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Cuentos para el andén nº4

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Ahora Cuentos para el andén publica un cuento más cada mes en la revista gratuita Calle 20, que podrás encontrar en locales de cultura y ocio de Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia. Búscalo en la sección Cuentagotas. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.

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[23]OUKA LEELE

[22]

[17]

[18]Rubén Abella

[16]

[20]Maleza, Augusto Hernández

[13]Porvenir, Iban Zaldua

[9]Pingüinos, Jesús Urceloy

[5]La carta, Medardo Fraile

[3]

C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | [email protected] | www.grupoanden.com

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Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Juan Carlos Márquez y Leticia Esteban.

tiagertrudis.wordpress.com

© MAMP | e-mail: [email protected] | blog: www.sintinta-miguel.blogspot.com

M-42629-2011

marzo 2012

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Finalistas: Desde el castillo. Roberto López (Alicante)Velas en La Vaguada.Ramón Rojo (Madrid)Sin título. Mila Martín (Madrid)

Ganador: A tiro de piedra, Esther García (Edimburgo)

Ahora

publica un cuento más cada mes

en la revista gratuita Calle 20, que

podrás encontrar en locales de

cultura y ocio de Madrid, Barcelona,

Bilbao y Valencia. Búscalo en la

sección Cuentagotas.

No te quitamos más tiempo,

esperamos que lo disfrutes.

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- HOY voy a escribir a mi hermano. ¿Le vas a poner algo?-Claro...No tan claro -pensó-. Luis es de mi familia, no de la suya.Estaba en bata, sin lavar ni peinar, y se movió por el dormitorio, al parecer

sin objeto. Luego, bajó las escaleras y se quedó indeciso frente a un buró quehabía en la planta baja.

Volvió al pie de la escalera y alzó la voz:-Geny, ¿tienes la carta?-¿Qué carta?-La última que escribió Luis.-La tendrás tú. Yo no sé dónde está.Volvió al buró y manoseó unos papeles y unos sobres y se dio cuenta de

que no veía bien. Buscó en los bolsillos del batín y volvió a la escalera.-Geny...-¿Qué quieres?-Échame las gafas. Creo que las he dejado en la silla del cuarto, sobre el

periódico.Ella tardó un buen rato en aparecer y él pensó: Qué torpe. Lo que tiene

que hacer es buscarlas donde le he dicho. Cuando más disfruta es cuando seempeña en no encontrar lo que anda buscando.

-¿Estás ahí? -preguntó la mujer desde arriba.-Sí. ¿Dónde voy a estar?-Toma.Y le tiró un estuche metálico.Él volvió al buró y revolvió papeles, tarjetas de Navidad, folletos, facturas y

algunas cartas.Es igual -pensó-. No tengo por qué recordar a estas alturas lo que nos con-

taba Luis. Puedo hablarle de nosotros y preguntar cómo marcha el nieto. Esole gustará.

Se sentó en la butaca frente al televisor apagado y oyó que Geny andabapor la cocina, quizá desayunando. Alzó la voz:

-Geny, ¿cómo le han puesto al nieto de mi hermano? ¿Lucas?Sonó el grifo del fregadero y un ruido de cacharros. Él se levantó, abrió la

puerta de la cocina y volvió a preguntar.

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-¿Lucas? ¿De dónde lo sacas? Nadie se llama así en nuestras familias...Martín... Le pusieron Martín porque nació el once de noviembre y les gustabaese nombre, ¿no te acuerdas?

Él volvió a sentarse en la butaca y pensó: No fallan. Para esas leches de naci-mientos, santos, bodas, divorcios y defunciones, no fallan. Así son.

Le podría contar -se dijo- que nuestra hija vino unos días a estar con nos-otros en Navidad o, incluso -sonrió-, lo de esta mañana, cuando me desperté yvi a Geny sentada al borde de la cama. De pronto, me sorprendieron las floresde su camisón. La verdad es que nunca me había fijado antes. Pensé, ¿por quéflores? Nunca entenderé ese afán grotesco de Geny, y de todas ellas, por aña-dir atractivo al tiempo que las caduca. En una convivencia de años ya no haymentiras; ya no hay forma de pintar o maquillar los días o animarlos con floresestampadas. Le dije: "¿Os váis a levantar ya, tú y tus flores?" No sé si me oyó.Salió del cuarto renqueando por la artritis y no dijo nada.

