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Texto Litúrgico
Exégesis
Comentario
Teológico
Santos Padres
06enero
Solemnidad de la Epifanía del Señor2017
Aplicación Directorio
Homilético
Información
Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa
Solemnidad de la Epifanía del Señor
(Viernes 6 de Enero de 2017)
LECTURAS
La gloria del Señor brilla sobre ti
Lectura del libro de Isaías 60, 1-6
¡Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti! Porque
las tinieblas cubren la tierra y una densa oscuridad, a las naciones, pero sobre ti
brillará el Señor y su gloria aparecerá sobre ti. Las naciones caminarán a tu luz y los
reyes, al esplendor de tu aurora.
Mira a tu alrededor y observa: todos se han reunido y vienen hacia ti; tus hijos llegan
desde lejos y tus hijas son llevadas en brazos. Al ver esto, estarás radiante, palpitará
y se ensanchará tu corazón, porque se volcarán sobre ti los tesoros del mar y las
riquezas de las naciones llegarán hasta ti. Te cubrirá una multitud de camellos, de
dromedarios de Madián y de Efá.
Todos ellos vendrán desde Sabá, trayendo oro e incienso, y pregonarán las
alabanzas del Señor.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 71, 1-2. 7-8. 10-13
R. ¡Pueblos de la tierra
alaben al Señor!
Concede, Señor, tu justicia al rey
y tu rectitud al descendiente de reyes,
para que gobierne a tu pueblo con justicia
y a tus pobres con rectitud. R.
Que en sus días florezca la justicia
y abunde la paz, mientras dure la luna;
que domine de un mar hasta el otro,
y desde el Río hasta los confines de la tierra. R.
Que los reyes de Tarsis y de las costas lejanas
le paguen tributo.
Que los reyes de Arabia y de Sabá
le traigan regalos;
que todos los reyes le rindan homenaje
y lo sirvan todas las naciones. R.
Porque Él librará al pobre que suplica
y al humilde que está desamparado.
Tendrá compasión del débil y del pobre,
y salvará la vida de los indigentes. R.
Ahora ha sido revelado que también los paganos
participan de la misma promesa
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Éfeso 3, 2-6
Hermanos:
Seguramente habrán oído hablar de la gracia de Dios, que me ha sido dispensada en
beneficio de ustedes.
Fue por medio de una revelación como se me dio a conocer este misterio, tal como
acabo de exponérselo en pocas palabras. Al leerlas, se darán cuenta de la
comprensión que tengo del misterio de Cristo, que no fue manifestado a las
generaciones pasadas pero que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus
santos apóstoles y profetas
Este misterio consiste en que también los paganos participan de una misma herencia,
son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo
Jesús, por medio del Evangelio.
Palabra de Dios.
ALELUIA Mt 2. 2
Aleluia.
Vimos su estrella en Oriente
y hemos venido a adorar al Señor.
Aleluia.
Hemos venido de Oriente a adorar al rey
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo 2, 1 -12
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de
Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: « ¿Dónde está el rey de los
judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a
adorarlo».
Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces
reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en
qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, le respondieron, porque así
está escrito por el Profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor
entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor
de mi pueblo, Israel"».
Herodes mandó llamar secretamente a los magos y, después de averiguar con
precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles:
«Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan
encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».
Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los
precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la
estrella se llenaron de alegría y, al entrar en la casa, encontraron al niño con María,
su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le
ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia
de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.
Palabra del Señor.
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GUION PARA LA MISA
Solemnidad de la Epifanía del Señor 2017
Entrada: Celebramos hoy la Solemnidad de la Epifanía del Señor. En ella nos
alegramos porque Dios se manifestó al mundo entero a través de la adoración de
unos sabios que no eran judíos, pero que eran temerosos de Dios y creyeron en
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Liturgia de la Palabra
1º Lectura: Isaías 60, 1- 6
El profeta anuncia a Jerusalén que la gloria del Señor resplandecerá sobre ella.
Salmo Responsorial: 71, 1- 2. 7- 8. 10- 13
2º Lectura: Efesios 3, 2- 6
También los paganos participan de la misma promesa hecha desde antiguo al Pueblo
de Dios.
Evangelio: Mateo 2, 1- 12
Los Magos son sabios que representan al pueblo pagano; estos sabios, ya iluminados
por la fe en Cristo, se ponen en camino para adorar al Rey de reyes.
Preces:
Pidamos al Padre de los cielos por todas nuestras necesidades especialmente
las que nos hagan falta para caminar a su luz.
A cada intención respondemos cantando:
+ Por las intenciones del Santo Padre y, en especial, por la Iglesia a él encomendada,
para que ilumine a todos los hombres con la luz que recibe de Cristo su Esposo.
Oremos.
+ Agradecemos inmensamente al Niño de Belén que haya otorgado la paz a la
martirizada ciudad de Alepo, en Siria. Al mismo tiempo le pedimos que fortalezca la
paz y que la extienda a toda la nación siria. Oremos.
+ Para que todos los cristianos y hombres de buena voluntad se esfuercen por
manifestar a Dios en quien creen para que los demás hombres se conviertan a la fe y
entren a formar parte de la Iglesia. Oremos.
+ Por aquellos que se dedican al estudio y a la investigación de la verdad, para que a
imitación de los Sabios de Oriente, encuentren a Cristo y se esfuercen por predicarlo
con la palabra y las obras. Oremos.
(Para los miembros de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado:
+ Por los miembros de nuestra familia religiosa, para que la luz que irradia desde
Belén sea estímulo para ser verdaderas “voces del Verbo” en medio de la humanidad
contemporánea. Oremos.)
Escucha nuestras súplicas, Dios todopoderoso, y ayúdanos a ser testigos tuyos
delante de todos los hombres. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofertorio
Junto a los Magos de Oriente queremos tributarle al Señor nuestra fe, rendirnos a su
Voluntad con una esperanza cierta en sus promesas, y ofrecerle todo nuestro amor.
Y presentamos también:
Incienso y junto con él ofrecemos nuestra devoción traducida en prontitud para
servirle de todo corazón.
Cirios y con ellos proclamamos el triunfo de la Luz surgida en la Noche santa de
Belén.
Alimentos para hacer resplandecer el Amor y la Providencia de Dios para con sus
hijos más pobres.
Pan y vino, para que Cristo se haga presente en la Eucaristía, y lo adoremos cuando
lo recibamos en nuestras almas.
Comunión: Adoremos como los Magos, en la intimidad de nuestro corazón a nuestro
Señor, presente en las especies sacramentales y ofrezcámosle los dones de nuestro
amor y devoción.
Salida: María Santísima nos enseñe a reconocer a Cristo y las manifestaciones de su
voluntad en todas las circunstancias de nuestra vida.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _
Argentina)
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Inicio
Exégesis · W. Trilling
Unos sabios de oriente adoran al niño
(Mt.2,1-12)
1 Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos
sabios llegaron de Oriente a Jerusalén, 2 preguntando: ¿Donde está el rey de los
judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a
adorarlo.
El árbol genealógico y el relato del nacimiento de Jesús quedaron en el ámbito de la
nación y del pueblo judío. Ahora la vista se amplía al gran mundo de las naciones y
de los reinos. En el árbol genealógico habíamos ido tentando el camino de la historia
hasta David y Abraham. Sigue luego un pasaje (1,18-25) en que resuena la profecía
de que un niño hijo de una virgen será el «Dios con nosotros». Todo esto se ha
logrado con una creyente mirada retrospectiva, que se dirige al tiempo pasado desde
el tiempo presente consumado. El acontecimiento de la adoración de unos sabios de
Oriente de nuevo parece que realiza grandes profecías, con la diferencia de que aquí
sucede con una publicidad mucho mayor, algo que antes sólo podía conocer la
mirada de la fe: la venida del verdadero Mesías. Por primera vez, nos enteramos en
san Mateo de que el nacimiento de Jesús tuvo lugar en Belén, en el país de Judá.
Ambas circunstancias cumplen la profecía, según la cual solamente entra en
consideración el país real de Judá y una ciudad que se encuentra en este país.
Ambas indicaciones del versículo primero ya anticipan la cita del Antiguo Testamento,
que se aduce por extenso en el v. 6.
El profeta Miqueas sobre esta pequeña ciudad había hecho el oráculo de que de ella
debe salir el soberano del tiempo final, que ha de gobernar a todo el pueblo de Israel.
El lugar del nacimiento ha sido designado por el profeta, así como el nombre del niño
ha sido determinado por Dios. Se dice en general: «En tiempos del rey Herodes», sin
que podamos conocer una determinación más próxima del tiempo. Se alude a
Herodes el Grande, que a pesar de apreciables méritos, como extranjero (idumeo) y
dependiente de los favores de Roma, ejerció el mando arbitraria y horriblemente, sin
escrúpulos y con desenfreno. Es verdad que había arreglado suntuosamente el
templo y que hizo mucho bien al pueblo, no obstante las agrupaciones piadosas de
los judíos tienen la sensación de que es un dominador extranjero. Aunque su poder
era pequeño, usaba el título de «rey». que Roma le había concedido. Aquí se usa
muchas veces este título, en contraste con el rey que buscan los sabios. En el
Evangelio sólo dos veces se habla de Jesús como el «rey de los judíos»: aquí en
contraste con el tirano Herodes, y hacia el fin en el proceso usan este título el pagano
Pilato (27,11), los soldados que hacen escarnio de Jesús (27,29) y la inscripción en la
cruz (27,37). Jesús respondió afirmativamente a la pregunta de Pilatos (27,11), pero
el título no era expresión de la verdadera dignidad de Jesús ni una profesión de fe.
