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Y e r b a M a l a Cart onera Club del Cuento Pan de Batalla Tercer Anversario CUENTOS SALIDOS DEL HORNO

Cuentos salidos del horno

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Título: Cuentos Salidos del horno - club de cuento pan de batalla, 3er aniversario Autor: Varios País: Bolivia Tipo: Narrativa Año: 2011

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Page 1: Cuentos salidos del horno

Yerba Mala Cartonera

Club del Cuento Pan de Batalla

Tercer Anversario

CUENTOS SALIDOS DEL HORNO

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© Pan de Batalla 2011

© Editorial Yerba Mala Cartonera 2011.

Proyecto social cultural y comunitario sin fines de lucro.

[email protected]

http://yerbamalacartonera.blogspot.com

Tel. 72262533, 73719741, 70727847

Proyectos análogos: Eloísa Cartonera (Argentina), Sarita Cartonera (Perú), Ediciones la Cartonera (México), Animita Cartonera (Chile), Dulcinéia Catadora (Brasil) y muchos más en casi 20 países.

Impreso en: Imprenta “Magda I” Av. Oquendo 371 Cochabamba

Impreso en Bolivia

Esta publicación ha sido posible gracias al apoyo desinteresado de Magda Rossi

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ÍNDICE

LUGARES

Jorge Alaniz 5

ALCELANDIA

María Angélica Arancibia 17

SOBRE LOS ACONTECIMIENTOS QUE PRECEDIERON LA ENTREVISTA QUE ME HIZO MARCO ANTONIO ETCHEVERRY ACERCA DE MIS OPINIONES SOBRE DISTINTOS TEMAS DE ACTUALIDAD POLÍTICA, LITERARIA, TELEVISIVA Y SEXUAL.

Ahmed Eid V. 22

URDIMBRE TEMPORAL.

Gio Fossati 28

EN NOCHES DE VIUDAS Y PERROS

Ekaterina Gómez 32

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CENA PARA DOS

Cesar Huayllas 37

UN VIAJE CON JULIETA

Patricia Lima 40

SIEMPRE LA MISMA HISTORIA

Estela Mamani 43

MINUTOS

D. Rocabado H. 47

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Cuentos salidos del horno

LUGARES

Jorge Alaniz

MOTELElla está echada en la cama, desde arriba se la ve desnuda, aun tiene un poco de temblor, quiere ocultarlo mientras se abraza, él está de espaldas a ella, sabe que hizo bien su trabajo, así que tiene el ego grande mientras limpia el sudor de su cuerpo.

De la nada sale un Te Quiero, lo dice ella, él no contesta y se levanta para ir al baño, ella lo mira de reojo, la espera de una respuesta se queda en nada.

AUTO DE ÉLElla le pregunta si quiere pasar a su departamento, él responde con una sonrisa, ambos saben que es una propuesta ilógica luego de su historia.

¿Me vas a llamar? Pregunta ella

Algún rato, dice él y arranca.

CUARTO DE ELLAArroja su bolso a la cama, se sienta al borde para quitarse los zapatos, mira su vestido y nota que tiene un desgarro, recuerda la fuerza de él mientras la desvestía.

Busca en el bolso, encuentra un papel, es una carta que escribió antes de salir de casa, estaba decidida a entregársela hoy, pero la olvidó luego de que puso su cabeza en la respuesta al Te Quiero.

Promete dárselo en el siguiente encuentro, apaga la luz del cuarto, se echa en la cama mirando el techo, y ahí se queda.

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OFICINABuenos días, saluda Andrés.

Hola, dice ella.

Anoche te llamé para invitarte a salir pero no contestaste, intenté varias veces, pero nada.

Disculpa, es que tenía muchas cosas que solucionar, responde ella.

¿Y las solucionaste? Pregunta Andrés.

No.

BARPensé que llamarías luego de una semana, ¿Qué pasa? ¿No estás bien con tu esposa? Pregunta ella.

No vinimos para hablar de eso. Dice él.

Esta bien, ¿Quieres ir al motel?

MOTEL Empieza a besarla ni bien cierra la puerta, con la mano derecha la sujeta de la cintura, con la izquierda empieza a desnudarla, le saca la blusa, el sostén, le sube la falda, le quita el calzón y la penetra, ella hace un gesto de dolor, lo que provoca que él la sujete con mayor fuerza, ambos se mueven al mismo ritmo, ella lo besa con fuerza, le sujeta el rostro, lo mira y le dice Te Quiero, él no responde, continua moviéndose, luego la lleva a la cama, ahí termina de desvestirla, de rato en rato se detienen para mirarse, el aliento les sale caliente, lo mezclan con un poco de besos, cuando terminan nuevamente ambos se dan la espalda.

El silencio es largo, incómodo para ella, normal para él.

Al salir del cuarto, ella lo abraza por la espalda, esperando una respuesta, pero él no se mueve.

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Cuentos salidos del horno

Vamos rápido.

Te Quiero, le dice ella.

AUTO DE ÉL¿Te llevo a tu casa? Pregunta él.

¿No quieres ir a tomar algo? Propone ella.

No, mejor no.

No sé por qué dije eso, tú nunca dejarías que te vean en público conmigo.

Él sonríe, baja la cabeza por un momento, está bien, vamos a tomar algo, dice.

Enciende el auto, se dirigen a un restaurante del centro.

RESTAURANTE¿Que tomamos? Pregunta ella.

Cerveza, quiero cerveza, responde él mientras ordena con la mano al garzón que traiga dos botellas.

Al principio nadie habla, levantan las copas, con un gesto dicen salud y beben, al dejar el vaso en la mesa, ella mira hacia los costados como buscando a alguien.

Parece que tú no quieres que nos vean juntos, comenta él.

Tú sabes que a mí nunca me dio vergüenza estar contigo, responde ella.

Ordenan más cerveza, en unas horas ambos están ebrios, la charla va aumentando, aparecen los chistes, incluso revisan un poco la relación que tuvieron.

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Tú siempre fuiste muy celosa, le dice él.

Es que te quería mucho, y no soportaba verte con otra, ni siquiera imaginarte, además tú me dabas muchos motivos, siempre estabas hablando con alguien más, y pocas veces me llevaste a tus fiestas y reuniones, no entiendo por qué hacías eso, dice ella.

Éramos muy jóvenes, teníamos veinte años.

Lo sé, pero igual yo te quería.

Yo también te quería, pero nuestro destino no era terminar juntos, dice él mientras levanta la copa para brindar.

Por la relación que no fue. Propone brindar ella.

Salud, responde él.

¿Te das cuenta? Esto parece un reencuentro, dice ella.

Él ríe, termina de beber su vaso, al colocarlo en la mesa se da cuenta que ella lo observa y acerca su boca, lo mira, si me niegas este beso, te olvidas de mi para siempre, le dice, él sabe que ese tipo de amenazas ni ella misma se lo cree, igual acepta.

El beso es largo, como de una pareja normal.

¿Quieres ir al motel? Propone él.

¿Otra vez? Pregunta ella mientras se separa un poco para mirarlo a los ojos, está bien, vamos.

MOTELAntes de ingresar al cuarto ella ya tiene la blusa abierta, las manos de él recorren sus pechos llegando hasta el cuello, sus bocas no se separan en ningún momento, una vez dentro, el exceso de cerveza hace que ella pida ir al baño, luego de orinar, se mira en el espejo, ¿Qué estoy haciendo? Se pregunta, quiere pensar si es lo correcto o no, pero sabe que al final terminará cediendo ante él, lava sus manos

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con algo de agua, abre la puerta y entra él con algo de fuerza, está desnudo, con la mano derecha la toma de la cintura, ella ya conoce esa forma, así que cede, con la otra mano la desviste por completo, estira la misma mano para abrir el grifo de la ducha, el agua cae de golpe a la cerámica, ese sonido la excita.

Ambos en la ducha, se besan, el agua cae por entre sus labios, se confunde con sus besos, a ratos ambos sacan sus lenguas para beber un poco de esa confusión entre agua y saliva, de a poco ella se va soltando de su amante, ahora ambos tienen las manos libres, se tocan, se acarician hasta cansarse, él intenta penetrarla, pero ella no se lo permite, ahora ella también puede decidir.

En un momento, ambos se miran, entre sus ojos cae el agua, ella intenta besarlo, pero él no lo permite, la presión en sus manos es grande, sus cuerpos vibran junto con las gotas que los golpean, él le da un beso pequeño, Te Quiero dice ella, Te Quiero responde él.

AUTO DE ÉL Antes de bajar ella le da un beso en la boca, él no responde.

BAÑOSe mira al espejo intentando encontrar el último lugar donde él la besó, ríe al pensar en otros lugares, mete la mano derecha debajo de su blusa, empieza a tocarse, en su cabeza esta la imagen de él y en sus oídos todavía resuena ese Te Quiero que salió de su boca. Enciende la ducha, ese sonido la excita, como antes.