-¿Vas a desayunar de una vez? ¿Vas a arreglarte?-Voy a escribir la carta- dijo.Pero decidió lavarse y vestirse, porque notaba frío.Cuando bajó con el papel de cartas y un sobre, Geny estaba acabando de

preparar unas acelgas y un poco de carne y le dijo que no se pusiera en la mesade la cocina. Cogió un plátano y se sentó a escribir en el comedor.

-¿Ahora vas a comer eso?-Es el desayuno.Se quedó mirando al papel y, sin esperar más, puso: "Queridos Luis y Paula".

Luego pensó: En realidad, Paula me importa poco y podría escribir "QueridoLuis" y, al final, nombrar a Paula y a los hijos y enviarles un abrazo a todos. Odebería encabezar la carta al revés: "Queridos Paula y Luis", por aquella normaya en desuso de "las señoras, primero", o porque, en los matrimonios, más valeestar a bien con ella que con él...

-¿Comemos...?-¿Ahora?-¿Te parece pronto? Son más de las tres.Él miró a la ventana y le pareció que había menos luz. Era uno de esos días

grises, que van oscureciéndose a toda prisa hasta llegar a marengo.Cuando se servían el postre, compota de manzana, ella le dijo:- Loreto va a pasar esta tarde por aquí a que le firmes un certificado de

buena conducta, o de conducta intachable, o que les conocemos hace años, oalgo así...

-¿Para qué?-No sé... Creo que Piero quiere meterse a importar cerámica de Sicilia, o de

Murano, o de no sé dónde... y ahora, con lo de las drogas, parece que no es tanfácil...

Él se calló y pensó en la carta.Después de comer, se adormiló en la butaca y le despertó el timbrazo de la

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vecina. Geny abrió la puerta y las dos se quedaron cuchicheando un rato en elrecibidor.

Loreto era una morena gorda y guapa y, cuando aparecía, llenaba la casacon su cuerpo, pero también con su voz, sus historias, sus ojos fuertes de tótemy sus risas. Iba siempre de negro para disimular las grasas, sin lograrlo.

Loreto le gustaba y, a la vez, le cansaba su vitalidad y a su marido prefería noverle; no le caía simpático, no sabía por qué, pero eran buenos vecinos y firmóel impreso.

La carta seguía empezada sobre la mesa del comedor cuando se marchóella, y él volvió a sentarse para seguir.

"Queridos Luis y Paula", leyó.La verdad es que Luis, que es el que se mueve más -se dijo-, podía llamar-

nos por teléfono alguna vez, como la cuñada de Geny. Las cartas no sabemosnunca si llegan o no y, hasta que se contestan, pasan meses o más, un año, yno sabe uno qué contar, porque lo del camisón encajaría más bien en un dia-rio, o en unas memorias y, a fin de cuentas, lo único que quiere uno saber cuan-do escribe es si ellos están bien y decirles que nosotros estamos bien también,a Dios gracias.

Escribió: "Hace ya mucho tiempo que llegó vuestra carta y esta mañana, alfin, le he dicho a Geny que no pasaba de hoy, que la iba a contestar y a decirosque por aquí andamos bien y sin novedad, con los achaques propios de losaños, y que no falten, que son señal de vida. Ya me diréis cómo está Martinito,si ha crecido mucho y las monerías que hace..."

Geny le interrumpió porque, en el canal 2, iban a poner un programa con eldesembarco de los aliados en Normandía.

-¿A qué hora?-Dentro de nada.Lo vieron los dos, mientras ella se afanaba haciendo punto para el Hospital

de Niños con Espina Bífida. Él se quedó dormido al final, antes de que el Führer,personalmente, tomara el mando de aquel frente de guerra. Cuando despertó,comieron juntos unas galletas con queso y algo de fruta y, tras ver las noticiasde las nueve, se fueron preparando despacio para la cama.

-¿Has escrito la carta?-No. ¿Cuándo lo iba a hacer?Se acostó de lado, pensando en lo que había escrito ya y vió que Geny se

metía en la cama con el camisón de flores estampadas. Mirando las flores se fueadormeciendo poco a poco. �

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MI mujer no se cree que yo no sea un pingüino. Se limita amirarme con sorna, se encoge de hombros y sigue a lo suyo.

