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Eugenio Raúl Zaffaroni DECANO DE LA PRENSA NACIONAL 6

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6 DECANO DE LA PRENSA NACIONAL Dos miércoles / 7 / marzo / 2012 11. No todos son “gente como la gente” miércoles / 7 / marzo / 2012 Tre s

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Eugenio Raúl Zaffaroni

DECANO DE LA PRENSA NACIONAL

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Dos miércoles / 7 / marzo / 2012

11 . No todos son “gente como la gente”

El contractualismo era un marco(hoy se llamaría un “pa ra d i g m a ”),dentro del que se daban todas lasposibles variables políticas, desdeel despotismo ilustrado hasta elsocialismo, o sea, desde el me-ticuloso Kant con su puntualidadhasta el revoltoso Marat calmandosus urticarias en la bañera. Porende, también podía convertirseen algo peligroso para la propiaclase que lo impulsaba, que de-fendía la igualdad, pero que tam-bién empezaba a distinguir entrelos más y los menos iguales, amedida que no sólo se iba con-siderando a sí misma la mejor ymás brillante de Europa, sino detodo el planeta.

Los pensadores de la cuestióncriminal no podían ser insensiblesa los temores del sector social alque debían su posición discursivadominante y, en consecuencia, co-menzaron a adecuar su discurso ala exigencia de no correr el riesgode deslegitimar el poder punitivonecesario para mantener subor-dinados en el interior a los in-disciplinados y fuera a los co-lonizados y neocolonizados.

En esta tarea académica puedendistinguirse dos momentos, quefueron 1) el hegelianismo penal ycriminológico y 2) el positivismora c i sta .

El primero fue un máximo es-fuerzo –altamente sofisticado– delpensamiento idealista, en tantoque el segundo rompió con todo yse desprendió de toda raciona-lidad.

Cualquier filósofo diría queacercar al hegelianismo al posi-tivismo racista es una aberración–y no dudo que desde su pers-pectiva estará en lo cierto–, por-que aproxima un discurso finí-simo, que suena como una sin-

fonía, con otro que más bien evocael griterío de una serenata de bo-rrachos destemplados en la ma-drugada. No me cabe duda algunaal respecto, pero no se trata de unaanalogía en cuanto al nivel de ela-boración pensante de los discursos–que no admite comparación–, si-no en lo que hace a la similarutilización política de ambos pen-samientos por parte de los pe-nalistas y criminólogos.

Aclaro que ni siquiera pretendocomprender a Hegel. Además, es-toy seguro que no soy el único queno lo entiende acabadamente, ajuzgar por los kilómetros de es-tantes de libros escritos acerca desu pensamiento. Todos sabemosque es un filósofo bastante difícil,que terminó de escribir uno de suslibros más complicados (la “Fe -nomenología del Espíritu”) mien-tras bombardeaban la ciudad, por-que lo presionaba su editor. Comono era sordo –a diferencia de Beet-h ove n –, es posible que su prosahaya sufrido algunos sobresaltos.

Lo que sí entiendo son algunascosas que escribió Hegel con cla-ridad y, en especial, lo que losjuristas y criminólogos le hicierondecir. Respecto de esto último,tampoco afirmo que hayan inter-pretado bien a su mentor, lo queinteresa poco aquí, dado que lo quenos atañe es la forma en que loproyectaron sobre (o lo estrellaroncontra) la cuestión criminal.

Los ideólogos de la cuestión cri-minal que lo invocaron partían dela afirmación hegeliana de que el“es p í r i tu ” avanza dialécticamente.Aunque es obvio, cabe aclarar queel “es p í r i tu ” o “G e i st”, no era nin-gún fantasma, sino el espíritu de lahumanidad como potencia inte-lectual. En casi todas las historiasde la filosofía se califica a Hegelcomo un “ra c i o n a l i sta ”, pero de-bemos advertir que para él la razón

era algo dinámico, una suerte demotor, y no un simple modo o víade conocimiento.

El avance se daba en la historiadialécticamente, o sea, “t r i á d i ca -m e n te ”, por tesis, antítesis y sín-tesis. En esta última las dos an-teriores desaparecían y se con-servaban, pues estaban “a u fge h o -ben” en alemán, participio pasadode un verbo un tanto misterioso.