EN LA CAMAEs cuestión de tiempo se dice ella.

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AUTO DE ÉLManeja por una avenida, hace unos minutos la dejó en su puerta, lo último que vio de ella fue una sonrisa que se esfumaba al cerrar la puerta, sabe que ella nunca le negaría una sonrisa, sabe que siempre estará para sus gustos, que puede llamarla cualquier rato y ella vendría corriendo, en caso de no aceptarlo, utilizaría como pretexto el amor que ella le tiene.

CASA DE ÉLEntra en silencio, a esas horas todos duermen, abre la puerta de su dormitorio, lo primero que alcanza a ver es a Elena durmiendo en el lado izquierdo de la cama, antes de ingresar se queda sentado al borde de la cama, se toma la cabeza como preguntándose qué es lo que hace.

Una vez dentro la cama, siente como el cuerpo de su esposa se va acurrucando al suyo, Elena busca un abrazo, sentir que su esposo llegó a casa y que todo está bien.

¿Tomaste? Pregunta Elena en medio de sus sueños.

No importa, dice él y la abraza.

OFICINABuenos días, saluda Andrés.

Hola, responde ella.

¿Estás bien? Te noto diferente.

Sí, estoy bien.

Andrés se queda parado frente a ella, se conocen poco tiempo, pero es notorio que ella tiene algo que atrae a su compañero de trabajo.

¿Puedo invitarte a tomar algo? Pregunta Andrés.

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Claro.

Nos vemos a la salida, propone Andrés.

Ella levanta la cabeza, deja ver sus ojos hinchados, percibe en el rostro de su compañero un poco de alivio, está bien dice.

CAFÉElla calla mientras Andrés termina su café, mira hacia la puerta, como esperando a alguien.

No sabía que tenías una cita en este lugar, le dice Andrés.

¿Perdón? Pregunta ella.

Parece que estarías esperando a alguien, ahora ya sé que no debo traerte a este lugar.

No, perdón, dice ella, es que nunca vine a este café, y nuevamente queda en silencio.

Luego de un rato, ella prueba un poco el jugo que ordenó.

Por favor, ¿me llevas a mi casa?

CASA DE ELLAAndrés se despide con un beso en la mejilla, ella lo recibe sin ningún gesto, desde su cuarto escucha el motor del auto de su compañero, se sienta al borde de su cama y saca el celular, son las 22:45, hace tres días que no recibe llamadas de él, piensa en su último encuentro, se imagina haciendo el amor en la ducha, pero esta vez ambos sobrios, ella le diría Te Quiero, él no respondería, pero continuaría haciéndole el amor, escucha vibrar su celular.

Gracias por la compañía. Andrés.

Lee el mensaje y sonríe.

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CASA DE ÉLUna esposa: Elena, dos hijas: Soledad y Elenita, la menor tiene los ojos y el pelo de su madre, ni bien nació ambos decidieron colocarle ese nombre en honor a la madre, además porque sería la última hija, fue una decisión conjunta.

Soledad de cinco años, corre a recibir a su padre, le dice papá, él contesta con un abrazo mientras la carga por el aire, por detrás, con un caminar que recién empieza, llega Elenita abriendo los brazos, quiere el mismo juego que su hermana.

Hola, le dice su esposa.

Hola, responde él mientras se acomoda a sus hijas en alguna parte de su cuerpo para cargarlas hasta su cuarto.

Llegas tarde, es lo último que escucha antes de cerrar la puerta y ponerse a jugar con sus hijas.

Ellas se cansan y se dirigen a la sala donde dejaron sus juguetes. Él camina hacia el baño, al quitarse la ropa siente el perfume que ella le dejó.

Decide darse una ducha.

CAMAElena intenta besarlo, él se hace a un costado.

Bésame, pide su esposa, él repite el movimiento.

¿No quieres besarme?

Estoy cansado, responde él.

Elena desiste y le da la espalda. Él se queda mirando el techo hasta que su esposa se queda dormida.

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OFICINAHoy tiene ganas de algo diferente.

El teléfono está en la mesa, tiene ganas de marcar, sabe que cuando ella escuche su voz cederá rápidamente a sus peticiones, podría llamarla a la oficina, podría citarla en el parqueo y hacerle el amor en el auto.

Hoy tiene ganas de algo diferente, su esposa seria incapaz de hacerlo.

Decide llamarla.

Hola, saluda él, te veo en quince minutos en el lugar de siempre.

Ella acepta.

Cuelga el teléfono, toma el saco y se dirige a su auto.

En su escritorio queda una foto de su esposa cuando estaba embarazada de Elenita.

AUTOLuego del saludo ella sube al asiento delantero del auto.

En el volante esta él con una mirada cómplice.

¿Que tienes? Pregunta ella, es raro que me llames en horarios de trabajo.

Está todo bien, responde él.

Ya sé para qué me llamaste, seguro te dieron ganas de hacer el amor, y como yo siempre acepto tus pedidos…

Él ríe, la mira de reojo mientras siente un poco de vergüenza.

Esta bien, yo también quiero hacer el amor, dice ella y baja la cabeza hasta llegar al motel.

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MOTELLa sesión de sexo viene con más fuerza.

Él la toma del cabello, la sujeta con fuerza hasta clavar sus uñas en sus caderas, ella aguanta y a ratos disfraza su dolor con gemidos, o gritos de placer cuando el dolor es más intenso. Aparecen los golpes, primero en las nalgas, luego en el rostro, ella se pregunta ¿Qué estoy haciendo? ¿Hasta esto llegamos? Le dice Te Quiero con los ojos, él continua con los golpes, ella empieza a llorar justo cuando él llega al orgasmo, todavía encima gime como un perro, con la mano izquierda toma su pene para sacarlo, la ultima gota queda en la pierna de ella, luego se echa al costado, le da la espalda y se limpia el sudor del cuerpo.

Ella también esta de espaldas, tiene el cuerpo recogido, todavía tiembla mientras de sus ojos brotan lágrimas.

Antes de salir del cuarto él dice perdón, ella oculta su llanto mientras se viste.

AUTO DE ÉLTodo es silencio.

Él sabe que se le fue la mano.

Ella sabe que deben separarse.

CAMA DE ELLAElla llora como cuando terminaron por primera vez.

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OFICINAAndrés se sorprende al verla con los ojos hinchados, quiere preguntar el motivo, seria un buen pretexto para acercarse a ella, pero ella no se lo permite.

¿Estás bien? Pregunta Andrés.

¿Estás bien? Repite.

Ella continúa con su trabajo sin responder.

Espero con ansias el día que pueda verte sonreír, dice Andrés, sabes que yo daría lo que fuera para que llegue ese día.

Andrés sale de la oficina sin voltear.

Al cerrarse la puerta ella arranca en llanto, lo hace más fuerte con la esperanza de que Andrés vuelva.

Pero Andrés no lo hace.

MOTELÉl se desnuda dando la espalda a ella.

Ella aguanta el llanto, sabe que es la última vez que hará el amor con el amor de su vida, tiene la carta en el bolso, ahí le dice que lo ama, le confiesa que permite ser utilizada sólo por el amor que siente, que algún rato quiso pedirle que se divorcie de su esposa, que incluso aprendió a cocinar su plato favorito para no tener quejas de la comida. Al final de la carta, con lapicero de otro color escribió que nunca la volvería a ver, le pide que no la llame, que la deje tranquila, le desea mucha felicidad con su familia.

Al sentirse penetrada deja salir su llanto.

Él no le da importancia y nuevamente le hace el amor con fuerza.

Cuando terminan ella le alcanza la carta, aun desnuda se sienta al borde de la cama.

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Te Quiero, Te Quiero mucho, Adiós, dice ella mientras empieza a vestirse.

Toma sus cosas y sale del cuarto.

Él espera que vuelva, luego de media hora toma la carta, la lee, sabe que hizo mal, que pudo más su necesidad de sentirse querido por una ex novia, que posiblemente algún momento pagaría esa deuda, aun así, se viste, toma el celular, escribe “Gracias por todo” envía el mensaje y borra el numero del registro.

AUTO DE ÉLAntes de salir del motel, marca a casa, habla con Elena, la invita a cenar, le dice que quiere verla bonita, que hoy será una noche inolvidable. Piensa en hacerle el amor a su esposa, en repetirle Te Quiero durante toda la noche. Hoy no quiere sentirse vacío. Piensa en ella, sabe que llorará un tiempo, pide que esos momentos pasen rápido y arranca el auto.

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ALCELANDIA

María Angélica Arancibia

“La realidad no debe ser más que un telón de fondo”

Oscar Wilde

Algunos adolescentes se reunían en una esquina en una algarabía azuzada por bebidas energéticas, nicotina, y otras hierbas, la apurada muchedumbre salía del mall con bolsas de todos los tamaños y diseños navideños. Recién empezaba el día y el parqueo estaba ya atestado, tal premura seria porque 2:30 pm significaba el ocaso. En este lado del mundo los días eran determinados más por el clima que la buena voluntad. Por lo usual la gente tendría en mente “el clima podría estar peor”, entonces vivían el presente al estilo “oso polar”, comprando hasta lo improbable para llenar las alacenas, “acumular para hibernar” bajo esa mentalidad acumulaban también tejido adiposo.

