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1 CURIOSIDADES DE MADRID: EL HOGAR EXTREMEÑO DE MADRID ESTÁ SITUADO SOBRE LOS TERRENOS DEL ANTIGUO CONVENTO DE LOS JESUITAS. NOTICIAS SOBRE SU INCENDIO EN 1931 Y DELRESCATE DE LOS RESTOS DE SAN FRANCISCO DE BORJA ALLÍ ENTERRADOS. Fotos modernas del primer y tercer tramo de la construcción de la Gran Vía madrileña Madrid, capital del reino de España, antiguo poblachón manchego y ciudad durante siglos de aluvión de ciudadanos de otras partes de la nación que venían a ella buscando, bien la cercanía del poder político, o bien un lugar de trabajo al ser el centro de la vida comercial, industrial, económica y cultural más importante en muchos momentos de nuestra historia, ha sufrido en sus suelos infinidad de acontecimientos que han ido transformando su fisonomía como ciudad, hasta convertirla en una bellísima y moderna ciudad europea, destino hoy día de infinidad de visitas de turistas culturales y hasta gastronómicos de otros paises del mundo. Naturalmente, no vamos nosotros en estos breves apuntes a señalar todos y cada uno de los distintos acontecimientos que se han ido dando a través de los tiempos y que han dejado huella en sus calles, sus plazas, sus barrios, hasta hacer de Madrid un referente de ciudad moderna, pero sí nos vamos a detener, según nuestro personal criterio, en algunos de estos momentos de la gran historia de la ciudad, hasta llegar al momento del gran acuerdo por el que se aprueba la construcción de una Gran Vía urbana que atravesando la parte más antigua de la misma, diera solución a los grandes problemas del ya incipiente tráfico automovilístico, pero, principalmente, al incipiente comercio que desde su nombramiento como capital de España se venía realizando y dinamizando a la sociedad madrileña.

Curiosidades de Madrid

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Madrid, capital del reino de España, antiguo poblachón manchego y ciudad durante siglos de aluvión de ciudadanos de otras partes de la nación que venían a ella buscando, bien la cercanía del poder político, o bien un lugar de trabajo al ser el centro de la vida comercial, industrial, económica y cultural más importante en muchos momentos de nuestra historia

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CURIOSIDADES DE MADRID: EL HOGAR EXTREMEÑO DE

MADRID ESTÁ SITUADO SOBRE LOS TERRENOS DEL

ANTIGUO CONVENTO DE LOS JESUITAS. NOTICIAS SOBRE SU

INCENDIO EN 1931 Y DELRESCATE DE LOS RESTOS DE SAN

FRANCISCO DE BORJA ALLÍ ENTERRADOS.

Fotos modernas del primer y tercer tramo de la construcción de la Gran Vía madrileña

Madrid, capital del reino de España, antiguo poblachón manchego y

ciudad durante siglos de aluvión de ciudadanos de otras partes de la nación

que venían a ella buscando, bien la cercanía del poder político, o bien un

lugar de trabajo al ser el centro de la vida comercial, industrial, económica

y cultural más importante en muchos momentos de nuestra historia, ha

sufrido en sus suelos infinidad de acontecimientos que han ido

transformando su fisonomía como ciudad, hasta convertirla en una

bellísima y moderna ciudad europea, destino hoy día de infinidad de visitas

de turistas culturales y hasta gastronómicos de otros paises del mundo.

Naturalmente, no vamos nosotros en estos breves apuntes a señalar

todos y cada uno de los distintos acontecimientos que se han ido dando a

través de los tiempos y que han dejado huella en sus calles, sus plazas, sus

barrios, hasta hacer de Madrid un referente de ciudad moderna, pero sí nos

vamos a detener, según nuestro personal criterio, en algunos de estos

momentos de la gran historia de la ciudad, hasta llegar al momento del gran

acuerdo por el que se aprueba la construcción de una Gran Vía urbana que

atravesando la parte más antigua de la misma, diera solución a los grandes

problemas del ya incipiente tráfico automovilístico, pero, principalmente, al

incipiente comercio que desde su nombramiento como capital de España se

venía realizando y dinamizando a la sociedad madrileña.

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Un primer momento en su evolución y desarrollo como gran ciudad

sería, por lo tanto, su designación y establecimiento como Corte de la

monarquía del rey Felipe II.

La capitalidad, con sus efectos espaciales, funcionales y fisonómicos,

constituye el factor de diferenciación de Madrid con respecto al resto de

ciudades españolas. La capitalidad favoreció el aumento demográfico y la

prosperidad económica y cultural de la villa.

A pesar de que desde 1561 el establecimiento de manera permanente

de la Corte en Madrid otorgara a la Villa la condición de capital (de la

Monarquía Católica y del Imperio español), el reconocimiento jurídico de

la función de capitalidad hubo de esperar más tiempo. Sin embargo, no fue

hasta 1931, con el advenimiento de la Segunda República Española, que se

oficializa constitucionalmente este hecho. Igualmente, fue reconocida

oficialmente como capital de España durante el franquismo en la Ley de

Régimen Especial de Madrid (11 de julio de 1963), un hecho que fue

posteriormente también sancionado en la Constitución de 1978. Hasta 2006

no se promulgó una ley, la Ley de Capitalidad y de Régimen Especial de

Madrid, por la que el Parlamento desarrolló legislativamente las

consecuencias de esta especificidad.