Había, pues, un momento de“espíritu subjetivo” (tesis) en queel ser humano alcanzaba la au-toconsciencia y con ella la libertad,contrapuesto a otro del “es p í r i tuo b j et i vo ” (antítesis) en que doslibertades se relacionaban y, fi-nalmente, ambos se sintetizabanen el “espíritu absoluto” (s í n te -sis). A nosotros nos basta con losdos primeros, porque el derechopertenecía en este esquema al mo-mento “o b j et i vo ”, pues era en eseplano que se relacionaban los seresl i b res .

Dejando de lado lo complicadoque esto parece, lo cierto es que suconsecuencia práctica era quequien no era autoconsciente no eralibre y no podía pasar al momentoobjetivo, o sea, que su conducta noera “j u r í d i ca ”. Más aún: los he-gelianos sostenían que la conducta“no libre” no es conducta para eld e re c h o.

Por ende, los criminólogos y pe-nalistas concluían fácilmente quelos seres humanos se dividen en“no libres” y “l i b res ” y el derechoera patrimonio de estos últimos.Pues bien: cuando un “no libre”lesionaba a otro no cometía undelito, sino que operaba sin nin-guna relevancia jurídica, porqueno realizaba propiamente una con-ducta. Por el contrario, sólo podíancometer delitos los “l i b res ”, queeran quienes realizaban conduc-ta s .

El efecto práctico era que a los

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“l i b res ” se les retribuía con penasproporcionadas a la libertad conque habían decidido el hecho, osea, con límites; en tanto, a los “nol i b res ” que causaban daños sólo seles podía someter a “medidas” deseguridad, que no eran penas y, porlo tanto, no admitían la medidamáxima de su culpabilidad o li-bertad, sino únicamente la del pe-ligro que implicaban para los li-b res .

Extremando las consecuencias,nuestros colegas hegelianos pre-tendían tratar a los “no libres” deforma más o menos análoga a unanimal fugado del zoológico, al quees necesario contener. Si bien no loexpresaban de este modo, paraentendernos es mejor decir lo quecreo que pensaban.

¿Quiénes eran los “no libres”para los penalistas hegelianos?Ante todo los locos, pero tambiénlos delincuentes reincidentes,multireincidentes, profesionales yhabituales, porque con su com-portamiento demostraban que nopertenecían a la “comunidad ju-r í d i ca ”, o sea, que no compartíanlos valores de los sectores he-gemónicos. Los “no libres”, en de-finitiva, eran los que no podíanconsiderarse “gente como uno” o“gente como la gente”, sino sólotipos peligrosos.

Por supuesto que tampoco eranlibres los salvajes colonizados. He-gel era absolutamente etnocen-trista, lo que queda demostradopor lo que escribió en sus “Lec-ciones sobre la filosofía de la his-toria universal”.

Por un momento –pido perdón–rompo mi costumbre de no trans-cribir ni aburrir con citas. Tomo ellibro (traducción de José Gaos,edición de 1980) y leo que no-sotros seríamos el producto deindios inferiores en todo y sinhistoria (página 169), de negros en

estado de naturaleza y sin moral(página 177), de árabes, mestizos yaculturados islámicos fanáticos,decadentes y sensuales sin límites(página 596), de judíos cuya re-ligión les impide alcanzar la au-téntica libertad (página 354), dealgunos asiáticos que apenas estánun poco más avanzados que losnegros (página 215) y de latinosque nunca alcanzaron el períododel mundo germánico, ese “esta d i odel espíritu que se sabe libre, que-riendo lo verdadero, eterno y uni-versal en sí y por sí” ( pá g i n a6 57 ) .

Era natural que Hegel consi-derase que los latinoamericanosno teníamos historia sino “f u tu -ro ”, pues para él nuestra historiacomenzaba con la colonización,que nos había puesto en el mundo;el pasado de los pueblos colo-nizados no era nada, por ajeno alavance del “es p í r i tu ”.