En la parada principal de bus, llamaba la atención dos mujeres rollizas que desfilaban con pancartas: “El transporte público es una necesidad básica, ¡El paro debe terminar!”. La capital de “Alcelandia” hacia meses estaba sin buses, entonces la gente aparte de hablar de la nieve, viento y neblina, hablaba también del paro de buses, y como no, de los accidentes que los alces ocasionaban cuando cruzaban las carreteras; estas bestias eran expertas para aparecer de la nada, quedar paralizados por la luz de los autos y dejarlos hechos añicos.

—¡Bonaventure avenue por favor! Dijo Liza, una mujer menuda que con voz seca una vez instalada en el asiento trasero del taxi mientras trataba de adivinar no con buen augurio la tarifa.

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—Será un placer. Respondió un señor cincuentón que parecía un batracio hundido en su afelpado asiento. “Perdone la curiosidad” rompió el silencio el taxista después de unos minutos de mirar a Liza de reojo por el retrovisor, “¿De dónde eres?”

—Sudamérica— aclaró la voz Liza con algo de desgano recordando que la última vez que había respondido la misma pregunta, obtuvo un entusiasta- ¡Ah! está cerca de China, ¿no?.

—Escuche en CNN que un presidente expulsó al embajador de USA de tu país- dijo el taxista levantando el entrecejo.

—Sí— Agrego Liza despertando de su ensimismamiento usual.

—Mala cosa ¿Eh? Con eso la droga

—Ah pues, tal vez se producirá mas coca, pero no deja de ser Norte América los grandes consumidores, “¿Mala cosa eh?” Respondió Liza con rapidez y voz irónica. El chofer no contestó, y ella prefirió no decir más nada al respecto, no sin dejar salir una sonrisita torcida de triunfo.

—Aún no hay nieve y ya es fin de diciembre, el anterior invierno fue duro dicen. Liza estiró el cuello con un suspiro; ciertamente si el clima no tuviera variantes, mucha gente no tendría de que hablar, pensó con resignación.

—Así dicen, yo estaba de vacaciones con mi familia.

—¿En serio?— en circunstancias inmejorables, Liza llevaba su imaginación al patio de su casa, debajo de los mangales, mientras su cuerpo se conducía como en piloto automático. Visualizar cuñapes, masaco de yuca con abundante queso y café tinto, le devolvía el rubor al rostro. Al principio esto seria algo doloroso, volver de los ensueños la dejaban como a una niña a quien le arrebatan su muñeca favorita.

—Sí, el año pasado fui a Puerto Rico, recuerdo que después de tres margaritas quedé dormido-dijo el chofer entre perezosas carcajadas, los niños en las calles brincaban de felicidad cuando les daba uno o

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dos dólares, y uno de los bailarines del hotel me dijo que ganaba algo de setecientos mensualmente, o sea alrededor de cien dólares, ¡imagínese!, ¿es tu país así, o más pobre?

—No, no, para nada, ¡Mi país es rico!, el tuyo tal vez parece más organizado, eso es todo- alzó la voz Liza como si despertara por fin. Lo usual en Alcelandia es vacacionar en invierno, sacar préstamo para ir a las playas caribeñas y volver achicharrados, rojos como calamar cocido, para que los demás se den cuenta de que “la pasaron mejor”.

—¿Entonces por qué estas aquí? ¿El sueño americano?

Liza no contestó, disimulaba tener la mirada distraída con un grupo de despistados indianos, que con la piel seca terrosa, y encogidos por el frío, cruzaban la calle mientras el semáforo estaba aún en rojo. ¿Serán los refugiados que llegaron apretados en botes como sardinas? se preguntó.¿Es que los del sur creen emigrar al norte es la mejor opción?, sin evaluar el precio que implica, en busca de “una vida mejor”, cosa algo ambigua, para luego encontrarse con todo un complejo psicológico, un juego engañoso que parece intentar hacer creer que los del norte son aún mejores.

—¿Y tú qué eras en tu país natal? Rompió el silencio el taxista con un ojo en el retrovisor.

—¿Yo qué era? Pero si sigo siendo “alguien” contestó Liza con voz firme y una sonrisa forzada que hacía casi desaparecer los ojos. Hallaba odiosa esa pregunta, la cual al principio contestaba con los labios temblorosos; no era novedad semejante conflicto de identidad.

—¿En serio? Uhm— respondió el chofer del taxi- eso suena...

—¿Patético?, por cierto, ¿Estamos ya por llegar? Liza miraba por la ventana algo afligida buscando alguna señal, sospechaba el taxista tomaría ventaja de su ingenuidad e intentaría llevarle por el camino más largo.

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—No, todavía falta para llegar a su destino, calle Bona ventura, ¿verdad?

—Ya veo— se fijo nerviosa en el taxímetro, que marcaba cuarenta dólares. Últimamente ustedes los taxistas tienen bastante trabajo.

—Sí, el paro de buses va más de un mes, algunos dicen: “ya no habrá buses puesto que la mayoría tiene auto”. Dijo el taxista con simplismo, a lo que Liza frunció el ceño mirando al retrovisor donde sabía encontraría la mirada del chofer.

—¡Imagínese! Un auto por cada persona, y ¿Acaso no importa aquellos que no tienen auto, o simplemente no pueden conducir? Exclamó.

Liza mientras veía pasar gigantes vagonetas, camionetas. En Alcelandia la población era menor al número de autos y al de los Alces con seguridad. Además, el combustible para ellos no es problema, siendo el precio del combustible internacionalizado, los países productores son quienes tienen que pagar tantas veces más según el cambio, suena a barbaridad.

—¿No crees deberías volver a tu país? suenas inconforme.

—Lo haré, pero a tu país no le conviene perder a alguien que paga impuestos, ¿O si? En Alcelandia la población esta muy añosa, y la juventud tiene flojera reproducirse, mientras los alces no tienen depredador y se reproducen mientras yo los imagino como chuletas. Y vaya cuanto más hay que tributar a la reina en memoria a las colonias inglesas; algún rato pensé que como es ya anciana fallecería pronto, pero como es de sangre real, habrá ya encontrado el elixir de la longevidad, y ¡No! no pienso irme de aquí hasta no haber justificado el dejar mi hermosa tierra, y entonces después ¡Volveré!, esperando ser mejor persona para entonces.

—Son cincuenta dólares señorita.

—Ok, aquí tiene, y que tenga un lindo día, ojalá que la nieve no vuelva sino hasta el próximo año.

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—No, no diga eso, nadie quiere una navidad verde.

—¿Verde? ¿Dónde si los árboles están desnudos y dormidos, con su reloj biológico a la espera de la siguiente primavera?.

—¡Una navidad sin muñecos de nieve y sin los pinos vestidos de blanco no es lo mismo! Bueno, debo irme, señorita, ¿De dónde dijo que era?, filipina ¿No?.

—¡Olvídelo!, adiós. Refunfuñó Liza, de todas formas en mi país cantamos blanca navidad en pleno verano. Se dijo así misma mientras bajaba del taxi; y después de un vistazo al asiento para asegurarse no dejaba nada, cerró la puerta de un golpe, y se puso el chulo de llama y los guantes de cuero, no antes sin mirar su GPS para empezar a caminar, con todos los sentidos ocupados por el frío, viento, y cierta incertidumbre; mientras como plumas de ganso, la nieve empezaba a cubrir las aceras y las copas de los pinos. Era Navidad, los alces seguramente empezarían a tirar carruajes con regalos fabulosos, y los indianos que Liza había visto pasar, irían a tener sacones y botas para nieve en vez de sandalias.

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SOBRE LOS ACONTECIMIENTOS QUE PRECEDIERON LA ENTREVISTA QUE ME HIZO MARCO ANTONIO ETCHEVERRY ACERCA DE

MIS OPINIONES SOBRE DISTINTOS TEMAS DE ACTUALIDAD POLÍTICA, LITERARIA,

TELEVISIVA Y SEXUAL.

Ahmed Eid V.

—¿Por qué escribe?

—Por joder. Soy boliviano y hago todo por joder. Le empato a Argentina, para después hacerme fruncir con Costa Rica; le gano 6-1 y no clasifico a ningún mundial. Escribo por joder, digo que escribo cuentos y no son cuentos. Son muchos asuntos, muchas huevadas juntas y yo digo que es un cuento, de estructura perfecta y con un final de giro de tuerca que haría que un lector culto, estalle en aplausos y diga que soy mejor que García Márquez (Un pésimo escritor, si me preguntas, pero aparentemente para los cultos es muy bueno). Pero en realidad, esto es un poema.