Después de la guerra de Sucesión (1700-1714) se produjo el ascenso

a la Corona española de los Borbones, quienes llevaron a cabo una

profunda reforma en muchos aspectos de la vida española y, también, en la

arquitectura, algo que quedó bien reflejado en Madrid. La nueva dinastía

borbónica trae a España nuevas ideas en lo político y lo administrativo.

Una de las de mayor repercusión es quizás la necesidad de dotarse de un

estado fuertemente centralizado, en el que se hace necesario, por tanto,

ejercer el gobierno desde una gran capital, al estilo fundamentalmente del

París francés de Luis XIV. Esta idea, comenzada a poner en práctica por

Felipe V, nieto de Luis XIV, será continuada por sus sucesores borbones,

quienes se esforzarán por hacer de Madrid un lugar clave para la vida

política, económica, social y cultural de España. De los monarcas

borbónicos, será Carlos III quien tenga mayor influencia sobre la fisonomía

de la capital, siendo conocido como "el mejor alcalde de Madrid". Realizó

el primer ensanche, en el sector meridional, con las amplias avenidas y

paseos de Acacias, Delicias, Melancólicos, Olmos y Chopera, mandó

construir la actual Puerta de Alcalá, los Paseos de la Castellana, Recoletos

y Prado y el Museo del Prado. Durante su reinado la población alcanzó los

160.000 habitantes.

Su consonancia con las ideas ilustradas imperantes en la época le

llevan a promover la construcción de obras públicas, para uso y disfrute de

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los ciudadanos, a veces continuando la labor iniciada por sus predecesores.

Las calles se amplían y se adornan con fuentes y jardines; se construyen

puentes y nuevos y más modernos edificios; se arreglan caminos; etc. Para

ello, los monarcas se rodean de grandes arquitectos, como Sabatini o

Villanueva, que dan a la ciudad un aire neoclásico. El ansia de saber y

enseñar al pueblo se manifiesta en la construcción del Jardín Botánico o del

Gabinete de Historia Natural, embrión del posterior Museo del Prado.

Fuentes como la de La Cibeles o Neptuno engalanan las avenidas. La

Puerta de Alcalá, obra de Sabatini, enmarca los paseos en los que la

sociedad madrileña juega a su deporte favorito: ver y ser visto.

Arquitectura aparte, durante el Siglo de las Luces Madrid se convierte en

punta de lanza del movimiento ilustrado. Se fundan Academias, como las

de la Lengua, la Historia, la de Jurisprudencia de Santa Bárbara o la de

Bellas Artes de San Fernando. También se crean nuevas instituciones de

enseñanza superior, como el Seminario de Nobles, fundado en 1725 a

instancias de Felipe V; la Real Escuela de Mineralogía de Madrid o la de

Veterinaria; los Reales Estudios de San Isidro; la Librería Real (1716) -

núcleo de la futura Biblioteca Nacional-; el Real Gabinete de Máquinas;

Laboratorios de Química General, Química Aplicada a las Artes y Química

Metalúrgica; el Observatorio Astronómico, de Villanueva, etc.

En la primera mitad del siglo XVIII se produjo la destrucción del

alcázar debido a un incendio (1734) y, en 1738, se inició la construcción

del Palacio Real, abarcando hasta 1764.

Portada del Jardín Botánico, obra de Francisco Villanueva y Puerta de Alcalá, de

Sabatini, construidas en tiempos de Carlos III

Otro momento fundamental en la historia de Madrid, que fijaría para

siempre la capitalidad del reino, hasta esos momentos debatida y en

permanente duda por la falta de agua con la que abastecer a su cada vez

mayor población, fue la traída de agua desde la cercana sierra madrileña, en

tiempos de la reina Isabel II, en un prodigioso proyecto salido del

ministerio del extremeño don Juan Bravo Murillo.

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La Historia del Canal de Isabel II es parte de la historia y evolución

de la ingeniería hidráulica empleada en el abastecimiento de agua a la

ciudad de Madrid. El suministro de agua ha pasado por dos etapas bien

diferenciadas cuya frontera temporal es el inicio en 1851 de la construcción

de la red denominada Canal de Isabel II. La demanda creciente de agua

desde los inicios, ha ido pareja a la incorporación progresiva de las

numerosas infraestructuras hidráulicas creadas para abastecer a la ciudad de

Madrid. Inicialmente se dio solución con el uso y empleo de diferentes

arroyos, y posteriormente se canalizó y recolectó en los viajes de agua. Con

el tiempo la cada vez mayor demanda, y los nuevos requerimientos que

imponía una sociedad en la que deseaba el agua "dentro de las casas" hizo

que, ya desde el siglo XIX, se fuera creando una compleja red de

abastecimiento que procedía de regiones cada vez más lejanas como es la

toma de aguas del río Lozoya mediante Real Decreto de 18 de junio de

1851. A esta infraestructura, que tras más de ciento cincuenta años,

continua en funcionamiento se le denominó Canal de Isabel II, su objetivo

es el de abastecer la demanda de agua sobre Madrid y municipios.