Cuando uno es muy joven sueleidealizar más de la cuenta a losgrandes maestros y, por cierto,recuerdo una anécdota que viene acuento de lo que estamos hablan-do. Una mañana en la Plaza de lasTres Culturas de México, en Tla-telolco, algunos años antes de losdramáticos asesinatos a los es-tudiantes de 1968, escuché afir-mar a un afamado jurista que era“europeo y europeizante” y que nocomprendía a las culturas pre-hispánicas “porque no entraban enH ege l ”. Por supuesto que dismi-nuyó notablemente mi admiraciónpor el renombrado hombre de le-yes, puesto que aunque mi ig-norancia juvenil era muy consi-derable –y no porque ahora la hayareducido mucho–, me alcanzabapara preguntarme si estaría equi-vocado Hegel o las culturas pre-hispánicas por haber existido. Perovolvamos a lo nuestro.

Por cierto, Hegel no había ob-

tenido buenas notas en geografía,porque hacía nacer en Argentina elRío de la Plata en la cordillera.También afirmaba que nuestra in-dependencia obedecía a un errorde los ibéricos, que se habían mez-clado con los indios, a diferenciade los ingleses, que eran muchomás astutos porque en la Indiaevitaron mezclarse y de ese modono producían una raza mestiza conamor a la tierra. Cabe deducir quepara Hegel nuestra independenciaera obra de la incontinencia sexualde los españoles y portugueses.Gandhi lo hubiese desconcertado,pues al no tener la India ningunaraza mestiza con los ingleses, nohubiese debido conocer el amor ala tierra ni independizarse. Tam-poco aquí sé si estaba equivocadoHegel o Gandhi. Sigamos.

La idea que Hegel tenía de Amé-rica Latina provenía claramente deBuffon, que escribió muchos to-mos de historia natural mientrascuidaba los jardines reales. Paraeste conde jardinero éramos uncontinente en formación, como loprobaban los volcanes y los sismos(suponemos que ahora diría queIslandia está en formación). Comolas montañas corrían al revés (esdecir de norte a sur en vez dehacerlo correctamente, de este aoeste, como en Europa), cortabanlos vientos y todo se humedecíapudriéndose; por eso había mu-chos animales chicos y ningunogrande y todo lo que se traía sedebilitaba, incluso los humanos.Para Buffon, en América toda laevolución estaba retardada.

El etnocentrismo de Hegel le-gitimaba el colonialismo y abría elcamino de los “grandes relatos”con centro en Europa. Combinadocon lo que decían los criminólogosque lo invocaban para el control delos sumergidos europeos, resul-taba un esquema muy adecuado

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verificaba que los más poderososeran los más “l i n d os ” y que loscolonizados eran inferiores,“fe os ”, todos iguales y parecidosa los monos: era obvia su evo-lución inferior.

La clase otrora en ascenso ha-bía pasado a detentar en Europala posición dominante y la con-sideraba “n a tu ra l ”, de modo queel artificio del contrato no sólo leresultaba inútil sino peligroso.Su hegemonía “n a tu ra l ” sólo sela habían negado antes los os-curantistas y metafísicos. Pasa-ron a ser supercherías tanto losdiscursos legitimantes del podernobiliario como el famoso con-trato, pues necesitaban un nuevodiscurso que les permitiese ejer-cer el poder punitivo sin trabaspara mantener a raya a los su-mergidos que no podían ser in-corporados al sistema produc-tivo por relativa escasez de ca-pital y que, además, tenían laosadía de exigir derechos.

Como era de suponer, el nuevoparadigma que convenía a esasclases era el del organismo, aun-que no el anticuado –basado enla “mano de Dios”–, sino unonuevo fundado en la “n a tu ra -leza” y revelado por la “ciencia”.Pero por muy “científ ico” quefuese el ropaje, como no es de-mostrable que la sociedad sea unorganismo, el nuevo organicismono pasaba de ser un dogma arre-batado al idealismo.

El instrumento con que se con-trolaba a los molestos en lasciudades era la policía, insti-tución relativamente nueva en elcontinente europeo, aunque notan nueva fuera, porque era lamisma fuerza de ocupación te-rritorial usada para colonizar.