Él dormiría toda la tarde de ese sábado.

Hola Erika. Hola Santiago. Hace tiempo que no hablamos, ¿Cómo has estado? Jajajajajajaja. Sé que no hablamos hace tiempo, ¿En serio me estás llamando para preguntarme cómo he estado? Bueno, pensé que te preguntaría eso antes de decirte que vayamos a darle duro al guayabo, no punzo la yuca hace un par de meses y tengo que hacerme la paja hasta que me duela para que se me pasen las ganas. Estoy resfriada, no tengo muchas ganas, si vamos a tirar así, me vas a hacer mierda y me voy a aburrir.

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Cuentos salidos del horno

Te amo. Te extraño. Hace mucho que te fuiste, y quiero verte de nuevo. Aunque no volvamos, sigamos siendo amigos, por favor.

—¿Qué le gusta leer cuando no está escribiendo?

—Las etiquetas de mayonesa Hellman’s. También a Kenneth Patchen.

Vamos a dar una vuelta más. ¿Y esas de ahí? Paciencia, sé que podemos encontrar unas no tan feas. ¿Y qué si son feas? Me cago, tiremos con quien sea y ya.

—¿Qué opina sobre la carretera que va a pasar por el TIPNIS?

—Creo que a ningún cochabambino le interesa ir a Trinidad. Es una carretera para narcos. Pero me emputan más los que joden en el Facebook para que la carretera no pase por ahí. Si no quieren que la carretera atraviese el parque, vayan a tirarse bajo las máquinas que está asfaltando el camino, no llenen redes sociales de eventos pelotudos para recolectar firmas. Pero nuevamente, somos bolivianos y nos gusta joder, por la carretera, por las abejas, por lo que sea. La carretera se va a construir y el progreso llegará a unos indios con taparrabos que terminarán muriendo de sida, millones de bichos van a morir y posiblemente en el semen de uno de ellos se encuentre la cura, pero como queríamos carretera o no hicimos nada para evitar su construcción, perdimos la cura. Y muertos los bichos y los indios y los cocainómanos. Pero Bolivia seguirá llena de pusilánimes que piensan que por Facebook habrán de solucionar algo. Acá no habrá ni un puto mártir.

Ya estoy. Ya, voy a recogerte en taxi, espérame un ratito.

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Los ejercicios de glúteos además de ser buenos para rellenar esos blue jeans que a veces quedan tan sueltos , fortalecen las pantorrillas y los isquiotibiales, permitiendo así un desarrollo equilibrado de sus piernas. Moraleja: realízalos por lo menos dos veces por semana, con al menos un día de descanso entre sesiones.

—¿Diría usted que influenció a la generación actual de escritores boliviano?

—No, yo diría que he influenciado a la generación actual de adolescentes rabiosos y niños malcriados.

—¿En qué acaba todo?

—En lo mismo. En la vida y en la literatura, todo acaba siempre en lo mismo: masturbación, antes de largas y profundas miradas al techo.

—¿Qué le gusta ver en televisión?

—Los partidos de la Copa Libertadores, porque me gusta la propaganda de refresco rinde 2:

¡LLEGÓ REFRESO RINDE 2!

¡PARA MATAR LA SED!

¡LLEGÓ REFRESCO RINDE 2!

¡PAGÁS UN LITRO Y LLEVAS DOOOOOOOOOS!

—¿Por qué no tiene perros ni gatos ni pajaritos ni pececitos ni tortugas, y en cambio si tiene avispas?

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—Porque las avispas atacan a su presa hasta que muera, o hasta morir ellas mismas. Si no me cree entre a http://www.youtube.com/watch?v=JDSf3Kshq1M y vea como 300 avispas africanas despedazan a otras 30000 abejas.

—¿Qué opina de la literatura de Jaime Saenz?

—¿Quién conchas es Jaime Saenz?

And what should we do now? Let’s start fucking all the witnesses!

—¿Cuándo decidió que quería ser escritor?

—Cuando me di cuenta que no podía ser payaso. En realidad quiero ser un payaso. O un poeta, no sé. Una vez, Elizabeth Landaeta, una vieja ignorante con pésimo gusto para el arte y para la ropa, me dijo que no iba a poder ser escritor. Creo que tiene razón, y mejor debería dedicarme a payaso, y ella debería dedicarse un poco más a hacer los quehaceres de su hogar, es muy buena para eso.

Etcheverry me pidió permiso para usar el baño. Pase nomás diablo, le dije. Cuando salió de allí me hizo una pregunta que me dejó atónito:

—¿Por qué su ducha tiene un enorme agujero en el piso?

—Es una letrina. ¿A usted le gusta orinar en la ducha?

—Bueno, gusto así como gusto, no sé si lo tengo, pero lo hago ocasionalmente, cuando me pillan las ganas.

—Bueno diablo, a mí me gusta orinar en la ducha, así de gustarme, para que entienda. Por eso decidí hacer una letrina ahí, para ver si me gustaría cagar en la ducha. Todavía no lo descubro.

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También escribiría un pequeño poema:

Poema para un gordo de mierda con tetas

Deja de masturbarte

Pensando en ella cuando te acuestas

Ya no puedes dormir.

No creo que sea saludable

Masturbarse pensando

En una muerta.

Me gusta ese poema.

“Pero eso parece una crónica, no un cuento.”

Ramón Rocha Monroy (Un gordo de mierda con tetas de vidrio).

—¿De qué tratan sus libros?

—De nada. Ya le dije diablo, escribo por joder. Entonces mis libros no tratan de nada. ¿Acaso los libros tratan de algo en particular? ¿Acaso deben hacerlo? Mis lectores ya van más de mil quinientas

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palabras de algo que no trata de nada, y les adelanto que no va a tratar de nada y ni siquiera los más inteligentes serán capaces de cerrar el libro o pasar al siguiente cuento de la antología (que si es el de Shariel Baptista, mi desdichado lector morirá ahogado en su propio vómito, a menos que seas Xavier Jordán y mueras de miedo). Bueno, volviendo al tema, dado que los textos no deben tratar de nada para ser leídos, tomo un atajo hacia la fama escribiendo sobre nada. Además, ya se escribió demasiado sobre todo lo demás.

—¿Cree usted que son buenos?

—No, creo que son pésimos. No deberían publicarse. Y no sé por qué se publican. Cuando escribo un poemario, me dicen que escribí una novela; cuando escribo un libro de cuentos, me dicen que escribí un poemario. Dicen que mis cuentos son pura imagen, y que mis poemas son puro giro de tuerca. ¿Qué carajos es giro de tuerca? Me cago en las tuercas y en quienes creen que haciéndolas girar se logra un buen cuento.

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URDIMBRE TEMPORAL.

Gio Fossati

“Si no se habla de una cosa, es como si nunca hubiese sucedido.”

Oscar Wilde ¡Abrigáte, hijo! ¡El cielo se va a caer! – su rostro se compungía como una ciruela pasa – La lluvia de verano te cala hasta los huesos y con el viento hace más frío que en invierno. – su mirada se clavaba en mí, si bien sus manos nunca abandonaban el tejido – A ver mirá por la ventana. Sur obscuro, aguacero seguro. – cada advertencia iba sobrecargada de una ominosa ternura – Escucháme no más hijito, va a llover a cantaros. – los palillos eternamente trabados en una justa de esgrima – Te digo porque esta mañana me dolieron los juanetes. – sin embargo, mi indiferencia le resultaba más punzante – Aunque no me mires, igual va a llover. Aunque pienses que solo soy una vieja exagerada. – pero si la ignoraba era para no dolerle más con una respuesta lacerante – Mejor quedáte; podemos jugar casinos. Hasta te puedo dejar ganar, si quieres. – algún tiempo atrás, esa invitación me habría hecho quedar sin pensarlo dos veces – Aprovechá el tiempo que nos queda. Ya estoy vieja y nadie tiene la vida comprada. – ahora, sonaba a chantaje barato – Quedáte pues, y el fin de semana te voy a dar para tus entradas al cine. – dicen que los ancianos o dan plata o dan lástima, pero este no era ninguno de esos dos casos – Sabes que todo lo que hago es por que te quiero. Mirá, te estoy bordando unas calcetas de lana con la planta de cuerina. – lo que sentía era más bien una agridulce mezcla entre amor y hastío - ¡Ay! ¡Ya no se que voy a hacer contigo! ¡Nunca me escuchas! ¡Eres el colmo! ¡No tienes la más mínima consideración con tu pobre abuela! Andáte entonces, pero más te vale llegar a una hora prudente. – palabras que se entretejen para intentar alcanzar un significado que las miradas y la rutina develan sin ayuda alguna.

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-Chau Mamitay. No me espere despierta… en eso voy a llegar… tarde. – a veces se hace preciso interrumpir la elocuencia del silencio y entregarse a la trivialidad de la conversación para salir del paso; tenía que atravesar la ciudad, había paro de transporte y solo me quedaba un billete de a diez y unas monedas que no llegaban ni a cinco.