Los asentamientos iniciales de

Madrid se ubicaron en una zona de

abundantes aguas para una población

de miles de personas, pero esta

decisión primitiva no contó con la

evolución poblacional posterior. La

demanda de agua crecía y el

abastecimiento hídrico fue un

problema que había que resolver ya

desde el siglo XV. Madrid es una de

las pocas capitales europeas que carece

de río desde un punto de vista

funcional. El caudal del Manzanares

no permite el abastecimiento y

tampoco la comunicación fluvial. Los

cronistas que puntualizan este tema

van cambiando de opinión a medida que van pasando los siglos, desde las

crónicas de abundancia iniciales, se critica abiertamente la carencia de

aguas. Es en este punto de carencia cuando el proyecto (denominado

colosal en la época) del Canal de Isabel II se hizo necesario para una

ciudad que planificaba un futuro Ensanche. Desde su nacimiento el Canal

ha tenido el reto de tener que ofrecer suministro de agua a una población

creciente.

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El aumento de la demanda y los problemas de carestía durante este

siglo XVIII se disparan por causa del aumento de población, del cambio de

las costumbres higiénicas de los madrileños, y de la limitación que

comenzaban a mostrar los viajes de agua. Las nuevas ideas sobre la

higiene, y limpieza de las ciudades hacen que exista una mayor demanda,

independiente del crecimiento poblacional. Cabe pensar que la ciudad no

muestra un aspecto higiénico durante los siglos precedentes, y cuenta de

ello lo dan los viajeros que documentan su estancia en la capital. Los

grandes viajes de agua como son el Alto Abroñigal, construido en 1614, el

Bajo Abroñigal en 1617 y al Viaje de la Castellana construido en el periodo

de 1614 y 1621 empiezan a mostrar una oferta deficiente. Otros viajes de

menor tamaño fueron el viaje de Alto y el Bajo Retiro, el de la Fuente de la

Salud, el del Conde de Salinas, el de Retamar, el de San Dámaso o

Butarque, el de la Fuente de la Reina. A ello se añade el frecuente

desplome de algunas galerías y sus consiguientes problemas, las

filtraciones habituales de los pozos ciegos. Algunos estudios sobre la

eliminación de las aguas residuales se inician, siendo uno de los más

conocidos el que realiza el agrimensor Joseph Alonso de Arce que publica

en 1735 un proyecto titulado; Dificultades vencidas y curso natural en que

se dan reglas especulativas y prácticas para la limpieza y asseo de las

calles de esta corte, va más allá de los simples estudios de fontanería

realizados previamente por Teodoro de Ardemans (autor de las Ordenanzas

de Madrid), proponiendo un plan de saneamiento y recogida de las aguas

residuales en un conjunto de calles. El plan no pudo ponerse en ejecución.

A pesar de los problemas, no fue hasta

mediados del siglo XIX hasta cuando se pone

el proyecto en marcha, con una conducción

de setenta y seis kilómetros de longitud,

formada por canales, túneles, acueductos y

sifones, que desde las presas de Navarejos, el

Pontón de la Oliva y El Villar traía

diariamente a la capital ciento cuarenta mil

metros cúbicos de agua por día procedentes

del Lozoya. La obra duraría inicialmente

cerca de siete años. La historia del Canal,

según el ingeniero Severino Bello Poysuan

(asistente a la Exposición Iberoamericana de

Sevilla en 1929) se divide en tres periodos: el

primero de 1851 a 1886, el segundo de 1867

a 1907 y el tercero de 1907 a 1929.

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En 1850 existían cerca de medio centenar de viajes de agua,

completando todos ellos cerca de 124 km de longitud. La mayoría de ellos

poseía denominación clara: El Alto y Bajo Abroñigal, el de Alcubilla,

Amaniel (también denominado de Palacio) y la Fuente Castellana. El

reparto de aguas se realizaba mediante el real de agua fontanero (134

litros/hora) y cada fuente tenía una dotación predeterminada de Real Agua.

Estas fuentes sacaban agua que era recogida por el pueblo, así como por los

aguadores que se encargaban de transportar el agua en cántaros (es decir

con un volumen de cinco azumbres o lo que es lo mismo con 10 litros) a las

viviendas privadas que lo solicitasen. La carestía de agua en la ciudad se

iba haciendo cada vez más acuciante. En esta época la población de Madrid

era de doscientos mil habitantes, los cálculos establecen que se pretendía

ofrecer una decena de litros diarios por madrileño, algo insuficiente.

Al pasar de los años, ya en el siglo

XIX el Ayuntamiento de Madrid se encarga

del servicio de abastecimiento de agua a la

Capital. La decisión tomada mediante Real

Decreto del 18 de junio de 1851 de tomar

las aguas del río Lozoya es refrendada por

Bravo Murillo.

Las obras se inspiraron en los estudios

previos realizados por los ingenieros Juan

Rafo y Juan de Ribera de los cauces del Río

Lozoya. El abastecimiento previsto era de

10.000 reales fontaneros (32.440 m3/día).

Para realizar la primera obra se fijó como

objetivo embalsar primero el agua procedente del Pontón de la Oliva

(construida en el periodo que va desde 1851 - 1857 y en la actualidad fuera

de servicio), lugar donde se acumulaban las aguas del Lozoya antes de su

desembocadura en el Jarama. El primer tramo, junto al denominado Canal

de Cabarrús (existente ya en 1762 en tiempos del reinado de Carlos III), y a

un nivel superior a este, se construye en el periodo que va desde 1852 al

1853. El embalse de El Villar (primera presa de arco de gravedad

construida en Europa.) que se construye en el periodo 1873 - 1882.