Esto suena raro, porque no setiene en cuenta que, en defi-nitiva, nunca hubo verdaderas

le caía la estantería. Hegel variómuchas cosas respecto de Kant,entre otras nada menos que suconcepto de “ra z ó n ”, pero enesto siguió el mismo camino, sóloque por vía de pura lógica: paraHegel el delito era la negación delderecho; la pena era la negacióndel delito; como la negación de lanegación es la afirmación, la pe-na era la afirmación del derecho.Y punto.

Todo esto era muy elaborado,permanecía en el plano del idea-lismo filosófico y, al promediar elsiglo XIX, resultaba demasiadoabstracto frente a lo que estabasucediendo en un mundo quecambiaba con celeridad.

12. El salto del contrato a la biologíaEn la segunda mitad del siglo XIXla clase en ascenso había llegadoal poder. Los nobles empobre-cidos habían casado a sus vás-tagos con los de los industriales,comerciantes y banqueros, y és-tos se habían refinado mientrassus nietos se adornaban con lostítulos de los abuelos nobles. Loscastillos y palacios se restau-raban y volvían las recepcionessuntuosas con mujeres y hom-bres encorsetados.

Al mismo tiempo los indis-ciplinados aumentaban sus mo-lestias. Los acontecimientos eu-ropeos de 1848 y sobre todo de1871 –la Comuna de París– e ra nalarmantes para la nueva clasehegemónica. No eran construc-ciones idealistas lo que esta claseempezaba a necesitar, sino algomucho más concreto y de menornivel de elaboración, pero tam-bién más acorde con la culturadel momento.

En el orden planetario las re-laciones del centro con la pe-riferia exigían la eliminación delsistema esclavócrata, porque la

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para los intereses de la clase quese iba acercando a la hegemonía:la pena con límites quedaba re-servaba a los de esa clase o aquienes se les parecían; a los“d i fe re n tes ” (locos, patibulariosy “m o l estos ”) que no eran libres,como no realizaban conductashumanas, se les sometía a penassin límites a las que se rebau-tizaba como “medidas”. Encuanto a los territorios extra-europeos poblados por salvajes,podían ser ocupados porque eranpeligrosos para el “es p í r i tu ” y,además, colonizarlos era el modode introducirlos en la historia, dellevarles el “es p í r i tu ”.

Es claro que el “espíritu he-ge l i a n o ” avanzaba en la historiacomo dominación colonial en loplanetario y al mismo tiempocomo dominación de clase en lointerno. Más que un espíritu pa-recía un monstruo que arrasabacon todo en su avance masa-crador y que, además, a los so-brevivientes los arrojaba a la verade su camino de expoliaciónmundial: indios, negros, árabes,judíos, latinos, asiáticos, etc., osea, a todas culturas que no al-canzaban la claridad de Hegel,que se sentaba complacido en lapunta de la flecha de la historia,posición por cierto harto incó-moda.

Pero todo esto seguía siendo“i d ea l i s m o ”, o sea que para Hegelel poder punitivo se explicaba poruna vía deductiva, que no admitíaninguna verificación en el planode la realidad. Al igual que elmeticuloso Kant, su legitimaciónno se contaminaba con ningúndato del mundo real.

Eso lo había visto claramenteel viejo Kant, que sabía sobra-damente que en cuanto intro-dujese alguna información delmundo en que todos vivimos, se

guerras coloniales, sino opera-ciones de ocupación policial deterritorio. Ni siquiera en el co-lonialismo del siglo XV hubo ta-les guerras: no fue guerra la ocu-pación de Tenochtitlán ni delIncanato; tanto Cortés como Pi-zarro se limitaron a algunas es-caramuzas policiales de ocupa-ción. Tampoco las hubo con elneocolonialismo del siglo XIX,pues la enorme superioridad téc-nica de los colonizadores im-pedía hablar propiamente deguerras. Tanto la ocupación delnorte de África por los inglesescomo por los franceses no con-sistieron en general en guerras,pues ni siquiera se enfrentaroncon hordas precariamente arma-das. La aparición de las armas arepetición no dejó ninguna dudaal respecto.