Aquí se ha de considerar que quien pretende ser rey de los judíos está sentado
tembloroso en el trono, y el verdadero rey viene con la debilidad del niño. Los sabios
vienen de oriente. No se indica qué país era su patria, tampoco se dice el número de
ellos. Las circunstancias externas permanecen ocultas ante la sola pregunta que les
mueve: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Son personas instruidas,
probablemente sacerdotes babilonios, familiarizados con el curso y las apariciones de
las estrellas. La notable aparición de una estrella les ha movido a partir. A esta
estrella estos sabios la llaman «su estrella», la del rey de los judíos. Es la estrella del
nuevo rey infante. Según persuasión del antiguo Oriente los movimientos de las
estrellas y el destino de los hombres están interiormente relacionados. (Pero hasta
hoy día no se han aclarado todas las investigaciones y cálculos ingeniosos sobre esta
estrella, si designa una constelación determinada, un cometa o una aparición
enteramente prodigiosa. Aquí dejamos aparte la cuestión y solamente vemos la
estrella según el significado que tiene para aquellos sabios. También hubiera podido
moverlos a emprender su expedición otra señal.) Lo que es seguro es que la aparición
de la estrella no podía explicarse de una forma puramente natural, sino que era un
suceso prodigioso (v 9). Una señal es dada por Dios, el Dios de las naciones y del
mundo. Lo principal no son las circunstancias externas de la aparición, sino su
finalidad interna. Pero ¿qué significa la señal para la gente instruida? Para ésta el
país de los judíos es ridículamente pequeño, carece de importancia desde el punto de
vista político, desde hace siglos ya no se hace sentir por su función independiente
dentro del próximo Oriente.
¿Cómo se explica que no les baste un mensaje, una averiguación por medio de
emisarios? ¿Por qué les estimula el deseo de ir a ver y de adorar? La Sagrada
Escritura no contesta a estas preguntas, sino que solamente informa sobre lo que ha
sucedido. Pero el asombro que nos causan estas preguntas, nos conduce a descubrir
el profundo sentido de este relato... Dios no solamente había elegido a su pueblo
sacándolo de la servidumbre de Egipto, sino que había elegido para sí una ciudad
santa: Jerusalén, y había escogido, por así decir, como domicilio un monte santo: el
monte de Sión. Para el comienzo de la salvación Israel no solamente espera la
llegada del Mesías y el establecimiento del reino davídico, sino mucho más: la
bendición de todas las naciones por medio de Israel. La ciudad y el monte son la sede
y el origen de la salvación, que ha deparado Dios a las naciones. Allí resplandece la
luz, allí se tiene que adorar. El monte-Sión se convierte en el monte de todos los
montes, en el más alto y más santo de todos. En los últimos días muchos pueblos se
ponen en marcha desde los cuatro vientos y van en romería a Jerusalén, para que
Dios les enseñe sus caminos, y anden por las sendas de Dios (cf. Isa_2:2 s). Allá van
reyes y príncipes de todo el mundo y llevan sus dones a la ciudad de Jerusalén
iluminada por el fulgor de la luz: «Y a tu luz caminarán las gentes, y los reyes al
resplandor de tu claridad naciente. Tiende tu vista alrededor tuyo, y mira; todos ésos
se han congregado para venir a ti; vendrán de lejos tus hijos, y tus hijas acudirán a ti
de todas partes. Entonces te verás en la abundancia; se asombrará tu corazón, y se
ensanchará, cuando vengan hacia ti los tesoros del mar; cuando a ti afluyan las
riquezas de los pueblos. Te verás inundada de una muchedumbre de camellos, de
dromedarios de Madián y de Efá; todos los sabeos vendrán a traerte oro e incienso, y
publicarán las alabanzas del Señor» (Isa_60:3-6; cf. Sal_71:10 s). (La peregrinación
de los pueblos al fin del tiempo. ¿Tiene el evangelista esta escena ante su mirada?
¿Ve cumplido el «fin de los días»? Jesús no vino al mundo en la ciudad real de David,
sino en la pequeña y mucho menos importante ciudad de Belén. ¿Cómo puede
explicarse que todos los demás indicios de la expectación señalen a Belén? ¿Y cómo
es posible que el Mesías no nazca en el palacio real de Herodes, sino en cualquier
parte, desconocido e ignorado? ¿Puede ser este niño el verdadero Mesías? Es difícil
responder a estas preguntas. La respuesta tenía preocupada a la primitiva Iglesia,
especialmente entre los judíos. Hasta que un día el Espíritu Santo también le indicó el
camino. Todo esto también lo atestigua la Escritura. )
El profeta Miqueas nombra y ensalza adrede este pueblo de Belén, que es poco
importante y pequeño, pero que es grande a causa de que de él debe salir el
dominador de Israel. San Mateo ha reproducido con alguna libertad el texto del
profeta Miqueas. El texto original dice así: «Y tú, Belén, Efratá, pequeña entre los
clanes de Judá, de ti saldrá el que ha de ser dominador de Israel; su origen es desde
tiempos remotos, desde días muy antiguos... Y él permanecerá firme, y apacentará la
grey con la fortaleza del Señor. En el nombre altísimo del Señor Dios suyo, y ellos se
establecerán, porque ahora será glorificado él hasta los últimos términos del mundo.
Y él será paz» (Miq_5:1.3-4). Efratá era una estirpe numéricamente pequeña de
Israel, de la cual procedía David (lSam 17,12). Dios eligió una vez lo que era débil, y
volverá a hacerlo en la consumación del tiempo.
3 Cuando lo oyó el rey Herodes, se sobresaltó, y toda Jerusalén con él. 4 Y
convocando a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, les estuvo
preguntando dónde había de nacer el Cristo. 5 Ellos le respondieron: En Belén de
Judea; pues así está escrito por el profeta: 6 y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún
modo eres la menor entre las grandes ciudades de Judá; porque de ti saldrá un jefe
que gobernará a mi pueblo Israel. 7 Entonces Herodes llamó en secreto a los sabios y
averiguó cuidadosamente el tiempo transcurrido desde la aparición de la estrella. 8 y
encaminándolos hacia Belén, les dijo: Id e informaos puntualmente acerca de ese
niño; y cuando lo encontréis, avisadme, para que también yo vaya a adorarlo.
Precisamente Herodes es interrogado acerca del lugar. La pregunta le estremece,
porque ahora ha de temer a un nuevo competidor, y la pregunta estremece a la
ciudad, porque tiembla por el miedo de nuevas medidas de terror. Puesto que
Herodes no sabe el lugar (¿qué sabe de la Escritura el rey de sangre extranjera y
amigo de los paganos?), tiene que convocar un consejo de personas constituidas en
dignidad: sumos sacerdotes y escribas, para que oficialmente le den respuesta. El
lugar, pues, no lo han inventado los cristianos creyentes ni lo han dispuesto
posteriormente. Los judíos e incluso Herodes tienen que testificar que Belén es la
ciudad del Mesías. Por la mediación de Dios la romería de los sabios no termina en
Jerusalén, sino más allá de la ciudad, en la cercana Belén. ¡Singular providencia!
Jerusalén no es la ciudad de la luz, en la que los pueblos pueden disponer del
derecho y de la salvación. Jerusalén está en pecado, es la ciudad de los asesinos de
los profetas (23,37-39), la ciudad de la desobediencia y de la sublevación, del
desprecio de la voluntad de Dios. El Mesías no viene a Jerusalén, a no ser para morir
en ella. Entonces también sale la luz de esta ciudad, pero de una forma muy distinta
de la que se esperaba.
9 Después de oir al rey, se fueron, y la estrella que habían visto en Oriente iba
delante de ellos, hasta que vino a pararse encima del lugar donde estaba el niño. 10
Al ver la estrella, sintieron inmensa alegría. 11 Y entrando en la casa, vieron al niño
con María, su madre y, postrados en tierra, lo adoraron; abrieron sus cofres y le
ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. 12 y advertidos en sueños que no volvieran a
Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.
Con toda pobreza y estrechez ocurre en Belén algo de la gran promesa: los hombres
doctos encuentran al niño y a María su madre, le presentan su homenaje y sus
valiosos regalos, propios de reyes: oro, incienso y mirra. Su alegría sobrepasa toda
medida: sintieron inmensa alegría, la alegría del hallazgo, del anhelo cumplido. Es un
comienzo, el principio de la adoración de todos los pueblos en la presencia del único
Señor. La luz no sólo brilla para los judíos; el dominador no solamente «gobernará a
mi pueblo Israel» (v. 6), los gentiles también participan de la luz; antes que los
demás, antes que un solo judío haya logrado la fe. Mientras Herodes se queda
inmovilizado con sombríos pensamientos homicidas, estos gentiles venidos de Oriente
se arrodillan delante del niño.
Se atestigua que en Jesús vino la salvación para todo el mundo. No podía ser
atestiguado de una forma más solemne que mediante este grandioso acontecimiento.
Empieza a llegar el fin de los tiempos. Se presentan las primeras grandes señales.