Posteriormente se construirían otras represas como la de Puentes Viejas en

1925.

Las obras consiguen que el agua del Canal de Lozoya entren en la

ciudad de Madrid en 1858, en el primer depósito ubicado en la calle de

Bravo Murillo (con capacidad de casi sesenta mil metros cúbicos de agua).

El 24 de junio de 1858 una multitud contempla como en la Puerta del Sol

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un río “se ponía de pie”, según la expresión del novelista Manuel

Fernández González.

Sin restar la menor importancia a los acontecimientos que hemos

relatado, que reafirman la ya firme personalidad de una gran ciudad como

es Madrid, creemos que el mayor acontecimiento realizado y el que más

repercusiones tiene sobre el futuro de la misma va ser la construcción del

gran eje que atravesará la ciudad, que cambiará completamente su

fisonomía urbana, buscando, como ya sucedía en otras grandes capitales

europeas, una gran avenida que la embelleciera y que sirviera en el futuro

de gran referencia comercial y cultural.

Para nosotros,

además, es el gran motivo

de estos apuntes, pues su

construcción va pareja al

estudio que queremos

realizar sobre el convento de

los jesuitas de la calle Flor

Alta, incendiado por las

hordas marxistas en los

comienzos de la gran

revolución que daría paso a

la guerra civil del 36-39, y

en cuyos terrenos se levantaría un gran edificio de viviendas y

apartamentos en el que actualmente se ubica el Hogar Extremeño de

Madrid, santo y seña de la emigración extremeña desde los años 50-60 del

pasado siglo.

La Gran Vía es la calle más

conocida y transitada de

Madrid. Históricamente ha

recibido muchos otros nombres

como Eduardo Dato, Pi y

Margall, Conde de Peñalver,

Avenida de Rusia o Avenida del

quince y medio. El más

trascendente fue Avenida de

José Antonio, en homenaje a

José Antonio Primo de Rivera

por su victoria en la Guerra Civil. Alfonso XIII inicia con una piqueta de plaza el inicio de la obra

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La

construcción de la

Gran Vía fue un

proyecto que duró

varias décadas de

principio a fin. Los

primeros bocetos

datan de 1862, época

en que se reformó

parte del centro

histórico madrileño,

pero, el diseño final

no llegó hasta 1899

cuando los

arquitectos José

López Salaberry y Francisco Octavio Palacios presentaron el proyecto. Las

obras comenzaron finalmente en 1910, con la inauguración por parte del

rey Alfonso XIII, el 4 de abril, y terminaron en 1929.

La Gran Vía ha sido una de las obras más trascendentes de España,

hubo que demoler más de 300 casas y afectó a casi 50 calles. Gracias a la

Gran Vía se consiguió una mejor comunicación entre el centro de Madrid

(Calle Alcalá) y el noroeste de la ciudad (Plaza de España).

Actualmente, en Gran Vía encontraremos básicamente tres tipos de

establecimientos: restaurantes, tiendas de moda y cines. A día de hoy los

cines están de capa caida y cada vez hay menos; en su apogeo, Gran Vía

recibió el apodo de el

broadway madrileño.

Según nos cuenta

José Corral en su libro La

Gran Vía. Historia de una

calle, las demoliciones

para la apertura del tercer

tramo, es decir desde la

plaza de Callao hasta la

plaza de España,

comenzaron el lunes 16

de febrero de 1925,

desapareciendo en su

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trazado las calles de San Cipriano, Eguiluz, Santa Margarita, Travesía del

Conservatorio, del Rosal, Federico Balait, Travesía de Altamira, Peralta,

Perro y Travesía de Moriana.

Reformadas, y en

ocasiones muy

profundamente, serían las

calles de Ceres, de la que

sí desapareció el nombre,

San Bernardo, Reyes,

Flor Baja, plaza de los

Mostenses, Isabel la

Católica, Flor Alta, Silva,

Tudesco, plaza de

Leganitos y plaza de San

Marcial.

Por otra parte, una

simple mirada al plano ofrecerá al lector la realidad de la mayor longitud de

este último tramo, con lo que también aumentaron las obras que, además

por ser las últimas, quedaron con mayor persistencia en el recuerdo de

quienes las vivieron. El número de desalojados fue muy considerable, y

aunque verdaderamente en general el comercio de la zona era deleznable, sí

fue grande en número y, como puede suponerse, en ninguno de los casos

los afectados aceptaron tranquilamente la orden de desalojo, sino que

lucharon hasta que fue posible, tejiendo una red de recursos y

reclamaciones que vino a caer sobre las oficinas municipales. Como sucede

siempre en estos casos, si no se podía evitar la ruina de la finca, al menos

se procuraba salir con la mayor ventaja posible.

Pero hubo un caso

que vino a resultar

excepcional y que

además, por la

personalidad de los

propietarios, se convirtió

en algo muy seguido por

la prensa de la época y se

le dio, inevitablemente,

matiz político. Fue una

gran posesión en la

manzana 495.