*********

El moto-taxista solo le había cobrado seis lucas pero lo había dejado en el Correo, justo antes de que empezara a llover. Desde allí tuvo que meterle un pique, a todo chancho, hasta el garzonier. Llegó al Pasaje del Diablo en medio de un diluvio. Un hombre alto, sombrío y con dientes de oro acababa de entrar en una de las casonas aledañas. Él, ingresó directamente al edificio de tres pisos, esquivó como pudo la indiscreta mirada de la dueña de casa, se dirigió como flecha al cuartucho de la azotea, dio tres golpes a la puerta y el Coyote lo hizo pasar con una sonrisa en los labios y un pucho entre los dedos. En la habitación ya estaban el Colque y el Pazuzu.

-¡Qué bien que hayas podido llegar, che, Becadito! Empezábamos a creer que no ibas a venir, che.

-Puras macanas hablas, Pazuzu. Yo les he dicho que este chango es bien cumplidito. A veces tarda, pero llega. Además, duro le mete al estudio. No es vago como ustedes.-Más respeto, che, Coyote. Yo no soy cualquier vago. Yo soy dos veces vago, por eso divago, che-Y yo, divago tanto que soy extravagante.-¡No digo! Buena estocada, Becadito. Servíte un vasito. Tomá, cortesía del Colque. Se ha rajado con una caja de su chela favorita, “El Hada: Cerveza Tropicalizada”, y ha traído también tres cajetillas de su pucho favorito, “Fiesta: Cigarrillos Rubios”.-Gracias. Y, ¿a qué debemos el festejo?-Ni tan festejo, che, hermano. Es más bien un velorio. Se murió la liquidez del Colque. Su viejo dice que ya no le va mandar más plata después de su última hazaña, che. -¿Qué has hecho esta vez, Colque? Pensé que te habías comprometido a portarte bien después de tu vagación por Europa, o por lo menos a no hacerte cachar.-Es pues por algo que hice por allá, siempre. Era el crimen perfecto. No pensé que se iba a enterar, pero se había enterado no más.-Y el muy vago no ha querido contarnos nada hasta que llegues, para

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no tener que contar dos veces. Si no venías, nos iba a dejar con el suspenso. ¿Te imaginas?-Bueno, ya estoy aquí. Desahogáte Colque, estamos entre cuates. Chequeá, he armado una Woodstock en mi casa y he traído una punta roja para compartir. Ahora, contá.-Se agradece, Becadito… Si pues, mis viejos me habían mandado a dar una vueltita por las Europas, disque para despejarme y para que al volver me concentre en la universidad no más. Todo me habían ofrecido, siempre. Carro, departamento, tarjeta de crédito, todo pues. ¿Yo qué les iba decir entonces? “Bueno pues”, les he dicho. Todo bien estaba yendo, siempre. Hasta que a Amsterdám he llegado. Ahí he dicho, “Bien sería llevarles un recuerdito a los cuates”, así que he comprado de la mejor que he encontrado. En un contenedor de esos herméticos lo he puesto. Después en sobre manila lo he rotulado, pero con un remitente falso. Del que a mi lado estaba su nombre he copiado. Así, si la Interpol iba a molestar cuando el paquete iba a llegar a mi casilla, a ese gringo no más se lo iban a cargar. ¿Acaso yo le conozco? No pues. Si no llegaba, ni modo. Por lo menos lo había intentado, ¿no ve? La macana es que si había llegado, siempre. Y mi viejo había ido a recoger. Un lio tremendo se había armado. La FELCN se lo iba a cargar. Entonces, he tenido que ir a confesar. Pero les he dicho que era un favor no más, para ese gringo. Que me había pagado 100 euros por darle mi dirección de correo. Igual no más me van a cortar la mamadera. Lo único que me queda es esperar sin esperanza que se les pase el enojo, siempre.

*********

Pasaron el resto de la tarde y parte de la noche debatiendo sobre intertextualidad, interdiscursividad y transtextualidad. Que si los fundamentos de Mikhail Bakhtin o los postulados de Julia Kristeva definían mejor los términos. Que si los paralelismos entre “El hundimiento de la casa de Usher”, de Edgar Alan Poe, y “La casa tomada”, de Julio Cortazar, habían sido pura coincidencia. Que si los elementos, como el Necronomicón y el Panteón del Mythos, empleados por H. P. Lovecraft y August Derlet eran históricamente comprobables. Que si “The Magnificient Seven”, de Sturges, era plagio de “7 Samurai”, de Kurosawa, o más bien un tributo. Que si Robert Rodriguez había sido una mala influencia para Quentin Tarantino. Que si el informe económico del noticiero había suscitado el paro de transportes. Que si las abuelitas tenían línea directa con el hacedor del tiempo.

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Que-si-llo-ron-daba para la vaca. Ni modo, tenía que resignarme a pasar la noche en el garzonier.

La tormenta no había parado ni un minuto y, en vez de menguante, había sido creciente en intensidad. Tuvieron que poner toallas bajo la puerta para que el agua no irrumpiese en el habitáculo. Pronto se dieron cuenta que ni siquiera podían escuchar sus propios pensamientos, lo que luego concluyeron era habitual incluso sin lluvia. Para romper la monótona cadencia de los golpeteos sobre la calamina, decidieron empezar a entretenerse con los juegos habituales de su pequeño clan, tales como: “Adivine título e intérprete”, escuchando la sintonía de Radio Urbano FM 109.1, o “Domo Ari-gato”, lanzando un bañador hemisférico atado a una cuerda para atrapar a Ari (el gato de la dueña de casa) que rondaba fuera de la ventana buscando cobijo, o también “Sustituya el guión”, bajando completamente el volumen de la T. V. y remplazando los diálogos de Canal 17, Cadena Telecalípsis, por jocosidades incoherentes.

Fue así que tropezamos con el noticiero amarillista de media noche y el reporte de las inundaciones.

El agua cubría las viviendas del Valle Bajo como una manta tejida por la riada. Algunas afortunadas personas habían logrado llegar a tiempo hasta los tejados, donde esperaban la llegada de una de las balsas de rescate. Todos intentaban llevar consigo sus posesiones más preciadas, pero debían dejarlas atrás y hacer lugar en la balsa para otras personas. En la parte inferior de la pantalla, el Generador de Caractéres mostraba una interminable lista de los nombres de los fallecidos y desaparecidos. A un costado de la pantalla, en letras grandes y luminosas se podía apreciar la lista de la veintena de personas que pudieron ser salvadas. Al ver las imágenes, los cuatro amigos quedaron perplejos, congelados, petrificados, totalmente idiotizados. Por supuesto que la angustia era mayor para uno de ellos; para aquel que tenía los puños cerrados y los ojos llorosos.

Mis amigos prefirieron guardar silencio. Era mejor así. Quién sabe, tal vez si no hablaban sería como si en realidad nada hubiera ocurrido. Tal vez todo aquello no había sido más que un mal viaje.

*********

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EN NOCHES DE VIUDAS Y PERROS

Ekaterina Gómez“Una viuda mira a unos perros en una plazuela… ellos están jodiendo”

— ¡Cállate!— Me gritó

No entendía el porqué, si solo decía la verdad.

Como si no estuviera en la habitación, él prosiguió con la plática.

— ¿Y bien? — Prosiguió Fernando – once de la noche comenzamos todo.

— Todo… déjamelo a mí —dijo en un tono pasivo — Yo procuraré que mi hijo no se eche para atrás. Si declinase, estaríamos faltando el respeto a nuestra naturaleza. Durante años se han hecho las cosas así, sabes bien que el éxito está en el poder de la palabra y en la tenacidad de nuestros actos.

— Confió en ti Ilario, espero que Gabriel merezca el peso de tu palabra, apuestas mucho por él. En cuanto a Adela…ella está decidida. ¡Khara!— se dirigió a mí — vámonos.

Se dio la vuelta y salí detrás de él. Bajé la mirada para asentir a Ilario.

— Khara, distinguida del difunto, eres única, ¿qué haríamos sin ti? ¡Eh!, Fernando no la dejes en casa, tiene que estar presente.

Me abstuve de contestar, fue impertinente de su parte señalarme de esa manera. Hablar de él aun me trae recuerdos. Haberlo perdido fue el mayor dolor. Pese a traicionar su memoria esta noche, no podría faltar.

Adela, derroche de ternura, paz y madurez; mujer de piernas delgadas, pies perfectos, mirada penetrante y hermana del interfecto. Loca que danzará en los “Acantilados de Moher”, sin miedo alguno a caer sea cual sea la distancia o ya sean las consecuencias.

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Las noches en esta ciudad dicen que suelen ser hastiosas. Pobres ingenuos, si supieran lo que las calles sugieren.

— ¡Khara! ¿Dónde salieron Fernando y tú anoche? – cuestionó Adela.

