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Era natural imaginar que después de tantos desastres, Cándido por estar casado con su amada y vivir en compañía del filósofo Pangloss, el filósofo Martín, el prudente Cacambo y la vieja, y, además, con tantos diamantes de la patria de los incas, llevaría la vida más agradable del mundo; pero fue tan estafado por los judíos, que no le quedó más que su pequeña alquería; su mujer, cada vez más acabada, se volvió áspera e insoportable; la vieja estaba achacosa y de peor humor aún que Cunegunda. Cacambo, que atendía el jardín e iba a vender legumbres en Constantinopla, trabajaba demasiado y maldecía su destino. Pangloss se desesperaba por no brillar en alguna universidad de Alemania. Por su parte Martín, firmemente convencido de que se está igualmente mal en cualquier lado, tomaba las cosas con calma. Cándido, Martín y Pangloss discutían a veces de metafísica y moral. Seguido se veía pasar bajo las ventanas de la alquería, barcos cargados de efendis, bajaes y cadíes enviados al exilio en Lemos, Mitilene o Erzurum. Y otros cadíes , otros bajaes y otros efendis que tomaban el lugar de los expulsados y eran expulsados a su vez. Se veían cabezas limpiamente disecadas que luego presentarían a Su Sublime Puerta, el gran sultán. Tales espectáculos reanimaban las discusiones, pero cuando no se disputaba, el hastío era tan excesivo que la vieja se decidió a decirles un día: - Quisiera saber qué es peor, ser violada cien veces por piratas negros, tener una nalga rebanada, aguantar los baquetazos de los búlgaros, ser azotado y colgado en un auto de fe, ser disecado, remar en las galeras; experimentar, en fin, todas las calamidades por las que hemos pasado, o permanecer aquí sin hacer nada. -Ése es el problema -dijo Cándido. Las palabras de la vieja originaron nuevas reflexiones y, principalmente Martín, dedujo que el hombre ha nacido para vivir en las convulsiones de la inquietud o en el letargo del tedio. Cándido no estaba de acuerdo, pero tampoco aseguraba nada. Pangloss reconocía que él siempre había sufrido horriblemente, pero habiendo sostenido una vez que todo ocurre de maravilla, lo sostenía siempre, aunque ya nada creyera.

Cunegunda Ya No Era Bella

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Voltaire, Cándido

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Page 1: Cunegunda Ya No Era Bella

Era natural imaginar que después de tantos desastres, Cándido por estar casado con su amada y vivir en compañía del filósofo Pangloss, el filósofo Martín, el prudente Cacambo y la vieja, y, además, con tantos diamantes de la patria de los incas, llevaría la vida más agradable del mundo; pero fue tan estafado por los judíos, que no le quedó más que su pequeña alquería; su mujer, cada vez más acabada, se volvió áspera e insoportable; la vieja estaba achacosa y de peor humor aún que Cunegunda. Cacambo, que atendía el jardín e iba a vender legumbres en Constantinopla, trabajaba demasiado y maldecía su destino. Pangloss se desesperaba por no brillar en alguna universidad de Alemania. Por su parte Martín, firmemente convencido de que se está igualmente mal en cualquier lado, tomaba las cosas con calma. Cándido, Martín y Pangloss discutían a veces de metafísica y moral.

Seguido se veía pasar bajo las ventanas de la alquería, barcos cargados de efendis, bajaes y cadíes enviados al exilio en Lemos, Mitilene o Erzurum. Y otros cadíes , otros bajaes y otros efendis que tomaban el lugar de los expulsados y eran expulsados a su vez. Se veían cabezas limpiamente disecadas que luego presentarían a Su Sublime Puerta, el gran sultán. Tales espectáculos reanimaban las discusiones, pero cuando no se disputaba, el hastío era tan excesivo que la vieja se decidió a decirles un día:

- Quisiera saber qué es peor, ser violada cien veces por piratas negros, tener una nalga rebanada, aguantar los baquetazos de los búlgaros, ser azotado y colgado en un auto de fe, ser disecado, remar en las galeras; experimentar, en fin, todas las calamidades por las que hemos pasado, o permanecer aquí sin hacer nada.

-Ése es el problema -dijo Cándido.

Las palabras de la vieja originaron nuevas reflexiones y, principalmente Martín, dedujo que el hombre ha nacido para vivir en las convulsiones de la inquietud o en el letargo del tedio. Cándido no estaba de acuerdo, pero tampoco aseguraba nada. Pangloss reconocía que él siempre había sufrido horriblemente, pero habiendo sostenido una vez que todo ocurre de maravilla, lo sostenía siempre, aunque ya nada creyera.

Un hecho acabó de afianzar a Martín en sus detestables principios, hacer dudar más que nunca a Cándido, y confundir a Pangloss, y es que un día vieron llegar a su finca a Paquette y al hermano Alhelí, que se encontraban en la más extrema miseria; se habían comido muy rápido sus tres mil doblones, se habían separado, vuelto a juntar, luego peleado, fueron metidos a la cárcel, huyeron, y por último fray Alhelí se había convertido en turco. Paquette continuaba ejerciendo su oficio en todas partes y ya no ganaba nada. -Yo había previsto -dijo Martín a Cándido- que tus regalos iban a esfumarse muy pronto y no los harían sino más miserables. Tú poseías millones de duros, tú y Cacambo, y no son más felices que fray Alhelí y Paquette.

-¡Oh, oh - dijo Pangloss a Paquette-, el cielo te trae de nuevo hacia nosotros, mi pobre criatura! ¿Sabes que conocerte me costó la punta de la nariz, un ojo y una oreja? ¡En qué estado te ves! ¿Qué mundo el nuestro!

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Esta nueva aventura los incitó a filosofar más que nunca.

Cerca habitaba un célebre derviche, con fama de ser el mejor filósofo de Turquía; fueron a consultarlo; Pangloss tomó la palabra y dijo:

-Maestro, venimos a rogarle que nos diga para qué fue creado ese extraño animal que es el hombre.

-¿Y a ti qué? - dijo el derviche- ¿es acaso asunto tuyo?

-Pero reverendo padre -dijo Cándido-; hay demasiada maldad en la tierra.

-¿Y qué importa -dijo el derviche- que haya maldad o haya bondad? Cuando Su Alteza envía un buque a Egipto, ¿se preocupa por saber si los ratones que están en el barco se encuentran bien o mal?

-Entonces ¿qué hay que hacer? -preguntó Pangloss.

-Callarte - dijo el derviche.

-Y yo que me vanagloriaba -dijo Pangloss-, de poder razonar un poco con usted acerca de los efectos y las causas, del mejor de los mundos posibles, del origen del mal, de la naturaleza del alma y de la armonía preestablecida.

A esas palabras, el derviche les dio con la puerta en las narices.