Cuando fue menester contenera los explotados que reclamabanderechos en las ciudades euro-peas, se trasladó la experienciapolítica de técnica policial de ocu-pación territorial a las metrópolis.En Gran Bretaña se resistieronbastante, pues sabían bien quésignificaba y lo que considerabanbueno para los africanos no loquerían para ellos, pero al fintuvieron que admitirlo y crearScotland Yard en 1829.

Los poderes de las policías eu-ropeas aumentaban en paralelocon los reclamos de los sumer-gidos urbanos, pero carecían de undiscurso legitimante. En 1838 elColegio de Francia –que reunía atodas las academias– convocó unconcurso sobre “las clases pe-ligrosas en las grandes ciudades”,que ganó Fregier –un comisario–con un libro voluminoso pero in-coherente, que sólo contenía mo-ralina y algunas experiencias per-sonales, pero que en modo algunoservía para legitimar el creciente

integración demandaba mayornivel tecnológico en la periferiay, además, Gran Bretaña –quedisponía de mano de obra gra-tuita en la India–, se erigió encampeona del antiesclavismomientras ejercía la policía de losm a res .

La “ciencia” era la nueva“i d e o l og í a ” dominante. Las ma-ravillas de la técnica asombra-ban: el ferrocarril, las naves avapor, el telégrafo, algunos avan-

ces médicos, las vacunas, el canalde Suez, etc. El ser humano sevolvía todopoderoso, podía con-trolar por completo a la natu-raleza y llegar a vencer a la muer-te misma. Darwin había provo-cado alguna decepción, perotambién había demostrado queel ser humano podía seguir evo-lucionando y que cuando se do-minasen las leyes de la evoluciónel progreso no tendría fin. Sepretendía que con la biología se

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poder policial. El pobre Fregier selimitó a escribir lo que los aca-démicos querían escuchar.

Desde los tiempos de Wier losmédicos estaban ansiosos por ma-notear la hegemonía del discurso dela cuestión criminal, en particularlos psiquiatras, pero carecían deprestigio social, pues trabajaban enlugares infectos y en contacto conseres indeseables y sucios.

El cambio señalado por Foucault–con la publicidad del juicio– de -terminó que despertasen interés,pues comenzaron a ser llamados alos grandes procesos públicos comoperitos, lo que los proyectó a la famamediática como “gente bien”. Des-pacio fueron apropiándose del dis-curso y explicando todos los crí-menes sonados. Por cierto que te-nían discurso de sobra, aunque conjustificada desconfianza de los jue-ces, que les disputaban las cabezasde los guillotinados.

Como la policía tenía poder sindiscurso y los médicos discurso sinpoder, era inevitable una alianza,que es lo que se conoce como “po -sitivismo criminológico”, o sea, elpoder policial urbano legitimadocon discurso médico.

Pero el discurso médico no seagotaba en los patibularios y mo-lestos, sino que era un mero ca-pítulo dentro del gran paradigmaque empezaba a instalarse: el delreduccionismo biologista racista.

Si los criminales eran controladospor una fuerza de ocupación traídade las colonias, no podía demorarmucho la afirmación de que eranparecidos y su criminalidad se ex-plicaba por las mismas razones quelegitimaban el neocolonialismo.Tanto unos como otros eran “se resi n fe r i o res ” y la razón por la que sejustificaba el neocolonialismo era lamisma que legitimaba al poder pu-n i t i vo.

La categorización racista de los

seres humanos tiene una larguísimahistoria, pero la de la segunda partedel siglo XIX es muy interesante ypresenta aspectos increíbles.

Hubo dos principales versionesdel racismo, que podemos deno-minar “p es i m i sta ” y “o pt i m i sta ”. Lapesimista es la que afirma que hubouna raza superior que luego se fuedegradando por mezclarse con unasuerte de monas que se encontraronen el camino, y dieron por resultadouna decadencia de la especie. Estaes la fábula de la raza “aria” su -perior, que entró en la India por elnorte, que hablaba una nunca co-nocida lengua única de la que de-rivan las lenguas europeas y quealimenta todos los mitos nacionales“a r i os ” (los francos en Francia, losgermanos en Alemania, los sajonesen Inglaterra, los godos en España,etc.), salvo Italia, que siempre pre-firió el mito romano imperial.