- Pues ya me dirás qué eres -me dice.- Soy una persona -le digo. - Una persona como Dios

manda.- No metas a Dios en esto, que no tiene nada que

ver. A ti lo que te pasa es que te has aburrido de míy no sabes cómo decirlo. Anda, acércate al fiordode la esquina y trae algo de pescado.

Yo me acuerdo de cuando era marinero y pes-cábamos el bacalao en los mares del norte. Undía, mientras miraba un montón de pingüinos, elbarco se hundió cerca de las rocas de la costa y yo,que tengo la desgracia de saber nadar, me salvé. Enel puerto ya me lo advirtió el práctico.

- Mala cosa es esa, rapaz. Mejor es irse al fondo enseguida, se ahorra unomuchos sufrimientos.

Nada más llegar a la playa tenía un frío enorme, tanto que pensé que seríamejor volverme, pero el instinto es muy traidor e igual me ponía otra vez apatalear. Yo no quería ser pingüino pero hacía un frío del carajo. Así que afuerza de imitarlos con pasitos cortos, encogiéndome y dándome palmadi-tas en los muslos logré, poco a poco, introducirme en la manada.

- A ver qué pescado traes. - Pues el que había, mujer.- Mira que esta noche vienen a cenar tus primos.- Esos se comen lo que sea.- En eso vas llevar razón. Anda trae.

El grupo de pingüinos que me acogió cuando naufragué me adoptódesde el primer momento, se arremolinaron junto a mí, me dieron muchocalor y mucho gusto. Allí, con ellos, aprendí pronto el idioma y las costum-bres, que en el fondo son sencillas, y se parecen mucho a las nuestras y alpoco ya me consideraban como uno más. O casi.

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- Este no es de los nuestros - dijo un día uno que siempre andaba dandovueltas a ver lo que se cocía. - Se ha pegado plumas al cuerpo con grasa,nunca se mete en el agua y tiene el pico mal desarrollado.

- Bueno - respondió el de más edad - pero cuando se pone de pie es tresveces más alto que cualquiera. Además, infunde mucho respeto entre losleones marinos y otras alimañas.

- Además - añadió uno que era muy joven y que se dejaba mucho frotarconmigo - igual si sigues con esas te van a caer tres hostias como tres soles.

El que siempre andaba dando vueltas a ver qué se cocía dijo que no habíaque ponerse así por una diferencia de criterio, y que si nos íbamos a liar abofetadas por esa minucia que mejor apaga y vámonos. Se sacó un arenquede debajo del ala y nos invitó, pero no le hicimos caso.

Desde entonces nadie volvió a dudar de mí y cuando nos atacaba un osoo intentaba acercarse un león marino, yo me limitaba a ponerme de pie y agritar y a hacer muchos aspavientos con las alas. Tendríais que ver el sustoque se pegaba el oso, o el león, y cómo frenaba en seco y reculaba. Entoncesrecordaba algunas de las palabras que me enseñó mi abuelo, que era muyasturiano, y gritando las repetía: ¡Vaques, Ribadesella, Probe, Gamoneo,Frixón! Y el león, o el oso, se daba la vuelta y no volvía más. Fueron tiemposde mucha armonía.

Lo malo es que ahora me ha dado por recordar lo del barco, lo de miabuelo y lo de que soy persona. Y entonces me separo del grupo y me pongomuy triste a mirar al mar desde las rocas y los acantilados, sin importarmeque venga una orca y me devore, porque las orcas no se asustan de nada, niaunque saltes a la pata coja o les grites en francés.

- Te lo juro que soy una persona - le digo a mi mujer. - Vamos a dejarlo, que no quiero que me des la noche - me contesta.- Si yo no quiero darte ningún disgusto, sólo es que... - Mira esos pingüinitos -me interrumpe señalando hacia la nieve.- ¡Ahora

me vas a decir que no son tuyos! ¡Desgraciado! - Y se pone a llorar.