Podemos visualizar el alcance de las obras viendo el edificio Metrópolis

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Sin que nadie se dieran cuenta, el problema comenzó muy

tempranamente: el 12 de febrero de 1926, el concejal marqués de

Encinares, hizo, en el Ayuntamiento, una proposición que tenía todo el

aspecto de algo muy normal y con verdaderos motivos razonables. Propuso

que este tercer tramo de la obra tuviera la misma anchura que el segundo,

que era más ancho al unir en su calzada el bulevar central que tenía

proyectado, así que en vez de los 25 metros de la calzada que

correspondían según el proyecto a este tercer tramo, como tenía el primero,

que pasara a medir 35 metros de la calzada como el segundo.

Indudablemente la propuesta era razonable y la vida posterior ha

venido a demostrar que llena de razón. Pero una vez aprobada surgió un

tremendo inconveniente. Construido ya el Palacio de la Prensa, el aumento

de anchura de la calzada había de hacerse, totalmente, por la acera

izquierda y en esa acera el ensanchamiento de la calle suponía derribar el

templo de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, que estaba en esa

indicada manzana 495, en la calle Flor Baja.

Terrenos de la Plaza de España. Al fondo los de Torre Madrid. A la derecha, los del Edificio España

Como es natural, los afectados recurrieron contra el Acuerdo

Municipal de Ensanche de la Gran Vía, muy posterior al Proyecto aprobado

en todos los niveles, y que obligatoriamente causaba a los recurrentes un

gravísimo daño.

Este expediente de expropiación de la Casa Profesa, existente en el

Archivo de Villa, abulta casi tanto como el resto de todos los expedientes

que fueron incoados. Representó a los jesuitas un equipo de abogados

excelentes, que adujeron tales argumentos que el pleito venía quedando

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cada vez en mayor peligro para toda la acción de reforma urbana. Pero no

fueron solo los jesuitas los que protestaron, sino que también lo hizo el

contratista de obras, por motivos económicos, pues al ser mermados los

solares que se pusieron a la venta, él vería reducidos sus ingresos.

El expediente, iniciado en 1926, corrió vivo un año y otro, llegó la

salida del gobierno de Primo de Rivera, continuando en tanto la acción

recurrente. Pasaron los gobiernos que al General sucedieron, llegó el

cambio de régimen y la proclamación de la República sin que se hubiera

sustanciado. Y entonces quedó resuelto: el 11 de mayo de 1931 un grupo

de incontrolados, pero abundantemente provistos de latas de gasolina –

petróleo se decía en leguaje de la época–, dieron fuego a la Casas Profesa

de los jesuitas en la calle de la Flor; la fuerza pública, como es sabido, no

intervino y ellos no dejaron actuar a los bomberos. La Casa Profesa se

convirtió en ruina.

El rey Alfonso XIII se reune con los banqueros alemanes financiadores de la obra

Fue entonces cuando, indudablemente con gran satisfacción, el

Alcalde republicano, Pedro Rico, pudo firmar el “archívese” del

expediente, sin explicaciones. Los jesuitas habían sido disueltos como

orden religiosa por la República.

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El asunto, sobre el que habían corrido auténticos ríos de tinta y que

había encrespado a la clase política e incidido fuertemente en la esfera de la

Justicia, quedó rematado y listo y la Gran Vía no encontró dificultades para

el ensanche de este último tramo. Un hotel, un cine o teatro, numerosos

establecimientos y apartamentos (entre los que se encuentra el Hogar

Extremeño de Madrid, piso 4º izquierda), forman hoy el bloque entre las

calles de San Bernardo y de Isabel la Católica de la antigua y desaparecida

manzana 495, donde estuvo y ardió la Casa Profesa de la compañía de

Jesús.

El rey Alfonso XIII y la reina victoria Eugenia firmando el comienzo de las obras

Sin embargo, con los años, la Compañía pudo rescatar,

verdaderamente de forma increíble, el tesoro más preciado para ellos de

cuanto encerraba la desaparecida Casa Profesa de la calle de la Flor, el

cuerpo de San Francisco de Borja, traído a Madrid en 1617. Fueron el

arquitecto Pedro Muguruza y Alberto Fontana quienes tuvieron ocasión de

encontrar las reliquias, entre el conjunto de los restos calcinados, y así

fueron rescatadas con la intervención del notario Toribio Gimeno, el día 1

de julio de 1932. Con fe notarial, fueron depositadas en un arca de alcanfor,

en casa de la madre del arquitecto, en el número 42 de la calle Alfonso XII,

y allí permanecieron. Pero allí estaban, ciertamente, las cenizas de san

Francisco, aunque mezcladas con multitud de otras reliquias.

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En mayo de 1942 el

padre Romañá llevó estos

restos a la Escuela de

Medicina Legal, y su

director, el gran

especialista doctor Piga

Pascual, se encargó de la

determinación científica de

las reliquias con los

doctores Pérez Petinto,

Aznar y García del Villar.

Crónica del incendio de la Casa Profesa de los Jesuitas en la calle de la

Flor.- La repercusión que tuvo en toda España la quema de conventos en

Madrid, y sobre todo la quema de la Casa Profesa de los jesuitas de la calle

de la Flor dio mucho de sí, y muchos fueron los cronistas que dejaron

escritos sus comentarios, opiniones, quejas, denuncias e, incluso, crónicas

del aquel suceso que a estas alturas de la historia, viene bien rescatar para

saber de primera mano todo lo sucedido.