En verdad, lo único cierto es quelas lenguas europeas suelen pro-venir de la India, en la que entraronunos rubios por el norte y se com-binaron con el elemento druida mo-reno del sur. Todo lo demás esproducto de una obra escrita por undiplomático francés de dudosa no-bleza: el conde Arthur de Gobineau.Fue un mal novelista que, no obs-tante, escribió un grueso novelónsobre las razas que tuvo singularéxito. Castigado por algunas irre-gularidades fue embajador en Brasil,donde verificó horrorizado que todasu población era mestiza africana yvaticinó que eso determinaría suesterilidad por hibridación. Pareceque no acertó al respecto.

Gobineau terminó sus días fugadocon la mujer de un colega, pero sunovela fue continuada por un ingléstan germanófilo que adoptó la ciu-dadanía alemana y se casó con la hijade Wagner: Houston Chamberlain.La novela de este personaje fue librode cabecera del Kaiser (Caesare o

César) Guillermo II. Por desgracia,tampoco allí terminó la zaga de estanovelística, pues el nazi Alfred Ro-senberg la continuó con “El mito delsiglo XX”, del que hay una únicatraducción castellana publicada poruna editorial nazista en la Argentinaen tiempos de la última dictadura. ARosenberg lo ahorcaron en Nür-nberg, pero no por escribir ese libro,sino por haber sido el ministro res-ponsable de organizar las masacresde millones de “seres inferiores” enEuropa oriental.

Pero este racismo pesimista noservía para el nuevo momento depoder mundial, que necesitaba des-legitimar la esclavitud pero jus-tificar el neocolonialismo, predicarel liberalismo económico pero con-trolar policialmente a los excluidosen el centro.

El discurso que legitimase se-mejante embrollo no podía tener ungrado muy alto de elaboración y poreso estuvo a cargo de alguien tam-bién bastante raro, que fue HerbertSpencer, quien no era médico, bió-logo, filósofo ni jurista, sino in-geniero de ferrocarriles y que, ade-más, decía que no leía a otros au-tores porque lo confundían. De esemodo logró concebir los disparatesmás increíbles de toda la historia delpensamiento, afirmando que lle-vaba a Darwin de lo biológico a loso c i a l .

El pobre Darwin carga hasta hoyel peso del llamado “dar winismoso c i a l ”, cuando en realidad fue elbuen don Heriberto quien lo con-cibió. Partiendo de que en la geo-logía y en la biología todo avanza apropulsión de catástrofes, afirmaque lo mismo sucede en la sociedad,y que los seres humanos que so-breviven son los más fuertes y de esemodo todo va evolucionando, in-cluso el ser humano en la historia.Este catastrofismo se carga a losmás débiles, pero para Spencer esto

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es un detalle inevitable y sin mayori m p o r ta n c i a .

Por eso, sostenía que no se debíaayudar a los pobres, para no pri-varlos de su derecho a evolucionar,que la filantropía era un error aligual que la enseñanza obligatoria ogratuita, porque si no les costabanada no la valorarían y terminaríanleyendo libros socialistas. De estemodo justificaba la renuncia a cual-quier plan social por parte de losgobiernos europeos. El control delos insubordinados por medio de lapolicía parecía ser la principal fun-ción del estado para nuestro amigofe r rov i a r i o.

Esto mismo es lo que hoy afirmanlos “Think Tanks” de la ultrade-recha norteamericana, que en ver-dad son más “Ta n ks ” que “Think”(por educación obvio abundar sobreel real contenido de los “Ta n ks ”),aunque como corresponde a su des-honestidad omiten el nombre delviejo Heriberto.

