms Dios que Dios, porque sus dones eran cotidianos y tangibles. Pero prefera

    el Dios del cielo, porque fastidiaba menos.

    X

    Cuando los muebles crecieron un poco ms y Marcial supo como nadie lo que habadebajo de las camas, armarios y vargueos, ocult a todos un gran secreto: la vida no tenaencanto fuera de la presencia del calesero Melchor. Ni Dios, ni su padre, ni el obispodorado de las procesiones del Corpus, eran tan importantes como Melchor.

    Melchor vena de muy lejos. Era nieto de prncipes vencidos. En su reino habaelefantes, hipoptamos, tigres y jirafas. Ah los hombres no trabajaban, como Don

    Abundio, en habitaciones obscuras, llenas de legajos. Vivan de ser ms astutos que losanimales. Uno de ellos sac el gran cocodrilo del lago azul, ensartndolo con una picaoculta en los cuerpos apretados de doce ocas asadas. Melchor saba canciones fciles deaprender, porque las palabras no tenan significado y se repetan mucho. Robaba dulces enlas cocinas; se escapaba, de noche, por la puerta de los cuadrerizos, y, cierta vez, habaapedreado a los de la guardia civil, desapareciendo luego en las sombras de la calle de la

    Amargura.En das de lluvia, sus botas se ponan a secar junto al fogn de la cocina. Marcial

    hubiese querido tener pies que llenaran tales botas. La derecha se llamaba Calambn. Laizquierda, Calambn. Aquel hombre que dominaba los caballos cerreros con slo encajarlesdos dedos en los belfos; aquel seor de terciopelos y espuelas, que luca chisteras tan altas,saba tambin lo fresco que era un suelo de mrmol en verano, y ocultaba debajo de losmuebles una fruta o un pastel arrebatados a las bandejas destinadas al Gran Saln. Marcial yMelchor tenan en comn un depsito secreto de grageas y almendras, que llamaban elUr, ur, ur, con entendidas carcajadas. Ambos haban explorado la casa de arriba abajo,siendo los nicos en saber que exista un pequeo stano lleno de frascos holandeses,debajo de las cuadras, y que en desvn intil, encima de los cuartos de criadas, doce

    mariposas polvorientas acababan de perder las alas en caja de cristales rotos.

    XI

    Cuando Marcial adquiri el hbito de romper cosas, olvid a Melchor para acercarsea los perros. Haba varios en la casa. El atigrado grande; el podenco que arrastraba las tetas;el galgo, demasiado viejo para jugar; el lanudo que los dems perseguan en pocasdeterminadas, y que las camareras tenan que encerrar.

    Marcial prefera a Canelo porque sacaba zapatos de las habitaciones y desenterrabalos rosales del patio. Siempre negro de carbn o cubierto de tierra roja, devoraba la comida

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    de los dems, chillaba sin motivo y ocultaba huesos robados al pie de la fuente. De vez encuando, tambin, vaciaba un huevo acabado de poner, arrojando la gallina al aire conbrusco palancazo del hocico. Todos daban de patadas al Canelo. Pero Marcial se enfermabacuando se lo llevaban. Y el perro volva triunfante, moviendo la cola, despus de haber sido

    abandonado ms all de la Casa de Beneficencia, recobrando un puesto que los dems, consus habilidades en la caza o desvelos en la guardia, nunca ocuparan.Canelo y Marcial orinaban juntos. A veces escogan la alfombra persa del saln, para

    dibujar en su lana formas de nubes pardas que se ensanchaban lentamente. Eso costabacastigo de cintarazos.

    Pero los cintarazos no dolan tanto como crean las personas mayores. Resultaban, encambio, pretexto admirable para armar concertantes de aullidos, y provocar la compasinde los vecinos. Cuando la bizca del tejadillo calificaba a su padre de brbaro, Marcialmiraba a Canelo, riendo con los ojos. Lloraban un poco ms, para ganarse un bizcocho ytodo quedaba olvidado. Ambos coman tierra, se revolcaban al sol, beban en la fuente delos peces, buscaban sombra y perfume al pie de las albahacas. En horas de calor, loscanteros hmedos se llenaban de gente. Ah estaba la gansa gris, con bolsa colgante entrelas patas zambas; el gallo viejo de culo pelado; la lagartija que deca ur, ur, sacndose delcuello una corbata rosada; el triste jubo nacido en ciudad sin hembras; el ratn que tapiabasu agujero con una semilla de carey. Un da sealaron el perro a Marcial.

    Guau, guau! dijo.Hablaba su propio idioma. Haba logrado la suprema libertad. Ya quera alcanzar,

    con sus manos objetos que estaban fuera del alcance de sus manos

    XII

    Hambre, sed, calor, dolor, fro. Apenas Marcial redujo su percepcin a la de estasrealidades esenciales, renunci a la luz que ya le era accesoria. Ignoraba su nombre.Retirado el bautismo, con su sal desagradable, no quiso ya el olfato, ni el odo, ni siquiera la

    vista. Sus manos rozaban formas placenteras. Era un ser totalmente sensible y tctil. Eluniverso le entraba por todos los poros. Entonces cerr los ojos que slo divisabangigantes nebulosos y penetr en un cuerpo caliente, hmedo, lleno de tinieblas, que mora.