Herodes no consigue su objetivo. Su intención hipócrita de ir a adorarlo es
desbaratada: con un medio fácil Dios ordena que regresen por otro camino. Se
requiere solamente una indicación, y el mal queda alejado...
(Trilling, W., El Evangelio de San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje,
Herder, Barcelona, 1969)
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Comentario Teológico· Benedicto XVI
“Cayendo de rodillas lo adoraron”
Queridos jóvenes:
En nuestra peregrinación con los misteriosos Magos de Oriente hemos llegado al
momento que san Mateo describe así en su evangelio: "Entraron en la casa (sobre la
que se había detenido la estrella), vieron al niño con María, y cayendo de rodillas lo
adoraron" (Mt 2, 11). El camino exterior de aquellos hombres terminó. Llegaron a la
meta. Pero en este punto comienza un nuevo camino para ellos, una peregrinación
interior que cambia toda su vida. Porque seguramente se habían imaginado de modo
diferente a este Rey recién nacido. Se habían detenido precisamente en Jerusalén
para obtener del rey local información sobre el Rey prometido que había nacido.
Sabían que el mundo estaba desordenado y por eso estaban inquietos. Estaban
convencidos de que Dios existía, y que era un Dios justo y bondadoso. Tal vez habían
oído hablar también de las grandes profecías en las que los profetas de Israel habían
anunciado un Rey que estaría en íntima armonía con Dios y que, en su nombre y de
parte suya, restablecería el orden en el mundo. Se habían puesto en camino para
encontrar a este Rey; en lo más hondo de su ser buscaban el derecho, la justicia que
debía venir de Dios, y querían servir a ese Rey, postrarse a sus pies, y así servir
también ellos a la renovación del mundo. Eran de esas personas que "tienen hambre
y sed de justicia" (Mt 5, 6). Un hambre y sed que les llevó a emprender el camino; se
hicieron peregrinos para alcanzar la justicia que esperaban de Dios y para ponerse a
su servicio.
Aunque otros se quedaran en casa y les consideraban utópicos y soñadores, en
realidad eran seres con los pies en tierra, y sabían que para cambiar el mundo hace
falta disponer de poder. Por eso, no podían buscar al niño de la promesa sino en el
palacio del Rey. No obstante, ahora se postran ante una criatura de gente pobre, y
pronto se enterarán de que Herodes -el rey al que habían acudido- le acechaba con
su poder, de modo que a la familia no le quedaba otra opción que la fuga y el exilio.
El nuevo Rey ante el que se postraron en adoración era muy diferente de lo que se
esperaban. Debían, pues, aprender que Dios es diverso de como acostumbramos a
imaginarlo.
Aquí comenzó su camino interior. Comenzó en el mismo momento en que se
postraron ante este Niño y lo reconocieron como el Rey prometido. Pero debían aún
interiorizar estos gozosos gestos.
Debían cambiar su idea sobre el poder, sobre Dios y sobre el hombre y así cambiar
también ellos mismos. Ahora habían visto: el poder de Dios es diferente del poder de
los grandes del mundo. Su modo de actuar es distinto de como lo imaginamos, y de
como quisiéramos imponerlo también a él. En este mundo, Dios no le hace
competencia a las formas terrenales del poder. No contrapone sus ejércitos a otros
ejércitos. Cuando Jesús estaba en el Huerto de los olivos, Dios no le envía doce
legiones de ángeles para ayudarlo (cf. Mt 26, 53). Al poder estridente y prepotente de
este mundo, él contrapone el poder inerme del amor, que en la cruz -y después
siempre en la historia- sucumbe y, sin embargo, constituye la nueva realidad divina,
que se opone a la injusticia e instaura el reino de Dios. Dios es diverso; ahora se dan
cuenta de ello. Y eso significa que ahora ellos mismos tienen que ser diferentes, han
de aprender el estilo de Dios.
Habían venido para ponerse al servicio de este Rey, para modelar su majestad sobre
la suya. Este era el sentido de su gesto de acatamiento, de su adoración. Una
adoración que comprendía también sus presentes -oro, incienso y mirra-, dones que
se hacían a un Rey considerado divino. La adoración tiene un contenido y comporta
también una donación. Los personajes que venían de Oriente, con el gesto de
adoración, querían reconocer a este niño como su Rey y poner a su servicio el propio
poder y las propias posibilidades, siguiendo un camino justo. Sirviéndole y
siguiéndole, querían servir junto a él a la causa de la justicia y del bien en el mundo.
En esto tenían razón. Pero ahora aprenden que esto no se puede hacer simplemente
a través de órdenes impartidas desde lo alto de un trono. Aprenden que deben
entregarse a sí mismos: un don menor que este es poco para este Rey. Aprenden
que su vida debe acomodarse a este modo divino de ejercer el poder, a este modo de
ser de Dios mismo. Han de convertirse en hombres de la verdad, del derecho, de la
bondad, del perdón, de la misericordia. Ya no se preguntarán: ¿Para qué me sirve
esto? Se preguntarán más bien: ¿Cómo puedo contribuir a que Dios esté presente en
el mundo? Tienen que aprender a perderse a sí mismos y, precisamente así, a
encontrarse. Al salir de Jerusalén, han de permanecer tras las huellas del verdadero
Rey, en el seguimiento de Jesús.
Queridos amigos, podemos preguntarnos lo que todo esto significa para nosotros.
Pues lo que acabamos de decir sobre la naturaleza diversa de Dios, que ha de
orientar nuestra vida, suena bien, pero queda algo vago y difuminado. Por eso Dios
nos ha dado ejemplos. Los Magos que vienen de Oriente son sólo los primeros de
una larga lista de hombres y mujeres que en su vida han buscado constantemente
con los ojos la estrella de Dios, que han buscado al Dios que está cerca de nosotros,
seres humanos, y que nos indica el camino. Es la muchedumbre de los santos -
conocidos o desconocidos- mediante los cuales el Señor nos ha abierto a lo largo de
la historia el Evangelio, hojeando sus páginas; y lo está haciendo todavía. En sus
vidas se revela la riqueza del Evangelio como en un gran libro ilustrado. Son la estela
luminosa que Dios ha dejado en el transcurso de la historia, y sigue dejando aún. Mi
venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, que está aquí con nosotros en este
momento, beatificó y canonizó a un gran número de personas, tanto de tiempos
recientes como lejanos. Con estos ejemplos quiso demostrarnos cómo se consigue
ser cristianos; cómo se logra llevar una vida del modo justo, cómo se vive a la manera
de Dios. Los beatos y los santos han sido personas que no han buscado
obstinadamente su propia felicidad, sino que han querido simplemente entregarse,
porque han sido alcanzados por la luz de Cristo.
De este modo, nos indican la vía para ser felices y nos muestran cómo se consigue
ser personas verdaderamente humanas. En las vicisitudes de la historia, han sido los
verdaderos reformadores que tantas veces han elevado a la humanidad de los valles
oscuros en los cuales está siempre en peligro de precipitar; la han iluminado siempre
de nuevo lo suficiente para dar la posibilidad de aceptar -tal vez en el dolor- la palabra
de Dios al terminar la obra de la creación: "Y era muy bueno". Basta pensar en figuras
como san Benito, san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, san Ignacio de
Loyola, san Carlos Borromeo; en los fundadores de las órdenes religiosas del siglo
XIX, que animaron y orientaron el movimiento social; o en los santos de nuestro
tiempo: Maximiliano Kolbe, Edith Stein, madre Teresa, padre Pío. Contemplando
estas figuras comprendemos lo que significa "adorar" y lo que quiere decir vivir a
medida del Niño de Belén, a medida de Jesucristo y de Dios mismo.
Los santos, como hemos dicho, son los verdaderos reformadores. Ahora quisiera
expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios proviene la
verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo. En el siglo pasado vivimos
revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de Dios, sino tomar
totalmente en las propias manos la causa del mundo para transformar sus
condiciones. Y hemos visto que, de este modo, siempre se tomó un punto de vista
humano y parcial como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no
es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo. No libera al hombre, sino que lo priva
de su dignidad y lo esclaviza. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino
sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra
libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico. La revolución verdadera
consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo
tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?
Queridos amigos, permitidme que añada sólo dos breves ideas. Muchos hablan de
Dios; en el nombre de Dios se predica también el odio y se practica la violencia. Por
tanto, es importante descubrir el verdadero rostro de Dios. Los Magos de Oriente lo
encontraron cuando se postraron ante el niño de Belén. "Quien me ha visto a mí, ha
visto al Padre", dijo Jesús a Felipe (Jn 14, 9). En Jesucristo, que por nosotros permitió
que su corazón fuera traspasado, se ha manifestado el verdadero rostro de Dios. Lo
seguiremos junto con la muchedumbre de los que nos han precedido. Entonces
iremos por el camino justo.