Tenemos en nuestras manos un

libro de la Editorial Castro, 1931, rústica

editorial, 17 x 11, 125 páginas, firmado

por José Mª de la Chica y prólogo de

Roberto Castrovido, cuyo encabezamiento

es el Las luchas políticas. A

continuación: Cómo se incendiaron los

Conventos de Madrid. Breve historia de

los Conventos madrileños.

El libro comienza con una breve e

interesante historia de los conventos

madrileños desde que se tienen noticias de

su fundación, hasta finales del siglo XIX,

y el destino final de cada uno de ellos,

bien conservados hasta nuestros días, o bien derribados por la piqueta de

los especuladores, o víctimas del fuego de los intransigentes religiosos.

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Pero es la segunda parte del mismo la que a nosotros más nos

interesa, por señalar cada uno de los conventos incendiados en Madrid

como consecuencia de las luchas políticas y de la intransigencia religiosa

de la República, que desembocarían en la guerra civil del 36-39.

Si en las dos fotografías anteriores podemos ver cómo se fue construyendo el edificio de

la Telefónica, en esta podemos ver solamente el solar que ocuparía años después

Cuando se refiere al incendio de la Casa Profesa de los jesuitas en la

calle de la Flor, nos dice: “Cerca de las diez de la mañana los grupos que se

habían congregado en el último trozo de la Gran Vía fijaron su atención en

el convento de jesuitas que existe inmediato al cruce de la calle de San

Bernardo. Los más exaltados arrancaron tablas de las vallas de los solares

inmediatos y formaron con ellas un montón ante la puerta principal del

edificio, prendiéndole fuego acto seguido.

El espectáculo se repetía poco después en las dos puertas laterales de

la fachada. Sonaron entonces varios disparos, que se ignoran de donde

partieron, pero han sido descubiertos impactos en los edificios que dan

frente al convento. Los guardias de Seguridad que acudieron a proteger el

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edificio fueron recibidos con disparos y pedradas. Entretanto las puertas del

convento habían comenzado a arder y las llamas lamían toda la fachada.

Al mismo tiempo otros

grupos numerosos se proveyeron

de grandes trozos de madera de los

que se utilizan en las obras

inmediatas para la cimentación, y

marcharon a la parte trasera del

edificio, donde se dedicaron a

forzar las puertas.

También acudieron allí los

guardias de Seguridad, que fueron

impotentes para contener la

avalancha arrolladora.

Por el frente de la Gran Vía hicieron su entrada fuerzas de la Guardia

Civil, que acordonaron la calle. También llegó el servicio de bomberos;

pero no pudo dedicarse a los trabajos de extinción porque el público se lo

impidió.

Destrozadas las puertas traseras del convento, la multitud penetró en

el edificio, dedicándose a prender fuego en todas partes. Rápidamente las

llamas se enseñorearon del convento y del templo, y una inmensa columna

de humo se elevaba, visible desde todos los extremos de Madrid.

Varios guardias de Seguridad de sevicio en la comisaría del Distrito

de Palacio pusieron en salvo, realizando verdaderos y abnegados esfuerzos,

a las religiosas pertenecientes a la Orden llamada de “Las Vallecas”.

Las religiosas fueron conducidas a casas particulares y a diversos

centros.

Durante el tiroteo registrado en las inmediaciones del convento

resultó herido de bala en la región glútea el guardia de Seguridad Miguel

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González Anguera, el cual fue asistido en la Casa de socorro

correspondiente.

Algunos guardias de Seguridad que prestaban servicio en las puertas

del templo y en la calle de Isabel la Católica, recogieron ropas y vasos

sagrados, que depositaron poco después en la Comisaría de Palacio. Los

efectos del Culto que fueron substraidos a las llamas son muy escasos.

Hasta las diez y media se dieron en la Universidad todas las clases

con orden y tranquilidad absoluta; pero al llegar dicha hora y ser conocida

la noticia de que ardía el convento de los jesuitas de la Gran Vía, los

estudiantes abandonaron las aulas. Se produjo entre ellos viva excitación, y

entanto unos procuraban organizar una manifestación de protesta contra los

sucesos de ayer, protesta que querían expresar frente al Ministerio de la

Gobernación, otros defendían la tesis de que era necesario disolverse para

lograr cuanto antes la normalización de la ciudad. No llegaron a un

acuerdo, y consiguieron formarse algunos grupos, que se dirigieron al

centro de Madrid.

A las dos salieron del cuartel del Conde Duque los primeros

destacamentos de Caballería para ocupar los lugares estratégicos de la

ciudad, con objeto de impedir que los incendiarios continuasen su obra.

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A la una y media, la Dirección General de Seguridad envió fuerzas

contingentes de guardias a las inmediaciones del convento de jesuitas de la

Grn Vía, y los bomberos comenzaron a trabajar en la extinción de aquel

incendio.

A mediodía, por orden del gobernador, fueron circuladas

instrucciones a fin de que cuanto antes saliesen a la calle los elementos que

componen la Guardia Cívica, con objeto de colaborar con la fuerza pública

al mantenimiento del orden.

Relato completo del incendio en el Convento de Jesuitas.- Es imposible

hacer el relato detallado de cómo fue desarrollándose el incendio que ha

hecho pasto de las llamas la residencia principal de los jesuitas en Madrid.