En cuanto al neocolonialismo,afirmaba Spencer que los ocupadosson seres humanos inferiores pero, adiferencia de los “p es i m i sta s ”, no sedebe a que hayan decaído, sino a queaún no evolucionaron. Por eso notienen moral, no conocen la pro-piedad, andan medio desnudos yson sexualmente muy “f re c u e n tes ”.De allí que, como “la función hace aló rg a n o ”, tengan la cabeza más chicay los genitales más grandes, perocon la piadosa obra de los colo-nizadores, los harían menos “fre -c u e n tes ” (posiblemente mostrán-doles un retrato de la reina Victoria)y de ese modo, bajo tan tiernaprotección, llegarían en unos siglosa tener más grande la cabeza (y sesupone que más chicos los geni-tales). Aclaro que nada de esto esfábula, sino que está escrito en loslibros del bueno de don Heriberto,cuya transcripción textual les aho-r ro.

La conclusión práctica era que sepodía dominar pero no esclavizar alos colonizados. Cabe precisar quelos europeos no fueron muy sutilescon la diferencia y que en 1885 sereunieron en el congreso de Berlín,convocado por Bismarck, y se re-partieron el África como una granpizza. Las consecuencias de ese con-greso se sufren hasta el presente,pues la arbitraria división políticade África es hasta el presente lafuente de sangrientas guerras ali-mentadas por negociados arma-mentistas que mantienen sumidaen catástrofe a la región subsa-hariana.

Pero con el neocolonialismo tam-bién se lanzaron a la empresa in-cluso quienes nunca lo habían he-cho, con las más funestas conse-cuencias humanas. La memoria delos italianos en Trípoli no es paranada buena, pero los alemanes sellevaron el premio con el aniqui-lamiento masivo de los hereros enNamibia, aunque sin duda el premiomayor se lo lleva la empresa privadade Leopoldo II, que mató unos dosmillones de congoleños forzados aextraer caucho bajo amenazas demuerte y amputaciones, y que re-dujo la población en ocho millones.

Este crimen fue denunciado en sutiempo en una famosa novela deConrad y también difundido porMark Twain en Estados Unidos, loque obligó a Leopoldo II a entregarsu empresa al estado belga, que noalteró en nada la actividad ma-sacradora y explotadora de su mo-n a rca .

El rey Balduino, en el discurso deindependencia del Congo en 1960,tuvo la desfachatez de reivindicar laobra belga, lo que provocó la res-puesta de Patrice Lumumba, quienen los primeros días del año si-guiente sería asesinado por un pe-lotón al mando de un oficial belga.

Es bueno recordar que Leopoldo II

erigió un lujoso museo cerca deBruselas con todos los trofeos ymuestras de su obra (además demuchas estatuas y retratos de élmismo), rodeado de un hermosoparque, y que en una de sus vitrinasse halla una carta enviada por eladministrador del Congo Belga alpresidente Truman, felicitándolopor el éxito de Hiroshima y Na-gasaki, pues el uranio de las bombasprocedía de las minas del Congo.

En cuanto a América Latina, essabido que el curioso ferroviarioinglés alimentó la ideología asumidapor las elites intelectuales de todasnuestras repúblicas oligárquicas,desde el “porf irismo” m ex i ca n ohasta la “oligarquía vacuna” ar -gentina, y desde el “patriciado pe-ruano” hasta la “república velha”brasileña. Nuestras minorías do-minantes se consideraron avanza-das iluminadas de la civilizaciónque ejercían un paternalismo pia-doso sobre las grandes mayoríasexcluidas del poder, necesario hastaque los pueblos perdiesen su con-dición “bá rba ra ” y estuviesen encondiciones de decidir su destino, osea, suponemos que hasta que se lesagrandase la cabeza.

El spencerianismo fue el reduc-cionismo biologista llevado a lo so-cial que sirvió de marco ideológicocomún al neocolonialismo y al sabermédico que legitimó el poder po-licial con el nombre de positivismocriminológico, que bien podría lla-marse “apartheid criminológico”.

¿Cómo los médicos vincularon lainferioridad de los neocolonizadoscon la de los patibularios y mo-lestos? Esa es la historia del “apar -theid criminológico” en sentido es-tricto, con todas sus deplorablesco n se c u e n c i a s .

Equipo de trabajo:Romina Zárate, Alejandro Slokar, MatíasBailone y Jorge Vicente Paladines

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Eugenio Raúl Zaffaroni

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