Solo pude dar un suspiro arduo, antes de que me desconecte de mis pensamientos, y trate de escapar de la cuestión; pero Fernando nos interrumpió. Creo que me vigilaba, sabe que aún tengo sangre en las entrañas, sabe que la quiero, sabe que la celo. Me recuerda a su hermano.

— Adela, el desayuno está listo.

— Enseguida bajo, termino de “ahorcar mis hábitos” y voy. ¿Esta noche será a las diez? ¿Habrá formalidades? Detesto las formalidades.

— Nos encontraremos a las once. No te preocupes, no es necesario que vayas formal. Ya no sé por qué preguntas, si sabes lo que tienes que hacer. Y vamos apúrate deja las manías que tienes, ¿Hasta cuándo te torcerás los pies? Haces lo mismo todas las mañanas.

— Es bueno para los ligamentos, todas las bailarinas lo hacen.

— No de esa manera. ¿Y por qué “ahorcar los hábitos”?, si solo te lastimas los pies.

— Eso es claro, solo es un juego, además ¡Tú que sabes!

— Solo sé que te lastimas. Khara acompáñame, hoy saldrás conmigo, dejaremos a Adela practicar hasta que llegue la noche.

El día transcurrió normal, no pude comer, ni beber; de sólo pensar en el sadismo placentero que harán. Nunca estuve en medio de ellos; sólo me limitaba a observar. A algunos les excitaba, a otros los perturbaba, pero en este caso es una necesidad; en este caso: una solemnidad.

Pienso que si algún día tuviera un vicio, fuera de mis trastornos actuales, sería una botella de vino diaria. A él le gustaba tomar un vaso diario, sin camisa, en la mesa chiquita, éramos jóvenes, creo que nos amamos desde la cuna. Pensar en él de manera indebida

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me aterraba, él estaba en un altar; cometía un sacrilegio cuando pensaba que su pene entraba en mi. De todos modos, el ya había partido y está con los suyos. Pero Adela, ella está aquí, esa mujer es todo un deleite. Muero cuando viene hacia mí, se menea, se agita, deja visible el contorno de su clavícula, esas líneas que dibujan la silueta de sus caderas, deja que vea su encanto, deja que escuche todas sus definiciones, con la sintonía apagada, prendida solo para mí. Pero no, esta noche se arriesga, es la primera vez y saldrá a hacerlo en medio de las luces como toda una artista del goce.

Uno, dos, tres y las luces se encienden. Entra Fernando. Le pone la gargantilla que le había dejado su madre antes morir. Llevamos el luto desde entonces.

— ¿Estás lista? –Preguntó

— Si

— Te vez preciosa, así tiene que ser. Hoy es un comienzo, conjuntamente con el de Gabriel quien te acompañará. No te asustes de lo que vaya a ocurrir, solo será un lazo de fraternidad.

Solo recuerda que estamos orgullosos. ¡Quiero ver esta noche esa gracia tuya!

— Entonces ¿Qué esperamos? ¿No es cierto Khara?

Asentí. Fernando me deja en casa si pasa cualquier cosa. A veces soy impertinente y hablo por demás.

No era necesaria usar a la luna. La luz eléctrica estaba de nuestro lado, no dejaba ningún espacio oscuro. Esperamos en la dichosa plazuela. Ilario estaba ahí con su hijo. El brillo en sus ojos denotaba perversión y timidez. Su olor de excitación podía sentirse; sentí ganas de arrancarle el miembro

Fueron llegando uno a uno los individuos.

Adela ansiosa, comenzó a calentar, seguido de movimientos lentos, brincos sencillos. En el momento de la elongación del torso Gabriel se

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incorporó, sus manos recorrieron suavemente su cuerpo. Aprovecho el Adagio para bajarle lentamente la calza, Adela transpiraba, y de solo pensar lo que vendría a continuación le dolía, pero no quería que nada se detenga

Después de habernos dado una probadita de lo que vendría, en la cual siempre la ropa intima es el vestuario adecuado, ambos mostraron un impecable dominio de los movimientos, perfecto equilibrio del cuerpo y de todas sus partes. Él con la elegancia, el ritmo sumamente sutil para el tremendo bulto que se atribuía. Ella con la flexibilidad, delicadeza y la armonía que emanaba todos los días, baile o no baile.

Entre gemidos y chillidos, quiso parar, porque se dio cuenta de que ya no sólo Gabriel participaría. He ahí el detalle que Fernando nunca le dijo. La costumbre es que todos participen. Y todos la tomaron por los brazos. Gabriel se dirigió nuevamente a ella —esta vez totalmente desnudo— la tomó de las piernas, estas cruzaban y no dejaban descubrir su vagina. Sus manos recorrieron las caderas de ella, bajaron por sus rodillas para poder abrirlas. Entonces fue ahí, cuando poso su pene en ella, sacándolo y clavándolo, una y otra vez. Acto seguido la tomaron y la arrastraron hasta la fuente de piedra que estaba en el centro de la plaza. Ilario, entro al agua, puso su miembro en su boca. Ella botó toda la cena, pero él la lavó con el agua que caía, abofeteo su rostro y le susurró al oído:

— Coopera que será mejor, se generosa y bebe de mi con cuidado, sabias a lo que te metías querida.

Lo escuché bien, mis sentidos estaban prestos. Hedían los fluidos, la excitación y se escuchaba los suspiros, el farfullo. Me quebré, ya no podía estar quieta. Después de romper con lo pactado, lo pactado con ella. Decidí lanzarme, espere mucho y dejé que esto llegue lejos, fue demasiado. Brinque hacia ellos, pero la fría cadena estaba envuelta en mi cuello, solo me dio oportunidad de suplicar a gritos para que me dejaran unirme al espectáculo.

— Fernando por favor, ¡deja me ir!, haré lo que quieras, ¡suelta la cadena!, por favor.

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— Maldita perra, cállate Khara ¡deja de ladrar!

— Sácala de aquí ahora — grito Ilario— o ¡Jala la cadena!

Tonta de mi, como si los ladridos de una perra negra podrían ser escuchados en medio de una jauría de excitados. ¿Cómo pude olvidar mi lugar?, heme aquí jugando el rol equivocado.

El verdugo, mi dueño, padre de mi santo y de ella, de aquella que provocaba mi ardor; me arrastro y jaló la cadena. No pude hacer nada por ella, ni con ella. ¿Cuándo se ha visto que nosotras las perras

podemos hacer algo?

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CENA PARA DOS

Cesar Huayllas

Balanceo la copa de vino mientras admiro la rústica decoración de la habitación: los cuadros ligeramente inclinados, los pétalos de rosas en el piso formando un perfecto retrato caótico, entre algunas velas decapitadas y otras esforzándose por alumbrar la habitación, dando un toque apocalíptico al ambiente. Llevo la copa hacia mi boca, – mmm, casillero del diablo cosecha del 82 –, reservé este tesoro para una ocasión especial como esta. Algunos dicen que el vino es el perfecto imán del hambre. Preparo los cubiertos para el ritual de la cena, corto un pedazo de carne y empiezo a degustarlo.

—¡Delicioso!—, mis compañeros tenían razón, la comida latina es increíblemente rica, siento como la carne se derrite dentro de mi boca dejando su exquisito sabor. No me considero un crítico culinario pero – modestia aparte –, viajé por todos lados probando todo tipo de comida: la carne europea es gélida y dura, ni hablar de la asiática, nunca me gustó el sabor del sushi – por así decirlo –. Y ya me hastiaron los platillos del norte. El alimento es el principal culpable de mis viajes turísticos por todo el mundo.

Mientras voy cenando, el silencio me sugiere el recuerdo de Brenda:

Brenda Prado, el apellido denota su apariencia: tez trigueña, cabellos castaños, ojos negros, esculturalmente delgada sacada de una revista de modas, y de buen tamaño. Enamorarla no fue difícil, se dice que era puritana de nombre, solo me bastó darle lo que ella necesitaba: un poco de cariño y amor.

La relación no fue larga, sino intensa. Nos saltábamos la etapa del romanticismo y nos enfocábamos en los desenfrenos. Ella descubría sus bajos instintos conmigo, nuestras manos recorrían de arriba para bajo tratando de memorizar nuestros cuerpos, explorando nuestros puntos débiles en los que dejábamos de ser personas y nos convertíamos en demonios hambrientos del deseo. Ningún lugar estaba a salvo de nosotros. Cuando se presentaba la oportunidad, no importaba donde, dábamos rienda suelta al desenfreno, pervirtiendo todo a nuestro alrededor.

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A mi me encantaba su aroma, no había momento que no dejara de olerla, su cabello, su piel, era mi éxtasis viviente.