Desde luego parece demostrado que ante la masa que a primera hora de la

mañana se congregó frente al edificio protestando airadamente contra la

obtención de dos millones que pagó el Ayuntamiento a la Compañía en

concepto de indemnización, dificultando, no obstante, el trazado regular de

la Gran Vía se contestó con gritos de “¡Viva el Clero!” y “¡Viva la

Monarquía!”, que exasperaron la actitud de la muchedumbre. Para irritar

más los ánimos sonaron varios disparos, que, como decimos, dejaron la

huella de los impactos en la parte media de la fachada de la casa de

enfrente.

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En vista de que no se lograba de que las llamas prendieran por la

fachada principal de la iglesia, edificación, como todo el mundo sabe,

reciente, y hecha de hormigón y vigas de hierro, los grupos dieron la vuelta

al edificio para ganar la fachada de la calle de Isabel la Católica, que

corresponde a la parte más vieja de la finca. Con maderas y piedras saltaron

las puertas, chapeadas de hierros, quedando franco el paso. Los grupos

penetraron en el interior del edificio y encendieron hogueras que bien

pronto dieron satisfacción al propósito de éstos.

Restos calcinados de la iglesia, mientras el público miraba pero no actuaba contra el fuego

Mientras tanto, los miles de ciudadanos que rodeaban la finca sin

tomar parte activa en la provocación del incendio, aplaudían,

entusiasmados.

Al iniciarse el fuego acudieron fuerzas de la Guardia Civil y de

Seguridad, que desfilaron en actitud pasiva entre los aplausos de la

multitud.

Las masas entraron en el interior del edificio minutos después de las

once dedicándose a alimentar las llamas con cuanto había en el interior de

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la finca, lo mismo en la iglesia que en la residencia. Los muebles de las

celdas, armarios, cómodas de pino, una mesa de billar y libros y papeles

fueron arrojados a la hoguera.

Alrededor de las doce, las llamas coronaban por completo el edificio,

hasta el extremo de que la imponente masa humana que contemplaba la

acción destructora tuvo que retirarse, no obstante lo ancho de la Gran Vía,

ganando las calles inmediatas, porque el calor era insoportable.

Vemos el humo salir por las ventanas de la Casa Profesa, mientras que el numeroso

público asiste sin intervenir en su extinción

Uno de los momentos más angustiosos se registró porque uno de los

asaltantes, muchacho de unos dieciséis a dieciocho años, al parecer, trató

de entrar dentro de la residencia por uno de los últimos balcones del piso

principal, al cual había llegado trepando por una ventana. En el momento

de ganar el balcón una lengua de fuego salió a la vez por la ventana y por el

balcón envolviendo al muchacho. La multitud dio un grito; pero el chico

conservó la serenidad suficiente y se tiró desde el balcón a la calle, donde

fue recogido por algunos, al parecer, sin daño grave.

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Las personas inmediatas y las que tomaban parte en el asalto

pusieron empeño en no lucrarse en nada para que no pudiera asociarse a la

idea de quemar el convento un propósito de pillaje. Cuantos objetos de

valor hallaron al paso fueron arrojados a las llamas. Un barril de vino

encontrado en el convento fue arrojado a la calle.

Triste resultado del incendio: infinidad de obras de arte se perdieron

Como decimos, los bomberos acudieron en distintas ocasiones; pero

respetaron la voluntad popular, decidida a ver desaparecer el convento

pasto de las llamas. A las doce y media, el edificio era una hoguera, y la

corona de llamas salía del interior por una montera de cristales que une los

dos cuerpos. A esta hora se produjo una nueva retirada de los grupos de

curiosos, porque el color cambiante del humo, que iba del azul al ocre y al

amarillo, hizo creer que había materias explosivas en el interior, y ante el

temor de que una explosión determinase una catástrofe, se retiraron un

poco.

A la una ya estaba visto que no era posible salvar nada del inmueble,

y el público advirtió que no obstante estar aislado el edificio, las llamas, a

esa hora impotentes, podían ganar las casas que dan a la fachada posterior

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del edificio. En este momento aparecieron otra vez los bomberos, y

entonces el pueblo les señaló este peligro, permitiendo y colaborando a que

éstos cumplieran su misión de evitarlo; para impedir que los curiosos

pudieran entorpecer esta labor, una Sección de la Guardia Civil, con

aplausos de la multitud, se situó convenientemente, despejando un espacio

para que los bomberos pudieran desenvolverse con libertad.

A las dos de la tarde, la

inmensa hoguera que formaba el

que fue convento de los jesuitas, se

corrió a las casas inmediatas a su

fachada trasera, las cuales

comenzaron a arder por la parte

alta. A sofocar este corrimiento del

fuego se dedicaron desde el primer

momento los bomberos con gran

celeridad.

Era creencia general que

cuando el público prendía fuego al

convento de los jesuitas de la calle

de la Flor, sus moradores ya no

estaban dentro. Sin embargo no

fue así.

El público, como ya hemos dicho anteriormente, violentó las puertas

del convento, y los frailes, ante la inesperada irrupción, se guarecieron en el

sótano para huir de las iras de la multitud.