Y a mí me da también una tristeza enorme y le doy un abrazo grande y ledigo, mirando a las rocas, lo de siempre, que ya se me irá pasando.�

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- MAMÁ: a los muertos, ¿adónde se los llevan?La madre hace como que no ha oído, con la esperanza

de que su hija no vuelva a repetirle la pregunta.-Mamáaa. Que te he preguntado una cosa...-¿Qué, cariño? Perdona, no te he oído bien. De todas for-

mas, ¿no te parece que vas un poco lenta con tu merienda?Venga, ánimo; cuando termines con el bocadillo te hago unzumo de naranja.

-Te he preguntado que a ver adónde llevan a los muer-tos, mamá.

-¿A los muertos? Pues, bueno, a algunos los entierran.Los cementerios son para eso; ya sabes, ese jardín que estáde camino al parque del Norte... Pasamos a menudo por ahí.

-¿Que los entierran?-Sí, los entierran, los meten bajo tierra.-Bajo tierra... ¿desnudos?-No, no, vestidos. Primero los colocan dentro de una caja

de madera, y lo que meten en el agujero es la caja; eso sellama tumba. Después la cubren de tierra y la dejan allí.

-A algunos los entierran. ¿Y a los otros?-A otros los incineran.-¿Incinerar?-Sí, los queman, se convierten en ceniza. En unos hornos

especiales.-¿Y qué hacen con las cenizas?-Pues... algunas veces las arrojan al viento, por ejemplo

en algún lugar que le gustara al muerto. Otras, sin embargo,las guardan en unos recipientes especiales.

-Ah...-Pero dime, Ixiar, ¿quién te ha hablado de los muertos?-Iñaki.-¿Iñaki?-Sí, Iñaki, el de la escuela, el de mi clase.

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-Pero, ¿por qué te ha contado nada acerca de los muer-tos?

-Porque su padre le ha dicho que algún día se morirá.-¿Que se morirá? Pero... cómo...-Pues eso, que un día se morirá. Y su padre también.-¿Y te ha hablado de qué les pasa a los muertos, después

de morirse?-A Iñaki su padre le dijo que van al cielo, y que allí se con-

vierten en estrellas; que por eso hay tantas. ¿Es verdad?-Bueno, eso es lo que piensan algunos.-Entonces, los que están enterrados, ¿salen de sus tum-

bas y vuelan al cielo?-Bueno... no lo sé.-¿Y los que incineran, mamá? ¿Cómo hacen para subir

hasta el cielo y para encenderse como estrellas?-Ya te he dicho que eso es lo que piensa alguna gente,

Ixiar.-¿Y tú, mamá? ¿Tú qué piensas?-Pues... que no hay nada. Que después de la muerte no

hay nada. Los muertos desaparecen, dejan de existir, comolos animales.

-¿Y yo, mamá? ¿Me voy a morir yo?-No, tú no, cariño, estate tranquila.-¿Y tú, mamá?-Yo tampoco. Y ahora, a seguir merendando, o no termi-

naremos nunca. Si quieres bajar al parque a jugar con tusamigos será mejor que no dejes ni una sola miga, ¿vale?

Más tarde, después de acostar a Ixiar, mientras cenan ellenguado Meunière que les ha servido el androide domés-tico, la mujer se lo ha contado a su marido:

-Tu hija me ha venido esta tarde con el cuento de lamuerte.

-¡Vaya!-"Vaya": ¿eso es todo lo que se te ocurre?-Mujer, no será para tanto...-Se lo ha comentado un compañero de la escuela. Uno

que se llama Iñaki. ¿Lo conoces?-Iñaki, Iñaki... ¿quién dices, uno rubito, el de la parada del

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estratobus? Creo que se apellida Argandoña... Viven en unode esos domos que están al lado de la plaza.

-¿Crees que pueden ser... mortales?-No me había parado nunca a pensarlo, pero... sí, puede

que sí.-Yo pensaba que mandando a la niña al Liceo, no iba a

juntarse nunca con ese tipo de gente.-Es uno de los colegios más caros de la ciudad, y por eso

lo escogimos. De hecho, no creo que haya muchos morta-les matriculados. Pero el Liceo no puede hacer distinciones,por lo menos si se pagan las cuotas, y mucho menos entremortales e inmortales. Perderían la subvención del gobier-no si lo hicieran.