Esto significa que no nos construimos un Dios privado, un Jesús privado, sino que
creemos y nos postramos ante el Jesús que nos muestran las sagradas Escrituras, y
que en la gran comunidad de fieles llamada Iglesia se manifiesta viviente, siempre
con nosotros y al mismo tiempo siempre ante nosotros. Se puede criticar mucho a la
Iglesia. Lo sabemos, y el Señor mismo nos lo dijo: es una red con peces buenos y
malos, un campo con trigo y cizaña. El Papa Juan Pablo II, que nos mostró el
verdadero rostro de la Iglesia en los numerosos beatos y santos que proclamó,
también pidió perdón por el mal causado en el transcurso de la historia por las
palabras o los actos de hombres de la Iglesia. De este modo, también a nosotros nos
ha hecho ver nuestra verdadera imagen, y nos ha exhortado a entrar, con todos
nuestros defectos y debilidades, en la muchedumbre de los santos que comenzó a
formarse con los Magos de Oriente. En el fondo, consuela que exista la cizaña en la
Iglesia. Así, no obstante todos nuestros defectos, podemos esperar estar aún entre
los que siguen a Jesús, que ha llamado precisamente a los pecadores. La Iglesia es
como una familia humana, pero es también al mismo tiempo la gran familia de Dios,
mediante la cual él establece un espacio de comunión y unidad en todos los
continentes, culturas y naciones. Por eso nos alegramos de pertenecer a esta gran
familia que vemos aquí; de tener hermanos y amigos en todo el mundo. Justo aquí,
en Colonia, experimentamos lo hermoso que es pertenecer a una familia tan grande
como el mundo, que comprende el cielo y la tierra, el pasado, el presente y el futuro
de todas las partes de la tierra. En esta gran comitiva de peregrinos, caminamos junto
con Cristo, caminamos con la estrella que ilumina la historia.
"Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo
adoraron" (Mt 2, 11). Queridos amigos, esta no es una historia lejana, de hace mucho
tiempo. Es una presencia. Aquí, en la Hostia consagrada, él está ante nosotros y
entre nosotros. Como entonces, se oculta misteriosamente en un santo silencio y,
como entonces, desvela precisamente así el verdadero rostro de Dios. Por nosotros
se ha hecho grano de trigo que cae en tierra y muere y da fruto hasta el fin del mundo
(cf. Jn 12, 24). Está presente, como entonces en Belén. Y nos invita a la peregrinación
interior que se llama adoración. Pongámonos ahora en camino para esta
peregrinación, y pidámosle a él que nos guíe.
Amén.
Benedicto XVI, discurso con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud, vigilia
con los jóvenes, Colonia, Explanada de Marienfeld, Sábado 20 de agosto de 2005.
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Santos Padres· San Agustín
La manifestación del Señor.
1. Hace pocos días celebramos la fecha en que el Señor nació de los judíos; hoy
celebramos aquella en que fue adorado por los gentiles. La salvación, en efecto, viene
de los judíos; pero esta salvación llega hasta los confines de la tierra, pues en aquel
día lo adoraron los pastores y hoy los magos. A aquéllos se lo anunciaron los
ángeles, a éstos una estrella. Unos y otros lo aprendieron del cielo cuando vieron en
la tierra al rey del cielo para que fuese realidad la gloria a Dios en las alturas, y paz
en la tierra a los hombres de buena voluntad. Tal es, en efecto, nuestra paz, quien
hizo de los dos uno. Por eso este niño nacido y anunciado se muestra como piedra
angular; ya desde su mismo nacimiento se manifestó como tal. Ya entonces comenzó
a unir en sí mismo a dos paredes que traían distinta dirección, guiando a los pastores
de Judea y a los magos de Oriente para hacer en sí mismo, de los dos, un solo
hombre nuevo, estableciendo la paz; paz a los de lejos y paz a los de cerca. De aquí
que unos, acercándose desde la vecindad aquel mismo día, y otros, llegando desde la
lejanía en la fecha de hoy, han marcado para la posteridad estos dos días festivos;
pero unos y otros vieron la única luz del mundo.
2. Pero hoy hemos de hablar de aquellos a quienes la fe condujo a Cristo
desde tierras lejanas. Llegaron y preguntaron por él, diciendo: ¿Dónde está el rey de
los judíos que ha nacido? Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo.
Anuncian y preguntan, creen y buscan, como simbolizando a quienes caminan en la fe
y desean la realidad. ¿No habían nacido ya anteriormente en Judea otros reyes de los
judíos? ¿Qué significa el que éste sea reconocido por unos extranjeros en el cielo y
sea buscado en la tierra, que brille en lo alto y esté oculto en lo humilde? Los magos
ven la estrella en oriente y comprenden que ha nacido un rey en Judea. ¿Quién es
este rey tan pequeño y tan grande, que aún no habla en la tierra y ya publica sus
decretos en el cielo? Sin embargo, pensando en nosotros, que deseaba que le
conociésemos por sus escrituras santas, quiso que también los magos, a quienes
había dado tan inequívoca señal en el cielo y a cuyos corazones había revelado su
nacimiento en Judea, creyesen lo que sus profetas habían hablado de él. Buscando la
ciudad en que había nacido el que deseaban ver y adorar, se vieron precisados a
preguntar a los príncipes de los sacerdotes; de esta manera, con el testimonio de la
Escritura, que llevaban en la boca, pero no en el corazón, los judíos, aunque infieles,
dieron respuesta a los creyentes respecto a la gracia de la fe. Aunque mentirosos por
sí mismos, dijeron la verdad en contra suya. ¿Era mucho pedir que acompañasen a
quienes buscaban a Cristo cuando les oyeron decir que, tras haber visto la estrella,
venían ansiosos a adorarlo? ¿Era mucho el que ellos, que les habían dado las
indicaciones de acuerdo con los libros sagrados, los condujesen a Belén de Judá, y
juntos viesen, comprendiesen y lo adorasen? Después de haber mostrado a otros la
fuente de la vida, ellos mismos murieron de sed. Se convirtieron en piedras miliarias:
indicaron algo a los viajeros, pero ellos se quedaron inmóviles y sin sentido. Los
magos buscaban con el deseo de hallar; Herodes para perder; los judíos leían en qué
ciudad había de nacer, pero no advertían el tiempo de su llegada. Entre el piadoso
amor de los magos y el cruel temor de Herodes, ellos se esfumaron después de
haberles indicado a Belén. A Cristo, que allí había nacido, al que no buscaron
entonces, pero al que vieron después, habían de negarlo, como habían de darle
muerte; no entonces, cuando aún no hablaba, sino después, cuando predicaba. Más
dicha aportó, pues, la ignorancia de aquellos niños a quienes Herodes, aterrado,
persiguió que la ciencia de aquellos que él mismo, asustado, consultó. Los niños
pudieron sufrir por Cristo, a quien aún no podían confesar; los judíos pudieron
conocer la ciudad en que nacía, pero no siguieron la verdad del que enseñaba.
3. La misma estrella llevó a los magos al lugar preciso en que se hallaba, niño
sin habla, el Dios Palabra. Avergüéncese ya la necedad sacrílega y —valga la
expresión— cierta indocta doctrina que juzga que Cristo nació bajo el influjo de los
astros, porque está escrito en el evangelio que, cuando él nació, los magos vieron en
oriente su estrella. Cosa que no sería cierta ni aun en el caso de que los hombres
naciesen bajo tal influjo, puesto que ellos no nacen, como el Hijo de Dios, por propia
voluntad, sino en la condición propia de la naturaleza mortal. Ahora, no obstante, dista
tanto de la verdad el decir que Cristo nació bajo el hado de los astros, que quien tiene
la recta fe en Cristo ni siquiera cree que hombre alguno nació de esa manera.
Expresen los hombres vanos sus insensatas opiniones acerca del nacimiento de los
hombres, nieguen la voluntad para pecar libremente, finjan la necesidad que defienda
sus pecados; intenten colocar también en el cielo las perversas costumbres que los
hacen detestables a todos los hombres de la tierra y mientan haciéndolas derivar de
los astros; pero mire cada uno de ellos con qué poder gobierna no ya su vida, sino su
familia; pues, si así piensan, no les está permitido azotar a sus siervos cuando pecan
en su casa sin antes obligarse a blasfemar contra sus dioses, que irradian la luz
desde el cielo. Más por lo que respecta a Cristo, ni siquiera conformándose a sus
vanas conjeturas y a sus libros, a los que llamaré no fatídicos, sino falsos, pueden
pensar que nació bajo la ley de los astros por el hecho de que, cuando él nació, los
magos vieron una estrella en oriente. Aquí Cristo aparece más bien como señor que
como sometido a ella, pues la estrella no mantuvo en el cielo su ruta sideral, sino que
mostró el camino hasta el lugar en que había nacido a los hombres que buscaban a
Cristo. En consecuencia, no fue ella la que de forma maravillosa hizo que Cristo
viviera, sino que fue Cristo quien la hizo aparecer de forma extraordinaria. Tampoco
fue ella la que decretó las acciones maravillosas de Cristo, sino que Cristo la mostró
entre sus obras maravillosas. El, nacido de madre, desde el cielo mostró a la tierra un
nuevo astro; él que, nacido del Padre, hizo el cielo y la tierra. Cuando él nació
apareció con la estrella una luz nueva; cuando él murió se veló con el sol la luz
antigua. Cuando él nació, los habitantes del cielo brillaron con un nuevo honor;
cuando él murió, los habitantes del infierno se estremecieron con un nuevo temor.
Cuando él resucitó, los discípulos ardieron de un nuevo amor, y cuando él ascendió,
los cielos se abrieron con nueva sumisión. Celebremos, pues, con devota solemnidad
también este día, en el que los magos, procedentes de la gentilidad, adoraron a
Cristo una vez conocido, como ya celebramos aquel día en que los pastores de Judea
vieron a Cristo una vez nacido. El mismo Señor y Dios nuestro eligió a los apóstoles
de entre los judíos como pastores para congregar, por medio de ellos, a los
pecadores que iban a ser salvados de entre los gentiles.