    El cuerpo, al sentirlo arrebozado con su propia sustancia, resbal hacia la vida.Pero ahora el tiempo corri ms pronto, adelgazando sus ltimas horas. Los minutos

    sonaban a glissando de naipes bajo el pulgar de un jugador.Las aves volvieron al huevo en torbellino de plumas. Los peces cuajaron la hueva,

    dejando una nevada de escamas en el fondo del estanque. Las palmas doblaron las pencas,desapareciendo en la tierra como abanicos cerrados. Los tallos sorban sus hojas y el suelotiraba de todo lo que le perteneciera. El trueno retumbaba en los corredores. Crecan pelosen la gamuza de los guantes. Las mantas de lana se destejan, redondeando el velln decarneros distantes. Los armarios, los vargueos, las camas, los crucifijos, las mesas, las

    persianas, salieron volando en la noche, buscando sus antiguas races al pie de las selvas.Todo lo que tuviera clavos se desmoronaba. Un bergantn, anclado no se saba dnde, llev

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    presurosamente a Italia los mrmoles del piso y de la fuente. Las panoplias, los herrajes, lasllaves, las cazuelas de cobre, los bocados de las cuadras, se derretan, engrosando un ro demetal que galeras sin techo canalizaban hacia la tierra. Todo se metamorfoseaba,regresando a la condicin primera. El barro, volvi al barro, dejando un yermo en lugar de

    la casa.

    XIII

    Cuando los obreros vinieron con el da para proseguir la demolicin, encontraron eltrabajo acabado. Alguien se haba llevado la estatua de Ceres, vendida la vspera a unanticuario. Despus de quejarse al Sindicato, los hombres fueron a sentarse en los bancosde un parque municipal. Uno record entonces la historia, muy difuminada, de unaMarquesa de Capellanas, ahogada, en tarde de mayo, entre las malangas del Almendares.Pero nadie prestaba atencin al relato, porque el sol viajaba de oriente a occidente, y lashoras que crecen a la derecha de los relojes deben alargarse por la pereza, ya que son lasque ms seguramente llevan a la muerte.

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    JJUULLIIOOCCOORRTTZZAARR(1914-1984)

    El ms atractivo de los cuentistas americanos.

    Sus relatos combinan una sincersima indagacin enlos sentimientos ms ntimos y un afn deexperimentacin y juego constantes. Su novela Rayuelase convirti en un modelo de esa revolucin narrativade la que participan sus cuentos. Cada uno de ellosabre una posibilidad nueva, una perspectivasorprendente desde la que ver el mundo:

    Libros indispensables: Bestiario, Las armas secretas,Historias de cronopios y de famas.

    CASA TOMADA

    (Bestiario,1951)

    Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguassucumben a la ms ventajosa liquidacin de sus materiales) guardaba los recuerdos denuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

    Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa

    casa podan vivir ocho personas sin estorbarse. Hacamos la limpieza por la maana,levantndonos a las siete, y a eso de las once yo le daba a Irene las ltimas habitaciones porrepasar y me iba a la cocina. Almorzbamos a medioda, siempre puntuales; ya no quedabanada por hacer fuera de unos pocos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensandoen la casa profunda y silenciosa y cmo nos bastbamos para mantenerla limpia. A vecesllegbamos a creer que era ella la que no nos dej casarnos. Irene rechaz dospretendientes sin mayor motivo, a m se me muri Mara Esther antes de que llegramos acomprometernos. Entrbamos en los cuarenta aos con la inexpresada idea de que elnuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la

    genealoga asentada por los bisabuelos en nuestra casa. Nos moriramos all algn da,vagos y esquivos primos se quedaran con la casa y la echaran al suelo para enriquecersecon el terreno y los ladrillos; o mejor nosotros mismos la voltearamos justicieramenteantes de que fuese demasiado tarde.

    Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal sepasaba el resto del da tejiendo en el sof de su dormitorio. No s por qu teja tanto, yocreo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para nohacer nada. Irene no era as, teja cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, mediaspara m, maanitas y chalecos para ella. A veces teja un chaleco y despus lo desteja en un

    momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montn de lanaencrespada resistindose a perder su forma de algunas horas. Los sbados iba yo al centro a

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    Antologa del cuento hispanoamericano IES Vega del Turia2010/11

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    comprarle lana; Irene tena fe en mi gusto, se complaca con los colores y nunca tuve quedevolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las libreras ypreguntar vanamente si haba novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada

    valioso a la Argentina.

    Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengoimportancia. Me pregunto qu hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro,pero cuando un pulver est terminado no se puede repetir sin escndalo. Un da encontrel cajn de abajo de la cmoda de alcanfor llenos de paoletas blancas, verdes, lila. Estabancon naftalina, apiladas como en una mercera; no tuve valor de preguntarle a Irene qupensaba hacer con ellas.

    No necesitbamos ganarlos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos yel dinero aumentaba. Pero a Irene slo la entretena el tejido, mostraba una destrezamaravillosa y a m se me iban las horas vindole las manos como erizos plateados, agujasyendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente losovillos. Era hermoso.

    Cmo no acordarme de la distribucin de la casa. El comedor, una sala congobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte ms retirada, la quemira hacia Rodrguez Pea. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esaparte del ala delantera donde haba un bao, la cocina, nuestros dormitorios y el livingcentral, al cual comunicaban nuestros dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por unzagun con maylica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por elzagun, abra la cancel y pasaba al living; tena a los lados las puertas de nuestrosdormitorios, y al frente el pasillo que conduca a la parte ms retirada; avanzando por el

    pasillo se franqueaba la puerta de roble y ms all empezaba el otro lado de la casa, o bienpoda girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo ms estrechoque llevaba a la cocina y al bao. Cuando la puerta estaba abiert