-Pues no me parece bien, Imanol. ¿Y si nuestra hija sehace amiga de ese Iñaki? Sería una relación muy desigual.Iñaki se morirá cualquier día, eso es inevitable, y eso le haríamucho daño a Ixiar. Creía que ya habíamos hablado de esto,que a nuestra hija le convenía tratar únicamente con inmor-tales.

-¡Sólo tienen cinco años, Maite! Estate tranquila...-Ya lo sé... De todas formas, no entiendo por qué, tenien-

do dinero como para matricularlo en el Liceo, sus padres nofueron capaces de pagarle un programa genético de inmor-talidad. Me parece una crueldad.

-No sabemos por qué razón no lo han hecho. Quizás noandaban tan bien cuando nació el niño. Y ten en cuenta quesigue habiendo personas que están en contra de la inmor-talidad, aunque sean ricos.

-Nunca lo entenderé, de verdad.�

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Hasta el 13 de abril de 2012

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Es como el Sudoku pero más creativo.

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Las personas que pusimos en marchaTipos Infames creímos que había un huecopara apostar por la narrativa de calidad ypor la literatura independiente en Madrid.Nuestra experiencia nos ayudó a constatarque, dentro del actual marco, el conceptotradicional de librería debía actualizarse yabrirse a otro tipo de actividades y públi-cos diversificando su actividad. En esa cre-encia decidimos incorporar a la libreríauna cafetería, una bodega y una sala deexposiciones con la intención de articularun espacio dinámico y abierto a la cultura.Hoy estamos muy orgullosos de poderdecir que Tipos Infames es una librería quesigue fiel a sus convicciones iniciales y unlugar en el que ocurren cosas.

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Tras una nueva bronca con su mujer, Richard salió de

casa dando un portazo y se subió al coche.

-Esta vez se acabó -se dijo, con la voz enronquecida de

tanto gritar.

Condujo a toda velocidad, espoleado por el desencanto.

Cerca de Ilford vio un todoterreno estrellado contra un

poste de la luz. Se detuvo en el arcén y, olvidando sus pro-

pias circunstancias, corrió a echar una mano. El conductor

estaba aplastado contra el volante, con el torso hundido y

un ojo abierto que miraba ya desde la muerte. Junto a él

descansaba un teléfono móvil que, asombrosamente

intacto tras el choque, empezó a sonar.

Richard vaciló unos instantes, turbado por las ufanas

reverberaciones de la sintonía en el ámbito lúgubre del

accidente. Por fin introdujo la mano por la ventanilla rota

del copiloto, cogió el teléfono y contestó.

-¿Sí? -dijo, con un hilo de voz.

-Amor, soy yo. Perdóname. Vuelve a casa, por favor. Te

quiero…

No pudo escuchar más. Colgó el teléfono y, con un

nudo en la garganta, se quedó mirando cómo las primeras

gotas de lluvia salpicaban la pantalla. �

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Suelo llegar cansado después de un largo viaje en metropor las tripas de la ciudad. A esa hora debe hacer rato ya queAna está en casa. La mayoría de las veces me la encuentro depie junto al mirador, tan sólo con una vieja camiseta mía porencima. Con ambas manos rodea una taza de té calientesobre la que sus labios, tan delicados, soplan hasta que elvaho empaña el cristal. El aroma del té mezclado con las fra-gancias de su cuerpo recién salido de la ducha, la visión desus pies descalzos y de sus piernas desnudas junto al venta-nal, donde ella pasa largos ratos contemplando calles vacíascomo quien otea el horizonte en la cima de una isla desierta,es lo único de esta casa que adensa intimidad.

Ana se vuelve en silencio hacia la entrada cuando oyeintroducir la llave en la cerradura y abrirse la puerta. Apenassepara nunca sus labios del borde de la taza para darme labienvenida y en la atmósfera fría de este salón de paredesdesnudas, sin más decorado que una alfombra y un búcarovacío y sin pedestal, se confunden el vapor, el aliento denuestras palabras y algún suspiro.

Hace casi un año ya que Ana y yo nos instalamos en estepiso como quien quiere mudar de piel, acaso buscando unhogar. Sin embargo, no termino de adaptarme al aire quetiene este sitio a sala de conciertos vacía, ni a la impresióngélida y desangelada que me producen siempre, sea invier-no o verano, las calles que debo recorrer a diario hasta poderver un alma, calles enormes abiertas entre edificios de factu-ra novísima que parecen levantarse más sobre un tablero demonopoly que sobre un país.