SAN AGUSTÍN, Sermones (4º) (t. XXIV), Sermón 199, 1-3, BAC Madrid 1983, 75-80
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Aplicación· P. José A. Marcone, I.V.E.· San Juan Pablo II· S.S. Benedicto XVI
P. José A. Marcone, I.V.E.
La Epifanía
Introducción
Celebramos hoy la solemnidad de la Epifanía. Esta solemnidad se halla toda
ella bajo el signo del misterio. ¿Qué significa la palabra ‘epifanía’? ¿Por qué en la
fiesta de la Epifanía se lee este evangelio en que tres personajes de Oriente vienen a
buscar al Niño Dios? ¿Por qué el evangelio los llama ‘magos’? ¿Qué fue realmente
esa estrella que los iluminó y que se ha convertido en el símbolo de la Navidad? Son
todas cosas que deben ser explicadas.
1. Los magos y la estrella: realidad histórica
Hasta ahora, todo lo que rodeaba el nacimiento del Niño Dios estaba marcado por el
sello de la humildad o, mejor, de la humillación. De golpe aparecen en escena tres
personajes con regalos valiosos a los que el evangelio llama ‘magos’.
La palabra que aparece en el original griego del evangelio es magoi, pero la
traducción castellana ‘magos’ no es la mejor, porque la palabra griega magoi es una
transliteración casi exacta de una palabra siria (magusai) que en la época de Cristo
designaba a los sabios del momento. La palabra ‘sabio’ era integral y designaba a los
hombres cuyos conocimientos abarcaban todos los campos del saber: la filosofía, la
ética, las ciencias naturales, la astronomía, etc. Eran los científicos del momento, pero
con un saber mucho más amplio que el que se le atribuye a los que hoy llamamos
‘científicos’. Eran aquellos que habían alcanzado “casi el ‘non plus ultra’ de la
sabiduría, incluso de la ciencia, de lo que podía alcanzar el saber humano en el orden
de los últimos secretos de la naturaleza”. Parte importante de esta sabiduría consistía
en la astronomía, es decir, las leyes que rigen los movimientos de los astros. De
manera que la mejor traducción de la palabra magoi que trae el original griego, es
‘sabios’.
En la zona de Babilonia, lo que actualmente es Irán e Irak, se concentraba buena
parte de estos sabios del mundo, es decir, en la zona que, precisamente, el evangelio
llama Oriente. Eran sabios venidos de Oriente.
¿Y por qué los llamamos ‘Reyes’? Esta denominación no es caprichosa ni producto
de la leyenda. Suetonio, importante historiador romano, habla de embajadas persas
enviadas a Roma y los llama ‘magos’. De manera que estos embajadores persas eran
‘magos’ porque eran ‘sabios’, ‘científicos’, gente de prestigio; y eran ‘reyes’ en cuanto
representaban al rey de Persia. Así también, los Reyes Magos del evangelio son
sabios que vienen representando a un rey de Oriente. Eran legados que
representaban a reyes y, por lo tanto, sobre todo en la mentalidad oriental antigua,
eran la presencia del rey.
Ellos dicen que vieron la estrella del Niño en Oriente y que por eso han venido
a buscarlo. ¿Es esta estrella un signo milagroso para guiar a los ‘magos’ o un simple
fenómeno natural? Algunos han querido ver en la estrella de Belén al cometa Halley,
que aparece sobre la tierra cada 77 años, pero es imposible que haya aparecido por
la época del nacimiento del Niño Dios. Otros, una conjunción de los planetas Marte,
Júpiter y Saturno que, según Kepler, se da cada 805 años y tuvo lugar en el año 7
a/C. Sin embargo, es inútil buscar una explicación natural al hecho evidentemente
milagroso de la estrella, porque las estrellas se mueven de este a oeste (y en eso
coincide con la primera parte del viaje de los sabios) pero ninguna estrella se mueve
de norte a sur, tal como lo hizo la estrella acompañando a los magos de Jerusalén a
Belén. Además ninguna estrella natural se posa de tal manera sobre una casa que la
designe y señale sin confusiones. Por otro lado es evidente que la estrella se mostró
sólo a los sabios de Oriente, porque de otra manera no le hubiera sido nada difícil a
Herodes encontrar al verdadero rey para matarlo. Además, y no en último lugar sino
en el primero, San Mateo cuando narra esto piensa en una aparición milagrosa del
astro. Es la intención del autor y por lo tanto del Espíritu Santo.
Todos estos intentos de buscar explicaciones naturales a los fenómenos
sobrenaturales de la Biblia, suenan más bien a intentos racionalistas de rebajar y diluir
el origen sobrenatural de la Palabra de Dios. Uno de los estudiosos que más se
empeñó en buscar explicaciones racionales para los milagros fue el teólogo
protestante Bultmann, quien hablaba de ‘demitologizar’ la Biblia (purificarla de los
mitos), entendiendo por mito todo lo que tenga de milagroso y sobrenatural.
Lamentablemente, bajo el manto de una supuesta adultez de la fe, este método de
interpretación bíblica ha entrado también en el análisis de algunos teólogos católicos.
2. Qué significa Epifanía
La palabra ‘epifanía’ viene del griego. Está compuesta por la preposición epí,
que significa ‘sobre’; y la palabrá fanía, que proviene del verbo faíno, que significa
‘brillar’, ‘alumbrar’. Por lo tanto, la palabra ‘epifanía’ significa ‘brillar sobre’, es decir,
manifestarse.
Hoy es la fiesta de la Manifestación de Cristo. Esta manifestación de Cristo se
da en la conjunción de la estrella que brilla y la venida de Oriente de los magos. “La
Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos ‘magos’ venidos de Oriente (Mt 2, 1).
En estos ‘magos’, representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el
Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena
Nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para “rendir homenaje al
rey de los Judíos” (Mt 2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la
estrella de David (cf. Nm 24, 17; Ap 22, 16) al que será el rey de las naciones (cf. Nm
24, 17-19). Los magos representan a los pueblos paganos que no recibieron la
revelación” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 528).
¿Cómo qué se manifiesta Cristo? Lo descubrimos en el simbolismo que
encierran los dones que los sabios le llevan. El incienso se usaba para manifestar la
oración y el sacrificio que sube a Dios. Por lo tanto, el incienso es algo privativo de
Dios. Por eso, en primer lugar, Cristo se manifiesta como Dios. El oro indica la
realeza. Por eso, en segundo lugar, Cristo se manifiesta como Rey de Israel. La mirra
es una mezcla aromática para embalsamar los cadáveres. Con esto se está indicando
que Cristo se ha sujetado a la muerte. Por eso, en tercer lugar, Cristo se manifiesta
como Salvador, que a través de su muerte salvará al mundo.
Por lo tanto, Cristo se manifiesta como Dios hecho hombre para salvar al mundo. Por
eso dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Epifanía es la manifestación de Jesús
como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo” (nº 528).
3. La finalidad de la búsqueda: la adoración
Es importante notar que los sabios interpretan la manifestación de Cristo, Dios
hecho hombre, con mucha exactitud y la aceptan con un corazón dócil. Porque
reconocen que la manifestación consiste en que Dios se deja ver a los ojos sensibles
de los hombres, porque, según dice el evangelio, la finalidad superior de su
peregrinación, de su búsqueda es adorar al Niño. “¿Dónde está el rey de los judíos
que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle” (v.2).
El mismo Herodes reconoce esta finalidad del viaje de los sabios y por eso les dice
lleno de falsedad: “Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le
encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle” (v.8). Y cumplieron con
esa finalidad: “Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose,
le adoraron” (v.11).
¿Y qué es adorar? “La adoración es el primer acto de la virtud de la religión.
Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño
de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. "Adorarás al Señor tu Dios
y sólo a él darás culto" (Lc 4,8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6,13)”
(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2096).
Adorar es el acto por el cual Dios es reconocido como el ser supremo, como el ser
infinitamente perfecto, como Creador, como el Dueño de dar la vida o la muerte, como
el Salvador, como el que premia a los buenos y castiga a los malos, como el único
digno del honor supremo, que tiene dominio supremo sobre todos los hombres, que
tiene el derecho a la sumisión de todos los seres, que tiene el derecho a la entrega
total de todos los seres.
La adoración es un acto de la mente y la voluntad que se someten totalmente a Dios.
Sus manifestaciones más intensas y más auténticas son la obediencia a sus
mandatos, la oración, el sacrificio y la entrega de la propia vida. Pero también debe
expresarse en formas exteriores, como la reverencia y posturas adecuadas.
Adorar es reconocernos criaturas, humillándonos con respeto y sumisión. La
adoración nos libera del egocentrismo y la esclavitud del pecado.
“La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su
Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la
omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu
ante el "Rey de la gloria" (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios
"siempre mayor" (S. Agustín, Sal. 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y
soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas”
(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2628).
“Adorar a Dios es reconocer, en el respeto y la sumisión absoluta, la "nada de la
criatura", que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a
sí mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que él ha hecho
grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1,46-49). La adoración del Dios único
libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la
idolatría del mundo” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2097).