Ya casi llegando al mes decidí que era el momento de tener un encuentro más íntimo, así que la invité a cenar a mi casa. Antes de su llegada construí un ambiente romántico en la sala del departamento: en el piso esparcí pétalos de rosa por todas las habitaciones como si fuese la alfombra roja esperando por la estrella de la noche – –, el halo intenso de las velas nos daban la impresión de que las estrellas estaban invitadas a nuestro momento, mi mejor botella de vino cosecha del 82 solo para ella, los cuadros, la mesa, los arreglos florales formaban un exquisito paisaje.

El timbre anunció su llegada, al abrir la puerta ella se abalanzó sobre mí bombardeándome a besos, reaccioné con rapidez sosteniéndola y la levanté. La llevé directamente a mi cuarto. Ahí no fue difícil elegir que sacarse, al despojarnos de toda nuestra ropa, empecé a besarla de pies a cabeza sin olvidar ninguna parte de su delicada figura. Mi lengua recorrió libremente su abdomen hasta llegar a sus firmes senos y reclamarlos para mí. Mi mano se escabulló sigilosamente por su entrepierna hasta llegar al interruptor de su desenfreno, la humedad que sintió mi mano me confirmaba que la lujuria había despertado. Brenda empezó a gemir levemente, es ahí donde actué. Me puse entre sus piernas, la penetré cuidadosamente y empecé a embestirla una y otra vez, aumentando la velocidad conforme sus gemidos crecían. Mientras ella me pedía más, yo la abrazaba para que nuestros cuerpos se juntaran sintiendo la fricción del uno con el otro en el vaivén.

Sentí una contracción en ella, deteniendo toda actividad morbosa en ese instante. Me recosté al lado de ella y la abracé fuertemente. Brenda me correspondió y dibujó una sonrisa en su rostro, como signo de felicidad. Dejamos que el silencio preservara nuestro momento de amor. Su aroma era delicioso, era más fuerte que otros días, simplemente me enloquecía.

Después de un momento me acerqué a su oreja y susurre “ ”. Ella se encogió como chiquilla tímida y asintió con la cabeza. Me levanté de la cama sujetando su mano y la llevé al comedor. Ella admiró la cuidadosa decoración de su homenaje. De un instante para otro su cara cambio de tono, su mundo se volvió en un pantano de dudas al mirar el armado rustico de la mesa. Ella

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preguntó . Me acerqué mirando fijamente sus bellos ojos negros, hice una mueca en el rostro y con el dedo apunte a un papel bastante vistoso que estaba sobre la mesa:

‡ MENÚ ‡

~ PLATO PRINCIPAL ~BRENDA PRADO

~ PARA BEBER ~CASILLERO DEL DIABLO 1982

Brenda era una chica muy inteligente, me entendió ese mismo momento, eso explicaría su tan repentina reacción de horror. Mientras me saco el anillo que le regale alguna vez, no puedo sacarme su adictivo sabor de mi mente, ni de mi boca....

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UN VIAJE CON JULIETA

Patricia Lima

Todos los días despertaba con el único deseo de no despertar jamás

Miraba por la vieja ventana, como la gente desde tempranas horas se alistaba en su cotidiana rutina, sacar su comercio para ganar un poco de dinero; él tenía que despertar temprano pues la situación lo obligaba; parado en la ventana vio reflejada su silueta en uno de los cristales, ignorando esa grotesca imagen, al fondo divisó a Julieta, hermosa como siempre, nunca se pudo explicar cómo ella estaba a su lado todavía, lo único que les unía era la música. Recordó que hace unos años le había prometido convertirse en una gran estrella gracias al talento que según decía, le sobraba, tener una casa enorme donde vivir los dos cómodamente, con mucha gente a su alrededor esperando solo sus órdenes

Hoy había mucha gente a su alrededor pero esperando cobrar sus deudas atrasadas, no tenía casa solamente vivía en un cuarto sucio que le recordaba a una ratonera; su trabajo le consumía mucho tiempo, tenía las horas contadas para comer, asearse, dormir y el resto lo usaba para ver televisión, así que de pasar tiempo con Julieta ni hablar.

Dejó de pensar en su mala suerte y mecánicamente comenzó a cambiarse, su ropa era escasa así que no tuvo problemas en elegirla, se lavó la cara, se alisó el cabello, se miró al espejo y llenó de aire sus pulmones tratando de ocultar ese sentimiento de fracaso que había despertado minutos atrás, se observó una vez más en el espejo pero

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fue inútil nada había cambiado, decepcionado se dispuso a salir del cuarto haciendo a un lado zapatos, ropa sucia, hojas y restos de comida de la semana anterior; pero en el momento en que se decidía a cerrar la puerta, volteó la vista y vio a Julieta su fiel compañera, poco a poco se perdió en sus pensamientos y sin darse cuenta se percató de que se encontraba frente al volante con Julieta a su lado – esto compensa parte de la soledad – pensó, y mirando las calles con alegría comenzó el rumbo marcado por la línea de su bus.

Habían recorrido muchas calles juntos en otras circunstancias, ahora solo se limitaba a disfrutar de su cercanía, por un momento se sintió afortunado de poder tenerla al lado en su trabajo. La gente subía y bajaba, a nadie parecía importarle la alegría que él sentía, eran solo rostros sin nombre, parte de su trabajo.

Después de haber recorrido la ciudad, estacionó el bus en un parque alejado, con el único propósito de almorzar algo, aquella esquina era muy conocida por los poco saludables pero muy baratos “trancapechos doña Costita”, —no te alimenta pero te llena— pensó y con un enorme sándwich en la mano levantó su mirada al cielo, como tratando de encontrar la fuerza que necesitaba, divisó en el fondo de aquel cielo gris una bandada de palomas que asustadas por la tormenta que se avecinaba volaban muy rápidamente para resguardarse en algún lugar lejano, —todas esas palomas son una familia— le decía a Julieta que estaba a su lado, —están juntas siempre, como nosotros, y se ayudan cuando alguna ya no puede volar— al bajar la cabeza se dio cuenta que había golpeado a alguien sin querer —¡idiota!— le gritó una mujer limpiándose los restos de comida que quedaron en su blusa, miró a aquel tipo con una mirada que hubiera fulminado hasta al soldado más preparado.

Él por su parte sintió una descarga poderosa incluso más que aquella vez que tratando de cambiar un foco la corriente le dio una fuerte

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sacudida, por primera vez en mucho tiempo sintió a su corazón latir, la siguió con la mirada como se perdía en un bus que tenía un letrero enorme que decía: CAMIRI.

De inmediato buscó en sus bolsillos juntó todo el dinero que tenía, pero no alcanzaría para un viaje tan largo, buscó ayuda a su alrededor y detuvo su mirada en Julieta, no lo pensó dos veces y se la ofreció a la primera persona que pasó, un joven muy bien vestido la miró muy fijamente —excelente guitarra señor, ¿cuánto pide por ella?, solo tengo cien bolivianos— aclaró aquel joven —acepto— le dijo, y entregó a Julieta como quien se deshace de algo viejo que le estorba.

Juntó ahora todo su dinero y emprendió el viaje más largo de su vida, en el camino pasó por su mente recuerdos, nostalgias, unos buenos amigos, cuentas por pagar, pero de Julieta apenas quedaban unos cuantos billetes en su bolsillo izquierdo.

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SIEMPRE LA MISMA HISTORIA

Estela Mamani

Un verano aburrido le pisaba el cerebro. Estaba en la parte alta de su casa, donde cuatro dormitorios vacíos tenían las camas con frazadas de color violeta, azul, rosado y naranja, tendidas con esmero y como si esperaran a sus dueños.

Bajó al comedor, lo cruzó desanimada y se instaló en el desayunador de la cocina. Había estado viendo algunas historias de televisa, jugaba consigo misma a adivinar cómo resolvía el guionista algunas tragedias mujeriles. Al menos así le parecían a ella.

Se sentó a mirar por la ventana las danzas de los alvarillos. A esa hora del atardecer se movían —en el patio del vecino— hacia derecha e izquierda y dejaban ver el cielo en medio de reflejos a veces anaranjados, a veces rosados. Para contrarrestar a los dramones mexicanos, ponía algunos discos compactos en el “equipo prehistórico” de música, al que su hijo desacreditaba porque no servía para los formatos mp3.

Esta tarde quiso escuchar los violines en la Mahavishnu Orchestra. Estuvo así como media hora con pensamientos que iban mezclando valoraciones con hipótesis. Las primeras se relacionaban con la música del violinista en los vaivenes de Entre la nada y la eternidad. Las segundas, es decir las hipótesis, eran más cruciales: cómo sería continuar viviendo de nuevo en un lugar mitad pueblo-mitad ciudad. Los sones agudos del violín iban y venían serpenteando el silencio de la tarde. En medio de ese gozo, le costaba evocar algunas vivencias, porque se repetirían seguramente en los días futuros: actividades que significaban más obligaciones que disfrutes. Reinstalarse, volver a vivir en ese pueblo era lo que más la tensionaba. Ahí estaban su cuerpo, su alma, sus recuerdos, sus aprendizajes y sus rollos intelectuales. En ese lugar había experimentado la felicidad, la amargura y las derrotas más categóricas de su vida.