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A veces, cuando recorro rutinariamente mi camino porestas calles desiertas, en cuyas aceras ni siquiera se ve unchicle pegado al gris del pavimento, me parece oír el bulli-cio de niños que juegan, ríen y cantan. A medida que subolas escaleras sus voces me resultan más familiares y hastacreo escuchar a Ana tratando de poner orden. Sin embargo,cuando llego a casa y abro, las sombras de esos niños seescurren por el hueco de la puerta entornada. Ana y yo nosencontramos a solas y el silencio lo rodea todo como unacoraza en la que empiezan a notarse ya las estrías que nosva dejando el tiempo. En esos momentos me parece verrodar por el suelo, como pelusas, las ilusiones por las quedecidimos instalarnos en una casa tan grande. El frío reinan-te me recorre entonces todo el cuerpo.

Dejo mi cartera y mi abrigo en el suelo, y me acercohasta Ana que sigue junto al ventanal. La beso muy suave-mente en el cuello y la rodeo por detrás con mis brazos. Aveces se le escapa una leve lágrima que brilla sobre su meji-lla a la luz del sol poniente. Entonces paso mis manos por suvientre y siento que la maleza se ha adueñado de él, comosi fueran ruinas.�

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Page 22: Cuentos para el andén nº4

© Naso González 2011

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En demasiados trenes y con

posibilidad de cogerlos todos y de viajar

en ellos, pintura, dibujo, cine, fotografía,

poesía, narrativa… A ver si funciona esto

de la física cuántica y empiezo a ser

varias, aunque no sé si ya lo estoy

consiguiendo. Quiero una que esté

todo el día en el estudio.

Como dirían Martes y Trece: Caramba

con la preguntita, me cuesta pensar

en eso.

Soñando que vuelo, me encanta

volar, pero sin aparatos, ¿eh? con mi

cuerpecillo.

No necesito nada, me tengo a mí

misma, que me divierte mucho. Y que

nadie rompa la armonía.

Pues sorprendentemente vuelven a

pasar pero… se vuelven a perder, parece

que lo que nace para ser perdido… Pero

te diré una buena cosa, las situaciones se

repiten para bien, así que un tren perdido

seguro que se vuelve a coger cuando

llegue el momento adecuado, puede

que dentro de dos minutos, puede que

dentro de 200 años.

Bueno, bueno, por mí… lo bueno si

eterno, eternamente bueno.

El Cantar de los Cantares, por decir uno.

Escoger no me gusta porque todos los

que he leído me conforman. También hay

cosas que he leído que ahuyento de mí.

Muchos a la vez, mi cama está rodeada

de libros, leo por la noche y me duermo

muy tarde, a veces me caigo encima del

libro, o el libro cae sobre mí. Pero ahora

mismito estoy leyendo mucho sobre

alimentación viva. Cuando viajo llevo

siempre un bolso lleno de todo lo

necesario, lápices, acuarelas, cuadernitos,

libros y últimamente está ahí el de las

obras de Santa Teresa. Lo que más me

gusta es el libro en blanco para dejar

aparecer palabras en él.

Pero, ¡para qué! a ver… No, los trucos

no se desvelan, los magos guardamos

muy bien este pacto. Si quieres alguna

receta, tengo muchas, muy buenas. Por

ejemplo si te duele la cabeza bebe un

litro de agua y lo verás desaparecer.

Sonreír es un truco infalible y se

puede desvelar.

Con niños ávidos de escucharlo, son

los mejores escuchadores y con ese

público los cuentos salen a borbotones.

El tren, soy un bicho raro que se niega

a coger aviones. Y andar o la bici son mis

preferidos. Andar es más seguro, algunas

ciudades no tienen en cuenta a los

ciclistas.

Hacia adentro, hacia mi templo.

Que es una ciudad blanca a pesar de

las últimas torres que rompen la estética

de Madrid. Y sobre todo lo abierta que

es la gente aquí, es muy divertido.�

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Page 24: Cuentos para el andén nº4

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Aquí hay buena literatura

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