La manifestación de Jesucristo que se muestra como Dios, la adoración de Dios que
se da con esfuerzo, a pesar de los peligros y de los engaños del mundo, trae como
consecuencia ineludible una alegría inmensa. Esto sucede tanto con los Reyes
Magos como con los pastores. De los Reyes se dice: “La estrella (...) se detuvo
encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de una inmensa
alegría” (Mt 2,9.10). Y de los pastores: “Los pastores se volvieron glorificando y
alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto” (Lc 2,20).
Conclusión
El ocultamiento voluntario de Jesucristo, el girar la cabeza hacia otro lado ante el
paso de Jesús, la búsqueda de sí mismo, la exaltación del hombre por el hombre
mismo en desmedro de la soberanía de Dios, la exaltación de las obras del hombre
para querer ‘tapar’ las obras de Dios, el encierro en la realidad de la propia
subjetividad, la renuncia a bajar la cabeza ante la grandeza de Dios, trae, también
ineluctablemente, la tristeza.
Lo que sucede en el mundo de hoy, ¿no es exactamente el reverso de lo que
acabamos de contemplar en el evangelio recién leído? Los sabios de oriente, guiados
por sus conocimientos científicos y por un corazón dócil y religioso, encuentran a Dios
en la humildad de la carne humana, doblan sus cuellos ante Él, se postran ante Él, se
humillan y... experimentan una inmensa alegría. Hoy pareciera que sucede todo lo
contrario. Nunca jamás antes la humanidad había alcanzado las cotas de desarrollo
científico y progreso técnico como hasta ahora. Y sin embargo, nunca como ahora la
humanidad se ha visto tan atormentada por el stress, por la depresión, por la tristeza y
por las tentaciones de suicidio y por toda una serie de enfermedades sicológicas
(enfermedades del alma) relacionadas con la ausencia del gusto por la vida (bulimia,
anorexia, ostracismo, autismo, sentimiento de soledad, inseguridad, etc). El mundo de
hoy tiene la inteligencia y los conocimientos de los sabios de oriente (y más que ellos)
pero no tiene el corazón dócil y religioso de ellos, y por eso, mientras no cambie su
corazón, tampoco tendrá la inmensa alegría que experimentaron cuando se
prosternaron delante del Hombre-Dios.
Es digno de respeto, como dice Juan Pablo II , el ejemplo de los musulmanes que, en
donde estén, sin preocuparse del tiempo ni del lugar, sacan sus alfombras y se
postran para adorar a Dios. Los católicos de Occidente, en cambio, han desertado de
sus magníficas catedrales, embotados en el bienestar y el consumismo.
Nosotros no debemos hacer como el mundo moderno. Nosotros debemos tener alma
de niños, como los pastores y los sabios de Oriente. Debemos adorar a Cristo cuando
se eleva la Hostia en la Misa y adorarlo visitándolo en los sagrarios abandonados.
Adorarlo entregándole toda nuestra vida. Así brotará la alegría, porque “Dios es
alegría infinita” (Santa Teresa de los Andes).
__________________________________________________
“En el fondo la alegría brota de considerar que Dios es, que Cristo es: Ánimo, Yo soy
(Mc 6,50), que la verdad prima sobre la mentira, el bien sobre el mal, la belleza sobre
la fealdad, el amor sobre el odio, la paz sobre la guerra, la misericordia sobre la
venganza, la vida sobre la muerte, la gracia sobre el pecado, en fin, el ser sobre la
nada, la Virgen sobre Satanás, Cristo sobre el Anticristo, Dios sobre todo. “Dios es
alegría infinita” (Constituciones del Instituto del Verbo Encarnado, nº 245).
Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza y Janés Editores, Milán,
1994, p. 106.
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San Juan Pablo II
1. "Lumen gentium (...) Christus, Cristo es la luz de los pueblos" (Lumen gentium, 1).
El tema de la luz domina las solemnidades de la Navidad y de la Epifanía, que
antiguamente -y aún hoy en Oriente- estaban unidas en una sola y gran "fiesta de la
luz". En el clima sugestivo de la Noche santa apareció la luz; nació Cristo, "luz de los
pueblos". Él es el "sol que nace de lo alto" (Lc 1, 78), el sol que vino al mundo para
disipar las tinieblas del mal e inundarlo con el esplendor del amor divino. El
evangelista san Juan escribe: "La luz verdadera, viniendo a este mundo, ilumina a
todo hombre" (Jn 1, 9).
"Deus lux est, Dios es luz", recuerda también san Juan, sintetizando no una teoría
gnóstica, sino "el mensaje que hemos oído de él" (1 Jn 1, 5), es decir, de Jesús. En el
evangelio recoge las palabras que oyó de los labios del Maestro: "Yo soy la luz del
mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida"
(Jn 8, 12).
Al encarnarse, el Hijo de Dios se manifestó como luz. No sólo luz externa, en la
historia del mundo, sino también dentro del hombre, en su historia personal. Se hizo
uno de nosotros, dando sentido y nuevo valor a nuestra existencia terrena. De este
modo, respetando plenamente la libertad humana, Cristo se convirtió en "lux mundi, la
luz del mundo". Luz que brilla en las tinieblas (cf. Jn 1, 5).
2. Hoy, solemnidad de la Epifanía, que significa "manifestación", se propone de nuevo
con vigor el tema de la luz. Hoy el Mesías, que se manifestó en Belén a humildes
pastores de la región, sigue revelándose como luz de los pueblos de todos los
tiempos y de todos los lugares. Para los Magos, que acudieron de Oriente a adorarlo,
la luz del "rey de los judíos que ha nacido" (Mt 2, 2) toma la forma de un astro
celeste, tan brillante que atrae su mirada y los guía hasta Jerusalén. Así, les hace
seguir los indicios de las antiguas profecías mesiánicas: "De Jacob avanza una
estrella, un cetro surge de Israel..." (Nm 24, 17).
¡Cuán sugestivo es el símbolo de la estrella, que aparece en toda la iconografía de la
Navidad y de la Epifanía! Aún hoy evoca profundos sentimientos, aunque como tantos
otros signos de lo sagrado, a veces corre el riesgo de quedar desvirtuado por el uso
consumista que se hace de él. Sin embargo, la estrella que contemplamos en el
belén, situada en su contexto original, también habla a la mente y al corazón del
hombre del tercer milenio. Habla al hombre secularizado, suscitando nuevamente en
él la nostalgia de su condición de viandante que busca la verdad y anhela lo absoluto.
La etimología misma del verbo desear -en latín, desiderare- evoca la experiencia de
los navegantes, los cuales se orientan en la noche observando los astros, que en latín
se llaman sidera.
3. ¿Quién no siente la necesidad de una "estrella" que lo guíe a lo largo de su camino
en la tierra? Sienten esta necesidad tanto las personas como las naciones. A fin de
satisfacer este anhelo de salvación universal, el Señor se eligió un pueblo que fuera
estrella orientadora para "todos los linajes de la tierra" (Gn 12, 3). Con la encarnación
de su Hijo, Dios extendió luego su elección a todos los demás pueblos, sin distinción
de raza y cultura. Así nació la Iglesia, formada por hombres y mujeres que, "reunidos
en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre
y han recibido el mensaje de la salvación para proponérselo a todos" (Gaudium et
spes, 1).
Por tanto, para toda la comunidad eclesial resuena el oráculo del profeta Isaías, que
hemos escuchado en la primera lectura: "¡Levántate, brilla (...), que llega tu luz; la
gloria del Señor amanece sobre ti! (...) Y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al
resplandor de tu aurora" (Is 60, 1. 3).
5. Hace un año, en esta fiesta de la Epifanía, al final del Año santo, entregué
idealmente a la familia de los creyentes y a toda la humanidad la carta apostólica
Novo millennio ineunte, que comienza con la invitación de Cristo a Pedro y a los
demás: "Duc in altum, rema mar adentro".
¿Vuelvo a aquel momento inolvidable, amadísimos hermanos, y os entrego de nuevo
a cada uno este texto programático de la nueva evangelización. Os repito las palabras
del Redentor: "Duc in altum". No tengáis miedo a las tinieblas del mundo, porque
quien os envía es "la luz del mundo" (Jn 8, 12), "el lucero radiante del alba" (Ap 22,
16). Y tú, Jesús, que un día dijiste a tus discípulos: "Vosotros sois la luz del mundo"
(Mt 5, 14), haz que el testimonio evangélico de estos hermanos nuestros
resplandezca ante los hombres de nuestro tiempo. Haz eficaz su misión para que
cuantos confíes a su cuidado pastoral glorifiquen siempre al Padre que está en los
cielos (cf. Mt 5, 16).
Madre del Verbo encarnado, Virgen fiel, conserva a estos nuevos obispos bajo tu
constante protección, para que sean misioneros valientes del Evangelio; fiel reflejo
del amor de Cristo, luz de los pueblos y esperanza del mundo.
(Domingo 6 de enero de 2002)
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Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas: En la solemnidad de la Epifanía la Iglesia sigue
contemplando y celebrando el misterio del nacimiento de Jesús salvador. En
particular, la fiesta de hoy subraya el destino y el significado universales de este
nacimiento. Al hacerse hombre en el seno de María, el Hijo de Dios vino no sólo para
el pueblo de Israel, representado por los pastores de Belén, sino también para toda la
humanidad, representada por los Magos. Y la Iglesia nos invita hoy a meditar y orar
precisamente sobre los Magos y sobre su camino en busca del Mesías (cf. Mt 2, 1-
12). En el Evangelio hemos escuchado que los Magos, habiendo llegado a Jerusalén
desde el Oriente, preguntan: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?