Se levantó para poner agua en la pava y preparar un mate cebado.

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Buscó la bombilla de alpaca entre las cucharas, después encendió la lamparita con luz baja y puso yerba cachamate en la tacita negra de café que hacía de recipiente matero. Había hecho propia la costumbre de tomar medio litro de mate amargo cuando tenía sed. Se sentó en el banco con almohadón a cuadritos azules y blancos, colocó el termo con agua caliente sobre el mesón y llenó el mate hasta ver cómo se juntaban los palos de yerba entre trocitos de hojas verdes alrededor de la bombilla plateada. Eso le indicaba un mate bien cebado, listo para ingerir la infusión con succiones breves, lentas, entibiando la cavidad de la boca con sabor mitad amargo, mitad agradable.

La soledad en la tarde penumbrosa era parecida al mate. Agradable y amarga. Sus ojos se humedecieron al ser consciente de esta certeza. La música se perdía entre las hojas de los molles, las pinturas naif de un artista potosino y las cañas trenzadas del techo. Se distrajo un poco con los motores de los automóviles que pasaban afuera por la calle de tierra y con los arranques del camión recolector de basura. Cuando el ruido del motor basurero se estaba alejando, un hombre soltó su figura en la entrada de la casa, llena ahora de un extraordinario batir de palmas sin ritmo. Con pesadez ella se acercó a la ventana para creer lo que estaba viendo. Sí, era él, que aparecía con su melena de canas en un recuadro de la ventana, el cuerpo delgado y con otra voz que la estaba llamando vaya a saber desde qué ansiedad por encontrarla en la casa a esa hora del atardecer. Encontrarla… Sola.

A través del resplandor que entraba por las aberturas de la sala principal, la estética musical y veraniega se fue al diablo. La aparición del hombre le trajo apenas unos trazos de recuerdos mal paridos en su memoria. Esperó a que tocara la puerta, la cara empezó a ponérsele rígida, intentaría ser cortés, sabía que era difícil de lograr porque el pasado era más frondoso que el presente. Nunca lo habría previsto, menos unos instantes atrás, en ese momento bucólico. Le abrió la puerta y él entró atropellado con un bolso de loneta en el hombro, después de darle un beso fugaz en la mejilla se sentó en un banco que estaba cerca de la puerta y se acomodó la cabellera despareja para decirle cómo estás, qué hacés, cuándo

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volviste, dónde están los chicos. Le contestó con balbuceos, los hijos estarán por ahí...Lo invitó a sentarse, sin preguntarle nada; le ofreció un té de hierbas que preparó con el agua que había quedado en la pava. Él dijo que la casa estaba relinda, que había venido por un momento, que se iba dentro de dos horas porque tenía un ómnibus a las nueve de la noche...ella quería volver al atardecer rosado de hace unos instantes, a la paz momentánea de los violines y los albarillos; tenía pocas ganas de atenderlo. No le gustaba ver cómo el tiempo se iba transformando en vejez: en los dos, en la brevedad de la vida que había sido común, en aquel tiempo suficiente para compartir tres hijos y el desencuentro constante del amor eterno que no fue. Lo miraba con un desconcierto que no podía disimular. Entonces asumió una postura de curiosa. Simplemente lo escudriñaría, escucharía lo que él querría contarle o decirle sin hacer ningún comentario de valor. Había decidido transformar su desencanto en un silencio diplomático.

Ese hombre de ahora bebía el té despacio. Mirándola también de soslayo, inclinaba la taza contra la boca de donde le salían palabras casi sin querer, para no quedarse mudo. Dijo que el nieto de ambos estaba gordito, hermoso, que la madre lo cuidaba bien. Los comentarios de él iban hacia cualquier lugar. Mientras él hablaba de lo reciente, las imágenes de ella surcaban otros tiempos como ráfagas que traían la niñez de los tres hijos con cierto desamparo en los juegos, en las tareas de la escuela y en algunas preguntas que ella intentaba responder con inteligencia, ternura y sin ambigüedad. Él hablaba como si nunca hubiese pasado nada —los hijos habían aprendido a detestar sus mentiras, sus ocultamientos—, como si su falta fuera sin consecuencias. Todo estaba bien, después de tantos años, así decía él cada vez que daba unas vueltas por el pueblo y se acercaba a la casa.

Arriba no había nadie. A ella le hubiese gustado quedarse en ese lugar de la casa, para no haber escuchado el golpeteo de palmas y abrirle la puerta. No lo tendría en frente, mirándolo sin ganas, escuchando sus palabras de circunstancia.

El té se iba vaciando en la taza, el agua del mate se estaba acabando

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en el termo y el violín había desaparecido de las paredes de la sala. La rapidez de estos hechos no conjugaba con ese encuentro que parecía durar veinte y tantos años en la memoria femenina. En el mismo instante en que ella se miró al descuido las manos, experimentó un ahogo que se le iba amontonando en la garganta, un ahogo que tenía escenas de abandono en cada nacimiento de un hijo, con caras superpuestas de compasión de familiares y amigos que siempre la habían acompañado con cariño en aquellos momentos. Cuando el hombre de las canas posó la taza por última vez en la mesa de madera, ella escuchó a su propia voz que resonaba contra los vidrios de la ventana, para qué mierdas volvés, qué clase de nostalgia justificás con tus regresos, ya no puedo hacer nada para que los chicos te quieran, ya no depende de mí, qué te parece sin nos despedimos de una vez por todas en esta vida, salí por esa puerta. ¡Y no vuelvas por el resto de tus días! ¡tomalo como una despedida! ¡para siempre!

Él la miró con los ojos bien abiertos, y las arrugas de la cara más que tirantes, sin encanto, frente a esa revelación inesperada. En esa tarde, tanto él como ella aparecerían por última vez en sus miradas.

La mujer se incorporó de la silla, dejó el mate junto al termo y esperó que se cumplieran varias acciones: que él levantara su bolso descolorido, que se corriera de ese encuentro interminable de casi dos horas, que caminara unos pasos hasta la puerta oscura de la sala para irse con una intención definitiva. Lo acompañó enérgica y lo despidió sin tristeza.

Después de cerrar la puerta, ella se acercó al equipo de música, apretó el botón de shuffle y el de repeate all. Quería tener en sus oídos a la Mahavishnu, algún recuerdo alegre con amigos en su cabeza y ninguna telenovela en la memoria. Sólo alvarillos con danzas entre luces. Y alguna ilusión nueva, alguna voluntad de ser otra en un tiempo nuevo y con otro hombre. Algún milagro. O tal vez un descaro de la primavera.

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MINUTOS

D. Rocabado H.

La puerta del ascensor está a punto de cerrarse cuando de repente ves entrar un ejemplar masculino digno de su sexo, para emprender el viaje de minutos contigo.

Hay tan poco aire y tu encerrada con un espécimen de la selva que podría rugir en cualquier momento.

Apenas intercambian el “buenos días” cortés que raramente se da en un lugar así; donde normalmente uno no quiere ni ver ni rozar siquiera a las personas que están dentro; y dirige la mirada al techo, paredes, piso, o al numerito que indica cuantos segundos de tortura le quedan con gente desconocida.

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Pero este no es el caso. Estás contemplando a la fiera que esta enjaulada contigo. Tu paladar se regodea con esa golosina. Su impecable traje de ejecutivo con el saco desabotonado, deja ver que tiene un gran paquete. Te relames por dentro, imaginando un juguete así en tu boca. Sin duda, te sacarías la prótesis dental para disfrutar al máximo.

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Ediciones Yerba Mala Cartonera

Para no desesperar en las trancaderas, para dejar pasar las propa-gandas de la TV, para aguantar las marchas, para caminar subi-das sin darse cuenta, para bailar al ritmo de la cumbia del min-ibús o para cuando tengas simplemente ganas de leer. Un libro

cartonero, casero, tu mejor cómplice.

Otros títulos:

Crispín Portugal, Almha, la vengadoraGabriel Pantoja, Plenilunio

Juan Pablo Piñeiro, El bolero triunfal de SaraJessica Freudenthal, Poemas ocultos

Beto Cáceres, Línea 257Darío Manuel Luna, Khari-khari

Gabriel Llanos, De muertos y muy vivosSantiago Roncagliolo, El arte nazi

Fernando Iwasaki, Mi poncho es un kimono flamencoNicolás Recoaro, 27.182.414

Marco Montellano, Narciso tiene tosVicky Aillón, Liberalia

Banesa Morales, Memorias de una samaritanaWashington Cucurto, Mi ticki cumbiantera

Crispín Portugal, !Cago pues! Nelson Vanm Jaliri, Los poemas de mi hermanito

Gabriel Llanos, Sobre muertos y muy vivosGabriel Pantoja, Plenilunio

Roberto Oropeza, Invisible NaturalPremio de concurso breve Óscar Cerruto, UMSA