Se ignora como los refugiados avisaron a la Dirección de Seguridad

del peligro que corrían; pero inmediatamente de aquel Cuerpo policíaco se

destacó un camión que momentos después llegaba a la calle Ancha de San

Bernardo. Los frailes, que ya se habían despojado de sus vestiduras

religiosas, vistieron trajes de paisano. Estos trajes no se hallaban en el

convento por pura casualidad, sino que a nosotros nos consta de una

manera ciertísima fueron confeccionados por una sastrería situada en una

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calle que desemboca en la de San Bernardo con fecha posterior al día de la

proclamación de la República. Estos trajes eran unos treinta.

La Guardia Civil, apenas llegado el camión preparado al efecto, se

dedicó a proteger la salida de los frailes; pero no pudieron hacerlo todos, y

algunos, que seguramente, no lograron llegar a reunirse con sus

compañeros, se quedaron dentro del convento. Cuando ya el fuego había

comenzado, salió del convento un fraile vestido de paisano, y a todo correr

trató de subir por la calle de San Bernardo. Una pareja de Seguridad logró

darle alcance, más que con ánimo de detenerle, con el de protegerlo para

que el público no le agrediera. A este religioso se le ocuparon dos pistolas.

Otro fraile huyó también, y fue perseguido por la multitud hasta la

Diputación Provincial, donde pudo refugiarse.

La Guardia Cívica, y

especialmente los individuos del

Partido Republicano Radical

Socialista D. Manuel Bueno Álvarez

y D. Vicente Costales, que desde los

primeros momentos del incendio de

los conventos de la calle de la Flor y

religiosas Bernarda se hallaban en el

lugar del suceso con varios

correligionarios más soportando un

trabajo abrumador, al darse cuenta de

la cantidad de objetos de valor que

podría destruir el fuego, se

preocuparon de organizar los trabajos

de salvamento de éstos.

Con exposición de sus vidas, entraron en los conventos, y en sacos,

que previamente se proporcionaron en los comercios de los alrededores,

fueron guardando cuantos objetos de valor encontraron en la iglesia y

habitaciones de los frailes.

Mientras, otros individuos, también del Partido Radical Socialista,

comprometieron a un zapatero de viejo que tiene su establecimiento en la

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calle de Isabel la Católica, frente al convento de las Bernardas, para hacerlo

depositario de todo cuanto se recogiera. A los pocos momentos empezaron

a llegar a la casa del zapatero sacos y paquetes, y allí iban quedando.

Uno de los grupos que recorría el convento de la calle de la Flor

descubrió en un despacho un paquete de papel del Estado del 4 por 100

interior con láminas por valor de 330.000 pesetas. Este papel del Estado fue

llevado a la Comisaría, previa la firma del recibo correspondiente.

Como ya decimos

anteriormente, D. Manuel

Bueno Álvarez ha sido

uno de los hombres que

más denodadamente han

trabajado en el

mantenimiento del orden

y salvamento de objetos

de valor en los conventos

de la calle de la Flor y

religiosas Bernardas. He

aquí lo que ha contado dicho señor:

“Yo llegué al convento de la calle de la Flor antes de que se

prendiera fuego al edificio, y en cumplimiento de la obligación que nos

hemos impuesto en la organización Republicana Radical Socialista de

Madrid de acudir siempre en defensa del orden y la justicia, que es la causa

de la República. Puede usted decir que desde el convento de la calle de la

Flor se hicieron disparos, y uno de ellos hirió a un guardia. Es digno de que

se haga resaltar el comportamiento de los individuos del pueblo que

entraron a los conventos para salvar todo cuanto fuera posible. Apenas

recogían un objeto cualquiera, lo entregaban, y tenían especial cuidado de

que a dicha entrega asistiera algún representante de la autoridad para que

en ningún momento se pudiera decir que había habido saqueos ni idea de

lucro en los que, exponiendo su vida, luchaban por salvar cuanto

encerraban de valor los conventos.

Ni a los frailes ni a las monjas se les ha insultado ni hecho objeto de

mofa. Cuando llegó el piquete de al Guardia Civil, se intentó dar una carga

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por parte de éste, para los cual los guardias desenvainaron sus sables. Un

grupo de radicales socialistas que nos hallábamos en aquel momento entre

el público y los guardias nos dimos cuenta de

la catástrofe que la actitud de la fuerza pública

podía ocasionar, dado el estado de ánimo en

que se hallaba la gente, y, en un impulso

espontáneo, corrimos hacia el oficial que man

daba las fuerzas y le pedimos que los guardias

envainaran sus sables. Dicho oficial reaccionó

inmediatamente y ordenó a sus subordinados

que accedieran a nuestra petición. El público,

al darse cuenta de ello, aplaudió a la Guardia

Civil, y ya entonces ésta y en actitud pacífica,

pudo retirar a prudente distancia a los que

rodeaban el convento.

También nos elogió mucho el señor Bueno Álvarez la actitud del

zapatero d ela calle de Isabel la Católica, que desde los primeros momentos

se prestó a ser depositario de los objetos recogidos.

Nos consta de una manera cierta que hace cosa de una semana se

habian iniciado gestiones por parte de los jesuitas para la venta del

convento que ocupaba la comunidad en el tercer trozo de la Gran Vía.

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Bibliografía:

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Editorial Castro, 1931, páginas 57-68.

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