Hemos visto su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo» (v. 2). ¿Qué clase
de personas eran y qué tipo de estrella era esa? Probablemente eran sabios que
escrutaban el cielo, pero no para tratar de «leer» en los astros el futuro, quizá para
obtener así algún beneficio; más bien, eran hombres «en busca» de algo más, en
busca de la verdadera luz, una luz capaz de indicar el camino que es preciso recorrer
en la vida. Eran personas que tenían la certeza de que en la creación existe lo que
podríamos definir la «firma» de Dios, una firma que el hombre puede y debe intentar
descubrir y descifrar. Tal vez el modo para conocer mejor a estos Magos y entender
su deseo de dejarse guiar por los signos de Dios es detenernos a considerar lo que
encontraron, en su camino, en la gran ciudad de Jerusalén.
Ante todo encontraron al rey Herodes. Ciertamente, Herodes estaba interesado en el
niño del que hablaban los Magos, pero no con el fin de adorarlo, como quiere dar a
entender mintiendo, sino para eliminarlo. Herodes es un hombre de poder, que en el
otro sólo ve un rival contra el cual luchar. En el fondo, si reflexionamos bien, también
Dios le parece un rival, más aún, un rival especialmente peligroso, que querría privar
a los hombres de su espacio vital, de su autonomía, de su poder; un rival que señala
el camino que hay que recorrer en la vida y así impide hacer todo lo que se quiere.
Herodes escucha de sus expertos en las Sagradas Escrituras las palabras del profeta
Miqueas (5, 1), pero sólo piensa en el trono. Entonces Dios mismo debe ser ofuscado
y las personas deben limitarse a ser simples peones para mover en el gran tablero de
ajedrez del poder. Herodes es un personaje que no nos cae simpático y que
instintivamente juzgamos de modo negativo por su brutalidad. Pero deberíamos
preguntarnos: ¿Hay algo de Herodes también en nosotros? ¿También nosotros, a
veces, vemos a Dios como una especie de rival? ¿También nosotros somos ciegos
ante sus signos, sordos a sus palabras, porque pensamos que pone límites a nuestra
vida y no nos permite disponer de nuestra existencia como nos plazca? Queridos
hermanos y hermanas, cuando vemos a Dios de este modo acabamos por sentirnos
insatisfechos y descontentos, porque no nos dejamos guiar por Aquel que está en el
fundamento de todas las cosas. Debemos alejar de nuestra mente y de nuestro
corazón la idea de la rivalidad, la idea de que dar espacio a Dios es un límite para
nosotros mismos; debemos abrirnos a la certeza de que Dios es el amor omnipotente
que no quita nada, no amenaza; más aún, es el único capaz de ofrecernos la
posibilidad de vivir en plenitud, de experimentar la verdadera alegría.
Los Magos, luego, se encuentran con los estudiosos, los teólogos, los expertos que lo
saben todo sobre las Sagradas Escrituras, que conocen las posibles interpretaciones,
que son capaces de citar de memoria cualquier pasaje y que, por tanto, son una
valiosa ayuda para quienes quieren recorrer el camino de Dios. Pero, afirma san
Agustín, les gusta ser guías para los demás, indican el camino, pero no caminan, se
quedan inmóviles. Para ellos las Escrituras son una especie de atlas que leen con
curiosidad, un conjunto de palabras y conceptos que examinar y sobre los cuales
discutir doctamente. Pero podemos preguntarnos de nuevo: ¿no existe también en
nosotros la tentación de considerar las Sagradas Escrituras, este tesoro riquísimo y
vital para la fe la Iglesia, más como un objeto de estudio y de debate de especialistas
que como el Libro que nos señala el camino para llegar a la vida? Creo que, como
indiqué en la exhortación apostólica Verbum Domini, debería surgir siempre de nuevo
en nosotros la disposición profunda a ver la palabra de la Biblia, leída en la Tradición
viva de la Iglesia (n. 18), como la verdad que nos dice qué es el hombre y cómo
puede realizarse plenamente, la verdad que es el camino a recorrer diariamente, junto
a los demás, si queremos construir nuestra existencia sobre la roca y no sobre la
arena.
Pasemos ahora a la estrella. ¿Qué clase de estrella era la que los Magos vieron y
siguieron? A lo largo de los siglos esta pregunta ha sido objeto de debate entre los
astrónomos. Kepler, por ejemplo, creía que se trataba de una «nova» o una
«supernova», es decir, una de las estrellas que normalmente emiten una luz débil,
pero que pueden tener improvisamente una violenta explosión interna que produce
una luz excepcional. Ciertamente, son cosas interesantes, pero que no nos llevan a lo
que es esencial para entender esa estrella. Debemos volver al hecho de que esos
hombres buscaban las huellas de Dios; trataban de leer su «firma» en la creación;
sabían que «el cielo proclama la gloria de Dios» (Sal 19, 2); es decir, tenían la certeza
de que es posible vislumbrar a Dios en la creación. Pero, al ser hombres sabios,
sabían también que no es con un telescopio cualquiera, sino con los ojos profundos
de la razón en busca del sentido último de la realidad y con el deseo de Dios,
suscitado por la fe, como es posible encontrarlo, más aún, como resulta posible que
Dios se acerque a nosotros. El universo no es el resultado de la casualidad, como
algunos quieren hacernos creer. Al contemplarlo, se nos invita a leer en él algo
profundo: la sabiduría del Creador, la inagotable fantasía de Dios, su infinito amor a
nosotros. No deberíamos permitir que limiten nuestra mente teorías que siempre
llegan sólo hasta cierto punto y que —si las miramos bien— de ningún modo están en
conflicto con la fe, pero no logran explicar el sentido último de la realidad. En la
belleza del mundo, en su misterio, en su grandeza y en su racionalidad no podemos
menos de leer la racionalidad eterna, y no podemos menos de dejarnos guiar por ella
hasta el único Dios, creador del cielo y de la tierra. Si tenemos esta mirada, veremos
que el que creó el mundo y el que nació en una cueva en Belén y sigue habitando
entre nosotros en la Eucaristía son el mismo Dios vivo, que nos interpela, nos ama y
quiere llevarnos a la vida eterna.
Herodes, los expertos en las Escrituras, la estrella. Sigamos el camino de los Magos
que llegan a Jerusalén. Sobre la gran ciudad la estrella desaparece, ya no se ve.
¿Qué significa eso? También en este caso debemos leer el signo en profundidad.
Para aquellos hombres era lógico buscar al nuevo rey en el palacio real, donde se
encontraban los sabios consejeros de la corte. Pero, probablemente con asombro,
tuvieron que constatar que aquel recién nacido no se encontraba en los lugares del
poder y de la cultura, aunque en esos lugares se daban valiosas informaciones sobre
él. En cambio, se dieron cuenta de que a veces el poder, incluso el del conocimiento,
obstaculiza el camino hacia el encuentro con aquel Niño. Entonces la estrella los guió
a Belén, una pequeña ciudad; los guió hasta los pobres, hasta los humildes, para
encontrar al Rey del mundo. Los criterios de Dios son distintos de los de los hombres.
Dios no se manifiesta en el poder de este mundo, sino en la humildad de su amor, un
amor que pide a nuestra libertad acogerlo para transformarnos y ser capaces de
llegar a Aquel que es el Amor. Pero incluso para nosotros las cosas no son tan
diferentes de como lo eran para los Magos. Si se nos pidiera nuestro parecer sobre
cómo Dios habría debido salvar al mundo, tal vez responderíamos que habría debido
manifestar todo su poder para dar al mundo un sistema económico más justo, en el
que cada uno pudiera tener todo lo que quisiera. En realidad, esto sería una especie
de violencia contra el hombre, porque lo privaría de elementos fundamentales que lo
caracterizan. De hecho, no se verían involucrados ni nuestra libertad ni nuestro amor.
El poder de Dios se manifiesta de un modo muy distinto: en Belén, donde
encontramos la aparente impotencia de su amor. Y es allí a donde debemos ir y es
allí donde encontramos la estrella de Dios.
Así resulta muy claro también un último elemento importante del episodio de los
Magos: el lenguaje de la creación nos permite recorrer un buen tramo del camino
hacia Dios, pero no nos da la luz definitiva. Al final, para los Magos fue indispensable
escuchar la voz de las Sagradas Escrituras: sólo ellas podían indicarles el camino. La
Palabra de Dios es la verdadera estrella que, en la incertidumbre de los discursos
humanos, nos ofrece el inmenso esplendor de la verdad divina. Queridos hermanos y
hermanas, dejémonos guiar por la estrella, que es la Palabra de Dios; sigámosla en
nuestra vida, caminando con la Iglesia, donde la Palabra ha plantado su tienda.
Nuestro camino estará siempre iluminado por una luz que ningún otro signo puede
darnos. Y también nosotros podremos convertirnos en estrellas para los demás,
reflejo de la luz que Cristo ha hecho brillar sobre nosotros. Amén.
(Jueves 6 de enero de 2011)
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Directorio Homilético
Solemnidad de la Epifanía del Señor
CEC 528, 724: la Epifanía del Señor
CEC 280, 529, 748, 1165, 2466, 2715: Cristo, luz de las naciones
CEC 60, 442, 674, 755, 767, 774-776, 781, 831: la Iglesia, el sacramento de la unidad
del
género humano
528 La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y
Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná (cf.
LH Antífona del Magnificat de las segundas vísperas de Epifanía), la Epifanía celebra
la adoración de Jesús por unos "magos" venidos de Oriente (Mt 2, 1) En estos
"magos", representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve
las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la
salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para "rendir homenaje al rey de los
Judíos" (Mt 2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de
David (cf. Nm 24, 17; Ap 22, 16) al que será el rey de las naciones (cf. Nm 24, 17-19).
Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo
de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos (cf. Jn 4, 22) y
recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo
Testamento (cf. Mt 2, 4-6). La Epifanía manifiesta que "la multitud de los gentiles
entra en la familia de los patriarcas"(S. León Magno, serm.23 ) y adquiere la
"israelitica dignitas" (MR, Vigilia pascual 26: oración después de la tercera lectura).
724 En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen.
Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al
Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (cf. Lc 2, 15-19) y a
las primicias de las naciones (cf. Mt 2, 11).
280 La creación es el fundamento de "todos los designios salvíficos de Dios", "el
comienzo de la historia de la salvación" (DCG 51), que culmina en Cristo.
Inversamente, el Misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el Misterio de la creación;
revela el fin en vista del cual, "al principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1):
desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo (cf. Rom 8,18-
23).
529 La Presentación de Jesús en el templo (cf.Lc 2, 22-39) lo muestra como el
Primogénito que pertenece al Señor (cf. Ex 13,2.12-13). Con Simeón y Ana toda la
expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador (la tradición
bizantina llama así a este acontecimiento). Jesús es reconocido como el Mesías tan
esperado, "luz de las naciones" y "gloria de Israel", pero también "signo de
contradicción". La espada de dolor predicha a María anuncia otra oblación, perfecta y
única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado "ante todos los
pueblos".
Articulo 9 “CREO EN LA SANTA IGLESIA CATOLICA”
748 "Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo, reunido en el
Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de
Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el evangelio a todas
las criaturas". Con estas palabras comienza la "Constitución dogmática sobre la
Iglesia" del Concilio Vaticano II. Así, el Concilio muestra que el artículo de la fe sobre
la Iglesia depende enteramente de los artículos que se refieren a Cristo Jesús. La
Iglesia no tiene otra luz que la de Cristo; ella es, según una imagen predilecta de los
Padres de la Iglesia, comparable a la luna cuya luz es reflejo del sol.
1165 Cuando la Iglesia celebra el Misterio de Cristo, hay una palabra que jalona su
oración: ¡Hoy!, como eco de la oración que le enseñó su Señor (Mt 6,11) y de la
llamada del Espíritu Santo (Hb 3,7-4,11; Sal 95,7). Este "hoy" del Dios vivo al que el
hombre está llamado a entrar, es la "Hora" de la Pascua de Jesús que es eje de toda
la historia humana y la guía:
La vida se ha extendido sobre todos los seres y todos están llenos de una
amplia luz: el Oriente de los orientes invade el universo, y el que existía "antes del
lucero de la mañana" y antes de todos los astros, inmortal e inmenso, el gran Cristo
brilla sobre todos los seres más que el sol. Por eso, para nosotros que creemos en él,
se instaura un día de luz, largo, eterno, que no se extingue: la Pascua mística (S.
Hipólito, pasc. 1-2).
2466 En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó toda entera. "Lleno de gracia y de
verdad" (Jn 1,14), él es la "luz del mundo" (Jn 8,12), la Verdad (cf Jn 14,6). El que
cree en él, no permanece en las tinieblas (cf Jn 12,46). El discípulo de Jesús,
"permanece en su palabra", para conocer "la verdad que hace libre" (cf Jn 8,31-32) y
que santifica (cf Jn 17,17). Seguir a Jesús es vivir del "Espíritu de verdad" (Jn 14,17)
que el Padre envía en su nombre (cf Jn 14,26) y que conduce "a la verdad completa"
(Jn 16,13). Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la Verdad: "Sea
vuestro lenguaje: `sí, sí'; `no, no'" (Mt 5,37).
2715 La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. "Yo le miro y él me mira",
decía, en tiempos de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario.
Esta atención a El es renuncia a "mí". Su mirada purifica el corazón. La luz de la
mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz
de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La contemplación dirige
también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el "conocimiento
interno del Señor" para más amarle y seguirle (cf San Ignacio de Loyola, ex. sp. 104).
La Iglesia, sacramento de la unidad del genero humano
60 El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los
patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rom 11,28), llamado a preparar la reunión un
día de todos los hijos de Dios en la unidad de loa Iglesia (cf. Jn 11,52; 10,16); ese
pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes (cf. Rom
11,17-18.24).
442 No ocurre así con Pedro cuando confiesa a Jesús como "el Cristo, el Hijo de
Dios vivo" (Mt 16, 16) porque este le responde con solemnidad "no te ha revelado
esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16, 17).
Paralelamente Pablo dirá a propósito de su conversión en el camino de Damasco:
"Cuando Aquél que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia,
tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que le anunciase entre los gentiles..." (Ga
1,15-16). "Y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el
Hijo de Dios" (Hch 9, 20). Este será, desde el principio (cf. 1 Ts 1, 10), el centro de la
fe apostólica (cf. Jn 20, 31) profesada en primer lugar por Pedro como cimiento de la
Iglesia (cf. Mt 16, 18).
674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinad o de la historia se
vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que
"una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad" respecto a Jesús (Rm
11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés:
"Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de
que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido
destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración
universal, de que Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le
hace eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su
readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11, 5). La entrada de "la
plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de "la
plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo de Dios "llegar a la
plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios será todo en nosotros" (1 Co 15, 28).
755 "La Iglesia es labranza o campo de Dios (1 Co 3, 9). En este campo crece el
antiguo olivo cuya raíz santa fueron los patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la
reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rm 11, 13-26). El labrador del cielo la
plantó como viña selecta (Mt 21, 33-43 par.; cf. Is 5, 1-7). La verdadera vid es Cristo,
que da vida y fecundidad a a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos
en él por medio de la Iglesia y que sin él no podemos hacer nada (Jn 15, 1-5)".
La Iglesia, manifestada por el Espíritu Santo
767 "Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue
enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a
la Iglesia" (LG 4). Es entonces cuando "la Iglesia se manifestó públicamente ante la
multitud; se inició la difusión del evangelio entre los pueblos mediante la predicación"
(AG 4). Como ella es "convocatoria" de salvación para todos los hombres, la Iglesia,
por su misma naturaleza, misionera enviada por Cristo a todas las naciones para
hacer de ellas discípulos suyos (cf. Mt 28, 19-20; AG 2,5-6).
La Iglesia, sacramento universal de la salvación
774 La palabra griega "mysterion" ha sido traducida en latín por dos términos:
"mysterium" y "sacramentum". En la interpretación posterior, el término "sacramentum"
expresa mejor el signo visible de la realidad oculta de la salvación, indicada por el
término "mysterium". En este sentido, Cristo es El mismo el Misterio de la salvación:
"Non est enim aliud Dei mysterium, nisi Christus" ("No hay otro misterio de Dios fuera
de Cristo") (San Agustín, ep. 187, 34). La obra salvífica de su humanidad santa y
santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en los
sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias de Oriente llaman también "los santos
Misterios"). Los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los
cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia
que es su Cuerpo. La Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia invisible que ella
significa. En este sentido analógico ella es llamada "sacramento".
775 "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión
íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano "(LG 1): Ser el sacramento
de la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la
comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el
sacramento de la unidad del género humano. Esta unidad ya está comenzada en ella
porque reúne hombres "de toda nación, raza, pueblo y lengua" (Ap 7, 9); al mismo
tiempo, la Iglesia es "signo e instrumento" de la plena realización de esta unidad que
aún está por venir.
776 Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida por
Cristo "como instrumento de redención universal" (LG 9), "sacramento universal de
salvación" (LG 48), por medio del cual Cristo "manifiesta y realiza al mismo tiempo el
misterio del amor de Dios al hombre" (GS 45, 1). Ella "es el proyecto visible del amor
de Dios hacia la humanidad" (Pablo VI, discurso 22 junio 1973) que quiere "que todo
el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en un único Cuerpo de
Cristo, se coedifique en un único templo del Espíritu Santo" (AG 7; cf. LG 17).
I LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS
781 "En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia.
Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados,
sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y
le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza
con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo
largo de su historia y lo fue santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió como
preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo..., es
decir, el Nuevo Testamento en su sangre convocando a las gentes de entre los judíos
y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu" (LG 9).
831 Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del
género humano (cf Mt 28, 19):
Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios. Por eso este pueblo, uno y
único, ha de extenderse por todo el mundo a través de todos los siglos, para que así
se cumpla el designio de Dios, que en el principio creó una única naturaleza humana
y decidió reunir a sus hijos dispersos... Este carácter de universalidad, que distingue
al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor. Gracias a este carácter, la Iglesia
Católica tiende siempre y eficazmente a reunir a la humanidad entera con todos sus
valores bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu (LG 13).
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